Otro El nombre del Fracaso

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Borealis Spiral, 19 Enero 2016.

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  1. Threadmarks: Ronda 1: Ingreso a clases
     
    Borealis Spiral

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    El nombre del Fracaso
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    Amistad
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    ¡Hola gente! Otra vez yo, con una nueva historia por estos lares y lo sé, lo sé, no debería teniendo en cuenta que no he terminado ninguna de las que tengo, pero lo digo en serio, por más que me tarde en actualizar, no está en mis planes abandonar ninguna. Es sólo que la inspiración para esta nueva me dio duro, muy, muy duro.
    En fin, espero que puedan gozar de esta pequeña aventura juvenil de superación personal, amistad, drama y demás. A ustedes lectores ^u^ ¡Disfruten!


    Dejo aquí la ficha de personajes: Ficha de personajes [El Nombre del Fracaso]

    Renata Valdés es una joven quinceañera que no tiene aspiraciones ni ambiciones de ningún tipo. No le gusta nada, no le interesa nada, no le llama la atención nada y vive el pasar de los días en monotonía y tranquilidad. Al ingresar a la preparatoria, descubre que debe inscribirse obligatoriamente a algún club por mucho que no quiera. Uno de esos clubes es el de ajedrez, en el que hay personas tanto nuevas para Renata como de su pasado; personas decididas, entusiastas y apasionadas que fueron y quizás sean el incentivo y combustible que ella necesite para empezar a pensar más seriamente en su problema de actitud e intentar enmendarlo.
    El Nombre del Fracaso

    Primera ronda:
    Ingreso a clases

    Una nueva mañana de agosto nacía en aquella mitad del globo terráqueo y era temprano, escasos minutos pasadas las seis de la mañana, de allí que el astro rey aún no se dignara a desperezarse para abrigar la ciudad con sus plenos rayos matutinos y calentarla, dando la bienvenida a un día de actividades y quehaceres. No obstante, si el sol aparentaba no desear dejar su descanso para hacer su trabajo, mucho menos deseaba Renata Valdés levantarse de su lecho de comodidad y reposo nocturno, para ir a enfrentarse a esa nueva etapa de su vida que comenzaba desde ese instante: su vida como preparatoriana. Sin embargo, no pudo continuar gozando de más momentos de desidia porque su madre, tan responsable como siempre, se apresuró a tocar la puerta un par de veces antes de abrirla y hablarle con potente voz para que se levantara de una buena vez. Lanzando un suspiro de cansancio, Renata obedeció.

    ¡Qué fastidio!

    Con la mayor de las desganas, se puso de pie, se dirigió a su armario y tomó el uniforme de gala del instituto, el que consistía en una falda gris oscuro con un par de tablones por enfrente y por detrás, la blanca camisa de vestir a botones, un chaleco beige con el ícono y nombre de la institución del lado izquierdo y un suéter del mismo estilo sobre el chaleco. Para completar el vestuario, Renata se colocó las medias café oscuro que le llegaban por debajo de la rodilla y se calzó los zapatos negros, de piso. Se miró al espejo. La falda le llegaba justo a las rodillas, el suéter escondía sus curvas femeninas que terminaban por formarse de acuerdo a su complexión y su lacio cabello castaño, suelto y semi-largo, enmarcaba su ovalado y apiñonado rostro, el que mostraba una que otra imperfección de acné con varias pecas.

    Se encogió de hombros ante la imagen que le devolvió el espejo. No le gustaban del todo los uniformes, pero tampoco creía que se viera tan mal. En secundaria siempre le preguntaron por qué nunca le hizo arreglos a su apariencia para verse más “fashion” y ella simplemente contestaba que le daba pereza, pues era verdad; arreglarse, hacerse un gran peinado, ponerse maquillaje e incluso hacerle ajustes a la ropa requería mucho trabajo, demasiado para su gusto y ella no estaba dispuesta a gastarse en algo que consideraba tan banal. Además, no salía de casa precisamente a exhibirse.

    Bostezó con desgana, dirigiendo sus pasos al baño para hacer sus necesidades, lavarse los dientes y el rostro, esperando que así el sueño se le quitara; no funcionó del todo, pues manteniendo esa mirada de zombi que tanto la caracterizaba al mantener sus ojos cafés entrecerrados, se encaminó a la cocina para hacerse el sándwich que saciaría su apetito a la hora del receso. Lo preparó con clama y lentitud tan exasperantes, que de no haber sido porque su madre la presionó para que terminara de una vez, habría durado horas allí. Estando lista, habiendo preparado su mochila con los útiles necesarios desde la noche anterior, Renata y su madre Bárbara, subieron al coche para dirigirse a la preparatoria privada Ángel Anguiano.

    Renata se despidió de Bárbara con un beso en la mejilla, desmontó del automóvil y quedó de pie frente a la puerta del centro educativo que ocuparía gran parte de su tiempo, energías y pensamientos los próximos tres años a partir de ese instante. Al ser un instituto privado y de paga, era de renombre, por lo que tenía muy buenas críticas en aquella zona de la ciudad. Era grande y espacioso, con muchos jardines, con varias canchas para diversos deportes e incluso un gimnasio; también contaba con muchos salones, no sólo para llevar a cabo las clases, sino para que los diversos clubes tuvieran su propio espacio. Por supuesto, no era ni mucho menos el único con esas características en la gran ciudad, pero se trataba del más cercano a la casa de Renata y dado que sus padres no habían querido que continuara sus estudios en un colegio público, allí fue donde la inscribieron. Volvió a suspirar y dejó caer los hombros con cansancio total.

    ¡Qué fastidio!

    Atravesó la gran puerta principal viendo el ir y venir de la lozanía; la algarabía de reencontrarse con viejos amigos después de un largo verano, la emoción de iniciar una vida como preparatoriano, la ansiedad de los recién ingresados al ser la novedad del momento. ¿Cuál de todas esas sensaciones albergaba el interior de Renata? Ninguna. No estaba ansiosa, nerviosa, alegre; nada. En realidad, ni siquiera quería estar allí. No deseaba continuar con sus estudios, estaba hastiada de ellos; no le gustaba la escuela, estudiar, la tarea, no aspiraba a nada, no tenía ambiciones de ninguna clase, no le gustaba nada. Era indolente a la hora de hacer las cosas, conformista y nunca daba lo mejor de sí.

    Cada una de estas características en su personalidad la hacían chocar con mucha gente a la hora de hablar acerca de su futuro; con su madre, con sus profesores de secundaria, con sus amistades, con sus familiares, incluso con ajenos a su vida. Al final, la discrepancia siempre terminaba en un ultimátum sobre ella y su poca visionaria perspectiva: iba a volverse una fracasada. Y Renata lo sabía, lo que era más, ella lo aceptaba de plano; de hecho, no pensaba que se volvería una fracasada, creía que ya era un fracaso como persona. No, era más que eso por el simple hecho de comprender que tenía un problema y a pesar de todo, no desear hacer nada al respecto. Sí, Renata era el fracaso mismo, la propia decepción personificada.

    ¿Algo más que decir? No, estaba bien. Tal vez al graduarse de la preparatoria pudiera conseguirse un trabajo con el que pudiera mantenerse, quizás viviría sin lujos y al día, pero tampoco necesitaba mucho más. Con todo, no quería pensar en esos problemas en aquel momento, después de todo, apenas tenía quince años; ya llegaría la hora en que tuviera que preocuparse por ella y por sus pocas sabias y nada éticas decisiones. Lo que sí no puedo evitar pensar con cierto grado se cinismo además de sarcasmo, fue que definitivamente las notas no hacían a una persona verdaderamente inteligente, sino su proceder en la vida, y otra vez, le quedó claro que ella era una verdadera estúpida.

    Llegó a la sección en la que estarían los salones de primer año durante ese ciclo y de la que ya había pedido indicaciones a un docente. Luego, vio las listas de nombres que cada uno tenía pegadas en la ventana para que los estudiantes ingresados buscaran su nombre allí y se adentraran a su grupo correspondiente. Renata buscó el suyo empezando con la lista del grupo “A” y se tomó su tiempo, el que no fue demasiado, pues resultó que lo encontró allí mismo, así que sin más que hacer, se adentró al aula, la que ya rebosaba de una buena cantidad de estudiantes, quienes conversaban o con viejos conocidos o con nuevos amigos. Y es que la mayoría de ellos provenían seguramente de secundarias privadas también, por lo que a alguno que otro debían conocer.

    ¡Qué fastidio!

    Renata bajó la cabeza encogiéndose sobre ella misma, dirigiéndose a la penúltima banca de la fila de la ventana que estaba en el mismo lateral que la puerta. Dejó su mochila en el suelo, se aplastó en la silla cruzando los brazos sobre la paleta, para después apoyar su mentón sobre estos y mirar un punto fijo en el piso. No se le daba muy bien socializar con los demás; ese siempre había sido otro de sus innumerables defectos. Aunque la verdad era que tampoco le importaba demasiado; a ella le gustaba la soledad y no pensaba que tuviera nada de malo. Además, era preferible estar sin compañía que tener una a la que ni siquiera le ibas a caer bien y era que su forma de ser resultaba irritante para muchos. Eso sí, no los culpaba en nada, tenían sus razones para no agradarles, pero prefería no formar parte de malos recuerdos en sus compañeros, por lo que siempre se mantenía muy al margen de todo.

    —¡Renata!

    Una jovial voz la llamó, así que levantando la mirada pudo distinguir un rostro conocido en semejante mar de extraños. Era Ivonne Nájera, compañera suya de secundaria y a pesar de que no había entre ellas esa relación de amistad, al menos sí sabían el nombre de la otra. Sonrió con sinceridad, realmente feliz de verla, mientras Ivonne se sentaba en la banca frente a ella.

    —Hola, Ivonne, ¿cómo estás? —saludó cortés, enfocando su vista en un punto en el rostro de ella, pero sin mirarla a los ojos.

    —Bien, gracias. Menos mal que estamos en el mismo salón —dijo la chica, suspirando de alivio—. No he encontrado a nadie que conozca por aquí y ya estaba poniéndome nerviosa. Claro, lo más probable es que nuestros ex-compañeros hayan asistido a escuelas públicas.

    —Seguramente —asintió Renata, barriendo la estancia fugazmente.

    —Y dime, ¿qué hiciste en las vacaciones? —indagó Ivonne, sonriéndole amigable, pero curiosa.

    —Ah bueno, nada productivo, la verdad —confesó la castaña, ahora mirando a través de la ventana.

    —¿Cómo así? ¿No fuiste a algún sitio a pasear?

    —No.

    —¿No fuiste a visitar a tus parientes?

    —No.

    —Al menos saliste de tu casa, ¿cierto?

    —Claro, acompañaba a mamá a hacer el mandado.

    —No me refiero a eso, Renata. Me refiero a salir con tus amigos, a ir de fiesta, ya sabes —Ivonne frunció el ceño, extrañada.

    —¿Eso? Entonces no —Renata ni lo pensó.

    —Cielos —Ivonne se sorprendió mucho—. ¿Y en qué se supone que gastaste tus hermosas vacaciones de verano? ¿Acaso te la pasaste frente al televisor todo el tiempo?

    —Por supuesto que no. Fue frente a la computadora.

    —¿Y qué puedes hacer en la computadora que te ocupe todo el verano? —quiso saber la chica por demás extrañada.

    —Muchas cosas.

    Y así era. Todos los pasatiempos de Renata se hacían estando frente al ordenador, entre los que figuraban ver en línea las últimas series de televisión que salían y que eran de su agrado, así como ver algunas series animadas tanto estadounidenses como japonesas, e incluso de estos últimos, también leía constantemente los llamados mangas. Además, tenía cuentas en varias páginas en la red que contenían los denominados “fanfics” que ella gozaba de leer, así como de algunas obras originales de los propios usuarios. Por si fuera poco, recientemente había adquirido un ligero gusto por los videojuegos, así que le dedicaba a los mismos gran parte de sus horas.

    —Pero bueno, ahora dime tú qué hiciste en las vacaciones —indagó Renata dirigiéndose a su compañera antes de que insistiera en que le contara qué cosas hacía en el computador; sería demasiado rollo explicarle todo.

    —Ah sí, hice mucho. Fui de viaje con mi familia a la playa y hasta fuimos a otro estado a visitar a unos tíos…

    Ivonne relató felizmente lo que había hecho durante el verano y Renata se limitó a escucharla la mayor parte del tiempo en silencio, aunque de vez en cuando hizo comentarios con respecto a algunos incidentes y se rio con otros. A decir verdad, lo pasó muy bien escuchándola y la joven Valdés no puedo evitar sentir un poco de envidia de la personalidad tan sociable y agradable que Ivonne tenía. Sin embargo, su conversación tuvo que terminar porque el profesor de la primera clase hizo acto de presencia cuando dieron las siete de la mañana y el timbre sonó, mandando tranquilizar y silenciar a los revoltosos estudiantes. De esa manera, se dieron por iniciadas las clases de ese nuevo curso escolar.

    Por el momento es todo, espero que les haya gustado.
    ¡Gracias por leer! :)
     
    Última edición: 27 Enero 2017
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    Ichiinou

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    Creo que me parezco mucho a Renata o al menos mi yo adolescente se parecía. (?) Me gusta. Redactas muy bien y haces la lectura amena. Y bueno, la actitud de Ivonne me agrada, a ver si se hacen amigas y eso le viene bien a nuestra protagonista.

    Por ahora no hay mucho que comentar, solamente quiero alentarte a seguir con la historia, que pinta muy bien.

    ¡Un saludo! :)
     
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  3. Threadmarks: Ronda 2: Clubes
     
    Borealis Spiral

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    @Ichiinou ¡Gracias por leer y comentar! Lo aprecio mucho y me hace feliz. Me alegra que te sintieras identificada con Renata, o al menos tu yo adolescente xD Eso quiere decir que ya he logrado mi objetivo de hacer sentir algo con esta historia n.n Espero que la historia sea de tu agrado conforme avance. ¡En verdad agradezco el apoyo! :3

    A los demás que se pasan a leer, también agradezco que lo hagan; valen oro. A ustedes va dirigido el siguiente capítulo. ¡Disfruten!

    Segunda ronda:
    Clubes

    Como Renata suponía que pasaría, las primeras clases consistieron en las típicas presentaciones cada que un profesor nuevo aparecía, quizás hasta haciendo alguna actividad que el maestro les ponía para conversar con sus nuevos compañeros; además de darles un resumen general de todo lo que verían durante el año en la respectiva clase. Así pasaron los primeros períodos de 50 minutos cada uno hasta que llegó la hora del receso a las 9:30. Renata e Ivonne decidieron almorzar juntas, por lo que salieron del salón y fueron a buscar un sitio donde disfrutar sus alimentos, los que no tenían que comparar en el negocio de la escuela ya que cada una traía su lonche. Encontraron un espacio libre en uno de los edificios laterales, cerca de la cancha de voleibol.

    —Por cierto, Renata, ¿ya has decidido a qué club ingresarás? —cuestionó Ivonne en medio de la plática que tenían, interesada.

    —¿Club? —Renata la miró confundida, tomándole a la botella con agua de sabor que también preparaba en casa.

    —Sí. Creo que la decisión no debe tomarse a la ligera dado que estarás en él los tres años, así que debe ser algo que te guste mucho.

    —Ah bueno, eh… —Renta frunció el ceño, inquieta. ¡Qué molestia! Ella no quería trabajar de más; suficiente tenía con las clases normales como para agregarle las actividades de un club—. No creo que me anote a ninguno. Sería demasiado complicado.

    —¡Renata! No puedes no anotarte; es obligatorio hacerlo si quieres graduarte. ¿Qué no leíste la guía del instituto que te dieron cuando te inscribiste por primera vez?

    Renata abrió los ojos en completo pánico. ¿Obligatorio para graduarse? ¿Estar en un club? ¿La guía de la escuela? Recordó que sí le habían dado un librito pequeño cuando se inscribió, pero no le dio importancia por lo que terminó dejándolo por allí, en algún lugar de la casa; después de eso no volvió a verlo. Se cubrió el rostro con las manos, por demás desconsolada. ¿No podía escaparse de estar en algún club? ¡Qué fastidio! ¿Por qué le pasaba esto a ella? Pensó que lo pasaría de lo más tranquilo estos años en preparatoria, pero ya no estaba tan segura. ¿Qué hacer para evitarlo? ¿Qué hacer? Descubrió su cara y miró a su nueva amiga con seriedad.

    —Oye, Ivonne, si te pido que me mates, ¿lo harías?

    —¡Por supuesto que no! Vamos, no puede ser tan malo. Hay mucho de dónde escoger, sólo elige algo que te guste hacer.

    —Ese es el problema —aceptó la joven, colocando un codo sobre su muslo para apoyar la barbilla en la mano—. No me gusta nada.

    —¿Nada de nada?

    —Nada de nada.

    —Eso no es normal.

    —Supongo que no soy normal —consintió Renata con una ligera sonrisa.

    —Pero de verdad, debe existir algo que llame tu atención al menos un poco —insistió Ivonne, pensativa—. A ver, ¿qué tal los deportes?

    —¡Fuchi! —La castaña hizo cara de asco—. No se me dan para nada bien, debiste verlo en secundaria. Mis reflejos están peor que los de un muerto.

    —De acuerdo, nada de deportes entonces. ¿Qué tal el club de teatro? Sé que eres muy inteligente, siempre te aprendías las preguntas de los cuestionarios que nos daban para los exámenes, así que creo que serías buena aprendiéndote el guion.

    —Podría, pero soy pésima actriz.

    —Podrías aprender a actuar, ¿cierto?

    —No estoy segura, además, sin la motivación suficiente no importa lo mucho que practique, al final terminaré siendo como un robot sin expresión que recita diálogos…

    —Y que tiene ojos de pez muerto —la interrumpió Ivonne, incapaz de contener la broma.

    —Sí, eso también —concedió ella, riendo divertida.

    —Entonces tampoco serías de gran ayuda en el club de oratoria o poesía dado que también le ponen sentimiento al habla, ¿verdad? —Renata asintió con ímpetu e Ivonne suspiró—. Vaya, sí que eres difícil de complacer, pero hey, creo que después del receso algunos clubes se promocionarán entre clases, por lo que quizás haya uno que te interese, ¿qué tal?

    —Pues ya qué, aunque insisto que no estoy emocionada para nada —Renata se resignó—. ¿Hay límite de tiempo o algo? ¿O tengo que decidirlo de una vez?

    —En serio no leíste la guía, ¿eh? Bueno, hay un margen de dos semanas para que te registres a alguno, pero creo que después tienes otra semana para cambiarlo en caso de que no te guste. Igual, no dejes las cosas para el último momento o te meterás en problemas.

    Renta suspiró, estando consciente de que ese era otro de sus peores hábitos. Al poco rato, dieron el timbre para que entraran a clases nuevamente, las que consistieron prácticamente en casi lo mismo que las tres primeras, aunque claro, esta vez sí que tuvieron algunas intervenciones de clubes que decidieron promocionarse, entre los que mayormente figuraron los de deporte como el fútbol, básquetbol y voleibol; aunque también hubo otros como el de lectura, el de ciencias, el de artes y hasta de jardinería y baile. En verdad había una gran variedad de la cual escoger, mas a Renata ninguno le provocó un click de pasión en su interior; de hecho, cada que describían las actividades del club era como si le propinaran un fuerte golpe y sus pocas ganas por formar parte de uno se volvieron nulas en totalidad. De aquella forma, la escuela concluyó y todos se prepararon para irse de allí o para dirigirse de una vez al club de su elección con tal de anotarse.

    —¿Y? ¿Alguno llamó tu atención? —indagó Ivonne, incauta, en tanto caminaban por el pasillo. Renata tan sólo negó con la cabeza—. No puede ser, en verdad no quieres estar en un club. No es con mala intención que te lo digo, pero esa actitud no te llevará a ningún lado que no sea al camino del fracaso.

    —Descuida, ya me lo han dicho y llevas razón. Por cierto, ¿a ti te llamó la atención alguno?

    —Sí, el club de lectura. Me encanta leer.

    —Ya veo, me alegro por ti.

    —¿Por qué no lo intentas, Renata? ¿Te gusta leer?

    —Claro que me gusta, pero… —“Leo cosas diferentes a las que podrían leer en el club”, pensó con incertidumbre antes de seguir—. No lo sé, leer ese tipo de cosas cultas como biografías o libros históricos no es mi fuerte. Además, tener que hacer un reporte de cada capítulo es demasiado. Imagínate que se juntara con el que seguro nos pondrán a hacer en la clase de literatura. Qué horror.

    —A mí se me hace que lo único que tú tienes es flojera.

    —Pues sí, tampoco te lo voy a negar.

    —No seas así, Renata. ¿Dónde piensas dejar tu brillante futuro si sigues con ese pensamiento?

    —Enterrado.

    —¿Y estás bien con eso?

    Renata se encogió de hombros, indiferente al tema e Ivonne no pudo más que mirarla con lástima, pues estaba desperdiciando un gran potencial. Sabía que Renata era alguien inteligente, siempre había tenido buenas notas en secundaria y a veces se preguntaba cómo era eso posible si siempre parecía llevarlo todo tan a la ligera y sin preocupaciones de nada; ni siquiera estudiaba para los exámenes. Ivonne comprendió que Renata tenía el potencial para triunfar en todo lo que se propusiera en la vida, pues era lista y seguro que tenía talento para el estudio, ya que no debía esforzarse para sacar buenas notas; sin embargo, la castaña estaba desperdiciando esas habilidades al no tomarse las cosas en serio y eso la exasperaba, pues qué daría ella para tener la capacidad de su amiga. A pesar de eso, tampoco creía que pudiera decirle nada a Renata, porque sus respuestas anteriores le dieron la sensación de que pasaría de ella completamente; además, era la vida de su amiga, no la suya. Eran sus decisiones, así que no quería meterse tanto y parecerle un incordio; suponía que con su familia tenía más que suficiente.

    —Mira, el mural de la escuela —Ivonne señaló el gran tablero que se hallaba en un lugar estratégico de la planta baja y donde se colocaban las noticias, eventos y demás cosas que tuvieran que ver con el colegio—. Apuesto a que han colocado panfletos de los diversos clubes. ¿Por qué no vamos a ver? Tal vez halles uno de tu agrado que no hayamos pensado o que no se haya promocionado todavía.

    —No tengo prisa para anotarme a un club. ¿No podemos dejarlo para después? Tengo tiempo.

    —Oh vamos, no seas así. Anda.

    Ivonne la sujetó de la manga del suéter y la arrastro con ella para ir a observar bien el mural de noticias, el que efectivamente estaba repleto de papeles y tarjetas coloridas y llamativas de muchos clubes, los que aparentemente se esforzaron por hacer buena promoción por medio de la vista. Renata recorrió cada uno de los anuncios, sin prestarle atención al formato o a la estética, sino que simplemente se concentró en leer el nombre del club.

    —¿Qué tal el de música? —sugirió su amiga al ubicar el panfleto de dicha actividad—. ¿Sabes tocar algún instrumento?

    —Ninguno —negó Renata fijando sus orbes cafés en uno de los tantos papeles.

    —¿Qué tal si te anotas como cantante?

    —Tampoco sé cantar —volvió a negar, sin apartar su atención de aquel específico rótulo—. Soy muy desafinada y ya te he dicho que no pongo sentimiento.

    —¿No te gustaría intentarlo al menos?

    —Preferiría algo en lo que no tenga que pararme sobre un escenario o plataforma.

    —¿Y eso por qué? —Ivonne ladeó la cabeza, extrañada—. ¿Pánico escénico?

    —No del todo. En general me da igual el público, pero no me gusta la sensación que dan los escenarios. Creo que van más para gente realmente importante o apasionada. Ya sabes, gente que en realidad merezca estar sobre uno.

    Ivonne no dijo nada al respecto y se limitó a observar la concentrada expresión de Renata que parecía no querer perder detalle del objeto de su interés y sumamente curiosa por saber qué captó la atención de alguien tan displicente como lo era Renata Valdés, también dirigió su visión al mismo punto, sorprendiéndose un poco.

    —¿Ajedrez? —preguntó con una chispa de incredulidad, mirando a Renata otra vez—. ¿Te gusta el ajedrez?

    —En realidad no —replicó la castaña, tajante, desviando su atención de la publicidad.

    —Pues mirabas ese panfleto del club de ajedrez con demasiado interés como para que no te guste. ¿Al menos sabes cómo jugarlo?

    —Más o menos.

    —¿Entonces sí lo has jugado? —Ivonne se mostró intrigada.

    —Sí, aunque no puedo decir que fuera por voluntad propia —explicó la otra, con monotonía—. Jugué cuando era más pequeña algunos años y casi que obligada. Mentiría si dijera que lo disfruté o que me gustó.

    —¿Entonces tampoco te inscribirías a este club?

    —Definitivamente no. Es más, de todas las opciones, sería la última.

    —¿Tan mal te pareció? —Ivonne se asombró un poco.

    —Fue horrible, el ajedrez es espantoso. Tienes que ser un buen estratega, usar la lógica, anticiparte a los movimientos del otro, pensar demasiado —Renata suspiró, agotada—. En resumen, es demasiado trabajo.

    —Así que en verdad eres una holgazana, ¿eh? —susurró Ivonne con decepción.

    Renata rio ligeramente a modo de aceptación, completamente cínica, antes de decirle que ya después haría algo con eso de los clubes, por lo que sin más remedio, Ivonne no insistió, así que las dos se dirigieron a la salida, encontrándose con que en el patio frente a la gran puerta había un par de chicos que continuaban dando publicidad a su club. En cuanto uno de ellos las interceptó, se acercó a ellas, ofreciéndoles los impresos que les daban a los estudiantes. Se trataban también del club de ajedrez y un poco renuente, casi obligada por Ivonne para no parecer grosera, Renata lo tomó.

    El papel tenía información acerca del club, describiéndolo brevemente, además de decir qué sala era la indicada y con qué profesor tenía que acudir para obtener la aplicación, dónde podían encontrarlo y los días y el horario del club. Renata sacudió la cabeza y continuó con su camino para regresar a casa en compañía de su amiga. No quería considerar el ajedrez siquiera una opción; simplemente no le gustaba nada.


    Por el momento es todo. ¡Gracias por leer!
     
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    Ichiinou

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    Al final se anotará al club de ajedrez, si es más que obvio. <3

    Me ha gustado el capítulo, pero vamos, que Renata es una floja, definitivamente se parece a mí. e__e

    Has tenido algunos despistes, pero nada grave. Tienes que repasar más los capítulos antes de publicar. :3

    ¡Un saludo! :)
     
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  5. Threadmarks: Ronda 3: Club de Ajedrez
     
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    @Ichiinou ¡Gracias por leer y por tus palabras! Lo valoro mucho y me animan a seguir. Efectivamente, la historia girará en torno al ajedrez y quienes lo practican, así que espero sea de tu agrado el avance. De veras que intento revisar los capítulos bien, pero soy demasiado floja ._. Los releo un par de veces y me fastidio xD Igual, intentaré estar más pendiente de esos despistes :3 ¡Gracias por el consejo!

    A los demás que se pasan a leer ¡muchas gracias! Lo aprecio un montón. Espero que esto siga gustándoles y aviso que estaré trabajando con bastantes personajes, por lo que el desarrollo se tornará algo lento (uy, qué novedad si se trata de mí, ¿eh?), pero espero que puedan ser pacientes junto conmigo. Sin más, le dejo el capítulo. ¡Disfruten!

    Tercera ronda:
    Club de Ajedrez

    —¡Adelante, vamos, únanse al club de ajedrez! —gritó Joaquín López cumpliendo con su comisión como anunciante.

    —Eso es, no le tengan miedo. Nosotros lo hacemos más divertido de lo que parece —apoyó Cornelio Mejía elevando la voz, repartiendo volantes a diestra y siniestra—. Y si no saben jugar, no importa; nosotros les enseñamos, sólo necesitamos espíritu de aprendizaje.

    —¿Y qué? ¿Te alistarías tú para instruir a los novatos? —le preguntó Joaquín con escepticismo, acomodándose sus anteojos.

    —No es la mejor visión, pero es lo menos que puedo hacer teniendo en cuenta que Fabián y Enrique han trabajado tanto por hacernos publicidad —arguyó Cornelio sin dejar su trabajo.

    —Sí, tienes razón —aceptó Joaquín—. No hay que dejar que los de segundo año se lleven toda la gloria, ¿eh?

    —Ya lo creo que no —Cornelio rio con ánimo.

    —¡Perfecto, el club de ajedrez!

    Una voz interrumpió su conversación y de estar los dos jóvenes de espaldas a la puerta principal, dieron vuelta sobre su eje para encarar la entrada, encontrándose con otro chico, de tez bronceada, altura promedio, cabello de un curioso tono cobrizo y cuyos ojos miel los miraba con emoción incontenible, en tanto sostenía su mochila sobre su hombro izquierdo.

    —¡Sí, somos del club de ajedrez! ¿Estás interesado? ¿Eres de primero? —quiso saber Cornelio, emocionado también de que al fin alguien mostrara interés en el ajedrez.

    —¡Vaya que lo estoy! Y sí, he ingresado este año, pero soy del turno vespertino —informó el joven, amigable.

    —Oh, de la tarde —La euforia de los de tercero se vino a pique.

    —¿Es algo malo? —El chico de quince años se preocupó—. No me digan que no hay club de ajedrez en la tarde. ¡Demonios! Entonces definitivamente tengo que pedir mi cambio de turno.

    —No, no, para el tren, chaval —lo tranquilizó Joaquín, acomodándose sus anteojos otra vez—. Sí que hay club en la tarde, aunque con la graduación pasada han de haber quedado pocos. Toma uno de nuestros volantes, allí está la información del profe Humberto Meza, es el asesor del club para ambos turnos. Él te dará la demás información de tu club.

    —Ya veo, gracias, empezaba a preocuparme. Bueno, debo irme, nos estamos viendo. Muero por jugar con ustedes, así que espero que sea posible. Adiós —El joven se despidió y se adentró a las instalaciones escolares.

    —¡Qué envidia! —se quejó Cornelio, apesadumbrado—. Los de la tarde tienen nuevo recluta y nosotros todavía no podemos encontrar uno. Es frustrante.

    —Enrique dice que la gente llegará a su tiempo, así que seamos pacientes y continuemos con nuestro quehacer.

    —Sí, sí.

    De esa manera, el dúo de compañeros siguió con su labor de encontrar miembros para el club.

    *************

    Rogelio Montero y Fabián Cuevas, siendo ambos de segundo año, se hallaban en la sala designada para el club de ajedrez, en paciente espera de que en algún momento alguno de sus colegas entrara con buenas noticias en cuanto al reclutamiento. Rogelio era un chico corto de estatura y pasado en kilos, pero ciertamente muy vigoroso en espíritu; Fabián era más bien delgado, rubio oscuro y de ojos cafés, además de ser el presidente del club. En su primer año allí, Fabián había demostrado gran capacidad de liderazgo además de una seria responsabilidad, por lo que en cuestión de meses, el anterior presidente lo nombró como el vicepresidente y mano derecha, acostumbrándolo a las tareas del club, preparándolo para cuando se graduara, heredándole así el cargo de presidente. No hubo objeción alguna por su acenso, ni siquiera por parte de los mayores, quienes aceptaron su capacidad, así que allí estaba ahora, sentado frente a una de las mesas que había en la sala, jugando un partido amistoso con Rogelio, aunque en realidad sin dejar de pensar en todo el asunto con los nuevos ingresados y la necesidad de miembros para el club.

    Había hecho una pequeña investigación en cuanto a la historia del club de ajedrez de la preparatoria Ángel Anguiano con la ayuda del profesor Humberto. No había sido de los clubes iniciales y típicos como los de deportes físicos, sino que se había fundado algunas generaciones después gracias al esfuerzo de un amante de este deporte de guerra psicológica. El inicio había sido complicado, con poco apoyo, pocos miembros, poco ánimo; sin embargo, conforme el tiempo pasó, el club fue tomando fuerza y forma, se vio entusiasta y se puso metas graduales hasta que consiguió no sólo que algunos de sus miembros ganara el torneo regional preparatoriano, sino que el estatal también y por varios años. Incluso tuvieron la oportunidad de llegar al torneo nacional, aunque en éste terminaban perdiendo siempre en las primeras rondas. Con todo, el club había llegado más alto de lo que quizás su inicial fundador hubiese imaginado; podría decirse que incluso estuvo en su auge.

    No obstante, eso había comenzado a cambiar desde los últimos diez años o poco más. La voluntad de los participantes en el club fue menguando hasta que se convirtió en desilusión total cuando sus victorias fueron reduciéndose de tal manera que ni siquiera llegaron a acumular los puntos suficientespara pasar del torneo regional con un buen puesto. El club empezó a desmoronarse y la fama que en algún momento pudo darle a la escuela se vio resumida en una neblina que el triunfo de otras escuelas desvaneció. Así, el número de integrantes que participaban en ajedrez o que se mostraron verdaderamente interesados se redujo. De allí que ese inicio de año escolar, después de la anterior ceremonia en la que tres de los miembros matutinos y dos de los vespertinos del club de ajedrez se graduaron, el club tan sólo contara con cinco integrantes en la mañana y tres en la tarde. Y Fabián supo que si esto continuaba así, el club podría darse por disuelto de un día a otro.

    Admitía que en un principio no le fueron de mucha incumbencia los problemas del club, ni siquiera cuando el anterior presidente le dijo que podrían quitarlo. Claro, a él le gustaba el ajedrez; desde el momento en que supo cómo jugarlo, desde que comprendió realmente qué implicaba le gustó; pero siempre se consideró a sí mismo como alguien más bien pasivo a la hora de tomar acción, por eso siempre prefería disfrutar de ver y analizar un buen partido antes que participar en uno. Sin embargo, al final tomó la decisión de hacer algo para que este club no desapareciera; no tanto por sus propios designios, sino por los de aquellos que en verdad amaban con vehemencia el deporte: por sus compañeros graduados, por Cornelio, Joaquín, Rogelio y por supuesto, por Enrique Acosta, su compañero, su mejor amigo, el quinto integrante del club, aquel que seguramente era quien mayor talento tenía y quien más amaba el ajedrez de todos allí, por lo que era el alma del club, el optimismo en persona, el valor, el esfuerzo, el as.

    Por eso había pedido permiso en la dirección para que los dejaran repartir volantes a la hora de salida; porque la publicidad que se colocaba en el tablero no era suficiente para atraer a más personas. Aparentemente nadie hacía reparticiones de esta clase porque podía resultar un tanto vergonzoso, o porque no querían obstruir demasiado la puerta principal, o simplemente porque no lo necesitaban; pero ellos sí que lo requerían. Afortunadamente, obtuvieron el permiso y Fabián se alegró de que fueran Joaquín y Cornelio quienes se ofrecieran a distribuir los panfletos, ya que al ser de tercer año, la confianza, reputación y respeto que los demás les tenían estaría a su favor. Pero eso no había sido todo, sino que también mandó a su mejor amigo a pegar los anuncios en cada salón, ventana, pared y rincón necesario.

    Y precisamente en ese instante, habiendo terminado con su misión, Enrique Acosta hizo su aparición en la estancia con una amplia sonrisa de satisfacción en su rostro, rebosando energía. Él era un poco más alto que el promedio a sus dieciséis años, su cabello era negro y lo peinaba hacia arriba con gel, además de que sus brillantes ojos grandes y marrones siempre delataban su estado de ánimo, el que normalmente permanecía alegre.

    —¿Terminaste con los folletos? —inquirió Rogelio al verlo, desatendiendo un momento el tablero.

    —Sí —contestó con potencia—. No es por exagerar, pero creo que tapicé toda la escuela.

    —Buen trabajo —lo felicitó Fabián mientras Rogelio reía con la nariz.

    —¿Pero en verdad está bien pegar todos esos papeles por todos lados? —indagó Enrique un poco preocupado, sentándose en la mesa que estaba a un lado de la que ocupaban sus compañeros, quedando paralelo a su amigo rubio.

    —Claro. El director lo consintió siempre y cuando los quitemos al finalizar esta semana, así que está bien —explicó el presidente con tranquilidad, volviendo su atención a la partida.

    —Aw, estoy súper emocionado —confesó Enrique moviéndose inquieto sobre su silla, incapaz de ocultar el sentimiento—. Ansío saber qué tipo de personas serán los nuevos integrantes. Espero jugar mucho con ellos.

    —Lo dices fácilmente porque eres el as —se quejó Rogelio—. Seguro que no te gana ninguno de ellos.

    —Vamos, tampoco es así; como todos aquí, no soy más que un aficionado.

    —Lo sé, ¿pero qué tal si son novatos en ajedrez y no saben jugar bien? —insistió el regordete.

    —Entonces está bien, no importa —Enrique sonrió a plenitud—. Yo les enseñaré lo mejor posible, tal como lo hice contigo, Rogelio. De los aprendices serías el mejor, así que también deberás enseñarles y poner buen ejemplo.

    —¡Wow, qué presión! Pero haré lo que pueda.

    —Tan sólo cuídate de que no te sobrepasen mucho y vuelvas a ser el novato —lo molestó Fabián, divertido.

    —¡Oh, tú sí que puedes ser cruel, eh! —se quejó el joven, ganándose las risas de los otros.

    —A mí no me molestaría que me rebasaran —declaró Enrique, honesto—. Sería interesante que alguien de los recién llegados fuera tan bueno como para derrotarme, ¿cierto, Fabián?

    —Estoy de acuerdo —asintió el rubio—. La sana rivalidad entre miembros de un grupo puede sacar lo mejor de cada individuo, así que el equipo mismo se fortalece. No obstante, debemos ser cuidadosos de que esa rivalidad no se tome sumamente personal y se convierta en una obsesión por ser el número uno. Si eso llega a pasar, la persona se amarga a sí misma, olvida que el objetivo de los deportes o los pasatiempos es pasarlo bien, aun cuando es una competencia oficial, y con eso, se destruye poco a poco al no soportar la presión que se impone a él mismo.

    —Cielos, Fabián, dices cosas increíbles y muy maduras —halagó el pelinegro, mirándolo maravillado.

    —Es verdad, ese es nuestro presidente, estoy orgulloso —apoyó Rogelio, fingiendo que se limpiaba unas lágrimas imaginarias.

    —¿Por qué siento que a veces no me respetan? —cuestionó Fabián, ligeramente avergonzado y los otros no pudieron responder porque se echaron a reír; luego, escucharon el timbre.

    —Ya comenzaron las clases de la tarde —murmuró Rogelio.

    —Correcto, son las dos y media —confirmó Fabián mirando la hora en su celular—. Joaquín y Cornelio no tardan en volver.

    —Espero que hayan tenido éxito —comentó Enrique, ilusionado.

    Los tres quedaron en silencio en lo que Fabián y Rogelio continuaban con su partido, hasta que algunos diez minutos después, los jóvenes de tercer año hicieron su aparición, colorados y acalorados.

    —¡Ufff, qué horror! Estar bajo el sol es espantoso, no importa que no te muevas mucho —gimoteó Cornelio, deshidratado.

    —¿Cómo les fue? —preguntó el presidente Cuevas con interés, en tanto los dos se instalaban en las sillas restantes.

    —No muy bien, de hecho —confesó Joaquín a manera de suspiro—. Dimos muchos volantes, pero nadie se mostró especialmente atraído a unirse.

    —Ya veo —El rubio se llevó una mano al mentón, pensativo.

    —Oh, pero sí que habrá alguien más en el club de la tarde —intervino Cornelio al recordar al chico de cabello cobrizo.

    —Es verdad, parecía bastante motivado —concordó el de anteojos—. Es una pena que no hubiese sido de nuestro turno.

    —¡Qué más da! —se metió el as Acosta, eufórico—. Si le gusta el ajedrez lo suficiente no importa que esté en la tarde. Después de todo, ambos clubes son como uno mismo ya que pertenecemos a la misma escuela y eso significa que podemos considerarlo también nuestro logro. Además, ya les he dicho que estoy seguro de que con todo el esfuerzo que estamos poniendo por reclutar, la gente llegará en su momento, así que no hay por qué desanimarnos, ¿o me equivoco?

    —Para nada. Es verdad.

    —Tienes razón.

    Todos estuvieron de acuerdo, sintiéndose alentados por las palabras de su jugador estrella. Mientras tanto, Fabián continuaba en sus pensamientos, unos algo inquietantes que lo llevaron a fruncir el ceño en mortificación. El club de ajedrez vespertino no era exactamente como el suyo. Al contrario de ellos, en la tarde no había alguien de vivaz espíritu como Enrique y parecía que desde hacía algunos años se habían resignado a permanecer en las sombras del club matutino al no mantener un resultado satisfactorio contra el mismo; por ello, sus integrantes eran más bien antipáticos y no tomaban muy en serio sus actividades. Y el rubio rogó que su desaliento o amargura no hiciera mella en aquel joven y lo desmotivaran, pues si eso pasaba, lamentablemente no sería la primera vez.

    Es todo por ahora. ¡Gracias por leer!
     
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    Ichiinou

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    Uhm, vale, pues sí, ya veo el rumbo que va a tomar la historia. Este capítulo se me ha hecho un poquito aburrido, pero creo que es por el mero hecho de que es informativo, para informarnos sobre el club de ajedrez y demás. Eché de menos un poco de acción para la historia, no sé si me explico.

    Tienes algunos despistes todavía, nada grave. Pero redactas bastante bien y se nota. :)

    Espero el siguiente capítulo.

    ¡Un saludo! :)
     
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  7. Threadmarks: Ronda 4: Turno vespertino
     
    Borealis Spiral

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    @Ichiinou Gracias por leer y por se tan honesta con respecto al capítulo; lo valoro mucho :3 Creo que habrá varios capítulos informativos, de historia e incluso técnicos pues planeo redactar algunos partidos en un futuro, así que no sé que tan aburridos puedan llegar a ser. Tampoco estoy segura a qué clase de acción te refieras, pero espero que el desarrollo sea de tu agrado. En verdad agradezco tus palabra y apoyo ^u^
    @The unknown user gracias por esos "me gusta". Me hacen feliz <3

    A los demás que se pasan a leer también les doy las gracias, aprecio el tiempo que se hacen. Y bueno, dejo aquí el siguiente capítulo que espero les guste. ¡Disfruten!

    Cuarta ronda:
    Turno vespertino

    La noche había caído, cubriendo de penumbras la ciudad, lo que no era de extrañar si ya pasaban de las nueve y las clases habían acabado hacía varios minutos. Jasiel Romero se hallaba justo frente a la sala que según las indicaciones del profesor Humberto Meza, era la designada para el club de ajedrez en ambos turnos. La estancia se hallaba vacía, sin iluminación y cerrada, lo que le pareció un poco extraño, pues había esperado que algún miembro del club estuviera atendiéndola en caso de que alguien que deseara inscribirse llegara, como era su caso. Había seguido las instrucciones de los chicos que le habían dado la información sobre el asesor y cuando se reunió con él a la hora del receso, el hombre clavo y barbón le dio la aplicación oficial. La llenó allí mismo, pero para que el adulto la autorizara, Jasiel debía dársela al presidente del club para que la firmara también.

    En realidad, él no entendía todo aquel proceso tan formal que había en esa escuela privada —después de todo siempre fue a escuelas públicas y económicas antes de lograr ingresar allí—, pero hizo lo que el profesor Meza le dijo y se dirigió a la sala del club en cuanto las clases terminaron, así que allí estaba, aguardando, de pronto deseando que su espera no fuera en vano y que no estuviera perdiendo tiempo a lo inútil, porque entonces su buen humor iba a esfumarse. Afortunadamente para él, un joven hizo acto de presencia a los pocos minutos, siendo evidente que debía tratarse del presidente o alguien del club con algún tipo de cargo importante como el de secretario, mano derecha o lo que fuese.

    —¿Eres Romero? —inquirió el recién llegado en tono acerado.

    —Sí, soy Jasiel Romero. Un gusto —respondió él, amigable.

    —El profe Humberto dijo que querías entrar al club y eso.

    —Así es, aquí está mi aplicación —Jasiel se la extendió, pero el otro no hizo ademán de querer tomarla.

    —Vaya, ¿y en serio quieres unirte a este club tan aburrido? —soltó ahora el joven de tercer año, agrio.

    —¿Disculpa? —Jasiel frunció el ceño, extrañándose, bajando el brazo al ver las nulas intenciones de que su aplicación fuera aceptada.

    —Mira, no es que sea el mejor club que haya, ni el más interesante o el más divertido. ¿Por qué no lo consideras mejor antes de que te ligues a nosotros? Sólo somos tres y dos somos de tercero; lo más seguro es que el próximo año el club se disuelva, así que ni caso que te anotes. Tampoco es que hagamos mucho que tenga que ver con el ajedrez, ¿sabes?

    —¿Por qué dices esa clase de cosas tan lamentables? —La voz del quinceañero resultó ser, más que sorprendida, molesta—. ¿Es que no toman en serio el ajedrez?

    La simple idea lo irritó, pero cuando la ácida risa de su acompañante inundó sus oídos, aquella irritación subió un par de niveles más, alcanzando su rostro y orejas, las que se calentaron ante la ira mal contenida que lo invadió, en tanto rechinaba los dientes, procurando refrenarse un poco de todas las palabras y probables insultos que su lengua quiso lanzar como púas venenosas, al tiempo que arrugaba el papel en su mano derecha cuando crispó los puños.

    —¿Qué más da si lo tomamos en serio o no? Eso no hará ninguna diferencia si la escuela es pobre en habilidad de ajedrez, ¿o sí? —La amargura en la voz del de tercero fue evidente—. ¿O qué? ¿Acaso eres de los que sueñan a futuro para convertirse en los mejores en lo que hacen? Por favor, estamos en el instituto; no tomes tan en serio los clubes. Mejor aprovecha tu tiempo en cosas que realmente valgan la pena. Yo por ejemplo, debo pensar en la universidad.

    —¿Entonces no te gusta el ajedrez? ¿Lo odias? —lo interrogó Jasiel, prometiéndose que si decía que sí a lo último, no aguantaría más sus impulsos y ofensas, pues nada le parecía más absurdo y desagradable que alguien que no sentía pasión por el que era su deporte favorito (o cualquier otra cosa) y aun así se inscribiera en clubes o se atreviera a participar en ello. ¡Por Dios que el ajedrez no se merecía semejante mediocridad! Mejor era tener a pocos que en verdad disfrutaran que a miles que no lo hicieran.

    —No importa que algo te guste mucho, si no tienes el talento para ello no sirve de nada —replicó el otro con acerbidad, casi con cierto rencor.

    Entonces no lo odia”, pensó Jasiel al detallar que no había dicho específicamente que no le gustaba. Tal vez en realidad sí disfrutara del juego y por ciertas cuestiones puramente desconocidas para él, sus ganas de luchar y mejorar habían desistido; de hecho, aunque Jasiel no puedo verlos bien por la poca iluminación eléctrica, los ojos del otro parecían resignados, conformes a una derrota total, como si no hubiese más salida. Si ese era el caso, entonces empezaba a sentir empatía por el sujeto y decidió en ese instante que lo ayudaría a recobrar ese deseo perdido; le daría un empujón, estirón o lo que fuera que necesitara para sacarlo del pensamiento de fracasado en el que estaba.

    Notó que su compañero no había dejado de hablar, sino que seguía con un discurso lastimoso y a su parecer un poco (bastante) patético sobre lo inútil que era esforzarse tanto si no se llegaba al premio, por lo que harto de su parloteo sinsentido, Jasiel acortó la distancia que los separaba y con potente fuerza, estampó la aplicación en el pecho del otro individuo, logrando que callara, sacándole un gemido de dolor.

    —¡Maldito crío! —se quejó el joven, tocándose la parte afectada con la mano, quedando la hoja en medio de su pecho y palma, mientras veía que Jasiel lo pasaba de largo como si lo que había hecho no fuera de su incumbencia—. Insolente escuíncle, ¿cómo te atreves a golpearme y más siendo tu superior?

    —¿Superior? —Jasiel detuvo su andar y se volvió lo suficiente para mirarlo, seguro de sí mismo—. Por supuesto, al ser uno o dos grados mayor que yo te debo el debido respeto en clases, pero en cuanto hablemos de ajedrez y sus términos, entonces es claro quién es superior.

    —Desgraciado. ¿Te crees mejor que yo? ¿Es eso? —Su amor propio se sintió muy ofendido porque su enojo fue evidente al hablar entre dientes.

    —Que tú y cualquiera en tu club de mediocres.

    —Infeliz, me las pagas…

    —Si te molesta tanto que te digan este tipo de cosas, ¡haz algo al respecto! —lo interrumpió el cobrizo, apuntándolo con el dedo—. Muéstrame que me equivoco, hazme tragar mis palabras, derrótame y búrlate de mi arrogancia sin fundamentos. En cambio, si no puedes, no olvides el sentimiento de impotencia, pero tampoco te dejes consumir por él. Recuerda la penosa sensación de la derrota y ódiala, luego, pelea por no volver a experimentarla y cuando estés listo, allí estaré, dispuesto a aceptar cualquier desafío que me lances para demostrar tu valor, si es que lo tienes, claro.

    Jasiel volvió a retomar su paso antes de que el otro lo detuviera.

    —¡Espera! —gritó con voz sofocada, logrando que el chico se volviera a mirarlo otra vez—. Procesaré tu aplicación y les diré a los demás lo que me has dicho. Puede que también decidan aceptar tu desafío.

    Jasiel sonrió de medio lado, satisfecho, al momento de declarar:

    —No podría pedir más.

    —En ese caso, nos vemos este viernes a horas oficiales del club. Lo haremos antes del próximo lunes que es cuando empiezan las actividades legítimas, ya que esta semana es principalmente reservada para las inscripciones.

    —Me parece perfecto, allí estaré.

    —Hasta entonces y por cierto, me llamo Pedro y soy el presidente del club. Cuando te derrote tendrás que darme una muy buena disculpa por tratarme con tanto irrespeto, mocoso sinvergüenza.

    —Ya lo creo que te la debo —aceptó Jasiel, sonriendo travieso—. La reservaré para ese día, Pedro. Ahora mismo ansío conocer y jugar con los demás miembros.

    —Ya lo harás, descuida. Adiós.

    —Pasa buenas noches, Pedro.

    Jasiel siguió su camino a la salida del instituto, ahora sí sin que nada lo detuviera, en tanto sacaba su celular y buscaba un número al que llamar. El repiqueteo del otro lado de la línea sonó un par de veces antes de que finalmente respondieran.

    Dímelo.

    —¡Hey! No me digas que dormías ya —saludó el cobrizo al escuchar la delicada y agradable voz femenina un poco rara.

    Nada de eso. Me agarraste con un pedazo de manzana en la boca.

    —Ah ya veo, cenabas. Aún falta para que yo llegue a casa y también muero de hambre. Me entretuve hablando con uno de los del club de ajedrez.

    Es verdad, ibas a inscribirte de una vez. ¿Cómo te fue?

    —No era lo que esperaba. Estos tipos no parecen estar dándole la importancia debida al ajedrez y honestamente eso me saca de mis casillas —se sinceró Jasiel en tono oscuramente irritado—. ¡Diantres! Las personas sin espíritu de lucha simplemente me parecen intolerables y exasperantes; no me las trago.

    ¿Entonces? ¿Planeas hacer el cambio a la mañana?

    —Lo había pensado muy seriamente desde que supe que iría por la tarde, pero no me molestó tanto dado que también había club de ajedrez y ahora que sé cómo está, bueno, mucho menos planeo irme.

    Hm, no sé por qué, pero creo que te estás contradiciendo.

    —Bueno, lo que pasa es que… —Jasiel hizo una pausa para ordenar sus ideas, al tiempo que detenía su paso unos segundos y miraba el oscuro cielo que era iluminado por las estrellas—. Es verdad que estos sujetos están desmotivados e incluso pueden parecer conformes con hacer nada al respecto, pero en realidad no es así. Al menos con quien hablé hoy me demostró que quiere algo diferente; sus ojos brillaron con intensidad cuando lo desafié. Eso significa que todavía hay esperanza para levantarlo y creo que a los demás también. Por eso me quedaré con ellos, para apoyarlos, para moverlos, para enseñarles a no rendirse. De alguna forma, ellos me necesitan y no pienso abandonarlos; claro, siempre y cuando estén dispuestos a aceptar mi ayuda.

    Oh, eres tan dulce, Jasiel.

    —¿Eh? —El chico sintió sus mejillas arder de vergüenza—. O-oye, no te burles de mí.

    No me burlo, lo digo en serio —argumentó su interlocutora, aunque aparentemente no pudo controlar una pequeña risa que no hizo más que abochornar en mayor medida al joven de ojos miel—. Y bueno, ¿cómo piensas darles el empujón necesario?

    —Ya hice el primer movimiento: herí su orgullo.

    El silencio reinó por unos segundos antes de que hubiera respuesta.

    ¿Heriste su orgullo? —Sonó sombría—. ¿Significa que estás haciendo el papel de chico malo?

    —¡Un segundo! —Jasiel abrió los ojos en pánico al oír la palpable inquietud de ella—. No es porque quiera hacerlo ni porque lo disfrute. Yo no soy como… como él. Es simplemente un intento, una prueba. Quería saber cómo reaccionarían ante una fuerte provocación, porque existimos personas que no hacemos nada a menos que seamos verdaderamente retadas o cuando nos tratan estrictamente y con dureza. Por eso tuve que entrar en ese tipo de papel, pero nunca lo haría a propósito para desmoralizar o herir a alguien deliberadamente como lo hace ése. Podré tener mi carácter fuerte, pero no soy un maldito desalmado que…

    Jasiel, Jasiel —La serena voz de la fémina lo tranquilizó—. Yo sé que no eres como él, no te angusties; no te comparaba ni te ponía en el mismo grupo o balanza. ¡Jamás! Sé que tus intenciones son buenas, pero no puedo evitar preocuparme. Jugar el papel de malo trae consigo riesgos y enemigos, ¿cierto? ¿Qué pasa si a tus compañeros no les agradas? ¿Estarás bien? ¿Y si te dejan de lado? ¿No te sentirás solo? Esa clase de cosas son las que temo.

    —Oh —Nuevamente, un cálido rubor se apoderó de su rostro y sintió aumentar la temperatura en grados desenfrenados. ¿Por qué la noche no podía ser más fresca? Jasiel carraspeó un poco para aclararse la garganta—. Err… Ah descuida, Cami, estaré bien. Si ser odiado por los demás es el precio que debo pagar por hacer algo que quiero y disfruto, no hay mucha pérdida. Además, si pasa algo un poco más severo, he de presumir que soy bueno defendiéndome en peleas y golpes.

    Tú disfrutas mi sufrimiento mental al imaginarme lo peor, ¿cierto? —reprochó ella.

    —Lo siento, lo siento, no era en serio —se disculpó el muchacho, riendo divertido—. Pero sí hablo en serio cuando te digo que no te preocupes por mí, ¿de acuerdo? Estoy luchando por hacer de mi tiempo de ajedrez en preparatoria tan divertido como el que tuvimos en secundaria… ¡No! Más divertido todavía. Con en eso en mira, nada puede ir mal, ¿correcto?

    Te daré razón. Divertirse es lo que importa. En ese caso, Jasiel, por favor goza al máximo y esfuérzate, ¿sí?

    —Lo haré, siempre.

    Con eso, continuaron con la conversación sobre cómo fue el día para ambos al tiempo que Jasiel llegaba a casa y cuando no hubo más que decir, colgaron. Jasiel saludó a su familia y luego se dirigió a la cocina para comer algo ligero antes de irse a dormir. Sí, sus planes eran divertirse cuánto le fuera posible, sin embargo, eso no quería decir que fuera la única de sus metas; ya no, pues ahora también debía hacer todo lo que estuviera a su alcance para mejorar y derrotarlo a él. Después de todo, había dado su palabra y no iba a incumplir una promesa tan importante.

    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer! :)
     
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    Saludos cordiales, gente. Aquí reportándome para traer un capítulo más de esta historia. Agradezco inmensamente a quienes se hacen el tiempo de leer esto :) Sin mucho que decir por hoy, dejo el capítulo que espero sea de su agrado. ¡Disfruten!

    Quinta ronda
    Rival

    Era un nuevo día y los periodos iniciales habían transcurrido de lo más normal, por lo que ahora cada uno de los estudiantes se mantenía fuera de las aulas, gozando de la media hora de receso que tenían para alimentarse bien, reponer fuerzas y soportar las próximas horas de estudio. Muchos almorzaban rápido para tener tiempo suficiente de jugar un poco con sus amigos y compañeros de clases a cualquier deporte; unos incluso alternaban la acción de comer y jugar dando bocados a sus alimentos en algún instante de descanso entre el partido. Otros, en cambio, degustaban sus comida lo más tranquilamente posible sin prisas de ningún tipo al no tener nada más que hacer para ese momento del día; tal era el caso de Renata Valdés e Ivonne Nájera, quienes disfrutaban también de una buena charla.

    —Wah, qué injusticia —lloriqueó Renata con desánimo palpable—. El profe de Mates es cruel. ¿Cómo se le ocurre dejarnos tarea tan rápido? Es el segundo día, por Dios. ¿Por qué no podía esperar hasta la próxima semana?

    —Por favor, no exageres, Renata —la reprendió Ivonne.

    —Es que no me gusta la tarea —confesó la castaña en tono infantil, inflando los cachetes.

    —¿Existe algo de la escuela que te guste?

    —Pues no, pero en especial la tarea.

    —¿Por qué sabía que dirías eso? —Ivonne suspiró, resignada—. Supongo que tu plan de esperar para anotarte a un club sigue en pie.

    —Bastante en pie —enunció la joven, tomándole a su agua—. Es increíble, pero cuando mamá llegó del trabajo y platicamos de cómo me había ido en el día también sacó el tema de los clubes. Parece ser que ya había leído la guía. ¿No es sorprendente? Mi madre estaba mucho más informada que yo al respecto y eso que ni asiste a la escuela. Es tan… wow.

    —De pronto no me asombra tanto —murmuró Ivonne para sí misma.

    —Por cierto, ¿ya te inscribiste tú al club que querías?

    —No todavía —negó la chica Nájera—. Pensaba hacerlo hoy después de clases. ¿Por qué no me acompañas y sirve que le das un vistazo? Tal vez te animes a unirte, al fin y al cabo es tan sólo lectura; no requiere un sinfín de trabajo y estaríamos las dos juntas. Sería genial, ¿no?

    —Supongo que suena bien —Renata lo pensó un poco, sin mayores ganas—. Y entonces podría pedirte que me platiques de qué trata cada capítulo en lugar de leerlo yo y hacer el reporte semanal en base a lo que me digas.

    —¡Por supuesto que no te diría! —se exasperó su amiga—. Cielos, ¿en verdad tienes la desfachatez de querer zafarte de tus responsabilidades a costa del trabajo de otros?

    —¿Eh? Estaba jugando. No lo haría —dijo Renata, honesta, mirando un punto al vacío—. Mi resultado debe ser exacto al de mi rendimiento, eso lo sé bien. Si mi rendimiento es bajo no tengo por qué esperar resultados altos; nadie puede salvarme de eso salvo yo. Además, es feo que carguen las tareas de otros en tus hombros. Me pasaba muy seguido en primaria y secundaria, aunque quizás tú nunca lo notaste porque no tuvimos la oportunidad de trabajar juntas, pero sí. Siempre que los profesores dejaban trabajo en equipo, mis compañeros me dejaban la mayoría del trabajo a mí, o lo más difícil; tal vez me creían capaz porque tenía buenas notas y concluían que podía hacer todo bien. Lo que fuera, la realidad es que era frustrante, agotador y muy molesto, pero nunca pude decir nada, nunca me defendí ni me negué y terminaba haciendo todo lo mejor posible. Después de todo, no sólo era mi calificación la que estaba en juego y no podía perjudicar a todo el equipo nada más porque no tenía ganas de hacerlo bien… Ah, acabo de recordar que puede que odie el trabajo en equipo más que la tarea.

    Ivonne quedó muda ante la experiencia que Renata acababa de contarle. Ser responsabilizado con tareas que no le pertenecían y que no tenía ni por qué llevar no debió ser agradable. Pensó ahora en la actitud de la castaña, creyendo que aunque quizás estaba sacando conclusiones demasiado rápido, tal vez era por esas vivencias que ahora era como era. Tal vez verse abrumada por hacer cosas que no debía hacer la llevó a adoptar una defensa y por eso su personalidad se transformó en una indiferente y negativa; quizás por eso odiaba tanto el trabajo. Con todo, a Ivonne le pareció lindo que a pesar de aquello, Renata siempre pusiera en primer lugar los intereses de sus compañeros y les diera una buena nota, aun cuando no se la merecían.

    —Oh Renata, en verdad eras una buena persona —le dijo después de unos instantes, conmovida—. ¿Quién habría imaginado que tienes un corazón de oro?

    —¿Pues cómo me veías o qué? ¿Como un monstruo? ¿Un ogro? ¿Un troll tal vez? Hm, aunque el último no me molesta tanto.

    —Creo que definitivamente puedo acostumbrarme a ti —le sonrió Ivonne, amigable y una extraña sensación se presentó en el pecho de Renata; algo plácido y templado que la hizo sentirse, si no querida, al menos comprendida o valorada de algún modo, por lo que no pudo evitar sonreírle de vuelta a su amiga.

    —Gracias, yo me la paso muy bien contigo.

    —Sí, un día de estos hay que salir a pasear por allí, ¿qué te parece?

    —Es que la verdad a mí no se me da eso.

    —No te preocupes, déjamelo a mí, yo te instruiré en el arte de socializar.

    Las dos se metieron en una conversación sobre la futura quedada para divertirse, en la que destacaron las grandes protestas de Renata y estuvo tan ocupada cada una en dejar claros sus intereses o desintereses, que no notaron que alguien las había estado mirando fijamente desde el lado izquierdo de donde se encontraban. Sin embargo, esa mirada se volvió más intensa y penetrante con cada minuto que pasaba, por lo que Ivonne no pudo evitar sentirla, así que dejó de hablar con Renata para mirar a su alrededor, ligeramente perturbada, hasta que sus ojos se encontraron con otro par, pertenecientes a una estudiante y que parecían lanzar chispas de… ¿molestia? Ivonne tragó duro, sintiéndose nerviosa. ¿Las miraba a ellas o a alguien cerca de ellas?

    —¿Qué pasa? —cuestionó Renta al notar el repentino cambio en la actitud de Ivonne, dirigiendo su vista al mismo sitio que ella—. ¿Qué pasa?

    —Esa chica —Ivonne señaló con disimulo a quien parecía mirarlas con tanta persistencia—. Creo que nos está viendo.

    —¿La conoces? —quiso saber la castaña, curiosa.

    —No, iba a preguntarte lo mismo.

    —No, tampoco la conozco. No me suena —Renata miró a la chica con escrutinio y descaro, como si haciendo eso pudiera cambiar el hecho de no conocerla.

    —Espera, no la mires tan directamente —le advirtió Ivonne y su intranquilidad se convirtió en miedo cuando vio que la muchacha se aproximaba a ellas—. Allí viene, ¿qué hacemos, qué hacemos?

    Y mientras ella se descomponía un rato, Renata continuó manteniendo su temple bajo control, esperando pacientemente a que la joven estudiante se colocara frente a ellas. Debía ser de la edad de ambas, posiblemente una nueva ingresada también, su tono de piel era moreno y parecía estar extremadamente cuidada, sus ojos eran cafés igual que los de la mayoría, pero indudablemente ardían de una forma increíble, casi temeraria; su cabello castaño oscuro, suelto y largo hasta media espalda estaba rizado, dándole a sus facciones adornadas de cosméticos y aparentemente libre de imperfecciones un toque encantador. En resumen, la chica era bonita, ¿pero qué podía querer de ellas?

    —¡Renata Valdés! —la nombró con tono de voz potente y autoritario, sobresaltando a las amigas.

    —¿Sí? —respondió Renata por inercia, pero confundida totalmente.

    Vio que la extraña rebuscaba algo en la pequeña cartera que llevaba en su mano, descubriendo que se trataba de la dama, o popularmente conocida como reina, una pieza de ajedrez que era y por mucho, la más poderosa. La de rizado cabello extendió su brazo al frente teniendo la pieza en su mano, mostrándosela a Renata.

    —¡Te reto a un duelo de ajedrez, Renata Valdés!

    —¿Eh? ¿Qué? Espera… ¿Qué? —La castaña intentó procesar lo que estaba pasando, sin mayores resultados.

    —Ya me oíste —volvió a decir la chica con seguridad y exigencia—. He estado practicando mucho para este día y por fin que te he vuelto a ver después de tres años es momento de que zanjemos de una vez por todas nuestros asuntos. Pudiste haber ganado muchas batallas, pero seré yo quien concluya la guerra con una aplastante victoria, así que prepárate mentalmente para tu inminente derrota. Por fin quedará claro quién de las dos merece el título de la Dama de Ajedrez, así que vamos. ¿Dónde y cuándo lo hacemos?

    Un pesado silencio se levantó sobre aquellos que presenciaban la escena, quienes sin duda alguna estaban en medio de un buen espectáculo y más incautos de lo que deberían ser, aguardaron una respuesta por parte de la joven Valdés. En tanto, Ivonne alternaba su vista de una chica a otra, por demás extrañada. Era evidente que la retadora conocía a Renata, y por ende, su amiga debía conocerla también, así que la miró en ansiosa espera, notando que la castaña cambiaba su inicial expresión de perplejidad por una más serena.

    —Lo siento, pero… —Renata hizo una pausa para mirar el suelo un momento, antes de volver a alzar su visión hacia su desafiadora—. ¿Quién eres?

    Un gruñido se escuchó seguido de otros sonidos sofocados, indicando que los indeseados espectadores luchaban por controlar la risa, y dándose cuenta de que estaba siendo el centro de atención de ese cuadro tan humillante, la provocadora se encendió en una cólera que enrojeció mucho más sus mejillas maquilladas.

    —¡Eres una insensible! ¡Por eso te odio, idiota! —gritó por demás indignada lanzándole la dama, que vino a estrellarse en el hombro izquierdo de Renata.

    —Ay —se quejó la herida, apenas con emoción, llevándose una mano a la zona afectada con indolencia—. Eso dolió.

    —¡Y a mí qué me importa que te duela! ¡Es más, me da gusto! —espetó la otra, histérica—. No puedo creer que perdiera contra alguien como tú que no puede ni recordar a sus eternos rivales. ¿Es que en serio eres bruta o te haces?

    —Bueno, tal vez si me recordaras tu nombre —sugirió Renata sin perder el temple.

    —¡Cállate! Eso es precisamente lo que iba a hacer sin que tuvieras que decírmelo —continuó la muchacha frunciendo el ceño en disgusto, señalándose—. Escucha bien porque no pienso repetirlo de nuevo, así que más te vale grabarlo de una vez en esa gran cabeza de aire que tienes, tonta. Yo soy quien llegará a ser la número uno en la región, la que portará el nombre de la Dama de Ajedrez de la ciudad, yo seré quien destrone al campeón estatal y llevará el nombre del estado a las nacionales y triunfará de seguro; sobrina del mejor instructor de ajedrez en la ciudad, Genaro de la Rosa. Yo soy Laura Sofía Robles de la Rosa.

    Una vez más, el ambiente se volvió sepulcralmente silente al tiempo que diversas expresiones se imprimían en las facciones de los presentes, entre las que se hallaron la incredulidad, el asombro y la diversión. En el caso de Renata, ella miraba a su interlocutora con un mohín en blanco, intentando encajar cada pieza del puzzle en su mente, poniendo a funcionar polvorientos engranajes hasta que la imagen de la persona frente a ella se volvió nítida; un rostro familiar e infantil, una obsesión insana por el título de Dama de Ajedrez y una personalidad aterradora. Renata chocó su puño con su palma en realización.

    —Lo tengo, ya te recuerdo —dijo al final, alegre—. Eres Lala.

    —¡No me llames así! —le rugió Laura con irritación—. Un peón vulgar no tiene el derecho de llamarme de esa forma tan familiar, así que no lo repitas.

    —¿Ah? —Su semblante se entristeció—. Pero Lala siempre será Lala.

    —Ya cierra la boca con eso y mejor dime cuándo y dónde nos vemos para hacerte pedazos de una vez.

    —Oh eso. Nunca.

    —¡Qué! —La lacónica respuesta de Renata exasperó a Laura—. ¿Cómo que nunca? No puede ser nunca. Tengo que vencerte por última vez y definitivamente. No me vengas con estupideces y dime cuándo quedamos.

    —Lamento tener que dejarte colgada, Lala, pero dejé de lado el ajedrez hace mucho tiempo y no pienso volver a jugarlo. Lo siento.

    Renata apenas alcanzó a terminar su oración cuando Laura se abalanzó sobre ella, sujetándola del collar del suéter, haciendo que se levantara para después estamparla con fuerza contra la pared del edificio de salones, alterando a todos los presentes en la escena, quienes se acercaron preocupados e incluso algunos le pidieron a la agresora que se tranquilizara, estando entre ellos Ivonne. No obstante, Laura hizo caso omiso de las advertencias sin apartar su mirada iracunda de la pasmada y algo temerosa de Renata, en tanto se sentía temblar de furia.

    —¡No te burles de mí, maldita sea! ¡No estuve practicando ni preparándome tanto para que me digas que no así nada más; como si no importara en lo más mínimo! ¡No descansaré hasta obtener mi revancha, me oyes! Así tenga que perseguirte hasta el fin del mundo para que aceptes un duelo, al final tú y yo jugaremos.

    Expresado lo deseado, Laura soltó a Renata con brusquedad; luego, recogió su pobre pieza que había quedado olvidada en el suelo y con una última mirada amenazante a Valdés, se fue de allí con porte digno y grandes ínfulas, atrapando la atención de algunos chicos. En su lugar y sin moverse, Renata permaneció cabizbaja e inconscientemente suspiró.

    —Renata —La voz de Ivonne la trajo de vuelta al mundo real y alzando la mirada, descubrió preocupación en el rostro de su amiga—. ¿Estás bien?

    —Sí, descuida —aseguró sonriéndole sin problema. En eso, el timbre del fin del recreo se oyó—. Hora de irse, Ivonne; no queremos amonestaciones por retrasos apenas empezar el año, ¿verdad?

    —¿Estás segura de que estás bien? —volvió a preguntar Nájera, siguiendo a Renata en su trayectoria al salón.

    —Claro, no te preocupes.

    —Pero esa chica fue muy ruda.

    —Oh, no tomes mucho en cuenta eso. Lala siempre ha sido un poco intensa.

    —¿Un poco? Diría que es mucho muy intensa.

    —Bueno sí —Renata sonrió condescendiente—. Igual, no pienses mucho en ello, ¿de acuerdo? Mejor démonos prisa.

    Y sin darle oportunidad a Ivonne de replicar nada más, Renata aceleró el paso, dejando atrás a la angustiada amiga. Ivonne sabía que su relación con ella no era lo suficientemente fuerte como para que le contara cosas delicadas, pero en ese momento esperó que algún día Renata tuviera la confianza de abrirse con ella, estaba dispuesta a escucharla y ayudarla si podía; quería ser una buena amiga para ella.

    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer! :3
     
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    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

    Tauro
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    Bien, bien, ya veo que Renata tiene un carácter medio difícil, pues mira que al parecer no le gusta nada. Sin embargo esta otra chica que se plantó ante ella e Invonne, ains, me produjo una antipatía que, para qué te cuento, sin embargo no voy a prejuiciar antes de conocerla mejor, quizás solo esté molesta con Renata porque por un motivo que no sé, le debe algo así como una revancha. Esa pieza de ajedrez que le lanzó es la prueba de ello xD La cuestión aquí es si Lala la convencerá de que se lleve a cabo ese duelo entre las dos. Sería interesante ver en qué termina ese batalla.

    Por aquí andaré pendiente del siguiente cap. Nos vemos TQM
     
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    Borealis Spiral

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    El nombre del Fracaso
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    Género:
    Amistad
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    @Marina ¡Master! Agradezco que te pases también por acá. En serio, me hace muy feliz *u* Renata se parece a tu hija xD Y Laura es... complicada, tiene su carácter, sí, pero tampoco es que sea mala o al menos no tanto :P De nuevo, gracias por tu apoyo incondicional; te amo más por eso (no es interés xD)

    A los demás se toman algo de tiempo para leer esto, también les agradezco mucho ^u^ Sin mucho más que decir, dejo el capítulo a ustedes. ¡Disfruten!

    Sexta ronda
    Laura Sofía Robles de la Rosa

    Renata Valdés recordaba cómo había conocido a Laura, aunque nunca supo en realidad si su relación pudo considerarse una de amistad tal cual. Las dos eran pequeñas cuando se notaron por primera vez, iban a la misma primaria y tendrían unos nueve años. Había sido día de junta para las madres, así que las clases se habían cancelado temprano en lo que las progenitoras tenían su reunión en los salones correspondientes y los niños gozaban de su libertad temprana en espera de sus madres para irse con ellas. Renata solía esperar a Bárbara cerca de su salón, a menos claro, que alguno de sus compañeros la invitara a jugar; no obstante, hacía ya tiempo que dejaban de hacerlo pues habían descubierto que era más bien mala para cualquier tipo de juego que implicara agotamiento físico y cuando las niñas la invitaban a jugar a la casita o las muñecas, tampoco participaba mucho al quedarse callada la mayor parte del tiempo.

    Aquel día, sin embargo, algo le habría picado para que decidiera ir a pasear por el lugar y matar el tiempo. Recorrió la escuela de arriba a abajo y de un lado a otro hasta que llegó a una zona que no estaba pavimentada ni que tenía césped, sino que era de pura tierra, donde había algunas mesas de las que habían en las aulas, aunque ya se veían viejas y en mal estado, por lo que usarlas no sería lo más inteligente, e incluso Renata recordaba que los profesores tenían supervisada aquella área por si acaso. Con todo, parecía ser que a la niña que vio sentada en una de esas maltrechas mesas parecía no importarle aquello, sino que se mantuvo muy concentrada en el tablero que yacía sobre la plana superficie en lo que parecía un juego entre ella misma, pues no vio a su contrincante por ningún lado. Renata había reconocido el tablero y sus piezas debido a que cuando hacían reuniones familiares, sus tíos solían traer ese juego para divertirse con él.

    “Es ajedrez”, había dijo en cuanto estuvo a una corta distancia de la otra niña, a la que no conocía y que se había asustado un poco por su súbita aparición, mas ese sentimiento pareció durarle poco cuando le preguntó si conocía el juego. Renata asintió explicándole cómo es que sabía de él y antes de que pudiera entenderlo o carburarlo, ya estaba sentada frente a la mesa para echarse un partido con la otra por exigencia de la misma. “Pero yo no sé jugar”, había intentado defenderse.

    “Yo te enseño”, fue la respuesta de ella y aunque Renata quiso poner mil y un excusas para no jugar, ella no la dejó irse, sino que se aferró a su compañía como si fuese un tesoro y comenzó a explicarle las reglas, el nombre de las piezas, sus movimientos; todo. Obviamente, Renata no aprendió todo de un tirón, así que recibió muchos regaños por parte de la otra niña por no hacer bien las cosas, descubriendo que ella era algo demandante, controladora y que se enojaba muy fácilmente, pero nunca negaría que le gustó aprender algo nuevo al menos. “¿Cómo te llamas?”, le había preguntado la niña después de otro grupo de reprimendas de su parte y Renata recordó que tampoco sabía el nombre de ella, así que se presentaron apropiadamente.

    Ese fue su primer encuentro con Laura. En eso, la reunión de las madres terminó y cada quien se fue con la suya a su casa, pero lejos de que esa fuera su último cruce en la vida, Laura hizo posibles otros, muchos más de hecho, al buscarla al día siguiente para seguir instruyéndola en el ajedrez, cosa que la sorprendió bastante, así que cuando le preguntó por qué lo hacía, Laura le dijo que había sido divertido enseñarle y que esperaba que ella también se divirtiera como lo hacía ella al jugar. También le dijo que en la escuela había muy pocos niños que supieran de ajedrez, por lo que siempre terminaba jugando sola, apartada de otros al considerarla aburrida y estaba cansada; quería tener a una compañera de juego. Renata la comprendió en eso, porque ella también quería alguien con quien jugar, así que no puedo negarse a las insistencias de ella por enseñarle ajedrez, hasta que se hizo rutina entre ambas juntarse en el receso para practicar. ¿No era eso amistad?

    Lo había pasado bien ese tiempo en el inicio de todo, aprendiendo, dándole oportunidad a algo que no requería correr. Claro, necesitaba concentración, pero ella siempre fue buena con esta y aunque también requería pensar mucho, estaba bien porque ayudaba a Laura, quien sí que amaba el ajedrez como no pensó que alguien podría amarlo, porque ella tenía en la mira triunfar en él; quería ser la Dama de Ajedrez, título que se le daba a la mejor ajedrecista mujer en la ciudad, y Renata estaba colaborando con ella para alcanzar su meta, así que estaba bien, ¿cierto? Laura estaba feliz de contar con ella, así como Renata estaba feliz de contar con Laura, de quien empezó a conocer más cosas interesantes, como el hecho de que su hermanito de casi dos años la llamaba Lala, apodo que al poco tiempo Renata también terminó adoptando a pesar del disgusto de la rizada.

    Renata fue feliz en esa época en la que las dos se juntaban en los recreos a hablar o a practicar, en la que se visitaban en sus casas por la tarde para hacer lo mismo, en la que se veían los fines de semana, en las que se quedaban a dormir en la casa de la otra; era la primera vez que hacía todo eso y le gustó mucho. Hubiese deseado que aquello durara para siempre, pero nada era eterno y el principio del fin de su relación comenzó cuando ya después de más de un año de tratarse, Renata fue a casa de Laura una tarde a pasar un rato agradable además de practicar un rato. Por aquella época, se había metido tan de lleno al ajedrez que incluso había estado pendiente de las jugadas que sus tíos ejecutaban cuando había reunión familiar, memorizándolas velozmente con su inusual memoria fotográfica, e iba a darle una sorpresa a Laura usándolas por primera vez.

    Ese día, sin embargo, el hogar Robles de la Rosa tenía la visita de Genaro de la Rosa, un instructor de ajedrez en la localidad y tío de Laura, quien solía darle lecciones a su sobrina cada que podía, así que esa tarde optó por ver a las niñas jugar. Genaro notó la capacidad de Renata de hacer jugadas de un nivel un poco mayor a las de su edad, por lo que cuando le preguntó dónde las había aprendido y al oír la respuesta de ella, además de la información de su sobrina de que hacía apenas un año que había empezado con el ajedrez a pesar de que su evolución en el juego era digna de admirar, el hombre decidió que había gran potencial en ella para ser incluso profesional, así que ultimó detalles para hablar con su madre, pedir permiso de instruirla y hacerla grande en el ajedrez.

    Su madre accedió; de hecho, todos parecieron felices con la idea, todos salvo Laura y con el paso del tiempo, la misma Renata dejó de disfrutarlo, porque el tío de su amiga la presionaba, le enseñaba con mesura y formalidad, la ponía a practicar con gente adulta, estaba obsesionado con ganar y lo peor, ya no la dejaba jugar con Laura porque decía que sus niveles eran diferentes; en pocas palabras, ya no fue divertido. Por si fuera poco, Laura dejó de buscarla, no quiso más su compañía y acabó mirándola con resentimiento, coraje y envidia; pero el señor Genaro estaba muy ilusionado con ella, así que tampoco quería decepcionarlo. Pensar en eso la forzó a seguir con aquello aunque ya no lo gozara y así pasó otro año, quizás, hasta que un fin de semana por la tarde en la que no tenía ninguna actividad de ajedrez, recibió la inesperada visita de su amiga.

    Renata se había sentido muy feliz ya que había estado buscando a la rizada por su cuenta, casi que rogando por su compañía en la escuela, pero Laura la había ignorado de plano, así que la alegraba que al fin la tomara en cuenta a pesar de que la niña no traía consigo una cara de felicidad, sino de enojo y disconformidad. Había ido a retarla a un partido, el que Renata aceptó y el que terminó ganando; allí se desató la tormenta. Laura bramó que todo aquello era una injusticia, en tanto golpeaba la mesa, chillando de pura molestia. Le reprochó que no se valía que ella había estado practicando mucho más tiempo sólo para que llegara Renata y le quitara todo por lo que se había esforzado tanto; le había arrebatado la atención de su tío, la admiración del club del barrio, el apoyo de su propia familia. Le recriminó que era una traidora por arrebatarle su sueño de convertirse en la Dama de Ajedrez.

    “Pero yo no quiero ganar, ni quiero ese título”, se había justificado Renata esperando que Laura entendiera que todo era idea de su tío, pero en lugar de tranquilizarla, pareció que sus palabras detonaron una mayor bomba. Laura gritó de rabia mientras tomaba el pequeño tablero de plástico y se lo lanzaba a Renata, quien apenas alcanzó a cubrirse el rostro con los brazos, recibiendo de lleno el golpe, tumbándola al suelo.

    “¡Eso lo hace peor! Que el tío se tome las molestias de entrenar a alguien que no tiene el deseo de ganar no es justo. ¡No pienso perder contra alguien como tú! No mereces el tiempo ni el interés de nadie ni nada. ¡Te odio!”

    Aquellas fueron sus últimas palabras antes de que se fuera, dejándola en la sala, herida en los brazos y el corazón, con un reguero de piezas aquí y allá. Su madre había estado en el patio trasero lavando ropa cuando escuchó los gritos y el estruendo, así que velozmente entró a la casa ya sólo para descubrirla recogiendo el tiradero que Laura había hecho antes de salir, en tanto lágrimas silenciosas bajaban por por sus mejillas, pensando que definitivamente el ajedrez no tenía nada de divertido si te hacía pelear con tus amigos por asuntos que ni siquiera te interesaban. A veces aprendías las cosas de la manera más dura posible.


    —Renata —La voz de Ivonne la sacó de sus remembranzas—. Ya se acabó la última clase.

    Renata miró a su alrededor, descubriendo que en efecto, sus compañeros guardaban sus pertenencias y se disponían a dejar el salón. No había estado prestando atención a nada desde que volvieran del receso.

    —¿Estás bien, Renata? —volvió a inquirir Ivonne, preocupada.

    —Sí, descuida —reafirmó ella brindándole una pequeña sonrisa—. Tan sólo me perdí en mis pensamientos. Vámonos también.

    —Te dije que yo iría al club de lectura a inscribirme, ¿te acuerdas? ¿Quieres venir? —la invitó su amiga.

    —No, ve tú —La castaña sacudió la cabeza—. Quiero tener un poco más de tiempo antes de que me tenga que presionar en verdad para escoger un club. Al fin y al cabo el tuyo me parece el más viable, así que no importa.

    —Como quieras, entonces —Ivonne suspiró, resignada—. Nos vemos.

    —Adiós.

    Renata se despidió de su compañera sacudiendo la mano en lo que las dos tomaban diferente trayecto. Se dirigió a la salida de la escuela encontrándose con la no tan grande sorpresa de que Laura la esperaba, cruzada de brazos y con el ceño fruncido en impaciencia.

    —Eres más lenta que un caracol —Fue su amable saludo—. ¿Piensas que tengo todo el tiempo para esperar a que te aparezcas cuando se te dé la gana o qué te crees?

    —No, yo sé que Lala no espera a nadie.

    —Me alegra que lo sepas y ojalá que no se te olvide, pero córtala con el sobrenombre; es molesto. Vamos, dime, ¿vives donde mismo? Si es así pasaré hoy por la tarde. ¿Tienes tablero o voy a tener que llevar yo uno?

    —No voy a jugar contigo ni con nadie, Lala, ya te lo dije —volvió a aclarar su postura.

    —¡Cállate de una vez con eso, mujer; eres desesperante! Te dije que vamos a terminar nuestra cuenta pendiente así tenga que obligarte y te conozco bien como para saber que no dejarás que mi ida a tu casa sea en vano, así que harás lo que te digo sí o sí.

    Renata volvió a mover su cabeza de manera negativa al momento de hablar:

    —No esta vez, Lala. Si vas en verdad será para nada, mejor déjalo.

    —¡No te atrevas a decirme qué hacer! ¡No tienes derecho! —gruñó de la Rosa, irritada, antes de sonreír con autosuficiencia—. ¿O es que acaso tienes miedo de que te derrote? Claro, has de estar temblando de miedo porque sabes que esta vez es obvio que yo seré la vencedora, ¿cierto? No puedes subestimarme ahora que yo he estado practicando y tú no has hecho absolutamente nada —Laura rio con arrogancia—. ¡Qué cobarde resultaste ser! Oigan todos, aquí tenemos a una pequeña gallina que huye de los enfrentamientos. ¿No es patético?

    Renata miró un punto al vacío, su semblante melancólico y una pequeña sonrisa conformista. Huir, ¿eh? Sí, definitivamente eso hacía. Volvió a observar a Laura y contestó:

    —Tienes razón, soy una cobarde, lo siento.

    Y como respuesta, la mano de su compañera se clavó en su costado dolorosamente, haciéndola moverse a unos pasos a un lado, atónita.

    —¡Ouch! Eso dolió, Lala —se quejó masajeándose la zona afectada.

    —¡Qué bueno! ¿Cómo tienes el descaro de confesar tan abiertamente tu cobardía? —se exasperó Laura—. ¡Al menos finge que tienes algo de orgullo y disimula que te importa cómo te llamen, torpe!

    —Pero…

    —¡A callar! —Ahora Laura le propinó un pequeño golpe en la boca con el dorso de la mano—. Eso es lo que más me fastidia de ti. Que te quedes de brazos cruzados en todo y no arregles las cosas. ¡Es repugnante! Pero a mí no me vas a dejar como a un fracaso más en tu montón de porquería, así que espera mi visita esta tarde. ¡Y he dicho!

    Sin más que decir, Laura se alejó de ella, caminando a ritmo apresurado y altivo, dejando a Renta de pie a un lado de la puerta por unos segundos más, en tanto se tocaba los labios que le punzaban de dolor al igual que el costado. Laura seguía igual de persistente y demandante como recordaba; seguía igual de luchadora, lo que era bueno, aunque no tanto para ella. Renata suspiró con desaliento retomando su camino a casa. Estos tres años iban a ser largos, muy, muy largos.

    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer!
     
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    Marina

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    Tauro
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    Ains, no, no me cabe en la cabeza esa niña... es violenta, se sulfura como cerillo al primer roce y eso la hace insoportable. Pero bien, creo que ya voy armando un cuadro mejor de Lala. Su enormísimo deseo de ser la Dama del Ajedrez es tanto, digamos que su gran sueño que no alcanzarlo, empeora su carácter, además de que ha de ser un martirio para ella que Renata, quien resultó ser muy buena para este juego, no lo aprecie. Por otro lado, el comienzo de su amistad fue muy lindo. El que Laura le enseñara a jugar, pasar todos esos momentos juntas, disfrutándolo, fue una bonita etapa. Comprendo la nostalgia de Renata, como comprendo también que ya no quiera saber nada del ajedrez si por él perdió la única amiga que tenía.

    Me pregunto qué hará Renata con semejante presión.
    Buena continuación. Nos vemos en la que sigue. TQM
     
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    Víngilot

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    ¡Hola Borealis! Un placer volver a leer algo tuyo, no sé si lo sepas pero eres de mis autores favoritos y aquí estoy, reportándome. Quería que avanzara la historia, por eso esperé y tal vez de más, disculpa por ello ¿sí? Ahora bien al fic.

    Es bastante peculiar que desarrolles una historia en torno a un deporte poco común pero tan reconocido y respetado como el ajedrez, eso le da originalidad al escrito. Particularmente me gusta el ajedrez pero no soy bueno en ello, quisiera serlo pero he perdido pronto en algunos ¡algunos dije! siempre he perdido, pero admiro a quienes lo practican y los considero “genios” pues no cualquiera lo juega: inteligencia, disciplina y paciencia.

    Respecto a los personajes son bastante agradables, Renata es algo especial, se parece a varios alumnos que he tenido, sí, así son y es difícil involucrarlos en las actividades, pero debo decir que también es una postura bastante comodina ir por la vida odiando la escuela, a los padres y el trabajo cuando son las instituciones que les dan la vida misma, forjándoles el carácter, motivando sus actitudes, sembrando los valores y rodeándoles de todas las comodidades que tan animosamente aceptan. Ella, no trata de adaptarse a su medio, pareciera ser capaz de ignorarlo, es cierto, la soledad es agradable y muchas personas nos sentimos cómodos en ella pero “hasta la belleza cansa” e incluso esta compañera nos llega a hartar y en ocasiones anhelamos el bullicio, las muestras de cariño, una charla y una vivencia que rompa nuestra rutinaria forma de vida tal vez pasiva. Sin embargo me gusta Renata, ofrece toda la oportunidad de ayudarla, un reto y una satisfacción al mismo tiempo, así miran los padres y los profesores. Y su transformación ya empezó, desde que aceptó a Ivonne y ahora tras verse obligada por Laura, su vida irá moldeándose poco a poco, su futuro se irá asentando y ella tendrá que ir caminando con firmeza, sólo le falta un “compañero”, a la familia y a la amiga ya las tiene, me pregunto si este galán será Jasiel, pinta para ello.

    En cuanto a este personaje hay un diálogo que me encantó, espero no olvidarlo nunca y resume una filosofía de vida: “Muéstrame que me equivoco, hazme tragar mis palabras, derrótame y búrlate de mi arrogancia sin fundamentos. En cambio, si no puedes, no olvides el sentimiento de impotencia, pero tampoco te dejes consumir por él. Recuerda la penosa sensación de la derrota y ódiala, luego, pelea por no volver a experimentarla y cuando estés listo, allí estaré…” un chico con estas ideas en la cabeza hacen falta en ese mundo juvenil tan cada vez más inútil; lo aplaudo, lo celebro, ya es mi personaje favorito, y, echando a volar mi mente, imagino un escenario en el que, tal es su carisma y autoridad, Jasiel levanta a su club y le compiten al grupo de la mañana, veamos qué tanto acierto.

    Por ahora es todo, dejo pendiente la aparición de Laura y el resto de los chicos ajedrecistas que dicho sea de paso, tienen su encanto, uno se identifica con ellos, además son divertidísimos exceptuando a la chava.

    Borealis, por aquí seguiré, salúdame a tu familia y por favor, quiéranse mucho, sabes que las adoro. Un abrazo.
     
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    Borealis Spiral

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    @Marina ¡Master, gracias por tu apoyo pasándote a leer! Sabes que lo aprecio mucho ^u^ Lo dije, Laura tiene su carácter y tendrás que aprender a tolerarla porque es personaje importante xD En cuanto a qué hace Renata, pues sólo diré es muy terca .-. Otra vez gracias por leer y dejarme tu bello comentario. Te amo mill *u*

    @Víngilot ¡Qué sorpresa tan agradable tenerte acá también! La verdad me hiciste el día. ¡Gracias por tomarte el tiempo de leer y comentar, en serio! Lo aprecio mucho y siempre es un gusto leer lo que opinas de mis humildes historias. Yo tampoco juego ajedrez, por lo que todo lo que se verá aquí será mera investigación xD Es un juego muy complicado. Es cierto que hay mucha gente como Renata, incluyéndome, y la verdad compadezco mucho a los que tienen que lidiar con personas tan poco entusiastas como nosotros. Lo peor es que a pesar de que sepamos que esta gente, ya sean profesores o padres, desean lo mejor para uno, seguimos viéndolos con fastidio ._. Ya veremos si Renata se da el margen para cambiar. De verdad gracias por tu apoyo, lo valoro y espero que la historia siga gustándote. Un saludo para ti y tu familia.

    A los demás que se pasan a leer, ¡muchas gracias también! Me animan un montón a continuar esto :3 Y sin más dilación, aquí dejo el capítulo dedicado a ustedes. ¡Disfruten!

    Séptima ronda
    Diva

    Las clases del tercer día de la primera semana del nuevo ciclo escolar habían llegado a su fin y al ser miércoles, el club de ajedrez se dispuso a tener su reunión en la sala designada. A pesar de que esta semana era especialmente dedicada al reclutamiento, se había decidido que todos se juntaran como si fueran las actividades habituales, siendo sus días de reunión tres: lunes, miércoles y jueves después de clases; el turno vespertino se juntaba los martes, jueves y viernes antes de clases, aunque estaban informados de que los de la tarde muchas veces cancelaban las reuniones y en ocasiones sólo se juntaban una vez por semana.

    En ese preciso momento, sin embargo, en la estancia sólo se hallaban los de segundo grado: Fabián Cuevas, Enrique Acosta y Rogelio Montero. Esto se debía a que la zona de los de segundo estaba cerca de la sala de ajedrez, y mientras era el turno de que el as y el rechoncho jugaran un partido amistoso, el presidente del club miraba la solicitud de ingreso que le habían dado esa mañana. A pesar de que estaba feliz de que tuvieran un nuevo miembro, su ceño fruncido demostraba lo contrario, y es que no podía evitar sentirse un poco preocupado a causa de la persona en cuestión, ya que algo le decía que las cosas podían complicarse mucho con este nuevo individuo.

    De pronto, los tres escucharon pasos apresurados, sintiendo el suelo bajo sus pies temblar antes de ver a través de las ventanas que, por el pasillo y con increíble velocidad, Cornelio Mejía llegaba a la puerta, seguido de cerca por Joaquín López, los de tercer año.

    —¿Es cierto? —Fue lo primero que soltó Cornelio en cuanto atravesó el umbral de la puerta, sin entrecortarse un momento, como si no hubiese corrido nada—. ¿Es verdad que tenemos nuevo miembro?

    —¡Cielos, hombre! ¿Cuál es la prisa en saber? —inquirió ahora Joaquín con, muy por el contrario, la respiración jadeante—. De haber sabido que te ibas a alocar así, mejor ni te digo nada.

    —¿Qué? Es curiosidad nada más. ¿No me digas que tú no te mueres por saber quién es el nuevo? —se defendió Cornelio.

    —Oh, oh, yo sí, yo sí —Enrique compartió el entusiasmo de su superior, alzando el brazo y sacudiéndolo con ímpetu para obtener la atención—. Yo también quiero saber quién es el nuevo. Fabián no nos ha dicho cómo se llama ni nada, sólo que llenó la aplicación y que el profe Humberto se la dio para que la firme.

    —Precisamente porque es un tema que nos incumbe a todos es que esperé a que estuviéramos reunidos —explicó Fabián.

    —Bueno, ya estamos todos, así que adelante, con confianza —lo animó Rogelio.

    El rubio asintió y echándole una última mirada al papel, lo puso en la mesa, la que instantáneamente fue rodeada por los demás, por lo que pudieron leer el nombre del nuevo miembro. Reinaron unos segundos de silencio antes de que las cuatro voces masculinas comentaran al unísono y con asombro:

    —Es una chica.

    —Correcto —avaló Fabián cruzándose de brazos, esperando que la bomba detonara y lo hizo.

    —¡Oh, genial! —gritó Cornelio por demás emocionado, tomando la aplicación casi que con adoración—. Por fin hay una chica en el club, ¡sí! ¡Gracias, Dios mío! —Y se puso a reír como un maníaco.

    —Éste ha perdido la cabeza —sentenció Joaquín limpiándose los anteojos, ganándose el apoyo de Rogelio.

    —¿De qué hablan ustedes? ¿No crees que es lo mejor que pudo pasarnos en este último año, Joaquín? —insistió Mejía—. ¡Es que ya era hora de tener una entidad femenina dentro de estas cuatro paredes! Que sólo hayamos chicos en una misma habitación por horas no es bueno para la salud. Además, si la chica resulta ser un bombón, ¡uy compadre! Ahora sí vengo al club con todas mis ganas. ¿No es así, Joaquín?

    —A mí no me metas en tus perversiones. Yo tengo novia y la quiero mucho —declaró López, serio.

    —¡Bah, aguafiestas! ¿Tú qué piensas, Fabián? ¿A que es mejor que sea bonita?

    —A mí me da igual en tanto se concentre y deje que nos concentremos —confesó el rubio, encogiéndose de hombros.

    —¡Ay, son unos aguados los dos! ¡Ya cásense! —renegó Cornelio, enseñándoles la lengua muy infantilmente.

    —Pues, la verdad es que yo sí quiero saber si es linda —intervino Rogelio, su redondo rostro rojo de bochorno.

    —Eso es, mi Roge, tú sí eres hombre —lo felicitó Cornelio, palmeándole la espalda—. ¿Qué opina nuestro as?

    —Yo estoy bien con ella como sea —confesó el pelinegro, sonriente—. Aunque estoy seguro de que deber ser realmente maravillosa y bonita. Después de todo, a todo el que le guste el ajedrez debe ser alguien muy bello.

    —¡Exacto! Tú también eres de mi equipo. ¡Arriba esos cinco!

    Y mientras esos tres se perdían en su improvisada celebración, los “amargados”, quienes en realidad se consideraban más bien prácticos, se envolvieron en una conversación referente a la nueva integrante.

    —Oye, Fabián, he estado pensando en el nombre de la nueva —inició el de anteojos—. Me parece extrañamente familiar, aunque no es como si lo conociera de antes. En realidad creo que lo he oído precisamente aquí en la escuela.

    —No eres el único, yo también lo he oído aquí —informó el presidente—. De hecho, yo lo escuché por medio de rumores que empezaron ayer después del receso.

    —Es verdad, yo también me enteré por rumores. Según estos, ayer hubo una pelea entre dos chicas de primero, ¿cierto? ¿Una es la nueva?

    —Aparentemente. También parece ser que quien inició la agresión y se exaltó de más aun cuando la otra chica permaneció apacible fue esta chica Laura.

    —¿Y ella será el nuevo miembro? —Joaquín se rascó la nuca, desconcertado—. Vaya, sólo espero que haya sido un pleito causal y no uno cotidiano. Si no, ¿te imaginas que convivamos con una busca problemas?

    —Yo también espero que sólo fuera eso, o de lo contrario nuestro, dentro de lo que cabe, pacífico club puede verse afectado; aunque no sé cómo ver todo esto. Estar en boca de medio mundo por una bronca justo empezar la prepa es algo para tener en cuanta sobre alguien; hay que cuidarse de ese tipo de gente.

    —Tienes razón. Por cierto, ¿crees que venga esta semana?

    —No lo creo. Seguro el profe Humberto le dijo que no era necesario.

    —En ese caso, ojalá que la próxima semana todos podamos llevarnos bien —rogó Joaquín.

    —Tú lo has dicho, amigo, tú lo has dicho —concordó Fabián pensando que adaptarse a nuevos integrantes a veces era realmente complicado.

    Con eso, los cinco se pusieron a practicar como normalmente lo hacían, siempre descansando a alguien por turno al ser cinco y en este caso fue Cornelio, quien parecía desconectado de todo lo que no fuera la posible imagen de la nueva, así que Fabián y Joaquín decidieron jugar ellos dado que Rogelio y Enrique seguían en su partido. Sin embargo, casi al instante en que se instalaron frente a las mesas, recibieron la sorpresa de nadie más ni nadie menos que el individuo que había ocasionado tanto revuelo en la estancia momentos antes. Sí, Laura hizo su aparición saludando con un casual, “¿qué tal?”, entrando con todo ese porte soberbio que la caracterizaba, contoneándose orgullosamente al caminar, haciendo que su rizado cabello se meciera con cada paso. Y por supuesto, la reacción de los varones fue la de mirarla por demás estupefactos.

    —¿Este es el club de ajedrez? —inquirió la joven, detallando su alrededor con escrutinio y su ceño fruncido demostró que lo que veía no era de su especial agrado.

    —Así es —contestó Joaquín, siendo el primero en salir del mutismo—. ¿Y tú eres?

    —¿No lo sabes? —Laura se sintió muy ofendida—. ¿Qué no les llegó mi aplicación? Soy Laura Sofía Robles de la Rosa y a partir de hoy formaré parte de este… —Volvió a barrer el entorno con los ojos, ahora también detallando a los chicos—…lugar.

    —¿Tú eres Laura? —indagó Fabián, pensando que la chica no se veía tan problemática como había pensado, pues de pronto esperó a una chica con vestimenta rebelde, cabello teñido de colores extravagantes y llena de piercings.

    —Ay, que sí. ¿Estás sordo o algo? ¿Y acaso sólo hay hombres aquí o qué? ¿Dónde están las chicas?

    —No hay —respondió esta vez Rogelio.

    —¿Qué? —Laura lo miró con espanto—. ¿O séase que tengo que pasar todo el tiempo con ustedes? ¡Agh! ¡Pues qué remedio!

    —Vamos, preciosa, no tienes que portarte así —la animó Cornelio en un perceptible tono seductor—. Nosotros somos muy bien portados y siempre puedes acudir a mí si necesitas lo que sea. Estaré encantado de ayudarte —Y le guiñó un ojo, insinuante.

    —¡Puag! —exclamó Laura, asqueada—. Eres repulsivo. Guárdate tus coqueteos de quinta clase para alguna estúpida, perdedor.

    —¿Coqueteos de quinta? —Cornelio se indignó tanto que se levantó de su lugar y caminó a donde la chica—. Ya verás que tan de quinta son y cuán perdedor soy, tú pequeña…

    —¡Alto, alto, alto! —Se apresuró a interponerse Enrique alzándose también de su silla, poniéndose en medio de Cornelio y Laura—. Por favor, muchachos, no empecemos esto con el pie izquierdo, ¿de acuerdo? Laura, ¿cierto? —Miró a la rizada, ofreciéndole una sonrisa amigable—. Te ruego disculpes a Cornelio, por favor. Es muy ligón y a veces bastante pesado, no lo tomes en serio.

    —¡Enrique, maldito traidor! ¿Te has puesto de su parte tan pronto simplemente porque es bonita? —chilló Mejía, descontento.

    —Tampoco le hagas caso a sus dramas, no son en serio —le notificó el as a Laura—. Ahora, te presentaré con los demás. Aquí está Joaquín que es el otro miembro de tercer grado junto a Cornelio. Allá está nuestro presidente Fabián y el querido Rogelio. Yo soy Enrique y estoy realmente contento de que te unieras al club y espero en verdad que te la pases muy bien con todos nosotros y que podamos jugar un montón, ¿sí?

    Y volvió a sonreírle de aquella manera tan espléndida que sólo él podía ofrecer y que era capaz de abrir infinidad de puertas, desbaratar innumerables muros y derretir el más duro hielo, así que Laura no fue la excepción, porque sin que se lo propusiera, al recibir tan amable y cálida bienvenida por parte de ese pelinegro, sintió que un inexplicable rubor cubría su rostro en totalidad, al tiempo que su corazón latía con desenfreno dentro de su pecho. ¿Quién rayos era este tipo? ¿Un príncipe de cuento; un galán de telenovela; un héroe de película? ¿De dónde había salido tan irreal espécimen? ¿Y por qué la había aturdido tanto apenas conocerlo? Laura enrojeció mucho más al darse cuenta de sus pensamientos y molesta con ella misma por permitir que su seguridad, firmeza y defensas fueran amenazadas, se alejó de Enrique, bufando y alzando la barbilla, altiva.

    —¡Ja! Pues más les vale a todos ustedes que hagan que mi deseo de seguir aquí se mantenga o definitivamente me iré.

    —¡Lo haré! —prometió Enrique, animado y Cornelio bufó con fastidio.

    —Es como una princesa —susurró Rogelio a Fabián, ya estando todos de pie.

    —Peor que eso. Es toda una diva —se lamentó el rubio, inquieto, antes de dirigirse a la fémina—. Por cierto, Laura, ¿qué haces aquí? Creí que el profe Humberto te habría dicho que no vinieras hoy.

    —¿Estás diciéndome idiota? —Laura lo miró, insultada—. ¿Crees que no entendí lo que me dijo?

    —¿Qué? ¡No! —se apresuró a corregir Fabián—. Lo que me pregunto es por qué estás aquí si las actividades del club no empiezan oficialmente hasta la siguiente semana.

    —¿Ahora insinúas que soy floja? —volvió a quejarse ella, irritada—. ¿Que prefiero quedarme sin hacer nada cuando puedo hacer algo?

    —¿Pero qué…? ¡No! —negó nuevamente el presidente. ¿De qué iba esta chica? Se sentía herida muy fácilmente y tomaba todo extremadamente personal.

    —Creo que Fabián quiere decir que no hay mucha gente a la que le apasione tanto el ajedrez como para empezar desde la semana de inscripciones —tradujo Enrique, tranquilizando el ambiente—. Así que gracias por hacerlo tú, Laura. Es muy admirable.

    Otra vez, un abrumador sonrojo se apoderó de la tez maquillada de Laura, quien volvió el rostro a un lado y cruzó los brazos sobre el pecho, al tiempo que resoplaba y decía:

    —No lo hice por ustedes, que quede claro. He venido aquí a practicar lo más que pueda, así que es lo que haré. Vamos, ¿quién será mi oponente? Quiero uno digno de mí porque por si no lo saben, mi tío es un gran instructor de ajedrez y él ha estado enseñándome desde que era pequeña, así que mi nivel quizás sea demasiado para ustedes.

    —Oh, ¿de verdad? ¿Quién es tu tío? —preguntó Joaquín, curioso.

    —El gran y famoso Genaro de la Rosa —respondió la joven, orgullosa.

    Un silencio incómodo reinó en el salón, al tiempo que los hombres se miraban entre sí, confundidos, preguntándose en voz alta si alguno de ellos había escuchado alguna vez ese nombre o si conocían de algo a ese tal Genaro. Sin embargo, ninguno parecía saber de él, lo que avergonzó en gran medida a Laura, por lo que molesta, zapateó el suelo con el pie al momento de argüir:

    —¡Ya basta! Ustedes no lo conocen porque son unos ignorantes, pero es un gran instructor y se los probaré. ¿Quién se atreve?

    —Yo lo haré —Enrique se apresuró a anotarse, risueño—. Tal vez no sea tan bueno como tú, pero créeme que daré mi mejor esfuerzo.

    —No seas tan modesto —le dijo Rogelio—. No le creas, Laura, él es el as del club, así que es muy bueno.

    —Tampoco lo soy tanto —declaró el pelinegro rascándose la nuca, nervioso.

    —El as, ¿eh? —Laura lo observó bien y una sonrisa de autosuficiencia se apoderó de ella—. ¡Perfecto! Si te derroto a ti no habrá duda de que podré acabar con Renata sin dificultad.

    —¿Quién es Renata? —Enrique ladeó la cabeza, extrañado.

    —Mi más grande rival y una cabeza hueca —informó la muchacha en tanto tomaban asiento, listos para empezar a jugar—. Por ella llegué tarde; porque intentaba convencerla de que tuviéramos la revancha que tenemos pendiente y pudiera demostrarle mi superioridad.

    —¿Y esa tal Renata juega ajedrez? —preguntó Enrique, emocionado.

    —Claro, pero dice no sé qué de que ya no jugará y no sé qué otras estupideces —Tan sólo recordarlo le provocaba agruras.

    —¿Y por qué dice eso? —El as Acosta estaba por demás interesando.

    —Porque es una cobarde. Ha de tener miedo de perder contra mí.

    E increíblemente, esos dos se enfrascaron en una conversación sobre Renata en la que la joven de la Rosa se quejaba de ella y le contaba al pelinegro cómo se volvieron eternas rivales. Al ver que la diva estaba entretenida, la sala se llenó de paz y los demás pudieron continuar con sus prácticas a pesar de los murmullos inconformes de Cornelio por tan gran decepción que se llevó de la nueva integrante. En cambio, Fabián agradeció infinita e interiormente a Enrique por domar a Laura y pensó que quizás fuera buena idea dejársela a él a partir de ahora, pues parecían llevarse extrañamente bien. Cuando la partida de ella y de él terminó, siendo el joven vencedor, resultando en una muy desilusionada, molesta y afligida Laura a la que Enrique tuvo que consolar asegurándole que había dado lo mejor de sí, Fabián tuvo más que claro que esa mujer sería problema de la estrella del club.

    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer!
     
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    Marina

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    Me ha encantado el capítulo. Genial fue ver cómo Lala pudo ser sometida por el As Acosta y que aquí el único ofendido fue Cornelio xD Digo ofendido porque sus ligues resultaron un fracaso con esta damita de carácter complicado. Fue interesante leer la manera en que entró, muy bien descrita su llegada, esa altivez que la hizo rechazar el lugar e incluso a los compañeros, claro, a excepción de Enrique. Y Fabián es muy inteligente al relegar a la chica al As, pues al parecer es el único que puede con ella.

    Vaya cosa. Me pareció muy interesante esa conversación que tuvieron la rizada y Enrique sobre Renata, me pregunto si a la pobre no le zumbaron los oídos xD Y más se me hizo interesante el interés del As Acosta por esa chica, pero supongo que es porque también juega ajedrez, o lo jugaba. Yo sí deseo que Renata retome el gusto por este fascinante juego.

    Buen capítulo, espero el que sigue. TAM
     
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  15. Threadmarks: Ronda 8: Reunión con el resto
     
    Borealis Spiral

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    @Marina Gracias por comentar siempre, Master :3 Sabes lo mucho que lo valoro, es importante para mí. Jajaja, Lala es muy rara, pero menos mal que allí está Enrique para que la tranquilice. Y vaya que Fabián es inteligente, a mí en lo personal me súper encanta él, no sé, me gusta mucho xD Otra vez gracias por leer. No olvides que te amo *u*

    A los demás que se hacen el tiempo de ver qué sale en esta mente mía, también les doy las gracias por su apoyo; lo aprecio ^u^ Y bueno, a ustedes es que va dedicado el capítulo. ¡Disfruten!

    Octava ronda
    Reunión con el resto

    Jasiel Romero estaba sentando a un lado de la puerta de la sala del club de ajedrez, apoyando la espalda en la pared, en tanto esperaba pacientemente a que Pedro u otro miembro del club hiciera acto de presencia. Finalmente era viernes, día en el que había quedado con el presidente para una práctica de desafío y de esa manera sanar el honor que había herido el primer día de clases. Jasiel sabía que independientemente del resultado, tenía que ofrecerle una merecida disculpa a Pedro y los demás, pero por el momento le servía que se sintieran motivados lo suficiente como para desear derrotarlo a toda costa. Quería jugar con cada uno de ellos dando lo mejor de sí; además, también era una manera de ponerlos a prueba y medir sus habilidades, pues aunque no olvidaba la parte divertida del ajedrez, en aquel momento también le importaba encontrar oponentes fuertes para practicar. Al fin y al cabo, entre más fuertes y talentosos fueran, más mejoraría él mismo en el deporte y mayor posibilidad tendría de acabar con el imbécil que tenía el título de campeón estatal a nivel secundaria. Después de todo, ese infeliz se las debía y bastante caras.

    Escuchó y sintió las vibraciones de pisadas que se dirigían hacia él, por lo que giró su cabeza noventa grados a la derecha, encontrándose con que en efecto, el mismísimo Pedro se acercaba por el pasillo, así que velozmente se puso de pie de un salto y lo saludó con entusiasmo, rogando en el interior que el otro joven no fuera extremadamente rencoroso.

    —¿Hace mucho que estás aquí? —le preguntó Pedro, abriendo el salón con la llave que el intendente en jefe les proporcionaba a todos los presientes de clubes, las que después debían regresar al final del día; un trabajo tedioso pero obligatorio.

    —Llegué hace como media hora —comentó el de ojos miel.

    —¿Por qué llegaste tan antes? ¿No sabías que la hora es a las doce y media siempre que nos reunimos?

    —Sí, pero tengo la mala costumbre de llegar muy temprano. ¿O es un buena costumbre? Ya ni sé cómo catalogarla.

    Pedro no comentó nada más e ingresó al aula junto con Jasiel y mientras el primero tomaba asiento, el otro se paseaba por la estancia, detallándola, antes de estacionarse en una de las ventanas para mirar a través de ella, observando uno de los jardines del instituto; no había mucho que ver. Luego, se volvió al presidente e inquirió muy curioso:

    —¿Cómo son los otros miembros del club?

    —Normales, diría yo —respondió Pedro—. Osvaldo es de segundo y Mauricio es de tercero, igual que yo. Por cierto, creo que de quien más debes cuidarte es de él.

    —¿Y eso? —Jasiel enarcó una ceja, extrañado.

    —Fue quien más se mosqueó cuando les conté del desafío, y la verdad Mauricio siempre ha sido algo agresivo.

    —Ya veo, creí que era porque era el mejor jugador —El cobrizo sonrió un poco—. Veré cómo me las arreglo; no quiero que también se me salga lo bestia.

    —Y yo no quiero tener problemas —aceptó Pedro.

    Mientras conversaban un poco, llegó otro de los integrantes, Osvaldo de segundo año, el que saludó a Pedro casualmente mientras miraba a Jasiel con cierto recelo, señalándolo e indagando:

    —¿Eres el nuevo?

    —Lo soy —contentó el quinceañero con firmeza, haciendo que Osvaldo frunciera la boca.

    —¿Y eres tan bueno como presumes? Para mí luces más bien torpe.

    —Eso ha dolido un poco —reconoció Jasiel, divertido—, pero preferiría que fueran ustedes mismos quienes juzgaran eso, ¿qué te parece?

    —Encantado —Osvaldo sonrió, tentado—. ¿Si resultas ser sólo un engreído sin talento puedo reírme de ti?

    —Creo que eso ni se pregunta, compañero; estarías en todo tu derecho —declaró Romero, haciendo que Osvaldo riera por lo bajo.

    —Vaya, te creía un verdadero pretencioso, pero tal vez puedas caerme bien.

    —Bueno, yo pensaba que todos en el club eran unos amargados que querían abandonar el ajedrez —se sinceró Jasiel.

    —¡Nah! —respondió Osvaldo, sentándose finalmente—. Sí que nos gusta, pero ya perdimos las esperanzas de ser decentemente buenos como para al menos hacerle frente a los de la mañana.

    —¿Por qué? —Jasiel arqueó las dos cejas, más que confundido—. ¿Reúnen a los mejores jugadores de la zona o algo?

    —No es eso —negó esta vez Pedro—. Se les capacita más a ellos; les dedican más tiempo y practican más.

    —¿Favoritismo? —Jasiel frunció el ceño, completamente indignado e irritado. ¿Cómo se atrevían? ¿Lo hacían sólo porque eran de la mañana? Que lo disculparan los mayores y los profesionales que se merecían su respeto, ¡pero malditos docentes parciales!

    —Tampoco es eso —volvió a hablar Pedro—. Es sólo que desde siempre los de la mañana han demostrado más entusiasmo, por lo que obviamente los prefieren.

    —Oh —El cobrizo comprendió todo—. En ese caso tendrán que perdonarme ustedes por lo que les diré, pero son unos idiotas.

    —Oye, no te pases —se quejó Osvaldo.

    —Pero es la verdad y no pueden negarlo. Fueron seducidos por la idea de no trabajar de más o de no esforzarse al máximo siempre y cuando pudieran jugar como quisieran, pero ahora no están satisfechos con ello y sin el apoyo de los profesores para demostrar que pueden hacerlo mejor han caído en la amargura. Pero descuiden, este año el turno vespertino resurgirá de las cenizas y dejará de ser la eterna sombra de los de la mañana.

    —Pareces muy convencido de que podremos hacerlo —observó Pedro, muy por el contrario, bastante dudoso.

    —¡Por supuesto! —animó Jasiel por demás confiado en sus palabras—. Lo único que tenemos que hacer son tres importantes cosas: practicar, practicar ¡y practicar! ¡Así que ha comenzar se ha dicho! ¿Quién será mi primer oponente?

    Estaban por decidir quién jugaría contra él primero, cuando apareció el tercer integrante, Mauricio de tercero, el que iba a saludar a sus compañeros cuando sus ojos se posaron en Jasiel y al instante, se le acercó amenazadoramente para tomarlo por la solapa del cuello de la camiseta blanca del uniforme, azotándolo contra la pared en tanto incontenible ira era expresada en sus facciones.

    —¡Tú! —siseó Mauricio sacándose de encima los intentos de sus compañeros por hacer que soltara a su presa—. ¿Tú eres el que se atrevió a ponerse por encima de nosotros? ¿El que cree que puede vencernos sin siquiera conocernos? ¡Qué estupidez es esa! Seguro llevamos más tiempo que tú jugando ajedrez, insolente niñato.

    —Conque estupidez, ¿eh? —Jasiel resistió la mirada furiosa de Mauricio—. Pues creí que el duelo se arreglaría jugando ajedrez, pero ya que has perdido tanto los cables y has decidido requerir de la fuerza bruta, ¿te parece si acudimos a ella para zanjar las cosas? Tal vez y sólo tal vez, tengas un poco de ventaja en eso.

    —¡Pedazo de…! —Mauricio levantó su puño, dispuesto a asestarlo en el rostro del chico y lo habría logrado de no ser porque Pedro lo detuvo.

    —¡Ya basta, Mauricio! Él tiene razón, el duelo se decidirá con el ajedrez, así que no pelees.

    —¿Entonces van a rendirse y cumplirle todos sus caprichos al impertinente este? —exigió el bravucón, soltando finalmente a la víctima, quien se alisó la camiseta.

    —¡Demonios, Mauricio! Cuando Pedro habló con nosotros nos dijo las condiciones del desafío y tú estuviste de acuerdo —lo reprendió Osvaldo—. Presentarte aquí montando esta escena aun sabiendo eso te hace ver un idiota.

    —Y no quieres que el nuevo piense que nuestro club está lleno de idiotas que juegan ajedrez, ¿o sí? —sonsacó Pedro.

    —Oh, pero sí que lo juegan imbéciles de alto nivel —soltó Jasiel, bufando, ocasionando que Mauricio volviera a lanzársele encima, ahora apuntando a su cuello, el que habría alcanzado de no ser porque los otros dos lograron sujetarlo y porque el cobrizo logró salir del alcance de su agresor.

    —¡Suéltenme! ¡Ahora sí lo mato! —gritó Mauricio, airado.

    —Eah, eah, lo siento —se disculpó Jasiel alzando los brazos en acto de rendición—. No lo decía por ti, lo juro. ¡Diantres! Debo cuidar mejor mis comentarios, ahora lo sé. Discúlpame.

    —¡Es suficiente! —gritó Pedro, fastidiado—. Mauricio, cálmate de una vez o te echaré afuera y tú, Jasiel, no lo provoques más.

    —No era mi intención, ya lo dije —recordó Jasiel.

    —Da igual, o se calman o los calmo —volvió a decir el presidente con voz autoritaria, soltando a Mauricio pero lanzándole una mirada de advertencia, por lo que el joven no tuvo más que resignarse—. Bien, ahora a lo que vinimos, a jugar.

    —¡Yo seré tu primer oponente! —se apresuró a declarar Mauricio aún molesto.

    —No pienso detenerte si así lo quieres —habló ahora el nuevo, sosteniendo la fiera mirada del otro—. No obstante, mi sugerencia sería que no lo hagas.

    —¿Qué? —Mauricio se exaltó—. ¿Pero por qué, grandísimo…?

    —Concentración —lo interrumpió Jasiel, golpeándose la sien derecha con el dedo índice—. La concentración en el ajedrez es indispensable como bien sabrás, pero cuando ésta se ve nublada por otras cosas como los alrededores, las inquietudes o las fuertes emociones como la ira, entonces el resultado es negativo siempre, porque se esparce y no te centras en lo que deberías. Por eso preferiría que te tranquilizaras primero antes de que juegues conmigo.

    —¡Tú…!

    —Ya estuvo, Mauricio —lo calló Osvaldo, hastiado—. Jasiel tiene razón, así que irás después de mí. Yo seré tu primer oponente, Jasiel.

    —Me parece perfecto —asintió el muchacho mirando a Pedro—. ¿Y tú serás el último? ¿Estás bien con eso?

    —Normalmente es así —respondió el presidente encogiéndose de hombros y Jasiel se extrañó.

    —Si te preguntas por qué, es fácil. Pedro es el mejor jugador de los tres, así que aunque Mauricio y yo no te venzamos, Pedro puede hacerlo.

    —Entiendo —Romero sonrió, satisfecho—. Aun así, espero que no dependan demasiado de él y mejor den su todo contra mí.

    —Puedes apostarlo —le aseguró Osvaldo, sentándose en una silla, listo para comenzar.

    Jasiel también tomó asiento y de aquella forma un duelo entre el nuevo integrante del club de ajedrez vespertino contra los demás miembros comenzó, siendo el primero de una duración de poco más de veinte minutos, resultando con Jasiel como ganador; hubo una buena resistencia y tuvo mucho qué pesar de por medio. Luego, llegó el turno de Mauricio, pero resultó que su temple no se había apaciguado del todo porque con menos de quince hábiles movimientos, el cobrizo lo puso en jaque mate. Después, vino el duelo entre Pedro y Jasiel, siendo el que más duró y el más tenso, además de que mantuvo mayor presión en ambos jugadores al tenerlos absortos en todas las posibilidades, y aunque el presiente dio su mejor esfuerzo, al final el vencedor fue el joven Romero, dejando atónitos a los tres, por lo que queriendo o no, tuvieron que reconocer que el chico tenía talento y que merecía respeto.

    —¿Dónde aprendiste a jugar así? —le preguntó Osvaldo, asombrado.

    —¿Vas a algún club que haya en tu localidad? —quiso saber Pedro.

    —¿Qué trampas hiciste para ganar? —cuestionó a su vez Mauricio.

    —¿Cuáles trampas? —se ofendió Jasiel, mirándolo disgustado mientras el otro se encogía de hombros—. Yo no hago trampas de ningún tipo.

    —¿Cómo es que eres tan bueno entonces? —se desesperó Mauricio.

    —Ya lo he dicho: practicando, practicando y practicando. Escuchen, el ajedrez es un deporte, ¿cierto? En ese caso si queremos elevar nuestro club a un buen nivel tenemos que tomarnos en serio las prácticas. Si lo hacemos y seguimos un riguroso entrenamiento para jugar contra nosotros mismos y contra los de la mañana, entonces ciertamente los alcanzaremos y saldremos a la luz junto a ellos para darle algo de reconocimiento a nuestra escuela.

    —Imposible —negó Pedro, siendo el más pesimista allí.

    —¿Pero por qué ese miedo a los del turno matutino? —interrogó Jasiel incapaz de comprenderlo, revolviéndose el cabello con las manos—. ¿Es que son tan especiales? ¿Son súper humanos o algo?

    —No, pero hemos escuchado que son buenos y parece que el año pasado entró alguien que juega muy bien —informó Osvaldo.

    —¿Han escuchado? —El de mirada miel alzó una ceja, inquisidor.

    —Nunca hemos jugado contra ellos, ¿y qué? —explicó Mauricio, rencoroso y Jasiel se golpeó el rostro con la palma de la mano.

    —Esto no puede ser cierto —murmuró para sí, decepcionado—. No puede ni estar permitido entre las reglas de un instituto, es que simplemente no puede ser. ¿Jamás han jugado contra ellos? ¿Qué me dicen de cuando tienen que elegir a los que representarán a la escuela en el torneo regional? ¿No deben competir entre todos para seleccionar a los mejores?

    —Rechazamos esa competición, es más, ni siquiera nos presentamos ese día —notificó Osvaldo, encogiéndose de hombros—. El profe Humberto nunca se ha quejado; supongo que porque sabe que igual perderíamos contra los de la mañana, así que no importa.

    Jasiel suspiró con un gran agobio, negando con la cabeza por demás incrédulo, antes de erguirse en toda su altura, alzando la barbilla confiado y declarar con firmeza:

    —¡Bien! En ese caso me enfrentaré a uno de ellos para demostrarles que no hay nada que temer.

    —¿Lo harías? —De pronto la idea le gustó a Pedro—. ¿Contra quién?

    —He oído que el que quedó como presidente, ricitos de oro, es bastante débil —notificó Osvaldo.

    —No, si va a ir por alguien que vaya por el ballenato —intervino Mauricio—. No sabía jugar nada cuando entró; ese es presa fácil por mucho que lo haya entrenado el Sonric's.

    —No —los interrumpió Jasiel—. Iré por su mejor jugador, por su as.

    —¡Qué! —exclamaron los tres, estupefactos, luego siguió Mauricio—. ¿Estás loco? El Sonric's te hará papilla y nos dejarás en ridículo.

    —No lo sabré con certeza a menos que lo intente —avaló el chico.

    —Espera, ¿realmente crees que puedas vencerlo? —inquirió Osvaldo, incrédulo.

    —Probablemente no —confesó él cruzándose de brazos, analizando la situación—. No lo conozco, no sé cómo juega, no sé qué movimientos son sus favoritos, no conozco sus habilidades ni su nivel y si es el as, no lo es simplemente porque sí, eso es claro. Sin embargo, me gustaría probarlo, conocerlo y hacerme una idea de cómo es la fuerza del turno matutino al que nos enfrentamos. Además, me emociona jugar con adversarios fuertes y si él lo es, ¡qué bueno! Probablemente no consiga la victoria que quiero darles para levantarles los ánimos, pero les prometo que me esforzaré al máximo, así que por favor, ¡confíen en mí esta vez!

    Los mayores se miraron entre sí, un poco inseguros al principio, pero después asintieron al pedido de su nuevo compañero, pensando que en ese momento él era lo mejor que tenían y si Jasiel Romero iba a hacer un buen cambio al club, ¿por qué no ser receptivos? Después de todo, no era que les costara mucho o que fuera algo imposible de realizar y en el fondo añoraban hacer una diferencia.

    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer!
     
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    Marina

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    Pues cuando leí que no se han presentado siquiera al torneo ese, wao, pensé: "¿entonces qué hacen jugando ajedrez"? No es por nada, pero como Jasiel, pienso que pierden mucho con no haberse enfrentado con los de la mañana. Con las últimas palabras de Jasiel, que no sabe cómo juega el Sonrics, o sea el As, me queda bien claro que este deporte, como cualquier otro, depende en puntos a favor el observar qué técnicas o prácticas hace el oponente, e incluso pienso que hasta saber cómo piensa o qué está pensando. ¿Qué movimiento hará? ¿Qué pieza pondrá en juego para perder? etc. Wow, el ajedrez requiere de mucha concentración. Es un juego que exige poner a trabajar las neuronas, qué dolor de cabeza, ¿no? En serio se necesita tenerle mucha pasión.

    El consejo que le dio Jasiel a Mauricio, sobre que necesitaba primero calmarse para poder enfrentarlo, cayó en saco roto y eso fue desfavorable para el último. Aunque pienso que aquí quedó demostrado la capacidad de Jasiel y aunque Mauricio parece que todavía le tiene ojeriza, quizás con el paso de los días aprenda a mostrarle su respeto, porque para que Jasiel le hubiera ganado a Pedro, el mejor de ellos, dice lo que es. Además también quedó aquí establecido que no hay que perder más tiempo. Urge enfrentar a los de la mañana y Jasiel está decidido a ir por el As. ¿Qué pasará?

    ¿Quién será mejor? Jasiel o Enrique? Vaya apodo que le han dado xD Ya veo porqué tiene la enorme cualidad de calmar a la rizada ewe.
    Otro buen capítulo. Espero el que sigue.
    TAM
     
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    @Marina ¡Master, gracias por leer y por tu apoyo! Sabes que lo valoro un montón. Tienes razón, los de la tarde pierden mucho al encerrarse tanto. El ajedrez es complicado, muy, muy complicado x.x Jasiel es un muy buen jugador y Pedro también lo es, pero tiene un problemilla que ya se verá después. Muchas gracias por pasarte siempre. Sabes lo importante que es para mí c: Te amo *u*

    A los demás que se pasan a leer esto, también se los agradezco mucho y a ustedes el capítulo. ¡Disfruten!

    Novena ronda:
    Razón

    El timbre de salida resonó por todos los rincones del instituto, así que los alumnos se apresuraron a guardar sus útiles y correr de aquel territorio que consideraban prisión. Finalmente la primera semana de clases concluía, por lo que la mayoría de los jóvenes ideaban planes para pasar un fin de semana perfecto y Renata Valdeś se habría sumado a la lista de no ser porque sus pensamientos estaban atiborrados de la que se había convertido en su peor pesadilla vivida en carne y hueso. Laura había cumplido su palabra como buena chica persistente que era y la había acosado hasta el cansancio; al llegar a la preparatoria allí estaba, a la hora del receso igual, al terminar las clases también, de camino a su hogar sin duda, además del par de veces que había ido hasta su casa.

    ¡Qué fastidio!

    Lo único que le faltaba era que la rizada también decidiera arruinar su fin de semana pacífico y solitario, el que pasaría seguramente encerrada en su habitación viendo los últimos episodios de los animes que seguía o leyendo fanfics o jugando videojuegos. Se estremeció de tan sólo imaginarlo. Sería sencillo deshacerse de ella si le aceptaba ese duelo, pero no quería; en verdad que no le apetecía tocar siquiera un pieza de ajedrez.

    —¿Lista? —le preguntó Ivonne Nájera en cuanto terminó de guardar sus cosas.

    —Síp —respondió Renata colgándose la mochila en los hombros, pero antes de que pudieran dar un paso para dirigirse a la salida, una voz se dejó oír.

    —¿Renata Valdés está aquí?

    Tanto Ivonne como la nombrada, además de otros de sus compañeros que todavía no se iban, se volvieron a ver al dueño de la voz, descubriendo a un joven alto, de cabello negro peinado hacia arriba, que sonreía con amplitud y que era acompañado de un rubio escuálido; ambos estando de pie en el umbral de la puerta. Ivonne miró a Renata con asombro palpable. ¿Cómo es que era tan popular?

    —Soy yo —contestó a su vez la castaña, por demás tomada fuera de lugar, preguntándose si conocía a ese par de algún lado, pero nuevamente, su mecanismo de memoria parecía defectuoso a la hora de recordar a la gente.

    El joven pelinegro pareció sonreír más si era posible, haciendo que sus grandes y marrones ojos brillaran con encanto, sacándole suspiros a más de una chica que seguía por allí presente, al tiempo que les lanzaban miradas llenas de envidia a las implicadas en la escena, logrando que Ivonne se sintiera empequeñecer de vergüenza y que Renata... bueno, a Renata le importó más bien poco lo que pasaba a su alrededor, pues aún se hallaba concentrada en tratar de rememorar a ese chico, quien ya se había tomado la libertad de entrar al aula para colocarse frente a ella y su amiga, con el rubio siguiéndolo de cerca.

    —¡Hola, mucho gusto! Soy Enrique —se presentó el joven, enérgico—. Él es mi amigo Fabián y somos del club de ajedrez.

    El pánico fue lo primero que se apoderó del rostro de Renata al oír quiénes eran e incluso sintió que el color abandonaba su tez.

    —¿Del club de ajedrez? —repitió frunciendo el ceño con mortificación angustiosa—. ¿Lala les ha dicho que vinieran a verme? ¿Fue su idea?

    —¿Lala? —Enrique ladeó la cabeza, confundido.

    —¿Te refieres a Laura de la Rosa? —habló por primera vez Fabián, queriendo asegurarse y Renata asintió.

    —Oh, ¿así que le dices Lala? —comentó el as, risueño—. Sí que deben ser amigas cercanas para que le tengas un apodo tan adorable.

    —No realmente. La llamo así porque no le gusta —confesó la chica como si nada e Ivonne reprimió las ganas de golpearse el rostro con la mano. Su amiga era sin duda una trol.

    —Bueno, dejando eso de lado —volvió a tomar la palabra el presidente—, Laura no nos ha enviado, así que puedes estar tranquila.

    Y es que Fabián había notado la reacción de pavor de ella, aunque claro, parecía que tratándose de Laura no podía esperarse nada lindo.

    —¿Entonces por qué están aquí? ¿Por qué o de qué me conocen? —indagó Valdés aliviada, pero extrañada de igual forma al asegurarse de que no se habían visto nunca en la vida.

    —Es mi culpa —confesó Enrique llevándose una mano a la nuca, sonriendo avergonzado—. Laura ha hablado tanto de ti en las prácticas que me han dado muchas ganas de conocerte en persona. Dime, ¿en verdad planeas dejar el ajedrez?

    —No es que planee, es más bien que ya lo dejé desde hace mucho —replicó Renata con simpleza.

    —Vamos, no puedes decir eso. Antes lo jugabas, ¿cierto? ¿Por qué no vuelves a intentarlo? Podrías unirte a nuestro club y empezar desde cero con tranquilidad —la animó Enrique.

    —No quiero, no me gusta. No haré otra cosa que apenas aguanto, suficiente tengo con la escuela como para añadir algo más.

    —¿Por qué dices eso? —el joven Acosta frunció el ceño, triste—. No puede no gustarte algo que has practicado por tanto tiempo. Laura dice que siempre jugabas, sin importar qué.

    —Sí y no lo disfrutaba. Así que no lo haré de nuevo.

    —Pero... —Enrique no supo qué más responder ante la actitud tan apática de Renata.

    —Está bien, si no quieres jugar permanentemente al ajedrez no se te puede obligar —se metió Fabián otra vez—. Sin embargo, ¿podrías al menos aceptar el duelo que Laura quiere tener contigo? Ciertamente no es tu culpa que ella no pueda ser un poco más madura en cuanto a este asunto de rivalidad que tiene contigo, pero se pone muy pesada cuando hace referencia de ti y se mete tanto en el tema que al final no se concentra ni deja que nosotros nos concentremos. Nos ayudarías mucho que estuvieras dispuesta a jugar con ella una sola vez.

    —¡Es verdad! —saltó otra vez Enrique a la conversación—. Laura realmente quiere tener un partido contra ti; lo ha querido desde siempre y lo ha esperado con ansias. Ha practicado mucho por esto y no puedes dejarla botada así como así, ¿verdad? ¿Tanto te costaría darle gusto en esta ocasión y jugar una sola vez contra ella?

    Ivonne, quien se había mantenido en silencio todo el tiempo no deseando irrumpir en asuntos que no le concernían, miró a su amiga, expectante. El mohín de la castaña se había trasformado en uno nostálgico, casi melancólico, en tanto observaba el piso bajo sus pies, como si no existiera algo más interesante en el mundo; luego dio a conocer sus pensamientos.

    —Es precisamente por eso que no puedo jugar contra Lala.

    —¿Qué? —El pelinegro se sorprendió mucho y se confundió todavía más—. ¿A qué te refieres?

    Renata miró a través de la ventana en tanto se explicaba, calmada.

    —Lala es de esa clase de personas apasionadas que dan su todo en lo que hacen, especialmente si es algo que les gusta y sé que Lala ama el ajedrez como ningún otro; por eso no puedo aceptar su desafío. Una vez alguien me enseñó que jugar contra alguien sin ganas de hacerlo, sin tomarlo en serio, era como burlarse del contrincante, era humillante para el otro y una falta de respeto; yo creo que lo que dijo es cierto. Ahora mismo no siento el más mínimo deseo de jugar ajedrez, no quiero, así que si acepto un partido con ella sin una mísera gana de pelear o ganar, no importa que me venza, Lala no estará contenta, estoy segura. Además, ella no merece una oponente como yo después de todo lo que se ha esforzado; merece a alguien que le dé la talla. Por eso no puedo.

    La declaración de la castaña tomó por sorpresa a los tres jóvenes, pues no hubiesen imaginado que algo tan profundo estuviera oculto detrás de las negaciones de la chica. Fabián suspiró, asintiendo en reconocimiento.

    —De acuerdo, con lo que has dicho es más que obvio que seremos mayormente incapaces de hacerte cambiar de opinión y me parece evidente que has formado muy malos recuerdos relacionados con el ajedrez, de allí tu negativa también, ¿cierto?

    Renata se encogió de hombros, sin molestarse en responder eso; después de todo, no conocía de nada a esos tipos, así que no tenía por qué contarles cada detalle de su vida.

    —Aun así, ¿no estarías dispuesta a crear nuevas memorias del deporte? —inquirió el rubio—. ¿Tal vez encontrando alguna motivación nueva que te empuje a intentarlo otra vez?

    Renata volvió a encogerse de hombros, indolente, provocando que Fabián suspirara nuevamente.

    —Bien, entonces lamentamos mucho haberte quitado el tiempo. Que pasen un buen fin de semana. Vámonos, Enrique.

    Fabián se dio la vuelta y comenzó a alejarse mientras Enrique se quedaba unos instantes más en su sitio, mirando todavía entre atónito e incrédulo a Renata, antes de finalmente seguir a su mejor amigo. Viéndose ya libre de cualquier tipo de molestia en forma de chicos, Renata suspiró, relajándose; ese había sido un encuentro extremadamente incómodo y sofocante para su gusto.

    —Ay, qué bueno que no insistieron tanto —soltó con ligereza e Ivonne a su lado no pudo más que mirarla escéptica.

    —Eres en verdad extraña, Renata. Cualquiera estaría halagada y orgullosa de que alguien la tomara en cuenta para unirse a algún club, ¡y a ti te alegra que desistan! Mira que casi te rogaron, ¿eh?

    —Es que en serio preferiría pasar desapercibida de todo —confesó ella con desgana, pues era verdad; no quería destacar, no quería que la apuntaran o que la miraran siquiera. Su idea de estos tres años consistía en pasarlos casi que invisible al mundo, pero parecía que su perfecta visión estaba desmoronándose cada vez más.

    —Pues aun así, parece que en serio les habría gustado que te unieras a ellos.

    —Es que no saben a quién se lo han pedido. No les convengo... a nadie le convengo.

    —¡No digas eso! Es deprimente —la reprendió Ivonne.

    —Pero es la verdad —se sinceró la castaña con una sonrisa cínica—. En fin, ¿nos vamos?

    —Sí.

    Y las dos amigas emprendieron el camino a su respectivo hogar en medio de una charla casual, muy contrario a los dos muchachos que también se dirigían a su propia morada, estando ambas en el mismo barrio. Fabián Cuevas y Enrique Acosta caminaban en un silencio que no podía ser otra cosa que por demás insólito entre ellos, sobre todo teniendo en cuenta que Enrique era un perico que difícilmente se callaba. Mas en esa ocasión parecía extremadamente meditativo como para querer hablar, lo que ya empezaba a preocupar al rubio, por lo que él rompió el hielo al preguntar:

    —¿Te encuentras bien, Enrique? Estás inusualmente taciturno.

    —¿De verdad? Lo siento —se abochornó el as Acosta—. Es sólo que no dejo de pensar en lo que acaba de pasar con Renata.

    —¿Eso? No te preocupes de más. Sí, es una pena que no quiera jugar ajedrez y que por ende no se una al club, pero no podemos hacer mucho al respecto. La decisión que tomó es suya y nosotros hay que respetarla.

    —Ya lo sé, es sólo que me sorprendió oír la razón de por qué no acepta el duelo de Laura. Creo... creo que el que tome en consideración sus sentimientos es un gesto muy dulce de su parte.

    Fabián miró a su camarada con las cejas arqueadas. No era raro que Enrique dejara saber lo que pensaba, no importaba si eso implicaba hacerle un cumplido a alguien o decir cosas que para otros parecían vergonzosas, pero esta vez lo dijo de una manera diferente, quizás demasiado consciente de lo que decía.

    —¿No me digas que Cupido te ha flechado ya? —lo cuestionó con sorna, logrando que Enrique se ruborizara escandalosamente y se pusiera nerviosamente torpe.

    —Pe... ¿pero qué? No, yo... ¡No! —se apresuró a rectificar las ideas del rubio, moviendo sus brazos frente a sí con ansiedad—. No es así, era un detalle nada más. Ya sabes, de que Renata tal vez sea una buena chica —Y rio como un poseso.

    —Claro —Fabián decidió darle por su lado—. Lo que me inquieta es que no creo que ella le haya dicho a Laura lo que nos contó.

    —¿Sobre por qué no acepta ese duelo? —quiso saber Enrique ya calmado y agradecido de que la conversación diera un giro; su compañero asintió.

    —Tal vez si Laura tuviera una razón viable de ser rechazada no se portaría como una desesperada por hacer que Renata luche contra ella; habría algún grado de comprensión entre ellas, o eso creo —El presidente suspiró una vez más—. Por desgracia, tampoco somos nadie para entrometernos en las relaciones y problemas de los demás. Sólo queda esperar a que las cosas mejoren.

    Enrique asintió y siguieron su trayecto, ahora sí entre otras conversaciones viéndose ya un poco más animados, mientras el pelinegro pensaba que no sería mala idea instar a Laura a que averiguara el verdadero porqué de que Renata rechazara su contienda todo el tiempo.

    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer!
     
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    xD Mira que de veras, Renata ya se hizo más que famosa. Y wow, el que esos chicos se presentaran en su salón causando tal sensación para los que ahí quedaban aún, fue inesperado. Enrique parece que no sabe andarse por las ramas y va directo al punto de su interés, en este caso, Renata, de la que Lala seguro ya le contó más que suficiente incrementando su deseo de ir y conocerla personalmente. Al igual que Enrique, me pareció una excusa o como sea que sea, el porqué de no aceptar el reto de la rizada. Está pensando en ella más que la propia Laura y mira, mira, ¿qué se me hace que las palabras de Fabián sí son acertadas y cupido ha flechado a Enrique con Renata, lo que me parece bastante delicado porque si el As sigue afectando de esa manera a Lala, la chica puede sentirse inclinada románticamente hacia él y ¿te imaginas lo que sucedería? De por sí que ya existe esa rivalidad entre la rizada y Valdés, pero no por la última sino por la primera y me parece que sería igual si sucediera lo que pienso. Porque eso de que Enrique sea el único que puede tranquilizar, llegarle de esa manera a de la Rosa, debe tener su razón de ser. Uno más profundo que sólo porque Enrique le cae bien a Laura y mejor le paro aquí porque yo sí que me fui por las ramas y ando en el divague xD

    Por último diré que Renata hizo bien en sincerarse con los chicos al decirle su razón de por qué rechazaba el duelo y me encantó Ivonne, que sólo se limitó a observar sin intervenir, con todo respeto. Es una buena amiga.
    Espero el que sigue. TAM
     
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    @Marina Pues ya vi que sí te fuiste por las ramas un poco xD Pero es verdad, aquí se podrían complicar las cosas pues a Laura le interesa Enrique y a Enrique le interesa Renata mientras que a Renata no le interesa nadie. ¡Vaya cosas! Pero bueno, gracias por pasarte por aquí y leer :3 Sabes que lo aprecio mucho. Recuerda que te amo reharto *u*

    A los demás que se pasan a leer esto al menos por curiosidad, también se los agradezco en gran manera ^u^ A ustedes el capítulo. ¡Disfruten!

    Décima ronda:
    Confianza

    —... así que, básicamente, mi siguiente tarea es la de enfrentarme al as del club del turno matutino e intentar darle a los chicos una victoria que muy posiblemente se me escape de las manos, pero no importará tanto porque la final seguramente será un duelo súper, híper, mega divertido, por lo que ¡bien por mí!

    La noche había caído ese día viernes y los alumnos de la tarde ya habían salido de clases, por lo que Jasiel Romero se encontraba caminando a paso lento y calmado hacia su lugar de residencia, sin prisas en llegar mientras terminaba de contarle lo que había pasado ese día con el club de ajedrez a su amiga del otro lado de la línea, quien no pudo evitar reír al escuchar el resumen de los detallados eventos. Y el cobrizo se preguntó con inocencia y extrañeza cuándo había empezado a percibir la risa femenina como una dulce melodía que llenaba su interior de inmenso bienestar.

    Es tan propio de ti, Jasiel —mencionó ella al tranquilizarse—. Apuntarte a jugar contra cualquiera que sea denominado fuerte.

    —¿Tú crees? Creí que lo hacía para mantener mi orgullo o por confianza, pero si resulta que es más bien un impulso descontrolado no me sorprendería que limpiaran el suelo conmigo.

    ¡Qué va! Eres un gran jugador, Jasiel, me consta. Tienes uno de los mejores récords entre los chicos de tu edad en la ciudad, así que no creo que te venzan tan fácilmente.

    —No es bueno bajar la guarida, Cami —le recordó él, serio.

    Lo sé y no intento que la bajes, pero las estrellas de ambos clubes se enfrentarán, así que alguna similitud en habilidades debe haber.

    —¿Las estrellas? Hm, Cami, yo no soy el as del club —la corrigió él.

    ¿Por qué no? —Eso pareció confundirla bastante—. Derrotaste a los tres, ¿cierto? ¿No te mereces el título por eso? ¿O es que no lo quieres?

    —¡Claro que lo quiero! Eso no se pregunta, pero no sé... No llegamos a ningún acuerdo entre los chicos y yo, así que creo que por ahora el puesto está vacante. Tal vez un duelo entre todos y por puntos de victorias lo defina.

    Ya veo —Ella guardó silencio unos instante, como meditando lo que él dijo—. Sí, tienes razón, un duelo entre todos sería lo más justo. Entonces si deciden hacerlo te deseo lo mejor. Esfuérzate.

    —Gracias, lo haré.

    Un silencio extraño se cernió sobre ellos y aunque Jasiel no pudo ver a su interlocutora, sí que pudo sentir un aura diferente a la de los pasados días; diferente pero no del todo inusual, una llena de lo que podría definirse como depresión, cosa que lo puso intranquilo.

    —Cami, ¿pasa algo? —le preguntó con el más suave de los tonos, preocupado.

    No, ¿por qué?

    —No me mientas, Cami, desde que contestaste has estado rara. Dime, ¿qué sucede? ¿Es algo malo? Sabes que puedes confiar en mí, ¿cierto?

    Confío en ti, Jasiel, pero no te angusties, no es nada malo. De hecho, es una tontería muy grande que no vale la pena ni comentar, así que...

    —Camila, ¿cuántas veces te he dicho que no menosprecies tus pensamientos e inquietudes? —la reprendió el joven con firmeza aunque sin dejar la delicadeza—. Nada de lo que me digas podrá parecerme una tontería nunca, ya lo sabes. Anda, cuéntame qué te atormenta.

    Otro espacio de mudez transcurrió antes de que Camila suspirara rendida y confesara con bochorno:

    Es que, siendo honesta, tengo envidia.

    —¿Qué? —La inesperada respuesta lo tomó con la guardia baja.

    Siento envidia de ti, de todos ustedes; reuniéndose en el club, practicando, bromeando, pasándola bien, mejorando. Hace que recuerde nuestros buenos momentos en la secundaria —La voz de Camila se quebró—. Si tan sólo hubiera un club de ajedrez fijo en mi instituto... Y ni siquiera soy lo suficientemente valiente como para empezar uno yo misma. Soy una cobarde.

    —Tú no eres ninguna cobarde, Cami —declaró él con convicción—. Eres de las personas con más valentía que he conocido en mi vida.

    Camila hizo un sonido raro que pareció indicar una pequeña risa, quizás sarcástica, aunque Jasiel no estuvo seguro. Sin embargo, comprendía muy bien el sentimiento de su amiga, ya que su colegio no contaba con un club de ajedrez propiamente establecido, sino que, según le había informado ella, cualquiera que deseara participar en el torneo oficial de la región debía decírselo al docente que estaría encargado de ser el representante de la institución educativa para que lograra participar, pues esa era una de las reglas del torneo a nivel preparatoriano: tener a un profesor como representante. De allí que los que desearan ingresar al torneo tuvieran que practicar por su cuenta o inscribirse a algún club que hubiese en la ciudad; no obstante, Camila vivía en una zona rural pequeña, muy alejada de la ciudad principal y en la que no había nadie que se mostrara especialmente interesado en el ajedrez, por lo que le resultaba difícil ponerse a practicar. Eso sin contar que sus padres solían ser muy sobre protectores con ella y rara vez la dejaban salir si no era por necesidad y para ir a la escuela.

    Yo... —siguió diciendo Camila en tono angustioso—. Yo necesito jugar ajedrez constantemente si quiero dejar de estar deprimida. No es lindo deprimirse sobre algo que te gusta.

    Jasiel apretó el celular en su mano con fuerza, sintiendo que la ira comenzaba a emanar desde el interior de su ser con intensidad, al tiempo que recordaba con clara aversión al malnacido aquel que tenía el título de campeón estatal. Si Camila no hubiese contendido contra ese desgraciado en el torneo estatal pasado, ella no tendría por qué estar deprimida. Pero ya se las pagaría ese remedo de ser humano; lo humillaría de la misma forma que había humillado a su amiga, lo derrotaría y le restregaría en su horrible cara lo imbécil que era, la basura de persona que era.

    En ese instante, sin embargo, debía escuchar a Camila y animarla a desahogarse siempre que lo necesitara, aunque una gran parte de él se sentía impotente en grados extremos al no poder hacer más que oírla tan desconsolada, siendo esos momentos en los que odiaba estar en el turno vespertino, en los que detestaba estar en el extremo opuesto de donde ella vivía y cuando aborrecía no estar inscrito en la misma institución que ella. Porque en sus actuales circunstancias no era capaz de estar a su lado para brindarle el apoyo que deseaba darle, sobre todo teniendo en cuanta que la herida era reciente; se sentía un terrible amigo.

    —Lo siento tanto, Cami —se disculpó al final, culpable—. Por favor, perdóname.

    ¿De qué? ¿Por qué me pides perdón tan de repente? Si no me has hecho nada —indagó ella sumamente extrañada.

    —Perdóname por no estar junto a ti cuando más me necesitas.

    El silencio volvió a instalarse entre ambos por unos largos segundos, en los que Camila no tuvo la capacidad de formular ni una sola palabra ante el impacto que las palabras de Jasiel le provocaron. Con todo, pronto el asombro pasó a un segundo plano y la felicidad que la embargó se volvió tan inmensa que tomó el primer lugar; estaba contenta de que él se preocupara tanto por ella hasta el grado de sentir que le fallaba como amigo siendo que era todo lo contrario. Volvió a reír brevemente, esta vez por demás alegre.

    Eres sin duda un encanto de persona, Jasiel —expresó ella con sinceridad ocasionando que toda la sangre del chico se le disparara al rostro—. Un encanto al que a veces le fallan las ideas.

    —O-oye, esta vez sí que te burlas de mí, ¿cierto? —la cuestionó él por demás avergonzado.

    Para nada —respondió ella, risueña—. Es sólo que no deberías disculparte por algo de lo que no tienes la culpa. Es verdad que habría sido genial que estuviéramos en el mismo colegio, pero me da mucho más gusto que tu vida y la de tu madre mejoraran para bien con su matrimonio y la mudanza.

    Y es que Verónica, la madre de Jasiel, había tenido al cobrizo a una edad muy joven y lo había criado prácticamente sola, pues el sujeto que la dejó embarazada huyó de cualquier responsabilidad, abandonándola a su suerte. Verónica habría caído en una gran depresión de no haber sido por el apoyo de sus padres, que aunque no le dieron la espalda, tampoco le dieron todo en bandeja de plata, sino que la enseñaron a valerse por ella misma y afrontar las consecuencias de sus actos. También su futuro hijo fue una gran fuente de esperanza, por lo que Verónica se enfrascó de lleno en atender a Jasiel y darle lo mejor, así que se las ingenió para dedicarle tiempo a él, al trabajo y al estudio; de allí que no se viera involucrada en ningún tipo de relación, lo que fue así hasta hacía poco.

    Su madre había conocido a Ramiro Carrasco, un hombre decente, trabajador, amable y cariñoso que había enviudado haría cerca de tres de años y que tenía dos hijos. Se conocieron a causa de trabajo al ser ella secretaria y él un agente de ventas; comenzaron a salir para conocerse hasta que el amor floreció y decidieron casarse. La boda fue unos meses antes de que Jasiel terminara la secundaria, por lo que cuando llegaron las vacaciones de verano, todos se mudaron al nuevo hogar de la familia Carrasco, en una zona que estaba del otro lado de donde solían vivir Jasiel y su madre; allí inscribieron a los hijos en escuelas por demás desconocidas para ellos, pero aparentemente de buen calibre.

    Jasiel estaba feliz por su madre, sin duda, y de hecho le agradaba su nueva familia, pero cuando se enteró de que estaría en la tarde se vio inconforme precisamente porque la oportunidad de hablar con Camila iba a ser casi nula, pues ella iba a la escuela en la mañana. De allí que estuviera en sus planes cambiarse al turno matutino, pero al saber cómo era el club de ajedrez, simplemente no pudo dejarlos de lado, siendo precisamente ese gesto el que Camila tomaba en consideración y el que admiraba. Después de todo, Jasiel era esa clase de personas a las que le gustaba ayudar en lo que podía cada que tuviera la oportunidad; siempre sería un gran amigo que no abandonaría a los suyos. Por eso no le reprochaba nada, ni siquiera por mucho que su deseo interno fuera el de tener más tiempo para conversar con él.

    No debes preocuparte tanto por mí, Jasiel —continuó hablando la chica, tranquila—. Ya me ayudaste mucho en su momento y ahora son otros los que te necesitan, así que concéntrate en ellos, ¿de acuerdo? Además, no puedo estar dependiendo todo el tiempo de ti, ¿o sí?

    —No, supongo que no —aceptó el de mirada miel con reticencia, pues aunque sabía que no debía sentirse así, a una parte de él le gustaba que Camila lo necesitara.

    ¿Sabes qué? Te demostraré que estaré bien. Me quedaré en algún club de la ciudad al menos un par de veces a la semana. Realmente necesito practicar.

    —¿En serio? —El cobrizo abrió los ojos con sorpresa—. ¿A cuál? ¿Cómo piensas regresar a casa? ¿Crees que tus padres te dejen? ¿Ya hablaste con ellos del tema?

    Bueno, no he hablado con ellos de esto, pero sé que ahora saben lo importante que es el ajedrez para mí, así que espero puedan comprenderme. Haré lo posible por persuadirlos; después de todo, he aprendido del mejor. Lo de cómo volver a casa, no estoy segura... No creo que alguno de mis padres venga por mí tan tarde y tampoco sé si Nico quiera venir por mí, así que supongo que tendré que volver en el autobús.

    —¿Pero qué el autobús no te deja en la plaza del pueblo? ¿Cómo regresarás a casa desde allí? Aún tendrías mucho que recorrer.

    Está bien, me hace falta ejercitarme; no te inquietes, me las arreglaré. En cualquier caso, estaré en un club instruido por una de las personas más amables que conozco, así que podría decirse que en ese aspecto estoy segura. Me ha tratado muy bien desde que me lo presentaste, Jasiel.

    —¿De verdad? ¿Es donde creo que es? ¿Irás al club del abuelo? —Saber eso emocionó mucho al joven Romero.

    Sí. Tal vez suene mal, pero es el único lugar en el que me sentiría confiada y a gusto.

    —No, no, es perfecto, me alegro mucho. ¡Cielos! Esto puede ser mejor de lo que pensaba, ¿sabes? Creo que mañana lo llamaré y le hablaré de tus planes. Estoy seguro de que estará encantado de ayudarte en lo que sea. A lo mejor y hasta él te lleva a casa.

    Tampoco es plan de abusar.

    —No hay problema; sé que le agradas mucho y como te gusta tanto el ajedrez, pues con mayor razón. Además de que si se lo pido yo, su querido y amado nieto favorito, no podrá negarse.

    Rebozas de auto confianza, ¿eh? —comentó Camila, divertida.

    —Es mi virtud. Tú no te mortifiques más y deja que mueva mis cartas también, ¿sale? Mejor concéntrate en convencer a tus padres.

    Está bien. Gracias por todo, Jasiel.

    —Es mi placer, Cami, lo sabes.

    Sí, lo sé —Camila volvió a ser invadida por una gran dicha de tener a alguien como el cobrizo entre sus amistades; era un bendición sin duda—. ¿Sabes? Hago esto porque en verdad quiero disfrutar del ajedrez otra vez y sé que tu abuelo me ayudará a conseguirlo, pero hay otra razón importante. Dado que estamos lejos el uno del otro y en turnos diferentes, la realidad es que no podemos vernos como antes ni jugar como antes. Por eso me esforzaré, mejoraré y llegaré al torneo regional; porque quiero verte y jugar contigo otra vez, Jasiel.

    Un despiadado rubor y un insolente calor se apoderaron del joven al escuchar la confesión de Camila, ocasionando que de un momento a otro comenzar a sudar, al tiempo que se aturdía tanto que no atinó más que abrir y cerrar la boca una y otra vez, sin articular nada, dándole la graciosa apariencia de un pez. Menos mal que era de noche y no había gente por la calle que viera su vergonzoso espectáculo, aunque definitivamente no vendría mal que llegara alguna ventisca fría. Jasiel apoyó la frente en el muro más cercano que tenía, esperando que el fresco de éste lo ayudara a pensar correctamente. Sin embargo, no hubo demasiado que pensar, pues aunque las palabras de ella habían ocasionado un disturbio total en él, también lo habían llenado de una felicidad sublime, porque habían puesto de manifiesto una verdad que él mismo albergaba. Así que no pudo evitar sonreír como un bobo.

    —Yo también quiero verte, Cami —aceptó él en un susurro, en confidencia, y aunque él no lo supo, provocó un sonrojo intenso en la muchacha junto al marchar precipitado de su corazón. En eso, Jasiel meditó en sus palabras y volvió a enrojecer, ahora de vergüenza—. Q-quiero decir que también quiero verte, pero sobre todo quiero jugar contigo. Sí, eso es, muero por jugar contigo, eh... Recuerda que me debes una. Ah claro, la última vez que jugamos me diste una buena paliza y quiero la revancha y... y... bueno, eso.

    Jasiel dejó de hablar al darse cuenta de las idioteces que estaba diciendo y le dieron ganas de meterse tremendo puñetazo a él mismo. ¿Es que era estúpido? ¿Reclamarle una revancha teniendo en cuenta la situación? Camila seguro iba a pensar que era un rencoroso y un mal perdedor; iba a pensar que era un superficial que lo único que quería era ganar. ¡Enhorabuena para él! La había fastidiado en totalidad. La risa de ella volvió a oírse, abochornándolo en mayor medida.

    Tienes razón —asintió Camila, contenta—, tenemos cuentas pendientes, por lo que los dos debemos llegar al torneo si queremos arreglarlas. Hay que dar lo mejor de nosotros y entonces nos veremos allí. Puede que sea tu revancha, pero no me daré por vencida tan fácilmente y llámame malagradecida si quieres, pero no pienso darte la victoria simplemente porque me ayudas tanto, así que mentalízate para otra derrota.

    —No podría esperar menos de ti, Cami. En ese caso, prepárate tú también porque tampoco me rendiré ni dejaré que me ganes tan sólo porque se trata de ti —Jasiel sonrió a plenitud, vibrante.

    Me alegra, no lástimas de ningún tipo ni mucho menos treguas; es nuestro lema —Camila volvió a reír con alegría—. Oh, creo que es momento de colgar; ya es tarde. ¿No has llegado a casa todavía?

    —Estoy aquí afuera desde hace rato —El chico miró la fachada de su hogar.

    Ya veo. Entonces mejor nos despedimos, ¿está bien?

    —Claro, te llamo mañana.

    Okey, pasa una buena noche y descansa.

    —Tú también.

    Gracias. Adiós.

    —Adiós.

    Colgaron y Jasiel se le quedó mirando al celular unos instantes más, sin borrar su sonrisa del rostro. Sí, definitivamente quería un encuentro con Camila; esa era otra de sus mayores motivaciones para dar el máximo en el club y llegar al torneo. No iba a permitir que nada ni nadie se la quitara.

    Por ahora es todo. ¡Gracias por leer!
     
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    Marina

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    Órale, así que la madre de Jasiel lo educó prácticamente sola y aunque sus padres le ayudaron, ella hizo todo el trabajo al preparar a su hijo. Sabiendo todo el empeño que puso, entonces creo que sí se merecía encontrarse un amor romántico en la vida y parece que encontró un buen hombre, ahora Jasiel no es único, sino que tiene dos hermanitos xD La relación de Jasiel con Camila es muy linda. Se ve que se llevan muy bien y me atrevo a decir que hay algo más que amistad entre ellos. Luego, la mención de ese chico que fue campeón y al parecer humilló más de la cuenta a Cami, me inspiró el deseo de conocerlo, saber algo más de él, porque siendo Jasiel tan así, tan abierto con todos, tan amable, paciente y empático, ese sujeto debe ser algo muy pesado para que Jasiel sienta esa rabia de sólo pensarlo.

    Y creo que sí se merece el lugar. Jasiel es un as en lo que hace, visto ya está entre los del turno vespertino, pero al no otorgarse el título o sentirlo en él todavía aunque le gustaría serlo, se ve lo justo que es al esperar que sea de otra manera como se decida si será el as o no.

    Buen capítulo. Aunque el capítulo se trató de la conversación entre ellos, estuvo lleno de novedades, sentimientos y sueños. Por medio de este medio se dio a conocer más sobre estos personajes y me encantó. Nos vemos en el que sigue. TAM
     
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