A la luz de la luna

Nathan despertó, pero aquélla no era su cama. Observó con desesperación el sitio en donde se encontraba, y después comenzó a buscar a su hermana gemela. Ella se encontraba durmiendo a su lado, ajena a lo que pasaba. Nathan tomó el brazo de Lucía y comenzó a moverla, hasta que ella despertó.

Lucía observó a Nathan con la mirada llena de terror, a lo que el chico sólo sacudió la cabeza. Estaba tan desconcertado como ella.

Siendo él el gemelo mayor, se sentía con la responsabilidad de encontrar una solución. Tomó la mano de su gemela y se encaminaron hacia lo desconocido.

Pasillos oscuros, por aquí y por allá. Eso era todo, pero ninguno parecía acabar. Doblaban a la derecha, doblaban a la izquierda, y la desesperación y la ansiedad se volvían cada vez más grandes.

De pronto chocaron con algo. Parecía ser una mesa. Palparon la pared y encontraron un interruptor. Nathan lo presionó y la luz se hizo presente en la habitación, cegándolos unos segundos por el tiempo que estuvieron en la completa oscuridad.

La casa en la que se encontraban tenía un aspecto viejo, aterrador… fantasmagórico.

¿Qué estaban haciendo allí? No tenía sentido. Pero fuera como fuera, allí estaban.

¿Será que mamá ya no los quería? Sí, se habían portado mal muchas veces, pero no era para tanto. No, seguro que mamá no los había abandonado allí. Antes de dormir les había leído un cuento y los había arropado. Encendió la luz de noche y, mientras cerraba la puerta, les dijo que los amaba. Seguro que ella no los había llevado a esa casa en medio de la noche para luego marcharse y jamás volver. Entonces, si esa no era la explicación, ¿qué hacían allí?

Nathan volvió al presente cuando el sonido de un trueno los asusto. La luz se cortó y su hermana lo abrazó fuerte, con lágrimas en los ojos y sollozando casi en silencio las palabras:

—Quiero ir con mamá, Nathan. Llévame con mamá por favor.

El sonido lejano del aullar de un lobo hizo que los bellos en los tobillos de Nathan se erizaran, y que el corazón se le acelerara. Abrazó con fuerza a su hermana y sintió cómo todo el valor y la determinación que había juntado hasta ahora se iban esfumando. Y lloró.

De pronto, el sonido de un teléfono viejo inundó cada habitación de la casa. Ambos se sobresaltaron y se quedaron quietos, sin soltarse ni moverse. Casi sin respirar. El teléfono se encontraba en la misma habitación que ellos, quizás en la mesa con la que habían chocado hacía unos minutos.

En definitiva, dejaron de respirar cuando se escuchó el sonido de alguien acercándose a la habitación. No había más ruido, sólo aquél que se acercaba cada vez más y más, y el palpitar de los corazones de los pobres gemelos.

La imagen horrorosa de un monstruo asaltó la mente de Nathan, pero se difuminó al observar la silueta de un hombre. Una silueta que formaba la luz de la luna.

Ambos chicos se abrazaron aún más, y el hombre notó su presencia.

Un sonido metálico. El resplandor de un relámpago. Y lo vieron, ahora portaba un cuchillo en la mano.

El teléfono dejó de sonar, y el hombre comenzó a dirigirse hacia ellos. Riéndose, burlándose de lo inmunes que ellos eran ante él. El loco iba a asesinar a unos niños indefensos, y lo iba a disfrutar.

Nathan empujó a su hermana hacia el pasillo por donde habían llegado, y ella corrió. Pero el chico tropezó y calló, justo cuando el extraño se encontraba casi sobre él.

Trató de levantarse, pero algo se lo impedía. El cuerpo le pesaba, ¿a caso era el miedo el que se había apoderado de su cuerpo y no lo dejaba moverse?

—¡Nathe!, ¡Nathe, apresúrate! ¡¿Dónde estás, Nathe?! — Gritaba Lucía mientras lloraba.

Nathan no pudo siquiera responder, el miedo lo paralizó por completo.

El hombre se lanzó sobre él, riéndose como loco. Como el loco que era. El cuchillo penetró el estómago de Nathan. Estaba incrédulo y desorientado. ¿Cómo había pasado todo eso? ¿y qué hacía el allí? no tenía sentido.

El hombre seguía acuchillándolo, una y otra vez. Los gemidos de Nathan eran cada vez más ligeros. La voz de Lucía llamándole con ese tono tan desesperado al escucharlo gemir se volvía cada vez más lejana, al igual que las carcajadas del hombre.


Y entonces, Nathan despertó.