Todos los personajes que aparecen en esta historia son propiedad intelectual de Rumiko Takahashi, y los utilizo sin ninguna intención de lucro…O-O-O-O¡Oh, mi vida! ¡Oh, mi cielo!O-O-O-OLa dulce Akane se encontraba sentada en la banca de aquel cálido parque. La luna rojiza de finales de octubre lucía en todo su esplendor y le daba un descomunal aire de romanticismo a la escena. Parada frente a ella, se encontraba su prometido, Ranma Saotome, su apuesto príncipe azul, el dueño de todos sus sueños, y quien le hacia suspirar de amor cada que la miraba con el profundo de sus hermosos ojos color mar. Bastante extraño para ambos, él le pidió que le acompañara, y ahora estaban los dos ahí… con ella esperando el motivo de su salida. —¿Por qué me trajiste aquí?-. Inquirió, cuando el se agachó lo suficiente para estar a su misma altura. —Akane, tengo algo qué decirte—. Habló con su voz increíblemente pausada, ronca y varonil. Dónde andaría Nodoka, perdiéndose aquel momento cumbre en la varonilidad de su hijo. —¿Qué pasa, Ranma?—. Le respondió, con aquel mismo tono suave y su mirada curiosa, pero claro, sin perder la belleza de aquel rostro de ángel bajado a la tierra. —Akane… ya no soporto más esto —Susurró, sus manos tamborileando por el nerviosismo que conllevaba su declaración—. Tengo qué decirte que te amo —¡Oh, Ranma! —La chica no tardó en levantarse de la banca y lanzarse a los brazos de su amado—. Yo también te amo. Siempre te he amado, mí amor—. Esbozó, sonriente y feliz. —Gracias, mi cielo —La rodeo por la esbelta cintura y correspondió al salvaje abrazo de su prometida—. No sabes cuánto añoraba el momento en qué me armaría de valor para decírtelo. —Mi vida, lo importante es que ya lo has dicho y con eso me has hecho la mujer más feliz de mundo—. Todos ellos eran total felicidad. Estaban tan emocionados, que no supieron cuando fue que sus miradas se encontraron en el clamor de querer un beso de su compañero. El artemarcialista tomó la iniciativa, despegó una de sus manos de la cintura femenina y la posó en su níveo rostro, esta cerró los ojos al toque y el pelinegro se adueñó de los tersos y deliciosos labios de su amada. A pesar de no tener ninguna experiencia en besos, el ojiazul supo imprimir el suficiente deseo para que la piel de la joven comenzara a entibiarse, sus mejillas estaban rojas, igual que las de él y sentía que les faltaba el aire, pero eso no logro que se separaran, al contrario, lo intensificaron aún más; Ranma necesitaba sentir aún más de si a Akane, por lo que se aventuró a introducir su lengua con hábil maestría; ella no se resistió, al contrario, permitió que su tímida e inexperta extremidad también participara en aquel acto de amor… Y pensar que ellos antes eran incapaces siquiera de hacer taquitos con la lengua. El punto culmen llegó cuando las manos de Ranma vagaron más allá de sus caderas, se dirigieron la parte trasera y se las apretó con fuerza bruta. Akane pegó un respingo que significó el canto de los dioses para él pelinegro. Y lo mejor es que ella no estaba enojada, lo miraba con aquel gesto de amor, no, no sólo amor, aquella llama de deseo consumiéndole los ojos, expresándole casi a gritos que la hiciera suya en aquel sitio, en ese mismo momento; y es que era tan endemoniadamente apuesto, que la bella y virginal doncella no pudo resistirse a sus encantos. —Oh, mujer —Le susurró al oído, el mismo acento gallardo, intenso, casi francés —Mujer salvaje, me estás volviendo loco—. El pobre tipo lo dice como una manera de expresar un romance incipiente, pero la verdad es que nos encontramos ante dos maniáticos sexuales reprimidos. Ranma, al ver la aceptación de la mujer, perdón, de la señorita, llevó sus manos a sus piernas. Akane comprendió lo que su pedacito de algodón quería y literalmente se le encaramó encima, colocando sus piernas en los costados del muchacho. Él, tan embriagado de amor como se encontraba, se dejó arrastrar al verde pasto, con ella encima. No hubo segundo en vano, y poco les apenó ser observados por un cierto centenar de testigos. Ella, como si de un concurso de rapidez se tratara, despojó a Ranma de su camisa y lo dejó sólo en su camiseta blanca: él, se deshizo de la chaqueta y se disponía a continuar con la blusa cuando la inmovilización de Akane lo detuvo. —¿Te pasa algo, mi vida?—. Le habló preocupado. —No, cielo —Le calmó sus preocupaciones—. Bu-bueno… Es… es que esta es mi primera vez… y me siento un poquito nerviosa. —Hey, pichoncito —Le respondió él—. No tienes de qué preocuparte. Yo también soy casto y puro, pero sé que lo haremos bien, mejor que cualquier pareja de actores porno. —¿Estás seguro? ¿No me engañas? —Te lo juro—. Aseveró él. —Siendo así, sigamos—. Profirió la peliazul. El cruel de cupido volvió a hacer presencia en ellos, y cuentan las historias que andaba algo pasado de copas, porque le dio por jugar tiro al blanco con esos dos inocentes y virginales seres, que luego de unos minutos, estaban a un paso de comportarse como burros en plena primavera. En dicho proceso de transformación se encontraban, cuando a Akane le llegó un rayo de consciencia. —No puedo hacerlo aquí, mi amor—-. Expresó, incorporándose un poco y dejando a Ranma, quien para ese entonces era un lobo feroz encima de caperucita, desencajado. —L-lo siento —Murmuró él—. Lo siento mucho. Sé que apenas me declaré hace quince minutos, pero estuve tomando nota de algunas historias que encontré por ahí para saber cómo actuar en estos casos, y en todas dice que el paso que prosigue a una declaración es que tú y yo practiquemos la teoría de la multiplicación. —Ush… bobo —Le reprendió la chica de ojos chocolate—. Yo me refería a que me están picando las piedritas. ¿Por qué no vamos detrás de aquellos arbustos? Ahí la hierba es mucho más alta y ya no se me va a encajar nada en el cuerpo… excepto tú. "Oh là là, definitivamente amaba a esa mujer" FIN?
Todos los personajes que aparecen en esta historia son propiedad intelectual de Rumiko Takahashi, y los utilizo sin ninguna intención de lucro… O-O-O-O ¡Oh, mi vida! ¡oh mi cielo! II O-O-O-O Los tiernos prometidos regresaban al Dojo Tendo con una expresión desoladora y triste empañando su semblante. No habían podido realizar el acto más tierno y romántico de su vida, porque algún transeúnte entrometido confundió el aura mágica del amor que los envolvía, con un inicio de fuego forestal. —¡Estúpidos bomberos!—. Renegó la ahora muchacha pelirroja, empapada de pies a cabeza—. Por eso se quedan sin agua cuando verdaderamente lo necesitan. —Calma, corazoncito de azúcar, no es el fin del mundo—. Asentó la hija menor de Soun quien, al igual que su prometido, iba dejando un rastro acuoso por cada sitio que pasaba. Los pimpollitos se colaron a la casa, donde ya todos dormían, tratando de no ser descubiertos. Mientras Akane subió de inmediato a su habitación, el ojiazul fue a la cocina por un poco de agua caliente. El fuego llameante de su corazón lo llevó, más rápido que veloz, a encontrarse cerrando la puerta de la habitación de su eterna amada. Hallándola de pie, en el centro de la habitación, porque todavía seguía escurriendo agua de su chaqueta color rojo y una falda a juego, contrastando con el blanco de su blusa y sus tennis deportivos. —Entonces —Susurró él, tratando de retomar aquello que les interrumpieran en el parque. Una mano la posó en la femenina cintura, mientras que la otra la deslizó por su mejilla. Su piel era tan tersa y cálida, que no dejaba de preguntarse que había hecho todos estos años lejos de ella—. ¿Quieres cama, piso o mesa? —Mi amor… no sé cómo decirte esto —Subrayó la chica de cabellos índigo, girando en una vuelta dramática y telenovelera para darle la espalda a su prometido—. Creo que fuimos muy precipitados con el tema. Además, me da mucha vergüenza que alguien nos pueda escuchar. ¿Te imaginas que pasaría si los vecinos o nuestros padres nos escuchan? —Pe-pero, terroncito —Lloriqueó-. No nos hagas esto a Ranmita y a mí. —Disculpa, Ranma —Sentenció la mujer, volteando de nuevo, y con ello, demostrarle a través de sus ojos de borrego a medio degollar, que también estaba sufriendo con esa decisión—. Es mi última palabra. Cuando estemos casados me valdrá un sorbete que nos oiga media prefectura; no en este momento. Eso rompió el sensible corazón del pelinegro, y aunque su aura se opacó y dejó de reflejar el brillo de las estrellas, no le permitiría saber que lo afectó de muerte. —¿Tanto me odias, que hasta me llamas por mi nombre?—. Le increpó con resentimiento. —¿Eh? Si siempre te he llamado por tu nombre… o estúpido, idiota, tarado, animal, insensible, bruto… —Señaló, con ambas manos extendidas, a la vez que enumeraba los seudónimos de su casi amante—... pervertido, payaso, degenerado... —¡Oye! —Rezongó—. ¡Párale a tu tango, ya entendí el punto! —Cuando nos reconciliemos, volveremos a ser los mismos. Te lo prometo—. La joven trató de acercarse con un perfil conciliador, pero él dio un paso atrás para impedirlo. Seguía dolido, muy dolido. —Ser-será mejor que nos tomemos un tiempo de esta relación tan apasionada y llena de obstáculos en la que estamos inmersos —Explicó el retoño de los Saotome, desviando la mirada, oscurecida por el pesar—. Por otro lado, quiero entrenar para poder hacerme cargo del Dojo y, sobre todo, buscar la cura a mi maldición. —¡¿Por qué mejor no dices que quieres largarte de aquí por cinco años para meterte en la cama con cuanta mujer se tropiece con tu amigo? —Explotó ella, furibunda con el cuerpo echado hacia adelante, con el peligro latente de mandarlo a volar en cualquier instante—. ¡Claro, y por si fuera poco, volver hecho un macho cabrio, buscando recuperarme a como de lugar. Los labios del moreno temblaron ante tan cruel pensamiento de Akane, su Akane. "¿Es que en verdad lo tenía catalogado, como ese tipo de hombres cobardes?" Él, que siempre estuvo allí para cuidarla, protegerla y amarla —Bu-bueno… —Tartamudeó nervioso—. ¿Te parece si vuelvo en cuatro? —¡Eres un imbécil! —Lanzó agresiva, aunque su coraje ahora sólo lo manifestaba cruzando los brazos y negando con la cabeza—. Pero si crees que te voy a estar esperando en plan de virginal doncella, y que me voy a lanzar a los brazos del estúpido animal posesivo en el que regreses convertido, ¡ol-ví-da-lo! —Es tu deber de protagonista—. Mencionó él, como si fuera lo más coherente y lógico del mundo. —¿Ah, sí? —Se hizo la sorprendida— Te sugiero que traigas un regalo para mi bebé. —¡Oh, vamos, Akane! —Se burló en el mismo tonó jocoso de antes—. Todo mundo sabe que sería mío. —En ese caso, intenta hacerle la prueba de paternidad al niño que encuentres jugando en el jardín a tu regreso… — A la afectada le salió una venita en la cabeza, más trató de canalizar su ira, taconeando el piso y enarcando una ceja—. Cuando entres en depresión al ver los resultados, no pretendas mandarme la cuenta del psicólogo. —Pues soy un semental —Bramó enojado con la cerrada actitud que estaba tomando su fiera prometida—. Mis genes son muy fuertes. ¡Vaya! si en cada historia que he encontrado por ahí, mis hijos tienen cabello negro y ojos azules. ¿Cómo puedes jurar que no seré el padre? —¿Será porque no hicimos el proceso de multiplicación, bestia?—. Respondió con suma soltura. —¡Basta, marimacho —Clamó, ya cansado de luchar verbalmente— No seguiré discutiendo contigo… ya te dije que sólo y únicamente voy a entrenar. Si crees que puedo enamorarme de cualquier cosa que camine, es tu… ¡Oh, por dios!—. Ranma se llevó las manos a la cabeza y abrió la boca tan grande como Picolette dando un bostezo. —¿Qué demonios te pasa ahora?—. Preguntó hastiada, y un poco preocupada. —Acabo… acabo de recordar a aquel ser que ha flechado mi corazón, mi amor verdadero. Esta mañana, la miré barriendo en el jardín y me ha hipnotizado… Cruel cupido que ha tenido mis ojos vendados todo este tiempo —Declamó, tal si fuera poesía, con sus ojos recuperando el brillo antes perdido—. Siento lastimarte de este modo, sin embargo, quiero ser sincero y es mejor que lo sepas por mi propia boca. —¿Bar… barriendo el jardín? —Se llevó una mano al rostro, para ocultar sus gestos y la otra al pecho, angustiada, sufrida, dolida, acongojada, consternada, triste y algún otro sinónimo que se me olvide—. ¿Es Kasumi a la que habéis entregado vuestro corazón? —No —Volteó al techo, a la pared y al piso para no verla directo a los ojos y sentir el peso del daño que causaba a su ex Julieta— Sé que no podrás comprender la extraña forma del amor que me consume, pero… —Su voz derramó miel al describirle y sus ojos ya emanaban tanto fulgor, que Akane apagó la luz y el cuarto seguía brillando como si fuera de día—… se trata de la escoba. Se miraba tan sensual moviendo sus caderas al compás del viento… no puedo evitarlo, la tengo clavada en mi alma. Akane se quedó a cuadros y sin habla, mientras Ranma salía de su habitación, dando saltitos, con una enorme sonrisa y dos corazones como ojos. Bendito poder del amor. FIN