Capitulo 1 Tiento de nuevo la cama pero él no está ahí, dejando su lado frío y sintiendo la tiesa funda del colchón donde él debería estar. A mi lado. La extraña sensación de vacío explota en mi cabeza y una alarma desenfrenada se activa al instante. Busco a Sebastian con la mirada, levemente nublada a causa de la somnolencia. Tallo mis ojos varias veces y suelto un pequeño bostezo, estirando la mayor parte de los músculos faciales. Estiro mis brazos, abrazando paulatinamente la lucidez y la prolongada energía que me corroe lentamente. Quito la pequeña y fina sabana, removiéndola con las piernas hasta casi tirarla de la cama e inmediatamente me enderezo y con un movimiento veloz, coloco mis pies sobre el piso, frío y liso. ― ¿Sebastian?—digo, colocándome mis mugrosos tenis; amarrándolos rápidamente. Nada. No obtengo ninguna respuesta por parte de él. ― ¡Sebastian!― está vez aumento un poco el tono de voz. Rápidamente me acomodo la pequeña camiseta que tengo subida arriba del ombligo no sin antes observar la cicatriz que atraviesa parte de mi costado. De la cintura hasta las costillas. Una fina línea rosácea. La toco con los dedos, repasando su contorno, de abajo hacia arriba y conteniendo una mueca de aflicción. Por un pequeñísimo momento recuerdo el momento exacto en el que me causé esa marca permanente. Muevo la cabeza y suelto un resoplido. ¡No puedo creer haber sido tan estúpida! Cruzo la estrecha habitación donde Sebastian y yo dormimos desde que la invasión dio lugar a todo un caos planetario. Un lugar lejos de la ciudad, posiblemente lejos del peligro. ― ¿Sebastian? ¿Dónde estás?― digo esta vez con un susurro de desesperación. Muevo la pequeña y fina cortina; pequeños agujeros se extienden por toda la tela (lo que nos causó un serió problema de mosquitos y por lo que terminamos con ronchas por manos, brazos, piernas y en una ocasión, terminé con una en el labio inferior) que divide nuestra habitación del comedor/sala/cocina. Si, tres en uno. Si es que a eso se le puede llamar sala; un sillón con algunos resortes oxidados perforando los cojines. El comedor; una mesa con tres patas y una improvisada con ramas amarradas con un pedazo de tela vieja y dos troncos relativamente más altos que sirven para poder sentarnos; uno frente al otro. Por último, la cocina; una pequeña fogata cerca de una ventana rota (donde muchas veces terminamos cocinando improvisadamente conejos y algunas aves). Miro por todas partes, viendo desde la “modesta sala” hasta lo cocina (la fogata ya con los troncos casi hechos completamente cenizas) que aún en ese momento, exhalaba un pequeño hilillo de humo. Intento no preocuparme y sé que no debo preocuparme. Sé que Sebastian no desobedecería la regla más estricta que teníamos y que estaba grabada encima de la puerta de la entrada con las cenizas que quedaron de un tronco: “No salgas de día” Pero para mi pesar y a sabiendas de eso, Sebastian siempre lo retorcía y este era el resultado: “Sal todo el día” ―Aprende a leer entre líneas, hermanita― decía eso entre un deje de picardía. Lo único que procuraba (y por lo que estaba bastante agradecida) era no estar muy lejos de casa. Siempre estar lo suficientemente lejos de los lugares concurridos por los “Ángeles”, como les habían nombrado cuando bajaron del cielo entre fuego y destellos. Los Ángeles curiosamente eran realmente parecidos a nosotros (o más bien, nos querían hacer creer). Tenían la piel tan sedosa; como si estuvieran hechos de marfil. El rostro simétrico; con facciones marcadas (o perfectas, como decían muchos, bueno, casi todo el mundo). Su cabello era tan radiante y abundante (pero a mi parecer dependía del gusto del ser como tal. Particularmente las “mujeres” lo mostraban largo, despampanante; el cabello que cualquier chica quisiera tener. En cambio, los “hombres”; lo presentaban corto y con distintos cortes y peinados, como si supieran cual era la tendencia en el mundo. Lo único que no importaba en ambos era el color, desde negro carbón hasta rubio tirándole casi al blanco). Las manos, piernas, todo lo que un humano debía de tener, figuraban haber sido moldeadas por el más cuidadoso escultor, tersas y delicadas a la vista (como si al más suave tacto, podrían quebrarse y perder esa perfección y belleza). Y su toque especial, unos ojos del color del oro líquido, resplandecientes como dos pequeños cráteres llenos de oro fundido. Eran copias exactas de nosotros pero con toda esa belleza y perfección que deben poseer los “seres divinos”. Lo único diferente (de por sí, todo) y extrañamente perturbador, era que no presentaban ninguna emoción. Odio. Amor. Temor. Tristeza. Felicidad. Excitación. Júbilo. Dolor. Nada. Ni el más mínimo gesto (¿Acaso toda aquella belleza y perfección se los impedía? Ó toda esa tersidad era tan magnánima que no les permitía mover un solo músculo facial). Incluso en su voz. Siempre hablaban en un tono neutral y con una sonrisa (¿Extraño, no?), pero no era una sonrisa por felicidad o gratitud, sino una sonrisa vacía, sin nada proyectado en ella. Falsa. (Se notaba de inmediato ¿Cómo? Muy sencillo. En la comisura de sus labios no se formaba ni un solo pliegue, ni un pequeño hoyuelo. Aunque debo admitir que no soy una lectora de rostro o algo parecido, pero si los vieras, los tuvieras frente a ti, se que tomarías la misma conclusión que yo). Muchas personas creyeron que eran seres celestiales sacados de las mismísima biblia. Ángeles de Dios promoviendo la llegada del salvador. Otras, por el contrario, el fin de los días. (Podías ver a montones de personas, entre ellas a señoras bastante mayores que portaban un velo en la cabeza y una biblia con rosario en mano parloteando que este era el momento para la expiación y poder librarte de tus pecados antes de que el altísimo señor de los cielos dejara caer su juicio sobre nosotros. Si, así de brutal fue el impacto para algunas personas). Yo, siendo sincera, no creo en ninguna de esas patrañas. Ellos no (nunca) podrían ser “seres divinos”. Con sus aeronaves esparcidas por toda la ciudad, encima de todos los edificios más importantes del país, entre ellos, el Palacio Nacional; eclipsando el sol. En pocas palabras, tenían rodeado (secuestrado) todo el planeta con sus imponentes naves, donde ellos nos veían como pequeñas hormigas. Desde que descendieron como bolas de fuego de diferentes colores, tuve una mala sensación. Bajo todo ese traje de humildad (falsa) y cordialidad (falsa) hacia nosotros yo sabía que no podrían brindarnos nada bueno. Hasta que un día mis predicciones se hicieron realidad aunque no de la manera que yo me había imaginado: Ellos eran… nosotros. Habían hurtado nuestros cuerpos desde hace bastante tiempo. Sin que nadie se diera cuenta de las desapariciones. Hasta que tenían los suficientes como para presentarse ante nosotros, como seres parecidos. Casi iguales. Después de algunos meses de convivencia, algunos humanos accedieron a subir a las aeronaves por su propia voluntad a una “visita”. Los que una vez entraron siendo humanos… salieron transformados como uno de ellos. Con las misma piel tersa y delicada. Las mismas facciones simétricas y perfectas. Los mismos ojos llenos de oro derretido y sin ninguna emoción que expresar. Invitando a toda la demás gente a hacer lo mismo. Interferían las transmisiones de la televisión para mandar el mensaje: ―Vengan, suban con nosotros y les mostraremos la luz. Elevaremos su conciencia hacia el creador― siempre la misma transmisión, una y otra vez, con cada uno de los transformados. Al principio fue difícil darse cuenta del cambio (lavado de cerebro, diría yo). Nadie le dio tanta importancia al drástico cambio que sufrían las personas al bajar de las naves. Al cambio (trasplante) de color de los ojos. Lentes de contacto tal vez. Hasta que familias enteras cambiaban. Sin ninguna emoción. Una vez dentro jamás volvías a ser tu mismo (tu yo desaparecía para siempre). La conmoción empezó cuando… ―¡Sebastian! ―vocifero. Ahora sí nerviosa. Reviso todas la puertas, incluso abro la puerta del baño de una patada sin importarme nada. No está. Con todas mis emociones en alerta agarro el primer suéter que encuentro y salgo de la pequeña casa. El sol me da directo en la cara e instintivamente coloco una mano enfrente de mí bloqueando los fuertes rayos. La vista tarda un poco en acoplarse a mi entorno. Pocas nubes surcan el cielo y un viento fresco me golpea el cuerpo hasta calarme los huesos. De inmediato me coloco el suéter violeta y subo la cremallera hasta el cuello. Volutas de aliento condensado emanan de mi boca al suspirar. Pienso en Sebastian. Donde pudo haber ido (espero que no demasiado lejos). Nuestra pequeña casa está en medio del bosque y cubierta hasta que esta se pierde en la infinidad de troncos y ramas, bloqueando la visión de las aeronaves; dificultando nuestra localización. Rodeados de arboles hasta donde nuestra vista nos permite observar. Intento no gritar su nombre. Pequeñas aeronaves surcan el lugar cada hora. Sebastian y yo, después de tantas jornadas calculando las rondas las memorizamos. La primera es al amanecer y la última a media noche por lo que nos deja alrededor de cinco horas sin vigilancia. Las horas exactas para ir y regresar al pueblo más cercano, habitada obviamente por ellos. Donde algunos de ellos habían tomado la decisión de vivir como seres humanos en vez de quedarse en sus naves (para mantener más controlada a la población mundial, según Sebastian). Llegábamos al mercado más cercano del pueblo sin ser descubiertos, donde tomábamos todo lo necesario para poder vivir por unas semanas hasta que llegaba el momento de reabastecernos. Camino por el pequeño camino de tierra que conduce a nuestra casa, deteniéndome al final y bajando la pequeña inclinación rocosa hasta topar con el vasto y reluciente pasto. Camino lentamente y trato de no hacer ningún ruido pero solo el crujir del pasto me eriza el vello de la nuca. Miro el pequeño reloj que Sebastian me regaló al saquear un local dentro del mercado hace unos meses atrás. 9:50 am Pronto será la hora. Necesito encontrar a Sebastian antes de que una aeronave haga su recorrido habitual por la zona. No tengo ni idea por dónde empezar. No sé en qué dirección correr. Quiero gritar su nombre sin importar que los Ángeles me oigan. Sin importar si soy perseguida por encontrar a mi pequeño hermano (si es que a un chico de 17 años podría decírsele pequeño). Con el crujir del herbaje bajo mis pies a cada zancada que doy por el impávido boscaje me apresuro a recorrer el lugar abarrotado de arboles. Hay algunas señales que Sebastian y yo colocamos (más bien él) por todo la floresta, mostrándonos el camino de regreso a casa. Solo él y yo las podríamos entender. Un símbolo allí dibujado con ceniza, como una pintura rupestre o una piedra moldeada de cierta forma por mi hermano en cierto lugar o colocada de cierta manera. Señales que los Ángeles no podrían descifrar (no creo que sean tan idiotas con toda esa tecnología). Continúo corriendo, observando la primera señal. Un triangulo invertido dibujado con piedras a lo largo del pasto. A Sebastian se le había ocurrido. Para él, significaba el comienzo de un mensaje. Parte de una fleca invertida, supongo. Luego, como dos metros más adelante, había una cruz tallada ligeramente y coloreada con ceniza sobre una enorme roca al lado de un exuberante pino. Su significado lo había olvidado o no quería recordarlo. La muerte de nuestros padres al protegernos de los Ángeles, quizá. Todas esas marcas habían sido idea de Sebastian Me arden los ojos y reprimo un pequeño sollozo. Me siento tan débil e inútil al pensar en perder a Sebastian, en que no fui capaz de protegerlo, mantenerlo a salvo. Continúo trotando y al llegar a la tercera señal (varias rocas incrustadas en la corteza del árbol como una escalera), me detengo un momento para tomar aire. Las piernas me duelen por el esfuerzo y me sobo un poco, pensando que al hacerlo mitigaría al dolor. El graznido de las aves hace que el corazón de un vuelco y observó cómo pasan revoloteando encima de mí. Casi están aquí. Miro con miedo el reloj que tengo en la muñeca y se me escapa un gritito. 10:00 am. No. Sebastian. ¿Dónde demonios estas? Me tiemblan las piernas. Siento nauseas por el pavor. Escucho las hojas revolotear por todas partes y siento el suelo vibrar bajo mis pies. Lo único que se me ocurre es correr. Correr y encontrar un lugar seguro donde refugiarme. Obligo a mis piernas a correr por mi vida y si es posible, por la de Sebastian donde quiera que se encuentre. Corro hasta que me arden los pulmones por falta de oxigeno y las piernas se quejan con el dolor a cada zancada que produzco. Después de un tiempo, los pies se unen a esta sinfonía de dolor. Hago muecas por el enorme esfuerzo que me propongo y del que no estaba enterada que era capaz de originar. Sé que esto me va a doler por semanas pero no me importa. Haría lo que sea por Sebastian, incluso, hasta daría mi propia vida por él… Me adentro más en el forraje. Corriendo cada vez más lento, sopesando más el dolor. Hago un esfuerzo más pero no cambio la velocidad para bien sino que la disminuyo cada vez más. Me vuelven a escocer los ojos y hago el intento en no derramar ni una lágrima. Pero al pensarlo muy bien… ¿Por qué no? Tengo derecho a llorar por mi muerte o ¿no? Acaso seré demasiado egoísta conmigo misma… Siento más cerca a la aeronave. Siento el pesado viento que produce por toda mi espalda y hace revolver mi cabello en todas direcciones como un enorme ventilador. Escucho el zumbido en mis oídos producido por la fuerza de su motor. El líquido salado escurre por mis lagrimales hasta mi barbilla. De un momento a otro estoy en el piso. ¿Tropecé? No sé. ¿Me capturaron? Tal vez. Ya no importa nada excepto la seguridad de Sebastian. Me arde la garganta y los pulmones. Me hago un ovillo aunque me duelan las piernas. Ya no importa, no pude ser capaz de mantener a Sebastian lejos de los Ángeles. Espero que Sebastian se encuentre a salvo y que no vuelva por mí. Lo único que deseo es que se mantenga lejos del peligro, lejos de ellos. Un lugar donde no le hagan daño, donde no le quiten su voluntad, su cuerpo. Literalmente, veo pasar mi vida y la de Sebastian ante mis ojos e incluso, el futuro que podríamos haber tenido. Un futuro lejos de los Ángeles, llevando una vida común, abasteciéndonos de los mercados, hurtando cualquier lugar deshabitado. Pero no, ya no iba a ser posible. O tal vez, solo Sebastian. Con eso sería más que suficiente para mí. Con eso estaría más segura, más tranquila. Cierro los ojos y siento la hierba mojada humedeciendo mi ropa. El zumbido de la aeronave incrementa cada vez más, taladrando mis oídos lentamente. Aprieto ambas piernas fuertemente contra mi pecho. Oigo el hierba crujir, alguien se dirige donde me encentro. Lo primero que se me viene a la cabeza: Ángeles. Pero son pisadas rápidas y cada vez lo escucho más cerca. ¿Acaso piensan que voy a escapar? ¿Estoy tirada en medio del bosque y aún piensan que puedo poner alguna resistencia? ― ¡Mel! Oigo la voz de Sebastian. El delirio o la locura se han adueñado de mi cabeza y me sumerjo en ella, dejando que me envuelva en su manto haciendo más dolorosa su pérdida. ― ¡Levántate! ¡Tenemos que escondernos! ― dice con un tono de preocupación en su voz. ¿Para qué? Ya todo está perdido para mí. Pienso, pero sé que es una conversación ficticia. Escucho las pisadas hasta sentir una presencia enfrente de mi cabeza. Unas manos me sujetan por los brazos fuertemente y el pánico se apodera de mí. Pataleo y trato de soltar un grito de auxilio pero me contengo. Sebastian no debe de escucharme. Trato de zafarme de aquellas manos. ― ¡Mel detente! Harás que nos atrapen― es la voz de Sebastian. Abro los ojos y miro hacia arriba. ― ¡Sebastian! ¡Donde demonios te habías metido! ― es lo único que le pude decir. No era momento para una reprimenda. Teníamos que trasladarnos a un lugar seguro. ―Después te cuento ¿Podrías levantarte para avanzar más rápido? Si no es molestia― dijo sarcásticamente. Se me había olvidado que me encontraba en el suelo y él me arrastraba por el lugar. Reprimiendo una mueca de dolor me levanto. Aún las piernas están afectadas por la intensa carrera. Sebastian me pasa uno de sus brazos por mi cintura y mi brazo lo pasa alrededor de su cuello y así continuamos. Más rápido que cuando él me jalaba por la hierba. Punzadas de dolor atacan mis piernas y un ardor se apodera de mi garganta. La respiración se me dificulta y siento la cabeza dar vueltas. La vista se me nubla. Ya di todo de mí. Se me agota la energía y lo único que ocasionaré es que nos capturen. ―Sebastian. Déjame, vete…― digo entre jadeos. ―No Mel, no te dejaré. Continua, yo sé que tu puedes― responde sin mirarme, tiene la mirada al frente. Lo miro, pero ya no distingo sus rasgos. Su cabello negro y un poco rizado y sus ojos azules, como los de nuestra madre. Mi mente empieza a desvanecerse. Siento como mis rodillas tocan el suelo y mi rostro golpea como una roca contra el húmedo pastizal perdiéndome en la oscuridad.
Wow, interesante, muy interesante o.o Mucho suspenso, una historia muy bien ideada, aunque es el primer capítulo ya me encuentro sumergida en ella, eso da muy bien de que hablar sobre ti, me ha gustado mucho la temática; Una invasión de "Angeles" que no tienen nada de celestiales, la humanidad sometida por estos, y la historia de dos hermanos que luchan por sobrevivir. Repito, muy interesante, tienes una excelente narración y una muy buena ortografía, sin mencionar que el hilo de la trama te absorbe completamente y te hace sentir la atemorización de Mel, creo que todos tendríamos ese sentimiento de impotencia combinada con miedo y desesperación al no encontrar a nuestro hermano pequeño, y mas en una situación tan crítica y peligrosa. Yo me habría vuelto loca . Supongo por el titulo de "Capitulo 1" que sera un long-fic y eso me alegra muchísimo, seguiré leyendo tu historia, has captado mi entera atención :) Saludos•
Excelente, estare pendiente en tu nueva actualizacion. Me facinan las historias de ciencia ficcion con suspenso. Me pregunto donde estaba metido Sebastian. Pobre de Mel, estando en su situacion mi corazon se detendria en ese momento, uff, cuanta presion.... Me gusta. La trama se lee interesante, cuando acabe de leer me dije: ¿¡Que!? ¿Tan rapido? Bien, espero poder leerte pronto.
Capitulo 2 Me abro paso entre el gentío a empujones, dando pequeños codazos sin importarme una represalia o una queja. Intento conseguir un buen lugar en medio de la Plaza. Una enorme aeronave está colocada exactamente arriba del Palacio Nacional. Varios militares con sus trajes especiales y sus imponentes armas resguardan la entrada al dicho Palacio. Diviso a Sebastian más adelante. ―¡Sebastian! ― le grito pero el aullido de la multitud ahoga el sonido de mi voz. La gente enardecida aúlla, gime y ruje de alegría, enojo y espanto. La llegada de aquellos seres que la humanidad los denominó Ángeles se encuentran resguardados en el Palacio Nacional con el líder del país, Augusto Farelli. Nuestro líder era un hombre joven, de unos cuarenta y tantos. Elegido estúpidamente por todos. Un hombre ignorante e incapaz de hacer alguna cosa por el bien del país. Así que lo único que podríamos hacer era aguantar, tratar de sobrevivir en este país corrupto. Los Ángeles traían un mensaje de paz. Deseaban perfeccionar nuestro mundo, salvarlo de la destrucción con la única condición de que los dejáramos habitar nuestro planeta por el momento, mientras localizaban uno habitable para ellos ya que al suyo, su tiempo se había agotado. Mi intuición me decía que algo tenía oculto ese mensaje. Nada bueno traería si se hospedaban aquí. Era muy extraño que lo único que pedían a cambio fuera residir por un tiempo en nuestro planeta mientras encontraban uno donde habitar. Tengo que llegar a Sebastian pero el lugar está atascado de personas. No hay ninguna salida. Grito de nuevo pero mi voz se desvanece entre todo el ruido. Un con permiso no serviría, sé que no me dejaran pasar. A cada segundo el lugar empieza a llenarse más y más hasta que casi los cuerpos se tocan y se vuelve muy incomodo. Trato de subir la cremallera de mi chamarra verde olivo cubriéndome el pecho y cruzo los brazos para poder mantener un poco de distancia entre el sujeto que se encuentra adelante. Siento una mano en mi hombro he instintivamente muevo la cabeza en esa dirección. Sebastian. ―Sebastian, como has llegado aquí.― sonó más como un comentario que como una pregunta― Intenté gritarte pero había mucho ruido. ― Ya ves. Lo que unos buenos codazos y patadas no puedan hacer― dijo sarcásticamente y mostrando una sonrisa de oreja a oreja. Sebastian posee unos ojos maravillosos. Un color azul pálido; muy extraño o debería decir, muy raro. Idénticos al de nuestra madre pero con un brillo especial; con unas pestañas largas y tupidas. Sebastian heredó toda la belleza de mamá, pero el físico atlético de papá. En cambio, yo, solo heredé el carácter de papá y la benevolencia de mamá. Sebastian señala el balcón del palacio, donde Augusto salé de entre unas cortinas rojas, seguido por dos soldados bien armados y equipados, colocándose a los lados. Los gritos de protesta empiezan a surgir, uniéndose en un solo coro distorsionado y desafinado. Sebastian alza el puño y se les une al cántico desenfrenado. El presidente al parecer, no le toma importancia a los abucheos de la población, por lo que empieza hablar por un micrófono, causando un eco ensordecedor por toda la plaza. Me tapo los oídos y aún así, la voz del presidente me taladra la cabeza. ―Este un momento muy importante para nuestra sociedad. Para nosotros, como raza humana. Para el mundo, en general― dice, con ambas manos enfrente, con las palmas hacia arriba―. Tenemos el privilegio de ser seleccionados por estos seres extremadamente avanzados, con una inteligencia muy lejos de nuestra comprensión. Con tecnología que hará de nuestro mundo, un lugar mejor. A pesar de que nuestro presidente era un idiota, las palabras que salían de su boca, debían de ser preparadas, por un escritor, ya que Augusto, no tenía el don de la palabra, ni el vocabulario necesario para poder dar un discurso presidencial. Tenía su propio equipo para darle una buena imagen, si es que él es lo que piensa que hace, le escribían sus discursos para cualquier situación. Tengo mis sospechas de que posea estiércol en vez de materia gris. Sus palabras se ahogaron entre los aullidos de la multitud. No podía entender nada, ni una sola frase. Solamente, vi enardecer a la turba de ciudadanos al ver salir por el balcón a uno de ellos. Un Angel… ―Mel― Dicen en la lejanía. No sé si estaré soñando. Todo está oscuro, sin sol, nubes o estrellas. No sé si me capturaron y haya ocurrido la inserción… Deseo que Sebastian esté bien, que lograra escapar y no cometa una estupidez para poder salvarme porque, ya no tengo ni una solución, después de la inserción todo está perdido. No tengo la menor intención en luchar. O tal vez sea la fatiga la que esté dominando mi voluntad. Pruebo en mover mis ojos, abrir mis parpados pero están demasiado pesados, como dos bloques de plomo. No siento ninguna movilidad en mis extremidades, pero puedo notar un hormigueo recorriéndome todo el cuerpo. Siento pequeños pinchazos, como agujas sobre mi piel. El miedo y la frustación ya no me causan ningún impacto, sé que todo está perdido para mí aunque el único alivio es saber que Sebastian está bien. Los pinchazos empiezan aumentar y con ellos un dolor un poco tolerable. Me pregunto que estarán haciéndole a mi cuerpo. Tendrá algo defectuoso o acaso será la cicatriz que me recorre el torso. Ya no importa, si yo ya no puedo existir, de que serviría si yo ya no poseo un cuerpo, una mente, una voluntad si un invasor más fuerte está hospedado en el. Es mi cuerpo, mi refugio, mi… yo. Soy yo. Un ardor punzante me impacta en la mejilla y con ello una voz. --¡Mel, tienes que reaccionar!—era Sebastian, pero su voz se desvanecía como humo al cielo. No sé si sea un sueño o una alucinación. Tal vez serán los últimos momentos de mi existencia ¿Estaré perdiendo poco a poco la lucidez hasta que me inserten a uno de ellos? No sé. Eso es lo que creo, nunca he experimentado por mi propia cuenta la sensación de ser uno mismo hasta caer en el vacío, en el olvido existencial. Incluso, mi subconsciente me esté proporcionando lo que es más anhelado para mí: Sebastian. Sería un poco masoquista recordar que jamos volveré a ver a mi hermano, pero yo le veo el lado positivo. Así que no me mortifico, con saber que él está bien… Siento una presión alrededor de mis brazos, muy potente para hacerme gritar pero aprieto los dientes hasta que siento dolor en las encías. --¡Mel, con un demonio…! ¡Tienes que despertar!—la voz de Sebastián fue perdiendo intensidad, pasando de una estremecedora ira a una lastimosa preocupación—No me puedes hacer esto, no a mí. Mel, por favor, tienes que reaccionar…-- dijo, hasta que su voz se cortó en un gemido de angustia. Nunca lo escuché hablar de eso modo. Mi corazón dio un vuelco al escuchar sus suplicas. Un nudo en el estómago comenzó a formarse y mi respiración comenzó a dificultarse. Pienso que tal vez Sebastian esté aquí, conmigo. Que jamás lograron capturarnos. Que él me haya salvado del olvido… Siento que un peso se me quita de encima y puedo sentir un poco de movilidad en mis extremidades. Intento abrir mis parpados, pero siguen pegados a mi rostro pero con un pequeño bailoteo. El júbilo me invade y con más optimismo intento mover mi cuerpo. Primero, un dedo, luego el otro hasta mover la mano por completo. Las ataduras invisibles que mantenían a mi cuerpo sin ninguna reacción u orden a mi voluntad, se esfumaron apaciblemente, poco a poco, hasta sentirme ligera y con el atrevimiento de tener un pequeño impulso. Como al descorrerse dos cortinas, mis parpados se fueron alzando levemente, hasta que por completo mi visión empezó a trabajar. No podía ver claramente, todo estaba brumoso, como un vidrio al empañarse al tomar una ducha caliente. Parpadee débilmente, aunque sin ningún cambio mayúsculo. Una mancha borrosa se encontraba próxima a mi rostro, no distinguí una relación que me hiciera identificarla. Mis oídos no funcionaban, un pequeño zumbido, como un agudo silbido, retumbaba imponente. Lo que parecía ser una mano se colocó en mi mejilla, de una manera cariñosa y protectora, acariciándola suavemente como fina porcelana. De inmediato una chispa en mi interior explotó y supe de un momento a otro quien era el dueño de aquella cálida mano. Aquella mano que me había enjugado mis lagrimas cada vez que me veía llorar, aquella mano que él me tendía cada vez que me caía al suelo… Sebastian. Mi vista se aclaró y pude ver su rostro, magullado y con un poco de tierra seca. La misma alarma se encendió automáticamente como en la pequeña casa. Levanto lentamente la mano, casi sin fuerza, hacia su cara y la coloco en su mejilla. No puedo evitar preocupación que me causa verlo tan lastimado pero no puedo evitar evocar una pequeña sonrisa al verlo junto a mí, a salvo. ―Seb…― es lo único que pronunció con un pequeño suspiro cortado. ―No digas nada, Mel. Lo importante es que ya estás aquí― dijo, mirándome directamente con sus ojos azules y derramando una pequeña lágrima que se estrelló en mi mejilla. Se me hizo un nudo en la garganta, y mis ojos empezaron a humedecerse. ―Lo… siento― dije, con la voz ahogada en culpabilidad. ―No Mel, todo esto ha sido mi culpa, si no hubiera salido sin avisar… nada de esto tendría que haber sucedido, y menos a ti. Las fuerzas comenzaron a regresar a mi cuerpo a su tiempo, la debilidad se fue apagando a cada segundo que pasaba, ya podía hablar normalmente, caminar y agacharme pero al hacer un movimiento duro, la cabeza me empezaba a dar vueltas. No tenía ninguna explicación a lo que me sucedió, tal vez el enorme esfuerzo, la adrenalina o una simple deshidratación haya sido el detonante para un desvanecimiento. Había muchas posibilidades, pero no tenía tiempo para armar la hipótesis correcta. Era el momento de regresar a la casa. Sebastian me contó lo que sucedió sin darle muchas vueltas al asunto. Lo primero fue mi caída por un momento mientras la nave se acercaba retumbando por todos lados y moviendo los árboles violentamente con las vibraciones. Rápidamente, me arrastró lo más cerca a su ubicación dentro de una pequeña cueva cerca de ahí, que por cierto, encontró en una de sus expediciones matutinas. Las magulladuras por las que tanto me preocupé, se las hizo al chocar contra la pared de la cueva, sin salida. Por las que el no le dio importancia. Nos mantuvimos ahí, el vigilando y yo en la inconsciencia. Sebastian me mantuvo entre sus brazos hasta que por fin desperté de mi letargo y ahora, espero a que por fin se decida si es seguro o no salir de la cueva. Lo miro y noto que se le riza el pelo en la nuca. Da vuelta y se dirige a mí; recostada contra la pared. ― Ya es tiempo Mel. Ya se han largado― dice, caminando y ofreciéndome una mano. ―Ya era hora― digo con tono desesperado y se la tomo, con un fuerte jalón, me levanta y trastabillo un poco. Me limpio la poca tierra y polvo que puedo sacudir de mi ropa y lo sigo afuera de la cueva. Mi vista está fija en sus rizos, que se mueven cada vez que da un paso. Me dan ganas de juguetear con ellos pero me contengo. Una pequeña sonrisa asoma por mi boca. Sebastian se detiene un momento, antes de salir al exterior pero reanuda la marcha casi al instante en que se paró. El aire limpio azota mi cara y mis cabellos empiezan a revolotear en todas direcciones. Respiro profundamente, llenando mis pulmones con el aroma del pasto, plantas, sol y rocío. Estiro mis brazos hacia el cielo, quitándome la pereza y llenándome de vitalidad. Me abrazo y miro hacia el cielo, sin nubes y magistral. Siento los rayos del sol atravesándome, calentando poco a poco mi cuerpo. Miro a Sebastian, recargado contra un árbol de brazos cruzados, observándome de una forma extraña, con una ceja alzada y media sonrisa, pensando que tal vez estaba loca o algo por el estilo. ―¿Qué?—le digo. ―Te desmayas por unos minutos y sales como si nunca hubieras sentido el aire por toda una vida― dijo, primero divertido, pero su semblante cambió rápidamente―. Pero lo que me resulta verdaderamente extraño es lo que te sucedió. Te desvaneciste, así como así y no encuentro una explicación. ¿Has estado comiendo bien Mel? ―Si, lo normal. Pienso que fue el esfuerzo, no estoy segura. ― Me preocupas Mel. Sé que soy menor que tú pero desde que perdimos a papá y a mamá en la invasión, siento… que eres mi responsabilidad. No puedo perderte, eres lo único que tengo… ― Se enderezó y caminó hasta colocarse frente a mí. Me miró a los ojos y me abrazó. Los ojos se me humedecieron pero esta vez, si derramaron unas cuantas lágrimas. Oírlo me provocó un nudo en el estómago y en el corazón. La preocupación que siente por mí, después de lo ocurrido era obvio, pero escuchar como lo expresaba, era nuevo para mí. Si supiera que sentía los mismo por él… Me dio un beso en la frente y dimos marcha hacía la casa. Continuamos caminando por el bosque sin decir una palabra más. Sebastian estaba unos pasos delante de mí. El frío era notable al exhalar, el aire se convertía en vaho, como el humo de un cerillo. Incluso, se me erizaban los pelos de la nuca y temblaba de vez en cuando. Incluso con el suéter puesto me abrazo y continuo, detrás de Sebastian. Seguimos así, hasta que intento romper el silencio. ―Sebastian… gracias, por no dejarme― le digo. Es lo primero que se me viene a la cabeza. Noto que se tensa un poco. ―No me agradezcas, Mel. Es lo que tenía que hacer ― dijo seriamente y sin detenerse. Creo que fue una estupidez de mi parte recordarle lo sucedido, fue lo primero que se me vino a la cabeza, para poder quitar esta tención que caía sobre nosotros. No me había fijado cuanto había crecido Sebastian hasta ahora, con la invasión. A mis ojos, siempre será mi pequeño hermano, pero tengo que admitir que ya no es pequeño, ahora es un hombre hecho y derecho. Pienso que esta no era la manera correcta en cambiara de faceta, de niño a hombre. Al pensarlo, es una manera sumamente cruel. Primero, al perder a nuestros padres y por poco… a mí. Dejo que mi mente divague por unos momentos, pero después, cambio la conversación rápidamente. ―Hace más frío de lo normal, ¿no crees? ― digo, tratando de hacerle la plática y hacer que olvidara la anterior. ―No sé, puede ser― expresa, sin ningún convencimiento y detecto una pequeña indiferencia en su voz lo que me da a entender que no quiere hablar en estos momentos, así que no intento presionarlo a que hable. Sigo detrás de él, pasando por árboles de gran tamaño y por arbustos demasiado poblados y con un poco de rocío, humedeciéndome la ropa. Continuamos caminando por el extenso forraje de arboles, dando algunas vueltas por aquí y por allá, cerciorándonos de encontrar las pequeñas marcas talladas, para poder regresar a salvo y descansar de un día lleno de adrenalina. Pasamos por la última marca, el triangulo invertido, y me alegro de momento, dando un pequeño saltito, esperando que Sebastian no se percatara de mi reacción. Solté una pequeña risita y sin darme cuenta, choqué contra Sebastian. ―Pero qué demonios…― dijo, como un quejido. ― ¿Qué pasa? ¿Qué sucede?—dije, sin poder ver qué era lo que él había visto. ―Nos, han encontrado… Tenemos que irnos ahora― señaló, aumentando gradualmente su voz. ―¿Pero cómo? No puede ser posible si con sus naves no pueden vernos― Le susurré chillonamente. Aunque no podía ver con exactitud como se había dado cuenta, ya que estaba detrás de él y además, él era unos centímetros más alto que yo. ―No tengo ni idea y la verdad, no quiero saberlo. Lo que tenemos que hacer es irnos de aquí pero ya… ―Espera un momento― lo interrumpí―. Tenemos que ver que hacen aquí y lo más importante, quienes son ellos― susurré. ―Mel, es muy peligro. Tenemos que irnos. ―Por favor, espera un momento, será rápido. Soltó un fuerte suspiro y frunció el seño. Me hice a un lado, me agaché a lado de un arbusto cercano, saqué la cabeza y traté de no hacer ningún ruido, Sebastian se colocó atrás del árbol más colindante. Pude notar cual era la razón de por qué nos habían encontrado. Ellos estaban ahí parados, afuera de lo que parecía ser unas motos, pero lo extraño era que no tenían llantas, sino que flotaban, lo supe ya que el pasto revoloteaba debajo de ellas. Se podía percibir un pequeño ronroneo proveniente de ellas. Los Angeles vestían de una manera extraña o bueno, fuera de lo normal, no con sus típicos trajes blancos, inmunes a la suciedad, sino una gabardina completamente inmensa, que le cubría todo el cuerpo, hasta los pies, pero de color roja. Nunca había visto nada parecido y ni tenía la noción de su existencia. Portaban unos cascos extraños, parecidos al de un motociclista pero más exagerados, con botones y pequeñas luces titilantes. Parecían observar detenidamente la casa, sin moverse de su sitio y apretando unos botones al costado de su cascos. Uno de ellos saco un dispositivo de su gabardina, no pude ver que era exactamente, sin embargo, noté que era pequeño, cabía completamente en la palma de su mano. Empezó a utilizar y sonó un pequeño pitido proveniente de el y una imagen al parecer holográfica se desprendió de ella. ―¿Pero qué demonios es eso? ¿Es nuestra casa?—Sebastian parecía sorprendido. ―Eso parece. El holograma era del tamaño de una persona y mostraba todo su contenido, el baño, nuestra habitación, la sala, completamente todo. ―Al parecer, no hay nadie― dice uno de ellos, hablando a través del casco, con una voz mecanizada. ―Iré a revisar― le respondió el otro y el anterior asintió. ―No tardes que tenemos que regresar en unos minutos― dijo, y con un movimiento extraño de su mano, el holograma se desvaneció ante mis ojos como humo. El Angel fue a su vehículo flotante y se montó en el. Colocó sus manos encima del casco y con un ligero siseo resultante del casco, se lo quitó. Era un chico de unos veinte o veinticinco años, con los cabellos castaños y con sus característicos ojos dorados. No pude evitar imaginarme a Sebastian con los mismos ojos. Una angustia se apoderó de mí por un momento pero se esfumó de inmediato. Nunca, en mi vida debo de pensar en esa posibilidad, porque nunca llegará a pasar. Pero la inseguridad de no poder protegerlo hasta el final me llegaba a la cabeza constantemente. O puede que sea yo, como casi sucede… Meneo la cabeza y dejo de pensar, solo me concentró en el Angel. ―Creo que es momento de irnos, Mel― me toca el hombro y doy un pequeño brinco, lo que ocasiona que el arbusto cruja por un instante. ―¡Sebastian! ¡No hagas eso! ― lo regaño y se inca junto a mí. Le propino un pequeño codazo en lo que pareció ser en sus costillas. Los dos con mucho cuidado, sin dejarnos ver, observamos al Angel. Al parecer no noto nuestra pequeña escenita y el alivio nos inundo a ambos. ―Vamos Mel, tenemos que irnos de aquí antes de que sepan de nosotros― se levanto silenciosamente y me tendió una mano, se la tomé y con un pequeño quejido de mis músculos aún afectados, me levanto. Volteo de nuevo, pero el Angel ya no está ahí. Intento no alarmarme y pensar que cabe la posibilidad de que haya entrado a la cabaña con el otro. Sí eso debe ser Me digo con ánimo y tratando que sea convincente. Pero no me lo creo completamente. Trato francamente de no darle importancia pero mi mete no para de darle vueltas al asunto. Continuo sin decirle nada a Sebastian, no quiero preocuparlo y mientras más rápido escapemos de este lugar mejor. Silenciosamente seguimos sin mirar atrás, o eso es lo que intento realmente hacer. Pero algo me dice que tengo que hacerlo, pero sé que no… No puedo más y me detengo por un momento. Se me eriza el vello de la nuca y un sudor frío me recorre la espalda. Tengo la sensación de que estoy en una película de terror mala, donde al voltear estará el asesino, pero en este caso, el Angle. Por lo que volteo de una buena vez pero no hay nada, solo arboles y el crujir de las hojas al son del viento. Mi ritmo cardiaco se estabiliza y suelto un suspiro de tranquilidad. Volteo pero lo único que se posa en mi mirada son unos ojos dorados.
Oh!!! Interesante. Bueno, dado que no hay más "me gusta", dejo mi comentario. Desde el momento en que empecé a leer, la historia me atrapó, no obstante, te confesaré que también me resultó un tanto familiar. Acudió a mi mente el libro de "El húesped"; siento que la temática de este fic es algo así. No, no digo que sea igual, lo que en realidad me alegra, pero me lo recordó. Me encanta cómo estás llevando la historia, entre un suspenso que te deja al borde de la silla como con un sin número de sentimientos entre los que se destacan la preocupación, la impotencia y el temor, creando dentro de la ciencia ficción un buen drama. Me gusta. Las cosas se han quedado interesantes con el descubrimiento que ese Ángel hizo de ambos hermanos. Oh, en el primer capítulo dejaste intriga en cuanto a si los encontraron o no, y aquí -siendo más que obvio que los hallaron-, dejas la incógnita en cuanto a si podrán o no escapar de esta. Tu narrativa es buena, aunque sugiero que revises un par de veces el capítulo que por allí noté uno que otro verbo sin tilde cuando debe llevarlo y un par de palabras faltantes; con todo, muy buen trabajo. Estré por aquí pendiente de la actualización así que te animo que lo continúes. Sin más que añadir a esto, me despido n.n Te cuidas. Hasta otra.
Gracias!!! No sabes como tu comentario me sube mucho el autoestima. Por comentarios como el tuyo me hacen querer seguir escribiendo. Enserio, muchas gracias. Cada vez que coloque un capítulo te informaré! Y si, también me habían dicho que les sonaba cómo La Huesped. Me alegra que te esté gustando. Enserio gracias.
Capitulo 3 El rostro del Angel estaba lo suficientemente cerca como para tocar nuestras narices. Mis pupilas se dirigían exactamente donde estaban las suyas. Un escalofrío verdaderamente intenso me recorrió la columna y un pequeño gemido sonó de mi boca al cerrarse mi garganta de una manera violenta. Lo único que mis ojos veían eran los suyos, podía verme perfectamente reflejada en ellos, como un espejo frente a mí. No reaccioné de ninguna manera, mi cuerpo no respondía, mis pies estaban completamente pegados al piso. Frases incomprensibles surgían de mi boca al querer llamar a Sebastian. ―¿Mel, donde estás? Oí a Sebastian acercarse. Me dio pánico y no supe que hacer. No podía hacer nada, mi cuerpo no respondía. Solo vi como el Angel se puso un dedo en los labios. ―No grites. No hagas esto más difícil― Dijo y se aparto de mí por un momento. Acto seguido, sacó de su gabardina un pequeño dispositivo, del tamaño de un celular, solo que este era más delgado que una hoja de papel. La alarma en mi cabeza se encendió al instante, como una llamarada infinita. Tenía que hacer algo, y pronto o nos capturarían a los dos. Aunque seguía inmóvil, pegada al piso, poco a poco mis fuerzas fueron retornando. Un pequeño hormigueo me recorría el cuerpo y sentí la diminuta movilidad en los dedos hasta que sentí la mano por completo. ―Mel. Tenemos que irnos ¡ahora!-- cada vez el sonido de sus pasos aumentó gradualmente al pisar desde el pasto hasta las hojas secas en el suelo. La desesperación se apoderó de mi subconsciente, no podía dejar que capturaran a Sebastian. Los ojos se me humedecieron poco a poco debido a la impotencia que sentía al no hacer nada. ¿Cómo podía estar parada sin hacer algo para evitar lo que tanto me repito una y otra vez a cada momento? ¿Estar parada cómo una idiota y no poder formar una señal de alerta hacía él? No puedo dejar que lo capturen. Mi fuerza de voluntad fue tomando fuerza. Las ataduras se rompieron, y recuperé la movilidad. El Angel seguía sumido en su artefacto, pasando el dedo por toda la superficie, trazando una trayectoria hasta que sonó una pequeña alarma. El potente sonido me taladró la cabeza hasta aturdirme, me tapé los oídos con ambas manos pero no servía de nada. El zumbido tenía la misma potencia con o sin manos. Se me nubló la vista y se me empezó adormecer el cuerpo. Al parecer ya no había esperanzas para nosotros, este era el inevitable final. La ira crecentó dentro de mí mientras mi cuerpo se apagaba, se adormecía, haciéndome más inútil de lo que ya era. No soportaba el horror y la angustia que se fecundó en mi cabeza. No quería soltar ni una lágrima pero muy en el fondo sabía que no era capaz. Creer que soltarme a llorar como una niña pequeña iba a solucionar todos mis problemas, estaba muy equivocada. Desesperadamente los recovecos más profundos de mi cabeza empezaron a funcionar a toda prisa, consolidando una idea, o la última que tendría si no actuaba de una buena vez. Así que con todas mis fuerzas traté de moverme, realizando un esfuerzo del que no me creía capaz, poco a poco fui moviendo mis músculos, uno a uno, soltando un quejido por el terrible arranque de dolor de todo mi cuerpo; apretando los dientes hasta que las encías comenzaron a doler. Un sudor escurría por mis sienes hasta mi barbilla formando pequeñas gotas que chocaban contra el dorso de mi mano. Mi respiración se agitó demasiado por el enorme trabajo que obligaba mi cuerpo a realizar, no por nuestro bien, sino por el de Sebastian, sin embargo, algunas veces, mi cuerpo se resistía al tormento por el que lo hacía pasar. No obstante continué, hasta ponerme de pie. La vista de pronto se nublaba, desorientándome en diferentes momentos. Ahora el único problema era moverme, desplazarme en dirección al Angel. El Angel me daba la espalda, dándome por inconsciente en el suelo. Observe, aún con la mirada obstruida, que el Angel estaba por colocarse de nuevo el casco. Esa era mi única ocasión para actuar. Comencé a caminar hacía él. Era una tortura, cada paso que daba era insoportable, sentir el músculo arder y de pronto ceder a la nada. El sudor me pegó el cabello a la cabeza como un casco; escurriendo entre mis ojos. Casi llego, ya falta poco… El Angel se colocó el casco y apretó unos botones, soltando un pequeño y agudo sonido. De nuevo, maniobró su pequeño artefacto hasta desactivar el zumbido. Aunque desapareció la molestia, mi cuerpo, resentido por la tortura, inició su inevitable contraataque, quemándome por todas partes. Sopesando el dolor y a punto de que la oscuridad se adueñara de mi. Un último esfuerzo tendría que valer la pena. Antes de que el Angel se diera cuenta de mi presencia, me abalancé sobre él con la mínima fuerza que me quedaba en el cuerpo. Agarrándome de donde me fuera posible por lo que me sujeté a su espalda, atándome con brazos y piernas a él. Sabía que no iba a durar mucho tiempo antes de que perdiera el conocimiento, pero algo tenía que intentar; dar tiempo a Sebastian de largarse y no mirar atrás o simplemente desaparecer. De algo serviría mi sacrificio… de algo tenía que servir. El Angel por fin se libró de mis ataduras después de un largo momento de lucha, tirándome contra una roca, sintiendo sus puntiagudas erosiones contra mi espalda, clavándose contra mi columna y provocándome un dolor agudo y fulminante. Ya era tanto el agotamiento que ni un gemido podía producir. Ya estaba extremadamente agotada. Mi cabeza empezó a dar vueltas, descendiendo lentamente al dulce arrullo del desfallecimiento Sé que no me queda mucho tiempo, lo tengo muy bien entendido, a lo mucho unos minutos antes de que me adentre en la infinita oscuridad. De algo tenía que morir, lo reconozco, pero esperaba que fuera de una manera no tan cruel como la que me aguardaba. Saber que tu cuerpo aún estará que este plano y que el ser, tu mente desaparezca para siempre, hundiéndose en la nada… No era la mejor opción para el último descanso. ¿Un suicidio sería mejor? Quizás. Alguna manera que no fuera la extinción de la mente, del ser, del alma. Un modo de conservar el cuerpo, el recipiente donde alberga mi existencia, mi alma. Ya no era necesario pensar en mí, ya no valía la pena. Lo único que me interesaba era la existencia de Sebastian. Espero que haya podido escapar… El Angel se acercó y se agachó frente a mí, mirándome a través de su casco. Me levanto un poco la barbilla y me analizó, o eso pensé. No opuse resistencia, ya no me quedaba nada. Los ojos se me cerraban y la lentitud de mi respiración comenzó a adormecerme aún más hasta que el velo de la oscuridad me arropó. Habían pasado unos cuantos días desde el discurso del presidente en el zócalo de la ciudad, presentando ante todos, a los Angeles. Había algunos que se oponían a su estadía, pero otros, que la aceptaban con júbilo y alegría. Las iglesias de la ciudad se abarrotaban todos los días, unos tratando de hacer la expiación de sus pecados pero en cambio otros, aguardando el día del juicio final. Había gente realmente loca, debo admitir. Aunque mi hogar está retirado de la ciudad, por lo que me alegro, no éramos inmunes a la locura de la ciudad, en mi vecindario, también reinaba el fanatismo, eso sí, no de todos. Había una que otra persona sensata, por lo que se podía contar con los dedos el total. Mi familia era una de ellas, por lo que las miradas de la mayoría eran de odio y rechazo. Hasta que una vez llegó muy lejos... El sonido de cristal al romperse y un coro de voces enloquecidas y delirantes me extrajeron de mi ensoñación, provocándome cierta opresión en el pecho y dificultándome la respiración. El aturdimiento momentáneo me introdujo cierto espanto y la transpiración fluyó sin interrupción, humedeciendo mi cabello, rostro y espalda. Por un breve instante pensé que había tenido una pesadilla pero el estruendo del vidrio al crujir me despojó de mis cavilaciones permitiéndome saber que lo que sucedía, era real y no un sueño. La oscuridad aún reinaba y lo único que alumbraba mi habitación era el fulgor de la Luna. De nuevo el sonido del cristal quebrándose pero ahora en mi habitación, y proferí un grito de terror. Vi una piedra rodar hasta la pared. Abrieron la puerta de golpe y observé que era papá. --¡Mel, deprisa!—dijo quitándome las sabanas de encima—Tenemos que irnos. Iré a ver a tu hermano. Ve con tu madre, está en nuestra habitación. --¿Qué pasa? ¡Que está sucediendo!—grite pero ya se había marchado. Me puse lo primero que agarré; fueron unos tenis un poco viejos, pero que me encantaban por los cómodos que eran, y sin más preámbulos salí de mi habitación en pijama y enseguida me dirigí corriendo a la habitación de mis padres. --¡Mamá! ¡Que pasa!—dije desde la puerta. Entré y me coloqué a su lado rápidamente y me abrazó. --Se han vuelto locos. ¡Nos quieren muertos!—dijo con lágrimas en los ojos y estrechándome más hacia ella. --Pero… ¿Por qué? ¿Qué les hicimos para que nos hagan esto? ¿No comprendo?—Me hice hacia atrás, para poder mirarla a los ojos-- ¿Por qué?—le pregunté de nuevo. Nos miramos mutuamente, pero no me respondió. Noté en su mirada temor y ¿Vergüenza? ¿Decepción? ¿Miedo? ¿Miedo a que? --Hija, tu padre… Que era lo que había hecho mi padre para que la gente nos hiciera esto, que fue lo que provocó la ira de los creyentes, ¿Que no fuéramos igual que ellos? Muchas preguntas quería hacer pero mi padre nos interrumpió antes de que mamá me dijera la causa. --Tenemos que dejar la casa. Mel, ayuda a tu madre—dijo con preocupación. Sebastian estaba detrás de él--. Rápido que no tenemos mucho tiempo. Las voces de la muchedumbre fue en aumento gritando cosas como: ¡Herejes! ¡Pecadores! ¡Traidores! Entre otras barbaries que no quiero repetir. Ayudé a mamá a levantarse rápidamente pero con toda la precaución posible. Tenía siete meses de embarazo, pero muy delicado, había tenido algunos problemas durante la gestación por lo que no podía hacer muchas actividades un poco dificultosas para ella, por lo que la mayoría del tiempo se la pasaba en cama. --¡Mamá, deprisa! --Ayúdame a ponerme los zapatos—rápidamente fui al closet a buscar el calzado, ya que por mucho tiempo no utilizó, ya que se la pasaba todo el día acostada en la cama. Abrí el closet y le busque unos tenis, se los puse y la ayude a levantarse de la cama. Hacía muecas por el esfuerzo que le costaba realizar el trabajo--. Listo. Vamos. Avanzamos hacia la puerta y la ventana tras nosotras estalló en pedazos. Gritamos y algunos fragmentos chocaron contra nuestra espalda, incrustándose en el delgado camisón que vestía mamá. La piedra cocho contra la pared, rosando mi cabeza. Caminamos lo más rápido posible, hasta las escaleras que conducían a la sala. Esta iba a ser una tarea difícil para una mujer embarazada. Pero no teníamos opción más que hacerlo. --¡Mamá, dame tu mano, te ayudo a bajar!—le ofrecí mano y me la dio—Ahora pon la otra en el barandal y baja un escalón—no dijo nada, solo asintió. Parecía una eternidad pero así lo realizo, escalón por escalón hasta llegar a la sala. El sudor le chorreaba por el rostro y le pegaba el camisón al cuerpo. Me detuve un momento para dejarla respirar, había realizado un esfuerzo descomunal. Respiró varias veces hasta que seguimos hasta el comedor donde se encontraban papá y Sebastian. Más ventanas reventadas pero no con piedras, sino con antorchas encendidas, una tras otra, cayendo por todas partes hasta que empezaron a incendiar todo el lugar. --¡Mierda! ¡Pero están locos! ¡Qué les pasa gente!—aulló papá, cargando a mamá entre sus brazos-- ¡No puede ser! ¡Ángela! ¡Angie!—Rigió. Rastros de sangre en la espalda por los vidrios enterrados en su camisón, había causado estragos en su espalda. Solté un gritito y cubrí mi boca con mis manos. Sebastian se quedó anonadado, y de pronto palideció. “Deprisa, será mejor que nos larguemos de una vez—dijo papá—Sebastían abre la puerta. Estate listo a cualquier cosa, si alguien se nos acerca, ya sabes que hacer—los dos se miraron en señal de complicidad. ¿De qué hablaban? ¿Qué tenía que hacer Sebastian? Mi hermano abrió la puerta y salimos directo al auto donde nos esperaban con antorchas y armas punzo cortantes como cuchillos, picahielos y hasta machetes. El miedo se apoderó de mi, un sudor frió se coló por mi espalda erizándome por completo. ¿Qué habíamos hecho? --¡Malditos desgraciados! ¡No merecen el perdón! ¡No merecen la gracia de los Angeles de Dios! ¡Deben ser erradicados en este momento! ¡No permitiremos que les hagan algún mal y sobre todo tú!—dijo uno de los presentes y para ser precisos, la señora Hult, apuntando con un cuchillo en dirección a mi padre. La señora Hult había emigrado desde Europa, a Centro América ya que según ella, Europa se había convertido en una abominación religiosa. Donde había varías religiones o no la única y verdadera, como solía llamarle. Desde que se mudó aquí, fue muy antipática con la mayoría ya que su único amigo era El Señor, solamente hablaba cuando era necesario y solamente a los que compartían sus ideales. Desde que los Angeles llegaron, comenzó a alardear sobre que el apocalipsis estaba cerca y que pronto todos seríamos juzgados por nuestros pecados. Para mi sorpresa, muchos se fueron convirtiendo en seguidores de la señora Hult hasta que tuvo a casi el noventa por ciento comiendo de su mano. “Sabemos lo que planeas Ian, tú y tu grupito revoltoso― expresó de desprecio e indignación, escupiendo cada palabra y mostrando todos los dientes en una mueca repugnantemente aterradora--. No lo permitiré, no. Dios me ha encomendado acabar con cualquier esperpento pecador que blasfeme en su contra. Yo, soy un siervo, un soldado de Dios. ¡Acabaré contra todo Hereje!—grito y todo el ejecito a su espalda aulló junto con ella, combinándose en una orgía de locura. ―Polina, esto es una locura. No sé de qué estás hablando―dijo papá mirando a la señora Hult, levantando las manos―.Déjanos ir, o por lo menos, a mi esposa e hijos. No les hagas daño… ―¡No mientas García! Sabes perfectamente de lo que estoy hablando― chillo la señora Hult apuntando con su cuchillo hacia mi padre―. Acaso no lo saben tus hijos― se le iluminó el rostro de sorpresa y los ojos le brillaron maliciosamente―, ¿cierto? La señora Hult nos miró, mejor dicho, solamente a Sebastian y a mí, observando nuestras impresiones. Yo estaba completamente estupefacta no tenía idea de lo que hablaban, estaba muy confundida. Mire directamente a mi hermano y el a mí, al parecer el tampoco tenía la mínima noción de lo que estaba sucediendo. Ahora observé a mi padre, pero él seguía fulminando a la señora Hult con sus ojos, una mirada retadora y escalofriante, tensando la mandíbula. ―¿Papá, que está diciendo? ¿A qué se refiere? ―dije, con voz temblorosa. ―¡Dile Ian! Vamos. Dile― dijo la señora Hult divertida por la encrucijada en la que estaba papá. ―¡Dinos de una maldita vez! ― Di un salto a oír a mi hermano, estaba verdaderamente furioso― ¡¿Qué es lo que no has estado ocultando?! Cierta sombra de duda inundó el rostro de mi padre, peleando consigo mismo, pensando si decirnos o no. ―Vamos, Ian. Si no les dices tú, se los digo yo― dijo lentamente la señora Hult, sonriendo ampliamente por su pequeña victoria. Papá aún cargaba a mi madre en sus brazos, manchados con un poco de su sangre. Con un pequeño gesto le pidió a Sebastian que lo ayudara a colocar a nuestra madre en el suelo con mucho cuidado, evitando que los cristales se le enterraran más de lo hundidos que ya estaban. Con aire derrotado se dispuso decirnos, a disipar esta duda que a mi hermano y a mí nos habían introducido. ―Esta bien Polina, yo se los diré. ―Ahora, Ian. Concédeles la luz a sus mentes llena de oscuridad y pecado. Revélales tu secreto. Todo sucedió muy rápido, o eso creí. Un disparo sonó de la nada y gritos de pavor resonaron en una noche iluminada por la Luna y las estrellas. Me sentía flotar, como cuando se está en el agua de una alberca o en el inmenso mar, pero lo más extraño, era que podía respirar a través de ella. No percibía el típico ardor dentro de la nariz al absorber el agua salada sino que respiraba perfectamente. Todo estaba oscuro, ninguna luz reveladora en la distancia. Ni siquiera pude distinguir mis manos, la oscuridad era absoluta. Sin embargo, había un sonido, como el de una bomba eléctrica al drenar agua, venía de todas partes. Me palpé el rostro, hasta llegar a donde debería estar mi nariz pero algo no estaba bien, algo lo obstruía, como si vistiera una mascarilla. Ergo, una luz me cegó, dejándome puntos blancos incrustados en las pupilas, instintivamente cerré los ojos, pero el daño momentáneo ya estaba hecho. Tardé varios minutos en recuperar parte mi visibilidad y el terror se me incrustó en la venas como guillotinas. Tanques de cristal en todas direcciones, arriba, abajo, a izquierda y derecha, enfrente y atrás. Tanques de cristal llenos de algún líquido salino lleno de personas con mascarillas para poderlos oxigenar. Con el pavor a su máximo esplendor, golpee el cristal, una y otra vez, pero de nada sirvió, ruidos sordos a cada puñetazo. Mirando a todos lados, gente y más gente, unas dormidas aún y otras aterrorizadas al igual que yo. Como una reacción demasiado estúpida por mi parte, trate de quitarme la mascarilla, pero estaba incrustada a mi piel, fusionada, solo me causaba más daño mientras más lo intentaba. Los gritos de ayuda eran nulos en está situación, pero me ayudaban a desahogarme de esta pesadilla. Angeles con aeronaves más pequeñas volaban sobre nosotros, observando la infinita fila de tanques. Unos con expresión curios se acercaron al mío y movían los labios pero ni un sonido salía de ellos. El cristal y el líquido espeso en el que me encontraba sumergida evitaban cualquier sonido, como una pared. ¿Por qué nos hacen esto? ¿Por qué? ¿Por qué nos quieren destruir? Quise preguntarles pero solo salían burbujas de mi mascarilla. Ellos, con unos de sus artefactos parecidos a una tableta electrónica pero traslucida y muy fina, anotaban con algún tipo de laser que salía de otro dispositivo parecido a una pequeña puntilla de un lápiz. Estos Angeles, portaban una gabardina de otro color, como un verde olivo. Con otros pocos pequeños trazos de su dispositivo, terminaron de anotar lo que estuvieran observando y se acercaron más a mi tanque. Uno de ellos acercó su brazo y por su movimiento me percaté que algo estaba apretando, tal vez unos botones, no sabía en realidad. Finalizo y de arriba, surgió algo, parecido a una enorme cánula, con un pequeño tubo con un líquido azul y con un movimiento feroz, se introdujo en mi columna y sentí el líquido arder dentro de mí, apreté los dientes, soportando la quemazón. Cansinamente vi desaparecer la jeringa y de pronto los ojos se me cerraron otra vez.
Oh, oh, ¿pero qué tenemos aquí? Ahora no sólo el drama suspensivo está en su punto más alto, ¿sino que también nos presentas un misterio? Cielos, estoy que me carcomen las ansias por saber qué hizo el padre de Mel para que todo su pueblo se fueran en su contra y su familia. La verdad no puedo plantearme una idea concreta, salvo que quizás él formó parte o ayudó a crear una organización rebelde contra los Angeles, ¿eh? ¿Qué más si no eso? El tema del fanatismo religioso llegado un punto crítico y de locura; hm, es uno que a la hora del "fin del mundo" se hace presente siempre y que no resulta tan inverosímil si vemos lo que el ser humano ha hecho a través de la historia en nombre de la religión. Je, el final por alguna razón me trajo a la mente una escena de Matrix; quizás por los tanques llenos de líquidos aquí y allá. Me imaginé la cuna de la humanidad. Las sensaciones, insisto, eres bueno plasmándolas. Puede percibir la desesperación de Mel al inicio por no poder moverse para salvar a Sebastián, así como el dolor que padeció al forzarse andar a pesar de la resonancia esa que la aturdía y la tensaba hasta el límite sus músculos; asombroso. ¿Quién pude ahora dudar de la fuerza del amor? Igual, el pavor final fue palpable; por lo menos para mí. No desearía de ninguna forma estar encerrada en un lugar tan estrecho y bajo las manos de seres extranjeros de los que no sé técnicamente nada. ¿Qué harán con ella? ¿Por qué los tienen allí? ¿Su sacrificio valió la pena? ¿Sebastián está bien? Muchas dudas inquietantes que seguro se contestarán conforme transcurre la historia, así que espero ansiosa la actualización. Te cuidas mucho. Hasta otra.
Capitulo 4 ―La chica aún sigue inconsciente ¿Deberíamos despertarla? ¿Tú qué dices? Escuché una voz, pero por su oración, debía de haber más personas observándome. ―Déjala descansar. Cuando despierte ya le explicaremos todas las dudas que pueda formular al presenciar lo que verá ante sus ojos. Será una tremenda impresión como nos sucedió a todos nosotros― dijo otro con voz más suave y tranquilizadora. ¿Qué sería lo que vería? ¿Una tremenda impresión? Que era lo que me dejaría anonadada para que él dijera semejante cosa. Mi corazón empezó a aumentar sus pulsaciones cada vez más rápido y tal era el silencio reinante que podía incluso oír el bombeo de la sangre en mis oídos. A cada latido mi nerviosismo fue incrementándose. No sé si aquellas dos personas sigan posando su atención en mí, pero no iba a dar señal alguna de que ya había recuperado la lucidez. Mi cabeza estaba saturada de emociones que ya ni era capaz de detectar, había sido un día muy intenso. Al recordar todo en un segundo, el peso de las memorias surtió en mi consciente una fuerte resaca, presionándome las sienes hasta que resultó insoportable. Por primera vez le haría caso a un completo desconocido: Tomar el susodicho descanso y reparar mi cabeza para poder asimilar lo que estaba a punto de venir. El palpitante dolor en la espalda era la señal de que ya era descanso suficiente por el momento, por lo que abrí los ojos y me enderecé en lo que parecía ser una cama. La típica borrosidad en la vista después de un largo sueño era inevitable, por lo que dejé que se acoplara a la luminosidad de la habitación hasta que pude ver perfectamente normal. Era una habitación común y corriente, pero descomunalmente enorme, con interminables filas e hileras de lo que parecían ser camas muy simples y modestas, con una pequeña cobija gris y una almohada muy delgada, pareciendo ser una pequeña desviación de la misma. El color de la habitación era de un gris cenizo, muy poco acogedor, diría yo. Había varias personas en varías camas más allá, acostadas pero no sabía si en realidad, se encontraban descansando. Mi cama se encontraba en una esquina de la habitación y al parecer muy alejado de la salida, una enorme abertura terminando en un semicírculo, por lo menos midiendo entre cuatro y cinco metros de alto y muy luminosa, es decir, sin portezuela. ―Por fin has despertado― dijo una voz y con un sobresalto, miré en su dirección. Un hombre con el cabello al ras, con ojos claros, un poco curtido y de unos treinta y tantos me observaba tranquilamente. Al notar mi gesto de temor, trató de calmarme―. Tranquila, no te haré ningún daño, y por si te lo preguntas, soy humano, al igual que tú y que todos a los que ves en esta habitación. Sé que tienes y tendrás muchas peguntas que hacer, pero aguarda un momento hasta que veamos a Gavriel, él te despojará de tus dudas pero antes, tienes que comer algo, ya casi es hora de la comida. Cuando mencionó que casi era momento de comer, el estomago se me encogió y el inconfundible gruñido de las tripas comenzó a efectuarse. Esperé que aquel sujeto no escuchara el quejido de mi estómago pero era imposible no detectar el ruido en tanto silencio alrededor por lo que no pude evitar ruborizarme. ―Per… perdona― fue lo primero que surgió de mi boca y me reprimí por ello. ¿Disculpándome con un extraño solamente por tener hambre? Vaya idiota. ―No tienes porque, no es tu culpa que los duplicados te capturaran. Así que vamos, o nos quedaremos sin nada―dijo mostrando una pequeña sonrisa por lo que me ruboricé aún más y no tenía porqué. Me bajé de la cama y sentí que ya no tenía mis tenis, sino unos zapatos sencillos pero la verdad, muy cómodos y del mismo color gris de la habitación. Mi vestimenta ya no estaba, fue remplazada por uno de una sola pieza, como un mameluco justo a la medida del mismo color, gris. ―Al parecer el gris es lo de hoy― le comenté. ―Eso parece, para ser una prisión― dijo con sarcasmo. ― ¿Prisión? ¿A qué te refieres?― le expresé con asombro. ¿Esto era una prisión? ¿Me quedaré aquí el resto de mis días? Una tranquilidad repentina surgió en mi cabeza. Tal vez no pierda mi cuerpo y lo más importante, mi existencia. Pero era solo una suposición, no sabía completamente nada de este lugar, ni siquiera sabía que existía. ―Calma, calma. Pronto todas tus preguntas serán respondidas, pero lo primero es que comas. Has dormido por un largo tiempo― dijo, poniéndome una de sus manos en mi hombro. ―Comprendo. —asentí. Tenía muchas dudas pero me las reservé para después. Caminé detrás de él, pasando hileras de camas, una y otra vez, unos con o sin personas recostadas sobre ellas. Era verdaderamente largo el camino hacia la salida, llevando la cuenta, pasamos veinticinco filas de camas y por lo visto, faltaban unas cuantas más. ―Este lugar es muy extenso― dije, para entablar conversación. Ver una y otra vez la misma cama era algo monótono por lo que intente avivar un poco el ambiente que nos rodeaba. ―Sí. Solo está habitación mide cinco kilómetros de largo y dos quilómetros y medio de ancho más o menos. Mínimo caben unas treinta mil personas, o eso creo, no estoy seguro, tal vez me equivoque—me respondió sin detenerse. Treinta cinco camas y contando… Me quedé estupefacta, ¡treinta mil personas! ¡No podía ser posible! Esa cantidad de gente fue capturada, por los Angeles o como él le decía, los duplicados. ¿Duplicados? ―Hace unos momentos los nombraste como duplicados. ¿Por qué? Aunque me dijo que pronto un tal Gavriel me respondería todas mis preguntas y así pensaba hacer, no controlé la curiosidad. Respiró hondo pero no me contestó rápidamente. ―Eres muy desesperada ¿cierto?― dijo con aire divertido. ―Perdona. No abriré la boca hasta que estemos con Gavriel. ―No hay problema, pero será mejor que aprendas hacer lo que te dicen en este lugar, ser el nuevo no es nada fácil, te lo digo por experiencia propia pero como eres una chica, creo que no habrá tanto problema.—Sin mirarme, continuamos. Después de otro momento caminando entre algunos lechos vacíos llegamos a la portezuela, ya había perdido la cuenta y la verdad, no tenía importancia. El hombre se detuvo y volteó a verme― ¿preparada para lo que veras a continuación? Lo miré pero no dije nada, solamente asentí. --Ya verás que te acostumbrarás. A la larga se vuelve tu hogar― me cedió el paso―. Las damas primero. Respiré hondo y caminé hasta que la luz del exterior me trago por completo. Cerré los ojos instintivamente. ... Un terrible dolor en la cabeza, cuello y espalda hacen que me despierte de mala gana, abriendo los ojos lastimosamente por el resplandor cegador que se colaba por la espesa mata arboleda. Los músculos me punzaban cada vez que hacía un insignificante movimiento y emitía un pequeño quejido. Traté de sentarme pero el abdomen me dolía intensamente, más que una rutina intensiva de ejercicio, por lo que con un poco de esfuerzo y una que otra maldición expelida por el dolor, me puso sobre mis codos, exhalando una y otra vez, sopesando el dolor. Tanto era mi brío que sentía punzar mis sienes y pequeñas gotas de sudor resbalaban por mi rostro. El viento soplaba un aire frio y absorbente, atrayendo una espesa bruma blanca que no parecía normal, tenía algo extraño. Cuando la bruma se empezaba a acercar, las frondosas hojas de los árboles y la espesa mata de forraje empezaba a cristalizarse, formándose pequeños copos de nieve, hasta cubrirlos por completo y tornándole un tono azulado al brillante verde que mostraban antes, y en los árboles, una gruesa capa de escarcha empezaba a devorarlos por completo, tiñéndolos de un blanco espectral. Si no quería morir de una hipotermia, la mejor opción por el momento era resguardarme en la pequeña casa. Aunque mi preocupación por Mel era más urgente y atormentada, lo primero era sobrevivir para ayudar a mi hermana. Tenía que demostrarle que no era un completo estorbo ni una carga para ella, sino que tenía las aptitudes para poder cuidarme y por lo tanto, poder recuperarla. La niebla apresuraba su paso, desvaneciendo ante mi vista la arboleda en su carrera. Recolectando la poca fuerza que me quedara guarecida y con rápidos movimientos, me puse de pie. El dolor y entumecimiento era insoportables, pero no me quedaba otra elección que llegar a la casa. El gélido viento me acalambraba hasta los huesos, y pequeñas motas de aire condensado escapaban de mis labios y nariz. Los temblores rápidamente me azotaron, como un balde de agua helada. Aunque no estaba lejos de la casa, me parecían miles de kilómetros que recorrer. El primer paso sería un estigma muscular, pero solo era el comienzo. Era la primera vez que tenía un desafío ante mí, uno que dejaría huella. Aunque no poseía una voluntad inquebrantable como mi hermana, por lo menos, había que hacer el intento. Creo que viví junto a Mel hubo desafíos mucho más grandes y en algunos, hasta mortales, por lo que esto no tenía comparación. Envidiaba a Mel, por su fuerza de voluntad, al nunca réndense ni renunciar a cualquier cosa que se proponía hacer, como mantenerme alejado del peligro, y así lo hizo hasta que la capturaron por salvarme. Así que ya sabía lo que tenía que hacer. El propósito por lo que tengo que mantenerme con vida. La razón por la que no me rendiré: Mel. Siempre el primer paso es el más doloroso, pero cada vez que continuas te vas acostumbrando a él. El ardor palpitante de los músculos al flexionar era una ardua labor tanto física como mental pero tenía que hacer todas esas banalidades a un lado si quería salvar a mi hermana. La neblina se acercaba cada vez más rápido, así que tenía que reaccionar lo más rápidamente posible si no quería terminar como un cubo de hielo. Con la ropa que tenía puesta (una simple ropa deportiva de no tan buena calidad que digamos, pero lo suficientemente cómoda como para hacer los movimiento más primitivos como caminar, trotar y agacharse. Sinceramente no creo que aguante tanto trabajo, pero por lo menos espero que me dure un tiempo hasta que encuentre algo que ponerme pero eso sí, que me abrigue lo suficiente para no estar sufriendo como en estos momentos), era lo suficientemente delgada que hasta la ventisca más insignificante, me hacía estremecer lo suficiente como para hacer castañear mis dientes. Sin pensarlo dos veces y con los músculos agarrotados por el dolor y por el frío, corrí, corrí hasta que todas las extremidades de mi cuerpo chillaban de dolor, corrí hasta que mis piernas quemaban como las brasas de un carbón en ignición, corrí para salvarme, corrí por mi hermana. Corrí hasta que ya no sentí dolor, hasta casi desplomarme en medio del camino a la cabaña. Con el corazón martillándome en el pecho y jadeando sin control y el sudor escurriéndose por mi rostro y por todo mi cuerpo. La vista se me nubló poco a poco, como un pequeño paño incrustándose en mis pupilas y observando pequeños puntos bailoteando en el aire. Tal vez faltasen unos cuantos metros, no lo sabía. Parecía que hubiera corrido kilómetros y kilómetros infinitos de arboledas tupidas y espesas matas de arbustos exactamente iguales, llegué a pensar que quizá estuviera corriendo en círculos y que el dolor y la niebla era solo un producto de mi imaginación producido por el extraño zumbido que surgió de la nada, pero inmediatamente lo deseche, porque había algo que no podía imaginar, algo que el zumbido no haya podido inventar: la desaparición de mi hermana. Era lo única que podía retenerme y confirmarme de que todo lo que estaba pasando era real. Aunque el camino se me hacía infinito y el tiempo se volvía cada vez más rápido, sabía en mi interior que solo había recorrido unos cuantos metros y que solo habían pasado unos cuantos minutos, no tenía por qué dejarme derrotar. Mis piernas cada vez se volvían más lentas y pesadas con cada paso y con cada segundo que ocurría como dos lingotes de plomo en el fondo del mar. Cada paso me costaba cada vez más un tremendo desgaste físico y mi fuerza se drenaba como la sangre derramándose por una herida profunda. La palpitación en mis oídos era cada vez más eminente al sentir el bombeo de la sangre por mi cuerpo con mucho frenesí. El dolor en mis pies se intensificaba al posarlos después de cada zancada así como sentir la incomodidad de las ampollas al emerger de la piel lastimada por tanta fricción sin control. Todo era un caos. La pequeña cabaña se lograba divisar de entre el espeso conjunto de árboles y arbustos donde lograba esconderse de las aeronaves hasta hoy. Iba a ser una enorme tortura llegar hasta ella pero tenía que sacrificarme por Mel. Ya no miré atrás, ni siquiera para ver si la niebla estaba pisándome los talones, ya no me importaba, tenía que demostrarle a Mel de que era capaz de rescatarla. Así que tenía que hacer el último intento y llegar hasta la cabaña. Con un último suspiro de frustración y una que otra mueca de dolor y uno que otro pequeño tropiezo llegué a la puerta de la cabaña, la abrí torpemente, me metí dentro de ella y cerré de un portazo tras de mí, rápidamente me dirigí a nuestra habitación y automáticamente en un abrir y cerrar de ojos me desmayé encima de la cama. … Para mi sorpresa él tenía razón, lo que iba a ver era algo que nunca hubiera pensado, ni siquiera en mis más locos sueños: un pueblo subterráneo. Un pequeño pueblo con granjas en una esquina, completamente vacía, done había pequeñas chozas de madera y paja, como se usaban en la antigüedad, con sus corrales a un lado y sus graneros a un costado, donde se deposita toda la materia prima; las chozas cubiertas por una pequeña capa de paja. En frente, hasta el límite del lugar, hay un pequeño lago con una abundante cascada a unos metros de distancia de la zona de trabajo. En la otra esquina, enfrente de las granjas se encontraba un edificio aún más grande, igual, de color gris a donde todas las personas se dirigían fervientemente como una gran macha gris que se movía en conjunto hacía las enorme puertas del edificio, dividiéndose en tres entradas, donde unos entraban y otros salían; pegado a él, otro edificio más pequeño con una pequeña entrada. Todos seguidos en unos caminos entrelazándose entre sí, desde la enorme edificación que conforma las habitaciones, sigue un pequeño camino hasta después de unos metros se divide entre cuatro más estrechos: hacia la izquierda, la granja o la zona de trabajo, el segundo y más largo sigue hasta el final hacia el lago, luego el tercero se dirige a donde todos se encaminan ansiosamente a comer y el último, el más pequeño de todos, se dirige a la pequeña construcción pegada al comedor. Y arriba en el centro del techo se encontraba un inmenso agujero, donde dejaba filtrase la luz del sol, o eso parecía, aunque no era del tamaño del terreno era lo bastante grande como para iluminar todo el sitio. Y alrededor de todo, parece una especie de roca tallada, asimilando una enorme cueva. Tal vez estuviéramos dentro de una, pero no era muy ingenioso por parte de nuestros captores, todo parecía ser una película de ciencia ficción donde al final, somos como una especie de rebaño donde poco a poco nos van asesinando y convirtiéndonos en su aperitivo. Podría suceder o tal vez no sería el caso. Ya no sabía que pensar, todo podía ocurrir. Aunque era un espacio cerrado, bueno, no del todo por el enorme hoyo en el techo, podía sentir una cálida brisa golpear mi rostro y sentí mi cabeza más ligera que antes, como si me liberara de una pesada carga. ¿Más ligera? Llevé una mano a mi cabeza rápidamente y para mi sorpresa, me habían cortado el cabello. Ahora, con ambas manos y de forma temblorosa toquetee toda mi cabeza, desde donde empezaba el cabello arriba de la frente hasta la nuca. Quería tener un espejo delante de mí y observarme atentamente, ver si lo tenía como aquel sujeto y si era así, mejor no quería ni saberlo. --No te preocupes, no lo tienes como yo. Lo tienes un poco más largo por ser mujer, solo por estética, creo—dijo con un tono divertido al verme tan asustada. Su respuesta no calmó de todo mi nervioso desasosiego. --Vamos, después tendrás mucho tiempo para explorar este sitio—dijo, sin mirarme y continuando hacía el comienzo del camino que abarcaba el enorme ancho de la entrada. Caminamos. Con el cómodo calzado no hubo ningún problema ya que sentía que mis pies se posaban sobre unas esponjosas nubes en forma de zapatos, la comodidad era absolutamente agradable. El sujeto caminaba a mi lado un poco deprisa, como si le urgiera llegar con Gavriel y deshacerse de mí, tal vez estaba sacando conclusiones precipitadas, otra opción y seguramente la más lógica era que tenía hambre y lo único que él quería era llegar a comer. Seguimos caminando sin decir ni una palabra y noto por el rabillo del ojo que acelera más el paso por lo que tengo que trotar un poco para poder seguir su ritmo. Llegamos a na parte en donde el camino está lleno de pequeñas piedras rojizas y las oigo crujir bajo mis pies, aunque mis pies no notan ninguna diferencia por los cómodos zapatos. Empiezo a jadear. ―! Espera! un poco más lento… ―grito y me atraganto al no poder respirar. Últimamente algo me está sucediendo y no sé que es, antes no me cansaba tan rápido y tenía mejor condición física cuando estaba con… Sebastian. El estómago me da un vuelco al pensar en mi hermano, lo único que puedo esperar es que esté a salvo y no venga a buscarme por su bien. ― ¡Llegamos tarde! Y yo si quiero comer― me contesta entre zancada y zancada. Empieza a disminuir el paso― ¿Oye, estás bien? ― me pregunta, colocándose a mi lado al ver que me he detenido. ―Sí, pero últimamente mi condición no ― coloco mis manos en las rodillas y trato de tomar una gran bocanada de aire y llenar mis pulmones, aguanto un momento para así poder bajar mi ritmo cardiaco porque siento que de un momento a otro me estallará dentro del pecho. Me coloca una mano en la espalda. ―Deberíamos ir a enfermería, estás muy pálida. Será lo mejor, vamos… Ya no lo escucho, me empiezan a zumbar los oídos y mi visión empieza nublarse y empiezo a ver puntos de colores danzando enfrente de mí. Mis piernas empiezan a temblar hasta que caigo de rodillas, enterrándome las piedras y mi rostro golpea el suelo, hago una mueca de dolor al sentir las pequeñas piedras incrustándose como cristales en mi rostro, lo siento arder… … El piso está frío y mi mejilla entumecida por ello. El cuerpo me duele lo demasiado como para inmovilizar a cualquier atleta. Tan solo pensar me duele, así que trato de volver a dormir pero hasta después de un rato lo consigo. Me duele el cuello, y siento el típico dolor en la espalda que sugiera que ya fue descanso suficiente y es momento de levantarse pero no puedo, por el momento. El dolor ya no es tan intenso como antes, pero sé que no estaré del todo bien en semanas, pero podré soportarlo o mejor dicho, trataré. Me coloco boca arriba y todo mi cuerpo se queja, lo que me recuerda mi hazaña, miro el techo que está un poco azulado y puedo ver el denso vapor que sale por mi nariz. ¿Hace frío? No lo sé, no lo siento. Mi cuerpo está tan adolorido que no puede sentir nada más que dolencia. No me puedo mover y ni siquiera me molesto en hacerlo, Prefiero morir de frío que como… Mel. No, Me arrepiento inmediatamente de… ¿de qué? Ya no me acuerdo, todo se vuelve más lento y con ella mi respiración. Me duele todo. Ya no puedo sentir ni mis dedos. Mel, te he fayado, no pude mantenerme a salvo, ni siquiera de mi mismo. ―Mel…― mi voz sale en un susurro y un denso vapor se dirige hacia el techo. Mis ojos se tornan pesados y no puedo mantenerlos abiertos por mucho tiempo. Oigo pasos… hay alguien dentro. La puerta se abre y una luz me ciega.
Uh, lamento la tardanza en comentar n///n Pero ya estoy aquí. Un buen capítulo, como siempre; las descripciones del escenario, las sensaciones de los personajes como la incertidumbre que embarga a Mel después de haber despertado en esa "prisión". Y no la culpo; me has dejado igualmente de intrigada. Creí que me sacarías de algunas dudas en este capítulo y me he quedado con más, je. ¿Acaso ese lugar en el que hay todos esos humanos en una granja de los Ángeles? Por un momento no me atrevería a dudarlo, ¿sabes? Es decir, en los capítulos anteriores supimos que Mel fue capturada por estos seres y que la tuvieron encerrada en esas cápsulas y ahora está en esa prisión. Igual, me atrevería a decir que es un grupo de resistencia, ¿pero cómo sacaron a Mel de la garras de los Ángeles? Hm, dudas, dudas y más dudas. De alguna manera quería que llegaran con ese Gavriel para que disipara todas las preguntas de nuestra protagonista así como la de los lectores, pero no podía ser tan sencillo, ¿cierto? Ese dolor... Ya no me parece ni remotamente normal. Siento que hay más allá detrás de éste de lo que parece o puede que imagine cosas. La escena de Sebastián, que fue un buen toque he de decir, me hace pensar que raramente que algo le infunde dolor a los humanos, como si una toxina rara existiera en el ambiente producida por los Ángeles. Eso, o que Mel y Sebastián están más que genéticamente ligados y no pueden estar separados el uno del otro por mucho tiempo porque luego este sufrimiento los envuelve. No sé, meras conjeturas. Hm, excelente detalle el del cabello, aunque confieso que me dolió bastante. No sé qué haría si a mí me lo tuvieran que afeitar casi por completo :/ Sentí feo, buen trabajo. Mi único disguste es la extensión de la prisión. Concuerdo que sea grande y todo, pero kilómetros me parecen demasiado. Que no sé, sí que hay lugares grandes, pero taaaanto así me resulta un tanto complicado de imaginar. Y bueno, nada solo que ha sido un place leerte como siempre después de un rato y ya sabes. Sigue con la historia que hay muchas cosas que aclarar y no quiero quedarme con la intriga. Sin más que decir, me despido y te me cuidas mucho. Hasta otra.
Capitulo 5 Todo era un caos a mi alrededor, la gente corría por todas partes con sus antorchas bailoteando como pequeñas luciérnagas en la oscuridad. Estaba muy confundida, no sabía lo que pasaba, más que cuerpos moviéndose, chocando unos contra otros, huyendo de aquel sonido que perforó el silencio que estaba entre nosotros. Todo era demasiado borroso, nebuloso para poder procesar todo. No sabía a dónde mirar ni que hacer, solo me quedé parada, quieta como una niña pequeña esperando a que la salven. Después de un momento, miré hacia donde estaba hace unos segundos la turba enardecida, y tal fue mi terror que ahogue un grito tremendo, dañándome mis cuerdas vocales. La señora Hult, tirada en el piso como un muñeco de trapo, bajo un charco oscuro y espeso, con los ojos completamente abiertos y sin brillo y con una mueca de terror y agonía. El ejercito que se había dispersado, comenzó a rodear poco a poco a su matriarca con temor. Cuando todos se dieron cuenta de que su redentora había pasado a mejor vida y que ya se encontraba con su supuesto creador, su semblante cambió, de una terrible tristeza poco a poco se fue endureciendo hasta que en sus ojos no cabía la ira que se formuló dentro de ellos. Con un dedo de sus manos, apuntaron a alguien, no sé exactamente quien, solo los observaba a ellos atónita. --¡Tú!—Todos gritaron como un coro armonioso, escupiendo una sola palabra como si ésta tuviera algo venenoso. Miré en la dirección en la que todos apuntaban. No podía ser, tenía que ser un error. Froté mis ojos varias veces hasta que me dolieron. No quería creerlo. Sebastian. Sebastian le había disparado a la señora Hult. La había asesinado, enfrente de todos. Me dio un escalofrío por todo el cuerpo. De pronto, todos los seguidores de la Señora Hult gritaron furiosamente y comenzaron una estampida hacia nosotros… --La gravedad del asunto es que no es normal…-- Alguien hablaba. No recuerdo que es lo que había sucedido, lo único que recuerdo es que conversaba con alguien mientras íbamos a ver a… ¿Quién? No sé, mi cabeza daba vueltas, todo es difuso cada vez más que intento producir un solo pensamiento. --¿Cómo que no es normal? Gavriel, que tiene la niña… ¿Gavriel? ¿Niña? Si es que a los 20 años se me puede considerar como una niña. --Si Manuel, algo no está bien con ella, aunque aquí no tenemos el equipo sofisticado para poder atender a los enfermos yo tengo un poco de noción en lo que respecta a las enfermedades a las que podría someterse una persona normal, pero lo que tiene ésta chica nunca lo había visto antes ¿No te das cuenta? Con solo ver su piel, está pálida, ceniza y un poco reseca, esto ya es más serio—dijo Gavriel, con voz serena a pesar de lo serio que sonaba todo aquello. Mi corazón empezó a palpitar con fuerza, podía sentir cada latido golpetear mi pecho, si continuaba así, lo perforaría. Mis oídos zumbaban y podía oír el paso de la sangre por mis venas, como si estuviera sumergida bajo una enorme presión. Estaba muy confundida, no sabía de lo que hablaban. Yo, con algo muy serio. Pero que podría ser. Me limité a seguir escuchando aún con mis oídos zumbando. --No estoy muy seguro de lo que podría tener la chica—se detuvo por un momento y luego prosiguió— ¿Qué pasó? ¿Notaste algo en ella mientras venían hacia aquí?—dijo Gavriel cambiando por un segundo el tono de su voz, sonando preocupado. -- Al principio nada hasta que…-- El hombre se detuvo. Como una punzada me llegó a la cabeza todo, el hombre, el cansancio y luego el dolor de las piedras encajándose en mi piel. Algo andaba pasando conmigo. El hombre continuó—Yo seguía caminado hasta que la chica me pidió detenerme, que fuera más lento y vi que ya no me seguía, estaba con sus manos sobre sus rodillas, como si le faltara el aire, le pregunté que le pasaba y se desvaneció, desplomándose sobre las piedras, de inmediato la cargué en mis brazos y la traje aquí. Me dijo que desde hace poco su condición no ha estado muy bien del todo. --Entiendo. Parece que sus células se están degradando, como si se estuviera muriendo poco a poco, mira su piel, ¿lo ves? Está demasiado pálida y muy traslucida, puedes ver perfectamente todo su sistema circulatorio, incluso en su rostro comienzan a resaltar sus venas, su piel se está debilitando. Tendremos que pedir ayuda de arriba. --Pero… Gavriel ¿Estás seguro? No podemos, recuerda que es una vida por otra, además de que muy pronto es la recolección… Estaba estupefacta, estaba muriendo. Ya no oía nada más, solo la voz de Gavriel taladrando mis oídos, diciendo que estoy muriendo. Estaba muy cansada para lamentarme, para quejarme de todo, ya no más. Deje que el sueño me acobijara y me quedé de nuevo dormida. … Por primera vez no quiero despertar, pero la incomodidad de permanecer mucho tiempo en reposo ya me está afectando en todo el cuerpo pero sobre todo mi espalda, por lo que suelto un quejido y abro mis ojos poco a poco. La visión brumosa se empieza a disipar mientras pasa el tiempo hasta que por fin empiezo a enfocar hasta que mis ojos se adaptan a la tenue oscuridad en la que me encuentro sumergido. Me enderezo sobre lo que parece ser una especie de colchón hecho con bastante periódico y paja, miro en todas direcciones y solo veo rocas talladas por la erosión del pasar de los años o tal vez hecha por manos humanas. Intento que el pánico no se adueñe de mí, ya no importa, tal vez los Ángeles me atraparon y le fallé a Mel. Me levanto de la cama improvisada y un fuerte mareo me inunda la cabeza, me siento más pesado de lo normal y con demasiado calor como para asarme en unos instantes. Noto que tengo puesta ropa térmica, demasiada para mi gusto, por lo que me la retiro con un poco de trabajo, la dejo a un lado y me quedo con la ropa que traía antes, el cambio brusco de temperatura me hace estremecer un poco, pero no es nada comparado con morir asado. Aún siento agarrotados mis músculos, y uno que otro espasmo al querer mantenerme en pie. Mi cuerpo está débil. En cualquier momento mi cuerpo se dará por vencido. Trato de caminar hasta una pared, al segundo paso siento mis piernas dudar y caigo en mis rodillas, aprieto la mandíbula hasta que me duelen los dientes para no gritar, intento arrastrarme pero no me puedo mover, no puedo evitar soltar unas lágrimas de la impotencia que siento, por todo, por Mel, por no poder ayudarla. Doy varios puñetazos al suelo hasta que los nullidos me empiezan a sangrar. No puedo evitarlo y comienzo a gritar por todo, por el dolor en los nudillos, por mi estupidez al hacer que me capturaran, por perder a Mel, solamente por existir y causar problemas a mi hermana. Grito hasta lastimarme la garganta. --Pero qué demonios. — entra alguien rápidamente por algún lado y se coloca a mi lado— ¿Que te sucede? --¡Alejate de mí! No me toques – le digo entre jadeos y me aparto como puedo. --Pero que te has hecho—dice, al tocar mi mano y ver que mis nudillos están sangrando. Retiro mi mano bruscamente – ¡Te dije que no me toques! Déjame solo, lárgate.¡ Mierda, que te largues!—le digo con todas mis fuerzas. El intenta tocarme pero me alejo como puedo, lanzando puñetazos en su dirección pero ninguno le da. No me preocupo por el dolor en mis nudillos, tengo un dolor más grande por el que lamentarme… --Necesitas atención médica. Espera…-- me dice, tratando de detenerme pero mi voluntad es demasiada y continuo luchando—Detente o tendré que pedir refuerzos—trata de amenazarme pero no le doy importancia. -- ¡Vete a la mierda! --De acuerdo, tú lo pediste—se aleja de mí y saca de uno de sus bolsillos un pequeño radio, aprieta un botón y empieza hablar—Necesito ayuda, el chico ha despertado y está como una puta cabra, necesita atención médica y dile a Oscar que le suministre un calmante o lo tendré que tranquilizar yo mismo—suelta el botón y se oye un pequeño pitido. --De acuerdo, en un momento estarán allá. —dice la voz por el bocina y se corta la transmisión. --Coopera o tendré que tranquilizarte yo mismo. Hazme caso, no te parecerá muy agradable verme enojado. No tengo el temperamento suficiente para aguantar tus berrinches, ¿entendiste?— dijo, guardando su radio de nuevo en su bolsillo. Respiró y exhalo una y otra vez, como cuando alguien quiere relajarse y no perder los estribos ante un niño. Se rascó la cabeza y comenzó a caminar, dando vueltas en círculos hasta que por fin llegaron los demás –Ahí está, todo suyo. Si tardaban un minuto más, no iba a poder contenerme y partirle toda la cara. Oscar—dijo cuándo un chico entró al lugar con una pequeña caja con una cruz roja, un botiquín. —muchacho, ponle ese tranquilizante antes de que se lo aplique yo a puñetazos—le dijo, pellizcándose el puente de la nariz. El chico era más o menos de mi edad, de unos veinte y tantos creo yo. Dos hombres me sostuvieron por ambos brazos y me alzaron hasta que mis pies rozaban el suelo, estaba muy cansado para pelear u oponer resistencia. --Colóquenlo de nuevo sobre la cama o paja o lo que sea, acuéstenlo y no lo suelten—dijo, señalando el lugar y sacando una jeringa del botiquín. Los hombre me lanzaron sobre la paja y una mueca de dolor se formó en mi rostro. En unos segundos perdería la conciencia. El chico se acercó a mi lado—Esto no te dolerá, solo sentirás una pequeña presión. --Mejor porque no te metes eso por…-- sentí el pinchazo y una ligera presión y en unos cuantos segundos me quedé dormido. … ¿Muriendo? ¿Pero… Cómo? ¿Qué fue lo que sucedió como para que mis células se estén degradando? ¿Para qué mi vida llegue a su fin tan pronto? No tuve la oportunidad de hacer nada. Ni siquiera tendré la oportunidad de mover un dedo por Sebastian. Cuando descubra que muy pronto dejaré de existir… Por un momento me había olvidado que Gavriel había dicho “Tendremos que pedir ayuda de arriba” y el hombre (que por fin sé que se llama Manuel) dijo “No podemos, recuerda que es una vida por otra, además de que muy pronto es la recolección…” ¿Una vida por otra? A que se referirá. ¿Ayuda a los de arriba? ¿A los Ángeles? Tiene que estar bromeando. No arriesgaré a nadie por mí. No tiene caso que sacrifiquen una vida por ayudarme, no lo permitiré. Ya he tenido suficientes problemas como para adicionarme otro. Perder a Sebastian es lo más desastroso y doloroso que me ha pasado, a pesar de mis padres. No quiero ser responsable de otra pérdida. Aunque sé que es darme esperanzas, tiene que haber otra forma de ayudarme, sin pedir auxilio a los Angeles. Gavriel, él debe saber… El momento en que desperté, para mi sorpresa, no fue con un sobresalto. Tenía todos los motivos para despertar de una manera brusca y con el corazón en la garganta, pero no. Desperté como si fuera otro día cualquiera, como si la noticia de que me estaba muriendo nunca hubiera ocurrido. Me encontraba en una pequeña habitación simulando un consultorio médico, y al parecer lo era, las paredes de un color blanco y con el típico olor a antiséptico, y para variar con dos camas, y sus típicas y delgadas sabanas azules, con una pequeña y fina almohada. La cama era de metal, de esas antiguas que al mínimo movimiento, rechinaban espantosamente y de ese metal que se oxidaba rápidamente. Me enderecé y me puse sobre mis codos. Respiré varias veces, observando toda la habitación, con las estanterías y anaqueles con un montón de artilugios médicos, estetoscopios, báscula, ese pequeño aparato que sirve para medir la presión, un escritorio con papeles regados por toda la superficie, tenía todo lo básico que tenía que tener un consultorio. No estaba decidida si levantarme o quedarme acostada y esperar a que alguien llegara, o esperar mi muerte. Sinceramente no sentía nada, ni una pizca de temor, la sensación era completamente nula. Incluso, al pensar en mi hermano me producía mayor angustia que mi propio deceso. Al observar detenidamente, noté que había un espejo arriba de un lavamanos. Como una terrible comezón, la curiosidad me embargó ¿Cómo lucía? ¿Ceniza y pálida? ¿Con venas resaltando por mi rostro y por todo el cuerpo? No estaba muy segura si quería saber, pero la duda era tan potente que me obligó a pararme de mi lugar, pero no di ningún paso. Algo dentro de mí quería saber y otra estaba aterrada por lo que mi reflejo me revelaría. Sin pensar, inconscientemente me toqué el rostro, mi nariz, mis labios, mis párpado, mis mejillas ¿Tendría venas oscuras por el rostro? ¿Cómo en una película de terror? ¿Cómo una poseída? Era un pensamiento estúpido, lo sé, pero no podía quitarme de la mente mi apariencia. Respiré hondo. Estaba decidida. Tenía que hacerlo. Aguantando la respiración, caminé lentamente hacia el espejo. Sé que era una idea estúpida caminar lento aguantando la respiración, así que solté el aire de un jalón y continué lentamente en dirección al espejo. Muchas cosas pasaron por mi cabeza antes de poder llegar pero la única que obtuvo toda mi atención fue Sebastian. Qué pensaría si me viera así, enferma, abandonándolo contra mi voluntad. Me odiaría, estoy segura. Me detestaría como a nuestros padres, por abandonarnos a nuestra suerte. Aunque yo no pensaba como él, podía comprender su rencor, más que rencor era pesar. A Sebastian le pegó más que a mí ¿Eso diría que yo no quise a mis padres, por no odiarlos como los odia Sebastian? ¿Eso me hace insensible para con ellos? ¿Es egoísta de mi parte lamentarme solo por mi hermano y no por mis padres? ¿Es lo una hermana mayor debe hacer? ¿Él es lo único por lo que debo preocuparme? Esas y miles de preguntas más se formularon en mi cabeza como una avalancha mientras seguía caminando, como si tuviera que pisar cuidadosamente el piso, que si al dar un paso en falso, una bomba se activara y explotara al instante. Después de sopesarlo bastante en mi cabeza, llegué a la conclusión de que estaba siendo una completa estúpida ¿Por que caminaba como una reclusa que no quiere hacer ningún ruido para no ser descubierta? Ya no tenía sentido tener cuidado si de todas maneras iba morir. El tiempo se me hacía eterno así que apuré el paso. ―Veo que estás despierta y al parecer mejor de lo que esperaba― dijo Gavriel sonando un poco sorprendido. Ni siquiera lo oí entrar por tantos pensamientos, uno detrás de otro. Me detuve instantáneamente, y me volteé completamente. Ya no tenía la oportunidad de observarme, ver realmente como era ¿Aunque, porque no? ¿Un sujeto mucho mayor de edad que yo no me iba a detener o sí? Con tantos pensamientos me iba a dar un dolor de cabeza. Estaba tan sumergida en mi cabeza que no me di cuenta que Gavriel me estaba mirando fijamente, me inspeccionaba súbitamente, observando todos los puntos del rostro, logré darme cuenta mirando sus ojos, que se movían de un lado a otro, de arriba abajo, de izquierda a derecha. Su semblante era de duda, de estupefacción. Cada segundo que me observaba su expresión era más obvia, sus cejas se juntaron demasiado, dando el efecto de una sola. ―No puede ser posible. ―¿Qué pasa?— mi tono era de extrañeza, me estaba asustando. ¿Acaso había empeorado? ― ¿Que tengo? ¿Estoy peor que antes? ¿Me queda menos tiempo? ― fue lo primero que se me ocurrió, sin embargo se que no es lo más sensato preguntar cuánto tiempo tengo de vida. Esas palabras salieron de mi boca sin siquiera formularlas primeramente en mi cabeza. ―No. Todo lo contrario… Ya no tienes nada. Simplemente, ha desaparecido. Como si nunca hubieras tenido nada― Gavriel parecía más confuso que yo. Gavriel frunció los labios. ¿Ha… desaparecido? Tenía que ser una broma. No podía ser que de la noche a la mañana algo tan grave haya desaparecido así como así. Me urgía verificarlo. Corrí al espejo y miré. En efecto. No tenía nada. Había desaparecido todo. Mi piel estaba completamente normal. … Aunque ya había podido por fin despertar, todavía sentía el efecto de la droga en mi interior. Aún me encontraba medio adormilado y la mayor parte de mi cuerpo pesaba demasiado, como si estuviera hecho de plomo, además de no sentir nada, ni siquiera el movimiento de mis dedos. No obstante, me gustaba esa sensación, cuando recargas todo tu peso sobre tu mano o brazo, y poco a poco vas perdiendo esa sensibilidad, obstruyendo el paso de la sangre por las venas, pero todo empeoraba cuando se liberaba ese peso y moderadamente se empieza a sentir un incontrolable hormigueo, señal de que la sangre a comenzado a fluir, y al menor movimiento, sientes un cosquilleo debajo de la piel, esa es la parte que no es de mi agrado. Sin embargo, no estaba completamente en mis cinco sentidos, el efecto de la droga me tenía un poco mareado, pero aún así, drogado, podía oír todo lo que estaba a mí alrededor, sin estar despierto, con los ojos abiertos. No lograba producir ni una palabra sin sentir que me pesaba la lengua y los labios. Apuesto a que si me clavaban una aguja o me marcaban con hierro al rojo vivo, no tendría ni la mínima pizca de dolor. Me reí para mis adentros. Pensándolo bien, había una mínima oportunidad, que lo de la aguja fuera cierto, pero de lo segundo, no estoy muy seguro. Entre tantas cavilaciones, el tiempo se me hizo demasiado extenso, pero algo dentro de mí, sabía que solo habían pasado solo unos minutos. Unos minutos en lo que todo era un espejismo, en donde en este pequeño lapso de tiempo, no abrigaba ni una preocupación, ni una molestia, ni odio, ni rencor, ni culpabilidad. Todo se había esfumado, como si la droga los hubiera desintegrado, degradado, cuando empezó hacer efecto en mí. Si esto poseía este poder, si esto me confería la posibilidad de anestesiar hasta mis sentimientos y destruirlos por un momento y así olvidarlo todo… No. No puedo olvidar todo, no me puedo permitir olvidar los sentimientos hacia mi hermana aunque sea muy tentador. Por algo ella se sacrificó por mí, su deceso sería en vano si me obligaba a olvidarla con esta droga aunque sea por unos momentos, aunque después de que se pasara el efecto, recordaría todo, volvería a sentir todo como cristales de hielo enterrándose en mi cerebro. No creo ser capaz de resistir ese dolor una y otra vez. Los sentimientos regresando bruscamente, aplastando mi cabeza. Al pensarlo bien, me complicaba demasiado todo. No sabía si tendría ese efecto o no, pero por ese momento, ese minúsculo lapso de tiempo en que se borraban por completo todos mis pesares, era más duro de soportar, que cuando regresaran. Me odiaría a mi mismo si alguna vez llego a siquiera pensar, en olvidar. No me había dado cuenta que el efecto de la anestesia estaba perdiendo su fuerza hasta que pude mover los dedos, sin embargo, todavía me encontraba muy débil. Intenté abrir los ojos, pero aún pesaban. Lo sé, me pesan más los parpados que mover un dedo, pero es lo que podía hacer hasta el momento. Al tener estos momentos donde ni siquiera puedo pestañear debería ponerme a reflexionar y hacer ese tipo de cosas, pero para mí, lo primero es poder abrir los malditos ojos, aunque sea eso, ya que estar tanto tiempo inmovilizado estaba empezando a incomodarme. Esa sensación desesperante que uno siente al no poder moverse ni un milímetro, una sensación un poco parecida a lo que sienten los que padecen claustrofobia, como mi hermana. Algo, como una chispa, una explosión de un fuego artificial, se produjo al pensar en mi hermana ¿Era esta la sensación de recordar cuando la droga estaba perdiendo su propósito? No era tan doloroso como pensaba, o más bien, indoloro, pero aún así, no valía la pena ¿O sí? Todo era muy confuso. Incluso en una fracción de segundo llegué a considerarlo. La mayoría de mis sentidos estaban dormidos o, en bajo funcionamiento, el único que funcionaba al cien era el oído, incluso, un poco mejor que antes. Al desactivarse uno o en este caso varios, uno debe desarrollarse un poco más ¿no? Por lo que oí pasos en la habitación y uno que otro saludo. No tenía ni la más mínima idea si era la misma en donde me habían anestesiado o me habían transportado a otra en otro lugar. Oía varios pasos aquí y allá, voces masculinas y femeninas, unos cerca de mí y otros más lejos. Incluso, no sabía si estaba en el piso o a una altura más alta, no podía diferenciar nada, solo los sonidos, la fuerza y frecuencia con los que eran realizados. Pasos acercándose y otros más alejándose. Así transcurrió por varios minutos hasta que se oía solo uno, un par de zapatos, una sola persona en la habitación acercándose hacia mí, lentamente, como si no quisiera hacer demasiado ruido, como si no quisiera despertarme. No servía de nada porque ya estaba despierto, o más bien, a medias. No podía moverme pero era consciente de lo que pasaba a mí alrededor. Podía oír su respiración, tranquila y monótona. Alcancé a escuchar el crujir de su ropa al inclinarse hacia a mí y la cálida temperatura de su respiración sobre mi rostro. Juraría que su rostro se encontraba a milímetros del mío. Detecté un aroma a tabaco y colonia, debería de ser hombre… ―Eres igual a ella― dijo en un susurro, acariciándome el pelo y recorriendo con su mano mi rostro. Al abrir la boca, el olor a tabaco se acentuó más que hasta podría haber arrugado la nariz. Su mano estaba enguantada, entre el olor a tabaco y colonia, pude distinguir el típico aroma a piel, si, su guante tenía que ser de piel, su textura era sedosa y el característico chirrido de la piel al flexionarse. Aquella acción me tomó por sorpresa. No sabía quién era ese hombre. Su voz, su susurro era demasiado áspero, como cuando uno se queda ronco de tanto hablar o gritar. Más me urgía abrir los ojos y observar al individuo que tenía frente a mí, pero aún seguían sin responder, los parpados pegados a la piel. Cada intento era inútil. ―Pero esto tiene que acabar― habló de nuevo, en un murmullo y moviendo algunos mechones de mí cabello. Su aliento me golpeaba el rostro como una brisa marina. El olor a tabaco impregnándose en mis fosas nasales. De nuevo oí el crujido de su ropa, se había retirado pero seguía a mi lado. Un escalofrió me recorrió el cuerpo, pude percibir su mirada, era tan penetrante que me erizo el vello del cuerpo. ―Adiós. Sebastian― fue lo último que dijo. Seguía ahí, no se había movido ni un milímetro. Hacía un silencio escalofriante, muy incomodo. Aún pude sentir si mirada, pero esta vez, se movía. El chirrido de su guante al moverse, sostenía algo entre las manos. Su respiración era constante, no cambió en ningún momento. De la nada sentí una presión en mi rostro. Algo obstruyéndome la respiración ¡Una Almohada! ¡Intentaba ahogarme! Cada vez aumentaba su fuerza, apretando la alomada contra mi nariz hasta lastimármela. Intenté gritar, pedir auxilio pero no sucedía nada. Únicamente movía la punta de los dedos. ¿Eso de que serviría? No podía respirar. Mi corazón empezó a acelerarse. Iba a morir y ni siquiera tuve la oportunidad de defenderme. Como en las películas, mi vida empezó a pasar frente a mis ojos, tanto los momentos agradables como los dolorosos. Mamá. Papá. Mel. Como un último intento, grité y pedí auxilio dentro de mi cabeza.
¡Qué! ¿Cómo así, cómo así? ¿Cómo así que quieren matar a Sebastián? ¿Por qué? Oh, esto del misterio me está matando, haha. Otro gran capítulo, lleno de sorpresas, la verdad, aunque no estoy segura de que las dudas se aclararan del todo, si acaso me surgieron más. ¿Mel está enferma de gravedad; mortalmente? ¿Cómo pasó esto? ¿Qué clase de enfermedad que te trasluce la piel? Imaginarme eso fue impactante. ¿Al final dónde está? Ya conocí a Gavriel y me parece que sí es alguien que sabe muchas cosas si pudo deducir lo que estaba mal en Mel, pero insisto, ¿dónde se encuentra ahora? Espero en el próximo capítulo Gavriel pueda responder eso y qué se refiere exactamente a que deben pedir ayuda a los de arriba. ¿En verdad se refiere a los Ángeles? Si es así, algo me dice que sí están en una especie de granja hecha por éstos, o que son humanos que llegaron a una cuerdo de coexistencia con ellos, o algo así. Lo que me queda claro es que no es un grupo de resistencia si es que tienen algún tipo de contacto con lo Ángeles; a menos claro que no sean ellos a los que se refieren. Mas me da la impresión de que ya no hará falta el truque, ¿eh? Mel ha vuelto a la normalidad, ¿por qué? En cuanto a Sebastián, uff, me encantó su reacción cuando se despertó en un lugar desconocido con personas desconocidas. Es evidente que con todo lo que ha pasado no puede fiarse de cualquiera. Pero me gustó porque demostró ser un luchador igual que su hermana, mucho más agresivo verbalmente hablando, pero hey, lo intenta. Una lástima que lo sedaran. Algo más que me gustó también fue todo ese debate mental en cuanto a la sustancia que le aplicaron y que de pronto lo hizo olvidarse de todo el dolor y malestar, tanto físico como emocional. Dada la terrible situación que ha estado afrontando, ¿cómo rechazar una oferta tan tentadora? Sin embargo, ¿olvidar a Mel? ¿Es un precio equitativo teniendo en cuenta cuánto se sacrificó ella por él porque lo ama? Hm, adorable. Me gusta ese cariño fraternal tan fuerte que hay entre ambos. E insisto con las preguntas. ¿Por qué quieren matar a Sebastián y quién? ¿Son del mismo grupo que tiene a Mel o es diferente? ¿Acaso hay varias organizaciones humanas fuera del poder de los Ángeles? ¿Será que estos si son una resistencia? Uy, dudas, dudas y espero ansiosa el próximo capítulo esperando que se aclaren. Y me da la sensación de que si no matan a Sebastián o Mel no muere por lo que sea que le esté pasando, el rencuentro entre ambos hermanos será una odisea completa, y espero que con todo, consigan verse de nuevo. Y nada más, después de dejarte aquí mi testamento Dx me despido deseándote lo mejor y te me cuidas mucho. Hasta otra.
Capitulo 6 ― ¿Pero cómo es posible? ¿No lo entiendo? Desapareció, así, ¿sin más?—dije, casi gritando, dando manotazos en el aire. Aun me encontraba en lo que Gavriel decía que era un consultorio médico. Una pequeña habitación dentro de lo que parecía ser un pequeño, sencillo y modesto hospital, en el edificio al lado del comedor, donde se divide también en una especie de baños y duchas para todos. En la planta baja eran los baños y en el primer y segundo piso era un hospital. Aunque no era demasiado grande para albergar muchos enfermos, si era eficiente y brindaba los servicios necesarios para atender a un par de enfermos de gravedad. Los que sufrían una simple lesión como una cortada, un moretón, no tenían que pasar necesariamente al consultorio, en todas partes del lugar había botiquines con lo necesario para atender las básicas necesidades. Cuando era un dolor de cabeza, migraña o un simple resfriado, pasaban al consultorio y Gavriel los atendía la mayoría de las veces, había varias personas aparte de Gavriel que atendían en el consultorio. Cuando la situación se ponía más seria, como una quemadura, un corte profundo o una enfermedad que no simplemente se podía curar con una aspirina o un simple medicamento, Gavriel los atendía personalmente, ya que era el que tenía más conocimientos en lo que se refiere a la salud. Era un doctor jubilado. Tenía la mayor autoridad por sus años de experiencia. Los pacientes más graves eran trasladados al primer o segundo piso, dependiendo de la gravedad, si lo que portaban era contagioso o no. El segundo piso era cuando tenían que estar en cuarentena, como cuando a un niño de la por primera vez varicela. Los que ocupaban el hospital eran mayormente las personas de la tercera edad, porque tenían que tener cuidados más rigurosos que una persona en sus treinta por decir un ejemplo. Gavriel me había comentado que todo lo que hay aquí, como las medicinas, las camas y los artilugios que se necesita en un consultorio y en el hospital en general, los Angeles se los habían proporcionado, les habían entregado los objetos básicos para poder subsistir y curar lo más común que una persona pudiera sufrir. Una vez hubo un caso de cáncer y no pudieron hacer completamente nada, ya que no tenían lo necesario para poder tratarlo como es debido, por lo que todo lo que restó su vida, estuvo en el hospital, hasta que la enfermedad lo consumió por completo. Cuando alguien muere, los Angeles bajan por el cuerpo y se lo llevan, nadie sabe a dónde. Gavriel, en ese caso, pregunto a uno de esos Angeles si les podían proporcionar más utensilios para poder tratar un caso como esos pero los Angeles solo denegaron su petición argumentando que todo principio tiene un fin, aún cuando este se vea afectado por causas externas, en este caso, una enfermedad. Solamente les podríamos pedir ayuda en caso de una emergencia pero tendría un costo. Salvar una vida por el precio de otra. Eso fue lo último que le dijeron a Gavriel. Ya no ha habido un caso como ese y nunca habían pedido ayuda a los Angeles hasta que llegué yo. ―No tengo ninguna explicación para responderte a eso. Nunca había visto nada como lo tuyo. Estoy verdaderamente anonadado Melissa. No he sabido de ninguna enfermedad que se active y desactive intermitentemente. No podría investigar nada al respecto ya que no tenemos los aparatos necesarios para hacer un análisis a profundidad de tu sangre. Al hacerte todos los exámenes básicos no te he encontrado absolutamente nada. Según mis resultados estás completamente sana― dijo con aire pensativo, sentado frete a mí, sentado frente al escritorio y con los brazos cruzados. Después de un momento sin ninguna respuesta por mi parte, continuó―. Manuel me había comentado que te desvaneciste, sin hacer el menor esfuerzo. Que te faltaba el aire ¿Desde cuándo te ha sucedido esto?—me observó fijamente, escudriñándome, clavando sus ojos en los míos. Se recargó en el escritorio. Pensé por un momento muy bien desde cuando, por lo que llegué a una conclusión. ―Desde el momento en que estaba escapando de los Angeles. Aunque, en ese momento yo creo que fue por el esfuerzo que hice junto con la desaparición de mi hermano. Pero hasta este momento, no me había sucedido así, de tal manera que llegaste a la conclusión de que estaba muriendo― le dije sin quitarle la mirada. Quería ver si era capaz de mentirme con algo como esto. Si estaba muriendo, quería saber la verdad. ―Todo lo indicaba. Aunque debo admitir que no estaba muy seguro del todo. Te repito, no había visto nada como lo tuyo. Tu piel estaba ceniza, pálida y demasiado traslucida. Tus venas, tenías que haberte visto― su tono de voz no cambió de tono, era monótona, tranquila, pero su expresión revelaba sorpresa y curiosidad al mismo tiempo―. Parecía que al solo tocarte, tu piel se desgarraría― no se movió de su lugar, solamente se pasó una mano por su afeitada cabeza y volvió a colocarlo frente a su pecho. ―Entonces ¿No estás seguro de nada? ¿No sabes si me estoy muriendo? ¿No tienes ni la más remota idea de lo que tengo?—comencé a aumentar el tono de mi voz. Estaba realmente enojada. Gavriel no tenía idea de lo que me sucedía o solamente no quería decirme nada para no preocuparme, si ese era el caso, él no tenía ni un derecho para ocultarme esa información. ―Te lo digo enserio. En todos mis años nunca había presenciado semejante caso. Y no, no te estoy ocultando información, puedo percibirlo en tu mirada, en como la mantienes, sin vacilar, decidida, mirándome directamente a los ojos y juntando un poco las cejas, y el color en tus mejillas empieza aumentar. Estoy tan confundido como tú, Melissa. Estaba a punto de pedir ayuda a los de arriba, para serte sincero― dijo, con media sonrisa y señalando con el pulgar al techo. ¿Cómo sabía lo que estaba pensando? ¿Me estaba psicoanalizando? ― ¿Ibas a pedir ayuda? ¿Cómo? ― traté de calcarme, controlarme. No quería que él averiguara lo que estuviera pensando. ¿No era una violación a la privacidad? ―Con esto― saco de su bolsillo unas llaves y las sostuvo en el aire. Las llaves tintinearon por un momento. ― ¿Unas llaves? ― estaba confundida. De que serviría unas simples llaves. ―Estas llaves, abren una pequeña caja que está en aquella estantería― señaló la estantería que estaba detrás de mí, sin siquiera apartar la mirada de la mía, yo en cambio, giré la cabeza para poder ver la estantería que señalaba, la única oscura en el consultorio. Noté que tenía demasiados cerrojos y candados de todos los tipos, tanto chicos como grandes, de llave como de combinación― Solamente yo poseo las únicas copias y los códigos para poder abrir los candados y cerrojos que vez ahí. Adentro hay varias cajas con más cerrojos y en una de ellas, está lo que podría llamar a los Angeles. Tiene que estar bien resguardada, solo es para en caso de una emergencia y espero que nunca se tenga que utilizar. Hasta esta ocasión, pero no estoy muy seguro si utilizarla contigo ― guardó de nuevo todas las llaves en su bolsillo―. Al parecer es demasiado extraño tu caso, por lo que hay que andar con cuidado― seguía mirandome fijamente, atravesándome con su mirada. Tal vez así podía leer mis pensamientos, a través de mi mirada. Por lo que miré a otro lado y pude notar que se sobresaltó, y se volvió a recargar sobre su escritorio―. Melissa, lo que tienes no es normal, no sé si es contagioso o no, incluso yo me estoy exponiendo a mucho con tan solo estar cerca de ti, pero como te digo, nada es seguro, puedo tanto estar equivocado como estar en lo correcto. Hay probabilidades. Pero te sugiero que permanezcas en el hospital, en el segundo piso por un tiempo. Hasta que estemos seguros de que no es contagioso y peligroso. Espero que no lo tomes a mal, solamente hay que tomar precauciones. Me mordí el interior de la mejilla con demasiada fuerza, el sabor metálico de la sangre inundó mi lengua. Traté de reprimir mis lágrimas, no quería mostrar un signo de debilidad o molestia enfrente de él, pero una pequeña lágrima rodó por mi mejilla y la retiré rápidamente con el dorso de mi mano. Él lo notó, pero fingió que no haberlo hecho, y eso me irritó aún más. Lo miré a pesar de que tenía los ojos vidriosos, inundados en lágrimas. ―Está bien. Entiendo. —Aunque sabía que no era cierto lo dije. No quería decir ni una palabra más o me desvanecería en llanto. Solamente asentí. No dije nada más. … Todo era oscuridad. ¿Había muerto? Lo más probable, bueno, no puede haber probabilidad. Estaba muerto, tenía que ser un hecho. Todo fue de mal en peor desde que me salí de la cabaña sin avisarle a Mel. Fue una estupidez de mi parte, lo sabía muy bien. En estos momentos ya no podía hacer nada. Estaba muerto. Estas eran las consecuencias. Bueno, todo indicaba que supuestamente había sido asfixiado por alguien más. Alguien que me conocía. No tenía idea de quien fuera. Hace mucho tiempo atrás que no hablo con nadie desde lo de mis padres, excepto mi hermana, que nos mantuvimos juntos todos estos años. Solamente nos teníamos el uno al otro o mejor debería decir, desde ahora, está sola. Debo admitir que lo único bueno de toda esta situación, de todo este maldito problema, es que ella ya no tiene por qué preocuparse por mí. Ya no tiene la responsabilidad de protegerme porque ya me había ido. Sí, soy consciente que era una manera muy estúpida de pensar pero, dentro de tanta catástrofe, tiene que haber algo bueno, aunque sea mínimo, minúsculo, simple. A lo mejor, mi forma de pensar no era las más acertada o lógica, pues era como yo veía la situación. Tal vez Mel no le encuentre nada bueno, yo era lo único que le quedaba, ahora, ya no tenía a nadie, estaba completamente sola. Si aún estuviera con vida y pudiera regresar el tiempo o si tuviera la oportunidad de cambiar algunos hechos, aunque sea uno, escogería no haberle disparado a aquella vieja desquiciada, ¿cómo se llamaba? ¿Hult? Creo que sí. Desde ese momento, todo se vino abajo, pero de admitir que los años que pase con Mel en el bosque no fue del todo lo peor. Pero aún así, si pudiera obtener esa pequeña opción de poder cambiar un hecho, sería ese. Mis padres no hubieran muerto y mi hermana y yo no nos quedaríamos huérfanos. No sufriríamos esos primeros días, donde teníamos que valernos por nosotros mismos. Todo fue un verdadero reto, debo admitir que eso nos hizo más fuertes, pensar, ingeniárnoslas para sobrevivir sin ser capturados. Como todo, esa oportunidad tendría sus pros y sus contras. El pro: poder cambiar el hecho de haber matado a esa vieja loca y así no haber perdido a nuestros padres. En contra: había muchas posibilidades, al cambiar el pasado el futuro cambiaría, así que no podría que nos sucedería. Tal vez, la vieja psicópata nos habría asesinado ahí mismo junto con sus seguidores. Tal vez, podríamos haber escapado pero los Angeles, tuvieron la oportunidad de capturarnos. No creo que todo lo negativo que haya podido formular, pueda ser peor que esto. Estar muerto. No puedo pensar y ni siquiera quiero imaginar el rostro de Mel cuando sepa la verdad. Eso me destrozaría. Volvería a morir si eso fuera posible. Uno de mis puntos débiles por así decirlo era ver a mi hermana sufrir, si bien fuera por una pequeñez o cualquier estupidez. Pero ver a mi hermana sufrir por mí, eso es lo peor que me puede pasar. Sufrir por mí. Ya es inevitable, lo sé. Espero con todas mis fuerzas que lo descubra muy tarde y si se puede, ahorrarle la pena, y los días de luto. Conozco bien a mi hermana, sería capaz de quitarse la vida por mí, eso es lo que tenemos en común ella y yo. Uno daría la vida por el otro. Sin embargo, deseo que no sea capaz de arrebatarse su propia vida al enterarse de que la he abandonado. Yo tendría mucho tiempo por el que lamentarme por mi mismo y por mi estupidez. Yo no creía en el cielo o en el infierno, aunque hay veces en que lo segundo tenga más posibilidad de existir. Todos tenemos la habilidad de poder crear nuestro propio infierno, pero ya está en nosotros que tanto queremos sufrir, que tan horrible sea, que tan adecuado sea para poder enmendar todo lo que hicimos. En cambio, el cielo, no debía existir un lugar como tal. Donde todo era maravilloso y fácil, sin ninguna complicación, donde habría una paz infinita que sería insoportable. Yo era de los que pensaban que uno tenía que sufrir demasiado, casi llegar hasta la muerte, pero no sucumbir a ella para poder obtener paz. La nada, eso deber ser, la nada es lo único que queda al final. Vagar eternamente e infinitamente por este lugar. Todo escuro, sin ni una luz. En algún momento, en este lugar vasto he infinito, llegue a encontrarme de nuevo con mis padres. No será un encuentro soñado, no eso lo sé. Mel estaba al tanto, ella sabía que yo los odiaba por habernos abandonado. Si, nuestro padre nos dijo que corriéramos y eso hicimos, después de eso, ya nunca los volvimos a ver. Comprobaría por mi mismo si existe esa luz al final del camino. No puedo evitar reírme al pensar en eso. A pesar de estar muerto, no puedo evitar reírme. Pues creo que esto es todo. No siento nada, ni las piernas ni los brazos, ni siquiera sé si estoy parado sobre algo. ¿Con solo pensarlo avanzaré? ¿Cómo sabré si ya estoy avanzando? Debo hacer el intento. Una descarga eléctrica me recorrió todo el cuerpo. ¿Pero qué Demonios? ¿Cómo pude sentir eso si ni siquiera sé si tengo un cuerpo, no siento nada pero como esa descarga si? ¿A caso así se siente vagar por el limbo? Me propuse nuevamente a moverme. Lo pensé de nuevo. Otra descarga eléctrica y más fuerte que la anterior. Esta vez la pude sentir cerca del corazón. Que estaba pasando. Ya no tenía sentido alguno llenarme de miedo. Estaba muerto, ya no importaba. Traté tranquilizarme. Una descarga más potente que la pasada. Sentí una presión a mí alrededor, como si un vacío me succionara. El pánico ahora si se estaba apoderando de mi. No sabía qué hacer, luchar contra el o dejarme arrastrar a lo que fuera que sucediera. Otra descarga más y la presión aumento muchísimo más, comprimiéndome. Quise gritar pero nada sucedió, solamente en mi mente grite. No tenía boca para poder aullar sin control. Seguían las descargas y esta vez, vi destellos, como el flash de una cámara y la presión comprimiéndome como si me estuviera triturándome los huesos. Una última descarga y… Como si hubiera aguantado demasiado tiempo la respiración bajo el agua escuchando el lento latido de mi corazón y el recorrido de la sangre por mis tímpanos de una manera exageradamente violenta, el mis pulmones luchaban por alimentarse de un poco de aire. Mi cuerpo se movía violentamente, arqueando mi columna. El dolor era penetrante, me ardían los pulmones por falta de oxigeno. Mis ojos se abrieron y una luz me segó, tenía la vista brumosa, no podía distinguir nada. Mi cuerpo seguía luchando por respirar hasta que por fin lo logró, mi garganta me ardió un poco por el paso del aire a enormes bocanadas. Mi vista aún estaba borrosa. Poco a poco mi cuerpo se relajó, siguiendo el ritmo de mi respiración. Tosí un poco, ya no sabía si respirar o exhalar, quería hacer todo al mismo tiempo. Mi cabello estaba húmedo, sudé, incluso el rostro y el cuerpo. Me dio frio, estaba desnudo de la cintura para arriba. Percibí el contacto de algunas manos contra mi piel desnuda. ― ¡Respira! ¡Ya respira! Las voces sonaban distantes y huecas. No sabía quien estaba a mí alrededor. Gente con uniforme de enfermeros ¿Acaso estaba en un hospital? No podía ser posible. La cabeza me daba vueltas. Solo me concentré en respirar. ― ¡Rápido! ¡El oxígeno! ― decía alguien, y precisamente no me importaba. Me introdujeron algo por la nariz y como por arte de magia, la dificultad para respirar había desaparecido― ¡Colócale una intravenosa! ― de un momento a otro sentí un ligero pinchazo y una tenue presión en mi muñeca― Eso es todo, dejémosle descansar. Que alguien se quede. Dile a Sofía. Que lo tenga bajo observación las veinticuatro horas del día o hasta que reaccione. ―Si señor― dijo otro sujeto, su voz era un poco más suave que la del primero, como la del chico que me inyectó, tal vez sea él. Se oyó un pitido― Sofía, ven de inmediato a enfermería, te lo explico cuando llegues, no tardes― se oyó otro pitido. Después de unos momentos obtuvo su respuesta, había demasiada estática para oírlo claramente. Supuse que debió de ser una confirmación. ―Dale morfina y déjalo dormir. Tenemos que investigar quien lo quiso asesinar…― Sus voces se perdían en la lejanía hasta que no oí nada. La droga había hecho su cometido y volví a dormir. … Después de la conversación con Gavriel sobre mí y mi encierro. Me llevó al segundo piso, a la zona de cuarentena. ―Sé que todavía tendrás muchas preguntas que hacerme sobre todo el lugar en general pero descuida, tendrás tus respuestas, este contratiempo pronto acabará. Primero tengo que encargarme de unos asuntos, después volveré y responderé a todo― dijo sin voltear a verme. Seguimos por las escaleras hasta llegar al segundo piso. Todo era gris y con el mismo olor penetrante a desinfectante que picaba la nariz. Eran demasiadas habitaciones con puertas a ambos lados un largo pasillo. ―¿Por qué tantas habitaciones? ―Aunque es la sección de cuarentena, no todas las ocupamos para ese caso. La mayoría son para los ancianos, en sí, para cuarentena solo usamos las cuatro últimas. No hay muchos casos que necesiten cuarentena. Tú estarás en la última. Por el momento esta será tu habitación. Avisaré a las enfermeras que te traigan tus comidas y que no hablen de ti con los demás… ― ¿Qué hablen de mi?—lo interrumpí. ―Sí. No quiero que esparzan rumores que solamente causen el pánico. Quiero estar seguro que lo que tienes no es contagioso. Al llegar a la última puerta, Gavriel me miró con ojos expectantes― Todo estará bien― me colocó una mano en el hombro y suspiró. Parecía exhausto― Encontraremos la manera de ayudarte― por un momento su mirado cambió de una manera paternal pero se desvaneció en cuestión de segundos―. Espero que no tengamos que recurrir a los Angeles. Espero que nos mantengamos así― al final retiró su mano y abrió la puerta. Al principio no entré, no estaba lista para entrar a la habitación. Tuve que respirar varias veces. Después de unos momentos entré. ―Espero que te gusté, tendrás más comodidades que los demás. El lado bueno es que tendrás tu propia habitación. Tendrás intimidad lo que los otros no tienen― dijo, con una pequeña sonrisa en el rostro. Nunca me había detenido a inspeccionar bien su rostro. Ojeras bajo unos ojos unidos, una nariz enorme a comparación a su rostro y aguileña, su boca era grande con unos labios muy finos, sus cejas eran demasiado pobladas y canosas, en su afeitada cabeza se podía notar que todo lo que era su cabello era blanco. ¿Cuántos años debía tener? ¿60 ó 70? ―Entonces, ¿Qué piensas?—dijo mirando alrededor de toda la habitación y alzando sus manos mientras lo hacía. ― Espero no volverme loca― le dije sarcásticamente, entre dientes. Al caminar por la habitación, era del tamaño para habitar a una sola persona. Lo único bueno de todo esto, como había dicho Gavriel, era que tendría mi propia habitación. ―Al final te gustará, créeme. ― Espero que sea cierto, aunque lo dudo. Espero que todo esto pase rápido― crucé mis brazos y me senté en la cama. ―Ya verás que sí. Además, no tendrás que trabajar. Pasarás todo tu tiempo aquí― me guiñó un ojo y salió de la habitación. ―Espera Gavriel…― me levanté de la cama y fui en su dirección. ―Dime― Se detuvo, y volteó a verme. Lo único que nos separaba era el marco de la habitación ―Que haré por lo mientras. Para no aburrirme y eso de volverme loca― le dije, como si no hubiera notado lo molesta que estaba antes. ―Pues ya te las ingenieras― dijo con una sonrisa y cerró la puerta. Pude escuchar sus llaves tintinear y el seguro de la puerta accionarse con un pequeño chirrido. ¿Ya me las ingeniaré? Si como no. Sé que en unos días no lo soportaré y enloqueceré dentro de estas cuatro paredes. Refunfuñando en mi cabeza, me dirigí a la cama y me acosté, quitándome por primera vez los tenis desde que había llegado a este lugar. La sensación era agradable. La preocupación que tenía por Sebastian ya no era tan alarmante como antes, algo en mi interior me decía que él estaba bien y espero que se mantenga así. Ya nada podía salir mal. Cerré mis ojos para poder descansar de todo este drama. Deje que las cuatro paredes de mi prisión personal me absorbieran hasta quedarme dormida. Sabía que no había descansado demasiado tiempo. La luz artificial entraba por las pequeñas cortinas. El gris de las paredes intensificaba aún más la oscuridad a pesar de la luz que se colaba por las ventanas. No quise levantarme de mi lugar. No tenía caso deambular una y otra vez por la habitación si hacer nada. Así que trate de volver a dormir. La incomodidad en la espalda ya me había desesperado. Tenía que pararme si quería que mi espalda dejara de dolerme. Sabía que no habían pasado más que unas horas y este día se me había hecho eterno. Me coloqué mis tenis y caminé por la habitación. Aún era de día, así que me acerqué a la ventana y corrí un poco las cortinas para ver el exterior. Para mi sorpresa, todos estaban de aquí para allá, en sus labores. Unos sembrando, otros recolectando. Los campos eran bastante extensos, el herbaje era amarillo y verde. Todos bajo la luz artificial. La visión era demasiado limitada desde una ventana, no podía ver lo demás, que otros trabajos habría además de recolectar y sembrar. Eran como una granja de hormigas, siendo observados por los Angeles desde arriba, supongo. Suspiré. No había pasado demasiado tiempo, lo sabía de antemano, pero prefería estar afuera, trabajando, ayudando en vez de quedarme encerrada como un animal leproso. Nadie sabe de mi existencia más que Manuel, pero Gavriel le ha de haber prohibido mantener alguna conversación sobre mí con otra persona. Miré la ventana y no quite la vista. A pesar de observar la venta unas horas, la frustración y el aburrimiento hicieron mella en mí. Observar ir y venir, dejar lo que estuvieran haciendo para ir al comedor a comer para después continuar con su trabajo también el hambre apareció. No faltaría tiempo para que me trajeran mi comida. Tal vez Gavriel la traería personalmente. Solamente transcurrieron algunos minutos para que se quitaran el seguro de la puerta y abrieran con un chirrido. Una chica, más o menos de mi edad, o tal vez menos, con una cara regordeta, mejillas sonrosadas y el cabello azabache con el mismo traje que yo entró con una bandeja de metal con varios platos y cubiertos. ―Hola― dije, tratando de ser agradable. La chica ni siquiera me miró. La chica dejó la bandeja cerca del pequeño escritorio de madera que estaba pegado a la pared, enfrente de la cama. ―Disculpa… ― me acerqué a la chica, no creo que haya notado que me estaba acercando a ella. Le toqué el brazo y ella gritó. ―¡No me toques! ¡Aléjate de mí!—vociferó, empujándome con todas sus fuerzas, aventándome y pegando mi cabeza con el pie de la cama fuertemente― ¡No me vuelvas a tocar, maldito fenómeno! ¡Espero que no me hayas contagiado nada¡―siguió gritando y se sacudió todo el cuerpo, como si tuviera lepra y con solo tocarla la hubiera contagiado. La chica salió corriendo de la habitación, azotó la puerta y rápidamente cerró la puerta con seguro. Incluso seguía escuchando el eco que hacían sus pasos por el pasillo. Seguía tirada en el piso. Mi cabeza punzaba por el golpe. Unas lágrimas rodaron por mis mejillas. ¿Cómo se supo tan rápido? ¿Gavriel no se había encargado que nada se supiera? ¿Manuel se había atrevido a contarles a todos? Me sentía peor que un leproso. Nadie se me acercaría por miedo a contagiarse. Estúpidamente me sentía como en la primaria, cuando los niños no te hablaban porque pensabas que tenía roña o alguna de esas cosas infantiles. Entendí que nunca saldría de aquí, esta sería mi prisión hasta que la enfermedad termine conmigo. El piso estaba frio, ni siquiera me tomé la molestia de levantarme. Me quedé en el piso llorando.
Sí es una granja, estoy segura ahora. Parece que están fajo tierra ya que no hay más que luz artificial, así que sí es una granja de los Ángeles y ellos los observan desde arriba, quizás para ¿aprender del razonamiento humano? Hm, podría ser. Ah, Gavriel es médico, ¿eh? Y jubilado. Con razón parece que sabe tanto, la experiencia le ha dado un buen conocimiento a lo largo de los años; supuesto, no el suficiente porque no tiene idea de qué pasa con Mel, de quien ya sé el nombre completo: Melissa :) Me emocionó saberlo, de veras xD Ahora, espero que pueda enterarse de algo de esa enfermedad tan rara que tiene antes de que consuma su llama de la vida y Gavriel se vea forzado a usar la llave y abrir el lugar que contiene el medio para llamara a los Ángeles o.o Una ley de alma por alma; aterrador. Uh, cuando encerraron Mel me sentí más que claustrofóbica. Me da la impresión de que si no se dan prisa a saber algo de su enfermedad, sí se volverá loca; yo me desquiciaría sin duda. Y la muchacha que le llevó sus alimentos me dejó con sentimientos encontrados. Me molestó un poco su reacción tan grosera y exagerada, pero por un lado la comprendí totalmente. Ante algo que no se sabe si será mortalmente contagioso, pues mejor estar alejado. Pobre Mel u.u Sebastián... Me alegra que no muriera porque si lo hubiera hecho, me da la impresión de que Mel sí hubiese reaccionado muy mal. No sé eso de que se quitara la vida ella misma, pero a lo mejor sí queda en un estado de muerta en vida. Qué bueno que lograron salvarlo; sin embargo, sigue la duda de quién intentó matarlo y sus razones. Además, ¿está él en el mismo grupo que Mel o está en otro lugar? Me alegra que el misterio esté saliendo a la luz. Mira, ahora śe que en realidad fue Sebestián quien asesinó a la aficionada religiosa, pero lo hizo a manera de defensa. La mujer esa y su gente iban a matar a su familia, ¿cierto? Hm, el mundo es un caos, no hay más. Buen capítulo, solo que revísalo antes de publicarlo un poco más. Noté por allí unos dedazos, nada grave, simplemente algunas letras faltantes o cambiadas de lugar. Fuera de eso, bien. Espero el próximo para ver si las dudas que quedan se resuelven o si por el contrario, me dejas con más. Que estés bien. Hasta otra.
Capitulo 7 ― ¡Corran! ― Nuestro padre nos grito, con las venas resaltándole en el cuello. Sin pensarlo dos veces, tomé a Sebastian del brazo y lo jalé para que comenzara a correr. ― ¡Papá! ― gritó Sebastian con voz ahogada― ¿Qué pasará con máma? ― lagrimas, como pequeños cristales reflejando las llamas de las antorchas rodaron por sus mejillas. ― ¡Corran de una maldita vez! ¡Melissa, llévate a tu hermano o todos moriremos aquí! No dudé ni un segundo y jalé de nuevo a Sebastian. ― ¡Vamos Sebastian! Ya oíste a papá. Corre― seguía tirando de su brazo, pero él era más fuerte que yo― ¡Sebastian, tenemos que irnos! ¡Pronto! ― ¡Papá, toma!― Sebastian le arrojó el arma y esta cayó a sus pies, con el ruido amortiguado por el pasto. El metal refulgía con la luz de la Luna y las llamas de las antorchas. Mi hermano empezó a correr junto a mí, hacía el patio de nuestra casa. Volteé por última vez. Papá sosteniendo entre sus brazos a nuestra madre. La posó cuidadosamente en el pasto, agarró el arma y checó cuantas balas quedaban. La turba estaba a unos pasos de nuestros padres, gritando como unos desquiciados. Corrí. Unos disparos perturbaron el silencio de la oscuridad. Corrí y no miré atrás. Abrí los ojos lentamente y una luz un poco brumosa me cegó. La tenía demasiada cerca del rostro, podía sentir su calor escociéndome el rostro. Noté que ya tenía movilidad en mis manos y pies, pero había algo raro, no me podía mover del todo. Esperé un poco a que mi vista se acostumbrara al entorno y visualicé que estaba amarrado con enormes correas de cuero a la cama, uno me atravesaba el pecho y otro por las piernas. Mis muñecas estaban pegadas a la cama con unas más pequeñas y mis pies con otras al pie de la cama. ― ¡Pero qué demonios! ― exclamé, con la garganta un poco seca. ―Veo que por fin despiertas. Luego de todo el numerito que hiciste en la celda― era la voz de una chica, sonaba un tanto fastidiada. ― ¿Quién eres tú? ― dije, entrecerrando los ojos, la luz de la lámpara que tenía cerca del rostro aún me perjudicaba. Era una chica con el cabello cobrizo, su tez era clara como la de mi hermana. Estaba sentada en una esquina, con un libro entre las manos. Su ropa era como la de cualquiera, unos pantalones desgastados y una playera que le quedaba demasiado holgada de un color verde chillón. ―Mi nombre es Sofía. Me encargaron ser tu niñera hasta que decidieras despertar― volvió abrir su libro y de nuevo siguió con su lectura. ―Y… ¿Qué demonios hago atado a la cama? ― le comenté sarcásticamente. Necesitaba respuestas y ahora. ―Muy gracioso― dijo, simulando una risa demasiado fingida― Te ataron para que no vuelvas hacer otro de tus teatros y te lastimes de nuevo― no quitó la mirada del libro―. Por cierto― bajo el libro y lo dejó en su regazo― tengo que avisarle a…― se paró rápidamente y dejó el libro en la silla, agarró un radió que estaba encima de un anaquel arriba de ella― Oscar, dile a Román que el chico ya despertó― estática. ―De acuerdo Sofía, enseguida le aviso― dejó de nuevo el radio en su lugar y volvió a tomar su asiento y reanudó con su lectura. ―Disculpa. ¿Serías tan amable de soltarme, si no te molesta? ― estaba a punto de perder la paciencia. La chica posó su mirada en la mía― No puedo. Román dijo que te quiere atado indefinidamente. ― ¿Por qué? ¿Qué sucede? ― respiré profundamente sino iba a perder los estribos. ―No sé. Yo solo sigo órdenes. Así que mejor cállate y espera hasta que Román llegue― soltó un pequeño suspiro y fijó de nuevo su vista a las páginas del libro. ― No puedo simplemente quedarme callado ¡Joder! Alguien trató de asesinarme ¡Suéltame ahora mismo! ― No quería pasar más tiempo amarrado a la cama, así que empecé a forcejear hasta que la cama empezó a proferir unos espantosos rechinidos. ― ¡Espera! Vas a rom…― tiró su libro al piso y trató de detenerme pero era demasiado tarde, el soporte metálico de la cama había cedido por completo, se había quebrado y ahora me encontraba en el piso, magullado por las correas al forcejear― ¿Estás loco o que te pasa? Acabas de despertar después de que estuviste muerto por dos minutos. ¿Dos minutos? ¿Oficialmente estuve muerto por dos minutos? Su comentario me cayó como un balde de agua fría y mis vellos de la nuca se erizaron instantáneamente. ¡Muerto por dos minutos! ―Espera… ¿Qué dijiste? ¿Estuve muerto por dos minutos? ¿Acabo de escuchar bien? ― Estaba realmente sorprendido y mi voz empezó a quebrarse― ¿Pero cómo es posible que haya regresado, bueno, me refiero a… ― ¿Volver a vivir? ― alzó una ceja― No sé. No soy una de las Ker para decirte porque no moriste. Yo diría que fue suerte. ― dijo sarcásticamente y sentándose en el piso a mi lado y apoyándose con sus brazos atrás. ― ¿Ker? ― respondí un poco confundido y alcé una ceja. ― Si. ― ¿Y quién demonios es Ker, si tienes la amabilidad de explicarme? ― dije con sarcasmo combinado con un poco de desesperación. Ella o mejor dicho, Sofía me estaba empezando a desesperar, si seguía así perdería la cabeza. ―Ker es la diosa de la muerte violenta. Hija de Érebo y Nix, hermanas de las Moiras, Moros, Thánatos e Hipnos, Eris, Geras, entre otros― me respondió con una amplia sonrisa de oreja a oreja. Yo solo la miré extrañado. No sabía de que estaba hablando y lo notó por mi rostro, por lo que se apresuró a continuar. ―Es Mitología Griega― dijo, como enseñándole a un niño pequeño―. Como Ker es la diosa de la muerte violenta, en tu caso, vendría perfecto ya que trataron de asfixiarte, es una manera violenta de morir. ― ¿De acuerdo? ― no sabía que responder. Puso los ojos en blanco e hizo una mueca― Olvídalo. Creo que es demasiado para ti― expresó en todo burlón. ―Tu clase de Mitología Griega no viene al caso. Niña tonta― dije en defensa propia. ― ¿Niña tonta? ― dijo entre risas― Aquí el tonto eres tú. Todo mundo sabe quién es Kres, Thánatos, Hipnos… ― ¡Podrías parar! No me interesa tu clase, ya te lo dije. Mejor desátame. Estás haciendo que pierda la paciencia― Aunque traté de suavizar mi tono de voz, a leguas se notaba la desesperación que emanaba de ella. ―Ya te dije que no puedo. Román ordenó… ―Me importa un ¡Carajo!― grité pero me detuve, respiré hondo. Después de unos momentos en los que hice el intento de tranquilizarme, continué― Lo que Román diga, ¿Serías tan amable de quitarme estás estúpidas correas? ― Mantuve mi voz serena, pero era consciente de que ardía por dentro. La chica era un poco desesperante. Traté de engañarme. Sabía que era odiosa por el poco tiempo que llevaba hablando con ella. A pesar de mi tono de voz y la manera en que era con ella, Sofía no se inmutaba, lo surtía efecto en ella en la manera en la que le contestaba. Eso por un momento me inquietó. ¿Qué le sucedía? ¿Por qué no me contestaba de la misma manera? O peor aún ¿Por qué no me golpeaba? Sabía que había sido demasiado grosero así que trataría de ser más amable con ella. ―No puedo. Aunque no te guste― me contesto de manera tranquila y natural, como si lo de antes nunca hubiera sucedido. ― ¿Algo te pasa? ― pregunté y eso la tomó por sorpresa. ― ¿Qué? ¿De qué hablas?― dijo extrañada, casi titubeando. ―Es que… ¿No te afecta la manera en que te estoy contestado? ― pregunté, demasiado serio para mi gusto. ― ¿Disculpa? ― por un momento dudó― No sé qué es lo que quieres decir. Si lo sabía, lo pude ver muy bien en su rostro aunque su cabello cobrizo le cubriera la mitad del rostro. ―Creo que si lo sabes― le dije. ―No. No sé― se colocó el cabello detrás de la oreja pero algunos mechones se liberaron y se quedaron al lado de su mejilla. ―No creo que seas tan ingenua para no darte cuenta― la miré directo a los ojos. Ella suspiró. ―Ya estoy acostumbrada― murmuró a regañadientes y evitando mi mirada y la dirigió a sus uñas, de nuevo parte de su cabello le cubrió el rostro. ― ¿Por qué? ―Porque…― respiró hondo, luego me miró. Tenía los ojos ahogados en lágrimas― Porque… ―Sofía, ya estoy aquí ¿Donde está el chico?― se limpió los ojos con su antebrazo y de inmediato se puso de pie― Aquí Román― me señaló―. Rompió la cama al querer zafarse. No creo que aquel tipo Román se haya dado cuenta de que la chica estaba a punto de llorar, además de que su voz sonaba un poco ahogada. ―Tenemos un revoltoso― Román sonrió―. E so me gusta. Servirá para la resistencia― Se rascó su nuca y puso sus manos en su cintura― Sofía. Quítale las correas. Sofía asintió. Se agachó junto a mí y comenzó a desabrochar las corras una a una sin siquiera mirarme. Algo me decía que nuestra pequeña charla había tocado una fibra sensible. Por lo que no hice ningún intento en presionarla. ―Listo― Sofía se paró de inmediato y volvió a mirar a Román. Traté de levantarme pero tenía los músculos agarrotados. Con esfuerzo y uno que otro quejido pude levantarme sin problemas. Las marcas de las correas simulaban tatuajes sobre mi piel, en poco tiempo se formarían moretones alrededor de mis muñecas y tobillos. ―Gracias― miré a Sofía pero ella estaba de espaldas a mí. ―Hijo, ven conmigo. Vamos a que te instales y te des una ducha, luego iremos a que conozcas a los demás― dijo muy sonriente y pasándome un brazo por mis hombros. Yo solamente asentí. No dije nada, me limité a caminar a su lado. ―Román, ¿Ya me puedo ir?― giré el cuello y la vi por el rabillo del ojo. Caminaba detrás de nosotros. ―Claro, claro Sofía. Ya puedes retirarte― hizo un pequeño ademan con la mano. Salimos de la habitación que daba a un pasillo realmente angosto por lo que tuve que colocarme detrás de Román. Él seguía hablando pero yo ya no lo escuchaba. Miré a Sofía alejarse en dirección contraria. En ningún momento ella volvió a mirar atrás. … Lloré hasta que me dolió la cabeza, hasta quedarme completamente seca. Después de que mi cuerpo se quejara por estar acostada demasiado tiempo en el piso me levanté sin ganas. Me acordé que la chica había traído una bandeja con comida: Un poco de sopa de verduras y una pequeña ensalada con un filete de pollo. A pesar de que se veía muy apetitoso, se me había ido las ganas de comer, lo único que tomé fue un vaso de agua que estaba al lado de aquel manjar. Lo tomé tan rápidamente que deje caer pequeños hilos de agua por mi barbilla, mojando mi ropa. Un mameluco como los que usaban los reclusos en las cárceles, bueno, antes de que llegaran los Angeles. Me dirigí hacía la ventana y corrí un poco la cortina para ver el exterior. La luz artificial que desprendía el agujero había disminuido, simulando que muy pronto anochecería. Los demás afuera, estaban regresando al edificio más grande, no podía verlo pero era consciente de que se dirigían allí a descansar para nuevamente trabajar en la mañana. Me quedé viendo el exterior hasta que oscureció por completo y todos ya se habían marchado, en el techo se habían encendido diminutos puntos de luz, simulando las estrellas. Sin embargo, a pesar de que era una réplica demasiado realista, había algo que faltaba, no me producía la misma sensación que me provocaba al verlas cuando estaba con Sebastian en el bosque. Al recordarlos me produjeron un momento de felicidad en todo este lio. Al final y sin importar que todo estuviera frío, devoré todo lo que había en la bandeja, al terminar me dirigí a mi cama y esperando que todo esto fuera un sueño y que pronto despertaría al lado de Sebastian en la cabaña, dejé que mis ojos se cerraran y en instantes me quedé dormida. El sonido de pequeños repiqueteos en la puerta me despertó. En la habitación aún reinaba la oscuridad por lo que supuse que aún era de noche. Los golpecitos seguían, pero no les di demasiada importancia. Decidí volver a dormirme. ― ¡Hey tu! Sé que estás despierta― alguien dijo susurrando, para que nadie lo oyera, si es que alguien además de nosotros dos estuviera en este piso. Me levanté y corrí descalza rápidamente hasta la puerta. ― ¿Quién eres? ― contestándole también en voz baja, casi un murmullo. ― ¿Quieres salir de aquí? ― dijo, evitando mi pregunta. ¿Salir? Aunque era una pregunta muy tentadora no sabía si era buena idea. ¿Tal vez podría ser una trampa? No estaba segura. ¿Podría ser alguien quien quisiera ayudarme? De lo que estaba segura es que lo segundo era más bien un deseo desesperado que una realidad, por lo que me negué. Solamente insistí con la misma pregunta. ―Dime quien eres y después contesto a tu pregunta― dije tajantemente. No dejaría que me atraparan tan rápido si es que podría decirse de esa manera. Ya me habían capturado una vez, no sucedería dos veces. ―Eso no tiene importancia. Quieres salir o no. ¿No tiene importancia? ―Cómo sé que eres de fiar― me acerqué más a la puerta y posé mi oído sobre el frio metal. ―Solo contesta que sí y lo averiguaras, pero hazlo pronto o esta discusión nos llevará toda la noche. No sabía si creerle o no. Creo que ya no tiene importancia si es una trampa o no. Ya me había hartado de estar encerrada, aunque fuera solo por un día, yo lo percibía como semanas. Decidí arriesgarme. ―Está bien. Abre la puerta para poder salir― me alejé un poco de la puerta y pude escuchar como forzaba el cerrojo, después de un momento se oyó un pequeño clic y abrió la puerta lentamente. Sinceramente ya no me importaba lo que sucediera. Ya nada sería peor que esto ¿O sí? El chirrido de antes, cuando Gavriel me enseño donde pasaría los próximos días o años de mi vida, no apareció, no sonó. ―Listo. Ahora vámonos― el sujeto no entró a la habitación, no podía verlo muy bien en la oscuridad. ―Como hiciste para que no sonara… ― ¿La puerta? Solo tienes que levantarla un poco para que al abrir, no rechine, las bisagras están un poco oxidadas. Pronto, tenemos que irnos. ―Espera, deja ponerme el calzado y en un momento salgo― me dirigí a la cama, los cogí y rápidamente me los puse. ―Vamos, vamos. No tenemos mucho tiempo― seguía susurrando, pero esta vez sonando un poco desesperado. ―Ya salgo. Salí de la habitación y me encontré con un chico un poco más pequeño que yo. No vislumbraba claramente su rostro, estaba demasiado oscuro. Sin poder ver qué pasaba, solo sentí como su mano envolvía a la mía y me condujo por el pasillo. Su tacto era demasiado suave por lo que pensé que sería un niño… ―No creo que sea muy conveniente que me toques por lo que tengo, no sé si es contagioso o mortal― dije con la voz un poco ahogada. Era un hecho que todavía me afectaba. ―No me importa. De todos modos, yo también ya no tengo mucho tiempo― me respondió sin voltear. Continuó agarrándome la mano. ― ¿Cómo? ¿Qué quieres decir?― aún entre susurros, mi voz subió un poco su volumen por la sorpresa. ―No te hagas la ingenua ¿Gavriel no te lo ha explicado todo? Nos detuvimos. ―Algo así. No me lo ha dicho todo― si sabía a lo que se refería pero no tenía muchas ganas hablar sobre ello por lo dejé que él continuara. ―Después te lo explico, donde estemos más seguros. ― ¿Por qué nos detuvimos? ¿A dónde vamos? ―Abajó hay algunas personas que se quedan a cuidar el primer piso― me contestó, al parecer evitando mi otra pregunta. ―Eso lo sé. Gavriel me dijo que hay servicio las veinticuatro horas. Por cierto― sabía que era demasiado tarde para preguntar― ¿de dónde vienes? ¿Por qué estás ayudándome? ―Espera aquí, iré a echar un vistazo. Te avisaré cuando sea seguro bajar. ― ¡Espera! ― solté un pequeño gritito e inmediatamente me tape la boca con ambas manos. Bajó por las escaleras y desapareció en la sombras. Me quedé agachada, como si fuera una criminal tratando de escapar de la prisión y viéndolo bien, eso mismo estaba haciendo. Sentía una enorme curiosidad por el chico, ¿También tenía una enfermedad contagiosa o mortal? ¿Por qué Gavriel no me había dicho nada? Tantas preguntas que nadie en estos momentos me ayudarían a disipar. Después de unos minutos el chico regresó, pero no volvió a subir, solamente me llamó. ―Está libre. Rápido, baja. No le respondí, solamente baje las escaleras, escalón por escalón, tratando de no hacer el más mínimo ruido. ―Tampoco tienes que exagerar. Ellos se encuentra al otro lado del piso― dijo, soltando una pequeña risa. No pude evitar reírme con él, sinceramente exageré, pero eso se debe a que estaba muy nerviosa. Al llegar al final, el lugar estaba levemente iluminado, con luces tenues en algunos lugares sin embargo, aún predominaba la oscuridad. Eso era algo bueno para nosotros, así no seríamos demasiado visibles para ser cachados en el acto. Era muy diferente que el segundo piso ya que este era un largo pasillo con las habitaciones a los costados, en cambio el primer piso, era como un laberinto de pasillos. ―No habrá tanto problema, solo hay unas cuantas personas en la recepción y una que otra paseando por los pasillos. Sígueme y no te despegues que te puedes perder fácilmente― comenzó a caminar y al llegar al primer pasillo se detuvo, se pego a la pared y miró por ambos lados, luego, con un movimiento de la mano me indicó que me acercara. ― ¿Por qué tenemos que ser sigilosos si tú dijiste que casi no hay nadie?― le indiqué un poco confundida. ―Para hacerlo más divertido, ¿no te parece?― me miró y me guió un ojo. Al verlo así de cerca y con un poco de luz, comprobé que era solo un niño, no mayor de quince años. Tenía el cabello alborotado y varios mechones le caían por el rostro. Era el único chico o más bien, el único que podía conservar su cabello. ― ¿Es un poco exagerado no crees?― alcé una ceja y sonreí un poco. ―Mmm… No lo creo― me sonrió de vuelta― Pero lo tuyo, eso sí fue muy exagerado― se removió algunos mechones que le cayeron sobre los ojos y giró por el pasillo derecho―. Vamos. Lo seguí por una cantidad enorme de pasillos. Pronto sentí que dábamos puras vueltas. ― ¿Si sabes por dónde vas? ― tenía que preguntar. ―Claro― dijo con un ademan―. Lo he hecho cientos de veces. ― ¿Seguro?― seguía detrás de él. ―Sí, tú no te preocupes. ―Siento que estamos dando demasiadas vueltas. ―Exacto. Es para darle más dramatismo a nuestra fuga― dijo, con aire divertido. Más y más pasillos con puertas y ventanas. ― ¿Fuga?― le dije riéndome― Haz visto demasiada tele. ―Los programas de policías me encantan. Llegaste a ver… ―No creo que dure mucho. A lo máximo un mes…― Eran dos mujeres caminando por el otro pasillo. ―No puede ser. Rápido, regresa― dijo, bajando la voz y casi escupiendo. ―Donde, ¿izquierda o derecha? ― no sabía que decir. ―Eh… Izquierda― titubeó―. Deprisa. ― ¿Tú crees?― le contestó la otra. ―Eso me dijo Gavriel. ―Pero si es solo un niño. No puedo creer que la naturaleza sea tan cruel con alguien de su edad― aunque estábamos un poco distanciados de ellos, pude oír el pesar en su voz― ¿Te dijo Gavriel que es lo que tiene? ―Me comentó que es cáncer terminal, pero no se qué, solamente me dijo que le quedaba poco tiempo a lo máximo un mes. El está aquí desde que llegó con sus abuelos, aunque ellos ya fallecieron días después de que llegaron. El chico se quedó sólo. Sus abuelos, antes de morir, se lo revelaron a Gavriel…― Se alejaron por otro pasillo distinto y ya no pude oírlos. El chico se puso tenso a mi lado. Yo me quedé helada, paralizada ¿Estaban hablando de él? No tenía ni idea de que decir pero el silencio entre ambos era muy triste e incomodo, iba ser la que rompiera la tensión en el ambiente pero él se me adelantó. ―Será mejor que continuemos― dijo y siguió por el pasillo―. Ya no daremos más vueltas. Lo siento si te hice perder mucho tiempo― siguió caminando y no volteó a verme. Su voz había disminuido a casi un zumbido. ― ¿Estás bien?― dije, tratando de ser cautelosa. ―Sí. Por qué no debía de estarlo― cambió su tono de voz, tratando de sonar más animado. Aunque sabía que no tenía que hacerle esta pregunta porque era un asunto delicado, además de que no era asunto mío, no pude evadirlo. ―Estaban… Hablando de ti― parecía más una afirmación que una pregunta, por lo que temí que lo tomara a mal, pero el chico no se inmutó ante mi pregunta. ―Si quieres saber. Sí― sonó frío, provocándome escalofríos. De inmediato, cambió a uno más cálido y divertido―. Pero no tiene importancia. Será que mejor salgamos de aquí pero ya. ―De acuerdo, yo te sigo― solamente seguí tras él y cerré la boca hasta el final. Habíamos salido por una ventana cerca de la recepción, en la planta baja, donde estaba lo baños (a unos cuantos metros había una ventana que daba a la pared rocosa), existía un pequeño espacio entre ambas partes. El chico no tenía problema en pasar por la estrecha separación, en cambio yo, tenía que pegarme a la pared del edificio y aún así, la pared rocosa me comprimía el pecho, me costó más trabajo pasar, acabé con pequeños rasguños en las manos y rostro. Al final, después de unos minutos en atravesar todo el estrecho camino, por fin, estábamos afuera. Las falsas estrellas en el techo aún brillaban. Por fin obtuve una vista panorámica de todo el lugar, bueno, lo que la débil luz de las estrellas alcanzaban a alumbrar. A mi derecha el comedor, enfrente en la distancia estaban los granjas y los sembradíos, más allá del comedor se encontraba la cascada, desde aquí pude escuchar el estrépito que hacía y a mi izquierda, las habitaciones donde todos van a dormir. ―Por cierto, me llamo Nilo. Siento si te hice perder el tiempo, solo quise divertirme un poco y darte la bienvenida al lugar. Lo miré, se encontraba a mi lado. ―Yo me llamo Melissa― le tendí una mano. Me estrechó la mano con la mirada baja―. Oye, no tienes porque sentirte mal, entiendo que querías darme la bienvenida a este lugar, pero yo no diría que valiera la pena estar feliz en esta prisión― le levanté la barbilla para que me mirara a los ojos y al final le sonreí. ―No me refiero a todo este lugar, sino al hospital. Eres la única persona en el segundo piso además de mí ― le solté la barbilla. ― ¿Tú también estás en una habitación de ese largo pasillo?― fruncí el seño. ¿Por qué Gavriel no me había dicho nada? La respuesta a esa pregunta apareció tan rápido como se formuló. Yo era un secreto, o más bien, lo había sido, ya todos lo sabían. ―Si estoy en ese lugar casi desde que llegué, desde que mis abuelos murieron― aunque no me miraba, pude ver que una pequeña lágrima le recorrió el rostro y de inmediato se la limpió. Yo fingí que no había visto nada. ― ¿Has estado solo allí arriba? ―Sí. Nadie me visita más que Gavriel, solamente para revisar como estoy― empezó a caminar y yo lo seguí. ―¿Sabes… lo que tienes?― dije con cautela, sabía que no era de mi incumbencia. ―La verdad no. Ni mis abuelos y ni Gavriel me quieren decir. Lo único que pude descubrir es que es algún tipo de cáncer ― a pesar del tema, su voz no cambió ni un ápice, seguía monótona―. Gavriel guarda mis informes médicos en el consultorio, he tratado de abrirlo pero no he tenido la oportunidad. Iba a entrar esta noche pero llegaste tú al segundo piso y quise averiguar quién eras y que tenías para estar allí. Solamente asentí. Seguimos por el sendero de rocas. Traté de cambiar el tema. Al parecer el estaba incómodo con el tema. ―¿A dónde vamos? ―Al lago.― al parecer, la respuesta le iluminó el rostro y cambió su tono de voz. ―¿Y qué hay allí? ―Pues… una piscina enorme― soltó una risa pequeña. ―¿Iremos a nadar? ―¡Exacto! No te parece maravilloso― dio pequeños saltitos y su entusiasmo aumentó. Nilo me recordó a Sebastian por un momento, su entusiasmo para poder hacer travesuras. ―¿Pero cómo nos quitaremos estas cosas?― le indiqué, tocando el traje que ambos portábamos. ―Es demasiado fácil. Solamente tienes que humedecerlo y el traje se hará enorme y podrás salir con facilidad― extendió sus brazos para señalar el tamaño―. Después de unos segundos, cuando pierda toda el agua que absorbió, volverá a su tamaño. ―Pero… ―No te preocupes, todos tenemos una pequeña ropa debajo del traje, en tu caso por lo que tengo entendido, es como la que usan las competidoras de natación. Ese únicamente te lo quitas cuando te bañas, pero en este caso, lo tendremos, ya me entiendes― Incluso bajo la oscuridad, noté que se ruborizó un poco―. Tampoco te preocupes, también es impermeable. El ruido que la cascada producía al chocar con el lago aumentaba conforme nos acercábamos, una pequeña brisa húmeda comenzó a envolvernos. Después de pasar un tiempo encerrada, salir al exterior era revitalizante y más escuchar el sonido y sentir la humedad en el rostro. ―¡Vamos, el último en llegar es una cucaracha! ― gritó y comenzó a correr. ―¿Una cucaracha?― dije a carcajadas y corrí detrás de él.
¡Me encantó el capítulo! Hay, me pareció hermoso, muy sentimental o será que a mí me lo pareció porque ando estresada (? En fin. Me sorprendió mucho saber que en realidad Sebastián murió y por dos minutos; quiero decir, no es precisamente poco tiempo. Y bueno, comprensible que lo tuvieran atado si su comportamiento puede resultar un tanto explosivo y mira, hasta peligroso no solo para los que lo rodean, sino para él mismo. ¡La resistencia! Ja, lo sabía; él y Mel no podían estar en el mismo sitio, así no tendría chiste el asunto. Ufff, pero me lo veo complicado que puedan verse de nuevo; es decir, están en posiciones por demás contrarias. Uno en un grupo contra Ángeles y el otro en un grupo "aliado" a ellos. Aun no estoy segura de si sean realmente aliados, porque si están en una granja, están allí porque no hay más, sin su voluntad, pero es la idea. Después de todo, Sebastián también será reclutado a la resistencia a fuerzas, ¿no? Ay, por favor, haz que se encuentren los hermanos. Ansío ese momento a pesar de que sé tardará. Uh, algo interesante también son lo nuevos personajes que han salido aquí y que me siento pueden tener un impacto en nuestros protagonistas. Sofía parece amadora de la lectura, sobre todo de la mitología griega, mas es evidente que oculta algo, lo que la hace misteriosa y eso me gusta. Y su encuentro con Sebatian fue... fuera de lo común xD Ahora, con Melissa, este chico Nilo me ha dado de lleno en el corazón; simplemente me ha cautivado con su optimismo, su deje divertido y travieso; encantador. Un alma así no puede faltar en medio de un mundo que se está yendo al demonio. Y aunque desde ya nos preparas para su muerte con eso de darle un cáncer terminal, te digo desde ya que el día que fallezca, le lloraré. Y es que el muchacho este le ha levantado el ánimo a Mel al sacarla de su prisión; ha intentado hacerla reír; la ha llevado a un lago y ha despertado en ella los sentimientos de hermana mayor que tiene. Oww, necesitaba de alguien así; no le quites tan rápido esta mano amiga. E insisto; hermoso el capítulo. Ya sabes, espero el próximo con paciencia y ansias mezcladas. Sin más que agregar por el momento. Me despido y te me cuidas. Hasta otra.
Capitulo 8 ― ¿Cuál es tu nombre, hijo? Seguíamos caminando por los angostos pasillos. Román seguía al frente y ni siquiera volteaba la cabeza, como si estuviera seguro que caminaba detrás de él. ―Sebastian. ―Primero que nada, chico, debes estar presentable para anunciarte ante todos, después, mandaré a alguien para que te dé un pequeño recorrido por todas las instalaciones y al final tendrás que reunirte con Franco para tu adiestramiento ¿Entendiste? ¿Adiestramiento? Seguí detrás de él y solo contesté con un sí. ―Pero… ―Hijo, todas tus preguntas al final. Primero tienes que darte una ducha y posteriormente podrás hacerme todas las preguntas que quieras. Así que prepárate― dijo, siguiendo con la vista al frente ya haciendo un ademán con la mano. Ya no dije nada, y lo seguí hasta donde tuvimos que llegar. ―Bueno hijo, es aquí― dijo, deteniéndose y señalando una entrada como de dos metros y al final acabando en una especie de medio circulo mal tallado. ― ¿Tiene una cortina como puerta?—fue lo primero que salió de mi boca. ―No tenemos el presupuesto ni el tiempo para conseguirte una puerta de madera fina― me miró alzando una ceja y dejando ver que tenía manchas blanquecinas en la piel. ―No es eso, solo fue un comentario ― seguí mirándolo a los ojos. ―No tenemos tiempo para perderlo en preguntas tontas. Mejor entra y báñate, yo te esperaré aquí afuera― su tono de voz se volvió un poco ácido. Me sorprendí que de un momento a otro, cambiara de emoción. Tal vez su “buen humor” fuera una fachada, o solamente tuviera poca paciencia. Miré de nuevo la cortina, un poco polvosa y entré. … Llegamos hasta la cascada y algo muy curioso que para mí, fue que esta vez no sentí nada, ni un ápice de fatiga. Mi condición física aparentemente se había recuperado por decirlo de alguna manera. Era muy extraño. Tendré que decírselo a Gavriel o… ―¡Te gané!―gritó Nilo entre jadeos. Colocó sus manos sobre sus rodillas y comenzó a recuperar poco a poco la estabilidad de su respiración― Pfff― se incorporó y se limpió el sudor de su frente― Vaya carrera. ―Si― solté una pequeña risita. Era la primera vez en todo este tiempo en que no sentía ninguna preocupación. Nilo tenía mucho en común con Sebastian cuando él tenía su misma edad. Con el dorso de mi mano me limpié las gotas de sudor que chorreaban sobre mis ojos. Me sentía tan viva y libre en ese momento. ―Al final fuiste una cucaracha― dijo y soltó una carcajada. ―Hiciste trampa, pero acepto mi derrota. Soy una cucaracha.― le respondí con tristeza fingida, pero al final le sonreí. Coloqué mis brazos sobre mi cabeza simulando unas antenas y las empecé a mover en todas direcciones. ― ¿Qué estás haciendo?― Nilo alzó una ceja y en sus labios empezó a formularse una sonrisa. ― ¿Soy una cucaracha, no?― dirigí mi supuestas antenas hacia él. ― ¿Y que se supone que son esa cosas?― señaló mis brazos. ―Pues son mis antenas― le contesté e inmediatamente empezó a reírse. ―Deja eso y mejor vamos a nadar. En menos de un minuto, Nilo se había desvestido. Primero mojando sus ropas y después de que se esponjaran se deshizo de ellas y saltó al pequeño lago. El ruido que generaba la colisión de la cascada contra el lago ahogó el sonido del chapuzón que Nilo había hecho. La delgada cortina de agua que generaba la cascada me empapó todo mi cuerpo, incluso podía percibir las pequeñas gotas brillantes en mis pestañas. ―¡Vamos Melissa! ¡No tenemos todo el tiempo, entra ya!― el sonido de su voz se desvanecía con el rugido de la cascada. ―Enseguida voy― grité, pero no estoy segura que me hubiera escuchado. Me adentré un poco a la orilla del lago para mojar mis ropas y en segundos esta comenzó a hincarse hasta que pude salir de ella sin ningún problema. Nilo por su parte se sumergía y después de poco tiempo emergía, así, una y otra vez. Como comencé a tardar en entrar al lago, Nilo intentó arrojarme chorros de agua hasta que entré de un salto. El agua para mi sorpresa estaba tibia, por lo que agradecí en mi mente. No soportaba que el agua estuviera helada y sentir pequeños espasmos en mi cuerpo al estar en contacto con ella para que al final, te castañearan los dientes y comenzaras a temblar como si tuvieras convulsiones. Pero este para mi alegría, no ere el caso. ― ¿Qué te parece?― me dijo una vez que había emergido a la superficie. ―Sinceramente… ¡Me encanta!― grité y le arroje un chorro de agua con las manos y él me respondió de vuelta, lanzándome más chorros de agua. Nadamos bastante tiempo, de todas las maneras posibles, de una esquina a la otra, haciendo carreras o haber quien tenía mejor condición, hasta que al final nos colocamos en el centro del lago. ―Melissa― me miró muy seriamente, provocándome una pequeña preocupación pero inmediatamente su expresión se ablandó―. Que sentiré cuando muera― miró al techo, hacía las falsas estrellas. Su pregunta me tomó por sorpresa. Me quedé muda y mi respiración por un momento se detuvo, un pequeño dolor subió por mi espalda como si cristales de hielo me atravesaran la columna, me daba miedo respirar y sentir como se incrustaban más y más. Por un momento, el tiempo pareció detenerse y con él mi respuesta. … El lugar tenía la forma de un cubo, no tendría más de cinco metros por lado, se podía percibir que la habían tallado, bueno, era estúpido pensar que poseyera esta forma por sí sola, sin embargo, no tendría porque importarme. Lo único que tenía que hacer era tomar un baño y salir. Había varias camas improvisadas por todos lados, ajustándose a la forma de la habitación, todas estaban pegadas a los lados de la habitación, formando líneas que se dirigían hacia el centro, al contarlas eran veinte camas por lo tanto eran cinco por cada lado. A mi derecha había otra entrada con otra cortina por lo que debería ser el baño, inmediatamente me dirigí hacia la entrada y corrí la agujerada cortina, otra habitación, similar a la anterior pero más pequeña, el techo era un cuadrado y las paredes de los lados eran rectangulares. En el piso, habían colocadas de manera ordenada y en fila, cubetas llenas con agua hasta el borde ¿De dónde sacarían tanta agua, si estamos en lo que parece, dentro de una montaña porosa? La verdad, en este momento, no tendría que detenerme a pensar en tonterías, pronto y espero que pronto, Román me explique todo lo que sucede. Deje de pensar en tonterías y comencé a buscar un lugar en donde colocar mi ropa antes de desnudarme. En la pared derecha había una especie de perchero incrustado un poco más arriba de la mitad de la pared, para que la ropa no tocara el suelo, supongo. Comencé a desnudarme. Quitándome primero mis sucios tenis, casi rotos y al parecer, necesitaré unos nuevos o en mejor estado que estos, mis calcetas estaban oscurecidas e inmediatamente me las quité. Luego, me quité mis pantalones y por último la playe… no, no tenía, estaba tan distraído que no me había dado cuenta que me quede semidesnudo y caminé así hasta llegar a este lugar, por lo tanto me quedé solamente en calzoncillos. Apuré a colocar la ropa en el perchero y mis tenis y calcetas, debajo de ellas. Sintiendo bajo las plantas de mis pies, las porosidades del suelo, volví enseguida volví hacia las cubetas y agarré una, estaba demasiado pesada por lo que tuve que usar ambos brazos y toda mi fuerza para poder moverla hasta el otro lado donde había una pequeña zanja, coloqué la cubeta cerca de la orilla, di un vistazo rápido y dentro, habían varias sandalias para baño, bajé y me coloqué unas (sé que no es higiénico pero no tenía otra opción si no quería que los agujeros en el suelo me cortaran las plantas de los pies), al otro lado de la zanja, habían pequeñas bandejas para poder echarse agua y al lado, había todo lo necesario para poder darse un baño, por último, me quite la única prenda que tenía y me dispuse a bañarme. Al principio sufrí, el agua estaba helada, pero poco a poco mi cuerpo se fue acostumbrando a la temperatura, pero aún así, temblaba como loco y mis dientes se astillarían de tanto castañear. No tuve que usar toda la cubeta para poder bañarme por completo, solo un poco más de la mitad. Con todo y sandalias salí de la zanja y me dirigí hacía el perchero donde había colocado mi ropa ¿No me iba a poner lo mismo, o sí? Traté de buscar una toalla, miré en todos lados pero no había nada, solo mi ropa en el perchero. No iba a salir completamente desnudo a la otra habitación, sabía que no había nadie pero aún así, era demasiado vergonzoso ¿Tendría que esperar hasta que mi cuerpo se secara solo? Por un segundo consideré la opción de secarme con la cortina pero la descarté de inmediato, era un idiota si me atrevía, bueno, ya era un idiota de tan solo haberlo pensado. No sabía qué hacer ¿Secarme con mi propia playera? Solo volvería a ensuciarme con mi sudor. Tendría que salir y con suerte, esperar a que Román siguiera allí, afuera. Traté de armarme de valor y salir. Coloqué ambas manos enfrente y aún chorreando agua, pasé atreves de la cortina. ―Sebastian, te traje nueva ro…― Sofía se detuvo y con los ojos muy abiertos, gritó― ¡ESTAS DESNUDO! ―¡PERO QUE DEMONIOS HACES AQUÍ! La coloración rojiza invadió su cara, volviéndose casi del mismo color que su cabello y en un rápido reflejo me aventó la ropa que sostenía entre sus brazos y se tapo los ojos con ambas manos. ― Román me pidió que te trajera algo que ponerte― dijo muy nerviosa, y dándose media vuelta. Yo sentía el ardor en el rostro cuando te pones demasiado rojo de la vergüenza, me moriría (por segunda vez y valga la redundancia) de vergüenza. ― ¿Sofía, que sigues haciendo aquí? ¡Vete!― le reclamé al ver que no salía de la habitación. ―Si, si… ya me voy― salió corriendo de la habitación. Supe que la coloración en el rostro se quedaría demasiado tiempo plasmado. Sin perder más tiempo, agarré toda la ropa esparcida por el suelo y entré de nuevo a la sala de baño a vestirme. Desde este suceso no volvería hacer él mismo, y sabía de antemano, además de que odiaría el momento en que volviera a toparme con Sofía y lo peor y más humillante era que el enrojecimiento volvería cada momento en que nos miráramos a los ojos. … ―No sé― fue lo único que dije. No sabía la respuesta y esperaba nunca saberla hasta que me tocara mi momento. Pero… Nilo estaba cerca. Su pregunta tenía una explicación de el porqué, pero yo no era la indicada en responderla. Nilo siguió mirando el techo y no bajó la mirada. Yo lo único que hice su suspirar. ―Melissa ¿Crees que él Cielo exista y que me encontraré con mis padres? ― a pesar de la pregunta, su tono era neutral. ―En algo tenemos que creer, ¿no? Eso nos han enseñado, no importa de dónde seas o que religión practiques, hay un cielo o un infierno en pocas palabras ¿Tú qué crees?― lo miré, pero él seguía con la mirada hacia arriba. ―No sé. Tal vez, al final del camino no haya nada. No hay ni Cielo, ni Infierno. Simplemente, dejamos de existir― dijo y al final me miró. Su respuesta me sorprendió bastante para un niño de su edad. Era una respuesta que un niño comúnmente no diría. Debo admitir que era maduro para su edad, e incluso, diría que era más maduro que yo. ― ¿Eso es lo que crees?― lo miré a los ojos. ―Pues, después de esto no puedo creer que haya algo esperándome, tal vez me equivoque. Pero por el momento, es lo que pienso― nadó y se acercó a mí. Yo, alcé una ceja y fruncí los labios, sopesando su respuesta. Era muy interesante saber lo que un niño pensaba, pero Nilo no era un niño común y corriente, el era especial. No esa clase de niño especial que tiene una enfermedad terminal, o una discapacidad. No. Él era especial por su forma de ver la vida a su alrededor e incluso, fijándose en la suya. Nadie a su edad pensaba de esa manera y debo aceptar que esa era única, algo especial. ―Aunque sé que esto es de lo último que haré, me alegra saber que tan siquiera tuve una amiga― su voz carecía de preocupación o tristeza, sino que irradiaba ternura y felicidad lo que me provocó un nudo en la garganta y que los ojos se me llenaran de lágrimas. ―Nilo… ―Gracias por todo Mel. Gracias por proporcionarle una pisca de diversión a este poco tiempo que me queda― se acercó y me abrazó. Era la primera vez en todo este poco tiempo en que me llamaba Mel. Como Sebastian suele hacer. Nilo era como Sebastian a su edad. Con ese optimismo, con esa alegría, sin embargo, todo eso se esfumó como polvo al viento cuando nuestros padres murieron. No obstante, Nilo, a pesar de perder a sus padres y sus abuelos, seguía conservando todo esa alegría y todo es optimismo, pero además, había madurado a tan corta edad. A pesar de que Nilo era el que tenía cáncer, era yo la que derramaba lágrimas incontrolables. No pude decir nada, solamente lo abracé. Posteriormente, Nilo volvió a mirarme a los ojos y sonrió. Sonrió como si todo estuviera bien. Sonrió como si nada sucediera. Sonrió como si nunca fuera a fallecer. Nilo era un gran ejemplo a seguir. ―Melissa. Démonos una última zambullida antes de irnos― tomó aire por la boca y se tapó la nariz con los dedos y a continuación, se sumergió. Yo hice lo mismo y me hundí. A pesar de que era de noche, el agua era tan clara y cristalina que podíamos vislumbrar las estrellas a través de ella. Nilo se sumergía más y más y yo, trataba de alcanzarlo. El lago era realmente profundo, pero aún así, con la poca luz que nos proporcionaban las “estrellas” podíamos ver la superficie rocosa del fondo. Nilo daba piruetas en el agua, yo en cambio, solamente lo veía. En unos segundos me hizo una seña, diciéndome que iba a subir, yo solamente asentí; pensaba quedarme un rato más. Miré como Nilo pataleaba por subir hasta que llego a la superficie a tomar aire. Yo me quedé en el fondo, viendo toda la pared rocosa y ver al otro lado como se formaban las burbujas cuando la cascada chocaba contra el lago. Luego, miré mis manos, pero había algo extraño, tenía un brillo verdoso. Miré todo mi cuerpo o hasta donde mis ojos alcanzaban a ver, todo tenía un tono verdoso. Traté de no alarmarme, podría ser un efecto que producía el agua. No tenía tiempo para pensar bajo el agua, además de que mis pulmones ya pedían oxigeno; pataleé lo más rápido que pude y con mis manos traté de apoyarme y así poder subir más rápido a la superficie, pero mientras subía había algo… extraño. Varios destellos rojizos, como si hubiera fuego a la orilla del lago. Mientras más me acercaba, podía ver con más claridad que era lo que había a la orilla del lago. Se me formó un nudo en el estómago. Eran antorchas, por lo tanto, había personas. Cuando emergí y di enormes bocanadas de aire, mis pulmones ardieron en el acto y mi corazón se disparó. Gavriel, con otro pequeño grupo de gente nos esperaba. Nilo con la cabeza hacia abajo se encontraba al lado de Gavriel y este, sujetaba una antorcha. ―Melissa― dijo Gavriel con tono frío. Me quedé congelada por un momento y luego nadé hasta la orilla. … Como loco me puse toda la ropa que Sofía me había traído. Unos trusas demasiado holgadas, una playera negra que me quedaba demasiado ajustada y un short gris un poco grande con unos bolsillos a los costados y dos en la parte trasera; me llegaban hasta arriba de la rodilla. También unos tines blancos. Lo único que no me trajo fue nuevo calzado por lo que tuve que ponerme de nuevo mis tenis. Traté de secar mi cabello sacudiéndolo fuertemente. Uno mechones me cayeron en el rostro. Salí del cuarto de baño, no había nadie. Salí de la habitación y Sofía se encontraba poyada en la pared de enfrente. Inmediatamente la incomodidad invadió mi cabeza y volví a sentir el ardor en todo el rostro. No podía mirarla a los ojos. ― ¿Qué haces aquí?― le dije, un poco agrio. Noté por el rabillo del ojo que ella tampoco me miraba. ―Román me pidió que te escoltara hasta el comedor. ― ¿Escoltarme?― le respondí sarcástico. ―Sí. Escoltarte. El ambiente entre los dos era demasiado incómodo y más porque ella me había visto desnudo, o casi desnudo, si no fuera por mis manos… Inmediatamente borré ese recuerdo de mi cabeza. ―Te queda bien, a pesar de que no está completamente a tu medida― dijo sin mirarme. ― ¿Qué? ¿La ropa?― me miré― La playera me queda apretada y los shorts son un poco grandes, pero está bien― traté de seguir con la conversación. ―Vamos, que nos están esperando― comenzó a caminar y yo seguí detrás de ella. Aún así, esa molestia incomoda nos acompañaba. Solo hablar ya era raro. Continuamos así hasta que llegamos hasta el comedor, donde todos nos esperaban. Era una sala inmensa, donde mucha gente estaba reunida. No había bancas ni sillas, todos estaban sentados en el suelo, acomodados en círculo, pero todos mirando en una sola dirección. Hacia mí. ―Román. Ya está aquí― dijo inmediatamente que entró en la sala. Caminó hacia el centro del círculo donde estaba Román con una especie de traje militar, yo me quedé en la entrada, mirando a todas las personas que se encontraban, desde niños, hasta ancianos. ―Chico― Román me miró―. Pasa. Tengo que presentarte a todos. Yo seguí mirando toda la multitud reunida alrededor de Román. Después, como un impulso, caminé, tratando de no pisar a nadie, hasta llegar al centro. ― ¿Ya puedo retirarme?― Sofía seguía sin mirarme. Parecía cansada. Con un gesto de su mano, Román le dio la señal y Sofía se retiró, hasta llegar un puesto vació entre dos chicas, donde la saludaron al llegar, una con piel morena y cabello negro hasta el cuello y la otra un poco regordeta y castaña y con la piel un poco sonrosada. ―Bueno. Todos― dijo Román, mirando a todos y alzando la voz para que todos pudieran escucharlo―. Él es Sebastian. Lo encontramos en una cabaña en el bosque a medio congelar, por poco y no la libra― hizo una pausa. Observó la expresión de todos: sorpresa, incredulidad―. Lo trajimos aquí y se pudo recuperar― se rascó su afeitada cabeza―, pero alguien al llegar, trató de asesinarlo― ahora todos tenían horror en su semblante. Todos, excepto Sofía―. Será mejor que el atacante se entregue en menos de cuarenta y ocho horas, o nosotros tomaremos medidas, y el castigo será… el destierro. Por lo que sugiero que el que haya sido el culpable, se haya entregado para entonces― miró de nuevo a todos en la sala. Miré de nuevo toda la sala para ver si el culpable aparecía, pero nadie se levantó. No era tan estúpido como para exponerse en público. ― ¿Nadie? ― dijo de nuevo Román, con extraña y divertida decepción en su voz. Un hombre entró en la sala y se recargó en la pared al lado de la entrada. ―La advertencia está dada. Por último, el chico será instruido en estos días en sus labores. Sin nada más que decir, pueden retirarse a sus labores. Todos se levantaron y comenzaron a salir por las dos únicas salidas. Yo me quedé con Román. ―Sobre mi problema ¿No han sabido nada?― le pregunté. La sola palabra “asesinato” me producía escalofríos. ―Tú no te preocupes. Nosotros nos encargaremos― sonrió, mostrando toda su amarillenta dentadura y me dio una palmada en la espalda. Casi se vaciaba el sala y al final quedamos Román, el extraño tipo y yo. ―Chico, ven conmigo. Necesito que conozcas a Franco― miró al extraño tipo con un traje militar idéntico al de Román. Él aún con su mano sobre mi espalda, me empujó para que caminara y nos dirigimos hacia él. … Luego de ponerme de nuevo mis ropas, Gavriel me lanzó una mirada acusadora. ―Melissa. Acaso no te quedó realmente claro. Tienes prohibido salir de tu habitación― Gavriel mostraba todos los dientes, su voz era amenazadora, como cuchillas de metal incrustándose en mis oídos. ―No fue mi intención. Me estaba volviendo loca. Necesitaba tomar aire― intenté excusarme pero eso avivaba más la furia de Gavriel y de todos los demás. Nilo estaba con ojos vidriosos y me miraban directamente a mí. Su mirada me decía que lo perdonara por haberme metido en problemas, yo solamente le indiqué con mi cabeza que no era su culpa, aunque no sé si haya recibido mi mensaje. Nilo estaba al borde de las lágrimas. ―No tienes ninguna excusa. Además, ¿Qué hace Nilo contigo? ― Gavriel miró al chico pero esto no le devolvió la mirada, él seguía mirándome. No supe que decir. Mi mente no trabajaba tan rápido como para formular una respuesta creíble. Volví a mirar a Nilo y comprendí lo que él iba hacer, se iba a delatar. No podía dejar que eso sucediera. ―Yo lo traje conmigo― le dije a Gavriel, con toda la seguridad que con mi voz pudo proferir. Gavriel entrecerró los ojos y con un siseo dijo: ― ¡Mientes! Todos los demás que se encontraban detrás de él no decían nada. Solamente estaba parado observando atentamente la función. Me entró una sensación de Déjà vu. La misma escena. Yo, en vez de mi padre. Gavriel, en lugar de la señora Hult. Revivir la escena en mi cabeza era demasiado como para soportarlo de nuevo. Solo faltaba el arma y Gavriel en el piso rodeado en un charco de sangre para que se volviera a repetir de nuevo. Estaba perdida. ―Yo fui. Ella no tiene nada que ver. Yo la saqué― Nilo me sacó de mis cavilaciones. Lo había hecho, se había delatado enfrente de todos. ― ¡Nos has expuesto a todos. Eres un imbécil!― gritó Gavriel y le dio una bofetada a Nilo y este simplemente se cubrió la mejilladespués del golpe. ― ¡No te atrevas a tocarlo!― grité corriendo hacia Gavriel. Todas las personas se hicieron hacia atrás, queriendo alejarse de mí. ― ¡Detente. Niña estúpida!― chilló Gavriel. Llegué hasta Nilo y lo primero que hice fue inspeccionarle el rostro. ― ¿Estás bien?― coloqué su rostro entre mis manos. ―Lo siento. Siento haberte metido en problemas― Sus ojos estaban ahogados en lagrimas y poco tiempo después, humedecían mis dedos. Al ver llorar a Nilo, una rabia dentro de mí se fue expandiendo por todo mi cuerpo. Miré con furia a Gavriel. ―Nunca más le vuelvas a poner un dedo encima ¿Me oíste?― mi voz temblaba. No de miedo o terror, sino de odio y aborrecimiento. ―No eres más que una niña estúpida. No sabes nada― las arrugas en el rostro de Gavriel se acentuaban más a cada palabra. Con solo mover su antorcha, unas personas se acercaron cautelosamente hacía nosotros. Pero en un rápido movimiento, tiraron de Nilo de uno de sus brazos, él solo soltó un alarido de dolor y yo me abalancé sobre ellos. ― ¡Suéltenlo!― chillé. Me acercaba a ellos hasta que sentí un duro golpe en la cabeza y sentí tibia mi cabeza y luego mi rostro. Con una mano temblorosa me toqué el rostro y esta se tiñó de un color verdoso. ¡¿Verdoso?! Sin darme cuenta, sentí un golpe detrás de la nuca. Lo último que vi, fue solo una antorcha acercándose.
Pero qué le pasa a Melissa. ¿Verde? Es su sangre, ¿cierto? ¿Pero verde? Pues ahora sí me has dejado de a tres. ¿Por qué verde? ¿Qué tiene? Comienzo a sospechar terriblemente que algo le hicieron los Ángeles, que experimentaron con ella, pues recuerdo que la atraparon y después ella despertó en un lugar lleno de cápsulas líquidas que seguramente los Ángeles tienen para, insisto, experimentar con la gente. Oww, qué cosas, las dudas siguen; se disipan algunas y surgen otras, pero está bien, me enseñan paciencia xD Qué linda escena la de Nilo y Mel nadando como buenos amigos, como hermanos, ay, ¿por qué tuvo que terminar? Te digo que Nilo se está ganando mi corazón y mucho, es tan tierno y alegre a pasar de su condición. Mel tiene razón, es un ejemplo a seguir y estoy en completa concordancia con él; una vez mueres, simplemente dejas de existir, tu conciencia deja de funcionar, simplemente no sabes nada jamás, tan solo te extingues. Y bueno, ufff, Gavriel, no śe qué pensar respecto a él. Fue cruel la manera en la que los trató, pero está cumpliendo con las reglas, es su deber impedir que los enfermos salgan del hospital y bueno... no sé, aquí no me fío de nadie... solo de Nilo xD Sebastián, Sebastián xDDD Le toca tener que adaptarse a un nuevo estilo de vida, con personas diferentes, con situaciones diferentes, aprender a luchas, seguro, para eso el adiestramiento, ¿no? Y aparte le pasa lo que le pasa con Sofía xD Ay, no, qué vergüenza para los dos, con justa razón se moriría del bochorno, hasta yo. Ufff, y ahora las cosas con la chica son más complicadas, ¿eh? Pues ni modo. Hm, sin embargo, ella sigue pareciéndome algo misteriosa y más por la reacción que tuvo cuando Román les dijo a todos que alguien había querido asesinar a Sebastián. ¿Será que ella lo vio? ¿Sabe quién es? ¿O por qué no se sorprendió al oírlo? ¿Por su carácter simplemente? Podría ser, pero mi mente piensa muchas cosas. Te digo, yo aquí, de nadie me fío; el tipo este, Franco, me ha dado mala espina D: Oh, pero Román me ha caído bien xD Ya sabes, me ha gustado mucho el capítulo y pues quiero saber cómo continúa esto, así que ya sabe. Espero la próxima actualización con paciencia y ansias. Te cuidas mucho. Hasta otra.
Capitulo 9 Mientras nos acercábamos a él, una sensación de familiaridad explotó en mi cabeza como el sonido de una alarma contra incendios. El tal tipo, emanaba algo que me resultaba familiar, en la forma en cómo cruza los brazos sobre el pecho, en cómo está recargado en la pared con una pierna cruzada sobre la otra, definitivamente, tenía algo. ―Chico―dijo señalando al hombre curtido en el mismo tipo de traje militar que Román también vestía―. Este es Franco. El hombre de nombre Franco vestía además del traje, una máscara completamente negra que le cubría todo el rostro, solamente tenía cuatro orificios: dos para los ojos, uno que le cubría completamente la nariz pero solo le dejaba un orificio; donde estaban las fosas nasales y el último para la boca. Incluso, detrás de esa máscara, su mirada era muy penetrante. Al final de que Román terminara con las presentaciones, yo estiré la mano para saludar a Franco, pero él, no dejaba de mirarme directo al rostro. ― ¿Como se llama el chico?― preguntó con sorna y sin dejar de mirarme. ―Sebastian― le respondió Román por mí y me alegré por eso, su mirada había producido una especie de hechizo en mí; se hizo un nudo en mi garganta. Al momento de escuchar mi nombre, Franco miró el piso y escupió y retornó su mirada hacia mí―. Vamos hombre, no seas tan duro con el chico, apenas acaba de llegar y por poco y lo asesinan― dijo Román y le dio una palmada en el brazo a Franco, este no dejaba de mirarme―. Necesito que lo entrenes con los demás. Miré a Román, sostenerle la mirada a Franco me producía escalofríos pero esa sensación de familiaridad en aquella desdeñosa mirada no paraba de atormentarme la cabeza. Aún podía sentir la mirada de Franco taladrándome. Román me miró y dejo ver la mitad de sus amarillos dientes. ―Hijo. Estás en buenas manos, Franco es el mejor para entrenarte, además de que es el único― rió sarcásticamente. No quería estar junto a Franco, algo en mi cerebro me advertía que me alejara lo más posible de él, y por esta vez, era la primera vez que era algo sensato; lo iba hacer. ― ¿Es el único? ¿No hay nadie más que él?― aunque mi voz no reflejaba sorpresa y nerviosismo, por dentro todo eso me inundaba. ― ¿Algún problema?― dijo Franco amenazadoramente. Por idiota, lo volví a mirar y sus ojos negros como el carbón parecían mirar dentro de mi cerebro y saber qué es lo que estaba pensando. ―No… ninguno― la respuesta-pregunta de Franco me agarró por sorpresa por lo que mi voz, no pudo evitar tartamudear. Román soltó una risotada como respuesta, el eco en el lugar fue demasiado fuerte. ―Tranquilo hijo, Franco solo te está tomando el pelo― Román volvió a palmear mi espalda con más fuerza de la debida; casi choco con Franco. Mis brazos estaban apoyados en la pared y en medio de ellos estaba Franco, aún con su mirada fría y penetrante; inmediatamente volví a mi lugar, al lado de Román, él solamente, no paraba de reírse. Por un momento, en los ojos de Franco percibí un poco de ¿Pena? ¿Nostalgia? Pero al segundo volvió a como estaba, con esos ojos al parecer llenos de ira y resentimiento. ―No le encuentro ninguna gracia― dijo Franco con tono irritado y despectivo y miró a Román. ―Ya, ya. Tranquilo Franco. Solamente estoy tratando de divertirme un poco― dijo y al final Román alzó ambas manos en defensa―. Bueno, es hora de retirarnos a nuestras tareas. Ven conmigo chico, te llevaré a donde haya falta de personal― se rascó su afeitada cabeza. Yo solamente lo miré y asentí. ― ¿Adonde iremos?― pregunté, evitando volver a mirar a Franco. El solo contacto visual me ponía los vellos de punta. ―Aún no lo sé― soltó una pequeña risitay comenzó a caminar a la otra entrada situada enfrente de donde entramos y donde ahora esta recargado Franco a un costado― ¡Espera! ― Con un chasquido de dedos y se detuvo, después, se digo un pequeño golpe en la calva― Mañana comienza tu entrenamiento con Franco ¿No es así? ― miró a Franco y este solo asintió y volvió a escupir en el piso. Román volvió a mirarme y me dio un golpe en el pecho― Prepárate. Que mañana comenzará la diversión― dijo divertido y me guiñó un ojo. Con un semblante sereno por fuera pero con nerviosidad por dentro, asentí. No me daba un buen presentimiento estar con Franco. Tanto la familiaridad y el mal presentimiento luchaban en mi cabeza que ya no sabía cuál era cuál. Caminé al lado de Román; mirando al frente. No quería voltear, no quería verlo aún mirándome pero mi estupidez le ganó a mi sentido común, así que miré. Él ya no estaba allí, recargado en la pared. Se había esfumado como humo entra las manos. Volví la mirada al frente y Román seguía parloteando pero yo ni siquiera lo escuchaba. Algo tenía Franco, algo que accionó ese recuerdo de algo familiar en mi cabeza. Su mirada estaba ya tatuada en mis ojos, y a pesar de que él ya se había ido, aún podía sentirla en mi nuca. ¿Quién estará detrás de la máscara? ¿Por qué utilizará una máscara? ¿Qué esconde? Esas y muchas otras preguntas retumbaron en mi cabeza como el sonido de bolas de villar al chocar, no podía poner atención solamente a una; todas pedían respuesta al mismo tiempo y se las daría, a su momento. Había una cosa que no iba a poder olvidar, quitando su personalidad, esa máscara y ese sentimiento de familiaridad, eran esos ojos. Caminamos por varios conductos, este lugar era un enorme laberinto de cuevas y corredores, fácilmente alguien se podría perder, alguien que no ha estado aquí antes y ese alguien; era yo. Era la primera vez que caminaba libremente, bueno, acompañado con alguien que sabía muy bien el camino por este lugar. ―Bueno, creo que será mejor que antes de que te asigne tu trabajo, te daré un pequeño recorrido por las instalaciones― Román seguía a mi lado y giramos por un conducto. ― ¿Instalaciones?― pregunté, con ligera diversión en mi voz. ―Me gusta llamarlo así, suena más imponente ¿No crees?― dijo y me miró, yo lo miré de vuelta y vi que tenía una ceja alzada y una ligera sonrisa se formó en sus labios. Reí un poco al escuchar a Román decir “más imponente”. Los conductos se iban oscureciendo más y más conforme nos adentrábamos en ellos. Sin darme cuenta, Román extrajo de uno de sus bolsillos una pequeña y regordeta varilla, la agarró con ambas manos y la quebró por la mitad, en unos segundos, una luz fosforescente y de color anaranjado emanó de la varilla. ¡Luz Química! Pensé. Seguimos caminando. Estos pacillos parecían interminables. ―Desgraciadamente no contamos con los recursos necesarios para iluminar todo el lugar con electricidad, aunque tenemos nuestro almacén abastecido de pilas y estás varitas que brillan, tenemos que administrarlas, por eso tenemos a personas dedicadas a transportar a los demás por estos lugares, no logras ver nada, la oscuridad se vuelve total, solamente ellos y los que manejan esté lugar, entre ellos yo, podemos portar varitas y pilas, pero desgraciadamente no a nuestro antojo, nos limitan a cargar tres varitas y cinco pilas, mientras que los encargados de guiar, portan alrededor de diez varitas y veinte pilas en caso de cualquier emergencia; ellos tienen que estar todo el día y mayor parte de la noche rondando estos lugares, nadie después de la hora indicada para irse a dormir, debe estar por estos lugares. “Por cierto, te explicare las reglas básicas de este lugar― se aclaró la garganta y luego prosiguió.” “Numeró uno. La jornada empieza a las seis en punto, si lo sé, somos madrugadores y la jornada termina a media noche; tú solo guíate de los demás si quieres saber la hora del desayuno, almuerzo y cena.” “Dos. Está prohibido portar cualquier objeto que amenace la seguridad de este recinto― hizo énfasis en cualquier objeto.” “Tres, está estrictamente prohibido entrar al almacén, solamente el personal autorizado puede acceder a ella; todo está debidamente administrado, sabemos cuánto hay y cuanto quedó, por si quieres pasarte de listo.” “Cuatro, queda estrictamente prohibido agredir a otra persona en horarios externos al entrenamiento, solamente ahí, podrás desahogarte, si sabes a lo que me refiero― al final de decir eso, me miró y me guiñó un ojo con aire divertido.” “Cinco y está ya la sabes, no puedes atentar con la vida de otra persona de este lugar, se castiga con el destierro.” “Y… creo que ya son todas― dijo pensativo―. No soy muy bueno recordado estás cosas. La edad ya me está pesando― rió, sarcástico― ¿Alguna pregunta?” Aunque no quería tocar el tema, tenía que hacerlo. ― ¿Cómo va con… lo de mi asunto? ―dije, un poco incomodo. Era, o más bien, es raro hablar de mi intento de asesinato, por eso traté de cambiar al final la palabra por otra más… ¿Suave? Esperé que Román haya notado mi indirecta. ― ¿Tu tema?― se quedó dubitativo por un momento pero al final para mi alegría, captó el mensaje― ¡Ah! Con tu asesinato― respondió, chasqueando la lengua. Al oír esa palabra, mi corazón dio un vuelco y la incomodidad regresó. ―Emmm… Si, con eso. ―Pues desde que estabas en ese tipo de coma, estuvimos investigando pero para serte sincero, aún no tenemos nada. Ni una sola pista. Es muy listo el cabrón que quiso asfixiarte. Por suerte, una mujer que tiene el cargo de enfermera entró en el acto y con el radió que portaba logró avisarnos, pero por desgracia, el tipo consiguió salir ileso, se esfumó. No tenemos idea de quién es. ―Mmm…― no dije nada al respecto, sinceramente no sabía que responder a ello. ―Tú no te preocupes. Tengo a un grupo encargándose de eso y redoblamos la seguridad en la noche― seguimos caminando, parecía que aún no llegábamos. El recuerdo de sentir una almohada en la cara obstruyendo mi nariz me atacó la mente y me quedé pasmado. Todo empezaba a volver, como pequeños relámpagos en la oscuridad. Román, al notar que no lo seguía, se detuvo y miró atrás, dirigió la varita hacia mí, su rostro se veía fantasmagórico a la luz de la varita. ― ¿Que te sucede? ¿Tenemos mucho camino que recorrer? Y estas cosas no duran para siempre― sacudió la varita y comenzaron a formarse sombras en las paredes. Tenía razón, su intensidad había disminuido. ―Acabo de recordar algo― lo miré a través de la luz fosforescente. Podía ver las manchas en su piel. ― ¿Qué? ―Una voz― no tenía pensado decirle exactamente que me había dicho, pensaba mantenerlo en secreto por el momento―. Era más con un susurró― cerré los ojos tratando de recordar―, era áspera, ronca― abrí los ojos y Román me miraba con sorpresa, pude percibirlo entre la débil luz de la varita. ―Continua― su voz sonaba más sería; se acercó a mí con la varita en mi dirección. ―Había un olor a colonia, muy penetrante y a tabaco, su aliento emanaba fuertemente el aroma a tabaco, eso lo recuerdo muy bien― miré a Román. Él puso la mano izquierda, que estaba desocupada, sobre mi hombro. ―Dime todo lo que recuerdes. Será de gran ayuda, no te guardes ningún detalle. Ya me había guardado el que para mí era él más importante y no sabía porque, pero era el más crucial en todo esto: él me conocía, pero yo a él no. Rápidamente proseguí. ―También un olor a piel; unos guantes, tenía unos guantes puestos. Aún puedo sentir su tacto por mi rostro― a la mención de eso, un escalofrío me recorrió la espalda―; eran de piel, sus guantes, escuche el sonido que hacían al flexionarse. ―Muy bien hijo ¿Algo más? “Eres igual a ella”, “Adiós Sebastian” Yo negué con la cabeza. ―Es todo― dije, y la luz de la varita se fue apagando hasta que la completa oscuridad nos envolvió a los dos. … El intenso dolor en la cabeza era demasiado insoportable como para quedarme en la negrura de la inconsciencia por más tiempo. Toda mi cabeza daba vueltas pero la parte izquierda, cerca del crecimiento del cabello era donde las punzadas eran más dolorosas. ¿Quién me había golpeado o más bien, qué me arrojaron? ¿Quién me había golpeado en la nuca? Pero lo más extraño de todo ¿Por qué mi sangre era de tono verdoso en vez de color rojizo? ¿Acaso lo que tenía me estaba afectando completamente todo? ¿Hasta mi sangre? Al parecer los síntomas iban y venían a su antojo, se comportaba de manera extraña, como sí la “enfermedad” tenía tuviera conciencia propia y decidiera manifestarse cuando ella lo decidiera. Estaba sacando conclusiones precipitadas. Tenía que haber una explicación lógica para todo lo que me estaba sucediendo. Gavriel tenía que saber algo, tener tan solo una hipótesis. ¡Gavriel!... ¡Nilo! ¿Qué había pasado con Nilo? ¿Qué le habían hecho? ¿Qué le había hecho Gavriel? Esas preguntas tuvieron más peso y más prioridad que todo lo demás. En mi cabeza solo cabía algo, solo una preocupación: Nilo. Borré de mi cerebro por el momento todo lo anterior y me concentré solamente en Nilo. La imagen de su pequeño rostro invadió mis parpados y se quedó impreso en ellos; la forma en que su semblante se derrumbó al confesar toda la verdad y la rabia me inundó cuando Gavriel se atrevió a golpearlo en el rostro. Se me formó un nudo en el estomago cuando descubrí que sus ojos estaban llorosos y al final sus lágrimas cubrieron y humedecieron mis manos. En estos momentos quería gritarle a alguien, a quien sea, necesitaba sacar este sentimiento de impotencia; me hubiera gustado regresarle el golpe a Gavriel con la misma o con el triple de intensidad. Nilo solo es un niño y está a punto de morir… ¿No puede tener un poco de compasión? ¿Un poco de consideración? ¡Solamente le quedan unos meses de vida! Estallé por dentro y necesitaba estallar por fuera, gritarle a la almohada o pegar a la pared. Tenía que despertar y cuando lo hiciera, el primero en pagar, sería Gavriel. Sentí que tardé milenios en despertar, pero sé que solo quedé en la inconsciencia por unos minutos o por si acaso, media hora, pero lo dudo. Al abrir mis ojos, lo primero que miré fue el techo; no era el de mi habitación. Parpadee varias veces antes de observar toda la habitación, mis ojos tenían que acostumbrarse a la luz del entorno, que era más o menos tenue, presentí que todavía era de noche. El dolor era aún penetrante y traté de tocar mi cabeza pero algo me detuvo, mis brazos parecían estar atados. En reacción miré y a causa del brusco movimiento, mi cabeza dio una intensa punzada de dolor; solamente solté un quejido. Mi respiración comenzó a intensificarse gradualmente hasta que pude sentir los latidos de mi corazón en mis oídos. Sabía que no podía hacer nada, el dolor en mi cabeza no cesaba y además no dejaba moverme con facilidad, el solo movimiento de mis ojos me producía un pequeño dolor. Entonces, sin mirar, moví ambos brazos en todas direcciones; tenía algo puesto. Mis brazos estaban cruzados sobre mi torso. Moví mis piernas y para mi alivio, estaban libres de ataduras. ¿Qué era lo que me habían puesto? Al moverme más y más algo se incrustó en mi espalda. Eran varios y recorrían toda mi espalda, tenían una forma rectangular; había unas sobre mis omóplatos y seguían bajando hasta la parte baja de mi espalda. ¡Tiene que ser una broma! ¿Acaso me habían puesto una especie de camisa de fuerza? Ya no podía haber algo más humillante que esto o… mejor cierro la boca. Solté un pequeño suspiro, relajándome y evitando que la desesperación tome control sobre mí por tener los brazos indispuestos. Respiré varias veces. Tenía que hacer algo, pero, ¿Qué? Lentamente, traté de incorporarme; demasiado lento pero aún así, el dolor en mi cabeza aumentaba al esforzarme. Apreté los dientes en reacción al dolor y un quejido escapó de mi boca, pero por fin, había conseguido levantarme. Me quedé sentada en lo que parecía ser una cama y observé bien el entorno bajo la tenue luz de una lámpara. Estaba en el consultorio. ¿Qué hago aquí? Las estanterías y los anaqueles estaban en el mismo lugar desde que vi esta habitación por primera vez. Todos los artilugios médicos acomodados en su lugar. El escritorio con papeles perfectamente acomodados. El mismo lugar donde desperté, desde que me desmayé al venir hacia acá, con un tipo como guía ¿Cómo se llamaba? ¿Manuel? Creo que sí. Mi mirada fue directamente hacia el mismo espejo, en el mismo lugar. Tenía que llegar hasta allí, de nuevo, y verme al espejo… de nuevo. Coloqué mis pies sobre el piso; estaba descalza. Al contacto con el suelo, un espasmo me recorrió de los pies a la cabeza y como consecuencia, temblé un poco. Me levanté, y el rechinido que la cama reprodujo explotó en la habitación; sonó más potente gracias al extremoso silencio que había. Espero que nadie haya escuchado. Con paso lento y con la cabeza aún punzando, me dirigí hacia el espejo. Tenía que mirar cómo había quedado mi rostro después del golpe. Quería ver la costra de sangre que se había coagulado cerca del crecimiento del cabello. Pero sobre todo, quería asegurarme de que fuera roja y no verde. Rojo como el carmín, rojo como el color de una manzana y no ese color verdoso brillante, más oscuro que el color de las hojas de un arbusto, eucalipto o una espinaca. Esta vez no cerré mis ojos, no tenía el porqué o ¿Si? Ahora me urgía saber que mi sangre era roja, como la de una persona normal, como la de una persona sana. Inmediatamente dirigí mi mirada hacia mi frente, al contorno del crecimiento del cabello. Allí estaba, la sangre coagulada, ahora una costra, pero con esta débil intensidad de luz, no podía precisar bien de qué color era. Caminé, buscando un interruptor, un botón o algo que aumentara la intensidad de la luz, tantee la pared con mi costado hasta que sentí algo, ¿Un apagador, quizá? Lo presioné. La luz incrementó. El cambió de energía me cegó por unos momentos por lo que entrecerré los ojos; la luz dolía y mis ojos empezaron a llorar. Todavía con el costado pegado a la pared me arrastre hasta que choqué con el lavamanos. El espejo estaba encima. Me coloqué enfrente; parpadee varias veces hasta limpiar mis ojos por las lágrimas y al final apreté mis ojos y los abrí. En efecto, había una costra que llegaba casi a mi ojo izquierdo, cubría parte de mi ceja. Me fijé en su color; oscura pero aún así podía distinguir perfectamente su color. Rojo. ¡Rojo! Casi grito de alegría, hasta saltos daría pero sería demasiado extremista. Aparte, mi cabeza aún era un desastre. Mis ojos observaron toda mi cara, desde la costra ¡roja! Mi cabello, por desgracia, corto. Mi piel, aún normal. Mis ojos, miel todavía. Hasta que llegué hasta mis brazos que en efecto, estaban escondidos tras una enorme camisa que me envolvía todo el torso; estaba mugrosa y amarillenta, al parecer era un poco vieja o nunca habían tenido la necesidad de utilizarla hasta este momento. No dejo de mirarme el rostro hasta que oigo el eco de unos pasos acercándose. El corazón da un salto en mi pecho y el dolor en mi cabeza aumenta. No sé qué hacer ¿Apagar la luz y fingir estar inconsciente de nuevo? ¿Esperar hasta que abran la puerta y escapar? ¿Escapar a donde? Este lugar no tiene salida, era una prisión. Tenía que apurarme a escoger por el momento, alguna de esas dos opciones. Sopesando ambas, con la segunda no tenía oportunidad de nada y con la primera, no sabía que me pasaría, pero tenía que escoger una pero ya. El sonido de los zapatos sobre el piso fue incrementando. Se dirigía hacía aquí y lo más probable es que fuera Gavriel. Había escogido una. No me importaba que consecuencias se produjeran. Solo tenía una oportunidad. Caminé directo al apagador, por última vez, miré la habitación; al lado del apagador estaba la puerta, solo tenía que esperar a que se abriera. Con un golpe de mi costado pulsé el apagador y la habitación se oscureció por completo. No veía anda; utilicé demasiada fuerza para presionarlo que había causado que la luz desapareciera por completo. Tenía menos chance, tenía que estar a las vivas. Esperé. La puerta se abrió y caminé deprisa hacia la salida y empujé al sujeto. ― ¡Pero qué demonios!― protestó y solamente oí como cayó al suelo― ¡Se escapa!― gritó el sujeto con todas sus fuerzas, alarmando a todos. No era Gavriel. No me importaba quien era. Tenía que salir. Una alarma en mi cabeza resonó. Algo se me olvidaba. ¡Nilo! No podía dejar a Nilo. Tenía que subir. Necesitaba verlo y saber que estaba bien. Corriendo y con la cabeza dándome vueltas por el dolor circulé por los pasillos en busca de las escaleras. El tap, tap, tap, de varios pares de zapatos corrían detrás de mí. Había una cosa que lamentaba: No sabía el camino. “Gracias Nilo por dar vueltas por este lugar. Ahora no sé por dónde ir” pensé de manera sarcástica y me adentré en los pasillos. … Supuse que Román sacaría otra varita, la iba a tronar por la mitad, la sacudiría y al final, otra vez la luz nos iluminaría. Pero no sucedió nada. ― ¿Román?― dije hacia la oscuridad. ―Aquí estoy chico. Solo que no encuentro las porquerías que brillan ¿Acaso te da miedo la oscuridad?― dijo en tono divertido y escuché como se esculcaba los bolsillos. ―No. Solamente me preguntaba por qué no habías sacado otra de esas cosas. ―Recuerdo haber tomado las tres, pero no estoy seguro. Te digo que la edad ya me está empezando a afectar― soltó una risita nerviosa. ― ¿Entonces qué hacemos? ― le pregunté con tono incómodo. Después de lo que me pasó, sentía una pisca de incomodidad estar a solas y más si estaba en la oscuridad. Bueno, al menos estaba con alguien; no tengo por qué preocuparme ¿O sí? ―Déjame pensar― murmuró y pude oír un ligero “mmm”. Posteriormente, después de unos segundos, continuó―. Tendré que volver al almacén por otras. Espera aquí chico, no tardo. ― ¿No sería mejor que fuera contigo? ― ¿Tienes miedo? ― soltó una fuerte carcajada ― Es mejor que te quedes aquí chico, puede ser que pasé un vigilante y si eso pasa, diles que eres el nuevo y que yo Román, fui por otras de esas cosas luminosas ¿Entendido? ― al final, escuché los pasos de Román alejarse. No era miedo a la oscuridad y menos a quedarme solo pero, por lo que me pasó, algo había cambiado en mí, no sabría explicarlo pero era algo y no quería averiguarlo. Pensé que el único miedo era perder a mi hermana, pero aún creo que sigue viva, algo en mi cerebro no deja de creer que ella aún vive y está esperando a que vaya por ella, por lo que tengo que ser precavido, no tengo que dejar que me maten, no tengo que morir hasta que la haya visto sano y salvo. ¿Podré? Mientras pensaba en todo eso, me acerqué a una pared y me recargué en ella. Tenía la esperanza de que Román no se tardara, que en cuando menos lo espere, otra luz fosforescente aparecerá iluminando las paredes del conducto y con ella a Román o por lo menos que uno de los “Vigilantes” apareciera por el otro extremo, cual quiera de los dos, me tranquilizaría un poco. Me deslicé por la pared, sintiendo la erosión de la piedra, arañando mi playera hasta llegar al suelo; me quedé sentado. Este poco tiempo (y espero que sea realmente poco) en la oscuridad y completamente en silencio, me detuve a pensar, a preguntarme en donde estaría Melissa ¿Dónde estás? ¿Qué estás haciendo? Lo más seguro es que te estuvieras defendiendo como pudieras. ¿Qué te están haciendo esas cosas Mel? Espero que nada… aún. ¿No me abandones? Todavía no. Espera un poco, iré por ti. Me alegré solo por este momento de que todo estuviera oscuro y no hubiera nadie a mí alrededor. Era muy vergonzoso para mídemostrar algún sentimiento de debilidad. Melissa provocaba que alguna fibra, una pieza muy importante de mis emociones se quebrara dentro de mí y ella tenía conocimiento de ello; pero aún con ella, trataba de evitar que no me viera de esta manera: dubitativo, nada seguro de mi mismo. Que pensara que no era lo suficientemente fuerte como para protegerla de todo, pero creo a pesar de que por lo sucedido hasta hoy, ya no tenía idea de lo que podría pensar Melissa. Sabía que la había decepcionado, e incluso, hasta nuestros padres, pero lo importante, era ella. Quería creer que ella aún estuviera esperándome, incluso bajo las “manos” de esas cosas, quería creerlo con todas mis fuerzas, pero eso sí, un sentimiento constante en mi cabeza me decía que ella todavía seguía con vida, no sé cómo, pero lo sabía muy bien. Entre todos estos pensamientos que nunca había tenido la oportunidad de explorar jamás en la vida, me permití llorar. Lloré por mi estupidez, por lo idiota que fui al abandonar a mi hermana, llorar por dejar que se la llevaran sin haber luchado. Rodee mis piernas con los brazos y enterré el rostro en las rodillas. Hasta hartarme deje de llorar, reprendiéndome por todo lo estúpido que había hecho. Me limpié el rostro con el dorso de mis manos. Tenía que desahogarme, y aunque hubiera sido en estas circunstancias que para mí, fueron más o menos favorables, en el sentido de esta soledad momentánea y poder explayarme sin que nadie me viera, era perfecto. No iba a permitir que alguien me viera de esta manera y menos Melissa. Tenía que mantenerme fuerte por ambos, sin importar que ella fuera la mayor. No es que fuera machista o alguna de esas estupideces, solamente, sentía que poseía esa responsabilidad desde que nuestros padres se habían ido, tal vez estaba mal, no lo sabía, pero eso a mí, no tenía porque importarme, yo tenía que protegerla, incluso de mí, pero no así; tenía que enmendar todos los errores que había cometido. Estaba obligado a sacarla de donde estuviera presa, ponerla a salvo; era lo que necesitaba para poder estar tranquilo. Respiré hondo Tenía que hacer un plan para poder ir por ella en cuanto tuviera la oportunidad y tenía que ser lo más pronto posible. Entre tanta confesión y pensamientos personales, una luz fosforescente de color amarillo en el otro extremo del conducto apareció. Borré cualquier indició de lagrimas y pesar de mi rostro, cambiándolo completamente; poniendo una máscara inquebrantable, o eso quiero creer, de seriedad y serenidad. Me levanté de mi lugar y entrecerré los ojos para poder bien quién era. ― ¿Hola?― me atrevía a preguntar, pero con un tono neutral, bajo todo lo que acababa de desahogar. La luz se detuvo. No hubo respuesta. ― Soy el recién llegado― dije diciendo más o menos lo mismo que Román me había dicho― Román, fue por otras varas luminosas y me pidió que me quedara aquí por si un “Vigilante” pasaba por aquí. El tipo que sostenía la luz fosforescente no se movía y no podía ver exactamente quién era, si era hombre o mujer. Caminé hacia la luz y volví a repetir lo que Román me había dicho. ―Román me pidió que me quedará aquí por si alguien aparecía― dije aumentando el sonido de mi voz por si esa persona no me hubiera escuchado bien. No hubo ninguna respuesta por su parte, pero supuse por la luz, que la persona estaba avanzando hacia mi dirección. Me detuve; dejaría que el viniera hacia a mí. Poco a poco empezó a aumentar su paso hasta que finalmente empezó a correr. Primeramente me resultó bastante extraño que aquel individuo empezara a correr, pero después una alarma de supervivencia se activó en mi cabeza al instante en que el individuo empezó apurar el paso espontáneamente. Mi cuerpo pedía que corriera, que escapara de aquel individuo. Sabía que era algo extraño pero comencé la huida cuando de pronto, la luz desapareció, y solo oí sus rápidos pasos viniendo hacia mí.
¡Qué buen capítulo! En cuanto comencé a leer no pude parar de hacerlo y ni se me hizo tan largo xD Oh, pero es que esa tensión con todo lo que está pasando con Sebastián te deja al borde de la silla. Ya lo había dicho, pero lo repito de nuevo. No me fío de nadie aquí, ¡de nadie! Todos son sospechosos de todo, sobre todo Franco. El hecho de que le ocasione a Sebastián una sensación de familiaridad, no sé cómo interpretarlo, porque de pronto se me antoja que Franco lo conoce, pues esa penetrante mirada con mezcla de ¿nostalgia?, me hace pensar que de algo lo conoce y, hay que recordar que el que quiso asesinarlo también lo conoce, por lo que no sé. Me inclino por el sentido de supervivencia del propio Sebastián, así que espero que se mantenga al margen... aunque con lo que ha pasado en el oscuro pasillo puede que no lo consiga. ¿Quién es? El asesino al fin, seguramente, ¿pero quién es? Oww, el mismo Román me resulta sospechoso con todo eso de las luces y las varitas luminosas que se le olvidaron y tal. Me daría pena porque me ha caído muy bien, pero en serio, no confío en nadie aquí. ¡Corre Sebastián, corre! ¡Corre, Melissa, corre! Interesante que ambos hermanos terminaran en una situación en la que deban huir de alguien; un toque muy bueno a mi parecer; me ha gustado. El momento en el que se despertó y decidió ir a confirmar por sí misma si la sangre que quedó coagulada en su cabeza por la herida era roja o verde fue intenso; estuve en expectación todo el tiempo y al fina ¡fue roja! ¿Pero por qué? En serio lo que sea que le pase actúa por cuenta propia, como si estuviera vivo o supiera cuándo aparecer o cuándo no, ¿pero por qué? Al final sí fue experimentada por los Ángeles, ¿verdad? Y lo que es más, me huele a que ellos la monitorean de alguna forma, pero la pregunta del millón sigue en pie: ¿por qué? ¿Qué quieren saber, qué buscan, qué pasa? Oh, Mel, espero que no te alcancen... aunque viéndolo bien, ¿a dónde piensas ir amarrada con esa camisa de fuerza? Estás medio inmóvil, enferma y en un sitio que no conoces. Nilo, espero que Gavriel no te haya maltratado mucho, porque si es así, lo odiaré como no tiene idea. Interesante continuación, tendré que esperar a ver cómo continúa esto. Me alegra que Sebastián se desahogara un poco, no es malo, muchas veces es necesario y habemos personas que no sabes cómo más descargar nuestros sentimientos que no sea por medio de llanto, así que se vale. Y nada más de mi parte, me despido deseándote bien. Cuídate. Hasta otra.