EL ÁNGEL QUE CAYO DEL CIELO. CAPITULO 1 ¿UN ÁNGEL PODRÍA AYUDARME? La respuesta a que si estamos solos en el universo, es algo que todo ser humano común y corriente daría la vida por saber. Y aquellos que la conocían tenían vedada la posibilidad de hacerla conocer. ¿Quiénes eran estos seres que sabían esta verdad y que además caminaban entre nosotros sin que nos diéramos cuenta? Los ángeles. Si, aquellos seres de forma humana, pero con algo típico de todo ángel que se precie: Unas preciosas alas que les permitían sobrevolar esta tierra para hacer lo único que podían por el sufrimiento de los seres que vivían en la tierra: Dar consuelo invisible transmitiendo un dulce sentimiento de amor por la vida. Hay cientos de ellos sobrevolando los cielos y caminando entre la gente. Invisibles para todos, con una rara excepción: los niños muy pequeños podían verlos. Y no es raro, porque la naturaleza incorrupta de estos pequeños se los permitía, pero los ángeles aludidos simplemente sonreían de manera cómplice como dándoles a entender que guardaran el secreto. Los ángeles como tal, tenían esa misión terrenal, pero por recovecos que ni ellos entendían, y como un regalo por sus tareas, cada 31 de octubre del año calendario, el cielo les otorgaba que pudiesen cumplir el deseo que anhelasen por un día completo, pero esa recompensa terminaba la medianoche de ese día y era un regalo que casi ningún ángel usaba. Ellos tenían aparte de una vida eterna, tantas habilidades especiales, así que no habría tanto que pudiesen desear. Eran perfectos, pero aun así, la recompensa siempre estuvo vigente. Esa mañana del 30 de octubre, un perezoso ángel de largos cabellos negros ,y ojos del color del cielo al atardecer sobrevolaba unas ciudades. Y como un ser más, aunque sea etéreo, tenía un nombre: se llamaba Seiya y desde que recordaba siempre había estado cumpliendo sus misiones hacia la zona del oriente medio, conocida por los conflictos, guerras y devastaciones continuas. Pero ese día en particular decidió que quería salir a ver otras cosas. Los ángeles tenían prohibido intervenir en las cosas que sucedieran entre los mortales, bajo la penalidad de perder sus esencias de ángel y pasar a convertirse a simples mortales. Pero ello, no era problema, para estos seres, su propia existencia era una elite de perfección y esa tarea de alentar invisiblemente a las personas, era solo un trabajo más. Pero Seiya, últimamente se había visto envuelto en algunas sensaciones extrañas. Había visto cosas horribles en las guerras y la verdad esa cuestión ya lo estaba perturbando un poco. Y eso no era bueno, para un ángel, no podían tener ese tipo de sensaciones, y antes de empezar a sentir algo desconocido, Seiya emprendió vuelo hacia otra área del mundo. Cuando bajó al suelo, se dió cuenta que estaba en un sitio que la gente llamaba Japón. Decidió caminar entre la gente, para perderse entre ellos y usando su habilidad para leer la mente de la mente, para detectar sufrimientos internos, para así realizar su tarea angélica. Estaba en eso, cuando escuchó un lamento en particular que le llamo la atención. Se giró para poder detectar a aquel ser humano, quien lloraba internamente. Cuando la vió, sentada sobre un banquillo, su propia naturaleza se vió perturbada. Era una mujer rubia de unos 25 años, con cabellos que le caían como lluvia sobre la espalda pero que sostenía sobre dos odangos que daban mucha ternura a su apariencia. Estaba callada sosteniendo un paquete sobre el regazo, pero como Seiya podía oír pensamientos, sabía que la mujer estaba lamentándose por haber perdido algo. No pudo evitar caminar y sentarse a lado de esta muchacha. Luego de largo rato pudo comprenderlo. Ella había perdido su trabajo, y por lo visto esa cuestión la afectaba demasiado. Otro ángel en su lugar, habría susurrado algunas palabras en el oído del mortal, para darle un poco de calma, antes de salir del sitio. Pero Seiya no pudo hacerlo, sentía como si aquella mujer que lloraba internamente tenía algo que un simple consuelo no podía quitar. En efecto, Serena Tsukino era una mujer de 25 años, que en un momento creyó tenerlo todo. Cuando tenía 16 años conoció a Darién Chiba, un hombre unos años mayor que ella y ese amor tan hermoso, se vio coronado cuando él le pidió matrimonio cuando ella había cumplido 18 años. Darién era médico y era accionista del hospital donde trabajaba y amaba genuinamente a su esposa y ese sentimiento tan perfecto se vio bendecido con la llegada de una hija que llevaba el nombre de la madre, pero que decidieron apodar Rini y era una preciosa niña de cabellos rosa y hermosos ojos del atardecer rojo del cielo. Pero hace 3 años ese sueño se derrumbó. Darién murió inesperadamente en un accidente de automóvil, no solo dejando a una esposa desconsolada y una hija huérfana del padre más cariñoso, sino también en la ruina a su familia. Los demás accionistas del hospital no atendieron los ruegos de la viuda, y usando maniobras legales se apoderaron de la parte de Chiba, y con ello, la pobre Serena de pronto se vio obligada a dejar su casa y mudarse a un departamento minúsculo que era lo que podía pagar con los sueldos que recibía por los tres trabajos que tenía: camarera de día, cuida perros de tarde y repartidora de pizza a la noche. Su vida era un infierno, pero al menos al llegar a casa tenía el consuelo de ver a su hija, y sonreía porque sabía que lo que hacía era para darle un futuro a su pequeña. La otra parte buena de sí, es que hace poco, su hermana Mina se había mudado con ella luego de haber sufrido una realidad que sufrían silenciosamente varias mujeres en posición de desventaja: había sido abusada sexualmente por su jefe del bar donde trabajaba como cocinera y como no tenía medios, terminó huyendo de esa ciudad y le pidió refugio a su hermana en Tokio, que tampoco estaba en las mejores condiciones, pero para Serena era una ayuda caída del cielo, Mina se quedaba con Rini, y la ayudaba con los quehaceres del hogar. Era solo un año menor que Serena, y tenía una gran dote en la cocina, pero el trauma que le generó ese abuso ocurrido hace 2 años, no le permitía volver a trabajar en ningún restaurante. Pero para ayudar en la casa, donde siempre faltaba dinero, cocinaba por encargos a la gente que vivía en el edificio. El dinero era algo preocupante para Serena, ella aun ahora seguía pagando las deudas que los accionistas del hospital adujeron que su marido adeudaba. Por ello debía tener esos tres trabajos y además el dinero de Mina era necesario también. Ambas sufridas hermanas se apoyaban. Como mujeres solas intentando sobrevivir en un mundo que había hecho lo posible por aprovecharse de ellas. Serena al llegar a casa, exhausta y agotada hasta la medula, había algo que jamás dejaba de hacer: Sonreír para su pequeña. La bañaba, la vestía, le daba de comer. Hasta le leía un cuento para hacerla dormir. Serena había aprendido a sonreír para apaliar la ausencia de un padre en la vida de Rini. Ella ahora tenía 5 años, pero tenía 2 cuando perdió a su padre, y a pesar que al inicio, preguntaba por aquel hombre sonriente que llamaba Papa, con el tiempo se terminó olvidando pero a veces le salía a su madre con alguna sorpresiva pregunta. —Mami…tu dijiste que papa se fue al cielo, tú crees que puede vernos? Serena se quedaba anonada, pero respondía que sí. —Tu papa siempre nos cuidara, aunque no podamos verlo. Y se volteaba para que su niña no la viera derramar lágrimas en recuerdo de aquella persona que tanto había amado y que un día, simplemente se fue de su vida sin previo aviso. Salió de la habitación de la niña, para ir al baño a lavarse la cara, mientras en la habitación, la pequeña Rini quien ya estaba a punto de dormir, le decía a la figura que solo ella podía ver. —¿Y tú sabes si mi papa puede verme? El aludido le daba un guiño en el ojo. Seiya había seguido a aquella mujer desde que la encontró sobre el banquillo y había presenciado todo, además que por la lectura de los pensamientos, ya estaba al tanto de los dolores de esa casa. Seiya solo asintió en señal a la pregunta de la pequeña. Y con eso, ella finalmente se durmió. Pero era algo que ni siquiera él sabía. Sólo sabía que las almas que dejaban el mundo físico iban a otro plano astral, pero algo en su fuero interno, le decía que ellos de alguna forma podían velar por los suyos. Serena terminó de asearse y se sentó junto a Mina a cenar. Ella siempre hacía platos deliciosos para su hermana. —Hoy recibí algunos encargos extras para preparar cocina vegetariana en el edificio de enfrente— mencionó Mina, pero al ver el tono triste de su hermana y le dijo—. ¿Qué sucede Serena? —Me despidieron de mi trabajo de tarde, de cuidaperros, uno de los dueños no toleró que se perdiera un collar de su perro, pero no fue porque quisiera, el animal quiso escaparse, y tuve que correr tras de él, y en ese lapso se perdió, pero el dueño no quiso entenderlo y se quejó con el jefe y me despidieron y ese trabajo era el que más me redituaba—respondió Serena Mina se acercó a darle un abrazo a su hermana. —No te pongas mal, yo conseguí encargos extra para este mes. —Mina, no quiero aprovecharme de ti. Sabes que lo que más me atormenta es la cuota mensual que pago a los accionistas del hospital y eso no puedo dejar que cargues tú— respondió Serena —No digas eso. Al menos déjame serte útil en eso. Tú me abriste la puerta de tu casa, y yo en mi estado lamentable solo fui una boca más para alimentar, y gracias a ti, pude recuperar la confianza para trabajar de nuevo, aunque sea desde la casa, y además la compañía de Rini me da mucha felicidad— comentó Mina aun apretando a Serena. —Mañana es día de brujas y vi que la tienda requiere de personas extras para trabajar por ese día allí, así que iré luego de salir del Café Crown, y así ganar algo extra. Además quiero comprarle una muñeca a Rini— completó Serena un poco más animada —¿Lo ves? Me gusta así verte más animada— dijo Mina al volver a sentarse para engullir la sopa que había hecho para la cena. Desde una esquina, con los brazos cruzados, Seiya las observaba. Cualquier otro ya se hubiese ido, pero la extraña emisión del resplandor del alma de aquella mujer llamada Serena, lo descolocaba. La vio acostarse más tarde y alargar un brazo como buscando a alguien alado suyo y empezar a llorar en silencio. —Darién…. ¿porque tuviste que morir?—murmuraba ella, dejando mojada la almohada a base de sus lágrimas. Seiya había vislumbrado el dolor y el sufrimiento en las guerras que había presenciado, pero nunca había sentido una extraña conmoción como la que sentía correr en sí, al percibir a aquella humana. Una mujer que a pesar de sufrir, siempre tenía el ánimo para levantarse al día siguiente con una sonrisa y seguir viviendo por su hija. Las lágrimas las dejaba para cuando estaba sola y sentía que no molestaría a nadie con su dolor. No solo por sus apuros económicos, la pena de que su hija crecería sin una figura paterna, la tristeza por el dolor que había pasado Mina, y del cual, por pacto propio decidieron no volver a hablar, sino también, porque muchas veces se sentía muy sola. Su escasez de tiempo no le daba el suficiente para cultivar amistades, y cuando su marido murió, muchos que se decían amigos suyos le dieron la espalda al verla con una posición económica desventajosa. — ¿Si existieran los ángeles? ¿Podrían ellos ayudarme?—murmuró antes de dormirse y sumirse en otro sueño triste. El día 31, luego de haber estado prácticamente la noche vagando por los cielos y de conocer aquella historia de esa mujer valerosa, fuerte pero triste en el fondo, decidió ir junto al Ángel Mayor Taiki, que era algo así como un superior suyo. Este estaba en una especie de jardín, que era un punto de reunión de los ángeles terrestres que se hallaba en algún punto astral del universo. Taiki abrió sus ojos y casi le salen algunas plumas de sus alas, cuando oye la petición de Seiya. — ¿Acaso estoy oyendo bien y como recompensa por ser esta fecha particular, quieres este deseo? Seiya asintió. —Nunca nadie me había pedido tal cosa. ¿Porque quieres ser humano por este día?, es la primera vez que oigo algo así— agregó Taiki —Tengo mis razones. Jamás pedí nada y ahora quiero pedirte esto— dijo Seiya —Está bien. Es algo que está escrito, pero debes saber que esto durara 24 horas y luego regresaras a tu aspecto etéreo con alas. Lo único es que seguirás conservando tus habilidades especiales de fuerza y habilidad sobrehumana. No te seguiré preguntando tus motivos. A lo mejor tienes ganas de experimentar lo que hayas visto en tus viajes— dijo Taiki, cerrando sus ojos, para luego abrir sus ojos y sacar un resplandor de luz que cubrió a Seiya e hizo que este sintiera por sus poros eternos, una sensación jamás percibida. Estaba siendo convertido en ser humano. Serena se había levantado muy temprano para ir al café, donde hacía de camarera, y tenía el turno de la mañana. Había dormido muy poco y estaba algo agotada, pero igual siguió sonriendo mientras se colocaba el uniforme reglamentario. A esa hora el lugar se atiborraba de estudiantes que iban camino al colegio, oficinistas y gente que iba al trabajo, y que pasaban a los apuros a llevarse un café. Siempre estaba lleno de gente. Pero pareciera que ese día no pintaba bien para Serena. No solo había manchado una parte de su delantal, con un café que le había derramado accidentalmente un descuidado cliente, y que por poco la quema, sino que había tanta gente, que había olvidado cobrar propina de algunas mesas, cuyos comensales habían huido antes de dar algún dinero a la moza. Con ese panorama, iba a ser algo imposible pedirle al gerente que la dejara salir una hora más temprano, por las ganas que tenia de ir al shopping a pedir el trabajo temporal que habían anunciado para ese día, por el cual pagaban lo que ella ganaba en un mes. Corría de una mesa a otra, trayendo y llevando. En eso, un distraído comensal puso el pie al paso de la rubia quien venía con una bandeja llena, y Serena no solo se hubiese caído y lastimado, sino que se hubiese producido una verdadera catástrofe con toda la comida esparcida por todos lados, causando enojos. Tal cosa no pasó. Un ágil brazo que salió de algún sitio, la sostuvo por la cintura y con la otra mano sostuvo la bandeja, moviéndola ágilmente para que la comida que estaba allí, volviera a la bandeja en perfecta sincronía con la habilidad del dueño de esas manos. Serena por instinto había cerrado sus ojos, pero los abrió justo para ver aquel acto, y luego voltearse un poco para ver al causante de ello. Un hombre alto, de largos cabellos negros en coleta, de ojos azules y con una sonrisa pegada al rostro. La mayoría en el lugar aplaudió al ver ello. —Que reflejos…hombre— decían Serena aun no salía de su asombro. —Gracias—murmuró la rubia. El extraño le sonrió, pero no había soltado el agarre. —Creo que las cosas ya están en orden…déjeme seguir, ¿sí?— exclamó Serena de repente Seiya en su forma humana, al parecer recobro cordura, y la soltó, devolviéndole la bandeja. —Oh...Si, por supuesto. Disculpe usted. Serena sonrió. —No hay nada que disculpar— dijo ella antes de volver a ir a entregar el pedido de la bandeja, mientras todos en el sitio los miraban, aun asombrados por la habilidad y los reflejos del hombre. Las chicas cuchicheaban acerca del joven. Era muy guapo y nunca había sido visto por aquella zona. Tal vez era algún nuevo lugareño o tal vez estaba visitando a alguien. Seiya al verse acosado por las miradas, decidió tomar asiento en uno de los lugares libres. Se había puesto rojo como un tomate. En muy poco tiempo habían llegado a él una suma de emociones humanas. Justo como le había dicho Taiki: —Ten cuidado, Seiya, sean cual sean tus motivos para pedir esto, ahora tendrás las posibilidad de tener contacto con otras personas, pero eso se terminara esta medianoche, y tu seguirás viéndolas como el ángel que eres, y no podrás intervenir en sus vidas. Así que mi consejo, solo dedícate a experimentar lo que quieras, pero no te involucres con nadie. Los ángeles somos como humanos y tenemos sentimientos y al estar en contacto con gente, puede haber el temor de perderte en esas emociones. Si bien, cuando percibió el aura de aquella mujer, había adoptado la decisión de ayudarla como lo hacía con muchos otros: con un consuelo invisible. Pero en este caso, el magnetismo por conocer más de esta persona, lo llevó a pedir este deseo de ser mortal por un día. Una mujer que siempre tenía una sonrisa en el rostro, a pesar del grave dolor y las tristezas que azotaban su alma. Seiya había presenciado en las guerras todo lo imaginable. Pero esta mujer le producía una inquietud que no podía explicarse. Bebió la taza de café que había pedido, y se marchó enseguida del sitio. Al menos para la vista de todos. Serena lo vio salir y pensaba en sus adentros. —Qué persona tan extraña. CONTINUARA
Capítulo 2. ¿Un trotamundos? El gentío acumulado en el café, no le permitió a Serena salir más temprano como hubiese deseado. Ya llegaban las 10 am, y salió a toda prisa rumbo al Mall. En verdad quería ese trabajo, la paga iba a ser muy buena, y ella necesitaba el dinero. Esperó pacientemente en que el semáforo se pusiera rojo, para poder cruzar la ruta. Apenas sucedió esto, Serena traspasó la calle. Ella siempre fue muy cuidadosa en este aspecto de su vida. Pero dicen que los avatares del destino son peligrosos y ella no contaba que una persecución a unos maleantes que huían luego de robar a un banco se estaba llevando a cabo. Cuando volteó la cabeza, ya solo podía ver el vehículo a toda velocidad a pocos metros de ella y solo atinó a quedar paralizada para cerrar los ojos y enfrentar un destino del que no podía escapar. Lo que pasó a continuación ni ella misma lo tuvo muy claro. De repente se vio alzada y llevada a una velocidad que no podía percibir con sus ojos al otro lado. Cuando abrió los ojos, estaba en la otra acera. Y se sonrojó violentamente cuando se dio cuenta de un aroma a lluvia dulce que salía del cuerpo de la persona que la llevaba en brazos. Levantó la mirada, para encontrarse con la misma mirada azul y sonrisa angelical del café de la mañana. —¿Usted..?— atinó a decir Serena —Hay tanta gente imprudente— dijo él — ¿Pero cómo? Yo ni siquiera pude verlo….o ¿usted es muy veloz o yo tengo la vista deteriorada?—replicó Serena —Digamos que tengo buenos reflejos, ya los habrá visto usted— mencionó él De repente parecieron darse cuenta de algo y ambos se pusieron rojos. — ¿Puede bajarme?— comentó ella —Oh...Claro, disculpe—bajándola Ella se secó la frente y cuando parecía que iba a retomar camino, se volteó. —Usted me salvó dos veces en un solo día, así que unas gracias no estaría mal. Podría ser malpensada y decir que me está siguiendo, pero no le veo con el rostro de ser un pervertido. En fin, al menos dígame su nombre— dijo ella con una linda sonrisa que encandiló al joven —Mi nombre es Seiya—respondió el con sinceridad. Podía inventarse cualquier nombre pero eligió usar el suyo. Ella le pasó la mano y le dijo: —Encantada, soy Serena— y ese contacto en las manos, produjo en los dos una extraña sensación casi eléctrica. En ese momento se volteó y dijo rápidamente antes de huir. —Bueno, me voy yendo, adiós señor Seiya. Él se quedó en ese mismo sitio, mirándola irse. Se miró las manos. La emoción que le corrió la espina dorsal por haber tocado esa mano, fue muy shockeante para él. Serena llego al mall, como pudo. Vio las largas filas de personas esperando ser entrevistadas. Los trabajos que ofrecían eran ser promotores del centro comercial obsequiando muestras a los visitantes. Había muchas vacantes, pero Serena se mordió los labios al ver la gran cantidad de aspirantes. No era raro, la paga era muy buena. Se puso pacientemente en la fila. Hasta que de repente sus sentidos percibieron un aroma a lluvia fresca. Se volteó y vio de nuevo a ese hombre. — ¿Señor Seiya? El aludido sonrió. —Yo también estoy buscando alguna ocupación—sonrió él Serena lo observó. El sujeto no tenía apariencia de necesitar dinero para hacer ese tipo de trabajos. El entendió los pensamientos de ella. —No me malentienda. Soy un viajero que camina sin rumbo fijo, y cada vez que paso por alguna ciudad, antes de irme, me gusta hacer algunas cosas— agregó él con una sonrisa — ¿Un vagabundo viajero?— consultó ella —Algo así— respondió él —Entiendo, y bueno, supongo que ya habrá visto que la competencia por el trabajo es fuerte. Tal vez no quedemos— dijo ella mirando el piso —No se desanime, aún faltan como 500 aspirantes antes de nosotros, todavía tenemos tiempo de guardar esperanza— sonrió el Ella sonrió ante el comentario. Estaban riendo con ello en plena fila cuando un hombre impecablemente trajeado, se acerca a Serena. Cuando ella se da cuenta, abre mucho sus ojos. Ese hombre era accionista del hospital. Se asustó un poco. Tal vez venía a buscar su paga, aunque se le hizo extraño que un hombre importante como él viniera en persona y además en un sitio como este. Verlo le produjo un vacío que disimuló muy bien con su sonrisa. Porque verlo solo le traían recuerdos de esa persona que ya no estaba con ella: Darién —Señora Chiba, que gusto verla por aquí. Ella tragó saliva y saco una sonrisa para agradecer el saludo. Ella le tenía mucho miedo. Luego de la muerte de Darién, él le había dicho que Chiba había dejado un desfalco de dinero, por tanto para evitar que la vergüenza se hiciera pública, Diamante y los otros socios le hicieron firmar, a la pobre viuda un trato para pagarlo, que ella abonaba mensualmente, aunque tuviera que trabajar como condenada por ello. No quería ver mancillado el nombre de Darién. El sujeto, dé nombre Diamante se le acercó y le dijo: —Estuvimos revisando alguna documentación de las acciones que pertenecieron a Chiba, y que lastimosamente por los desvíos de dinero que había hecho en vida, nos vimos obligados a retener, pero falta que usted nos vuelva a firmar un documento. — ¿Documento?— exclamó Serena —Así es, ¿Qué le parece pasar esta tarde en la oficina?— dijo el hombre volteando antes de esperar una respuesta. Serena ni siquiera pudo decir nada. Nuevamente, cuando se trataban de estos asuntos que según las palabras de Diamante, eran asuntos pendientes que Chiba había dejado sin resolver. Por culpa de eso había tenido que vender lo poco que tenía, porque las acciones que eran de su marido le fueron retenidas porque Diamante le había hablado del desfalco, y logro que ella le firme ese acuerdo de pago, bajo pena de hacer publica las acciones de Darién. Seiya miró fijamente al hombre alejarse. Tampoco le pasó desapercibido el intenso cambio de aura en Serena luego de hablar con aquel sujeto. Algo no estaba bien allí. No concordaba para nada. Pero prefirió callarlo. Todavía le quedaba el tiempo para averiguarlo. Si estaba ahí, es porque tenía el deseo de ayudar a esa mujer. — ¿Está bien?— preguntó preocupado —Sí, ya está todo bien— respondió ella Seiya lo sabía todo de ella, pero le hubiese gustado oírlo decir de sus labios, pero ella no soltó palabra alguna, entonces el pelinegro se aventuró a decir: —Sean cual sean sus razones para esforzarse tanto en esta vida, para pagar algo que usted no hizo, estoy seguro que esa persona que ya no está con usted, no sería feliz viéndola correr todo el dia, por favor, no se asuste. Solo oí parte de lo que le decía ese sujeto que vino aquí. Ella se giró para mirarlo. —Un trotamundos como usted jamás podría entenderme. Me imagino que jamás ha tenido un vínculo con nadie. Mi esposo, que en paz descanse, siempre fue un hombre correcto y si cometió un error al final de su vida, yo no puedo dejar que su nombre sea mancillado— dijo ella con fiereza —A eso me refería… ¿Cómo sabe que él en verdad cometió ese error?— agregó él Serena abrió mucho sus ojos ante aquel comentario, pero no quiso echarse para atrás, así que repuso. —Como sea. Ha pasado el tiempo y si así fuera, no hay nada que pueda deshacer— dijo ella Seiya ya no respondió. La fila era un interminable, y ya era muy notorio que ellos no quedarían para los puestos. La rubia hizo ademan de irse —Estoy perdiendo mucho tiempo aquí, tal vez debería volver a casa y ver a mi pequeña. Tal vez así piense una forma de cómo ganar dinero, o ver que invento para ganar una prórroga de tiempo para pagar mi deuda—repuso ella Ella hizo una reverencia a modo de saludo y dijo: —Adiós señor Seiya.. Él la vio irse unos pasos, pero no pudo decirle nada, y justo cuando estaba por esgrimirle alguna palabra, ella se volteó sorpresivamente Vino caminando junto a él. Él la veía con sorpresa. Ella habló con cierto nerviosismo. —Mire, no me malentienda, pero usted no se ve como una mala persona, y además me ha ayudado dos veces hoy, y además me ha dicho palabras que me han hecho pensar, y es por eso, acepte mi invitación a ir a casa a almorzar. No tengo cosas lujosas, pero mi hermana es cocinera profesional y usted dice que es un trotamundos. Alguien así nunca sabe dónde quedarse, así que acepte mi ofrecimiento generoso como pago por lo que hizo por mí. El abrió sus ojos sorprendido. —Pero, Serena, usted no me conoce. —No, pero supongo que usted tiene sus motivos para ser un trotamundos y un pasado que oculta tras ello. No es mi estilo juzgar a nadie—dijo ella con una sonrisa más resolutiva. Seiya sonrió. No se había equivocado. Esa mujer en verdad, era especial. Tal vez un poco confiada, pero es lo mínimo que podría esperarse de un alma bondadosa. Atinó a responder: —Bueno, supongo que podría aceptar con gusto su invitación a ese almuerzo. Ella sonrió y marco los pasos para tomar el camino a su casa. Mina de seguro le diría que estaba loca. No solo no había obtenido el trabajo extra que pensaba obtener sino que por el camino también había recogido a un trotamundos que no conocía de nada. Seiya observaba de reojo a aquella dama, hasta que una voz atrás suyo, que solo él podía oír lo sacó de sus pensamientos. —Seiya…tenía que ver esto para creerlo…¿Qué rayos estás haciendo? Esa voz tan conocida para él, provenía de un joven de apariencia atractiva con grandes ojos verdes, cabellera plateada larga en coleta y de estatura más baja que la suya. Y con algo muy distintivo de alguien de su clase: unas alas preciosas. —¿Y tú viniste aquí para fastidiarme?— dijo entre dientes Seiya al reconocer a Yaten, uno de sus compañeros ángeles —Taiki me lo contó todo… ¿acaso lo haces porque quieres ayudar a esta humana insulsa?— dijo Yaten mirando a la joven rubia que iba a lado de Seiya —Mis motivos no te incumben…además. Que importa, nunca pido nada, y tenía ganas de saber que se sentía ser uno de estos humanos que vemos todo el tiempo— murmuró Seiya —En verdad eres más imbécil de que lo que pensaba— contestó Yaten —Si soy imbécil…aprendí del maestro— agregó Seiya —¿Dijiste algo?— dijo la rubia de repente Seiya se ruborizó. —No, no…solo pensaba en voz alta— añadió con un gesto como para quitar importancia y masculló por lo bajo a Yaten. —Tu vete desapareciendo, ve a buscar alguna ocupación. Yaten cruzó sus brazos. —Me quedaré a ver lo que vas a hacer. Y será mi comprobación práctica de que eres más tonto de lo que pensaba. ¿Quién querría ser humano como esta mujer?—dijo el peliblanco. Seiya solo atinó a decirle. —Solo espera que vuelva a mi forma original…y con gusto te rompo... —¿Me habla a mí?— le dijo Serena viéndolo con curiosidad. Ese sujeto hacia muecas y parecía estar enfadado con algo que pensaba. —No, no…solo pensaba en voz alta, no me haga caso, soy un vagabundo que tal vez tenga manías raras de tanto caminar sin rumbo— masculló Seiya avergonzado —Eso es cierto. Eres raro—dijo Yaten quien caminaba tras ellos Seiya tenía ganas de desplumarlo. Por fin llegaron al barrio de ella donde estaba un piso de departamentos. — ¿Esta chica vive en este basural?— dijo Yaten a Seiya —Aquí vivo, no es un lugar muy lindo, pero es lo que puedo pagar, y a pesar que antes tenía otra casa, yo considero mi hogar aquel sitio donde este mi hija y mi hermana, que son todo lo que tengo en este mundo, así que eso es suficiente para que no piense en la apariencia de donde viva—dijo ella con una sonrisa, haciendo ademan de entrar y con una mano le terminó de decir. —Por favor. Entre, es usted mi invitado a almorzar. —Gracias...—solo pudo atinar a decir él, antes de seguirla al interior. Esa mujer no solo no le hizo preguntas sobre su vida, y le abrió generosamente su casa. Sino también despedía una sonrisa calma, a pesar de todo el dolor que podría estar llevando dentro, y que él, ya conocía. Sin duda esa mujer era especial, pero así mismo, también era frágil, como una porcelana. "Hare lo que esté a mi alcance para ayudarla como pueda, en este corto tiempo" pensó Seiya cada vez más convencido que había tomado una buena decisión de haber pedido ese deseo. Nunca antes había conocido una mortal que pudiere ocasionarle tantas emociones en tan pocos momentos. Estaba pisando un lugar desconocido, pero él no temía, adentrarse en él. Sería como un corto sueño. O tal vez eso se esperaba. Y lo haría ante la mirada juzgadora de Yaten…. CONTINUARA.
Capítulo 3 Una taza de la era del Shogunato. En efecto el departamento era pequeño, tenía dos habitaciones, una sala, una cocina y el baño único. Distaba de ser lujoso o bonito, pero era increíblemente acogedor. Apenas pisó dentro Seiya se sintió embriagado de la calidez del sitio. Era algo inexplicable. —Mi hermana también vive conmigo, pero ahora salió a hacer sus encargos, ella es cocinera profesional— le dijo Serena guiándolo a la sala. Yaten estaba recostado en la pared con los brazos cruzados. —Además tiene una hermana, te apuesto que tiene más problemas que esta mujer, en que lío viniste a meterte— dijo él invisible para todos, menos para Seiya El pelinegro ignoró el comentario. Pasó al saloncito que estaba repleta de repisas con fotos y artículos decorativos, que por lo visto la gente que vivía allí recolectaba y guardaba. —Tiene usted muchos recuerdos guardados— mencionó Seiya. Ella sonrió. —Sí, bueno…mejor siéntese, le traigo café, no le ofrezco el almuerzo porque soy mala cocinando, de eso se encarga mi hermana— habló emocionada Serena —Preferiría cualquier tipo de té de hierbas, si no es molestia— dijo él sentándose en el sofá —Ah, con que tenemos un partidario de la vida verde— rió Serena —Me gusta el té, es lo único que tomo en mis viajes. — ¿No recuerda que lo conocí en una cafetería?— dijo ella alzando una ceja burlona Seiya sonrió. —Es cierto, pero es lo único que había hallado— respondió el pelinegro Ella salió para el cuarto que estaba pegado al salón que era la cocina, y como la pared era muy delgada, la rubia siguió hablándole desde allí. —Mi hija Rini está dormida, generalmente Mina, mi hermana se la lleva a sus encargos, pero como se quedó dormida, pues decidió dejarla. Es una niñita muy buena— decía ella Yaten quien seguía en el mismo sitio levanto la ceja y dijo: —Y además tiene una hija, la telenovela va empeorando. Seiya lo odió, pero prefirió no responderle, porque Serena podía oírlo y pensaría que estaba loco por hablar con una pared. Se levantó de su asiento y al pasar alado de Yaten que seguía recargado en la pared, le dio un pellizcazo en la mejilla sin decir una palabra. —Ya espera que estemos solos...— gruñó Yaten quien se frotaba la mejilla ahora enrojecida. Seiya se dedicó a mirar las repisas, aparte de los retratos y los adornos, había un jarrón precioso de flores de jazmín. El pelinegro adoraba las flores y se acercó para aspirar el aroma dulzón. Pero allí cerca del jarrón en la repisa de más arriba, había algo que le llamó la atención. Era un retrato enmarcado. Seiya se acercó más para observarla. Notó a una Serena más joven peinada con dos odangos ,y a su lado un hombre muy alto, moreno y de ojos azules. El hombre le daba el brazo amorosamente y en la otra sostenía a un bebe. Estaban muy sonrientes y se les notaba muy felices. Sin preocupaciones ni dolores. —Esa fue la época más feliz de mi vida. Se llamaba Darién y era mi esposo. Él murió hace tres años de forma repentina—oyó una voz detrás de él. Él se volteó. Era Serena quien traía la taza de té en sus manos. Tenía la mirada casi perdida en ese retrato, pero luego de un par de segundos, pestañeó y le dijo: —Ya por favor siéntese y dígame si le gusta el té. Seiya asintió y se sentó pero en sus adentros se dijo: "Ella sonríe, pero por dentro tiene mucho dolor escondido..." Ella se sentó en el sitio opuesto al de él y empezó a hablar: — ¿Cuánto tiempo piensa quedarse en la ciudad? El sorbió un trago del té y respondió: —Hasta que vea de resolver unos asuntos. Pienso que antes del amanecer podría irme. —Pues bien, siéntase libre de quedarse aquí hasta que se vaya de esta ciudad—dijo ella tomando también su taza, pero de café. —Se lo agradezco en verdad, pero ya debería decirle que no debe ser tan confianzuda con los extraños— acotó Seiya Yaten que seguía en ese sitio dijo: —Qué modo de hacer las cosas, a este paso le abre la puerta a otro, que mínimo podría asesinarla y lo tendría merecido, ¿en qué mundo cree que vive?. Seiya le dirigió una mirada asesina. —No se preocupe, usted no me da mala impresión, además por otro lado, como le dije, todos tenemos algo del cual no queremos hablar, usted es un trotamundos, y debe tener todo un pasado, y por ello vive su vida de esa manera. No voy a juzgarlo—mencionó ella con una sonrisa sorbiendo su café con una mirada sincera al pelinegro. En ese rato que Seiya la observaba, sintiéndose íntimamente maravillado ante la pureza de sentimientos de esa mujer, una vocecita irrumpió en la sala: —Mami..!.ya viniste!.. Una pequeña de cabellos rosa que frotaba sus ojitos, posiblemente porque había estado dormida hizo su aparición. Seiya ya la conocía. Le daba mucha ternura. Solo una voz en el fondo con el eco de Yaten lo hizo volver al presente. —Esa niña es igualita a su madre, no puedo creer que esta mujer tan despistada se haya reproducido. La calma voz de Serena fue lo siguió: —Ven, Rini...Te presento al señor Seiya, es nuestro visitante por hoy— y luego dirigiéndose al pelinegro agregó: —Ella es Rini, mi hija. —Se parecen bastante— contestó el —De hecho lleva mi nombre, pero mi difunto esposo le puso ese apodo, para evitar confusiones, je— sonrió ella —Es entendible— dijo él Rini miraba fijamente con sus brillantes ojos morados al hombre sentado en el sofá de su casa. De repente Serena se levantó y dijo: —Quédate aquí, iré a la cocina a traerte esa tarta de frutas para antes del almuerzo— alejándose para la cocina nuevamente. Rini seguía mirando al hombre, hasta que se acercó y se sentó alado del mismo. Allí le susurró. —Yo te conozco. Seiya sonrió y le dio una palmadita al pequeño hombro de la niña y dijo: —Sí, pero será nuestro secreto. Hay cosas que los adultos no podrían entender. Rini sonrió con toda la calidez y ternura de su inocencia infantil. —Eres una niña muy lista— le guiñó Seiya Al otro lado, Serena había sacado ya la tarta en un plato y en sus adentros se decía: —Este señor Seiya parece ser buena persona. Habrá sufrido mucho, por eso vive de esa manera. Pero al entrar a la sala quedó paralizada unos segundos cuando vio al hombre y a Rini jugando con las almohadas. Era muy extraño. Rini era muy especial, y difícilmente se daba con las personas. Prefirió no pensar y entró. —Veo que ya se conocieron— dijo la madre bajando el plato sobre la mesita —Sí, Rini me estaba contando sobre las preciosas pinturas que realizo en la pared de su habitación—dijo el pelinegro riendo La rubia frunció el ceño. —Espero, pequeña Rini, que tu nueva obra de arte no nos cueste más que pote de pintura blanca—le dijo mientras cortaba en trozos la tarta que había traído. En ese instante el teléfono empezó a sonar y la rubia se levantó para atender. Mientras Seiya le hacía pucheros a la pequeña que reía mientras engullía algunos trozos de la tarta. Estaba tan embebido en el juego con la pequeña hasta que oyó que Serena alzaba la voz. Al parecer estaba discutiendo con quien la había llamado. —No puede exigirme amabas cosas. La cuota más cesión de derechos es demasiado. Me gustaría que alguien revisara las clausulas. La rubia pareció darse cuenta y bajó el tono de voz. En unos minutos volvió hacia donde estaban Seiya y Rini. — ¿Todo bien?— dijo él —Nada de qué preocuparse— dijo la rubia dedicándose a seguir cortando nerviosamente los trozos de la tarta de Rini. Seiya sabía que si era algo por el cual preocuparse. Pero tampoco podía preguntárselo. Aunque debería, porque ya llevaba medio día de su único tiempo que le quedaba disponible. Pero en caso que ella no quisiera decírselo, él vería la forma de actuar. Pero le hubiese gustado que ella ya le tuviese la confianza de hablarle de sus problemas. Él ya los sabia, pero le facilitaría mucho si ella fuese quien se lo develase. Yaten quien había estado extrañamente callado al ver todo esto, y como también había podido leer los pensamientos de la rubia y ver sus problemas le dijo a Seiya. —El mundo está enfermo, y lleno de problemas. No quiero pensar que crees que en un día arreglaras de milagro la vida de esta mujer. Ella tiene problemas y dolores como todo el mundo. Además haz visto cosas peores. Seiya fingió levantarse para llevar su taza vacía y decirle al otro ángel: —Tienes razón, este mundo está enfermo, pero quiero creer que hay muchas personas que aun guardan esperanza. Además…te sonara estúpido, pero tengo el deseo de estar aquí, como una fuerza que me induce estar aquí…como si estuviera haciendo algo que quedo pendiente. —De verdad te has vuelto estúpido, y si te causa dejavus estar aquí, es por un solo motivo, ya hemos visto estos problemas humanos en casi todas partes— contestó el ángel platinado. En ese instante Serena pareció distenderse un poco cuando sintió el ruido de la puerta abrirse y una voz familiar que decía: —Ya estoy en casa. En ese rato, entró a la sala una mujer muy parecida a Serena, pero que llevaba el cabello rubio suelto. —¡Tía¡, volviste— gritó Rini corriendo hacia ella —Qué bueno que pudiste volver más temprano— dijo Serena Rini estaba dándose abrazos con su tierna sobrinita y decía: —Pasé por la tienda a traer algunos ingredientes para el almuerzo y pienso que...— alcanzó a decir la rubia antes de pararse en seco cuando notó a un hombre desconocido parado en la esquina de la salita. Serena lo notó. —Mina, te presento a Seiya, está de paso por aquí, y lo he invitado a almorzar—dijo ella para luego dirigirse al hombre y decirle – Ella es Mina, mi hermana de la que hablé. La rubia solo se limitó a hacer una reverencia con la cabeza, tomó las bolsas del piso y salió para la cocina. Tenía el semblante muy serio. Serena salió tras ella. Yaten no tardó en decir —Además su hermana es una mujer llena de traumas. Piensa que eres un pervertido o algo así. Seiya susurró para que las mujeres que estaban en la cocina no lo oyeran: —No está confiada con la cercanía de ningún hombre. Además soy un extraño y es lo mínimo luego de saber lo que ha sufrido. En la cocina, Mina bajaba sus bolsas pesadamente sobre la mesada y apretó sus puños al oír de boca de su hermana lo que estaba ocurriendo. — ¿Tu enloqueciste?¿cómo dejas entrar a un extraño así sin más? además es un hombre— dijo la rubia con voz un poco alta Serena le hizo una señal con el dedo para que bajara el timbre de voz. —Calma, Mina…nos puede oír y se irá antes del amanecer porque tiene otros asuntos en otra ciudad— tranquilizó Serena — ¿Y tú le abres la puerta solo porque te rescato dos veces? ¿Cómo sabes que no te siguió y todo es una estratagema?-—dijo la rubia, que aunque nerviosa bajo el timbre de su voz. —No es eso, es que viéndolo, me recuerda algo, no sé, esa paz que ya no tengo...es muy difícil de explicar porque ni yo lo entiendo— dijo Serena ruborizándose — ¿A qué te refieres? ¿Estás loca?— dijo Mina —Dilo así, pero es así como me siento, pero esa persona me hace sentir un poco extraña, como si algo oculto o perdido volviera, pero no puedo saber de qué se trata. Pero es la sensación que me produce— contestó Serena —Serena, tú eres la única mujer que conozco que abre sus puertas a un trotamundos y lo invita a quedarse. Serena se acercó a su hermana y tomó su mano: —Perdona si te incomoda. Sé que tú no tienes confianza en los hombres y lo entiendo, y eres mi hermana, no quiero verte alterada, así que le diré a ese hombre que se vaya— dijo Serena ya volteando para volver al saloncito —Espera – dijo Mina dando un respiro – Después de todo no podemos negarle el almuerzo a nadie, sé ira antes del amanecer, solo déjalo. Lo dijo porque a pesar de sus miedos internos, hasta ella había notado un semblante un poco diferente en su sufrida hermana. Y ella no podía negarle algo que la calmaba, porque ella tuviera miedo al sexo masculino. Serena le sonrió y volvió a la salita. Cuando entro a ese cuarto, Rini y Seiya estaban jugando a las muecas. —Mina preparara un delicioso almuerzo. Ya vera que no mentí al decirle que es una gran cocinera—dijo la rubia —No lo dudo— respondió Seiya Cuando Serena se sentó, la niña corrió a abrazarse a sus piernas. —Es una pequeña muy activa— observó Seiya —Sí, es hiperactiva, y siempre fue así, si bien juega todo el tiempo de día, puedo dormir tranquila en las noches, porque nunca lloraba, gracias a que quedaba muy agotada— dijo Serena tocando la cabecita de Rini, Seiya la miraba. Le era muy agradable percibir esa dulce visión de aquella mujer que era pura ternura bajo tanto sufrimiento. Pero luego su vista se perdió un poco más arriba, en una repisa que estaba arriba por detrás donde estaba Serena En medio de otros adornos, vió un objeto que le llamó mucho la atención. Se levantó de la silla y fue directo hasta la repisa sin decir más. Serena se extrañó: — ¿Le pasa algo?-—volteándose para ver qué fue lo que lo impulsó al hombre a ir hasta allí. Lo vio mirar, hasta se diría con ojos temblorosos un objeto, y luego alzó su mano para cogerla. Sus ojos estaban fijos en lo que tenía en la mano y murmuró: —Esto es… Serena hablo detrás de él. —Es una antigua taza de barro pintada que data de la última época del Shogunato, la verdad no recuerdo como lo tuve, pero desde que tengo memoria esto siempre ha estado, a pesar de que no combine decorativamente con nada, no he querido deshacerme de el. Ni siquiera cuando me casé—Serena sonriendo aunque algo extrañada por el semblante del hombre. Seiya seguía con la taza en sus manos y noto que tenía pintada unas flores de iris. —A pesar del tiempo, aún conserva buen color— observó Seiya — ¿Está bien usted? Lo veo un poco alterado—dijo ella Seiya sudó frio y dijo: —Es que siento como si ya haya visto este tazón. En sus adentros pensaba: "Y por algún motivo siento que era muy importante para mí" Serena lo veía hacer sin decir nada. Si Yaten no hubiese ido al otro cuarto para observar a la mujer rubia que cocinaba, se hubiese sorprendido de ver a Seiya casi blanco de la impresión. Como si algo muy oculto y extraño se removiera dentro de sí. Pero no podía ser. Él era un ángel. No podía tener recuerdos lógicos de nada. Finalmente volvió a poner el tazón en su sitio y regresó a su asiento. Serena lo miraba confundida. Pero el que en verdad estaba confundido era él. Y no sabría decir porque. CONTINUARA.
Bien, bien, bien. Veamos, hay algunas cosas qué comentar: me ha encantado ver una historia sobre Serena y Seiya, creo que son bastante compatibles, los recuerdo durante mi época de primaria y secundaria, a Seiya por ser mega fan de Caballeros del Zodiaco, y a Serena, pues mi hermana veía Sailor Moon y yo me aprendí muy bien a los personajes; la idea de convertir a Seiya en un ángel me ha gustado mucho, si ya de por sí me generaban (los caballeros de bronce) ternura por ser huérfanos y tener almas bondadosas, ahora ver a un caballero en este estado es muy grato; lo que me sorprende un poco es ver a un ángel (Yaten) comportándose así travieso, hasta como mofándose de los humanos aunque también es cierto que sólo dice la verdad, y creo que conforme avance la historia le vendrá bien porque supongo aportará humor a las escenas; supongo que Seiya ayudará a Serena a solucionar sus problemas económicos, pero ¿sólo será eso? Se nota que Serena sigue enamorada de Darien y le es fiel hasta con el pensamiento y que Seiya no está exactamente enamorado de ella, si no interesado, pero me queda la duda si habrá algo más...; eso de la taza me dejó expectante ¿qué acaso Seiya ya había descendido a la tierra en forma humana y de alguna manera está ligado a Serena? Eso está muy interesante. Finalmente, me encantó la forma en que Seiya salvó a Serena, me imaginé las escenas y sí que fueron muy espectaculares. Y, qué encanto que Serena lo invite a su humilde casa, me derritió ese acto. Bueno, Rogue, ojalá que vayas soltando los capítulos de a poco para poder comentar cada uno de ellos y quiero verte más por acá, eres muy talentosa, no nos des tu don a cuentagotas, llénanos de él. Un placer, que estés muy bien, bye.
Capítulo 4 ¿Recuerdos? Yaten estaba recargado en la pared de la cocina, con sus brazos cruzados, con su típica mirada adusta, pero fija en aquella mujer de larga cabellera rubia que cortaba verduras en el mesón de la cocina, muy concentrada en su tarea. De pronto la oyó decir: —Vaya, me molesta tener el pelo suelto, creo que me hare un recogido, que no se me caiga un cabello en la olla—volteándose a buscar en su bolso que estaba en la mesada. De pronto el objeto que sacó de allí, hizo que Yaten casi se atragantara con aire. Mina sacó una cinta naranja para usarlo como lazo para su largo cabello, y ese movimiento cuando se anudaba aquello en el pelo, con la suave brisa que entraba por la ventana, lo traicionó, y lo hace retroceder un poco, haciendo que tocara algo en la mesada y algunos utensilios cayeran estrepitosamente la suelo. Mina giró sorprendida. —Qué extraño— dijo la rubia agachándose para recoger las cosas del piso. Aun de cuclillas, y con el viento que entraba por la ventana, haciendo revolotear su cinta, Yaten no podía dejar de mirarla. Mina se quedó quieta un rato mientras recogía las cosas y murmuró: —Qué sensación tan rara…de alguna forma, siento como si estuviera siendo observada—y levantó mirada hacia donde estaba Yaten. Obviamente ella no podía verlo, pero se quedó viendo esa parte de la pared. Eso para Yaten fue demasiado, era imposible que alguien como ella pudiera percibirlo, y salió huyendo de ese sitio, porque no podía seguir viéndola y esa cinta que no dejaba de restregársele en el rostro. ¿Qué podía tener de especial un trapo humano como el que usaba esa mujer? ¿Porque no podía dejar de mirarla? No podía explicarse eso. Seiya en tanto se había calmado un poco, para no turbar a su hospitalaria nueva amiga. Pero lo cierto es que ese tazoncito lo había descolocado. En ese rato, entró Mina con una bandeja. —Ya está el almuerzo, pasen a la mesa—mencionó la rubia Rini se puso a dar gritos de felicidad y Serena invitó a su huésped a pasar a la mesa, a lo cual el pelinegro asintió. Seiya se dio cuenta que no percibía a Yaten por ningún lado, sé extrañó un poco que el platinado se hubiese marchado sin decirle. "Tal vez se asustó con el pellizcado..." se dijo Seiya en sus adentros mientras se sentaba en el asiento que le señalaron El almuerzo era un salteado de verduras con trozos de pollo y Seiya se sentó alado de Rini, en tanto Serena y Mina se sentaron una a lado de otra, mientras la última repartía la comida en los platos. —Por favor, siéntase como en su casa— le dijo Serena con una sonrisa. Seiya asintió, y una oleada de sensaciones aliviadas lo inundó, como si estuviera en un sueño, sentado con esas mujeres le daba mucha tranquilidad, como si se tratara de algo que hubiese necesitado y no lo sabía. "Debe ser la sensación de estar aquí y sentirse como uno de ellos..." se decía mientras sorbía una cucharada de la deliciosa comida. Mientras Serena estaba ocupada mostrándole la forma correcta de tomar los utensilios a Rini, Seiya observaba de reojo a Mina, quien lucía un poco más tranquila que cuando llegó, y también hubo algo que le llamo la atención. Lo que llevaba puesto en su cabello. Una cinta naranja. No pudo evitar decirle: —Señorita Mina, disculpe, yo he viajado mucho y conocí bastante, pero puedo decirle con mucha seguridad que nunca había visto una cinta de ese tipo como la que tiene por sus cabellos. Mina se sonrojó al verse abordada por aquel hombre. Pero al mirarlo, y ver su mirada franca y sincera, cobró valor y respondió: —Sí, es mi lazo favorito y no solo porque sea bonito, sino porque es un recuerdo de mi niñez, parecerá tonto, pero cuando era una niña muy pequeña y jugando en la vera de un rio, el viento lo trajo a mí, y no había nadie cerca, lo tomé como mío y está conmigo desde entonces, lo increíble es que me han dicho que este tela es de tiempo muy antiguos, porque ya no se fabrican cosas así y lo increíble es que el tiempo no ha hecho mella en ella. Pienso que perteneció a alguien que lo cuidaba mucho. Al decir esto la rubia sonreía muy tranquila. Seiya se alegró internamente, porque había notado que pese al resquemor inicial, aquella pobre mujer lucia más relajada. Solo se vio interrumpido en sus pensamientos, cuando la voz de Serena lo trajo de vuelta a la realidad. —Como verá, nosotras mismas, y esta casa, está llena de recuerdos, como esa cinta o el tazón que vio en la sala. —Sí, es cierto— respondió Seiya —Aunque tengo la sensación que con solo esos objetos no podemos vivir, o que lo hagamos con recuerdos de otras personas de otros tiempos, igualmente no puedo decir que nos sintamos incomodas con ello— mencionó Serena —Es verdad…yo pienso que detrás de cada cosa, hay una historia escondida, y no está mal querer sentirse dentro de esa historia prestada—agregó Seiya mirando a Serena. El almuerzo siguió en silencio hasta que Serena miro la hora en el viejo reloj de pared y dijo a Mina. —Mina, yo tengo que salir en un momento, te encargo a Rini, porque no sé qué hora podré regresar. — ¿Dónde vas?— preguntó Mina, quien particularmente siempre desconfiaba cuando Serena salía sola, siempre temía por ella, no solo por la particular situación que había pasado ella, sino que Serena siempre tendía a querer arreglar sola sus problemas. —A ver al sr Black— contestó Serena. —¿Qué quiere esta vez?— dijo agriamente Mina sin dejar de comer —Por favor, Mina, no preguntes, sólo no te preocupes, esto estará bien, y volveré para la cena— musitó Serena, sacando una falsa sonrisa para emular calma. Pero Seiya fue perfectamente capaz de leer la angustia y la preocupación en ella. Cuando terminaron el almuerzo y las mujeres se levantaron para llevar los cubiertos para lavarlos en la cocina, aunque Seiya insistió en ayudar, quedó relegado, y salió al pequeño balconcito con Rini detrás de él quien no dejaba de parlotearle. Nada más al salir a ese sitio, percibió un ki muy familiar. —Yaten, pensé que te habías ido. —Lo hice, pero volví para decirte que dejes esto y te vayas de aquí—con los ojos esmeraldas fijos en Seiya, con la mirada muy seria. — ¿Por qué habría de hacerlo?—increpó Seiya intentando no hablar tan alto y viendo la distracción de Rini. —Estar aquí no me hace bien, y eso es inaceptable, yo no puedo tener emociones y de repente, me vi desbordado de ellos estando aquí, y no soy tonto, tú también lo has notado, y te está alterando, eso no está bien— afirmó Yaten —Puede ser, pero no creo que eso sea motivo para irme de aquí— respondió el pelinegro —Es algo inexplicable, pero el ver a esa humana en la cocina, me dio un ataque de ansiedad que no puedo explicarme—agregó Yaten no convencido —Precisamente por eso terminaré mi misión aquí, las emociones que nos provocan estas personas deben tener un motivo, tal vez lo obtenga estando cerca de ellos, además no puedo irme sin terminar de ayudar a Serena— respondió el ángel de cabellos negros. —Debemos ir junto a Taiki— dijo Yaten —No, no metamos a Taiki en esto— exclamó Seiya seriamente —Entonces yo también me quedaré aquí. — ¿No es que no querías?— arqueó Seiya, una ceja —Como sea, de algún modo quiero seguir observando a esa mujer y su maldito lazo del pelo, no sé si encuentre la respuesta, pero de alguna forma, aunque sea inaceptable lo que siento, me gustaría volver a sentirlo—admitió Yaten De repente una vocecita infantil se oyó: — ¿Él también es tu amigo, Seiya?— viendo con curiosidad a Yaten. —Genial. Ahora la mocosita me ha visto— gruñó Yaten El pelinegro se había olvidado por completo de la niña, así que de inmediato de arrodilló al oído de la pequeña y le murmuró: —Sí, lo es. Pero recuerda que debes guardarme el secreto…me lo prometiste. Rini sonrió asintiendo. —Él es mi amigo, y se quedará con ustedes, mientras salgo afuera, no te preocupes, el cuidara de ti y de tu tía. Él es un ángel…un ángel de la guarda— le sonrió Seiya quien tenía plenamente pensado en acompañar a Serena, dónde sea que esta debía ir # Luego de terminar con los platos con Mina, Serena fue a su cuarto a cambiarse. La reunión que tenía era con Diamante Black. Estaba muy nerviosa. "No importa como lo hare, pero no dejare que digan que Rini es la hija de un descastado estafador…no voy a permitirlo, aunque eso implique aumentar los pagos mensuales..." pensaba la rubia mientras se terminaba de cambiar. Tomó su bolso y salió de la habitación y fue allí que lo que primero que vio la enterneció un poco. El trotamundos y Rini estaban jugando en el balcón muy animados. Serena no pudo evitar decirle: —Usted se da muy bien con los niños, ¿tiene hijos?. Seiya abrió mucho los ojos con el comentario. —No— respondió. —Pues cuando lo tenga ellos serán muy felices de tenerle como padre, los niños son muy difíciles y hasta mi Rini se ha encariñado con usted en el poco rato que lleva aquí— dijo Serena. Seiya no respondió. Serena siguió hablando: —Bueno, yo debo salir ahora, pero estese tranquilo, yo le ofrecí hospitalidad y quédese aquí si lo desea. Seiya no dudó en decir: —Iré con usted. —No, es un asunto personal—se extrañó Serena. —Lo sé, pero usted ha sido amable conmigo, déjeme acompañarla, no puedo dejarla que vaya sola por las calles, es peligroso y al menos déjeme ir con usted— insistió Seiya. —Se lo agradezco, pero por favor no interfiera, disfrute de la tarde aquí, yo volveré al anochecer— dijo Serena saliendo raudamente del lugar haciendo una reverencia y agitando un poco el paso. Seiya solo tuvo tiempo de darle una corta reverencia. "No es raro, después de todo solo soy un extraño" pensó Seiya. Luego entró a la sala y en ese rato, Mina también salía de la cocina. —Serena siempre intenta arreglar las cosas, sin involucrar a nadie, siempre fue así desde que se quedó sola y piensa cargar sobre sus hombros con culpas ajenas— dijo Mina de repente Seiya la miró. Mina se dio cuenta y añadió. —Lo siento que diga estas cosas…pero de alguna forma, me siento en confianza hablando con usted. —Se lo agradezco, aunque sigo pensando que su hermana no debió haber ido sola— añadió Seiya. —Yo también creo lo mismo— aseveró Mina. Serena estaba parada frente a un enorme portón, de una mansión de las afueras de Tokio. Al final Diamante Black le había cambiado el lugar de la cita y en lugar de la oficina, la cambió por su residencia. Finalmente tocó el timbre y un hombre alto, rubio y gran porte le abrió el portón. Por lo visto mayordomo del sitio. —La están esperando, señora Chiba— espetó el sujeto con una mirada glacial. Serena se asustó un poco de que aquel extraño supiera su nombre, pero más miedo le dio su terrible mirada. La hizo pasar al salón, pero en vez de quedarse allí, el hombre le dijo: —Sígame, el señor Black la atenderá en su despacho. Finalmente llegaron a una puerta enorme, que fue abierta por el mismo hombre. Era una especie de despacho. Y en el medio de la mesa estaba Diamante Black, pero no estaba solo, había otros hombres con él. Serena los reconoció. Eran los otros accionistas importantes del hospital. Serena tembló un poco hasta que la voz de Black la trajo de nuevo a la realidad. —Siéntese señora Chiba, creo que el asunto ira para largo—con una sonrisa que Serena odió desde lo profundo de su alma. # Taiki se encontraba meditando, hasta que abrió los ojos, porque percibió una presencia muy conocida detrás de él. — ¿Qué quieres Yaten? —No me iré de aquí hasta que me expliques que son estas cosas ilógicas que me están pasando a mí y a Seiya, tú lo sabes y debes decirnos— arguyó el platinado con voz firme y alta. Taiki ni parpadeó para decir: —No lo haré. —Con un demonio, y ¿puedo saber porque?— excalmó Yaten, un poco más nervioso Taiki respiró profundo y dijo: —Porque en todo caso, lo que podría contarte ya no corresponde, así que más bien debes alegrarte de ser ahora quien eres. —Ese es el problema— replicó Yaten con voz más fuerte, lo que hizo que Taiki se volteara totalmente a verlo. —Estoy aquí, justamente porque no estoy seguro quien o que soy—añadió Yaten con la mirada decidida. # Serena se hallaba sentada en la silla frente al escritorio donde estaban esos hombres sentados. Se sentía observada y estaba cohibida bajo sus miradas. Rubeus, Armand, Andrew y Diamante los conocía muy bien. Eran accionistas del hospital donde su marido en vida, había forjado una carrera e invertido todo allí. —Ya firme señora Chiba— insistió Diamante con una mirada terrible. Serena tenía ante sí unos documentos, por el cual hacía el traspaso total de la única parte de las acciones que pertenecieron a su difunto marido. Le temblaron los parpados, ella no quería cederlos, ella los había guardado con la esperanza de alguna vez capitalizarlo y hacer de ella, algo para el futuro de Rini. No podía cederlos. Diamante le volvió a decir con voz más dura. —Ya firme y nos olvidaremos de publicar ante la prensa los desfalcos hechos por el bueno de su esposo, que en paz descanse, solo piense que eso podría arruinarlos aún más de que ya están en el fango. Serena temblaba, pero cobró valor, y se levantó de repente soltando la pluma sobre la mesa. —Lo siento, no puedo firmar esto, voy a seguir pagando la cuota como sea, pero no cederé lo único que me ayudaría alguna vez a velar por el futuro de mi hija—arguyó rubia con voz firme. Diamante levantó una ceja, y sonrió. —Entonces no nos deja muchas opciones, no queríamos hacer esto, pero usted nos lleva a esto, porque las acciones deben pasar a esta directiva…a cualquier precio. — ¿A cualquier precio?—preguntó Serena tragando saliva y retrocedió unos pasos, hasta chocar con algo duro. La rubia volteó para encontrarse con el mismo hombre alto de la entrada. —Señora Chiba, déjeme presentarle a Haruka Tenoh, un soldado de los caporegimes de la mafia italiana, y ahora trabaja para nosotros…como por ejemplo, cuando necesitemos persuadir a alguien de hacer algo que no quiera hacer voluntariamente. Estoy convencido que Tenoh la convencerá, no quería llegar hasta aquí, pero usted se lo ha buscado— manifestó Diamante con una voz terrible Los otros hombres también lanzaron una mirada que lleno de pavor el corazón de Serena, quien hizo caer al suelo el bolso que traía consigo. Nunca hubiese imaginado que le iba a pasar algo así. # Taiki seguía viendo el horizonte con los brazos cruzados, de espaldas al sujeto que le espetaba. —Solo dime lo que sabes— insistió Yaten —No— respondió Taiki —Si no me dices, al menos ¿dime que significa esto?— preguntó el platinado, sacando a la vista un lazo naranja que empezó a revolotear con el suave viento que venia Taiki volteó y lo vio. Yaten había tomado la cinta, cuando su propietaria y la sobrina se quedaron dormidas para la siesta y esto fue aprovechado para tomar entre sus dedos ese objeto humano que tanto lo perturbaba. Taiki solo atinó a decir. —Esa vida ya no es tuya, ya no tiene nada que ver contigo, más bien debes creer firmemente en lo que eres ahora. —Entonces lo sabes…y me está dañando no saberlo, porque nunca antes había sentido creer tener recuerdos de algo, y el ver a esa mujer, esta cinta, y todo ese ambiente me ha dado una sensación inexplicable. Solo dime, yo creo en lo que soy, pero también necesito saber que significa o significaron para mí estas cosas que me están pasando—argumentó Yaten con voz decidida. Taiki lo miro con los ojos un poco nublados y volvió a respirar profundamente, como dando a entender que se estaba resignando y que finalmente diría todo que lo sabía. Quizá también el, ganaría un poco de paz. # Serena estaba acorralada por el hombre rubio de mirada tenebrosa. —Solo firme y todo terminará, porque si no…las cosas serían muy largas para usted— amenazó el hombre rubio. Cuando aquel sujeto iba a posar su mano sobre ella, pasó algo tan extraño, porque nadie lo tuvo muy en claro. Pasó muy rápido, y apenas pudieron verlo. De repente se rompieron los cristales de las ventanas, haciéndose añicos y un viento atronador ingresó en la habitación, haciendo revolver todos los papeles, y produciendo que los hombres presentes debieran cubrir su rostro con sus manos, para protegerse del viento, los vidrios rotos y las cosas que revoloteaban. Serena de repente se sintió alzada por unos brazos muy fuertes, pero pudo alzar la mirada para encontrarse con los profundos ojos azules de su huésped temporario. Seiya, el misterioso trotamundos. —Disculpe, Serena, por lo que voy a hacer, pero es la única manera de irnos rápido de aquí—le dijo él, y con ella en brazos salto al ventanal antes de que ella pudiera responder nada. El hombre saltó desde allí hasta el pico del árbol de jardín y luego a la punta del muro de la mansión con mucha facilidad. Serena no podía creerse lo que estaba pasando, y más se sorprendió cuando el hombre empezó a saltar por encima de las azoteas de las casas, con gran velocidad, y además con ella en brazos. El asunto era inhumano, fuera de este mundo, pero de alguna forma no estaba asustada. "Este hombre no es alguien común y corriente. Esa agilidad, esa fuerza, esa velocidad, es como si no fuera un humano. Estaba a punto de ser atacada por ese horrible sujeto y el simplemente apareció y me rescató como si nada, de nuevo…es como si fuera un ángel…un ángel de la guarda" pensó Serena Estaban pasando por sitios de muchísima altura, pero Serena lejos de asustarse se vio mecida por otros sentimientos. "Además…estar entre estos brazos se me hace familiar…este olor…esta sensación…como si ya lo hubiese vivido..." La emoción fue mucha para ella y se desmayó en los seguros brazos del pelinegro. —Se quedó dormida, creo que fue muy fuerte lo que sucedió para ella—se dijo Seiya, mientras hacía un último salto, desde una azotea alta para el balcón del departamento de Serena. Ella dormía. La llevó hacia su habitación, y con mucho cuidado, la colocó sobre la cama y hasta la cubrió con una manta. Estaba en eso, cuando sintió la presencia de Yaten detrás de él. Se volteó a verlo y se fijó que Yaten tenía la mirada muy seria, y sostenía fuertemente entre sus manos la cinta naranja que pertenecía a la hermana de Serena. —Vamos, tenemos algo de qué hablar con Taiki, y no te resistas, porque se perfectamente que tú también te has sentido muy raro—afirmó Yaten — ¿Estás loco? No puedo dejarla sola, esos hombres de malas intenciones podrían volver a buscarla—contestó Seiya —Solo será un instante, Taiki ya me adelantó un poco de lo que nos contará, pero no me dirá todo, a menos que tú también estés presente, así que tendrás que venir, y por esta mujer no te preocupes, será fácil percibir si alguien se le acerca, y podrás volver aquí a hacerte el superhéroe— argumentó Yaten. Seiya ya no pudo seguir replicando. Yaten tenía razón, para él sería muy sencillo percibir que alguien se le acercara a Serena. Además estaba intrigado con todas esas emociones en la cual se vio envuelto y ahora al parecer Taiki, sabía el origen de todo y estaba dispuesto a hablarles sobre eso. Ciertamente no iba a desperdiciar la oportunidad de poder conocer lo que aquel reservado ángel podría contarles. CONTINUARA.
Capítulo 5 Viaje tiempo atrás. Seiya ya Yaten estaban parados detrás de Taiki, quien estaba de espaldas a ellos con los brazos cruzados. —El único motivo por qué he decidido hablarles de esto, no es porque sienta presión porque ustedes hayan tenido dejavus— se sinceró Taiki de repente volteándose para verlos. Estaban en la llamada zona etérea, parecida a un campo de nubes, que era un área privada de Taiki. — ¿Y entonces?— replicó Seiya curioso Taiki los miró fijamente a los ojos de ambos y contestó: —Es que yo mismo estoy involucrado en ella. Seiya y Yaten abrieron sus ojos como pudieron sorprendidos pero no dijeron nada para seguir escuchando. —Esta historia data del Japón de 1867, en una época en la cual ese país estuvo inmerso en un agitamiento turbulento por el descontento con el Shogun y las facciones rebeldes que se levantaban contra ellos, pues bien…el Shogunato Tokugawa tuvo una guardia especial llamada "Shinsengumi" y la razón por el cual les puedo hablar con mucha propiedad de eso….es porque yo…era un miembro de ella. En ese rato los otros dos ángeles casi se atragantaron con el aire ante la impasible mirada de Taiki quien siguió su relato. —MI nombre era Kondo Isami y era el capitán general de los Shinsengumi, era un guerrero fiel a los Tokugawa. Esa fue mi vida de mortal antes de pasar a esta vida etérea. — ¿Nosotros también tuvimos algo que ver? Tú tienes los recuerdos muy fijos, nosotros solo tuvimos dejavus—replicó curioso Seiya. —Tienen mucho que ver…nosotros ya nos conocíamos y compartimos una vida mortal—agregó Taiki antes de sumergirse en unos recuerdos de una vida que el parecía tener vivido en su memoria. FLASHBACK Kyoto 1867 Un joven alto, vestido con el hakama usual que lo distinguía como miembro de la tropa de espadachines defensores del Shogun y que portaba en su cinto dos espadas, una katana larga normal y la otra más pequeña de refuerzo que lo hacía ver como el samurái que era. Tenía el pelo largo castaño atado en una coleta baja, los ojos violetas y una cinta blanca sobre su cabeza. Kondo Isami Él era el comandante de esos espadachines, que daban su vida para mantener el régimen del Shogun y en su genialidad táctica de batalla, Kondo Isami era el mejor, pero había que reconocer que estaban siendo superados por los rebeldes. Había pasado tanto tiempo peleando en Kyoto que ya no recordaba cómo era Edo. Cerró sus ojos, eso no importaba, él había elegido esa vida y no estaba arrepentido También estaba furioso, porque los Shinsengumi eran cada vez más pocos y los sobrevivientes era justamente los más hábiles, pero no importaba, eran fieles y seguirían en esa posición. Kondo estaba sentado sobre una piedra, cuando percibió que alguien le hablaba. —Esta noche atacaremos una guarnición rebelde. Kondo se volteó para verlo. Era otro samurái vestido a la misma usanza, solo que este era un poco más bajo, pero tenía el pelo negro atado en una coleta baja, los ojos azules muy fríos y parecía un poco impaciente. —Hijikata-san— exclamó Kondo —He venido a decírtelo, nuestra únicas formas hoy por hoy es atacando desprevenidos a los rebeldes— mencionó Hijikata, el recién llegado. —Lo sé, pero es lo único que podemos hacer, cuando ingresamos a este grupo sabíamos que entregábamos nuestra vida a ello, aunque debamos recurrir a esos métodos lo haremos, todo sea por el bien de los Tokugawa—óKondo Hijikata suspiró y se sentó cerca de Kondo. —Solo deseo que todo esto termine—dijo el samurái de ojos azules —Tal vez tú, pero pelear es mi vida, Hijikata-san, no tengo otra cosa que hacer, tú tienes tus motivos…aunque no niego que a veces me hubiese gustado conocer un poco de esa vida que llevas….— añadió el castaño Hijikata sonrió ante el comentario. Era verdad, Kondo era soltero y totalmente entregado a la causa. —Kondo-san…hoy es 1 año, 1 mes y 2 días que no veo a mi familia— musitó el ojiazul El castaño suspiró. —Serelem-san y el pequeño están bien, por eso los dejaste en Edo, allí no corren peligro, aquí en Kyoto sería muy peligroso…es más, ya que estamos en vísperas de otra lucha, háblame un poco de tu familia, casi ni me acuerdo de ellos, sólo los vi una vez cuando pase por Edo a buscarte— dijo Kondo Hijikata sonrió. —Seichi, mi hijo ya tiene 7 años, y cuando no está ayudando a su madre, siempre está jugando en el patio de la granja que tenemos. Las flores de sakura caen como si fuera lluvia por todo el sitio y el sol siempre es brillante, como el largo pelo rubio de mi esposa, Serelem..— recordó con ojos casi cristalizados al recordar a su esposa y su hijo que habían quedado en Edo mientras él peleaba en Kyoto. —Seichi será un gran espadachín como tú—añadió Kondo —Preferiría que no, quiero que Seichi viva una vida normal, por eso estoy peleando para seguir manteniendo el régimen que rige, aunque parezca que lo estamos perdiendo todo…es por eso que la incursión de mañana será crucial…si logramos atrapar allí a los principales cabecillas rebeldes, todo esto habrá terminado…y yo podre volver a mi hogar—manifestó Hijikata —Los extrañas mucho…pero ya volverás a verlos— aseguró Kondo —Pero no…todavía...— contestó el pelinegro un poco más apagado levantándose de la piedra y yendo hacia su campamento que habían fijado. Se iría a descansar, mañana sería un largo día. Cuando llego a su tienda, se sacó del cinto las dos katanas, y los puso sobre el tela del suelo. Hijikata Tochizo estaba casado con Serelem, y tenía un hijo de 7 años, Seichi. Había un poco de sake caliente, y se lo sirvió en una taza de barro que tenía y que había sido un regalo de su esposa, que ella misma había hecho dibujando en ella algunas flores de iris. El ojiazul nunca lloraba, pero no pudo evitar sentirse muy triste al recordar el rostro lloroso de su esposa, cuando tuvo que dejarla sola con el niño hace un año, cuando él marchó para venir a Kyoto. Recordaba muy bien eso. Estaban en la sala de salida, y él ya se estaba acomodando al cinto sus katanas. "Perdona, Serelem, nuevamente soy causante de tus lágrimas "Ella le tocó la mejilla "Hijikata-san, yo acepte esto, porque sé que tú estás haciendo lo que crees que está bien, y yo no me interpondré, pero júrame que volverás…no me dejaras sola..." El la abrazó por última vez. "Adiós, Serelem, solo espérame aquí, prometo volver cuando todo termine" Luego salió para afuera, y por la premura solo tuvo tiempo de darle un abrazo a su querido hijo Seichi quien ya estaba dormido. Cuando salió, empezó a caer algunas gotas de lluvia, y notó que Serelem salió afuera para verlo marchar. No tenía que ser un genio para saber que ella se había arrojado al suelo en medio de toda esa lluvia para llorar. Pero el ojiazul no se volteó, no podía hacerlo, él tenía un deber que cumplir, él era un samurái y esa era la forma de un verdadero hombre de su época. Por más que por dentro muriera de deseos de voltearse y estrechar entre sus brazos a esa mujer suya, compañera de vida, y madre de su hijo. Cuando terminó con esos recuerdos, Hijikata tomó el tazón vacío y lo besó. Ella se lo había regalado, y ella misma lo había hecho con sus propias manos. Luego se sentó en cuclillas y rezó: —Kamisama, protege a mi esposa y a hijo, tú sabes que mi único sueño es volver a abrazarlos. Por favor, cuídalos. Luego tomó su futon y lo extendió al suelo para recostarse e intentar dormir un poco, porque saldrían en la madrugada. # En otra tienda, no lejos de la de Hijikata estaba otra. Y al ver a la persona que estaba allí, uno nunca podría imaginarse que ese hombre menudo, de ojos verdes, cabellos plata y de aspecto tan delicado, fuera uno de los espadachines más mortíferos de los Shinsengumi. Okita Soji era su nombre y era el capitán de la primera división. Era muy joven, no pasaba de los 21 años y hasta podría decirse que era el mejor de todos. Nadie podía igualar sus técnicas. Pero había algo que sucedía y que el mantenía oculto. Se sentía un poco impotente por ello, porque él era un samurái que daría todo por defender en sus creencias. Estaba sentado sobre el futon, con la espada recostada sobre sus hombros, cuando empezó a toser un poco, y fue tanta la presión que tuvo que traer una pequeña manta para ponerla por su boca. Cuando lo sacó, no se sorprendió con lo que vio. Sangre. Okita llevaba varios días con esos síntomas, pero frente a sus compañeros había disimulado. Sabía que saldrían de madrugada junto con Hijikata y los otros para intentar emboscar una reunión entre los principales jefes rebeldes. Okita era un espadachín nato, un genio con la espada, y hasta se sentía un poco superior a Hijikata, porque él tenía un punto débil muy grande, y era su familia. El platinado en cambio, al igual que Kondo, era soltero. Pero dentro de todos esos pensamientos, no podía olvidar una situación, que nunca jamás comentó a nadie, dado que era muy reservado con respecto a eso. No quería parecer débil. Era un pensamiento tonto, ya que es bien conocido que ni el guerrero más audaz era inmune al amor. Aunque él nunca lo admitiría. Cerró sus ojos y lo recordó. Su última noche en Edo antes de salir a Kyoto… Estaba en la vera de un rio, esperando una barca que Kondo le iba a enviar. Estaba en eso, cuando sintió unos pasos detrás de él. No necesito voltearse para saber quién era. Sólo al sentir su dulce ki cerca, podía distinguirla. —Mako, ¿Qué demonios haces aquí?— gruñó Okita La mujer rubia, de largo pelo suelto y grandes ojos azules abrió mucho sus ojos. Era muy bonita, y Okita, al verla de reojo no podía dejar de notar que ese kimono blanco resaltaba aún más su belleza, aunque nunca se lo diría. —Okita-kun…yo he venido…a— alcanzó a decir la mujer —Vete, es peligroso— volvió a gruñir el platinado mirando hacia el rio. Pero en vez de eso, la mujer no se espantó y para sorpresa del ojiverde ella se sentó alado suyo. —He ido a casa de Serelem-san y me dijo que su esposo se marcharía hoy, y entonces supe que tú también dejarías Edo esta noche— afirmó la joven un poco titubeante Okita la miraba de reojo y respondió. —Así es, estoy esperando la barca que Kondo-san me va a enviar. Ella óprofundo y dijo: —Ibas a irte sin despedirte, Okita-kun. —No me estoy yendo para siempre—contestó él — ¿Volverás entonces?— se esperanzó ella Él no dejaba de mirar el agua del rio, no quería mirarla a los ojos, porque sabía que ella estaba lagrimeando. —No llores, Mako, no me gusta ver llorar a las mujeres. —Solo prométeme que volverás— dijo ella tragando un sollozo — ¿Por qué habría de prometerte eso?— replicó él intentando sonar indiferente Ella inesperadamente puso su mano sobre la del platinado, que no pudo evitar sonrojarse hasta las orejas. No esperaba esa reacción de aquella rubia. Okita sabía que Mako estaba enamorada de él. Pero ante todo, él consideraba que tenía un deber que cumplir, y es por eso, qué jamás le dio signos ni esperanzas, pero tampoco hizo nada para alejarse de ella. Es que en el fondo de su corazón sabía que no podía hacerlo. Tal vez cuando regresara, encontraría la manera de decirle que él tampoco tenía reparos en quedarse en la vida de ella, para siempre. —Okita-kun. Solo deseo que vuelvas con bien— murmuró ella De repente él se removió de su agarre y sacó de sus mangas, una larga tela de color naranja amapola. —Toma esto, Mako, guárdalo contigo, y ten la garantía que volveré a venir a buscarlo— ante los sorprendidos ojos de la muchacha Luego volvió a acomodarse donde estaban sentados y añadió: —No es necesario que te recuerde ,Mako, que debes cuidarlo, esto perteneció a mi madre ,así que ni creas que es un regalo, solo te lo estoy dando para que me lo guardes, porque volveré a buscarlo, ¿entiendes?. La joven tomó la cinta y sonrió, con varias lágrimas en sus ojos. Porque sabía lo que Okita había querido decir con eso. El volvería. Para buscar esa cinta y….buscarla a ella. Ella volvió a posar su mano sobre la de él, y dijo: —Es una promesa. El tampoco sacó su mano de ese sitio. Él sabía que volvería por esa cinta y por sobre todo, por ella. Aunque no se lo demostrase específicamente. Esa era la forma de Okita de decirle a Mako que también la amaba. Continuaron en silencio en el mismo sitio, sentados con sus manos casi entrelazadas, en silencio, viendo las olas del rio, en silencio, pero con la serena determinación en sus corazones de que volverían a verse. Cuando llego la barca que se llevaría a Okita, Mako no tuvo más remedio que irse, y de hecho ya estaba caminando hacia su hogar, pero mucho más tranquila, cuando oyó algo: —Espera, Mako. Mako se volteó, para verlo sorprendida de ver que él se acercaba y en un sorpresivo movimiento la abrazó. Ella ni siquiera tuvo tiempo de corresponderle el abrazo, pero sí de sonrojarse hasta las orejas. Él le murmuró al oído. —Volveré a casa pronto, solo hazme el favor de no ser una llorona— y así como de sorpresa la estrechó entre sus brazos sin darle tiempo de reaccionar, la soltó. Okita se fue sin mirar para atrás ni un segundo, pero sabía que ella estaba sonriendo. Eso era suficiente para él. Saber que podía ser el causante de una sonrisa de ella. Y con la estrecha promesa de un reencuentro. # Serelem apenas si pudo entrar a su casa, sus largos cabellos que ataba en coletas porque era algo que a su marido le gustaba y ni siquiera las soltó para tirarse sobre el futon a dormir. Solo la voz de un niño impidió que se echara a volver a llorar. —Madre… ¿padre se ha ido? Seichi era un chico de ojos azules y el cabello semi largo en coleta, pero oscuro como la de su padre. Serelem estiró su brazo invitando a que se acercara. —Tu padre volverá, lo prometió…y él jamás rompe ninguna promesa— dijo ella mientras abrazaba al pequeño entre sus brazos, viva imagen de Hijikata. Ella, a pesar de sus lágrimas, creía firmemente en la promesa de su esposo. Lo esperaría, no importa que tardase en volver. Ella estaría allí para él. Mientras se dedicaría a cuidar a su hijito, para educarlo, para que algún día sea tan noble como su padre. CONTINUARA.
Capítulo 6 Viaje tiempo atrás II Campamento en las afueras de Kioto, madrugada de octubre de 1867. La luna ya estaba muy alta en la madrugada en que el Shinsengumi, proveídos de información de espías que aseguraban que los principales líderes rebeldes se reunirían en cierto sitio. Ellos atacarían el sitio. Porque cortando de raíz, los seguidores serian simples ovejas sin nadie que los guíe. Era un buen plan. El pelotón que partió estuvo liderado por Hijikata, Okita y otro capitán de una división diferente, quien no era tan amigo de ellos, pero era un hombre de excepcional habilidad, aunque era muy conocido que Okita era el mejor. Este capitán en cuestión era un hombre muy alto, de cabello platinado corto, ojos azules y llevaba tatuada una luna negra inversa en la frente, porque era el emblema de su familia, y por ello se había hecho poner en la frente. Se llamaba Serisawa Kamo. Antes las primeras señales de luz desvaneciente en la madrugada, el pelotón Shinsengumi partió, para emboscar a los rebeldes. Con pleno convencimiento de que eso sería un gran punto de inflexión en la guerra que estaban librando. Edo. Esa madrugada, en el mismo instante que su esposo estaba en Kyoto, en un sitio, preparando una emboscada, en su casa de Edo, Serelem, cosía nerviosamente un kimono. No podía dormir, y eso la entretenía en sus horas de falta de sueño. Si bien recibía cartas desde Kyoto, de su esposo, eso no era suficiente. En un acto nervioso se clavó la aguja en el dedo, y arrojó lo que estaba cosiendo para lamer con sus labios, su dedo sangrante. Solo estaba viva, por dos cosas: Para cuidar a su hijo y esperar a su esposo, que prometió volver a ella. Recordaba que si bien, su matrimonio había sido arreglado, como un caso excepcional, ellos se habían enamorado perdidamente entre si y construido una vida a partir de ello. Pero Serelem era también consciente de que su amado también existía para otras cosas. Sus ideales, aquellos motivos por los cuales esgrimía la espada y servía fielmente al Shogun. Nada lo detendría, ni siquiera el hecho de tener un hogar, una esposa, y la bendición de haber tenido un hijo con ella. Recordaba la última noche que habían pasado juntos, antes de que Hijikata se marchara a Kyoto, con la promesa de que esa sería la última vez que lo haría, porque la situación había tomado un giro que haría que las cosas cambiarían para siempre ,aplastando a los rebeldes. Rememoraba esa última noche, como la más intensa que hubiese sentido desde su matrimonio. No solo ella lo había sentido así también Hijikata, como percibiendo una larga despedida, le había hecho el amor con toda la pasión que contenía dentro suyo, y hasta con rabia por no darle más. Luego ya exhaustos, descansaron un poco sobre el futon, mientras él le acariciaba el largo cabello rubio y le hablaba. —Hijikata, yo sé que estos tiempos te necesitan, que ellos necesitan tu fuerza. Aun así, por más que tú hayas decidido vivir tu vida de esta forma, quiero que sepas que yo solo viviré por ti. Te voy a esperar aquí, hasta el día que vuelvas—le había dicho ella —Lo sé— había respondido el pelinegro. Luego se habían despedido. Desde esa noche habían pasado muchísimas lunas, pero Serelem siempre lo esperaría, y de vez en cuando recibía cartas que reforzaban su espíritu. —Hijikata-san…por favor, regresa pronto. # El sol ya anunciaba el mediodía, cuando el pelotón Shinsengumi que partió a la madrugada, o mejor dicho, lo que quedaba de ese pelotón, volvió al campamento de Kondo Isami. De un contingente de veinte hombres, sólo volvieron tres y bastante maltratados. Hijikata, Okita y Serisawa. Apenas bajó del caballo, Hijikata corrió junto a la tienda de Kondo. Entro ensangrentado, porque no quiso hacer que vieran sus heridas antes. —Kondo…fuimos emboscados…nadie sabía de nuestra incursión sorpresiva…solo pudimos volver tres de nosotros….sin duda, aquí hay un traidor— gritó Hijikata arrojando su espada al piso. Kondo, quien ya había presentido la mala señal cuando vio que tardaban en volver y que cuando lo hicieron, sólo volvieron tres. Kondo se agachó a tomar la espada que Hijikata arrojara y se la entregó al furioso guerrero. —Ve que te revisen las heridas, Hijikata-san, yo como tú, también he percibido que tenemos un traidor con nosotros, pero aun no podemos saber quién es— dijo Kondo dándole su espada. Hijikata la tomó y suspiró. Tenía razón, solo le quedaba volver, curar sus heridas y seguir peleando. Volvió a la tienda donde estaba Okita, quien estaba siendo curado con aguas medicinales por su extremo cansancio. Serisawa había ido a otro sitio. Okita no había sido herido como el, pero aun así, permanecía acostado sobre el tatami, bastante débil. Hijikata se sentó junto a él. — ¿Cuándo piensas decirme de tu enfermedad, Okita-Kun?— dijo de repente El ojiverde abrió mucho sus ojos. Se suponía que nadie lo sabía. —Le diré a Kondo que te dé la licencia para volver a casa—dijo el pelinegro Okita se levantó, tosiendo para protestar: —Ridículo, no me moveré de aquí…todavía puedo luchar, esto solo será un momento, lo sé... —Cada batalla te agota más cada día— replicó el pelinegro —Tal vez, pero prefiero morir aquí, antes que morir en Edo, desangrado en tuberculosis, así que no debes decirle a nadie. Yo podre levantarme de aquí, luego de unas horas de descanso, eso es todo lo que necesito para volver a pelear— musitó Okita —Okita, solo vas a acelerar tu muerte. —Hijikata-san, la muerte es un estado que no se puede evitar, hay cosas que lamentare porque sé que hay alguien que espera mi regreso, pero mis ideales son más fuertes, como tu…que también tienes personas que esperan tu regreso, pero aun así, sigues aquí. Así que por favor, no me digas como vivir mi vida— contestó Okita Hijikata no pudo replicar eso. Okita le decía una gran verdad. El mismo, a pesar de tener seres amados por quien vivir, prefería antes arriesgarse a morir por sus ideales. Finales de enero de 1868 en Kyoto. Habían pasado algunos meses desde la fallida incursión en campamento rebelde, pero el Shinsengumi siguió patrullando Kyoto, como la fuerza especial de elite del Shogun. La situación estaba muy tensa, Kondo lo sabía e intuía que la batalla final se acercaba. Se habían reunido casi 15 mil hombres junto al Shinsegumi, para la feroz batalla que se avecinaba en los suburbios de Kyoto: Toba Fushimi. Una noche, Kondo entró sorpresivamente a la tienda de Hijikata, quien estaba sentado orando. Se incorporó al ver a su superior y amigo entrando. — ¿Estas rezando, Hijikata-san?— preguntó Kondo sentándose sobre sus propias rodillas —Si, en este mes, cumplo, casi 3 años desde mi partida de Edo, y no mentiré diciendo que oro por la pelea de mañana, si no por mi esposa y mi hijo, que mis antepasados los protejan y me den a mí la dignidad de seguir luchando como hasta ahora— contestó el pelinegro. —Lo sé, Hijikata-san, así como sé que la salud de Okita-kun ha empeorado— añadió Kondo —No se lo digas, él es muy orgulloso, y además, el pelea aquí por lo mismo que nosotros— musitó el pelinegro. —Lo sé, no soy nadie para negarle algo que sé que de verdad desea— dijo el castaño —La batalla final se acerca, Kondo. —Sera la última y volverás a tu hogar. Tomate un descanso después de esto. Es una orden directa de tu comandante el que salgas vivo mañana, y así será. Somos superiores en número a ellos— agregó Kondo —Sí, somos más, Kondo, pero nuestra artillería se reduce a pocas armas de fuego, katanas y mucha valentía, ellos son menos, pero tienen mucho armamento de fuego extranjero— mencionó Hijikata —Sí, pero eso no intimida a un Shinsengumi— dijo Kondo, sonriendo saliendo de la tienda de Hijikata. Dejando solo al pelinegro quien volvió a incorporarse para seguir sus oraciones. Ya que no podía dedicarles su vida, por los menos dedicaría sus rezos y plegarias a su familia. Edo. En ese mismo instante. Serelem estaba sentada tomando un poco de té con Mako, quien había venido a visitarla y además ayudarla un poco. Ella también estaba muy triste. Las comunicaciones con Kyoto estaban cortadas, y por tanto las cartas no llegaban. Okita nunca le escribió, pero de vez en cuando, cuando Hijikata mandaba alguna carta, siempre habia un postdata final que Hijikata ponía a pedido de Okita con un mensaje para Mako: "Sigue cuidando la cinta de mi madre, ya iré por ella" Y era todo lo que tuvo de él, en casi tres años, pero de todas formas, suficiente para Mako. Y cada tanto se reunía con Serelem, para mantener un compasivo momento de conversación entre mujeres solitarias. Eran primas. Serelem le decía sonriéndole para darle fuerzas: —No te preocupes, Mako-chan, Okita-kun volverá, pese a cualquier cosa. — ¿Cómo lo sabes?— preguntaba Mako con ojos esperanzados —Porque él tiene aquí, algo que no puede soltar— decía Serelem Esto bastaba para levantarle los ánimos a Mako y para darse fuerzas a sí misma, creyéndose sus palabras, en su propia situación con su esposo. Aun así un presentimiento, muy en el fondo de su alma, le apretaba el pecho, pero no lo decía. Kyoto. Batalla de Toba Fushimi. Kondo tuvo razón en algo, esta batalla en serio tuvo un tinte final. Fueron cuatro días extenuantes, donde la sangre, el sudor y las lágrimas se vertieron sobre el campo de pelea. Y a pesar de la gran experiencia y predisposición del ejercito shogunal, nada pudieron hacer contra los guerreros Ishin Shishi. Era cierto, que eran más pocos, pero estaban mejor equipados. La historia después de esto, conocería esta batalla como el punto decisivo para la caída del Shogun, porque así fue. El Shinsengumi seguía luchando ferozmente en el campo, con todo el ardor que los caracterizaban, hasta que llegaron los estandartes imperiales, anunciando lo impensable. Yaminobu Tokugawa, el último Shogun, se rindió y entrego el castillo de Edo. Otorgando a su vez su rendición absoluta al emperador. Hijikata quien estaba con Okita, casi se les cayó la katana de la impresión. Tuvieron que dispersarse de inmediato, apenas finalizada la batalla, cuando Kondo les ordenó volver al campamento, mientras él iba a Edo a ver al Shogun. Hijikata y Okita caminaban en silencio, agotados, y exhaustos camino al campamento. Ni siquiera tuvo tiempo de contabilizar de que estaban pocos, y ni pudo saber las ausencias exactas. —No puedo creer, Okita-kun, que esto sea el fin— dijo el pelinegro —Esa es la política, Hijikata-san— contestó el ojiverde. Hijikata apretó su katana con furia. —Hemos sangrado y muchos han muerto protegiendo al Shogun, y ellos simplemente se rinden, así sin más— gruñó el ojiazul Pero no pudo seguir hablando, porque Okita se desmayó. Lo tuvo que cargar hasta que llegaron a sus tiendas. Lo acomodó a su sitio y ordenó que mandaran por un médico. Pero Okita lo sostuvo. —Déjalo, Hijikata-san, deja que el medico atienda a los otros heridos. Lo mío no son heridas, y lo sabes. —No sé si sean buenas noticias, una nueva era ha empezado, el Shogun ha caído y comienza algo nuevo con el emperador, estamos del lado perdedor, pero esto también significa que volveremos a casa— dijo Hijikata Okita no respondió. —Ahora si volveremos a casa, Okita-kun— siguió diciendo Hijikata Hijikata se quedó a dormir cerca de Okita, quien no dejaba de toser y vomitar sangre. Sin duda la última pelea lo había agotado por completo, agravando su estado de tuberculosis, que ya estaba muy avanzado en él. Hijikata durmió tan profundo hasta que el sol del mediodía le entro en el rostro y se incorporó de inmediato, para ver que Okita se había levantado a beber agua y seguía igual que ayer. También porque el ruido de un jinete se acercaba. En un instante tuvo su respuesta. Era un mensajero de uno de sus espías. Kondo había sido arrestado y llevado a Edo en barco para ser ejecutado. Por haber sido uno de los jefes principales de la guardia shogunal…y había sido entregado por Serisawa Kamo. Todo había sido casi de inmediato. Hijikata echó la carta al suelo. —Maldición— gruñó el pelinegro Hasta que oyó una voz detrás suyo. Muy débil por cierto. Okita se había acostado de nuevo y decía: —Serizawa siempre fue el traidor. Fuimos tan tontos—antes de seguir vomitando sangre Hijikata le acercó un bote de agua. —Hijikata-san, debes ir a Edo, a caballo ahora mismo. —Sí, eso hare y tu iras conmigo. Okita sonrió. — ¿Para qué cargar con un muerto? Debes ir ligero para llegar a tiempo a Edo, por Kondo y por sobre todo, tu familia. —No digas tonterías— gruñó Hijikata —Estoy hablando muy en serio, así como una vez te confesé el motivo de mi lucha, ahora te confio que estoy muriendo— dijo Okita El ojiazul abrió mucho sus ojos y Okita siguió hablando. —La vida se me está yendo, y es por eso, que con lo que me queda de aliento te pido que vayas por tu familia, es lo que Kondo hubiese querido, porque las cosas están así, significa que están cazando a lo que queda del Shinsengumi, así que como la última voluntad de un moribundo…pero antes…debes hacerme un favor. El pelinegro lo veía con mirada triste, pero igual asintió. — Cuando estés en Edo, y si tienes oportunidad de ver a Mako-chan, esa rubia prima de tu mujer, hazme el favor de decirle que me perdone, que no podré ir a buscar la cinta de mi madre, pero que sé que no hay nadie mejor que ella para que me lo guarde— con voz apenas audible —Okita..— alcanzó a murmurar el pelinegro. — ¿Sabes? Si alguna vez me hubiese casado, hubiese sido con ella…y ahora a puertas de la muerte, te diré que no tengo miedo, nuestra vida siempre fue desdichada por el camino que elegimos, pero no estoy arrepentido, no viví como quise, pero tampoco la cambiaria si tuviera la oportunidad. Ojala Mako me perdone por las lágrimas que por mi culpa va a derramar—con la voz cada vez más apagada. Era verdad, estaba yéndose. Poco a poco fue a la entrando a la oscuridad, porque después ya no pudo hablar, pero la última imagen que vio, luego del rostro de su amigo y compañero Hijikata, era el dulce rostro de Mako, aquella mujer que sería tan infeliz con su muerte. No alcanzó a decirlo, pero llegó a pensarlo, antes de hundirse en la muerte "Nos volveremos a ver en la eternidad. Mako…pero, todavía no" Fue un momento muy doloroso para Hijikata. De esa forma vio morir a su amigo de infancia, compañero y casi hermano. Pero tampoco podía quedarse mucho tiempo a llorarlo. Luego de eso, lo que quedaba de los llamados Lobos de Mibu, que era el apodo que tenía el Shinsengumi, enterraron a Okita en la colina y por orden de Hijikata quien comandaba en ausencia de Kondo, los hizo dispersar y quemó el campamento. Luego tomó un caballo, para tomar el camino a Edo. También fue muy dolorosa la despedida con sus compañeros de lucha. —Fuerza y honor— alcanzó a decirles antes de dispersarse. Luego de eso se puso al galope, para marchar como pudiese a Edo y reunirse con su familia. Debía salir de Kyoto cuanto antes. Pero ni había pasado media hora de galope, cuando fue interceptado por numerosos jinetes con emblema imperial. Lo rodearon. Luego una voz conocida le inundó los oídos. —Hijikata Tochizo, vice comandante del Shinsengumi, queda arrestado por orden del nuevo gobierno Meiji,por haber sido participe de presentar armas contra el gobierno actual. El pelinegro giró para ver que sus oídos no le mentían. Su tatuaje en la frente no lo traicionaba. —Serisawa Kamo…..— dijo Hijikata El aludido sonrió. —Agradece al nuevo gobierno que derrocó al Shogun…me han dado la orden de ejecutarte y así se hará— increpó con una voz temible. CONTINUARA.
Capítulo 7 Viaje tiempo atrás III Hijikata lo comprendió en ese instante al verse rodeado y cuando esas palabras resonaron en sus oídos. No podía pelear con tantas personas, estaba en desventaja, porque el aún estaba muy agotado de la batalla de Toba Fushimi, y además de eso, había acabado de pasar por una momento emocionalmente agotador de ver morir a su mejor amigo. Estaba cansado, así que no opuso resistencia cuando le quitaron sus katanas y lo dejaron desarmado. De hecho ni pudo esgrimir palabra alguna ante la mirada impávida de Serisawa, de quien emanaba un orgullo destellante para su ego: nada menos estaba arrestando a uno de los más temidos espadachines defensores del Shogun, Hijikata Tochizo. El pelinegro lo único que hizo fue mirar directo a los ojos azules de Serisawa, quien se veía hasta siniestro con su tatuaje de luna invertida en la frente. —No te preocupes, te ahorraremos el martirio de viajar hasta Edo para ser ejecutado, morirás en Kyoto—dijo el peliblanco con una media sonrisa — ¿Kondo?—preguntó Hijikata —Será ejecutado en Edo, para que todos lo vean, porque será una demostración simbólica de la verdadera caída del gobierno Tokugawa— dijo Serisawa En ese rato el pelinegro sintió que le ataban las manos con cuerdas, y que ya se lo estaban preparando para llevarlo a algún sitio, así que miró una última vez, casi suplicante al impávido Serisawa. —Serisawa, prométeme que cuidaras de mi familia…por las espadas que compartimos como lobos de Mibu, prométemelo y mi alma podrá irse en paz de este mundo—suplicó el pelinegro El aludido no respondió, así que Hijikata volvió a decirle: —Júralo, por favor. Allí, el peliblanco alzó su mirada y dijo: —No te preocupes…tu familia pronto se reunirá contigo en el otro mundo. Antes de que pudiese reaccionar, Hijikata sintió un dolor intenso en la nuca. Le habían golpeado con la empuñadura de la katana y pronto se sintió hundido en la oscuridad. & Una leve humedad que le entro por los ojos, hizo que pudiera despertar del letargo. Solo tuvo que incorporarse un poco y tocarse la cabeza para darse cuenta de que lo habían golpeado muy fuerte, para dejarlo inconsciente y así traerlo a la orilla de un rio. En ese instante se dio cuenta: iba a ser ejecutado y como una antigua costumbre, al menos lo iban a hacer a orillas del rio donde arrojarían su cuerpo y se llevarían su cabeza como trofeo. Allí se percató que solo estaban cuatro hombres con uniforme imperial, pero entre ellos no estaba Serisawa. Ya era de madrugada, por las tenues gotas de rocío que podía respirar. —Ha despertado, es hora de aplicarle la justicia del nuevo gobierno Meiji—dijo una voz —Al menos agradece en tus últimas oraciones a Serisawa-sama, quien ordeno que te ejecutemos al alba, pero deseaba que estuvieras conscienteijo otra voz. El pelinegro se había incorporado y había quedado arrodillado, mirando el agua. No veía el rostro de sus verdugos, y posiblemente no le importaba hacerlo. En su mente lo único que podía procesar, luego de haberse recuperado la consciencia eral las últimas palabras de Serisawa…"Tu familia pronto se reunirá contigo en el otro mundo" Ya podía sentir en su nuca que el hombre detrás de él al parecer está midiendo la trayectoria de la hoja de su katana, al sentir el frio acero en su piel. Iba a morir. Tenía el cuerpo agotado, pero dicen que a veces el espíritu es más fuerte que el cuerpo, porque el pelinegro en una maniobra increíble, giró de repente sobre sus propios talones, para tirarse encima del hombre que ya estaba a punto de asestarle un golpe al cuello, y le dio un codazo como pudo en el rostro, que hizo caer a este y aprovecho para cortar las cuerdas que ataban sus manos cuando la katana caía al suelo, y aun vez libres sus dos manos, con una agilidad sobrenatural saltó sobre el otro sujeto, tomándolo de sorpresa y quitándole a este sus katanas de la cintura se las incrustó profundamente en el vientre, y los volvió a quitar de inmediato para arrojarle uno al primer hombre quien había reaccionado luego del codazo. En ese instante los otros dos hombres que sobraban, aun no tenían muy en claro lo que había pasado. Todo fue tan rápido. El mismo destino fue para ellos, porque una vez que Hijikata se veía armado con una espada y una determinación más fuerte que su cuerpo, nada podía detenerlo. En un instante tenia los cuatro cuerpos ensangrentados. El pelinegro no se quedó allí a observar ni a detenerse a pensar, sino que se subió a uno de los caballos que habían traídos esos hombres y como movido por algo sobrenatural, galopó como loco indolente. Estaba con el cuerpo adolorido. No en vano aun, estaba con las secuelas de la temible batalla, más los golpes de su arresto, y encima llevaba varias horas privado de comida y bebida. Además tenía el corazón entristecido por Okita, y por el posible destino de Kondo. Su espíritu aún estaba en pie por una sola cosa, galopar a Edo y poder llegar a tiempo a salvar a su familia. Era un viaje alocado, pero nada menguaba su espíritu, y solo se paró una noche a descansar, porque no tenía más remedio que dejar que el caballo descansara un poco, porque de lo contrario se reventaría antes de llegar. Aprovecho para vendarse la herida del cuello con un pedazo de su gi (pantalón del kimono masculino) ensangrentado. No pudo dormir de todos modos. Le venía a la mente imágenes de su esposa e hijo sentados en el jardín de flores del fondo de su casa. Y hasta soñó con los ojos abiertos sobre una conversación que había tenido con su esposa, sobre una vieja leyenda. Había sido una de las últimas noches que había quedado con ella en Edo. Estaban hablando de sus sueños y deseos, y recordaba perfectamente que ella le dijo: — ¿Tú crees que los sueños y deseos se vuelvan realidad con solo creer en ellos? — ¿Por qué preguntas eso?— dijo el riendo dándole un beso en la mejilla, ya que ambos estaban acostados en su futon matrimonial —En Otsu, el pueblo de dónde vengo hay una antigua leyenda sobre los deseos— dijo ella — ¿Cómo es eso?— pregunto él curioso La rubia suspiró y acomodándose bajo el brazo de su esposo, dijo: —La montaña de Otsu es famosa no solo por ser muy alta, sino también porque concede deseos, porque los ancianos decían que si alguien de verdad desea algo, esto se cumplirá si te arrojas desde lo alto de esa montaña. Porque jamás llegas al suelo, sino que llegas a cumplir tus deseos y llegas a ese destino, porque tu corazón, de verdad así lo que quiere. El pelinegro la miró con sus profundos ojos zafiros y sonrió un poco. —Dulzura, pero me imagino que nadie volvió para contarlo— contestó Hijikata —Nadie vuelve, porque sus sueños simplemente se cumplen. El deseo del fondo de su corazón se ha hecho realidad, pero debe ser algo de verdadera fuerza..— contestó Serelem El pelinegro no dijo más y simplemente le dio un abrazo más fuerte a su esposa. —Yo nunca necesitaría eso, porque mi sueño está conmigo aquí, y la otra parte, está durmiendo en el cuarto de alado— dándose un suave beso en los labios a la rubia. La mujer recibió rendida los besos de su amado, y no siguieron pensando en esas leyendas, para hundirse en las caricias y el dulce sentir de estar con la persona amada. El simplemente se hundió en ese dulce sueño despierto, para intentar hacerle olvidar a esa mujer, que pronto tendría que marcharse a Kyoto. Pero ella no le reprochaba, Serelem sabía que su misión estaba primero. En ese instante, Hijikata despertó de su sueño, y se frotó los ojos. Ya estaba clareando otro día y él debía ponerse en marcha, porque el caballo ya había descansado lo suficiente, y en la siguiente ciudad vería la posibilidad de tomar otro caballo, porque pensaba que a la velocidad que iba, le tomaría un día más llegar a Edo. No podía tomar un medio fluvial ni nada. Por más que había intercambiado sus ropas de Shinsengumi, por una de los soldados muertos, para ocultar su identidad y nadie podía saber que había escapado. Simplemente tomó un galope como el otro, movido por la fuerza de su espíritu, porque su cuerpo estaba agotado y respiraba agitadamente. Debía llegar junto a su familia. Ese era el único deseo que lo movía, aun en contra del dolor, el hambre, la sed y el cansancio. & En tanto, en Edo, en medio del caos y la algarabía de la subida del nuevo gobierno, en la plaza pública iba a suscitarse un hecho que era más bien, para demostrar que el antiguo régimen estaba acabado. La ejecución de una de sus figuras combatientes más famosas y representativas: el comandante del Shinsengumi: Kondo Isami El castaño no se había resistido cuando fue detenido y ordenado su ejecución, porque ese era el destino de los hombres como él. "Lo único que me consuela es que pude completar mi vida, peleando hasta el fin por mis ideales" No deseaba pensar en el destino de Okita o Hijikata, pero sabía que no sería diferente al suyo propio. Fueron instantes eternos en la mente de Kondo, casi toda su vida pasó por sus ojos y hay una gran certeza en esos que dicen que uno de verdad puede conocer a una persona en el preciso momento en que va a morir, porque se supone que es allí cuando le asaltan sus emociones más escondidas. Pero el castaño estaba sereno y tranquilo. Su último deseo, antes de que el filo de la katana tocara su cuello fue: "Muero firmemente creyendo que lo hago en pos de mis creencias y en lo que debía proteger, y no cambiaría esto en la siguiente vida o en la otra" Cuando finalmente ocurrió un profundo silencio se suscitó en el lugar, y eso que se suponía que esto debía causar algarabía en el lugar. Pero no fue así porque después de todo, se habían visto atascados por la profunda resolución de un hombre valiente al morir. Ese fue el final de Kondo Isami. & En tanto, ya casi no lejos de allí, dormitando sobre el caballo casi reventado, un maltrecho Hijikata despertó de repente y una temible premonición lo sacudió. Levantó la cabeza y se percató que había llegado a Edo, estaba cruzando uno de sus puentes, pero nada más al cruzar, el caballo cayó desplomado, y aun así el pelinegro se volvió a levantar y empezó a caminar. Debía llegar como sea a su hogar, que aún quedaba pocos kilómetros, en las afueras de Edo. Sabía que su aspecto debía asustar a quien lo viera, porque estaba sucio y maltrecho, con atisbos de sangre y un profundo cansancio. Pero aun así camino cada vez más rápido, sin prestar atención a nada, porque lo único que podía resonar en su mente era la dulce voz de Serelem. "Te estaré esperando aquí…no importa el tiempo que te tome. Tú hijo y yo siempre estaremos aquí para ti. Por eso tienes que volver" Imágenes de su hijo Seichi mostrándole su destreza en el trompo y su inocente sonrisa, se conjugaban con los del recuerdo de los brillantes ojos azules de su mujer, aquella que tanta felicidad le había dado, pero que él, movido por su época y el carácter de los hombres de su tiempo, jamás pudo expresarle sus sentimientos como debería. Ahora lo haría, porque los amaba a los dos. "Kami, protege a mi esposa y a mi hijo, hazles saber que solo vivo para volver a abrazarlos…" Cuando se dio cuenta, el pelinegro noto que ya estaba en las puertas de su propia casa. El portal estaba abierto, Hijikata respiró el aire del sitio, para poder creer que ese era su hogar, pero había algo diferente…un olor a humareda que le hizo acelerar el paso y entrar en el patio de la casa. El lugar había sido quemado por completo, e Hijikata siguió corriendo hasta la zona arbolada que estaba detrás de su casa. Solo avanzó unos pasos antes de caer sobre sus rodillas ante la tremenda visión con que se encontró allí. Colgados de esos árboles, en medio de una lluvia de flores de cerezo que caían por doquier estaba la respuesta de lo que tanto había buscado. Hijikata quedó paralizado sobre sus rodillas. —¿De qué me sirvió ser un guerrero que protegía una época, sino no pude proteger lo que en verdad era importante para mí?— y por primera vez en su vida, derramó lagrimas que eran como acido para sus mejillas. Lagrimas por su esposa e hijo que yacían colgados de esos árboles. Habían sido ejecutados antes de que el pudiera llegar a tiempo. Ese fue el precio a pagar, por la vida que él había llevado. Lo único que atinó a hacer es a acercarse gateando, y besarles los pies a los cuerpos ensangrentados de esas personas tan amadas que yacían allí como otra advertencia de la nueva era. Antes de caer en la profunda oscuridad del verdadero dolor, del infierno en vida y la pesadilla viviente. & No podría decir cuánto tiempo había transcurrido, pero cuando despertó del corto letargo en que cayó luego de bajar los cuerpos y enterrarlos allí mismo, bajo la arboleda de cerezos en unas tumbas que cavó con sus propias manos. Lo despertó el frescor que entro por sus labios. Cuando abrió los ojos, notó un rostro muy conocido por él y con signos de abatimiento. Era Mako y le estaba intentando dar de beber un poco de agua. —Hijikata-san…— murmuró esta —Mako-chan…— dijo él incorporándose —Yo estaba aquí…pero me llevaron a otro sitio y solo ahora me soltaron…no pude hacer nada por ellos— dijo la pobre mujer rubia. Hijikata la miró. Era cierto, podía notar que el kimono de la rubia estaba roto, sucio y con rastros de sangre, y hasta esbozó lo que pudo haberle ocurrido, pero Mako pareció adivinar sus pensamientos. —No pasó nada, no importa lo que me haya pasado…no pude hacer nada por ellos, solo vi sus ojos llenos de miedo, pero hasta el último momento Serelem tenía la esperanza de que volvieras..— dijo Mako lagrimeando recordando la última imagen de su prima. No llego a ver la ejecución de Serelem y del pequeño Seichi, porque la sacaron del sitio a rastras luego de golpearla salvajemente y la llevaron a un sitio desconocido. Hijikata se levantó y le pasó la mano a Mako, para ayudarla a levantarse. —Yo no sabía que iba a estar vivo para ver el final de mi casa, y que no pude hacer nada para salvarlos, siendo que mi único sueño era volver a verlos, pero antepuse mi misión antes que ellos. La verdad yo no temía ser asesinado, pero…ellos no tenían que morir…debían seguir viviendo, al menos en esta nueva era— dijo el pelinegro. Luego se volteó a ver a la llorosa mujer y agregó: —Mako, debes irte de aquí, y comenzar una nueva vida, yo me iré muy lejos ahora y en todo caso sería peligroso que te quedaras conmigo, y Okita-kun no hubiese deseado que estés en peligro. — ¿El…no sobrevivió?— murmuró la mujer, aunque ella ya había tenido un presentimiento la noche de la muerte del platinado y había llorado su muerte, aunque nadie se lo dijera. El asentimiento de Hijikata ante la pregunta solo fue una confirmación más. —Sus últimos pensamientos fueron para ti…así que por favor, vete lejos de aquí, comienza una nueva vida y sé feliz…por la memoria de Okita, y él también me ha dicho que te pida perdón por el dolor que te ha causado— dijo el pelinegro Luego de terminar unas oraciones en las tumbas de Serelem y Seichi, al caer la noche, ambos salieron sigilosamente del sitio. Aun podía haber gente que lo reconociera, pero al menos quería hacer algo bien y dejaría a Mako cerca del rio, a esperar alguna barca cerca del puerto, para que ella pudiera irse lejos. Era oscuro y la luna se reflejaba en el agua. —Mako…aquí nos despedimos. Yo muy pronto iré a reunirme con mi familia, pero antes tengo algo que hacer, en tanto tú debes prometerme, que te iras lejos de aquí y lo olvidaras todo— dijo el pelinegro Mako no quería prometer algo que no sabía si podía hacer. —Okita también me pidió que te dijera que cuidases la cinta naranja que era de su madre, porque me dijo que no confiaba en nadie más para que lo haga— dijo el pelinegro antes de voltearse y agregar pero ya sin mirarla. —Adiós Mako-chan…cuídate mucho, nos volveremos a ver en la eternidad—antes de desaparecer en la oscuridad de la noche. —Adiós, Hijikata-san— alcanzó a decirle Mako. Allí mismo la rubia se echó al suelo y saco la cinta que guardaba en la manga del kimono. Ella no le prometió nada al pelinegro, porque sencillamente no tenía ganas de nada. Porque lo que Hijikata no sabía es que luego de haber sido sacada a rastras de la casa donde iban a ejecutar a su prima y sobrino, fue llevada a un sitio oscuro donde los hombres que la llevaron abusaron una y otra vez de ella, luego de golpearla hasta hacerle perder el sentido. —No quiero vivir en un mundo así…— musitaba Mako recostada en la hierba, y besando delicadamente el lazo naranja de Okita Además parecía ser algo de la providencia, porque ese sitio, era el mismo donde se había despedido hace casi tres años de Okita. Un lugar impregnado de recuerdos y vida para ella. "Este lugar nos pertenece…" pensó, antes de hacer lo que tenía decidido desde que las tragedias cayeran sobre su vida. —Okita-kun…nos volveremos a ver en la eternidad…— murmuró antes de sacar una pequeña daga que logro sacar de la casa y cortarse profusamente las venas. Cuando finalmente la fuerza de la vida la abandonó, la tela naranja que Okita le había dejado, voló de sus manos inertes y fue llevada por el viento norte que caía y haciendo volar también los largos cabellos rubios de la mujer que yacía muerta sobre la hierba. No pudo cumplirse la última voluntad y deseo de Okita Soji. La mujer que amaba prefirió morir, antes que vivir en un mundo donde ya no estaba él. & Si había alguien decidido a no morir hasta hacer algo era Hijikata Tochizo. Luego de despedirse de Mako, se marchó hacia el bosque para ocultarse y recuperarse un poco de sus heridas que llevaban tiempo sin tratar, y en medio de su caminata, camuflado con un sombrero de paja, oyó la dolorosa noticia de la ejecución de Kondo. El pelinegro había encontrado una cueva donde ocultarse y casi todas las noches oraba un rezo único. "Antepasados, cuiden a mi esposa y a mi hijo, denles la dignidad que precisan en la eternidad, ya muy pronto iré a reunirme con ellos. A mis compañeros de vida: Kondo y Okita, que sus almas puedan hallar la paz que no encontraron en esta vida terrenal. A mí, por favor, ayuden a mantener mi frente en alto para hacer lo que todavía me resta pendiente" Ese pendiente tenía nombre y apellido: Serisawa Kamo. Y el pelinegro estaba decidido a obtener venganza…en esta vida o en la otra. Solo precisaba un poco de tiempo. & Serisawa Kamo había sido un Shinsengumi, pero al final, no pudo resistir notar que su lucha por el Shogun era algo en vano, así que decidió unirse secretamente a los rebeldes, como espía. La recompensa ya lo estaba disfrutando. Tenía un puesto en la milicia del nuevo gobierno Meiji. Traicionó a sus compañeros de sangre, y no solo se limitó a eso, también cometió la peor de bajezas, al ejecutar a las familias de ellos. Eso era inconcebible, y esta acción solo era de él, porque lo hizo a espaldas del nuevo gobierno, quien nunca hubiese apoyado semejante acción violenta contra seres inocentes, porque una cosa era la ejecución de los líderes de guerra y otra, la de sus parientes neutrales. Esto lo hizo, aunado de su nuevo poder. Habían pasado casi tres meses de la ejecución de Kondo, Hijikata, y los demás. El platinado no tenía ya nada que temer, porque había exterminado cualquier indicio que llegara a inculparlo, pero a veces sus sueños eran intranquilos. Solía despertar en medio de la noche, sudoroso, porque presentía como si estuviera siendo observado. Se removía una y otra vez en su futon, en algunas de esas pesadillas, vió a Kondo, Okita y a otros compañeros que lo veían con ojos fríos y él se veía indefenso ante ellos. Corría como loco, para terminar chocando con dos figuras, la de una mujer y un niño que llevaba en el regazo. Sin duda esos era la mujer y el hijo de Hijikata, y era en esos ratos que despertaba, sudando frio y con mucho miedo. —Que idiota…tenerle miedo a los muertos...— se decía el platinado y se levantaba. Se ponía una yukata (ropa ligera de dormir estilo bata) y salía al jardín de su casa a mirar el cielo. Pero las pesadillas no lo dejaban nunca, parecía como si remordimiento lo quisiera matar. Salió a caminar un poco por su jardín y casi se paralizó del miedo cuando a medida que avanzaba, sentía como si manos invisibles salían del suelo para atajarle el paso. Como si fueran la de las almas de las personas inocentes asesinadas por él. —Qué demonios…largo…fuera de aquí…malditos fantasmas— gritaba el peliblanco fuera de sí. Estaba así cuando de repente sintió un frio en el cuello. Era la punta de una katana. El platinado parpadeó para ver que sus ojos no le estuvieran mostrando una nueva treta de su imaginación. Era Hijikata Tochizo. —Maldita alma en pena...—murmuró Serisawa La figura avanzó unos pasos sin bajar su espada y dijo: —Esa es tu desgracia…no soy un alma en pena…soy un hombre que está vivo, y lo único que desea es vengarse, soy un guerrero del Shogun traicionado, un marido de una esposa asesinada y padre de un hijo con el mismo destino de su madre, un amigo que perdió a sus mejores amigos…y no soy una pesadilla….soy real. Serisawa ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar, solo abrió mucho sus ojos, cuando el pelinegro hizo un movimiento y le cortó un brazo. Solo allí el peliblanco pareció darse cuenta de la realidad. Ese hombre era real y pensaba vengarse de la forma más violenta y sangrienta. Ni siquiera pudo razonar el motivo del porque seguía vivo, antes de volver a recibir otros golpes de la katana en el vientre. En un verdadero baño de sangre y ajusticiamiento. Parecía obra del cielo, porque justo en ese rato empezó una lluvia torrencial y en verdad parecía una tormenta de sangre. —Imbécil...—alcanzó a murmurar Serisawa, antes de que Hijikata hiciera un movimiento final y le cortara la cabeza. La lluvia seguía cayendo profusamente, y el pelinegro echó al suelo la espada para dejar que el agua dejara correr la sangre ajena que se había salpicado por sus ropas. —Ahora…he completado mi justicia…— alcanzó a decir Hijikata antes de voltearse en medio de toda esa lluvia y perderse en la oscuridad. Una justicia, por la cual había vivido hasta ahora. Un venganza que había anhelado sobre la tumba de sus dos seres amados que había perdido y con quienes ya podía reunirse en el más allá. Pues ya estaba en paz. Ya faltaba muy poco para volver a verlos. & Al día siguiente, El sol ya estaba alto, cuando Hijikata llegó casi por instinto a Otsu, una ciudad que quedaba a casi un día de Edo y donde llegó luego de caminar sin detenerse ni un minuto. Ya no pasó a dejar flores en las tumbas de su hijo y esposa. No sentía que hubiera falta, porque hasta podía decirse que hasta se sentía feliz. Ya nada lo detenía en el mundo. Ni siquiera tuvo muy en claro cómo fue que hizo para escalar la montaña de Otsu, porque el lugar era fantasmalmente alto, tanto que al llegar a la cima, se podían notar la nubes. Estaba sucio y enmarañado, y su largo cabello negro estaba suelto. Los tres meses que permaneció oculto estudiando los movimientos de Serisawa valieron la pena. Pudo aplicarle su venganza sin mucho preámbulo, causándole mucho dolor físico, amén de las pesadillas que azotaban al otrora traidor de los Shinsengumi. Cuando por fin llegó a lo alto de esa montaña cayó sobre sus propias rodillas, parecía que al fin el cansancio había hecho mella en él. Su alma había estado corriendo agitadamente solo munida por su sed de venganza, y una vez satisfecha, pareció como si el tiempo hubiese vuelto a correr para él. Echó una lagrima solitaria, él había llegado hasta ese sitio, porque Serelem le había dicho que siempre quiso conocer esas famosas montañas de los deseos de Otsu, porque a pesar de que ella era oriunda del lugar, nunca pudo subir hasta allí. Un sueño tan simple y que él, simplemente no pudo cumplirle, por estar tan ocupado con la guerra. Y al final la había perdido a ella y a su hijo, quien murió siendo inocente de las injusticias del mundo, y donde él se sentía muy parte y responsable. — ¿Cómo puedo anhelar que podría volver a verlos, siendo que yo mismo llevo conmigo el karma de esta vida sangrienta? Fue mi culpa que ellos murieron…es como si fuera que yo mismo los haya matado...— se decía tirado al suelo. En ese instante sintió como si una flor de cerezo le pasara por sus narices y entonces entreabrió los ojos. "Qué raro…es imposible que los pétalos lleguen hasta aquí...” pensó, mientras se incorporaba. Y ahí la vió. Arrodillada frente suyo. Sus ojos no podían engañarlo. Sus largos cabellos rubios atados en coletas como a él tanto le gustaban, y vestidos con un inmaculado kimono blanco. Y por sobre todo, una sonrisa pura, blanca y sin dolor. —Al fin estas aquí, Hijikata-san. Él no pudo decir nada. Era ella. "Su" ella. La mujer que había muerto, esperándolo de una guerra y que precisamente había perdido la vida por consecuencia de sus propias acciones. Y allí estaba abriéndole sus brazos sin reproches. Sea lo que sea esa aparición, el no dudó en arrojarse en los brazos de ella. —El largo viaje de tu alma por fin ha terminado, Hijikata-san…por fin estas en casa…yo te he estado esperando todo este tiempo...— dijo ella Él por fin pudo esgrimir una palabra. —Seas un fantasma, una alucinación o un sueño…me da tanto gusto volverte a ver…Serelem…— dulcemente arropado en los cálidos brazos con aroma a cerezo. —Deseo tanto ver a nuestro hijo— dijo el pelinegro No recibió contestación, así que abrió sus ojos, y se asustó. Se encontraba completamente solo, sólo con el viento que corría por la montaña. Él se incorporó y camino lentamente hacia el precipicio con la mirada baja. —Ahora lo entiendo…por culpa de mi karma de la vida que llevé, posiblemente no pueda encontrarles en el mas allá, ellos son tan puros e inocentes. Es imposible que compartan el mismo sitial que asesinos como yo. Recordó las palabras de Serelem, y la vieja leyenda de la montaña de los deseos de Otsu. Caminó unos pasos más. Ya tenía decidido lo que haría. Pero desde el fondo de su corazón solo surgía un deseo, mientras se dejaba caer en la inmensidad del vacío. "Lo único que deseo es que mis seres queridos puedan tener otra oportunidad de vida…y si su felicidad implica que mi alma manchada este lejos de ellos…simplemente renuncio a volver a abrazarlos…todo…para que ellos tengan una oportunidad..." Ese fue su deseo, antes de perderse en medio de las nubes porque se había arrojado desde lo alto de las montañas del deseo de Otsu. Hijikata Tochizo finalmente desapareció entre las nubosidades y la gran lejanía del destino. Muchas imágenes le vinieron a mente: Serelem, Seichi, Okita, Mako, Kondo. Seres desdichados que no estaban destinados a durar mucho en este tiempo turbulento. Era como algo onírico. Como un sueño. Ese fue el deseo final de un alma atormentada por el dolor, la pena y sueños destrozados, pero que lo único que quiso al final es que sus seres amados tuvieran otra oportunidad, y lejos de todo egoísmo, si ello dependía de que no los volviera a ver, él estaba dispuesto a ello. CONTINUARA.
CAPITULO 8 La llamada de las flores de cerezo. Taiki seguía de espaldas a los dos que se hallaban aun boquiabiertos, luego de la oleada de información que habían recibido. El castaño giró para verlos y ahí, dijo, como queriendo quitar el aire de incredulidad: —Y eso fue todo lo que pasó. Esta es la explicación de porqué estas personas, aún ahora, producen en ustedes, emociones tan extrañas. Seiya fue el primero en hablar. —Entonces, la montaña de deseos de Otsu cumplió el deseo profundo del corazón de Hijikata de darles una nueva oportunidad de vida. Pero luego alzó su mirada de nuevo y agregó: —Pero el tiempo fue erróneo, nosotros regresamos como ángeles sin recordar nada y ellas reencarnaron, Serelem ahora es Serena, Mina era Mako. Taiki dijo allí mismo: —Lamentablemente el karma de su vida pasada sin resolver las acompañaron también y será asi, el resto de sus vidas, Serena perdió un ser amado y sigue sola, luchando contra la vida, esperando algo que nunca llegara y Mina, llevó consigo la desgracia de ser una mujer que la han marcado para siempre con la sombra del abuso. Seiya pareció percatarse de algo y allí mismo dijo: — ¿Mi hijo? —De alguna manera no lo sé, pero es seguro que no ha reencarnado—dijo Taiki —Pero si me deseo fue…—quiso decir Seiya —Se cumplieron de otra forma, que no podemos explicar, y para que vean el ejemplo, el mismísimo Serisawa también reencarnó bajo el nombre de Diamante y para la desgracia del mundo, también trajo consigo el karma de la traición, y ahí tenemos el ejemplo, lo que hizo con Darién Chiba, provocándole el accidente que le quitó la vida y ahora se dedica a atormentar a su viuda—interrumpió Taiki — ¿Cómo recuerdas todo?— preguntó Yaten de repente, quien había estado muy callado. —Es inexplicable, así como es inexplicable que hayamos resurgido como seres etéreos, pero hay algo que sí es contundente, aún en esta vida azul, yo llevo conmigo el karma de ser un líder que de alguna forma sigue luchando por sus creencias, porque Hijikata y Okita también fueron protectores de una era— dijo Taiki —Entonces, por causa de esos karmas, nos sentimos tan atraídos a ellas y nos reencontramos—dijo Seiya —Si yo hubiese vuelto a la vida, posiblemente hubiese encontrado a Mako, quiero decir Mina, ella nunca hubiese estado sola y no hubiese quedado expuesta a esa vida que tiene— mencionó Yaten, recordando la miranda azulada de la rubia, que correspondía perfectamente con aquel lejano recuerdo de otro tiempo: Mako, la mujer que lo esperó y que no soportó saber que había muerto, y decidió quitarse la vida. —Y yo, tampoco regrese a la vida y Serelem, es decir Serena, regresó a la vida, encontró una nueva felicidad, y también se la arrebataron y sigue siendo la misma mujer sola— dijo Seiya apretando sus puños, porque la oleada de recuerdos de su vida anterior le vino a la mente. Y con rabia agregó: —Y mi hijo ni siquiera pudo volver a vivir. — ¿Por qué nos contaste todo esto?—dijo Yaten a Taiki. —Porque aunque cambien los tiempos y las eras, las personas no cambian, y ese karma estará presente en estas personas en todas sus vidas— respondió Taiki Seiya se volteo un poco, como para retirarse y dijo: —La luna en la tierra ya esta alta, y pronto terminará la gracia que me otorgaste por este día, de ser humano. —No te sientas mal, pudiste ayudarla— dijo Taiki —Pero no será suficiente, porque volverán por ella, y ahora que tengo certeza de tantas cosas, no podría soportarlo— dijo Seiya, muy apesumbrado —Ese es el otro motivo por el cual decidí hablar— dijo Taiki de repente Los otros dos lo miraron fijamente sorprendidos. —Siempre se dice que si los ángeles en nuestro estado etéreo, intervengamos en la vida de los humanos, podríamos perder el poder de ser un ángel y convertirnos en simples humanos— dijo Taiki, muy serio —No me interesa ser un ángel, porque si Serena volviera a correr peligro yo la ayudaría, porque además, no sería ninguna pérdida para mí, ser solo un ser humano— dijo Seiya con una media sonrisa Pero Taiki lo interrumpió seriamente. —Ese es el problema, no se aplicaría esa regla a ustedes, si ustedes llegasen a intervenir de nuevo, no se convertirían en humanos…sino que desaparecerían. Seiya y Yaten abrieron mucho sus ojos. Eso no lo esperaban. Taiki siguió hablando. —Ese fue el motivo final de todas mis revelaciones, porque estoy que seguro que aun después de este día, seguirán queriendo intervenir en la vida de ellas, pero el castigo, ya no será la conversión a ser humano, sino la desaparición total y decidí hablarles para que sepan las consecuencias. Ese es el problema del karma humano. Trae consecuencias hasta los seres celestiales. Eso va también para ti, Yaten. Yaten y Seiya quedaron más boquiabiertos que al inicio. # En tanto, era verdad que el día ya estaba terminando. Menos en un sitio onírico. SUEÑO Serena, se veía caminando por un espeso bosque en la oscuridad. —¿Dónde estoy?¿qué lugar es esto?—decía ella mientras avanzaba. Hasta que vio que alguien se acercaba. No podía distinguirlo, por la oscuridad y porque, quien fuese que era, traía una capa que le cubría por completo, pero sin duda, era alguien que se estaba acercando a ella. Serena tragó saliva y retrocedió unos pasos, ante la figura que inevitablemente se le acercaba. — ¿Quién eres? Ella chocó la espalda contra un árbol, al mismo tiempo que la figura quedo parada frente a ella. La figura levantó sus brazos, para descubrirse el rostro y cuando por fin lo hizo, Serena cayó de rodillas frente a ella. Era alguien que ella conocía muy bien. —Darién... —Serena— dijo con una dulce sonrisa Ella empezó a lagrimear ante la visión. —No llores, Serena. —Estas aquí…eres un sueño. —Sí, lo soy.- —No te vayas, quiero quedarme aquí contigo— dijo la rubia sollozante —Y yo contigo, pero debo irme de nuevo. —No me dejes sola— dijo la rubia aun arrodillada frente a la figura y llorando —Debes despertar y seguir la marca de las flores de cerezo, hazlo por mí. — ¿Las flores de cerezo?—preguntó ella —Si…ahora despierta, Serena…despierta, Serena. FIN DEL SUEÑO Serena despertó sobresaltada y sudada. —Darién... No estaba en ningún bosque, sino en su cama. Se frotó los ojos y entonces le vino los recuerdos. Ella había sido atacada en la cita con Diamante y sus socios, y fue rescatada de forma inexplicable por el trotamundos Seiya, quien inhumanamente había saltado techos y la metió a su cuarto a dormir, porque ella cayó desmayada de la sorpresa. Levanto la mirada hacia el reloj de pared. Era casi medianoche. Se levantó de la cama y se percató que tenía la bata puesta. Eso quería decir que Mina la había cambiado estando dormida. Fue a revisar el cuarto de Rini. Ella dormía profundamente. Luego pasó al cuarto de Mina, quien también dormía profundamente. Fue a la sala, y mientras intentaba pensar en algo lógico, fijó su mirada en la pequeña taza antigua que estaba de adorno en su sala. En ese instante preciso, una ráfaga de viento entro por la ventana abierta que venía de la cocina y unos pétalos de cerezo volaron frente suyo. Serena abrió muchos sus ojos. — ¿Flores de cerezo? Se tocó la cabeza. —Me estoy volviendo loca. Pero en ese mismo instante, una fuerza irracional e inexplicable le insto a volver corriendo a su habitación, ponerse las pantuflas y así solo, con el bata camisón puesto, salió corriendo del departamento. No tenía explicación alguna lo que estaba haciendo. Era una locura salir a medianoche siguiendo el curso de las flores de cerezo que entraban por su ventana. Pero ella simplemente salió corriendo tras esa corazonada. # Seiya estaba en el parque apoyado a uno de los enormes arboles de flores de cerezo, con la brisa del viento que le entraba a las narices. Había decidido que no volvería a casa de Serena y terminaría el poco rato que le sobraba como humano en ese sitio, antes de volverse invisible para el ojo humano. Estaba pensando en todas las cosas que le dijo Taiki. Estaba recostado con sus brazos cruzados. Hasta que percibió que alguien se acercaba. Volteó para mirar y abrió mucho sus ojos, de la sorpresa. — ¿Serena? — ¿Seiya?- Ella estaba solo con una bata y pantuflas, y con todo el aspecto de haber corrido desde su casa hasta ahí. — ¿Qué hace aquí?— le dijo él, en parte enfadado que ella haya salido sola, a esas horas — ¿Por qué no volvió a casa?— preguntó ella — ¿Cómo me encontró?— inquirió él Ella caminó unos pasos acercándose a él y cobró un valor extraño para tutearle. —Me rescataste de nuevo esta tarde. —No debes estar aquí—dijo él con voz más baja, y también munido del mismo valor que lo llevó a tutearla Ella se acercó más y estando solo a pocos pasos de él, dijo: —Tuve un sueño que me dijo que debía venir. Seiya la miró. Él la creía. Pasaban demasiada cosas ilógicas, sin explicación. La miró fijamente y dijo: —Ya que estas aquí, quiero decirte algunas cosas, sólo te pediré que por más ilógico y sin sentido que sea, déjame terminar, porque deseo decir estas cosas que nunca pude decirte. Ella abrió mucho los ojos y asintió. De hecho la misma situación era ilógica, así que dentro suyo, algo le decía, que simplemente debía oír lo que aquel hombre iba a decir. Seiya se acercó y estando solo a dos pasos de ella, dijo, viéndola fijamente a los ojos, derramando una lágrima: —Tú sabías que los tiempos me necesitaban y me dejaste ir. Me esperaste y yo jamás volví por ti, no cumplí mi promesa y también Seichi ha desaparecido para siempre. Yo solo quería que volvieran a vivir. Quería que fueras feliz. Serena lo miraba con los ojos abiertos en par en par. Lo que decía aquel hombre era ilógico, sin sentido, ¿Quién era Seichi? Pero extrañamente aunque fueran cosas extrañas, ella sentía como si las cosas que él decía no eran locuras. Sentía como que debía escucharlas, y oyéndolo, sentía, como si conociera a Seiya de otro tiempo, desde siempre, y no hace menos de un día, como en verdad era. Vio el profundo dolor en sus ojos y casi se atragantó cuando la estrechó entre sus brazos de repente. Ella no se movió de la sorpresa y le oyó decir. —Nuevamente debo irme. Ella seguía sin hablar, y en ese mismo instante, estando en brazos de aquella persona que despedía una calidez tan familiar tuvo una epifanía de luz. Entonces alzó sus brazos para corresponder el cálido abrazo y dijo. —No quiero que te vuelvas a ir, Hijikata-san. Seiya abrió muchos sus ojos y se soltó de su agarre para decirle. — ¿Cómo me llamaste?— con sorpresa para encontrarse con la mirada segura de ella. —De alguna forma, sé que debo llamarte así. —Tuviste una epifanía— resolvió Seiya Ella volvió a abrazarle y dijo: —No vuelvas a dejarme sola. El entristeció su mirada y respondió: —No puedo quedarme, mi tiempo aquí se ha terminado. Ella le soltó del agarre para mirarlo a los ojos. Él también la miraba con la misma intensidad, como si el cruce significara mucho más que cualquier cosa en el mundo y solo ellos dos pudieran entender que había en esa mirada. Finalmente no pudieron más y los dos, allí mismo, como munidos de una fuerza irresistible acercaron sus labios como un sello de antaño. Era un beso dulce, tierno, como algo que hubiesen estado necesitando desde hace tiempo. Sentir los labios de ella, fue una extraña gloria para Seiya. Era como estar en su propia casa. Para Serena fue lo mismo. Como una inyección de vida que necesitaba y no sabía. Pero en ese rato, la rubia empezó a sentir unas vibraciones extrañas. Soltaron el beso y ella casi quedo paralizada, cuando vio que él iba desapareciendo como si fuera un espectro. —Ya es hora, Serena…perdóname de nuevo— alcanzó a decir Seiya antes de desvanecerse por completo ante los ojos de Serena. Una última solitaria lagrima que derramó aquel espectro, cayó justo sobre una de las flores de cerezo que empezó a sobrevolar ese sitio, ahora vacío y reemplazada por lluvia de pétalos. Serena tomó la flor, sobre la cual había caído esa última lágrima y lo llevó a los labios. Cayó de rodillas al suelo, arrojándose al piso, sin soltar de sus labios aquella flor en lagrimada. —Se ha ido de nuevo, no pude detenerle… Y lloró... Lloró como no recordaba haber llorado, desde la muerte de Darién. CONTINUARA.
Capitulo 9 El destino del karma, una elección de vida. Ya había pasado el mediodía y Serena aún seguía recostada en su habitación, como shockeada, impresionada. Lo que había pasado durante la madrugada, aun la seguía aturdiendo y no había podido cerrar un solo ojo, y tampoco levantarse. —Aun ahora sigo sin poder entender, mi corazón esta como parado desde el momento que lo vi decirme adiós…estos sentimientos son tan extraños y profundos, ¿Por qué le habré dicho todo lo que le dije? solo llevo conociéndolo un día y es como si fuera que lo conociera desde siempre. En ese rato paró sus ideas, cuando vió a Mina entrar con una bandeja. — ¿No quieres desayunar algo? Me estas preocupando, y además esta madrugada saliste y estoy segura que no has dormido desde entonces— dijo Mina Serena se sentó en la cama, pero meneó la cabeza y su hermana la estudió unos momentos antes de agregar. — ¿Qué paso? Serena miró a los ojos de su hermana, y pareció tomar un poco de aire antes de decir: —Ojala pudiera explicarlo, es que no lo sé y mucho menos lo entiendo, porque siento una tristeza tan grande y desearía no levantarme jamás…como aquella vez que tampoco quise volver a a levantarme nunca— explicó Serena haciendo clara alusión a cuando se enteró de la muerte de Darién y la vida se le derrumbó. —Serena— murmuró Mina —Seiya se despidió de mi esta madrugada y fue tan extraño, fue una locura haberlo dejado entrar y permanecer ,y eso que solo fue un dia, pero el saber que no volveré a verlo, me parte el alma como si fuera un dolor que llevara conmigo de forma innata, y sabes, Mina, tu sabes que después de lo de Darién, me levanté y seguí sonriendo…pero ahora tengo el cuerpo como apaleado y no tengo deseos de hacerlo— dijo Serena echándose a brazos de Mina quien se había sentado a la cama —Yo lo sé, Serena, aunque no lo creas yo también te entiendo, tú sabes que yo he vivido como si todo el tiempo me faltara algo y debiera esperar por algo que jamás llegará— dijo Mina quien dentro de lo ilógico de la situación podía entender a Serena # Seiya había vuelto a su forma angélica, pero no deseaba estar cerca de Serena, más aun que ya no tendría oportunidad de hablar con ella o verse través de sus ojos y eso no podría soportarlo. Ella había tenido una epifanía de recuerdos, tal vez no completos, pero ella lo había recordado, y lo que más pesaba a Seiya es que quizá lo hiciera como el maldito que una vez amó y que nuevamente la dejó sola para sufrir en una completa soledad. Seiya gimió de rabia. Estaba sentado en lo alto de un edificio, bastante lejos de donde ella pudiera encontrarse y además había hecho un esfuerzo para intentar dejar de percibir su energía, porque sabía perfectamente que quizá el quisiera volver a intervenir en su vida y eso implicaría su propia desaparición como bien le dijo Taiki. # En tanto en la mansión de Diamante Black, el seguía sentado en el sillón de su oficina, mientras sus hombres seguían encargándose de limpiar el desastre de vidrios rotos, y aun atónitos por lo que habían visto. Diamante estaba sentado en pose en reflexión, con sus manos juntadas bajo la barbilla. El sujeto que había visto…el que se había llevado a la viuda de Chiba. —Esa mirada, esos ojos…creo muy seguro haberlos visto de algún lado, pero aunque me esmere, no logro recordar de donde. En ese rato entro Haruka Tenoh, su fiel secuaz, porque lo había mandado llamar. Diamante se incorporó y miro atravez de la ventana. —Ya sabes lo que tienes que hacer…Serena Chiba debe saber que conmigo no se juega, y aunque haya contratado un guardaespaldas extraño, eso no es nada, porque le pegaremos donde más le duele…no solo la traerás a ella, sino a su hermana y a su hija…ahora no quiero que quede rastros de nadie de esa familia y además ella aprenderá que de mí no se burla nadie, aunque eso implique mandarla al otro mundo como hice con su marido— ordenó Diamante sin dejar de mirar la ventana Haruka ya sabía, así que solo se limitó a asentir con la cabeza y salir del cuarto. Diamante no había querido mirarlo de frente, porque temía que su matón subordinado notara que sus ojos azules estaban como temblorosos y tiesos a su vez. El rostro de ese hombre extraño le perturbaba demasiado. # También sentado en otro sitio bastante alto, porque como todo ser angélico con preferencia a las alturas, se hallaba Yaten también pensando. Tenía aun en sus manos ese lazo naranja que había tomado del bolso de Mina y que no había devuelto. Lo apretó fuerte. —Mako…no…no es ella…ella es Mina, es otra persona, pero que ha sufrido tanto como la otra ¿Acaso han vuelto esos días? esos días sangrientos han regresado y odio el instante que tuve que recordar todo esto…Mako…cuando pienso en ella y yo, que hemos vivido con un karma que nunca desaparecerá…como este lazo naranja y lo malo es que ella está condenada a vivirlo y yo a recordarlo sin poder hacer nada para cambiarlo o mi existencia se vería en peligro….rayos..—masculló Yaten Luego de mucha insistencia, Serena por fin se animó a ese desayuno tardío y a bañarse. Mina y Rini fueron un rato a buscar algunas bandejas que su hermana le había prestado al vecino del departamento de arriba y enseguida volvían. Ella fue a la sala y se le nublaron un poco los ojos al contemplar el retrato familiar con Darién. A su lado la pequeña taza antigua y Serena no pudo evitar la tentación de tomarlo entre sus manos. Mirando fijamente el retrato, en los ojos de quien fuera su amado compañero. —Darién,¿Qué debo hacer? tuve unos recuerdos que simplemente me dieron a entender que no estoy destinada a ser feliz, ¿en verdad podré cargar con todo el peso que tengo sobre mis espaldas?— se decía Serena Mientras apretaba instintivamente la taza en sus manos. Pero un ruido fuerte en la entrada la hizo salir de sus ensoñaciones y por inercia guardó la tacita en el bolsillo de su vestido y salió hacia la puerta para ver que fue todo ese ruido. Y quedo paralizada con lo que vió. La fría mirada de Haruka Tenoh acompañado de varios hombres y lo peor…tenían sujetas a Rini y a Mina, con cintas en la boca, porque probablemente las habían interceptado en su camino al piso de arriba. Los labios de Serena temblaron de miedo cuando el rubio matón le dijo: —Este es un mensaje de Diamante Black, cortesía suya por haberse querido burlar de él. Serena enmudeció y cuando iba a retroceder unas fuertes manos la sostuvieron y le taparon la boca. Ya luego no pudo saber lo que paso, porque perdió el conocimiento porque el hombre que la sostuvo le puso un pañuelo con algún líquido por la nariz. # En ese instante preciso, Seiya desde el lugar donde estaba tuvo un estremecimiento feroz, que sentía como si doliera algo que no sabía. Como el mismo que tuvo una vez, en aquella otra vida, en aquel tiempo muy, muy lejano y sus sentidos angélicos se agudizaron. Y ahí lo supo. Diamante Black se había llevado a Serena…y también a Mina y Rini. El segundo estremecimiento que tuvo es que sabía que si intervenía, su castigo no sería la conversión humana…sino la desaparición del ser que era. Apretó sus puños. —No puedo dejar que esos tiempos vuelvan y que ella pague por esos karmas…yo...yo mismo lo impediré…aunque eso signifique mi destrucción. Una vez determinado, en pocos minutos estuvo en otro sitio. Un museo de exhibición de antiguos artículos samurái de la era Edo. Paró frente a un vidrio que contenía una katana con funda. —Si debo exterminar un mal…pues lo haré como ya una vez lo exterminé…con el mismo dolor. Con la diferencia de que ella podrá vivir en esta nueva era sin miedos. Ya había decidido lo que iba a hacer. # Cuando Serena despertó de su letargo, lo primero que vió fue el propio cielo. Abrió pesadamente los ojos, y se dio cuenta que estaba en el piso de un jardín enorme y estaba desorientada, hasta que recordó la mirada de Haruka Tenoh. —Rini, Mina— dijo levantándose de repente del suelo. Pero una voz detrás de ella casi hace que se congelen los huesos. —Serena Chiba… ¿sabes cuál es el precio por burlarte de un Black? Serena se volteó y lo vio. El hombre de rostro siniestro con la marca en la frente. Cobró valor para gritarle: — ¿Dónde están mi hija y mi hermana?! Responde! —No te preocupes, ya se están encargando de ellas…y en cuanto a ti, como estoy muy furioso, decidí encargarme personalmente de ti. Ella retrocedió unos pasos. Diamante agregó: —Pero antes de que la satisfacción sea mía, me dirás quién es tu amigo, el que vino a ayudarte el otro día. —No te lo diré nunca, ¿¿dime donde mi niña y mi hermana??— gritó Serena no queriéndole mostrar miedo —Ellas pronto te acompañaran al sitio donde vas— dijo viendo palidecer a la mujer. El hombre siguió acercándose seguía hablando: —Te voy a matar, así como ya una vez ordené la muerte de tu marido, no tengo escrúpulos de asesinarte, no solo por los acuerdos que no quisiste hacer, sino por el solo hecho de no querer humillarte ni doblegarte ante mí y eso un Black no puede perdonarlo. — ¡Maldito!— volvió a gritar Serena—. Te he dado dinero, más de lo que podía, pero nunca fue suficiente para ti…y ahora me entero que fuiste tú el que me arrancó a mi esposo de mi lado…bastardo. —Al menos agradéceme que la familia completa se reunirá en el mas allá, recuerda darle mis saludos a Chiba cuando lo veas— dijo riendo Diamante Serena volvió a palidecer y a tragar saliva cuando lo vio sacar un arma del bolsillo y lentamente levantarla para apuntarla a la humanidad de ella. —Esto no es una ruleta rusa...es el castigo por haberte pasado de lista, pero soy bondadoso, así que tu hija y tu hermana pronto te alcanzaran— dijo Diamante Serena cayó sobre sus rodillas con los ojos llorosos y suplicantes. —Me quitaste a Darien, puedes matarme a mí, pero a ellas por favor no las toques, ellas no tienen que ver, son inocentes—suplicó la rubia cuando en lo único en lo que podía pensar en Mina y Rini. —Nadie que pudiera reclamar tu desaparición, puede quedar vivo—respondió Diamante acomodando su puntería a Serena —Adiós Serena Chiba. Fue un instante eterno, el ruido del clic del arma y la vida de Serena pasó por su mente en ese rato que no acababa nunca. Lo único en lo que podía pensar en su hija y hermana. Cerró sus ojos de forma instintiva ante un inevitable final. Un final que jamás llego, pero del que estuvo segura de haber oído su preludio con el disparo que resonó y donde estaba segura de morir. Pero algo pasó. # Adentro de la casa en una de las habitaciones, Mina gritó de espanto al oír el disparo que no presagiaba nada bueno. — ¡Cállate, mujer¡— gruñó uno de los hombres que estaba con ella Mina los miró, ya había temblado mucho desde que se llevaron a Rini a otro sitio de la casa y a ella la apartaron en este cuarto con esos dos hombres de mirada horrible. — ¿Qué fue ese disparo?— dijo Mina Los hombres rieron, burlándose de la mujer. —No te preocupes, uno igual te tocara dentro de un rato…—dijo uno Mina los vió horrorizada, ella estaba sola, desprotegida y esos sujetos la veían con los mismos ojos de aquel hombre de hace algunos años atrás que había traumado su vida y su confianza en las personas. —Antes de que el jefe ordene que te matemos, nos divertiremos un poco contigo— dijo uno acercándose peligrosamente a ella. Mina retrocedió a la pared temblando de miedo. # En tanto afuera la tensión era increíble y Diamante abrió mucho sus ojos con lo que pasaba ante suyo y no creía. Una figura alta, portentosa y que parecía tener una especie de alas estaba frente a Serena. — ¿Pero qué rayos?— masculló Diamante quien más bien estaba helado porque entendió por la mano alzada de ese monstruo, que había desviado la trayectoria de la bala con su mano. Era el mismo maldito sujeto del otro día, pero esta vez lucia diferente, con esas cosas al costado que parecían alas. Luego el extraño le dirigió una mirada que casi lo hace retroceder de miedo. Él reconocía esos ojos, ese porte, y lo que fuera que sea lo transportaba al más profundo temor. —Hasta aquí llegaste, maldito— dijo de repente la voz. Solo en ese instante Serena quien había cerrado los ojos esperando un final, los abrió al escuchar esa voz. — ¿Seiya?— dijo Serena, quien abrió mucho sus ojos por el aspecto tan extraño que tenía como un ser sobrenatural. El volteó un poco su cabeza para decirle. —Serena, ve allá y espérame, enseguida estaré contigo, ahora mismo tengo escoria con el cual acabar— dijo Seiya Serena tragó saliva y no entendía lo que ocurría, pero no tardo en obedecer y ponerse cerca de uno de los árboles del jardín, lejos de Diamante. — ¿Quién rayos eres? O mejor dicho ¿Qué rayos eres?—dijo el platinado —He venido a hacer lo mismo que una vez hice contigo…Serisawa…he venido a matarte—desafió Seiya — ¿Serisawa? ¿Quién es ese?, pero respóndeme, ¿Quién eres?— exclamó Diamante Serena tras al árbol miraba y escuchaba impávida lo que decían. — ¿Quieres saber quién soy?, bueno, antes de matarte te daré ese placer de saberlo, pero no lo tomes como un regalo, sino como parte de tu castigo— dijo Seiya Y allí empezó un relato que dejó a Diamante y Serena oculta impávidos. Diamante quedó de piedra al oír todo eso. Una historia del pasado en la era Edo, con samuráis en tiempos sangrientos donde el dolor estaba a la orden del día y que se habían transmitido en esta nueva era. Lo que decía aquel sujeto era ilógico y loco, pero lo mismo, sus acciones, como desviar con la mano una bala y ese aspecto extraño que tenía. Además en el fondo de si, el platinado sabía que decía la verdad, aunque no pudiera comprenderlo del todo. La otra paralizada, tras los arboles era Serena, quien al oír la historia, y el extraño sentido de todo que se unía como un rompecabezas a las epifanías de recuerdos que le venían a la mente. Diamante ni siquiera tuvo tiempo de decir nada, porque al instante de terminar su relato, Seiya se acercó y le propinó una serie de puñetazos por todo el cuerpo y cuando Diamante quiso alzar el arma, Seiya simplemente lo pulverizó con sus dedos. Con aquel salvaje desplante, Diamante ya estaba ensangrentado, jadeante y hasta echó un par de dientes al suelo. Mientras lo azotaba, Seiya no se contuvo para gritarle: —Tu arruinaste mi vida y la despedazaste, porque me robaste a las personas más importantes y ni la muerte sería suficiente castigo para expiar tus culpas— mientras le azotaba otro golpe tras otro, en medio de un cumulo de sangre que brotaba de Diamante. Luego el pelinegro pareció reaccionar, y respiró profundo para detenerse, porque sabía que lo mataría de seguir así y le tenía reservado un final más interesante para ese maldito sujeto. Diamante yacía apenas caído sobre sus rodillas. Y Seiya entonces quito de algún sitio la katana que había traído del museo quitándola de la funda. —Te volveré a matar de la misma forma en la que te maté en la otra vida, esa vida donde me hiciste tan miserable y donde solo los seres queridos de las personas que mataste pudieron vengarse como debían y por eso morirás ahora— dijo Seiya con el rostro transformado por la ira de antaño y sus propios recuerdos de que este miserable era la reencarnación de Serisawa. —Aunque sea lo último que haga— agregó Seiya alzando la katana como precediendo a hacer un corte. Diamante más o menos arrodillado alzó la cabeza horrorizada al ver la resolución de ese sujeto de matarlo y percibir la sombra de esa katana que bajaría sobre si Seiya no siguió esperando. — ¡MUERE¡— gritó Seiya bajando la katana hacia el hombre arrodillado. Pero el pelinegro tuvo el suficiente reflejo para detener la trayectoria a mitad de camino, y abrió mucho los ojos con lo que veía. Serena se había puesto delante de Diamante. — ¡No lo mates, Seiya!—gritó la mujer Seiya parpadeó y le temblaron las manos, cuando creyó ver, no a la Serena de esta época, sino a Serelem, con su kimono blanco, y su expresión más diferente. Eso termino por hacerle tambalear por completo y soltó la espada que cayó al piso y el mismo se echó al suelo. —Serelem... ¿acaso me estas pidiendo que no me vengue? Es tan humillante perdonar a alguien como él…si él no hubiera existido, tu y Seichi seguirían vivos en aquel tiempo—dijo Seiya con la mirada gacha, pero levantó la mirada cuando unas manos pequeñas y cálidas le tocaron las mejillas. Era Serena con su aspecto actual y ya no lucia como la Serelem que creyó haber visto. —No lo mates, si lo haces, ese mismo dolor volverá a transmitirse como karma en todas nuestras existencias como una cadena eterna…además, él no es el hombre que recuerdas. Es cierto, es un delincuente, pero no es ese hombre que dices. Lo mismo, yo soy Serena, no Serelem, cargando con esa cadena de dolor y karmas que volveré a cargar por siempre si lo matas, porque estarás repitiendo lo mismo que en el pasado…y es por ello, que es ahora cuando debes cortar con ello— dijo la rubia Seiya se incorporó un poco y se dejó caer al regazo de ella. De nuevo creía estar percibiendo a su esposa, a Serelem. —Es tan humillante y ahora voy a desaparecer por haber intervenido— escondiendo su rostro en el regazo de la rubia. Solo sintió un objeto bajo su rostro, y pasaba que en el bolsillo del vestido de Serena aún estaba la taza antigua que ella había guardado cuando fue raptada. Él la tomó con sus manos temblorosas y sus ojos llorosos. —¿Escuchaste lo que pasara conmigo? Unas lágrimas cayeron al rostro de Seiya. La rubia estaba sollozando. —No quiero que te vayas…no de nuevo, te había encontrado y ahora no quiero volver a perderte de vista. El medio sonrió y murmuró: —Serelem…no…Serena— y no pudo articular frase más, porqué de pronto se vio aturdido por una sensación desconocida como si se desvaneciera. Serena casi se paraliza al verlo semi transparente. —Seiya…esto no puede estar pasando. # En tanto adentro, las cosas no iban mejor, Mina había confirmado sus sospechas sobre las intenciones de estos hombres al encerrarla allí. Se resistió como pudo y a cambio recibió una golpiza, y la arrojaron sobre uno de los futones del suelo. Mina decidió quedarse como estaba, quieta. Iba a pasar de nuevo. Solo pudo oír cuando uno de los sujetos se bajaba la cremallera del pantalón. Como un horrible sonido de preludio. Pero en vez de sentir unas toscas manos que la manoseaban y ultrajaban su intimidad, oyó un ruido fuerte y un gemido de dolor. Abrió los ojos y vio al que iba a fungir como su primer atacante, en el suelo, inconsciente y como estaba oscuro solo vió una sombra que tenía algo por las espaldas dándole un puñetazo al otro hombre que cayó al piso semi muerto. Luego pasó un poco la penumbra y Mina pudo verlo. Un hombre de talle no tan alto, pelo muy largo de color plata y vislumbró unos ojos muy verdes que le dio cosquilleos de solo verlo. Tanto que tardó en reparar que el aquel extraño sujeto traía por sus espaldas, algo extraño…parecían alas. Se le estaba acercando y Mina, desconfiada empezó a temblar. Pero el hombre sonrió y le pasó la mano. —Por favor, no me tengas miedo, vine a ayudarte y perdona que me haya tardado, pero tuve que hacerme cargo de todos esos hombres allí afuera. Mina seguía mirándolo sin entender. Yaten insistió. —Vamos, debes ponerte de pie, y no te preocupes por tu sobrina, ella ya está a salvo. Mina no podía reaccionar, hablar siquiera, ese hombre le hablaba, le sonreía y verlo le daba cosquilleos inexplicables, porque nunca lo había visto, pero sentía como si lo conociera de mucho. Finalmente Mina se dejó levantar y habló: —Mi hermana. —No te preocupes, alguien ya vino a ayudarla— sin soltar la muñeca de la joven. Mina se sonrojó y se soltó del agarre. — ¿Quién eres? Yaten sonrió. —Soy Yaten, pero piensa en mí, como un ángel, uno de la guarda. — ¿Qué broma inexplicable es esta? Estas cosas de tu espalda, dime la verdad, ¿te conozco?—inquirió la mujer muy curiosa Yaten dudó si decir algo, la pobre chica sufría de traumas y si le decía la verdad, lo tomaría por loco, su caso no era parecido al de Seiya y Serena, porque esos dos tuvieron reminiscencias del pasado, en cambio, en esta era, Mina era la primera vez que lo veía. Además ella había muerto mal en aquel tiempo, porque el hombre que prometió regresar por ella, murió dejándola sola. —Puedo decir que me conoces— respondió Yaten — ¿De dónde?— insistió ella —Nos conocemos de un sitio que no podría explicar, pero si estoy aquí, es solo para hacer algo que debí hacer hace mucho tiempo— musitó Yaten Mina lo miraba con ojos sorprendidos y viéndola así, el platinado no pudo evitar agregar. —No puedo creer que nuestra única interacción, sea también la última—y caminó unos pasos hacia afuera, pero la rubia le tomó del brazo. —Espera, no entiendo. —Pues yo tampoco, lo que me recuerda que debo agradecerte por haber cuidado de esto— dijo él ángel sacando un largo lazo naranja —. Lo tomé cuando dormías y jure que volvería por ella, tardé mucho pero regrese por ella. Mina tuvo una epifanía de luz en ese instante, como si una ráfaga de un dejavu se hubiese hecho cargo de ella, y aun tomando el brazo del platinado, porque no lo había soltado añadió: —Tú eres… Él la miro con ojos opacos y siguió caminando, soltando el agarre de ella. —Ahora soy Yaten. —Espera ¿Dónde vas?—dijo ella yendo tras él —No querrías ver cómo me desvanezco ante tus ojos, te traumaría. —Yo te recuerdo de un lugar…lejano y antiguo, no es claro pero tengo esa memoria ahora— murmuró ella —Y debes olvidar, para vivir esta nueva era, yo en cambio, vaya donde vaya, posiblemente siempre te recordaré. Cuando salieron para afuera, Rini vino corriendo junto a ellos, saltando a los brazos de su tía. Yaten sonrió ante el gesto infantil y siguió caminando, pero la mujer con la niña en brazos igual lo siguió. Pero en ese rato un gemido se apoderó de Yaten y cayó al piso, asustando a Mina, quien bajó a Rini y corrió a sostener al extraño para que no impactara al suelo. Rini esbozó. —Usted es el ángel que suele estar en casa. Por una extraña situación de confianza, puso la cabeza del sujeto sobre su regazo y lo veía con mucha atención. Yaten vió sus ojos azules, los mismos de aquel lejano tiempo y dijo: —Perdóname, Mako…por no haber llegado nunca, y Mina perdóname por no haberte podido acompañar en esta vida, pero creo que ahora podrás estar bien, porque el karma se ha cortado. Mina abrió mucho sus ojos, porque en ese preciso rato, le asaltaron una nebulosa de recuerdos, epifanías, y cúmulos de una vida que fue suya…y donde este sujeto de apariencia extraña había tomado parte importante. Casi se le inundó el alma de nostalgia y puso una mano sobre el sujeto. — ¿Qué está pasando?— ella se desesperó —Estoy desapareciendo, Mina, este es el castigo que me imponen por intervenir aquí, yo lo sabía y no me importó hacerlo. Ella se asustó y puso su otra mano sobre la otra mejilla del platinado. —Solo asegúrate de ser feliz en esta nueva vida— alcanzó a decir Yaten sonriente al sentir la calidez sobre sus mejillas y la mirada azul sobre la suya. Y lo que pasó a continuación Mina ni Rini lo tuvieron en claro, porque la sonriente figura del hombre empezó a diluirse y desaparecer en un montón de lucecitas. En el sitio, solo quedó la cinta naranja que el sostenía entre sus manos. Mina lamentó tanto no poderle podido hablar. —Okita-kun….cumpliste tu promesa— echando una lagrima amarga consciente de lo que había sucedido. Sobrenatural en todo sentido, pero real. # Cuando Mina y la niña salieron para afuera, cuidando de no pisar a todos los hombres caídos inconscientes en el piso, vieron a Serena de espaldas, sentadas sobre sus rodillas. Y cerca de ella, también inconsciente a un magullado Diamante. — ¡Serena¡—gritó Mina apresurando el paso Rini no dudó en correr junto a su madre y abrazarla. —Ahora ya todo ha terminado, todo estará bien— dijo Serena abrazando a su niña, y sollozando. Mina se paró alado suyo y dijo: —Lo sé, Serena, ellos volvieron por nosotras. —Entonces lo sabes…y lo hicieron al costo más alto que pudieran pagar y dime, Mina, ¿en verdad recordaste algo?— preguntó Serena sonando un poco sus lagrimas —No del todo, pero sé que todo lo que vi y presencié fue real…y esa persona...es la que yo llevaba tiempo esperando, desde aquel tiempo— bajando la mirada Serena se incorporó. —El karma se ha roto— dijo Serena y añadió mirando a Diamante. —Incluso este desgraciado es otra víctima del karma. # Pues desde allí, las cosas se suscitaron muy rápido aunque tomo sus días. Diamante aun shockeado por todo, confesó su implicancia como autor moral del asesinato de Darién Chiba y fue arrestado junto a Haruka y los demás. Por una razón, los policías ni se molestaron en preguntar cómo fue que esos maleantes estaban tan golpeados. Lo que importaba es que fueron descubiertos. Fueron días de mucho movimiento, en que le fueron restituidos sus bienes a Serena y otros documentos que pertenecieron a su difunto marido. Como si una pesadilla de larga data hubiese culminado. Pero a pesar de todo, las hermanas sabían que no era tan sencillo, ellas habían presenciado una circunstancia sobrenatural, ilógica, inexplicable y hasta loca. Pero fue real. Aquellos seres que habían esperado en otro tiempo, volvieron por ellas, aunque eso les costase la existencia de su propia esencia. Y habían roto esa maldición que después de todo, simplemente fue una elección de vida y que la nobleza del alma de Serena pudo entender, al detener la venganza de Seiya sobre Diamante, lo que no sabía es que después, lo terminaría perdiendo para siempre también a él. # Algunas semanas después, Serena cogió un camino que pocas veces se atrevía a hacer. Con un ramo de flores frescas, entró al cementerio. Iba a visitar la tumba de su marido y prenderle un incienso. Porque por fin se había hecho justicia con él. Cuando encontró la blanca tumba de mármol, se arrodilló frente a él y depositó el ramo, para después prender el incienso y ponerse a orar un momento a solas con su marido. "Darién, hoy por fin puedo honrar tu tumba como corresponde, y quiero agradecerte que a pesar de todo sé que has estado conmigo y me has guiado en sueños…siempre estaré agradecida por la vida que tuviste conmigo…ojala donde estés tú puedas ser feliz también" Estaba arrodillada con los ojos cerrados enfrascado en su oración personal que una voz a sus espaldas la sobresaltó y la hizo abrir mucho los ojos. —Yo también quisiera presentarle mis respetos a su tumba. Serena con toda la tensión del mundo se volteó para ver lo que sus oídos creían eran una fantasía. Casi quedo paralizada al ver allí una persona inesperada. CONTINUARA CON EL EPILOGO.
El ángel que cayó del cielo. Epilogo. Cuando Serena volteó al oír esa voz, que casi le paraliza el corazón, y la confirmó con sus propios ojos, no tuvo la reacción primaria de arrojarse a los brazos de la sonriente figura parada detrás suyo. Se acercó con sigilo levantando su mano, porque necesitaba saber que esto era real y no otro truco de sus sueños. —Soy yo, he regresado. Solo allí, la rubia reaccionó y pudo arrojarse en brazos del recién llegado. — ¡Seiya¡ Él la sostuvo entre sus brazos con una sonrisa, y de hecho se encontraba demasiado feliz viviendo este instante. Cuando por fin, ella recobró su conciencia se separó un poco de él y dijo: — ¿Pero cómo? tú te desvaneciste ante mis ojos y me habías dicho que ya no podrías volver nunca— con un ligero sollozo Él limpio sus lágrimas con sus dedos. —Al parecer al destino no lo detiene ni la muerte, y ni lo que va más allá de eso— dijo Seiya levantando el rostro y viendo el mármol de la tumba de Darién Él se acercó para observarla y enseguida se arrodilló. —Estoy aquí para presentarle mis respetos al hombre a quien le debo mi regreso a este mundo. Serena abrió mucho sus ojos ante el comentario y Seiya empezó a recordar los hechos que lo habían traído de vuelta a la vida. Se sentía como si flotara en un inmenso agujero negro, con la misma sensación que tuvo cuando sintió desvanecer su forma angélica en cientos de pequeñas luces como si fuera polvo brillante. Fue en ese instante que abrió sus ojos y se sorprendió con lo que vio. Estaba en un sitio con mucha luz, que parecía un jardín con un sitio que le pareció perturbadoramente conocido. Fue allí mismo que Seiya se dio cuenta donde estaba. —¿Acaso mi castigo es volver a ver este sitio? Ese sitio era idéntico a la casa que tenía en Edo en el Bakumatsu, y cuando su nombre era Hijikata Tochizo y allí aún más abrió sus ojos de la sorpresa cuando se dio cuenta de que estaba ataviado con ciertas prendas. Tenía puesta el tradicional hakama celeste y blanco de los Shinsengumi y allí Seiya se aturdió. —Ahora lo entiendo, mi castigo eterno será el de ver el hogar que perdí y verme a mí mismo como la persona que era y que dejo morir lo que más importante para sí mismo—dijo mientras observaba el lugar. Si, ese era el hogar que él había tenido en un tiempo, ya muy lejano y que había desaparecido. Hasta que una voz lo detuvo. —Este era tu hogar ¿Verdad? Seiya volteó a ver de dónde provenía esa voz. Cuando se giró, vió a un hombre muy alto y de mirada profunda que le sonrió. Seiya no lo reconoció al instante, pero luego de pensarlo bien, se dio cuenta de que ya había visto a ese hombre. Lo había visto en las fotos que Serena Chiba tenía en la repisa y que eran de su difunto marido: Darién Chiba. Definitivamente lo era. La figura pareció percatarse y se adelantó unos pasos frente a Seiya. —No, no estás equivocado…soy el alma de alguien que pertenece al mundo de los muertos y que en vida fui conocido como Darién Chiba. Seiya tragó un poco de saliva y también se acercó unos pasos. —Entonces, si esto no es un castigo ¿Qué significa esto?¿porque estamos aquí y porque estoy vestido así?—dijo Seiya —Porque esto representa al ser que fuiste alguna vez en el mundo de los vivos— dijo la etérea figura que decía ser Darién. Seiya abrió mucho sus ojos. Darién siguió diciendo: —Yo ya no puedo cambiar lo que ha pasado, y por eso mi sitio ahora es el mundo de los muertos, donde tampoco puedo encontrar la paz porque también he dejado personas que amaba en vida. Seiya sabía la respuesta. —Serena y tu hija...—dijo en voz muy baja, Seiya —Si, por ellas no termino de irme del todo y aun pululo como un alma que pena sin paz, pero cuando percibí la luz que emana de este sitio, que representa al corazón de tu alma que ha permanecido dormida, mientras eras un ángel, vine aquí…—dijo Darién —Este sitio entonces… ¿representa lo que llevo en mi alma terrenal?— preguntóSeiya —Si—dijo Darién Seiya allí bajó un poco sus ojos. —Dijiste que viniste al ver esta luz, y porque yo estaba aquí ¿Por qué harías eso?— preguntó Seiya —Esta luz es la que te protegió de la destrucción de tu esencia definitiva, y lo hizo, porque esta luz también representa el deseo sincero que pediste aquella vez, en las Montañas de Otsu, porque lo único que querías de verdad es que todas las personas que amabas tuvieran una oportunidad de vida —dijo Darién fijándose que Seiya lo miraba sorprendido. Por tanto siguió hablando. —Cuando dejé el mundo de los vivos, siempre estuve preocupado y triste por las personas que había dejado, porque estaban solas y sin esperanza. Y puedo asegurarte que mis sentimientos son sinceros y en vida, aun cuando yo era un capitulo en la vida de Serena, muy en el fondo…su alma esperaba a alguien más y ahora que te veo, lo sé…tu eres esa persona que ella esperaba y que nunca pudo encontrar, por eso se cruzó conmigo, y aunque sus sentimientos eran reales, su alma era para alguien más, que no existía en esa época. Seiya se sintió un poco mal por las palabras de aquella alma en pena. Debía ser doloroso para cualquier entidad saber que aún una persona podría ser insuficiente para otra. —No te sientas mal—dijo Darién sonriendo—. Es más…me siento aliviado y podre irme al mundo de los muertos en completa paz. — ¿A qué te refieres?— preguntó Seiya curioso —Renunciaré a la reencarnación de mi alma y en su lugar te cederé el derecho de que regreses al mundo de los vivos…y yo podre irme en paz al mundo de los muertos, sabiendo que las personas más importantes para mí, podrán estar a salvo porque he visto esta luz que representa el deseo de tu corazón—dijo Darién — ¿Qué?—se sorprendió Seiya con los ojos muy abiertos. —Tú podrás cuidar también de mi hija y nada me haría más feliz. No soy egoísta y reconozco que no soy la persona que mi esposa esperaba en su vida. Porque ese eras tú. Por tanto, debes ir a ella y con ello, también te confío a mi hija—dijo Darien, quien al decir esto, pareció perder un poco la compostura pero se mantuvo y volvió a sonreír a un Seiya que lo veía casi incrédulo. —Renunciaras a la nueva vida que podrías tener, para permitir que alguien como yo, pueda vivir…—repitió Seiya —Es mi deber. Yo no hubiese conocido a Serena sino hubiese sido por la luz de tu deseo de que ella volviera a tener una oportunidad de vida. Es por eso, que fue por ti, que pude conocer esa felicidad con ella. Por eso, vas a aceptar esta posibilidad que te estoy dando de regresar como un ser vivo, tal y como eres ahora. Y de paso, podre irme en paz al descanso eterno—dijo Darién Darién extendió una mano pasándosela a Seiya. Le estaba pidiendo asentimiento. —Protégelas. # Cuando Seiya terminó su relato, ante una sorprendida Serena que ni podía articular palabra alguna. Seiya volvió a mirar la tumba y siguió hablando: —Una tumba no solo es un depósito de restos, también representa un monumento a los recuerdos de alguien…es por eso que yo también debía venir aquí. Y para sus adentros pensó: "Me ha dado una oportunidad de vida y también...de alguna manera también me sustituyó…cuando yo no estaba..." Serena derramó algunas lágrimas ante lo que oía. —Él no se ha olvidado de nosotros— dijo Serena arrodillándose frente a la tumba nuevamente. "Gracias, Darién…y aunque no sé qué me depare el futuro, te prometo que no perderé mi sonrisa, aun cuando lo tiempos sean difíciles. Y en cuanto a Seiya…" No alcanzó a pensar del todo, cuando Seiya le dijo: —Yaten también regresó. — ¿Eh?— dijo la rubia, pero luego recordó que Yaten era el ser angélico que Mina había visto y según sus propias epifanías, también era una encarnación del pasado. Y Seiya sonrió ante el recuerdo. Aunque las cosas para él, serian un poco diferentes. — ¿Puedo preguntarte algo más?— dijo Seiya a Darién —Te preguntas por el alma que perteneció a Okita, de seguro, él que vivió en esta era como un ángel llamado Yaten— dijo Darién muy calmado —Lo supiste— dijo Seiya sorprendido —Porque yo se lo dije—dijo una voz que apareció detrás de Darién Seiya se sorprendió de ver a aquel ser. — ¿Taiki? —Aun los designios escritos para los ángeles pueden ser rotos, cuando una luz como esta, que vino del deseo que pediste aquella vez resplandece de esta manera— mencionó Taiki Seiya lo miró fijamente. —Yo mismo estoy aquí gracias a ese deseo—dijo Taiki—. Y es por eso que si puedo hacer algo porque ese deseo pueda cumplirse, lo haré. — ¿Qué dices?—dijo Seiya —Yo ayudaré a que Yaten también pueda volver, pero hay algo que debes saber y es que él pasará a ser humano, pero sin recuerdos de su vida pasada como Okita, solo sabrá que es un ángel descastado y tú no deberás intervenir en eso. Ya el hecho de permitir que su esencia siga viva es una providencia— advirtió Taiki moviéndose un poco y señalando a alguien que estaba al parecer dormido sobre la hierba. Era Yaten, también ataviado con aquellos antiguos trajes del Shinsengumi y al parecer dormido. —Después de todo lo que nos habías advertido aquella vez ¿Ahora tú también ayudaras a Yaten? —No puedo obviar la luz de este lugar, que salió de tu deseo, y además también será una forma de agradecerte, porque fue gracias a ese deseo, que yo volví a tener una oportunidad de ser de nuevo un ente—dijo Taiki — ¿Tú también renunciaras a algo, así como lo hizo Darién?— dijo Seiya —De todas maneras no me molesta ser un ángel eternamente—dijo Taiki Seiya abrió sus ojos. —No nos volveremos a ver, Seiya, así que toma esto como una última orden de tu capitán. Kondo Izami…que no podría abandonar a un compañero ¿Lo has entendido, Hijikata?— sonrió Taiki quien en ese instante alzó una mano arriba junto con Darién y en ese instante una luz aún más cegadora de la que había en ese sitio apareció y lo envolvió de tal manera que se sintió como si estuviera desapareciendo del tiempo y espacio de ese lugar. —Es por eso que Yaten está conmigo y bastante molesto porque cree que perdió su esencia angélica por mi culpa, pero no ha recuperado sus recuerdos y tampoco lo hará. Y así está bien, es por eso que no intervendré, y si su destino está escrito que debe encontrar alguna vez al alma que perteneció a Mako en el pasado, la va a encontrar. Pero nosotros no debemos forzar nada— sentenció Seiya viendo a Serena Ella caminó unos pasos y se puso de espaldas a Seiya sonriendo levemente — ¿Sabes? aún luego del incidente cuando vi tu esencia desaparecer, debes saber que aun, mi alma muy en el fondo, aun te esperaba aunque sabía que ya no existías. Y viniste…esta vez…si volviste. Seiya se sorprendió un poco ante el comentario de Serena y se acercó a su espalda, posando sus manos sobre los hombros de ella —Es por eso, Serena, que me gustaría pedirte que me permitas quedarme por aquí…cerca de ti. Sé que no somos las personas del pasado, pero también sé que no me gustaría desperdiciar esta existencia que me regalaron, lejos de ti. Sé que ahora somos otras personas en una nueva era ¿Pero me dejarías intentarlo? Serena no respondió en ese momento, pero luego de unos segundos que a Seiya le parecieron eternos, se volteó viendo a Seiya con una sonrisa. —Tengo té y galletas que hizo Mina en casa ¿Vamos por ella? a Rini le gustara verte. Seiya la vió sorprendido y allí se cuenta de que la respuesta era positiva. Y asintió con la cabeza # Lo que siguió para Seiya no fue fácil, porque nada está servido en bandeja. Él era un humano ahora, y por tanto debía vivir como tal esforzándose y adaptarse a ella, consiguiendo un trabajo, un sitio donde vivir y acostumbrarse a mucho. Era cierto que había vuelto a la vida gracias a su propio deseo y al regalo de Darién, pero tampoco podía pretender tener alguna relación con Serena de la noche a la mañana. Pero al menos ahora, compartían el mismo aire y él no pensaba marcharse esta vez a ningún sitio. # Tuvo que pasar bastante tiempo para que Yaten, ya humano, volviera a dirigirle la palabra a Seiya. Había quedado muy molesto porque creía que él había perdido su esencia angélica por culpa de los actos de Seiya ayudando a esa mujer y en la cual se vio involucrado. Pero finalmente se había resignado. Mas luego de haberlo visto con esa misma mujer, al parecer ya teniendo una relación. —Son patéticos—mascullaba el peliblanco. Al final también tuvo que adaptarse a esa vida, cuando dejó de esperar algún milagro del cielo. Ahora era humano después de todo, y decidió que al menos no viviría de forma miserable. Y también imitó al "patético" de Seiya y se buscó una forma de vida, con un trabajo, una locación y buscó ocupaciones para sí. Con el tiempo hasta descubrió que eso no le disgustaba del todo. # Por otra parte, Mina, la hermana de Serena había ganado un poco más de valentía, luego de los inexplicables sucesos cuando la secuestraron a ella y vio tantas cosas extrañas. Cuando vio a Serena con Seiya, se quedó un poco estática, pero se alegró interiormente. Volvió a trabajar afuera, como la chef de un restaurant, porque además necesitaba juntar dinero, porque también se dió cuenta que esos dos tenían algo y necesitaban privacidad, por tanto ella no podía estar asomando eternamente sus narices por allí. Pero cuando se mudó finalmente, lo hizo no solo por eso, sino también, porque se sentía un poco más confiada en sí misma y sin los miedos que tenía antes ,luego de haber visto que su hermana había vuelto a sonreír de verdad. Eso la motivó a seguir sola su propio camino. Pero dicen que el destino no se puede evitar, porque cuando ella empieza a girar, no hay vuelta atrás, más aun cuando tiene un sitio al cual llegar, aunque fuera tarde. Una de esas tardes, Mina que se había comprometido a un instituto de beneficencia para donar algunas ollas de comida preparada por ella, iba corriendo con la olla tapada, que por cierta estaba llena de fideos cortados con salsa. Había fallado con el despertador y como era domingo, se había confundido de horario, así que la carrera que inició para llegar al centro donde se hacía el almuerzo de beneficencia fue bastante escandalosa. Escandalosa porque el taco de sus sandalias se rompió en la corrida, y la olla se le salió de las manos, y su espanto casi la mata allí mismo cuando vió que la olla y todo su contenido cayeron sobre un hombre que cruzaba en ese instante. Y por la terrible mirada que le dirigió, supo que se había enojado bastante. — ¿Acaso está loca o qué? como anda corriendo con esto en la mano— gritó el hombre mientras los fideos se le escurrían por la cabeza y todo el rostro. —Perdón, mil perdones—masculló Mina cuando se pudo incorporar —Arruinó mi traje— volvió a gritar el hombre La altanería del hombre ya fue demasiada para Mina. —Ya me disculpé por esto, no lo hice de manera intencional—gritó esta vez ella —Lo hizo porque es una tonta—dijo él quien cuando abría la boca para protestar algunos de los fideos se le escurrieron adentro. "Estos fideos no saben mal, ¿está loca los habrá hecho?" Pensó al tragarlas. En ese rato los dos causantes del berrinche callejero se miraron fijamente. El hombre de largos cabellos platinados con profunda mirada verde cruzó la azul de aquella mujer. Un pequeño instante. Un pequeño momento. Pero si, ese fue un movimiento del girar de esa rueda del destino. Y si hubo un instante, donde no hubo tiempo ni lugar para que dos almas pudieran hallar sosiego entre si y pues ahora que su destino estaba libre de karmas, la rueda de su destino podría volver a girar. Porque no importaba si no se recordaban como lo que eran, si su destino era encontrarse, pues así seria. Para quizá o sin quizá, terminar de escribir algo inconcluso en su línea de almas. # —Como cuesta cuidar a este niño tan travieso— masculló una niña de doce años mientras correteaba tras un pequeño de casi tres años. —Seichi, si no vienes aquí en este instante, voy a regalar tres de tus juguetes a los niños vecinos— volvió a decirle la niña de odangos rosa. Eso pareció hacer reaccionar al travieso niño que al verse acorralado de perder un par de sus juguetes, corrió en brazos de su hermana. — ¿Ves? Así está mejor, quédate calmado, así nuestra madre podrá terminar de arreglarse y ponerse bonita, porque va a salir en una cita con papá Seiya—dijo la niña a su hermanito. El sonriente niño de ojos azules era idéntico a Seiya, aunque su madre no le permitió tener coleta, a pesar de las protestas del padre. Fue la única cosa en la que Serena no cedió desde que se casó con Seiya, ya hace algunos años. Rini y el niño ya estaban sentados en la sala viendo televisión, cuando dos personas bajaron de las escaleras que conectaban al segundo piso. Era un día especial porque Serena y Seiya tendrían una cita por un nuevo aniversario de su matrimonio y Rini prometió cuidar a su medio hermanito mientras ellos salían. — ¡Mami, papi!—gritó el pequeño Seichi quien termino corriendo en brazos de sus padres. —Pórtate bien con tu hermana— dijo Serena acariciándole la naricita al niño. —Recuerda que eres el hombre y debes cuidarla— le dijo Seiya dándole un beso en la cabeza. El pequeño asintió con una sonrisa. Ambos lucían un poco distintos de hace años atrás, estaban más maduros y calmados. Y cuando Seichi apareció a sus vidas, terminó coronando la situación que habían forjado, porque volvieron a ver a esta pequeña persona que nunca pensaron que volverían a ver en esta vida. Ya cuando iban al auto, para tomar la reservación del restaurant que habían hecho para esa noche, Seiya tomó la mano de Serena y le dijo algo, que con el ajetreo del día, no había tenido tiempo de decirle. —Feliz aniversario, Serena—besando su mano Ella sonrió. —Feliz aniversario, Seiya. Ya mañana volverían al ajetreo y trabajo de todos los días. Pero esta noche, sólo seria para ellos dos. Y el destino estaba de acuerdo con eso. FIN.