Alarido Aquel día había amanecido negro, en el corazón de la pequeña pesaba un dolor que hasta años después no llegaría a comprender. Ese día iba a tener lugar un juicio contra una de las mujeres que tanto le había enseñado sobre la vida, pero aquella pequeña no llegaría a entender lo que pasaría hasta mucho tiempo después, ya que su madre la había confinado a estar en la casa mientras todo transcurría. —¿Crees que la señorita Wells estará bien? —le dijo a su muñeca de trapo, su querida Margaret. Aunque su muñeca no le respondió, la pequeña se abrazó a ella, deseando que efectivamente todo saliese bien. Esperó y esperó, jugando con su muñeca y pronto escuchó a la muchedumbre gritar y abuchear. No sabía lo que estaba pasando, ni siquiera aunque se asomase a la ventana podía ver lo que acontecía más allá de las casas que tenía más cerca su casa, en la plaza del pueblo. Pero eso era lo mejor para ella, le había dicho su madre antes de salir. No tenía que ver lo que iba a ocurrir. La señorita Wells le había enseñado libros sobre cosas fantásticas, le había enseñado a curar animalillos, a tratar a enfermos. Aunque todavía le quedaba mucho para llegar a saber tanto como ella, estaba aprendiendo y quería saber más. La señorita Wells era una mujer humilde, que vivía sola y ayudaba a los demás. Eran muchas las personas que acudían a ella y no siempre le pagaban, pero eso a ella no le importaba. Era una mujer maravillosa, la pequeña lo sabía. Siempre estaba dispuesta a dedicarle una sonrisa. Pero su madre había dicho que la señorita Wells había cometido un error, algo que la había hecho ver en una fatal postura y hoy se decidiría su destino. Su madre le había dicho que no pudo curar al hijo del alcalde, de la peste que le asestaba y eso no le había gustado en absoluto. La señorita Wells era una persona fantástica, pero aunque la pequeña quisiese ver la grandiosidad en ella, no era un ser mágico y no lo podía todo siempre. La pequeña vio a lo lejos una humareda blanca que se levantaba, parecía que habían encendido una hoguera y aquello no era un buen presagio. Pasó un rato y pudo escuchar los gritos de la muchedumbre de nuevo. Distinguió algunas palabras entre tanto jaleo: ¡Bruja! ¡Malnacida! ¡Asesina de niños! ¡Puta! ¡Loca! ¡Perra de Satanás! Aquellas palabras empezaron a hacer sentir mal a la pequeña, la señorita Wells no era eso, no lo era, era maravillosa. Y cuando vio que la humareda comenzó a cambiar de color, a ponerse totalmente negra, escuchó un único y terrible alarido, que le traspasó el corazón y le hizo sentir el más terrible de los dolores. Aquel era el alarido de una bruja inocente, de una mujer inocente. Aquel alarido no maldijo a nadie, pero tocó el corazón de aquella pequeña de tal forma que sabía que nunca lograría olvidar a la señorita Wells.
Qué historia más triste. ¡Qué gusto volver a leer algo de tu autoría, Ichiinou! Siempre gozo mucho de tus escritos, siempre me tocan el corazón y definitivamente este no fue la excepción. Creo que el hecho de estuviera narrado desde la perspectiva de una niña influye mucho, porque uno puede darse una idea muy clara e imaginarse con detalle el contexto de la situación pese a la ignorancia de la pequeña y eso lo hace todavía más triste. Me imaginé el entorno de la historia en una época muy remota, muy al estilo edad media, donde se acusaba de herejía a cualquier inocente por lo que fuera, incluso por un error como este. Sinceramente no sé qué más decir, salvo repetir que me ha gustado mucho. Espero leer algo tuyo pronto otra vez ^u^ Cuídate mucho. Hasta otra.
