Long-fic de Pokémon - 30 días para enamorarse

Tema en 'Fanfics de Pokémon' iniciado por Fuzz, 15 Septiembre 2025 a las 7:41 PM.

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    Fuzz

    Fuzz Entusiasta

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    19 Abril 2011
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    Escritora
    Título:
    30 días para enamorarse
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Amistad
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2057


    Capítulo 1: Sin paracaídas


    La tarde comenzaba a deslizarse sobre Ciudad Lumiose, tiñendo las paredes de un suave tono anaranjado. El aire tibio entraba por la ventana, meciendo las cortinas, y en medio de su habitación con decoración minimalista y perfectamente ordenada, Serena sostenía un libro con ambas manos.

    Había crecido. No solo en edad, sino en presencia.

    Serena había dejado atrás el corte corto de su infancia. Su cabello ondeado, largo y brillante, le caía por la espalda con naturalidad. Llevaba puesta una blusa blanca de tela ligera, debajo de un vestido rojo oscuro que le marcaba la cintura. Las botas altas le daban un aire decidido, y sobre el escritorio descansaba su sombrero a juego.

    "Nunca te preguntes qué hubiera pasado… actúa antes de que sea tarde."

    Volvió a leer la frase, subrayada en marcador rosado. Una, dos, tres veces.

    Se mordió el labio inferior.

    Habían pasado años desde aquel día en Kalos. Desde esa despedida en la estación, cuando por fin, reuniendo más valor del que había sentido en toda su vida, se atrevió a besarlo.

    Y él no reaccionó.

    Serena cerró los ojos, la escena apareciendo nítida, como si fuera ayer. Había esperado… no, había soñado que Ash la detendría, que la abrazaría, que le sonreiría de esa forma suya y le pediría quedarse.

    Pero él solo se quedó allí.

    Mirándola.

    Con esa eterna expresión de sorpresa desarmada. Más perdido que un Psyduck en un desfile.

    A veces, Serena se había aferrado a la idea de que simplemente fue el impacto de la sorpresa, que no fue indiferencia sino desconcierto. Que tal vez en su alocado y despistado corazón, Ash también sentía algo, pero no supo cómo decirlo.

    Y nunca lo supo.

    Pasaron los años y la duda siguió ahí, silente, incómoda, hiriendo cada intento de olvido.

    Y ya no podía seguir así.

    Dejó caer el libro sobre la cama, se levantó con un impulso eléctrico y sin pensarlo demasiado, salió de su habitación.

    Bajó las escaleras rápidamente y salió por la puerta. Buscó con la mirada la casa de su vecino y amigo de toda la vida y simplemente abrió la puerta y entró, como siempre lo hacía.

    Fue hasta el salón donde Calem estaba tirado en el sillón, con su teléfono en las manos y cara de aburrimiento existencial. Al escuchar los pasos acelerados, levantó la vista.

    Y en cuanto vio esa expresión en su rostro, lo supo.

    Ah, Serena. Con esa mirada de chica a punto de lanzarse al vacío sin paracaídas.

    —Eh… hola —dijo él, dejando su teléfono sobre la mesa— ¿Todo bien?

    Serena se plantó frente a él, el libro en alto.

    —No puedo quedarme toda mi vida preguntándome “¿y qué hubiera pasado?”, Calem. ¡Ya tenemos diecisiete años!

    Calem arqueó una ceja, mirándola con resignación. Supo de inmediato de qué estaba hablando. O más bien, de quién estaba hablando ¿Cómo no? Si habían hablado de ello millones de veces desde que regresó de ese viaje. Suspiró, como quien sabe exactamente qué esperar.

    —Ajá… —respondió con tono paciente—. ¿Y ahora qué tienes en mente?

    Ella puso el libro frente a ella, como si fuera la respuesta a esa pregunta.

    —Voy a ir a Kanto. Una última vez. Me mentalicé, me decidí… ¡Voy a enamorar a Ash!

    Calem abrió los ojos un poco, como procesando la noticia.

    —¿Así de fácil? ¿Vas a Kanto y listo?

    —Claro que no es fácil —dijo ella, abrazando al libro con esa mirada determinada suya— Pero no tengo nada que perder.

    —Solo la dignidad —añadió Calem con una sonrisa ladeada.

    Serena hizo una mueca, se sonrojó de golpe y le lanzó un cojín que él atrapó con una risita.

    —¡Cállate! ¿Qué sabes tú del amor?

    Calem no respondió de inmediato. Solo la miró con esa mirada suya, tranquila y un poco resignada. Le parecía casi adorable cuando se ponía en ese modo: determinada, impulsiva, con esa luz en los ojos que la hacía verse imparable.

    Suspiró.

    ¿Qué podía decirle?

    Serena era así. Y aunque parte de él quería detenerla de hacer una estupidez, sabía que Serena necesitaba hacer ese viaje. Que necesitaba cerrar esa historia de una vez.

    Aunque eso significara que lo dejaría atrás.

    Otra vez.

    Dejó el teléfono y suspiró largamente, para luego mirarla con una pequeña sonrisa apenas asomándose.

    —Supongo que me toca apoyarte en tu locura, ¿no?

    Los ojos de Serena brillaron.

    —¡Sabía que lo harías!

    Y sin más, giró sobre sus talones y desapareció rumbo a su casa, probablemente para hacer maletas y escribir listas de cosas que no usaría.

    Calem se quedó en el sillón y suspiró. Largo y profundo. Se venía una aventura “de esas”.

    Siempre era así. Serena saltaba al vacío sin mirar, y él… siempre estaba ahí para atajarla.

    ---​

    Serena subió las escaleras a toda velocidad, entró a su habitación y tiró su bolso sobre la cama. Se sentó junto a ella, empezando a sacar cosas y hacer una montaña absurda de artículos que claramente no necesitaba para un viaje a Pueblo Paleta.

    —Veamos… ropa linda para las citas, repelente por si caminamos al bosque —se dijo a sí misma mientras revisaba—mi perfume favorito, mi gloss de cereza, la pulsera que me dio mamá… ah, ¡mi diario!

    Lo sacó y lo metió con cuidado en un bolsillo lateral del bolso. Luego añadió un pequeño estuche de maquillaje, una mini linterna, un paquete de galletas, cargador y un frasco de pomada para picaduras.

    Por si acaso.

    Y lo más importante de todo. Ese libro.

    Entonces, bajó de nuevo al salón con el bolso a cuestas, casi más grande que ella, y se plantó frente a Calem, que seguía en el sillón, pero ahora de la casa de Serena.

    —¿Olvido algo? —preguntó, enumerando mentalmente—. Tengo todo lo importante, pero no quiero dejar nada.

    Calem alzó la vista, la observó un momento y soltó una pequeña risa.

    —Serena… no sé qué tanto necesitas.

    —¿Pero y si sí? ¿Y si justo pasa algo y no tengo lo que necesito?

    Él negó con la cabeza y se encogió de hombros.

    —Sabía que no me harías caso.

    Serena le guiñó un ojo con una sonrisa traviesa.

    —Ya me conoces.

    Calem se quedó en silencio un segundo. La miró de verdad, como solo él sabía hacerlo, y entonces le habló con una voz más suave.

    —Solo hazme caso en una cosa —dijo, mirándola a los ojos—. Pase lo que pase… no dejes de ser tú.

    Serena sintió un pequeño nudo en la garganta. Le sonrió con ternura.

    Tres bien.

    Él se puso de pie y le dio su sombrero, poniéndoselo en la cabeza de forma amistosa y un poco brusca.

    —Llámame de tanto en tanto. Alguien tiene que ponerte los pies en la tierra.

    Serena rodó los ojos, pero no podía evitar sonreír.

    —Ya verás Calem, dentro de treinta días… —levantó el dedo como haciendo una declaración oficial— ¡Regresaré con mi novio!

    Calem soltó una risita.

    —Tienes una confianza peligrosa, ¿lo sabías?

    —Lo sé —respondió Serena, sujetando la mochila— Pero esta vez voy en serio.

    Calem se quedó en la puerta, mirándola con una mezcla de resignación y cariño.

    Bon voyage, Serena.

    Ella se giró, le guiñó un ojo y levantó la mano en señal de despedida.

    Merci, Calem. Te llamaré.

    Y en el fondo, Calem solo deseó que, pasara lo que pasara, esa sonrisa no se le apagara nunca.

    ---​

    El motor del avión vibraba suavemente bajo sus pies mientras las nubes se deslizaban lentamente por la ventanilla. Serena ajustó su cinturón, acomodó la mochila a su lado y, con un gesto casi solemne, sacó de su bolso un libro, de tapa rosada brillante y letras cursivas doradas.

    "30 días para enamorarse"

    Lo sostuvo entre sus manos, contemplándolo como si se tratara de un objeto sagrado. Lo había comprado meses atrás, en una librería de Kalos, con la esperanza de que en sus páginas estuviera la solución a su historia de amor que nunca siquiera logró despegar.

    Y ahora, por fin, iba a ponerlo a prueba.

    Sonrió para sí, acariciando la tapa con los dedos antes de guardarlo en el bolsillo interno de su bolso, bien seguro, como si fuera un tesoro.

    Sacó su diario y abrió una nueva página.


    Diario de Serena — Día 0:

    "Este es el comienzo. Oficialmente. No hay vuelta atrás.

    El libro dice que todo es cuestión de estrategia, oportunidad y actitud. Y yo tengo las tres. Hoy empieza mi plan de 30 días. Treinta días para que Ash Ketchum se enamore de mí.

    Tengo la sensación de que va a funcionar. Lo siento en el aire. Lo sé porque me conozco, porque nunca he estado tan decidida a algo. Y porque mi horóscopo de hoy lo dijo claro: ‘El amor está más cerca de lo que imaginas.’

    Así que… ahí voy, Ash. Prepárate."


    Serena cerró el diario con una sonrisa satisfecha. Guardó todo en su bolso y miró por la ventanilla.

    Intentó dormir un poco, pero estaba tan emocionada que le costó un montón. Y como siempre pasa, logró dormirse cuando ya estaba a punto de llegar. Fue la va voz de la azafata la que interrumpió su corto sueño.

    —Pasajeros, estamos próximos a aterrizar en Ciudad Carmín. Favor de asegurarse de que sus cinturones estén abrochados.

    Su estómago se apretó de puro nerviosismo.

    Se acomodó el cabello, se retocó el gloss en los labios y respiró hondo.

    Se imaginó a Ash sorprendido al verla, sonriéndole de esa forma suya. Se imaginó caminando junto a él, conquistando su mundo, haciéndose parte de sus días.

    Lo sentía. Lo sabía.

    Iba a salir bien.

    ---​

    El calor suave de la tarde envolvía los campos de Pueblo Paleta, y a lo lejos, se escuchaban los cantos de algunos Pidgey revoloteando entre los árboles.

    Ash Ketchum se sostenía de una rama alta. Claramente él no debería estar allí arriba. Se había recuperado hace poco de un esguince y tanto Misty como su mamá le advirtieron que no hiciera tonterías.

    Pero es que esto no era una tontería.

    —Estoy seguro de que ese Pidgey era shiny, Pikachu — le dijo, con la mirada brillando de emoción— Tracey dijo que vio uno por aquí hace dos días. Solo tengo que comprobarlo.

    Pikachu, en el suelo, lo miraba con curiosidad y las orejas alzadas, preparado por si algo raro salía de entre las ramas.

    Todo estaba en silencio, el ambiente pesado de esa calma tensa previa a que Ash hiciera alguna tontería.

    Se sostuvo de otra rama, estirándose.

    —Solo un poquito más…

    Y entonces, escuchó una voz.

    —¡Ash!

    El grito le llegó de golpe y, por poco, pierde el equilibrio. La rama crujió bajo su peso y Pikachu soltó un “¡Pika!” alarmado.

    Ash se sostuvo como pudo, y el supuesto Pidgey shiny salió disparado de entre las hojas… y no era más que un Pidgey común.

    —¿En serio? —bufó— Sólo era uno normal.

    Bajó de un salto, apoyándose en el suelo con una mueca por el tirón en la pierna que todavía tenía que cuidar.

    Cuando Ash bajó del árbol, Serena lo vio de frente por primera vez en años.

    Y se le olvidó cómo respirar.

    No era el niño de diez años que había dejado atrás. Era un joven de 17, más alto, con el cabello revuelto por el viento, sin gorra, vistiendo un hoodie negro que le daba un aire inesperadamente atractivo.

    Pikachu se acercó a ella con alegría, reconociéndola de inmediato.

    —¡Pika-pi!

    Serena se agachó para saludarlo, pero su mirada volvió a Ash.

    “Arceus… ¿cuándo se volvió así?”

    No dijo nada. Solo sonrió. Pero dentro de ella, un gritito de fangirl que tiene frente a ella a su ídolo de toda la vida. Su voz la sacó de sus pensamientos.

    —¡Serena! ¡Guau, hace cuánto que no te veía! —dijo él, acercándose a ella con una sonrisa amplia.

    Ash la reconoció de inmediato. No había cambiado mucho de la última vez que la había visto, excepto que ahora tenía el cabello largo y claramente se veía más como una chica adulta.

    Serena apenas podía disimular su felicidad.

    —Apuesto que no esperabas verme.

    Ash, por su parte, solo pensó que era genial verla.

    —Oye, qué buena sorpresa —le dijo, llevando los brazos detrás de la cabeza—. ¿Y a qué debo la visita?

    Serena sonrió, llevándose un dedo a los labios.

    —Ya te contaré.
     

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