Terror La última campanada

Su rostro pálido y femenino se mantuvo incólume ante los años, Daniel la observaba asombrado y estupefacto por aquella belleza perpetua mientras deslizaba suavemente la yema del pulgar sobre aquellos rosados y delicados labios de una manera melancólica y triste.

El aroma a almizcle y camomila había desaparecido después de tantos años, solo la acompañaba el olor a moho, polvo y flores de lavanda secas. Su cabello largo y castaño aún mantenía un ensortijado elegante y perfecto, como en los años idos y casi ajenos de su juventud .

Un espejismo mágico e irreal se presentaba ante sus ojos, perfecta como en sus sueños, aceptó el júbilo y esperanza por aquel sentimiento enterrado en el fondo de su ser que se negó a morir.

Su vestido de encaje negro deteriorado por el tiempo dejaba ver un cuerpo delgado y seductor que parecía vibrar entre los jirones de tela y satén, la fría y blanca piel de Annet se mostraba tersa, frágil y perfecta, miró a su alrededor y pensó en una razón para sus sueños y delirios que le habían guiado otra vez hasta aquel lugar, ella seguía eternamente dormida, espectral, fantasmagórica y bella.

Decidido a volver a su vida mísera y solitaria, se alejó intentando no mirar atrás para no contaminar su ultimo recuerdo con la realidad que tantas veces nos golpea sin piedad, creyó oír en su mente las palabras de Annet llamándole desde la lejanía intentando detenerle.

El reloj de la torre dio su primera campanada tañendo con fuerza el bronce pulido y brillante marcando las ocho de la tarde — Adiós amada miá — dijo en voz alta sintiendo como sus ojos se llenaban de lagrimas el pecho de angustia y su alma de frustración.

La segunda campanada tañó en perfecta sincronía entre tiempo y silencio, mientras se dirija hacia la puerta de el pequeño y humilde hipogeo, la tercera campanada sonó, Daniel creyó oír la llamada de su amada una vez mas se detuvo un instante y continuo — ¿ A donde vas amor mío ? — susurró la dulce y femenina voz haciendo que Daniel se detuviera en seco sintiendo un escalofrió que recorrió desde la nuca a su espalda perdiéndose en la columna vertebral y erizando el vello de su cuerpo, — ¿ Me abandonas ? — , aquella voz reverberó en el pequeño recinto como el aleteo de una polilla que golpetea un farol. sintió como si hilos invisibles tiraran de Él instándole a voltearse y mirar a pesar de saber que el terror tomaría el control.

Tembló esperando sentir la mano gélida de su esposa pero en su lugar otra vez la voz le exhortó a mirarle a los ojos, Daniel tomo valor para girar y hacerle frente a quien utilizaba su recuerdo para atormentarlo.

Annet estaba completamente de pie observando con una curiosidad perversa a la silueta de quien fuese el ser que mas amó en su existencia, aun así con sus ojos verde esmeralda esculcaron la mente de Daniel. Quiso gritar con fuerza pero su voz no salió, se quedo petrificado del horror sintió latir el corazón en todo su cuerpo, — Ven a mi Daniel, besame una vez más, acaricia mi cuerpo desnudo y dadme calor una vez más — , Annet abrió sus brazos con sutileza y pequeños movimientos sobrenaturales.

Otra campanada sonó en el lugar, las antorchas se encendieron de golpe por alguna fuerza que Daniel jamas comprendería, ahora Annet se acercaba lentamente avanzando descalza sobre el suelo polvoriento de aquella maldita cripta saboreando el momento sonriendo coqueta y perversa a la vez, la ultima campanada sonó y como un animal salvaje se abalanzó sobre él, su rostro pálido y angelical se transformaba en terrible y horripilante, sus ojos verdes esmeralda se tornaron amarillos y sanguinolentos desbordando solo una cosa...hambre. Sus dientes afilados y desiguales brillaron bajo la tenue luz de las antorchas que danzaba en la oscuridad de la tumba.

Sin remordimientos el monstruo bebió el líquido viscoso color rojo intenso que brotaba de la garganta lacerada de Daniel, que gemía desesperadamente mientras la vida escapaba de su cuerpo temblando espasmódicamente observaba la depravación de Annet , alimentándose de su vida y sus recuerdos mientras sonaba la última campanada.