IT Un libro deterror [It]

• Libro: It
• Personajes: Stanley Uris
• N/A: Contiene spoilers.

Un libro deterror

El baño de la noche solía ser un momento muy agradable para Stanley Uris: solía llevarse una cerveza fría y una revista para leer. Pero la lectura de aquel día conseguía absorber el calor del agua como una esponja, drenar todo atisbo de calidez como un horrible vampiro. Era curioso cómo a medida que avanzaba en todas esas novelas que su esposa llamaba deterror y que habían hecho rico a William Denbrough, Stanley se sentía más y más consciente de que era muy real, demasiado como para soportarlo. Como esas familias en Family Feud que no podían soportarlo. Los focos eran reales y les nublaba la mente, lo suficiente para parecer un poco estúpidos. Las luces de la muerte por otra parte... eran muy reales, demasiado, opacaban y asfixiaban la lógica que, hasta entonces, Stanley Uris había creído que regía el cosmos.

Lo que había vivido, aquello con lo que había peleado... Eso.... Eso era muy real. Tan real como el corte en la palma de la mano cuando era un crío, tan real como su sangre mezclándose en el círculo. “Es real, por mucho que lo niegues, Stan” le dijo la vocecilla insidiosa del hombre de la contraportada del libro, que volvió a acusarlo.

“Es tan real como el hecho de que tu podredumbre...”

(...yo no quería creer algo así de horrible, escapaba a mi comprensión y lo sigue haciendo, lo sigue haciendo...)

“...se extiende sobre Patty cada vez que te la fo...”

(...esa no es una palabra limpia, Stan, ponte las botas, o te llenarás de SUCIEDAD)

“...sí, por eso no podéis tener hijos. Mueren antes de formarse por tu veneno, Stanley.”

Tuvo que cerrar el libro. El dibujo hiperealista del hombre no hablaba. Eso no estaba allí, porque estaban lejos de Derry. Bill el tartaja podía ser tartamudo, pero era un mago de las palabras porque algo de Eso se había quedado en las páginas y atraía a ese horrible lado del ser humano, quizás por eso estaba leyendo aquellos libros de manera casi obsesiva. Apelaba a los bajos instintos, como si fuera pornografía terrorífica... quién sabe, quizás todos tenían algo de Eso dentro de sí y por eso eran best-sellers. Y por eso, no podía parar de leerlos. Al menos Bill el tartaja podía desterrar todo aquello a las páginas de sus libros, pero en su caso, su vida era como un coche circulando por una cómoda carretera recta que era perseguido por un perro, ladrando en sus sueños y de manera incansable.

Envidiaba a Bill el tartaja, sin duda.

(¿Y Eso si sigue vivo y debo... algún día...?)

Preferiría morir un millón de veces antes que volver. Pero por suerte, sólo tendría que morir una. Sólo una...

(¿Dónde estaban las cuchillas de afeitar?)

A su mente vinieron algunos nombres. Eran nombres más poderosos que cualquier nombre sagrado para él:

—Petirrojos, grullas, alondras, tanagras escarlatas, grajos, carpinteros, paros, ruiseñores, pelícanos, gorriones, papagayos, picaflores, albatros, kiwis...—masculló.

Sin embargo ya no era un niño. La magia de algún modo, se desvaneció en algún punto de la adultez, caducó. La caducidad de un conjuro infantil y la fragilidad de su seguridad se encontraron. Aunque estaba lejos de Derry, no estaba a salvo. Eso había anidado y excavado en su alma, le había ennegrecido la sangre e incluso empozoñado su savia.

—Stanley, cariño, te olvidaste la cerveza—dijo Patty desde fuera.

Unos días después, Stanley Uris cumplió tres nuncas, hirió a la mujer que amaba y se tomó su primer y último baño a las siete de la tarde.