Fandom: Spy x Family Género: Comedia Ship: Anya y Damian Contenido oculto Este fanfic participa en la actividad "The ship is sailed!" de Amane . Las palabras que me tocaron fueron parque y peluche, por lo que bueno, espero haberme ajustado a la temática aunque sea un poquito. Muchas gracias a los que se tomen la molestia de leer. ¡A todo el mundo le gustan los conejitos! Aquel parecía un día normal para Anya, pues se había levantado como siempre con cierta dificultad, pues se había quedado dormida encima de Bond y se estaba tan bien acurrucada en su pelaje, que le había costado despegar sus ojos y centrarse en tener que prepararse para el colegio. Su mamá le había despertado con su habitual calidez y le había ayudado a vestirse. —Vamos Anya, que mañana es San Valentín y seguro que te regalarán muchos chocolates en el colegio —dijo Yor mientras terminaba de ajustarle el uniforme del Edén. Anya todavía estaba lo suficientemente dormida como para no procesar esas palabras, que además le resultaban totalmente nuevas. Por lo que asintió y solo balbuceó una palabra. —Chocolate... —dijo pensando en una enorme tarta de chocolate, le encantaría desayunar eso. En su lugar, desayunó rápidamente cereales, porque nuevamente iba un poco tarde para el colegio y no quería que le regañasen y no poder optar a ser la mejor estudiante del Edén. Tenía que ganarse todas las estelas a como diese lugar. Cuando llegó al colegio, pronto se encontró con Becky, a la cual no le pasó desapercibida su cara de sueño. —Parece que se te han pegado las sábanas otra vez —dijo su amiga con socarronería—. Hoy tenemos que prepararnos muy bien para mañana, tenemos que preparar chocolates para el chico que más nos guste. Aquel comentario hizo que Anya aterrizase en la Tierra. De repente, recordó las palabras de su mami, que había dicho justo lo contrario, que le regalarían chocolates a ella. —Pero mi mami dijo que nos regalarían chocolates a las chicas. ¿No es así la tradición? —de repente Anya estaba preocupada. —No —dijo su amiga negando con la cabeza—, regalar chocolates en San Valentín hechos por una misma es una tradición que las niñas del Edén vienen cumpliendo desde hace muchos años. Y... —dijo mirando de soslayo a Damian— si quieres sorprender a su alteza tendrás que hacer los mejores chocolates del mundo, pues seguramente le den muchos, ya que tiene una gran cantidad de admiradoras. Anya saltó como un resorte entusiasmada. Aquella era la oportunidad perfecta para que Damian se hiciese muy amigo de ella y así poder ayudar a su papi con la misión. Era totalmente un plan perfecto, sin ninguna fisura. —¡Voy a hacer los mejores chocolates del mundo! ¡No habrá probado algo igual! —dijo la pequeña, poniendo los brazos en jarras e imaginándose la cara que pondría el pequeño de los Desmond cuando recibiese los chocolates, muy agradecido y declarándole fidelidad por siempre a Anya. Aquella tarde, Anya había hecho comprar a su madre un montón de chocolate para hacer bombones y cualquier cosa rica que se le pudiese ocurrir. Aunque no podría contar con la ayuda de su madre, porque no era muy ducha en el arte de la cocina, se dijo a sí misma que ella misma podría hacerlo. Contaba con la ayuda de Bond, que iría catando cada uno de los chocolates que fuese saliendo y así podría replicar el que mejor estuviese. Se pasó toda la tarde practicando formas y sabores, Bond estaba completamente empachado, porque aún encima nada de lo que hacía Anya le convencía del todo, por lo que aquello parecía no tener fin. —Parece que ser maestra chocolatera es más difícil de lo que pensaba... —dijo viendo sus múltiples obras chocolateras. Algunas tenían una forma vaga de corazón, pero había algunas formas de lo más escatológicas, que por supuesto Anya no podría darle a Damian porque él se reiría de ella y jamás sería su amiga. Cuando su padre llegó a casa aquella noche, vio una estampa de lo más terrible, la cocina estaba llena de chocolate y azúcar por todas partes y Anya, con la cara completamente manchada de chocolate y parte de su cuerpo, dormía sobre Bond, ambos acurrucados en el suelo de la cocina. A Loyd le daba pena despertarla, pero debía hacerlo, pues si el chocolate se secaba más, al día siguiente tendrían que dejarla a remojo para que se le quitase todo de la piel. —Vamos Anya, hay que quitar todo el chocolate de encima de ti —dijo despertándola. —No, Bond, prueba otro bombón, este será perfecto y sorprenderemos a Menor con él —dijo Anya entre balbuceos mientras Loyd trataba de despertarla. En ese momento su padre se dio cuenta de que Anya trataba de impresionar al pequeño de los Desmond, por lo que tendría que ayudarla con eso. Haciendo alarde de sus dotes reposteras, en un periquete, con el poco material que Anya había dejado con vida, hizo un lote de ocho chocolates de lo más ricos. Solo con verlos cualquier niño babearía, Loyd estaba seguro de ello. Luego de eso, sí llevó a Anya a darse un baño y aprovechó para bañarse también con ella y luego la metió en cama. Dejando al lado de su mesilla una cajita perfectamente preparada con los ocho chocolates para Damian Desmond. Al día siguiente, de camino a la escuela, Anya sintió la terrible tentación. Tratando de resistirse, se dijo a sí misma que Damian no se daría cuenta si faltaba uno de los chocolates que había hecho su padre. Siete también era un buen número de dulces para comer un niño. Así que ella probaría solo uno y así, sabría que no estaban envenenados ni nada, ¡debía proteger a Menor! O eso se dijo a sí misma. Pero craso error el suyo, porque cuando se quiso dar cuenta, el chocolate estaba tan rico, que no quedaba nada en la cajita, por lo que ahora se encontraba peor que al principio. Tenía una cajita vacía. ¿Qué había peor que eso? ¡Nada! Anya, nerviosa, comiéndose las uñas, miró de un lado a otro de camino a la escuela. Estaba segura de que podría salir de aquella situación airosa y Damian no la odiaría. Por lo que, cuando su mirada se cruzó con la de un conejito de peluche que descansaba al lado de uno de los toboganes del parque, se preguntó quién le habría dejado allí abandonado con lo lindísimo que era. Aunque tenía algo clarísimo, quizás aquello fuese obra del propio destino. Pues ella era algo más que cualquier niña del colegio Eden, por lo que si le llevaba chocolates como cualquier aburrida el día de San Valentín, Menor no le prestaría ni pizca de atención, así que... aquel conejito estaba allí para rescatarla. Una vez llegó al colegio, vio las hordas de niñas arremolinándose alrededor de los niños y pronto pudo darse cuenta de dónde se encontraba Damian, pues era el que tenía la fila más larga de todos los niños. Anya no podía encontrar a Becky, así que suponía que estaría dándole chocolates a algún otro niño, ahora la necesitaba para saber la opinión sobre su regalo... Pero no podía quedarse sin regalarle nada al chico solo porque su amiga no la acompañase, tenía que armarse de valor. Según avanzaba la cola para llegar junto Damian, más nerviosa se ponía Anya, pues estar cerca de él le hacía sentir tensa siempre. Además, que estaba leyendo su mente y podía dilucidar lo aburrido que se encontraba con todos los chocolates que le estaban regalando. Lo cual la entusiasmaba y la ponía nerviosa a partes iguales, porque llevaba un regalo perfecto, pero no sabía si a Menor le gustaban los conejitos. —Pero quién tenemos aquí —dijeron los secuaces del pequeño de los Desmond cuando Anya llegó a la altura de ellos—, parece que la mocosa quiere regalarte chocolates también. Los colores subieron a la cara de Anya, pero los mofletes de Damian parecieron imitarla también, porque pronto se sonrojó totalmente. —¡Yo no traigo chocolates! ¡Traigo algo mucho mejor! ¡Un conejito! —dijo extendiéndolo hacia el chico y este puso entre cara de sorpresa y horrorizado. Aunque Anya no se había dado cuenta, porque los peluches le encantaban, a aquel conejito le faltaba un ojo y el relleno se le salía por un costado, además de que estaba evidentemente bastante sucio. —Parece que la plebeya ha ido a buscar a la basura tu regalo —dijo uno de los secuaces de Damian—. Damian cambió su cara de sorpresa por una de indiferencia. —Saca esa basura de delante mía, la próxima vez trae chocolates como las demás chicas y no te los comas por el camino —dijo Damian, por lo que Anya en ese momento pensó que le podría haber leído el pensamiento, pues no sabía cómo se había enterado de que había hecho eso—. Y límpiate el chocolate de los morros, al menos no dejes evidencias. Los amigos de Damian se rieron y se dispusieron a recoger el montón de chocolates que tenía Damian. Anya se quedó petrificada en el sitio, agarrando a su conejito con las dos manos y no sabría decir cuánto tiempo permaneció allí. Hasta que Becky le sacó de su ensimismamiento. —¡Toma para ti! —dijo cuando Becky se le acercó, tendiéndole el peluche—. Anya no necesita a los chicos para nada, este regalo es para su mejor amiga —dijo alegre, tratando de simular que la anterior humillación no había tocado su ego. Becky aceptó el regalo ajena a todo lo que había ocurrido y ensalzándola por rebelarse contra una tradición patriarcal. Anya sonrió orgullosa al leer el pensamiento de su amiga, al menos alguien ese día disfrutaría de aquel lindo conejito. —¡A todo el mundo le gustan los conejitos! —pensó Anya con convencimiento, sabiéndose que en el fondo a Menor seguramente le hubiese gustado su regalo, pero era muy duro para admitirlo. Damian Desmond dio un respingo al otro lado del colegio.
Bueno, yo comento esto porque Spy x Family me mola y porque Anya es un ángel travieso pero adorable... sin duda el orgulloso de Damian hubiera aceptado de buena gana el conejito pero, por su papel de niño rico de familia superior y por tsundere no puede rebajarse a demostrar sus sentimientos verdaderos. Sin duda Becky y Anya pasarán horas de diversión con el conejito. Muchísimas gracias por escribir, tienes mi admiración porque yo no puedo terminar nada aún
Ajaja la evidencia de los restos de chocolate fue genial! Es una historia muy linda, y de seguro Damian está lamentándose no haber recibido el conejito XD