La guerra estaba por comenzar. Dos bandos, separados por unas cuantas millas aún, se encontraban esperando una señal que les indicara el inicio de la batalla. Ambos bandos contaban con grandes Pokémon, tales como Ryhorns y Snorlax; Pokémon voladores, como Pidgeots y Aerodactyls; y algún que otro Pokémon pequeño, como Weaviles y Raichus. Todos los Pokémon tenían en su mirada un brillo que denotaba su deseo por combatir. Habían sido entrenados para ese momento, y ahora debían demostrar su valía. En el centro del lugar donde la lucha se llevaría a cabo, entre los alejados ejércitos, los Pokémon corrían despavoridos, sabiendo lo que se avecinaba. Una familia de Furrets surcaba rápidamente la distancia que los separaba del bosque que se encontraba junto a aquel lugar. Una bandada de Taillows y Suellows hacía lo mismo. ¿Qué le impedía a un joven Sansdlash hacer como ellos? Shast admiraba a los humanos desde que era un Sansdrew. Las cosas que creaban, sus personalidades contrastantes (Se ve que conoció a Green y Blue), su capacidad para comprender a los demás seres vivos... Pero al ver la crueldad con la que trataban a los Pokémon del ejército... Se había dado cuenta demasiado tarde de que los humanos eran malvados. Y habían contagiado de su maldad a los Pokémon del ejército. No podía permitir que se mataran entre ellos, eran Pokémon, ellos no eran así... La culpa era de los humanos. ¿Cómo pudo no darse cuenta? Eran crueles y malvados, e iban a hacer que inocentes Pokémon pagaran por su estupidez. Dos sonoros rugidos surgieron de distintos lugares. La batalla había comenzado. Shast sonrió con ternura a su hija, un pequeño Sansdrew, y le indicó con un gesto que siguiera a la manada. Él permaneció allí, quieto, esperando al ejército que se acercaba. Tanto a su izquierda como a su derecha surgieron los Pokémon, esperando combartir y derramar la sangre del adversario. Shast les gritó, les gritó que eran Pokémon, no máquinas propiedad del hombre. Les gritó que tenían libertad, que no debían luchar contra sus iguales. Les gritó, una y otra vez, que su destino no era morir por los deseos de los crueles y caprichosos humanos... Pero ellos no escuchaban. La sangre se derramaba alrededor de Shast, que luchaba por evitar los certeros golpes e intentar hacer entrar en razón a los Pokémon. Recibió diversos golpes, pero siguió resistiendo mientras contemplaba la batalla con lágrimas en los ojos. Los seres que tanto admiraba, los humanos, se habían convertido en poco tiempo en criaturas despreciables para él. No iba a permitir que murieran Pokémon por culpa de ellos. Gritó con todas sus fuerzas segundos antes de ser atravesado por los cuernos de un Tauros. Murió como tantos otros Pokémon en aquella batalla. Nadie le dio importancia, solo era uno más. Murió como un anónimo, y nadie le recordará... ¿Nadie? Una pequeña Sansdrew observó la batalla... Llorando por su padre...