Abecedario alquímico

P de Puerta.

Aún ahora, Ira odiaba aquel sitio con todas sus fuerzas. Y no importaba cuántas veces ella le recordase que ya no tenía nada a que temer o que Envidia aprovechase la menor oportunidad para mofarse de él, tampoco el que Orgullo le recalcara diariamente su posición como homúnculo o que Lujuria lo tratara con una mezcla de compasión y burla. No le interesaba lo que pensaran o dijeran de él porque sabía que ninguno de ellos podía comprender todo lo que debió sufrir. Siendo abandonado desde el momento de su creación por su propia madre, forzado a permanecer dentro de un océano de oscuridad y soledad contra su voluntad, anhelando con el día que sería lo suficientemente fuerte para escapar por sí mismo.

No, ellos nunca conseguirían entender el dolor al rechazo que aún cargaba consigo o la aversión que había desarrollado por ese lugar. Y al pequeño homúnculo sólo le quedaba resignarse y soportar hasta que obtuvieran la piedra filosofal. Entonces sería convertido en humano y al fin podría desprenderse de todos sus horribles recuerdos. Tendría la oportunidad de iniciar una nueva vida, llena de felicidad y diversión junto a los demás y, por supuesto, no se olvidaría de cobrar venganza contra su débil creadora.

—¡Ira!

La llamada de Pereza lo alejó de sus planificaciones, regresándolo al presente. Pese a sus reclamos, el ama había dado una demostración de cómo abrir la Puerta de la Verdad con aquel asqueroso bebé y él, presa del pánico porque aquellos brazos oscuros pudiesen capturarlo otra vez, huyó del salón trasmutando las paredes. Era seguro que recibiría más de un regaño cuando regresara.

—Ira, ¿estás bien? —Mientras él seguía divagando, la homúnculo había llegado a su lado y posado una mano sobre su hombre verdadero para llamarle la atención—. No debiste salir corriendo así, querido, pudiste haberte hecho daño.

—¡Ningún trozo de muro puede herirme de verdad! —protestó enfadado, librándose de su suave agarre. No necesitaba esto, no quería escuchar a alguien más burlándose de cosas que no podía controlar.

—Lo sé. A mí tampoco me afecta, ni a los demás —prosiguió ella—. ¿Y sabes por qué es eso? Porque todos nosotros somos fuertes. Tú especialmente, Ira, eres muy poderoso.

—¿Y eso qué?

De todos los miembros al mando del ama, Gula y Pereza eran los únicos que nunca lo habían molestado al respecto. El primero por carecer de la inteligencia para pensar en algo alejado del hambre o de Lujuria y la segunda porque era lo suficientemente amable para dejarlo en paz. Hasta ahora.

—Que no existe nada a lo que debas tenerle miedo, querido.

—¡No tengo miedo! Es solo que... Que...

¿Pero cómo explicar los sentimientos que le agobiaban cada vez que invocaban la Puerta en su presencia? ¿De qué forma expresar las razones de que su sangre hirviera cuando oía llorar al infante? ¿O del brutal instinto asesino que le atacaba al cruzarse con su creadora? Él no sabía qué decirle, por dónde empezar a contar.

Sin embargo, no era necesario que Ira dijera algo porque Pereza se hizo cargo de la situación. Al ver que el pequeño se había quedado sin palabras pese a sus esfuerzos por conseguirlas, lo estrechó entre sus brazos y comenzó a acariciar su largo cabello para tranquilizarlo.

—Yo tengo pesadillas sobre mi antigua vida —susurró, confiándole un secreto que hasta entonces sólo había compartido con el ama. Y tampoco comprendía por qué lo hacía, qué la empujaba a actuar como un reflejo de la humana que llegó a ser—. Te entiendo; entiendo sobre ese dolor que sientes y que no debería de estar, de esos recuerdos que te persiguen incluso cuando estás despierto o de las sensaciones fantasmas que se vuelven más sólidas que la realidad. Yo también lo sufro, Ira, pero somos más fuertes que esto.

—Pero yo no soy tan fuerte como tú crees, Pereza.

—No seas tonto, claro que sí.

—No, no lo soy —aseguró el homúnculo alquimista. Pese a que no quería admitirlo, se sentía tan seguro dentro de ese abrazo, siendo rodeado por la calidez y gentileza de la mayor. Era un sentimiento tan reconfortante saber que alguien se preocupaba a tal grado por él, tan distinto al trato que su presunta madre le dio—. Y no quiero enfrentarlo, aún si así puedo ser más fuerte. Sólo quiero estar tranquilo.

Pereza cerró los ojos, atosigada por la nostalgia que la actitud de Ira le evocaba. Pero sabía que él no tenía la culpa de actuar como lo hacían sus hijos porque seguía siendo un niño, su comportamiento era normal para su edad mental. Además, necesitaba de alguien que lo cuidara con verdadero cariño y ella no podía evitar reaccionar ante eso.

—Entonces yo te protegeré de cada uno de tus recuerdos. Mientras esté contigo, ya no tendrás que hacerles frente tú solo. ¿Qué te parece?

Que Ira casi terminara transmutándose con ella fue suficiente respuesta. Y es que se sentía tan sobrepasado con la oferta que apenas podía controlar sus poderes.

—Sí, mamá.

 

Q de Quimera.

Sintiéndose en pleno derecho de presumir de sí mismo, Shou se contentó con sonreír cansadamente mientras contemplaba a su obra maestra explorar la habitación. Porque después de tantos problemas y amenazas, la segunda quimera parlante había sido al fin creada.

Dejándola deambular a su gusto, él se sentó frente a su escritorio y rebuscó un poco hasta dar con un lápiz y la libreta en donde había estado haciendo las anotaciones pertinentes desde el inicio de la transmutación. No podía darse el lujo de perder ningún detalle para el informe que aún debía confeccionar.

La criatura era una mezcla perfecta entre los dos sujetos que la componían. Por empezar, tenía la forma, el tamaño y la constitución de Alexander, el perro de la familia. Y por el otro, el pelaje castaño (sumado a las crines más oscuras que se extendía desde la cabeza a la espalda), los recuerdos y el pensamiento provenían de Nina, su pequeña hija. Había demostrado poder seguir una conversación normal, pero rápidamente se aburría de ella y se puso a olisquear los alrededores. No cabía duda que los instintos perrunos se mantenían bien activos.

Sin embargo, Shou admitía que aquel híbrido había tomado lo mejor de Nina y Alexander para sí. No como su primera quimera, tan vieja y triste que no pudo sobrevivir sabiéndose un monstruo alquímico. Pero ahora ya no tenía nada a que temerle, ni siquiera a Basque Grand. Porque lo había conseguido a tiempo, tenía su quimera parlante y ya nadie podría arrebatarle su licencia de alquimista nacional.

 

R de Ritual.


Como era habitual, el bebé comenzó a llorar. Dante se limitaba a observar cómo Rose emergía parcialmente de su letargo y estrechaba a la criatura en sus brazos, meciéndolo con cuidado hasta calmarlo. Cada tanto murmuraba palabras de consuelo o acariciaba su pequeña cabeza, pero pocos eran los resultados favorables que conseguía así.

Un portazo violento le informó que Ira había abandonado el lugar, sobrepasado por los recuerdos infantiles que todavía le atormentaban. Pereza –al igual que Orgullo– se encontraba ahora en Central, cumpliendo con sus deberes en el ejército de Ametris. O sea que el pequeño homúnculo no tenía a nadie que pudiera confortarlo.

Lujuria se había tenido que llevar a Gula a la superficie para que saciara esa hambre que constantemente lo hacía rondar a Rose. No importaba que supiera cuán importante era ella para sus planes cuando su instinto lo guiaba, así que lo mejor era dejarlo hacer en algún pueblito remoto de la capital.

Mientras tanto, ella debía permanecer recluida en los confines de la Ciudad Subterránea, encerrada entre la majestuosidad de su nueva mansión, teniendo que soportar a esos dos entes humanos. Al menos todo esto acabaría cuando Orgullo diera con esos molestos hermanos y le trajera la piedra.

Las puertas del salón se abrieron abruptamente, colisionando con las paredes antes de regresar a su sitio por el impulso. Pero la persona que se hallaba bajo el umbral volvió a empujarlas con fuerzas antes de entrar.

—¿En serio no hay forma de callar a esa pequeña cosa? ¡Sus berridos se escuchan desde la entrada!

—Si hubieras llegado con más calma, Envidia, el niño ya estaría dormido —sentenció Dante, haciéndose oír por encima del nuevo escándalo producto al susto—. Rose se estaba encargando de eso.

—Sí, claro que sí. Esa patética mujer no puedo ni distinguir cuando su cría llora por hambre o por sueño.

Y para demostrar su punto, ambos se quedaron observando los intentos de Rose por silenciar a su hijo, paseándose cerca de ellos sin dejar de acunarlo. Era evidente que realizaba aquellos movimientos por inercia, nuevamente ausente.

—Entiendo que la necesites a ella, ¿pero por qué debemos aguantarlo a él? —inquirió, tomando asiento en los sofás libres.

—Estoy esperando el momento oportuno para usarlo. Ahora que Alphonse Elric es la piedra filosofal necesito de un arma rápida para quitar a Edward de en medio.

El homúnculo a su lado rió, imaginando el escenario que ella misma preveía. Ellos sabían que, una vez que tuvieran al hermano menor en su poder, el rubio mayor haría hasta lo imposible por rescatarlo. Y, pese a que Ed era un maravilloso alquimista, Dante desestimaba sus destrezas gracias a la voluntad de Cicatriz para crear aquello que ella deseaba pese a los riesgos.

—No puedo esperar para ese momento, ama.

—Ni yo. Pero hay que ser pacientes y dejarle el trabajo táctico a Orgullo. Sería un error para nosotros dejar que ciertas piedrecillas se unieran.

—Puedo hacerme cargo del Alquimista de Fuego por él. Será tan divertido asesinarlo con el rostro de su difunto mejor amigo.

—Si los planes se demoran te lo dejaré a ti —aceptó, sonriendo con malicia. Mientras tanto, Dante debería lidiar con aquellas presencias insoportables en un ritual que muy pronto acabaría. Porque cuando la piedra filosofal fuera suya, su alma se hallaría anclada al esbelto cuerpo de Rose y su ruidoso infante sería el pago suficiente para desaparecer a ciertas personas de este mundo.

 

S de Secreto.


Winry los observaba, completamente aburrida. Apenas ayer los chicos habían regresado después de una muy larga ausencia y ya se los encontraba enfrascados en sus viejos libros de alquimia. ¿Pero cuánto más es que pensaban a estudiar?

Había ido hasta allí para ver cómo estaban, saber qué habían hecho los meses que estuvieron en Dublith, las nuevas cosas que habían aprendido y las personas que habían conocido. Ella quería saber si la habían extrañado, si su maestra podía cocinar mejor que su abuela, si la ciudad era más bonita que su pueblo. En su lugar, lo único que había obtenido fueron un par de respuestas vagas antes de ser ignorada.

E intentó hacer de todo para llamarles la atención. Lanzó suspiro tras suspiro para que notaran su cansancio, carraspeo con fuerza hasta que comenzó a picarle la garganta, intentó silbar aunque todavía no le salía bien, se paseo por la habitación hasta que el polvo la hizo estornudar. Incluso se puso a gritar para que le hicieran caso, lo que pareció funcionar hasta que Ed le asegurara que sólo terminarían el capítulo donde iban antes de salir a jugar. Y de eso ya había pasado media hora.

Bufó molesta. Esos dos eran unos obsesionados de la alquimia.

Y sería más sencillo si se volvía a su casa y esperaba a la hora de la cena para platicar con Ed y Al. Su propia abuela se lo había sugerido y Winry no conocía a nadie más sabio que Pinako Rockbell. Mas no podía evitar el querer estar cerca de ellos, de asegurarse que no se esfumarían si los apartaba de su vista. Eran sus amigos de la infancia, nunca antes se habían separado. No podían culparla.

Pero cuando se les presentó la oportunidad de aprender de una verdadera alquimista, ni Edward ni Alphonse pensaron en ella antes de aceptar. Sólo armaron sus maletas y se fueron, dejándola atrás.

Tal y como hacían ahora. Siempre encerrados en sí mismos, rodeados de libros que ella no terminaba de entender, excluyéndola de sus vidas. Pero Winry se preocupaba por ellos, anhelaba que volvieran a confiar en ella.

Sobre todo deseaba que dejaran de tener secretos.

 

T de Tarea.


Parado junto al teléfono privado de su oficina, repasó los últimos acontecimientos. Debido a la intervención de Envidia, Alphonse Elric –la actual piedra filosofal– al fin se encontraba bajo los dominios del ama en la Ciudad Subterránea. Tanto Pereza como Lujuria habían muerto tras fallar en su misión de capturarlo; la primera por ser derrotada por sus propios creadores y la traidora por caer en manos de Ira. El Alquimista de Acero, desesperado por recuperar a su hermano, se hallaba en camino a su prematura muerte al igual que lo hacían Mustang y Armstrong en el norte.

Sí, ellos lo tenían todo controlado. Lo único que lamentaba era la pérdida de Pereza que, pese a su característica tranquilidad para actuar, había obrado como una eficiente secretaria frente a los humanos. Y, de igual forma, era quien mejor controlaba a Ira. Ahora todos tenían que soportar sus constantes lloriqueos junto a los de Gula.

Pero dejando eso aparte, le tranquilizaba saber que Envidia estaba con el ama cuando él debía cumplir con otros deberes. Porque Orgullo no sólo era el hombre más influyente del país, si no también un padre.

Cargando aquel obsequio sobre su regazo, de camino a su hogar, retornó a su papel como King Bradley. Y es que el cuidar de su familia y mantenerla feliz no sólo formaba parte de las tareas que el ama le había encomendado por el bien de su actuación. Con el pasar de los años se había transformado en un deber que a Orgullo no le molestaba cumplir.

 

U de Unión.


Temblando a causa del dolor y la pérdida de sangre, sintiéndose ligeramente desorientado y nauseabundo, el niño se arrastra por el sótano. El corte en su muslo izquierdo palpita por la fricción, quemando sin tregua su sensible piel y provocándole espasmos que enralecen su decidida marcha. Mas no piensa detenerse.

Pronto sus miembros comienzan a entumecerse y el frío implacable se instala en lo que resta de su cuerpo. Pese a su férrea voluntad, sus movimientos se vuelven más erráticos y pesados; el cansancio le agobia los brazos, las arcadas le cortan la respiración y la vista le falla. Aún así, se lo había prometido a su madre, le había jurado en su lecho de muerte que él cuidaría de su hermano pequeño. Y cumpliría con su palabra.

Al borde de la agonía, llega hasta aquella armadura olvidada y la tumba. Había leído sobre ello una vez, en su búsqueda de la transmutación humana. La fijación del alma en objetos metálicos.

Como puede se sienta, dándole la espalda al monstruo que habían creado y por el que había perdido a Alphonse. Ignorando el dolor, unta los dedos en su pierna cercenada, impregnándolos con el líquido vital que continuaba abandonándolo.

—Maldición —gruñe, apretando los dientes, al borde de las lágrimas. Sus nervios sensibles reaccionan ante la sensación abrasiva, acelerando el shock que trata de salvarlo de la tortura—. Que funcione... Por favor...

Rememorando el círculo impreso, lo dibuja con su propia sangre en el interior de la armadura. Su mano oscilante forma trazos burdos, pero aceptables a su juicio. Sabe que, más adelante, cuando su herida sea tratada, deberá protegerlo mejor. Porque, según había entendido, ese sello sería lo único capaz de devolverle la esencia de su hermano y anclarlo al mundo, de permitirle unir su alma pura en algo imperecedero.

Y juntando sus palmas en un último ruego, dispuesto a sacrificar cualquier parte de sí con tal de recuperar el alma de Al, Edward recurre a la alquimia. La Puerta de la Verdad se manifiesta ante él, permitiéndole al alquimista un nuevo vistazo a sus conocimientos antes de aceptar su voluntario pago.

 

V de Villana.


Cuando Edward mencionó aquel nombre conocido, supo lo que tenía que hacer a continuación. Era su deber el proteger a sus hijos de ella.

Así que abandonó su anhelado Rizenbul, dejando una vez más a su familia atrás, sin despedirse ni dejar rastro. Sabía que Ed, tan orgullo e independiente como era, se encargaría de la enorme decepción que dejaría en Alphonse. Pero era indispensable que actuase ahora, el tiempo para cavilar escaseaba.

Conocía dónde se escondía, un sitio perdido para la era actual y que, por tanto, era el escondite perfecto para que ella obrase desde las sombras. La Ciudad Subterránea que yacía bajo Central.

Hohenheim viajó hasta allí, preparándose mentalmente para confrontarse a alguien que no había visto en cuatrocientos años. La misma persona que él había amado y luego abandonado, con quien había compartido el ideal de vivir eternamente mientras sacrificaban las vidas de cientos de inocentes. Jamás creyó que volvería a verla, pese a que era consciente de que ella continuaría subsistiendo como antaño.

Después de todo, Dante nunca había comprendido su pesar, su alma profana no podía experimentar la desolación de saberse una asesina. Para ella, los sacrificios eran justificados porque se creía superior a los demás. Y era por su ambición de sentirse cercana a Dios que había tramado todos los problemas que envolvían a sus hijos y al país, todo para conseguir la piedra filosofal.

Luego de cuatro siglos, seguía preguntándose qué había visto en ella. O cómo era que desde un principio no notó que su esencia era la de una villana.

 

W de Whisky.

Roy tomó la botella, un vaso limpio y se sentó. La habitación, cerrada bajo llave, yacía en penumbras y silencio. Cada tanto se filtraba un haz de luna a causa del vaivén de las cortinas o se oían los aullidos de perros lejanos, mas no podía tomarse la molestia de cerrar la ventana.

Se sirvió una generosa cantidad de whisky y lo bebió de un trago rápido. Estaba cansado, había tenido un día horrible y sólo quería olvidarse de todo. De Maes, el funeral, la lluvia...

Suspiró. Aún no podía hacerse a la idea de lo ocurrido, no conseguía comprender que lo hubieran asesinado a él. Es decir, ¿por qué? ¿Por qué Hughes? ¿Qué significaba su muerte? ¿De qué se había enterado para que decidieran silenciarlo? ¿O, más importante aún, por qué nunca le había dicho que estaba teniendo problemas? ¿Que sus acciones comenzaban a ser controladas? ¿Por qué? ¿Por qué, por qué, por qué?

Prefirió acallar todas sus preguntas acabándose el alcohol que le quedaba. No quería pensar. Ya mañana comenzaría con su investigación, pero por lo que quedaba de noche prefería ahogar su dolor y olvidar de que había perdido a su mejor amigo.

 

X de Xilófono.

—Es un juguete para el niño —le explicó la anciana Pinako—. Con esto lo tendrás entretenido unas horas al día.

—Pero qué es.

—Un xilófono. Sólo hay que golpear las placas de metal con este palillo y obtienes diferentes sonidos.

Y como muestra, dejó que Kain deleitara a su madre con la melodía que había creado en la mañana. Rose se arrodilló a su lado y lo contempló jugar, haciendo saltar aquel palo lijado de un extremo al otro, escogiendo entre una lámina u otra. Esta era la música de su hijo.

—Gracias. —Fue todo lo que dijo ella. Con gestos tan desinteresados como estos, Rose comenzaba a ver a Rizenbul como su verdadero hogar.

 

Y de Yacimiento.


Después de que el Alquimista de Acero le recriminara por su actuación, Lyra tomó una decisión. Así que, esa misma noche en que el pueblo se reunía para celebrar su recuperada libertad, ella regresó a su casa, reunió sus pocas pertenencias y se marchó para siempre.

No tenía familiares o amigos a los que acudir, ni mucho dinero con el que poder mantenerse. Mas aceptaba las consecuencias de sus acciones. Equivalencia de intercambio. Porque ahora podía comprender el odio que todos en Youswell les habían profesado, el rencor que brotaba de sus agotados rostros cada vez que los veían, los horribles insultos que le dedicaban a sus espaldas. Recién ahora Lyra entendía que su trabajo como guardaespaldas del corrupto Yoki había sido más que despreciable.

Por eso abandonaba aquel que había sido su hogar, por el bien de las personas a las que marginado. Ello se merecían disfrutar de la felicidad que, por tantos años, les había sido negada. Y lo que menos necesitaban era el tener a una mediocre alquimista oscureciendo su alegría y vigor. Después de todo, no la necesitaban a ella para sacar adelante al pueblo. Youswell era reconocido por sus abundantes yacimientos de carbono y todos los hombres del pueblo eran mineros. Estarían bien.

Además, su sueño de convertirse en una alquimista estatal continuaba en pie. Pero primero debía aprender a pensar en el bienestar de los demás, tal y como se lo habían demostrado los hermanos Elric.

 

Z de Zafiro.


—¿Izumi?

—Tu abuela me contó lo que hiciste. Gracias.

Winry se la quedó mirando, sorprendida tanto por la repentina intromisión como por las palabras de aquella mujer. Se hizo a un lado, dejándola pasar antes de cerrar la puerta y apoyarse contra ella.

—No tiene por qué agradecérmelo —respondió—. Esos automails iban a ser para Edward, pero ahora que él no está...

La habitación se sumió en un silencio tenso. La maestra permaneció sentada junto a la mesa de trabajo, jugueteando con una tuerca mientras aguardaba. No sólo había ido hasta allí por el homúnculo al que le había dado la vida, si no también por la persona que le quitaría a la joven mecánica.

Suspiró.

—¿Sabes por qué visité Rizenbul, Winry? —terminó preguntando la señora Curtis, enfrentándola—. ¿Para qué vine hasta aquí?

—Lo sé, esta aquí por Al. Quiere llevárselo otra vez.

—Vine porque él me llamó.

La rubia golpeó la sólida madera que la sostenía, superada por la situación. Cerró los ojos con fuerza mientras negaba con la cabeza, haciendo volar sus cabellos de un lado para el otro, comenzando a temblar y rechinar los dientes. ¿Por qué la hacían sufrir así?

—Winry.

¡No! Esto era una injusticia que ella no se merecía. Después de todo lo que vio suceder, nadie podía pedirle que aceptara en silencio como antaño, que no se involucrara en el camino de los demás. Porque por más que comprendiera los sentimientos de Alphonse, no podía aceptar el perderlo ahora que la desaparición del mayor de los Elric aún le escocía el corazón, cuando la herida de saber que jamás volvería a verlo se reabría con cada cosa a su alrededor. ¿Y ahora quería quitarle a Al? No lo permitiría.

—Recházalo.

—¿Cómo dices?

—Rechace su petición. Él le pedirá que vuelva a ser su maestra; pero si usted se niega, Izumi, Al no tendrá que irse de casa. Se quedará y...

—Y aprenderá alquimia por sí mismo o buscará a alguien que pueda instruirlo adecuadamente —interrumpió con firmeza, levantándose de su lugar—. Me sorprende que no lo conozcas tan bien como yo creía.

—¡Por supuesto que lo conozco! —objetó. La rabia empezaba a nublar su ingenio, mas trataba de mantener la compostura a fin de no alertar a los demás presentes—. Soy su mejor amiga desde que era un bebé, sé todo sobre él.

—Si eso fuera cierto, entonces sabrías que nada de lo que yo diga o haga detendrá a Alphonse. Ese niño es tan obstinado y decidido como su hermano, de algún modo se las arreglaría para recuperar todos los conocimientos que perdió cuando Edward le devolvió su cuerpo. ¿Y tú esperas que no sea yo la que le enseñe alquimia como se debe, que no trate de ayudarlo en buscar a Ed? ¿Puedes ser tan egoísta?

Izumi no pretendía ser tan brusca al hablar, mas era esencial que entendiera. Porque, desde la niñez, Winry siempre fue el apoyo de los chicos Elric y así debía seguir aunque el dolor persiguiera a su alma. Y ahora, contemplando a la niña abandonada cuyos zafiros se desdibujaban por el llanto, se compadeció del destino que compartían.

Porque sus renuncias a objetar el sueño de Alphonse sería otro sacrificio que le acercaría a Edward.