Cueva Subterránea.

Tema en 'Isla' iniciado por Insane, 3 Mayo 2019.

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    Hygge

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    Rachel Gardner

    Un sonido seco, distorsionado, hizo que abriese los ojos con sumo esfuerzo. La sangre caía a través mi frente, mi cabello rubio impregnándose de su tonalidad carmín, y yacía tirada en el suelo, temblando violentamente. La última bomba había impactado sobre mis piernas, rasgando mi piel y acabando así con el único soporte que me mantenía en pie. No reaccionaban, se desangraban, y mi consciencia tintineaba con sus últimas fuerzas.

    Aquel sonido lo había producido un cinturón de bombas que había caído frente a mí. Alcé la mirada, asfixiándome con cada bocanada de aire, y el no ver allí a Katrina hizo que otra punzada de dolor aún más fuerte sacudiese mi cuerpo. Otra bomba más impactó cerca de mí, y aquella fue la señal de alerta que me obligó a arrastrarme sobre las rocas, dejando un rastro de sangre a mi paso, rasgando mis uñas sobre la tierra para poder llegar hasta el cinturón. Porque aunque fuesen todos iguales, reconocía perfectamente a quién pertenecía.

    La abracé con todas mis fuerzas, derramando lágrimas sobre su superficie, y comencé a gritar. A gritar como una niña que había perdido a sus padres en un supermercado, pero con un significado mucho mayor bajo su superficie. Grité implorando que se detuvieran, que debía encontrarla, pero ellas no iban a hacerlo. Habían perdido toda compasión por aprovechar la oportunidad de sobrevivir, dejando agonizar a una niña que suplicaba ver a su hermana por última vez antes de que su conciencia dejase de parpadear y se apagase para siempre.

    Y cuando mi cuerpo comenzaba a perder fuerzas, cuando comenzaba a dejarme hacer, con aquella pasividad con la que había llegado a aquella isla, una cabellera familiar se abrió paso a través del agua que fluía a mi costado. Luché contra mis párpados, suplicando por poder atisbar su rostro. No parecía reaccionar, sujeta a una de las rocas que se abrían paso a través del agua, contra corriente. Pero al escudriñar mejor, noté que estaba boqueando por respirar. Estaba viva, aún.



    En ese mismo instante, volví a sentirle ahí. Alexander se acercaba a mí, con aquella sonrisa afable suya, y me ayudaba a levantarme a pesar del indescriptible dolor que me provocaba alzarme sobre mis piernas ensangrentadas. Caminó junto a mí, paciente, otorgándome una vez mas sus fuerzas, su último aliento. Y allí, situada frente a la orilla, me giré una última vez a aquellas chicas, tomando de las bombas de Kat dos últimas para lanzárselas en su nombre.

    Mi cuerpo cayó al agua, sin fuerzas. Y fueron mis brazos los que lucharon por vivir tan solo un poco más. Golpeando la superficie del agua, siendo arrastrada por la fuerza de la corriente hacia su salida, me dejé la piel y la voz por poder llegar hasta donde ella se encontraba. La sal hacía arder mis heridas, y apenas podía respirar ya. La sangre teñía las aguas a mi paso, desangrándome con cada brazada que daba, pero ya no me importaba. Porque papá me observaba orgulloso en la orilla, asintiendo con la cabeza, apoyándome con la mirada.

    Orgulloso porque jamás había demostrado tanto que quería vivir como en aquel instante. Aunque fuesen cinco segundos más, quería vivirlos con ella.

    Me aferré a aquella roca con todo lo que tenía, clavando mis uñas rotas sobre su superficie, alzando la cabeza para intentar respirar un poco más. Y justo en el momento en el que el cuerpo de Katrina estaba por dejarse llevar por la corriente estiré mi brazo, tomando su mano para atraerla hacia mí con ayuda de la fuerza que papá me brindaba. La abracé débilmente, lo suficiente para no separarme de ella, y tomé rápidamente su muñeca. Quité mi pañuelo rojo con cuidado, anudándolo alrededor de nuestras dos manos, uniendolas con aquella prenda que significaba mucho para nosotras.

    -I-idiota... -susurré, incapaz de alzar más la voz. Los párpados me pesaban fuertemente, pero ya no necesitaba estar despierta. Le dirigí una última sonrisa, enterrando mi rostro en su hombro, y dejé que mi último suspiro saliese en forma de palabras-. Papá nos espera al otro lado, qué menos que recibirle juntas... ¿No es así?

    Todo dejó de cobrar importancia a mi alrededor. El dolor de las heridas desapareció, la fiereza del agua sobre mi piel, el frío, el ardor de mis pulmones. Me dejé acunar por la sensación de calidez que me proporcionaba estar junto a ella, a pesar de que estuviésemos a punto de morir. A pesar de que no cumpliésemos nuestra promesa, a pesar de que todo nuestro esfuerzo no sirviese... ahora estaba con ella. Y papá también estaba ahí.

    Mi familia me esperaba al otro lado... y yo, al fin, era feliz.

    Al fin tenía una familia que me esperaba al regresar a casa.
     
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    Última edición: 13 Mayo 2019
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    Zireael

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    Katrina Akaisa.


    El dolor me martillaba con fuerza el cerebro, una y otra vez, sin piedad. Apoyé el brazo derecho en las rocas, la mano estuvo por resbalárseme, pero logré sostenerme.
    La imagen que recibí al regresar la vista a Rachel fue digna de la más terrible de las pesadillas. No veía más que sangre, la niña se había desplomado en el suelo, incapaz de sostenerse ya.
    Mi cuerpo no reaccionaba, apenas podía respirar.

    A través de mi propio dolor, la vi aferrarse a mis BIM's y gritar como no lo había hecho antes. Gritaba porque lo había perdido todo, gritaba porque yo había arrojado mis granadas hacia ella, como mi última voluntad... y aún así, era ella quien estaba desvaneciéndose frente a mis ojos. Gritaba porque quería que se detuviesen, gritaba como deseaba hacerlo yo.
    Sin darme cuenta, había comenzado a sollozar.

    La vi levantarse, chorreando sangre, y tomar dos bombas para arrojarlas hacia ellas. Su cuerpo cayó nuevamente al agua, tiñéndolo todo de rojo. El olor a sangre se tornó insoportable de repente, porque era la sangre de Rach, de mi hermana, mezclándose con la mía.
    La corriente la arrastró hacia mí y se aferró a mi mano con sus últimas fuerzas, atrayéndome hacia sí y abrazándome.

    Los surcos gruesos de lágrimas me empaparon el rostro.

    Tomó mi muñeca, deshizo el nudo del pañuelo alrededor de la suya, y volvió a atarlo en nuestras muñecas unidas.

    I-idiota.

    Ocultó su frágil rostro ensangrentado en mi hombro. El corazón se me retorcía de dolor y de repente, mi cuerpo que ya no valía nada, pasó a segundo plano. El pecho se me iba a estallar de ira, tristeza y quién sabe qué más.

    Papá nos espera al otro lado, qué menos que recibirle juntas... ¿No es así?

    Un último golpe de adrenalina fue el que me hizo incorporarme para sentarme con mis últimas fuerzas en medio de la corriente de agua. Atraje a la niña hacia mi regazo, sin importarme nada más.


    —Nos espera, sí. —La voz apenas me salió, pero continué murmurando por encima del ruido de la corriente—. Iré contigo hasta el final, cariño. Hasta el final donde Alex nos espera, orgulloso de que pelearas con tanta fuerza, donde por fin dirá que mi mal carácter fue de ayuda. Seremos tu familia, para siempre, ¿de acuerdo? Siempre. Hasta el fin del mundo.


    Pensé que incluso podríamos encontrarnos con el hombre que había dado la vida por las otras y hasta esa idea fue reconfortante. Todos habíamos muerto por alguien más.

    Levanté mi vista hacia las chicas que habían acabado con la vida de Rachel y una risa ahogada se me escapó de la garganta, apenas y podía distinguirlas a través del cristal de las lágrimas, el gas restante y todo lo demás. Mi actitud hostil, altanera y venenosa había desaparecido por completo, ya no tenía cabeza para ello.
    Deseaba matarlas, pero no podía, la única energía que conservaba iba a inventirla en esa chiquilla; nuevamente tarareé la nana de mamá para ella, meciéndola con delicadeza. Cuando sentí su cuerpo ceder sobre mí y su respiración detenerse, el mundo se detuvo de golpe. Apoyé mi cabeza en su pecho, ahora estático, y grité con tanta fuerza que me lastimé la garganta y los pulmones adoloridos. La vista se me parchó de negro.
    Grité esperando que se me fuera la vida en ello, deseando que aquello la trajera de regreso y también a Alex, queriendo borrar todo, como si mis gritos fuesen a hundir esa maldita isla.

    Sollozaba de forma incontrolable y cada vez que creía que el grito iba a detenerse, sentía el cuerpo inerte de Rach sobre mi regazo y este se reiniciaba.

    Había tenido suficiente. No tenía ya nada más que perder y no iba a darle a ese hijo de puta más de lo que ya había conseguido. Iba a darle a sus malditas ganadoras si tanto las deseaba, iba a dejarlas ir con las manos manchadas de sangre de Rachel, para que sus ojos azules las persiguieran el resto de sus malditas vidas.
    Mi castigo era la muerte y el de ellas la vida que habían robado de nosotras.

    Aún sin activar la granada esférica que conservaba en la mano derecha, la coloqué sobre su pecho y le acaricié el rostro con delicadeza, acomodando los mechones fuera de lugar y le besé la frente.


    —Lo siento, mi niña. Lo siento tanto. —Ya ni siquiera era capaz de decir algo coherente. El mundo había perdido orden.


    Mamá, no pude salvarla. No pude llevarla conmigo a casa.

    Perdóname.

    Perdóname.

    Perdóname.


    Lo siento, pero yo tampoco volveré. Dile a papá que lo amaba, aunque nunca entendí si él me amaba a mí.

    Encontré una familia aquí... y peleé por ella, como tú peleabas por mí.

    Una chiquilla menuda que dijo que me quería y me llamó hermana. Un grandulón que dio la vida por nosotras como lo haría un padre.

    Gracias por enseñarme a cuidar de otros.

    Ojalá puedas estar orgullosa de mí. Hice un buen trabajo, ¿no? Sí, lo hice.


    Tomé la bomba de su pecho, la activé y la lancé a la roca junto a mí, justo para que hiciera contacto y estallara a mi lado. Las llamas volvieron a lamerme la piel ya resentida, envolviéndome junto al cuerpo sin vida de mi niña.
    Los gritos que se extinguieron en medio del fuego continuaron haciendo eco en la cueva.

    Esto es lo que fui y siempre seré; porque llevé el nombre de un maldito huracán.





    Final de Kat Akaisa y Rach Gardner
     
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    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    Btooom!

    Al cabo de la disipación de gas, humo y polvo, drones invadieron la cueva, disparando contra las sobrevivientes agujas que contenían anestesia. Cuando ésta hizo efecto los paramédicos entraron y las llevaron en camilla brindándoles los primeros auxilios. Un helicóptero esperaba fuera.

    —¿Llevamos los muertos también?

    —Déjalos, ellos no son útiles. Pero traigan los radares —la voz del creador del juego retumbó en sus tímpanos mientras comenzaba a ascender el helicóptero y un cirujano extraía el cristal de sus muñecas.

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