Microrrelato A la deriva

La luz se escurría por la ventana y nos acariciaba la piel; las estrellas nos llovían primorosas a través del ventanal del balcón que daba a la playa. Mi corazón se me asomaba por la garganta mientras tus manos transgredían todos y cada uno de mis límites, aceleradas y locas. Dejaste caer tus besos por mi cuerpo como misiles a quemarropa, uno a uno removiendo mis entrañas. Desdibujaste mi silueta con la punta de tus dedos y me diste mil formas distintas, sin piedad, sin pudor. No pude hacer más que atravesarte con un beso la garganta, como lo hiciera una bestia a su presa. Te retorciste bajo mis manos y te sometiste a mi. Oh, amor, cuánto tiempo esperé por este momento, que te entregaras a mí, sin peros. A cada espacio de tu cuerpo le di forma con mis labios, de cada gemido que escapaba de tu boca hice una canción. Revoloteamos como peces en aquel mar de sábanas blancas, moviendo las aguas de todo el océano, dejando que la tormenta nos derrumbe con el oleaje más violento.

Tus ojos flotan frente a mí.

Somos estatuas jadeantes que se hunden en el fondo del mar. Aguantamos la respiración. Nuestros pechos buscan la calma, el silencio que todo lo llena. La misma cara que hace tanto conocí me mira fijamente, la misma sonrisa perversa de aquel primer encuentro. Ojalá enmarcar este momento, dibujarlo en la arena. Con mis manos me apodero de tu rostro, acariciando cada rasgo, asegurándome de que esto es real. Tu cuerpo se derrite entre mis manos, se me escurre entre los dedos. Una lágrima nace tímida y se pierde sola en el mar de sábanas. Recordé de pronto lo mucho que me harás falta. Dejaste caer otra para hacerle compañía y en un abrazo nos fuimos hundiendo poco a poco. El mar nos fue tragando y naufragamos la noche entera a la deriva, abrazados a la idea imposible de volvernos a ver.​