Fantasía 12 Deseos.

Tema en 'Novelas' iniciado por Temarii Juuzou, 28 Diciembre 2023.

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    Temarii Juuzou

    Temarii Juuzou Maestre

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    Escritor
    Título:
    12 Deseos.
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Fantasía
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1564
    Prologo.

    —Es horrible.

    La voz de Tarah sonó en un susurro, pero se encontraban en la misma cama, separadas apenas por centímetros, así que Rebecca la pudo escuchar perfectamente. Abrió los ojos lentamente -era probable que se hubiese quedado dormida de no ser por su amiga-, sintiendo como un escalofrío recorría su cuerpo y se movió un poco su rostro para observar a la chica a su lado, quien se encontraba haciendo una mueca triste; sus ojos habían detenido su lectura, pero su rostro aún se encontraba iluminada por esa pequeña linterna que solían usar para leer en la noche o escabullirse por los pasillos para ir a la cocina por algún antojo de medianoche. Era su arma especial y Tarah cuidaba tan bien de ella porque había sido un obsequio de cumpleaños que ella misma le había dado, lo cual le llenaba el pecho de una extraña satisfacción.

    — ¿Qué cosa?

    Le pregunto con la voz ronca. Hacia tan solo unos pocos minutos, había estado incada frente al escusado regresando lo que había comido durante todo el día: el pastel de cumpleaños, todos esos dulces y la fruta del desayuno ¡Del desayuno! Tarah le había sostenido el cabello y le había dado palmaditas en la espalda, diciéndole que todo estaría bien. Los padres de su mejor amiga ni se habían enterado, pero eso era normal; Tarah parecía vivir sola incluso teniéndoles en la misma casa, demasiado grande para tres personas. No podía culparlos, pero tampoco los justificaba; hacia tres años, un año después después de conocerla, habían perdido a su primogénito, Edgar, un chico alto, castaño y casi tan precioso como lo era Tarah en ese momento, quien ahora tenía la misma edad en la que la vida de Edgar se había terminado, 12. La muerte de aquel muchacho había marcado un antes y un después para su mejor amiga, quien siempre le agradecería estar ahí para ella: Tarah le aseguraba que sin su amistad, ella habría seguido a su hermano sin pensarlo y era muy probable que sus padres no notarán su ausencia. Rebecca odiaba admitir que tenía razón. Los padres de Tarah la ignoraban la mayor parte del tiempo; su madre estaba sumida en una depresión donde las pastillas se habían vuelto su mejor compañía, dopada la mayor parte del tiempo, Tarah tenía la vía libre de hacer todo lo que le placiera dentro de su casa y fuera de esta misma, ni siquiera la ama de llaves, quien la solía cuidar, le ponía pegas. Y su padre, quien había decidido no llorar por Edgar más de lo necesario (¿Cómo puedes medir cuantas lágrimas merece tu hijo?), trabajaba de sol a sol. Ocho horas en su oficina, ocho horas en la casa. Rebecca se había hecho cargo de todas esas noches en las que Tarah lloraba haciéndole compañía... Pero hacia tanto tiempo que Tarah había dejado de llorar, que Rebecca en verdad temió que esa mirada triste fuese signo de una recaída.

    Había estado investigando que era eso y no le gustaba para nada toda la información que había logrado mantener en su cabeza.

    —Esta dispuesto a sacrificar su vida por todo el mundo mágico, como si su vida estuviera escrita... Ni siquiera lo dudo ¿No te parece cruel? Fue manipulado desde que mató a Voldemort la primera vez y sometido a una vida de mierda, para que de la nada le digan que debe morir... Solo tiene 17 años.

    Tarah había sonado como una chica cualquiera hablando de los problemas de su novela favorita, pero Rebecca sabía que el tono de su voz se había estando apagando lentamente y entendió que, pese a estar sintiéndose en verdad mal por Harry Potter, su mente había divagado hacia su hermano, quien no debería haber muerto aquella noche. La chica cerro los ojos en un gesto veloz, se había hecho muy buena pensando rápido cuando se trataba de Tarah.

    —Mierda... Yo aún no llego a esa parte.

    Su amiga pareció olvidar todo pensamiento triste y se giró de golpe, con los ojos tan abiertos que podrían habérsele salido, Rebecca la miro con un reproche, falso, pero de todas formas, un reproche.

    —Lo siento, lo siento, lo siento... Pensé que incluso ya lo habías terminado.

    Y lo había hecho. Juntas habían comprado el último libro de su saga favorita en cuanto había salido, acompañadas de la madre de Rebecca, quien había accedido a acampar con ellas, por más ridículo que le pareciera. "Estamos en México, aquí nadie se forma por un libro." Y más equivocada no había podido estar. Por suerte, habían sido de las 100 primeras y con la compra del libro, se habían llevado un póster y una pulsera que ninguna de las dos se quitaría, jamás, de ser posible.

    —No importa, solo no me cuentes más ¿Vale? La muerte de Snape fue demasiado para mi...

    Tarah soltó un suspiro melodramático antes de soltar una pequeña risa. Rebecca cumplía 13 años ese día y se encontraba agotada, con el estómago revuelto de todo lo que había comido en su fiesta, combinado a todo ese ejercicio físico que le resultó correr por el patio de la enorme casa de Tarah (quien había insistido en hacer la fiesta ahí y , como su padre deseaba mantener feliz a su hija a cualquier costo, había accedido, incluso convencido a los padres de Rebecca), y en ese momento no le apetecía nada más que apagar esa estúpida lamparita y esperar que el descanso le dejase volver a su estado normal, sin escalofríos ni dolor en sus extremidades. Envidiaba a Tarah y su capacidad de autocontrol con la comida, ella aún recordaba sentirse satisfecha mientras se atiborraba de galletas, sentirse mal después de un rato en el brincolín y aún así, comer otra rebana de su pastel favorito.

    —Iremos a ver la película ¿Verdad? Solo tu y yo... Será mi cumpleaños. Quiero que solo seamos nosotras.

    Las mejillas de Rebecca se tiñeron de rojo y agradeció que aquella lamparita solo reflejará el rostro de su amiga, quien le miraba con determinación. Levantó su meñique, sabía que sería difícil convencer a su madre de eso, ya había sido difícil convencerla de muchas cosas que le prometía a Tarah, pero no era imposible. Faltaban unos meses para eso, pero si Tarah quería ir solo con ella a ver la película que ese año se estrenaba de su saga favorita, irían a ver esa película solas.

    Tarah enroscó su meñique contra el de Rebecca y se acercaron para sellar la promesa besando el meñique contrario. Soltaron una pequeña risa pero ninguna dijo nada, ni siquiera hicieron ademán de querer soltar sus meñiques. Rebecca solo deseo, con todas sus fuerzas, que aquél momento se mantuviera así, que el tiempo se detuviera y le permitiera observar a su mejor amiga de ese modo: con la luz reflejando la mitad de su rostro, suave, con esa nariz tan preciosa y esos ojos brillantes.

    El cansancio pudo más y después de sentir un fuerte tirón en el vientre, junto a una pequeña humedad entre sus piernas, Rebecca se quedó dormida. Para cuándo despertó, no pudo saber cuándo había estado así, la mano de Tarah seguía agarrada a la propia y ella aún le miraba con ojos bien abiertos y sonrisa enorme, Rebecca intuyó que no había pasado tiempo, que solo había cerrado los ojos debido al mareo... Pero ya no sentía ese escalofrío, ni las náuseas y sus piernas estaban mas empapadas... Miro a la ventana, la luz comenzaba a aparecer... Miro a Tarah y temió lo peor: que su amiga hubiese muerto repentinamente.
    No, imposible, esas cosas no pasaban así nada más... No a las niñas de 12 años que se alimentaban sano y hacían ejercicio. Intento desatarse del agarre de su amiga y en un desespero por no lograrlo, comenzó a patalear; gritar era estúpido, los padres de Tarah dormían bajo los efectos de pastillas muy fuertes y no se despertarían hasta dentro de dos o tres horas, así que solo le quedó tratar de safarse, salir corriendo y buscar ayuda... Sus patadas hicieron volar la sabana y se dio cuenta de la enorme mancha de sangre que empapaba los pantalones de pijama que llevaba puestos y la colcha bajo su cadera.

    Poco le importaba en ese momento.

    Miro a Tarah y sintió como su cuerpo comenzaba a fallarle, como los ojos se llenaban de lágrimas pesadas y se dejó caer, acariciando con mano temblorosa el rostro de su mejor amiga. Las náuseas volvieron, el dolor de cuerpo y los escalofríos, pero podría soportar ese dolor, lo que jamás podría soportar, sería no volver a reír con Tarah jamás.

    —Despierta, porfavor, despierta... No me dejes sola, porfavor... Tenemos que ir a ver Harry Potter, tenemos que hacer ese viaje a Inglaterra ¿Qué acaso no quieres buscar a Tom Felton y casarte con él? Tenemos que ir, lo prometimos...

    Deseo con todas sus fuerzas que aquello se detuviera, que Tarah estuviera bien y, después de sentir que se medio desmayaba, comenzó a llorar de forma amarga y dura y no se pudo detener hasta que sintió la mano de Tarah acariciarle la mejilla y limpiarle las lágrimas.

    Dio un respingo que casi la hace caer de la cama.

    —No llores, Becky, la regla es algo normal. Ahorita lo limpiamos, ven, vayamos al baño, mamá tiene toallas que puedes usar.

    Rebecca siguió a Tarah como zombie sin comprender que había pasado.
     
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