Historia larga Ian y Priscilla

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Antonionoventayseis, 12 Julio 2018.

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  1. Threadmarks: Capítulo 01 - Ella y Él
     
    Antonionoventayseis

    Antonionoventayseis Antoniodel96

    Géminis
    Miembro desde:
    25 Abril 2016
    Mensajes:
    115
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Ian y Priscilla
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    11
     
    Palabras:
    4091
    Resumen:
    Con problemas en su hogar, Ian, y su hermana menor, Melina, se han decidido en tomar con seriedad sus estudios para así poder graduarse con honores y buscar la forma de independizarse e irse de casa.

    Sin embargo, la calificación que tiene él en deportes no es tan buena comparándola con sus otras materias. Por lo que le fue dada la oportunidad de mejorar en esa área bajo el cuidado de Priscilla Calhoun, una chica experta en deportes que muchos tachan de "marimacho", o tomboy.

    Poco sabían los 2 que el mundo los sumiría en un sentimiento que, nunca creyeron, iban a sentir por el otro.



    ----------------------------
    The Boy
    Ian Wallace
    ----------------------------


    Para él se trataba de un día cualquiera de su vida en el primer semestre. Teniendo notas altas, Ian era el favorito de aquellos profesores que buscaban jóvenes con conocimientos para facilitarles la vida como compañeros de trabajo. Sin embargo, existía una mancha que ellos desconocían de él, y se trataba de sus padres, los cuales han estado teniendo problemas desde hacia ya unos años.

    Su infancia fue buena, no fue la mejor, pero, gracias a eso, no creció con tantos problemas como los que empezaba a tener ahora. Al cumplir los 14 años, el trato que había entre sus padres cambió de forma tan brusca que pasaron a enfadarse con mucha facilidad si uno de los dos cometía un simple error o les llevaba la contraria en un tema. Hubo momentos de ruidosas peleas entre ellos debido a un tema que los hermanos desconocían y temían preguntar.

    Desde ese entonces, Ian, y su hermana menor, Melina Wallace, sólo han pasado gran parte de su tiempo metidos en sus respectivas habitaciones o en la universidad/escuela. Esto provocó que la relación en ambos se reforzara y buscaran del otro en apoyo. A pesar de la dificultad ya mencionada, ambos han sabido mantener sus buenas notas esperando que algún día puedan irse de casa y vivir por cuenta propia.

    Ya dejando de pensar en su pasado, Ian dirigió la mirada hacia su teléfono para ver la hora. Era muy temprano y el tiempo transcurrido desde la última clase esa mañana pasaba con suma lentitud. ¿Tenía que ser tan lento el tiempo? Especialmente el mismo día de su cumpleaños. Ya eran 16 los recién cumplidos para el chico, sin embargo, no era la gran cosa, al menos para él. Se sentía igual que ayer, y seguramente seguirá así el día de mañana. Aún metido en el salón esperando su próxima clase, el cumpleañero se quedó allí sentado, mirando por la ventana próxima a sí mismo espectando a los estudiantes pasar de un lado a otro con apuro. Algunos salían de sus clases mientras que otros corrían para no llegar tarde a las suyas. Y fue allí que observó entre el alborotado público a su hermana menor con una cajita verde decorada con un solo lazo rojo encima.

    Con una vaga sonrisa se puso de pie para hacerle señas desde su posición en el salón para que Melina lo viera. No esperaba que lo pillara desde allí afuera, para su suerte sí fue así y le saludó de lejos antes de guardar el paquete bajo su camisa y salir corriendo allí. Al cabo de unos segundos llegó junto a su hermano y lo abrazó de medio lado esperando no romper el regalo que le había comprado hace pocos minutos.

    --Felicitaciones este día-- Le comentó con una sonrisa impresa en el rostro y sacó su cajita --Te compré esto--

    --¿De verdad?-- Hizo como si no lo hubiera visto desde la ventana --Muchas gracias-- La tomó con delicadeza y al abrirla notó que se trataban de unos dulces y una muñequera azul cielo --Maravilloso--

    --¿Te gustó?-- Preguntaba ella tierna esperando su afirmación.

    --Claro que me gusta--

    --Yo sé que sí-- Nuevamente lo abrazó con fuerza y alborotó su liso y peinado cabello negro cosa que el detuvo para que no lo desordenara tanto.

    --Muchas gracias la verdad...-- Le decía entre risas a lo que la miró de arriba a abajo para acto siguiente arreglar su camisa de escuela que se encontraba un tanto arrugada --¿Cómo te fue en la clase?--

    --Por ahora va bien. Pedí permiso para ir al baño pero compré esto para ti-- Se reía divertida. Cosa común en una niña de 12 años.

    Ian se rió un poco antes de negar con la cabeza.

    --Bien hecho... pero debes volver a clases. No quiero que te regañen por estar afuera mucho tiempo--

    --No seas tan aguafiesta-- Dijo esto acompañado de un puchero --Tú no estás haciendo nada--

    Besó la frente de su hermanita y arregló el cintillo de su cabello cuyo color era el mismo que el suyo.

    --La verdad espero mi próxima clase y...--

    --¡¡¡IAN!!!-- Entró un muchacho interrumpiendo su conversación con el familiar. Se trataba de Kevin Donner, un joven de 23 años que estudiaba tres semestres más arriba de él --Feliz cumpleaños, hombre-- Se le acercó alegre para levantarlo de su silla y abrazarlo con fuerza hasta el punto de casi dejarlo sin aire. Al terminar, le dio un beso en la mejilla a Melina --¿Cómo andas?--

    --Bueno... aquí-- Sonrió tímido --Esperando la otra clase--

    --No seas tan aburrido--

    --Sí, no seas tan aburrido-- Repitió su hermana en burla con su voz medio chillona e infantil.

    --Ven, aquí afuera te están esperando los demás--

    Y sin dejar que éste dijera algo, lo empujó por la espalda para sacarlo así del salón mientras que Melina ayudaba halando los brazos de su hermano para que no se frenara.

    Allí afuera se encontraba su pequeño grupo de amigos esperando en el pasillo, el cual estaba conformado por 4 personas. El ya presentado Kevin Donner, de cabello negro alborotado, ojos café y piel blanca quien "creó" el grupo apenas llegó al liceo.

    El primero de ellos en abrazarlo fue Otto Cárdenas, apodado "Oso" debido a su estatura de 1,95m y contextura gruesa. Le metía miedo a muchos debido a su apariencia de matón y las ojeras marcadas. En pocas palabras, el tipo era una mole de casi 2 metros que de por sí podría ser un villano en cualquier comic.

    --Suéltalo ya, lo vas a asustar--

    Le exigió Shingo, un estudiante de intercambio que vino desde Nippon y decidió quedarse porque aquella universidad era muy aburrida y estricta en cuanto a reglamentos. Apenas llegó a Florencia, éste se dejó crecer el cabello y comenzó a vestirse como quería sin necesidad de usar un uniforme. Al igual que su novia, Marian, ambos tenían una mentalidad algo sádica con el doble sentido que abundaban sus conversaciones.

    Ya sólo faltaba una persona por felicitar a Ian, y se trataba de Travis Thompson, el casi narcisista que sólo se lleva el crédito si algo sale bien y perfecto en los trabajos del grupo. Aunque sabe limitarse en cuanto a esto, podía llegar a fastidiar a muchos. Se encontraba al lado de Shingo esperando que Oso por fin bajara al cumpleañero del cielo para felicitarlo como era debido.

    Rascó su nuca mientras miraba a los lados --Ya bájalo, Oso-- Pedía Travis --Vas a desinflar al pobre chico--

    Era el grupo con el cual más tiempo pasaba cuando no tenía clases y no se quedaba en el salón esperando la próxima hora. En cuanto a la apariencia de éste, si nadie los conociera, dirían que son un grupo de bravucones cuando en realidad es todo lo contrario. Sólo se molestan entre ellos mismos sin hacerle mal a nadie. Además, estaban en contra de la violencia dentro de la universidad, especialmente si era contra Ian, el más joven de un grupo donde todos estaban entre los 22 y 24 años. Siendo Travis el mayor y Otto el de 22.

    --Gracias por sus felicitaciones...-- Miró a los lados dándose cuenta de que la gente lo miraba --Aunque desearía que lo hubieran hecho dentro--

    --Qué bola contigo, hombre-- Se quejaba Shin --¿A dónde piensas ir hoy? Si no tienes nada que hacer después de clases, ven con nosotros al río de las montañas para celebrar, ya te faltan dos años para ser legal, ¿no es así, chicos?-- Se dirigió al grupo cosa que los hizo sonreír con rostros extraños. Típica broma.

    Sin embargo, Ian solo soltó una callada risa al tema. Sabía que era un chiste, pero no se podría estar seguro si venía de Shin. Lo venían molestando con esto desde que cumplió los 15 años y le hicieron una fiesta con valz en broma. Para su suerte, el secreto solo quedó entre ellos y sus padres nunca lo llegaron a saber. Se aterraba con tan sólo pensar que llegaran a saber al menos una sola cosa de lo que ha hecho sin pedírselos. Sabía que uno de los dos estaría deacuerdo, más no el otro, y eso iniciaría un pleito más en casa.

    Adyacente a ellos estaba Melina viendo al grupo festejar a lo bajo cuando sorprendida se enteró de la hora, ya habían pasado casi 30 minutos desde que pidió el permiso por lo que se excusó con los demás y se fue corriendo, no antes de volver a felicitar a su queridísimo hermano.

    Para ellos también se iba a hacer la hora de entrar a sus clases, después de todo, les quedaba esa y la próxima semana para salir de vacaciones. Esta vez en retirarse por unos momentos fue el cumpleañero quien debía comprar aunque sea un lápiz ya que el suyo estaba a punto de desaparecer. Inmediatamente se disculpó con su grupo quienes solo volvieron a felicitarlo antes de irse por su lado.

    A paso ligero fue observando los edificios y salones de clases hasta llegar a una pequeña cantina cerca de las canchas deportivas. El lugar favorito de muchos en donde pasar el tiempo sin tener que preocuparse tanto de llegar tarde a sus asignaturas. En su llegada se dirigió frente a la chica que atendía cuando fue sorprendido por una de sus profesoras, específicamente con la que iba a tener clases en pocos minutos.

    Ésta cargaba encima varias carpetas llenas de exámenes que posiblemente les iba a dar hoy. Sin embargo, este no sería el caso para el chico en este día.

    --Ian...-- Sonreía ella --¿Cómo te encuentras hoy? Feliz cumpleaños--

    --Muchas gracias... estoy bien, ya me han felicitado algunos-- Se quedó allí mirando las carpetas a lo que su profesora anunció.

    --¿Quieres saltarte la prueba de hoy?-- Decía en broma.

    --No... no era eso-- Balbuceó.

    No le haría mal hacerlo, después de todo, su nota era muy buena como para que un solo examen le echara el semestre abajo. Sin embargo, ese no era su estilo. Si de su casa quería irse junto a su hermana, entonces tenía que estudiar bastante para que le reconocieran el esfuerzo.

    Fue en eso que llegó otra chica completamente sudada que parecía haber salido de práctica gracias a su uniforme deportivo azul oscuro. En su mano cargaba una carta, o más bien, una petición

    --¿Ian Wallace, no?-- Le preguntó dudosa. El muchacho sólo asintió en respuesta --Bien. La dirección deportiva le ha enviado una citación en cuanto a su rendimiento académico. Si hay algún error, o no sabe el porqué del asunto, por favor, diríjase a nuestra dirección frente a la cancha de voleyball--

    Recibiendo la carta con dudas, Ian solo afirmó su asistencia en la dirección antes de mirar a la profesora --Bueno... del examen no te preocupes, veo que tienes un asunto más importante-- Le dijo la profesora y con su permiso se retiró --Nos vemos, Ian--

    Este era el asunto. Ian era lo que todo estudiante llama "el ratón de biblioteca", por ende, el deporte no era lo suyo. Sus notas en esa área no eran las mejores pero tampoco lo perjudicarían, de los 13 no bajaba y de los 15 no subía, ¿por qué le enviaban tal petición entonces? De todos modos no iba a descubrir nada sin antes hablar con ellos. Aceptando el lapiz que había pedido minutos atrás, Ian se dirigió a la dirección esperando que sea otro asunto, o, al menos, un simple error.



    ----------------------------
    The Girl
    Priscilla Calhoun
    ----------------------------

    Para ella se trataba de un día como cualquier otro. Trotaba alrededor de la cancha de tierra de 120 metros de largo y 90 metros de ancho que se encontraba detrás de la universidad ignorando el ambiente frío gracias al calentamiento que efectuaba esa mañana. Priscilla Calhoun, ese era su nombre. De cabello castaño y corto hasta un poco más abajo de las orejas. La deportiva chica de 23 años practicaba para los siguientes juegos deportivos universitarios que se daría dentro de 4 meses. Lo que más resaltaba en ella era su piel trigueña, algo que no se veía con frecuencia en Florencia debido a que, con el clima frío que abrazaba la ciudad, era común ver a personas de piel clara.

    Al otro lado del campo se encontraba de pie una de sus amigas, Enetea, quien se secaba el sudor después de haberle cedido el espacio a Priscilla. Su piel blanca y rubia cabellera se detectaba a la distancia a diferencia de su amiga que de por sí se podría confundir con un hombre de no ser por su short azul marino y camisa amarilla, el típico uniforme para las horas de deporte.

    --Ya llevas cinco vueltas-- Le anuncia su amiga al verla pasar una vez más frente a ella --Te quedan tres--

    Con un movimiento de su mano derecha, Priscilla le indicó que había entendido. Desde que llegó a Florencia como estudiante de intercambio de Zaziel, la mujer siguió sus horas de ejercicio como si se tratara de su anterior universidad. Ya tenía un año y medio metida en aquél proyecto que había enviado solicitudes para quedarse en la instalación educativa porque, para ella, el ambiente era el indicado para sus horas de practica.

    De la hora de entrada no se preocupaba, ya tenía todo resuelto y era imposible que llegara tarde a alguna asignatura. Al minuto se presentó otra de sus amigas, Matel, quien estaba inscrita en el ballet y de vez en cuando era porrista. Se soltó la larga cabellera castaña de rizos con algunos toques de pintura verde y se sentó al lado de Enetea para conversar un poco mientras Priscilla terminaba de dar sus vueltas.

    --¿Ya entró a la disciplina que pedía?--

    --Todavía está esperando que la llamen-- Contestó la rubia mirando a su compañera correr --pero estoy segura que la aceptaran--

    --Sería la tercera si aceptan, ya está metida en natación y taekwondo--

    Algo fastidiada hizo una mueca con la boca --No sé, parece masoquista porque quiere entrar en maratón... pero con la cantidad de estudiantes que entraron este año...--

    --Hace momentos estabas segura que la aceptarían-- Se le acerca un poco más para susurrarle --¿Por qué cambias de parecer ahora?--

    --Para levantar ánimo y... Ya van seis-- Anunció otra vez viéndola pasar al frente --A decir verdad, el profesor la quiere mucho por ser muy buena deportista y dudo que la inscriba en otra disciplina. No se va a arriesgar a que se lesione--

    --Bueno... tienes razón en eso-- Al momento que Matel se apartaba un tanto de su amiga, divisó en la distancia a Roxanna, otra compañera de su clase con una carta en su mano --Ahí viene Roxi--

    Ambas la saludaron menos Priscilla quien ahora estaba de espalda a ella a mitad de su última vuelta. Roxanna levantó la carta a lo lejos y señaló a la que corría avisando que se trataba de un asunto para la bronceada chica. Tal vez le habían aceptado la petición de entrar a la disciplina que pedía desde hace ya una semana.

    --Y siete-- Anunció por última vez --Te llegó una notificación, Pisi-- Ese era su apodo, por un lado no le gustaba, pero tampoco le digustaba.

    Roxanna le entregó la carta en sus manos a lo que la corredora la abrió esperando que fuese lo que pedía. Sin embargo, su rostro solo mostraba algo de confusión.

    --¿Pasa algo?-- Le pregunta Matel buscándole la cara tras la notificación --¿Te aceptaron la petición?--

    --Bueno... no sé-- Le dio la vuelta buscando algo más --Sólo dice que necesita hablar conmigo sobre el pedido--

    --Entonces no lo hagas esperar, debo buscar a un tal Ian Wallace para entregarle ésta otra... pero ya será después de terminar mis practicas en la cancha de futbol-- Se despidió con la mano de las 3 mujeres para así irse trotando del lugar.

    --Nosotras también nos vamos, mandas por mensaje lo que te dijo el viejo--

    --Sí... las veo más tarde...--

    Aún pensativa cogió su bolso que había escondido detrás de los tantos arbustos y árboles que rodeaban la casi desolada cancha. Ahora tenía que ir a ver el porqué le pedían hablar, tal vez la aceptaron pero le pusieron algunas condiciones, tales como, practicar un solo deporte a la semana o participar en un sólo evento deportivo en la competencia que estaba próxima.

    De su mochila sacó la muda de ropa que siempre llevaba para no sudarla, más no para ponersela, sino para sacar su teléfono que estaba en el fondo, no tenía mensajes. Dio leves brincos en su lugar y al final trotó para así coger camino a la dirección deportiva donde la necesitaban. Por el camino saludaba a las pocas que conocía hasta que llegó al lugar. Allí entró a un corto pasillo y tocó la puerta del final la cual se trataba de su profesor de deporte.

    --Buenos días-- Dijo un señor de edad mayor quien estaba a un año de jubilarse --Sientese, Priscilla--

    La muchacha obedeció su petición y miró los ojos que casi estaban tapados por sus pobladas cejas --¿De qué quiere hablar conmigo?, ¿es sobre mi petición?--

    --Obvio que sí-- Le sonrió amigable --Por desgracia no puedo aceptarla--

    --¿Y eso por qué?, ¿llenaron los cinco espacios restantes?--

    --No del todo, ayer se pasaron tres estudiantes de esgrima a maratón, por ende, ya quedan sólo dos espacios--

    --No veo ningún problema en eso, todavía queda un cupo para mí-- Señaló su pecho como una chica buena a pesar de ser ruda de vez en cuando --Por favor, viejito-- Ahí le toma la mano esperando que cambiara de parecer.

    --Disculpa, pero, por el reglamento, no puedo tener a una sola persona metida en tres disciplinas... tampoco quiero que...--

    --Me lesione-- Completó --Sí, eso ya lo sé-- Se recostó en la silla aburrida --¿No hay algo que pueda hacer?--

    --Si te llegara a aceptar la petición, la directiva universitaria tendría que pedirte directamente que te salieras de una. Nadie quiere que tomes muchos puestos y dejemos afuera a aquellos que desean entrar, ¿entiedes lo que quiero decir?--

    Suspira ella con algo de descepción --Bueno... al menos me dio una respuesta, no puedo hacer nada. Muchas gracias, entrenador--

    Priscilla se levantó de la silla para coger su bolso y dirigirse a la puerta. No obstante, justo antes de salir, su entrenador la detuvo alzando un tanto el tono de voz para darle otra noticia.

    --Eso no es todo...-- Ella se dio la vuelta para observarlo --La directiva pudo constatar que tienes un buen rendimiento académico y pidió que hicieras de entrenadora para aquellos que tienen oportunidad de salvar sus notas--

    --Momento... ¿entrenadora yo?-- Repitió la palabra con asombro.

    --Se te pagará, será como si trabajaras aquí... además que ya no hay muchos profesores con el tiempo necesario y tú eres la única que está libre casi todas las semanas--

    --Hmm...-- Meditaba --No sé, tienes razón con el tiempo libre que dispongo, profe...--

    --Si quieres puedes hablarlo con ellos hoy mismo... pero ya le pedí a Roxanna que buscara al chico que pedí--

    La mujer seguía un tanto pensativa ante lo que le pedía su entrenador. Pensaba en que, tal vez, le darían el permiso para entrar en la disciplina si aceptaba. Fue en eso que se escucharon pasos al otro lado de la puerta y luego un débil golpeteo en ella.

    --Ah, mira... debe ser él. Pase, está abierto-- Anunció.

    Se trataba de Ian Wallace, el cumpleañero de ese día. Éste llegó confuso ante la carta que había recibido de Roxanna por lo que pidió una explicación. No estaba molesto, más bien se encontraba en medio de varias dudas porque se trataba de sus notas en deporte. No era de aquellos que se la pasaban en la cancha practicando algo.

    --Éste es el asunto para que te enteres, Ian-- El señor abrió la gaveta de su escritorio para sacar algunos expedientes del joven --La dirección a la que estás vinculado ahora mismo me pidió, amablemente, que hablara contigo sobre el punto de tus notas--

    --Los dejaré por un momento, regre...--

    --No-- Le negó a Priscilla con el dedo --También es contigo-- La mujer se detuvo otra vez para después ponerse al lado de Ian, el nombrado sólo le llegaba al hombro y se mostraba lo nervioso que se encontraba, cosa que la hizo reír --Ian, he visto tus notas y me sorprende que sean tan buenas--

    --Muchas gracias-- Asintió él.

    --Pero ya veo el porqué pidieron que vengas... las notas en deporte son aceptables, pero seguro te enviaron aquí porque no quieren que tal cosa bajen tu promedio--

    --Entiendo...-- Soltó como un suspiro.

    --Mira, la más baja es de 13 puntos y la alta de 15... pero ésta última no está en todas como la primera mencionada--

    --Digale el asunto de una vez-- Se reía Priscilla viendo que su voz levemente ronca hizo que Ian diera un brinco.

    --Queremos que subas esa nota para que te gradues con honores si es necesario, así tendrías mejores oportunidades de tener un trabajo, ¿me entiendes?--

    --S-Sé a lo que se refiere... profesor--

    --Entrenador-- Le corrogió Pisi haciendo que volviera a saltar. Podía estar toda la semana asustándolo de esa manera y no se cansaría.

    --Deja al muchacho tranquilo, se va a derretir-- Moviendo la cabeza de lado a lado se negaba su entrenador --¿Qué dices, Ian?, ¿quieres subir tus notas? Dilo de una vez porque dudo que te vayan a dar una oportunidad como esta--

    Éste se lo pensó un rato. Había entrado a la universidad para al final graduarse y buscar la forma de irse de casa con su hermana debido a su no tan agradable vida allí. ¿Valdría la pena? Si lo hacía y tenía buenas notas, entonces su camino se haría más fácil después de todo. Con dificultad estaba llegando a una conclusión, a veces se decía no y en otras afirmaba. A parte que estaban las miradas de ambas personas sobre él esperando que diera una respuesta.

    --Bueno... sí...-- Entredientes le respondió --Acepto el trato--

    --Muy bien, ya está hecho. Comenzará mañana en la tarde, espero que se esfuerce, Ian, es un muy buen estudiante como para dejar pasar tal oportunidad. Mucha suerte--

    --Gracias entrenador--

    --¿Y yo qué?-- Retadora miró al señor.

    --Cierto, cierto... serás su entrenadora--

    --¿Cómo...?-- Sorprendida se mostró ante la decisión --¿Y qué pasa con los otros? Creí que me darían algo así como un grupo de diez personas--

    --Felicitaciones entonces, no hay nadie más que él-- Se reía mientras preparaba los papeles que iban a firmar --Será fácil, es solo un chico y se ve que entiende las cosas-- Les enseñó los documentos mientras señalaba el lugar donde tenían que firmar. Priscilla estaba más que enredada. ¿Para eso le pidieron ir?, ¿para entrenar a un solo chico del cual querían salvarle la nota? --¿En qué disciplina quieres entrar?--

    --¿Lo olvida, profe?-- Medio molesta gruñó --Sólo queda maratón-- Le recordó pero dejando a un lado que quedaban tres puestos en esgrima.

    --Ah, sí... verdad-- Antes de darle la pluma a Ian, el entrenador dio la vuelta al documento para llenar un espacio vacío en la parte superior con la palabra "maratón" --No te asustes, con el tiempo que dispones, no podrás entrar a la competencia próxima, aunque, si mejoras tu calificación, podrás entrar el año que viene--

    Ahí giró la hoja otra vez y así mismo le dio su pluma al muchacho quien escribió su nombre con nervios todavía, al terminar se la dio a la que sería su nueva entrenadora quien escribió su nombre y al lado la firma. El entrenador alegre les dio la mano diciendo que no se iban a arrepentir... pero por dentro los dos estudiantes se sentían incómodos ante lo que había sucedido.
     
  2. Threadmarks: Capítulo 02 - Un deseo a futuro
     
    Antonionoventayseis

    Antonionoventayseis Antoniodel96

    Géminis
    Miembro desde:
    25 Abril 2016
    Mensajes:
    115
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Ian y Priscilla
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    11
     
    Palabras:
    3653
    Ambos estaban frente a la puerta de la oficina del entrenador pensando en lo que había pasado minutos atrás. Primero que nada, Ian comenzaba a dudar si, de verdad, debió haber firmado aquél papel. Sus calificaciones iban a ser igual de buenas sin haberse comprometido, sin embargo, su idea en ese entonces era mejorar e irse con su hermana de esa casa. Podrían ir con un familiar, pero todos vivían fuera de Florencia cosa que le dificultaba los planes en un sentido.

    Mientras, Priscilla sólo pensaba en la nueva tarea que le fue asignada, el cual era ser entrenadora de un chico que la universidad quería ver graduado con buenas notas. No era algo extraño que ocurriera cada, digamos, cien años, ya han habido casos similares anteriormente, pero en ninguno le tocó el papel principal. Ahora, ella también se preguntaba si debió firmar. Soltando un suspiro para hacer algo de sonido en la callada situación, Pisi tocó el hombro de Ian quien todavía estaba pensando.

    --Oye, no estés tan callado--

    --Disculpa, es primera vez que paso por algo así-- Miró hacia la salida del pasillo --Entonces nos tocaría vernos mañana, ¿no?--

    --La verdad que no estoy segura... ¿Ian, no es así?-- El muchacho afirmó moviendo la cabeza --Seré honesta... como es la primera vez para mí también de hacer algo como esto, no significa que voy a bajar mis exigencias... menos con alguien que no hace deporte, ¿entendiste?-- Directamente se lo hizo saber.

    Ian no sabía qué decir, parecía que fuese un regaño el que le hubiesen dado. Buscó palabras para soltar en su mente pero no le fueron necesarias al ver que Priscilla le hacía señas para que la siguiera a la salida del pasillo de oficinas. Obedeciéndola, el cumpleañero fue trás de ella como un perrito, cuando se encontraron con Enetea y Matel al otro lado de la puerta.

    --Aquí seguían-- Comentó Matel --Te buscábamos, Pisi. ¿Por qué te tardaste?, ¿te aceptaron la petición?--

    --La verdad... no-- Les confirmó --Cuando la directiva dice que no puedo estar en tres disciplinas distintas, es porque no puedo-- Bufó levantando los hombros en descepción.

    --Ay, qué triste... ¡Ou!-- Matel abrió sus ojos en sorpresa al ver que Ian estaba todavía al lado de su amiga. De inmediato se le acercó para verlo más de cerca --¿Quién es esta lindura?--

    --Soy Ian...-- Respondió forzado al notar que la chica estaba muy cerca de él mirando su cabello.

    --Sobre él... esa es otra historia. Veras, Ian fue seleccionado por la directiva para que subiera sus notas en deporte... me sorprende que aún siga aquí parado a mi lado. Ya puedes irte, te veo mañana, Ian--

    --Ah... sí. Nos vemos-- Se disculpó con Matel quien ahora lo miraba de arriba a abajo como si buscara algo y se retiró de allí con algo de prisa.

    --¿Se van a ver mañana?-- Se rió ella un tanto a lo que Enetea entró en la conversación.

    --Cuenta, ¿qué pasa con él?--

    --Bueno, esto fue lo que me dijeron--

    Como no había más nada que hacer, Priscilla les contó todo lo que le habían dicho en la oficina. Desde el punto de que la directiva no podía aceptar su petición hasta que cerró el tema con lo de ser la entrenadora "personal" de Ian ya que era el único estudiante que habían elegido para tal cargo.

    Sus amigas no le creyeron a la primera el punto de que sea su entrenadora. Básicamente le había tocado entrenar a un muchacho que parecía ser tan fragil como una rama seca o una caja llena de copas de vidrios. Tanto así que Matel fue la única en imaginar al chico destrozado en el suelo en una semana.

    --Lo aceptaste...-- Comentó Enetea a lo que Pisi responde.

    --Claro. Tal vez me recompensen con algo, ya sabes, como poder inscribir la que... oh...-- Apretó el tabique de la nariz.

    --¿Te diste cuenta, verdad?-- Se rió Matel.

    --Necesito pasar-- Dijo un muchacho que había llegado. Las mujeres le dieron el espacio y entró al pasillo --Gracias--

    --No lo sé. Dudo mucho que el viejito me haga tal trampa. Me quiere mucho--

    --Lo mismo decía de su ex. Vamos de una vez a ver qué nos dice, hay que asegurar que salga todo bien para ti-- Dijo Enetea --Aunque no deberías de quejarte si no sale como querías--

    --Cierto. Te dijeron que iban a pagarte, como si trabajaras aquí-- Recordó la porrista --Yo estaría feliz--

    --Tienen razón en eso, pero... bueno. Entremos de todos modos para asegurarnos si se me dará algo más--

    Al ponerse de acuerdo, las 3 pasaron al pasillo, rumbo a la oficina del entrandor de Priscilla y Enetea ya que Matel pertenecía a otra área. No obstante, antes de entrar, volvieron a darle espacio al muchacho que había pasado hacía rato. Tenía una sonrisa, como la de haber conseguido algo que necesitaba. Esto alzó las sospechas de Pisi. Y así fue. Cuando estuvieron frente al entrenador, muy contento les contó lo que recién ocurrió "por casualidad".

    Resulta que, la persona que había pasado, fue llamado también por la directiva de la universidad sólo para ser inscrito en una disciplina a la cual faltaba un espacio. Maratón. Y ahí se fue la oportunidad de la chica que con ansias esperaba conseguir el cupo. Aunque, llegó a pensar que ese muchacho que había salido también le tendría que tomar como su entrenadora, el entrenador negó.

    --Él es un caso especial también--

    "Ahora todos son especiales" se decía en internamente Priscilla conteniendo su fastidio.

    --Si lo llegas a comparar con ese chico, Ian-- Continuó el señor --El joven que salió no tiene nada que rescatar. Pero tuvieron que obligarlo a anotar la asignatura porque era la única que no había cursado en todo el tiempo que tiene aquí-- Se rió --Tampoco tiene oportunidades de entrar en los juegos deportivos cercanos, y si me lo pidiera, tampoco lo aceptaría porque sus notas son muy bajas... Mira, de 10 no sube y de 8 no baja. ¿Cómo llegó tan lejos? Por pura suerte--

    --Sí sí...-- Respondió cansada a la historia.

    --Vamos, no te molestes conmigo. Eres muy buena en deporte, y todos lo saben. Pero no quiero que te esfuerces demasiado y...--

    --Se lesione-- Completaron sus dos amigas.

    Pisi negó lentamente moviendo la cabeza antes de suspirar y rendirse. ¿Qué iba a hacer? Así eran las cosas. Lo bueno era que aún podría ir a los juegos deportivos de eseaño, y faltaba muy poco para que se dieran. Su entrenador la apoyó un tanto y acompañó al pasillo, tenía que terminar el papeleo de la oficina ya que era el único ahí a esa hora de la mañana.

    --Sabes-- Habló --Al menos tendrás el poder de un profesor... molestar a sus estudiantes. No te excedas con el niño, aunque, tampoco sería lo mejor si lo pones todo fácil para salir de él--

    --Muchas gracias, entrenador-- Agradece Pisi en tono bajo a lo que él añadió una vez más.

    --Además, está cumpliendo años hoy. 16, creo--

    --Con razón su apariencia-- Matel se echó a reír --¿Por qué la gente joven parece sudar tanto? Su piel relucía--

    --Si tienes un problema con él, puedes venir y hacérmelo saber. Aún me queda un año aquí en la universidad para escucharte, Priscilla. Que tengas un buen día--

    Se despidieron del señor las 3 chicas. Al final no consiguieron lo que esperaban, no obstante, en Pisi había un poco de satisfacción. Después de todo, no lo haría de a gratis y, tal vez, podría sacarle provecho a esto en el futuro... Ahora su problema era el chico. Había escuchado las notas de él, eran estables, pero se veía muy claro que no era de los que durasen mucho en una sola sesión. ¿Qué tanto se le iba dificultar?

    --¿Entonces?-- Habló su rubia compañera, Enetea --¿Lo vas a intentar? Es sólo uno y no una clase entera--

    --Sí, voy a ver. Tampoco creo que sea para tanto-- Suspira ella --Hasta aquí las dejo. Debo ir a cambiarme antes que inicie la clase-- Se despidió esta vez ella y sus amigas siguieron su camino.

    ¿Qué tan díficil puede ser? Seguía pensando la deportista. Eso lo vería al siguiente día cuando lo hiciera sudar alrededor de la cancha. Ahora necesitaba crear un plan de evaluación para él unicamente. ¿Y si le pedía a Enetea y Matel que la acompañaran? Solo en caso de que se saltara algo de lo básico. Además, no faltaba mucho para que iniciaran los juegos deportivos del año. Después de eso, tendría el tiempo necesario para preparar al joven para los próximos... si es eso lo que él quiere, claro, algo que ella dudaba.




    Ian llegó a su salón con algo de dudas rondando en su cabeza, pero esto no lo distrajo de la clase. Hoy tocaba una evaluación fácil, por lo que terminarla no fue un problema. Regresó a su asiento luego de entregar la hoja para así mirar a través de la ventana hacia la plaza a lo lejos de la instalación educativa. Una materia más y se iría a casa a terminar un libro de su escritorio. ¿Cómo haría para mañana? ¿Tendría aún el uniforme deportivo que usó en el liceo? Ni siquiera sabía si estaban en buen estado.

    "¿Cómo me irá...?" Pensaba.

    No quería ser negativo, pero es que se llenaba de dudas. Recordaba que, en el pasado, se cansaba muy rápido y no podía seguir después de dar un par de vueltas a la cancha. Al menos contaba con que no asistiría a los juegos deportivos, y eso lo aliviaba. No haría el ridículo si se cansaba hasta el punto de caer de trompa al piso. Ni imaginarlo podía.

    Ahí vio a Priscilla pasar por la plaza con la ropa ya cambiada. Pantalón holgado, zapatos deportivos azul claro y una franela blanca un 3 en la espalda.

    Lo que llamaba la atención era su piel trigueña, de verdad que era poco común verlo en Florencia. Al rato, Ian miró a un grupo de muchachos que estaba sentado en otro lado y la observaban irse. Cuando despareció de su vista, uno sonrió en burla y dirigió unas palabras a quienes lo acompañaban, cosa que los hizo reír. No se escuchaba nada de su conversación, pero era obvio que se trataba de ella porque volvieron a ver al lugar en donde estaba Priscilla por última vez.

    Pasada las horas, la última clase del chico terminó y ya era tiempo de irse a casa. Su hermana ya había salido al tener un horario más ligero al suyo, por ende, no debía preocuparse de ir a buscarla, al menos no ese día. No había rastros de Kevin, Travis y Oso, pero sí estaban Shin y su novia, Marian, saliendo del salón de al lado. Ambos estaban a punto de irse cuando lo vieron.

    --Ian, ¿ya te vas?-- Llamó Shin con su reconocida voz aguda --Recién estamos saliendo--

    --Sí. ¿En dónde están los demás?--

    --Tuvieron que irse temprano. Iban a comprar algo-- Responde esta vez ella --Ven con nosotros, tomaremos el bus porque el coche está dañado--

    --Ah, gracias--

    Se les acercó a la pareja y recibió un abrazo de parte de Marian, era la única que no lo había felicitado por su cumpleaños. Después recibió señas de Shin para que lo apretara entre los pechos, pero Ian se apartó algo rojo.

    --Te vi--

    --Venga, que sólo era un juego-- Se reía a lo bajo.

    Ian ignoró la burla y los acompañó hasta la parada. Era mediodía y no había mucha gente allí esperando, por lo que tendrían puestos libres cuando llegara el bus. Conversaron un tanto más sobre el día, más no tocaron el tema de la petición que éste firmó. Eso ya lo iba a pensar con más profundidad al llegar a casa.

    --Estabas perdido, Ian-- Shin le dio unas palmadas en el hombro --Responde, ¿sí o no?--

    --¿Sí o no...?-- Repitió confundido --Supongo que sí--

    --Está hecho, Ian se une al trío. Sabía que eras de los míos--

    --Entonces déjame probarlo primero, siempre estuve enamorada de él--

    --Lo sé, por eso le pedí ser parte. Lo amo más a él que a ti, y su cabello no entra en mi boca cuando lo beso--

    Ellos dos se rieron de la expresión en el rostro del joven. Sin embargo, él fijó la mirada al otro lado y notó el transporte venir. Otra vez pensaba el cómo terminó siendo amigo de ellos... no, de esa pareja. Les caía bien, pero sus bromas no las compartía porque lo incomodaban.

    Al subir al bus, la pareja se ubicó en un sólo asiento, Shin en las piernas de Marian, mientras cedían el otro puesto a su amigo. Se tardaba el transporte en salir debido a la poca cantidad de estudiantes por lo que esperó a que subieran los que se veían bajar del edificio. Allí subió su nueva entrenadora, Priscilla. La mujer no tomó asiento, se quedó ahí en la puerta, encarando a los pasajeros, con el bolso en la mano derecha y mirando la hora en el reloj de su celular.

    El chico la miró a los ojos por un segundo y luego se enfocó en la ventana, pensando que así le dirigiera la palabra y la pareja se enterara de lo que había pasado. Por desgracia, ella lo reconoció al guardar el teléfono y notó su rostro en la segunda fila. Alzó una ceja y se le acercó.

    --Ian-- Dijo algo forzada al no recordar del todo el nombre.

    Shin y Marian voltearon a verla con algo de duda. ¿Para qué lo iban a llamar? El muchacho, siendo amable, posó la mano en el hombro del joven e indicó que lo llamaban. Éste se volteó como si no hubiera escuchado nada, pero su expresión lo delataba.

    --¿Tienes la tarde ocupada mañana?-- Pregunta la deportista chica.

    Negó con la cabeza --Estoy libre--

    --Bien. Mañana nos veremos a las dos de la tarde en la cancha que está al final de los edificios de informática. Trae tu ropa deportiva, y si no he llegado, haces el calentamiento hasta que me presente. ¿Entendido?--

    --Sí. Ya entendí--

    --Muy bien, hasta mañana entonces, Ian--

    Y se retiró Priscilla hacia los asientos del final mientras se colocaba unos audífios. El joven la observó alejarse de reojo en caso que le volviera a dirigir la palabra, mas no fue así. Suspiró algo nervioso y su mente regresó con lo mismo, ¿lo haría bien? Tenía razones, aunque unos llamarían trauma, para no dejar mal a una persona que le dedique tiempo y, en cuanto a ella, se le notaba que la idea de entrenarlo no le hacía gracia. Era esa leve molestia que se lograba ver en su mirada. Al caer de cuentas, Ian volteó hacia la pareja a su lado. Estaban allí con una sonrisa de tontos.

    --Vamos, cuenta-- Marian asintió en apoyo a su novio --¿Quién era ella?--

    --N-No es nada, Shingo-- Respondió al desviarle la mirada. Shin ocultó los dientes y miró a otro lado también.

    --Uy-- Burló ella --Usó tu nombre... Pero el punto no es ese. Por favor, Ian. Cuenta--

    La amable chica apartó unas cuantas hebras de cabello que estaban sobre el rostro del chico y arregló sus cejas, todo con una sonrisa que le diera algo de confianza. No iba a negarse a eso, pero, tampoco quería contarles todo porque seguro lo iban a usar para reírse de algo.

    --Se van a reír--

    --Nos reíremos más si llegamos a sacar conclusiones--

    Abrió la boca para decir algo y al cerró. Sería mucho mejor decirselo a alguien de más confianza. Kevin u Otto eran su mejor opción. Sin embargo, Marian entraba en ese grupito de amistad a quienes respetaba ya que lo trataba muy bien y, en más de una ocasión, le sacó una sonrisa en momentos de tristeza.

    --Te lo diré... pero que Shingo no me mire--

    --¿En serio?-- Rió el mencionado antes que Marian le girara la cabeza al otro lado.

    --Haz caso, cariño. Hablarán los adultos-- Esto hizo que Ian sonriera --Muy bien, estamos solos, bebé. Puedes decirme--

    --Se llama Priscilla, y será mi entrenadora en educación física--

    --¿Cómo?-- Dijeron al mismo tiempo Shin y Marian. Él confirmó.

    --Sí, verás. Resulta que mis notas son buenas y a la directiva de la universidad le gusta, pero vieron que en educación física no era tan bueno. Por ende, me han pedido aceptar su petición de aumentar la clasificación de esa asignatura para poder graduarme con honores--

    --¿Por qué ahora? ¿Por qué no te lo pidieron en el liceo cuando estabas en el cuarto o quinto año?-- Marian le volteó la cabeza a Shin.

    --Tú callado, amor... eso que dijo Shin--

    --No sé. Estaba sorprendido a lo que me pidieron y no pensé mucho. Priscilla estaba allí como una amenaza en caso que me negara--

    --¿Cómo puede ser eso?-- Se exaltó al meditarlo --Básicamente te obligaron a aceptar. Mañana iré a dirección para poner la queja, no me gusta eso--

    --No. Descuida-- Dijo Ian --Yo me metí en eso, mañana lo intentaré, y si no lo hago bien, me disculparé con la directiva y les diré que el deporte no es lo mío--

    --¿Seguro de eso?-- Él confirmó y Marian inhaló --Ok... pero no me gusta que te hayan obligado así--

    --Lo harán correr. Quedará flaco, como en aquella escena en Scary Movie-- Su pareja se rió antes de voltearle el rostro, esta vez tronando el hueso.

    --Sabes que puedes decirme tus problemas, si hay alguno--

    --Lo sé. Gracias, Marian--

    El chofer encendió el vehículo y arrancó al ver que ya tenía suficiente estudiantes para llevar. Ian seguía conversando con la pareja, aunque, sobre otro tema. No obstante, seguía pensando sobre su decisión. Había dos puntos buenos en cuanto a eso, una era que estaría fuera de casa por más tiempo y se evitaría escuchar los problemas que allí ocurren, y el otro se trataba de sus mismas notas. Las podía mejorar y así facilitarse la vida en el futuro... aunque el deporte no tenga nada que ver con sus planes. Pero había un problema que era más grande que preocuparse si lo haría bien todo. Se trataba de su hermana. Normalmente ella era quien llegaba temprano a casa y le tocaba escuchar las razones del porqué deseaban irse de allí.

    Se despidió de la pareja cuando el bus llegó a su parada. Vivía en el área residencial ubicada muy al norte de Florencia, Marocos, el cual, tambien, se encontraba cerca de las montañas de Dilbra a las afueras de la mencionada área. Pasó frente a la vieja, pero aún en servicio, estación de trenes Dio Blonde, en donde aprovechó comprar en una de sus tiendas dulces para su hermana y buscó un nombre en la pantalla de horarios. Luego de 15 mintuos de caminata, por fin llegó a su hogar. Una casa no tan llamativa pero grande, de dos plantas pintada de azul claro, ubicada al final de un cul-de-sac.

    Tocó un par de veces a la puerta y nadie respondió, esperó unos segundos antes de volver a intentarlo, ahora con la respuesta en forma de pisadas dentro de casa. Melina abrió la puerta y abrazó a su hermano de frente, deseándole una vez más un feliz cumpleaños. Entraron ambos cuando Ian notó, gracias al silencio, de que no había nadie mas que ella.

    --Salieron después de discutir un rato, no fue mucho, estaban tranquilos-- Le hizo saber ella --El almuerzo ya está listo, lo tengo aquí guardado--

    --Gracias--

    Comió Ian junto a su hermana, quien había guardado también su porción para comer al lado de él. Después de esto, se dirigieron a sus respectivas habitaciones en la planta de arriba donde permanecieron separados una hora para darse tiempo de reposar. Ian tomó un libro de su escritorio y comenzó a leerlo, cuando llegó su hermana al minuto y se reposó en su cama para cubrirse del frío con una sábana blanca.

    --Aún no llegan-- Susurró cansada.

    --Es mejor así. Al menos no estamos escuchando tanto ruido--

    La menor ojeó la habitación. Había una estanteria en la esquina casi llena de libros sobre clases y otra adyacente que estaba siendo iniciada, no tenía más de 12 libros sobre fantasía y ciencia ficción. Luego miró la ventana desde su posición, las montañas en la distancia se mostraban con la punta blanca, cubierta de nieve mientras que la base yacía verde por sus árboles.

    --Se ve tan relajante estar allí... ¿cómo sería vivir ahí?--

    Su hermano la observó y luego fijó la mirada hacia la ventana, sabiendo que hablaba de la montaña. Él alzó los hombros.

    --Mejor que aquí, supongo. Lo malo es que no hay comunidades, o pueblos cerca de allí-- Dejó su libro en el escritorio, justo al lado de su laptop cuyo bombillito parpadeaba, y se acercó a la ventana --He investigado sobre ciudades que sean como esta, que tenga buenos habitantes y, hasta ahora, sólo he encontrado Constanza. No está muy lejos y vi hoy en la estación de trenes que tienen boletos hacia allá--

    --¿Cuánto tiempo de camino?--

    --Según busqué, de seis a siete horas-- Miró hacia el patio, después al río detrás de la cerca que lo limitaba.

    --Lo suficiente para dormir-- Rió antes de darle palmadas a la cama --Duerme conmigo, tengo sueño--

    Asintió su hermano mayor para así quitarse dirigirse al interruptor que estaba al lado de la puerta y apagó el bombillo. Acto siguiente, se acostó al lado de su hermana quien lo cubrió con la sábana y abrazó por la espalda. Suspiró la niña en su oreja.

    --Quiero irme de aquí, no puedo esperar-- Dijo en tono triste a lo que él respondió de igual manera.

    --Sí. Yo también--
     
  3. Threadmarks: Capítulo 03 - Bottoms Up!
     
    Antonionoventayseis

    Antonionoventayseis Antoniodel96

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    25 Abril 2016
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    Título:
    Ian y Priscilla
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    Romance/Amor
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    Comenzaba el día y ya las cosas se sentían apagadas y un tanto hostiles en el ambiente. Sus padres habían llegado la tarde anterior por separado, con una diferencia de 2 horas. Habían tenido una discusión primero que se calmó a los minutos, la madre se metió en la habitación mientras que el padre se mantuvo quieto en la sala y luego se desveló terminando un trabajo que tenía pendiente. Ian fue el primero en despertar y fue hacia el baño con su toalla en la mano. No vio a ninguno de sus padres gracias a que el baño estaba en el piso de abajo y se encontraba antes de llegar a la cocina, en donde estaría el adulto.

    Por un momento olvidaba lo que le fue asignado el día de ayer, de no ser al momento de limpiar su cuerpo con el jabón. Su propia figura se lo hizo saber. No tenía mucha masa muscular, mas no era un esqueleto. ¿Le vendría bien algo de ejercisio? No era de los que se preocupaban por su cuerpo, le gustaba así como era, sin embargo, siempre una pizca de duda que lo hacía pensar muy de vez en cuando.

    "Mejor lo intento hoy" se dijo en mente. ¿Qué iba a perder? "Seguro no será tan difícil"

    Salió del baño, cubierto por la toalla, cuando se encontró con su hermana menor bajando. Se dijeron los buenos días y siguieron su camino. Ya en el cuarto, el chico se vistió decente con una franela verde clara y un pantalón oscuro. Y ahora venía el problema, su ropa deportiva. No quería usar la misma del liceo, no porque le quedaran pequeñas, todo lo contrario, es como si no hubiera crecido en todo ese tiempo, el detalle estaba en que era la misma, y no sabía lo que iban a pensar los demás al ver que no tenía nada nuevo.

    Lo meditaba tanto que empezó a fastidiarlo como mosquito que por las noches chillaba cerca de su oído. No le quedó de otra mas que tomarla, doblarla, y sin pensarlo, meterla en su bolso. Se iba a doblar de todos modos, por eso no la planchó.

    Ya terminado todo, se preparó para ir a la universidad junto a su hermana quien salía de su cuarto, preparada como él. No se había dado cuenta que el bolso se veía más grande, por lo que no se hicieron preguntas. Caminaron juntos por el pasillo del primer piso y bajaron las escaleras hacia la entrada de su hogar, cuando vieron a su padre frente al lavamanos de la cocina, sobándose la sien.

    --Papá-- Le llamó Ian en voz baja a lo que él sólo suspiró.

    --¿Sí...?--

    --Estamos saliendo--

    --Muy bien... tengan cuidado por allí. ¿A qué hora llegan?--

    --Yo... estaré ocupado en la tarde. No creo llegar temprano-- Soltó con miedo pensando que lo regañarían, sin embargo, su padre volteó extrañado.

    --¿Cómo es eso?-- Le dijo. Melina también lo miró, dudosa.

    --Acepté ver una clase en la tarde, no es nada malo--

    El padre lo pensó para acto siguiente hacerle un ademán con la mano y los dejó ir afirmándole con la cabeza. Salieron los hermanos y Melina le preguntó al llegar a la parada sobre esa clase que aceptó. Era una lástima para ella tener que regresar sola los jueves cuando era de costumbre hacerlo con él.

    A la primera no se supo explicar, no quería mencionar que Priscilla iba a ser su entrenadora "personal" por el hecho que estaba solo él. Tal vez era pena por las cosas que podrían decir los muchachos, por eso intentaba mantener hasta cierto límite el tema. Melina se creyó la historia de que era una clase especial para subir el promedio y dejó el asunto hasta ahí. Ahora Ian tenía que asegurarse de que fuese así y que nadie lo buscara a esas horas... de tan sólo haber recordado que ya se lo había dicho a Marian y a Shin el día anterior...

    Cuando llegó a la universidad, lo primero que hizo fue despedirse de Melina, a quien no le faltaba mucho para comenzar la clase, luego siguió él a lo que se encontró con Priscilla con sus dos amigas y un muchacho alto de pelo corto rubio y desordenado, era la actual pareja de Matel, Henry.

    --Mira, aquí está-- Señaló la mencionada --Pisi lo entrenará por petición del entrenador Torres--

    --Ah... creí que sería alguien mayor-- Se colocó Henry a su lado y midió la estatura, al igual que Priscilla, Ian le llegaba al hombro --Disculpa, no es por insultar, Ian. Es que Matel no te describió bien. ¿Estás preparado para ejercitarse hoy?--

    Él vaciló un tanto --Sí...-- Dijo forzado al no conocerlo --¿Estarán ahí?--

    --Oh, disculpa otra vez-- Estrechó su mano --Soy Henry Niccals, novio de esa niña que vez ahí-- Señaló a Matel, riéndose --Y sí. Priscilla nos pidió acompañarla y hacerle saber de que no se haya saltado una parte de tu entrenamiento--

    --Y no miento cuando digo que iniciaremos fuerte-- Le interrumpe ella --¿Has traído tu uniforme?-- El asintió ante la autoritaria voz --Muy bien, nos vemos a la una en la cancha que te indiqué. No llegues tarde, Ian--

    Priscilla se fue mostrando algo de molestia en su rostro y en la forma que había torcido los labios. Con esto ya estaba seguro que la idea de que lo "forzaran" a su lado no era de su agrado, algo que no entendía porque parecía de esas personas que se ganaría la vida en entrenar a otros... al menos en apariencia.

    Con ella se fueron también los que la acompañaban, que también le decían que no estaba del todo bien el tono que usó contra el joven de 16 años recién cumplido. Que de esa forma lo iba a asustar, cosa que ella pareció ignorar.

    Cuando se hizo la hora de su clase, la profesora anunció una prueba de práctica que sorprendió a la mayoría, pero que él terminó rápido y volvió a lo suyo. Mirar por la ventana a esperar que los otros terminaran y se hiciera la hora para ir a entrenar. En una de esas se le acercó una muchacha de su misma estatura, de cabello en rulos café y ojos claros, Luna, preguntándole sobre la evaluación. Mas no pudo embarcar más el tema debido que el profesor le había pedido sentarse hasta que acabara la evaluación para todos.

    Obviamente se habían tardado para algo tan fácil, se trataba del primer semestre para ellos y siempre usaban la excusa de que, en su liceo, no vieron eso que evaluan... cuando en verdad la institución donde estaban albergaba la escuela y el reconocido liceo.

    Y, sin darse cuenta, la hora de salida había llegado. Era el único bloque que tenía y el tiempo se fue volando gracias a la evaluación. Además, se había dado cuenta que sus amigos, el grupo de Kevin, no estaba sentado afuera de su aula, justo en las escaleras que daban a la parada de buses.

    Se llenaba de nervios, todo lo contrario a lo que se proponía con eso de intentarlo sin miedo. Su mente amaba hacerle esas cosas justo antes de un evento importante. Tragó saliva al ver que todos se iban y quedaban aquellos que iban a ver clases ahí, pero en la tarde. No vio de otra que salir también e ir directo a la cancha, aunque, al momento de estar cerca, se dio cuenta que no se había cambiado a la ropa deportiva. No iba a comenter el error y se regreso hacia los baños.

    Al haberse cambiado, salió cuando se encontró con German y Caleb entrando al baño. Se trataban de dos personas pertenecientes a otro grupo de mala influencia que se habían ganado el papel principal en varios rumores que se decían por ahí en la instalación educativa. German le fue a estirar la mano pero fue detenido por Caleb, quien suspiró fastidiado y apartándole el brazo.

    --Déjalo y apártate de una vez. Tenemos una clase--

    Ian se echó a un lado para abrirles camino, le había asustado la repentina aparición de los dos. Desde que estaba en el liceo que lo habían tomado para maldades al igual que a muchos otros. Sin embargo, estas no pasaban a mayor seriedad gracias a Caleb, quien les aconsejaba mantenerse a raya si no querían meterse en problemas con las autoridades. Él no era el "lider" del grupo, ese papel era de Jake Albert, uno que se creía estar encima de todo.

    --¡Vete ya!-- Le asustó Caleb como si le fuera a golpear.

    Él salió apresurado, temiendo que lo golpearan por no escucharle. Crecía rabia dentro de él, más no había mucho que pudiera hacer, muchos terminaron peores al verse emboscado por su grupo en momentos de soledad. Ignoró a ambos y se fue de ahí tan rápido como pudo, con su morral en el hombro.

    La cancha estaba vacía, nadie se encontraba en los alrededores, ni siquiera Priscilla, cosa que le aliviaba. Se dispuso a recordar por unos segundos los calentamientos que había visto la tarde de ayer en youtube y, a pesar que algunos se veían complicado, pudo comenzar bien. Estiró los brazos hacia arriba y se paró de puntas, intentando llegar lo más alto posible sin tener que saltar. Así se mantuvo los 15 segundos que le había indicado el video que vio y cambió de posición. Ahora separó las piernas a nivel de sus hombros e hizo lo mismo de los brazos, pero hacia adelante.

    --Te dije que él sabía hacerlo solo-- Le sorprende la voz de Matel.

    Ian se volteó para ver llegar a Matel junto a su novio, Priscilla y Enetea. La rubia ayudaba a la chica de piel trigueña guardar sus cosas en la mochila para acto siguiente ir a sentarse a un lado de la cancha en compañía de Matel. Henry se había parado frente a Ian junto a Priscilla a ver su sesión improvisada.

    --Comenzó bien-- Afirmó el alto estudiante --¿Tú qué crees, Pisi?--

    --La idea es que aguante y mantenga el ritmo, Henry. Tú-- Ian se vio señalado --¿Desde cuándo estás aquí?--

    --Recién llegué... me estaba cambiando--

    --Yo te hacía aquí desde hace una hora más o menos... en fin. Mejor empezamos ya--

    Henry y Priscilla se fueron hacia los arbustos, en donde siempre escondían su equipaje, acompañados de las otras dos mujeres para cambiarse a su ropa deportiva. Obviamente Matel se escondió con su novio tras un árbol en la distancia mientras que el arbusto donde Enetea y Pisi se cambiaban era lo suficientemente grande como para agacharse y no ser vistas. Al cabo de unos minutos salieron de allí y Henry tomó el morral del joven para así esconderla junto al de ellos.

    Priscilla y Matel llevaban puesto un short azul oscuro, una franellia holgada con un número distinto en la parte delantera y un sosten deportivo negro debajo. Mientras que Enetea y Henry usaban lo tradicional de la universidad, un pantalón deportivo negro y camisas blancas de mangas cortas.

    La primera en dar la señal fue Priscilla cuando se paró en la raya que limitaba la cancha de tierra, cuando los demás la siguieron para así posicionarse a su alrededor, en círculo.

    --Ya que Ian recién llegó, comenzaremos como en la escuela. Un calentamiento rápido. Vamos, a estirarnos--

    Empezaban todos con estiramiento que Ian apenas había iniciado. El joven miraba hacia los demás, quienes también lo veían a él, con algo de pena. Eran personas mucho mayor que estaban ahí haciendo lo mismo, por lo que se preguntaba si les fastidiaba la idea de verse con el chico a esas horas de la tarde cuando podrían haber estado haciendo algo más en sus hogares. No obstante, le parecía gustarle un poco y le causaba algo de gracia porque, esta vez, tenía un profesor que se ejercitaba junto a ellos. Todos los anteriores decían lo que se tenía que hacer y ahí se quedaban, sentados, viéndolos a todos correr.

    Al terminar con el estiramiento, todos se posicionaron en la línea que delimitaba la cancha justo detrás de Priscilla. Así dieron inicio con la caminata alrededor de la cancha que, luego de una vuelta dada, trotarían para repetir el mismos procedimiento por 2 vueltas más. Los novios comenzaron a charlar en su camino sobre lo que hacían, cosa que molestaba en parte a la mujer de piel trigueña por ciertos temas que recordaban.

    Debido a que estos se encontraban a unos metros adelante, Ian no lograba a escuchar sus palabras, cuando Enetea, quien sí estaba a su lado para asegurarse que no se detuviera, le dirigió la palabra.

    --¿Cansado?-- Seguía su trote la muchacha --Apenas estamos iniciando--

    --Todavía no-- Enfocó la mirada al frente --¿La están molestando?--

    --Sí. Es costumbre. Tienen suerte que son conocidos--

    --¿Por qué lo dices?-- Enetea sonrió a su pregunta.

    --Porque no los ha golpeado. Priscilla se molesta rápido, pero se controla a nuestro lado-- Ahí le hizo señas --A correr--

    --¿Cuántas vueltas?--

    Más no le respondieron, o tal vez no escuchó porque la mujer ya se había adelantado demasiado en tan poco tiempo. Él corrió como pudo intentando alcanzarlos, más le era imposible. Se notaba que los cuatro se la pasaban en la cancha porque llegaban a velocidades que le impresionaban. Si el trote le pareció fácil, aunque un tanto agotador, la carrera terminaría de hacer el trabajo de cansarlo.

    No llevaba ni media vuelta cuando la primera gota gorda de sudor bajó de su frente hasta el cejo izquierdo y cayó sobre el ojo. Por más que quería mantener el ritmo, más sus piernas parecían ir fallando ante su peso. De verdad que le hacía falta ejercitarse, de nada le hizo bien tomarse las vacaciones leyendo. Sin embargo, de nada le serviría quejarse de tal asunto porque no esperaba que lo llamaran a esto.

    Cuando por fin dio la primera vuelta, Priscilla junto a sus compañeras y Henry, ya le habían repasado una vez. Pero nadie se detuvo a preguntarle si estaba bien. No quería quejarse más de las cosas que pudo haber hecho en vacaciones, quería dejar en blanco su mente y pedirle al cuerpo que siguiera con lo que hacía. Al menos deseaba que le ocurriera lo que muchas mañana pasaba, y era ignorar el hecho de que estaba caminando, para así sentir el cansancio cuando terminara todo. Qué triste para él que no esté pasando eso.

    "No puedo con esto" se decía "¿En qué me metí?". Esto era todo lo contrario a lo que se propusía esa mañana, y lo sabía.

    --Vamos, Ian, que apenas vas a terminar tu segunda vuelta-- Le anuncia Matel al pasarle a su lado otra vez.

    --Ya después podrás descansar, falta poco-- Comentó esta vez su novio, quien se ganó un regaño susurrado de Matel.

    De verás que se estaba agotando. Su velocidad iba disminuyendo cada segundo, su cuerpo parecía mecerse de un lado a otro con cada salto que daba debido a que ya que no era correr lo que él hacía, parecía intentar saltar en las nubes. Si nadie se daba cuenta de esto, entonces lo harían al ver su labio inferior colgar y las venas marcadas en la frente.

    Terminó de dar su tercera vuelta y ya le habían repasado tres veces más. Ya ni le importaba cuántas veces lo hicieran, lo que quería era saber cuánto le faltaba para que acabara la carrera. Sí, que ya estaba inscrito en maratón y sería mucho más fuerte cuando le toque mostrar que ha mejorado, pero es que era demasiado. No le parecía justo iniciar de esa manera.

    --Estamos listos-- Dijo Priscilla. Pero le negó a Ian con el dedo --Tú no. Necesitas dos vueltas más si quieres descansar--

    Se quejó y cerró los párpados con fuerza, no lo creía de verdad. Ya se arrepentía.

    El cálido sol se iba ocultando a la distancia y las sombras de los árboles alrededor de la cancha iban ganando tamaño. El único que seguía allí era Ian siendo vigilado por Priscilla, Matel, Enetea, y Henry. Estos lo veían dar su última vuelta, si es que la terminaba, claro. Hacía un minuto atrás que su carrera pasó a ser una caminata y sus pasos eran pisotones que levantaban una ligera nube de polvo.

    --Dile que es suficiente, ya tiene la camisa mojada-- Pidió Henry, pero ella negó con la cabeza.

    --Le falta poco, ya llegó a la mitad-- Dijo antes de dirigirse a los arbustos y tomar su equipaje con el de Ian. Ahí le avisó --Se está haciendo tarde y te falta muy poquito para terminar la vuelta. Vamos, acelera el paso--

    La miró el joven de lado y con la cabeza echada hacia atrás, como si se le fuera a caer junto a las gotas de sudor al suelo. Cinco simples vueltas lo había destrozado, no obstante, notaba que Priscilla, quien había dado más que él, sólo estaba sudada sin mostrar signos de agotamiento. Cuando por fin dio la vuelta entera, se dejó caer de rodillas, luego se echó, mirando hacia el cielo, con la respiración tan acelerada y la ropa tan mojada de sudor que parecía estar muriendo.

    --Lo lograste a la primera, felicidades-- Rió Matel --¿Qué te pareció?--

    No respondió. Cerró sus ojos mientras tomaba el aire que se le había escapado en tan endiablada, para él, carrera. ¿Serían así las siguientes prácticas? ¿Tendría algún día libre para descansar? ¿Le bajarán la dosis?

    Priscilla se paró a un lado del cuerpo, lo miró desde arriba, movió su mano de un lado a otro para que la sombra llamara su atención y luego se agachó para darle unas palmadas en la mejilla. Abrió sus ojos para descubrir que esta vez le extendía la mano para levantarlo, no vio ningún problema en tomarla. Con tan sólo estrecharle la mano, se había dado cuenta ella de lo cansado que estaba, le temblaba demasiada, como si un sismo estuviera causando estragos en su cuerpo. Y ni hablar de sus piernas, estas eran otra historia que involucraban comparaciones a algunas enfermedades.

    La deportista mujer se detuvo para halarlo hacia ella y hacer que se pusiera de pie, sin embargo, sólo consiguió que el muchacho perdiera el equilibrio debido al cansancio y se le vino encima, pegando el costado de su cabeza en su abdomen.

    --¡Ugh!-- Soltaron todos los demás en unisono.

    Ian intentó reponerse como pudo cuando se dio cuenta que la sudada franelilla de Pisi estaba pegada en su cara, mojándolo todo.

    --Ay Dios...-- Resopló Henry --Esto no pasa ni en camisetas mojadas-- Se echó a reír mientras veía como Priscilla apartaba al joven.

    --Oye, oye. ¿Qué pasó?-- Le preguntó Pisi.

    --Disculpa... se me fueron las piernas--

    "Esto será para rato" Pensó --Mírate, qué bueno que vamos a los baños. Ahí te vas a lavar y te sacarás toda la mugre que sudaste--

    --Y la que le pegaste-- Bufó Enetea quien se ganó una mirada de regaño --¿Puedes caminar?--

    --¿Acaso no viste como se le fue encima?-- Intervino Matel --Henry, bebé, ayúdalo, por favor--

    --Como usted diga--

    El rubio se le acercó para así rebajarse a su tamaño y darle apoyo. También ayudó en secarle el rostro con un pañuelo que guardaba en el bolsillo para acto siguiente dirigirse con las chicas hacia el techado de natación. Allí habían unos baños que siempre estaban sin seguro para aquellos que se quedaban practicando hasta tarde, y que el entrenador Torres, junto a unos más, tenían las llaves.

    Frente a los baños se separaron, las mujeres por una puerta y ambos hombres por otra. Henry paró a Ian a un lado de los lavamanos para pedirle que se lavara el rostro, luego entró a un cubiculo a cambiarse la ropa. El joven obedeció, mojando cada rincón de su cara que estuviese tiesa por el sudor seco, más por la camisa de la chica a quien le había caído encima sin querer. Al salir Henry, éste entró también a la cubicula con su morral en mano para quitarse el pegoste que era su uniforme.

    --¿Cómo te fue?-- Fue lo primero que pregunto Henry al apoyarse de la puerta a la cubicula --Yo te vi bien ahí afuera... para ser el primer día--

    --Creo que bien-- Se cambió la camisa que solía ser blanca.

    --¿En serio? Eso es bueno. ¿Preparado para la próxima?--

    ¿Próxima? ¿Será que lo iba a hacer? Sí, fue su primera hoy, pero lo pensaba. Seguro se iba a acostumbrar en el futuro, o eso esperaba. Nadie en el mundo aprendió a correr antes de caminar, o gatear, antes que todo.

    --Sí-- Respondió dudoso --Eso creo--

    --No no no-- Dio unos golpeteos a la puerta con sus nudillos --No aceptaré un segundo "creo" como respuesta. Dime, sí o no--

    Lo meditó unos segundos. ¿Seguir sufriendo? Con mucha facilidad podía ir con el entrenador y pedirle disculpas, y que no podía. ¡Pero era el primer día! Vaciló un tanto antes de contestar.

    --S-Sí... seguiré--

    --Bien, era lo que quería escuchar... ¿ya terminaste de vestirte?-- Salió él con la ropa ya cambiada y guardada en el bolso --Vamonos entonces. ¿Necesitas apoyarte de mí?-- Le negó --Bueno, me avisas si estas cansado. No tengas pena--

    --Gracias, Henry--

    Mientras tanto, las chicas se alistaban frente al espejo. Matel se secaba la cara mientras que Enetea terminaba de colocarse su camisa y pantalón. Priscilla era la única que no se había cambiado, ella miraba hacia la puerta, recostada de la pared.

    --Y ¿qué crees del chico?-- Dijo Enetea, cosa que Matel habló.

    --Como todos a la primera, se cansó muy rápido, pero hizo sus vueltas--

    --¿Y tú qué dices, Pisi?--

    --Sí-- Afirmó moviendo la cabeza --Resistió hoy, hizo caso, aunque casi se desmayaba. Se me hizo extraño que no vomitara su almuerzo--

    --Emm... olvidé preguntarle eso. ¿Habrá comido?--

    --Me imagino que sí. Tal vez se aguantó las ganas y ya lo está descargando todo en el inodoro de al lado--

    --Como sea-- Alzó la voz Enetea antes de bostezar --Ya terminamos por hoy. ¿Cuándo será su próxima sesión, Pisi?--

    --Mañana a la misma hora, y el sábado también pero en la mañana-- Meditó un rato --Sí... con eso será suficiente por la semana. Pensaré si cambiar las horas cuando llegue el lunes--

    --Quien te escuchara-- Sonrió Matel --Casi como una profesora--

    --Gracias-- Suspiró --Listo, nos vamos--

    Terminó de hablar y se quitó la franelilla blanca para cambiársela por la que traía antes de la practica. Después de esto se detuvo de perfil frente al espejo arriba de los lavamanos para ver si había alguna mancha sobre la tela y se paseó la mano desde el cuello de la camisa hacia el abdomen, donde cogió el final y lo estiró para que no enseñara su bronceada piel.

    Al salir se encontraron con Henry e Ian, esperándolas, y así irse juntos hacia la parada de buses de la universidad. Se encontraba el cielo despejado y casi anaranjado, mientras que la universidad casi sola le regalaba ese ambiente tranquilo que los cinco respiraron libres. Sin embargo, en dirección de la parada, vieron de lejos a Caleb junto a German y Edmundo. Los tres iban lejos caminando hacia la entrada de la universidad, típica costumbre de ellos de caminar hacia sus casas. Muy pocas veces tomaban el bus.

    --Qué bueno que van lejos-- Dijo Enetea con suma molestia --Estaremos tranquilas hoy-- Matel y Henry asintieron.

    Ian los miró desde su posición pensando que también eran molestados por ello, cosa que no creía del todo. Todos ellos practicaban algún deporte y verlos siendo víctimas de sus bromas era imposible.

    Al final del día, el grupo tomó el último bus que estaba de servicio hasta su destino. Cada uno se despidió con normalidad hasta que sólo quedaron Ian y Priscilla. La chica se arregló el cuello de la camisa y lo miró seria.

    --Nos veremos mañana a la misma hora-- Ian le regaló una extraña mirada --¿Qué pasa?--

    --Es que mañana tengo clases en la tarde--

    --Oh... ¿tienes evalución?--

    --No... ninguna que yo sepa--

    --Entonces no es importante. Nos veremos mañana en la tarde, mejor que estés preparado. Y recuerda, si llegas temprano, inicias con el calentamiento--

    ¿Acaso no le había escuchado? Le había dado igual que tuviera clases en la tarde, en especial un viernes. No le gustaba faltar a ninguna asignatura por el miedo de no escuchar información importante. Obvio, ella no lo sabía.

    --Es que...--

    --Escucha, Ian... ¿tu nombre, no?-- Él asintió --Escucha. Lo digo para aprovechar esta semana ya que, posiblemente, cambie el horario la siguiente semana. Además, recuerda que te dije que iniciariamos fuerte. ¿Qué dices?--

    Miró a un lado --Sí... puedo estar allí--

    --Muy bien, recuerda que esto es importante para mí también, así que no me dejes mal. Mira que Matel y Enetea creen que iniciaste bien, más no me lo has demostrado del todo--

    --Ok-- Asintió como si eso hubiera sido un regaño --Perdón por caerme--

    --Eso no importa. Henry vomitó en su primer día, lo tuyo fue algo menor-- Sonrió ante el recuerdo.

    El bus llegó hasta la parada en donde se bajaría Ian, quien se despidió de su entrenadora antes de irse. Cuando el vehículo por fin estuvo a una distancia en la que, creía él, nadie lograría verlo, se echó con todo el peso del alma en la silla metálica que había en todas las paradas techadas. ¡Estaba mamado! Como dirían unos. Dios, el dolor palpitante en sus piernas amenazaban con hacerlo caer y partirse la frente contra el concreto de la cera. Y para colmo, había aceptado seguir con el entrenamiento. Y sólo había una pregunta rondando por su cabeza, ¿fue una buena decisión la tomada?
     
  4. Threadmarks: Capítulo 04 - De regreso a casa
     
    Antonionoventayseis

    Antonionoventayseis Antoniodel96

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    Ian y Priscilla
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    Aburrida por la hora, Priscilla miraba por la ventana del transporte, esperando a que llegara a su parada. Pensando en lo que había hecho ese día, llegó a una conclusión simple, entrenar al muchacho sería muy fácil, siempre y cuando mantuviera el ritmo de hoy. Claro, también le preocupaba ésto. No sería una sorpresa si llegara a perder las ganas de entrenar y se retirara sin siquiera decírselo, muchos lo habían hecho.

    Además, no podía negarse, fue el profesor quien la metió ahí. Comenzaba a creer que no perdería, o ganaría algo si seguía con la petición de entrenarlo. Al final de todo, sus ganas de entrar a maratón se fueron cuando ese chico tomó el último puesto... tampoco es que la fuesen a dejar estando en 3 disciplinas y no tenía pensado dejar una de las que ya tenía. En Zaziel quedó como una de las mejores en natación y consiguió 3 medallas en taekwondo, sus pasiones, y quería, por lo menos, entrar en maratón para quedarse con esas 3 áreas deportivas... ahora tenía que entrenar a Ian en la última mencionada.

    El bus llegó a la última parada, en dónde se quedaban ella y otros diez estudiantes que vivían cerca. Tomó su mochila y guardó el teléfono para así salir caminando hacia su hogar. A pesar de estar a unos 25 minutos en vehículo de la casa de Ian, la urbanización donde ella residía estaba conformada con hogares muy parecidos, sólo que contaban con un ático y algunos detalles de madera oscura ondeada que les daba una estructura suave a la vista. Llegó Pisi a su casa la cual estaba limitada por una cerca metálica de un metro treinta de alto y, justo detrás de éste, un cesped verde como el de todas las demás viviendas y un frondoso árbol más grande que su hogar del lado izquierdo del camino cementado que llevaba a la puerta principal.

    A diferencia de las otras casa, la de Priscilla parecía estar completamente de madera, sólo que era por fuera nada más. Esto fue decisión de su padre, quien solía vivir allí con ella, para que se distinguiera de las demás porque le parecía repetitivo ver la misma estructura una y otra vez siempre que llegaba en su vehículo del trabajo. Ahora él se encontraba viviendo con su esposa en Zaziel y le había dejado el hogar a su hija.

    Entró ella a su tranquila vivienda para inhalar hondo el relajante olor que emanaban las paredes reforzadas de madera y se quitó inmediatamente los zapatos y los calcetines para sentir el frío pragmado del suelo. Era toda una droga para ella cuando llegaba de entrenar porque relajaba las plantas de sus pies que siempre terminaban sintiéndose calientes. Ahora faltaba la ropa, se había cambiado en el baño de la piscina techada, pero siempre seguía una norma desde que empezó a vivir sola, y esa era estar lo más ligera posible. Tomó las escaleras piso arriba para llegar a su habitación y dejar sobre la cama el bolso.

    Acto siguiente, se dirigió al closet donde tomó una toalla y la arrojó en el espaldar de la silla ubicada frente al escritorio donde reposaba su computadora de mesa. Al cabo de unos segundos, comenzó a quitarse la ropa. Se despojó primero de su camisa y el sostén deportivo, dejándo al aire sus redondos senos, los cuales no eran de gran tamaño, pero tal cosa no la molestaban, no era de esas que creen que la vida dependía del tamaño de sus atributos. Su piel trigueña pareció relucir ante la luz que por la ventana se vertía en la habitación. Luego de esto, terminó con quitarse los zapatos y se bajó el pantalón deportivo junto a su ropa interior, mostrando las tornadas piernas, producto de todo el tiempo entrenado. Al terminar de inspeccionar de reojo su cuerpo, tomó la toalla para envolverla por debajo de las axilas y cubrir todo, desde el torso hasta un poco más arriba de las rodillas.

    Era muy temprano para ella, hubieron nubes que oscurecieron el cielo por unos minutos y ahora habían desaparecido, permitendo que los rayos entraran por las ventanas del piso superior e iluminaran el pasillo que daba hacia su habitación, el baño, el cuarto donde dormían sus padres, y las escaleras que llevaban al ático. Priscilla entró al baño con su teléfono en mano debido a la mala costumbre de sus amigas de llamar siempre que estaba ocupada en algo. Y no era la excepción ese día, apenas se miró por el espejo arriba del lavamanos, su celular recibió un mensaje y, al instante, una llamada. Se trataba de Matel.

    --¿Qué pasa, Matel?--

    --Es algo que no pude decirte. ¿Hablaste con Torres para que te entregue una de sus planillas? Ya sabes, las de asistencia y esas cosas-- Dijo en un extraño tono cómico, como si aguantara la risa.

    --Emm... no. Se lo iba a preguntar después de bañarme. Gracias por recordármelo. Por cierto... ¿estás sola?-- Le preguntó al escucharla reír a lo bajo.

    --S-Sí-- Seguía aguantando ella la risa.

    --Es que ustedes son como conejos-- Regañó y colgó.

    ¿Hasta cuando iban a llamarla cuando lo hacían? No sabía si arrepentirse de haberla conocido cuando llegó a Florencia o seguirle el chiste. Le caía muy bien la muchacha y su novio, pero habían ocasiones en la que se volvían insoportables, eran igual que dos niños hiperactivos. De esos que no paran de correr por una casa llena de floreros u otros objetos frágiles. No le dio más cabida a ellos y se enfocó nada más en bañarse para sacarse el sudor seco de su cuerpo.

    Como se lo propuso, después de la ducha llegó a su habitación donde se sentó a orillas de su cama y llamó a su entrenador, activó el altavoz para hablarle mientras ella iba al armario a coger la típica vestimenta que usaba en casa.

    --Hola, bella-- Le contesta el entrenador --¿Qué deseas?--

    --Me preguntaba si tenías las planillas para el plan de evaluación y una de asistencia-- Alzó la voz, esperando que la escuche debido a su distancia y el teléfono.

    --Sí... sí tengo. Te las llevo mañana--

    --Muchas gracias, viejito--

    --Espera un momento, no me vayas a colgar-- Dijo, desconociendo que ella no lo haría --¿Cómo te fue en el primer día? ¿Cómo le fue al niño?--

    --Bien... eso creo. Como a todos en la primera--

    --¿Vomitó acaso?--

    --No, no. Aguantó las cinco vueltas alrededor de la cancha, pero cayó muerto apenas se detuvo-- Tomó una franelilla verde oscura y un short --Yo diría que le fue bien, no una maravilla, pero sí... bien--

    Se le escuchó alargar una "m" --¿Seguirá?--

    --Me dijo que sí. Mañana le toca otra vez en la tarde y el sábado en la mañana. Después de eso, le pasaré un horario la semana que viene. Le anuncié que empezaríamos fuerte--

    --Espero no lo tomes a mal-- Se rió --No hagas que se asuste y deje de ir. La directiva parece quererlo demasiado como para darle la oportunidad--

    --Momento, esa es otra cosa que quería preguntar... ¿cuánto le falta para graduarse?--

    --Le falta mucho, apenas está iniciando la universidad--

    --¡¿Qué?!-- Se trajo en mano lo que cogió del armario para tirarse en la cama con la toalla enrollada en su cuerpo todavía --Espérate ahí. ¡Apenas está iniciando! Creí que estaba a mitad de la universidad por lo menos. ¿Por qué se inmutan ahora que se encuentra en el primer semestre?--

    --Por su rendimiento-- Repitió lo mismo de ayer --Su nota no baja de los 18 puntos desde que está en la escuela, y la mantuvo todo este tiempo a excepción de educación física. Seguro que es por eso--

    --Pero es la universidad, muchos caen en esta etapa. No quería decirlo, pero hoy se notaba que iba a rendirse en cualquier momento--

    --¿No me dijiste que inició bien?--

    --Porque no quería ser grosera. ¿O esperaba que dijera otra cosa? Como que parecía sumiso--

    Su profesor suspiró --Priscilla, ¿podrías, al menos, darle una oportunidad? Está iniciando apenas. Si de verdad cree que no puede, que venga conmigo y que lo hable, yo se lo haré saber a la directiva y ellos me dirán--

    Priscilla se quedó callada un momento, pensando en lo que le decía su entrenador. Le fastidiaba entrenar al muchacho porque, en algún momento, se podía volver una molestia. Tal vez no ahora, pero seguro se quejaría en el futuro. Tampoco le iba a sorprender si fingía alguna enfermedad para faltar algunos días.

    --Ok... ok...-- Exhaló con suma molestia.

    --Por cierto, espero hayas sido una buena chica y le hayas felicitado por su cumpleaños--

    --¿Cumpleaños? Sí...-- Se rascó la nuca al mentir. Lo sabía, pero no lo felicitó al ser una persona que recién conocía --Tal vez por eso aguantó--

    --Me alegra escucharlo de ti. Deberías hacerte su amiga si vas a pasar el tiempo entrenándolo-- Le sugirió --Así seguro se te suaviza el corazón--

    --¿Y eso qué fue?-- Se rió cuando se dio cuenta que ya había colgado --Bueno--

    Reposó en su cama boca-arriba para mirar el techo y suspirar. Pensando en lo que haría las siguientes semanas de entrenamiento. Tenía a Enetea, Matel, y a Henry como compañeros de prácticas, una persona más, Ian, no sería un problema. Lo observaba débil, y la forma en la que se le vino encima cuando lo levantó del suelo le demostró aquello. ¿Hasta dónde llegaría el chico antes de rendirse? Maravilloso si aguantaba, pero no lo creía del todo posible. Seguro regresaría a sus libros antes de los juegos deportivos que estaban próximos.

    Ahí recordó que sólo tenía su toalla cubriendo la desnudez. Sacudió la cabeza rápidamente para largar las pocas gotas que estaban escondidas en su cabello y cogió la ropa que había sacado del closet para vestirse. Si había algo más que llamara la atención, aparte del color de piel, ésta era su forma de vestir en casa, solamente Matel y Enetea lo sabían. Se equipó con un short corto de jean que ella había cortado, el cual dejaba gran parte de sus piernas al descubierto, para ser específico, le llegaba a 12 dedos arriba de las rodillas. Y para el torso, se puso la franela de tirillas verde oscura que mostraba dos dedos del vientre.

    Era como si el frío de Florencia no la afectase, vivía casi al descubierto en su hogar, el cual siempre permanecía un tanto gélida por el ambiente que encapsulaba. Y, para colmo, descalza. De que si amaba el frío, nadie lo sabía, nunca se lo hizo saber a alguien cuando llegó de Zaziel, una ciudad lejana en donde el calor era dominante. Tal vez era esa la razón.

    Ya "vestida" para la ocasión, bajó las escaleras hacia la cocina, donde estaban todos los artilugios que toda ama de casa tradicional deseaba. Un par de cocinas blancas impecables con su propio horno, una nevera grande gris llena de comida, y muchos utensilios, como espátulas, cuchillos, entre otros. Eso sin contar todos los gavinetes en donde guardaba platos, tazas, recipientes para la sal, etc. Todo regalo de su madre cuando la dejaron vivir sola.

    Al terminar de preparar su cena, llegó a la sala de estar, una que se encontraba casi al final del pasillo trás las escaleras, a unos metros antes de llegar al patio. Encendió su televisor y se sentó en el mueble a comer lo que se había preparado, a lo que le llamó la atención el chico. Meditó unos segundos y sacó su teléfono del apretado bolsillo de su short, para dejarlo a su lado con el navegador abierto. Desde allí accedió a la página de la institución donde estudiaban para buscarlo a él entre los cursantes del primer semestre. No le fue tan difícil ya que era el único "Ian" con 16 años.

    --A ver...--

    Comenzó a leer el expediente que llevaba hasta ahora. Había entrado por la rama de informática y con algunas materias de historia. Después de esto, entró a su record académico y se mostró sorprendida al revisar sus notas. Era cierto y no un juego, desde el primer grado que mantuvo las calificaciones demasiado altas, claro, se notó un leve bajón de notas, pero seguían siendo muy altas. La más baja, además de educación física, fueron casi al final del liceo, con 17 puntos en el primer lapso, y luego las retomaba con 19-20ptos.

    --Con esas notas cualquiera se enamora del niño--

    Bromeó mientras seguía. Hasta que, al final de la página de internet, estaba un enlace a un familiar, su hermana Melina. Por curiosidad lo abrió también y le notó el parecido en la foto de perfil. Tenían los mismos ojos y un tanto en las facciones del rostro y expresión seria. Al momento de ver sus calificaciones, se asustó. Al igual que él, sus notas eran espectaculares, aunque sí llegaba a 16 en educación física. Echó la cabeza hacia atrás antes de que se dibujara una sonrisa en sus labios. Priscilla también tenía notas buenas... mas no TAN buenas en todas las materias... ¿Qué cosas le daban de comer a esos niños? ¿Experimentaron con ellos acaso? ¿Skynet estaba dando su primer paso?

    --Tal vez sí valga la pena-- Se dijo y cerró el navegador --Espero aguantes mucho, Ian-- Siguió comiendo.



    ------------------

    La hora se fue demasiado rápido, más por el hecho de estar completamente exhausto. Al momento de que Ian abriese sus ojos, se vió todavía recostado en la metálica silla de la parada, y no sólo eso, el cielo se había tornado oscuro. ¿Qué hora era? Se había quedado profundamente dormido y le preocupaba llegar tarde a su hogar. Ojeaba su alrededor hasta que aliviado suspiró, seguía con su morral, nadie había hecho la maldad de robarle.

    Aunque, si de algo se dio cuenta apenas se levantó, era que sus piernas le pesaban. Todavía estaban pasando por el resultado de las prácticas. No eran agallones... todavía no. Eso era lo peor, y él lo sabía. Sólo era cuestión de esperar a que le doliera el cuerpo cuando despertara al siguiente día. Como pudo se levantó del asiento férreo y camino en dirección a su hogar, la cual se encontraba a 5 calles de la parada. Algunos conocidos que lo vieron pasar frente a sus casa se extrañaron que estuviera llegando a tales horas de la noche, por lo que un par se lo preguntaron, Ian sólo se excusó con que tenía una clase especial, lo mismo que le dijo a Melina, y siguió solo.

    15 minutos más tarde, el joven se detuvo frente a su propia puerta. La luz de afuera se encontraba encendida y se sentía la presencia de gente al otro lado de la puerta. Vaciló con temor por unos segundos antes de tocar. Nadie contestó, así que lo intentó una vez más, esta vez con una respuesta. La puerta se abrió, mostrando a su padre al otro lado. Su rostro a la primera fue de preocupación, luego pasó a ser de enojo. Obviamente se trataba de la hora de llegada, cosa que el joven desconocía al no cargar reloj por miedo a lo que podría pasarle fuera de casa.

    --¿En dónde estabas?-- Alzó la voz su padre, Liam Wallace --Te esperábamos desde hace rato. ¿Sabes que hora es acaso?--

    Ian dio un respingo al escuchar la autoritaria voz, se encogió de hombros con miedo y negó con la cabeza.

    --¡Son las ocho y media de la noche!-- Abrió los ojos Ian, era demasiado tarde --¡Estaba a punto de llamar a la universidad para saber si seguías allí!-- Se echó a un lado Liam para dejarlo pasar y así cerrar la puerta --¿En dónde estabas?-- Repite.

    --En la universidad-- Replicó callado.

    --¿Haciendo qué?--

    --¿Ya llegó?-- Bajó las escaleras su madre, Marian Cohen. Una mujer rubia, alta y hermosa.

    --Sí, ya está aquí-- Le señaló --Respóndeme, ¿qué estabas haciendo allí tan tarde?--

    --Estaba en una clase--

    --Una clase no dura tanto, Ian-- Agregó esta vez Marian.

    --Es verdad-- Ian se vio rodeado de ambos lados por sus padres, cosa que se obligó a sentarse en el mueble más cercano de la sala --Estuve todo el día en la oficina terminando unos encargos--

    --¿Tú y cuántos más?--

    --Yo...-- Se tragó las palabras, había soltado las mentiras así sin pensarlo --Yo solo--

    --No me mientas, Ian-- Levantó Liam su dedo índice --¿Qué hacías allí afuera tan tarde?--

    --Esto no pasaría si le compraras el teléfono como te lo dije--

    --Por favor, no empieces ya, Marian-- Volteó el hombre a verla --Te dije muy bien el porqué no lo hice--

    --¿Pero ves lo que ocurre? Estaba incomunicado y yo aquí pensando lo peor, Liam. ¡Piensa en algo que no sea en problemas!--

    --Mira quién lo dice... ¿Y crees que los problemas soy solo yo?--

    De pronto, los dos comenzaron a dirigirse al otro. Lo que había comenzado con Ian en el centro del regaño, en pocos segundos se volvieron indirectas sobre las cosas que uno de los dos debió hacer para evitar eventos similares, o los que podrían ocurrir en el futuro. Desde decisiones sobre dinero, hasta temas algo más personales que no desarrollaban debido a la presencia de su hijo. Ahí se detuvieron cuando Liam señaló molesto las escaleras, indicándole a Ian que se fuera a su habitación. El joven obedeció la orden.

    Descepcionado, no por el regaño, sino por sus padres, Ian subió las escaleras, queriendo no escuchar las cosas que sus progenitores se decían uno al otro. Tal cambio se había dado de la noche a la mañana, recordaba que, desde niño, los veía alegres y muy rara vez discutían por algo... pero eso cambió. Algunas mañanas, antes de ir a trabajar, se decían un "te quiero" acompañado de un simple beso en la mejilla, mientras que en otras volvía con lo de hoy en día. Se marchaban molestos en sus vehículos y no los hermanos no sabían más de ellos hasta que regresaban. Temían escribirles sobre lo que oían temiendo arruinar las cosas.

    Lo bueno para Ian se trataba de la universidad, el horario le exigía salir temprano de casa y usaba ésto para salir con Melina, quien iniciaba una hora después. A veces los llevaban uno de los dos, pero casi nunca estaban todos juntos en el mismo vehículo a no ser los días que viajaban fuera de la ciudad en vacaciones.

    Llegó él a su habitación, con los muslos palpitando, y descubrió a su hermana sentada sobre su cama, con la pijama puesta, y su rostro siendo iluminado por la pantalla de su laptop propia. La luz delcuarto se encontraba apagada, gracias a esto le daba un aire siniestro a la niña en medio de la oscurana. No obstante, era su habitación y no podía caminar si todo estaba negro.

    Melina lo miró cuando prendió el bombillo --Ian-- Llamó y se quitó sus audífonos --Qué bueno que llegaste. Papá estaba molesto porque no te aparecías--

    --Sí. Ya me lo hicieron saber-- Se escuchó parte de la discusión a través del piso --Vuelve a ponerte los audífonos. Voy a bañarme--

    Ella asintió y le observó salir con el paño sobre su hombro. Ian se encaminó al baño, aún pudiendo escuchar la discusión en la sala, donde se encerró y pasó el seguro. Adentro era más relajante, el olor a humedad y la extraña paz que había ahí dentro. Además, las paredes y el piso se encontraban cubiertos de cerámica, cosa que tapada el ruido de abajo y lo mantenía todo en silencio. Se dejó caer apoyando la espalda en la puerta de madera, hasta quedar sentado. Suspiró con fuerza y dejó su mente irse por unos minutos.

    Pensante estaba él, ingeniándose un plan a futuro que los sacara de tantas preocupaciones. La situación entre sus padres no parecía cambiar, y tampoco esperaba que sucediera algo que los tranquilazara en el futuro cercano. Había visto el día anterior, en la estración de trenes, que sí habían líneas hacia Costanza, un pueblo tranquilo, sin embargo, la pregunta era la siguiente, ¿cuánto tiempo hasta que pudieran irse? Obvio que tenía en claro el punto del dinero. Eso podía conseguirlo con un trabajo de medio tiempo, también estaba la posibilidad de pedirle prestado a sus amigos. No se lo negarían, pero no le gustaba hacer tal petición. Por ahora tenía que graduarse y así las cosas se le harían más fácil.

    Y estaba Priscilla como su entrenadora. Pareció olvidarla por un instante. Era su entrenadora y aceptó el trato del entrenador Torres. ¿Seguir o retirarse? ¿Cuál de las dos opciones le facilitaría el camino a salir rápido de los estudios? Tenía en claro que las prácticas no eran necesario para lo que tenía pensado. Ahora, volvía con Priscilla. Le hacía sentir mal tener que dejarla porque, como recordaba, ella también se sorprendió con la idea de entrenarlo, es decir, que le había tomado por sorpresa, tanto como a él, la petición. Ya era mucho meditarlo. Mañana iba a ser otro día sin ningún cambio en casa, pero sí un respiro fuera de ella en la universidad.
     
  5. Threadmarks: Capítulo 05 - Molestia
     
    Antonionoventayseis

    Antonionoventayseis Antoniodel96

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    Título:
    Ian y Priscilla
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
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    Su día volvía a comenzar de lo más normal en el sentido de lo rutinario. Encendió su laptop en el escritorio a unos pasos frente a la cama y, del estante a un lado, tomó un libro de ciencia ficción, mas no para leerlo, sino para sacar el horario de ese día. Dos clases eran las únicas que adornaban el bloque del viernes. Inglés en la mañana, a partir de las 10 y matemática en la tarde a eso de las 1 hasta las 3:30. Cerró el libro, pero justo antes de poder guardarlo, se acordó de lo que tenía pendiente. Se le había pasado el asunto del entrenamiento con Priscilla.

    Le había dicho la tarde anterior en el bus que tendría una sesión en la tarde. Incluso le llegó a preguntar si tenía una evaluación a l misma hora, cosa que él negó y que Priscilla le había dado poca importancia a la materia. ¿Qué podrían decir en esa clase? No le gustaba tener inasistencia, siempre trataba de llegar todos los días a la hora. ¿Le daría ella permiso de dejar la práctica para otro día? Aunque sea para cuando salga de su clase. No obstante, ahí recordó a su padre. Si llegaba tarde otra vez le volverían a regañar como casi pasaba anoche de no ser por la discusión que él y su madre comenzaron. Por cierton ¿a qué hora habría acabado? Rememoró que, cuando salió el baño y se recostó, las cosas se habían calmado un poco y le pareció haberlos escuchado hablar tranquilos por el pasillo fuera de su habitación, en dirección a la suya.

    Se sobaba el muchacho la frente cayendo en razones que ya venían a juego. Dejó el libro en su puesto original y fue a buscar la toalla colgada en el patio. De camino al baño se encontró con Melina bajando las escaleras con su paño verde rodeándole el pecho y cubriendo todo su cuerpo hasta las rodillas. Se dijeron los buenos días al verse a la cara, sin embargo, ninguno entró al baño porque se escuchaba la regadera abierta, indicando que estaba ocupado. Ambos se quedaron afuera en espera de que se saliera la persona ahí dentro cuando Melina suspiró y le miró a los ojos.

    --¿A qué hora llegas hoy?-- Pregunta ella.

    Con una mueca en los labios se puso a dudar él. ¿Seguiría con la mentira de una clase aparte para subir el promedio? No quería mentirle a su propia hermana quien confiaba mucho en su persona y acudía a él en muchas ocasiones. No obstante, había optado por eso último porque no estaba del todo seguro si abandonar la petición del entrenador. Claro, tampoco se lo pusieron fácil los ojos de Melina que se le dirigieron a los suyos con expresión de cachorro triste. No sabía como le hacía ella para golpearle tan feo con una simple mirada. Balbuceó unas cuantas cosas antes de decidirse por la verdad. De todos modos ya Shin y Marian lo sabían, y estaba muy seguro que se lo dijeron a Kevin, Otto y a Travis. Ya era cuestión de tiempo que llegara la verdad a sus oídos. Suspiró antes de hablar.

    Melina se cubrió la boca, sorprendida de lo que le había contado su hermano mayor. Más al darse cuenta que fue esa la razón del por qué había llegado tan tarde el día de ayer, que estaba muy agotado y la hora se le pasó cuando descansaba en la silla metálica de la parada. Esto le hizo ganarse un regaño de ella por el miedo que le hizo pasar, pero le alegraba que hubiese llegado a casa, sin importar que lo hubiera hecho tarde. Al rato echó el tema a un lado para recordarle que iba a bañarse primero porque su clase empezaba a las 8am y las de él a las 10. Ian aceptó y al minuto salió su madre del baño, cubierta con la toalla y su larga cabellera rubia cubriendo la espalda. Saludó a sus dos hijos con un beso en la frente cada uno antes de avisarles que su padre ya se había ido temprano al trabajo y que ella les iba a llevar en el vehículo.

    Como habían acordado los dos, Melina fue la primera en entrar al baño mientras Ian esperaba. Esto le dio tiempo a él de pensar lo que podría pasar ese día en el entrenamiento. ¿Qué ocurrió ayer? Se estiró con el calentamiento de inicio e hicieron la caminata alrededor de la cancha de futbol, después al trote de dos vueltas y así llegaron todos a la parte que lo mató, la carrera. La primera vuelta le pareció fácil, fue la segunda que hizo el trabajo de destrozarle las piernas con tantas palpitaciones que no aguantaba. Además, ahora que se daba cuenta y afincaba una pierna, sus muslos se sentían duros y sabía muy bien lo que vendría luego. Era lo que odiaba sobre ejercitarse.

    Al rato le llegó otro asunto a la mente. ¿Qué fue lo que Priscilla le dijo en el bus? Aquello sobre sus amigas. Le hizo saber que Matel y Enetea pensaban que lo había hecho bien para ser su primera vez. También estaba Henry, quien se lo remarcó de igual forma. Debería seguir, así se lo pensaba. Podría ser mucho lo que gane si todo lo hace bien. Quién sabe... tal vez gane más cuerpo. No era que le preocupara su apariencia, aunque han habido ocasiones en la que pensaba tener algo de fuerza, o masa muscular, y no sentirse inseguro en tales aspectos. Como una vez en el liceo cuando se cayó mientras llevaba un pila de libros hacia la biblioteca en favor de, en aquel entonces, su profesora favorita.

    Entró al baño cuando se desocupó y se detuvo frente al lavamanos, donde se quitó la camisa que usó para dormir. Con atención le dirigió la mirada a su rostro reflejado, después bajó a su pecho. Se le marcaban de a poco los huesos en su piel gracias a lo delgado que estaba. Era esta la razón por la cual llegó a pensar sobre su cuerpo en el pasado. Un poco más y se convertía en un esqueleto. Qué suerte que su cara tenía masa y sus ojos no estaban tan adentro como aquellos que esperaban la muerte con miedo en un hospital.

    Quiso pararse de perfil frente al espejo, como para posar, aunque se negó de inmediato. Le daba pena hacerlo, incluso sin nadie ahí que lo observara. Se negó al darse la idea de que, por ahora, su imagen estaba bien y no había de qué preocuparse, así que, con normalidad, y quitándose las ideas, se fue a bañar. El día iba a ser largo e iba a regresar completamente cansado. Además de que sus piernas empezaban a palpitar, reaccionando a lo del día anterior.




    Faltaba muy poco para que llegara el fin de la madrugada cuando sonó su teléfono con un mensaje de parte de Roxana, la compañera que le entregó la carta a ella y a Ian. Priscilla revisaba en ese momento la nevera, anotando lo que le faltaba cuando leyó el aviso. La mujer le estaba avisando que obtuvo el número 5 en la competencia de los juegos deportivos que estaban próximos. Aunque, para desilusión de ella, se trataba de natación y no para taekwondo, como ella deseaba. Estaba viviendo una racha de mala suerte al parecer. Quería maratón, no pudo, le tocó entrenar al joven para tal disciplina. Ahora no podía repartir patadas porque la metieron en natación, era buena en esa área, pero no era tan de su agrado.

    --¡Dios! El niño ese-- Recordó.

    Así como le pasó a Ian, Priscilla olvidó por poco lo que tenía para esa tarde. Había acordado entrenarlo hoy y mañana sábado a temprana hora, pero eso último no se lo hizo saber pensando que sacaría excusas para pasarlo por alto. Lo bueno fue que le había pedido al entrenador los papeles para asistencias y plan de evaluación. Ahora, ayer fue fácil y rápido ya que era el primer día, por lo que estuvo relajado... para su grupo de amigos, obvio, Ian fue otra historia. La mujer se llevó la mano al abdomen, recordando que fue ahí donde cayó él casi desmayado.

    --No creo que aguante-- Se repitió una palabra que dijo antes de dormir.

    No era optimista en cuanto a la situación de él. Se veía frágil y sumiso como para aguantar tres días más de entrenamiento... no, corrección, calentamiento. No quería verse "mala" ante él, es sólo que la apariencia le ganaba tanto que ese era lo primero que Priscilla llegaba a pensar. Ahora... ¿y si sigue y termina siendo un buen atleta? Eso SÍ que sería emocionante y un tanto alentador. Se llegó a ver frente a un grupo de medallistas dándole las gracias por haber sido entrenados bajo su mano.

    --Creo que estoy viendo mucho anime-- Sonreía --Bien hecho, Enetea. Me atrapaste con aquella recomendación--

    Dejó las palabras al aire y terminó de anotar las cosas que debía comprar en cuanto a comida se refería. Más porque siempre caminaba de su casa hacia la universidad y siempre a primeras horas, era su costumbre calcular el tiempo que podría tomarle en llegar allí, por lo que partía una hora y media antes de su primer bloque. Durante ese viaje le daba tiempo de pasar por comercios en donde compraba las provisiones, a veces en compañía de sus amigas.

    Al rato se acordó otra vez del entrenamiento de la tarde y le envió un mensaje a Roxana y a Enetea, les pedía que la acompañaran ya que, al ser viernes, Henry y Matel salían de Florencia a casa de los padres de ella y no regresaban hasta el martes. Costumbre de ellos. Para su suerte, las dos mujeres accedieron sin problemas y le recordaron de la sesión de esa mañana con Torres.

    Al terminar de bañarse y cambiarse de ropa, la deportista mujer salió de casa antes de pegarle una mirada al garage. Le hacía falta el vehículo para salir por ahí con suma libertad en compañía de amistades, pero tuvo que hacer de oídos sordos a las advertencias de su padre para comprar repuestos, creyendo que tales problemas no le iban a ocurrir... y ocurrió. Ahora se encontraba su coche en un taller, sin llantas y sin nada bajo el capo.

    Al menos era un hermoso amanecer como para dar un trote y cubrir la mitad del recorrido, llegar sudada no iba a ser un percance ya que le tocaba una hora en la piscina y llevaba un cambio de ropa en el gran morral azul oscuro. Coches pasaron por su lado provocando leves ráfagas de viento que movieron su corto cabello y refrescaron su mañana. Sólo esperaba ella que se diera hoy lo mismo del día anterior para que llegara el sábado y no verlo más sino hasta el lunes que toque otra sesión. Sí, sonaba como si fuera Ian una molestia a pesar de no haber hecho algo malo, pero la noticia de entrenarlo le picaba en el cerebro.




    Se hicieron las 7 de la mañana y ya Ian bajaba del vehículo acompañado de Melina, quien se dispuso a seguirle en espera de su hora y porque quería saber cómo era esa mujer que entrenaría a su hermano. Cuando salió del baño y terminó de vestirse, ambos comieron en la habitación de la menor y charlaron de lo mismo, intentando ella en sacar más información de la que él le arrojaba. Nunca llegó a enfatizar en su apariencia o personalidad, sólo lo decía por encima, como con miedo de que Priscilla entrara por la puerta y lo cogiera del cuello.

    Llegaron juntos hasta la cantina que había cerca del techado de natación y se sentaron en una de las mesas libres para seguir con la conversación que no se pudo dar en el vehículo para que la madre no lo supiera. Ésta vez pudo la menor de sacar un tanto más de información y describió Ian el color de piel que le caracterizaba a lo que Melina inclinó la cabeza a un lado, pensando en lo escuchado.

    --Creo que sé quien es... pero no estoy segura. Cuenta más que después se hace la hora-- Insistió ella antes de tomarle el brazo y traerle --¿Es muy bella? ¿Cómo es su cuerpo?, cuadrado, curveado, circular, voluptuosa. Tú dime-- Siguió halando con una sonrisa.

    --Bueno... es de cuerpo formado... atlético podría decir--

    --Obvio, es tu entrenadora. Sigue contando, ¿es bonita?--

    Su hermana abrió su morral para armarse con un lápiz y su cuaderno abierto, dispuesta a anotar todo lo que él fuese a decir. Melina adora escribir y publicar sus textos en internet, y últimamente ha estado buscando historias reales con las que inspirarse. Mucha suerte tenía ella ahora que podría sacarle jugo a los relatos de su hermano, aunque sea para tener un personaje.

    --No te quedes callado, Ian. ¿Es bonita?-- Escribió lo que sabía de ella hasta ahora.

    Ian le dio vueltas a su mente en busca de algo que responder, ¿sería tan difícil darle la respuesta? Que si era bonita, no lo sabía decir. Sin embargo, le llamó la atención el color de piel, era tan distinto a lo que acostumbraba a ver en las calles. Rítmico inclinó la cabeza de un lado a otro.

    --Sí-- Soltó en un soplido bajo y repitió --Sí, es bonita-- Dijo como un cumplido.

    Ahí observó que detrás de Melina se acercaban Kevin, Otto y Travis, éste último siendo seguido por su hermano menor. El pequeño grupo había salido por uno de los pasillos del edificio de ciencias cuando también estos vieron a los hermanos juntos. Kevin alzó su mano para saludar a lo que llegaron a la misma mesa y le acompañaron al sentarse. No tardó mucho Melina en reírse a lo bajo con pena al ver que Tommy le saludó sonriente. El muchacho era hermano de Travis, pero aún no se le podía encontrar un parecido que no sea su nariz fina, algo que según su madre vienen heredando desde muchas generaciones atrás. Obviamente le gustaba el chico, aunque casi nadie lo sabía porque siempre ocultaba su sonrojada expresión.

    --Buenos días--

    Dijeron Kevin y Otto al mismo tiempo cuando se miraron a la cara con fastidio.

    --Acepto dos, Kevin, pero un tercero en un sólo día es raro-- Habló Oso. Kevin se encogió incómodo de hombros antes de cambiar el tema.

    --Por cierto. ¿Es verdad eso que nos dijo Shin? ¿De verdad te entrenará una mole?--

    --¿Mole?-- Se extrañó el joven --No es una mole. Puede que se vea ruda, pero no es tan exigente como verías en una película-- Al menos no aún.

    --Y dice Ian que es demasiado hermosa y de gran cuerpazo-- Interrumpió Melina, dibujando la figura de una mujer en el aire con sus manos --Lo deja babeando--

    --No mientas, Melina. Es broma lo que dice--

    --Tranquilo, ya sabemos-- Dijo ésta vez Palmera, el apodo de Kevin --¿Cómo te fue en la primera sesión? ¿Difícil, no?-- Ian asintió --¿Y cuándo vuelves?--

    --Hoy en la tarde, pero estoy enredado con unas preguntas-- Recordó el horario --Se supone que debo verla para el entrenamiento y ella pasó por alto el detalle de que estaba ocupado en mi segundo bloque--

    --Fácil puedes decirle que lo deje para otro día-- Resonó la suave voz de Travis --No creo que se moleste--

    --Sobre eso... no es difícil darse cuenta que a Priscilla no le encantó en nada la idea de entrenarme. Y tal parece que para ella también fue una sorpresa--

    --¡¿Priscilla?!-- Alzaron la voz Oso y Palmera, ignorando la cuarta vez que repiten lo mismo ese día.

    --¿La conocen?--

    --¿Que si la conocemos? ¡Hombre! Fue la razón por la que Oso dejó taekwondo--

    --¿Fue ella?-- Se echó a reír Travis mientras Melina y Tommy se miraban confundidos --Dios, qué paliza--

    Los ojos abiertos en sorpresa de Otto le enviaron mala vibra a Ian que ya comenzaba a preocuparse en lo que se había metido, al contrario de Kevin que intentaba no mostrar expresión alguna que incomodara a su joven amigo. Tommy tuvo que romper el silencio ante los labios que se curvearon para no decir nada.

    --Lo dicen como si fuera un trauma del pasado. ¿Qué pasó?--

    --No es que sea la gran cosa-- Decidió Kevin en hablar --Priscilla tiene dos años aquí en la universidad, creo que venía de Zaziel--

    --Sí, de ahí viene-- Completó Oso.

    --Bueno. Cuando llegó creímos que sería como uno de los chicos que llegó de afuera y flojeó feo, pero no. Priscilla terminó siendo muy buena en taekwondo y le dio tremenda paliza a Oso-- Esto último lo dijo entre risas --Perdón... Como decía, Priscilla terminó siendo buena que la dejaron ingresar a los juegos deportivos a pesar de un par de problemas con sus papeles de intercambio. Asistió en natación. Volvimos a creer que caería esta vez pero salió como bala y terminó segunda. Muchos la adoramos con el resultado, pero otros... no tanto--

    --Oh, ya veo-- Soltó Melina --Pero quiero que me respondan, ¿es bonita?--

    --Emm... sí. Podría decirse que lo es-- Kevin miró a Otto y éste asintió --En personalidad es fuerte y un tanto estricta... Pero nada preocupante, Ian. Te irá bien. Parece más relajada frente a sus amigos, así que, yo siendo tú, trato de hacer amistad con ella--

    --Hmmm, "amistad"-- Ahora fueron Travis, Melina y Tommy.

    --Es contagioso parece-- Otto miró su reloj --Aún queda un poquito de tiempo, pero creo que ya es hora que los niños se vayan a sus clases--

    Y con eso dicho se puso de pie para dar fuertes palmadas que alertaron a los jóvenes cerca y tomaron sus morrales para irse apresurados. Melina estaba molesta porque ahora tenía que esperar en casa a que llegara Ian y le contara más de ella, sin embargo, con lo que había escuchado ya sería suficiente como para darse una idea para iniciar sus escritos.

    Ian se quedó en compañía de ellos tres y con ganas de preguntar sobre la mujer y las cosas que acostumbraba a hacer, pero recibió una negativa de ellos. No porque no quisieran, era más porque en verdad no trataban mucho con Priscilla y seguir hablando de ella se convertiría en una conversación cuyo tema sólo eran suposiciones. Ahí regresaron al asunto de su duda con el horario de la tarde.

    El joven no quería faltar y temía que el profesor no le aceptara el permiso para salir, incluso cuando se trataba de un profesor que ya le había dado clase en el pasado y estaba conciente de lo bueno que era Ian y el esfuerzo que hacía para seguir mejorando. Divagó unos minutos con la mirada puesta en el edificio de ciencias hasta quedar con una decisión, iba a pedir el permiso al profesor para ir con su entrenadora. De todos modos ya llevaba su ropa deportiva en la mochilla negra en su espalda y estaba seguro que ella no querría que no asistiera.

    Sus compañeros afirmaron antes de quedarse un par de horas y juntos se fueron hacia la primera hora de clases esa mañana. Ian suspiró con dudas todavía, pero no podría hacer nada. Estaba accediendo a muchas cosas con muy buenas intenciones, aunque llegaba momentos en la que deseaba echarse atrás con eso. Por suerte no estaba pasando por una de esas ocasiones.

    --Por cierto, Ian-- Se dirigió a él Travis --¿Cómo están tus piernas?--

    --Siento un poquito de ardor, pero creo poder aguantar--

    --Así se empieza-- Le susurró Oso a Kevin.




    Priscilla ya había acabado con las materias de esa mañana y salía de su salón de clases en compañía de Enetea y Roxana. Las tres mujeres no se tardaron en llegar al techado de las piscinas para entrar a los vestidores y sentarse en una esquina de la gran habitación. Ahí miraron el reloj en su celular y se dejaron reposar aliviadas. Faltaba una hora para empezar a almorzar por lo que aseguraron las tazas plásticas que traían. Al minuto se acercó Enetea al lado de Pisi y habló.

    --¿A las 2 te toca verlo, no?-- Se enrollaba la punta de su rubia cabellera en el índice.

    --La verdad que no le di una hora exacta, pero le dije que nos veríamos hoy en la tarde. Tuve que asegurarme que no tuviera un examen que arruinase lo de hoy--

    --Oye, a mi no me contaste de él-- Roxana se acercó un tanto --¿Cómo le fue ayer? ¿Vomitó como Henry en su primer día?--

    --Qué bueno que no. Hizo las cinco vueltas que pedí pero cayó casi muerto al detenerse--

    --Y Pisi le dio un mojado abrazo para despertarlo-- Burló recordando la franelilla pegada a un lado del rostro --Pero sí, estaba medio muerto. Aunque en cuanto a mi respecta, Ian comenzó bien--

    --Eso dices ahora, hay que esperar a que pase la semana y veremos de verdad si seguirá-- La chica de cabello azabache se tiró al suelo --El entrenador Torres me entregó una fotografía para identificarlo en caso que no esté en su salón, y créeme cuando digo que no es un...--

    --Sí, ya sé, Roxana. Pensé lo mismo cuando lo vi correr ayer-- Le interrumpe --Quiero ser optimista con él y hacer lo que se me pidió por la directiva de la universidad. Quieren verlo graduado con honores y ¡Oh!-- Ahí se acordó de las notas --Hablando de notas, miren esto--

    La mujer buscó en su mochila el teléfono para así entrar al portal de la universidad en la Internet y buscó por el nombre de Ian Wallace, tal y como hizo anoche, luego le indicó a sus acompañantes que se acercaran a ver. Enetea se afincó en su hombro, apretando el pecho al costado de su rostro mientras Roxana mantuvo unos centímetros para ver la pantalla. Tal cual era la sorpresa de sus calificaciones que creyeron al muchacho como una máquina, y de por sí pudieron quedarse sin mandíbula al ver las notas de su hermana y el parecido en la expresión de la fotografía.

    --Dios, pero que lindo chico. Lástima que tenga dieciséis porque sino...-- Y se echó a reír.

    Sus amigas le obsequiaron una mirada acompañada de una sonrisa de medio lado, algo que Roxana ignoró entre risas y se sentó abrazando sus piernas. Después de esto se aclaró la garganta para atreverse a decir.

    --¿Por qué no le entras a él y nos ahorramos la salida al club mañana?--

    --Porque, a diferencia de ti, me gusta mantenerme fuera de los problemas--

    --¿Fue una indirecta?--

    --No lo sé. ¿Es una indirecta?-- Le miró retadora.

    Y las tres se rieron ante sus propias bromas. Aquello último no tenía nada que ver, sólo fueron palabras que se arrojaron, sin embargo, entre ellas siempre fue un tema de broma el gusto que le encontraba Roxana a los jóvenes. Otra vez siguieron hablando aunque se trataba ahora de los juegos deportivos y la razón por el cual había caído en natación. La respuesta era fácil, no quedaban cupos y se arregló sacando papelillos enrollados con nombres escritos. Priscilla no cayó para lo primero pero sí natación.

    La conversación se paseaba de un lado a otro, desde las cosas que tenían pendiente en casa, como la comida, limpieza, programas de televisión, hasta las libertades que se daban en su tiempo libre, el cual era frecuentar los clubes que en cantidad habían cerca del centro comercial, o ir fuera de la ciudad en el vehículo de Pisi, cosa que ya no era una opción. Almorzaron las tres chicas mientras contaban anécdotas que le serían de interés para la mujer de piel trigueña ya que habían costumbres que no conocía de Florencia, como las competencias de nado en uno de los ríos en las afueras en tiempo de invierno. Algo loco claro está.

    De vez en cuando se daban una pausa para reposar y esperar que la hora se diera, le iban a dar a Ian 30 minutos más para que se preparara en vestir y empezar una parte del calentamiento. Al rato se preguntaron por Matel y Henry, tal vez estaban aún en camino ya que no les había llegado mensaje de su viaje.

    --Creo que ya le dimos suficiente tiempo-- Priscilla abrió su mochila para sacar la ropa --Voy a cambiarme, ¿ustedes no?--

    --No correré hoy, debo salir a casa de mi abuela esta tarde y no quiero sudar--

    --Yo te acompaño, Pisi-- Enetea se detuvo a su lado con la ropa en su mano --¿Puedo ir a tu casa después de esto? No hay mucho que hacer en la mía--

    --Oh, muchas gracias. Eso es una amiga-- Con una indirecta se retiró cuando Roxana se les pegó detrás.

    Sin embargo, cuando ya estaban listas y llegaron al terreno donde corrieron ayer, se dieron cuenta que ya se estaban yendo los estudiantes del liceo que jugaban fútbol cada vez que podían, pero Ian no estaba en ningún sitio. Se sobaba Priscilla la frente esperando que no sea lo que pensaba que era y se dio la vuelta. Roxana le daba la espalda para buscar en otro lado y Enetea caminaba lejos y miraba en cada cruce de esquinas. Ella regresó.

    --Debiste decirle la hora, Pisi. Tal vez quiso ver su clase primero--

    --¡Ugh! Y yo que le dije que viniera sin importar qué...-- Se quedó allí parada con enojo y plantó un pisotón --Esperemos un rato más. A lo mejor se está cambiando--

    --¿Y si le pasó algo?--

    --Qué casualidad-- se quejó la castaña.

    Se cruzó de brazos Priscilla para luego caminar hacia la sombra de un árbol en compañía de sus amigas. Se aguantaba el enojo por dentro y estaría dispuesta a dejarlo pasar si el muchacho llegaba en unos minutos con una buena excusa, cosa que no ocurrió y pareció encenderla porque cogió su mochila con la idea de irse a su casa, de no ser por Roxana que se amarró su negra cabellera en un moño y se acercó con una idea.

    --Espera, el entrenador me dio su horario de antier y por lo que vi en tu teléfono, Ian está en el primer semestre, ¿verdad?--

    --Sí, ¿por qué?-- Asintió ella.

    --¡Cierto!-- Exclama Enetea --Los de nuevo ingreso siempre ven todas sus clases en la misma aula todo ese semestre--

    --¿Sugieres que lo busquemos?--

    --¿Alguna mejor idea? Así le pegas el susto con un regaño--

    Se lo pensó Priscilla con el bolso todavía en su mano. Ir a su salón y traerlo al terreno, le parecía buena la idea, puede que así no vuelva a faltar a las sesiones. Afirmó lento con su cabeza y se dio la vuelta para encarar a las dos mujeres. Estas sonrieron ante la decisión de Pisi.




    Al mismo tiempo, no era que Ian estuviese faltando a la sesión con su nueva entrenadora, resultaba ser que el profesor de esa tarde se había presentado unos minutos después de la hora y, para colmo, trajo una prueba para los jóvenes que usaría él para medir lo que habían aprendido hasta ahora de las 2 primeras unidades de la materia. No sólo eso, sino que había optado por que la prueba sea en grupo de tres, cosa mala para Ian porque se pegaron a su lado Luna, la chica que casi nunca hacía sus tareas, y Nelly, compañera de ella y que estaba inclinándose por las mismas costumbres.

    --¿Terminamos, Ian?-- Se le inclinó al frente Luna para inspeccionar la hoja --Ay, qué rápido vas, ya está en la penúltima-- Señaló a lo que Nelly se acercó también.

    --Eres muy inteligente. ¿Seguro que está todo bien?--

    Él, callado, detuvo unos segundos el movimiento efectuado en su lápiz para repasar cada pregunta y espacios en blanco ya llenados y así confirmar.

    --Es fácil-- Le dijo Ian --Es más sobre el último objetivo que los iniciales-- Se sobó los muslos a escondidas.

    --Pero es que me enredé en esa parte-- Enrollándose las puntas castaña de su cabello, Nelly siguió --Tiene muchas excepciones que a mi parecer son innecesarias--

    --Pero lo vuelven todo muy lineal y se facilita-- Responde Ian --Es menos probable cometer un error. Mira aquí-- Le señaló una pregunta del inicio con ganas de explicar a lo que interrumpió Luna.

    --Déjalo así. Sigue con el examen que vamos a ser los primeros en terminar-- Curveó los labios al mirar a los otros --Quiero llegar a mi casa y bañarme, hace mucho calor. ¿Y tú, Ian?--

    --Yo tengo aire acondicionado en mi habitación. Puedo llegar y leer algo--

    --El mío se dañó-- Soltó como un ronroneo cansado --Debo ir a tu casa y sentir el frío otra vez--

    --Uy, Luna. No lo digas en ese tono. Ian se pondrás incómodo y...--

    --Terminé-- Cogió la hoja y se puso en pie --Se lo daré al Profe y me iré. Hay algo que debo hacer y ya se hizo tarde--

    --¿Qué cosa?--

    Él no respondió a la pregunta de Luna y se dirigió rápido hacia el profesor con su examen listo en mano. Los demás le veían de reojo pero no le dieron mucha importancia, sólo siguieron con lo suyo. Sus pasos se daban con algo de pesadez debido al dolor que ya sentía al moverlos y creía que podría caer si se apresurada. El maestro le pegó la mirada cuando estuvo cerca y sonriente extendió su brazo para recibir la evaluación. Ahí le dijo que podría sentarse, cosa que Ian tuvo que abrir la boca para intentar explicar.

    --Disculpe, profesor. ¿Podría retirarme? Es que debo ir rápido a un asunto pendiente y...--

    --¡Ian!--

    Su profesor dirigió veloz la mirada a la puerta al igual que todo el salón ante la autoritaria voz que caracterizaba a Priscilla. La fémina de piel trigueña se veía molesta y con una gorda gota de sudor bajando por un lado de su rostro, mirando directamente al joven que ya había tragado saliva por los nervios. Y mucha razón tenía por estarlo, le estaba buscando directamente en su aula y justo frente a todos los estudiantes ahí dentro.

    --P-Priscilla...--

    --¿Qué haces aquí? Llevo una hora esperándote en la cancha y nada que llegas-- En ese instante pidió permiso para entrar y se detuvo frente al profesor --Disculpe la interrupción, pero se supone que Ian tenía un asunto del cual tiene permiso en asistir--

    --Ah, ¿Es cierto eso?-- El señor observó a Ian pero siguió Priscilla.

    --Si. El entrenador Torres puede ponerlo al tanto sobre el tema al igual que la directiva de la universidad. ¿Estaban en algo importante?--

    --Bueno... sí, pero Ian y su grupo ya terminaron--

    --Entonces puedo llevármelo, ¿no?-- El profesor dudó un rato y asintió --Muy bien, discúlpeme la molestia otra vez, aunque la situación me lo requería--

    --No se preocupe-- Se dirigió al joven --Ian, puede irse tranquilo. Recoja sus materiales y arregle su pupitre--

    --Sí... muchas gracias, profesor--

    --¿Puedo irme yo también?-- Con la mano alzada preguntó Luna cosa que él negó.

    Con sus cosas ya arregladas y en su sitio, Ian se disculpó con el profesor cosa que éste le deseó un buen día y se paró a un lado de la muchacha que con calma dejó posar la mano en su hombro y le acompañó hasta salir. De inmediato hubieron susurros cuando se fue Ian que al unisono se volvió algo de ruido que tuvo que calmar el señor a cargo. Luna y Nelly sólo miraron con dudas la salida de Ian junto a la extraña mujer.
     
  6. Threadmarks: Capítulo 6 - Dejándolo pasar
     
    Antonionoventayseis

    Antonionoventayseis Antoniodel96

    Géminis
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    25 Abril 2016
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    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Ian y Priscilla
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    11
     
    Palabras:
    5210
    Acompañado de la mujer salió Ian del aula cuando observó como le esperaban la rubia de ayer y la muchacha que le entregó la carta de la dirección, ambas reían al verlos llegar juntos a la esquina del pasillo donde se escondían. Al llegar ambos, Roxana inspeccionó de arriba a abajo al joven antes de estrechar su mano y presentarse con un beso en su mejilla mientras que Enetea le saludó tranquila a un lado de Priscilla y tomó la mochila con el cambio de ropa. Volvieron a caminar los cuatro, esta vez dejando un tanto alejado a Ian ya que se le dificultaba un poco mantener la velocidad con el dolor presentado en los muslos. En ningún momento se detuvieron a preguntarle el cómo se estaba sintiendo, mas bien parecían ignorarle, y la única en girar para verlo era Roxana, quien no decía palabra alguna hacia él y le susurraba a Enetea, ella afirmaba y de vez en tanto negaba con la cabeza.

    --Ian, apresúrate-- Dijo molesta Priscilla --Ya perdimos una hora y media--

    --Ya voy, ya voy-- Se pegó tras ellas dando pasos largos y susurró --No fue mi culpa--

    Ella hizo de oídos sordos ante lo que escuchó a lo bajo, aunque tenía razón él en eso último, ¿cómo iba a saber Ian de esa evaluación sorpresa? Más cuando no le gustaba tener inasistencias. No obstante, ese ya no era el asunto de la tarde. Ahora tenían que enfrascarse en el entrenamiento a tal calurosa hora del viernes, y no sabía el joven del castigo que le iba a caer apenas tocara el terreno.

    Las tres mujeres lo guiaron hasta el techado de las piscinas, específicamente a los vestidores de hombres, en donde entraron ellas también como si se tratara de algo que hicieran todos los días. Miraron la habitación parecida al de las mujeres, sólo que la cerámica era blanca y de paredes azul cielo. Buscaron entre los pasillos que formaban los armarios de metal y le indicaron al muchacho que se cambiará rápido en el último y guardara la ropa en uno de los casilleros que no tenían seguros, es decir, los que no habían sido tomados por nadie. Se quedó sólo el chico mientras las mujeres le esperaban en la entrada, aunque dentro del vestidor.

    Se encogió de hombros al despojarse de su camisa por la incomodidad y el hecho de haber sido extraído de su salón de clases. ¿Qué estarían diciendo sus compañeros ahora? Sabía muy bien de las cosas que se podían hablar entre ellos y las posibles indirectas y malentendidos que le arrojarían la próxima que le vean. Ya se imaginaba llegar el lunes a clases, sólo esperaba que lo olvidasen el fin de semana. Jugó con sus dedos y escuchó a una de las chicas aclararse la garganta, afincada en uno de los casilleros. Era Enetea y le veía algo sonriente. Ian cogió rápido su camisa para cubrirse.

    --Cámbiate de una vez-- Bufó --Pisi no quiere que te tardes--

    --Sí, sí. Disculpa, me distraje--

    --Ni se te ocurra decir eso cerca. Mira que no es muy bueno estar a estas horas de la tarde un viernes. Además, Priscilla está molesta porque la hiciste esperar--

    --Pero no fue mi intención-- Fue lo que respondió al ponerse la camisa --No sabía que vendría el profesor con una evaluación--

    --Sí, está bien. Pero ten en cuenta que a ella le vinieron con lo mismo para que te entrenara. Por ahora sólo voy a pedirte que soportes lo que te va a venir y verás cómo te dejará pasar algunas cosas--

    --¿Lo que me va a venir?-- Se exaltó --¿Muy molesta está?--

    --No pienses mucho en eso, es lo mejor-- La rubia caminó hasta el bolso de Ian para sacar el pantalón deportivo --Toma y sal, no la hagas esperar mucho. Te esperamos afuera--

    Se fue Enetea después de tal anuncio que pareció asustar al chico. ¿De verdad estaría su entrenadora molesta como para hacerle algo malo? La respuesta era sí, pero no en cuanto a maldades. Salió él con su uniforme deportivo, el mismo de ayer. Un pantalón holgado negro y la camisa deportiva del liceo, es decir, mangas cortas y de color blanca. Priscilla le inspeccionó de arriba a abajo, en caso de imperfecciones y asintió con seriedad al ver que estaba completo. Con el dedo índice le indicó a sus amigas y a Ian que le siguieran hasta afuera del techado y llegar así a la cancha de tierra donde corrieron ayer.

    El calor estaba haciendo su trabajo y el techado de los edificios en la distancia emanaba lo caliente como la superficie de las carreteras que atravesaban rectas el desierto. Ian tragó saliva al notar que la sombra del gran árbol a un lado de la cancha se veía reducida a cubrir un área a la redonda de 4 metros alrededor de su grueso tronco. Allí se sentaron las mujeres mientras que el joven estaba parado frente a ellas con inseguridad reflejada en la expresión del rostro y en cómo escondía las manos a su espalda. La mujer de piel trigueña señaló el suelo pastoso, justo al lado de sus pies.

    --Recuestate con la mirada arriba, Ian--

    Él miró el lugar señalado, al menos tendría sombra y la grama no le mancharía demasiado la parte trasera de la camisa blanca.

    --Emm... sí. Ya voy--

    Incómodo se le acercó a la fémina y le observó de reojo para luego recostarse en el lugar señalado. Enetea y Roxana lo miraron directo a los ojos y luego a su amiga, al segundo se arrodilló la de cabello azabache para hacer que recogiera las piernas y dejó caer las rodillas sobre la punta de los zapatos para después reposar los brazos en las ahora levantadas rodillas del varón. Con eso se acordó de lo que iban a hacer, abdominales.

    --Muy bien, Ian-- Comenzó Pisi --Ayer hicimos el estiramiento, así que hoy haremos algo distinto. ¿Ya sabes lo que viene, no?-- El joven le afirmó --Bien, me ahorras las explicaciones. Haz las más que puedas, pero que no sean menos de treinta--

    --¿Qué?--

    --Comienza que se nos va la hora, niño--

    Tranquila se encaminó hacia el tronco para sentarse sobre una de las raíces que se mostraban serpentear el verde suelo y así observarlo sin decir palabra alguna. Ian se mantuvo ahora acostado unos segundos a lo que llevó ambas manos tras su cabeza, hondo respiró, y levantó el torso de la misma forma que hacía en la escuela. Pero, como Roxana estaba allí dejando su cuerpo caer en peso en sus rodillas y su rostro estaba al frente, no pudo llegar más allá de un ángulo de 70 grados. Priscilla al ver ésto le ordenó que se quedara así como estaba y aguantara.

    --No, Ian. Tienes que dar el levantamiento completo. Que tu pecho llegue a las piernas. Otra vez-- Le señala que regrese al pisó --Y tú, Roxana, échate para atrás que luego te puedo regañar a ti también--

    --Ok, ya voy--

    Con la mujer ya apartada y sin obstaculizarle, Ian se tomó otro respiro, intentando al mismo tiempo ignorar el dolor de sus muslos, y fue otra vez con la primera. Ésta la hizo fácil, llegó rápido hacia arriba a lo que Roxana contó el número y lo vio caer. Otra vez se levantó con la chica contando el siguiente y repitieron el proceso.

    Se encontraba muy sola la cancha esa tarde, sólo los cuatro estaban ahí bajo la sombra. Tres veían al joven hacer los abdominales de la forma adecuada, aunque se le notaba muy lento, y eso no pasaba por encima de la fémina deportista que a la vez estaba pendiente del lento cambio de posición en la sombra que le refrescaba a todos. No había nada de ruido mas que el timbre a lo lejos que avisaba la salida de los niños de escuela, ya pronto se harían las 4pm e hizo que Priscilla se incomodara. En verdad había perdido tiempo.

    Se acomodó en el tronco para que las imperfecciones no le moldearan las nalgas que ella creía estaban perfectas y muy bien formadas, tal como deseaba de niña si ponía a pensárselo. Enetea seguía acompañándola a su lado y contando como Roxana las veces que Ian hacía como se debe el actual ejercicio. Había llegado al vigésimo y ya se mostraban los temblores en sus brazos y torso cuando se alzaba para contar otra. Roxana le regaló una mirada de duda a Pisi.

    --Aún le falta-- Dijo como sabiendo lo que iba a decir su amiga --Que se apresure y llegué a treinta por lo menos para que continúe con lagartijas--

    Por un instante pareció detenerse el muchacho cuando la escuchó decir aquello, luego siguió. No era posible que lo pusieran a hacer tal acción. Nunca fue bueno en eso y le llegaban recuerdos de las veces que le regañaron por no poder hacer más de seis. Corrió la gota más gorda de sudor por la frente que después paseó por el costado cuando se dejó caer. Le quedaban muy poquito para llegar al trigésimo levantamiento que llegó a pensar en hacer tiempo para que pasara el reloj. No obstante, por la forma en la que declaró ella se veía que no le iba a importar qué tanto se demore él. Miró a Roxana y divisó la forma en la que ella movía su cabeza, como pidiéndole que siguiera.

    --Psst, Pisi-- Le susurra Enetea al oído --¿Lo pondrás a correr también?--

    --Cinco vueltas-- Respondió de igual manera --Tal cual como ayer--

    --Ay, pero se puede hacer tarde-- Ojeó el teléfono --El timbre de los niños ya sonó--

    --¿Y? Ahora es para que estuviésemos en la segunda vuelta y nos íbamos veinte minutos después--

    --No seas ruda con él, por favor. Es sólo un niño y segura que está sintiendo los agallones de ayer--

    --Tiene dieciséis años, edad suficiente para dejar embarazada a alguien y que le crezca una melena entre sus piernas. Ya no es un niño, Enetea--

    --Tú primer entrenador no hubiera pensado lo mismo--

    --Entrenadora-- Corrigió antes de reír --Y sí, eso mismo dijo conmigo cuando tenía quince años. Yo sólo lo repito--

    Se rió Enetea sin quererlo al darse tan chistosa imagen de su amiga a lo que intentó ponerse seria sólo para fallar en ello. Pronto se dieron cuenta del esfuerzo que ejercía el pobre muchacho que tuvieron que detenerse nada más en eso. Se puso de pie la entrenadora para acercarse a él y mirar de cerca el cómo intentaba Ian llegar a la vigésima quinta flexión con tanta dificultad que en su frente se hizo presente una vena que parecía iba a reventar. Le palmeó el pecho la mujer para que no se detuviera, que le faltaba poco, a lo que él le contestó con un leve chillido, como cuando se escapa el aire por un pequeño agujero en una manguera.

    --Vamos, vamos. Haz ésta por lo menos, niño--

    --No lo puedo creer-- Reía Roxana --¿Lo dejarás incompleto?--

    --No, sólo quiero que haga esta para pasar a lagartijas y luego correr. Haremos el ejercicio rápido hoy porque, como dijo la fea de allá-- Señaló a Enetea en chiste --, se nos puede ir la hora y ya se fueron los niños de la escuela-- Una vez más le miró --Levanta esta, Ian--

    Le pareció a ella haber visto que el muchacho afirmaba con la cabeza, aunque había sido de una forma que a poco pudo darse cuenta la mujer. Ian estuvo tirado por escasos segundos, con la mirada puesta en las ramas verdes que se mecían ahí arriba y dejaban pasar delgados hilos de luz, a lo que intentó él un último esfuerzo. Aguantó la respiración para así poner dura la frente y dar el último levantamiento que la mujer le pedía con tranquila a pesar de sus cejas un tanto curveadas en molestia. Le vieron las tres mujeres alzar el torso lo más que pudo hasta llegar a sus piernas y soltar tremendo suspiro, cuando Priscilla posó ambas manos en los hombros y lo recostó.

    --Otra--

    --¿Otra?-- Le repite con la respiración acelerada --Pero...--

    --Otra-- Dijo sin más --Será la última--

    Pidió permiso Priscilla para que Roxana se apartara y ella tomará su lugar. Desde su nueva posición la mujer le veía de frente y así se aseguraba de que lo hiciera todo bien, por lo que se inclinó hacia adelante para darle unas palmadas al pecho y que diera el otro. Nuevamente liberó un suspiró y llevó las manos tras su cabeza para dar el esfuerzo. Su torso se levantó otra vez con sus brazos temblando al igual que el pecho mientras Pisi sentía en sus rodillas la débil fuerza efectuada que intentaban levantar sus pies. Se hizo ella la pesada mientras mantenía las articulaciones de él juntas, que no las separara.

    Esta vez con mucho esfuerzo pudo llegar a sus piernas, dando el último que le pedía, no obstante, Priscilla le hizo caer de espalda con un empujón en su pecho y pidió otra más. Tenía pensado que hiciera las treinta mínimas que acordó y en cada momento decía que esa era la última. Una más dio el joven. La fémina no le apartó los ojos al muchacho por lo que notaba el cambio de color en su cara. Y otra dio él. La sombra se iba acabando a su izquierda y no faltaba mucho para que le tocara el codo. Dio la siguiente, ya sólo le faltaba una. Sus labios parecieron perder el color de forma disimulada, cosa que la mujer ignoró al llevar su campo de visión a la frente. Se estaba levantando para la última. Con leves empujones en la nuca, Ian creía que así podría dar la última que la entrenadora le exigía, pero era demasiado ya. Estaba agotado y la fuerza que le quedaba disponible de broma le ayudarían a caminar cuando acabara la sesión. Priscilla estaba allí todavía, esperando que el joven terminara con esto hasta que soltó el respiró al verlo llegar y así terminó los treinta pedidos.

    Instantáneamente se echó al piso para coger aire. No sabía que algo tan simple le fuese a tomar tanto, era como la carrera de ayer, parecía fácil al verlo y dar la primera vuelta, pero le destrozó apenas puso su físico en ello. ¿De verdad pasaban por esto los medallistas? Con razón tenían tal cuerpo formado. Con esto comenzaba Ian a preguntarse si algún podría verse así. No le vendría mal, eso se decía. Quién sabe...

    --Ahora quiero que te voltees-- Ordenó ella al ponerse de pie --Pasaremos a lagartijas. Como en la anterior, tendrás que hacer las más que puedas, pero no menos de diez--

    El mundo de Ian pareció hacerse cada vez más pequeño conforme escuchaba cada palabra que componían su oración, y pudo haber caído rendido de no ser por Enetea y Roxana que alzaron la voz para defenderlo. Incluso para ellas le pareció exagerada la cantidad, en especial cuando se podía ver a kilómetros el estado por el que pasaba el joven.

    --Ahora sí te estás pasando, amiga-- Replicó molesta Roxana --Míralo nada mas. Al menos dale un respiro--

    --Sí, no te desahogues sólo por llegar tarde. Tuvo un examen sorpresa hoy e hizo lo que tenía que hacer. ¿No habías hecho tú lo mismo la semana pasada? Faltaste a natación por culpa de tu profesor de química--

    --Eso fue antes que pusieran al chico sobre mis hombros y...--

    --Además, tengo entendido que ayer corrió y cayó desmayado sobre ti al terminar sus cinco vueltas-- Agregó la de cabello negro --Eso me dijeron Henry y Matel--

    --Bueno... sí. Eso pasó, pero sólo porque--

    --¡Na ah!-- Con dramatismo alzó el índice Enetea --Vamos a preguntarle a él directamente desde cuándo que no se ejercita tanto--

    Todas se le acercaron al muchacho que seguía en el suelo, tratando de descansar en medio del discurso. Sin embargo, que se le hayan acercado tan rápido le tomó por sorpresa, por lo que debió sentarse a pesar de las advertencias en su muslo y abdomen de no moverse si deseaba seguir consciente. Enetea se paró al frente con la mujer de piel trigueña a un lado y la pelinegra del otro.

    --Ian, cariño-- Empleó ella un tono cariñoso --¿Cuándo fue la última vez que hiciste ejercicio?--

    Tragó saliva, estaba nervioso por la reacción que ellas podrían mostrarle.

    --¿Así como ahora?-- Resopló desviando la mirada. Enetea afirmó --Desde la escuela--

    Priscilla y Roxana cerraron los párpados al escucharlo. No les sorprendió en nada la respuesta, por otro lado, Enetea hizo como si no escuchó bien y repitió la pregunta, cosa que él respondió igual más un agregado.

    --Desde la escuela... sexto grado...--

    --Magnífico. Será fácil, ¿no?-- Bufó la deportista mujer.

    Parecía decepcionada al caminar hacia las raíces y sentarse allí con la cabeza reposando del puño como un pedestal que usaba su muslo como base. Enetea le siguió para sentarse a su lado e intentar convencerla de que lo dejara descansar un par de minutos por lo menos mientras que Roxana secaba el sudor de la frente de Ian con la manga de la camisa. Ahí se enfocaron los dos en la conversación de las muchachas que estaban a dos metros sentadas.

    --¿Has hecho de entrenadora antes, Pisi?-- Le pregunta, ella negó.

    --Es primera vez que hago de eso--

    --Entonces vamos a tomarlo con calma. Dejemos que descanse un poquito-- Achicó los dedos.

    --Le dije que iniciaríamos fuerte-- Usó ella como excusa.

    --¿Fuerte por qué?-- Prosiguió con una sonrisa burlona --Estoy segura que tienes una muy buena razón--

    --Para que no flojee-- Se cruza de brazos --Después se aprovecha de la ayuda del otro--

    --Míralo, Priscilla. Tiene unas calificaciones que dan miedo por más que las veas, dudo mucho que haga algo así-- Le regaló una mirada al joven --Ahora que lo pienso, Ian tiene seis años que no se ejercita así, eso lo convierte en novato. Y tú-- Con fuerza le hincó el dedo sobre el seno izquierdo --también eres novata como entrenadora. Tómenlo con paciencia--

    --Me gusta esa idea-- Interrumpió Roxana --Ambos son principiantes--

    --Creo que tienes razón-- Resopló en tono bajo y el cejo curveado en molestia --Sin embargo...--

    --Con eso me vale, Pisi-- Se puso de pie para avisarle a Ian que hasta ahora sólo escuchaba --Chico, hasta aquí llegamos hoy. Puedes descansar lo más que quieras en casa--

    --¡Oye! Yo no le dije nada sobre irse. Ni siquiera corrió por la cancha y es para eso que se debería reforzar--

    --Otra vez voy a pedir que lo mires. Llegó a treinta con dificultad, para cuando llegue a la tercera flexión ya no tendrá energía para hacer una simple vuelta-- Se detuvo de frente a la mujer y con los brazos en jarra --Hazme caso y déjale pasar el día, por favor--

    Las ganas de negar su petición se hizo presente, pero los ojos que le hacía ella la incomodaban de alguna forma, era como si fuesen a llorar apenas dijera que no. Luego divisó a Ian sentado sobre la grama, con el sol a punto de caer en su espalda por su cambio de lugar y los minutos que se iban. ¿Cuándo se convirtieron en cachorros que daban lástima? Suspiró cansada para después mirar a sus amigas.

    --Ok, ok... me convencieron. Felicidades-- Sin ganas replicó --Ya escuchaste, niño. Terminamos por hoy--

    No pudo ni dar una vuelta la mujer ese día, cosa que deseaba. Pero, al mismo tiempo retrocedió al día de ayer, pensando en la caída que tuvo el muchacho y no tenía planes de volverlo a salvar usando el vientre como colchón. Con indicaciones le hizo saber a todos que ya era la hora de irse, pero fue Ian quien extendió las manos en dirección a Priscilla cuando esta le pasó por un lado. Extrañada le preguntó que si no podía levantarse cosa que respondió Ian diciendo que los muslos le estaban matando. No vio de otra que ayudarlo y él se disculpó por esa.

    --¿Puedes caminar?--

    --Sí puedo, gracias--

    Con normalidad se retiraron hacia los vestidores en donde había guardado Ian su morral con la ropa y se cambió rápido a pesar de las palpitaciones adoloridas en sus piernas. Además de eso se sentía bien, aunque su forma de caminar ya se notaba distinta y no podía disimularlo. De todos modos no mucha gente estaría en el área universitaria a esa hora, por lo que podía andar con confianza... o eso llegaba a creer el pobre.




    A pesar de la hora esa misma tarde y del calor sofocante que extrañamente fue abrazada la ciudad, en la universidad quedaban un grupo de personas que esperaban el último bus del día que los dejará cerca de su hogar. Sin embargo, sólo estaban dos chicas que metodeaban por ahí en espera de la madre de una de ellas, Luna, que había prometido ir a buscarla junto a Nelly. Las dos amigas se encaminaron por los pasillos hasta que decidieron en ir hacia el techado de las piscinas y sentarse en las gradas. Era muy conocido por la brisa fresca que contrastaba los tiempos calurosos como el que pasaban.

    Se acomodaron en lo más arriba, justo al lado de un muro que las escondían de la vista de los demás. Ahí se sentaron a hablar y escribirle a la madre de la menor para saber por dónde venía, ésta vez no recibió respuesta, tal vez porque ya le estaban fastidiando. Relajadas se dejaron caer boca arriba en la grada para seguir con el tema de novios, canciones, forma de vestir, etc... Y no fue hasta el minuto que regresaron con el tema que abandonaron al salir de la evaluación que acabaron primeras gracias a Ian.

    --¡Quiero saber!-- Le dijo a Nelly, entusiasmada --¿Es familiar de él?, ¿una prima tal vez? Nunca lo he visto con ella cerca, y eso que estoy viendo clases con él desde el segundo año--

    --No creo que sean primos, al menos no cercanos. Debería ser alguien importante por como reaccionó el profe, un poco más y escondía la cabeza como tortuga--

    --Puede que sea jefa de seccional, aunque no lo parecía con esa ropa--

    --Sí-- Asintió la otra --Pero ese cuerpo... Dios, estaba muy bien formada--

    --Y su cabello era corto... ¿Será marimacho?--

    --¡Uy! Puede ser, Nelly. Su voz no era tan gruesa y no se notaba forzada. Parecía natural. Creo que puede venir de afuera porque su piel es...-- Le interrumpió la compañera.

    --Hay alguien aquí. Escucha--

    Voces como susurros se hicieron escuchar de forma disimulada en la distancia, llegando a los oídos de Nelly que fue la primera en escucharlos y luego Luna al prestar atención. Se trataban de mujeres que casual hablaban abajo y a su izquierda, mas no le veían ambas jóvenes por culpa del pilar azul de metal y concreto que obstruía la vista y sostenía el techo. Como espías encubiertas se movieron sigilosas al apegarse a la estructura y suave se fueron asomando por las esquinas hasta que lograron detectar la fuente. Del vestidor de mujeres salían Priscilla y Enetea arreglándose la ropa, quitando todo pliegue que dejase marcada la tela mientras que en el de hombres estaba parada en la entrada Roxana, tal cual un guardaespaldas. Se le quedaron mirando las chicas directamente cayendo en cuenta que una de ellas era la que fue a buscar a Ian y le dejaron salir primero. Al rato salió el chico con el cambio de ropa y la boca de Luna se abrió.

    --Ese es Ian-- Se escondió un poquito más sin dejar de mirar --¿Qué hace aquí a esta hora?--

    --¿Y quienes son las otras dos?--

    --Nunca lo he visto con otro grupo que no sean los de avanzado, ya sabes, los chicos aquellos--

    --Están hablando de algo, ¿puedes escuchar al menos?--

    --No, nada. No me quiero poner cerca--

    Observaron otro rato en espera de una acción que les diera una idea del qué hacían ellas con el chico, y no por curiosidad, sino para poder aprovecharse de algo. Sabían muy bien ellas la velocidad en la que corrían las simples palabras por la universidad, sólo faltaba una chispa para que saliese un rumor disparado. Sin embargo, sus ganas de iniciar uno no estaban presentes aún ya que no le veían utilidad hacerlo. Así se la pasaron un buen rato en busca de una forma de escuchar lo que se decían, aunque desde su posición se veía la expresión de molestia en Priscilla. Fue allí que hubo movimiento de parte del grupo quienes caminaron hacia la salida del techado.

    Luna y Nelly se pegaron tras ellos a cierta distancia para no llamar la atención, sólo querían saber lo que ocurría. Ian se mantenía callado y asentía de vez en tanto cuando se le dirigían, a veces preguntaba sobre ellas aunque Enetea era quien le daba la corta respuesta. Llegaron juntos a la parada en el momento que llegaba el transporte a buscar la última tanda del día. Las dos jóvenes se escondieron tras el soporte del pasillo que daba a la parada, ya a esa distancia sólo podían ver.

    --Tendremos que dejarlo así, Luna--

    --¿Por qué? Aún no sabemos nada--

    --Lo digo porque allí viene el carro de tu mamá-- Señaló --Lo seguiremos el lunes. Tal vez veamos más que hoy--

    --Mierda. No quiero irme... bueh. Sí, será para el lunes--

    Retrocedieron juntas en el pasillo por unos metros para luego caminar con normalidad hacia la parada, fingiendo no haber seguido a alguien. Al hacer acto de presencia, Ian les miró desde su lugar y caminó lento hacia Enetea y Priscilla que estaban juntas, y así cubrirse a espaldas de ellas. Las mujeres le miraron unos segundos pero no le dieron importancia, regresaron a lo suyo.

    Pasaron minutos, aunque por suerte ya estaban dentro del bus, los cuatro sentados al final del pasillo en una esquina y, por petición de Enetea, se sentaron en el orden de: Ian en la ventana con Priscilla justo a su lado, Enetea después y Roxana luego. Según ese era el orden en el que bajarían en sus respectivas paradas. El vehículo se puso en marcha para cumplir su última hora.

    En el camino no hubo conversaciones, cosa que le incomodaba al joven porque se hacía la idea de que el día iba mal para ellas, y puede que tuviera razón. No hizo nada de ejercicios, sólo unas flexiones y ya. Obviamente que tal cosa no le agradó a Pisi por la forma en el que frunció cejo y accedió a las palabras de su rubia compañera. Estaba por decir unas palabras para que no estuviese tan callado el momento, mas no lo hizo por miedo a recibir una respuesta seca, o de enojo se la dejen sin responder. Jugó con los dedos pensando si de verdad era necesario hacerla, a lo que ella se acomodó en su puesto y dejó reposar su mochila en el suelo, al lado de sus pies. Usó ese momento para hablar el muchacho.

    --¿Estás molesta?-- Con timidez dijo a lo bajo.

    La mujer torció los labios al escuchar la pregunta que al parecer no llegaron a oídos de sus dos amigas. Negó moviendo la cabeza a los lados. Él desvió la mirada a la ventana y regresó para decir otra cosa.

    --Discúlpame... no fue mi intención llegar tarde--

    Priscilla volvió a negar con la cabeza.

    --No pidas disculpas, de todos modos no fue tu culpa tener esa evaluación--

    La rubia escuchando con disimulo le tomó la muñeca a Roxana para que prestara atención a lo que se decían ellos dos. En algún momento tendría que decirle sobre la sesión de mañana pero, por ahora, se limitaban a escuchar lo siguiente.

    --Pero perdimos tiempo hoy--

    --Sí, ya sé de eso. Aunque fue Enetea quien me dio las razones por dejar el día así. Caminabas torcido, eso quiere decir que los agallones no se han ido... y no lo harán por los siguientes dos días, eso creo-- Se cruzó de brazos y le miró --Sin embargo...--

    --¿Sí...?--

    --Mañana tenemos que volver a la universidad para hacer lo último--

    --¿Mañana?-- Se exaltó él --Pero mañana es sábado--

    En ese instante le silenció posando el dedo índice cerca de los labios, Ian retrocedió un poco y extrañado.

    --No digas más. Sí, ya sé que es sábado, pero será el último esta semana y no nos volveremos a ver hasta que tenga tu nuevo horario conmigo listo, ¿entiendes?--

    --Sí... pero...--

    --¿Acaso todos se pusieron de acuerdo para hacer esa cara?-- Le señaló al muchacho --No te pongas así, niño--

    --¿Qué cara?--

    --Esa que haces ahora, la de cachorrito dolido. Enetea la usó para convencerme y tú también--

    --Es que yo no estoy haciendo nada con mi cara-- Se tocó sus facciones.

    --Ok, ya-- Miró a otro lado la de piel trigueña --Dime el por qué no puedes mañana--

    --Es costumbre de mis padres no salir los fines de semanas... es para estar juntos en familia-- Mencionó lo último en un tono algo apagado. Priscilla le miró con mueca molesta.

    --¿Es por eso? Muy fácil se resuelve-- Se giró hacia Enetea --Sé que nos escuchan ustedes dos, pásame una hoja y un lápiz. Ahora, Ian, dame el número de cualquiera de tus padres--

    --¿Ah...?-- Le vio extrañado, ella recibía lo pedido de la rubia --Bueno, el número es--

    --Momento-- Interrumpe Roxana --¿Saben tus padres lo que estabas haciendo hoy?--

    --N-No... no quería decirles de esto--

    --Entiendo... ¿qué materia fue la última que viste?--

    --¿De la evaluación? Inglés, y en la mañana matemáticas--

    --Inglés entonces-- Se rió la pelinegra --Soy buena en eso, mejor me das el número. Me haré pasar por suplente del profesor para que puedas salir mañana--

    --Mejor para mí-- Priscilla le entregó la hoja y el lápiz.

    Y así fue. Ian le dio el número telefónico del padre y feliz lo anotaba Roxana, cuando Priscilla y Enetea optaron por hacerlo también en caso de que una no pueda. Poco a poco llegaba el bus hacia sus respectivas paradas en la línea y la primera en irse fue Roxana ya que debía ir con su abuela. Luego de esto era el final de Ian, sin embargo, cuando se disponía a coger la mochila, Pisi lo cogió de la manga de su camisa para dar otro aviso.

    --Escucha, niño. Ya que sigues con los dolores en las piernas, mañana no haremos nada fuerte, sólo lo típico: estiramiento, flexiones, y tal vez un trote suave o caminata, pero ten en cuenta que sí vamos a iniciar como se debe cuando tenga tu horario, ¿entiendes?-- Asintió el chico --Bien, puedes descansar hoy y recuerda no faltar mañana--

    --Sí... gracias, Priscilla--

    La mujer soltó la orilla de su manga y le dejó ir con una despedida seca. A su lado le miraba Enetea de reojo y mostró una vaga sonrisa que Pisi no detectó a tiempo.
     
  7. Threadmarks: Capítulo 7 - El sábado
     
    Antonionoventayseis

    Antonionoventayseis Antoniodel96

    Géminis
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    25 Abril 2016
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    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Ian y Priscilla
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    11
     
    Palabras:
    5665
    La mañana del sábado se revelo fría en notable contraste del ayer que se vistió con el agotador velo del calor. Ian ya se estaba preparando en su habitación en compañía de Melina, quien preguntaba todavía sobre la entrenadora. Además, no se creía todavía eso de que los padres le dejaran salir luego de la llamada de Roxana que se dio anoche. Según Liam, la persona al otro lado se presentó como Roxana Kemper, suplente de Inglés en cuanto a la sección de Ian. Debieron haber sido muy buenas las palabras usadas para convencer también a la madre que no rechistó a la costumbre de sus fines de semana. Aunque la molesta seguía siendo Melina por las cosas que omitía su hermano, especialmente cuando éste le dijo que estuvieron dos amigas de Priscilla allí, cosa que pareció echarle leña al fuego para la inspiración de la niña.

    Con su bolso ya preparado con unos cuadernos y la ropa que iba a usar, Ian llegó frente a la madre en espera de Liam, quien le llevaría a la universidad a la hora que Roxana le dijo: 7am.

    --Se ve pesado la mochila, Ian. ¿Qué llevas ahí?-- Preguntó Marian.

    --Guías del objetivo que veré hoy. La suplente quiere adelantar lo más que podamos para terminar la materia mucho antes de vacaciones--

    --Ah, ya veo. Ojalá hubiesen hecho eso cuando estaba en la universidad, pero todos eran muy puntuales y las clases terminaban en la fecha que decía el plan de evaluación--

    Le peinó su caído cabello oscuro con los dedos para que estuviera presentable en la clase de hoy. A pesar de mostrar poco interés a sus hijos los momentos que peleaba con su padre, Marian les trataba lo más que podía con cariño a ambos para que no se sintieran apretados ante las palabras que escuchaban resonar en el hogar. Y era por eso que no trataban mucho los hermanos con ellos. Al cabo de unos minutos y el sonar del reloj que estaba en la bien amueblada sala, Liam apareció bajando las escaleras con un pantalón de jean y una franela que se abotonaba de frente color naranja, detrás venía Melina con su laptop en mano.

    --Supongo que estás listo. ¿Qué hora es?-- Liam se acercó a ellos.

    --Veinte para las siete-- Miró su celular la madre y volvió a arreglar a Ian --¿Como a qué hora llegarías hoy? No quiero que sea tarde--

    --No creo durar mucho-- Se decía Ian --Estaré aquí antes del almuerzo--

    --Bien, nos vemos entonces-- Le besó la frente.

    Liam se acomodó las mangas y cogió las llaves de su auto que estaban en una mesita de madera bajo el espejo y donde reposaba el florero de Marian con rosas, regalo de su madre el día que cumplió años. Se despidieron las mujeres del joven y le vieron irse hasta el vehículo de color beige, un Mercedes Benz que le fue entregado al señor en su trabajo de alimentación por sus años de servicio. Se acomodó en el lado del copiloto Ian por petición de su padre y dejó el morral a sus pies, ahí esperó un rato porque Liam se regresó a buscar su teléfono. Al tenerlo hizo una pausa en la puerta de su hogar para darle un veloz beso a su esposa en los labios y se despidió otra vez.

    --Voy a hacer una parada en la tienda al final de la calle, ¿quieres comprar algo?-- Preguntó al entrar al vehículo.

    Se quedó pensando en lo que le tocaba en pocas horas y se negó sabiendo que no tendría tiempo para comer algo, o si Priscilla le llegara a dar un descanso después del placentero sueño que lo sedujo en el instante que tocó la cama anoche. Además, ahora que volvía a percatarse, las pulsadas en sus muslos estaban relajadas por los momentos, pero se llegaban a sentir si ponía peso en tales extremidades.

    --¿Cómo estás?, ¿bien?--

    --Sí, estoy bien-- Le miró a los ojos un rato --Esperando ver la clase de hoy--

    Liam asintió antes de poner en marcha su coche. Como él había dicho, se detuvo en la tienda para comprar unos cuantos condimentos que Marian le pidió al salir y compró también una cuarta de galletas para su hijo a pesar de no haber pedido algo. Su trato era similar al de su esposa, no trataban mucho con los hermanos cuando recién se han peleado porque muy fácil se darían cuenta ambos de lo que ocurría. Siguió su rumbo a la universidad a una velocidad estable.




    Allí le esperaban Priscilla en el pasillo de la dirección del entrenador Torres y Enetea al final, casi saliendo al estacionamiento, esperando ver llegar al joven. La pelinegra se había vestido de tal forma que imitaba a la perfección a una profesora de película: falda grisacea que llegaba a unos centímetros abajo de las rodillas y mostraban sus sensuales pantorrillas libres de imperfección alguna, un palto cerrado que enmarcaba las curvas del torso bien entrenado. Se sentía Roxana orgullosa de vestir así, era su sueño llegar a equipar algo cuando fuera profesora de historia. Por desgracia tenía que valerse por la imitación de suplente de inglés, y tampoco era que se valiese en el idioma.

    Se arregló las zapatillas negras que le apretaban un tanto y acomodó los rectangulares anteojos que pidió prestados de su madre. No tuvo tiempo de hacerse una cola ya que se había asomado la nariz del vehículo a lo lejos en la redoma. De una vez le hizo señas a Priscilla para que no la vieran. El coche llegó allí con escasa prisa ya que sus integrantes inspeccionaban las cercanías solitarias y al rato la vieron. Liam se estacionó cerca y abrió ambas puertas para salir en compañía de su hijo hasta llegar frente a ella.

    --Oh, good morning, Ian. You're the first one today-- Se obligó ella a decir sin importar qué haya dicho mal o no --Make yourself comfortable in my office and wait for a few minutes for the others to come--

    --Ok professor, I'm going. Good morning--

    El joven se fue con un agradecimiento hacia la oficina en donde se encontraba Priscilla esperando. Mientras tanto Roxana se quedó con el padre cuando decidió presentarse ante la hermosa dama. Le estrechó la mano y una sonrisa cálida le regaló.

    --Disculpe. Mi nombre es Liam Wallace, el padre de Ian--

    --Ay, Dios. Con razón el parecido, tienen los mismos ojos. Yo soy Roxana Kemper, nos presentamos por teléfono ayer--

    --Sí, ese era yo...--

    Rápidamente la inspeccionó con la mirada en el momento que disimuló bajar la vista a los zapatos como si algo le hubiese golpeado y regresó a sus ojos café que directo reposaban en él. Ahí se disculpó otra vez con la misma sonrisa.

    --Bueno, debo irme. No es por obligar o algo parecido, pero quisiera saber como a qué hora podría venir a buscarlo--

    --Ah, de eso no se preocupe. A las once ya deberíamos haber terminado. Once y media a más tardar, señor Liam--

    --Muy bien, muy bien. A las once vengo. Un placer haberla conocido, Roxana--

    El mayor se retiró no antes de plasmarle un beso en la mejilla a la chica que se hizo pasar por suplente y subió a su vehículo en donde se quedó un par de minutos arreglando la guantera y unos papeles que guardaba el pequeño compartimiento oculto en el espacio que había entre los asientos del frente. Cuando por fin se fue, Roxana inhaló hondo con enorme curva de felicidad en los labios. No podía creerlo, era como una versión adulta del mismo Ian, sólo que era más alto que ella y las facciones del rostro eran un poco más cuadradas y varonil. Ni hablar del cuerpo, ni siquiera la franela ocultaba lo amplio que se veía.

    Al mismo tiempo Ian se encontraba en el pasillo que daba a las oficinas y se encaminó hasta el final en donde estaba el lugar del entrenador Torres, escuchó el aire acondicionado encendido al otro lado y tocó la puerta para recibir la respuesta de Priscilla.

    --Ya voy, me estoy cambiando--

    La mujer solamente estaba equipada con su sostén deportivo negro con unos tantos detalles en blanco como franjas trivales y su boxer femenino azul cielo. Al nivel de los tobillos se iba subiendo el pantalón de licra purpura que optó por traer ya que no le dio tiempo de lavar el holgado que llevaba ayer. En parte fue gracias a Enetea por distraerla tanto de los asuntos pendientes, aunque pudo comprar los alimentos que le faltaban a su nevera. Al ponerse la licra giró el torso para que la talla sea la correcta, paseó su mano mano abierta por sus muslos y luego al frente, estaba ajustado mas no tanto, le iba a la perfección en cuanto a la forma atribuida. Abrió la puerta sin previo aviso cuando vio a Ian sorprendido y mirar de una vez a otro lado.

    --Ya puedes pasar. Apaga el aire acondicionado cuando salgas--

    --S-Sí, no me tardo--

    Pasó a la oficina con la cabeza abajo, sin llevar los ojos a otro lado, y se encerró en la habitación, Pisi no le dio de importancia al raro comportamiento y se fue para esperarlo en la puerta de entrada al pasillo.

    Dentro se quedó el joven, ignorando la sorpresa que se llevó al verla salir así de repente. Lo primero que estuvo presente frente a los orbes fueron los senos cubiertos por el sostén deportivo que a centímetros estaban de su cara. No vio de otra que girar la cabeza hacia el otro lado para no mostrarse grosero y la dama se hiciera una imagen errónea del joven. Se sacudió la mente para poder cambiarse la ropa, no podía perder tiempo ya que tenía hasta las 11 de la mañana para terminar con todo. Lo bueno era que no habría carrera hasta que se volvieran a ver, cosa que le aliviaba.




    Debido a la razón de no correr, Priscilla y Roxana, ésta última ya vestida para la ocasión, llevaron al joven hasta las piscinas bajo el techado para ejercitarse en la sombra ya que, a pesar de haber frío, el sol les haría sudar y no deseaban que ocurriera eso. Lo guiaron hasta unas colchonetas cerca de las gradas y el baño de hombres para ahí detenerse cada uno en una colchoneta. Priscilla alzó la mano para que le escucharan.

    --Ya saben, tal como dije ayer, hoy haremos estiramientos, flexiones, y posiblemente caminata o trote. Eso dependerá de qué tanto nos tome porque a Ian lo vienen a buscar-- Frotó sus manos --Empecemos. Manos hacia arriba y estiramos hasta donde puedan--

    Las dos mujeres lo hicieron sin ningún problema. Sus dedos estaban entrelazados unos a otros mientras que el torso yacía estirado, mostrando el ombligo y el hueso de la cadera mostrarse por encima de la prestilla. No obstante, Ian liberó un callado gemido de dolor cuando se echó arriba a causa de sus muslos, agregando ahora la punzada en el abdomen que estaba incógnita por las flexiones ayer. No pensaba iniciar con una queja el chico, por lo que se tragó el dolor y fue a lo más que lograba. Pisi que le observó un instante suspiró de alivio, no se atrevió él a soltar quejas. Eso era un inicio.

    Continuaron con las articulaciones, cosa fácil para todos ellos que sólo se tomaron pocos segundos antes de darlo por terminado y seguir con una parte del estiramiento que se saltó la mujer piel trigueña sin querer. Separaron los pies a la distancia de los hombros para dar los toques, es decir, llegar abajo y tocar la punta de los zapatos con los dedos del respectivo lado, luego al inverso, que era tocar la punta izquierda con los dedos de la derecha. Esta fue la que mostró un tanto difícil para él porque batallaba con las pulsaciones en el abdomen y las piernas.

    No llegó tan abajo el joven de 16 años a pesar de su estatura, cosa con la que contaba Priscilla y no se dio, por lo que tuvo que detenerse ella para acercarse a Ian y posar la mano en su espalda arqueada. Se mostró nervioso porque ahora era el centro de atención, por lo que se darían cuenta de cualquier error que cometiera. Pisi le ayudó a bajar con leves empujones en su espalda, justo en medio de los homoplatos, esperando que así pudiera tocar la punta con las yemas de sus dedos aunque sea.

    --Vamos, no te falta mucho--

    No detuvo los empujones, estaba concentrada en la poca distancia que le faltaba por tocar. Sin embargo, estaba conciente de los dolores por los que pasaba y no quería obligarlo a dar más de lo que disponía, tomando como consejo las cosas que le dijo Enetea ayer. La rubia no se había presentado con ellas ese sábado por asuntos personales, pero que sí estaría para la salida al club que efectuarían esa misma noche. Decía Roxana que era noche de descuento y no deseaba perdérselo ninguna de ellas.

    --Bien. Hasta ahí, Ian. Vayamos a las sentadillas y luego a flexiones. Por lo que veo podemos dar el trote alrededor de la piscina-- Ellos dos afirmaron.

    Lo que parecía ser una rutina pasaba veloz ante el sentido del tiempo y que para Ian no era tan malo después de todo, le fue un tanto difícil por los dolores, pero nada más. Y eso que ni la hora se estaba haciendo, les faltaba mucho para que el reloj tocara las 9 horas del día. Sin embargo, quería hacerlo todo bien para la mujer que ya desperdiciaba parte de las 48 horas de su tiempo libre para entrenar a una persona que poco interés le daba al deporte. Es decir: decepcionarla no era una opción que se pensaría.




    --¿Ocurre algo?--

    Marian se preparaba una taza de café en la cocina y aprovechó de preguntarle a su esposo que muy concentrado estaba en los documentos esparcidos sobre la redonda mesa de madera allí puesta. Liam alzó la mirada, como tomado por sorpresa, y la regresó negando hacias los papeles para después coger el lápiz y marcar casillas vacías.

    --El papeleo se ha vuelto cansino. Algunos cuadros no han sido marcados y es mi deber revisar que esté todo en orden--

    --Te ayudo con eso-- Se sentó la mujer al coger un lápiz de él --¿Qué hay que hacer?--

    --¿Ves las descripciones de inspección al final de la hoja? Si hablan de seguridad y garantía tendrás que marcar el cuadro que está al lado del nombre en la esquina superior--

    Confirmó su esposa e inició con la ayuda mientras el señor revisaba otros asuntos más complejos en cuanto a la refrigeración de una tienda inspeccionada el jueves. No obstante, se le presentaba un bloqueo que ralentizaba su progreso, haciendo también que sus ojos divagaran de aquí allá en la cocina. Obviamente no pasó por alto tal desconcierto su esposa que no dudó en intervenir.

    --Te ves confundido. ¿Por qué no vas a dormir?--

    --En un rato. Déjame terminar estas tres y cerraré los ojos allí arriba--

    --No no. Te vas de una vez, déjalos-- Coloca ella el lápiz a un lado --Es sábado y tienes todo el tiempo disponible. Lo haces en la tarde o mañana en la mañana--

    Se le acercó de un lado Marian para quitarle el lápiz de la zurda, lo cogió de la muñeca, y se dispuso a ponerlo de pie. Liam torció un tanto el labio cuando no vio de otra que hacerle caso, por lo que se dejó llevar por su esposa. En la sala que estaba al cruzar el estrecho pero corto camino a la cocina estaba Melina en su laptop, escribiendo los primeros capítulos de algo que se le ocurrió al enterarse que estaban dos mujeres entrenando con su hermano mayor, y que ni se de cuenta que faltaba otra chica y su novio, eso nada más le haría reventar de ideas.

    Su madre sonrió al verla entusiasmada con el teclado que sonaba en cada toque de sus dedos. Terminó de distraerse con ella para continuar llevando a su esposo a la habitación para descansar. Una vez subieron las escaleras cubierta por una alfombra verde pasto, no les quedaba mucho mas que caminar unos metros en el pasillo de arriba a su izquierda y llegaron al cuarto que buscaban. Tras la puerta se encontraba la habitación con luz tenue que de a poco dejaba ver los objetos allí.

    Espaciosa era, por lo que era difícil llevarse algo por delante. Sabían ambos que la cama estaba en la pared, en medio del cuarto, apuntando sus pies hacia el gran televisor al frente cuando ellos dormían. Al lado de la puerta reposaba un escritorio en donde solía estar la computadora que ahora estaba en reparación, por lo que en esos momentos servía para montar los zarcillos de ella y el reloj digital. Marian encendió la luz para verlo todo en orden, tal como cuando despertó.

    --Tú te quedas aquí-- Lo dejó reposar sobre las sábanas del colchón --Voy a abrir las cortinas--

    --No lo hagas, quiero estar a oscuras. Mis ojos escandilan con la luz--

    Ella asintió --Muy bien. Descansa entonces. Recuerda ir a buscar a Ian--

    --Sí, no se me olvida. A las once voy--

    La figura de la fémina rubia parada a un lado de la cama donde reposaba se agachó para tenerlo cerca al rostro y obsequiarle así un leve beso que gentil tocaron los labios del hombre. Ahí se dio la vuelta a retirarse en lo que sintió el agarre en los dedos índice y medio, miró de reojo Marian a Liam. A pesar de estar casi a oscuras, la pareja notaban los orbes relucir ante la opaca ilumunación, y los de él exigían otro contacto que durase un poco más. No era que la esbelta no deseara dárselo, el problema era que recordaba los momentos que dominaban su relación y apagaba sus deseos de que las cosas regresaran a como lo fueron en el pasado, el tiempo en el que Ian tenía 12 y Melina 8. De no ser por aquello...

    Jugando la trajo a él, haciéndole soltar unas risas en el camino hasta atraparla en sus brazos. Tuvo Marian una imagen clara de su rostro, idéntica a su hijo en cuanto a ciertas estructuras cerca de los ojos y la frente, eso sin dejar a un lado la carencia de vello en toda el área bajo la nariz. Se le notaba muy joven como para alguien de 45 años, algo que muy pocas veces le tocaba por dentro porque en la mujer empezaban a mostrarse disimuladamente un par de canas y unas cuantas arrugas en la coletilla de sus ojos claros.

    Sin embargo, fueron interrumpidos aquellos pensamientos cuando sintió los gruesos dedos del esposo pasearse curiosos por el vientre y adentrarse por debajo de la prestilla del pantalón de tela. Buscaban las extensiones del hombre el montículo donde emanaban los vellos púbicos que rebajados se sintieron en las yemas de sus dedos a lo que prosiguieron el camino hacia el diminuto cilindro que separaba las comisuras de la intimidad y que alertaron a Marian, haciendo que se separara de él.

    --Melina está abajo y hoy es sábado, Liam. Descansa tú--

    Sin usar fuerza se liberó de la mano que a escasos centímetros estaba de su sexo y dirigió a la puerta de la habitación para verlo de medio lado con ojos entrecerrados, como lamentándose por un error, y se fue cerrando la superficie blanca de madera tras de ella. Bajó las escaleras con calma, arreglando la cintura de su pantalón que se había resbalado a causa de esposo. Ahí Melina estaba viendo la televisión al terminar con el escrito pendiente cuando la madre se dejó caer con un suspiro a su lado.

    --Pasa el control, deberían estar dando Coraje el Perro Cobarde en el treinta y ocho-- Su hija rió en respuesta.

    Liam siguió acostado boca arriba en la suave superficie con la cabeza en la almohada de algodón, pensando en lo de hace segundos, frotando el índice de la mano invasora con el pulgar. Estuvo cerca de allí, pero ella misma le negó el acceso. Eso quería decir que no le perdonaba nada todavía, y eso que fue hace 4 años. No iba a regresar a la normalidad que solía reinar, y nada decía que lo iba ser dentro de poco. Estuvo por echarse de lado y cubrirse cuando se encendió la pantalla de su teléfono, se trataba de un mensaje enviado por un tal "1". Le miró por un minuto a lo que negó con la cabeza al borrar el mensaje y guardar el dispositivo en su bolsillo. No era un buen momento para estar pendiente de ese asunto.




    Todavía bajo el techado, los tres acabaron con el calentamiento en cuanto a estirarse y el movimiento de articulaciones, por lo que tocaban las flexiones, lo que pensaba el joven que lo matarían porque ya estaba por dejarse caer en posición fetal por las pulsadas en el vientre y muslos. Ordenó Priscilla a que se recostaran los dos sobre las colchonetas y llevaran las manos por detrás de la cabeza, le darían paso a los abdominales. A Roxana se le veía contenta desde que llegó Ian, incluso sonrojada de las mejillas.

    Al cabo de unos segundos se recogieron los dos de piernas, pero Pisi no hizo nada de esto, mas bien decidió hacer lo mismo de ayer que era dejar caer sus rodillas en la punta de los zapatos del chico y contar las que hiciera. De todos modos su amiga pelinegra era lo suficientemente apta de hacerlo sin necesidad de recibir peso.

    --Lo mismo de ayer, Ian. No menos de treinta... no, un momento-- Se lo pensó --No menos de veinte. Sé que te está doliendo todo así que seré amable hoy. ¿Cómo está tu cuerpo?, ¿frío?--

    --Caliente-- Le respondió, provocándole una carcajada a Roxana.

    --Hmm... esa fuiste tú, Pisi. Y eso que no llegamos al club--

    --No le hagas-- Dijo sonriente --Empieza ya, niño--

    Siguió indicaciones a lo que dio el primero y soltó una callada queja al subir el cuerpo y llegar. Ella arqueó el ceño al escuchar.

    --¿Pasa algo?--

    --No... nada--

    ¡Dios! No sabía que aquella punzada se iba a hacer presente. Fue como una clase de puñalada o golpe muy dentro, por encima del ombligo. Inhaló relajado para que ella no lo detuviera cuando se hizo caer y dio el siguiente, evitando repetir el movimiento que le hizo sentir dolor. Lo intentó de varias formas, como hacer fuerza en el lado izquierdo y luego lo mismo en el derecho, haciéndolo ver como si una parte alzara la otra. Y en cierto sentido funcionaba, estaba la punzada mas no dolía tanto. Siguió con lo suyo de esa forma, cosa que le impresionó a la novata entrenadora al verlo ganar velocidad.

    --Bien, bien. Es así como es, niño. Vamos. Doce... trece... catorce...--

    Siguió contando. Era bueno que en tal frágil cuerpo se escondía las fuerzas de ir a una velocidad aceptable, y sería maravilloso si lo mantuviera así por lo que quedaba de sesión. Sin embargo, era obvio que caería en largatijas, sus brazos delgados no le iban a ayudar por más que lo deseara. Aunque era un comienzo, ya sólo faltaba lo siguiente y las 2 vueltas de caminata alrededor de la rectangular piscina con las 3 de trote.

    Al minuto le dio una palmada en el pecho para que se detuviera en la trigésima segunda porque la hora en su teléfono ya marcaban las 9:44 de la mañana y no podían pasarse de las 10:30 porque debían tomar tiempo para que se calmara la posible respiración acelerada del muchacho. Ahora venía el miedo cuando le indicaron girarse allí donde estaba, los brazos medio tambalearon al resistir su peso a lo que se introdujeron las manos de la deportista mujer entre el espacio de su pecho y la colchoneta, y luego se alzaron hasta tocarlo. Ian la miró de reojo para darse cuenta que Priscilla estaba parada arriba, y él entre sus pies separados. Es decir, como si ella fuese a levantarlo desde atrás con las manos bajo las axilas.

    --No menos de diez. Cae-- Lo hizo él --Ahora levanta--

    Como ya lo sabía, los brazos de Ian temblaban como el espagueti mojado, casi como en las caricaturas, pero logró hacer la primera. Con otra orden y un inicial conteo Priscilla pidió que cayera otra vez para repetir lo mismo. Una vez más logró otro levantamiento y cayó, la tercera iba a ser la vencida. Y exactamente fue así, apenas dominó el tercero su cuerpo se desplomó exhausto como muñeco de trapo en la colchoneta azul oscura. Iba a necesitar algo de ayuda.

    --No quería esto, pero al menos llegaste a la tercera. Te ayudaré un poquito para que llegues a la octava y así lo dejaremos. Falta muy poco para las diez--

    Lo tomó del torso con ambas manos para indicarle que se levantara. No formó quejas él. Se levantó con fuerza, sintiendo lo poco que hacía Priscilla para ayudarloque era no dejarlo caer. Si "el niño" llegaba a cierto punto, ella se encargaba de bloquearlo ahí, como un checkpoint en los juegos. Le fue muy bueno para él porque no duraron mucho para llegar a la octava y la dejaron así, tenían que enfocarse en la caminata y el trote.

    --Me gustó esa-- Comentó Roxana --Tenía razón Matel y Enetea de que inició bien--

    --Recuerda también que eso fue antier y hoy. Lo que quiero ver es que lo mantenga así por todo el tiempo que le toque estar conmigo-- Miró al joven --Escuchaste, ¿no?-- Él asintió --Perfecto. A la caminata, que sean dos alrededor de la piscinas y tres de trote-- Les recordó otra vez.

    Afirmaron los dos, preparados a seguirla en esa fase. Al dar los primeros pasos, una pregunta se formó en la cabeza de Priscilla, por lo que dejó su puesto de primera para caminar al lado de Ian y preguntar.

    --Por cierto, ¿por qué la idea de hacerle creer a tus padres que estás viendo clase extra de inglés?--

    --Yo me preguntaba lo mismo-- Agregó Roxana --Me gustó vestirme así, pero no entiendo porque no decirles que es una sesión de entrenamiento--

    --Sobre eso...-- Divagó un poco --En un principio no estuve seguro si seguir con esto--

    --¿No estabas seguro?-- Repite Pisi --Me lo hubieras dicho y lo hablabas con el entrenador. Lo viernes está en su oficina hasta tarde--

    --Es que... a decir verdad no vi justo que pasaras por esto así de repente--

    --Creo que intenta decir que lo hace por ti-- Señaló la pelinegra a su amiga --Qué bonito detalle-- Sonrió.

    --No digas nada, Roxana... ¿Es cierto eso?-- El chico apretó los labios --Bueno... al menos pensaste en ese punto. Pero, ¿y tus padres?--

    --Fue por la misma razón al principio... aunque hay otras--

    --Como cuáles...--

    Se encogió de hombros por un instante porque no quería decir aquello último, se le había escapado.

    --Bueno, no importa. Sigamos con lo nuestro--




    Sus vueltas de caminata y trote se completaron sin ningún percance o queja, incluso con los dolores que le invadían al chico. Ahora estaban de camino a la oficina con Roxana a un lado del joven, esperando que no cayera. Por momentos le veía e imágenes del padre le llegaban como flashes en su cabeza. No cabía duda de que se iban a parecer mucho de mayor, eso si se mantenía liso de mandíbula. Ciertamente el ejercicio le haría bien.

    En la oficina se reposaron para secar el sudor de lo que fue un entretenido entrenamiento, especialmente para Priscilla que al menos pudo ver que Ian hizo un esfuerzo e ignoró los agallones. Qué buen comienzo, esta vez podría decir que la tercera fue la vencida. Sólo faltaba ver su progreso las próximas dos semanas y ya tendría un problema menos. No dudaría en darle ciertos días para que hiciera el proceso en solitario para así adelantar.

    --Ya son las diez cuarenta y siete, si tu padre es puntual vendrá dentro de poco--

    --Ah, un momento. Tengo esto--

    Ian fue hacia su mochila bajo el escritorio en donde estaba sentada la mujer de piel trigueña y reveló el cuarto de galletas que le compró Liam esa mañana. Como era de mala educación dejarlo así, Ian las compartió con ellas, Priscilla fue la primera en inspeccionarlas hasta esbozar una sonrisa.

    --Miren esto-- Le dio otra vuelta en su mano --Galletas de leche condensada, hacía mucho que no las comía. Son mis favoritas. Gracias, niño-- Le mordió.

    --A mí también me gustan. Papá las compra una vez a la semana--

    --Hmm... Creí que las habían dejado de vender--

    --Oye, Pisi-- Llamó Roxana --¿Ya le tienes el horario?--

    --Todavía no. El entrenador me va a envíar hoy los papeles por correo y los debo imprimir. Luego terminaré con las cosas que evaluaré y espero tenerlo hecho para el lunes--

    --Si quieres que te ayude, me avisas--

    --Sí, tranquila. Enetea y Matel estarán también para recordarme unos cuantos procesos. Es mas, Ian-- Le dirigió la mirada --No va a haber nada teórico, sería trampa luego de tus calificaciones. De aquí tendrás que salir con brazos gruesos y sin asma si es que sufres de eso--

    --Nunca sufrí de asma--

    --Eso está mejor... Mira la hora, ya son las once y once--

    Con otro mordisco al dulce se pusieron de pie ambas mujeres para coger los morrales y sin quererlo se quitó Roxana su franelilla blanca, enseñando los montes femeninos de gran tamaño protegidos por el sostén verde. Ahí se dio la vuelta de una buena vez y cubrió el pecho con el cruzar de brazos. Ian cerró sus ojos para luego darle la espalda a las dos.

    --Ay, Dios. Perdón, Ian-- Se disculpó Roxana, escuchando las risas calladas de Priscilla --Es que Matel y Enetea siempre están con nosotras que no avisamos por costumbre--

    --No mientas-- Burló la otra --Querías hacer la jugada con Ian--

    --¡Juro que no! Se me pasó--

    --Sí, claro. Come niños--

    Gruñó ella con enojo. Nunca tocó a alguien que tuviese menos de 18 años, y no tampoco era que se enfrascaba en ello, también veía atracción en mayores... aunque jóvenes mostraban algo de espíritu, en especial los que no han tenido su primera vez. Dio un pisotón Roxana al seguir escuchando a su trigueña amiga reír.

    Ambas se terminaron de cambiar y avisaron que ya podía darse la vuelta Ian, que estaban decentes. Este obedeció para confirmar lo que decían, ahora era tiempo para él de quitarse su ropa deportiva para así esperar afuera. Las mujeres no lo dejaron solo en la oficina, mas bien se quedaron allí, viendo sus teléfonos o revisando los morrales en busca de objetos con que mejorar su imagen. Hubo un momento en el que Priscilla giró la cabeza en dirección del joven, divisando su espalda descubierta, notando además lo delgado que estaba. Los huesos en sus costados se marcaban de una forma nivelada. No era un esqueleto el muchacho. Lo raro era su piel blanca sin señales de vello corporal, era todo un lampiño. Al rato levantó la mirada cuando escuchó un vehículo pasar afuera, tenía que ser Liam.

    Roxana se acomodó los lentes rectangulares junto a la falda gris y el palto oscuro. Nuevamente olvidó hacerse la cola en el cabello, no le daba tiempo ya, por lo que salió diciendo que haría algo de tiempo para que se vistiera Ian. Al quedarse, la fémina le pidió que se apresurase y siguió a decir sólo para hacérselo saber.

    --Eres delgado--

    Ian enfocó los orbes en dirección a ella quien arreglaba lo último de su morral y la ropa que ya llevaba puesta.

    --Sí, eso ya lo sé-- Bajó la cabeza.

    --Con el ejercicio se mostrarán los músculos--

    --¿Cómo?--

    --Eso que dije. Así de "flaco"-- Hizo ella las comillas --se te marcará el cuerpo. Te verás bien si lo piensas--

    --Ah, ya ya-- Se mira los brazos --Tienes razón en eso--

    --De niña también fui así... Ya no hagas esperar a tu padre. Vete--

    --Ok, muchas gracias, Priscilla-- Se encaminó frente a ella y con una mano sobre la manija de la puerta --Disculpa la molestia de traerte un sábado--

    --No te disculpes. De todos modos vengo acá de vez en cuando al no haber nadie... Nos vemos, niño. Ya me contactaré contigo. Por cierto-- Lo detuvo saliendo --Necesito tu número de teléfono para avisarte de algún cambio--

    --Sobre eso. Yo no tengo teléfono... todavía no, eso espero--

    --Agh...-- Se sobó la frente --Entonces te buscaré en facebook. Espero tengas eso al menos--

    Ian sonrió.

    --Eso sí. Aparezco como Ian Carlos--

    --Ian Carlos...-- Repite ella --Ian Carlos Wallace--

    --Cohen, es el apellido de mi madre--

    --Ian Carlos Wallace Cohen... es curioso--

    --Iban a llamarme Giancarlo, pero no encontraron un segundo nombre que hiciera juego... Me voy entonces. Adiós, Priscilla--

    --Adiós, Ian Carlos--

    Se retiró el joven por el pasillo hacia el lugar donde llegó esa mañana, esperando ver a su papá, sin embargo, fue su madre quien le vino a buscar en su vehículo familiar donde cabrían 8 personas sin problemas. Al lado de la mujer estaba Roxana con una sonrisa.

    --Ah, aquí llegó. Your mother is here, Ian. Take care, I'll see you on Monday--

    --Wednesday-- Le corrigió.

    --Sorry, Wednesday--

    Marian la observó por un momento y agradeció las clases para su hijo, pero le llamó la atención no haber visto a nadie en las cercanías, ni siquiera un coche irse en dirección de la universidad cuando venía en camino. No obstante, era sábado y al mismo tiempo el día que deseaba pasar sin molestia alguna. Una vez más le agradeció la molestia para llevarse a Ian consigo. Roxana sólo suspiró porque esperaba ver al padre.
     
  8. Threadmarks: Capítulo 8 - Sábado por la noche
     
    Antonionoventayseis

    Antonionoventayseis Antoniodel96

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    Ian y Priscilla
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    Romance/Amor
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    5606
    --¿Lista?--

    --Un momento, un momento--

    La esperada noche de descanso para las 3 chicas no se hizo esperar. El calentamiento de esa mañana les había dado la excusa perfecta para descansar como bebés y despertar en la tarde, casi a eso de las 4:30pm. Ahora mismo estaban por hacerse las 7pm cuando Priscilla terminaba de vestirse con lo último que había comprado mientras que Enetea esperaba en ese mismo cuarto a la deportista chica por terminar. No estaban tan apresuradas, depués de todo el club no abría sino hasta las 7:30pm, y el problema de la fila no era del todo un percance. No con tantos conocidos.

    El bombillo encendido en el techo, más el hecho de que las paredes de la habitación era de un color melocotón, hacía parecer que era temprano, cuando allí afuera el cielo ya estaba a minutos de teñirse completamente de negro. Al rato se reveló Priscilla. Como Enetea estaba sentada en la cama y la puerta del closet a su izquierda cubría a la mujer de piel trigueña, nunca llegó a ver su progreso al vestirse y, cuando la vio, sólo pudo abrir los ojos en sorpresa.

    Con zapatos deportivos blancos y un jean claro muy ajustado que marcaba sus fuertes piernas, Pisi sacudió de cualquier polvo sus rodillas con la mano. Luego de esto subió la mirada de Enetea hasta el pecho cubierto por una camisa blanca de mangas arrancadas, no por ella, sino por la moda de esos días, con el rostro de un gato negro con X en sus ojos y boca el cual se veía estirado al contener los senos de la fémina bajo ellos.

    --¡Qué rebelde!-- Dijo como cumplido su amiga --¿Ya pensaste en el cabello?--

    --No... todavía no-- Se haló una hebra que le llegaba al hombro --Me lo cortaré antes del día de graduación--

    --Oh, ok, ok... Tienes muy buenas caderas-- Bajo la vista --Y esas piernas...--

    Priscilla rió al escucharla.

    --Ya, ya. Déjale un poco a quien las vea en el club. ¿Qué te ha dicho Roxana?--

    --Está allí, nuestros nombres están en la lista tal cual prometió Ruiz--

    --Perfecto. Vámonos entonces--

    A Enetea no le importó el frío de esa noche a pesar de andar con un short holgado de color caqui que, si se sentaba, esta dejaría ver más allá de lo que debería cubrir, sin embargo, la rubia ya había pensado en eso y optó por usas licras debajo de casi el mismo de largo que el short, así mataría el fisgoneo indeseado del curioso, mientras que en el torso equipaba un abrigo azul oscuro abierto al frente, mostrando una franela blanca con franjas verdes. Lo que le gustó hacerse fue una coleta a un costado de la cabeza que caía sobre su hombro porque le recordaba a sus días de escuela.

    En su camino hacia la parada y en el recorrido del bus nunca cesaron su charla sobre lo cotidiano de los días, siempre aprovechaban este tiempo para olvidar la universidad y entablar temas que las alejaran de ciertos deberes. En especial para Priscilla quien ahora se había convertido en la entrenadora personal de Ian al haber sido el único seleccionado. Quería ella que por lo menos le tocara alguien más, mínimo 3 personas para tener la preparación necesaria para cuando le toque sus pasantías.

    Ahí lo volvió a pensar. Era bueno tener a más de uno, pero con esa única persona bajo su poder le sería más fácil corregir errores. Si Ian seguía así como hizo esa mañana, no tendría problemas a futuro y no se preocuparía cuando le pidiera hacer las sesiones en solitario. Una mente como la suya no iba a caer por problemas simples, debía buscar una forma de darle la vuelta al bache. Al rato recordó lo último que le había dicho.

    --Sabía que se me pasaba algo... Olvidé buscar al chico en Facebook--

    --Oh-- Le miró confusa --¿Por qué no el teléfono? Han habido algunos problemas con la conexión a internet últimamente--

    --No tiene teléfono--

    Enetea frunció el cejo. ¿Cómo era posible que no tuviera un teléfono en esta época? Un chico como él debería de tener si sus padres tenían tan buenos vehículos mientras que él y su hermana aportaban con maravillosas notas.

    --No te creo. ¿Te lo dijo o lo supones?--

    --Él mismo me lo dijo hoy cuando terminamos la práctica... lo hizo bien--

    --Sí, lo repetiste un par de veces-- Meditó unos segundos --Bueno, al menos en facebook tienen para dejarse el mensaje. ¿Has traído tu teléfono?--

    --Sabes que no lo llevo a los clubs--

    --Entonces se lo pediremos a Roxana para que lo busques ahí, siempre lo lleva encima-- Su amiga afirmó con un gesto y miró por la ventana --Por cierto, ¿cuándo te dan el carro? Ya debe estar reparado-- Supuso.

    --No del todo, tal parece que el problema pasó a ser en el motor en sí y los frenos. Pueden repararlo con las piezas que pidieron, pero estas aún no han llegado--

    --Qué aburrido... no quiero tomar el bus--

    Así se aguantaron el paseo en el transporte hasta llegar al área deseada. Se ubicaron a 10 cuadras al este del centro comercial, no habían tantas tiendas donde comprar, por lo que se mantenían tranquilos esos lugares. Aunque no era del todo agradable para los habitantes de esa área tener una discoteca tan cerca, al menos era una mejor opción para relajarse en vez de ir directamente a Red Light, con la posibilidad de ser asaltados en el camino, o regresando de allí.

    Frente q las chicas estaba levantado una edificación de 2 plantas, pintada de púrpura con grandes letras al frente en neón color verdes titilantes que decía "Purple Square", obviamente el nombre del club. Sin embargo, la verdadera entrada se encontraba en el callejón adyacente a él, esta era para aquellos que tenían invitaciones específicas, como el carnet de Roxana que recibió al hacerse "muy amiga" del hijo del dueño... el cual no pasaba de 19 años y fue la razón por la cual sus amigas empezaron con las bromas.

    La rubia preguntó por la hora al vigilante que estaba allí a lo que aprovechó de sacarle un poco de conversación, un par de minutos más tarde, la chica fue por Priscilla que estaba en la entrada al callejón para anunciarle que faltaban 15 minutos para abrir, pero como eran compañeras de Roxana, ellas podrían entrar ya si querían. Se rieron las dos. Claro que iban a entrar. Ahí fuera estaba haciendo un frío que les congelaba los huesos.

    Ahí dentro habían pocas personas, las que tenían sus invitaciones y ayudaban un tanto en la limpieza y preparación de su área de diversión, iban a quedarse hasta muy tarde. Roxana estaba sentada en uno de los muebles al final con una pequeña copa con vino en su mano mientras reía con el mismo muchacho que le hizo ganar los chistes de parte de sus amigas. Ella, al darse la vuelta para dejar la copa vacía sobre la redonda mesa, les sonrió al verlas venir. Se disculpó con el joven antes de ponerse de pie y recibirlas.

    --Llegaron un poquito tarde-- Les dio un beso en la mejilla a ambas --Las esperaba para servirles un poquito-- Señala el vino con el índice --Está muy bueno. Dean supo a quien comprarle--

    --Papá sólo me escuchó esta vez-- Rió el joven --No es que los otros fuesen malos, pero estos tienen un muy buen sabor--

    --Con tal que no tengan nada ilegal, por mí está bien, Jimmy-- Frente a sus amigas lo besó en los labios --¿Como a qué hora se va tu padre hoy?--

    --No lo sé, no me dijo. Voy a subir para que me lo haga saber. Nos vemos, Roxi. Adiós, chicas--

    Con la mano se despidieron del castaño. Desde que le conocían, Jimmy siempre pareció confiable para ellas, en ningún momento hizo algo que les hiciera pensar en lo contrario. No obstante, sí conocían a su compañera, Roxana. Era alguien a quien le encantaban las fiestas y reuniones, además de tener demasiados conocidos con las que aún compartía un vínculo amistoso con ciertos beneficios. Esto les hacía preguntarse si Jimmy tenía idea sobre tal dato.

    La hora para abrir el local llegó y el padre del joven, Dean, se dirigió desde las escaleras a su oficina hasta la entrada con las llaves en mano. Con un saludo pasó por un lado de los que ayudaron e introdujo el metálico objeto decorado con brillos en la cerradura principal y abrió las puertas. Allí afuera se apareció una larga fila, como si un mago los fuese invocado en el último segundo, que sonrientes ingresaron con murmullos y silbidos.

    Las luces de la discoteca se encendieron para mostrar la pista de baile en la que podrían bailar entre 70 y 100 personas si manejaban bien el espacio. Frente a esto estaba la plataforma que muchas bandas llegaron a ocupar en sus llamados como VIP por parte del dueño, o su hijo cuando estaba a cargo. Aunque fue la barra del bar la que se llenó ante la presencia de los fiesteros, ni siquiera los bartenders pudieron darse el primer respiro cuando empezaron a recibir pedidos. Luces de neón se encendieron sobre la pista y la plataforma al igual que unas en el suelo que señalaban los baños y las salas privadas.

    El pecho de Priscilla y Roxana se infló al emocionarse por la llegada, de verdad que era mucha gente, por ende, serían muchas oportunidades para pasar un entretenido rato y conseguir bebidas sin gastar una simple moneda. La rubia observó a sus dos amigas y luego a la multitud. A su mirada llegaron rostros masculinos de buen porte. Unos de hombres mayores que venían con sus esposas o que ocultos vigilaban que sus hijas estuvieran al margen, otros rostros eran jóvenes que mostraban incomodidad y nerviosismo al ser su primera vez allí. Pero ninguno de ellos le llamó la atención, de todos modos ya tenía a una persona en mente y se relajaría por hoy.

    No pasó mucho cuando la deportista fémina se puso manos a la obra y se perdió entre la muchedumbre. Roxana y Enetea se quedaron allí para seguir vigilando el área y no dejar que algún problema llegara a azotar a Priscilla. No se sabía qué cosas podrían ocurrir entre tanta gente. No se adentró demasiado entre cuerpos, mas bien estubo en las orillas de la pista, cerca del bar, por si alguien la inivitaba a un trago y no tuviera que empujar a todos para abrirse camini allí.

    El DJ llegó 10 minutos más tarde, ocupando la gran plataforma frente a todos con sus dispositivos y los conectó a las grandes cornetas tras de sí. El ambiente se encendió con el primer golpe del bajo y el apagón que dominó la gran sala, dejando encendido tres enormes focos en el techo que coloreaban aquello en lo que entraba a la visión del cristal. Las cabezas iban de aquí allá deteniéndose en las mujeres más atractivas para quienes los conducían antes de regresar a su misión de búsqueda.

    --Jimmy se lució con este DJ-- Agradeció Roxana --Su papá debería aprender de él--

    --Dean también elige a buenas personas-- Dijo Enetea.

    --Lo sé, pero no entiende lo que la juventud quiere. Normalmente concede días especiales para aquellos mayores a nosotras cuando en realidad no muchos vienen al club que sobrepasen el margen de los treinta y seis años mas o menos--

    La rubia echó un poco la cabeza hacia atras con sorpresa y no tuvo de otra que asentir. Era cierto aquello. Sólo eran jóvenes los que frecuentaban ese lugar.

    --Entonces, quieres decir que dejarás de venir aquí cuando sobrepases ese margen, ¿no?--

    --¡¿Yo?!-- Se llevó la mano al pecho y después chasqueó los dedos --Nunca. Tendré sesenta y cinco años y seguiré visitando este hermoso lugar. Me verás en la pista dando mis asombrosos pasos con moletas y todo-- Rió.

    --Y tocando niños, claro-- Bufó ella.

    --Niños, mayores, ataudes. Todo lo que me de vida otra vez--

    --Ya, dijiste mucho--

    Comenzó a reírse Enetea con las imágenes en su mente. Podrían ser sólo palabras lo que su gran amiga le decía, aunque no estaban tan alejadas de la realidad. Roxana sí era capaz de hacer aquello mencionado para no dejar ir lo que ella misma llamaba "juventud", y era eso lo que le atraía a sus compañeras. Creaba un buen contraste entre ellas. Matel era la más dulce del grupo, más al conocer a Henry. Enetea siempre apoyaba y mantenía el ánimo arriba. Priscilla era muy seria, además de ruda, y era un tanto forzoso verla divertirse fuera del club o de una fiesta. Sin embargo, Roxana parecía desinteresada en el mundo que le rodeaba, pero eso no la detenía en hacerlas divertir con jergas e historias traídas.

    Se movieron de donde estaban hasta llegar al bar, en donde se sentaron dándole la espalda al mostrador, cuando Roxana aprovechó de revelar más su escote con tan sólo apartar un botón de su camiseta de rayas y cruzar sus piernas de forma provocativa a quienes le veían. No lo había pillado la rubia, pero Roxana equipaba una falda roja corta y unas botas negras que casi no hacían juego, no obstante, sus calzas no entraban en visión de nadie gracias a las negras pantimedias que entonaban sus largas piernas. Sonrió al ver que unos se habían interesado.

    --Así es como se hace-- Le susurró a Enetea.

    --En tu estilo, no el mío-- Completó --Puedo conseguir más que tú--

    --Oh, me retas. Muy bien, muy bien. A ver, empieza ya--

    --Amm.. hoy no. Es mi descanso--

    --Claro, claro--

    --Mira eso, Pisi ya consiguió a uno-- Señala.

    Tal como ella indicaba, su dedo dirigido a la multitud caía directamente en la cabeza de su amuga que sonriente estaba al bailar muy cerca de un muchacho alto. Parecían haber conseguido también un tema que hablar cuando danzaban sus cuerpos al ritmo de la música que les golpeaba el pecho como fuertes pulsos. El hombre que parecía de su misma edad no había entrado en contacto con ella, pero estaba cerca y sus manos pasaban a milímetros de su cintura, como buscando la forma de traerla consigo.

    De pronto parpadearon las fuertes luces. Cada imagen que recibía el rápido destello que una fracción de segundo duraban se mostraron grabados en la mente de él tal cual una fotografía con fastidioso flash. Las poses de las mujeres que disfrutaban con sus acompañantes pasaban de una posición a otra en menos de lo que daba un parpadeo, pero fue Priscilla quien estaba atento en él. Fue ella quien le pidió bailar al verlo sentado con una copa en mano, ahora que lo tenía al frente, ya le demostraba que se movía bien, aunque la forma en que llevaba su mano a ella le daba otra idea.

    Seguramente había sido el alcohol y el cansancio que le otorgaba las altas horas de la noche que su visión se nublaba y la sonrisa expresada en los labios salía burlona hacia la deportista mujer cuya figura se remarcó a través de la blanca franela. A su mente llegaron ideas de la posible razón del por qué le pidió bailar a él y no a los otros que observaban sonrientes al grupo suyo divertirse sobre la pista. Así que, esperando no estar equivocado, el muchacho la tomó de la cintura con una mano para traerla contra su cuerpo. Priscilla sonrió al mirarlo directo a los ojos.

    --Te has apresurado, mucho--

    --¿Y...?-- Bufó --Así estaremos mejor--

    --Tienes razón en cierto sentido--

    Él sonrió en victoria, de todas las veces que había llegado al club, ésta chica fue la primera en dejarse traer sin soltar una mínima queja. Su ego fue aumentando. El cabello rubio heredado de su padre al igual que los ojazos azules no le han fallado... todavía. Cosa buena para él. El ritmo de la retumbante música disminuyó para darle espacio a la calma en el club, dejando que aquellas parejas se dieran el tiempo de acercarse más de lo que estaban ahora. No se lo podía creer el rubio, definitivamente era su día de suerte, el ambiente se había prestado para hacer de las suyas, y nada menos que con esa hermosa trigueña frente a él.

    --Oh oh-- Enfocó allí Enetea su mirada.

    --Sí... problemas-- Burló Roxana.

    Quien tomaba a Priscilla de la cintura disimuló ser víctima de la mano dormida. Soncarrón sonreía de medio lado cuando sentía la mano bajar de tanto en tanto por su cadera, sintiendo las posaderas de la fémina en su palma como si las trazara tal cual un mapa. La forma que adoptaban con su pantalón deleitaron los pensamientos del hombre quien no se tardó en recrear su posible figura al desnudo. Las marcas que le dejaría allí con cada nalgada tendría que dejarle rojizos trazos sin importar que tan oscura fuese su piel. ¡Dios! Echó la cabeza atrás con lo siguiente. Amasarlas con sus dedos, hacerle soltar todo gemido lascivo posible. No iba a tardarse en llegar al asunto principal ¿Qué imagen sería aquella cuando apartase los montículos traseros cuando la vea boca-abajo en su cama?

    --Ahora sí te has pasado-- Dijo Priscilla.

    No se había enterado el hombre de la fuerza que hizo al apretarla en una de sus nalgas, todo por estar perdido en fantasías. Mas no todo era malo, había obtenido una confirmación de lo duras que estaban. Sin embargo, a pesar de aparentarlo, para Priscilla no fue de su agrado, ni siquiera en lo más mínimo.

    --¿Qué? ¿Dirás que no te gusta?-- Le pregunta alegre.

    --No me gusta-- Afirmó.

    --Es porque estamos empezando. Mira...--

    Por sólo un instante abrió la mujer sus ojos en sorpresa al sentir cómo las manos de este se posaron justo tras su pantalón para cogerlas de lleno y estrujarlas con fuerza. Rápida curveó las cejas en enojo con una furiosa mirada que amenazaba con matar al hombre que la atrapaba. Otra vez abusó de la pizca de confianza que le tenía ella para hacer lo último que pondría un clavo más en su ataúd. Otra vez con más energía, como si se lo hubiese ganado, dio el apretón en las bien formadas posaderas cuando un pincho de dolor dominó ambas muñecas.

    --¡Ah!-- Se quejó --O-Oye, no te pongas agresiva--

    --Tú no te pases de listo-- Amenazó.

    Priscilla no lo dudó más allá de la primera vez cuando había cogido las muñecas del hombre, afincando los pulgares en los tendones, donde se esforzó en hundirlos para que le soltara. Quejándose otra vez de dolor no quiso retroceder, aunque sí hizo el favor de relajar su agarre, creyendo que así le soltaría, sin embargo, no fue así. Forcejeó por unos segundos en los que no consiguió resultado, por lo que no vio de otra que suspirar e intentar torcer los brazos para que los dedos que le lastimaban se deslizaran a un lado que no sean los tendones.

    --Ya ya. No es para tanto. Me duele--

    --Debiste pensarlo antes-- Apretó --Y como ya he escuchado esta canción antes, sé que ahora vendrá con ruido--

    Exactamente como lo había dicho la trigueña mujer, la canción puesta por el DJ regresó al frenético ritmo con el que inició junto a las parpadeantes luces que ocultaron en desactualizadas imágenes a Priscilla. Esto, sumado al hecho del ruido a su alrededor por las personas, fue suficiente excusa para la deportista chica para cogerlo de una mano y darle rápido la vuelta. No reaccionó a tiempo él cuando sintió el dolor en su hombro al no poder llegar más allá de lo que podía. Su mano estaba en la espalda, apresada por ella.

    --¡Dios, ya!--

    --No sonríes, ¿verdad?--

    Se enmudecieron las quejas de dolor con el ruido de los fiesteros y el equipo de sonido que ruidoso creaba los impactos del bajo. Si alguien llegaba a notar sus quejidos, entonces no podrían saber del todo de la persona proveniente debido a los constantes flasheos de la iluminación. Sin darle la vuelta para que la encarase, Priscilla llevó su mano libre al pecho del prisionero para traerlo a ella, aún manteniéndole la mano torcida. Ahí se posó la palma de una persona el hombro de Pisi, ella volteó a verle el rostro.

    --Ya tuvo mucho, Pisi-- Intentó aguantar la risa Roxana --Vamos, suéltale y yo me lo llevo--

    --¿Por qué? Se divertía mucho con sus manos, ¿por qué no puedo divertirme yo con las mías?-- Burló --Toca éste bicep--

    A través de la camisa atravesó un par de uñas que rasguñaron la piel del muchacho que otra vez se quejó en el momento que la tonada musical estaba en su punto más alto y las vibraciones se convirtieron en un zumbido retumbante en los oídos ajenos. Roxana se rió a lo bajo y acarició la mejilla de su ruda amiga.

    --Ya cariño, se le va a caer el brazo y Dean no quiere eso--

    --Bien... ya que mencionas al dueño...--

    Vio necesario un último apretón para el hombre antes de soltarle de la llave y entregarlo con Roxana, quien se mostraba alegre por lo presenciado y cogió la muñeca herida del rubio para llevárselo de allí hacia la oficina de Dean para presentar la queja. Sola se quedó Priscilla con algo de fastidio. Sólo deseaba conseguir un par de tragos con hacer bailar a una persona, pero la primera no fue más que un descontrolado. En todos sus días en el club, esa fue la tercera vez en ocurrirle, aunque no fue tan grave como el segundo que recibió una paliza de su parte por haberle cogido con fuerza un seno. De eso ya casi un año.

    Se dio la vuelta, sus cejos torcidos en enfado, ella se lo buscó al encontrarlo. A unos metros vio a Enetea sentada frente al bar con un asiento a su lado libre, el de Roxana pero, como ella no estaba, no tendría problemas en tomarla. Se sentó al lado de la rubia a lo que soltó un largo suspiro y ondeó el cuello de su prenda superior para refrescarse. El bartender le pasó una pequeña copa.

    --Oh, gracias--

    --No hay de qué. Me pareció bueno luego de lo que vi--

    --Sí, necesitaba uno después de eso--

    --¿No tienes dinero?-- Le pregunta mientras sirve los pedidos de los demás.

    --Claro que tengo. Sólo que busco ahorrar un poco--

    --Usando el billete de otro-- Se rió y agregó antes de irse --Entiendo, entiendo. Hacía lo mismo en el "Banshee"--

    Enetea la miró beber tranquila a lo que habló.

    --Asombroso lo de hace rato. Segura ya te hiciste un nombre con eso--

    --¿Nombre?-- Repite --Todos estaban muy pendiente en lo suyo. Además, una pareja que estaba cerca se metía mucha mano. Que haya sido el alcohol o esa pareja lo que inspiró a ese tío hacerme lo que me hizo no es excusa--

    --Te lo he dicho varias veces, Pisi. No escojas al primer chico bonito. Muchos no traen mas que problemas--

    --Pero, es posible encontrar quien de un buen momento-- Contenta agregó.

    --Pisi, por favor-- Le hizo Enetea de ojitos tristes --Dime que tendrás cuidado la próxima que elijas--

    Se la quedó mirando a los ojos por unos segundos, buscando la forma de atacarla y cambiara el rostro de perrito vagabundo. Ayer le atacaron doble entre ella e Ian, aunque este último llevaba el rostro así desde siempre cuando estaba cansado más que todo. Leve dio pisotones en el suelo hasta aceptar el regaño oculto en la cara de Enetea.

    --Ok, ok. Los voy a elegir bien. No pongas esa cara--

    --Gracias-- Dio un ligero brinco en su silla --Moso, una copita por aquí-- Llamó.

    --¿Tienes dinero?--

    --Nop. Lo pagas tú--

    Disfrutando de sus bebidas, Priscilla y Enetea embarcaron cortos temas otra vez, como en el bus, recibiendo algunos pedidos pagados por unos jóvenes que no tuvieron tanto valor de acercárseles al verlas con buen porte y de mirada seria aunque inclinado un tanto a la diversión. Lo que sí llegaron a hacerse fue enviarse cartas con ayuda de quien atendía las mesas hasta el momento de irse media hora después. No hubo tanta diversión hasta la llegada de Roxana al grupo.

    Sin embargo, en una de las ocasiones que Priscilla tuvo para mirar a la muchedumbre al frente, divisó que en el breve espacio que apareció de entre las masas, un rostro conocido hizo acto de presencia a lo lejos. Su castaño cabello alborotado con gel ignorante al rítmico movimiento de la cabeza por la música captó la atención de la deportista mujer, quien no tardó en fruncir el cejo. Una molestia más para la noche. Mucho tuvo con ese manoseador de hace rato.

    Allí, en el otro extremo de su posición, se encontraba German Hardy sentado en uno de los grandes muebles en la esquina del club, era la persona que en un momento llegó a ser pareja de Priscilla cuando estudiaban juntos en Zaziel y el responsable de haberla traído a Florencia, no por obligación, sino porque tenía en donde dejarla vivir. Un apartamento algo malogrado, pero no lo suficiente como para dejar pasar la propuesta. Sin embargo, una cosa llevó a la otra y terminaron los dos tomando sus caminos, algo que a él no le agradó mucho.

    Priscilla se fastidió más al verle acompañado de otros dos. Uno de casi su mismo tamaño, Pent, de cabello corto negro y cabeza ovalada que aún marcada el contorno masculino, sus ojos oscuros yacían plantados en su teléfono, ignorando los sonidos lascivos de una rubia sentada en las piernas del otro que les acompañaba: Jake Parker. Éste, de cabello rubio bien peinado hacia atrás y ojos verdes miraban a la muchacha directo a la cara mientras acariciaba la entrepierna ajena.

    --Ya me vio-- Bufó German cuando preguntó Pent.

    --¿Quién?-- Siguió la mirada --Ah... ella. Déjala tranquila por un rato. No ganas nada molestándola tanto--

    --Ahí te equivocas, yo no la molesto. Sólo son conversaciones entre amigos--

    --Ustedes son todo menos amigos--

    --Ven conmigo, vamos a saludarla--

    --No. Estoy esperando a alguien. Si llega como me lo acordó, tal vez te acompañe--

    --Como sea-- Se giró --¿Qué dices tú, Jake?-- Pero él no le respondió al estar distraído --Veo que no. Iré solo entonces--

    De pie se puso y arregló las mangas de su camisa de cuadros verde, luego se recogió las mangas hasta los codos. Sonriente dio los primeros pasos hacia las mujeres, serpenteando al público y notando cómo la trigueña mujer lucía su enojo con cada metro cubierto por él. Le susurró a las muchachas algo imposible escuchar desde su posición pero que era obvio de adivinar porque ellas le miraron de inmediato, esto no hizo más que reforzar la sonrisa que cargaba.

    --Muy buenas noches-- Fue lo que dijo al llegar --Qué sorpresa verlas por aquí a estas horas--

    --Deja la estupidez, German. ¿Desde cuándo estás aquí?--

    --Ay, Dios. No hay que ponerse tan agresivos-- Dijo fingiendo sorpresa --No llevo mucho rato. Justo llegué cuando le enseñaste al imbécil que las mujeres no son objetos--

    --Mira quien lo dice-- Sopló Enetea quien le miraba igual de enojada.

    --Por favor, a Priscilla no le toqué ni un pelo. Ciertas condiciones nos llevaron a caer en donde ahora estamos--

    --Para con esa clase de palabras, la amabilidad no va contigo. No con la clase de gente que sigues a cada rato--

    --Dios... Ok-- Relajó los hombros y apoyó el peso del cuerpo en un pie --Sólo paso el rato por aquí, tal cual hago siempre. ¿Así? ¿O te lo resumo en otras palabras?--

    --Ese es el verdadero German-- Comenta Pisi --Y no, no hay nada que quiera escuchar, o decir--

    --¿Ni siquiera el cómo pasé el día? Fue pésimo, ¿sabes?--

    --Tampoco eso. Y tan pésimo no puede estar al tener tanto tiempo libre por retirarte de la universidad--

    --¿Ves?-- Le señaló --Ahora tenemos una conversación--

    --No la tenemos--

    Desvió la mirada hacia la llena pista de baile, dispuesta a ignorar todo lo que fuese a decirle German a lo que él sólo calló un carcajeo y se acercó para intentar tomarla de la barbilla, no obstante se detuvo a centímetros de tocarla con sus dedos, y no porque le haya mirado con intención de golpearlo.

    --Cierto, cierto. El último en tocarte de más terminó en la oficina del dueño y con las manos adoloridas. No quiero pasar por lo mismo--

    Sabiendo esto, German encontró lugar en el espacio que había entre Roxana y Priscilla. Obviamente se molestaron ambas mujeres que no se tardaron en ponerse de pie para encararlo. Pisi fue la primera en hablar.

    --German, no te queremos aquí. Regresa con tus amigos, si tan pésimo fue tu día. Tal vez te puedan consolar--

    --¿Por qué no me consuelas tú?-- Retó --Tienes un cuerpo que te facilita el trabajo... uno que conozco muy bien--

    --Suficiente, mejor hubiera estado con el otro--

    A pocas palabras de terminar enfadada de verdad, la chica de piel trigueña dio un simple paso hacia German cuando éste se alejó a cierta distancia con las manos al aire y una sonrisa de superioridad plasmada. Ciertas personas en el bar voltearon la cabeza en su dirección y el bartender peló el oído para que las cosas no pasaran a peor.

    --Vamos, tócame al menos-- Alzó un tanto la voz German --Me haces algo y te respondo como a cualquiera. Hay muchos aquí que verán que fue en defensa propia--

    --Ay, qué fastidioso eres. Ni siquiera has ganado un enfrentamiento contra mí. Ni verbal, ni física--

    --Auch-- Bufó Roxana --Que eso no llegue a rumores--

    --Tú cállate, puta-- Le señala --Conozco tus costumbres--

    --¡Oye!-- Gritó al fin el bartender --Te estás pasando--

    --¿Quién eres tú para hablarme? ¿Su perrito guardian?--

    El señor llevó las manos hacia abajo del mostrador para tomar su herramienta ideal y mostrarlo al mundo, un bate metálico con empuñadura de goma blanca que acostumbraba a usar en sus días de escuela como jugador. Quienes estaban cerca le hicieron espacio. Al tener el arma dejó su puesto de trabajo para llegar hasta él y pedirle que se calmara, de no ser así, amenazarlo para que se fuera en caso de ponerse rudo.

    German no llegó a entender el mensaje, sólo dio un paso, amenazante, hacia él cuando fue detenido por la punta del bate que se posó en su pecho para frenarlo. Solamente fue el contacto con el material férreo que provocó una breve ira, alzando la mano para apartar el arma de su pecho, mas no se concretó su acción porque Jake le rodeó con fuerza el cuello con su brazo no tan musculado, pero en forma. Lo trajó hacia su pecho para apretar un tanto y calmarlo.

    --Disculpen, está imbécil hoy-- Dijo su voz gruesa.

    --Lo está todos los días-- Soltó Priscilla.

    --Bueno... hoy más que los anteriores--

    A rastras se lo llevó Jake hasta la calle en compañía de Pent, quien de todos modos quería irse al no haber llegado la persona que esperaba. Ahí fuera lo sentaron en un callejón para que el rubio le golpeara una sola vez en la barbilla.

    --¿Ves las mierdas que causas?--

    Se repuso German sin decir palabras aún sentado.

    --Dejé un culo allí dentro por culpa tuya, come mierda--

    --Sí, sí. sí. Tú y tus culos rubios-- Bufó German, ignorando el golpe recibidos por él --Ella comenzó todo--

    --Y tú le seguiste-- Lo empujó al verlo levantarse --Joder contigo. Pent, ¿dónde está el carro?--

    --En la otra calle--




    En el club se quedaron las chicas y el bartender, quienes le rodeaban siguieron con lo suyo al ver que no habría emoción. Había pasado mucho desde la última pelea ocurrida allí por Jake y un señor que le pidió acercarse a su hija. No terminó muy bien para el mayor y el rubio terminó en retención un par de meses.

    --¿Te quieres ir?-- Le pregunta Enetea a Pisi.

    --No, ¿por qué debería? Treinta minutos es lo que llevamos aquí... creo--

    --Ah, ok. Nos quedamos entonces-- Sonríe ella antes de pedir otra copa --Por cierto, ¿puedo dormir en tu casa hoy?--

    --Claro, no hay problema--

    --Dejen las palabras, chicas. Sigamos con lo nuestro. Allí hay un mueble libre--

    Divertida las llevó Roxana a ambas hasta el lugar señalado para que se distrajeran de lo que pudo haber pasado. Al final de cuentas estaban ahí para relajarse y olvidar el estrés del día. Sin embargo, Priscilla no podía olvidarse de German, tal vez era ella, pero últimamente ha estado apareciéndose con frecuencia para soltar indirectas, o intentando forzar una situación. No era problema para la mujer, aunque la costumbre de verlo se convertía en fastidio. ¿Tanto le había chocado la separación que así se vengaba? Muy inmaduro, obviamente.

    Con otro par de tragos brindados por otra persona, Priscilla enfocó su mente en la fiesta que le rodeaba, el bajo que retumbaba, y la nueva tarea que le fue confiaba por el entrenador Torres. Puede que el alcohol le haya ayudado un poco en lo último porque ya tenía lo básico del horario de Ian. No se lo pondría fuerte con las horas, sólo en lo que abarque CON esas horas. Priscilla asintió sola antes de pedir el teléfono de Roxana y buscar al chico por facebook y enviar por fin la solicitud de amistad.
     
  9. Threadmarks: Capítulo 9 - La mañana del lunes
     
    Antonionoventayseis

    Antonionoventayseis Antoniodel96

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    Habían transcurrido ya los primeros 45 minutos de su primer bloque de clases ese lunes. Sobre la mesa descansaba el cuaderno abierto de Ian con las asignaciones ya hechas en matemáticas, lo único que le faltaba era esperar que el profesor lo pidiera, aunque éste esperaba que los demás terminaran de corregir errores. Tras el muchacho estaban las de siempre, Luna y Nelly, esperando también que pidieran esos ejercicios ya hechos.

    Su domingo se desarrolló de lo más tranquilo, entre sus padres sólo hubo una corta discusión que no pasó de los 3 minutos cuando terminaban de almorzar. Más que eso, nada. Lo que sí se llegó a preguntar Ian era el por qué había ido su madre a buscarlo el sábado en vez de su padre. Resulta que se había presentado una urgencia en su trabajo y debía solucionarlo con el vigilante de las oficinas. Por suerte no fue algo tan serio.

    Lo que sí esperaba que ocurriera esa mañana era que le bombardearan de preguntas apenas mostrase el rostro en el salón, y justo fue así. Al llegar a su aula, varios compañeros se le acercaron para preguntarle sobre la mujer que vino a buscarlo el viernes en la tarde. Incluso unos sacaron el tema de que fuese una novia que había estado ocultando, y que buena razón tendría al esconder tal punto. Para desgracia de los chismosos, Ian negó todo diciendo que sólo eran asuntos de la directiva. No dijo más, así lo dejó.

    Ahora miraba por la ventana hacia la plaza allí fuera, en donde estaban pocas personas pendientes de sus teléfonos, o jugando cartas en uno de los bancos. El chico suspiró al mirar la hora en una gran torre que se levantaba a lo lejos. La vieja torre del reloj. Sus ladrillos de color vinotinto con su base cubierta de lianas verdes resaltaban el blanco circular en la cima donde se dibujaban los números para la hora. Parecía abandonado y rasguñado en grietas por el paso del tiempo, pero aún funcionaba como el día en el que fue construído.

    De pronto dio un leve brinco en su silla cuando escuchó el repentino ruido de una mano golpear el pupitre atrás de él. Se dio la vuelta para asegurarse de que no fuese algo más, pero ahí estaba Luna solamente, mirándole a los ojos e ignorando la mirada de los otros quienes volvieron a lo suyo.

    --Disculpa, ¿te asusté?-- Dijo juguetona.

    --No, de todos modos estaba distraído-- Miró al frente.

    --Ya veo, ya veo--

    Luna se dejó reposar en el espaldar del pupitre con los brazos cruzados y desviando los ojos hacia Nelly de vez en cuando. Pensaba en cómo preguntarle al chico el qué hacía el viernes por la tarde con aquellas tres mujeres cuando le vio salir del vestidor de hombres. Claro, ella no tenía problemas con pararse a su lado y preguntarle de una buena vez, no obstante, si alguien escuchaba la conversación, entonces sacaría conclusiones que rápido inundaría el salón de rumores, y Luna no deseaba eso, lo que quería era iniciar el rumor ella misma o, incluso, sacarle provecho a ello. Por ende, debía buscar un espacio de tiempo a solas con él.

    --Emm... Ian-- Se hizo sonar suave y curiosa --¿Tienes Dibujo después de ésto?--

    Él asintió antes de darse la vuelta.

    --Sí, ¿por qué?--

    --Por nada, era para saber si podrías explicarme unas cosas--

    --Ay, sí-- Comenta Nelly --A mí también. Tengo cosas que no entiendo--

    Lo de Luna era una obvia mentira, cosa contraria para Nelly que de verdad necesitaba que le explicaran mejor ciertos puntos sobre las evaluaciones por venir.

    --Bueno..., casi no hay gente en el salón de arte. Podría explicarte ahí--

    --Gracias, eres un amor--

    Llevó su mano derecha al rostro para pelliscar su mejilla, Ian se sonrojó un poco antes de voltearse otra vez gracias al profesor que golpeó con los nudillos su escritorio, indicando que ya había acabado el tiempo para corregir. Entregaron todos la asignación y el profesor dio la clase por terminada, después de todo ya no había mucho que dar gracias al examen que tendrían la próxima vez que se vieran.

    De inmediato le pegaron el ojo a Ian las dos chicas y se dispusieron a arreglar sus mochilas, el chico se puso de pie y salió del salón con tranquilidad, siendo seguido por Luna y Nelly. No le molestaba del todo tener que explicarles, entendieran o no, nunca lo sabría, pero se hacía la idea de que hacía el bien con hablarles del tema sin entrar en confusiones. Claro que esto no era del todo agradable para Melina, quien sabía de las costumbres de ambas muchachas en cuanto tomarle el pelo a muchos.

    Pronto salieron de los edificios de contaduría para tomar el camino más corto hasta el área de cultura, sin miedo a que alguien los viese y se dieran ciertas ideas. Un par de minutos más tarde, y unos cuantos escalones, los tres llegaron a donde deseaban. Debido a la cercanía de la institución educativa hacia el bosque y las montañas de Florencia, el departamento de cultura junto a sus salones, al igual del área de idiomas e historia, se encontraba subiendo una colina no tan alta. Fue seleccionado así por los mismos estudiantes de dibujo y fotografía en el '94 gracias al hermoso ambiente plasmado cuando se asomaba el sol y cuando reposaba tras las montañas en la distancia.

    --¡Agh! Qué cansada-- Se queja Luna --¿Debes subir todo esto?--

    --Sólo los lunes y martes-- Sonrió Ian --Uno se acostumbra--

    Se adentraron a la primera edificación de tres plantas en lo que se vieron abrazadas por el frío del pasillo tras la puerta blanca, como la de una oficina, con un cristal tintado de negro. Rápidas se frotaron los brazos para no perder el calor, con razón era un edificio cerrado, es decir, sin nigún pasillo que de vista al exterior mas que las ventanas al final de cada uno. Todo eran puertas hacia salones o seccionales.

    Subieron una planta y se encaminaron hasta la tercera puerta a la izquierda de las escaleras. No había nadie dentro, o eso veían desde la ventanilla. Cuando Ian abrió la puerta, notó que una mochila verde oscura descansaba en una silla en la esquina, frente a un cuadro en blanco.

    --Soy el segundo-- Suspiró Ian y señaló --Aquí me siento siempre, pueden usar las sillas a su lado. Les explicaré en un momento que esté listo--

    --Tómate tu tiempo--

    Hizo Luna un ademán con la mano y caminó despació por el salón. No estaba tan frío como el pasillo afuera, pero no era excusa para dejar de darse calor, igual le helaba el ambiente. Observó los dibujos colgados en las paredes azul cielo, algunos contaban con hermosos marcos tallados por los estudiantes de la última planta mientras otros parecían estar quemadas en las orillas, dándole un aspecto antiguo y "descubierto", como objetos de valor.

    --Me gusta éste--

    El cuadro señalado era una carretera que iba hacia unas montañas en la distancia, con el amarillo tirando a naranja del característico atardecer que pintaba la tarde. A la derecha de la carretera habían árboles que resaltaba las tonalidades del color en el verde de sus hojas y el amarillo del sol que le pegaba al frente, y justo a la izquierda del camino asfaltado, el azul del mar que limitaba con el pálido color de la arena. La figura del coche era clara, mas no sus colores, sólo se le notaba negro con la luz bañándole de un lado.

    --Ese es el de Roland-- Dijo Ian --Él dice que está incompleto, pero a la profesora le gustó tanto que lo colgó con el marco blanco--

    --Ian-- Le susurró Nelly --Explícame de una vez, puede venir alguien--

    --S-Sí, ya voy--

    --Momento, momento-- Los detuvo la otra --Primero que nada... Ian--

    Se apresuró la castaña, Luna, en llegar al puesto del chico para sentarse en la esquina de su mesa, echó unos vistazos a la ventanita en la puerta desde su posición y pareció agachar la cabeza hacia él para susurrarle con cierto tono.

    --Quiero saber algo--

    Nelly acercó su silla también para escuchar, sin quitar una sonrisa esbozada con diversión. Ian se inclinó un tanto lejos de ellas porque estaban muy cerca de su rostro.

    --¿Sobre qué?-- Dijo él y Nelly respondió.

    --Lo del viernes en la tarde, obvio--

    --Sí, eso. ¿Quién era ella?--

    Se encogió de hombros el joven, no había pensado el hecho de que, al estar solo con ellas, como ahora, no hablaría del tema, ignorando que esa misma mañana muchos le hicieron la misma pregunta. Podría usar otra vez la respuesta que les dio sobre la directiva pero, ¿a ellas? Dudaba que lo dejaran así, iban a preguntarle sobre esos asuntos con los directores.

    --No te quedes callado, sólo quiero saber--

    --Solamente es eso-- Dijo en voz baja --La dirección mandó a buscarme--

    --¿Con tal llamado?-- Sospechó Luna --Hasta el profesor se asustó. Se reía nervioso cuando te fuiste e hizo unos cuantos comentarios--

    --Ah... y ¿a qué hora salieron?--

    --A la misma de siempre por culpa de Miguel y Nora, fueron los últimos en terminar el examen y... No me cambies el tema, Ian-- Rió --¿Es malo lo de la directiva?--

    --No creo que sea malo-- Opinó Nelly --Alguien como tú no puede tener problemas--

    Con una leve mueca en los labios, Ian ingenió algo simple.

    --No es nada, sólo querían saber si deseaba un cambio de carrera por una solicitud que mandé hace unos meses--

    --Dios, Ian, no te cambies-- Nelly le tomó de la mano --¿Quién me va a explicar--

    --No te hagas la necesitada, Nelly-- Bufó Luna --¿Era eso entonces? ¿Te vas a cambiar?--

    --No, fue algo que hice por error creyendo otra cosa. Ya todo está bien--

    --Hmm...-- Nelly musitó mirando a su amiga --Nada serio, qué bueno--

    --¿Eso es todo...?-- Ambas se miraron una última vez y asintieron --Ok... ¿Qué no entienden?--

    Se acomodaron Luna y Nelly con sus sillas a los lados de Ian, apresándolo en el medio mientras veían el cuaderno abierto sobre la mesa. Las fórmulas presentadas en el papel eran entendidas con facilidad por Nelly, quien era la que se enredaba al confundir valores. A pesar de haberse equivocado una cantidad de veces, en ningún momento llegó a mostrar el chico algo de cansancio o molestia. Sin embargo, era Luna quien se mantenía callada y asentía como si fuese eso lo que sabía hacer y nada más.

    En verdad estaba navegando en su propio mundo, pensando en cómo hacerle hablar y confirmar que en verdad estaba con esas tres mujeres en el vestidor. Emocionada por la reacción de los demás al escucharla, ella comenzó a maquinar un plan basado en una suposición. ¿Se reunirán otra vez? ¿Cuándo? ¿A qué hora? A lo que se puso a pensar en su horario. Si de verdad piensa mantenerlo en secreto, entonces usaría sus espacios libres... claro, si es que volvía a ocurrir.

    Luna estaba inscrita en Contaduría, la misma carrera que Ian seleccionó como secundaria, por lo que asistían ciertas clases juntos. Sin embargo, habían otras en las que no se encontraban, como en Dibujo, el cual es una materia opcional, y ella decidió no tomar otras clases que le quitaran tiempo. Ahora, lo que sí sabía era la carrera principal del joven, Informática, y así se daba una idea del horario.

    --Ya entendí-- Festejó Nelly --El valor siempre será "uno" aquí-- Apuntó la fórmula.

    --Sí, a menos que te digan lo contrario. ¿Y tú, Luna?--

    --Ah... sí. Esa es fácil--

    No quería hablar de eso, sólo deseaba saber lo que hacía él allí. Tenía que hacerlo hablar. Se inclinó a un lado para reposar el codo izquierdo en la mesa y afincar su mejilla en el puño alzado, lo miró a la cara con sus ojos claros, dando lentos parpadeos. Ian la observó con algo de confusión.

    --¿Pasa algo?--

    --No del todo...-- Susurró --Es que tengo mis dudas--

    Con una sonrisa llevó su mirada hacia la compañera de cabello negro liso antes de volverla a Ian. Ahí llevó su mano libre hacia el cabello peinado hacia atrás del joven, como una caricia paseó los dedos cuando la puerta del salón se abrió, asustando a los únicos allí.

    Bajo el marco de la puerta estaba parado un chico de estatura promedio, cabello castaño caído y de piel pálida, como si le faltara sangre. Ian ya se había echado atrás para alejarse del toque de la fémina por pena y miró al chico aparecido.

    --¿Llegué en mal momento?--

    Les miró incomodado, con sus ojos de aspecto somnolientos, tal cual llevara un par de días sin dormir, Ian se puso de pie y cogió la mochila que había dejado descansando bajo su asiento para hacer espacio y dar un par de pasos lejos de las dos.

    --No, ya habíamos terminado-- Medio gruñó Luna --Gracias por explicarnos, Ian. Hasta el jueves--

    --Sí... Hasta el jueves--

    --Adiós, Ian-- Se despidió Nelly, juguetona.

    Ambas mujeres se retiraron del salón, dejándolos a los dos chicos solos para que vieran sus clases, sintiendo Luna un tanto de molestia al no haberle sacado nada de lo del viernes. Ian se asomó, esperando que ya se hubieran ido, y regresó al salón para darse cuenta que su compañero era el único con él y que tomaba su morral verde.

    --¿Te irás? La profesora ya debe venir en camino--

    --No viene. Vengo de la dirección, me dijeron que no tendremos actividades hoy. Creí que sabías--

    --No lo sabía... Gracias por avisar, Roland--

    --No hay de qué--

    Asintió el muchacho antes de llegar a la puerta y bostezar. Ian lo miró extrañado por la forma en que parecía irse de lado, por lo que preguntó el cómo se encontraba hoy.

    --Estoy bien, un poco cansado-- Miró el final del pasillo y luego a Ian --No te quedes mucho por aquí. Esto se pone solo los lunes--

    Se despidió con la mano Roland para coger camino al apartamento donde vive, mientras que Ian se quedó en el salón y cerró la puerta. Ya sabía que su profesora no vendría, aunque decidió mantenerse ahí para pensar en la corta compañía de Luna y Nelly, ya sabía que con ellas tendría un problema si estaban pendientes de él. ¿Quién no? Siempre estaban rodeadas de sus amigos, quienes se creían la gran cosa por vivir en una urbanización privada.

    Suspiró para que el relajo se llevara esos pensamientos, y caminó hacia un casillero en la esquina para abrirlo y sacar sus hojas blancas y un par de lápices. En dibujo era bueno, sólo que debía mejorar el sombreado en los objetos. Al menos no eran tan fuertes las correcciones que le hacían, sólo eran 7 personas en la clase y entre todos se llevaban bien... creía Ian, claro.




    Mas tarde ese mismo día, su entrenadora salía de sus clases en compañía de Enetea e iban hacia la plaza central para esperar a Roxana, así como hacían todos lo lunes. Con su rubia amiga siempre al lado, Priscilla no pasaba el tiempo de espera con aburrimiento. Siempre había un tema del que hablar, incluso cuando pasaban el fin de semana juntas. Por ahora, el tema que llevaban era por las cosas que pudo hacer Pisi con la cuenta del entrenador Torres para entrar al sistema de la universidad.

    Cada profesor tiene acceso a los datos de la universidad y a cada uno de sus estudiantes para cuando tocaba cargar las notas al final del grado, año, o semestre. Gracias a Torres le había prestado la suya para que pudiera acceder a las planillas de planificación de clases, sin embargo, a pesar de haber impreso los papeles que necesitaba la chica, ambas husmearon en los archivos de los inscritos para pasar el rato. 3 horas después de haber visto lo que querían, empezaron con el horario que debía hacer Priscilla para Ian, y, para eso, debían buscarlo a él para ver las materias que cursaba ese semestre para buscar tiempo libre.

    --¿Le esperamos?-- Pregunta Enetea --¿O prefieres buscarlo?--

    --Le quedan quince minutos de clases mas o menos. No quiero alzar la voz en otro salón y asustar al profesor-- Dijo, desconociendo que no tenía clases.

    --Ah, bueno. Es que también pensaba en que se lo enviaras por el chat de facebook--

    --Nah-- Estiró los brazos --Después puede ver el aviso de mensaje y no abrirlo--

    --¿Por qué piensas que te dejará sola?-- Enmarcó el cejo --Ya te dijo que no le parece justo abandonarte cuando se te encargó la tarea de entrenarlo. Él sabe que tú no lo querías hacer--

    --Pero no le dijo a los padres que estaba metido en esto ya--

    --Sus razones tendrá, Pisi--

    --Enetea, al menos piensa en...--

    --Sus razones tendrá. Pisi-- Repitió con seriedad y sonrió.

    --Ok...-- Miró al frente en busca de Roxana --¿Cómo le haces con la voz?--

    --Papá era muy terco, y en falta de mi madre, yo lo calmaba. Siempre me remarcó que sonaba igual a ella y por eso bajaba el tono--

    --Sí... ya recordé la razón--

    Al cabo de unos minutos, Roxana se apareció por fin de entre las personas que salían de sus salones, mas no se encontraba sola. Se mostraron confusas al verla venir en compañía de una chica bajita. Primero creyeron en que se había pasado al otro lado de sus gustos y atacaba mujeres, pero fue el rostro de su acompañante las que le quitó esas imaginaciones. Se trataba de Melina, la hermana menor de Ian.

    --Miren a quién me encontré-- Habló alegre Roxana.

    A Melina se le notaba contenta, obviamente porque hace un minuto la mujer que le acompañaba le prometió presentarle a quien entrenaría a su hermano, y ella moría por conocerla y ver si era la misma que sospechaba que sería.

    Recién se detuvieron frente a las dos que les esperaban, Melina sonrió para estirar la mano hacia Priscilla, quien se la estrechó para confirmar el saludo. Enetea inclinó la cabeza al notar el parecido. En la foto de inscripción que había en la página se veían las diferencias entre ella y su hermano pero, frente a frente, era otra historia.

    --Te pareces demasiado a él-- Habló la rubia.

    --Él es la copia de ella-- Bufó a lo bajo la mujer trigueña.

    --Ian es mayor que yo, yo soy su copia--

    --Casi lo mismo. Es él quien tiene facciones delicadas--

    --Cierto. Soy Melina Wallace-- Terminó de saludar a Enetea --La hermana de Ian--

    --Sí, ya lo sabemos--

    --Oh... ¿Ian habló de mí?--

    Priscilla estaba por negar su pregunta ya que no recordaba que el chico la mencionara, pero asintió.

    --No dijo tu nombre, sólo que tenía una hermana--

    Musitó Melina una larga "m" al entender y se puso a observar a la entrenadora de su hermano. Llevó la mirada hacia sus pies y la fue subiendo con lentitud por todo el cuerpo. Su pantalones verdes eran holgados, pero la camisa azul de mangas cortas era lo suficiente para ver que llevaba tiempo en esto de ejercitarse. Priscilla desvió con disimulo sus ojos hacia Roxana y luego a Enetea, al final los regresó hacia Melina, ella aún inspeccionando el torso.

    --¿Por qué miras tanto? Soy real--

    --¿Crees que mi hermano es lindo?-- Soltó sin pensar.

    Las amigas de la deportista se cubrieron la sonrisa con la mano y miraron en su dirección con los ojos bien abiertos, esperando escuchar su respuesta. Melina se lo había dicho así porque sí, no obstante, sea cual fuese la palabra que usaría al responder, ella pondría un "sí" en la historia que pensaba.

    --¿A qué viene eso?-- Curveó las cejas.

    --Bueno..., es que Ian cree que tú..., sabes, eres linda--

    Lo había hecho bien, Melina fingió a la perfección estar incomodada con revelar eso que le dijo su hermano el viernes en la mañana. Juntó sus manos y las llevó a su espalda mientras danzaba lenta en su lugar, como si fuera tímida, incluso se enrojecieron sus mejillas. De verdad que era buena en ello.

    Rió de medio lado la mujer, pensando en lo que iba a decir, hasta optar por seguirle el juego.

    --¿De verdad? ¿Ha dicho algo más?--

    --Uff-- Resopló como si supiera demasiado --Qué no ha dicho. Hermoso cuerpo con fuertes tonalidades, esas piernas-- Señala --Todo en ti le fascina, incluso tu piel, es algo que no se ve mucho por aquí--

    --Aww, qué tierno de su parte. Y yo creyendo que tu hermano era de lo más inocente y tranquilo--

    --Ian es todo menos eso-- Sonreía maliciosa.

    --Un momento-- Frenó Priscilla --Hablando de Ian, ¿ya salió?--

    --No, iba a buscarlo. ¿Tiene que entrenar hoy?--

    --Hoy no, es para entregarle su horario. Creo que se lo puse fácil--

    --YO se lo puse fácil-- Remarca Enetea --Tú querías ponerle la hora en cada espacio libre--

    --Ah, entonces vamos con ella--

    Roxana tomó a la chica del hombro para apegarla a su cintura, comparada a Ian, Melina era 5cm más pequeña, tal vez menos. Lo que estaba claro era que ambos eran bajitos y se parecían demasiado cuando se les veía en persona

    Aunque, sin ignorar la conversación de hacía segundos, las amigas de Priscilla le miraron de soslayo, no con disimulo, sino esperando a que viera que ellas le veían. La mujer sólo llevó el dedo índice frente a sus labios para que no dijeran nada. Recién la conocían y ya les caía bien la menor.




    A pesar de saber que la profesora no vendría, Ian se quedó en el salón de dibujo, en espera de su hermana quien iba allí al finalizar sus clases como de costumbre para ir juntos a casa. El asunto de Luna y Nelly estaba echado a un lado por el día de hoy, por lo que usaba su mente para pensar en las sombras de su dibujo sobre el papel en la mesa. Había terminado un retrato rápido de una persona que estaba en la revista que tomó del estante adyacente de los casilleros, y sólo era el sombreado lo que le bloqueaba.

    Por estar de espalda a la puerta, no vio la cabeza de Melina subir y caer cuando daba saltos para ver a traves de la ventanilla en la puerta, aunque fue suficiente para ella darse cuenta que no había nadie haciéndole compañía. Detuvo los saltos y abrió la puerta que estaba sin seguro, se le había olvidado al chico pasearlo. Al escuchar la puerta abrirse, Ian giró en la silla justo a tiempo para coger a su hermana que se le arrojó encima y se sentó en las piernas.

    --¿Por qué tan solo? ¿Ya salieron?--

    --No tuve clases hoy, así que me quedé a esperarte. ¿Nos vamos?--

    --Un momento-- Señala la puerta --Te buscaban--

    Por la puerta pasaron Roxana y Enetea como escoltas de alguien importante, e hicieron espacio para la última chica. Priscilla pasó con toda la seriedad que su rostro y comportamiento corporal le podían brindar y se detuvo a pasos del joven. Inspeccionó el salón de arriba a abajo antes de clavarle la mirada a su objetivo, quien se puso de pie para saludar.

    --Hola, Priscilla. Buenos dí...--

    --¿Sólo soy un festín para tus ojos?-- Le interrumpe con voz alta.

    --¿F-Festín...?-- Se echó un paso atrás, casi golpeando su mesa con los muslos --¿De qué hablas?--

    Melina se apartó para no caer entre los dos, le había tomado también por sorpresa la reacción de la mujer.

    --Quiero que me escuches muy bien, Ian. Yo estoy aquí para entrenarte por encargo de la directiva. No soy, ni seré, tu show andante. Nunca--

    Rápida y amenazante se le acercó a él, provocando que se sentara en la mesa al no tener espacio para seguir retrocediendo. Otra vez volvía a caer apresado, pero sólo por una mujer, Priscilla, que ya estaba tan cerca que de por si podría quedar boca arriba sobre la mesa de madera. Tanto así que Melina se congeló en su sitio, creyendo que había metido a Ian en un problema.

    --Ya mucho tengo para que un niño esté babeando con mi figura en sus sueños húmedos cada noche--

    --P-Pero... yo no hice nada--

    --Nunca hacen nada cuando se les enfrenta. ¿No eres tú quien le dijo tantas cochinadas a Melina sobre cuántas nalgadas quieres darme?-- Ian tragó saliva, no sabía qué pasaba --¿Lo mucho que quieres verme sudando en una cama contigo encima?--

    --P-Priscilla...-- Intentó acercarse Melina a ella.

    --No. Hiciste bien por decírmelo, Melina, cosas como estas no las tolero. Qué asco creer que soy un juguete en la mente de otro--

    --Es que yo no dije nada de eso-- Balbuceó él.

    Si su voz le aterraba, pues el eco que producía en el cuarto cerrado terminaría de quebrarlo como una copa de vino que es golpeada contra la pared. No habría nadie que lo recogiera del suelo si de verdad ocurría, salvo su hermana, obvio.

    --Priscilla, y-ya. Juro que no dije nada--

    --¿Llamas a tu hermana mentirosa?--

    --¿Qué le dijiste a ella, Melina?--

    La pequeña, asustada por ver que había empezado eso al haberle dicho lo poco que hablaron el viernes, negó con la cabeza, buscando la forma de decir que no fue eso lo que le dijo. Y pudo quedarse callada, de no ser por Priscilla quien le exigió a Ian ponerse de pie frente a ella.

    --Bien. Quédate derechito ahí. Una cachetada es lo que mereces--

    --¿Qué?--

    --¡No!-- Corrió a su lado al verla alzar la mano --Priscilla, exageras. Yo no te dije nada de eso. Ian-- Le miró a los ojos --, no es verdad, no dije eso, no lo hice. No lo golpees--

    --No lo haré-- Bajó la mano --Te quería asustar a ti. No me cuentes cosas que él no quiere que yo sepa--

    --¿Asustarme?-- Repite.

    --Así como me escuchas... En fin. Perdón por el susto, niño-- Lo medio empujó por el hombro.

    Priscilla se les acercó a sus amigas, se dijeron unas cosas y se sentaron cerca. Ian se quedó quieto unos segundos antes de soltar un largo suspiro y miró a su hermana con el cejo fruncido. Ya antes habían hablado sobre las cosas que traían las bromas de Melina, en especial por su buena actuación. Lo bueno es que fue corto el terror de la falsa acusación, porque de verdad se estaba aterrando por una persona que no conocía tan bien le llegara de esa manera.

    --Es buen lugar para descansar. ¿Siempre es así?-- Habla Roxana porque Pisi buscaba papeles en su morral.

    --Hmm... no siempre. Hoy no tuve clases-- Las miró, aún nervioso.

    --Ya veo... ¿Se puede venir aquí siempre? Hay días muy calurosos en las que deseo no salir de mi habitación con aire acondicionado--

    --Yo también-- Se une la rubia --Incluso tener que esperar a que llegue la otra hora--

    --Sí, se puede pasar... Amm... ¿Tengo práctica hoy?--

    --No-- Contesta la trigueña --He venido para entregarte el horario. Entre Enetea y yo lo hicimos, también tenemos la forma en la que te evaluaremos-- Juntó 3 papeles y se estiró para dárselos --Ya te dije que no habrá teoría, tal vez alguna que otra pregunta, pero no dominará la materia. ¿Entiendes?--

    El chico asintió para después mirar el horario con Melina reposando la barbilla sobre su hombro, como el ave de un pirata. Primero creyó que lo pondrían el bloque de educación física en cada espacio libre, como quería Priscilla en un principio, pero éste era cómodo. Le tocaba verse con ella las tardes de los martes y jueves, de 1pm a 3:40pm. No tendría problemas con ello, menos si le decía a sus padres que estaría en una clase de adelanto durante esas horas.

    --La otra hoja-- Pidió su hermana.

    Al colocar esa debajo pudo ver las cosas que área. Resistencia, esa era obvia, después de todo estaba metido en maratón. Luego estaban flexiones, esas las hizo bien el viernes. Saltos, nada mal, tal vez pueda tener dificultad ahí. Pero, de pronto, pilló que una de ellas se trataba de natación. Ian levantó la cara hacia ellas, quienes le miraban, esperando que no haya un inconveniente.

    --¿Natación?--

    --Sí, natación. Te ayudará con las piernas, brazos y pulmones. Verás que habrá un cambio al mes--

    --Y... sabes, no tengo trajes de neopreno para eso--

    --No hay problema. Quedan muchos boxers de sobra en los cajones de los vestidores, y no, no están usados. ¿Sabes nadar, verdad?--

    --Sí sabe-- Responde Melina --Papá nos enseñó--

    --Mejor así. No quiero entrar en lo básico y perder el tiempo--

    --Priscilla-- La mujer le miró --¿Por cuánto tiempo será esto?--

    --Lo que sea necesario, si quieres terminar mucho antes del fin de semestre, entonces harás todo lo que te diga sin ningún retraso o excusa--

    --Está bien... ¿Es todo?--

    --¿Quieres que sea más?-- Se rió Priscilla al ver que no respondía --No te preocupes de eso. Si algo sucede, un adelanto, o cambio de sitio, yo misma te aviso por facebook... es malo que no tengas un teléfono--

    --Ok. Gracias, Priscilla--

    --No me agradezcas ahora, espera a que terminemos todo esto y corras en una competencia. Recuerda que no ingresarás a los juegos deportivos de éste año--

    --Sí, ya lo sé. Por cierto..., ¿ya sabes en qué disciplina estás?--

    --Sí, en natación. ¿Cómo sabes que ya dieron las disciplinas?--

    --Kevin me dijo esta mañana que está asegurado en esgrima y Otto en natación--

    --Mmm... ya veo. Bien, ya te avisé con el horario. Nos vamos--

    --Sí, creo que también es hora irnos-- Ian tomó su morral y le susurró a su hermana --Hablaremos en casa--

    Salieron los cinco del aula después de arreglarlo todo y, al bajar las escaleras, le pidieron a un obrero que cerrase el salón. Allí afuera el sol se encontraba en su punto más alto, o a pocos minutos de estarlo, eliminando las sombras que podrían usar para llegar a la segunda parada de buses sin sudar mucho.

    Al menos Ian había recibido su nuevo horario, y ya tenía qué decirle a sus padres cuando llegaran. Si las cosas iban como lo esperaba, entonces mejoraría su nota deportiva y nadie más que Melina, Priscilla, Enetea, Roxana, Matel y Henry se enterarían, bueno, también estaba el grupo de Kevin con Otto, Travis, Tommy, Shin y Lily.

    --Por cierto, Melina-- Se le acercó Priscilla --Sobre la pregunta que me hiciste ahora: sí, creo que lo es--

    La joven le regaló una sonrisa a la trigueña, teniendo en mente el susto que le hizo pasar en el salón de dibujo.

    No obstante, sin ellos saberlo, en la distancia se encontraba Luna sola, en espera de su madre, y viendo al grupo de Ian pasar a lo lejos.
     
  10. Threadmarks: Capítulo 10 - Confianza I
     
    Antonionoventayseis

    Antonionoventayseis Antoniodel96

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    Escritor
    Título:
    Ian y Priscilla
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    11
     
    Palabras:
    6712
    Nota:
    Si estoy rompiendo alguna regla con éste capítulo, por favor, me lo hacen saber. Hace tiempo que no me paso por la página y varios post no abren, lo mismo con el de las reglas. No sé si sea por el teléfono o la internet.

    Advertencia: Lemon.

    Gracias.

    ————————————

    Sentado en su oficina, como todos los días, estaba Liam, administrando el papeleo sobre el dudoso control e higiene en los productos de un negocio el cual le había llegado una queja. Ya era la tercera vez que recibía tal llamado la agencia que ya todos pensaban ignorarlo, creyendo que se trataba de una mala broma. Sin embargo, no podían dejarlo pasar por alto, después de todo, tal vez tenga algo de razón y se necesite una inspección algo más cuidadosa.

    No obstante, no era el hecho de tener que inspeccionar aquel negocio que la oficina estuviese callada, sino por ser el último día de una empleada que tenía que mudarse, por razones personales, a su ciudad natal. Al ser muy buena en lo que hacía desde que llegó, rápidamente se hizo con muchos amigos, y algunos enemigos que no pasaban de una cifra. Ahora tenía que irse junto a su hija luego de 5 años trabajando a su lado. Pero, todo no era malo para quienes son de confianza. Para no dejarla ir con un frío adiós y un abrazo, se decidieron ir esa tarde a un bar localizado casi en las afueras de Florencia.

    Melvin, un señor alto, aunque un par de centímetros más que Liam, se acercó al mencionado para preguntarle si sabía la ubicación del bar, cosa que él afirmó.

    –Nos vemos allí entonces, ¿no? –pregunta Melvin.

    –Sí, descuida. Termino aquí, voy a casa para cambiarme y salgo allá –Liam tomó otra carpeta y notó que era la última–. Bueno, salgo más temprano de lo que pensé.

    –Te esperamos allí. Recuerda –señala su reloj–, a las siete y media a más tardar.

    –No me lo voy a perder, tranquilo.

    Se paseó Melvin la mano por su cabello canoso y miró en una sola dirección, recordando a quién le faltaba por recordarle aquello, al minuto chasqueó los dedos, faltaba avisarle a la muchacha del piso de arriba. Se despidió de su compañero y fue en dirección a las escaleras. Liam volvió a mirar la última carpeta amarilla en su mano antes de pegar la vista al frente. Algunos de sus compañeros estaban sentados haciendo lo mismo que él, y un par de mujeres llegaban equipadas con sus abrigos al terminar sus inspecciones.

    No había visto en todo el día a Emilia, la que se iría hoy mismo, y dudaba haberla pasado de lado en su camino al trabajo. No. No era posible. Su rubia cabellera ondulada y ojos verdes captaban su atención, incluso si estuviese él de espalda a ella. Tal vez no había llegado. Cosa obvia con eso de preparar sus cosas en casa para tenerlas lista cuando llegase el camión de la mudanza.

    Se lo pensó un par de veces, puede que no sea tan urgente ese último documento en su escritorio, así podría ir a casa para comer algo y esperar a que se haga la hora. El reloj en la pared marcaba las 4:40pm, por lo que en casa estarían sus hijos, a excepción de su esposa, que debería llegar una hora más tarde.

    Qué fastidio, se decía él.

    Pero se trataba de una buena compañera de trabajo. Fueron buenos años tenerla en la oficina junto a los demás, ahora tenía que irse.

    Ojeó otra vez la carpeta, repasando cada párrafo, y llegó a la conclusión de que no era tan importante como para gastar su tiempo en el trabajo. Con tranquilidad tomó su abrigo, fiel compañero para combatir el frío de su vehículo y del camino, para despedirse de aquellos que no iban a ir a la despedida. Ya faltaban 10 para las 5.

    12 minutos más tarde llegó a su hogar, como ya sabía, su esposa no se encontraba, mientras que Ian y Melina estaban en la habitación del chico. Apenas escucharon el coche detenerse fuera y la puerta cerrarse, bajaron para saludar como siempre hacían. En conversaciones no entablaron ninguna que pasara de 5 minutos. ¿Cómo iban en el liceo/universidad? ¿Ya comieron? ¿Cómo se sentían? ¿Dejó su esposa algo por hacer? Y en cada respuesta morían las palabras. Esto lo llevó a plantearse si de verdad era necesario decirle a sus hijos que estaría, posiblemente, toda la noche con sus compañeros de trabajo.

    La siguiente hora y media la pasó en la cocina, arreglando algunos papeles ya terminados en su carpeta personal, y flexionando los dedos de sus manos que se entumecían lentamente con el frío. Al tenerlo listo, salió de allí y se topó con su hijo. Su mejilla estaba roja, y no de un golpe o chupón, sino de tempera que no se pudo quitar bien.

    –¿Vuelves a salir?

    –Sí. Estaré con la gente del trabajo. Tal vez llegue tarde.

    –Ah... bueno. ¿Mamá ya sabe?

    –Recién me avisan –mintió Liam–. Ya le mando un mensaje.

    –Ok. ¿No comerás? Estaba a punto de hacer algo. Mamá se ha tardado.

    –No, no. Descuida. Comeré fuera.

    Otra vez murió la conversación y el padre subió las escaleras hacia su cuarto para alistarse. El abrigo lo llevaría, le sería necesario a esta hora. Su camisa de rayas para trabajar la cambió por una de cuadros y el pantalón negro fue sustituido por uno caqui. En colonia sólo usó el suyo en poca cantidad, nada que irritara la nariz de los que se acercaran, y así terminó.

    Se parecía demasiado a su hijo, aunque de barbilla mejor marcada y razurada, misma sonrisa que emanaba confianza y, si lo deseaba, una mirada que a gusto mostraban sin confusión cualquier tipo de sentimiento. Sí, ya estaba listo. Aunque, justo antes de salir, guardó en el bosillo la colonia que usó.

    –Voy saliendo –avisa bajando las escaleras.

    Se despidió Ian desde la cocina y Melina desde la sala, frente a la TV con su laptop en las piernas. En la puerta de su casa bostezó y giró el pomo para abrirla, cuando vio al otro lado a Vivian, con sus manos buscando las llaves en su cartera. Su esposa le dirigió rápida la mirada al sorprenderla él.

    –¿A dónde vas? –pregunta calmada.

    –Estaré con la gente del trabajo –repite lo mismo que le dijo a su hijo–. Tal vez no llegue hoy, así que no me esperen.

    –¿Y eso?

    –Uno se va a mudar y aprovechamos de hacerle una despedida.

    –Entonces irán a un bar.

    Liam se sobó la barbilla, y no por nervios, sino enfado por lo que podría llegar a pensar su esposa.

    –No sé a dónde iremos. Ahora mismo iré a casa de Melvin y él mismo me guiará al lugar.

    Vivian lo ojeó veloz al disimular querer arreglar el contenido de su bolso y asintió sin más, después de todo, recién llegaba de su trabajo, sumamente cansada gracias a ciertos eventos en la oficina que se comieron la hora sin darse cuenta.

    –Muy bien. Ten cuidado, y no se desvíen.

    –Tú tranquila, Vivian. Confía en mí.

    –Sí.

    Le besó la mejilla, luego los labios, para así irse directo a su auto para encenderlo, respirar hondo, e irse por la calle principal.

    Ya quisiera Vivian confiar en su propio esposo.




    Ya el sol había desaparecido del cielo con su luz en el momento que llegó Liam al bar, dándose cuenta en dónde estacionarse al ver los coches de sus amigos en una calle cerca del bar. Allí dejó su vehículo con la alarma activada.

    No confiaba mucho en esa área de Florencia. Red Light era famosa por ser todo lo contrario al resto de la ciudad. En el cul de sac donde vivía no se encontraba rastros de personas en malos pasos en las esquinas, cosa en la que Red Light destacaba. Si no era una prostituta, era un delincuente en busca de alguien vulnerable a quien despojarle de sus pertenencias. Pero, sus bares eran maravillosos, los frecuentaba con los demás una vez cada par de semanas. Lo que sea que lo mantuviera lejos del estrés que vivía en casa cuando discutía.

    El bar mantenía su frente limpio, con un par de anuncios sobre descuentos y días festivos. Con normalidad se presentó a quien vigilaba, dejándose revisar en casos de armas, y entró tranquilo. Todo allí olía seco, como a tabaco, y un poco de alcohol también. No le tomó mucho encontrarse con los de la oficina sentados en la esquina, tras una delgada pared que los ocultaba si se les buscaba desde la entrada.

    Eran muy pocos quienes se presentaron. Sólo se encontraba Melvin junto a Miguel, Ernesto, Laura y John. Los típicos. Liam encontró su puesto y sonriente ojeó el bar.

    –¿Aún no llega?

    –Ya debe venir –revisa Laura su reloj–. Hace diez minutos me avisó que ya tomó el bus y... Mira, ahí viene.

    Voltearon todos en la dirección que miraba su amiga de trabajo, y vieron a Emilia llegar con un largo abrigo marrón y jeans oscuros. Su cabello rubio amarrado en una cola colgaba de su nuca y se tambaleaba hacia los lados al ritmo de sus pasos. Al detenerse frente a ellos, les hizo señas con la mano para que así le dejaran espacio a sentarse. Liam se disculpó antes de apartarse un tanto.

    –Todo suyo –señala Liam en broma.

    –Muchas gracias.

    Y así como si nada, llegaron las botellas con licor y a volar los cuentos populares de la oficina. Parecía más un festejo a una despedida de compañeros, y de esa forma estaba bien. Iban a tocar el tema sobre su mudanza, pero debían esperar unos minutos antes de eso. Primero tenían que levantar el ánimo del momento para sacar el estrés que cada uno vivía en su oficio, o fuera de ello. Sin embargo, a pesar de estar riendo debido a los relatos, Liam pudo notar en Emilia un tanto de agotamiento.

    Para Laura, y el mismo Liam, los detalles de su mudanza ya no iban a ser un tema del que desarrollar, pero, para los otros, era lo contrario. Ellos sólo sabían lo que la misma Emilia soltó por encima, deseando que nadie escuchara de casualidad y regara el rumor entre las mujeres de su trabajo.

    –Bueno... –empieza Ernesto–, ¿por qué la mudanza? Fue muy repentino.

    Emilia dio un sorbo al vaso de cerveza para luego suspirar, juntando las manos con las ganar de calentarlas.

    –¿Recuerdan cuando les hablé de mi divorcio? –afirmaron todos–. Resulta que, como fue por mi esposo que vine a Florencia, me di cuenta que todo me recuerda a él.

    –Eso se ignora, amiga –dijo Laura–. Siempre se puede volver a empezar.

    Curveó la rubia sus labios ante la rápida respuesta.

    –Mi problema es ese, Laura. No puedo ignorarlo. Ni siquiera mi hija. Desde que descubrí su amorío con aquella mujer, algo dentro me ha hecho sentir que no valgo mucho. Que no fui suficiente para él, que fue esa la razón por la cual buscó a esa tipa.

    –No pienses en eso. Sé que es complicado pero, con ayuda se puede lograr. ¿Verdad, Miguel? –se dirigió a su esposo.

    –Es cierto, aquí...

    –Aquí te ayudaremos –interrumpe diciendo lo que iba a decir Miguel–. Somos de confianza.

    –Lo sé, de verdad que confío en ustedes... aunque, ya tomé mi decisión. Como ya dije, incluso mi hija me ha dicho que se siente afectada y eso que es sólo una niña, aún no cumple los once años. No quiere verlo cerca de la escuela, menos recibir regalos de él.

    –Sí, es serio –habló esta vez Liam–. Entiendo la idea de irte. Los niños en sí aprenden más de las cosas que ven hoy en día en las calles y en su hogar. Que esté pasando por la separación de sus padres ya es mucho para su formación.

    –A eso quiero llegar. No quiero que esto le afecte hasta el punto de hacerla cambiar por completo. Ernesto, me da pena usar lo siguiente como ejemplo pero, ya sabes lo que ocurrió con tu hijo, Pent.

    El señor asintió y dejó su vaso en la mesa.

    –Sí, sí. No fue lo mismo desde que se fue Adira. Aún cree que fue mi culpa que me haya dejado y se niega a escuchar razones. Ya está en malos pasos y me sigo preguntando si vale la pena seguir intentando que entre en razón. Por lo menos su hermana entiende.

    –Eso es a lo que temo. A pesar de ser tan joven, ella me entiende y optamos por irnos a casa de mis padres. La compañía de sus abuelos le ayudará.

    –Ahora que mencionas a tu hija. ¿Está aquí? Me refiero a Florencia.

    –Ah, no, no, Melvin. Nicky ya está con sus abuelos en Seaside. La llevé antier y regresé para ordenar las cajas de la mudanza.

    –Nos fueses llamado para ayudarte.

    –No te preocupes. Ya todo está terminado, fue por eso que llegué un poco tarde hoy... No hablemos de esto ya, me pondré mucho más triste. ¿Otra ronda?

    Se rieron a lo bajo antes de afirmar. Era triste ver a una persona que siempre sonreía pasar por un mal momento por culpa de alguien a quien le juró a amor en una iglesia. No obstante, Liam seguía notando una decaída que muy pocas veces vio en ella en sus anteriores encuentros.

    Luego de unas horas, ya el bar se encontraba poblado y la música en el fondo ganaba volumen. Ya se hacía tarde y el grupo lo remarcaba en varias ocasiones, pero el licor llegaba de a montón. Quienes se abstuvieron de beber mucho fueron Melvin, Liam y Ernesto, ya que eran quienes conducirían y, en el caso del último nombrado, era quien iba a manejar el coche de Miguel para llevarlos a él y a su esposa a casa.

    Alzaban la vista hacia el público que bailaba, luego iban a sus conversaciones que caían en oídos sordos por culpa del sonido. Mas no fue eso lo que les hizo estar conciente del tiempo, sino que al día siguiente tenían que trabajar, y una resaca era lo menos que querían. Laura dejó el vaso sobre la mesa cuando sintió que se iba de lado, así se dio cuenta que se estaba pasando de alcohol. Buscó en su bolso el teléfono, a lo que detuvo su busqueda, recordando que lo dejó en casa por seguridad.

    –Ya se está haciendo tarde. Miguel, ¿qué hora es?

    Su esposo se recogió la manga para mostrar el reloj y dijo.

    –Son las...

    –No importa, cariño. No vi el reloj en la pared de allí. Dios, las diez y cincuenta –hipó–. Ya se hace tarde.

    –Y mañana hay trabajo –comentó Melvin–. Tienes que llevar a Miguel y a Laura a su hogar, ¿no, Ernesto?

    –Obvio. Ya una se va por mudanza, no queremos que lo hagan otros dos por ataudes –cogió las llaves entre risas–. Es más, pasenme cada uno sus tarjetas para pagar las botellas. De aquí nadie se va sin pagar su parte... menos Emilia, claro.

    –Ay, no. Ernesto, yo también pagaré.

    –No no no, tranquila. De todos modos no es mucho. A ver tú, Liam.

    –Ok, sí. Ya va.

    Sonriente sacó su cartera y mostró la tarjeta de crédito, la cual posó en la mano de Ernesto, encima de las otras. Emilia se recogió de hombros, incomodada de ver a los demás dar sus tarjetas para pagar, mientras que ella miraba los 6 vasos que tuvo esa noche. De pronto se los quedó mirando, concentrada. Ahora mismo ya no era un problema pero, los días en el que el divorcio se estaba dando, su consumo de alcohol incrementó. Fue bueno haber tenido a la niña de su lado, la salvadora que le hizo entrar en razón porque, de lo contrario, el padre de la joven usaría esto para obtener la custodia.

    Suspiró pesada, largando el peso de sus hombros, y miró a un lado para caer en los ojos de Liam, quien le miraba con algo de atención. Le sonrió de medio lado para darle un leve empujón en el hombro.

    –¿Tengo algo en la cara?

    –Vi que te distraias –responde él, tranquilo–. ¿Todo se encuentra bien?

    –Sí. Estoy bien.

    Asintió el hombre antes de mirar al frente. Laura acomodaba las cejas de su esposo mientras Melvin revisaba algunos mensajes en su teléfono y respondía los recientes. Nadie les miraba.

    Por debajo de la mesa sintió la mano de Emilia posarse sobre las suyas, frotándolas, y queriendo llamar su atención. Él la miró directo a los ojos, luego los desvió hacia donde estaba Ernesto pagando, y le dio vuelta. Sus palmas entraron en contacto, los dedos se entrelazaron de a rato para separarse otro momento. Aunque fue Liam el que se atrevió a acariciar el muslo de la rubia. Emilia suspiró, soltando una risita, estremeciéndose y dejando que el calor recorriera su espalda. Iba a extrañarlo mucho.

    Pronto se pusieron todos de pie, recibiendo cada uno su tarjeta de crédito, listos para partir. Ernesto guardó las llaves del vehículo en el bolsillo y miró a la pareja que llevaría a casa. Laura era la que más decaída estaba porque Miguel resstía bien el alcohol, mas no corría el riesgo de conducir y que les detuvueran. Melvin, por otro lado, se veía en forma, serio, como si nunca hubiera bebido. Alegre le preguntó a Emilia.

    –¿Te llevo?

    Alzó la vista hacia él, un poquito dudosa, y negó.

    –No, no. Gracias. Liam ya dijo que lo haría.

    –Sí, haré una parada en otro lado antes de regresar a casa y, como la de Emilia está de camino, la dejaré allí.

    –Ah, muy bien.

    Extendió los brazos para acercársele y abrazar a la mujer.

    –Cuídate mucho, Emilia. Suerte.

    –Mucha suerte, amiga. Espero verte pronto por aquí.

    Miguel estaba por darle unas palabras... por desgracia, su esposa le pasó el bolso para que buscara las llaves de la casa. Quedando él a medias, sólo asintió en agradecimiento al tiempo que estuvo con ellos. Iba a echarla de menos.

    Todos salieron del bar hacia la misma calle, entrando a sus respectivos vehículos. Liam encendió su auto, dejando que Emilia se sentara de copiloto y esperando que el aire acondicionado hiciera efecto. El primero en irse fue Ernesto, sonando el claxon como despedida, luego fue Melvin, haciendo lo mismo, pero deteniéndose a un lado de ellos. Con la mano hizo señas para que bajaran la ventana, cosa que Liam hizo caso.

    –Mañana hay que ir a la carnicería de las quejas –dijo algo gruñón–. No era chiste, me confirman que hay ratas.

    –Ugh... Bueno, qué se va a hacer. Vamos los dos y clausuramos esa peste. ¿Hora?

    –Lleguemos una hora antes de que abran. A eso de las siete estaría bien.

    –Ok. Hasta mañana entonces.

    –Hasta mañana, Liam. Saludos a Vivian.

    Sonando su claxon otra vez, Melvin dio ruedo al coche, perdiéndose en el siguiente cruce hacia su hogar. Liam se quedó un rato en silencio y miró a Emilia, quien le miraba con los labios torcidos.

    –De la que te salvas por irte, chica.

    –Sí. Ratas –burló–. Las odio.

    Con cuidado puso en movimiento el coche y se fue de Red Light, aliviado por dejar tal hueco de criminales tras de él.

    En el vehículo resonaba el tranquilizante sonido del aire acondicionado funcionar y las vibraciones de las ruedas al pasar por las grietas del pavimento. Los focos no iluminaban más allá de 3 metros hacia adelante en la oscuridad de la carretera que salía de Red Light hacia el lugar donde vivía Emilia. Sólo hubieron árboles a su izquierda, también por la derecha, pero no se dijeron una simple palabra. Ya habría tiempo de expresar más de lo que querían.

    Cuando llegaron a la urbanización donde residía la hermosa dama y se detuvieron frente a la casa de dos plantas, Liam apagó el bombillito que iluminaba dentro del carro. La miró a ella, esperando que le hiciera una señal, cosa que Emilia respondió con el llevar de la mano a su hombro, luego se inclinó de un lado para besarle la mejilla, sintiendo el picor del vello recién afeitado, luego le hizo encararla. Así unieron los labios por unos segundos.

    Saliendo del vehículo, Liam miró a los lados, divisando las calles solitarias ser iluminadas por los postes eléctricos. No había señales de nadie en las cercanías.

    La acompañó hasta la puerta, tomando las llaves y entrando los dos para luego poner el seguro. Se sorprendió el hombre al notar el montón de cajas de empaque. Cada una con un nombre en donde estaban los objetos. El mueble, televisor, libros, cortinas, y los juguetes de su hija. Emilia señaló el final de la sala, justo donde estaban unos libreros vacíos.

    –Eso no pienso llevarlo. Ya en sí tengo demasiadas cosas empacadas. ¿Los quieres?

    Se lo pensó por un momento. No era de los que leyeran mucho pero, de vez en cuando disfrutaba de una lectura para distraerse, en especial si era erotismo. Agradecido asintió.

    –Sí. Muchas gracias. Ian tiene unos libros y creo que le sería útil.

    –Eso es... muy bueno. Sí.

    Vaciló Emilia en los temas a hablar, ya sabía cómo terminaría el día, y estaba mintiendo si dijera que no lo quería así. Liam es un caballero, para ella lo fue así desde que se conocieron hace 5 años. Era un tanto doloroso dejar de verlo, con tanto apoyo que le dio cuando escuchó lo del divorcio, además de satisfacerla los momentos en las que no se veía como mujer. Esas veces que llegaron al realizar que alguien la abandonó por otra mujer, ¿qué iba a pensar? ¿Era ella mejor? ¿Hubieron cosas que ignoró de, en ese entonces, esposo? ¿Hizo algo que lo enfadó?

    No era así. Liam le había hecho entender que el problema era ese hombre que no sabía de lo que estaba echando a un lado.

    Y no querían usar palabras, se repitieron en la mente. Nerviosa dio pasos hacia el hombre que le acompañaba, parándose al frente para tomarle de las manos y de esa forma besarlo como lo hizo en el auto. Las palmas subieron por los antebrazos del hombros con cuidado, despué fueron bajando, paseándose lentos para transferirle su calor y sentir los pelitos que le adornaban. Así los llevó más arriba, entrando bajo la manga de la camisa, sosteniéndose ahí en los hombros. Liam no dudó en traerla hacia su cuerpo, tomándola de su cintura, para que sintiera el levantamiento que le provocaba cada vez que la veía.

    Al darle fin a su beso, Liam la despojó de su abrigo, dejando que mostrara una franela azul clara. Bajo ellos había un sostén blanco que muy mal hacia el trabajo de disimular la erección de sus pezones. Se marcaron a traves de las dos capas, fuertes, y pidiendo ser mordidos, chupados, pellizcados. Se dio un respiro el hombre.

    –¿Guardaste la cama? –soltó con una sonrisa.

    –No. La voy a dejar. Pero no tiene sábanas encima.

    –No importa. Voy a tomarte como sea posible.

    –Mejor en el baño. Ahí está la ducha.

    –Eso para después de la cama.

    Sorprendida se echó a reír cuando Liam la cargó contra su cuerpo, rodeando su cintura con las piernas y el cuello con los brazos. Quedando de esta manera los rostros demasiado cerca, sin mucha pena de oler el ligero alcohol que ambos despedían. Estrujó sus nalgas, queriendo dejar las uñas marcadas en su piel. Ambas intimidades se encontraban apegadas, sintiendo Emilia la forma del sexo masculino apoyarse entre sus labios, esperando el momento de que se introdujera en ella y olvidara sus preocupaciones.

    Escaleras arriba la llevó, recordando el lugar en donde estaba el cuarto la última vez que le hizo una visita. Y extraño se hizo el pasillo. Recordaba Liam que, cada vez la llevaba a la cama, caminaba demasiado, ahora, el pasillo se veía más pequeño. Carecía de floreros y las puertas más juntas. Estaba vacía. Éste iba a ser su última noche juntos.

    Se lo negaba. Se hacía creer el hombre que no sería así. No quería que se repitiera la rutina de llegar a su hogar, saludar a los hijos, subir al cuarto y, si salía un tema a flote, discutir con Vivian. Su vida carecía de brillo. No había amor porque su esposa se negaba a abrirse como lo hacía antes. No había sexo porque su esposa le apartaba los labios a un lado y se ocultaba bajo las sábanas para dormir. No habían momentos libres que disfrutar en otro lado sin que su esposa sospechara por estupideces.

    ¡Su esposa!

    ¡Vivian!

    ¡Siempre ella!

    Y, ¿lo peor de todo?

    Sus hijos.

    Todo esto se dio por culpa de sus hijos. Eso se decía él.

    Cuando nació el primero, Ian, Liam aceptó el tiempo de descanso en esa vida sexual que llevaba con Vivian. El sexo era un asunto diario que rara vez no hacían. Tal vez por reuniones familiares y se quedaban en casa de los suegros, o cuando pasaban las vacaciones con ellos en la casa de playa de su familia, o en la casa de campo que quedaba cerca del río, esto último propiedad de la familia de Liam.

    Él no deseó al niño en un principio. Siempre estaba con la madre, bebiendo del seno que él ocupaba las noches antes de su nacimiento. Tantas horas le quitó el sueño con sus lloriqueos que le provocaron fuertes dolores de cabeza. Incluso compartieron la cama al ver que no dormía del todo si no estaba en brazos de su progenitora.

    Liam estaba ahí, con ganas de hacerle a Vivian lo que acostumbraban, pero Ian dormía en su camino esos días.

    Cuando por fin se le dejó en un cuarto para que durmiera solo. La alegría volvió entre los dos. No obstante, el cambio vino de ella. Le pedía Vivian que no se moviera mucho sobre ella, le dolía la espalda. Se aguantaba los gemidos lujuriosos que el deseaba oír, no quería despertar a Ian. Así fue que hubieron noches en la que la acción fue nula, diciendo que no se sentía con ganas de saciar el deseo por la carne que su esposo deseaba desde hace mucho.

    Hasta que cayó la segunda bomba sobre el hombre: Melina.

    Para resumirlo todo: la historia se repitió, esta vez por los 7 años que la niña se mantuvo como un chicle bajo la falda de la madre. Completamente furioso, Liam fue en busca de placer en otro cuerpo con la excusa de estar cubriendo horas extras e iba a casa de una amiga del trabajo.

    Cargado en ganas causadas por los recuerdos, Liam llegó hasta la cama en la habitación de Emilia, sonriéndole soncarrón, y la dejó caer sobre el colchón descubierto. Se quitó la camisa de rayas para mostrarle su físico, detallando ella los fornidos brazos y pectorales, al igual que el vello que se dibujaba en el pecho. Ambos ardían por los deseos al otro que no se esperaron.

    Emilia le recibió de brazos abiertos, siendo asaltada por besos que chuparon su cuello, pasando de un lado a otro con las ganas de que le marcara como collar. Las uñas se negaron a dejar marca, quedando los dedos sobre su piel, deslizándose de un área de la espalda a otra, hasta llegar a lo bajo, en la prestina del pantalón. Apegó su cuello a los labios en el momento que se alzó de la cama, queriendo quitarle la prenda y ver lo que provocaba el levantamiento.

    –Un momento –suspira Liam en su oreja.

    Se arrodilló el hombre en la cama, teniendo las piernas de la mujer a los lados de su cintura, y cogió el final de su franela azul. La miró a los ojos con curiosidad, como esperando su permiso, uno que no llegó cuando comenzó a rodarlo hacia arriba. Lento se reveló el ombligo en el medio del vientre blanco, divisando el entonado hueso que daba forma a su cadera. Siguió dándole vuelta, sin parar, cada vez mostrando la parte superior del cuerpo y dar así con la primera señal de los senos.

    Impresionantes como siempre, aquellos montículos no eran los más grandes que había visto, sin embargo, tenían su encanto. Redonditos estaban, tal vez un poco caídos, pero sus pezones, que se remarcaban completamente oscuros para contrastar su blanca piel, pedían a gritos ser chupados. Y no se trataba de algo que deseaba hacer ante su llamado, siempre lo hacía.

    Rápido fue allí para llevarse uno a la boca, zarandeando con su lengua la dura punta y dándole paseo de un lado a otro. Dando leves mordidas en la base y halaba arriba, para así soltar y ver como el seno regresaba al pecho. No lo hizo ni una o dos veces, fueron muchas. La rubia adoraba que le hiciera aquello, le traían recuerdos de su tesoro más preciado: Nicky, su hija. De bebé tenía la costumbre succionar su leche y, como de costumbre, se despegaba del pezón con los labios apretados. La nostalgia invadió sus recuerdos, sintiendo ella un hormigueo que conquistaba toda su columna y con las manos cogió en un puño el cabello en la nuca de Liam, afincándole contra sus atributos.

    Cada una de aquellas mordidas enviaron chispazos a su cabeza, viendo estrellas por doquier y arqueándose con cada halón de sus dientes sobre el sensible punto erecto de sus pechos. Más abajo de la acción comenzaba a florecer aquel que pedía íntimo cuidado, babeando la tela blanca de la pantaleta que él esperaba no tuviera.

    –Dios, Liam. Ya, por favor –rió.

    Riendo también, Liam hizo caso, no antes de mordisquear otro par de veces y esperar su a lo hecho. Nuevamente se arrodilló en la cama, sólo que con la diferencia de juntarle las piernas y dejarlas caer a su derecha. Observó con detalle el cuerpo en su casi desnudez para ir bajando la mirada, notando la hermosa curva pronunciada de la cintura y degustarse con las redondas nalgas que le caracterizaban. Sólo le hacía falta el pantalón y la tendría en todo el esplendor para sí mismo.

    Con cuidado le desabrochó el cinturón junto a la cremallera y botón de éste, cumpliendo las ganas de volverla impaciente. Y empezó a halar hacia abajo las extensiones del pantalón, divisando cómo los gluteos iban saliendo de su prisión y ganaban su tamaño original, que era más de lo que se creía al estar cubierta. Reluciendo así en la palidez de su piel.

    –¿Te he dicho lo tanto que me gustan tus piernas?

    –Siempre –contesta en un susurro.

    Liam, para aclarecer, era un hombre que disfrutaba del sexo, y ya varias lo sabían. Crecía su desesperación cuando no podía revivir su llama, siendo Vivian la que empeoró esto en él al nacer Ian, y que Melina reforzó.

    Se le acercó en rostro a la pantaleta de ella, oliendo desde abajo como un perro, absorbiendo el aroma plasmado por la humedad que salía de su orificio con todo el juego que le hizo pasar. Siguió quitando el pantalón, besando al mismo tiempo el interior de las piernas, haciendo que arqueara su espalda, hasta que por fin lo apartó todo y arrojó al piso.

    –Una más y ya.

    Regresó las manos a la cintura de su ninfa de piel brillante, cogiendo con los dedos la orilla de la blanca prenda interior y, al igual de cuidadoso, la bajó.

    El área mojada se apegó débil a los labios babeantes que, al momento de separarse, hilillos con diminutas gotas se vieron conectados al sexo que al final cayeron sobre la cómoda superficie. Podría ser brujería todo aquello. Por alguna razón, todo en Emilia era un espectáculo. Quitarle la camisa, el pantalón, la pantela, follarla co si no hubiera mañana, cada una de esas acciones le otorgaba una imagen inolvidable. Su ahora descubierta área íntima le encaraba con el parche de vello púbico rubio oscuro sobre el frentón, aquel que no se razuraba del todo, pero que mantenía a nivel.

    Su miembro no podía más, ganó un gran tamaño que ni el boxer lo iba a detener. Empujaba fuerte contra el material, con ganas de abrir un agujero y sentir el frío del cuarto desaparecer cuando se envolviera en el manto mojado del orificio que anelaba. Para su suerte, Emilia pensaba lo mismo.

    Las venas en su frente le palpitaban ligeramente con las ansias de devorar lo que pedía desde la mañana. Por eso fue a la reunión, sabiendo que vería a Liam allí y, con el asunto de la mudanza, estaba segura que terminarían esto de ahora.

    Se sentó en la cama para posar las manos en el enorme pecho masculino, bajando de a poco hasta caer en la prestina del pantalón. Sin tener la paciencia que él tuvo, Emilia le quitó el cinturón de un golpe, luego atacó la cremallera, teniendo lo suficiente para bajarlo a sus rodillas. Ahí divisaba la rubia el levantamiento en el boxer negro, con una diminuta mancha húmeda en donde debería estar la cabeza.

    –Métela ya, Liam –le ordenó, acostándose y abriendo las piernas–. Abrázame mientras lo hacemos. Por favor.

    En sus ojos se mostró la tristeza, pensando todavía que iba a ser la última vez juntos.

    Liam asintió. Besó justo debajo del ombligo y se fue bajando el boxer, liberando su instrumento que rápido fue captado por la fémina. De inmediato le dio un golpe su corazón de la emoción, verlo así de poderoso hizo que la sangre corriera, energética, por las venas como pista de carrera. Las palpitaciones en su sexo lo exigía, sabiendo que en pocos segundos recibiría lo que clamaba, y ocurrió en el momento que se le echó con cuidado encima.

    Pecho con pecho, sus senos se aplanaron al peso y la cabeza del miembro apuntaba directo a la cavidad de su contraparte. Bastaría con sólo un empuje para que la penetrara y la hiciera sentir especial, que se borraran su inquietudes ante las dudas que su ex-esposo le plantó al irse con aquella. Se miraron por medio segundo, preparándose y, sin endulzar su oído, dio el empujón que hacía falta. Emilia largó un augurio de placer, echando la cabeza atrás.

    El camino que lo llevó al cielo se expandió al aceptar a tan grande pasajero, sintiendo la tela envolverlo por completo y calentando toda la extensión, hasta su base, manteniéndose ahí un rato y sacó lento, dejando el glande por dentro. Con otro golpe se introdujo, permitiendo que la cabeza arrazara en su interior, llegando lo más adentro posible.

    –Me hacías falta –resopló–. No quería irme sin sentirte una última vez ¡AH!

    –Yo tampoco –le clavó las uñas en las nalgas–. Voy a darte fuerte hoy. Nos escuchará todo el mundo.

    –Ay, sí.

    Gritó en la siguiente arremetida. Jurando que iba a partirse en cada golpe que recibía su intimidad, Emilia no vio de otra que extender las alas lo más que podía a los lados. Puede que el dolor cesara de esa forma, que no apretara al viril invasor que calentaba su espalda, nuca, pecho, y le hiciera ver estrellas cada instante de pestañeo.

    Él la sentía, la saboreaba incluso, dejando que las ondulaciones de su interior masajearan el instrumento que le fue daño de niño. Recordando lo tanto que necesitaba recibir calor y fricción en el mástil que antes dominaba a Vivian. Con sus viajes al paraíso que regreaaban e iban lentamente, Liam se sintió como en casa, que de verdad se estaba ganando esta sesión de sexo que no podría durar mucho gracias a la mudanza de la mujer bajo su cuerpo, que le rodeaba los brazos en el torso.

    Al minuto del suave y seguro placer, de los sexos aceptándose uno a otro, Liam se reacomodó para acelerar el ritmo. Pasando por la espalda de Emilia sus brazos, el varón la trajó hacia él con un abrazo, dejándola sentada en sus piernas y recibiendo en peso la extensión del miembro. Emilia no resistió antes de dar otro breve grito.

    –Ay, Liam. ¡Ay, Liam!

    Ni siquiera dejó que la fémina se acostumbrara a la nueva posición, Liam, al escuchar su nombre en tan obsceno tono, volvió a moverse, esta vez alzándola ligeramente, y dejándola caer en el instante que él medio levantaba la cadera para entrar en su cuerpo. Brincaron sus pechos, vibrando al ver que de ahí no se caerían. Gemidos ahogados salieron de su boca ante las repetidas arremetidas que Liam le daba a su flor, tan fuertes y profundas, como si la castigara por gusto.

    Emilia se aferró a los brazos de su hombre, sin usar las uñas a pedido de él, detallando lo bien formado que estaban. Tomaba con la yema de los dedos sus pelitos que le adornaban, y halaba ligera, creyendo que así causaría una reacción que le satisfaciera. Era un poco tonto pero, tomando en cuenta que volaba en sus plaaceres y sentidos, le había parecido razonable.

    Penetró hasta el final del camino, jurando tocar la última barrera con el glande, y regresaba a la entrada para repetir. La cama, que rechinaba por el brusco movimiento del sexo al que le tocó resistir, se vio mojada por las gotas que venían desde los labios que envolvían esa parte de Liam, luego caían por el tallo del falo y, recorriendo los testículos, entraban en contacto con la superficie suave.

    El tiempo dejó de importarle a los dos. Liam debía estar en una carnicería a eso de las 7 de la mañana y, si Emilia se mudaba, tendría que recibir temprano el camión de la agencia contratada. Sin embargo, sin tener un reloj cerca, las mil y un penetradas se dieron en la eternidad de esa hora. Temblaban las piernas de Emilia. Cosquilleos por todo el pene de Liam se presentaron. Y ambos se veían directo a los ojos cuando no divisaban destellos al cerrar los párpados.

    Ya estaban llegando al final de esa ronda, porque en verdad pensaban en otras, y la frecuencia con la que asaltaba iba bajando. Emilia respiraba rápida, su pecho inflándose con cada tomada de aire. Miró hacia abajo para divisar la cabeza de Liam reposarse sobre sus senos, por lo que le acarició el corto cabello oscuro, dejándose caer ella en el falo para acabar por ahora. Ambas acciones provocaron la salida de la esencia masculina de su prisión. Como chorro de agua salió del agujero en la punta, inundando el interior del vital líquido blanco y dándole saber de ello con el calor que le acompañó.

    –Qué rico –se ríe Liam.

    –Demasiado dico –dijo ella como niña–. Te dejaste llevar.

    –Y no pienso parar –agregó–. Sólo estoy pensando en qué posiciones hacerte pasar pena, mujer.

    –Todo lo tuyo es sexo. ¿No piensas en otra cosa?

    –¿Piensas tú en otra cosa cuando estás conmigo?

    Se quedó callada al verle la sonrisa de ganador que él esbozaba. Se chupó los labios para cambiar la respuesta que iba a dar y asintió.

    –No... pero pienso en besos y caricias. Podrías practicar en ello.

    –Soy brusco, ¿verdad?

    –Un poco pero... No. Eres perfecto así. De esa forma puedo llegar a sentirte, incluso, horas después de mover mi mundo –besó su boca.

    –Y tú no tienes idea de la esencia que dejas en mi piel. Dios... voy a extrañarte tanto.

    –Liam...

    –No digas más –le interrumpió con otro beso–. Lo haremos hoy hasta que no puedas caminar. Me dejarás seco con todo el sexo que tendremos.

    –Pero, Liam, tú esposa puede...

    –Ella puede esperar. Hoy eres tú, nadie más.

    La recostó en la cama sin siquiera darle un respiro a la cavidad vaginal que aún mantenía en su interior al miembro invasor que la dejó ardiendo de ganas por más.

    –Quiero estar en contacto contigo, mensajes o llamadas, no importa. Responderé donde sea: en el baño, mi cama, comiendo. Como sea.

    –¡AH! –chilló–. Estoy sensible, por favor, más suave.

    –No hay diversión en ello.

    Como una máquina bombeaba nuevamente el sexo de su actual pareja con el mástil que fuerte volvió a levantarse. Las palabras de Emilia perdieron sentido, siendo ahora gagueos inentendibles a causa del viscoso paso de Liam dentro de ella.

    –Eres tú quien recibirá un cuidado intensivo, Emilia.

    –Li... Li... –ni el nombre del hombre completaba a decir.

    –No resistas, sólo déjate llevar. Te hará bien.
     
  11. Threadmarks: Capítulo 11 - Confianza II
     
    Antonionoventayseis

    Antonionoventayseis Antoniodel96

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    11
     
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    Wow! Sí que me tardé... Pero, aquí está la continuación y final del anterior. Ya no habrá más lemon hasta... no sé. Creo que después del 32, calculo xD


    ——————————

    Y siguieron después de haber acabado la primera ronda. Como un animal bombeaba Liam el sexo de Emilia, chocando el frente de su cintura con los gluteos suyos, sonando como palmadas que se le dan al agua y mojando el descubierto colchón con los fluidos del amor. Penetrando fuerte le arrancaba gemidos de placer a su hembra, desahogando las noches que vivía sin acción al lado de su esposa.

    Emilia le daba los besos que tanto le hacían falta, jugaba con él aquellas jugarretas que solía hacer con Vivian, se abría de piernas para disfrutar de un día que terminaba ajetreado en el trabajo. Una maravillosa vida, se decía ella, una que, por más triste que le sonara, iba a acabar. Su mudanza iba a ser a eso de las 8am y ya eran la 1 de la mañana, no quería dormir tampoco. Y, si llegara a cerrar sus ojos, quería que Liam la hiciera gozar, incluso en medio de su sueño.

    En un momento que se sintió libre de las placenteras puñaladas fálicas, Emilia se giró en la cama, quedando ahora en cuatro frente a Liam, dejándole la total libertad al miembro viril que hacía del orificio su nuevo hogar. En la garganta tenía un nudo, y en su pecho una clase de puño apretado que le prohibía decir palabra alguna: resultado de la toma de su cuerpo.

    El varón estaba de cuclillas, inhalando hondo la adrenalina que potenciaba su ser a seguir. Le acarició la espalda, esperando que así relajara los hombros que se veían tensos al intentar soportar, con su debilidad y evidente temblor, el torso de la hermosa rubia que estaba a su merced. Unas palabras le había dicho que ella no llegó a entender, y lo sintió moverse detrás, apuntando con cuidado. Esperó a que la fémina diera su respiró y, una vez más esa madrugada, Liam ingresó con fuerza en su interior.

    Arremetió su miembro contra las femeninas puertas al cielo sin ganas de ser suave. Emocionado clavaba él sus uñas en las grandes posaderas de Emilia, observando como en la carne se presentaban ondas, resultado de cada impacto de su cintura. Llegando a sentir cada milimétro de la funda que vestía a su importante extensión viril.

    —¡Dios! Deberías ver lo que yo veo ahora mismo —exclamó Liam.

    Emilia solamente negó con la cabeza, estaba perdida. Tal vez fue un error haber revelado su mudanza. Tal vez no debió presentarse en el bar. No obstante, de haberle hecho caso a su cabeza, no estaría sintiendo los viajes que en su mente se hacía con cada ir y venir, con el roce de ese poderoso mástil invadirla, dejarla sensible a más no poder.

    Cogían rico. Fuerte. Con energias.

    Nunca antes había aguantado tanto tiempo en una sesión de sexo con Liam. Pero estaba valiendo la pena. Cada choque eléctrico en su zona baja, aquella en donde se formaba la comisura de sus labios vaginales, le atacaba en la cabeza y clítoris, otorgándole la deliciosa sensación de que cada empuje era una nueva penetrada, como si viviera el día de su primera vez a cada segundo. Ni sentía las uñas que le marcaban la piel.

    Pronto se convirtieron los gemidos en alaridos que fácil se confundirían con dolor, resonando más fuerte que el rechinar del soporte de la cama. Había llegado a un nivel de sensibilidad que nunca antes experimentó. Ardía, era frío, le palpitaba, incluso llegaba a creer que el miembro que ultrajaba su área baja crecía más de lo normal, cuando, en realidad, se trataba de ella quien se cerraba al acercarse en un nuevo orgasmo. Las sensibles paredes de su cuello uterino se contrajeron con la llegada de otro extasis de sabor, apretando a su querido empleado y, al mismo, queriendo succionar la última gota de su bebida favorita para entrar en labor.

    Gruñó fuerte su domador antes de dejarse caer en su espalda, apresándole el cuerpo a la fémina sobre la cama, mas no dejó de mover la cadera. Seguía dándole sin cesar, ignorando el hecho que su abertura le tomaba del tallo como guerrero que empuñaba fuerte el mango de su espada. Jurando que en cada jalón el interior de la hembra iba a salir por la única via que él ocupaba.

    —Ay, Dios. ¡Liam!

    Fueron las únicas palabras que por fin dijo bien. Primero estaban en su mente, siendo gritadas por su yo interior, clamando clemencia, de que ese hombre sobre ella la dejara descansar y por fin ver la oscuridad en sus ojos cerrados y no la cantidad de luces que ya le aterraban, teniendo en cuenta que, por ella misma, esto ocurría.

    Si no le hubiera pedido que lo llevara. Si no le hubiera dado el beso en el coche. Si tan sólo hubiera inventado una excusa para llegar con él a la casa y no volverlo a besar en el piso de abajo. Se volvieron sus pensamientos en un arma de doble filo. No permitir algo para evitar cierto fin, y así mudarse sin sentirse completa, esperando el tiempo que le fuese necesario para buscar una persona en su ciudad natal que la hiciera sentir como ahora. Claro que no. Debía ser Liam, aunque sea por última vez.

    Saboreaba, como si todo el cuerpo fuese su lengua, los dedos sobre su piel, el sudor que corría por la espalda, el delicioso paseo de su invitado, aceptando el dolor que ahora parecía desaparecer y enviaba lo último de la ocasión como electricidad que iba de su espalda baja hasta la cabeza, calentándola.

    A sus oídos sólo llegaban los golpeteos de sus nalgas con los muslos de Liam, el chasquido del sudor que cubría como capa su hermoso cuerpo blanco. Pronto se dejaron escuchar los gemidos del hombre, los cuales ganaron intensidad junto a la aceleración de su cadera.

    Su puñal de carne dio respingos ahí dentro, donde era abrazado todo su cuerpo por la rosa cobija de la que estaba hecha el pasaje. Dándose sus propias caricias con lo estrecho que se hacía en el ir y venir, sintiendo tal placentero hormigueo. Estaba ya en las últimas, de esta no podía seguir.

    Obviamente lo sintió el mayor con las leves pulsadas que sentía en los testículos. Las penetradas se hicieron un poco más profundas y no tan rápidas como antes, como si se aguantara de explotar. Apresó a su hembra al tomarla de los hombros, y afincando con fuerza la cintura sobre las posaderas ajenas.

    La tortura de Emilia llegó a su fin.

    Cerró las piernas con un último grito apremiante, apretando más el pene dentro de ella, y sintiendo el manantial de esperma que Liam depositó una vez más, siendo este otro número de una cuenta que había perdido hace rato ya. Le fallaron las piernas y brazos de tanto temblar, relajándose así en la cama, abierta en su totalidad, y Liam cayendo sobre ella, con el miembro latiendo y soltando las últimas gotas de su esencia en la ya llena habitación de Emilia.

    La mujer se quejó levemente de dolor, con sus ojos cerrados y todo su cuerpo cubierto por una delgada capa de sudor, cuyo vapor chocaba en la garganta del hombre sobre ella. La respiración de ambos se convirtió en la última melodía esos minutos de placer.

    —Te pasas —sollozó leve la mujer—. Ay, tengo el cuerpo acalambrado.

    —Me aseguré que recordaras esto —bufó.

    —Hiciste más que eso —regaña—. No creo poder moverme. Quiero descansar un poco.

    —Qué exitante. Estás sudando mucho, y hace frío. Esperaré un rato antes de llevarte al baño.

    De inmediato se abrieron sus ojos, temiendo que eso último haya sido una broma pero, al tratar de girarse en la cama, aulló a lo bajo. Tanta fue su alocada pasión que de verdad había perdido el sentido por debajo de la cintura: Liam seguía dentro y, por lo poco que llegaba a sentir, estaba duro todavía.

    Intentó arrastrarse en la cama, esperando sacarlo lentamente sin sentir mucho debido a la sensibilidad en su puerta íntima, no obstante, Liam le detuvo al clavar los dedos en sus hombros y haciendo peso en su espalda: inmovilizándola.

    —No no no. Quédate así. Harás un desastre en la cama con lo qué vaya a salir de aquí.

    Se fugó su dedo índice por debajo de la mujer, buscando un camino que lo llevara hasta lo más cercano del punto de unión de ambos cuerpos, luego apretó en botoncito de carne que la hizo gemir de placer. Este sonrió antes de retirar la mano.

    —Estás muy apretadita, Emilia. Si me salgo, toda esa leche me seguirá y hará un charco en la cama. ¿Quieres eso?

    Se sintieron pinchazos en la nuca de esta, haciéndose una imagen de su flor desbordando todo el jugo blanco que guardaba en su interior. Evitaba pensar en ello, era asqueroso desde cierto punto de vista, pero estimulante al recordar la vulgar posición en la que se encontraba. Más con lo recien terminado. De piernas abiertas, su cavidad siendo ocupada por otro, respirando con algo de cuidado, y el cuerpo de su amante posando el peso sobre su espalda.

    —¿Entonces? ¿Cómo voy a hacer?

    —Uno, dejas que te cargue y te lleve al baño para dar el día como terminado —comenzó a dar opciones Liam—. Dos, seguimos hasta que llegue la mudanza y la atiendes así, en cuero. Tres... te mudas otro día y aprovechamos las veintitres horas que nos quedan hoy.

    De reojo le regaló una sonrisa a su hombre, a lo que negó con algo de tristeza. Por más que lo quisiera, sólo la primera opción era viable. Para ella ya fue suficiente, no podía seguir así, y sabía que luego vendría el dolor por la locura cometida. Lo felicitaba por tener las ganas y las energías de seguir haciéndolo, pero Emilia estaba destrozada. Después de todo, había valido la pena.

    No hizo mucho esfuerzo cuando lo tomó de las muñecas para hacerse rodear la cintura con los fuertes brazos del mayor, necesitaba un abrazo en ese momento, queriendo pasar un pensamiento que recién le asaltó. Lo había imaginado un par de veces en el pasado pero, como se tornaron los eventos de la mujer en cuanto a los años de matrimonio, inclinó las ideas a los efectos del sexo y nada más.

    Débil empezó a mover la cintura, notando que aún le mantenía atrapado, pero con la dureza de piedra algo relajada. El frío hizo su rápido efecto, acariciando por encima las compuertas a su entrada, cuando Liam alzó el pecho que caía sobre la espalda de Emilia. Ella le miró, divisando las manos que volvían a cogerla de la cintura con algo de fuerza, cosa que la alarmó.

    —No, Liam. Ya.

    —¿No qué? —bufó—. Voy a darte la vuelta para cargarte e ir al baño.

    —Ah... Ok.

    Con sumo cuidado, comenzó a girarla, sabiendo lo sensible que estaba. Sin embargo, no es que no quisiera continuar con la aventura, pero la fricción que se daba al girar a la mujer, y en el momento que pudo ver como aquella flor de irritados pétalos bajo su poder hacía lo que podía para envolverlo en su totalidad, daba como resultado que volviera a su duro estado para ejercer su trabajo principal.

    Aunque, esta vez fue el mismo Liam quien tuvo que parar. Para el estado por el que pasaba Emilia, le parecía cruel seguir con el sexo y no provocar un tanto de daño. Ya sea físico, o emocional.

    Al tenerla boca arriba en la cama, se acercó a su rostro para besarla y dejarse rodear el cuello y cintura con los brazos y piernas, respectivamente. Después, cogiendo energía, se arrastró a orillas de la cómoda superficie para así ponerse de pie y cargar a la extasiada mujer de frente, quien chilló de manera silenciosa al hundir más el puñal carnoso y de las manos que las cogieron de las posaderas, justo encima de la marca de sus uñas.

    —¿Estás bien?

    —S-Sí, estoy bien. Rápido, al baño.

    Dio la caminata con cautela, efectuando de vez en tanto un pisotón que provocara roce en su vital extensión, durante todo el recorrido que lo llevaba de camino al baño. La casa estaba fría, vacía, sin vida. Una carcasa cuyo interior carecía de relleno que le aportara un sentimiento que valiera de algo. Mucho mejor estaba la habitación, que aún mantenía el vapor de la pasión, espesa en el aire que le ocupaba.

    Emilia recargaba la cabeza en los grandes hombros de su pareja, oliendo el cuello que reflejaba las venas palpitantes, y sintiendo el ligero ir y venir de invasión con cada uno de los pasos. Esto sí lo disfrutaba. No era salvaje, no dolía. Era una caricia que buscaba aliviar el ardor que en sus adentros apoderaba.

    Una vez llegado a su destino, Liam la llevó hasta la ducha, en donde pidió que le soltara la cintura y pusiera los pies en el suelo, asegurándole que no iban a seguir, pero usando un tono burlón. Confió en él, dejando caer lentamente las piernas que le apresaban, quedando parada y con la espalda afincada a la pared de cerámica. Su cintura juntada a la del hombre, monte púbico pegado al vello suyo, esperando que él diera el paso de salir. Se reacomodó éste, y comenzó a agacharse.

    El contorno de su roja cabeza se deslizó hacia su salida de la húmeda cueva, rozando las telas internas, provocando que la rubia se pusiera de punta y, para su alivio, jurando sentir un disimulado "pop", salió libre lo que mantenía oculto en la intimidad. Y no se tardó en seguirle aquello que Liam advirtió en la cama. Como el agua que fluye por sus caminitos inventados, la blanca esencia encontró la libertad al caer por el pasillo lubricado del sexo femenino.

    Se deleitó Liam con la mirada, divisando cómo por entre las gustosas piernas se dibujaban con gracia las líneas blancas que la llenaban en su totalidad. Iban cayendo, lentas, por sus rodillas, pasando una por la canilla y la otra en su pantorrilla izquierda, y terminar su destino en los tobillos y formar un charquito viscoso a sus pies. Emilia, sintiendo las rayas calientes caer, no dudó en bajar la mirada y recibir tumbos en el corazón.

    Qué obsceno se veía aquello, grotesco, y excitante al mismo tiempo. Vio como fluía el arroyo viscoso que lentamente se iba secando y volvía una sensación pegajosa en la cara interna de ambos muslos. Se llevó la mano al pecho, acariciando leve su seno, y dirigió la mirada al techo. Satisfecha, así se sentía.

    Regresaba a sus tiempos de adolescente. No en el sentido de que haya tenido actos sexuales en exceso, sino por la sensación de ser joven. Que aún disfrutaba de la vida, ignorando la etiqueta de la edad. Que mujeres como ellas deberían preocuparse por los quehaceres del hogar. Una estupidez.

    El sexo había sido lo suyo, y disfrutaría de ello siempre que se presentara el momento. No obstante, recordaba a su hija. Ella no se lo iba a prohibir, tampoco es que le echara la culpa como Liam hace con sus hijos. La idea era que, al tenerla a ella, tenía que cumplir ciertas responsabilidades.

    —¿Te gusta, no? —burló el hombre.

    —Sí... Mucho.

    Se acarició el vientre, llevando la mirada a éste.

    —Muchas gracias, de verdad. Necesitaba esto.

    —Ya sabes, cada vez que quieras, me pegas una llamada.

    Emilia se rió.

    —Sexo a domicilio, ¿eso no lo haría...?

    —¿Prostitución? No me importa cómo le digan.

    Con una mano la tomó de la barbilla para alzarle el rostro y así acertar un beso que ella recibió sin rechistar, al mismo tiempo, sin ella darse cuenta, la otra iba hacia su sexo. El dedo medio asaltó rápido el punto carnoso y sensible de la mujer, quien lo cogió de la muñeca con ambas manos.

    —Liam, Liam. Ya no. En serio —se apartó de los labios.

    —Es sólo un toquecito. No te la meteré otra vez... No si tú no quieres.

    Se le coloreó el rostro. ¿Seguir o no seguir? Esa era la pregunta. No podía... ¿o sí? Se insultó mentalmente Emilia, ese hombre al frente le había dañado la mente tan rápido. Se le dificultó llegar a una respuesta, en especial por el dedo que frotó débil cuando Liam luchaba con las manos que intentaban alejarlo. Imposible echar la cintura atrás, no cuando estaba con la espalda en la pared.

    —Tampoco toquecitos.

    —¿De verdad? ¿No te gustan acaso?

    Volvió a atacarla, aprovechando el cese de fuerza en sus manos cuando intentaba detenerlo. Se afincaba con lentitud el dedo que le acariciaba el granito allí debajo, el que estaba medio oculto entre los pliegues de la entrepierna. Ejerció presión allí, arrinconando el cuerpo contra el de la fémina, aplastando los senos con su fornido pecho.

    —Haré que me lo pidas, Emilia.

    —N-No voy a hacerlo.

    Resistía la mujer, echando a la basura esas ganas de arrojársele encima y dejarse clavar esa extensión que se había levantado y golpeaba su vientre. El roce del dedo la tenía al tanto de la situación, sintiendo, incluso y, a pesar de ser exagerado, las huellas dactilares del rufian que robaba sus sentidos.

    De a poco sentía desfallecer las piernas y, si Liam no le quitaba la mano de la barbilla y dejaba la otra ocupada en su clítoris, al caer se tendría que agarrar de él y estaría a su merced. Sin embargo, por más que deseara aguantarse, esas ganas seguían ahí. Debía parar, estaba muy sensible, no estaba segura si podría concluir otra ronda.

    Flanqueó una vez, decayendo su resistencia, ya estaba por caer, y Liam lo sabía. Breves empujones le dio a su dedo para quedar más cerca de esa área que tarde o temprano tomaría. Extendió los demás dedos, y los movió para arañar la piel del pubis.

    —Ay... ya... suficiente.

    —Apóyate en mí y haré que acabe. Te lo juro.

    —No te creo.

    La palma terminó con recostarse sobre el frentón de la mujer, acariciando el vello púbico como cepillo de peinar, y fue bajando lento para compartir el calor de esa mano sobre la cavidad sensible. Frotó libre, el agarre de Emilia se había debilitado lo suficiente, y estaba a segundos de rendirse.

    Se repartieron besos, se chuparon lenguas, y cada uno bebió de la saliva del otro. Ella se cerraba de piernas, él le daba caricias para que temblara, hasta que vio el momento de llevar la mano que estaba en la barbilla de la mujer hasta la llave de la regadera. Lo hizo girar, accionando el agua tíbia del baño.

    El largo cabello de Emilia se corrió a los lados, pegándose de su piel, dando la imagen de un revestimiento dorado que brillaba con la ayuda del bombillo encendido. La piel se vio cubierta por el agua, llegando a las grandes posaderas que le caracterizaban, e hizo que ardieran las marcas dejadas por las uñas. Exhaló ella al verse mojada por el líquido tíbio, olvidando por segundos lo que se hacía en ese baño, y abrió los ojos al verse invadida por el primer dedo.

    —No no no no —negaba con la cabeza.

    —Será la última, lo prometo.

    —L-Liam, no estoy jugando.

    —Yo menos.

    Introdujo hasta el segundo nudillo del dedo medio que perforaba su intimidad para moverlo dentro. Tocando, sintiendo, llegando hasta el fondo para salir y volver a entrar. Se apegó por completo a ella, uniendo la cadera con la de Emilia, e hizo lo mismo con el pecho. Así de pegados, ella no tendría manera de apartarlo de encima.

    Con presión la afincó de la pared, usando las rodillas para separarle las piernas, teniendo el asta dura sobre el ombligo de esa mujer, listo para cumplir con su trabajo una vez más, una que le prometió ser la última. Se seguía negando la mujer, sin separar los labios de los suyos, escondiendo ese deseo por volverlo a sentir. Sus negativas parecían ser un inocente juego en la que le retaba a seguir. Un no que tiraba a un sí.

    La mano no cesó si movimiento y el dedo hacía cuantos viajes le viniera en gana, envuelto en la transparente lubricación. Pronto se dio la respuesta de la rubia en el ir y venir de la cadera que masajeaba en el cuerpo del miembro erecto. Los pinchazos en la espalda baja regresaron, y la cabeza Emilia se dejó caer en el hombro masculino para chupar leve.

    —No te oigo —bufó él.

    —No he dicho nada.

    Ya no le fueron necesarias las manos para sostenerla, en la pared no se iba a ir a ningún lado. Recorrió el costado del físico femenino para darse gusto en el momento que llegó a las posaderas, y cogió fuerte sobre las marcas de las uñas. Las amasó, dejando el marcado rojo de los dedos sobre la blanca piel.

    —Lo haré lento —susurra—. Casi no lo vas a sentir.

    Emilia no le respondio porque sintió las manos bajar y el agacharse un tanto. La tomó por detrás de las rodillas, y la cargó, demostrando su fuerza. Le dirigió una mirada de súplica, esperando que la dejara en el suelo, a lo que le fue bajando. Creyó que le hacía caso, hasta que sintió la cabeza afincarse en su entrada.

    Estaba por quejarse, de no haber sido por los besos que éste le regaló. Inmediatamente se quedó callada, dejándose llevar y, sabiendo que dolería esta vez, ahogó el alarido placentero cuando la punta volvió a alojarse por entre los labios.

    Lo más parecido a una descarga eléctrica recorrió su cuerpo mojado, y extendió los brazos en la pared en el instante que Liam la obligó a que le abrazara la cadera con las piernas. Estaban conectados otra vez.

    —Shhh... Tranquila, tranquila.

    Se movió lento tal cual había dicho. Hacia adelante arremetió, hacia atrás se retiraba. Sobaba por dentro con el individuo endurecido que igual estaba de sensible. El contorno de esa roja cabeza abrió su camino con suma gentileza, llegando al final para darle uno de piquito al límite, y retrocedió.

    Afuera estaban los dos. Liam la tomaba sin dejarla caer, usando la pared para el apoyo de ella y que no resbalara, mientras Emilia apuntaba con el rostro al techo, recibiendo los besos del hombre en su cuello.

    Si estaban tan clavados en cometer tales actos de pasión, entonces una buena razón debería estar bajo ello, escondido. Eso se decía la rubia. Tal vez, si aprovechara el final de éste momento, podría dar con la respuesta, sea positiva o no.

    Pensándolo así, se enfocó en resistirlo, que no cayera desmayada con esos pulsos que sentían en la nuca, idénticos a los que le daban cuando el sueño le mataba. Posó las manos en los hombros de su contraparte para dejar salir los gemidos de placer y dolor, dejándose cabalgar.

    Las gotas que caían como lluvia de la regadera les pinchaba, mas no llegó a pararlos, estaban muy metidos en su mundo, en más de un sentido. Los senos dieron brincos, rozando las oscurecidas coronas en la cima con el velludo pecho de Liam. El semen que caía por la cara interior de las piernas fue borrado con ayuda del agua, llevándose también los fluidos que se fugaban de ambos sexos.

    Se les aceleró la respiración al igual que el corazón, habían pasado por tanto que ya estaban a punto de caer en el final. Penetró con más ganas a su hembra, causando chasquidos, cuyo melódico sonido rebotaba en las paredes del baño. La cabeza de hongo, ya hinchado del poco tiempo libre, se apretó contra el diminuto orificio que daba al útero, arrancándole un último sollozo a la fémina.

    Con esto llegó el esperado fin.

    Maldiciéndose un tanto por dentro, la última descarga de Liam hizo acto de presencia como una sorpresa. No había eyaculado nada comparado a las veces anteriores, siendo, solamente, unas cuantas gotas que no pasaban de cinco. Exhaustó soltó el contenido de sus pulmones, y Emilia se felicitó porque no había perdido la cabeza después de todo.

    Sola se puso de pie, aprovechando que el agarre de Liam se había debilitado lo suficiente como para darle un leve empujón y cayera sentado. Obvio que no lo hizo, pero quería. Con sus dedos separó los labios entre sus piernas, sin ver, aunque le fue fácil saber que no había sido demasiado lo emanado.

    Con el alivio ya presente, rápida cogió el cabello de la patilla del hombre para halársela. Él gritó, adolorido.

    —Te dije que no y tú seguiste.

    —Ya, ya. Pero fue la última —la tomó de la muñeca.

    —Me está doliendo.

    —A mí también y no me quejo. Quería hacerlo otra vez. Estaba un poquito cargado.

    —Ugh...

    Cruzada de brazos se separó de él, caminando coja por las palpitaciones que, de inmediato, se hicieron presente en su interior. Un hormigueo dominó el exterior de su zona íntima, al igual que la sensación de ardor. No se quiso revisar otra vez.

    —¿Estás molesta?

    Le miró a los ojos, curveando las cejas por un instante para después responder.

    —No tanto como crees.

    —Entonces no. Creía que deseabas otra ronda.

    —Ya quisieras —rió—. Sí, estoy un poco molesta.

    —¿Tan malo fue?

    Callada se quedó unos segundos, dando con la respuesta.

    —¿Del todo...? No —suspiró entrecortada—. Me tiemblan las piernas.

    —Ven entonces. Con el agua tibia se te pasará —se acercó a ella.

    Dudó de sus acciones, mirándolo con seriedad en caso de que le jugara mal y terminaran teniendo sexo otra vez. Sin embargo, la forma en la que le extendió la mano, hizo que aceptara la propuesta. Se dejó guiar a la ducha, dando ojeadas hacia atrás por si acaso. Nada ocurrió.

    Era como si su personalidad hubiera cambiado. Hace unas horas, en su cara no se reflejaba más que deseos de encamarla, de hacerla suya en su totalidad y que rogara por más cuando él estuviera vacío. Nada de eso. Ahora, bajo la ducha, él le abrazaba por la espalda, y su erección no estaban dura como solía, sólo estaba apretando el tallo entre las posaderas.

    Con ayuda del hombre, Emilia se enjabonó de cuerpo entero, dándole la oportunidad a él para que se encargara de la zona allí abajo. Se escaparon aullidos de alivio, mas no siguieron con lo que iniciaron esa noche.

    Era hermoso para la rubia. Sentir las manos hacerse cargo de ella con tanto cuidado, haciéndole saber que estaría segura a su lado. El menear de la cadera de izquierda a derecha bajo el hipnotizante sonido de una canción en su mente. Qué caballero le había tocado despedirse.

    —Liam... —susurra ella.

    —Dígame.

    Lo siguiente le cortó los pensamientos al hombre de manera repentina.

    —¿Me amas?

    Aquellas breves caricias que se dieron terminaron paralizándose. Pudo Emilia percatarse que esa pregunta no era del todo buena, por lo que empezó a dar con excusas que borraran esa equivocación. No obstante, lo que causó mella en su interior, fueron las manos en pausa. No podía verlo a la cara pero, sabía muy bien a lo que venía.

    Esa respuesta nunca llegó a pronunciarse, y una pizca de dolor se hizo presente en su lugar. ¿Qué había hecho? ¿Cómo pudo preguntar tal cosa si sabía que lo suyo solamente era sexo? Y, lo más importante, ¿por qué se había negado para recordarle eso último?

    —Emilia —fue lo que dijo antes que la mujer interrumpiera.

    —Perdón... me dejé llevar.

    —Emilia —repite.

    —No no no no. No importa. Me equivoqué yo. Fue error.

    Mordió sus labios. Se había pasado de verdad. Sólamente era sexo, imposible llegar a sentir otra cosa. ¿Por qué pensar en el amor tan de repente? Qué estúpida de ella.

    Liam trató de responderle, cosa que no llegó a ser posible por las negativas que ella le dio cada vez que presentía que él hablaría. Se disculpó un par de veces más hasta llegar al punto de voltearse y distraerlo con besos e incitaciones al coito que el hombre negó.

    A los ojos la miró para que se diera cuenta de lo dicho. No le regañaba con la mirada, sino que le hacía recordar el acuerdo. La idea, desde un principio, era descargar la frustración de no poder saciar sus deseos por la carne ajena. Ella pasaba, en ese entonces, por los inicios de un divorcio y, él, no había tenido el lecho de disfrutar con su esposa desde que regresaron.

    El esposo de Emilia la había engañado por otra y sin razón alguna, saliendo de la noche a la mañana con eso de que ya no había nada entre los dos. Que, si ella no montaba un escándalo, no llevaría las cosas con abogados y terminaran de repartirse los inmuebles. Para suerte de la dama, pudo quedarse con la custodia total de la hija. Él no la quería debido a su actual pareja.

    Por otro lado, y ya contado, el pasado de Liam con Vivian y la falta de acción en la cama.

    Ninguna palabra se dirigieron los dos a pesar de tener temas por escoger. Comunicación, encuentros, vacaciones, etc. Ahí se quedaron, bañándose ambos bajo la misma regadera, y limpiando el cuerpo del otro como si nada se hubiera dicho.

    Cuando hubo terminado todo, regresaron a la habitación, abriendo las ventanas para dejar ventilar el cuarto y que desapareciera el olor a tibia humedad. El cambio se dio en la sonrisa de Liam al verla ponerse la rompa interior, cosa que levantó el ánimo de la hembra. La detalló prepararse en su costumbre del día a día.

    Los labios del sexo se ocultaron bajo una pantalena azul que sacó de una caja de mudanza, y los senos fueron cubiertos por el sostén que él le había quitado temprano esa noche. Sí que le volvía loco ese cuerpo, en especial los rellenos muslos de piel blanca que cupieron en el jean.

    Emilia hizo lo mismo al terminar de vestirse, divisar al hombre arreglarse. La camisa pasó por encima de su cabeza y cubrió su formado pecho al bajar, mojándose un tanto el cuello de la prenda gracias a las gotas que se ocultaban en el cabello. Luego de esto, admiró cada segundo que se tardaba en ponerse el boxer y subirse el pamtalón.

    Quedaron como nuevos.

    Bañados.

    Secos.

    Limpios.

    Satisfechos.

    Risas no se tardaron en escucharse para, acto siguiente, desvanecerse en el aire y quedar curveados los labios de los dos individuos que gozaron de una calurosa noche, donde la piel de los cuerpos se frotaron con locura y las lenguas se saborearon a más no poder.

    2:17am se marcaba en el reloj del teléfono, cuyas pantallas yacían libres de notificación alguna. Ningún mensaje pendiente o llamada perdida. Las miradas se encontraron en la pequeña habitación con sólo una cama y pocas cajas en la esquina.

    —No sé si se deben dar las gracias al culminar un momento así, Liam.

    —Para nada —soltó contento—. Es lo que nos propusimos.

    —Sobre lo que dije.

    —De eso no voy a decir una palabra. Pasamos por algo intenso y te dejaste llevar.

    —Entonces... —se detuvo antes de agregar "tú"—. Sí... Así fue.

    —Voy a extrañarte demasiado —caminó en su dirección para coger su barbilla—. Esos ojitos tuyos, esos labios y...

    Juguetón afincó la palma zurda en la cremallera de la mujer, quien dio un leve brinco por culpa de la sensibilidad que aún no se iba.

    —¿Te quedarás aquí o sabes dónde ir?

    —Sé a donde ir, descuida. Llegaré una hora antes que el camión de la mudanza. Será un viaje de... a ver... cuatro horas —calcula.

    —Me escribes cuando estés saliendo, tal vez... —y le sonrió con picardía.

    —Yo te escribo —correspondió al gesto.

    Volvieron a quedarse callados, frente a frente, para besarse otra vez y salieron del cuarto, recordando las cosas que habían traído consigo, en caso de olvidarse algo.

    Bajaron las escaleras, hablando sobre asuntos del trabajo al no tener mucho que cavilar. Era su última noche juntos, y lo valió. En más de una ocasión se detuevieron para detallar en el hogar, en lo pequeño que se veía sin los muebles donde deberían estar.

    Ya en la puerta, justo antes de abrirla para salir, Liam se giró para intentar decir unas palabras, las cuales no llegaron. Se atoraron en su garganta, teniendo la oración pero no encontrando la forma de decirlas. Incomodada le encaró la rubia, encogiéndose de hombros por el frío.

    —Entonces...

    —Sí, hasta aquí es —ojeó la sala por encima del hombro de ella—. De verdad quisiera que llamaras.

    —Lo voy a hacer. Sin embargo, voy a estar ocupada con mi hija. Debo pasar tiempo con ella, hablarle, y no dejar que esto la afecte.

    —Lo sé, lo sé. Te deseo suerte.

    —Igualmente, Liam. Que te vaya bien aquí, en Florencia.

    Respiró hondo el hombre, exhalando con pesades y rodeó a Emilia en un abrazo.

    Así como había iniciado, el encuentro llegó a su fin. En el momento que la puerta se abrió, la mujer se asomó en caso de chismosos y, al confirmar, le indicó sonriente de que se fuera. Liam corrió hasta el vehículo, cogiendo fuerte las llaves en su mano diestra, e ingresó, apagando el bombillito que se había encendido.

    Rió a lo bajo, viendo a Emilia por la ventanilla oscurecida del coche, para así despedirse con la mano, esperando que ella le pudiera ver. Cosa que fue de su suerte ya que sacudió la mano en señal de despedida también. Suspiró otra vez, manteniendo la sonrisa.

    El volante se vio estrujado ante las firmes manos. El retrovisor reflejó la falsa sonrisa de tristeza. Las venas del cuello se marcaron. Emilia se iba, la estaba dejando y, como ya lo sabía, regresaría a su hogar, en donde esperaba Vivian en medio del plácido sueño.

    Otra noche más estaría durmiendo al lado de su esposa, donde no haría más que oler su cabello y abrazarla por la espalda, sabiendo que no tendrían relaciones por cualquier excusa. La espalda, el estrés del trabajo, la incomodidad de lo que sería pensar en el futuro.

    Estaba por adentrarse en su mente, dejarse caer en el pozo de la frustración, de no ser por el coche que pasó a su lado. Ni siquiera había puesto en marcha su auto. Volteó la cabeza, dándose cuenta que Emilia estaba asomada por la ventana, Liam volvió a despedirse, disimulando estar buscando algo, y ella respondió de la misma manera.

    Lo puso en marcha. Los neumáticos giraron, moviendo el vehículo hacia su nuevo destino: el hogar con su familia.



    30 minutos pasaron desde que se despidió de su amante, mucho tiempo para un camino tan corto a su casa, pero se tomó una pausa en el centro comercial, esperando encontrar un negocio abierto para comprar y no llegar a casa con las manos vacías. Al no haberlo, optó por visitar un pequeño local cerca, comprando allí 20 lumpias, 5 para cada uno en casa.

    Al llegar, hizo lo posible de no hacer ruido, girando el pomo con lentitud para abrir la puerta y cerrarla después cuidadosamente. La casa estaba a oscuras, a excepción del teléfono de línea fija, cuya diminuta pantalla nunca se apagaba por viejos problemas.

    En la nevera dejó la bolsa con lo que había comprado, llevándose una simple lumpia a la boca. Revisó la sala principal, el comedor y la cocina, asegurándose que Ian no se hubiera quedado dormido como hacía días antes de un examen. Después fue al patio, divisando las sillas vacías. Melina no estaba por ahí con su laptop, escribiendo párrafo por párrafo de lo que sea que se planteaba.

    Exhausto sibió las escaleras, tragando lo que quedaba del bocadillo, al mismo tiempo que se quitaba la camisa y entraba a su habitación. Evitó encender el bombillo, su ojo se había acostumbrado a la obscuridad, por lo que pudo ver a Vivian bajo la sábana, dando la espalda a la puerta de la habitación.

    Tranquilo se quitó la ropa frente al armario, quedando en su boxer nada más, a lo que le acompañó en su descanso. Nada hizo para que la mujer no abriera los ojos, de todos modos, tampoco era necesario. Vivian estaba despierta, le esperaba.

    —Llegas tarde.

    —Sí, ya sé.

    —¿Ya se despidieron?

    —Claro.

    Rodeó a su esposa en brazos desde atrás, entonces le escuchó resonar un poco la nariz. Suspiró con fastidio antes de aclarar.

    —Sí, bebí. Y sí, me bañé en casa de Melvin antes de venir. ¿Quieres que huela completamente a alcohol?

    —No... —susurra.

    —Vamos, sigue durmiendo que tienes trabajo en unas horas. Yo igual.

    Sin dirigirse otra palabra, los dos cerraron sus ojos esa madrugada, esperando que el sol se presentara en el montañoso horizonte frío que caracterizaba a Florencia. Los minutos fueron tardíos, ninguno llegaba a su debido tiempo. El aire se volvía denso junto a ensordecedor silencio que enmudecía sus cavilaciones.

    Probando algo de suerte y, sabiendo lo que había terminado hacía media hora, Liam apegó a Vivian en su pecho. Su esposa no rechistó a la acción pero, fueron las manos fuera de su control las que se alojaron en áreas específicas de su cuerpo.

    Fugadas se fueron ambas extensiones, una encontrado el seno bajo el sostén y, la otra, que sería la zurda, llegó a su alojamiento favorito entre las piernas, pasando los dedos por la prestina de la pantaleta. Vivian se enderezó ante el tacto.

    —Ya es tarde —soltó agotada.

    —Sólo tengo frío. No haré nada.

    Dudó unos segundos la mujer y regresó a dormir, quedando con esos intrusos acariciarle levemente. Se dejó recibir los pellizcos que avivaron el débil fuego en su interior. Era del total agrado para la fémina. Aunque, fue el dedito que se introdujo con cuidado en su sexo lo que le hizo estremecerse.

    Estuvo por quejarse, de darse la vuelta, repetir su agotamiento, pero no. Se abstuvo. Apresó la mano con sus piernas, para que no se fuera, y dirigió la otra con los dedos en sus pechos.

    Mordiéndose los labios, Vivian pudo cerrar los ojos y cayó dormida minutos después, borrando una pequeña lágrima producida por viejos recuerdos.
     
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