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    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

    Miembro desde:
    13 Mayo 2014
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    39
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    El Proyecto Eva
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    30692
    Capítulo Dieciséis: "El valor de un milagro"


    “Where have all the good men gone,


    and where are all the gods?

    Where's the street-wise Hercules,

    to fight the rising odds?

    Isn't there a white knight upon a fiery steed?

    Late at night I toss and turn and dream of what I need


    I need a hero!

    I'm holding out for a hero 'til the end of the night,

    He's gotta be strong

    and he's gotta be fast,

    and he's gotta be fresh from the fight.

    I need a hero!

    I'm holding out for a hero 'til the morning light

    He's gotta be sure

    and it's gotta be soon

    and he's gotta be larger than life...”


    Bonnie Tyler

    “I need a hero”


    El viento aúlla furioso, arrojando una gran cantidad de material por los aires. La tierra se resquebraja a cada momento, amenazando con partirse por completo bajo los pies. Una horrible luz ambarina ilumina el lugar de la noche perpetua, anunciando el inevitable final. Un aullido sobrenatural cimbra el suelo. Cientos de vidas son borradas en tan sólo un instante. Y comienza a ponerse peor a cada momento.

    Los lamentos son ahogados por la propia voz de la Tierra, que ruge y se sacude furibunda, resistiendo con todas sus fuerzas al cruento castigo.

    ¿Qué pudieron hacer tus criaturas, Padre mío, para hacerte enfurecer de esta manera? ¿Quién podría sobrevivir a tu cólera?


    Sus rodillas están muy débiles, puede notarlo mientras que sus pies se hunden completamente en la nieve. Ha sido un largo camino, y está muy cansado. Pero si vacila un poco, todo estará perdido. Debía seguir, tenía que continuar hasta que llegara a su objetivo. Fijaba su meta delante de sí, sin pensar en nada más salvo el llegar a tiempo a la tan preciada cápsula de prueba. Oprimía fuertemente el bulto que cargaba contra sí, temiendo que lo fuera a dejar caer. Sus brazos también le pesaban mucho. Un hilillo de sangre le corría libremente desde una arteria reventada a la altura del hombro.

    Y a pesar que apuraba el paso, no conseguía ir más rápido. Su destino seguía igual de lejos, aparentemente. Aquello comenzaba a desesperarle. Apretó los dientes, luchando contra el inclemente viento huracanado y aquellos rugidos infernales que cimbraban el horizonte entero. Podía sentir la onda expansiva a sus espaldas, avanzar vorazmente sin nada que la detuviera. Era el final, no cabía duda.

    Los disparos hacía mucho que se dejaron de oír, pero toda una carga de misiles SCUD rasgó el cielo, yendo directamente al falso sol que se levantaba sobre suelo antártico. Ni siquiera prestó atención al momento que éstos se desintegraron por completo apenas al acariciar la nube incandescente. Era inútil, cualquier cosa que intentaran para detenerlo resultaría inútil. Fue por la soberbia y la codicia de los hombres que se había adelantado el juicio.

    Pero aún así, ¡era muy pronto! ¡Nadie estaba listo! ¡Nadie! Ni siquiera él había podido prever que aquello sucedería. Si hubieran tenido un poco más de tiempo, para prepararse adecuadamente. Quizás entonces su hija podría estar a salvo, en lugar de encontrarse desmayada en sus brazos, con heridas y contusiones graves. Había sido su culpa. No debió haberla traído a ese maldito lugar, para empezar. Pero era necesario. Era necesario que ella supiera, antes de lo inevitable, la razón por la cual su padre las había ignorado a ella y a su madre durante los últimos diez años. La salvación aún se ve tan lejos, admitía, jadeando, sintiendo que las fuerzas le abandonaban.

    Si ella hubiera estado despierta, se hubiera disculpado. Aquello era su culpa, pues no había hecho intento alguno por detenerlo. ¡Maldición, nadie lo hizo! La temperatura. Dios mío, la temperatura está subiendo. Está subiendo, como si estuviéramos en el mismo infierno. La corriente destructora se acerca más y más, faltando tan poco para lograrlo. Un último esfuerzo, una última oportunidad para hacer algo de bien con lo que queda. Cumplir con el deber de padre, vamos, solo un poco más. Si alguien debe de sobrevivir a esto, debe ser ella. Ella lo logrará, ella es fuerte. Lo conseguirá. Tiene toda su vida por delante.

    ¡Por fin había podido alcanzarla! Las llaves del paraíso se encontraban delante de él. Sólo tenía que estirar su brazo para alcanzarlos, y lo habría logrado. Sin embargo... su brazo... lo sentía hecho de plomo... como si alguna fuerza invisible se le estuviera oponiendo. Tenía problemas para sujetar a su hija con un solo brazo. ¡Vamos, vejete, muévete, con un demonio! ¡Puedes hacerlo! ¡Puedes hacerlo!

    Como pudo, se asió de la palanca del mecanismo de activación. Haciendo un esfuerzo descomunal, le dio vuelta, para que la cápsula pudiera abrirse con un sordo silbido. Estaba hecho, lo había logrado. ¡Ella sobreviviría!

    Las cosas empezaban a agitarse. Lo mejor sería darse prisa. Y aún así, depositó a la luz de sus ojos con sumo cuidado en el interior del envase, tal y como si la estuviera arropando en su cama. Comenzaba a recuperar la conciencia. Con desconcierto, y un tremendo dolor punzándole en el pecho, abrió sus ojos al horror en que se había convertido la realidad. Observó el rostro de su padre, cuyas facciones estaban difusas por una espantosa luz que engullía todo a su paso. El fuerte viento lo despojó de su capucha, meciendo inclemente sus cabellos. A modo de despedida, los labios de él se movieron, articulando una frase que jamás le había prodigado: “Te amo”. No obstante, el barullo del fin del mundo se llevó pronto aquellas palabras, impidiendo que llegaran a su destinataria.

    —¿Qué...?— la pregunta de la joven fue interrumpida de súbito por la compuerta que se cerró delante ella, sin contemplaciones.

    Un nuevo temblor, mucho más fuerte que cualquiera de los anteriores lo arrojó al piso que se deshacía. No importaba ya. Lo había logrado. Se había asegurado de que su hija tuviera un futuro, en dado caso que el mundo tuviera uno. Todo lo que pasara después ya no tenía relevancia para él. Misato estaba a salvo. Se aferró con ambos brazos a la cápsula, abarcándola tanto como podía, como si la estuviera abrazando.

    Y fue de esta manera que el Doctor Jozou Katsuragi dejó la vida, luego de que la terrible onda expansiva le diera alcance y lo barriera por completo con una furia despiadada.


    El continente de hielo es destruido por completo, reduciéndolo sólo a un recuerdo, derretido tan fácilmente como una simple paleta helada. Y en el centro de la tragedia, cinco gigantescos pares de alas, difusas, hechas de luz brillante se agitan furiosas, provocando huracanes y marejadas con cada movimiento suyo. Un aullido desgarrador proferido por una poderosa garganta recorre las inmediaciones, para paulatinamente desaparecer y dar paso al lamento de un infante recién nacido, mientras que al mismo tiempo las alas luminosas se repliegan, se encogen y por último se desvanecen, como si nunca hubieran estado allí.


    Todo atestiguado por una joven de quince años. Sus ojos aún se encontraban dilatados, su boca entre abierta, sin aliento, incoherente, luego de presenciar el macabro espectáculo que la dejaría marcada de por vida, tanto moral cómo físicamente. No podía evitar encorvarse, presa del dolor en su pecho. El vendaje de su padre se había deshecho ya, empapado por completo en sangre.

    La compuerta había sido arrancada durante el impacto final, despertándola justo a tiempo para presenciar el Juicio Final. Se sostenía dificultosamente, flotando a la intemperie entre un océano de color rojizo que acababa de ser hecho, presenciando lo inimaginable y sin siquiera poder gritar. Por suerte para su ya golpeada cordura, había terminado pronto.

    Aún no comprendía cabalmente lo que había sucedido. Sólo sabía que estaba herida, que desconocía donde se encontraba y que no había rastros de su padre por lado alguno. Su padre. Fue él quien la había dejado en ese artefacto. Pero, entonces, si él se había quedado afuera, en ese caso... en ese caso... buscó en vano a su alrededor algún otro náufrago como ella. Sólo quedaba una impenetrable oscuridad, un mar color sangre y un profundo silencio aterrador. Ya no le quedaba duda alguna de lo que le pasó a su padre, al hombre que se había sacrificado a sí mismo para salvarla. Desconsolada, sólo unas lágrimas cristalinas rodaron por sus pálidas mejillas. Al parecer tenía la laringe lastimada, pues no podía pronunciar palabra. Sólo llorar, estremeciéndose con su propio llanto.

    ¿Qué le quedaba ahora, en ese mundo devastado?


    Quince años después, Misato Katsuragi no podía evitar rememorar aquellas escenas repletas de muerte y dolor cada vez que se desnudaba, ya fuera para cambiarse de ropa, bañarse o tener relaciones. La cicatriz que recorría el sendero entre sus dos senos hasta el comienzo del ombligo resultaba muy difícil de ignorar.

    Su semblante contraído se reflejó en el espejo, al tiempo que se apuraba a abrochar su sostén para poder ponerse una camiseta cuanto antes.


    Apenas eran las siete de la tarde y ya el sol se había metido. No obstante, el día entero había permanecido nublado, hasta que la lluvia se decidió por aparecer sin previo aviso apenas unos cuantos minutos antes, aunque no los suficientes como para lograr que Shinji y sus amigos evitaran empaparse de pies a cabeza; apenas y si alcanzaron a llegar al departamento para ponerse a resguardo, demasiado tarde.

    Sin embargo, los chiquillos no permitirían que ese pasajero inconveniente les arruinara la tarde tan entretenida que habían tenido en el centro comercial de Tokio 2, a donde habían asistido para ver en el cine una película recién estrenada.

    —¡Qué genial!— farfullaba Toji, secándose en la entrada del departamento, comentando lo más sobresaliente de la película —¡Ese sujeto hizo pedazos ese tanque sólo con sus manos!

    —Pero lo mejor fue esa pelea a karatazos en la cima de la torre— continuó Kensuke, imitando las poses de los personajes —¡Quién iba a pensar que el otro tipo quedaría fulminado por un rayo!

    —Pues yo opino que lo mejor de todo fue esa rubia escultural— pronunció a su vez Kai, poniendo cara de libidinoso cuando rememoraba las señas de dicha actriz —¡Caramba, me pregunto cómo puede desafiar a la gravedad con tanto equipo encima! No es que me queje, claro. Además, no había conocido a alguien que pudiera pasar tanto tiempo en ropa interior.

    —¡Tienes toda la razón!— asintió Suzuhara, levantando el pulgar derecho —¡No puedo esperar a tenerla en disco para mí solito!

    —Así, la bella Julianne me haría compañía durante esas noches taaan solitarias— ultimó Kensuke, dibujando en el aire la preciada silueta femenina con las manos.

    Casi como si lo tuvieran ensayado, los tres acertaron al mismo tiempo en gesto cómplice, sonriéndose maliciosamente los unos a los otros para luego prorrumpir a carcajadas.


    Pese a todo, Ikari no compartía su entusiasmo. Se le había visto parco durante el tiempo que duró su pequeño paseo a la ciudad vecina, y cuando se le pedía su opinión acerca de la cinta lo único que atinaba a decir, como distraído, era “estuvo entretenida”. Y no era precisamente porque las películas de acción clasificación B, con tramas previsibles, muchas explosiones y mujeres semidesnudas no fueran de su agrado. Había algo más, y Rivera sabía muy bien lo que era.

    Shinji estaba distanciado porque a últimas fechas él y Asuka habían comenzado a ser algo más que amigos y aparentemente aún sentía cierta atracción por la alemana. Hasta había sugerido el paseo para levantarle el ánimo y tratar de arreglar las cosas entre ellos, fue por eso que había invitado a Kensuke y a Toji, también por ello escogió una película que no le gustara a la muchacha, para que no decidiera pegárseles, pero aún así todo resultó un tremendo fiasco. El muchacho estaba empecinado en evitarlo a toda costa y no tenía la menor intención de cooperar.

    “Ni modo” se resignó, cuando paseaba la toalla sobre sus cabellos mojados, mirando el semblante mustio de su compañero de cuarto “La lucha se le hizo. Más, ya no puedo hacer.”


    Aquella era una de las pocas ocasiones en las que Toji y su fiel acompañante, Kensuke, visitaban la casa de los Katsuragi. No era muy frecuente el que los invitaran, a pesar de que ya tenían bastante tiempo de conocerlos; quizás era por el lastimero estado en el que casi siempre se encontraba el departamento o por que difícilmente los ocupantes de aquel lugar podrían ser buenos anfitriones.

    De hecho, esa era la primer ocasión en la que visitaban el nuevo domicilio de sus compañeros de escuela, que era el penthouse del edificio. Y a pesar de ocupar la planta alta, no era tan espacioso como se hubiere pensado en un principio. Tan sólo tenía una habitación y un baño más, pero era lo suficiente como para cubrir satisfactoriamente las necesidades de sus nuevos y problemáticos inquilinos.

    Sea como fuere, la presencia de los visitantes no pasó inadvertida, comenzando por Langley, que en cuanto oyó la puerta abrirse se asomó para averiguar quien había llegado. Tampoco ella se encontraba de muy buen humor. Hubiera querido que Kai la invitara a acompañarlo a su visita al centro comercial, pero además de querer ver una película de muy mal gusto, al parecer prefería la compañía de sus tres ridículos amigos que la de ella. Su presencia habría arruinado lo que en otras circunstancias hubiera sido la ocasión perfecta para dar ese último paso que le faltaba dar a su relación. Aquello le molestó durante toda la tarde, y ahora que veía la oportunidad perfecta para desquitarse de esos enclenques no la iba a desperdiciar, comenzando por Ikari.

    —¡Shinji!— reclamó en el acto, apenas sacando la cabeza de su cuarto, pero sin dejar de avispar con la mirada a los muchachos que se estaban secando en el recibidor —¡¿Me puedes decir porqué razón dejaste entrar a estos changos?!

    —Porque allá afuera está cayendo un diluvio, Asuka— respondió con enfado el aludido, arrastrando el tono de su voz, haciendo lo propio para secarse.

    —Además, yo fui el que los invitó— pronunció Rivera, sonriendo en forma socarrona.

    La joven rubia pareció desconcertarse un momento, ante aquella pose de reto que le estaba poniendo el muchacho. ¿Acaso la estaba tanteando? ¿Quería probar sus límites? Por unos cuantos instantes permaneció indecisa. No quería comenzar a pelear, no que ahora todo marchaba tan bien entre los dos. Pero tampoco deseaba mostrar debilidad, pues bien podría aprovecharse de ello. ¿Qué hacer? Al final, optó por la medida que más le acomodaba, aunque no quedaba del todo satisfecha.

    —¡Me da igual quien lo haya hecho!— finalmente contestó, blandiendo el puño en el aire, amenazándolos —Pienso meterme a bañar, y si cualquiera de ustedes se atreve a espiarme, ¡LOS MATARÉ! ¿Quedó claro?

    —¡Cierra el pico, bruja! ¡A nadie le importa lo que hagas o dejes de hacer!— contestó Toji de inmediato. Cuando Kai dejó de hacerlo, había quedado en sus manos la responsabilidad de oponérsele a la muchacha de cualquier forma. Se trataba de una tarea muy arriesgada en numerosas ocasiones, pero alguien tenía que hacerlo.

    La joven dio un hondo resoplido, y sin más, puso punto final al altercado cerrando su cuarto de un portazo.

    —Es extraño que cuando te prohíben algo, te den más ganas de hacerlo— suspiró el enamorado Kensuke, quien también seguía prendido de la autoritaria figura de la muchachita rubia. Resultaba curioso que, aunque fue él el primer enamorado declarado que tuvo la chiquilla, aún antes de llegar a Japón, nunca estuvo formalmente en la carrera por su corazón. De hecho, para la adorable criatura el tímido chico de anteojos era sólo una cara más entre las del montón.

    Ikari y Rivera sostuvieron las miradas por un momento. Ahora podían comprender mejor las palabras y la actitud de su ingenuo amigo. Ellos también no podían dejar de lado aquellos sentimientos que les despertaba su compañera piloto, pese a los inconvenientes que eso les implicaba.


    —¡Vaya recibimiento es este!— prorrumpió en escena Misato, rascándose desenfadadamente la nuca mientras que bostezaba y sostenía a Pen- Pen en sus brazos —¿Se puede saber porqué carajos hacen tanto escándalo, niños?

    Ambos visitantes enrojecieron de inmediato a la sola vista de aquella belleza desfilar ante sus ojos. Podía haber muchas mujeres bonitas en el mundo, pero definitivamente Misato siempre sería su favorita.

    —¡Buenas noches!— entonaron los dos al unísono, haciendo una tímida reverencia con la cabeza —¡Disculpe las molestias que le hayamos podido causar!

    —Ah... este... no sabía que estaban aquí...— dijo por su parte la mujer, también algo apenada por sus modales y su apariencia descuidada, tratando de arreglar su cabello y los pliegues de su minifalda —Descuiden, que no lo dije por ustedes... no es ninguna molestia, al contrario... ay, qué pena, y yo en estas fachas... ¡Kai! ¿Porqué no me dijiste antes que teníamos visita?

    Antes de que el muchacho pudiera contestar, Aida atajó pronto, notando un detalle en la insignia que llevaba la mujer sobre su chaqueta.

    —¡Oh, así que por fin la han ascendido!— pronunció el chiquillo lleno de admiración, sin quitarle la mirada de encima al emblema, para luego rematar con un respetuoso y ceremonial saludo militar —Me alegro mucho por usted, señorita Katsuragi.

    —Eh... muchas gracias... aunque no es para tanto— trastabilló un poco ésta, un tanto apurada y de alguna manera inquieta por el perturbador carácter del chiquillo, queriendo acabar la conversación lo más pronto que pudiera.

    —¿Has dicho que te ascendieron?— preguntaron a la par Shinji y Asuka, quien había salido de su cuarto, queriendo investigar más acerca del asunto.

    —¿Qué no lo habían notado?— les preguntó Kensuke, como si les estuviera reclamando —La insignia de la señorita Misato ya tiene dos rayas más. Eso quiere decir que la han promovido de capitán a mayor. ¿No es así?

    —Sí... tienes toda la razón— asintió Katsuragi, mucho más apurada de llegar a su cuarto que antes, mientras que pensaba: “Este chico hasta da miedo” —Bueno, se quedan en su casa, muchachos. Acabo de llegar del trabajo y estoy exhausta, así que será mejor que me vaya a dormir. Y ustedes también traten de dormir temprano— les indicó a sus pupilos —Recuerden que desde mañana comenzarán las pruebas armónicas, y tal parece que estarán bastante pesadas.

    —Muy bien— asintieron los tres, mientras que la mujer escapaba a la seguridad de su habitación.


    Una vez que se fue, los chiquillos pudieron conversar sin tanta presión ni formalismos de por medio.

    —No me había dado cuenta que Misato había sido ascendida— masculló Ikari, como queriendo disculparse.

    —Aunque no sé cómo quería que nos enteráramos, si ni siquiera ella misma nos lo dice— completó la joven europea, sin querer admitir su descuido.

    —Qué desconsiderado de su parte, ni siquiera la felicitaron— arguyó Toji, cruzándose de brazos y meneando la cabeza en tono reprobatorio, quien a su vez, de no haber sido por sido por la intervención de su amigo, tampoco se hubiera enterado de dicha promoción.

    —Lo que pasa es que tiene otras cosas en mente que un simple ascenso— comentó Rivera, mientras se sentaba en la cocina y comenzaba a servirse un tazón de cereal —En realidad, sus verdaderos objetivos van mucho más allá que una simple carrera militar llena de condecoraciones.

    —Aún así, deberían tenerle más consideración— arguyó Aida, cuando se sentaba en la sala junto con Shinji y Suzuhara —Ella se sacrifica mucho por ustedes, por lo menos deberían ser agradecidos. ¿Tienen idea de lo difícil que debe ser cuidar de un niño, a su edad? Ahora imagínense lo que debe ser tener a cargo a tres...

    Sin notarlo, como siempre, la lengua de Kensuke había resbalado. Para cuando se percató de ello ya era demasiado tarde. La cara que puso Kai, y el gesto distante que le siguió, lo dijeron todo.

    —¡Kensuke!— lo acalló Toji, apenado por la descortesía de su amigo.

    —Katsuragi... Kai... lo siento... yo no quise decir que tú...— intentó disculparse, sin éxito, igualmente avergonzado por no pensar bien las cosas antes de decirlas.

    —No, está bien... tienes toda la razón...— pronunció el muchacho, cabizbajo, sorbeando su cereal preparado con leche —Ella... ha sacrificado muchas cosas por mí... aunque no sé si merezco tanto esfuerzo de su parte...

    El joven Katsuragi ya no dijo una palabra más, sumiéndose en sus propios pensamientos. En ocasiones sí se había puesto a pensar lo complicado que le resultaría a una joven tan atractiva como su madre adoptiva tener que lidiar con un niño a cuestas, y toda la responsabilidad que ello implicaba. Haciendo cuentas, tenía once años viviendo con ella. Eso quería decir que desde los 19 años se había hecho cargo de él. Además de tener que preocuparse por estudiar su carrera, había tenido que conseguir un empleo estable para solventar los gastos de ambos. Eso le dejaba muy poco tiempo libre, para poder divertirse como cualquier otra joven de su edad. Su juventud pasaba desperdiciada por el deber de criar a un chiquillo desamparado. Además, era su culpa que Kaji hubiera terminado con ella, cuando se le veía tan feliz a su lado.

    Sí, Misato se había tomado muchas molestias por tenerlo a su cuidado. ¿Acaso habrá valido la pena? ¿Alguna vez podría pagarle todo lo que había hecho por él? A veces se preguntaba si ella no hubiera sido más feliz sin tener que encargarse ella sola de su educación.


    Apenados, sus amigos lo observaban en silencio, mirando detenidamente su expresión sombría y apartada. Al parecer, aquellas palabras sí le habían calado hondo, prueba de que ya se había puesto a pensar detenidamente en ello con mayor anterioridad. Pero, ¿cómo solucionarlo? Por donde se le viera, lo que dijo Aida tenía mucho de verdad, aunque la forma ni el momento resultaron los adecuados para soltarlo así como así.

    Mortificada por el aspecto que el joven mantenía, Asuka también lo veía, pensando en alguna manera de confortarlo, sin ocurrírsele nada que resultara útil. Paseó la vista por el lugar, para terminar mirando con desdeño a sus supuestos amigos, quienes habían sido los que lo lastimaron de esa manera. Eso se sacaba por juntarse con sujetos de esa calaña, ya se lo había advertido mucho antes. Le preocupaba mucho la clase de gente con la que se rodeaba. Quizás de ahora en adelante la escucharía mejor cuando quisiera darle un consejo.

    —Imbéciles— musitó la jovencita con la vista clavada en ellos, haciéndolos sentir tan bienvenidos como a un virus, para luego dirigirse a su cuarto y ya no salir de él.

    —Creo que lo mejor será irnos, Kensuke— indicó Toji, señalando la puerta con un gesto.

    Y, a pesar de que seguía lloviendo, nadie se opuso a que se fueran, pues resultaba la decisión más sensata en esos momentos.


    A pesar de la tranquilidad absoluta que predominaba en el laboratorio de pruebas, la situación era muy tensa. Para poder ejecutar las mencionadas pruebas de armonización los pilotos requerían completa concentración, y sobre todo de mucho esfuerzo mental. Muchas veces estas situaciones acarreaban consigo una gran carga de estrés, tomando en cuenta, sobre todo, la edad de los pilotos. Aún así, las diferentes pantallas que mostraban los rostros de los infantes no reflejaban molestia alguna en ellos. Aquella expresión serena, de meditación profunda en sus caras no había cambiado un ápice en horas.

    Hasta ahora, sin embargo, todo estaba saliendo a pedir de boca. Ritsuko y su equipo estaban obteniendo datos muy valiosos para su investigación. Enclaustrados en unas réplicas muy semejantes a las de sus cabinas, sumergidos a cierta profundidad dentro de LCL concentrado, los cuatro pilotos demostraron aptitudes y habilidades satisfactorias para una sincronización aceptable con sus Evas. No obstante, era un par de ellos los que desplegaron un avance mayor que el del resto de sus camaradas, detalle que el equipo de investigación científica no quiso pasar por alto.

    —Unidades Cero y 02 acercándose al umbral de la zona de contaminación— anunció Maya, deteniendo el descenso de dichas cápsulas en ese líquido tan rojo y espeso —Han llegado a su límite, doctora.

    —Las Unidades 01 y Z aún mantienen un margen de tolerancia— dijo la mujer con el cabello teñido, revisando las lecturas en una consola —Traten de incrementar la profundidad de ambas a 0.3.

    —La Unidad 01 se aproxima al borde de la zona de contaminación— volvió a indicar su asistente, aunque mucho más sorprendida que la vez anterior.

    —¿Y aún así puede mantener estas lecturas tan altas? ¡Increíble!— el comentario de Akagi casi se escuchó como una muestra de apoyo hacia el piloto. Casi.

    —Su nivel de armonía, y también su radio de sincronización se están acercando bastante a los de Asuka. Me parece que en cualquier día de estos la alcanzará— anunció Maya, comparando datos desde su puesto en el laboratorio.


    Al margen del proceso de investigación, la ahora Mayor Katsuragi se mantenía al tanto de la situación, de pie y con los brazos cruzados en una esquina del lugar. Estaba anormalmente callada, inspeccionando a todo y a todos minuciosamente con la mirada. Tomaba nota, sobre todo, del exagerado entusiasmo que manifestaba la jefa de investigaciones con el avance de sus pilotos. Aquello no era una muestra de alegría por lo que podría significar un gran paso para lograr la victoria sobre el enemigo, eso le quedaba claro. Había algo más oculto en tal actitud de satisfacción. ¿Qué se estaban proponiendo los Altos Mandos esta vez?


    —¿Qué hay de Zeta?— cómo esperaba Misato, el semblante casi orgulloso de la científica se transfiguró en una mueca de desdén al pronunciar aquellas palabras y dirigir la mirada hacia el rostro que se transmitía en el monitor de dicha cápsula. Por donde se le viera, la faz despreocupada de ese muchacho reflejaba que se encontraba aún más tranquilo que sus otros tres compañeros. Aquello, como cualquier otra cosa que no pudiera entender y controlar completamente, desesperaba en demasía a la doctora.

    —La Unidad Zeta aún se encuentra al margen de la zona de contaminación. A este ritmo, puede descender el doble de su profundidad sin mayor dificultad— pronunció Maya, un tanto temerosa por lo que estaba presenciando.

    Se podía percibir otro estado de ánimo en la mayoría de los miembros del equipo, en cuanto a Zeta se trataba. A diferencia de las otras unidades, en las que cualquier progreso que enseñaran era motivo de admiración, cualquier avance del Eva Z era tomado como algo alarmante, pues estos avances siempre eran a pasos gigantescos, inconcebibles, desafiando a toda lógica. Nadie estaba completamente seguro de los verdaderos alcances de la Unidad Zeta, ni de lo que era capaz de hacer, por lo que los empleados de NERV íntimamente relacionados al funcionamiento de los Evas estaban comenzando a transferirle una cualidad sobrenatural, alimentado principalmente por su propio temor a aquello que no alcanzaban a comprender.

    Sin contar la escabrosa habilidad de su joven piloto para, en apariencia, poder controlar el nivel de sincronía con su Eva a su completo antojo. Aunque todavía no se comprobaba, el personal de investigación, y muy particularmente la Doctora Akagi, habían fijado alguna vez en 500% el máximo nivel de sincronización entre el piloto y el Eva Z, hasta el momento; ello superaba la mayor marca registrada por NERV, que estaba fija en un 450%, y esto había acarreado consigo consecuencias fatales. Y ahora, llegaba este niño, quien fácilmente vencía límite tras límite sin mayor problema. ¿Cómo era aquello posible? Ritsuko tenía una o dos teorías, pero sin poder practicársele estudios más profundos al piloto, debido también a su alto puesto dentro de las Naciones Unidas, sus hipótesis sólo quedaban en eso, sin poder llegar a ser hechos comprobados.


    —Es como si fuera un don natural— comentó Maya sin notar la turbación en su superior, así como su mandíbula apretada—¿No lo cree así, doctora?

    —Pareciera que esos dos chicos nacieron para pilotear un Evangelion— acotó otro técnico de menor rango.

    —Pese a que ninguno de los dos jamás lo pidió— intervino la Mayor Katsuragi, emergiendo de su aislamiento autoimpuesto —No deben estar muy contentos con eso.

    —Eso lo sabemos muy bien— le contestó Akagi, mirándola fijamente. ¿Es que acaso la Misato sospechaba algo? —Por lo menos con Shinji. Pero, ¿qué tal Kai? Estoy segura que haría cualquier cosa que le pidieras. Todo, con tal de verte complacida.

    —¿Qué está tratando de insinuar, Doctora Akagi?— Misato atisbó el tono hiriente en aquellas palabras.

    Los demás técnicos y oficiales que se encontraban en la sala se miraron de reojo los unos a los otros sin decir cosa alguna, nerviosos. Una vez más, se encontraban atrapados en una de las disputas que sostenían constantemente la Jefa del Departamento de Investigación Científica y la Jefa del Departamento de Tácticas y Estrategias, pese a ser tan buenas amigas. La atmósfera se ponía mucho más tensa en esas acaloradas discusiones. A decir verdad, muchos se sorprendían que aquellos desacuerdos nunca hayan terminado en golpes.

    —Nada en particular— continuó la rubia —Sólo me parece muy curioso que al principio de esta etapa del Proyecto, nuestro joven Doctor Rivera se mostraba bastante reacio a tripular un Eva bajo las órdenes de NERV, pero viéndolo ahora parece estar muy bien acomodado en su papel de piloto, ¿qué o quién habrá sido el responsable de tal cambio? Tengo una idea al respecto... no obstante, todavía puede darse el lujo de ser selectivo con los deberes que tiene que cumplir, como por ejemplo, practicarle una serie de estudios mucho más profundos que lo habitual.

    —Pese a lo que crea, Kai tiene sus propias razones para estar dentro del Proyecto Eva, y sólo él es quien decide el rumbo de su camino, así como el cumplimiento de sus obligaciones como piloto. Y la última vez que revisé, servir como un maldito conejillo de indias no es uno de ellos.

    Las cosas estaban mucho más agresivas de lo habitual. Quien sabe hasta donde irían a parar, de no ser por la oportuna intervención de la persona que era el origen de la acalorada discusión.

    —Oigan, ¿ya mero acabamos? ¡Hace hambre!— pronunció el muchacho a través de la pantalla, sin bajar un ápice su porcentaje de armonización —Quiero ir a echarme unos tacos...

    —¡Aún no!— respondieron las dos mujeres al unísono, irritadas por su interrupción, además del tono insolente que empleaba —¡Aún hacen falta más pruebas!— completó Akagi, sin reparar en los datos que le llegaban en su consola.

    —¿Más pruebas?— preguntó desanimado el chiquillo —¿Qué más falta por probar? ¿La armonización? ¡Prueba esto, entonces!

    Con un solo gesto del niño, el contador del nivel de armonía bajó unos cuantos puntos, quedando apenas en el límite de contaminación mental, para entonces repuntar y rebasar por tres puntos su registro anterior, sólo para volver a reducirlo y entonces aumentarlo de nuevo abruptamente. La bravuconada se repitió por unas tres veces más, ante los rostros estupefactos del personal presente, quienes no daban crédito a lo que veían.

    —¡¿Quieres dejar de hacer eso, chiquillo del infierno?!— reclamó Ritsuko —¡Arruinarás los instrumentos!


    Hasta muy entrada la tarde fue que concluyeron las dichosas pruebas, no sin antes sortear numerosos inconvenientes como aquél. Fue agotador, pero finalmente, poco antes de las ocho, el personal había terminado de recabar información y los pilotos ya podían marcharse a descansar. Se suscitó un altercado entre Asuka y Shinji cuando éste último fue felicitado por gran parte del personal de investigación, incluida la Doctora Akagi, por sus notables avances; aparentemente, en su línea adoptada tiempo antes de hostigar a Ikari, a la muchachita tampoco le cayó muy en gracia ver amenazado su puesto entre sus compañeros por el tímido Shinji, quien discretamente, sin hacer mayor alarde de ello, se estaba aproximando a sus lecturas. Ello derivó en que tanto la alemana como el chiquillo viajaran por separado al apartamento, una en taxi, el otro a pie.

    No obstante, fue hasta pasadas las diez que Misato y Kai abandonaron los cuarteles. El joven había declinado acompañar a sus camaradas en el trayecto a casa, optando por esperar un rato más a la recién nombrada Mayor Katsuragi, con tal de pasar un tiempo en su compañía. Hacía mucho que los dos no podían conversar a solas, por lo que la plática no se hizo mucho del rogar.

    —¿Y viste la cara que puso Asuka cuando Ritsuko felicitó a Shinji?— preguntaba animado el muchacho, en el asiento del copiloto, mientras jugueteaba con la radio —¡Si hasta le dio una palmada en el hombro!

    —Pobre Shinji— pronunció la mujer, compadeciéndose del chico, pero con la misma expresión risueña de su acompañante, cuando conducía su vehículo por un túnel —Asuka debió comérselo vivo...

    —No creo que haya de qué preocuparse... al parecer, nuestro Shinjito sigue derrapando por Asuka— comentó el chiquillo, aunque en un tono más serio, casi preocupado.

    —¿Cómo lo sabes?

    —Eh... pues sólo lo sé... se le ve en la cara, supongo; además de que sigue sin querer hablarme. Ayer que fuimos a pasear apenas si me dirigió la palabra.

    —Qué raro, y yo que pensaba que estaba más interesado en Rei.

    —Yo también.

    —Y... ¿eso te importa? Digo, el que esté interesado en cualquiera de las dos.

    —No lo sé... es muy difícil... a veces me parece que todavía siento algo por Rei... la veo... y siento un no sé qué... pero luego está... tú sabes, no quedamos en muy buenos términos que digamos... y Asuka... no me imagino a donde voy con ella... digo, es muy bonita, y le gusto y parece que sí quiere, pero... es decir, ¡caray, es Asuka! La misma chiquilla pecosa con la que me agarraba de las greñas cuando era pequeño... además vive con nosotros, va a la misma escuela, al mismo trabajo... no sé si aguantaría verla todo ese tiempo.

    —¡Qué indeciso eres!— dijo divertida Misato, dando una vuelta a la derecha —A ver si luego no te quedas como el perro de las dos tortas, sin una y sin la otra tampoco... aún así, me enorgullece que mi peque se haya convertido en todo un galanazo— continuó en el mismo tono, mientras que alborotaba la melena del muchacho, haciéndolo enrojecer —¡Eres el azote de las muchachitas!

    —Pero todo es gracias a ti— señaló Kai —Por darme siempre mi chocolatote, y por todo lo que me enseñaste...

    —¿Y a qué viene todo eso?— advirtió Katsuragi, mirándolo de reojo al percatarse que otra vez la conversación adquiría un tono serio.

    —Es que he estado pensando mucho últimamente... en todo lo que dejaste para cuidarme todos estos años... y me siento muy apenado... no sé si podré agradecerte todo lo que haces por mí.

    Había mucho remordimiento en aquellas palabras, y así lo advirtió la conductora. El muchacho se encontraba cabizbajo, como si lo hubiera acabado de regañar. Aunque a veces ella pensaba un poco en lo mismo, no pretendía que su protegido cargara con el peso de tal decisión.

    —¿Sabes algo? Siempre que te veo me convenzo que todo eso bien valió la pena, con tal de verte crecer y ver en lo que te has convertido... al sopesar los costos, me doy cuenta que no fue tan duro como muchos creen. Además, ¡eres mi persona favorita! Haría mucho más por ti, si es necesario...

    —Pero... perdiste muchas cosas por mí... Kaji...

    —Kaji es cosa muy aparte, y tú nada tuviste que ver— lo interrumpió de súbito la mujer, apenas había pronunciado aquél nombre —Ya te lo había dicho antes... ¿De dónde es que sacas todas esas ideas tan locas?

    —Bueno, me lo imagino... además mucha gente me lo dice: “¡Qué difícil debió ser para ella, tan joven!” “¿En serio te cuidó todos esos años? ¡Y a esa edad!” Apenas ayer Kensuke...

    —Le prestas mucha atención a lo que dice la gente, nada más cuando quieres— lo volvió a interrumpir, posando su mano sobre su cabeza —Deja que los demás digan misa. Quizás sí hayamos pasado por momentos difíciles, todos estos años, pero aún así yo lo hacía con mucho gusto porque te quiero, y ahora no permitiría que nada te alejara de mí... nada...

    Por unos momentos, ninguno pronunció palabra. El muchacho estaba enternecido, pero también muy apenado. No encontraba el modo de decirle algo para corresponderle, no sin el riesgo de caer en lo absurdo; pero algún día, encontraría el modo de también demostrarle su afecto.

    —¡No se te ocurra ponerte a chillar ó salir con una de tus cursilerías, por que aquí mismo te bajo!— atajó la mujer, retomando el tono de chanza habitual entre los dos.

    —Muy bien, muy bien... que al cabo ya vi que se te andan escurriendo las lágrimas, al rato van a ser los mocos...


    Llegaron, pues, al poco rato a su hogar, bien dispuestos a tomar un buen descanso luego de un día tan agotador. No obstante, la noche apenas comenzaba, como pudieron percatarse apenas al abrir la puerta de su departamento. Una pancarta pintarrajeada con motivos alegres fue la primer cosa que los recibió: “¡MUCHAS FELICIDADES, MISATO-SAN!”

    —¡¿Qué diablos?!— exclamó después Kai, al advertir la presencia de varias personas en su casa. Ó se habían equivocado de apartamento, o se trataba de una fiesta.

    —¿Una fiesta? ¿Y para mí?— pronunció Misato a su vez, llena de admiración cuando Shinji, Asuka, Kensuke y Toji les salían al paso —¡Muchas gracias, chicos! No debieron haberse molestado.

    —De ninguna manera, señorita— contestaron al unísono sus dos grandes admiradores —No fue molestia alguna, ¡felicidades por su ascenso!

    —¿Alguien me puede explicar que está pasando aquí?— demandó Rivera, con expresión aburrida, rayando en el enfado.

    —Ni hablar... hace rato que estos dos llegaron con Shinji y comenzaron a poner la casa de cabeza— respondió la joven europea con la misma expresión en su linda cara.

    —Son cosas de Kensuke— admitió Shinji, risueño, pero a la vez sumamente apenado. No estaba muy convencido de que tanto jolgorio fuera tan buena idea.

    —Sentimos que era nuestro deber, fue por eso que nos pusimos de acuerdo con Ikari— completó Aida, acercándose a donde estaban —Sobre todo por lo de ayer... espero puedas disculparme...

    El muchacho de gafas de veras estaba avergonzado, podía notársele en el rostro. Kai lo observó por algunos momentos, dubitativo, para luego levantar el mentón, olfateando un aroma que provenía de la sala.

    —¿Acaso es una parrillada lo que huelo?— acusó, y después de que Kensuke afirmó con un movimiento de cabeza lo tomó por los hombros y se dirigió de inmediato hacia la fuente de aquel delicioso olor —¡Entonces, chaparro, puedes considerarte perdonado! ¡Ahora, dame de comer!


    Al poco rato, los asistentes ya estaban sentados en torno de una parrilla portátil que habían instalado en medio de la sala, donde comenzaron a degustar el asado que preparaba Aida, quien al parecer poseía amplia experiencia en tales lindes, seguramente por esa afición suya de salir a acampar tan seguido.


    “Pues mientras se pueda beber para la ocasión, por mí no hay ningún problema” pensaba la festejada mientras le daba otro sorbo a su cerveza. Sólo ella y Kai se encontraban bebiendo. “Además, todo esto es gratis. No tuve que pagar ni un quinto por nada”.

    —Eh... con permiso...— pronunciaba tímidamente Hikari mientras pasaba por la puerta que habían dejado abierta, para que el humo no se estancara —Buenas noches...

    Enseñando sus buenos modales, la jovencita de las trenzas esperó en el recibidor hasta que fue invitada a entrar.

    —Pasa, Hikari, no hay cuidado— se levantó Langley para recibirla, admirada de sus atenciones. Era una de las razones por las que simpatizaba tanto con ella —No deberías ser tan educada con estos simios...

    —Mucho gusto, soy Hikari— se dirigió a donde se encontraba sentada Katsuragi, entregándole un ramo de flores como presente —Disculpe la molestia.

    La mujer quedó igualmente maravillada con los modales de la chiquilla. Incluso llegó a sentirse avergonzada por ella misma, pues debió haberse levantado también para invitarla a pasar.

    —Al contrario, mientras más vengan, es mejor— contestó apuradamente sosteniendo el ramo en su regazo —Eh... muchas gracias por las flores...

    —Este... Kai...— le murmuró al muchacho, el cual estaba a lado suyo, una vez que Asuka se llevó a la recién llegada para que se sentaran juntas —¿Tenemos algún florero, o algo que se le parezca?

    Ello demostraba que era muy raro tener ese tipo de ornamentos, tan habituales en cualquier lado, en aquella casa. Misato era una mujer tan descuidada que no tenía la atención como para adornar de esa manera su hogar.

    —Pues... no, que yo sepa— le contestó el jovenzuelo del mismo modo, cuidándose que tanto Hikari como la alemana no los vieran —Supongo que podríamos ponerlas en la jarra donde preparamos la piña colada...

    —Hazlo... ¡pero que nadie se de cuenta para qué es la jarra!— le indicó, pasándole cuidadosamente las flores.


    Mientras tanto, la presencia de Hikari no pasaba desapercibida para los demás muchachos. El primero en hacer un comentario al respecto fue Suzuhara, quien era el más arrojado de los tres.

    —¿Y qué es lo que está haciendo aquí la representante de clase?— se extrañó, temiendo reconocer a la chica como otra cosa que no fuera “la jefa del salón”.

    —La invité yo, por supuesto— intervino de inmediato Langley —Esto iba a estar muy aburrido, con unos burros sin remedio como ustedes... especialmente tú...

    —¡¿Qué estás insinuando, metiche?!— contestó el chico con la misma rapidez. Era obvio que se traían algo, esos tres.


    En cambio, para Shinji, quien no estaba al corriente de los hechos, todo empezaba a resultarle tedioso. Asuka, Toji y Hikari comenzaban a cuchichear sobre algo que no entendía muy bien, Kensuke estaba muy afanado cuidando de que la carne no se le quemara. Cuando iba a la cocina, a Kai se le ocurrió prender el radio. Lo que faltaba.

    No lo admitiría públicamente, pero a Ikari le disgustaba sobremanera todo ese bullicio, lo hacía sentirse incómodo, mucho más si sentía que no encajaba en ninguno de los pequeños grupos que se formaban.

    —¿Te resulta difícil?— le preguntó de súbito la mujer, acercándosele sin que se hubiera dado cuenta —¿Adaptarte a este tipo de situaciones?

    —No estoy muy acostumbrado a estar rodeado de tanta gente— confesó el chiquillo, una vez repuesto de la sorpresa —¿Porqué tienen que hacer tanto escándalo? — pronunció entre dientes, en un tono desdeñoso mientras volteaba hacia sus tres compañeros de escuela, quienes seguían discutiendo —Tu ascenso parece ser motivo de orgullo para otros, pero no parece que lo sea para ti— acotó enseguida el muchacho, afanado en examinar la situación tan rara en la que se encontraba.

    —Tal vez tengas razón... no es que no esté orgullosa de mí misma... sólo ligeramente complacida... como sea, los rangos tampoco son mi mayor preocupación.

    —¿Y entonces? ¿Cuál es la razón de que estés trabajando en NERV?

    La mujer le dio un trago profundo a su segunda lata de cerveza, para entonces soltar un hondo suspiro y responder, un tanto alejada:

    —No me acuerdo muy bien... sucedió hace tanto tiempo que...


    Una nueva serie de llamados a la puerta la interrumpió de sus pensamientos, al mismo tiempo que Langley se apuraba para levantarse y abrir, en medio de expresiones de júbilo, con una expresión radiante y vivaz en su rostro:

    —¡Ese debe ser Kaji, sin duda!

    —¡¿Qué?!— musitó en el acto su anfitriona, sentada en su lugar —¡¿Te atreviste a invitar a ese imbécil?!

    Asuka no atendió al reclamo, tan afanada estaba en recibir a su admiración como se lo merecía. Pese a todo, su algarabía se desvaneció cuando vio entrar al susodicho en compañía de la Doctora Akagi, quien lo tenía agarrado por un brazo. Aquella demostración de súbita familiaridad tampoco pasó desapercibida para la festejada, quien desde su sitio en la mesa los fustigó con la mirada, al igual que la chiquilla de pie.

    —Vine directamente desde el cuartel, y me encontré con Rikko a la salida— señaló el hombre cuando se quitaba los zapatos para entrar al apartamento, al tiempo que Kai, a sus espaldas, cerraba la puerta —Espero que no les moleste que la haya invitado.

    Aquella explicación no sirvió la gran cosa para cambiar la expresión desconfiada que tenían en sus rostros tanta la jovencita como Misato.

    Divertida en sobremanera por la reacción de ambas, Ritsuko no pudo hacer menos que saborear el descontento que estaba provocando, para luego preguntar con tono malicioso, a la vez que recargaba su cabeza sobre el hombro del codiciado sujeto:

    —¿Celosas?

    —¡Claro que no!— señalaron las dos casi al parejo, meneando la cabeza.

    Así que mientras Katsuragi se refugiaba en su cerveza para fingir, asimismo Asuka se apresuraba para tomar al desprevenido Kai de la mano y dirigirse otra vez a la mesa, seguidos por los recién llegados.

    —No había tenido oportunidad de felicitarla por su ascenso, Mayor— Ryoji se condujo con sumo respeto a la festejada mientras tomaba su lugar en la mesa. Hasta sus cumplidos iban llenos de socarronería —Parece que a partir de ahora voy a tener que ser más cortés cuando te dirija la palabra, ya que tengo que tratarte como a un superior.

    —¿Por una vez en tu vida podrías tratar de no comportarte como un idiota?— farfulló la mujer, volteando el rostro hacia otra dirección, un tanto avergonzada.

    Lejos de querer desistir, el mordaz Kaji continuó en sus intentos de hacerle perder piso a la celebrada, tan entretenido se encontraba en tales lindes:

    —Me parece que es la primera vez que tanto el Comandante Ikari como el Subcomandante Fuyutski están fuera de Japón. Eso quiere decir que confían lo suficiente en la Mayor Katsuragi como para confiarle en que cuide de la casa mientras ellos no están.

    —¿Qué quiere decir eso?— interrumpió Shinji, extrañado, como casi siempre.

    —Quiere decir que mientras el barbas de chivo y el abuelo están fuera, Misato es la que está a cargo de todo— le respondió Kai, tomando parte en la conversación —Me parece que se dirigían a una reunión en Alemania con el Consejo de Seguridad, ¿no es así? Qué triste es cuando una persona se rebaja a tener que rogar...— murmuró con aire socarrón, dándole un gran sorbo a su lata de cerveza.

    —¿A qué te refieres?— preguntó por su parte Akagi, con el entrecejo fruncido.

    “Esto no va nada bien” pensó el joven Ikari, apurándose por levantarse e ir a la cocina, buscando un lugar seguro. Era obvio que su compañero de cuarto estaba buscando la confrontación con aquella mujer.

    —Que el comandante aún espera salvar lo que queda de su presupuesto. Seguro que fue a presentarles ese nuevo artilugio en el que están trabajando para los Evas, ¿no?

    —¿Y tú que tanto sabes al respecto?— preguntó sobresaltada la científica, palideciendo.

    —No mucho... me lo suponía, creo, y ahora has sido tú la que ha confirmado mis sospechas— de un trago terminó con el contenido del recipiente en sus manos y continuó, con una mirada divertida —Aún así, no hay gran cosa que puedan hacer... el comité ya comenzó a dar fondos para la construcción de Alfa y Beta... los trabajos empezarán en un par de semanas, mientras reúno a la gente que pueda con el paquete, así que ya no hay marcha atrás...

    —Eso es lo que tú crees— contestó altanera la doctora.


    El jovenzuelo pensaba responderle con una frase igual de retadora, mientras que se hacía de una nueva lata. Sólo que Langley, examinando fríamente la situación y oportuna como nunca, decidió intervenir, arrebatándole el envase cuando pretendía abrirlo.

    —¡No, no y doblemente NO!— reclamó, acusando a su compañero con el dedo índice, moviéndolo de lado a lado —¡Un muchacho tan apuesto y sano como tú no debería estar tomando estas porquerías! ¡No es lo adecuado!

    Rivera estaba tan sorprendido como todos los demás: ¿acaso ella había dicho “apuesto”? ¿Y acaso pretendía decirle qué hacer? ¿Pues quien se estaba creyendo que era esa...?

    —¡Me gusta esa canción! Ven, quiero que me saques a bailar— Asuka no dio tiempo para objeciones ni nada por el estilo, sujetando fuertemente al jovencito por la muñeca y arrastrarlo literalmente hasta la sala, donde había espacio suficiente para hacer lo que pretendía.

    Era una escena bastante curiosa: la muchachita europea, derrochando el entusiasmo y la vivacidad que la caracterizaban, de pie frente a Kai, moviendo su menudo y alegre cuerpo al compás de la estridente música, al tiempo que intentaba enseñarle unos pasos a su atolondrado acompañante, cosa que resultaba bastante difícil, dada la poca disposición de éste y sobre todo la ausencia casi completa de habilidades para el baile.

    En efecto, los vergonzosos intentos del muchacho por seguir el ritmo de la extranjera resultaban muy divertidos para los asistentes a la reunión, riendo entre dientes cuando apreciaban la escena. Parecía que Kai tenía los pies pegados en el piso. Sin embargo, pronto la chiquilla también jaló a la improvisada pista de baile a Hikari y a Toji, quien en un principio también se mostró un poco renuente, pero que al cabo de un rato se encontraba bastante entretenido bailando junto con la jefa del salón. Además, lo alentaba el hecho de saber que lo hacía mejor que Katsuragi. Al fin había encontrado una cosa en la que era mejor que él.

    Como fuere, a escondidas todos admiraban la sagacidad que Langley demostró al cortar de tajo una conversación bastante peligrosa que se enfilaba a una monumental discusión, en la cual muchos de los invitados no tenían nada que ver. Eso habría arruinado por completo la fiesta, sin embargo la ocurrencia de Asuka logró evitarlo sin mayores problemas y aún más, darle nuevos bríos a dicha reunión, que baste decirlo, momentos antes estaba pecando de aburrida y sosa. Ahora, todos estaban sentados en torno a la sala, animando a los bailarines chocando palmas al ritmo de la música. Incluso Shinji, quien hasta hacía poco se había mostrado bastante huraño, refunfuñando entre dientes por la presencia de tantas personas en su refugio se encontraba bastante animado al calor de la fiesta.

    Luego de unos momentos las parejas de baile cambiaron. Kai consiguió escapar de la alemana, argumentando que tenía sed, por lo que ésta no tuvo más remedio que arrastrar a la fuerza a Ikari para que bailara con ella, y por su parte Hikari había hecho lo mismo con Kensuke, con tal de que no se sintiera olvidado. Kaji tuvo la ocurrencia de invitar a la pista a Misato, ofreciéndole una mano que casi de inmediato fue rechazada de un manotazo artero. Entonces, con tal de seguir provocando a su ex - amante, Ryoji optó por sacar a la Doctora Akagi, a su lado, quien aceptó de buena gana con el mismo propósito en mente. De vez en vez, ambos miraban discretamente a sus espaldas, donde podían contemplar el semblante malhumorado de Katsuragi cuando bailaban cerca de ella.


    Shinji no entendía bien por lo que estaba pasando. Se sentía intoxicado, a pesar de que en toda la noche no había probado una sola gota de alcohol. La felicidad y la alegría de las personas que lo rodeaban, aquellas personas cuya presencia le había incomodado hasta hace poco, se le había contagiado de alguna manera. Aquella era la primera vez que se estaba divirtiendo de verdad en mucho, mucho tiempo.

    Además tenía la oportunidad de estar muy cerca de Asuka, quien lo balanceaba de acuerdo a los compases de la melodía. Estrechar su mano, sentir su cuerpo tan cerca del suyo, mirarla a los ojos con otra emoción que no fuera vergüenza o temor. Le encantaba eso. Le encantaba su jovialidad, su cuerpo alegre y ágil, su cabello dorado que se deslizaba en el aire, su piel tan suave. Ella simplemente le encantaba, y le encantaba poder tenerla tan cerca. Se estaba divirtiendo como nunca antes, detalle que no pasó desapercibido para la jovencita, quien se le acercó aún más y le susurró casi al oído:

    —Te ves muy guapo cuando sonríes de esta manera, pequeñín— el pulso de Ikari se aceleró al máximo con solo escuchar aquellas palabras. El rubor se asomó en su mejillas, luego que la muchacha volvió a alejarse, para completar —Deberías intentarlo más seguido. Si lucieras así siempre, no tendría objeción en que me superaras por unos cuantos puntos.

    A la mañana siguiente, el chiquillo pasaría bastante tiempo en el baño, contemplando su rostro en el espejo, pretendiendo averiguar si lo que había dicho su compañera era en serio o simplemente se estaba burlando de él, como casi siempre.


    Luego de un rato, por fin Langley había conseguido arrebatarle a su preciado Kaji a Ritsuko y ahora se encontraba bailando muy animada junto a él. Había esperado por aquella oportunidad en toda la noche, y ahora que lo había conseguido sentía que la fiesta bien podría acabarse en ese momento, pues había logrado todos sus objetivos. Ya sólo estaban ellos dos sobre la “pista” mientras que los demás asistentes a la reunión comenzaban a conversar entre ellos.

    —Kaji, qué bueno que por fin tengo la oportunidad de hablar contigo— empezó a hablar la muchachita, muy seria mientras se afanaba en seguirle los pasos —Tengo algo MUY importante que decirte, y la verdad no sabía bien qué momento era el adecuado para hacerlo, pero supongo que éste es tan bueno como cualquiera...

    —Vaya, parece que es algo serio lo que tienes entre manos, linda. Me pregunto qué podrá ser— le contestó el sujeto, bastante divertido por la inusitada actitud de la chiquilla. Le intrigaba saber con qué ocurrencia saldría ahora.

    —Es algo difícil de explicar... mira, lo que pasa es que...— murmuraba contrariada la jovencita, sin encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que sentía. Estaba resultando más complicado de lo que esperaba, mordiéndose un labio de la desesperación —Bueno, tú bien sabes que desde que nos conocimos me sentí muy atraída por ti. Todos estos años has estado a mi lado, y te lo agradezco mucho. Eres una persona que admiro bastante, y tú siempre serás mi primer amor, eso nada lo podrá cambiar... pero lo que sucede es que...

    —Te has enamorado de otra persona, ¿no es así?— atajó Kaji, con una sonrisa en sus labios, entre divertido y enternecido por aquella confesión.

    —¡Lo siento mucho!— se disculpó la joven europea, mientras ocultaba su rostro, sumamente apenada —No fue algo que hubiera planeado o que hubiera querido...

    —Lo sé, lo sé, pequeña— el hombre la confortó, paseando su mano sobre la cabeza de la muchacha —Uno no puede escoger ese tipo de cosas... a veces, simplemente ocurren sin que te des cuenta... para serte sincero, yo también...

    De forma inesperada Kai jaló a Misato hacia la pista de baile, cuando apenas comenzaba una pieza que nada tenía que hacer en aquél conjunto de melodías románticas de tono meloso. De hecho, aquella singularidad provocó que todos volvieran a fijar su vista en la sala. Hasta Asuka y su acompañante interrumpieron todo lo que estaban haciendo, sorprendidos de igual manera de que aquella extraña melodía estuviera incluida entre las demás, quedándose de pie en medio de la sala con expresión desconcertada.

    A los únicos que parecía no importarles en lo absoluto era a los anfitriones, quienes ya se encontraban bastante entretenidos moviéndose animadamente uno junto a otro, entre risotadas a bocajarro por parte de ambos. Pronto, los demás también compartían su algarabía, animándolos en torno suyo, aplaudiendo cada movimiento.


    “Tú decías: ven,

    pero no decías cuando,

    tú te burlabas

    de mi pobre corazón,

    tuve que recorrer

    los siete mares preguntando,

    hasta que al fin el brujo me dio la solución...”


    Aquella fue la única vez en toda la velada que Misato dejó su lugar para ponerse a bailar, pese a que también Toji y Kensuke no habían desperdiciado la oportunidad de invitarla. Sólo a su protegido le había permitido sacarla, decisión de la que nunca se arrepintió pues en esos momentos se encontraba divirtiendo como enana.


    “Mi amigo el brujo

    fue y me dijo como hacer,

    mi amigo el brujo

    fue y me dijo como hablar

    y ahora, el pobre infeliz

    es un Don Juan..”


    Aquella canción amenazaba con pecar de tonta, infantil, y hasta algunos fragmentos eran tan sólo balbuceos incoherentes de parte del intérprete, pero sin embargo, de que era entretenida, nadie lo podía desmentir. Todos estaban muy contentos con aquella tonada, animando tanto al chiquillo como a la mujer con sus extravagantes movimientos, hasta que por fin casi al terminar la melodía la torpeza de Rivera lo hizo resbalar y derribar a su compañera de baile en el piso, en medio del estrépito que ocasionaban las carcajadas de los asistentes a la fiesta.

    —Ambos tenemos que andar con cuidado, Asuka— Kaji quiso reanudar su conversación, aunque ahora no en su tono socarrón tan habitual, sino en uno reflexivo, casi serio —Los dos tenemos rivales muy difíciles que vencer para llegar a aquellas personas que amamos.

    —¿Eh? ¿A qué te refieres?— preguntó la jovencita, contrariada. ¿Acaso ya había descubierto quien era la persona de la que estaba enamorada? ¿Él también amaba a otra?

    —Sólo quiero aconsejarte de que no te vayas a sentir desairada demasiado pronto— mientras hablaba en susurros miraba fijamente a Misato, tirada en el piso, riéndose a todo pulmón junto con Kai, quien la tenía abrazada del cuello. Un instante después, el muchacho le propinó un afectuoso beso en la mejilla, que le fue devuelto de inmediato, entre las risas de ambos —Muchas personas tienen entre sí lazos más fuertes que con otras, y sus prioridades pueden ser muy diferentes de las tuyas.

    Al contemplar el gesto extrañado de Langley, Ryoji tuvo que simplificar la situación.

    —No quiero que te des por vencida fácilmente. Además, Kai y tú hacen bonita pareja.

    —¡¿Cómo es que...?!— el rostro de la joven extranjera se encendió en el acto como fogata de campamento.

    —¡Ajá! ¡Sabía que era él!— atajó el sujeto, con una sonrisa de oreja a oreja, apuntándole con su dedo —¡Conseguí que lo confesaras!

    —¡Kaji! ¡Eso fue muy cruel!— respondió de inmediato la chiquilla, cuando los dos volvían a tomar asiento.


    Para todos ellos, la velada transcurrió sin más miramientos. La reunión no terminó muy tarde, pues los asistentes más jóvenes tenían que llegar a sus casas, hasta donde los llevó Ryoji en su vehículo, solícito. Ignoraban que el aparentemente apacible cielo estrellado sobre sus cabezas ocultaba un secreto que los volvería a poner en una encrucijada de vida o muerte.


    Aquella noche, algunos de los astrónomos aficionados se encontraban confundidos, debido a que varias constelaciones no estaban donde se supone deberían estar. De hecho, no había rastros de ellas en ninguna parte, a pesar de ser una noche despejada y que las condiciones de luz eran las adecuadas para la contemplación del firmamento.

    En el Observatorio Nacional de Hokkaido ya estaban al tanto de la situación, y luego de unos cuantos análisis se determinó que lo mejor sería turnar el asunto a la brevedad posible al Ministerio de Defensa japonés. Cuando éstos se percataron de un misil que había impactado en aguas territoriales del Pacífico, provocando un tsunami de dos metros y medio que arrasó sin piedad la costa, la cuestión se volvió inmediatamente de seguridad nacional. El misil aparentemente había caído del espacio exterior, proveniente de una órbita cercana a la tierra. Gracias a los satélites se detectó un enorme cuerpo de unos tres mil metros acercándose al planeta. La amenaza de un nuevo meteoro vagaba en las inquietudes de aquellas personas encargadas de estudiar el problema y entonces, cuando lograron un contacto visual con el intruso... fue momento de dejar que NERV se encargara de la situación. Lo que significó, pese a todo, un gran alivio para muchos.


    Seis horas después, cuando apenas comenzaba a despuntar el alba, fue cuando se le notificó a la Mayor Katsuragi de la emergencia. Aún con resaca y agotada por el ajetreo de la noche anterior, a las seis y cuarto la oficial al mando de la agencia era puesta al corriente de los acontecimientos transcurridos en las últimas horas. Su aspecto ojeroso y maltrecho se reponía conforme se daba cuenta de las dimensiones y la magnitud del problema que tenía entre manos, a la par que escuchaba atenta a los informes de los oficiales técnicos, junto con Ritsuko, quien vale la pena decirlo, se apreciaba en mucho mejores condiciones que su compañera. En esas estaban, cuando fueron abruptamente interrumpidas por Shigeru, quien desde su consola comunicó de inmediato:

    —¡Confirmada la recepción de la imagen del blanco por satélite! La pasaré al monitor, creo que deben verlo por ustedes mismos...

    En el acto, la monumental figura del enemigo apareció en la pantalla del monitor principal de la Sala de Controles, abarcándola en toda su extensión. Allí estaba él, el Décimo Ángel, paseando tranquilo por las profundidades del espacio exterior cercano a nuestro planeta, alterando las mareas y el clima del globo. Se trataba de una figura plana y alargada, en cuyo diseño aparecía, al igual que en su predecesor inmediato, una estructura bastante semejante al ojo humano, tres para ser más precisos: dos a ambos extremos de la criatura y el más grande de ellos ubicado justo a la mitad de aquél ente. De nuevo, al igual que con el anterior, aquellos símiles de ojos, planos y carentes de vida, no reflejaban emoción alguna, al grado de ser grotescos. No obstante, allí terminaba cualquier semejanza con el ángel que ya había sido derrotado, pues este nuevo era el más grande al que se habían enfrentado. Los análisis arrojaban una cifra de tres mil metros de punta a punta. Eso, aunado a que sus ataques los realizaba desde la seguridad del espacio, en donde aparentemente era inalcanzable para los Evas, harían mucho más difícil detenerlo.

    Cuando Misato se encontraba evaluando la situación, la señal en el monitor parpadeó unos momentos, para después sólo recibir estática. A todos les quedaba muy claro que el satélite había sido destruido, por lo que nadie tuvo que explicar lo sucedido.

    —El Campo A.T. , me supongo— observó la Mayor, tragando saliva antes de hablar.

    —Debe tratarse de un nuevo uso que desconocíamos hasta ahora— completó la científica, a su lado, igualmente determinando las posibilidades que tenían frente a un contrincante de tales características.

    —Ya averiguamos la naturaleza de los misiles— pronunció Maya al respecto —Se tratan de fragmentos del cuerpo del ángel. Usa su propia masa y la energía de la caída como armas... es como si él mismo fuera una bomba.

    La estática desapareció del monitor principal debido a la intervención de la joven, quien desplegó más imágenes por otro satélite, esta vez de los impactos producidos por la masa fragmentada del enemigo.

    —De momento, los primeros ataques no han acertado en la plataforma continental, yéndose a estrellar sobre aguas del Pacífico. El siguiente disparo ya ha sido realizado, y dada su trayectoria calculamos que caerá dentro de dos horas en este punto— ilustró sobre la pantalla, con tal de que sus superiores apreciaran mejor el patrón de los impactos —Está corrigiendo el curso, por si lo han notado, y también descubrimos que cada ataque tiene mucho más poder y alcance que el anterior.

    —En otras palabras, está aprendiendo de sus errores— murmuró Misato, inquisitiva, acariciándose la barbilla cuando miraba fijamente la pantalla, sumergiéndose en sus propias reflexiones.

    El asunto era bastante interesante por sí solo. Dado el nulo conocimiento que se tenía del comportamiento de estas criaturas gigantescas o de su relación entre ellas, se desconocía si podrían desarrollar capacidades cognoscitivas; lo que era más inquietante aún, si acaso podrían aprender de las fallas de sus compañeros. De los últimos enfrentamientos con dichos monstruos, la tendencia en la estrategia de éstos había sido muy clara: evitar a toda costa el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Estrategia que se afianzaba en este nuevo oponente, escondido en el espacio exterior. La inquietud se apoderó de Misato: ¿acaso estas bestias poseían un medio para compartir experiencias propias? Siguiendo esta línea, aparentemente los Ángeles habían aprendido que debían evitar un enfrentamiento directo con los Evas; aquello resultaba lógico para cualquier estratega que se pusiera a analizar la situación, pues en todos los combates que se suscitaran los robots poseían ventaja numérica de cuatro a uno, eso sin contar el enorme poder de ataque desplegado por el Eva Z, dejando en muy mala posición a cualquier rival. Se trataba de una cuestión digna de un profundo estudio, pero desafortunadamente no había el tiempo ni los recursos necesarios para realizarlo. Era para lamentarse, pensaba Katsuragi, ya que si se pudiera conocer más de la naturaleza de esas criaturas era muy probable que hallaran una manera mucho más efectiva de derrotarlas por completo.

    —Se ha sometido al blanco a un ataque con el nuevo modelo de Mina N2— volvió a pronunciar Shigeru desde su asiento —Sin embargo, no hemos podido comprobar el efecto de dicho ataque— aclaró, dirigiendo la mirada a sus superiores —La confusión creada por las ondas eléctricas que el Ángel emite impide que recibamos la información. Después del ataque, el blanco ha salido del alcance...

    —Se está moviendo... y apuesto mi salario de todo un mes a que el maldito se dirige aquí— masculló la mujer con rango militar entre dientes.

    —Concuerdo contigo— dijo Ritsuko, quien hasta el momento se había estado guardando su opinión —Es muy probable que su objetivo sea el Geofrente, y dado el incremento en la fuerza de sus ataques, me parece que su ataque final lo realizará con toda su masa restante.

    —Ese bastardo quiere asegurarse que no quede ni el recuerdo de nosotros— se burló su compañera, algo inquieta —Maya, ¿alguna noticia del Comandante Ikari?

    —Debido a la interferencia provocada por el blanco, aún no logramos comunicarnos con él.

    “Eso quiere decir que estoy sola en esto” pensó Misato para sus adentros, esbozando una disimulada sonrisa “Bien, entonces podré proceder a mi antojo”.

    —¿Y qué es lo que MAGI sugiere?— inquirió de nueva cuenta, comenzando a estructurar sus planes.

    —Recomienda la evacuación inmediata unánimemente— respondió Maya, después de verificar los datos. Hasta las supercomputadoras eran incapaces de encontrar una solución a semejante problema, mucho menos infundir cierta esperanza.

    —En ese caso, contacten a los ministerios japoneses correspondientes— de inmediato la Mayor Katsuragi comenzó a girar instrucciones, posesionándose por entero de su papel como máxima autoridad —Expidan una Declaración Especial tipo D17 bajo la autoridad de NERV. Todos los civiles en un radio de 50 kilómetros deben ser evacuados. Y hagan que la recomendación de MAGI se extienda a la zona de Matsuhiro.

    —¿También nos iremos nosotros?— preguntó Makoto, pensando en qué debía empacar para el viaje.

    —No— contestó tajante su oficial superior, sin siquiera voltear a verlo —Pero no hay necesidad de arriesgar a todo el personal.


    Así se dijo, y así se hizo. En cuestión de unos cuantos minutos la evacuación de la ciudad había dado comienzo, proceso harto ensayado hasta el cansancio por los habitantes de la zona urbana y elementos de Protección Civil así como la milicia japonesa, por lo que el engorroso proceso de llenar los refugios subterráneos se completó en un par de horas, justo a tiempo para la hora de la comida.

    A su vez, todos los no combatientes y el personal prescindible (clase “D”, así lo llamaban) se encontraban en el trámite de desalojar los cuarteles para dirigirse a los refugios designados junto con la demás población civil. Solamente aquellas personas que resultaran indispensables para el combate debían permanecer en sus puestos y arriesgarse a lo peor, esto era, quedar reducidos a un montón de polvo.


    Nadie sabía a ciencia exacta que era lo que pretendía hacer Misato. Ni siquiera los mismos pilotos Eva, que ya se encontraban reunidos en torno suyo, enfundados en sus trajes de conexión, mientras que eran puestos al tanto de las circunstancias tan extremas a las que se enfrentaban.

    —Nuestros cálculos estiman que el impacto final será el día de mañana, más o menos a estas horas— mientras la mujer hablaba, los cálculos y las gráficas aparecían en la pantalla de la sala de estrategias para ilustrar mejor su punto —Suponemos que el enemigo atacará en donde pueda provocar el mayor daño posible a la estructura del Geofrente, y en base a tal creencia, hipotéticamente el punto de impacto debería ser aquí— señaló en un mapa de la ciudad y sus alrededores. La zona abarcaba un círculo muy amplio que incluso llegaba hasta los lagos colindantes a la mancha urbana.

    —¿Y cuál es el plan, en ese caso?— intervino Asuka, impaciente como de costumbre —¿Atraparlo con nuestras propias manos?

    Tal comentario era intencionalmente burlesco, y así lo entendieron los demás pilotos. Sin embargo, la expresión en el rostro de su superior los hizo percatarse de que Langley había dado justo en el clavo. Conmocionados por lo que les parecía un absurdo sin remedio, la respuesta por parte de los chiquillos no se hizo de esperar.

    —¡¿Pero qué clase de disparate es ese?!— exclamó de inmediato la alemana, creyendo que se iba a desmayar de la conmoción.

    —Me parece algo bastante arriesgado, incluso para ti, Misato— completó Ikari, quien pensaba que ahora sí su tutora se había volado la barda por completo. Detener una mole de miles de toneladas cayendo a una velocidad infernal solamente con las manos del Eva. Había que estar completamente loco para intentar algo así.

    No obstante, tanto Ayanami como Kai se reservaron sus comentarios al respecto de la táctica ideada por su oficial superior, permaneciendo a la expectativa de los acontecimientos, por el momento. El muchacho sólo se limitó a preguntar, sin alterar un ápice su voz:

    —¿Qué es lo que planeas, exactamente?

    —Bien— comenzó Katsuragi a especificar los detalles de la misión, empleándose de nuevas gráficas para tal efecto —Las tres Unidades Eva de NERV serán dispuestas en diferentes puntos estratégicos de la zona de impacto. Cuando el blanco se encuentre a una distancia determinada, los tres desplegarán sus campos A.T. al máximo alcance, disminuyendo considerablemente la velocidad de caída del enemigo.

    —¿Qué sucederá después?— pronunció Rei en su acostumbrado tono robótico; sin embargo, comenzaba a darse una idea de lo que pretendía la Mayor y le inquietaba sobremanera estar en lo cierto. El hecho de que Misato no nombrara al Eva Z en la primera fase de la misión le parecía bastante sospechoso.

    —Allí es cuando el Modelo Especial para el Combate deberá intervenir— dijo la militar con tono solemne, ocultando cualquier dejo de emoción en su voz, y luchando con ahínco para no mirar directamente al piloto de dicha Unidad —Deberá estar colocado en este punto específico— indicó en la gráfica el lugar — Y una vez que el objetivo reduzca su velocidad será el momento para que lo destruya con una de sus ráfagas ópticas.

    Por un momento, ninguno de los presentes pronunció palabra alguna. Todas las vistas estaban dirigidas al piloto del Eva Z, quien se mantenía indemne ante todo. No había manifestado inconformidad alguna al plan de su guardiana, ni verbal ni física. Pero tampoco daba señales de estar de acuerdo con dicha decisión.

    Finalmente, Asuka decidió intervenir. Para ella, era obvio que la Mayor Katsuragi había perdido por completo el juicio:

    —¡Pero eso supone mucho riesgo, aún para el Eva Z! Lo que tú propones es un imposible, ni con los tres campos A.T. combinados podríamos detener un objeto de ese tamaño— terció, habiendo realizado mentalmente sus cálculos. Se trataban de cifras colosales.

    —La Unidad Z se desprende de su Campo A.T. para efectuar dicho disparo— dijo por su parte Ayanami, ante el descontento tanto de Ikari como de la alemana, al darse cuenta que la chiquilla estaba preocupada por la seguridad no tanto de la misión, sino de Kai —En ese caso, quedaría indefensa a cualquier eventualidad. Además, aún si el enemigo fuera destruido, la explosión resultante lograría alcanzarlo, y dicha explosión liberaría grandes cantidades de energía, dadas las condiciones de las que estamos hablando.

    —Confío en que la aleación especial de la armadura de Zeta lo protegerá de cualquier cosa— respondió en el acto Misato, esperando el momento en que su pupilo dijera algo, pero a pesar de todo el muchacho seguía callado, ajeno a las discusiones que por él se estaban suscitando —Es por eso que nadie más puede hacer este trabajo, entiéndanlo: aún sin su Campo A.T., Zeta cuenta con la protección de su armadura. Además, su ráfaga óptica es lo único que tiene el poder suficiente como para destruir a este monstruo.

    —Si acaso llegáramos a ganar, será un verdadero milagro— declaró Asuka, cruzada de brazos y dándoles la espalda al resto. Todo el asunto le parecía absurdo. Apenas ayer Misato estaba muy cariñosa con Kai, durante la fiesta, pareciendo una verdadera madre y justo ahora era ella la que mandaba al muchacho a una muerte segura. No lograba entender ese comportamiento tan errático, al que sólo podía juzgar como el de un desquiciado.

    —Los milagros suceden sólo porque somos nosotros los que los hacemos posibles, Asuka— contestó la mujer de inmediato. Sabía bien que era lo que estaba molestando a la chiquilla, pero no había nada que pudiera hacer. Era la única opción que les quedaba, y ella misma no estaba del todo segura de que debían hacerlo.

    —Los milagros ocurren— sentenció Rei, murmurando, pero aún así todos pudieron escucharla —Pero, ¿qué tan seguido?

    Ambas partes en disputa sostenían sus razones, tan válidas las unas como las otras. Las cartas estaban sobre la mesa, y sólo una persona podría decidir el rumbo de la jugada. Y esa persona se trataba de Kai Katsuragi, el hijo adoptivo de la Mayor Katsuragi, quien ahora lo estaba colocando en un gran peligro de muerte, mucho más grande que las veces anteriores. Si acaso fallaban, el Eva Z recibiría el grueso de la fuerza de impacto y ni siquiera él podría resistir a semejante golpe. Y aún si triunfaban el riesgo seguía siendo muy grande para él. El que no hubiera pronunciado palabra en todo ese tiempo no facilitaba las cosas. Los demás esperaban a que compartiera con ellos su opinión. ¿Se negaría rotundamente, como cualquiera lo haría? O por el contrario, ¿iría directo al matadero sin chistar, complaciendo a aquella persona que lo había cuidado durante once años?

    —Necesitaré algo de tiempo— pronunció al fin, concluyendo de una vez con la incertidumbre general —Debo realizar unas cuantas pruebas de tiro y unos cálculos antes de decidir lo que haré.

    Así fue como habló, permaneciendo a la expectativa, sin dar una respuesta concisa o inclinarse por cualquier acción. Aquello no dejó muy satisfechos a gran parte de la concurrencia, pero igual debieron aguantarse pues el que seguía teniendo la última palabra en el asunto era precisamente él.


    El apacible cielo azul es cortado de tajo por un enorme haz de luz roja que se extendía en la profundidad de aquel firmamento, hasta ir a perderse en las estrellas. Aquella columna de energía destructiva hubiera deshecho fácilmente cualquier cosa que se le hubiera interpuesto en su camino. Aunque, a decir verdad, salvo el deshacer montones de nubes y una que otra ave descuidada, su recorrido no causó un auténtico daño y eso era porque así estaba contemplado.

    Desde su cabina, y con apoyo desde la Sala de Controles del personal de Naciones Unidas, Rivera analizó minuciosamente los datos que le llegaban acerca de la trayectoria completa de la ráfaga expelida por su Evangelion.

    —Kenji, ¿pudiste registrarlo?— preguntó por medio de la radio a su mano derecha, que se encontraba en los cuarteles.

    —Afirmativo— contestó éste por el mismo método —Nos encontramos haciendo los respectivos cálculos en este mismo momento.

    Se encontraban así desde la mañana. El objeto de tales maniobras era determinar el alcance de los rayos energéticos y si la potencia de éstos sería suficiente para eliminar al enemigo en el punto de encuentro previsto, según los datos proporcionados por el Departamento de Tácticas y Estrategias de NERV, o bien, si acaso algunos detalles deberían ser corregidos.

    El muchacho, dado su puesto y los contactos que disponía, logró obtener el permiso del gobierno japonés para realizar una serie de cinco disparos sobre espacio aéreo nipón, aunque con un intervalo de una hora entre cada uno de ellos. Así se evitaba el riesgo de que alguna aeronave se atravesara en el camino de la ráfaga óptica. Kai estaba conforme con dicho acuerdo, cinco disparos eran más que suficientes para realizar sus pruebas; además, temía a cualquier efecto colateral que dichos disparos podrían tener sobre la atmósfera terrestre. Otro detalle que quedaba pendiente a estudiar, cuando se dispusiera del tiempo necesario.

    Con respecto al resultado de las pruebas, estas no eran muy alentadoras. Aquél había sido su cuarto disparo, y los estudios realizados a los tres anteriores arrojaban cifras negativas. La ráfaga óptica, aún a su máxima potencia, resultaba insuficiente, primero para alcanzar al objetivo en su posición actual y segundo para detenerlo en el punto de encuentro previamente señalado, considerando la velocidad, la trayectoria y la masa con la que caería hacia él. Lo habían intentado corrigiendo la posición del robot y el ángulo de tiro, pero aún así no bastaba para su propósito. Y aparentemente, ese último disparo tampoco resultó ser efectivo.

    —Fue un fiasco, igual que los anteriores— comunicó Takashi, luego de haber cotejado los datos en sus instrumentos —Cuando pudieras reventarlo, ya sería demasiado tarde. Tal vez si corrigieras el ángulo unos cuantos grados hacia el noreste...

    —De acuerdo— asintió el piloto, en el interior del robot. Lo había situado en el punto en que Misato le había señalado que estaría durante la misión. Lo había trasladado según sus conveniencias durante las pruebas, pero aún así de nada le servía —Calibren los instrumentos una vez más y avísenme cuando estén listos— ordenó al tiempo que colocaba su máquina en otra posición y ayudado de los instrumentos en su cabina, calculaba el ángulo de disparo.

    Un quinto rayo de energía incandescente, como el fuego del infierno, surcó los cielos, partiéndolos a la mitad. El haz luminoso siguió su camino, siempre ascendiente, y mientras más se extendía más fuerza iba perdiendo, hasta disiparse por completo poco antes de alcanzar el límite superior de la ionósfera, a unos 600 kilómetros de altura.

    —¿Lo tienen, chicos?— volvió a preguntar el joven piloto, analizando los datos por su cuenta con el escaso material del que disponía, auxiliándose con las computadoras de la sala de controles.

    —Por completo, señor— se apuró a contestar su alterno —En un rato más te tendremos los resultados del análisis.

    —No hay prisa, éste fue el último. Acabamos con esto y nos vamos a casa, ¿les parece?

    —Muy bien.


    Kenji Takashi, segundo al mando en la división de las Naciones Unidas, desde su lugar de trabajo agradeció el que no se estuviera comunicando por medio de videoconferencia con el muchacho; así su joven amigo no podría ver su expresión afligida, su cara de desconsuelo, al volver a revisar los datos que llegaban a sus consolas.

    —No funcionará, ¿verdad?— le preguntó su joven prometida, Sakura, quién si había podido ver su gesto adusto —Kai no podrá vencer a ese monstruo...

    —Así es... no existe método alguno por el cual Zeta pueda derrotar a este enemigo— musitó el sujeto, luego de haber revisado los cálculos hasta seis veces, con todo el equipo y personal que disponía. Impotente, quiso desquitar su rabia con la consola delante suyo, golpeándola con el puño —¡Está completamente fuera de nuestras capacidades!

    Y mientras la desesperación lo consumía, su tierna acompañante intentaba darle ánimos como fuera posible. Takashi tenía la cara escondida entre las manos cuando la chica le colocó una mano sobre su espalda:

    —La Mayor Katsuragi confía en que la armadura del Eva Z resistirá...

    —¡Es una completa imbécil!— aseveró, sin dejarla acabar, retorciéndose aún más en su asiento —¡Lo más seguro es que ese monstruo lo hará pomada, junto con todos nosotros!— dicho esto, su enojo contra todo desapareció para darle paso a la más profunda de las tristezas —Oh, Sakura— masculló, mientras le rodeaba con los brazos la cintura y la acercaba a sí —Tenía tantos planes para el futuro... tantas esperanzas para ambos... y ahora... nada nos queda... no es justo...

    La mujer no le contestó de inmediato, limitándose a darle consuelo, acariciando su cabello. Luego depositó un beso sobre su cabeza y muy convencida al respecto, pronunció:

    —Pase lo que pase, estaremos juntos. Nunca hay que perder las esperanzas.


    Aunque muchas veces se comportara en forma infantil, despistada, el joven piloto del Eva Z para nada era ingenuo. Él mismo había realizado una serie de cálculos someros por su propia cuenta, y ahora, el nerviosismo que se notaba en sus subordinados y la tardanza que tenían en entregarle los resultados de las pruebas le confirmaban sus sospechas. El plan estaba destinado inevitablemente a fracasar.

    El saberlo de antemano le colocaba en una posición bastante incómoda, entre la espada y la pared. Por un lado se encontraba su miedo natural, comprensible, a lo que le deparaba si aceptaba la misión, esto es, a una muerte segura, y por el otro lado había la lealtad y la devoción que le debía a aquella mujer que se había erigido en su figura materna, que lo había salvado luego de su tragedia personal y lo había estado cuidando amorosamente todos esos años.

    Se maldijo a sí mismo por haber tenido la idea de las pruebas. Si no supiera el resultado por adelantado, hubiera sido más fácil tomar su decisión. Bien decían por allí que algunas veces, la ignorancia es una bendición.

    Se recostó ligeramente en el respaldo de su asiento, mirando por el monitor, en forma de los ojos del yelmo del robot, las imágenes que le llegaban por video del exterior. Por el horizonte, el sol estaba por ponerse. El ocaso pintaba de un tono anaranjado el firmamento y ciertas porciones del terreno. Resultaba difícil imaginarse que desde ese cielo apacible se avecinaba velozmente una amenaza tan terrible como a la que se estaba enfrentando.

    —Esto será mucho más difícil de lo que pensaba— murmuró el muchacho, recargando la cabeza sobre sus manos cruzadas por encima de los hombros.


    La moneda estaba en el aire para todos ellos, vidas entrelazadas por un destino aterrador que no hacía distinciones para nadie... ¿de qué lado caería?


    Por más que lo intentara, no había gran cosa que hacer para mejorar su aspecto. Por más maquillaje que se pusiera, no lograría ocultar las ojeras que adornaban su rostro ni tampoco su semblante asqueado. Su rostro estaba adquiriendo un tono verdoso, mareada como estaba. Dejó de mirarse en el espejo para abrir la llave del lavabo y dejar que el agua saliera de éste, llevándosela a la cara con las manos con tal de despejar sus ideas y tranquilizarse un poco.

    No obstante, la voz de la Doctora Akagi, quien acababa de entrar al tocador para damas, impidió que llevara a cabo su propósito. Al ver a la Mayor en dicho estado, la recién llegada no podía desperdiciar la oportunidad de echarle en cara su condición y la causa de ésta.

    —Vaya aspecto el que te cargas, Misato— subrayó la mujer científica, parándose a un lado de su amiga, quien continuaba con el rostro oculto en sus manos llenas con agua —Supongo entonces que de veras piensas hacerlo, ¿no es así? Me refiero a continuar con tu... plan tan imaginativo, digamos...

    —Sí, doctora...— respondió arrastrando el tono de sus palabras, fastidiada. Lo menos que necesitaba en esos momentos era que Ritsuko viniera a molestarla con su sarcasmo —El plan sigue en pie, y se va a realizar pese a todo...

    —Qué interesante... pareces muy decidida, después de todo— la rubia recargó un poco la cadera sobre el lavabo cuando se cruzaba de brazos, sin dejar de apreciar el lamentable estado de Katsuragi. No había que ser genio para percatarse de lo perturbada que se encontraba —Justamente hace unos momentos concluyeron las pruebas de tiro de la Unidad Zeta, ¿lo sabías?

    —No, me la he pasado aquí un buen rato— contestó su acompañante mientras se secaba el rostro con una toalla — ¿Cómo ha salido todo?

    —Acabo de recibir el resultado de los análisis— pronunció Akagi, abriendo la carpeta que llevaba consigo —Los datos recabados indican un amplio margen de fracaso... la probabilidad de éxito es menor que de una en diez mil.

    —Me conformo con eso... por lo menos es mayor que cero. El Eva Z...

    —Parece que no quieres admitirlo, Misato— la interrumpió, dirigiéndole la más fría de sus miradas cuando le hablaba —Zeta nunca podrá vencer a este enemigo, por más que te quieras convencer repitiéndolo... lo que estoy diciendo es que estás conduciendo al muchacho a una muerte inevitable, y tú lo sabes... ¿pero por qué?

    —Nadie va a morir, más que el Ángel. Mi trabajo es destruirlos y...

    —“Tu trabajo”— volvió a interrumpirla, mofándose —No me vengas con cuentos. Lo haces para tu propia satisfacción, para cumplir tu tonta venganza contra los Ángeles. Sólo que no imaginaba que ese sentimiento fuera tan grande como para hacerte sacrificar a tu “precioso” chiquillo. Me has impresionado. No creí que tu rencor fuera tanto como para hacerte olvidar tu enajenación por ese mexicano infeliz...

    Ahora la que fue interrumpida fue ella. El fuerte puñetazo que su acompañante le dio al lavamanos la enmudeció de repente. Los ojos asesinos de Katsuragi estaban fijos en los de ella, enseñando los dientes con la quijada apretada. Lentamente, se acercó de manera amenazadora hasta que se detuvo a un solo palmo de su cara.

    —Escúchame bien— masculló, casi susurrándole al oído —Pase lo que pase, me estoy asegurando de que Kai y los demás van a sobrevivir. Nunca permitiré que algo malo le suceda, y eso es por que él es lo más importante para mí; pero también soy la oficial al mando y haré todo lo necesario para cumplir con la misión. ¿Me has entendido?

    Visiblemente asustada por la reacción de su acompañante, Ritsuko levantaba lo más que podía su rostro, en un penoso esfuerzo por alejarse sin demostrar su temor a que Misato se le dejara ir a golpes. Nerviosa, pestañeó un par de veces, esperando a su próximo movimiento.

    Para su alivio, Katsuragi no estaba interesada en lastimarla de manera física, por lo que se decidió a darle la espalda, resuelta a retirarse de la contienda.

    —Puedes decir todo lo que quieras— pronunció Akagi, ya más repuesta, presionando de más a su suerte —Y creerlo, si es que se te antoja. Pero para mí no eres más que una gran hipócrita, Misato.

    —Pensé que ya sabías que lo tú creas, siempre me ha tenido sin cuidado, Ritsuko— y sin decir más, la mujer empujó la puerta delante de ella, saliendo del lugar y dejando sola a la científica, con el orgullo hecho añicos.


    Pese a que la noche ya estaba muy entrada en aquellas latitudes, al escaso personal que se encontraba aún en el cuartel no le era permitido abandonarlo. En su lugar, se le proporcionaba a los empleados turnos para descansar dentro de las instalaciones, que tuvieron que ser condicionadas para servir como una especie de barraca. Durante el breve tiempo que duraba su descanso, aquellas personas debían dormir en camas improvisadas ya fueran en los comedores o en los pasillos no esenciales.

    Los pilotos de los Eva no eran la excepción, aunque para ellos se les condicionó un dormitorio exclusivo que no resultaba tan incómodo, en donde se habían dispuesto cuatro camastros, uno para cada piloto. Dicho cuarto se había divido en dos secciones, una para las muchachitas y la otra para los chiquillos, apenas separadas por una sábana. Pero a pesar de los privilegios de los que gozaba, Langley no podía conciliar el sueño, revolviéndose de un lado para otro de la cama sin encontrar una posición idónea para dormir. Lo cierto es que se encontraba sumamente inquieta, se podría decir que hasta asustada. Además le incomodaba sobremanera tener que compartir el espacio con Ayanami, quien estaba plácidamente dormida en el otro extremo del espacio.

    Sin más, la jovencita decidió por retirarse del lugar, convencida de que esa noche no lograría dormir, por más que lo intentara. En su lugar, optó por dar una prolongada caminata por los cuarteles. Antes de irse, una idea cruzó por su cabeza. Cuidándose de no ser descubierta, con suma cautela levantó uno de los bordes de la sábana que separaba aquél cuarto y se asomó al lado de los muchachos. Allí estaba acostado Shinji, aparentemente dormido. Pero el lecho a su lado aún no había sido ocupado. La sábana y la almohada sobre el colchón estaban en la misma posición en la que las habían encontrado cuando entraron a ese lugar. Eso quería decir que Kai no había llegado en toda la noche, por lo que aún debería estar por allí afuera, en algún lugar. Con una firme resolución en mente, la joven extranjera dejó el dormitorio, adentrándose en los corredores del cuartel.


    Una vez que se marchó, Rei tuvo la confianza suficiente para abrir de par en par sus ojos carmesíes, que parecían brillar en la penumbra de aquel cuarto rápidamente improvisado. Había estado al pendiente de todos sus movimientos desde el principio, espiándola a hurtadillas, refugiándose en un sueño falso. Sabía bien a donde se dirigía. Y sabía bien qué era lo que pretendía. Pero no sabía si debía hacer algo para detenerla. No sabía bien si todavía quería detenerla.


    Por su parte, el joven Ikari también se percató de la partida de la alemana, y de la misma manera intuía cuáles eran sus intenciones al abandonar aquél lugar. Iría en busca de Kai. Y lo que pasaría después de que lo encontrara era bastante obvio hasta para él, que a veces pecaba de ingenuo. ¿Pero qué podía hacer él? ¿Ir corriendo tras ella, rogándole que no fuera? ¿Confesándole abruptamente sus sentimientos, con la esperanza de que sintiera lástima por él y desistiera de sus intentos por estarlo lastimando siempre? Sí, cómo no. Como si fuera así de sencillo. Al igual que su compañera al otro lado de la sábana, permaneció impasible acostado en su cama, mientras dejaba que los eventos transcurrieran sin ninguna alteración. Se retorció en su sitio, en un gesto desesperado. Apretó los párpados y sus dientes, intentando contener el llanto que amenazaba con desbordarse. ¡Cómo le gustaría que ese desgraciado muriera al día siguiente! Aún le quedaba esa ligera esperanza, que mañana ese cerdo moriría y le dejaría el camino libre para poder hacer lo que quisiera. ¿Y si todo mundo muriera, con excepción de Asuka y él? Eso sería maravilloso, pues así ya no podría seguir negándolo, y tendría que resignarse a pasar junto a él el resto de su vida. ¿Y qué tal si también Rei sobreviviera? ¡Así las tendría a las dos para él solo! No, resultaría bastante incómodo. ¿Y si los únicos sobrevivientes fueran Rei y él? ¿Qué sería mejor? ¿Con Rei ó con Asuka?

    Y así fue como el chiquillo, sin darse cuenta cabalmente, gastó la que quizás era su última noche con vida en pensamientos ociosos y fugaces.


    Ya había buscado en los comedores, en las dos salas de control, en el laboratorio de pruebas y hasta donde los empleados se estaban reuniendo para jugar cartas. Y en ninguno de esos sitios había rastro de él. Sin embargo, en el último encontró una pista que le facilitaría el encontrarlo. Con una sonrisa entre adormilada y cómplice, algunos de los jugadores le habían comentado que lo vieron llevando consigo una tienda de campaña hacia el muelle de embarque de la Unidad Z. Alguien dijo que también había querido conseguir un televisor, aunque no sabía si lo habría encontrado. Hubiera querido borrar esas sonrisas maliciosas de sus asquerosos rostros de una patada, pero en su lugar sólo agradeció la ayuda prestada. Se alejó de allí a paso veloz, en medio de los cuchicheos de los congregados, que ya se encontraban especulando acerca del motivo por el cual Asuka estaba buscando a Rivera a tan altas horas de la noche, vestida con su entallado traje de conexión. De nada le había servido el cuidado que tuvo anteriormente, cuando se hacía la disimulada mientras lo buscaba, fingiendo que solamente daba un paseo, pues a final de cuentas había tenido que pedir ayuda a aquellos brutos descerebrados. Para cuando amaneciera, de seguro en todo el cuartel ya se sabría que estuvo buscando a Kai durante gran parte de la noche. Pero ya se ocuparía de eso después; ahora, lo más importante era encontrarlo, llegar a su lado.

    Segura de que ya nadie la observaba, apuró el paso hacia el muelle de Zeta. Mientras más se acercaba, más nerviosa se ponía, pero estaba segura de lo que tenía que hacer.


    Con su típico porte arrogante, además de una absoluta seguridad en sus habilidades superiores, que le conferían una clara ventaja en la pelea, el príncipe saiya-jin miraba con menosprecio a su adversario mientras se posaba en la punta de un acantilado, cruzado de brazos. En su mirada no había ni el menor rastro de duda: la victoria sería solamente suya. Un viento fúnebre sopló por encima de su cabeza, agitando sus cabellos de color negro.

    —Ya veo— rompió el silencio que había entre ambos, sin cambiar su posición. Su voz era segura y firme, y hasta podría decirse que burlona —Has elegido este lugar para que sea tu tumba, Kakarotto.

    Por su parte, Son Goku solamente rió nerviosamente. Detestaba que le llamaran por su nombre saiya-jin, pero en aquella ocasión no pudo objetar gran cosa. Debía concentrarse en la pelea venidera y no en nimiedades como esa. Además, había escogido ese lugar por su gran extensión y la gran distancia que guardaba de cualquier población vecina. Así podría expulsar todo su poder sin mayor problema. Aparte, los cuerpos de sus camaradas caídos no sufrirían más daños.

    Los contrincantes dedicaron un momento para volver a examinarse detenidamente. A primera vista, era Son Goku quien tenía el físico más impresionante, pues además de su corpulencia y musculatura Vegeta apenas si le llegaba a la altura del hombro. Pero quien poseyera una percepción más desarrollada se daría cuenta que era el príncipe extraterrestre el que poseía un mayor poder de pelea, que sobrepasaba con creces el de Goku, pese a todo. La posición de ambos se reflejaba en sus vestiduras. Por un lado, el soldado de clase baja mirando a su adversario muy por encima de él, usaba solamente su humilde karategi de color rojo, con una camiseta negra debajo de éste y calzando unas simples botas azul marino. Por otra parte, el orgulloso príncipe guerrero, mirando despectivamente hacia el fondo del acantilado, portaba una soberbia armadura de combate blanca y amarilla, que le cubría el torso completamente y la entrepierna, por encima de su traje azul completado con botas y guantes de color blanco.

    No había manera en que el saiya-jin renegado pudiera ganar la batalla, ¿ó sí? Vegeta quiso poner las cosas en claro desde un principio.

    —Creo que aún no entiendes del todo tu situación, Kakarotto— repuso desde su lugar, con voz de trueno —No hay manera de que un gusano como tú pueda derrotar a un guerrero de clase alta como yo. ¡Soy el saija-yin más poderoso de todos!

    Goku volvió a reír nerviosamente, aunque también se encontraba sumamente emocionado. Aquél sujeto de verdad era bastante fuerte. Ansiaba dejar de parlotear y comenzar con lo que de seguro sería la mejor pelea que había tenido hasta entonces.

    —Pues este gusano, con el entrenamiento que ha tenido, será capaz de derrotar hasta a un guerrero de clase alta, como tú— contestó casi de inmediato, resuelto a no dejarse amedrentar con solo palabras.

    Aquella respuesta encendió los ánimos de Vegeta, quien frunció el ceño para luego mascullar con los dientes apretados:

    —¡Imbécil! Tendré que darte una muestra de mi poder para que te des cuenta de la diferencia que hay entre nosotros, insecto.


    —¡Sabía que te encontraría mirando alguna estupidez!— pronunció Asuka, en tono no tanto de reproche, sino cándido, mientras entraba a la apretada tienda. El espacio era aún más reducido dado el tamaño del televisor y la bolsa de dormir que Kai se las había arreglado para que cupiera. Pero aún así se las ingenió para acomodarse a lado del muchacho, sorprendido por su llegada tan abrupta —No entiendo porqué te gustan tanto estas caricaturas... son tan idiotas: cero argumento, diálogos pobres, trama monótona...

    —Aún así, me divierten— respondió Kai, reponiéndose de la impresión —Por nada del mundo me hubiera perdido el maratón de Dragon Ball Z. Hace diez años que dejaron de repetir la serie...

    Y a pesar de que en la pantalla del aparato Gokú y Vegeta ya habían comenzado a repartirse salvajemente golpes el uno al otro, el joven ya no les prestaba atención, ocupado en observar detenidamente a la recién llegada. Había algo diferente en sus ojos, ¿pero qué era? Un cosquilleo se anidó en la base de su estómago cuando la muchachita rubia le devolvió la mirada, esbozando una tierna sonrisa en su rostro angelical.

    —Y... ¿porqué estás aquí, tan escondido?— le preguntó, dada la vacilación del chiquillo —Por si no lo sabías, nos prepararon habitaciones exclusivas, bastante acogedoras, por cierto... —completó con la descripción, bromeando.

    —Eh... yo... — en primera instancia, sumamente inquieto, ni él mismo se acordaba del motivo por el que se había instalado en ese lugar; sin embargo, cuando logró calmarse un poco, recordó —Me estaba escondiendo... de Misato.

    Su pulso se aceleró aún más, a medida que Langley se le acercaba. Sentados uno a lado de otro, sus brazos ya empezaban a rozarse. Aún así, permaneció cabizbajo, ante la atenta mirada de la extranjera.

    —Mañana temprano comenzará la misión— la voz de la jovencita también estaba poniéndose más tersa, más suave —¿Qué piensas hacer? ¿La aceptarás?

    —No lo sé... no lo sé, aún...— Katsuragi luchaba por controlarse, pero su química estaba fuera de control: las manos le sudaban, sus latidos aumentaban, sentía una sensación de escalofríos en todo el cuerpo además de un sopor que no podía sacudirse. Y sobre todo, se resistía a mirar directamente a su acompañante, permaneciendo con la cabeza gacha —Es por eso que me estoy escondiendo... no soportaría verla en estos momentos, en estas condiciones, sin saber qué hacer... ¡Estoy tan avergonzado de mí mismo!

    —No tienes por qué estarlo— a pesar de que ella también experimentaba algo similar a lo que le sucedía al muchacho, no estaba dispuesta a detenerse. Estaba decidida. Antes de seguir, tomó una de sus manos entre las suyas —Misato debe estar completamente chiflada, al cargarte de tanta responsabilidad. ¡Es un abuso de su parte! Además fue muy cruel, al ponerte en esta posición. No creo que alguien más pudiera resistirlo, pero en cambio tú... — poco a poco la muchacha fue acercando su rostro al suyo, casi hasta que sus respiraciones se juntaran, mientras que su voz se iba debilitando —Tú eres tan valiente... más valiente que cualquiera que conozca...— con la voz quebrada, estremecida de la misma manera y aún así teniendo el suficiente temple como para esconderlo mientras colocaba su dedo índice en la barbilla del muchacho y levantar su cabeza hasta que sus miradas se encontraron, continuó —Tu fuerza... y la forma en que la usas para ayudar a los demás... es lo que más admiro de ti... sólo quería que lo supieras, porque tengo miedo de lo que vaya a pasar mañana... y no sé si... ¡Por favor, prométeme que vas a estar bien! Promételo...— el tono de Asuka se desvaneció por completo al pronunciar aquella palabra, acercándose aún más a su compañero, dejando que sus impulsos la dominaran por completo.

    —Lo... lo prometo... — no pudo bien acabar su frase entrecortada, pues sus labios se vieron dulcemente sellados por los de la jovencita, entregándosele en un beso apasionado que había estado esperando por varios meses. La resistencia de Kai hacía mucho que había sido vencida por lo que solamente se limitó a reaccionar.

    La rodeó con ambos brazos, atrayéndola hacia él, sin que se le opusiera. Seguía muy ocupada en explorar la boca del muchacho con su lengua, con los ojos bien cerrados. A pesar de que había planeado ese momento durante días, ahora que estaba sucediendo le parecía estar viviendo en un sueño, alejada completamente, concentrada en experimentar el sinfín de sensaciones que embargaban su joven cuerpo. Por fin, por fin lo había logrado. Ya era suyo, lo tenía en la palma de la mano. Le gustaría ver como pretendía Ayanami quitárselo ahora. La había vencido. ¡La había vencido, finalmente!


    La muchacha yacía plácidamente con la cabeza recargada en las piernas de Kai, quien a pesar de la hora que era permanecía atento a la pantalla del televisor. Hacía algún tiempo que la vigilia y el cansancio habían derrotado a su apasionada compañera, sumergiéndola en un delicioso y merecido sueño. De vez en cuando, es decir, durante los comerciales, se entretenía en admirar la faz dormida de Langley, quien ahora lucía tan relajada, tan tranquila.

    Era muy bella, no cabía duda, el sueño de muchos de sus contemporáneos. Paseó sus dedos por en medio de sus largos y dorados cabellos, tan suaves al tacto. Se daba cuenta de lo afortunado que era al tenerla a su lado, de que alguien como ella se interesara en él. Y no obstante, no podía alejar ese sentimiento de culpa y de vergüenza que lo aquejaba. Se sentía mal por lo que hizo. Sólo había sido un beso, pero nada bueno podría salir de aquello, lo sabía, no mientras aún siguiera sintiendo lo que sentía por Rei. Y aún así, había caído en la tentación. Debió hacer algo para impedirlo. Debió haber rechazado a Asuka cuando pudo, pero no lo hizo. En parte, no había querido enfadarla al hacerla sentirse despreciada. De nuevo observó cuidadosamente sus facciones, tan serenas, tan preciosas. ¿No era mejor tenerla así? Contenta, tan cariñosa, incluso hasta tierna en su trato. Cuidadosamente pasó su mano alrededor de su mejilla, estremeciéndose a cada contacto con esa piel tan tersa y tibia. Sin aguantarse más las ganas, depositó un pequeño beso en sus labios tan suaves, que se contrajeron en una agradable sonrisa. ¡Magnífico! Por fin se podía dar ese lujo. Aún recordaba aquella vez, en el departamento, cuando había querido robarle un beso de la misma manera, más no lo había conseguido. Ahora, las circunstancias eran diferentes. Empero, continuaba sintiéndose extraño. Recordaba que apenas unos meses antes no soportaba estar ni un minuto con ella. Y justo ahora, no podía dejar de verla, de acariciarla. Se trataba de una situación bastante peculiar, incluso hasta chistosa. Bien decían algunas personas al afirmar que del odio al amor sólo hay un paso. Y viceversa. Pero también existía otro motivo que lo obligó a comportarse de esa manera. Había pasado ya algún tiempo desde que había besado a una chica. Y pese a todos sus dones, el cuerpo de Kai seguía siendo el de un adolescente que recién empezaba a explorar su sexualidad, con las hormonas bullendo en su interior. Así que cuando esta joven tan atractiva llegó hasta él, dispuesta, no pudo evitar comportarse como cualquier otro muchacho sano de su edad lo haría. ¿Se podía culpar de ello?

    La verdad es que sí, y es por eso que se sentía tan mal en esos momentos, pese que su situación era envidiable. Sentía haber traicionado a Shinji, quien aún suspiraba por la muchacha que ahora descansaba en sus brazos. A Rei, quien significaba tanto para él y que en algún momento había llegado a pensar que sería la última chica en su vida. Y más que a nadie, a la propia Asuka... pues no la amaba lo suficiente...


    Debía tomar muchas decisiones importantes, pero sumamente difíciles. Y no podía hacerlo, tan confundido como se encontraba. La llegada de la muchacha sólo había agravado más las cosas, a pesar de todo, pues ahora se sumaba otra a sus muchas preocupaciones. Distraídamente observaba la televisión, en un inocuo esfuerzo por relajarse y despejar su mente. En toda la noche no había manifestado muestra de cansancio o de sueño, tan agobiado como se encontraba en esos instantes.


    Con la ropa desgarrada, múltiples heridas y un dolor insoportable en todo el cuerpo, Son Gokú luchaba por mostrarse indemne ante su oponente, asumiendo su posición de guardia. Ante su vista, un poco más arriba de donde se encontraba, el príncipe saiya-jin se retorcía de rabia, apretando fuertemente los puños y enseñando los dientes. La desesperación que sentía al no poder acabar tan fácilmente como esperaba con su adversario era evidente, pero no pretendía ocultarla. La pelea y cómo se estaba desarrollando estaba poniendo en entredicho su lugar como un guerrero de clase alta.

    —¡Maldición!— mascullaba entre dientes, iracundo a más no poder —¡Soy un guerrero de élite! ¡Alguien con un nivel tan inferior no puede estar haciéndome esto!

    Gokú no prestaba mucha atención a sus palabras, tan concentrado como estaba en aguantar el dolor que sentía y que amenazaba con hacerle sufrir un desmayo. Tal y como su maestro lo había previsto, el triple Kaioh-ken resultó ser una técnica mortal. Su fuerza y reflejos habían aumentado, así como su velocidad, pero a un alto costo: su cuerpo no era capaz de soportar tanto poder y era por eso que estaba por colapsarse. Sus músculos estaban hinchados y adoloridos, a punto de desgarrarse.

    —Resiste un poco más, cuerpo, por favor— suplicó de manera tonta, intentando no estar tan tenso.

    Mientras tanto, Vegeta se percató que en su boca había un sabor amargo, cobrizo. Pasó la lengua por sus labios y después se limpió con el dorso de su mano derecha. La mancha roja que se extendía a lo largo de su guante lo puso sobre aviso, aunque éste lo sintió como una descarga explosiva en pleno rostro:

    “¡Sangre!” pensó, rabioso “¡Esa basura está haciendo salir mi sangre imperial!”

    Al no poder contenerse más, su furia estalló como lo haría un volcán en erupción, desplegando todo su poder de batalla alrededor de su cuerpo.

    —¡Ya estoy harto de este estúpido planeta!— gritó a los cuatro vientos, encolerizado como nunca antes. La tierra se estremecía ante su ira. Violentos terremotos sacudían el lugar y vientos huracanados parecían emerger del cuerpo del extraterrestre. Toda su arrogancia y sangre fría se habían desvanecido —¡¡¡Volaré en pedazos este maldito lugar del demonio!!!

    Y sin decir más, desplegó una aura de energía brillante que lo cubrió de pies a cabeza, la cual le permitió elevarse por los aires, hasta a una distancia de unos cientos de metros por encima del suelo:

    —¡Quiero ver si esquivas esto!— se mofó, mientras colocaba las manos a un costado del cuerpo e inclinaba su cuerpo hacia el mismo lado. Era una posición bastante extraña, pero dicho detalle parecía no importarle —¡Aunque te advierto que si lo haces, tu preciosa Tierra será hecha añicos!

    —¡Maldición!— exclamó Gokú en voz alta, al darse cuenta que Vegeta había perdido por completo el juicio y de que hablaba en serio —¡De veras piensa hacerlo!

    La gran cantidad de energía que su enemigo comenzó a acumular en la palma de sus manos vino a confirmar sus temores y a avalar sus amenazas. Efectivamente, disponía del poder para destruir la Tierra. “¡Debo arriesgarme!” pensó para sus adentros, resuelto a no perder más valioso tiempo. Lo que pudiera sucederle no importaba, mientras su planeta adoptivo estuviera a salvo.

    Como si estuviera imitando a su enemigo, de la misma manera se apresuró a colocar ambas manos a un costado de su cuerpo, aunque lo hizo de forma mucho más cómoda, con las palmas separadas una de la otra. La pierna derecha se convirtió en su punto de apoyo, flexionándola un poco para entonces adelantar la restante, afianzándose al piso.

    —¡KAME-HAME-HA DEL TRIPLE KAIOH-KEN!— pronunció, como si estuviera invocando fuerzas extras para que le ayudaran a realizar lo que estaba dispuesto a hacer.

    Al igual que un aura de energía envolvió su cuerpo, una cantidad mayor de ésta comenzó a juntarse entre sus manos, formando una esfera con ella, mientras volvía a recitar, aunque mucho más lentamente:

    —¡KA... ME... HA... ME...!— a cada sílabo pronunciado la energía se concentraba aún más y la esfera aumentaba cada vez de tamaño, teniendo que extender el espacio que había entre sus manos para poder albergarla.

    Vegeta hacía algo similar, pero sin saber bien lo que pretendía Kakarotto. Aún en el aire, reuniendo la mayor cantidad de energía posible para llevar a cabo su propósito, continuó burlándose, pero todavía furioso:

    —¡De ninguna manera podrás detener mi Gyarik-Ho!— y antes de lanzar su ataque, por último sentenció —¡Te convertirás en polvo espacial, junto con este planeta!

    Luego de haber pronunciado semejantes palabras, escupidas con la clase de odio tan profundo que sólo un corazón sin bondad podría albergar, extendió violentamente sus brazos hacia el frente, dejando salir un enorme rayo de energía concentrada que se abalanzó de inmediato hacia el suelo.

    Sabiendo que el momento de actuar había llegado, Gokú preparó su respuesta.

    —¡¡HAAAA!!— gritó tan fuerte como pudo, al mismo tiempo que abalanzaba todo su cuerpo hacia delante, proyectando su pierna flexionada y arrojando con los brazos completamente extendidos hacia el cielo otro igualmente gigantesco cauce de energía liberada.

    Su trayectoria era la precisa para interceptar a la primera, lo que hizo en cosa de segundos. Ambas ráfagas chocaron una con la otra, en un encuentro brutal en el que ninguna de las dos parecía ceder espacio, permaneciendo congeladas una contra otra. Y a pesar de las apariencias, sus dueños aún seguían presionándose por darles más poder.

    —¡No puede ser!— masculló Vegeta, esforzándose al máximo por empujar la bola energética que se desprendía de sus brazos —¡Es tan fuerte como mi Gyarik-Ho!

    Aquello era el colmo, y de ninguna manera le permitiría a alguien tan inferior como Kakarotto seguir poniéndolo en ridículo a él y a sus técnicas. El Gyarik-Ho adquirió más fuerza, a medida que su cólera aumentaba.

    Por un momento, Gokú pareció ser aplastado con todo y su Kame-Hame-Ha ante el aumento de poder. No obstante se repuso en el acto, clavando firmemente las piernas en el piso y aumentando el poder que salía de su cuerpo. Haciendo un esfuerzo sobrehumano por oponer resistencia, apretaba los dientes desesperado, sabiendo que no podría aguantar más tiempo... había llegado el momento de arriesgar el todo por el todo. A ese paso, sería imposible que derrotara a Vegeta, pero si acaso él...

    —¡CUÁDRUPLE KAIOH-KEN!— gritó a todo pulmón, decidido a jugarse la vida.

    Al instante, su cuerpo se tensionó, pareciendo aumentar de tamaño mientras que el rayo energético que emergía de sus manos cobraba mayor fuerza, casi tumbándolo al suelo debido al gran impacto que produjo el incremento de energía.

    Entre la impotencia y la incredulidad, el príncipe saiya-jin observaba como su técnica era fácilmente doblegada y ahora ese poderoso ataque se dirigía justo a donde se encontraba. Estaba perdido.

    —¡¡No puede se...!!— ni siquiera pudo acabar de sorprenderse, pues el gigantesco Kame-Hame-Ha ya lo había golpeado con toda su fuerza, deshaciendo limpiamente gran parte de su armadura y lanzándolo al espacio a gran velocidad.

    En el piso, Son Gokú observaba como su enemigo se perdía a la lejanía, impulsado por su técnica. Agotado, respiraba jadeante. Bajó sus brazos e inclinó su adolorido cuerpo, descansando mientras podía. Sabía que la batalla aún no terminaba. Vegeta todavía no estaba derrotado.


    Al estar observando todo ese tiempo la televisión, Rivera había conseguido parcialmente su objetivo. Estaba mucho más relajado y por un breve tiempo se olvidó de sus problemas. Aquella lucha entre poderes había llamado enormemente su atención, analizando cuidadosamente el desempeño de ambos personajes. Aunque ya sabía el resultado de la pelea, pues lo que estaba observando no era más que una repetición de un viejo programa al que era asiduo cuando niño, había olvidado aquella escena en particular. Sus ojos se iluminaron con un brillo especial cuando una idea cruzó por su mente.

    —Con que el Kame-Hame-Ha, ¿eh?— murmuró para él mismo, divertido.


    Cuando Asuka despertó, se encontraba completamente sola en el interior de la tienda de campaña. La televisión continuaba allí, solo que esta vez se encontraba apagada, pero Kai se había desvanecido. Salió afuera a buscarlo, ante la macabra mirada de la imponente figura del Eva Z, pero tampoco allí podía vérsele. ¿A dónde habría ido?

    Cuando pasó la vista de forma descuidada por el reloj instalado en el dispositivo de su muñeca izquierda, se percató de la hora y de lo tarde que era, por lo que se apuró a regresar al dormitorio sin más contemplaciones. Su plan era estar allí antes de que despertaran sus otros compañeros, para así poder fingir que había pasado la noche allí y evitar habladurías. Y aunque seguía teniendo gran curiosidad por conocer la decisión final del muchacho, a quien ya para esos momentos consideraba su novio, no se precipitó, pues lo más seguro es que tendría que toparse con él más temprano que tarde.

    Lo que sí pensaba reclamarle fue el haberse ido así nomás, sin siquiera despedirse, y dejando a una chica tan hermosa como ella abandonada a la intemperie.


    Como fuera, la jovencita fue incapaz de cumplir con su objetivo. Para cuando llegó sus dos compañeros ya estaban recogiendo sus pertenencias, listos para partir. Además, aunque eso ella no lo sabía, ambos ya estaban al tanto de su excursión nocturna. La fría mirada con que la recibió Ayanami bastó para avisparla. No obstante, Langley no pudo evitar sonreír maliciosamente, ahora que estaba segura que la había derrotado en la carrera por el corazón del joven Katsuragi. Aún así tenía que pensar en una buena historia, si es que quería guardar las apariencias. Todavía no estaba lista para anunciarles su relación. Para ello tenía pensado algo mucho más elaborado, en el que claro, Rei tendría que estar presente, sólo para ver la cara que ponía.

    —¡Vaya— musitó al verlos, poniéndose una mano en la cintura —Con que al fin despertaron! Cómo se tardaban tanto en hacerlo, decidí adelantármeles...

    Tanto Shinji como su compañera la observaron serios, en silencio, sin dirigirle la palabra. Sus mentiras resultaban inútiles, pues ambos se dieron cuenta de su partida desde mucho antes, y aunque no podían afirmarlo, tenían una idea bastante segura de a dónde había ido a pasar la noche. Los tres enfilaron a la reunión que tenían con Misato, sin hablarse entre ellos. A cada momento que transcurría, Asuka se sentía más y más incomoda. La certeza de que aquellos dos sospechaban algo crecía en ella, y la inquietaba. ¿Qué tanto sabrían, ese par? Intentando distraerse, continuó actuando como si todo fuera normal:

    —Shinji, no puedo creer que hayas podido dormir tan tranquilo— pronunció en tono de chanza, levantando los hombros —Digo, con esos ronquidos tan fuertes que Ayanami dio toda la noche... simplemente yo no pude soportarlos...

    —Yo no escuché nada— respondió el muchacho, frío como el hielo, sin siquiera voltear a verla, mientras el compacto grupo subía a un elevador —Y a decir verdad, dudo que Rei ronque de modo alguno...

    La susodicha ni siquiera se inmutó con tales comentarios, mucho menos hizo el intento por defenderse. Una vez más, se refugiaba en su máscara de indiferencia. Al fin y al cabo, lo que Kai y esa rubia escandalosa hicieran de su vida, no era de su incumbencia. Ella sólo seguiría con sus órdenes. Pero a pesar de que ya no era asunto suyo, entonces, ¿porqué sentía ese gran malestar en su pecho?

    Shinji, por su parte, decidió por no quedarse callado un minuto más. La cínica de Asuka se hacía la mosca muerta, fingiendo que nada había pasado al fin y al cabo, después de todo lo que lo hizo sufrir. En toda la noche no había pegado la pestaña, imaginándose lo que Rivera y ella se encontraban haciendo en esos momentos. Ahora, cansado y con el corazón roto, se revolvía entre la desesperación y la rabia, y no soportaba permanecer así por más tiempo. Buscó la forma de desahogar parte de su enojo, arremetiendo contra la razón de éste, aprovechando su ausencia. Después de todo, había traicionado su supuesta amistad, lanzándose sobre la muchacha, sabiendo de antemano sus propios sentimientos hacia ella.

    —Parece que aún no hay rastros de nuestro superhéroe favorito, ¿verdad?— se mofó, en un tono lo bastante claro para que no hubiera confusiones —Al estarlo oyendo siempre, cualquiera diría que despachar a un monstruo invencible es pan comido para él. Pero qué raro que no esté por aquí. Pensaba que sería el primero en saltar al ruedo... ¿tú no, Asuka?

    —¿Y a mí porqué me lo preguntas, tarado?— respondió la chiquilla, rubicunda por la mala intención de las palabras de Ikari. Además del tono altanero e insolente que estaba empleando para dirigirse a ella y para referirse a Kai. Sí, podía estar segura. Por lo menos Shinji sospechaba algo.

    —Por nada en especial... no deberías ponerte tan nerviosa— igualmente, el japonés ya no se dejaría amedrentar tan fácilmente. Haría que su voz fuera escuchada —No es que esté diciendo que se haya acobardado de un de repente... no, eso es imposible para el GRAN Kai Katsuragi... seguro que estará bajando a un gatito de un árbol o ayudando a una viejecilla a cruzar la calle...

    —Kai no es un miedoso... y si decide no aceptar la misión, sus motivos tendrá— replicó la extranjera con continente severo, acuchillando con la mirada a su compañero. Parecía estar poseído, jamás lo había visto tan impetuoso. ¿Qué diablos le pasaba?

    —Por supuesto que los tiene— continuó por su parte Shinji —¿Quién soy yo para ponerlo en duda? Después de todo, es el gran héroe que salvará al mundo de la destrucción...

    —Bueno, ¿y a ti que te pasa?— finalmente preguntó su compañera, harta de sus comentarios, pero a la vez avergonzada de su actitud —Lo dices como si debiera importarme que ese sujeto se crea Superman o algo por el estilo... si quiere perder el tiempo soñando que salva a la Humanidad cada vez que se sube a su Evangelion, ¡déjalo! ¿En qué te afecta?

    Ikari estaba a punto de responderle de nuevo, dejando salir todo el resentimiento que sentía hacia su compañero, cuando Rei lo interrumpió de súbito, interviniendo por fin, y los dos se tuvieron que callar para escucharla:

    —Hablar de una persona a sus espaldas es fácil... pero según recuerdo, sólo uno de nosotros ha salido corriendo, queriendo escapar de sus responsabilidades— pronunció la muchachita en su tono seco y frío, destrozando lo que quedaba de la autoestima de Shinji, al referirse claramente a él.

    Suponía que ella estaría de su lado al momento de confrontar a Asuka, pero ahora podía ver que no era así. Primero la alemana, ahora ella. ¿Porqué? ¿Porqué estaba defendiendo a ese estúpido infeliz? Creía que ella estaría lastimada de la misma forma, que querría vengarse tanto de la chiquilla como de Rivera. Pero ahora, lo estaba defendiendo, pese a todo lo que le había hecho. ¿Porqué siempre todos terminaban por traicionarlo?

    —Además, ninguno de los dos tiene derecho a juzgar los motivos que tenga para pilotear un Eva— continuó Ayanami, haciendo caso omiso del gesto compungido de Ikari. Después de todo, él se lo había buscando, al comportarse de manera tan ruin. Aunque ella también estaba mortificada, rebajarse de tal modo no le ayudaría en nada —Ustedes no saben por todo lo que Kai ha pasado, para que se porte de la manera en que lo hace...

    “Ah, ¿y tú sí lo sabes?” fue lo que pareció decir la mirada de sus dos acompañantes, pregunta que sin embargo, nunca le fue propiamente formulada. Aparentemente, observó Asuka, Rei no se daba por vencida. Aún seguía dando patadas de ahogado. ¡Hasta había despreciado a Shinji, por defender a Kai! ¿Pues qué era lo que pretendía esa resbalosa? Primero le hacía ojos de borrego a ese tipo en las narices del pobre Kai, y ahora mismo reñía al propio Shinji para defenderlo. Algo se traía entre manos esa bruja, y lo mejor sería no confiarse ni bajarle la guardia. Quién sabe lo que era capaz de hacer.


    De cualquier modo, ahora que se le presentaba la oportunidad de contraatacar y bajarle los humos a Ikari, de ninguna forma iba a desperdiciarla. A decir verdad, se había levantado de tan buen humor que se había propuesto a ella misma no molestarlo durante todo el día. Pero se la había buscado, y le iba a enseñar de la manera difícil que con ella no se jugaba. Comenzó poniendo el dedo en la llaga:

    —¿Y porqué tan callado, de repente?— advirtió, al observar el semblante deprimido del muchacho —Y tan parlanchín que te habías levantado... nomás no logro entenderte...

    El joven se limitó a encogerse de hombros, sin ánimos ya de dirigirle la palabra a cualquiera de las dos. Se sentía encerrado entre ellas, sofocado por su desprecio.

    —¡Ya sé que puedes hacer para animarte!— continuó burlándose la europea, dándole unos codazos suaves en el costado —Parece ser que estás muy curioso hoy, así que: ¿porqué no le preguntas a tu amiguita Ayanami sus motivos para pilotear? Quizás eso te mantenga entretenido un rato, ¿no?

    La razón de tal comentario no obedecía más que a recalcar el modo en que Rei se había disgustado con él y en cómo le había cortado las alas cuando la sentía tan cercana; pero igualmente, ya fuera por impotencia o desinterés, el muchacho le contestó, murmurando:

    —Ya se lo había preguntado antes...

    —¡Ay, pero qué tiernos! Se nota que los dos son muy buenos amigos, ¿verdad?

    La mirada desairada de Shinji fue todo lo que obtuvo por respuesta. Y Rei ni siquiera les prestaba atención, como si no estuvieran en ese lugar, pese a que hablaban de ella. Y a pesar de que ya le había cobrado la factura con creces, la muchacha quiso continuar con su asedio a Ikari, sólo para convencerlo de que en un futuro, lo mejor era dejarla en paz.

    —¿Y qué hay de ti, Shinjito? ¿Porqué es que piloteas un Eva? Digo, no eres el piloto más entusiasta que conozco.

    —No lo sé— repuso el chiquillo, levantando el rostro —¡Diablos, te juro que no lo sé!

    Había pronunciado esas palabras con nuevos bríos, como si se hubiera dado cuenta de algo. Asuka dio justo en el clavo, en su intento de humillarlo aún más. ¿Porqué tener que seguir aguantando todos esos abusos? No había algo lo suficientemente fuerte que lo mantuviera atado a ese lugar. En primera instancia había aceptado por la apremiante carencia de pilotos de la que NERV adolecía, pero ahora que disponían hasta de sobra, era libre para decidir por sí mismo. La idea de renunciar a toda responsabilidad y largarse de allí de una vez por todas cruzó de nuevo por su cabeza. Pero tampoco quería parecer un cobarde, y así darle la razón a sus detractores.

    Por su parte, Langley lo miró, extrañada, por unos cuantos instantes, a lo que al cabo repuso, queriendo continuar con sus ataques:

    —¿Qué no lo sabes? Debes ser medio idiota, entonces...

    —Puede que tengas razón...— afirmó su compañero, ya sin darle importancia a lo que tuviera que decirle, más concentrado en sus propios pensamientos que en otra cosa.

    Su cambio de actitud no pasó desapercibido para la extranjera, a quien le molestaba sobremanera su pose conformista, tan alejada y distante de todo, como si no le importara nada, como si careciera por completo de orgullo.

    —Me equivoqué: eres un completo idiota— aseveró, dando por terminada la discusión. Al fin y al cabo, no tenía interés alguno en continuar poniéndole atención a ese pusilánime patético. Sin embargo, el gesto de desencanto que adquiría su rostro cuando lo observaba de vez en vez parecía decir todo lo contrario.


    Finalmente llegaron a la Sala de Estrategias, a la hora convenida con su superior. En esa reunión previa al comienzo de la misión deberían manifestar su acuerdo o su inconformidad con ésta. La participación en dicha misión, dado su alto nivel de fracaso, había quedado sujeta al criterio de los pilotos, en un gesto por demás benevolente por parte de la Mayor Katsuragi.

    Ninguno de ellos ocultó su sorpresa al encontrarse a Misato acompañada de Kai, de quien hasta entonces desconocían su paradero. Su presencia allí parecía confirmar su consentimiento a participar en la arriesgada misión, pues incluso ya se encontraba vestido con su traje de conexión verde, con todo y los adminículos en su cabeza.

    —¿Porqué tardaron tanto?— preguntó en tono bromista cuando los vio ingresar por la puerta, sentado enfrente del escritorio de Misato, escribiendo en una hoja de papel.

    Aparentemente, estaba muy tranquilo. Demasiado, para alguien que quizás moriría en unas cuantas horas más. Asuka tuvo que recalcárselo a Shinji, quien antes se había burlado al respecto, susurrándole entre dientes:

    —¿Qué te parece? Sí fue el primero en meterse al ruedo, después de todo...

    —Bravo por él— asintió Ikari, a quien esas lindes ya no le interesaban. Como siempre, el intachable Kai no tenía nada que le pudieran reprochar. Aquello le repugnaba tanto.

    —¿Qué es lo que está pasando?— inquirió Rei, intrigada por saber qué era lo que Rivera se encontraba escribiendo.

    —Bueno, pues ya que se trata de una operación de carácter no oficial— contestó su superior, sentada detrás de su escritorio —Se requiere que los que decidan aceptar la misión firmen esta declaración en donde especifican que la aceptaron por voluntad propia y sin ningún tipo de presión, por si acaso llegaran a... ustedes saben... colgar los tenis y todas esas cosas feas... además, si así lo desean, pueden preparar su última voluntad, aunque esto último es opcional...

    —Firmaré, pero olvídate de eso de la última voluntad— aseveró Asuka, firmemente convencida y envalentonada por la presencia de Rivera —No pienso morir este día... aún hay muchas cosas que quiero hacer...

    —También yo— consintió Ayanami , aunque en su particular modo de hablar, a la vez que se percataba de la forma en que su compañera observaba a Kai —Solamente firmaré, nada más... no veo la necesidad de escribir algo como eso.

    —Tampoco yo— sentenció por su parte Ikari, con una nueva determinación, sorprendiendo a sus dos acompañantes con su súbito cambio de humor. Sólo había una cosa en la que verdaderamente era bueno, en la que de veras podía competir con su compañero, y eso era piloteando un Eva. Así que sería la única manera en la que lo podría derrotar, convirtiéndose en el mejor piloto de los cuatro. Solamente así podría sacudirse su sombra de encima y empezar a tener méritos propios —Estoy seguro que le ganaremos a esa cosa.

    No obstante su plena seguridad en su éxito, y su fiera disposición, ninguno de los tres pudo ocultar su mueca de hastío cuando por último, habiendo acabado de escribir, el joven Katsuragi exclamó desde su lugar, como si no los hubiera escuchado:

    —¡Listo!— pronunció, releyendo lo que había redactado en la hoja de papel —He decidido que Shigeru se quedará con mi guitarra y toda mi colección de compactos... Kenji con mis apuntes y mis postulados no publicados... Maya podrá cuidar de Pen-Pen y Makoto se quedará con Misato, aunque Kaji tiene derecho de apelar esto último y...

    La mujer no lo dejó terminar, propinándole un fuerte coscorrón que cimbró todo su cráneo, lo que lo hizo soltar el mencionado documento.

    —¡Ni Pen-Pen ni yo somos de tu propiedad, cretino!— advirtió, encolerizada, aunque también de alguna forma, divertida. Las pullas que los dos se hacían resultaban ser muy saludables: aliviaban las fuertes tensiones, y sobre todo el miedo a la muerte —¡Así que no andes decidiendo quién se quedará con nosotros!

    —¡De acuerdo, de acuerdo!— asintió el muchacho, doliéndose en la parte afectada —¡Qué rudeza! Un simple “no” hubiera bastado...

    Ignorando sus lamentos, Misato se levantó de su lugar, para luego entregar los formularios a sus demás subordinados. Mientras éstos firmaban, les dijo, cruzándose de brazos y con mirada soñadora:

    —De veras lamento todo esto, chicos... pero les prometo que cuando hayamos terminado, los llevaré a ustedes cuatro a cenar un buen bistec... ¡Por mi cuenta, claro!

    —¿De veras?— preguntó Asuka, aunque en un tono irónico —¿Lo prometes?

    —Por supuesto— pronunció su superior sin captar del todo sus intenciones.

    —El bistec me parece bien— afirmó por su parte Shinji, entregando su documento firmado.

    —Pues apurémonos a acabar con este tipo, para disfrutarlo mucho más pronto— propuso la mujer, guiñándole un ojo.

    —Muy bien, lo estaré esperando con ansia— musitó la chiquilla europea, entregando también su documento, maravillándose de lo ingenuas que podían ser las personas que le rodeaban.


    —¡No puedo creerlo!— les indicó a sus compañeros pilotos, mientras que se dirigían a abordar sus Evas, cuando Misato ya no estaba con ellos —¿De veras piensa que debemos emocionarnos porque nos va a llevar a cenar? Qué anticuadas son las personas de la generación del Segundo Impacto...

    —Supongo que no pueden evitarlo— completó Shinji, cruzándose de brazos.

    —Pues yo te vi muy entusiasmado con la idea, kinder— observó la alemana, suspicaz como siempre —¿Ó es que sólo estabas fingiendo?

    —No quería que se sintiera desilusionada, es todo— contestó el muchacho, intentando defenderse como podía.

    —¿Eh? ¿De qué hablan?— preguntó Rivera, extrañado por su actitud —¿Qué tiene de malo cenar un buen bistec? ¡Sabe muy rico, por si no lo sabían, y si ordenas el buffet puedes servirte todo lo que quieras, las veces que te pegue la gana!

    Asuka lo observó como compadeciéndolo, sin atreverse a contrariarlo. Al ver su rostro se podía constatar que de veras estaba emocionado por ir a cenar ese bistec y que en realidad lo consideraba como un premio. Después de todo, Misato lo había criado, y tenía bastantes aspectos de ella en su personalidad, observó la chiquilla.

    —¿Tú también vendrás, chica maravilla?— le preguntó a Ayanami, quien se había quedado a la zaga, resignándose a la idea de la cena. Sólo que compartirla con Rei sería demasiado para ella.

    —No— respondió su compañera, lacónica, como casi siempre.

    —¿Y porqué? Misato dijo que nos invitaría a los cuatro...— agregó Ikari, queriendo hacer las paces con la muchacha.

    —A Rei no le gusta la carne de los animales, por eso no la come— les aclaró Kai antes de que ella misma pudiera hacerlo. Era un detalle muy mundano, que sin embargo les daba a los demás una idea de lo mucho que se conocían entre ellos aquél par.

    —¿Ah, de veras?— pronunció la jovencita rubia, acuchillando con la mirada a la chica del cabello azul —Con razón se ve tan escuálida y desvanecida...

    —De cualquier modo, Kai...— intervino Ikari, ayudando a Rei al desviar el tema de la conversación —¿Qué fue lo que te motivó a aceptar la misión? Por un momento me pareció que te negarías...

    —¿Qué te hizo pensar eso?— le preguntó a su vez el muchacho.

    —Pues... casi todo el peso de la operación recae en ti...— atinó a decir el otro, desconcertado por el revés en la pregunta —Y me imagino que es bastante presión, ya que si fallamos...

    —De todos modos iba a decir que sí, fuera cual fuera el resultado de la misión— lo interrumpió —Se lo debo a Misato... sólo que no sabía cuáles eran sus verdaderas intenciones. Pero sostuvimos una pequeña conversación antes de que llegaran y ahora tengo el panorama un poco más claro.

    —¿Y qué fue lo que hablaron, entonces?

    —Nada que les concierna— contestó, tajante, dando a entender que la charla había terminado. Y así lo entendieron los demás, pues ya nadie se atrevió a dirigirle la palabra durante todo el trayecto restante a los muelles de embarque.


    —Tiempo restante estimado para colisión: 120 minutos— se escuchó decir a Maya por medio del sistema de sonido —Todo el personal debe encontrarse en sus puestos asignados.


    Misato ultimaba los detalles para el subsecuente lanzamiento de los Evangelion, instalada en su puesto en la Sala de Controles. A pesar de que cualquiera hubiera esperado verla en cierto estado de agitación, lo cierto es que se encontraba muy relajada, sin dejar de lado la seriedad que su mando le infería. Antes de dar la orden de despegue, quiso darles a sus subordinados la oportunidad de elegir ellos mismos:

    —Pueden tomar refugio, si así lo desean— les instó tanto a Hyuga como a Shigeru, así como también a Maya, cada cual vigilando sus consolas —Puedo encargarme de la operación por mí misma...

    —Por supuesto que no la abandonaré, Mayor— repuso en el acto Aoba, sonriendo en gesto cómplice —Mi trabajo es estar aquí...

    —Así es— consintió Makoto, por su parte —No podemos permitir que los niños se enfrenten solos al peligro.

    —Ellos estarán bien— respondió Katsuragi, satisfecha de que sus tropas permanecieran leales y valientes hasta el final —El Campo A.T. los protegerá de cualquier daño... de hecho, me parece que el lugar más seguro de la Tierra es dentro de un Eva— reflexionó, mirando fijamente a la Unidad Z por una pantalla, haciéndola evocar la conversación que poco antes había sostenido con el joven piloto de ésta.


    —¿Y tú en dónde te habías metido?

    La Mayor no pudo ocultar su sorpresa cuando, luego de que no se había reportado ni dejado ver en toda la noche, su protegido aparecía a primera hora a las puertas de su oficina, en donde finalmente se había apostado para descansar lo mejor que pudiera: unos cuarenta minutos de sueño, entre la incomodidad del rígido escritorio y las múltiples preocupaciones que en ningún momento dejaron de asolarla.

    Así que no era de extrañarse el deplorable aspecto con el que la encontraba, así que el muchacho prefirió omitir cualquier observación al respecto. Recorrió lentamente aquella sala, con todos sus estantes, archiveros, mapas desplegados, envolturas tiradas de comida, mientras que ella se desperezaba, sin interesarse por algo en específico, con la mirada perdida. Al igual que con su cuarto, la oficina de Misato reflejaba en parte su carácter tan peculiar. Al igual que él mismo, se percató.

    —Por ahí— le contestó al fin —Nomás dando la vuelta...

    —Ya veo— pronunció la mujer, luego de dar un profundo bostezo —Tenías muchas cosas en qué pensar, ¿no es así?

    —Fíjate que no tantas...— detuvo su deambular al notar la foto enmarcada que su madre adoptiva tenía en su escritorio. La sostuvo por unos momentos en sus manos, mirándola detenidamente por unos momentos.

    Era de cuando tenía diez años. Se trataba del campeonato regional de karate, en la categoría infantil. Recordaba aquella ocasión, pues en la final el otro niño había trapeado el piso con él, incluso le había tumbado un diente al colarle una espectacular patada en pleno rostro que finalmente le mereció el trofeo. Aún así, Misato lo había alzado en hombros, como si él hubiera sido el ganador. Su sonrisa enseñando el hueco entre los dientes le daba un aspecto un tanto cómico a la imagen.

    —Supe de los resultados de las pruebas de tiro y de los análisis... — le dijo la Mayor, no muy convencida de querer enfilar la conversación a esos rumbos —Así que... ¿Qué me dices?... ¿Ya has tomado alguna decisión?

    —Sí— respondió el chico, dejando la fotografía en su lugar, para luego dirigir su vista hacia donde ella se encontraba —Ya la había tomado aún antes de saber el resultado de las pruebas...

    Ambos permanecieron callados por unos instantes, esperando que el otro dijera o hiciera algo. Y cómo aquello resultaba tan incómodo, fue el mismo Kai quien continuó, contestando a una pregunta que propiamente nunca le fue hecha:

    —Tú misma lo dijiste: somos nosotros quienes hacemos posibles los milagros. He allí su verdadero valor— tragó saliva. El miedo era una reacción normal, así que no se avergonzó de ello, pero tampoco se dejó vencer, y siguió —Así que voy a hacerlo... voy a participar en la misión.... pase lo que pase, estaré allí, por que confío en ti, y por que te lo debo, luego de todos estos años...

    La mujer se quedó congelada en su sitio, mirándolo con los ojos vidriosos, visiblemente conmovida por aquellas palabras. No le cabía duda de los fuertes sentimientos que los unían a ambos, los estrechos lazos que nada podrían romper... Tantos años de incertidumbre, de temores a la sombra y ahora él llegaba, disipándolo todo con tan sólo unas cuantas palabras.

    —Muchas gracias— suspiró, intentando contener las lágrimas. Todos en el cuartel la habían tachado de lunática, pero aún así ella sabía que podía contar con el completo apoyo del muchacho, y así era —Muchas gracias por todo. Pero no quisiera que te sintieras presionado, ya te lo he dicho: nada me debes... así que si de veras no quieres hacerlo, lo entenderé y...

    —No. Lo voy a hacer— recalcó el joven, tomando asiento —Si tú tienes la seguridad de que tu plan funcionará, entonces yo también la tengo. Aunque tengo que admitir que tenía miedo— su mirada se tornó sombría, evitando la de la mujer —Pero cuando pensé mejor las cosas descubrí que no era tanto miedo a la muerte... sino más bien al fracaso. Mejor dicho, miedo a fallarte, a traicionar tu confianza. En realidad no estaba seguro si podría conseguir lo que querías que lograra, y si no lo hacía te iba a dejar ver muy mal. A veces creo que tú y mucha otra gente me sobreestiman... y temo no estar a la altura de sus expectativas... — divagó, con aire soñador.

    Por su parte, Misato también tomó asiento, recostándose sobre su silla, cruzándose de brazos mientras ella misma se ponía a meditar sobre el asunto.

    —Te comprendo— musitó, sin afectar su pose —Para serte sincera, yo también sentía un temor parecido... anoche Ritsuko y yo platicamos un rato... bueno, más bien discutimos algo acaloradas...

    “¿Acaloradas?” repitió en voz baja el muchacho, imaginándose con dicho término la discusión entre las dos mujeres involucrando elementos como aceite untado en todo el cuerpo, prendas muy cortas y ajustadas y una tina de repleta de gelatina, además del uso de palabras bastante fuertes y vulgares. No disimuló en absoluto la expresión pervertida de su rostro ni su risita maliciosa.

    —¡¡No pienses en cosas raras!!— advirtió en el acto la Mayor, tomándolo por el cuello y zarandeándolo —¡Maldita sea, y apenas que nos estábamos poniendo serios! Con una chingada... ahora... eh... ¿Qué fregados te estaba diciendo?

    —Algo sobre que hablaste con la peliteñida y te asustó...— respondió el jovencito, sujetándose el cuello sólo para asegurarse de que su cabeza siguiera unida a éste.

    —¡Ah, cierto!— exclamó la explosiva mujer con una expresión descuidada, para inmediato transfigurarla y regresar a su estado de seriedad. “Hasta da miedo ver sus transformaciones” pensó Rivera, clavado en su silla —Bueno, pues esa discusión me puso a pensar en muchas cosas... cómo en lo que sería capaz de hacer con tal de lograr mis propósitos.

    El chiquillo la miraba fijamente, sabiendo bien a lo que se refería. Misato continuó, poniéndose de pie y dándole la espalda:

    —Tú bien sabes las condiciones en las que murió mi padre. El mismo día en que tú naciste, él sacrificó su vida para salvarme. Aún ahora, no logro entenderlo: nunca se encargó de mí, de mi madre o de nuestra familia. Lo único que parecía importarle era su jodida investigación. La gente decía que era un genio, pero en lugar de eso yo creo que no era más que un miedoso, siempre tratando de escapar con su trabajo de la realidad, de su familia. Por supuesto que apoyé a mi madre cuando pidió el divorcio, y aunque esto pareció causarle una gran impresión, no sentí alguna clase de lástima por él. Solamente contemplaba a un hombre que sufría las consecuencias de sus propias acciones. Era así de sencillo, y hubiera podido vivir con eso... pero entonces sucedió... salvó mi vida, a costa de la suya.

    —Hay muchas cosas que aún no entiendo al respecto— murmuró Rivera, recordando el profundo desprecio que transmitían las palabras de su padre cada vez que éste se refería al Doctor Katsuragi; de hecho, él siempre se refería con desprecio a todo mundo —Pero algo que sí me queda claro, es que todos los padres aman a sus hijos, de alguna forma u otra... o eso creo... a mí no me parece tan raro.

    La Mayor no le contestó de inmediato. Se limitó a esbozar una sonrisa discreta, apreciando la nobleza de pensamiento de su protegido, pese a todo. Seguía siendo tan ingenuo a veces.

    —Cualquiera que hubiese sido su razón, al final quedé sola— continuó, comenzando a caminar lentamente por el cuarto —Sin poder saber exactamente si acaso lo amaba, o lo odiaba. Lo único que tenía claro era que tenía que derrotar a los responsables de aquel desastre, es decir, a los Ángeles. Y para conseguirlo, me uní a NERV. Creo que hago todo esto tan sólo para vengar a mi padre, y así liberarme por fin de su sombra... pero ayer estuve aterrada... aterrada de mí misma, porque quizás esa parte de mí que tan sólo desea venganza sea tan fuerte como para sacrificarte con tal de verla realizada— la mujer se detuvo detrás del chiquillo sentado, rodeándolo con sus brazos y recargando la frente sobre su cabeza. Al hacer esto, Kai pudo sentir su estremecimiento cuando continuaba hablándole. Conocía la parte del padre de Misato, y lo de la venganza, pero desconocía en absoluto que pudiera albergar esa clase de sentimientos —Tenía tanto asco por siquiera haberlo considerado. El que te viera solamente como un arma... una herramienta más de la cual valerme para conseguir lo que tanto deseaba. ¡Perdóname, por favor!

    El muchacho se había quedado sin palabras, atrapado en sus brazos. ¿Cómo reaccionar a todo eso? Pasmado. Así permanecía, sin saber exactamente que hacer o qué decir al respecto. No podía juzgarla, eso quedaba claro. ¿Pero utilizar a una persona como una simple herramienta? Esa no era la Misato que conocía.

    —Sé que debes odiarme ahora, pero— continuó ésta, asustada por la actitud del infante —¿Acaso tú nunca te has sentido igual? Querer desquitar todo tu enojo y tu frustración en contra de aquello que te despojó de tus seres queridos... lo sé, porque tú también pasaste por algo parecido...

    La Mayor había traspasado la barrera, una barrera que era casi sagrada entre ellos, pues nunca hablaban de los padres fallecidos de Rivera. Hasta ahora, con esa simple mención. Todo el cuerpo del joven se tensó, poniéndose de pie en el acto. La japonesa lo miró desde donde se encontraba, desconcertada pero sin articular vocablo. El muchacho la miró fijamente a los ojos cuando le respondió con voz grave y aspecto solemne:

    —No. Yo no pienso de esa manera. La venganza no trae nada bueno consigo, salvo más dolor a tu corazón. ¿De qué te sirve actuar con enojo, con rabia, tan sólo para desquitarte? Haga lo que haga, no hay nada que pueda regresarme a mis seres queridos. Prefiero la justicia. Prefiero que se les haga justicia a mis padres, antes que ser vengados.

    Su tutora seguía muda, rehuyendo su vista, avergonzada. Estaba a punto de colapsarse, cuando el muchacho volvió a intervenir, esta vez siendo él quien la abrazaba, quien le ofrecía soporte.

    —Pero no te preocupes. No te odio. Nunca podría odiarte, pasara lo que pasara— la tranquilizó, paseando su manos por su cabello —Y quiero que sepas que puedes contar conmigo. Yo te ayudaré a llevar a cabo tu venganza, a pesar de todo. Por ti, acabaré con todos los Ángeles. Es una promesa.


    Los dos permanecieron fundidos en ese cálido abrazo y no se habló más del caso.


    —Muy bien. Llegó la hora de la verdad— murmuró Rivera, preparando todo su cuerpo para la batalla venidera, aferrándose a los controles en sus manos, mientras esperaba ser lanzado dentro de su Eva al exterior.

    Allá afuera, aproximándose rápida e inexorablemente, se encontraba el mayor enemigo con el que se había topado hasta entonces. Y también su destino, victoria o muerte, cualquiera que fuese éste.


    Cada Evangelion ya se encontraba preparado en su punto asignado del área de impacto cuando los instrumentos permitieron detectar al Ángel que se aproximaba. Aún sin ellos, los fuertes vientos y el cambio en las mareas pudieron haberles avisado de la presencia de su enemigo.

    El área que sería cubierta por los tres campos A. T. combinados era enorme, abarcando casi en su totalidad al Geofrente, justo debajo de ellos. Y en medio de todo, precisamente en el punto calculado de colisión, en la cima de una pequeña colina se encontraba apostado el Eva Z, con la vista siempre fija en el firmamento.

    —¡El telescopio ha confirmado el objetivo, a una distancia de 25 mil metros!— informó Shigeru desde su puesto. A pesar de que el coloso no era visible aún a simple vista, la imagen desde el telescopio les permitía observarlo por medio de sus pantallas.

    —¡Ya está aquí!— advirtió Misato a los pilotos —¡Todos los Eva, listos para la acción! Actúen cuando el enemigo se encuentre en el rango de alcance...

    —Entendido— asintieron los jóvenes al unísono, cada cual lidiando con su nerviosismo a su propia manera.

    De cuando en cuando, Langley dirigía la mirada hacia la colina en donde se encontraba Zeta, observándolo como si aquella fuera la última vez que lo veía, queriendo grabar cada detalle de su aspecto en su memoria. “Deja de pensar en tonterías” se dijo a sí misma, en voz baja “Y concéntrate en la misión”.

    La tierra se sacudió bajo sus pies, igualmente incómoda por la presencia del visitante indeseado; por poco hace perder el piso a los pilotos y ni qué decir de las aterradas personas que se encontraban refugiadas.

    —Blanco aproximándose a una distancia de 15 mil metros— volvió a decir Aoba, tragando saliva, encargándose de monitorear la posición del enemigo. Era obvio que mientras más cerca se encontraba, más incrementaba su velocidad de caída.

    —¡Ahora!— indicó en el acto la Mayor —¡Comiencen con la Operación Atlas!

    —Desplegando Campo A.T. a su máximo alcance— advirtieron los pilotos de las Unidades 00, 01 y 02.

    Afuera, un aura roja envolvió el cuerpo de los titanes de acero, comenzando luego a expandirse a sus alrededores en un rango bastante considerable. La fuerza de aquella peculiar energía era tal que arrastraba consigo todo aquello que no estuviera firmemente clavado al piso; aún porciones de éste fueron arrancadas y arrojadas al aire en las zonas más cercanas a la fuente de origen, es decir, los gigantescos robots.

    Una vez que se completó el proceso, tal y como el plan lo tenía previsto, los campos combinados comenzaron a repeler, como si se tratara de un polo magnético opuesto, al propio Campo A. T. del monstruo gigante, obligándolo a reducir su velocidad mientras luchaba con la fuerza que se le oponía. Sin embargo, el impulso y la inercia que llevaba consigo era tan grande que no pudieron detener por completo su caída, por lo que seguía precipitándose hacia ellos, aunque en menor fuerza, en lugar de quedarse suspendido como la Mayor Katsuragi había planeado.

    —Blanco continúa aproximándose a una distancia de 12 mil metros— pronunció el oficial técnico con timbre nervioso. El plan se estaba viniendo cuesta abajo. Ahora que lo pensaba mejor, refugiarse no hubiera sido tan mala idea. Como muchos otros, tensó su cuerpo, controlando sus instintos y recuperando valor.

    —Unidad Z, llegó el momento— indicó Misato por el comunicador, apremiada, como todos en el cuartel —¡¡Dispara!!

    No obstante, a diferencia de otras ocasiones, en las que en el momento de haber dado dicha orden un haz de energía destructiva salía expulsada por los ojos del robot en mención, esta vez no ocurrió tal cosa. El gigante verde permanecía inmóvil en su puesto, con la mirada clavada en el cielo cubierto de espesas nubosidades. Los instrumentos no registraban ninguna fluctuación en su campo de energía, como pasaba cuando estaba a punto de disparar su ráfaga óptica. Nada. Ni siquiera la respuesta por parte del piloto. ¿Se habría acobardado de último momento? No, aquello no era posible. ¿Ó sí? Todos estaban al pendiente de su reacción, con cada segundo que pasaba contando en su contra.

    —Unidad Z, ¿qué es lo que pasa?— la Mayor Katsuragi tomó de nuevo la comunicación, intentando dilucidar la situación —¡Dispara ahora, antes de que sea demasiado tarde!

    —Distancia del enemigo: 10 mil metros...— apenas si pudo mascullar el operador, preparándose para lo inevitable.

    En el exterior, los demás pilotos luchaban por mantener sus campos abiertos a la capacidad requerida, lo que no era muy fácil. A decir verdad, no podrían sostenerlos de esa manera por un periodo de tiempo muy prolongado. Y al igual que el personal en los cuarteles, también se preguntaban qué le ocurría a su compañero, entre el esfuerzo que tenían que realizar para mantener su concentración.


    Casi como si les estuviera respondiendo a todos ellos, Zeta juntó sus manos, con las palmas extendidas hacia fuera, enfrente de su cabeza, extendiendo sus brazos en toda su longitud. Acto seguido, las colocó a su costado izquierdo, ladeando todo su cuerpo hacia la misma dirección. Parecía que estaba realizando una especie de ritual o algo por el estilo. A nadie le quedaban claras todavía sus intenciones. La posibilidad de que el piloto del Eva Z hubiera perdido por completo la razón era muy alta, para algunos.

    —¡¿Qué diablos cree que está haciendo?!— pronunció entre dientes Katsuragi, queriendo comerse las mangas de su chamarra. Todas las miradas en la Sala de Control estaban fijas sobre ella, y a Kai se le ocurría ponerse a hacer estupideces, justo en el momento decisivo.

    Sin importarle la reacción de pánico que provocaba entre mucha gente con su actitud, el muchacho continuó lo que fuera que estuviera haciendo en esos momentos. Si les hubiera dicho previamente lo que se proponía lo más probable es que se hubieran burlado de él, por lo que tuvo que actuar por su cuenta. Adelantó su pierna derecha, flexionándola sólo un poco para apoyarse casi por completo sobre su pierna izquierda. Para finalizar, se encorvó un poco, poniéndose más cómodo.

    —Distancia: 7 mil metros— advirtió Aoba, con voz desvanecida —Impacto inevitable...

    “¿Qué te pasa, Kai?” era lo que la expresión de todos ellos parecía decir, con la vista clavada en el titán de acero que aún no se resolvía a atacar.

    “Maldición, maldición, maldición, maldición” se repetía el muchacho una y otra vez en el interior se su cabina, con los ojos bien cerrados, comenzando a inquietarse porque su plan no estaba funcionando “Maldición, maldición, maldición... ¡lo sabía! ¡No funcionará! Este es la idea más estúpida que he tenido, y ahora lo arruiné para todos... oh, diablos, diablos... debí estar completamente loco cuando se me ocurrió todo esto... Dios, soy tan imbécil... ¡un completo y absoluto imbécil! ¿qué diantres puedo hacer? ¡Nada está pasando! ¡Maldita sea, esto no puede estar pasando! ¿Porqué? Vamos, vamos... calma.... relájate... no hay que darse por vencidos... aún tenemos tiempo... todo es cuestión de concentrarse... la idea está muy bien fundamentada... sólo recuerda lo que te enseñaron... relájate... y concéntrate... concéntrate...”

    De ese modo, mientras más tranquilo estaba, podía sentir claramente ese “algo” que se agitaba en su interior. Aquella cosa que clamaba por salir, que estremecía todo a su paso, en su carrera desenfrenada hacia la libertad. Ese algo que ya no estaba dispuesto a seguir escondiéndose en la sombra, que ya no estaba dispuesto a retroceder. Se revolvía en su prisión, impaciente. Ciertamente, el más feroz combatiente, aunque permaneciera enjaulado. Y aún así, grande es su poder. Aún así, ese poder contenido bastaba para acabar con sus enemigos.

    Una vez más el muchacho se sentía como si fuera dos personas a la vez, dos naturalezas distintas en un mismo cuerpo. De cualquier manera, al percibir como la energía comenzaba a emanar de su cuerpo, condensándose, sonrió con satisfacción, dándose el lujo de abrir los ojos, concentrándose aún más. Concentración, pequeño, todo es cuestión de concentración. Por fin estaba funcionando. El poder seguía creciendo en él, listo para ser liberado de un solo golpe.

    Centellas de energía luminosa empezaron a recorrer el espacio que había entre las palmas del robot, mientras se iluminaban de un brillo de naturaleza misteriosa, desconocida hasta entonces. A cada instante, el fenómeno se intensificaba, adquiriendo más y más fuerza.

    —¡Estoy captando una fluctuación muy fuerte en el Campo A.T. de Zeta!— pronunció Maya, atónita por los datos que llegaban hasta su consola. Aquellas lecturas rebasaban todos los límites conocidos, incluso para el Modelo Especial.

    Estupefactos, los demás veían como una esfera de energía concentrada se formaba entre las manos del titán de acero, aumentando su tamaño a medida que era alimentada.

    —No logro entenderlo— murmuró la Doctora Akagi, al borde de un colapso —Está concentrando su Campo A. T. en sus manos, en lugar de en su casco... ¿pero con qué objeto? ¿Y cómo es que lo hace? Simplemente... simplemente no entiendo lo que está pasando... esto es cosa de locos...

    Sostuvo por unos momentos su frente, sintiéndose como si le estuviera a punto de reventar. Para muchos, lo que hacía el chiquillo no tenía razón de ser, ni explicación lógica. En cambio, para todos aquellos que tuvieran una leve noción de las artes marciales o de sistemas espirituales estaba muy claro lo que Rivera pretendía. Incluso, bastaba con haber visto un capítulo de aquella serie, Dragón Ball, o haber jugado alguna vez un videojuego de peleas para entender lo que estaba haciendo. Desafortunadamente, eran muy pocos estos individuos entre el personal de NERV, por lo que casi todos estaban inmersos en una confusión angustiante.

    Sin embargo, Asuka reconoció esa pose, pues apenas la noche anterior la había visto por la televisión, precisamente en compañía de Kai. ¿Pero qué era lo que se proponía ese loco? ¿De veras pensaba que aquél disparate podría funcionar?

    —Esa... esa posición es de...— musitaba con dificultad, en medio del gran esfuerzo que tenía que realizar para mantener desplegado su campo de energía.

    Mientras tanto, el muchacho sentía como las manos comenzaban a arderle cuando contenían tanto poder en un espacio tan reducido. El calor que empezaba a emanar de aquella esfera se estaba tornando insoportable. Pero aún así, todavía no podía atacar. Tenía que esperar hasta el momento indicado, para asegurarse que el golpe contara.

    —Vamos, desgraciado— murmuró entre dientes, ignorando el dolor —Déjate ver...

    —¡El enemigo se encuentra a 5 mil metros, justo encima de nosotros!— pronunció Aoba. No sabía muy bien lo que su amigo pretendía allá arriba, pero fuera lo que fuera, tenía que apurarse a hacerlo antes de que todos se convirtieran en átomos flotando a la deriva.

    El cielo nublado se agitó, para luego escupir de sus entrañas, en medio de la conmoción general un gigantesco ojo que miraba fijamente a todos abajo, como insectos. El monstruo salió completamente a la luz, revelando su forma poco antes de acabar con su objetivo. El terror se apoderó de todos, mientras observaban impávidos a aquella mole dirigirse a ellos sin nada que pudiera evitarlo.

    —¡¡¡AHORA!!!— gritó Rivera a todo pulmón, decidido a atacar.

    Con un solo movimiento, como si se tratara de un resorte, alzó los brazos al cielo al mismo tiempo que adelantaba la pierna que le servía de apoyo, clavándose firmemente en la tierra y empujando todo su cuerpo hacia adelante.

    Una llamarada, un enorme caudal de energía mucho mayor que su propia ráfaga óptica salió expulsado de sus manos, ascendiendo rápidamente por las alturas hasta alcanzar su blanco. El fulgor que desprendía ese rayo de energía destructora era tan intenso que en un momento todo a su alrededor se volvió blanco con algunos rayones negros, ocultando así a los contrincantes ante la vista encandilada de los espectadores.

    Por un instante, la energía liberada por Zeta encontró un obstáculo en el Campo A. T. y en la enorme fuerza cinética que le proporcionaba su velocidad y la fuerza con que la gravedad del planeta lo atraía, chocando de lleno con el coloso, logrando detener por un momento su trayectoria.

    Rivera ya había previsto esto, así que apretando los dientes y haciendo un último esfuerzo incrementó la fuerza de su ataque, aprovechando igualmente la gravedad en su favor. Sus pies fueron sepultados entre los sedimentos que deshacían bajo ellos, afianzándose así del planeta entero. Los demás pilotos también hacían su parte, debilitando la fuerza con la que caía el Ángel manteniendo sus campos desplegados a su máxima potencia.

    —Adiós, ojitos— pronunció el joven, sonriendo satisfecho una vez que estuvo seguro de su victoria.

    La energía expulsada tomó nuevos bríos y no le costó mucho deshacer limpiamente el campo de fuerza que protegía al monstruo, y enseguida de ello a él mismo, atravesándolo por completo ante lo que parecía ser su mirada perpleja. El coloso que tantos dolores de cabeza había causado reventó como un globo, deshaciéndose en miles de pedazos seguido por una atronadora explosión que los consumió por completo. A pesar de que ésta ocurrió muy por encima del nivel del suelo, alcanzó a envolver una gran área debajo de ella, que incluía la colina donde estaba Zeta. Aunque cabía mencionar que el daño que causó dicha explosión fue mucho menor que el que hubiera hecho el gigante de haber chocado por completo contra la Tierra, como se lo proponía.


    Las instalaciones del Cuartel General se sacudieron con violencia, arrojando al piso a todos aquellos desprevenidos que no pudieron afianzarse de algo firme. Pero cuando dicho movimiento terminó, y como todos seguían de una pieza, podían estar seguros de que el peligro había pasado. ¡Lo habían logrado! ¡Habían derrotado a una fuerza incontenible! Lo que es más, ¡estaban vivos!

    Pero antes de ponerse a celebrar, tenían que ver algunos cabos sueltos, como por ejemplo, el estado de los pilotos.

    —Quiero un informe completo de la situación allá afuera— solicitó Katsuragi, con el corazón dándole de tumbos en su pecho.

    —El enemigo ha sido destruido por completo— respondió en el acto Makoto, revisando los datos en su terminal —Nuestros tres Evas se encuentran a salvo, sin embargo la explosión resultante logró alcanzar a la Unidad Z. Los escombros arrojados por la explosión aún no se asientan por completo, por lo que no podemos obtener una imagen clara.

    —¡Shinji, Asuka, ó Rei! ¡Quien sea!— clamó Misato, esforzándose al máximo por mantener la calma —¿Puede alguien tener contacto con Kai?

    —Negativo— contestó enseguida Rei, observando lo que quedaba de la colina, envuelta en un humo negro y muy denso. Si es que acaso estaba preocupada, su voz no lo reflejaba en lo absoluto —Sólo veo cenizas, a donde quiera que miro.

    —Tampoco yo puedo hacer contacto visual— repuso Ikari, saboreando el momento, la angustia que provocaba en los demás. ¿Finalmente había pasado?

    —¡Al diablo con todo! ¡Voy a buscarlo!— pronunció Asuka, con la seguridad que le caracterizaba, aunque también con un dejo de temor en su voz, mientras dirigía al Eva 02 tan rápido como podía a la zona del impacto.

    —Te ayudaré— dijo Ayanami por su parte, dirigiéndose de la misma manera a aquella torre de humo y escombros cayendo.

    —Muy bien, vayan los tres, con cuidado— indicó la Mayor desde su puesto —Por favor, tráiganlo a salvo...

    —A lo que quede de él— se mofó Shinji, no muy convencido de querer ayudar en las labores de rescate, aunque asegurándose de que nadie lo escuchara. Al no compartir la premura de sus compañeras, se vio un poco rezagado del grupo, como si les estuviera cuidando las espaldas.


    El momento que tanto Asuka, como Rei y a su vez Misato temían, por fin había llegado. Sí, se habían alzado con la victoria, destruyendo al Décimo Ángel, pero quizás a un alto precio. Tal y como lo habían previsto, el riesgo fue muy grande para la Unidad Z, a quien la explosión resultante le había pegado de lleno, sin su escudo de energía que la protegiera. ¿En qué lamentables condiciones la irían a encontrar? ¿Y qué hay del piloto?

    Resueltas a llegar al lugar del siniestro lo más pronto posible, no había fuerza capaz de detenerlas en su andar. A no ser una proyección en sus pantallas de comunicación.

    —¿Bueno? ¿Alguien me escucha?— pronunció el joven piloto del Eva Z, sano y entero, por medio del comunicador audiovisual. Su expresión, entre burlona y adormilada hacía suponer que se encontraba en buen estado, lo que contrastaba con los hilos de sangre que le escurrían de la nariz, boca, oídos y ojos —Sala de Control, ¿siguen allí?

    —¡¡¡KAI!!!— pronunciaron casi todos al mismo tiempo, saliendo de su sorpresa en el momento que lo vieron. Se esperaba que por lo menos se encontrara inconsciente, pero el muchacho se veía bastante lúcido, como si salir ileso de aquél infierno fuera cosa de niños. ¿Cómo lo había logrado?

    —¡Kai! ¡Eres tú!— salió Misato a su encuentro por el mismo medio de comunicación, sin ocultar su alegría. Sus ojos estaban grandes y brillantes, y una sonrisa de oreja a oreja adornaban su cara, colocando una de sus manos sobre su pecho; al fin podía respirar aliviada —¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien? ¿Estás herido?

    —Eh... yo estoy bien— contestó el muchacho, un poco avergonzado, rascándose la nuca mientras sonreía nerviosamente cuando se percataba que todos podían ver la sangre que tenía embarrada en el rostro, a diferencia de otras ocasiones que había ocultado tales secuelas —La explosión dañó levemente mi mecanismo de comunicación, pero ya lo he arreglado. Aunque creo que voy a necesitar un poco de ayuda para salir de aquí... verán... jeje... no sé como decirlo... pero es que... me atoré...

    En efecto, tras toda esa polvareda y llamas que seguían levantándose en el enorme cráter que produjo la cruenta explosión, justo en medio permanecía Zeta, indemne pese a todas las circunstancias adversas, salvo el pequeño detalle que se encontraba sepultado desde la cintura para abajo entre todos los escombros. ¿El estado de la Unidad? Funcional. De hecho, hubiera sido perfecto a no ser por la pintura quemada de ciertas porciones de su regia armadura, la cual no sufrió deterioro alguno.


    Unos minutos después, la polvareda se dispersó y cuando todos pudieron comprobar el estado tanto del Modelo Especial como de su piloto, la reacción no se hizo esperar. A diferencia de otras ocasiones, en las que lo único que provocaba el Eva Z con sus victorias era miedo, esta vez fue completamente lo opuesto.

    —¡¡¡Lo logró!!!— la Mayor Katsuragi fue la primera en saltar de júbilo, para que luego de ella todos los demás en el Geofrente la siguieran, rompiendo en un gran festejo, en medio de gritos y aplausos.

    Las personas tenían motivos para celebrar. Estaban vivos, y pese a que tenían todas las posibilidades en contra habían logrado salir avantes. Y lo que era mejor, nada había que lamentar. Todos se encontraban bien. Incluso su héroe, al que ahora todo mundo vitoreaba dentro de los cuarteles. El caballero andante había partido para acabar con el dragón, y ahora regresaba al castillo a salvo trayendo no sólo la victoria consigo, sino también esperanza para todos. Esperanza en un futuro que aún les pertenecía.

    Los amigos se abrazaban afectuosamente, en medio de la celebración. Los amantes se comían a besos. Y en el hangar de las Naciones Unidas los festejos eran la locura. Todos celebraban con estruendo la victoria de su jefe y amigo, luego de haber pasado por tan angustiantes momentos de incertidumbre. Alguien, quien sabe de donde, sacó una botella de champagne que ahora estaba siendo regada entre todos, haciéndose espuma al salir de la botella agitada. Entre los aplausos, los brincos de alegría, los gritos y los chiflidos, Sakura Ishida, su flamante prometida, miró de soslayo por unos instantes a Kenji, con esa expresión de “te lo dije” en el rostro. Sin embargo, al cabo de unos momentos se lanzó a sus brazos, compartiendo el estado de ánimo general.


    Gott sei dank— masculló Asuka dentro de su cabina, apenas conteniendo las lágrimas de emoción que ya empezaban a escapársele por sus mejillas, dándole gracias a Dios de que su novio se encontrara bien. Enseguida tomó el comunicador para dirigirse a él, pareciéndole años todo el tiempo en que no lo había visto —Jackass. You made me worry!

    Sorry very much for that— le contestó Rivera, apenado, sonriendo de manera nerviosa. Lo cierto es que aún no sabía bien como era que debía comportarse ahora con Langley, luego de lo que había pasado. Ni siquiera sabía exactamente qué eran ahora, ellos dos. ¿En qué tono hablarle? ¿Cómo tratarla? Todo el asunto resultaba muy extraño para él. Había derrotado al Ángel, pero aún le quedaba por librar una batalla aún más difícil. La batalla del corazón.

    Sin embargo, un nuevo sentimiento rebosaba en su interior. El sentimiento de saberse invencible, ahora que había probado los límites de Zeta y los suyos propios, y no los había encontrado. Lo que era más, ahora contaba con una nueva arma que convertiría en despojos calcinados a cualquier oponente, cualquiera que fuera éste. Y luego de haber sobrevivido a aquél desafío, tenía la certeza de que su armadura era indestructible. No había nada, en los Cielos, en la Tierra e incluso en el Infierno que pudiera penetrarla. La mejor defensa. El mejor ataque. La soberbia no tardó en cegarlo, ignorando con suma torpeza lo peligroso que resultaba permitirlo. Por fin había pasado. Los humos se le habían subido a la cabeza.

    —Vaya, vaya... pues parece que después de todo, somos invencibles, amigote— le dijo a su Evangelion, orgulloso como nunca antes de su trabajo, recostándose cómodamente sobre su lugar, cruzándose de brazos, sonriendo con displicencia —Muérete de envidia, hombre de acero.

    Lo había dicho olvidándose de las secuelas adversas, inclusive hasta nocivas, que le quedaban cada vez piloteaba su Eva, las que repercutían en su salud de forma considerable y que se iban agravando conforme al paso del tiempo. También que durante mucho tiempo atrás, en lugar de valerse de un poder superior, siempre había utilizado su ingenio y astucia para salir adelante. Pero ahora que se sentía en la cima del mundo, muy por encima de los demás, había olvidado esos pequeños detalles. Y es que el sentirse tan poderoso era lo máximo. Podía hacer lo que se le antojara, no había limitantes. Todo estaba a su alcance.


    —Señores, los miembros del Consejo han terminado de deliberar— les informó una atractiva asistente, haciéndoles un respetuoso ademán para que la siguieran —Están listos para tomar una resolución. Por aquí, por favor.

    Gendo fue el primero en levantarse de su cómodo asiento, dejando a un lado la inconclusa taza de café que sostenía en sus manos. Enseguida le siguió Kozoh, su incansable compañero y socio desde hacía ya muchos años, arreglando su chaqueta gris de campaña para que estuviera en la mejor presentación posible, para que luego los dos siguieran tranquilamente a su guía por los extensos pasillos de la instalación.

    A pesar de que la junta entre los representantes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se había prolongado por varias horas más de lo previsto, cabía mencionar que la espera fue bastante amena, gozando de los lujos de aquellas modernas instalaciones en las que se encontraban.

    Al cabo de un rato llegaron al enorme salón con el logotipo de la O.N.U. incrustado en la pared del fondo. Los delegados estaban sentados en torno al centro de dicho cuarto, con sus mesas arqueadas formando figuras semicirculares. Al frente se encontraba el Secretario General, así como el presidente en turno del Concejo y las figuras con mayor relevancia política en el ámbito mundial.

    —Comandante Gendo Ikari— tomó la palabra el Secretario General, Josef Schroëder, a su llegada —Tome asiento, por favor— indicó con un gesto la pequeña mesa que estaba frente a él, en medio del cuarto, para que él y su segundo tomaran asiento, ante la atenta mirada de los delegados a su alrededor —La Junta está lista para emitirle su fallo.

    Tanto Ikari como Fuyutski hicieron lo que se les pedía, cada uno con la expresión severa que se les conocía. El enjuto rostro de Kozoh miró el salón de lado a lado, reconociendo de paso a algunos delegados, quienes habían sido amigos ó colegas suyos en tiempos pasados.

    —Señores Ikari y Fuyutski— continuó Schroëder una vez que estuvieron instalados —El Consejo ha analizado a fondo y muy detenidamente la propuesta que han traído con ustedes. Y aunque los aspectos y posibilidades que involucran su sistema del Dummy Plug son muy atractivos a futuro, por unanimidad absoluta esta Junta ha resuelto negarle los fondos que nos solicita.

    —Con todo respeto, señores— Gendo se puso de pie como impulsado por una fuerte corriente eléctrica, dispuesto a gastar hasta el último de sus recursos —Me parece que no han entendido bien las enormes ventajas que este plan nos proporcionaría... nos ahorraríamos mucho tiempo y dinero si logramos llevar a cabo su objetivo final, es decir, prescindir de los pilotos... piensen en todos los meses que nos lleva actualmente detectar a uno entre la población civil, además del entrenamiento y...

    —Comandante Ikari— lo interrumpió el presidente de la Junta, el chino Xian Tze Zung, quien lo fustigó con la mirada a través de los cristales de sus lentes —Este Concejo está al tanto de dichas circunstancias, y aún así ya hemos tomado una decisión. No permitiremos que nos diga en qué debemos gastar nuestro dinero, señor Ikari. Ya hemos empezado a otorgar fondos para el plan de producción de más Unidades Evangelion Especiales para el Combate. Por ahora, el Dummy Plug no puede entrar en nuestro presupuesto.

    —Simplemente no entiendo cómo es que están dispuestos a gastar semejante cantidad, cuando el plan que les hemos presentado costaría mucho menos que la mitad de eso— acuñó Fuyutski, jugándose todas las cartas que tenían entre manos.

    —Velamos por nuestros intereses, Subcomandante— el Secretario tomó de nuevo la palabra, con voz grave e imperiosa —Usted ya debería saberlo. Las Fuerzas Armadas de nuestros respectivos países se beneficiarán en demasía con la inclusión de ese tipo de arsenal entre sus filas. Además, el asunto está fuera de toda discusión. Una y otra vez, el Eva Z ha demostrado su superioridad con respecto a sus otras Unidades Eva. Justamente acabamos de recibir el informe desde Tokio 3 acerca de las últimas hostilidades en contra de los Ángeles. Nos dicen que Zeta ha destruido al Décimo Ángel, el cual estaba afectando el clima y las comunicaciones en todo el planeta. Hizo esto sin recibir daño alguno en su estructura ni en su funcionamiento, señores de NERV. Sus Evas sólo sirvieron como apoyo. Prueba más que suficiente para mí para demostrar su valía y la seguridad de nuestra inversión en el plan.

    —Además, por si no lo sabían, el gobierno mundial está enfrentando una seria crisis, señores— continuó el Presidente de la Junta —Es oficial: estamos en guerra con el Ejército de la Banda Roja. En todo este tiempo se han negado a cualquier tipo de negociación o de arreglos. Tienen en su poder las dos terceras partes de la producción mundial de petróleo, y no se encuentran dispuestos a comerciarlo de manera alguna. Nos las hemos arreglado con nuestras reservas en América, pero es innegable que la economía mundial se dirige a un colapso mayúsculo en solo unos cuantos meses. Así que resulta imperativo desplegar todo nuestro poder bélico en contra de ellos, y esto incluye a todos los Evangelion de los que podamos disponer; ahora tenemos bien vigiladas sus posiciones, y sólo esperamos su próximo movimiento para caer encima de ellos...

    Dicha acción resultaba aún más peligrosa para los planes del comandante que el propio plan de producción de más Modelos Especiales para el Combate, por lo que de inmediato debatió, avispándose por entero.

    —Señores de la Junta, estamos cayendo en lo absurdo— pronunció, volviendo a ponerse de pie —Desde un principio se estableció de manera clara y concisa que el propósito de NERV era el de luchar contra los ángeles y no el de intervenir en acciones militares de cualquier índole. Además el Geofrente no puede quedar desprotegido de esa manera. Sus secretos y sus instalaciones...

    —Estamos de acuerdo en que el Geofrente debe ser preservado a toda costa, Comandante Ikari— terció Schroëder, limpiando con un paño sus anteojos —Es por eso que NERV no intervendrá en dicha acción militar. Pero recuerde que el Eva Z, y su propio piloto, son propiedad de las Fuerzas Armadas de las Naciones Unidas. Serán Zeta y las otras Unidades Especiales las que participen en la campaña contra el Ejército de la Banda Roja. Debido a esa razón necesitamos que el mayor número de ellas estén listas para entonces...

    —Están tomado la decisión equivocada, señores delegados, se los aseguro— aseveró Fuyutski, sin importarle ya las formas o propiedades con las que se debería dirigir a tan importante auditorio —La misión de todos los Eva es la de luchar contra los Ángeles, no contra seres humanos.

    —Las Unidades Especiales lucharán contra quien se les ordene— sentenció el Presidente de la Junta, con un brillo siniestro en sus ojos —Y al respecto de luchar contra seres humanos, la verdad es que ya no sabemos contra qué poderes nos estamos enfrentando...

    —Verán— comenzó a aclarar el asunto el Secretario General —Cómo ustedes saben, luego del exitoso deceso de su líder, el Comandante Chuy, esperábamos que las filas del Frente de Liberación Mundial se debilitaran tanto moralmente como en su número y fuerza. Pero también es conocido de ustedes que fue todo lo contrario, con los resultados que ya todos sabemos. Hasta hace poco, desconocíamos la razón por la cual nuestras tropas eran aniquiladas tan fácilmente. El enemigo intervenía nuestro sistema de comunicaciones por satélite, dejando a nuestras fuerzas a su merced. No hemos sabido de un solo sobreviviente o prisionero en todas las incursiones contra el ejército rebelde, por lo que no teníamos idea de cómo se desarrollaban las batallas, más que su desenlace. Sin embargo— una pantalla plana apareció frente al escudo de las Naciones Unidas, mientras que las luces en todo el recinto se apagaban —Hace poco, logramos rescatar una grabación digital de uno de nuestros acorazados hundidos en las costas del Mar Rojo, que nos proporciona una idea más clara de qué es lo que está pasando en ese lugar. Observen y juzguen por ustedes mismos, caballeros...


    La grabación comenzó, ante la atenta mirada de todos los presentes. Estaba realizada en visión nocturna desde el puente del caído Perseo, acorazado perteneciente a la flota europea. A pesar de los tonos verdes molestos, transmitía muy bien todas las operaciones en su rango de alcance.

    Las múltiples explosiones y disparos realizados se mezclaban con las órdenes confusas y los gritos de los marinos. Más allá de la costa, el cielo estaba visiblemente iluminado por el fulgor mortal de los misiles estallando, con su estrépito atronador. Al parecer, las fuerzas armadas estaban empleando todo el calibre de las armas con las que disponían. Lo curioso era que no recibían respuesta alguna. Todos los ataques eran realizados por parte de las tropas de Naciones Unidas. Al cabo de unos momentos, el terror en la voz de aquellos hombres era evidente. Algo los tenía completamente horrorizados, haciéndolos luchar por sus propias vidas. Pero sus palabras se revolvían unas con otras, entre la confusión general. Las tropas seguían atacando de forma inmisericorde, regando la destrucción en la tierra. Y sin embargo, continuaban aterrados.

    Entonces pasó. En medio del horror de la guerra, una figura colosal se irguió entre las fuertes explosiones como si se trataran de una ligera llovizna. La silueta era confusa, apenas visible. Los gritos de espanto se multiplicaron, al igual que las armas que eran lanzadas contra aquella entidad. Aún así, la masacre comenzaba. Ante la mirada incrédula de todos en el salón, las tropas eran barridas en cuestión de segundos, por un poder destructivo incluso mayor al que ellos estaban empleando. Varias sombras gigantes se unieron a la reyerta, aunque estas nuevas eran más finas que la anterior, moviéndose con rapidez, serpenteantes. Los hombres comenzaron a replegarse, con las columnas deshechas, diezmados, agotando lo que les quedaba de su arsenal. Lamentos de muerte y agonía llegaban de todas partes. Rayos de naturaleza desconocida iluminaron la oscuridad de la noche, reduciendo a cenizas lo que quedaba de la fuerza de ataque. Hubo un destello, un grito y luego... la nada. La estática cubrió la pantalla, anunciando el fin de la grabación.

    —No sé ustedes, señores— retomó la palabra el Secretario General, cuando las luces se encendieron y todos en la sala apenas si comenzaban a entender la magnitud de lo que sus ojos habían presenciado —Pero que yo sepa, sólo una cosa puede resistir semejante poder de fuego y aniquilar divisiones enteras como si fueran hormigas...

    El cuarto entero se llenó de murmullos, de especulación. Sin esperar respuesta, Schroëder se sentó en su lugar, descansando la cabeza sobre su respaldo por un momento, convenciéndose a él mismo de lo que acababa de ver, a pesar de que ya había revisado la grabación varias ocasiones. La incertidumbre crecía, sin nadie que pudiera poner las cosas en claro en ese momento: ¿es que en realidad el Ejército de la Banda Roja contaba a su disposición de Ángeles? En un principio, aquella versión había sido inventada por ellos mismos, para justificar entre la población civil el recrudecimiento en la persecución del entonces Frente de Liberación Mundial. Pero ahora, las evidencias de que su engaño se había convertido en una cruel (e irónica en cierta manera) realidad, estaban ante ellos. ¿Qué seguía, entonces? ¿El Doctor Infierno era ese líder misterioso, del que nadie conocía su identidad? Bromeaban con sorna algunos de ellos.

    —Esos no pueden ser Ángeles— comentó Fuyutski a su socio, por su parte, muy convencido al respecto.

    —Por supuesto que no— asintió Gendo, recargando la barbilla en sus manos cruzadas frente a él, meditando el asunto —Debe tratarse de la otra jugada de los viejos.

    —¡Qué arrogantes!— masculló Kozoh, con la sangre hirviendo en sus venas —Quieren asegurarse de estar con el bando ganador, cualquiera que resulte éste.


    Sin saber nada del asunto, y sin que tampoco les importara, por el momento, al otro lado del mundo los jóvenes pilotos Eva esperaban ansiosos por su premio. Habían cumplido con su parte del trato, ahora le tocaba a la Mayor Katsuragi cumplir con la suya. Cosa que hizo de buena gana, aunque a medias.

    Ese puesto callejero de tallarines chinos distaba mucho de la cena romántica que Asuka esperaba compartir con Kai en un lujoso restaurante, celebrando su triunfo aplastante. Pero, ¡qué diablos! Por lo menos podía estar a su lado. Ya habría más oportunidades para tener citas en sitios más románticos, ahora que tenían toda su vida para compartir por delante. Qué bueno que ya había sospechado lo que tramaba Misato. Se hubiera sentido muy estúpida si hubiera ido con su vestido en lugar del atuendo informal que usaba: una blusa amarilla de estambre, pantalones de mezclilla y sus tenis.

    —No te apures, Misato— le decía a su superior, mientras tomaban asiento en la banca que había frente al puesto —De todos modos, ya sabía lo que te quedaba en el bolsillo.

    —Pudimos haber pagado la cena entre todos, ¿sabes?— murmuró desairado el joven Katsuragi, con su sueño de cenar un jugoso bistec desvanecido.

    —De ninguna manera lo hubiera permitido— comentó su tutora en tono jovial, pasándole el brazo por el hombro —¡Hoy, todo corre por mi cuenta! Claro, hasta que me quede sin fondos...

    —Tacaña—dijo entre dientes el chiquillo —Tendrías más dinero si no te lo gastaras todo en cerveza.

    —¿Dijiste algo?— pronunció la mujer, visiblemente molesta, enseñándole el puño de manera amenazante.

    —¿Yo? ¡Para nada!— respondió a su vez el muchacho, cuando una gota de sudor frío le recorría la sien. Mejor ser cauto y agradecido, para después no tener que pasarse la noche curando sus chichones.

    —Creo que es mejor que haber ido a un restaurante— intervino Shinji, en medio de Asuka y de Ayanami —Así, Rei quiso acompañarnos.

    —Qué suerte para ti, ¿no, pequeño Shinji?— se mofó la alemana, mirándolo con desdén.

    —¡No! Digo.. sí... bueno, no...— balbuceó Ikari, con la sangre agolpándose en sus mejillas, una vez puesto en evidencia —Lo que quiero decir es que el premio era para todos, ¿no? Así que hubiera sido muy triste que alguno de nosotros no lo disfrutara, a eso me refería...

    —Seguro— asintió por su parte Langley, dándole por su lado, aburrida.

    Rei observó a ambos de reojo, sin darles importancia. Lo cierto es que ese puesto estaba cerca de su departamento, y le gustaba la comida de allí. Sabía de la molestia que su presencia le ocasionaba a su compañera, pero ese detalle no le interesaba en lo absoluto. Incluso, podría decirse que disfrutaba más su estancia con ellos, a sabiendas de eso.

    —Lo de siempre, por favor— pidió al que despachaba, quien ya conocía sus gustos.

    —Tallarines sin carne— asintió este, apurándose a complacer la orden —¡Trabajan!

    —Yo también lo de siempre, joven— dijo Kai a su vez.

    —Hmmm... aleta de tiburón con una porción grande de carne de cerdo cocida, ¿cierto? ¡Enseguida! Ya tenías mucho sin venir por aquí...— observó el empleado, poniéndose a trabajar en las órdenes.

    —Tienes razón, ya tenía un rato sin asomarme por estos rumbos...

    Asuka observó claramente como el semblante tanto de Ayanami como de Kai, a su lado, se abochornaba, volteando hacia diferentes direcciones, ante la mirada divertida del cocinero. Al parecer, solían frecuentar mucho ese puesto en particular, y lo más probable es que había sido en pareja. Con que aquí era donde Kai traía a cenar a esa flacucha, cuando andaban juntos, ¿eh? Qué patético, al igual que Rei misma. ¡Mira que desperdiciar semejante galán en ese puesto barato! Ya le enseñaría ella lo que era tener una auténtica velada romántica.

    —Yo voy a querer lo mismo que él, por favor— dijo la chiquilla rubia, tomando a su acompañante por el brazo —Sólo que la carne de cerdo en porción chica, si no es mucha molestia...

    —Muy bien. Enseguida tengo su orden...


    Shinji observó a ambos lados. A su izquierda se encontraba Asuka, prendada de Rivera, y a su derecha estaba Rei, quien al parecer conservaba algunos lazos con el susodicho. Aquello le partía el corazón, pero lejos de dejarse vencer, su enclenque determinación tomó nuevos bríos, dándole ánimos para seguir adelante.

    —¿Sabes, Asuka?— tuvo el suficiente coraje para dirigirse a la muchacha, quien sólo volteó a verlo descuidadamente —Ya no pienso darme por vencido tan fácilmente. En ninguna cosa. Lucharé por lo que más quiero, ¿me entiendes?

    La jovencita quedó sorprendida con aquellas palabras, mientras tomaba su pedido. Parecía entender bien el significado de lo que su compañero le quería decir.

    —¡Idiota!— le espetó, ocultando su rostro sonrojado —¡Cómo se te atreve a decir cosas así justo en este momento!

    —No me importa— contestó el muchacho, quien parecía que por fin tenía sangre en las venas —He decidido que si voy a pilotear un Eva, será para ganarme el prestigio de ser el mejor piloto de todos. Y también algo más...— pronunció cuando la miraba fijamente, permaneciendo ella boquiabierta. ¿Pero qué rayos se le había metido esta vez? —Y para lograrlo, voy a vencer a quien sea... ¿puedes oírme? A quien sea...— repitió, para asegurarse de que la joven europea entendiera a quién se refería, cuando fustigaba con la mirada a Kai, quien ya tenía la cabeza inmersa en su tazón de comida.

    La muchachita entendió el mensaje, observando de paso a Rivera, para luego fijar su mirada en Ikari. Quizás no todo estaba tan perdido en él, como creía anteriormente. Por lo menos, no era tan imbécil como pensaba. Sonrió, satisfecha con las intenciones del chiquillo, como pactando un acuerdo sobreentendido entre los dos.

    —Pues tendrás que esforzarte muchísimo, Shinjito— le dijo ya más repuesta, tomando entre sus dedos los palillos para comer —Por que la tienes muuuy difícil. No creas que tus rivales se dejarán vencer fácilmente...

    —Lo sé...— asintió Ikari, pensando en qué se le antojaba cenar.


    El cielo estrellado los vigilaba, ya sin guardarles algún peligro. Podían cenar y vivir tranquilos, pues el horror, por lo pronto, había sido desterrado de aquella noche tan hermosa y apacible. Nuevamente, volvían a ser dueños de sus vidas y de sus destinos.


    Pero el terror no necesariamente tenía que venir de los cielos...
     
  2.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

    Miembro desde:
    13 Mayo 2014
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    Título:
    El Proyecto Eva
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    Acción/Épica
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    28
     
    Palabras:
    18354
    Capítulo Diecisiete: "Tres Reyes Magos"

    “Hello darkness, my old friend,


    I've come to talk with you again,

    because a vision softly creeping,

    left its seeds while I was sleeping,

    and the vision that was planted in my brain

    still remains

    within the sound of silence...”


    Simon & Garfunkel

    “The sound of silence”


    El ajetreo era el propio de un lugar de trabajo tan singular como ese. Numerosas máquinas realizaban en cuestión de milésimas cálculos tan largos como un brazo, mientras que un menor número de personas vigilaban su buen funcionamiento y los resultados que las mismas escupían, para encontrarles utilidad y aplicación inmediata.

    El sonido de la maquinaria trabajando se mezclaba arbitrariamente con las voces del personal, el timbre de los teléfonos y las teclas de los tableros siendo oprimidas ágilmente unas tras otra…

    —Te estás haciendo bastante rápida, Maya— observó la Doctora Akagi, un tanto complacida al notar el avance de su joven discípula.

    Emocionada por escuchar aquel elogio, la oficial técnica observó de reojo, poniendo especial atención a la mano que la científica había apoyado confianzudamente en su hombro. Apenas si pudo disimular su sonrisa, que se escondió tímida entre sus labios. Su mano se sentía tan cálida y gentil sobre su cuerpo. Eran raras las ocasiones en las que aquella fría y distante mujer se permitía tales demostraciones de simpatía. Si tan sólo fueran más seguidas.

    —Eso es natural, Doctora— asintió la muchacha, ruborizada —Ya que tengo a la mejor maestra de todas.

    —Hmmm… espera un momento— advirtió Ritsuko, pasando del cumplido —Estos comandos también deberían incluir…

    La mujer se abalanzó sobre el tablero que sostenía Maya, pasando sus dedos por las teclas tan rápidamente que apenas si se podían ver. Al hacerlo, no pudo evitar apoyarse en la espalda de la joven, quedando su pecho recargado en la espalda de Ibuki, rozándola, desencadenando una deliciosa y a la vez desesperada sensación en ella.

    Tan abstraída como estaba en su trabajo, Rikko apenas si notó el bochorno en el rostro encendido de su asistente.

    —Así funcionará mejor… asegúrate de ejecutarlos en el programa luego de que concluya el chequeo de rutina— señaló la doctora, volviéndose a poner de pie, ignorando las reacciones de su subordinada, aunque resultaba difícil determinar si era por ignorancia ó indiferencia.

    —Sí… como usted diga— contestó apuradamente la joven, haciendo hasta lo imposible por ocultar su emoción.



    Al entrar al cuarto, tan entusiasta como siempre, la Mayor Katsuragi interrumpió la escenita sin proponérselo. Iba ataviada con su uniforme, es decir, falda y chamarra rojas, camiseta negra, con un montón de folios que debían ser llenados a la brevedad posible bajo el brazo.

    Pero la acumulación de trabajo no podía ser impedimento alguno para que se tomara su tiempo para tomarse un pequeño descanso y visitar a su vieja amiga, quien al verla llegar solamente pudo soltar un hondo suspiro, confundiéndose en él tanto pesadumbre como resignación.

    —¡Hola a todos!— saludó Misato, agitando una mano —¿Cómo va todo en nuestro querido departamento de Investigación Científica? Pareciera que la diversión aquí nunca termina— pronunció socarronamente, al notar la expresión en el rostro de Akagi.

    —¿Qué es lo que quieres ahora?— respondió ella, sin voltearla a ver, tan ajetreada como estaba en una de las consolas —Te advierto que ya no pienso prestarte ni un quinto más… ni dejarte dormir en mi oficina a escondidas… ni ayudarte con los trámites de control de daños… ni…

    —¡Basta! ¡Cualquiera que te escuche pensaría que me la vivo aprovechándome de ti!— reculó la mujer de cabello negro —Además, sólo vine para saber que tal salió el chequeo de rutina de MAGI. Es otro de estos estúpidos reportes que debo llenar— y como para demostrar la veracidad de su argumento, ondeó frente a ella el bonche de hojas que traía cargando.

    —Casi está listo— contestó la doctora, sin prestarle mucha atención —Tal y como lo aseguré, estará completo para poder realizar la prueba de hoy.

    —¡De veras que eres increíble, Rikko!— exclamó su amiga, expresando su admiración con un gesto un tanto infantil en su rostro, para luego comenzar a servirse con toda confianza una taza de café —Tienes tres de esas cosas de super alta tecnología de las que tienes que cuidar, y aún así puedes hacerlo a tiempo… yo en cuanto apenas puedo ponerle más memoria a mi laptop.

    —Ah, si… ya recordé…— dijo la científica, con la mirada fija en el monitor frente a ella —Si venías por café, te advierto que el que teníamos aquí ya se enfrió…

    La advertencia llegó muy tarde. La Mayor ya le había dado un buen sorbo a la taza, sacando la lengua en señal de repulsión como única respuesta.



    Al cabo de unas cuantas horas, la revisión al sistema había terminado. Luego de tener que lidiar con la presión durante tanto tiempo, la Doctora Akagi se daba el lujo de relajarse unos cuantos momentos. En su trabajo no había lugar para un descanso prolongado; apenas en un rato más daría inicio la prueba que tenían programada con los pilotos para ese día.

    Permitió que el agua que salía del lavamanos la refrescara, llevándola hasta su rostro con ambas manos. Permaneció en esa posición unos cuantos instantes, fatigada. El estrés laboral estaba haciendo mella en su ánimo, situación que ocurría cada vez más seguido. Observó su alicaído semblante en el espejo que tenía delante suyo, percatándose de algunas arrugas que ya comenzaban a asomarse en su cutis. El tiempo, y la constante presión a la que siempre se sometía, comenzaban a provocar estragos en su físico, había que admitirlo. Algunos de los comentarios ofensivos que Rivera siempre le dedicaba acudieron a su memoria: "La vieja bruja", era como le decía ó "anciana cascarrabias" cuando se le antojaba. Y esos eran los más suaves, y de los que ella tenía conocimiento.

    —Y mientras que yo sigo envejeciendo— pensaba con hastío, secándose —Mi madre continúa en perfectas condiciones, como siempre…



    Vas?! ¡¿Qué que dicen?!— exclamó Asuka, en uno de sus habituales desplantes —¡¿Desnudarme?! ¡Tienen que estar locos, para pedirme algo así!— amenazó a la cámara de video que la observaba fría e indiferente desde el techo.

    Se encontraba confinada en un pequeño cubículo casi del tamaño de uno de los probadores que usaba cuando compraba ropa en una tienda departamental. Delante suyo tenía una puerta herméticamente sellada, que al parecer no se abriría hasta que accediera a las demandas de sus captores.

    Ya la habían hecho quedarse en paños menores y de ninguna manera permitiría que rebajaran aún más su dignidad. Colaborar con las pruebas y con la investigación científica era una cosa, pero de eso a permitir que violaran su intimidad, jamás.

    —Desde aquí tendrás que pasar a una habitación completamente esterilizada, linda— se le escuchó decir a Ritsuko desde el intercomunicador, juntando toda la paciencia necesaria para no explotar contra la constante insolencia de la jovencita (que dicho sea de paso, había empezando a manifestarse desde unas cuantas semanas atrás, poco después de que comenzaran a circular los rumores de que ella y Kai ya tenían sus queveres). De ser una piloto voluntariosa y ejemplar en su trato con sus superiores ahora se había vuelto casi tan grosera y arrogante como el mismo Rivera, observaba con pesar la científica. —No basta solo con bañarte y quedarte en ropa interior, entiéndelo de una vez, por favor.

    —Aún así, no le veo mucho caso a este experimento, ni porqué tendría que estarlo haciendo— se rehusó una vez más la jovencita alemana —¿Tan sólo por una prueba de piloto automático?

    —El tiempo nunca se detiene, preciosa, al igual que la tecnología de los Evas, que se encuentra en constante evolución… siempre necesitaremos nuevos datos. Así que sé buena, y coopera un poco, ¿sí— concluyó la científica, esperando que fuera suficiente para convencer a la chiquilla testaruda.



    De mala gana, Langley finalmente accedió, despojándose de sus prendas y dejando completamente al descubierto su físico. Los motivos por los que se requerían su desnudez eran bastantes razonables, y ella lo sabía bien. Y de todas maneras, no evitaba sentirse de alguna manera humillada, viéndose obligada a quitarse la ropa solo porque alguien se lo ordenaba. Eso era algo muy al estilo de Ayanami, no de ella.

    Y para colmo de males, ni siquiera podría sacarle un buen provecho a su estado, puesto que Kai ni siquiera se encontraba cerca para que la pudiera ver de pasada. Seguro que se le habría caído la quijada hasta el piso con solo apreciar su juvenil y bien delineada figura en toda su extensión. Pero para su desgracia, el muchacho se había reportado enfermo aquél día. Por muy vergonzoso que se viera, la diarrea que sufría lo salvó de participar en dicho experimento. Y era una lástima, ya que eso implicaba desperdiciar una oportunidad de oro para engancharlo aún más a su relación, sobre todo porque se había estado mostrando un tanto esquivo al respecto.

    ¿Sería que aún no lograba sacudirse del todo a esa pequeña bruja de ojos rojos? No, aquello era imposible, pensaba la extranjera, meneando su cabeza en gesto negativo. Era imposible que esa flacucha escurrida le pudiera robar el sueño a su chico, teniendo a alguien tan atractiva como ella a su lado. Examinó su cuerpo desnudo cuidadosamente. Por donde quiera que se le viera, superaba con creces al de Ayanami, no cabía la menor duda. Sus formas eran más suaves y curvilíneas, sus pechos más grandes, su piel con mucho mejor talante que el de ese espectro. ¿Entonces porqué no podía dejar de preocuparse por ella? Odiaba admitirlo, pero Rei tenía un algo, un algo que la rodeaba de misterio y era precisamente ese algo el que ejercía cierta fascinación en Kai e incluso en Shinji. No podía permitirse bajar la guardia ni siquiera a esas alturas, cuando ya había llegado tan lejos. No podía permitirse perder. No con ella. No con Rei Ayanami, su acérrima rival.



    —Muy bien, aquí me tienen— pronunció envalentonada, cuando la puerta frente a ella se abrió para descubrir un largo e inmaculado corredor que se extendía unos cuantos metros delante suyo —Tal y como querían, me bañé diecisiete veces y estoy como vine al mundo, ¿suficiente?

    —Muchas gracias, ahora solo necesitamos que recorran el pasillo para que puedan abordar la cápsula de inserción— ordenó la científica a través del comunicador.

    —Rayos— refunfuñó la chiquilla alemana mientras comenzaba su andar, muy a su pesar, pero también sabiendo que cualquier discusión resultaba sobrando. A final de cuentas, mientras más pronto terminara con ese suplicio, mejor para ella.

    Era la única de los tres pilotos presentes que se quejaba por las condiciones del experimento. Estaba resultando difícil trabajar con ella.

    —No te preocupes, los monitores están apagados— intentó tranquilizarla Ritsuko, para asegurarse su futura cooperación —Tu intimidad está muy bien protegida.

    —No se trata de eso, sino de cómo me siento— espetó la jovencita, airada —Esto es de lo más humillante: soy un piloto, no un maldito conejillo de Indias…

    —El objetivo del experimento es poder recibir las lecturas armónicas directamente del cuerpo humano, sin intervención del traje de conexión. Es por eso que se requiere la desnudez completa— intentó justificarse la doctora, esperando hacerla entrar en razón antes de seguir con las pruebas.

    —Se trata de una orden, Asuka, y es tu deber cumplirla— sentenció Misato, haciendo uso de la palabra. También ella detectaba que la falta de cooperación de la europea a la larga acarrearía problemas al experimento.

    —¡Ya lo sé, lo sé muy bien!— respondió la chiquilla, fastidiada —Estoy haciendo todo lo que me han dicho, ¿ó no?



    Las dos oficiales decidieron dar por terminada la conversación, apartándose del comunicador para intercambiar puntos de vista mientras que los pilotos completaban el abordaje a sus cápsulas de inserción.

    —Últimamente Asuka ha estado muy reacia a recibir órdenes— observó Misato, un tanto preocupada.

    —Sí, yo también lo he notado— respondió a su vez Akagi, cruzándose de brazos en su lugar —Supongo que tenía que pasar, tarde ó temprano… la actitud de Rivera ha comenzado a influenciarla.

    —¿A qué te refieres?— preguntó Misato a su vez, quien con la sola mención de su hijo adoptivo, como siempre, se le crisparon los nervios, lista para defenderlo a capa y espada.

    —Piensa bien en la dinámica grupal que existe entre los pilotos. Son jóvenes, y por lo tanto, es obvio que estas pruebas resulten ser de lo más tediosas para ellos, sin embargo, es su deber llevarlas a cabo. Todos entendemos esto a la perfección, ¿de acuerdo? Entonces, yo me pregunto: ¿qué es lo que sucede cuando uno de ellos se niega a realizar las pruebas? Y lo que es más: ¿qué pasa cuando ese piloto se sale con la suya y no recibe castigo alguno? Es obvio que los demás comenzarán a preguntarse de qué privilegios goza, e intentarán hacer lo mismo, basándose en la experiencia de su compañero.

    —Los tres saben que Kai tiene un compromiso muy distinto en su relación con NERV, y que por ello tiene responsabilidades muy diferentes. No creo que ese sea el problema.

    —Ah, pero parece que Asuka no lo está viendo de esa manera, Mayor. Parece ser que desde que ha empezado a entenderse tan bien con el joven Doctor Rivera también ella desea gozar de los mismos "privilegios" que él. ¿No lo crees así?

    —Ya hablaré después con ella, no te apures, le haré entender como son las cosas— masculló Misato, con un semblante de derrota impregnado en todo su rostro.

    —Hum, pues aparte de esta situación, estoy segura de que podría obtener mejores resultados de esta prueba si Kai hubiera estado en ella en lugar de Asuka ó Rei… por cierto, ¿cuál fue su excusa esta vez? ¿Supervisión de la rutina de mantenimiento? ¿Revisión de las teorías acerca del Motor S2 y de los mágicos mundos de fantasía a los que tendrá acceso con él? ¿Junta con algún mandatario? ¿Ó simplemente otro juego de póquer con sus amigos?

    —Amaneció con diarrea— murmuró la mujer, visiblemente apenada —Parece que ayer volvió a comer en la calle y agarró una fuerte infección… cuando nos fuimos todavía no salía del baño…

    —¿Diarrea? Bueno…— comentó Akagi, también contrariada y hasta con asco en su tono de voz —Supongo que eso hubiera sido bastante inconveniente para el experimento…— sentenció, dispuesta a dejar de lado el tema.



    El súbito y estruendoso estornudo del muchacho encontró eco muy fácilmente en aquel lugar desolado, poniendo en alerta inmediata a su cauteloso acompañante, quien se puso el dedo índice en los labios a la vez que le reclamaba en voz baja, temiendo que alguien pudieras escucharlos.

    —¡No hagas tanto ruido!— murmuró Kaji, luego de haber esperado unos momentos para confirmar que nadie los había escuchado —Me tomó mucho trabajo poder meterte a escondidas, y sería el colmo que alguien te descubriera de esa manera...

    —Perdón— respondió Kai, avergonzado por su descuido mientras se frotaba la nariz con el dedo —Creo que alguien se estaba acordando de mí… me pasa muy a menudo…

    —Vaya que eres un joven genio muy modesto, ¿verdad?— el sujeto no pudo hacer más que sonreír por el ingenio del chico, reanudando su marcha a través de los recovecos de aquellas instalaciones, unos cuantos niveles más debajo de donde se encontraban los demás realizando el experimento.



    Se trataba de un lugar húmedo y solitario en el que personal de mantenimiento sólo se aventuraban de vez en cuando para mantener funcionando las enormes líneas de corriente eléctrica que abastecían de energía a toda la increíble maquinaria que se alojaba en los piso superiores. Tubos, cableado y conexiones se extendían por donde quiera que se mirara, hasta que se perdían de vista cuando eran engullidas con avidez por la vasta penumbra que se encontraba más adelante. Un lugar poco adecuado si se buscaba estar cómodo y seguro, pero lo suficientemente útil para permanecer inadvertido cuando se intentaba una invasión física en el sistema operativo de una de las computadoras más modernas del mundo.

    —¿Estás seguro que funcionará?— preguntó Ryoji, comenzando a sentirse inseguro al confiarle todo el peso de la operación a un chiquillo, aún cuando se tratara de Rivera.

    —Funcionará, sólo si colocaste el dispositivo remoto justo en el lugar en el que te indiqué— aclaró el muchacho mientras intentaba recordar el camino, iluminando sus pasos a través de la oscuridad con una práctica lámpara de bolsillo —Relájate, camarada, que te aseguro que no es tan difícil como parece. De hecho, ya lo he hecho antes, no es nada de otro mundo…

    Los dos habían estado planeando todo desde hace unas semanas. El informe de actividades que el joven Katsuragi debía rendir al Secretario General de las Naciones Unidas estaba casi a la vuelta de la esquina, y el muchacho estaba más que decidido para aprovechar la oportunidad y extirpar de una vez la presencia de Ikari y sus secuaces de la dirigencia de NERV. Sólo necesitaba algo lo suficientemente grande y explosivo para lograrlo, y para tal propósito ya tenía en mente el incidente con el Jet Alone, la fallida incursión del gobierno japonés en el campo de los robots gigantes. Si podía encontrar la suficiente evidencia para demostrar la participación directa del comandante y sus allegados en el suceso, podía entonces culparlos por espionaje y sabotaje industrial y lo que era más, la muerte de 120 personas, entre ellas oficiales militares de muy alto rango de diversos países. No era cosa de risa, ni algo que se pudiera ignorar con un simple "lo siento". Esta vez, sin importar qué, Ikari iba a caer, y entonces podría ser procesado por todos sus demás crímenes de los cuales su posición privilegiada lo habían absuelto.



    Pero entonces las palabras de Rei retumbaban en los recovecos de su mente, casi como el sonido de sus pisadas en ese estrecho pasillo oscuro. De manera bastante explícita, le había anunciado, quizás hasta advertido, que en caso de que Gendo Ikari fuera enviado a prisión ella se terminaría quitando la vida. Sonaba como una amenaza barata de quinceañera caprichosa, sin embargo no podía sacudírsela de encima aquella sensación de desconcierto y malestar, al no estar seguro de lo que Ayanami haría entonces. ¿Cumpliría su promesa? Ya antes lo había intentado, y lo hubiera conseguido de no ser que un golpe de suerte le permitió impedírselo en el momento justo. ¿Cómo iba a hacer para detenerla ahora? ¿Acaso iba a tener que vigilarla todo el tiempo, como a una paciente mental, para impedir que cometiera aquella locura? Y en caso de que así tuviera que hacerlo: ¿cómo lograrlo sin que a Asuka le diera un infarto?

    El chiquillo estaba por invadir el sistema informático mejor protegido del globo con un plan muy bien elaborado, seguro de su éxito; no obstante, cuando intentaba dar con una solución para su problema de amores su mente se ponía en blanco y se bloqueaba. Decepcionado, pasó sus dedos por encima de su cabello, para luego soltar un hondo suspiro, con la cabeza gacha.



    Por su parte, detrás de sus pasos, Kaji lo observaba cuidadosamente, atento a cualquier movimiento del chiquillo. Lo había sorprendido bastante cuando le reveló que había descubierto su "otro cargo". Aún no estaba seguro qué tanto sabía, pero de lo que sí lo estaba es que no se trataba de una trampa. Ambos tenían mucho que ganar si tenían éxito, pero sobre todo él. Además, los dos se necesitaban el uno al otro. Por eso es que Rivera lo había contactado, pues lo necesitaba para que se encargara de la parte "física" de la operación, esto es, utilizar sus recursos para poder instalar en MAGI un dispositivo de alcance remoto sin que nadie lo notara, además de encargarse de poder meterlo al Geofrente de incógnito y sin ningún registro de su presencia en ese día, pues se había reportado enfermo. Reconocía que no había sido sencillo eludir a los agentes de Seguridad Interna que siempre custodiaban de lejos a los pilotos, y sobre todo de aparentar que el muchacho no había abandonado su apacible hogar, burlar los numerosos retenes que hasta él tenía que pasar y finalmente cuidar de que ningún dispositivo electrónico registrara su presencia dentro del cuartel. Pero todo valdría la pena si podían alcanzar su objetivo y tener acceso a toda la información dentro de la súper computadora.

    —Llegamos. Aquí estará bien— pronunció el muchacho, deteniendo su andar. De la mochila que traía colgando a sus espaldas comenzó a sacar una terminal portátil y un montón de conexiones y cableados que le servirían en su intromisión, además de varias herramientas para poder adaptar los puertos de entrada.

    Ante la escasa iluminación del sitio, la típica sonrisa socarrona de Kaji adquiría un vago aspecto siniestro, con la vista clavada en el laborioso chiquillo.



    —¿Cómo se siente?— preguntó Ritsuko, atenta a cualquier observación que pudieran hacer los pilotos, una vez que entraron en la cápsula de simulación.

    Delante del personal científico se hallaba una enorme cámara inundada por solución estéril de donde colgaba el sistema de simulación, el cual constaba de tres torsos de Evangelions, con sus respectivos brazos, sólo que sin la costosa armadura que los recubría normalmente. Sólo unos cuantos paneles de acrílico, eso sí, bastante impresionantes, impedían que las personas en el cuarto de pruebas fueran abatidas por millones de metros cúbicos de solución esterilizada.

    —Me siento extraña— Rei fue la primera en contestar.

    —Es cierto— secundó Shinji, observando nervioso en todas direcciones, cómo si alguien pudiera verlo sentado desnudo en aquella cabina —Es muy diferente de otras veces… no sabría como explicarlo…

    —Algo le sucede a mi sentido de ubicación y equilibrio— describió Asuka, sumamente desconcertada ante tan peculiar situación. Miraba fijamente su cuerpo, asegurándose que en verdad se encontraba allí —Sólo puedo sentir mi brazo derecho, todo lo demás es muy confuso… no sé que está pasando aquí…

    —Muy bien— pronunció Ritsuko, tomando nota del suceso a la vez que verificaba la gran cantidad de datos que inundaban las pantallas de su equipo —Rei, ahora quiero que muevas el brazo izquierdo, ¿de acuerdo?

    La jovencita asintió, como siempre, ejecutando sus órdenes casi de inmediato. Con tan sólo presionar la palanca que sostenía en su mano izquierda el brazo izquierdo del titán se movió justo de la manera en que lo había imaginado en su mente.

    —No hay problema con la recolección de datos, doctora— anunció un joven técnico a su lado, luego de revisar el buen funcionamiento de las maquinarias —Todas las consolas operan a su máximo.

    —Excelente. Siendo así, reestablezcan el sistema a la normalidad y que MAGI se encargue de hacer los cálculos correspondientes.



    Cómo una niña perdida en una compleja fábrica industrial Misato observaba casi boquiabierta el trabajo que realizaba el personal científico dentro de ese cuarto. Estaba de pie, con los brazos cruzados, cuidándose de hacer cualquier movimiento brusco por temor a estropear alguno de esos equipos informáticos tan complejos.

    Si bien entendía más ó menos la labor de todas aquellas personas, le resultaba imposible comprender cabalmente todos los complicados procesos que conllevaba una investigación de la magnitud de la que estaban haciendo en ese momento, con todos esos cálculos que debían hacerse para sacar datos provechosos que pudieran utilizarse en una aplicación práctica inmediata. Por lo tanto, únicamente podía contemplar a todo el personal en esa sala, incluida Ritsuko, cómo se deslizaban ágilmente de consola en consola, apurados, pero en una perfecta sincronía que les permitía esquivarse unos a otros en su veloz movimiento. Era otra de las razones por las que permanecía inmóvil en su lugar, para así no estorbar y evitar ser atropellada en ese barullo de técnicos y oficiales científicos.

    Le disgustaba sobremanera estar presente en toda clase de experimentos, sobre todo porque como Jefa del Departamento de Tácticas y Estrategias no tenía una función específica a realizar dentro de ellos, si acaso supervisar el desarrollo de éstos y detectar cualquier posible anomalía. Cada vez que la obligaban a pararse por esos rumbos, mientras todos a su alrededor se ocupaban afanosamente en sus labores, ella por su parte se sentía como una completa estúpida, allí, de pie, sin poder mover un solo músculo, temiendo que cualquier movimiento pudiera arruinar ese equipo tan avanzado y costoso.



    Justo entonces, un chillido electrónico surgió de la consola que tenía más cerca, provocando el subsecuente sobresalto de la Mayor, quien de inmediato se puso en guardia, crispada, lista para utilizar sus mejores excusas con tal de justificar su inocencia en la descompostura de la máquina.

    Sin embargo, tal no era el caso en esa ocasión. Al echar un vistazo a la pantalla de aquella terminal pudo comprobar su perfecto funcionamiento, al parecer simplemente se había activado una función en específico que avisaba a los usuarios que las tres supercomputadoras estaban debatiendo, al desplegar la palabra "DILEMA" con letras rojas mayúsculas sobre un fondo negro.

    La Doctora Akagi se acercó risueña, al haber presenciado de lejos toda la escena. Misato aún se encontraba algo nerviosa cuando la oficial científica se acercó a su lado:

    —A veces unos puede llegar a pensar que se tratan de personas reales, al verlas discutir de esa manera— pronunció con un tono entre socarrón y de desprecio. Cualquiera pudo haber detectado el dejo de amargura en aquellas palabras —La personalidad de su creador está implícita en cada una de ellas.

    —¿De qué estás hablando?— contestó Katsuragi, confundida por la extraña actitud de su amiga. A decir verdad, los últimos días había estado mucho más deprimida y distante que otras veces —¿Que no fuiste tú quien las hizo?

    La mujer rubia soltó un hondo suspiro, como si la estuviera compadeciendo. Incluso después soltó una risita burlona, la cual provocó que la Mayor se ofuscara.

    —No sabes nada de nada, ¿verdad?

    —Eso es porque a diferencia mía, tú no eres muy abierta que digamos cuando se trata de hablar de cosas personales— Misato respondió haciendo uno de sus pucheros, tan característico en ella.

    Aún cuando no hubiera sido la intención, el reproche inherente en ese comentario provocó que al instante Rikko quedara inmóvil en su lugar, estupefacta. Ella decía la verdad, pero hasta ahora jamás hubiera supuesto que a su amiga le molestara tanto ese detalle como para venir a restregárselo hasta ahora.

    Su "amistad", si así se le podía llamar a ese tipo de relación, siempre había transcurrido de esa manera. Entre la cálida fraternidad, pasando por la falsa cordialidad hasta caer en la malintencionada agresividad. Se trataba de un constante e interminable jaloneo entre ambas, durante el cual muchos de sus sentimientos más profundos habían resultado lastimados. Dos personas tan diferentes la una de la otra, y que no obstante se empecinaban en permanecer juntas. Su relación hubiera podido mejorar bastante si tan sólo se hubieran limitado al trato laboral. Pero no fue así. Por razones inexplicables, desconocidas, que ni ellas mismas alcanzaban a entender, ellas realmente querían estar cerca la una de la otra, necesitaban estarlo, y por lo tanto el círculo vicioso de afecto y agresión continuaba su marcha. Pero últimamente el frágil balance de dicho círculo había comenzado a inclinarse desfavorablemente a un solo lado, sin que al parecer a ninguna de las dos le interesara hacer algo para arreglarlo. Hasta ahora.

    —Yo sólo completé el trabajo— carraspeó la doctora, un tanto avergonzada —La teoría general y los planos fueron obra de mi madre.

    Katsuragi sonrió para sus adentros, luego de comprobar que Akagi realmente quería poner algo de su parte para que las cosas dejaran de ser así entre ellas. Era la primera vez que le escuchaba mencionar a su madre.



    Mientras tanto, en la Sala de Controles, el Subcomandante Fuyutski, junto con sus alternos, se encargaba de lidiar con todas aquellas minucias que Ikari se afanaba tanto en relegarle, como siempre. Si tal situación le molestaba en algo, su rostro enjuto como el de una piedra apenas si lo reflejaba.

    —¿Revisaron bien esta anomalía?— preguntó mientras observaba los datos sobre la pantalla que se le mostraba.

    —Sí, señor— Shigeru le respondió enseguida, en ese tono desenfadado que tanto exasperaba a su superior —Hemos comprobado que se tratan de las partes que trajeron de reemplazo hace tres días. Son las partes en donde se han encontrado los cambios que se describen en la gráfica.

    —Con que se trata del Muro Proteínico 87…— susurró Kozoh, elevando la vista hasta el techo, cómo si estuviera buscando ahí la respuesta al dilema que se le presentaba.

    —Cuando agrandé la imagen me percaté de esta serie de numerosas manchas blancas… hasta ahora no he podido determinar su naturaleza— el joven técnico se apuró a concluir su informe, para poder quitarse al viejo de encima lo más pronto que se pudiera. Aparentemente, a ninguno de los dos les agradaba trabajar tan de cerca el uno con el otro. El entusiasmo y la sorna un tanto juvenil de Shigeru chocaba de frente con las maneras rígidas y tradicionalistas de Fuyutski, su superior inmediato.

    Empero, hasta entonces ambos habían conseguido colaborar de manera satisfactoria al aplicar exitosamente la fórmula que Ritsuko y Misato se negaban a utilizar: limitar la relación personal únicamente al ámbito laboral. Poniendo en práctica un principio tan sencillo, pero efectivo, aquellos dos se habían ahorrado bastante energía en discusiones fútiles que a nada los hubieran llevado.

    —Debe tratarse de la corrosión— Makoto se aventuró a indagar el origen de las anomalías en el muro de proteínas —Tiene que serlo, puesto que hay ligeros cambios en su temperatura y conductividad. La deterioración de un espacio esterilizado pasa mucho más seguido de lo que se cree.

    —Puede ser— asintió Shigeru —Los plazos de reconstrucción fueron acortados a sesenta días, así que puede que hayan pasado desapercibidas algunas burbujas de aire. Recientemente ha habido muchas fallas en los trabajos de reconstrucción, sobre todo en esa parte.

    No era que el joven técnico estuviera denunciando la falta de calidad en el área de construcción del cuartel, pero a últimas fechas resultaba innegable que dado el plazo tan corto que se les daba, dichos trabajos eran bastante deficientes, muy por debajo de los estándares de calidad que un complejo del tamaño y la importancia del Geofrente requerían. Aunque también era de todos sabido que dicha circunstancia era debida en gran parte al continuo asedio de los Ángeles, que habían demostrado ser criaturas impredecibles y caprichosas, al no tener un periodo de tiempo ni condiciones establecidas para que hicieran su aparición. Y así lo hizo notar Kozoh:

    —Esa área fue la más afectada durante el último ataque, ¿cierto?

    —Es verdad. No creo que debamos culpar a los chicos de construcción. Últimamente han tenido bastante trabajo y deben estar cansados— dijo Makoto por su parte.

    —Da igual si están cansados ó no— sentenció el subcomandante, emprendiendo la marcha para que tanto él como Shigeru pudieran respirar aliviados —Quiero que ustedes dos se encarguen de ver que ese inconveniente esté resuelto a más tardar mañana. De lo contrario, Ikari se va a enfurecer.



    Una gota de agua fría sobre su cabeza fue todo lo que Ritsuko necesitó para volver a exasperarse, reclamando a todos y a ninguno de sus subordinados al levantar la voz, irritada:

    — ¡No puede ser! ¡No me digan que tenemos otra gotera, por favor!

    —No es así, Doctora— se apuró a contestar Maya, con tal de tranquilizarla —Tengo un reporte de corrosión en el nivel superior. Debe tratarse de eso.

    —Ah, qué bien, lo que nos faltaba— musitó Akagi, quien oficialmente ya se encontraba de mal humor por el poco éxito obtenido en el experimento que llevaban a cabo.

    A decir verdad fue ella quien lo había propuesto al comandante, esperando obtener algún resultado que pudiera respaldar el sistema del Dummy Plug, la pretendida pero aún no materializada innovación a los Evas en la que los dos estaban trabajando en secreto. Pero hasta ahora toda la prueba había resultado un completo fracaso. Faltarían muchos más años de investigación para que pudieran obtener un resultado concreto, y tiempo era un lujo que no podían darse en ese negocio. Por lo menos no en esos momentos, cuando la construcción de más Unidades Especiales para el Combate a cargo de las Naciones Unidas estaba ya en marcha.

    —Corrosión. Fantástico. ¿Crees que represente algún inconveniente para el desarrollo de la prueba?— el rostro rubicundo del comandante pasó en su imaginación por algunos instantes.

    —Por el momento, no.

    —Muy bien, entonces continuemos con este relajo— ordenó, dispuesta a sacar algún resultado provechoso del experimento, aunque fuera necesario a la fuerza —No podemos abortar esta prueba así de fácil. De lo contrario, el Comandante Ikari se va enfurecer.



    Al igual que muchas otras personas, Ryoji Kaji no podía hacer otra cosa más que sorprenderse por la inaudita habilidad mental del joven que tenía delante de él. Hasta ahora, le estaba resultando endemoniadamente fácil ingresar al sistema informático más avanzado del mundo, superando una tras otra las barreras que se le interponían para adentrarse en su interior. De haber intentado él algo parecido, seguramente le hubiera llevado varios meses de peligrosa investigación.

    Pero este muchacho parecía venir de una dimensión completamente diferente a la de los demás mortales. Hubiera querido sacarle mucho más provecho, pero no quería exponerse a que Misato lo descubriera. Además, si algo llegara a pasarle a ese chiquillo ella jamás se lo perdonaría. Por no mencionar de que algo así la destrozaría por completo. Desde hacía once años ese muchacho era su completa adoración. Y ya antes habían tenido problemas al respecto.

    —Tengo que admitir que me está tomando más tiempo del que pensé— confesó Kai, deslizando sus dedos sobre el teclado tan rápido como podía —Las cosas han cambiado bastante desde la última vez que estuve aquí. Parece que Ritsuko ha estado trabajando turnos extras.

    —Quizás no deberías arriesgarte tanto. Si el Comandante Ikari se enterara…

    —Ese bastardo puede comerse mis calzones. De todos modos, en estos momentos debe sentirse muy tranquilo, seguro de dónde me encuentro. El maldito se la pasa subestimándome, pero gracias a eso he podido darle unos cuantos golpes. Y ahora pienso asestarle la estocada final.

    —Parece que no te has puesto a pensar en el montón de gente que se preocupa por ti. Personas que se derrumbarían si llegara a sucederte algo… lo sé porque conozco muy bien a varias de ellas.

    Imposibilitado a fumar por los detectores de humo, Kaji tuvo que mascar chicle para suplir la sensación tranquilizante que el tabaco le proporcionaba.

    —Desde hace mucho tiempo quería decirte— musitó el muchacho, a todas luces incómodo —Que me perdonaras… sé que lo que pasó esa vez fue todo por mi culpa. En ese tiempo no podía imaginármelo, pero aún así nunca fue mi intención que las cosas entre ustedes dos terminaran de esa manera. Ambos merecían lo mejor, pero yo…

    —No te atormentes de esa manera— lo interrumpió su acompañante —Yo también he tenido bastante tiempo para pensar al respecto… y llegué a la conclusión de que aún si tú no hubieras estado, las cosas hubieran acabado de la misma manera. Nunca fue tu culpa, si no mía y de Katsuragi… ambos te utilizamos como excusa, pero no debió haber sido así. Yo también lamento mucho como fue que pasó todo ese asunto.

    —Vaya… creo que te va a resultar hasta chistoso… pero Misato ya me había dicho algo así… los dos son tan parecidos… me parece que sí están hechos el uno para el otro.

    —Por cierto, ¿cómo va todo con Asuka?

    En el momento en que a Ryoji la conversación comenzó a parecerle inadecuada, lo único que tuvo que hacer para evitar el tópico fue precisamente cambiarlo a su plena conveniencia, lo que pareció entender el muchacho, el cual, al no tener otra salida, tuvo que responder apesadumbrado:

    —No tengo idea… no tengo una maldita idea de lo que está pasando…

    —Caray, y yo que había escuchado que ambos se llevaban de maravilla. Su tórrido romance está en boca de todos, no sé si sepas.

    —¿Tórrido? Demonios, eres el quinto en esta semana que me lo dice. Pero que yo sepa, aún no hay nada formal entre los dos. Al parecer es ella la que piensa que sólo por besarnos ya nos vamos a casar.

    —¿Y tú que piensas?

    —No he tenido mucho tiempo para pensar en ello, ¿sabes? Bueno, más bien no he querido. Todo se me hace tan raro, sobre todo lo rápido que se dieron las cosas. Hace tan sólo un par de meses la odiaba como a nadie, y ahora… bueno, no sé… ya me simpatiza más, y de hecho siempre me ha atraído físicamente, pero… aún no estoy del todo seguro que sea lo correcto. Tengo esta extraña sensación. Cómo una especie de presentimiento, advirtiéndome que nada bueno saldrá de todo esto… ¡Oh, vaya! ¡Por fin logré el acceso!— Rivera dio gracias en secreto por la oportuna interrupción de parte de la computadora frente a él, cuando apenas se daba cuenta que estaba revelando asuntos muy íntimos.

    —¡Ay, no puede ser!— gruñó enseguida, sujetándose desesperado las sienes —¡¡No otro programa de protección, maldita sea!!

    Ambos lanzaron un hondo suspiro de resignación. En definitiva, aquello les iba a llevar mucho más tiempo del que tenían planeado en un principio.



    Inexorablemente, la engañosa tranquilidad con la que el experimento se llevaba a cabo se vino abajo en cuanto la sirena de alarma apareció en todos los monitores del sistema, alertando al personal científico de contingencias inesperadas que ponían en riesgo el éxito de la prueba. Impávidos, todos ellos se encaramaron en sus puestos para entre todos poder deducir el problema que tenían entre manos.

    —¿Qué está pasando?— inquirió Ritsuko de inmediato con voz de trueno, tratando de conservar la calma y no hacer una rabieta monumental frente a todos sus subordinados.

    —Hay una alerta de contaminación en la Unidad Sigma, en el Piso A, señora— se apuró a responder uno de los técnicos.

    —El Muro 87 se está deteriorando y por ende está liberando una gran cantidad de calor— dijo por su parte otra de las empleadas desde su consola.

    —Hay una anormalidad encontrada en la tubería 6.

    Uno a uno, todos aquellos que tuvieran algo que reportar, casi la mayoría de ellos, le hizo saber a la Doctora Akagi las fallas suscitadas, pero todo parecía derivarse de una sola razón en general, tal y cómo se lo hizo saber la fiel y confiable Maya, desde su puesto de trabajo:

    —La corrosión en el Muro de Proteínas. ¡Está incrementándose a una velocidad endemoniada!

    Rikko no necesitó de más información para proceder firme y decisivamente, girando órdenes a diestra y siniestra para salvar aquella explosiva situación.

    —¡Aborten de inmediato la prueba! ¡Sellen la tubería 6! ¡Preparen de inmediato los polisomas!



    Así dijo y así fue como se hizo. Atentos a seguir las órdenes de su oficial superior, todos los técnicos y oficiales científicos a su mando se apuraron a cumplirlas en el menor tiempo posible. Palancas y dispositivos eran activados con presteza y soltura para activar mecanismos que accionarían enorme maquinaria cómo la que se requería para sellar una tubería completa, por ejemplo.

    Sin embargo, y pese a todo su encomiable esfuerzo, parecía que nada podían hacer para solucionar el problema de la corrosión expandiéndose por todo el Muro Proteínico. El nerviosismo se hacía cada vez más evidente mientras los polisomas, pequeñas naves robots dirigidas a control remoto con un dispositivo de rayo láser integrado que emulaban a los anticuerpos de un organismo para deshacerse de la contaminación, se acercaban a su objetivo, la corrosión en el muro.

    —Láser a la máxima potencia. Quiero que no quede una sola de esas condenadas partículas— gruñó Akagi, resignándose a ver su preciada prueba de piloto automático yéndose por el caño debido a dificultades técnicas de menor grado.



    Todos guardaron silencio hasta no saber el resultado de la operación, por lo que el lamento de Rei pudo escucharse claramente por el sistema de sonido. Era un gesto de dolor, sin duda, sólo que apagado; como siempre, la jovencita hacía hasta lo imposible por reprimir cualquier manifestación emocional, aún cuando se tratara de algún dolor que la aquejara.

    Dentro de la gigantesca cámara "esterilizada" el simulador de Ayanami comenzó a contorsionarse violentamente, sufriendo una serie de espasmos a intervalos iguales de tiempo, casi como un ataque epiléptico; cualquiera pudo haber hecho la comparación al observar todos esos movimientos que sin duda eran involuntarios.

    —¡Rei!— alcanzó a decir Akagi, entre la confusión que se apoderó rápidamente de la sala.

    —¡La corrosión ha logrado penetrar hasta este nivel!— a su vez reportó Maya, con voz asustada —¡Consiguió invadir el sistema activo del simulador!



    Por fin Misato sentía que encajaba en aquel lugar. En medio del caos y la confusión ya nadie sabía que hacer en esos momentos, justo como ella. Aunque claro que no era para sentirse a gusto y mucho menos aliviada. Si bien no entendía cabalmente lo que allí estaba transcurriendo comprendía a la perfección que la prueba se había salido por completo de control y que la situación estaba alcanzando niveles peligrosos. Pero de forma extraña era la única en la sala que aún conservaba un dejo de calma en su rostro, esperando el momento donde se requiriera de su intervención.

    No se alteró siquiera un poco cuando observó aquella mano gigante, que trémula se acercaba hacia ella del otro lado del grueso acrílico, como suplicando por una respuesta, por un alivio al dolor que la invadía. Entre todo el barullo, alguien, al percatarse de la peligrosa cercanía del simulador, sin perder más tiempo activó una palanca que a su vez accionó un dispositivo que en el acto cercenó todo el brazo desde el hombro de aquella maquinaria orgánica que tenían frente a ellos, luego de una cruenta explosión de conexiones y cables. La fuerza del estallido provocó una serie de fisuras en las paredes de acrílico, desde las cuales ya comenzaba a fugarse una peligrosa cantidad de solución estéril.

    —¿Cómo está Rei?— preguntó la Mayor Kasuragi, anteponiendo la seguridad de los pilotos a la suya.

    —Estable, aunque inconsciente— respondió Maya, después de checar los signos vitales de la piloto.

    —¡Rápido, expulsen las cápsulas de inserción y activen el láser!

    Ritsuko aún no terminaba de pronunciar aquellas palabras cuando las tres cápsulas en donde estaban los pilotos salieron disparadas a gran velocidad, escabulléndose por una compuerta superior que se cerró con estrépito apenas las engulló.



    Con los jóvenes fuera de peligro los polisomas podían abrir fuego a discreción sobre el invasor, lo cual hicieron con la fría precisión característica de las máquinas, escupiendo sus rayos incandescentes sobre la indefensa corrosión cuyo único crimen era expandirse por terreno apto para ello.

    No obstante, todos en la sala palidecieron al presenciar cómo los tres rayos impactaban centímetros antes de su blanco, aparentemente sobre una barrera transparente que era capaz de repeler cualquier ataque. Sospechosamente muy familiar.

    —¡Un Campo A.T.!— se apuró a decir Misato, con el color escapando de su rostro.

    —Imposible…— murmuró Akagi, desfallecida.

    Imposible, pero cierto. Un Ángel había logrado lo que ninguno de sus predecesores: invadir el Geofrente. Y lo había conseguido utilizando una apariencia y estrategias no tan llamativas, yéndose abruptamente desde lo gigantesco hasta proporciones diminutas. Al final, un enano había triunfado en donde un gigante no pudo hacerlo. A nivel microscópico la infección se extendía rápidamente por los sistemas que había invadido, causando que el muro y el simulador corporal adquirieran una extraña tonalidad rojiza en las áreas afectadas, las cuales crecían de manera voraz.



    —Está confirmado. Se trata de un Código Azul. Un Ángel, señor.

    Fuyutski se aferró al auricular, intentando mantener la compostura al escuchar las malas nuevas. Pero no era el peligro al que se enfrentaban el que lo alteraba tanto, sino el hecho de que hubieran permitido que la criatura se infiltrara al cuartel justo en sus narices, sin nadie que se percatara a tiempo.

    —¡¿Un Ángel?! ¡¿Dejaron entrar AQUÍ a un Ángel?!— por si fuera poco, con el rabillo del ojo observó como Ikari entraba a la sala, justo cuando pronunciaba aquellas palabras, ahorrándose la explicación pero no la mirada de soslayo que el comandante le lanzó cuando tomó asiento detrás de él—¡Maldita sea!— bramó entonces el anciano.

    —Lo siento mucho, señor, fue un descuido de mi parte— Ritsuko intentó disculparse como pudo, metida hasta el cuello en tan penosa situación.

    —Las excusas son innecesarias, Doctora— gruñó el viejo para luego interrumpir abruptamente el enlace al colgar violentamente el teléfono.

    Gendo no había dicho palabra alguna desde que llegó. Tan sólo se limitó a recargarse en su escritorio, apoyando la barbilla entre sus manos entrelazadas, como era su hábito. Al parecer quería ver cómo iba a desenvolverse su socio ante semejante predicamento. Por lo menos así fue como lo entendió Kozoh, quien luego de apretar los dientes, tragándose su coraje, comenzó a blandir órdenes a diestra y siniestra.

    —¡Sellen completamente la Unidad Sigma del resto del Dogma Central! ¡Rápido!



    Hyuga apenas si alcanzó a avisarle a Misato de las medidas que se estaban tomando, vía celular. Sin más tiempo que perder, siendo la preocupación primordial de la Mayor poner a salvo a todas esas personas, por fin cumplió con su función dentro del experimento, al ordenarle a todo el personal evacuar el área de inmediato:

    —¡Rápido, salgan todos de aquí! ¡Muévanse!

    Sin importar nada más todos los técnicos y oficiales presentes salieron en tropel, escapando tan pronto como pudieran, abandonando sus estaciones de trabajo sin alguna objeción, mientras que los procedimientos de contención comenzaban a activarse. Las luces adquirieron el tono rojo de advertencia, mientras que una grabación en el sistema de altavoces indicaba a los empleados por donde debían desalojar el lugar.



    Katsuragi se quedó en la puerta, esperando a que el último de ellos saliera, asegurándose que nadie se hubiera quedado. Cuál fue su sorpresa al observar a su amiga de pie en medio de la sala, inmóvil, con la vista clavada en los microorganismos de color rojo que proliferaban detrás de las agrietadas paredes de acrílico. Aunque con aquella actitud taciturna no lo reflejara exteriormente, la verdad era que estaba destrozada. A esas alturas, podía considerarse oficial: su experimento había sido un rotundo fracaso. No pudo conseguir datos que valieran la pena, y por si fuera poco, había dejado la puerta abierta para que un Ángel invadiera el cuartel. Un completo y absoluto fracaso. Lo que le dolía más de todo es que le había fallado. Le había fallado al hombre que amaba, ese que había puesto toda su confianza en ella, tan sólo para esto. Para que un monstruo diminuto la devorara y consumiera como si fuese una termita hambrienta. Y no conforme aún, quería más. Continuaba allí, devorando todo a su paso, todo aquello por lo que había trabajado tan duro. Tanto tiempo y tanto esfuerzo, todo para que ese desgraciado acabara comiéndoselo todo. ¡Maldito! ¡Maldito seas! ¡Cómo me gustaría destruirte con mis propias manos, estúpido engrendro! ¡Lo arruinaste todo! ¡TODO!

    Las ventanas de acrílico finalmente cedieron a la presión, dejando libres miles de litros de líquido contaminado que no tardarían mucho en arrasar todo lo que encontraran a su paso, incluso también a la Doctora Akagi, de no ser por que Katsuragi se tomó la molestia de sacarla antes de que eso sucediera, jalándola del cuello de su bata para obligarla a moverse.

    —¿Qué estás esperando, tarada?— le espetó cuando la empujaba, haciéndola reaccionar por fin —¡Vámonos de aquí!

    Las dos mujeres corrieron por la ruta de evacuación, desesperadas, ya que a su paso enormes compuertas metálicas se cerraban como mandíbulas afiladas detrás de ellas, sellando cualquier entrada o salida del lugar. Si acaso alguna de ellas las alcanzaba, se quedarían atrapadas con la infección un muy buen tiempo.

    Afortunadamente para ambas ese no fue el caso, pudiendo completar el procedimiento de evacuación justo a tiempo, aunque muy apenas. A salvo, ya afuera de la Unidad Sigma, completamente sellada, las dos mujeres se dieron el lujo de reposar unos momentos para recuperar el aliento, jadeando lastimeramente mientras se recargaban pesadamente sobre la compuerta metálica a sus espadas.



    —Muy bien, encárguese de ello cuanto antes.

    Ikari colgó la bocina, satisfecho de la conversación que había sostenido con Takashi, el segundo de Rivera. ¡Qué hombre tan práctico era ese Takashi! Si en lugar de ese mocoso insoportable él fuera el encargado de la División de las Naciones Unidas, las cosas no le resultarían tan difíciles. Había sido un buen día, hasta entonces, sin ese chiquillo engreído rondando por ahí.

    —¡Apaguen esa alarma!— ordenó con aguardentosa voz, haciendo su entrada para adueñarse de la situación y retomando el lugar que por derecho le correspondía, relegando al viejo Fuyutski, quien quedó en segundo plano, como siempre —Llamen al Comité y díganles que fue una falla en el sistema de alarma.

    Todos reconocían que el Comandante Ikari era un astuto estratega, rayando en la genialidad. También le reconocían su don de mando. Gendo Ikari tenía madera de líder, había nacido expresamente para dirigir a sus prójimos bajo su mandato. Pero ante todo, Gendo Ikari era un político consumado. Gracias a sus movimientos y conexiones en aquel ambiente es que había escalado hasta la posición tan envidiable en la que se encontraba. Gracias a su hábil manejo en la política es que ahora controlaba la agencia que ocupaba más de un tercio del producto neto de la economía mundial. Y si algo le había quedado claro en todos esos años es que en la política lo que más importaba eran las apariencias. Sus detractores bien podían aprovechar aquel incidente, (¡un Ángel había logrado invadir el Geofrente sin que se diera cuenta!) para acusarlo de incompetencia al mando e iniciar un proceso para destituirlo. Por lo tanto, pondría todos los cuantiosos recursos de los que disponía para disimular lo mejor posible la situación, sin dejar saberle al exterior lo que en verdad estaba ocurriendo en esos momentos dentro de aquellas instalaciones.

    —La zona contaminada sigue extendiéndose— anunció Hyuga desde su puesto, un nivel debajo de donde se encontraba el comandante, en una especie de balcón desde donde podía dominar la enorme sala de controles que se extendía bajo sus pies —Está invadiendo todos los bloques Sigma.

    —Está en un lugar muy, muy peligroso— Fuyutski le susurró discretamente al comandante, cuidándose de no llamar mucho la atención.

    —Es verdad. Está muy cerca de donde se encuentra… esa criatura… descuida, ahí lo detendremos, justo donde está. Si es necesario, sacrificaremos todo el Geofrente— Ikari le contestó en el mismo tono, pero luego recobró su volumen habitual para preguntar: —¿Cómo están los Evas?

    —Listos y esperando lanzamiento en la Séptima Lanzadera. Tan sólo estamos esperando a que los pilotos estén disponibles— respondió Makoto enseguida.

    —No hay necesidad de esperarlos. Láncenlos tan pronto terminen con los preparativos.

    Shigeru y Hyuga se miraron con desconfianza entre sí, sin tener la menor idea de lo que se proponía ahora ese hombre.

    —La Unidad 01 tiene prioridad— Gendo continuó dando instrucciones, sin importarle la gran cosa la confusión que provocaba en sus subordinados —Ya he contactado a la División de las Naciones Unidas para que hagan lo propio con la Unidad Z. Los demás no tienen importancia, pueden abandonarlos.

    —Pero señor, con todo el respeto— Shigeru se armó de valor para hablar, poniéndose de pie —¿Cómo espera destruir al Ángel, sin los Evas?

    —Si cualquiera de esas dos Unidades llegara a contaminarse, todos podríamos darnos por muertos. Así que hagan lo que les digo. ¡Ahora!— fue la respuesta que obtuvo, clara y concisa.

    Apenados, ambos oficiales asintieron y se apuraron a cumplir con sus órdenes y bajo su supervisión los gigantes de carne y acero salieron disparados hacia la superficie como de rayo, además en tiempo récord.

    Ikari y Fuyutski los vieron partir, sin que ninguna emoción se reflejara en sus rostros de piedra.

    Solamente el viejo profesor alcanzó a murmurar, suspicaz, como de costumbre:

    —Muy bien… y ahora, ¿cómo se supone que vamos a derrotar al Ángel, sin los Evas?



    Hubo que reunir a todos los mandos de NERV para tal efecto, es decir, además del comandante y el subcomandante, también a la Mayor Katsuragi, Jefa del Dapartamento de Tácticas y Estrategiae incluso a la Doctora Akagi, Jefa del Departamento de Desarrollo e Innovación Científica. Junto con los oficiales técnicos de más alto rango (Makoto, Shigeru y Maya) se encargaban de analizar la situación y definir el camino a seguir para darle una pronta solución.

    —Miren esto— señaló Akagi, cuando observaba las gráficas en la pantalla —Se está concentrando justo aquí, en el límite del agua pesada. Donde se encuentra una mayor cantidad de oxígeno.

    —Me parece que sus preferencias son muy claras— acotó Maya de inmediato.

    —Puede que tenga razón, Doctora— intervino Shigeru —Los lugares donde hemos suministrado ozono para mantener las condiciones de esterilidad aún no han sido infectados.

    —¿Entonces podemos suponer que el ozono es la debilidad de este bicho?— inquirió Katsuragi, harta de tantos rodeos.

    —Es probable, pero no podemos estar seguros hasta intentarlo...

    Una vez que Ritsuko pronunció esas palabras, la atención de todos en la sala se dirigió hacia la persona de Gendo Ikari. Era él quien siempre tenía la última palabra en la toma de dichas decisiones.

    —Muy bien. Háganlo— respondió el comandante, tan lacónico como siempre.



    Al poco tiempo, la medida estaba llevándose a cabo con resultados positivos, pues la zona contaminada había dejado de extenderse, para satisfacción de algunos optimistas que ya comenzaban a ver el vaso medio lleno. Sin embargo, la batalla estaba aún lejos de ganarse, y eso lo sabían bien los mandos de la agencia.



    El liberar ozono en las zonas aledañas a la infección había detenido su voraz avance y eso era bueno, no obstante que el ozono no podía hacer mucho para despejar el área contaminada, por lo que aún tenían que soportar la presencia de ese visitante tan indeseable. Ambas partes se habían atorado en todo ese embrollo, sin una salida a la vista: el diminuto ángel no podía avanzar más, pero sus enemigos tampoco encontraban la manera de poder deshacerse de él. Sin poder erradicarlo, debían conformarse con siquiera contenerlo, por el momento. Seguro que a alguien se le ocurriría algo con el paso del tiempo.

    —Si tan solo Kai estuviera aquí— murmuró Misato, observando atentamente en los monitores el inalterable estado de la situación, como todos los demás. Entonces, al recordar a su pupilo una idea le vino a la mente y entusiasmada quiso compartirla con todos —¡Eso es! ¡Podríamos llamar a Kai por teléfono y...!

    —¡Nada de llamadas al exterior, Mayor Katsuragi!— Gendo explotó ante la sola idea de tener que pedirle ayuda a ese mocoso arrogante —Nadie más debe saber lo que está ocurriendo en el Geofrente en estos momentos, ¿entendido?

    La mujer se encogió de hombros, agachando la cabeza como una colegiala a la que su profesor acaba de reprender.

    —Entendido, señor— musitó, aún sin reponerse de la violenta reacción de su superior.

    Irónicamente, el humor del comandante habría empeorado mucho más si hubiera estado bien consciente de lo que acababa de hacer. Sin saberlo, le había salvado el pellejo al muchacho, al impedir la llamada telefónica que hubiera delatado su ausencia del departamento en el que supuestamente se encontraba en esos momentos. Cosas del destino, el joven tampoco tenía idea del enorme favor que su archienemigo le había hecho. Empero, estaba mejor enterado de otros asuntos, sobre todo de la situación tan desesperada en la que se encontraban en ese mismo instante las instalaciones de NERV.



    A sus espaldas, Kaji se revolvía un tanto inquieto. La invasión de un ángel no estaba en ninguno de los escenarios que había previsto en caso de una contingencia.

    —Tendremos que dejarlo hasta aquí, por ahora. No creo que podamos trabajar bajo estas condiciones.

    —Relájate, aquí estamos a salvo. La infección ha sido contenida a varios niveles encima de nosotros— el muchacho tuvo que tranquilizarlo de nuevo, enterado de los acontecimientos gracias a la conexión con la red interna y analizando detenidamente todas sus posibilidades.

    —Pues disculpa si estoy algo nervioso, pero nunca imaginé que un ángel se iba a reducir a tamaño microscópico para poder infiltrarse en el Geofrente. La sola idea de tenerlo tan cerca de nosotros, aún de ese tamaño, me da escalofríos.

    —Hum— musitó Rivera, sin tomar muy en cuenta el bien fundado temor de su acompañante. Él, que en cambio había peleado cara a cara con aquellos monstruos en tantas ocasiones, parecía que por fin les había perdido cualquier clase de temor ó incluso de respeto —Cada vez esos fenómenos desgraciados se están haciendo más mariquitas. Reducirse a tamaño microscópico... ¡cobardes! Saben bien que si se les ocurriera aparecer en persona, más tardarían en llegar hasta aquí que yo en partirles la cara. Aunque debo reconocerles que no son tan estúpidos como parecen...

    —Te oyes confiado, y con justa razón. Después de todo lo que pasó durante el último ataque, parece que el Eva Z es invencible.

    —No, no, en eso te equivocas, Kaji. Zeta no parece, ES invencible. Es por eso que el enemigo prefiere esconderse y arrastrarse por el piso en lugar de venir y enfrentarme directamente.

    —Lo dicho: te oyes muy confiado— sonrió Kaji al detectar la arrogante soberbia en las palabras del chiquillo, algo que nunca había escuchado en él. Por fin todo el poderío de su Evangelion se le estaba subiendo a la cabeza —Quizás más de lo que te conviene.

    Si Kai escuchó esas últimas palabras, que sonaban ligeramente más a una advertencia que un consejo, no dio muestra alguna de haberlo hecho, sino todo lo contrario, las ignoró completa y hasta deliberadamente.

    —Estos tarados sólo pueden contener al ángel a punta de ozono, pero no pueden restaurar las zonas afectadas. El bicho está acorralado y atrapado, pero con ese Campo A.T. nada de lo que hagan surtirá efecto. Todos están atrapados en un callejón sin salida... salida... podría ser... aunque...— el joven guardó silencio por unos instantes, dejando a su increíble poder mental funcionar a toda su capacidad —Espera un poco. Tal vez podemos hacer de esta ambigüedad una oportunidad— pronunció el chiquillo, emocionado, mientras sacaba presuroso varias conexiones más de su mochila y una libreta en la que comenzó a hacer apuntes rápidos.

    —¿A qué te refieres?— preguntó un poco confundido su acompañante, aunque no tanto, pues tenía la certeza que algo se le había ocurrido al joven genio.

    —Digo que podremos sacar provecho de toda la confusión y matar dos pájaros con una misma pedrada. Tú sólo espera y lo verás...

    Y así, sin más, el niño prodigio volvió a poner manos a la obra, con la impetuosidad que caracteriza a la juventud despreocupada. Pero mientras ésta rindiera resultados, no había porqué quejarse al respecto. Por lo menos eso era lo que Ryoji Kaji se repetía a sí mismo, buscando tranquilizarse.



    Aquella situación tan engorrosa se había prolongado por mucho más tiempo del previsto y no podían esperar que se pasara todo ese rato allí, de pie, como si fuera alguna estatua ó algo parecido. Bueno, quizás el tiempo y el lugar no le permitían tomar un cómodo asiento para simplemente seguir esperando, pero nadie se quejaría si sólo se recargaba un poco en una de las consolas. ¿Qué daño podría hacer?

    O eso es lo que pensaba la Mayor Katsuragi, solo que en cuanto decidió recargarse un poco en una de las consolas a su lado, un fuerte chillido salió de ésta, como protestando y de inmediato una señal de alarma se desplegó en todas las pantallas.

    —¡Yo no toqué nada, en serio!— Misato se quiso excusar por su torpeza, temiendo haber descompuesto el equipo, pero no era el caso.

    —¿Qué está pasando?— preguntó Fuyutski, haciendo caso omiso de las atolondradas disculpas de la Mayor.

    —Estamos siendo hackeados, señor— respondió Aoba en el acto, sin darle crédito a sus propias palabras —Aún no se puede identificar al agresor.

    —No es posible— mascullaron algunos cuantos, casi todos ellos muy familiarizados con el sistema. Que alguien sin permiso lograra introducirse en él era algo virtualmente imposible, no con MAGI cuidándoles las espaldas.

    —Levantaré otro firewall y desplegaré una falsa entrada... eso debe darnos algún tiempo para determinar la ruta de salida del invasor— informó Shigeru al tomar medidas preventivas contra el ataque.

    Para su sorpresa, la cual fue compartida por todos los demás en el cuarto de controles, el hacker no sólo evitó con facilidad la entrada de señuelo, sino que también superó rápidamente la barrera que le pusieron, e incluso otra más que siguió a la primera.

    —Ningún ser humano podría hacer esto— musitó Makoto, anonadado por la escalofriante habilidad desplegada por ese misterioso atacante.

    —El rastreo ha sido completado. El invasor se encuentra dentro de estas instalaciones— comunicó un joven técnico en cuanto tuvo los datos a la mano.

    ¿El hacker había tenido el descaro de estar en el Geofrente justo en el momento de la invasión? ¿Pero quién diablos se atrevería a cometer semejante disparate?

    —Justo debajo del Ala B... ese lugar es...— continuó el técnico, cuando fue interrumpido por la Doctora Akagi.

    —¡Es donde se encuentra el ángel!



    En efecto, en cuanto volvieron su atención a monitorear de nuevo la actividad del ángel, todos pudieron darse cuenta que era él el perpetrador de la invasión al sistema computarizado del Geofrente.

    —Miren eso...— acotó Maya, indicando la estructura visible de la criatura —Su patrón óptico está cambiando...

    —Esas líneas alargándose... parecen circuitos eléctricos. Cómo si fuera alguna clase de computadora— también Shigeru compartió su punto de vista al contemplar el inusitado desarrollo de tan extraña criatura.

    Pero mientras ellos perdían tiempo en admirar su capacidad de transformación y adaptabilidad, el enemigo continuaba eficazmente su avance por las redes computarizadas que utilizaban. Aún cuando los técnicos volvieron a desplegar una falsa entrada, de nuevo resultó inútil. El nada gentil invasor seguía reventando muros de protección como si fueran pañuelos desechables, uno tras otro y no había gran cosa que pudieran hacer para evitarlo, muy a su pesar.

    Tanto la frustración como la desesperación iban en aumento, y finalmente, sucedió lo inevitable, luego de que la ahora criatura cibernética entrara al servidor principal como si estuviera en su casa e hiciera y deshiciera a su entero capricho una vez allí dentro. Su objetivo, según su modo de proceder y las rutas de acceso que había estado tomando, ahora resultaba muy claro, pero por si las dudas Maya quiso hacérselo saber a todos a su alrededor.

    —¡Está buscando ingresar a MAGI!

    —Apaguen todo el sistema— ordenó entonces Gendo, queriendo tomar las riendas de la situación. No le permitiría a ese bicho malintencionado apoderarse de su Cuartel General. Lo dejaría encerrado en las redes y luego decidiría que hacer.



    Makoto y Shigeru sacaron sus llaves de acceso, siguiendo cada cual los protocolos establecidos. Ellos dos eran los encargados de apagar el sistema, y ya habían hecho varios simulacros para tal efecto, por lo que la coordinación entre ambos no resultaba mucho problema. Aún cuando antes se pensaba que un ataque de esa manera contra MAGI era prácticamente imposible, el manual manejaba de todos modos una situación semejante. Ahora ambos oficiales daban gracias por todos esos estúpidos simulacros que tuvieron que realizar muy a su pesar, mientras se ponían de acuerdo una vez que habían insertado las llaves de acceso.

    —A la cuenta de tres, ¿quieres?— le dijo Shigeru a su compañero desde el otro lado del dispositivo —Cuenta tú, amigo...

    —Muy bien, entonces...— con una sonrisa confiada, Makoto comenzó la cuenta regresiva —3... 2... 1... ¡AHORA!

    En el acto, el par de oficiales giró las llaves que sostenían en sus manos, con lo que el sistema debió haberse apagado. Sin embargo, todo el equipo seguía funcionando con todo y el pequeño usurpador ahí dentro, pese a que el procedimiento de apagado de emergencia había sido el correcto.

    —¡Maldita sea!— exclamó Makoto, desencajado por la angustia —¡Ya debe controlar el dispositivo de apagado! ¡Así nunca podremos lograrlo!

    —El enemigo ha logrado alcanzar a Melchor... es muy rápido— indicó la afligida Maya desde su estación —¡Ha tomado el control de Melchor!

    Una vez que lo hizo, una de las grabaciones del sistema se escuchó por todas las bocinas y altavoces del cuartel. Una grabación poco alentadora, que nadie hubiera esperado escuchar jamás.

    —Auto destrucción de los cuarteles sugerida por Melchor...— la fría e indiferente voz que se escuchaba parecía no prestar atención a la calamidad que anunciaba a todos los que la oyeran —Denegada... Auto destrucción de los cuarteles sugerida por Melchor... denegada...

    Continuó con su parloteo, para alivio de todos los demás. Por lo menos el desastre no había sido inmediato, pero aún así...

    —Melchor ahora esta invadiendo a Baltazar... falta poco para que logre invadirlo por completo— Maya detestaba ser la portadora de las malas noticias, pero la gráfica en sus pantallas no mentían. Mediante un sencillo diagrama que representaba a las tres supercomputadoras podía observar el avance del ocupante, representando en color rojo las zonas de las que se había apoderado. En esos momentos Melchor estaba completamente cubierto de rojo mientras que Baltazar, a su lado, comenzaba a ser engullido por la hambrienta mancha de dicho color.

    Esas sí que eran muy malas noticias. Cómo ya se había explicado con anterioridad, el sistema MAGI operaba de una forma muy parecida a la democracia, es decir, las decisiones se tomaban por los designios de la mayoría, es por eso que eran tres super computadoras, y no dos o una sola. Las tres deliberaban cuando se les presentaba algún dilema y luego "votaban" para elegir la solución adecuada. La autodestrucción había sido abortada por que sólo Melchor, bajo el control del ángel, la había propuesto. Pero si lograba apoderarse también de Baltazar, el enemigo conseguiría la mayoría que necesitaba para iniciar dicho proceso que acabaría con las instalaciones de NERV de una vez por todas.



    Harta de tan sólo observar mientras esa descarada criatura se salía con la suya, violando como un salvaje demente a las computadoras que estaban bajo su cuidado, Ritsuko se abalanzó sobre una consola para comenzar a tomar las medidas del contraataque. Sus dedos se desplazaban ágilmente por el teclado mientras que su cerebro realizaba complejos cálculos de programación, los cuales eran traducidos al tablero y de allí al sistema informático.

    Los oficiales científicos a su cargo únicamente podían maravillarse al verla trabajar a toda su capacidad, sin poder ayudarle en gran cosa por temor a estorbarle, por lo que sólo se dedicaron a elogiarla.

    —¡Qué rápida es!

    —Déjate de eso, mira con qué facilidad rescribe los códigos de programación...

    —No cabe duda que la Doctora Akagi es una dotada— puntualizó Maya, con la misma admiración que su superior siempre le despertaba.

    Después de unos cuantos minutos angustiantes, en los que Ritsuko se había enfrascado en algo así como una especie de duelo personal contra el invasor, por fin había logrado detenerlo, justo cuando estaba a la mitad de engullirse a Baltazar, tal y como indicaba el diagrama en la consola de Ibuki. Cuando la doctora por fin se tomó el lujo de lanzar un hondo suspiro y recuperar la calma, todos en NERV también podían respirar aliviados, con la certeza de que no serían traicionados por su avanzado sistema informático y vaporizados en átomos. Por el momento. Y así se los hizo notar Kozoh, antes de que toda esa parvada de incompetentes comenzara a aplaudir y a festejar cómo los completos imbéciles que eran.

    —¿Cuánto tiempo nos consiguió, Doctora?

    —No mucho... yo diría que como unas dos horas, máximo...

    —Es tiempo suficiente para decidir que haremos. Doctora, Mayor, acompáñenos a la Sala de Estrategias, por favor— pronunció el ajado y macilento profesor, poniéndose de pie y encaminándose a la puerta.

    Las mujeres obedecieron la indicación, siguiendo al subcomandante a la salida. Gendo permaneció en su asiento un poco más, en aquella actitud y postura reflexiva que parecía ser inherente en él.

    —MAGI, utilizado en nuestra contra— murmuró cuando finalmente se puso en pie para alcanzar a los demás —Me pregunto que diría Naoko de todo esto.



    Todas las imágenes, gráficas y cualquier dato concerniente a este nuevo y esquivo ángel estaban allí, reunidos para su disposición y minucioso estudio. Luego de un rápido, pero concienzudo análisis, el equipo de Investigación Científica había logrado englobar las propiedades más esenciales del diminuto invasor, tanto sus fortalezas como sus debilidades. Ritsuko era la encargada de dar a conocer los resultados a los asistentes a esa reunión de élite, en la que sólo estaban Ikari, Fuyutski, Katsuragi y ella misma.

    —El ángel ha convertido toda su estructura en algo parecido a las nanomáquinas... tan pequeñas como un virus... cada una de ellas se reúne hasta que forman una colonia en muy poco tiempo, y exponencialmente evolucionan, lo suficiente para conformar un circuito inteligente... fue así como lograron infiltrarse al sistema... aunque aún no estoy segura de cómo dieron el salto de entidades casi orgánicas a toda una compleja red de circuitos...

    —Conque evolución, ¿eh?— pronunció Fuyutski casi susurrante, poniendo atención a toda la información que le era desplegada por diversos medios audiovisuales.

    —Así es, señor— continuó Akagi —Evoluciona constantemente, buscando la mejor manera para adaptarse a cada nueva situación.

    —Evolución. El sistema de la vida misma.

    —A mi parecer, y después de analizar toda esta información— Misato tomó la palabra, con ese tono frío y seco que utilizaba en todo lo que tuviera que ver con eliminar ángeles y que tanto desconcertaba a todos aquellos que la conocían como la simpática mujercita que era —La única manera de lidiar con este enemigo tan adaptable es no darle oportunidad siquiera de reaccionar y acabarlo de un solo golpe. Para tal efecto, sugiero la destrucción física de MAGI.

    A la Doctora Akagi por poco le da un ataque de histeria con tan sólo escuchar las palabras de la Mayor, sobre todo al escucharla hablar de ese modo, cómo si se tratase de cualquier cosa. Sabía que esa loca estaba dispuesta a todo con tal de destruir a todos los ángeles, pero no permitiría que su tonta sed de venganza destruyera todo por lo que su madre e incluso ella misma habían trabajado tanto.

    —¡Eso es inaudito! ¡Destruir MAGI significaría tanto como abandonar por completo el cuartel!

    —Pues bien, como Jefa del Departamento de Tácticas y Estrategias, sugiero hacerlo, en ese caso...

    —Esto le compete únicamente a la sección de Investigación Científica, Mayor, usted no tiene autoridad para decidir sobre esto.

    —¡¿Porqué siempre tienes que ser tan necia?!— olvidando donde y con quienes se encontraba, Misato manoteó sobre el escritorio, encarando desafiante a Rikko.

    —Porque todo esto comenzó por un error mío... me parece que es mi deber solucionarlo, entonces— pronunció firmemente la doctora, sin dejarse intimidar un ápice por su amiga.

    Ella la observó por unos momentos más, interesada, cómo si estuviera reflexionando sus palabras, buscando alguna manera de responderle. Por fin se dio por vencida, cruzándose de brazos y dándole la espalda.

    —Siempre has sido así: queriendo hacer todo tú sola, sin depender de los demás.

    A pesar de que muchos entenderían ese gesto cómo un berrinche infantil y fuera de lugar, Ritsuko sabía que aquella era la manera de Katsuragi de darle su apoyo y dejarle espacio abierto para actuar a su conveniencia. Le hubiera querido agradecer el voto de confianza, sin embargo no podía olvidar que los comandantes seguían ahí.

    —Si ya terminaron, señoritas— carraspeó Fuyutski, exasperado por la escena —Quizás podamos decidir cómo vamos a deshacernos de esta alimaña tan molesta.

    —Tenemos una oportunidad, si logramos que el ángel evolucione de la manera que nos conviene— sentenció Akagi, hablando con la seguridad de quien tiene un plan muy bien elaborado.

    —¿Controlar su evolución?— inquirió Gendo, curioso al respecto.

    —Así es. Podríamos lograrlo utilizando el blanco principal del enemigo, Gaspar mismo. Podría subir en su sistema un código de autodestrucción que se acople al sistema del enemigo cuando Gaspar sea infectado, y para que se active en el momento en que el invasor logre su objetivo, es decir, cuando logre apoderarse por completo de MAGI.

    —Guiar su evolución hacia la destrucción absoluta... me parece un plan un tanto maquiavélico, pero un muy buen plan a fin de cuentas— por alguna razón, Ikari parecía bastante complacido con la idea, mucho más de lo que debería estar —Lo apruebo, aunque espero que esté consciente que al hacerlo le estamos dejando la puerta abierta al enemigo. En ese instante todo dependerá de quien sea más rápido al atacar, si Gaspar ó el ángel.

    —¿Crees poder terminar el programa a tiempo?— preguntó Misato, queriéndole advertir los riesgos de su plan —Si Gaspar cae antes de tiempo, todos estamos fritos...

    —No te apures, estoy acostumbrada a cumplir mis promesas...



    Así fue cómo se tomó la resolución. La Doctora Akagi, junto con su confiable (y podría decirse que inseparable) asistente, la oficial científica Maya Ibuki, se encargarían de hacer lo necesario para instalar el así llamado señuelo o "Caballo de Troya" (nada que ver con el vulgar virus informático usado en la red por algunas compañías de publicidad) dentro del sistema operativo de Gaspar.

    Para ello, ambas debían entrar al enorme hardware de la computadora y hacer los arreglos necesarios, por no decir que iban a entrar a destripar el interior de Gaspar. Como era de esperarse, la Mayor Katsuragi se ofreció voluntariosamente a ayudarlas, así que mientras los procedimientos de evacuación de todo el personal en el Geofrente comenzaban, las tres mujeres comenzaban su odisea fantástica en las entrañas de una de las computadoras más avanzadas sobre la faz de la tierra, la cual estaba contenida en un espacio de aproximadamente diez metros de ancho por veinte de largo y unos ocho de alto, de los cuales cinco eran mantenidos por debajo del nivel del piso, para cuestiones de ahorro de espacio y ventilación. Los otros dos hermanos de Gaspar eran estructuras idénticas, las cuales también eran albergadas en el nivel inferior de la sala de controles.

    Sin perder más tiempo Ritsuko tomó la delantera, abriendo la compuerta que les permitiría adentrarse en las tripas computarizadas de Gaspar. Al momento de abrirse, aquella parecía la entrada al inframundo, el cual se extendía inexorablemente dentro de ella: frío y oscuro, con el lejano murmullo de mecanismos electrónicos trabajando y con cientos de conexiones y cables extendiéndose por todos los rincones de aquel inhóspito espacio. No era lugar apto para la vida humana, y aún así las tres mujeres no dudaron al entrar a su interior. Rikko iba a la cabeza, seguida por Misato y finalmente con Maya detrás de ellas.



    Al observar ese nuevo mundo que se abría a sus ojos, lo primero que notó la linda oficial científica fue la curiosa decoración del lugar. En cantidades que parecían de cientos, los manuscritos en hojas de papel estaban pegados por donde quiera que se dirigiera la mirada.

    —Pero… pero…— masculló Ibuki, sin encontrar las palabras adecuadas para expresar la sorpresa que le produjo el curioso papel tapiz —¿Qué es todo esto?

    —Supongo que deben ser las notas dejadas por la creadora del sistema— respondió Akagi, admirando a su vez el minucioso trabajo que debió haber sido dejar todas esas instrucciones.

    —¡Es cómo si fuera un mapa a la puerta trasera de MAGI!— exclamó Misato sorprendida, leyendo de soslayo algunos de los apuntes.

    —Esto debe ser información clasificada— repuso Maya al tomar entre sus manos una de las notas, observando su contenido —No puedo creer que tenga la oportunidad de verla de primera mano. Sin duda que con todos estos datos podremos programar mucho más rápido de lo que esperábamos…

    Ritsuko ya no dijo más. Poniendo cuanto antes manos a la obra, mientras se acomodaba apara tal efecto se concedió el tiempo suficiente para agradecer la ayuda inesperada.

    "Gracias, madre" pensó en sus adentros al contemplar el trabajo de su progenitora "Con tu ayuda, de seguro lo conseguiremos".



    El tiempo se iba como agua mientras las tres se entregaban afanosamente a su labor. Aunque a decir verdad, Maya y la Doctora Akagi eran quienes hacían la mayor parte del trabajo, la Mayor Katsuragi sólo podía ayudarles muy de vez en cuando, pero aún así conservaba el buen ánimo, emocionada como muchachita por poder ser de alguna utilidad.

    —Pásame el taladro, por favor— pronunció Rikko boca arriba, extendiéndole la mano.

    Misato se apuró a cumplir con su función, facilitando en el acto la herramienta que le era solicitada. Y mientras su amiga continuaba con su entretenida labor, adaptando nuevas conexiones y dispositivos, la Mayor se entretenía en recordar viejos tiempos.

    —Todo esto me recuerda cuándo estábamos en la Facultad— suspiró con aire de ensueño —¿Recuerdas aquella vez que…?

    —El tablero 25, por favor— musitó Akagi, tajante. Al parecer, no estaba de humor ó no tenía el tiempo suficiente para ponerse a revivir el pasado.

    Un poco avergonzada por su descuido, Katsuragi cumplió cuanto antes el encargo. Observó detenidamente la extenuante labor de su amiga, y cómo al parecer la desesperación tomaba presa de ella con el transcurrir de los minutos.

    Quizás no podía ofrecerle tanto apoyo técnico como Maya, pero por lo menos podía intentar aliviar un poco la presión que la comenzaba a embargar; así que corriendo el riesgo de volver a ser imprudente, la mujer volvió a hacer uso de palabra, buscando relajar un poco a su compañera.

    —Rikko— Misato empleó ese tono lisonjero que sabía tanto la divertía —¿Podrías contarme un poquito acerca del sistema MAGI? Nomás poquito, por favor, ¿sí?

    La Doctora Akagi era una mujer muy capaz, nadie podía negarlo. Y prueba de ello es que podía seguir tan concentrada en su tarea al mismo tiempo que se esforzaba por no estallar en carcajadas al escuchar las ocurrencias de su mejor amiga. Adivinando sus intenciones, decidió seguirle el juego, sin soltar ni un momento su trabajo.

    —No es una historia muy interesante que digamos— pronunció a la vez que utilizaba el taladro para hacer perforaciones sobre una estructura metálica en forma de esfera —¿Has escuchado acerca de la transferencia de personalidad?

    —Un poco— la Mayor agradeció en secreto la disposición de la doctora a conversar y no hacerle pasar otro ridículo —Según tengo entendido, es un sistema informático que permite transferir la personalidad de alguien a una computadora orgánica de séptima generación para poder hacerla capaz de pensar por sí misma… es el principio mediante el cual funcionan los Eva, ¿verdad?

    —Así es… MAGI fue la primera en su tipo en usarlo… mi madre fue quien desarrolló todo el proceso hasta sus últimas instancias…

    —No querrás decir que…

    Por fin Ritsuko había logrado, siempre con la ayuda de su práctico y útil taladro industrial, abrir aquella estructura que tenía frente a sí. Duro como una nuez en su exterior, por otra parte el interior se presentaba extrañamente blando, con cierto color grisáceo. Era un cerebro, sin lugar a dudas, un cerebro humano.

    —¿La personalidad de tu madre fue transferida a esta computadora? ¿Ése cerebro es el de tu mamá?

    —Bueno, no es precisamente su cerebro— aclaró Akagi cuando comenzaba a enchufar varios cables en la corteza del órgano —Pero sí, la personalidad de mi madre ha sido transferida al sistema MAGI.

    —¿Es por eso que quería protegerla tanto?

    —¡Claro que no! Fue más por mi vocación científica que por otra cosa. A decir verdad, nunca me llevé bien con mi madre…



    Antes de que las cosas se tornaran más sentimentales y aquello se convirtiera en la hora de las confesiones fraternales, la alarma de advertencia las interrumpió abruptamente. Por fin el pequeño ángel había podido sortear el obstáculo que le habían puesto enfrente, e iba por el carro completo. La invasión seguía su curso, y pronto una muralla más era derribada, en pos del objetivo principal.

    —¡Baltazar ha caído bajo el control del ángel!— pronunció Makoto al observar sus pantallas, anunciando con ello el principio del fin.

    —Autodestrucción aprobada…— dijo a su vez la grabación en los altavoces, fría e indiferente, como siempre, a las penurias de todo aquél que la escuchara —La autodestrucción será ejecutada dentro de un minuto, una vez que la mayoría del sistema ha dado su consentimiento…

    Impasibles, a todos los demás en la sala de controles sólo les quedaba contemplar como aquella mancha roja, implacable y hambrienta, luego de haberse engullido a Melchor y Baltazar comenzaba a comerse también a Gaspar, mientras que por otro lado, aquella que podía evitar el trágico desenlace del suceso estaba trabajando a marchas forzadas, con el tiempo pisándole los talones.

    —¿Tan pronto? ¡No puede ser!— se lamentó la Mayor Katsuragi —¡El muy cerdo nos está comiendo el mandado! Ritsuko…

    —Descuida, estamos un segundo adelante de él— aclaró Rikko, bastante confiada con aquella cifra.

    —¿Un segundo? ¿Escuché bien?

    —Es más que cero, y me conformo con eso— parafraseó la científica, recordándole la expresión que ella misma había usado cuando se enfrentaron al último ángel, y al igual que la presente ocasión, las probabilidades tampoco eran alentadoras. Mientras tanto la información que descargaba corría a raudales por los enlaces informáticos. Sus dedos se movían por el tablero a una velocidad casi imposible para un ser humano normal.

    —Estoy de acuerdo— secundó Maya, poniendo el mismo entusiasmo que su oficial superior en su labor, afanada con su propio tablero —Podemos lograrlo…



    No obstante, el reloj seguía su imparable marcha. Treinta segundos se habían desvanecido rápidamente entre la desesperación y en un instante más ya sólo faltaban quince segundos para el final de la cuenta regresiva… luego fueron diez… nueve… cómo una vela extinguiéndose, así se acababa el tiempo para todos los infelices que aún permanecían en el geofrente… cinco… cuatro… tres…

    —¡Muy bien, ya está listo! ¡Corre el programa!— indicó Akagi a su asistente.

    Maya no desperdició un solo momento y antes de que la cuenta terminara el programa ya estaba ejecutándose en el software de MAGI.

    Dos…

    ¿Habrá sido tiempo suficiente para que el plan de la Doctora Akagi funcionara?

    Uno…

    El momento de la verdad. La tenue línea que separaba la vida de la muerte estaba separada por tan sólo un ínfimo segundo, una insignificante y fútil cantidad de tiempo que sin embargo fue el momento más largo y angustiante que muchos de los allí presentes, casi todos acostumbrados a un gran estrés laboral y a trabajar bajo presión, les pareció angustiosamente eterno. Para casi todos, salvo dos personas.

    —Autodestrucción cancelada… sistema MAGI vuelve a la normalidad… la autodestrucción de los cuarteles ha sido cancelada…

    Cosa tan curiosa. La misma voz de mujer tan indiferente que momentos antes se escuchaba en el sistema sonido, la cual había sembrado la incertidumbre y confusión total entre los presentes, las palabras de esa misma voz ahora traían consigo paz y una reconfortante seguridad a todo el personal de NERV.

    Mucho más rápido de lo que había entrado a las computadoras y luego de hacerle la vida imposible a todo el personal científico, así de pronto la infección desapareció sin dejar rastro alguno de su existencia, desapareciendo como una horrenda pesadilla al alba, un mal sueño que se disipa al momento de abrir los ojos.

    Las expresiones de alivio y júbilo no se hicieron de esperar, sobre todo en la sala de controles, que fue el lugar donde con más angustia se vivió el transcurrir de los acontecimientos.

    —La alerta roja ha sido despejada… todas las operaciones volviendo a la normalidad…

    Ahora, en lugar de provocarles pánico y desconcierto, aquella frígida voz en la grabación les parecía a todos los empleados tersa, suave, llena de seguridad y confort. Escucharla pronunciar aquellas palabras los llenaba de alivio, de un sosiego que parecía años que no habían podido disfrutar.

    Y en el centro de todo el alboroto, las mujeres que habían salvado la situación tan sólo se limitaron a verse las unas a las otras para luego recargarse donde pudieran, liberando un largo y hondo suspiro de alivio luego de que lo peor había pasado. Lo que importaba es que estaban vivas para poder contarlo. Lo habían logrado. Habían defendido el castillo y repelido al invasor con éxito. Ahora podían darse el lujo de relajarse y descansar.



    Unas cuantas horas después y los cuarteles poco a poco volvían a la normalidad. Ciertamente que la batalla de ese día no había sido tan espectacular como tantas otras, pero aún así había sido de las que más daño habían causado al Geofrente. Aún así, sólo se requería de un poco de esfuerzo y un par de turnos dobles, y todos los sistemas volverían a funcionar a tope.



    Al contrario de la Doctora Akagi, quien para esos momentos ya se encontraba completamente exhausta. Ella fue la que quizás más se había esforzado por resolver la crisis y quien más presión recibió durante el transcurso de ésta, así que Maya no se molestó cuando la rubia soltaba un hondo bostezo mientras daba el reporte de daños y el avance de los trabajos de reconstrucción. Y aún si no hubiera sido así, era bastante improbable que pudiese enojarse de alguna manera con ella.

    "Pues parece que ya estoy bastante vieja para esta clase de chismes" pensaba desanimada, al darse cuenta de lo agotada que todo el ajetreo la había dejado. Maya había pasado casi por la misma presión, y sin embargo ella aún se las podía arreglar para lucir sino fresca, por lo menos presentable, a diferencia suya que parecía un espantajo a esas horas de la noche. Quién pudiera volver a ser joven…

    —Felicidades— Misato le extendió una taza de café caliente, sacándola de su autocompasión tan adictiva —Creo que te debo una disculpa por desconfiar de ti, después de todo lo conseguiste. Cumpliste con tu promesa.

    —Cómo siempre lo hago, pero de todos modos, gracias— Rikko sonreía satisfecha mientras tomaba la taza entre sus manos cómo si le hubieran entregado alguna especie de trofeo ó reconocimiento. De buena gana le dio un buen sorbo a su contenido —¿Sabe, Mayor? Me parece que ésta es la primera vez que la horrible mezcla a la que usted llama café me sabe deliciosa…

    —"Ja, ja, ja"… muy graciosa, Doctora Akagi.

    —Para serte sincera… meterme dentro de MAGI y encontrar las notas de mi madre y todo eso…— Ritsuko apaciguó el tono de su voz mientras se dejaba caer sobre una silla, inclinando el cuerpo hacia delante —Me hizo recordar bastantes cosas acerca de ella…una noche en particular. La noche antes de su muerte.

    Pese al semblante despreocupado y lejano que pretendía aparentar, Katsuragi pudo percatarse del ligero temblor en sus manos, que sostenían la taza de café. Hablar de ello no era tan fácil cómo su amiga le quería hacer creer, por lo que apreció aún más el hecho de que le estuviera compartiendo sus pensamientos.

    —Fue mi primera visita a NERV, un poco después de haberte conocido. Diablos, parece que fue hace tanto… en ese entonces la agencia ni siquiera se llamaba NERV.

    —También recuerdo esos días… fue justo una semana antes de que asesinaran a los padres de Kai— repuso la Mayor con sumo pesar, con la vista gacha. No era un recuerdo muy placentero, por lo que no pensaba en ello muy a menudo.

    No obstante, ahora que relacionaba ambos eventos, tanto la muerte de la madre de Ritsuko así cómo la de los padres de Kai, se sorprendía del poco tiempo transcurrido entre una y otra. Además, esas tres personas habían sido piezas clave para la fundación de NERV. ¿Sus muertes, tan repentinas y las cuales se sucedieron en tan poco tiempo, podrían estar relacionadas de alguna manera? Los engranes de la mordaz inteligencia de la Mayor Katsuragi se echaron a andar enseguida. Eran demasiadas coincidencias, las suficientes para empezar a sospechar. Y en ese justo momento también recordó que la madre de Shinji…

    —Mi madre me mostró las instalaciones, las cuales aún no eran tan profundas— Ritsuko prosiguió su relato, sacando a su compañera de sus conjeturas, por el momento —Pero de todos modos la tecnología era bastante impresionante en esa época. Y fue así que me llevó a conocer el recién instalado sistema MAGI. En ese entonces me explicó que el sistema entero representaban sus tres distintas facetas: como madre, como científica y como mujer. Eso es a todo lo que se reduce MAGI: tres distintas entidades, discutiendo entre ellas, en un conflicto constante que asegura el justo equilibrio. Deliberadamente quiso dejar impreso en ellas el dilema que representa el ser humano. Cada uno de los programas es ligeramente diferente al otro, aunque en esencia sean el mismo. Y creo que eso es lo que más me exaspera. Al parecer, no tendré la oportunidad de tener hijos— confesó, dando un hondo suspiro cómo si se estuviera resignando mientras pensaba en alguien —Por lo que nunca podré comprenderla como una madre… sin embargo, como científica, la respeto muchísimo, sobre todo a su trabajo… pero como mujer, incluso podría decir que la odio…



    Las dos callaron en esos instantes, cada cual inmersa en sus pensamientos. Una vez más Misato volvía a relacionar los conflictos que cada quien sostenía con sus padres, aún si estos ya estuviesen muertos: Rikko, Kai, Asuka e incluso Shinji… y por supuesto, ella misma. Cada uno de ellos habían tenido (ó tenían, en el caso de Shinji) relaciones problemáticas con las personas que los habían traído al mundo y aún entonces, después de tanto tiempo transcurrido, seguían viviendo bajo su sombra, sin lograrse sacudírsela. Queriendo vengarlos, honrarlos, impresionarlos, sobrepasarlos, el papel que sus padres ejercían en sus vidas era sumamente decisivo, definitorio. Si las personas pensaran en todo esto antes de ponerse a hacer una familia, si de veras se pusieran a reflexionar en el enorme impacto que tendrían en sus hijos, en la indeleble influencia que sus acciones ejercerían en ellos aún cuando ya fueran adultos, entonces quizás las personas se la pensarían mejor antes de querer ser padres. Se trataba de una responsabilidad abismal, y eso ella lo sabía muy bien. Ya eran once años dándose cuenta de eso.

    —¿Y sabes qué es lo peor?— otra vez, Akagi la volvía a sacar abruptamente de sus reflexiones —Su patrón cómo mujer estaba establecido en Gaspar, la computadora que acabamos de salvar. Fue una mujer ante todo, hasta el último momento. Justo como mi madre…

    —Vaya, pues ahora sí que estoy sorprendida— pronunció Katsuragi, terminando con su taza —Hoy estás bastante parlanchina, y eso es raro en ti…

    —Y al contrario, tú has estado muy pensativa todo este tiempo— repuso la científica, sonriendo, cuando se ponía en pie y ambas comenzaban a andar —Eso sí que es MUY raro. ¿En qué tanto piensas?

    —Nada en particular, sólo divagaba. Tengo esta extraña sensación de que se me está olvidando algo muy importante, pero no sé qué es. ¿Nunca te ha pasado?

    —Claro que sí, y es un verdadero fastidio. Pero descuida, ya lo recordarás, tarde ó temprano.

    —Eso espero.



    En esos instantes, unos cuantos kilómetros de corredores y planchas metálicas encima de ellas, en la superficie, tres cápsulas de inserción permanecían a la deriva, flotando sobre un pequeño estanque.

    Incapaces de comunicarse con el mundo exterior, los tres pilotos habían permanecido en ese sitio durante toda la crisis, la cual se había extendido durante horas. Y aún entonces, cuando lo peor ya había pasado y el enemigo había sido vencido, todavía nadie se tomaba la molestia para ir a recogerlos.

    —Me pregunto que tanto estará pasando allá abajo— suspiró Shinji para sí mismo, harto de estar esperando por el grupo de rescate.

    No es que estuvieran atrapados dentro de las cabinas, pues éstas contaban con un dispositivo para que se pudieran abrir por dentro. Era otro inconveniente el que los mantenía encerrados por su propia conveniencia, cómo se encargó Asuka de puntualizarlo tan claramente:

    —¡De ninguna manera pienso salir de aquí completamente desnuda!— gritaba en uno de sus habituales berrinches, pataleando desesperada y jaloneándose el cabello —¡Alguien que venga a ayudarme, por favor! ¡Ya estoy harta de este lugar, quiero irme a mi casa! ¡Por favor!

    —Estúpida rubia escandalosa— musitó Rei con sumo desprecio por la persona de la joven europea. Aún afuera se podía escuchar con toda nitidez el coraje que estaba pasando dentro de su cápsula. Pero todo era culpa suya y de nadie más, suya y de sus tontos prejuicios acerca de la desnudez, de la pureza de un cuerpo al descubierto. Ella por su parte, desde hacía un buen rato que había salido a admirar el hermoso paisaje que tenía a su alrededor, en ese bello y cristalino estanque en el que estaban flotando. Si aún no se había ido era precisamente por seguir contemplando la vista, pero ahora que ya había oscurecido no quedaba mucho por ver. Además, comenzaba a hacer frío. Tal vez era hora de reportarse al cuartel.



    —¡Victoria!— proclamó Kai, alzando como premio dos discos duros de computadora en su mano. Habían sido horas de extenuante trabajo, todas ellas en esas condiciones tan deplorables, en ese lugar olvidado de Dios. Pero todo su esfuerzo y sacrificio al fin rendían frutos, materializándose en aquél par de dispositivos de almacenamiento de datos que contenían toda la información que tanto él como su acompañante necesitaban.

    Allí, de pie en medio de la sala de su apartamento el joven Katsuragi por fin podía proclamar que la operación de infiltración había sido todo un éxito: habían logrado obtener todos los datos que necesitaban del que quizás era el sistema informático más protegido del mundo sin que los atraparan en el intento, lo que era más, sin que nadie se hubiera dado cuenta que lo hicieron. Aquello sí que era para aplaudirse, por lo que no pudiendo soportar más la estremecedora emoción de saberse triunfador comenzó a reírse frenéticamente, en un tono que en esa atmósfera parecía un tanto cuanto macabro. No obstante, al momento en que se percató cómo lo observaba Kaji se detuvo de tajo.

    —Sí, sí, ya sé— pronunció apenado, bajando la voz —Reírse como un maldito demente no es muy genial que digamos…

    —Para nada— contestó Kaji, tomando uno de los discos —Por mí, puedes hacer lo que te venga en gana para festejar, siempre y cuando este aparato tenga la información que te había solicitado.

    —Todos y cada uno de los bits que querías se encuentran allí, amigo: planos, códigos y claves de acceso ocultas. Espero que te diviertas mucho cuando estés armando tu pequeño rompecabezas.

    —De todos modos, aún sigo creyendo que te arriesgaste demasiado— confesó Kaji, mucho más repuesto de lo que había estado hace un par de horas, todo nervioso y paranoico —¡Mira que dejar entrar a un ángel al sistema MAGI! ¿Cómo pudo ocurrírsete ese disparate! Imagínate lo que hubiera pasado si las cosas se hubieran salido de tu control…

    —En serio que ya ni te reconozco, muchachote— respondió Kai —Pareces una colegiala, preocupándote por cualquier cosa. Todo siempre estuvo bajo control: desde el momento en que "tenté" al bicho ese a convertir su estructura en circuitos, estimulando la actividad eléctrica donde estaba atrapado, así cómo cuando empezó a filtrarse a la red del sistema— el muchacho comenzó a guardar apuradamente todo su equipo, sabiendo que no contaban con mucho tiempo antes de que Misato y los demás volvieran al apartamento —Era un programa tan básico en ese entonces que fue muy susceptible a la programación. Ya te lo he explicado un montón de veces, esa cosa estaba programada para morir en el momento que cumpliera su objetivo al apoderarse por completo de MAGI. En ningún momento estuvimos en peligro, todo fue tan sólo una farsa muy bien montada. Si pasamos por tantos problemas fue precisamente por la cretina de tu amiguita Ritsuko, siempre tan estorbosa.

    —Pues será el sereno, pero sí que fueron unos momentos angustiantes los que pasamos allí dentro— completó Kaji, suspirando cuando recordaba lo mortificado que estaba, el miedo que sintió cuando creyó que el muchacho estaba poniendo en evidencia toda la operación. Pero ahora, que ya había visto los resultados, tenía que reconocer que el chiquillo había sido muy astuto, utilizando al ángel para romper todas esas barreras y programas de protección para que ellos pudieran hurgar en los archivos y sacar lo que les era conveniente para su propósito. Lo que es más, se había asegurado de que no quedara un rastro de su existencia, tanto del ángel cómo de su pequeña intrusión.

    —¡Asuka, ya te he pedido disculpas un montón de veces! ¿Qué tengo que hacer para que me perdones?

    Los dos interrumpieron su conversación al momento de escuchar la voz suplicante de Misato, cuando entraba al apartamento acompañada por Asuka y Shinji. Habían llegado más pronto de lo que esperaban, era eso o eran ellos los que se habían tomado más tiempo del que tenían previsto.

    —¡Nunca te voy a perdonar! ¿Me oyes? ¡Jamás!

    —¿Cómo pudiste habernos olvidado así nomás, cómo si fuéramos cualquier cosa?— completó Shinji en el mismo aire recriminatorio —Ahora sí que te pasaste de la raya…

    —¿Sabes cuántas horas me la pasé allí, encerrada, completamente desnuda…?— la jovencita se interrumpió a sí misma cuando se dio cuenta de que tanto Kaji cpmo Kai la habían estado escuchando—¡Kaji!— exclamó sorprendida, poniéndose una mano delante de los labios, roja como un tomate.

    —Vaya, vaya, vaya…— pronunció Kai, risueño al dejar volar su imaginación —Parece que se divirtieron a lo grande a mis espaldas, ¿verdad?

    —¡Ni pensarlo!— objetó enseguida la muchachita, sin cambiar la coloración de su rostro —¡Ni muerta dejaría que este alfeñique me viera desnuda!— declaró señalando despectivamente al joven Ikari.

    —¿No crees que estás exagerando un poquito, amiga?— murmuró Shinji apenado, enfrentando otro desaire más de la joven alemana.

    —A mí lo que me gustaría saber— masculló Katsuragi, cruzada de brazos, a todas luces molesta por alguna razón —¿Qué es lo que hace ÉL aquí?— dijo señalando al arrogante Kaji enfrente de ella.

    —Bueno… pues verás… sucede que yo…— Ryoji había sido tomado por sorpresa, sin haber preparado una coartada fiable antes, puesto que no tenía previsto un encuentro con la Mayor en esas circunstancias —Lo que pasa es que escuché que Kai estaba enfermo, así que quise venir a traerle un té de hierbas para los intestinos… un viejo remedio de la abuela Kaji, muy efectivo, por cierto…

    —Es verdad, lo juro, no estábamos haciendo nada sospechoso— asintió el muchacho, evidentemente nervioso.

    —¡Váyanle con ese cuento a su abuela, par de idiotas, a ver si ella se los cree!— estalló Misato al percatarse de que era obvio que ese par le estaba ocultando algo, y estando Kaji involucrado podía esperar cualquier cosa —Remedio de la abuela… ¡Ja! ¿Qué no pudieron pensar en algo más creíble?

    —Está bien, creo que ya no tiene caso fingir más— el joven Katsuragi suspiró lastimeramente, bajando los brazos y agachando la mirada, rindiéndose —Hemos sido descubiertos, Kaji, será mejor decirles la verdad.

    —Pero… pero… es que tú… no puedes…— el color se había desvanecido del rostro de su compinche, pensando que el chiquillo había perdido por completo la razón. Cierto es que estaban en una situación muy incómoda, pero tampoco era que estuvieran en una sin salida. Había otras muchas maneras, pero ahora ese chiquillo lunático pretendía decirle la verdad a Misato. ¡A Misato, de todas las personas en el mundo!

    —La verdad es que Kaji… ¡Kaji vino a recoger unas películas pornográficas que me había prestado desde hace un mes!— todos quedaron estupefactos ante la confesión del muchacho, incluso el mismo Kaji —¡Perdónenme, por favor! ¡Fingí todo lo de la diarrea! ¡Nunca estuve enfermo, lo que quería era quedarme a solas en la casa para poder verlas por última vez!— el muchacho se arrodilló para darle más énfasis a sus palabras, mientras tomaba de un rincón una gran cantidad de discos de video que habían permanecido escondidos y los ponía a sus pies —Creí que nunca me descubrirían, pero ahora que lo han hecho… he traído la deshonra a esta casa, lo siento mucho…

    —Bueno, pues…— musitó Misato, sumamente confundida por lo súbito de la revelación. Era mucho más de lo que quería saber —No es que esté en contra de que veas esa clase de películas. Digo, después de todo tan sólo tienes quince años, y todo eso. Sólo que estuvo mal que mintieras y…— tan sólo leer los títulos de aquellos artículos le causaba repulsión: "Las pasiones de la princesita", "Todos contra todos", "Burro en primavera", sin poder resistir más los devolvió con suma repugnancia a su dueño —¡Qué diablos! ¡Háganme el favor de llevarse esa basura obscena de mi casa, ahora mismo! ¡Y si me vuelvo a enterar de que sigues contaminando la mente de mi cachorro con tus cochinas aficiones, me las vas a pagar muy caro!— sentenció, tomándolo por el borde de su corbata hasta ponerlo justo frente a su amenazador rostro —¿Ha quedado claro?

    —Más claro, ni el agua— respondió Kaji, temiendo hacer cualquier movimiento.

    Por su parte, Asuka se encargaba igualmente de reprender a Kai, pellizcándolo en el brazo a hurtadillas y murmurándole al oído:

    —¿Cómo se te ocurre conformarte con unas jodidas películas porno, teniéndome a mí, imbécil? ¿Ó es que no te motivo lo suficiente?

    —Perdóname…— se quejaba el joven, aguantándose el dolor —Lo que sucede es que soy una persona muy enferma, lo siento… no sé en que estaba pensando.



    A final de cuentas, no sin más contratiempos, ambos lograron salir más ó menos ilesos de aquellas fieras que los acechaban. Por fin Kaji había logrado salir del apartamento, casi completo. Pero lo más importante, el disco aún seguía en su poder, y la Mayor Katsuragi no se había enterado jamás de su existencia.

    —Esa sí que fue una jugada maestra, jovencito— arguyó el sujeto cuando se encaminaba a las escaleras más cercanas —Películas porno… ¡Ni siquiera a mí se me habría ocurrido! Una coartada perfecta, incluso escondiste previamente las películas. ¡Eres un maldito genio, muchacho!

    —¿Cuál coartada?— contestó apesadumbrado el chiquillo —¡En realidad todas esas películas son mías, y ahí es donde las escondía!

    Ryoji reventó en carcajadas al enterarse de la verdad. Ahora todo encajaba.

    —No te apures— le dijo enjuagándose las lágrimas que la risa le había provocado y poniéndole una mano en el hombro cómo si quisiera consolarlo—En cuanto termine de verlas procuraré devolvértelas. Es una promesa.

    —Cuídalas muy bien, por favor. Son uno de mis mayores tesoros…

    —Oye, por cierto— de golpe la conversación se volvió a tornar tensa —No es que sea de mi incumbencia, pero… ¿de veras piensas utilizar tu disco en tu reunión con el Secretario General?

    —¡Por supuesto! De no ser así, ¿entonces porqué pasé las últimas siete horas apretujado en un inmundo agujero, contigo?

    —Tienes razón, pero sólo quiero que estés completamente consciente del alcance total de tus acciones.

    —¡Claro que lo sé!— repuso enseguida el muchacho —¡Mandar al demonio al bastardo de Ikari y toda su pandilla de matones!

    —Ah, sí, y ponerle punto final a tu pequeña reyerta con el actual comandante de NERV, ¿no es así?

    —No es sólo eso. Se trata de justicia. Ese mugroso ha hecho lo que le viene en gana todos estos años, eliminando a todos aquellos que le estorban a su paso, disponiendo de las vidas de todos a su alrededor a su antojo y nadie puede tocarlo por su posición. Quiero que pague por todas sus culpas, todas y cada una de ellas. Y para eso, debe caer.

    Kaji sonrió plácidamente por la increíble ingenuidad del joven, algo no esperado en alguien de su altura. Pero a pesar de todo, seguía siendo tan sólo un quinceañero.

    —Es un ideal muy bonito, muchacho, pero por desgracia el mundo real no funciona de esa manera. A como yo lo veo, en estos momentos el Comandante Ikari es el menor de los males, un mal necesario por así decirlo.

    —¿De qué cuernos estás hablando? Por una vez en la vida, ¿podrías hablarme claro y directo? Estoy empezando a cansarme de tantas insinuaciones.

    —¿Ya lo olvidaste? Todo este tiempo he estado esculcando en las operaciones secretas de la agencia. Aún no puedo darte muchos detalles, no todavía hasta que tenga algo más concreto, pero sí puedo decirte que he descubierto que el Comandante Ikari tan sólo es la parte visible de todo este inmenso movimiento, la punta del iceberg. Un iceberg que se extiende hasta las más altas esferas de los gobiernos más poderosos del planeta.

    —¿Tú también me vas a salir con esa jalada de la conspiración secreta? ¡En serio que a ustedes, los de la generación del Segundo Impacto, les gustaba ver los Expedientes Secretos X! Lo siento, pero sin pruebas concretas, no puedo creerte esa idiotez del complot mundial.

    —Estás en libertad de creer lo que tú quieras, muchacho, pero sólo ponte a pensar un momento que lo que estoy diciendo es verdad. Ya te he dicho la clase de personas que están detrás de Ikari, sosteniéndolo en esa elevada posición. Lo hacen porque quieren que esté allí. Sólo imagínate lo que estarán dispuestos a hacer para conservarlo en su puesto. No se detendrán por nada, ni siquiera por unas cuantas vidas.



    Rivera tragó saliva. Quizás no creía en todo lo que Kaji decía, pero la sola posibilidad bastó para hacerlo vacilar un instante.

    —Si sacudes mucho las cosas— continuó el sujeto, encendiendo un cigarrillo, asomándose por el barandal del pasillo en el que charlaban —Todos ellos se pondrán en guardia y actuarán con todos sus recursos, y entonces la verdad se perderá para siempre.

    —¿De qué verdad hablas?

    —Toda la verdad. ¿Qué es en realidad El Proyecto Eva? ¿Qué son los Ángeles? ¿Por qué sólo atacan Tokio 3 y no cualquier otra ciudad del mundo? Y quizás la pregunta que nos permitiría responder a todas las anteriores, la pregunta por la cual me eché de cabeza en todo este lodazal: ¿Porqué razón tu padre, el Doctor José Rivera fue asesinado?

    Kai enmudeció con la sola mención de la muerte de su padre. Sabía que Kaji había sido su asistente algún tiempo, pero ignoraba que su muerte lo hubiera afectado al grado de tomarse la molestia de jugarse el pellejo al ser un doble agente. Aquello debía ser un truco para disuadirlo. Obviamente, el tipo tenía sus propios planes, y para llevarlos a cabo Ikari debía seguir en la comandancia de NERV.

    —Lo siento, pero por ese lado no me vas a llegar. Hace mucho que dejé enterrado a mi padre, y allí pienso dejarlo, en el pasado. Lo único que me importa es el ahora y el mañana que vendrá.

    —Perdóname— contestó apenado su acompañante, verdaderamente apenado —No quise ponerlo de esa forma. Sólo… sólo piénsalo bien antes de precipitarte, ¿quieres? Piensa bien las cosas, y haz entonces lo que consideres correcto. Pero hagas lo que hagas, hazlo sin ninguna duda, sin ningún temor— Ryoji empezó a andar por las escaleras, bajando al siguiente nivel mientras el muchacho lo veía partir desde arriba —De cualquier forma habrá gente que salga lastimada, hagas lo que hagas. Considera muy bien las posibilidades antes de actuar a tontas y locas. Recuerda que hay personas que son importantes para ti y a las cuáles debes proteger a toda costa. Pero para lograr tu objetivo, es muy posible que tengas que sacrificar a algunas de ellas. ¿Sabes a quién me refiero? Esa jovencita, Ayanami. En verdad seguirá a Gendo a cualquier parte, hará cualquier cosa que le pida. Y sin él por aquí... quién sabe lo que la desesperación la orille a hacer. Así que para conseguir saciar tu afán de justicia deberás sacrificar lo más querido para ti. ¿En verdad puedes hacerlo, sin arrepentirte después?

    Por fin el muchacho se había quedado sin palabras. Había dado justo en el clavo, aquello que había estado inquietando a Kai durante todo ese tiempo, la posibilidad de perder a Rei al momento de derrotar a Ikari.

    —Bueno, pues creo que ya tengo que irme…— masculló Kaji, tirando la colilla de su cigarro —Piensa bien en todo lo que te dije, pero hay algo más que me gustaría decirte antes de eso— volteó hacia donde estaba el chiquillo, para poder mirarlo fijamente —Ten mucho cuidado de ahora en adelante. Quizás no lo has notado todavía, pero parece que allá afuera se avecina una gran sacudida, un fuerte movimiento en todos los frentes que arrasará con todo lo que se le ponga enfrente, y en gran parte tú te encuentras en el centro de todo. Así que por favor, cuídate mucho. Te deseo buena suerte, en cualquier cosa que decidas hacer. Buenas noches.



    Por fin, por fin se había largado, él y todos sus cuentos chinos para asustar niños. Lo único que había conseguido era confundirlo aún más. Ahora el dispositivo de almacenamiento en sus manos le parecía muy, pero muy pesado. ¿Qué hacer con él? ¿Utilizarlo, o dejar todo como hasta ahora, a ver qué sucedía después?

    Se dividía entre su irrestricto sentido del deber y la responsabilidad, de entregar al criminal de guerra para que respondiera ante la Justicia, o el fuerte sentimiento en su corazón que aún lo unía con Rei Ayanami. Pero también estaba Asuka. Algo estaba pasando con ella, algo grande, algo con un futuro muy prometedor, si es que le permitían crecer. El dilema, entonces, se reducía a dos opciones muy claras: dejar todo como estaba para que Rei no saliera lastimada, lo cual confirmaría que aún la amaba, o utilizar el disco y quedarse con Asuka, olvidándose por completo de lo que sentía por Ayanami, sin importar lo que le sucediera. Rei o Asuka. Así de simple. No podría tenerlas a ambas, sólo a una de ellas. ¿No es así?

    —Maldita sea… y ahora, ¿qué se supone que voy a hacer?— gruñó en la oscuridad del pasillo, cerrando los puños, sabiéndose impotente ante las fuerzas que lo tenían maniatado.



    Era triste reconocer que el destino de casi todo el mundo descansaba en los hombros de un chiquillo enamorado de quince años, al cuál tan sólo le quedaban dos alternativas. Era un panorama desolador, para cualquiera que lo viera, desolador y triste, incluso patético. El porvenir de millones de personas se definiría en algo así como un volado. La moneda ya estaba en el aire. O como dirían en la antigua Roma: "Aleum jacta est".

    La suerte está echada.
     
  3.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

    Miembro desde:
    13 Mayo 2014
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    Pluma de
    Escritor
    Título:
    El Proyecto Eva
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    39917
    Capítulo Dieciocho: "SEELE, Trono de las almas"

    “Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando los que te rodean


    la han perdido y te culpan a ti.


    Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,

    pero también aceptar que tengan dudas.


    Si puedes esperar y no cansarte de la espera;

    o si, siendo engañado, no respondes con engaños,

    o si, siendo odiado, no dejas lugar al odio.

    Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.


    Si puedes soñar sin que los sueños te dominen.

    Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo.

    Si puedes experimentar el triunfo y la derrota,

    y tratar a esos dos impostores exactamente igual.

    Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,

    tergiversada por villanos para engañar a los necios.

    O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,

    y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.

    ...

    Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud,

    o caminar junto a reyes, y no perder el buen sentido.

    Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.

    Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado.

    Si puedes llenar el inexorable minuto,

    con una trayectoria de sesenta valiosos segundos.


    Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,

    y lo que es más: ¡serás un Hombre, hijo mío!”


    Sir Rudyard Kipling

    “Si...”



    —¡Maldito seas, pedazo de imbécil! ¡¿Me oyes?! ¡¡Te odio, te odio con toda el alma, estúpido Kai!! ¡Muérete y púdrete en el infierno! ¡Desgraciado!

    El poderoso puñetazo derecho de Asuka fue a incrustarse justo en medio de la sonrisa complaciente del muchacho, partiéndola en dos pedazos cuando la fotografía de Kai que estaba pegada en el saco de boxeo se rompió debido al golpe. La muchacha continuó vociferando presa de la ira, para variar, mientras que entre resoplidos e improperios de tal índole dirigía sendos golpes y patadas al aporreado saco, el cual se mecía violentamente de lado a lado con cada nueva agresión de la chiquilla, que creía ó más bien quería ver en él a la atolondrada humanidad de Kai Katsuragi.



    ¡El muy idiota! ¡Todavía que ella había tomado la iniciativa, invitándolo a salir toda la tarde a Tokio 2! ¡Toda una tarde junto a ella! Comenzando por una inspiradora película romántica, pasando por alguna discoteca para mover el esqueleto en serio, luego una apacible caminata por algún parque cercano para entonces terminar con broche de oro en algún restaurante italiano con una cena a la luz de las velas. En, conclusión, la cita perfecta. ¿Tenía una idea de cuántos pobres diablos siquiera soñaban con una oportunidad así? ¡Y aún así, se atrevió a rechazarla, el estúpido infeliz! ¡Siendo que era él quien debió habérselo propuesto, en primer lugar! Había sido muy cruel, sin duda alguna; seguramente ni siquiera tomó en cuenta sus sentimientos al momento de rechazar su invitación. Ella tan sólo quería despedirlo de la manera más emotiva posible, ahora que iba a estar tan lejos durante tanto tiempo. Mañana a primera hora el joven Katsuragi tomaría su vuelo con destino a la fortaleza de Nueva York, sede de las Naciones Unidas, a rendir su informe semestral al Secretario General de dicho organismo. Estaría fuera del país durante tres días. Tres días sin ver a la persona amada es toda una eternidad para cualquier enamorado. ¡Pero aquello no parecía importarle en lo absoluto a ese perfecto imbécil! Setenta y dos largas horas en las que no podrían verse ni estar juntos y Kai estaba tan tranquilo, como si fuera cosa de chiste. Quizás... tal vez quizás... él no la quería tanto como ella a él.



    Cuando ese pensamiento cruzó su cabeza la jovencita europea lanzó un hondo grito de desesperación para luego desquitar su ansiedad con una patada tan fuerte que terminó por romper el saco frente a ella. El relleno de éste se desplomó rápidamente al piso mientras que Langley se encargaba de recuperar el aliento, sin importarle la gran cosa haber roto equipo del gimnasio, tan inmersa como estaba en sus propios pensamientos. Eso no podía ser verdad... simplemente no podía ser cierto... ¿ó sí? Pero eso explicaría muchas cosas, entre otras porque Kai se mostraba tan evasivo y distante cuando estaban los dos solos.



    —¡Ay, caramba!— masculló Rivera asombrado, al entrar al gimnasio y contemplar la escena —¡No quisiera estar en el lugar de ese pobre saco de boxeo!

    Más oportuno no podía haber sido. El que el joven llegara en esos momentos era justo un regalo de los dioses para la muchachita, quien, en cuanto lo vio llegar, se le lanzó encima como una tigresa, derribándolo en el piso tal y cómo lo hubiera hecho con una pobre gacela. La joven rubia se trepó encima de él, maniatándolo de brazos y piernas.

    —Maldito imbécil— gruñó Asuka en tono amenazante cuando chocaba su frente contra la de él —Mira que atreverte a venir así nomás, cómo si nada hubiera pasado. Dime, ¿qué me impide romperte tu estúpido cuello en este mismo instante?

    A pesar del aterrador semblante de la chiquilla, que demostraba la veracidad de sus palabras, Katsuragi no se amedrentó en lo absoluto; de hecho, incluso parecía bastante divertido, para estar en una posición tan peligrosa.

    —Que si lo haces, no podría darte la sorpresa que tengo para ti— en cuanto terminó su frase aprovechó la enorme cercanía de los labios de la muchacha para poder robarles un beso cándido y travieso.

    La joven alemana retrocedió enseguida, con el rostro encendido, sumamente abochornada. Nunca se hubiera esperado un gesto así, no tan de repente. Era muy raro que Kai se permitiera ese tipo de comportamiento con ella. Pero de todos modos, ese detalle había sido... podría decirse que muy placentero... y sobre todo, reconfortante, pues despejaba con suma claridad las dudas que tan sólo un momento atrás aquejaban a su adolorido corazón, el cual ahora saltaba de emoción dentro de su pecho.

    —Ni... ni creas que con tus trucos baratos me vas a comprar— musitó la muchachita para luego darle la espalda, todavía en el piso. No quería que se diera cuenta de la reacción que le había provocado. Podría sacarle ventaja después.

    Por su parte, Rivera aprovechó la confusión de su captora para liberarse y entonces ponerse de pie, reponiéndose del fuerte golpe que se había sacado cuando Langley lo derribó. ¡Qué fiera era la que tenía entre manos! Había olvidado lo dañino para la salud que podía ser hacerla enfadar.

    —No me digas que todavía estás enojada conmigo. En serio me hubiera encantado escaparme contigo toda la tarde a Tokio 2, pero ya te dije que tenía que atender muchos asuntos aquí antes de irme. Además, tenía que prepararte tu sorpresita... ¿no te da ni un poquitín de curiosidad saber de qué se trata?

    —Me tiene sin cuidado lo que te traigas entre manos— respondió la jovencita rubia haciendo un puchero y cruzándose de brazos —Ya te dije que a mí no me vas a poder comprar con trucos baratos.



    Antes de contestarle, Kai se concedió unos momentos para poder contemplar con más detenimiento a la hermosa joven que tenía junto a él. Su piel, fresca y tersa estaba perlada de pequeñas gotas de sudor, producto del intenso ejercicio que había estado haciendo que a su vez había torneado ese cuerpo juvenil y arrebatador con el paso de los años. Llevaba puesto encima un top negro que dejaba muy poco a la imaginación, tan ajustado como estaba a su torso, lo cual le permitía apreciar casi en su totalidad sus formas tan curvilíneas, tan torneadas para alguien de su edad, ni qué decir de esa cinturita de avispa y el abdomen tan bien trabajado que se cargaba. Y aunque en esos momentos no podía verlas tan bien como en otras veces, sabía que debajo de ese pants rojo y blanco que traía puesto estaban unas piernas muy bien formadas en toda su extensión. A diferencia de la mayor parte del tiempo, sus cabellos dorados estaban bien acomodados en una coqueta cola de caballo, sin duda para que su larga cabellera no le estorbara en sus ejercicios. Mientras tanto, sus ojos castaños lo interrogaban ansiosamente con la mirada a la vez que sus labios, tan dulces y suaves, que apenas acababa de probar, permanecían trémulos ante la creciente expectación que se iba apoderando de ella. ¡Simplemente era bellísima! Las palabras no alcanzaban a describir la visión de aquel ejemplar tan magnífico del género femenino, en el cual se conjugaban juventud y algo de inocencia, pero también algo de candidez y de lujuria, de muchas pasiones prohibidas.

    Pero además de todo, era endemoniadamente lista, ocurrente, simpática, atrevida, encantadora. Una persona en cuya compañía podía sentirse a gusto, sabiéndose comprendido por alguien tan similar a él. Definitivamente, tenía que estar haciendo lo correcto. Todo le apuntaba a que los dos debían estar juntos, era lo más natural. Ya no había más razones para vacilar.



    —Entonces creo que no habrá problema alguno, preciosa, porque conseguirte este permiso de tres días no me salió para nada barato— dijo finalmente, sacando un sobre de su chamarra verde oscuro de algodón —Sólo necesita que lo firmes...

    Los ojos castaños de la muchacha resplandecieron con un brillo poco usual en ellos al mirar fijamente el sobre en las manos del muchacho, a la vez que sus labios comenzaban a esbozar una enorme sonrisa.

    —No me digas que...— apenas si atinó a decir, sumamente emocionada, mientras de un brinco se ponía de pie para tomar el mencionado sobre y revisar con avidez su contenido.

    —Espero que tu visa esté vigente todavía... porque me gustaría muchísimo que fueras mañana conmigo a América. Bueno, eso si quie...

    No pudo terminar bien su enunciado pues ya tenía nuevamente encima a Langley, aunque de una manera muy diferente a la vez anterior, pues le había saltado encima colgándosele del cuello y sujetándose de su espalda con las piernas cruzadas.

    —¡América! ¡No puede ser, voy a ir a América contigo!— gritaba emocionada, casi histérica, la linda jovencita rubia mientras que lo besaba repetidamente en todo el rostro — ¡Kai, mi amor! ¡Ay, qué emoción! ¡Te amo, te amo, te adoro, eres lo máximoooo!

    Fuera de balance, tomado completamente por sorpresa por la eufórica reacción de la chiquilla, el muchacho una vez más fue a derrumbarse sobre del suelo en una posición casi idéntica a la vez anterior, es decir, de espaldas al piso y con Asuka encima, sólo que en esta ocasión en lugar de amenazarlo no dejaba de besarlo un solo momento.

    Para él se trataba de toda una nueva experiencia, ser tratado con tanta efusividad y sin reserva alguna, tal y cómo lo hacía aquella joven europea. A diferencia de otra persona, ella no tenía problema en demostrarle su afecto sin tapujos, en cualquier momento, en cualquier lugar. Pese a que lo disfrutaba en cierto modo, aún no terminaba de acostumbrarse a semejante trato. Esperaba lograrlo durante el viaje que les esperaba a ambos.



    —Hmmmm— carraspeó la Mayor Katsuragi desde la entrada del gimnasio, sorprendiendo a los dos muchachos en el acto —Quizás cometí un grave error al darle ese permiso a Asuka después de todo— su rostro estaba contraído en un gesto entre malhumorado y desconfiado, con su ceja izquierda visiblemente arqueada —Todavía ni se han subido al avión y ya están encima el uno del otro...

    Sin moverse de su lugar ambos dirigieron la mirada hacia donde se encontraba su guardiana, percatándose de que Shinji también estaba allí, viendo desconsolado como la jovencita europea tenía abrazado a Kai, en esa pose tan comprometedora. No dijo palabra, pero su expresión lo decía todo. Aún así, ninguno de los dos quiso darle importancia a los sentimientos de su compañero. Ya estaban hartos de su actitud timorata, sumisa y hasta cobarde podría decirse, y sobre todo, ya estaban cansados de sentir lástima por él y que precisamente eso les impidiera disfrutar a tope de su creciente relación. Tanto Asuka cómo el mismo Kai le habían dado bastantes oportunidades para que actuara, pero por su carácter indeciso aquél pusilánime las había desperdiciado todas. Así que ya era tiempo de que dejaran de preocuparse por ese pelmazo y empezar a ocuparse más de ellos mismos.

    “Ni modo, viejo, te dormiste, y muy feamente” pensaba Rivera cuando observaba el semblante alicaído de su compañero de cuarto. Había hecho cuanto estaba en sus manos para ayudarlo, pero aparentemente Ikari estaba más allá de toda ayuda.

    —¡Asuka!— pronunció la Mayor en voz alta, pues al parecer nadie estaba dispuesto a moverse de su sitio. Había detectado atinadamente lo tirante de la situación entre los tres jóvenes pilotos —¡Su avión sale mañana temprano y tú ni siquiera has empacado! Así que sugiero que te apures a cambiarte para poder irnos a casa y puedas empezar a hacer tus maletas…

    —¡Sí!— respondió la jovencita, tan entusiasmada como una niña pequeña.

    De inmediato se puso en pie y dando brinquitos de felicidad salió disparada hacia las regaderas, silbando una alegre melodía. También Shinji, cabizbajo y con los hombros caídos, emprendió la marcha hacia el estacionamiento donde estaba el automóvil de Misato. Seguramente el viaje de regreso a casa sería un infierno para él. La Mayor Katsuragi pronto lo siguió, no sin antes dirigirle una mirada escrutadora a su hijo adoptivo, no muy convencida de lo que estaba permitiendo. Fue un diálogo sólo de gestos, sin palabra de por medio. “¿Estás seguro de lo que estás haciendo?” parecía preguntar la mujer al verlo de esa manera. “Absolutamente” contestó el muchacho del mismo modo, asintiendo con la cabeza “Así es como las cosas deben de ser”. Resignada, Misato se dio la vuelta para seguirle el rastro a Shinji, quien ya iba muy adelante.



    Por su parte Kai permaneció a la entrada del gimnasio a disposición de los empleados de NERV, esperando a que su novia saliera del baño. Ocurrió entonces que en una desafortunada coincidencia Rei Ayanami caminara por ese pasillo en específico, justo cuando Asuka salía al encuentro del muchacho y lo tomaba por el brazo. Langley no se percató del hecho, ni siquiera de la presencia de su odiada rival. Quizás fue mejor que no lo hiciera, pues de haber sido así lo más seguro es que hubiera aprovechado la ocasión para ufanarse de su viaje con Kai.

    Éste se encontró con la mirada de Rei por un solo y fugaz momento, que no obstante pareció durar días enteros. Al verlo partir del brazo con otra mujer el rostro de ella no reflejaba emoción alguna, tan bello pero tan frío como una estatua de hielo. Tampoco el semblante de Kai sufrió cambio alguno en presencia de su antiguo amor. Sin embargo, ambos parecieron decir lo mismo, al tiempo que los dos comenzaban a tomar rumbos separados y los engranes del destino que también los apartaba comenzaban a girar lenta y torpemente: “Adiós”.


    Se yergue tan alto como es en una tierra devastada por la guerra y las inclemencias del clima. No parece experimentar alguna clase de incomodidad en aquél ambiente hostil, pese a su ropaje negro y los fuertes rayos solares, que calcinaban todo lo que tuvieran a su alcance, sin otorgar cualquier clase de refugio en ese desierto desolado y sin vida.

    El viento levantaba grandes cantidades de arena que amenazaban con tragarlo entero, pero aún así él no manifestaba molestia alguna, inmóvil en su sitio como si se tratara de una estatua de un ídolo profano.

    Ni una gota de sudor, ni un solo gesto de malestar. Su larga cabellera plateada era mecida a merced del viento junto con su enorme gabardina, que en esos momentos parecía ser una especie de capa ceñida a sus espaldas cómo enormes alas negras de cuero que nacían en éstas. Su enmarañada barba atrapaba cuanto grano de arena tuviera a su alcance, pero sus ojos de lobo solitario no eran molestados al respecto, con la mirada fija enfrente de él.

    Viento, arena y sol, los tres parecían estar protestando por su sola presencia en ese pasaje inhóspito, no obstante el visitante se mantenía indiferente a sus reclamos, con la vista clavada en la ciudad que se extendía a la lejanía, en el horizonte.



    Las ruinas de lo que alguna vez fue la capital del país conocido como Irak. Bagdad. Una y otra vez devastada por la guerra y las ambiciones humanas. Y en esos tiempos presentes tampoco era la excepción, sólo que en aquella ocasión parecía que la ciudad había tomado mucho más daño del que podía soportar.

    Había sucedido hace diez años. Poco después del Segundo Impacto, el naciente Imperio Americano puso sus ojos en aquél país, tan rico en recursos petrolíferos siendo la segunda reserva mundial en este preciado combustible; así que bajo pretexto de combatir el terrorismo alentado por su déspota dictador, el ejército americano no tardó en invadir territorio iraquí, por tierra, mar y aire.

    El tirano tampoco tardó mucho en caer, no así los habitantes de aquél país, que como en todas partes del globo se resistieron al voraz imperialismo al que las naciones del así llamado “Primer Mundo” se habían lanzado vertiginosamente. Aprovechando el caos y la confusión causados por el desastre, territorios enteros eran invadidos y anexados indiscriminadamente, lo que desencadenaba cruentas guerras de exterminio, de purga racial que terminó por consumir a más de mil millones de personas en todo el mundo.

    En aquél “Nuevo Orden Mundial” regido por las Naciones Unidas, curiosamente los miembros sobrevivientes del Consejo de Seguridad de esta organización, Estados Unidos, Alemania, China y Rusia, eran quienes se repartían entre sí todo el pastel del poder global.

    Bueno, pues tras cinco largos años de resistencia civil de parte de los iraquíes, en lo que se había consolidado como una guerra de guerrillas, finalmente sucedió lo inevitable. Enfurecido por la destrucción de sus preciados oleoductos y de la aún más apreciada reserva de petróleo de parte de las milicias guerrilleras, el Imperio Americano decidió lanzar un ataque decisivo contra Bagdad, refugio de la mayor parte de las guerrillas. Para tal propósito utilizó las flamantes y previamente probadas Minas N2. Una sola bastó para reducir en cenizas la ciudad y todo lo que estuviera en ella, poniéndole punto final al conflicto, por lo menos en esa región.



    Hoy en día aquellos parajes no eran considerados, en absoluto, de importancia, por lo que las tropas de las Naciones Unidas no opusieron resistencia cuando el Ejército de la Banda Roja decidió tomarlos como suyos. Y es que, a no ser que se le pudiera tomar como ruta de paso hacia Israel y Europa, ese territorio, y en especial la devastada Bagdad no tenían valor alguno. ¿O sí?

    Él parecía saber algo que todos los demás no, ni siquiera sus allegados, que se sorprendieron en sobremanera cuando decidió tomar aquél desierto sin vida. Una amplia, pero siniestra sonrisa se dibujó en su rostro, enseñando aquella dentadura que semejaba a la de un tiburón, al tiempo que un tenue movimiento comenzaba a registrarse en el suelo en el que posaba sus pies. Movimiento que cada vez se iba haciendo más y más notorio, a la vez que violento. Ante su vista la tierra se iba abriendo en enormes grietas que se iban extendiendo desde la ciudad hasta poco antes de donde se encontraba. La arena inexorablemente iba cayendo en ellas, formando espectaculares cascadas de color ocre.

    El Medio Oriente, aquél lugar en el que las siempre antagónicas culturas occidental y oriental se encontraban, chocaban y establecían violentamente sus fronteras, siempre había sido un terreno propicio para ellos. Tantos conflictos, tantas guerras, tantas muertes y tanto odio, acumulados en aquella región durante todo ese tiempo, tanto como la Historia misma. ¿Y aún así había quien se atrevía a decir que en esa porción de tierra había sólo la nada? Por supuesto que no. Quedaban las cicatrices. Y con ella los recuerdos, los fantasmas, el rencor y sobre todo, el odio. El odio que era su sustento, el odio del cual se alimentaban y el odio que ellos mismos sembraban y cosechaban. El odio que los hacía tan fuertes en este mundo. El odio que los colocaba como los dueños de este mundo.

    La tierra se sacudía frenéticamente cómo aquel que busca afanosamente expulsar de su garganta aquello que lo está asfixiando. Y pese a la conmoción, él seguía firme en su lugar, inmóvil con aquella tétrica sonrisa en el rostro. ¿Por qué tendría que estar asustado? Presenciaba el nacimiento de nueva vida en ese sitio de muerte y destrucción. ¿No se le podría considerar como algo bello, acaso? De aquél agujero pestilente, que tan sólo había servido como abono, emergería triunfante un nuevo soberano para gobernar este planeta de condenados. Algo magnífico, soberbio. Poderoso. Así que, ¿qué estás esperando para romper esa cáscara que te aprisiona y salir a este mundo que te aguarda para que lo hagas tuyo? ¡Vamos! ¡Empuja con más fuerza! Derriba todo aquello que te estorba, que te impide salir a contemplar tus dominios, todo aquello que tu vista alcance a divisar. Sé fuerte, sé orgulloso. Sé soberbio, al saber que aquí tenemos más poder que cualquiera. Nada puede dañarnos, todo nos pertenece. ¡Sal de tu prisión y prepárate a sembrar el terror y la muerte por todo el globo! ¡Únete a mí, mi hermano, en esta vida que nos aguarda para conquistarla! ¡Ahora es el momento! ¡El mundo nos pertenece, así que levántate y anda!



    Al momento una cruenta explosión abatió lo que quedaba de las ruinas, lanzando por el aire enormes cascajos de escombros que fueron a estrellarse como proyectiles al suelo, mientras que los cielos se tornaban rojos como la sangre. Un aterrador rugido se entremezclaba con el estruendo del estallido mientras una gigantesca figura parecía emerger dentro de la nube de polvo que no terminaba por asentarse, justo en el centro de la ciudad. El piso se estremecía de nueva cuenta, pero ésta vez no por movimientos telúricos, sino por las pisadas de un coloso alzándose. Seis en total. De entre la nube de escombros pulverizados apenas si se alcanzaba a percibir una sombra dispersa moviéndose serpenteante, amenazadora. Algo como una cola oscilaba en el aire, mientras un nuevo rugir se escuchaba en medio del barullo.

    —Muy bien, te tomó algo de tiempo, pero ya estás aquí— pronunció ese extraño individuo con voz grave y portentosa, admirando el macabro espectáculo de destrucción que tenía delante de sí —Contigo ya somos cinco, y sólo nos falta un Jinete más.

    El gigante recién emergido pareció responder con otro bramido, mucho más fuerte que los demás, que sin embargo no consiguió amedrentar un poco al personaje que se dirigía tan irrespetuosamente a él.

    —¡Deja de quejarte tanto y apúrate!— dijo dándole la espalda a la devastación, observando el reloj en su muñeca —Ya me has entretenido bastante tiempo, y empieza a hacérseme tarde para mi pequeña reunión en Japón.



    Y mientras esa persona se preparaba a visitar el Japón, dos residentes ya lo habían dejado atrás, a bordo de un avión de primera clase de las Naciones Unidas, destinado sólo para los más altos dignatarios, lo que le daba una idea muy general a la emocionada Asuka del alcance de las influencias de su novio.



    Tras un muy placentero vuelo de unas seis horas cruzando el Pacífico de lado a lado ahora se encontraba pisando suelo norteamericano, lo que la llenaba de una emoción inmensa, rayando en lo infantil. Aspiró profundamente el aire invernal que comenzaba a llegar a sus pulmones, satisfecha. Observó cuidadosamente el moderno aeropuerto de la ciudad de Phoenix, en el Estado de Arizona, siempre tan bullicioso y activo, tan lleno de vida aún a esas horas de la noche. Desde que se había mudado a Tokio 3 hacía bastante tiempo que no apreciaba una escena urbana de ese tipo. Sonrió satisfecha al saberse visitando una sociedad cosmopolita tan activa como lo era la estadounidense, por la cual sentía muchos vínculos y simpatía.

    América, tierra de las oportunidades, pero también del consumismo indiscriminado. Cadenas de restaurantes, cines y demás centros de esparcimiento la aguardaban por donde quiera que posara la mirada. Casi salivaba de pensar en todo lo que había que visitar en ese país tan vasto, el cual se extendía por todo el continente desde la franja polar justo encima del meridiano 55 hasta lo que quedaba de la cordillera de los Andes, en el extremo sur. Pero sobre todo, las tiendas por visitar. Erigida como el templo del capitalismo en el mundo, en aquella nación se encontraban ubicadas las matrices de las mejores tiendas de ropa y accesorios, y era precisamente desde allí donde se marcaba el rumbo de la moda en todo el globo.

    ¡Y el ambiente de Primer Mundo que allí se vivía! Con todas las galerías, museos y discotecas. Tantos lugares por visitar hacían que se lamentara del poco tiempo del que disponían y de su itinerario tan apretado. Pasarían aquella noche en Phoenix, para al día siguiente partir al Geofrente de NERV en Norteamérica, justo en medio del desierto de Nevada. Lo más seguro es que se llevarían todo el día en ese lugar, pues Kai debía ponerse al tanto de los avances de la construcción del nuevo Modelo Especial para Combate. Solamente dispondrían del día siguiente para gastarlo en recreación y para tal efecto ambos habían escogido de común acuerdo San Antonio, Texas. Allí, ella se quedaría a esperarlo mientras su amado partía por fin a la fortaleza de Nueva York, el único lugar del recorrido al que ni siquiera su privilegiada posición como piloto de Eva le permitía acceso. De todos modos no había mucho que ver en aquél cubo de hielo y concreto flotando en el Atlántico, a no ser montón de barricadas y de tropas armadas hasta los dientes.

    Apenas si podía esperar para continuar el viaje, lo que se demostró en la manera tan apurada en la que bajó la escalerilla del avión, queriendo aprovechar al máximo aquella experiencia tan especial que apenas daba comienzo: un viaje por esa tierra de ensueño en compañía de su galante y apuesto novio. ¿Qué más podía pedir?



    Por el contrario, Kai no compartía del todo su entusiasmo, tomándose su tiempo apara abandonar el vehículo y encontrar lo primero de lo cual quejarse.

    —¡Maldita sea, siempre tiene que hacer tanto frío en este país!— masculló cuando el aire gélido del norte lo golpeaba en pleno rostro.

    Su reacción instintiva fue cubrirse con los brazos y castañear los dientes, pese a que iba bien abrigado con una enorme chamarra y dos suéteres debajo de ésta, un gorro de lana cubriéndole la cabeza, guantes, y la obligatoria bufanda.

    —¡Vamos, no seas tan chillón!— lo alentó Asuka, tomándolo por el brazo, quien, como era esperarse dada su ascendencia sajona, se sentía como pez en el agua en ese ambiente de baja temperatura —¿Pues qué esperabas? ¿Clima cálido y tropical?

    —Es que odio el estúpido frío— respondió el muchacho cuando empezaban a andar al autobús que los llevaría a la terminal, rodeados siempre de un ejército de guardaespaldas desde que llegaron, aunque éstos mantenían su debida distancia de la joven pareja —Me siento mucho mejor en climas calurosos…

    —Me parece que deberías estar un poquito más animado… es decir: ¡Míranos! ¡Estamos en la nación líder del mundo! Aquí se produce lo mejor que la humanidad tiene que ofrecer. ¿No hace que se te enchine aunque sea un poquito la piel?

    —Sí, de lo congelado que me estoy poniendo en este inmundo refrigerador…— repuso el muchacho de nuevo, frotando sus manos.

    —Velo por el lado positivo, allá en Japón sería muy difícil que me vieras vestida así, ¿no te parece?— y para que pudiera apreciarla mejor la jovencita le hizo el favor de dar una vuelta sobre sus tacones, modelándole su bonito conjunto de ropa invernal.

    Rivera asintió sonriendo con complacencia. Ella tenía razón. A no ser que fueran hasta el extremo norte en la provincia de Hokkaido, allá en casa sería muy difícil que Asuka tuviera la oportunidad de ponerse aquellas prendas invernales que se le veían tan bien, como esa chamarra café de cuero con relleno afelpado y sus botas de gamuza pintadas de rojo. Unos ajustados pantalones negros de tela térmica completaban su atuendo. Simplemente estaba espléndida. Había hecho bien en traerla.



    —¿Lo ves? ¡Te quedaste con la boca abierta!— observó Langley, complacida, mientras ambos subían al camión —Aunque se me hace extraño…— continuó una vez que los dos tomaron asiento y el vehículo emprendía el camino a la terminal —¿No tendrías que sentirte a tus anchas en este país? Después de todo eres mitad norteamericano.

    Se interrumpió a sí misma al terminar esa observación, al hacerla recordar el penoso incidente acecido apenas unos meses atrás, cuándo insultó a la madre de Kai, lo que desencadenó el salvaje enfrentamiento entre los dos con sus Evas.

    Su acompañante se dio cuenta de lo apenada que se puso, pues también él había recordado la pelea con su comentario. Suspiró, desganado, sin estar seguro de qué hacer o decir en esos momentos. También él se avergonzaba de su comportamiento en el pasado, sobre todo en esa ocasión en específico. ¿Pero qué se le iba a hacer? Lo pasado ya había quedado muy atrás y ninguno de los dos podía hacer algo para remediarlo.

    —Pues… creo que sí debería… ¿verdad?— pronunció torpemente, mirando de reojo por la ventana detrás de él. Finalmente se decidió y pasó su brazo derecho por los hombros de la muchacha, atrayéndola hacia él.

    Asuka, un tanto sorprendida al principio, luego se dejó llevar por la situación, aliviada por el repentino gesto de afecto que le decía que había sido perdonada, descansando sobre el cuerpo de su novio mientras lo abrazaba con ternura.

    —Es muy raro cómo me siento al respecto, ¿sabes?— continuó Kai, más en confianza. La calidez del cuerpo de la jovencita había ahuyentado el frío que momentos antes le calaba hasta los huesos —Pese a que siempre tuve una mejor relación con mi madre no me siento muy identificado con el lugar en el que nació. Siempre que vengo no dejo de sentirme fuera de lugar. Mi corazón siempre busca el sur… hacia la tierra de mi padre… quien no era precisamente mi persona favorita en todo el mundo…

    —Tienes razón, es muy raro… aunque puedo imaginarme por qué te sientes de esa manera.

    —Yo he estado pensando un poco al respecto, últimamente. ¿Será porque en realidad soy una persona sin patria? Tú eres alemana, todos los demás son japoneses, pero yo, que he vivido en tantos lugares, en realidad no pertenezco a ninguno. No soy japonés, ni americano, ni siquiera mexicano… En resumidas cuentas, podría decirse que soy, cómo dice una canción, el hombre de ningún lugar.

    —En realidad lo que yo iba a decir es que aún buscas acercarte a tu padre de cualquier manera… comprenderlo para poder llegar a quererlo… es por eso que sigues afanosamente cualquier cosa que pueda ayudarte a sentir que estás cerca de él. Además, no creo que sea del todo cierto eso de que seas un paria, es sólo que aún no te has dado cuenta de tu verdadera nacionalidad.

    —¿De veras? ¿Y se puede saber cuál es?— preguntó el muchacho, sumamente intrigado.

    —Bueno, naciste en la Antártica, ¿no es así? Entonces, ¡felicidades! Eres un orgulloso ciudadano antártico. Quizás el único en todo el mundo. ¿No te da emoción?

    Enseguida ambos se echaron a reír a bocajarro, aliviados de la incómoda tensión de unos cuantos momentos atrás.

    —Qué honor, pero en ese caso— añadió Kai —¿No debería sentirme más a gusto en este ambiente bajo cero? ¡Y aún así me estoy haciendo una paleta en este lugar!

    —Ya no te apures por eso— le dijo la muchacha, estrechándolo más en sus brazos —Que yo me voy a encargar de mantenerte calientito todo el tiempo que estemos aquí.

    —¡Genial! Precisamente eso era lo que quería escuchar…

    —¡Tonto! ¡No me refería de esa manera!

    —¡Ah! ¿Pero es que hay otra?



    El mundo parecía un lugar tan vacío y deprimente en esos días. Sin control, sin dirección, sin un propósito bien definido. Un horrible sitio gris al cual le era indiferente, plagado de un montón de personas sin rostro a las cuales les importaba un comino lo que pasara con su vida. Ya no quedaba esperanza alguna, no desde que ella se fue. Sin ella ya nada en esta pinche vida valdría la pena. Sin ella, en definitiva el mundo entero era una reverenda y auténtica mierda, a fuerza de ser sinceros.

    O por lo menos eso era lo que pensaba Shinji Ikari de su mundo por aquellos días. Deambulando como un fantasma por los pasillos del Geofrente, el buen Shinji, siempre tan proclive a la depresión y maniático de la autocompasión, gastaba afanosamente su tiempo en sumirse en su propia inmundicia, tan inmerso en sus mezquinos pensamientos que el mundo, ese mundo real que le rodeaba, le era indiferente o en caso contrario le parecía sumamente hostil hacia su afligida persona.

    Por lo tanto no quiso responder al animoso saludo de Misato cuando ésta pasaba a unos cuantos metros de él, junto con Hyuga, Maya y Shigeru. Ella también lo había traicionado, permitiendo que aquellos dos se fueran así nada más. De hecho estaba casi seguro del lado de quien estaba, pues obviamente le había estado ayudando todo ese tiempo y ahora le quedaba más claro que nunca. Haberle dado ese permiso a Asuka de tres días, justo a tiempo para que pudiera irse a otro continente con ese desgraciado de Kai. Que coincidencia, ¿no es así? Además, si le importara en algo su situación hubiera hecho algo más que saludarlo de manera tan hipócrita. Una amiga de verdad se hubiera detenido a conversar con él, a buscar alguna forma de aliviar su dolor. Pero no. Ella ni siquiera le dio importancia al asunto, siguiendo su camino y dejándolo atrás en el olvido, como siempre.

    Qué importaba. De todas maneras no podía culparla por actuar de esa manera, después de todo así era como lo trataban todos. Para ellos el único valor que tenía como persona era ser un piloto Eva. No había nada más aparte de eso en su persona que mereciera alguna clase de reconocimiento o de aprecio. ¿Verdad? En todo este ancho, vasto y tan cruel y despiadado mundo no había una sola persona que se preocupara sinceramente por él. ¿En serio era una persona tan despreciable? Sin darse cuenta ya estaba llorando de amargura, con las lágrimas recorriendo raudas sus mejillas.

    —Asuka— musitó lastimeramente, con la voz toda quebrada —¿Porqué? ¡Ni siquiera me diste una oportunidad!

    —¿Qué te pasa, Ikari?



    Como casi siempre que era ella quien le dirigía primero la palabra, en esos momentos tan oscuros y de necesidad la voz de Ayanami le pareció dulce y celestial. Una luz casi divina rasgó entonces las tinieblas en las que él mismo se había envuelto a manera de capullo protector, tan solo con observar su encantador rostro que tenía toda su atención puesta en él.

    —Nada, nada— respondió el muchacho de prisa, apenado de que Rei lo hubiera visto llorar como un bebé —Me empezó a doler el estómago un poco, es todo…

    —Entonces deberías tener más cuidado con lo que comes. Podría tratarse de una infección intestinal o algo peor.

    —Seguro— respondió Shinji, extrañado. La manera en que la jovencita le dijo que se cuidara… puede que fuera tan sólo un desvarío de su confundida mente, pero le pareció tener un tono algo… maternal.

    —Nos vemos entonces— agregó la muchacha, queriendo seguir su camino.

    El alivio momentáneo que sintió con su llegada comenzó a desvanecerse rápidamente mientras la veía darle la espalda y alejarse. Sus palabras salieron de su boca casi sin pensarlo, intentando que se quedara junto a él todo el tiempo que fuera posible.

    —A… ¡Ayanami, por favor, espera!— pronunció casi gritando de desesperación, dándose tan solo una idea de lo suplicante y hasta patético que se escuchaba al hablar de esa manera.

    No obstante consiguió lo que quería. Rei se había detenido en su displicente andar y en esos momentos lo observaba de reojo, interrogándolo con su silencio.

    —¿Tú… ya te vas?— murmuró Shinji, cabizbajo, deshaciéndose de la vergüenza —¿Ya te vas a tu casa?

    —Sí— respondió la jovencita, intrigada por la extraña actitud de su compañero.

    —¿Podría… crees que podría… acompañarte?

    Aquello tomó completamente por sorpresa a la joven piloto. Ikari debería tener algo más que un simple dolor de estómago para estarse comportando de esa manera. Aunque no era la primera vez que actuaba así, ya antes lo había hecho y siempre había sido por sus constantes episodios depresivos. Lo que a veces le hacía preguntarse qué era lo que él parecía buscar tan afanosamente en ella. ¿Comprensión? ¿Consuelo? ¿Cariño?

    —¿No piensas irte con la Mayor Katsuragi, como siempre?

    —Lo que pasa es que… bueno, preferiría no estar cerca de ella, por el momento. No estoy de humor.

    —De acuerdo— asintió Ayanami. Después de todo, no era que Shinji le cayera mal o algo por el estilo. Muchas veces su compañía podía ser agradable, inclusive —Si así lo quieres, entonces puedes venir conmigo.

    Enseguida el muchacho se levantó de su lugar, recobrado y con muchos mejores ánimos, y se aprestó a seguirle el paso a su bella compañera, quien ya se encontraba caminando un par de metros delante de él.



    Pese a los encomiables esfuerzos del muchacho por llamar su atención lo cierto es que ambos no habían conversado la gran cosa durante el corto trayecto a pie a la casa de Rei. Como siempre, la linda pero a la vez extraña jovencita se encontraba enfrascada en sus pensamientos, abstraída del mundo externo. No era para extrañarse, pero la muchacha sí detectó lo inusual de la actitud de Ikari, a quien tan sólo le hacía falta ponerse un anuncio luminoso para hacerse notar y así se lo hizo saber:

    —Hoy estás muy parlanchín, Ikari.

    —Oh— masculló Shinji, apenado —Perdona… no era mi intención molestarte. Tan sólo quería conversar un rato, es todo.

    —¿Te sientes solo? No creí que fueras a extrañar tanto a Kai. Después de todo sólo se fue por tres días…

    El muchacho apretó tanto los dientes como los puños apenas escuchó ese mil veces maldito y odiado nombre. De labios de ella sonaba aún peor.

    —He notado algo, ¿sabes? Llamas a todas las personas por su apellido… excepto a él…

    Rei no contestó, y aunque no pudiera ver su rostro al caminar detrás de ella, el joven estaba casi seguro que se había sonrojado.

    —Creí que estarías molesta con él, por lo de Asuka, pero no lo pareces

    —¿Debería estarlo? Lo siento, pero no comprendo muy bien esa clase de sentimientos a la que te refieres. Lo nuestro hace mucho que terminó y ahora él y yo tan sólo somos compañeros, al igual que tú o la otra. No veo porqué deba afectarme lo que haga o deje de hacer en su tiempo libre.

    —Lo querías mucho, ¿verdad?— Ikari continuó con el asedio. “Quizás todavía lo haga” pensó “No llamó a Asuka ni siquiera por su apellido o su puesto, la llamó “la otra” —¿Me puedes decir qué fue lo que le viste? Es que… no me lo tomes a mal, pero ustedes dos tienen nada en común. Y sin embargo… tú lo amabas… o todavía…

    —Primero dime algo— lo interrumpió Rei, deteniéndose en su camino para quedar cara a cara con él —Yo también he tenido mucha curiosidad al respecto, últimamente. Dime… ¿qué es lo que crees ver en mí? ¿Qué es lo que en realidad buscas, cuando estás conmigo?

    —No te entiendo…— musitó su acompañante, estupefacto.

    Su cara estaba muy cerca de la de él. Lo más cerca que había estado desde que se conocían. Ahora era él quien estaba nervioso. No era que estuviera enojada ó algo por el estilo. La actitud de Ayanami, indiferente, lejana, no había cambiado. Pero de todos modos temblaba como gelatina al estar tan cerca de ella, casi sintiendo su respiración encima de él.

    —Ikari… tú… ¿tú me quieres? ¿Crees que me amas?



    Shinji se quedó mudo al momento, sin poder conectar su cerebro con la lengua. Un montón de pensamientos se arremolinaban en su cabeza, atorándose unos contra otros al querer salir. Atónito como estaba, las palabras no atinaban a salir de su boca. ¿La amaba? No lo sabía con precisión. De alguna forma se sentía atraído a ella, pero, ¿en realidad la amaba? ¿Ó es que tan sólo buscaba consuelo en ella? Apenas hace un rato lloraba desconsolado por Asuka. Hasta entonces comprendía la pregunta que le había hecho con anterioridad. ¿Qué buscaba en ella? ¿A quién creía ver en ella? ¿Acaso a una chica triste y solitaria, cómo él, a quien le habían roto el corazón? ¿A ese alguien que le ayudaría a recuperarse de la caída, juntos? No lo sabía, por más que lo intentara no podía saberlo.

    —Ayúdame a salir de la duda, por favor— pronunció Rei, ella tan tranquila ante la creciente indecisión del muchacho —¿Puedo…? ¿Puedo tocarte?

    Con el rostro encendido, el muchacho asintió con la cabeza, al ser incapaz de hablar. Entonces la jovencita, lenta y cautelosamente, estrechó su mano con la suya. Algo como un escalofrío reptó por la columna de Shinji, al sentir el contacto con la delicada piel de su bella compañera. Y por si no fuera suficiente con eso, ahora Ayanami acariciaba su rostro con su mano libre y antes de que lo supiera ya estaba siendo besado por ella.

    Sus ojos, abiertos de par en par, no daban crédito a lo que estaban viendo, a lo que todos sus sentidos le decían. Ayanami lo estaba besando. ¡Rei Ayanami lo estaba besando! Su corazón parecía querer salir de su pecho, dándole de tumbos en él. Aquél era su primer beso. ¡Y había sido justo con Rei! Esa dulce sensación en los labios era lo mejor que había probado en su joven vida. ¡Felicidad! ¡Cuánto te tardaste, pero al fin tocas a la puerta! ¡Gracias! ¡Gracias, Dios, por haberme dejado vivir hasta este día! ¡Muchas gracias!

    Pero, por alguna razón, muy dentro de él, sentía que algo estaba mal con todo eso. Que no era lo correcto. ¿Pero porqué? ¿Qué había de malo en ser feliz?



    Por su parte, habiendo terminado con “la prueba” Rei volvió a tomar su distancia. No, definitivamente no era lo mismo. Hacía falta algo…

    —Ahora puedo responderte con certeza— hundida de nuevo en sus reflexiones, la jovencita de cabello azul volteaba de lado, viendo a la nada —Tienes razón: quise mucho a Kai. Lo amé como nunca lo había hecho con nadie más. Y eso fue porque sus sentimientos hacia mí eran auténticos. Cuando él me veía, yo sabía que no estaba viendo a nadie más en mí, no me usaba para remplazar a nadie. Él… él me quería justo como soy… y por eso es que yo lo amaba tanto.

    Una vez aclarado el punto no les quedó de otra que seguir con su camino, en silencio, cada quien en sus propios pensamientos. Ella tenía razón, Shinji lo sabía, y se sentía avergonzado al respecto. Tan sólo la había visto como un premio de consolación, la segunda opción que le quedaba luego del rechazo de Asuka. Había creído ver en ella a alguien que, como él, buscaba con desesperación el cariño y comprensión de las personas que le rodeaban. Creyó ver en ella un reflejo de su propia situación, pero ahora sabía que no era así. Ahora sabía que si Rei se la pasaba siempre sola, es porque así es como ella quería estar. ¡Había sido tan estúpido! Tan estúpido y egoísta…



    Pronto ya estaban a la puerta del departamento de la muchacha. Los dos se detuvieron en ese momento, justo frente a la entrada. En lo que restaba del trayecto no se habían dirigido la palabra, por lo que ahora Ikari no sabía bien qué decir.

    —Lo lamento, pero no soy la persona que buscas— pronunció la muchacha, finalmente, cuando parecía que ninguno de los dos estaba dispuesto a hablar —Y también sé que esa rubia gritona tampoco lo es. Puede que quizás algún día la encuentres. A esa persona que será sólo para ti… esa mitad que te hace falta para estar completo.

    —Ayanami… yo…

    —Rei.

    —¿Qué?

    —Puedes llamarme Rei… Shinji— pronunció la joven luego de un momento de vacilación volviendo a sorprender a su acompañante —Quiero que me llames así. Después de todo, eres lo más parecido que tengo a un amigo.

    —Muchas gracias… Rei— el muchacho estaba sumamente conmovido. Pensaba que estaría enojada con él, pero era todo lo contrario —No sé que decir…

    —No importa. Cuando tengas algo que decir ven conmigo, y yo te escucharé.

    —Muy bien, entonces así lo haré— respondió el chiquillo, con una plácida sonrisa, sonriendo como tenía tiempo que no lo hacía.

    La muchacha lo miraba atentamente mientras abría la puerta.

    —Muchas gracias por tus palabras, me ayudaste muchísimo, en verdad— se empezó a despedir entonces el joven Ikari —Buenas noches, que descanses.

    —¿Quieres…?— dijo la muchacha cuando Shinji ya estaba agarrando camino —¿Quieres quedarte un rato? Aunque no tengo mucho que ofrecerte. Creo que tengo guardado té por algún lugar… pero podemos ir a comprar algo, si quieres…

    En ese momento Shinji se hubiera puesto a llorar de buena gana, de no ser porque ya había derramado muchas lágrimas ese día. Únicamente sonrió, agradeciendo la oportunidad que su nueva amiga le daba para compartir sus penas.

    —El té estará bien, gracias.



    —Ese muchacho me está empezando a preocupar, y bastante— afirmó la Mayor Katsuragi, luego de haber visto el deplorable estado en el que se encontraba Shinji.

    Daba lástima el pobre. Parecía una piltrafa humana, ahí, derrumbado sobre la mesa del comedor de empleados. Ni siquiera había notado que lo saludó cuando pasaron a su lado. Tal vez pudiera animarlo de alguna forma, pero por el momento no se le ocurría alguna que fuera buena.

    —Ha estado así desde que esos dos se fueron, ¿verdad?— dijo Makoto, mirando de reojo al joven Ikari y su lastimero estado.

    —¡Pobrecito, debe sentirse muy solo!— observó Maya —¿Quién diría que iba a extrañar tanto a Kai?

    —No creo que sea a Kai a quien extrañe tanto— dijo Shigeru entonces, riéndose burlonamente.

    —¿Quieres decir que…? ¡No puede ser!— Maya se tapó la boca como si hubiere dicho algo indebido —¿Shinji está enamorado de Asuka?

    —No estoy seguro, pero casi puedo afirmarlo. He visto muchas veces esa mirada antes, y siempre ha sido por lo mismo— contestó su compañero, muy seguro de sí mismo.

    —¿Será verdad eso, Mayor?— preguntó Hyuga, intrigado por el asunto —Si alguien aquí puede decírnoslo, esa es usted.

    —Todo parece indicar que sí, por desgracia— respondió Misato, apesadumbrada —Vivir con esos tres chiquillos últimamente ha sido como estar en una telenovela barata, y créanme que no es tan divertido estar en una que tan sólo verla en la tele…

    —¡Qué tiernos!— suspiró Ibuki, imaginándose como debía ser aquello —El primer amor siempre es el mejor… los demás son sólo para olvidar…

    —Hoy vienes inspirada, Maya— acuñó Makoto.

    —Tal vez no deberíamos preocuparnos tanto por el que se quedó, sino por el que se fue— comentó Shigeru en un tono mucho más serio —¿No han escuchado los rumores?

    —¿Qué rumores?— inquirió Katsuragi, escuchando atentamente.

    —Son sólo rumores, por lo que no deberíamos tomarlos muy en serio— respondió Makoto, adoptando también la tónica de la conversación —Pero he escuchado que Kai llevaba consigo evidencia que comprometía a los altos mandos de la agencia. Que incluso podría costarle el puesto al Comandante Ikari.

    —Esas son sólo estupideces— afirmó Maya —¿Qué clase de evidencia podría ser esa? Y lo que es más, ¿cómo pudo haberla conseguido? Siempre es lo mismo cada vez que Kai va a rendir su informe semestral. Con este van a ser ya tres veces que lo hace y ya ven, hasta ahora no ha pasado nada.

    —Tienes razón— asintió Katsuragi a su vez —Pero tratándose de Kai, todo puede pasar con ese muchacho. ¡Que si lo sabré! ¡Estoy segura que ese mocoso va a terminar sacándome canas verdes!

    —De todos modos, no creo que nosotros tengamos que preocuparnos, ¿ó sí?— Makoto hablaba despreocupado, como lo hace quien tiene la conciencia tranquila — Incluso si hay una reestructuración en la agencia, estoy seguro que Kai se encargará de que mantengamos nuestros puestos.

    —Ó incluso que nos asciendan, ¿no crees?— completó Shigeru, para luego chocar las manos con su compañero en gesto cómplice.

    —¡Sólo piensan en ustedes! ¿Pero qué pasará con el Subcomandante Fuyutski… ó la Doctora Akagi? Estoy casi segura que ella sería la primera a la que Kai haría que despidieran…— se lamentó la dulce Maya, al contemplar siquiera la posibilidad.

    —No es tan fácil— respondió la Mayor —Si acaso los rumores fueran ciertos, estoy segura que el comandante no se quedará tranquilo con los brazos cruzados… ni tampoco esos intereses ocultos que lo mantienen al frente de NERV. Y eso es lo que más me preocupa.

    Los cuatro siguieron caminando, en silencio, contemplando cada quien sus posibilidades en caso de que sucediera lo peor. Todos sabían que el comandante no era precisamente lo que llamaríamos un tierno corderito. Si acaso llegara a sentir sus intereses amenazados no dudaría un solo instante en utilizar los cuantiosos recursos a su alcance para neutralizar por completo a sus enemigos.

    “Kai, no vayas a hacer algo tan estúpido, por favor” suplicó mentalmente la Mayor Katsuragi, temiendo por la seguridad de su hijo adoptivo. “Por una vez en tu vida, piensa antes de actuar”.



    —Bueno, muchachos, los veré mañana— les dijo a los tres oficiales técnicos al momento de dar vuelta en otro pasillo —Aún tengo que arreglar unos cuantos detalles acerca del dispositivo de seguridad para los VIP's que vendrán…

    —Debe ser todo un fastidio, Mayor— exclamó Shigeru al ver la expresión cansada de su superior.

    —¡Tú lo has dicho! Pareciera que ese montón de viejitos creen que no pueden dar un solo paso sin que alguien atente contra su vida… ¡Son nefastos a más no poder! Sobre todo ese general… perdón: General de División de cinco estrellas Lorenz.

    —¡¿El General Lorenz también vendrá?! Ojalá no tenga que toparme con él, ese anciano se ve muy siniestro— pronunció Maya atemorizada, abrazándose a sí misma.

    —Descuida, que no estarán mucho tiempo aquí— Misato la tranquilizó —Por lo que sé no están interesados en un recorrido por las instalaciones, sólo llegarán y se encerrarán en el cuarto de conferencias con el comandante… de seguro tendrán muchas cosas de qué hablar, con lo divertidos que son todos ellos…— pronunció sarcásticamente, para luego lamentarse, sujetándose la frente —¡Dios, pero yo tendré que estar en la comitiva que los recibirá! ¡Qué horror! Estaré en primera fila para el espectáculo de las momias vivientes…

    —Pues buena suerte entonces, Mayor— dijo Makoto a manera de despedida, mientras seguía caminando con sus otros compañeros, agradecidos de no tener que compartir la suerte de Katsuragi.



    Si bien el Geofrente de la rama de NERV de Estados Unidos no era tan extenso como su homólogo en Japón, no por eso dejaba de ser impresionante. Enclavada justo en el corazón del desierto de Nevada, cubierta tan sólo por llanuras áridas y estériles, se trataba de una instalación subterránea completamente militarizada, la cual había sido utilizada desde mucho antes del Segundo Impacto. Todo un logro de la ingeniería, bastante adelantado a su tiempo.

    “El Área 51”. Así es como la llamaban algunas personas cuando la existencia de dicho complejo militar tan sólo se trataba de una clase de mito urbano sin comprobar. Por ende, toda clase de historias se desarrollaban en torno a ella, la mayoría de ellas con artefactos y seres de otros mundos, circulando en casi todos los medios de comunicación.

    Anteriormente había sido utilizada para vuelos de prueba para todos los aviones nuevos que el ejército norteamericano desarrollaba, y durante el Segundo Impacto incluso le sirvió de búnker a los miembros de la cúpula política y militar de los Estados Unidos que alcanzaron a refugiarse en el lugar. Ahora, aprovechando la estructura tan práctica y resistente ya disponible, además de la generosidad del gobierno americano, NERV podía tener allí una de sus sucursales distribuidas a lo ancho de todo el globo.

    En el transcurso de tantos años una enorme cantidad de armamento había sido desarrollado, probado y aprobado en aquella instalación. Así que continuando con la larga tradición, los presentes tiempos no podían ser la excepción, tal y cómo podían constatarlo Kai Katsuragi y sus acompañantes.

    —¿Y bien?— preguntaba con ansiedad el Director Miller, detrás suyo —¿Qué te parece?

    —¿Qué puedo decirte, Bob?— suspiró el muchacho, mirando hacia arriba —Se me hace que autorizaste turnos extras sin consultármelo…

    —¡No seas envidioso, y mejor admite que es una preciosidad!— pronunció entusiasmado su interlocutor, contemplando orgulloso el arduo trabajo de tantos meses.



    Frente a sus ojos se encontraba casi terminado el nuevo Modelo Especial para Combate: el Evangelion Unidad Beta. Se trataba de un espectáculo impresionante, el cual Kai ya casi había olvidado: la construcción de un titán que comenzaba a cobrar vida. La vista le quitaba el aliento a cualquiera. Acomodado boca arriba sobre una plataforma, el gigante parecía estar aprisionado entre tantos puentes que tenía encima, los cuales le servían al personal para trasladarse a sus distintas áreas de trabajo en el armado de su colosal cuerpo, el cual los hacía verse a la lejanía como unas muy industriosas hormigas, en comparación del robot.

    La estructura principal ya estaba casi terminada y tan sólo hacía falta armar y montar algunas piezas en la armadura, además del Entry Plug, observó Rivera haciendo el diagnóstico de los avances en el trabajo de construcción. Era mucho más de lo que esperaba, de hecho estaban adelantados por tres meses respecto al plan original. ¿Cuál era la prisa de esos tipos por terminar tan rápido? A ese paso completarían la construcción en unas cuantas semanas más.

    —¿Envidia, yo?— preguntó, divertido —¿De qué? Te recuerdo que fui yo quien diseñó este armatoste y todas las especificaciones de construcción. Es mucho más mío que tuyo, si nos ponemos a verlo con frialdad.

    “Pues a mí no me parece tan impresionante” pensó Asuka, harta de tener que estar en ese lugar tan hosco y aburrido, plagado de nerds y demás tipos raros que no dejaban de desnudarla con la mirada. Cuanto más rápido se fueran de ese agujero del demonio, mucho mejor. Olvidaba que nadie, ni siquiera Kai, la había obligado a ir.

    —Vamos, vamos, ¿porqué no nos puedes dar algo de crédito, muchacho?— siguió el Director Miller con su mismo tono emocionado —Si seguimos a este ritmo, terminaremos en la mitad de tiempo que te tomó armar a Zeta.

    —Aún no entiendo porqué tienen tanta prisa en terminar… se supone que Alfa sería el primero en terminarse, pero ustedes ya les llevan mucha ventaja a los chicos de por allá…

    —Nos gustan los retos, es todo— fue lo único que obtuvo por respuesta de aquél sujeto tan pálido, macilento y desaliñado, el cual parecía que no había visto la luz del sol en mucho tiempo, al igual que un peine para su cabello rojizo que hirsuto se revolvía sobre su cabeza. El Doctor Robert Miller encajaba perfectamente con el estereotipo del científico de cualquier película: ensimismado, descuidado en su apariencia personal y abocado completamente a su trabajo —Sólo tuvimos un pequeño inconveniente con una de las partes, pero ya está solucionado. Permíteme mostrarte de que te estoy hablando, síganme por aquí, por favor— les indicó a los dos muchachos, tomando una banda transportadora que los condujo a otra sección del complejo.



    —Ay… mamá…— fue lo único que se le ocurrió decir al joven Katsuragi al momento de toparse con esa hoja en forma de espada de veinticinco metros de altura, la cual casi topaba con el techo.

    —Hubieras visto por todo lo que tuvimos que pasar para poder moverla— Miller comenzó con las explicaciones —Rebanó dos grúas, un camión oruga y parte del tercer piso antes de que pudiéramos encontrar un procedimiento adecuado de transportación.

    —Diablos, nunca pensé en eso— admitió Rivera —¿Se lastimó alguien?

    —No, por fortuna, tan sólo fueron unos cuantos sustos. Nos dio muchos dolores de cabeza, pero ya la hemos terminado. Tan sólo falta el dispositivo de activación y podremos montarla a más tardar en una semana… ¿porqué no te quedas hasta entonces, para que puedas verla en su lugar? Todos aquí lo apreciarían bastante.

    La mirada fulminante de Langley fue lo único que necesitó el muchacho para hacerlo desistir de cualquier intento por aceptar la invitación.

    —Perdona, pero vamos con mucha prisa— se disculpó a duras penas —Tan sólo nos dieron tres días de permiso y todavía me falta reunirme con el Secretario…

    —Entiendo. Supongo que el deber es lo primero, ¿cierto? Es una lástima que te lo perderás: yo apenas si puedo dormir pensando en como se verá esta hermosura montada y lista para rebanar ángeles.

    —Ya tendré muchas oportunidades de verlo en vivo y a todo color allá en Japón— dijo Kai, un poco intimidado por la manera en que los inquietos ojos azules de Miller brillaban cuando observaban la enorme hoja de metal —Por cierto, ¿es verdad lo que me escribiste en el último reporte?

    —Así es. La veta en Yucatán está completamente agotada. Utilizamos lo que quedaba para construir esta espada que tienes frente a ti.

    —Es una lástima— suspiró Rivera —Esperaba que quedaría lo suficiente para armar algunas partes de repuesto para Zeta… aunque bueno, por lo que hemos visto a últimas fechas parece que la posibilidad de necesitar alguna es muy remota.

    —Tienes razón— asintió Bob —Vimos el video de Zeta contra el último ángel, fue muy inspirador. ¡No puedo creer que haya salido de esa explosión con tan sólo rasguños! ¡Qué poder tiene esa máquina! ¡Si tan sólo…!— su celular timbrando lo interrumpió cuando parecía que iba a empezar a babear —Un segundo, por favor— se disculpó mientras atendía al aparato —¿Sí? Ah, ¿en serio? Bien, voy para allá. Me disculparán unos momentos chicos, hay unas personas que quiero que conozcan antes de que se vayan… ¿Porqué no me esperan por aquí? Enseguida regreso…

    —Claro, aquí estaremos— consintió el muchacho para que entonces el Director Miller los dejara solos.



    —¿Estaban hablando de ese metal súper resistente con el que está construido el Eva Z?— preguntó Asuka cuando se fue aquél hombrecillo enfermizo, haciendo uso de la palabra por primera vez desde que llegaron —Pensé que tú habías hecho esa aleación…

    —Soy un chico muy listo, lo admito— comentó Kai, divertido —Pero eso no me hace un mago ó alquimista, linda. A menos de que tuviera una especie de piedra filosofal, no hay forma de que pueda hacer esa cosa de la nada. Se trata de una aleación, en efecto, pero el componente principal fue un metal muy extraño que fue descubierto en la península de Yucatán hará no más de veinte años… y al parecer era tan extraño debido a lo escaso que era. Nos acabamos toda la veta en la armadura de Zeta y en esta espada de aquí.

    —Así que sin ese metal, ya no habrá más aleación para los demás Modelos Especiales, ¿eh?

    —Eso creo. Aunque por una parte me siento mucho más seguro de esa manera— confesó Katsuragi cuando los dos volvían a tomar la banda transportadora que los llevaría de regreso —Así me aseguro de que ningún geniecillo se aproveche del poder de los Evas, teniendo conmigo al más fuerte.

    —¡Qué modesto!— pronunció con sorna la muchacha, advirtiendo la arrogancia en las palabras de su compañero, si bien no podía rebatir sus argumentos al haber experimentado en carne propia el poderío de dicho Eva —Pero tengo que admitir que esa espada de allá se veía bastante peligrosa, más ahora que sé que está construida con ese metal irrompible.

    —Y eso que aún no la has visto montada, va a ser genial. Estará enfundada en un dispositivo en el brazo derecho que cuando la saque la hará vibrar a una determinada frecuencia, justo como nuestros cuchillos progresivos y entonces: ¡zas!— pronunció el muchacho cuando cortaba el aire con la mano —Rebanará como mantequilla todo lo que se le ponga enfrente. Va a ser todo un show, ya verás, parecerá como si estuviera hecha de fuego o de luz pura…

    —Te oyes muy emocionado, guapo— observó Langley, sonriendo pícaramente.

    —¿De veras? Puede que tengas razón. Debe ser porque me he involucrado mucho con este proyecto, mucho más que cuando construimos a Zeta. De hecho estos pueden considerarse que son los primeros Evas de mi propia creación…

    —¿Qué quieres decir? ¿Qué no fuiste tú quien hizo el Eva Z?

    —Más bien fue algo así como un trabajo en conjunto— admitió Kai, con aire soñador —Los planos ya estaban hechos desde mucho antes, grabados en unas ruinas mayas que mi padre descubrió… él se encargó de descifrarlos y yo de encontrar la manera de llevarlos a cabo.

    —¡Imposible!

    —¡De veras! Fue justo cuando comenzó todo este argüende con los Evas, incluso antes del Segundo Impacto. Aparentemente, según lo que contaban las ruinas, el planeta ha sufrido constantes ciclos de destrucción y renovación, llevándose de corbata civilizaciones enteras. Y según estos fulanos todos ellos han sido originados por un solo culpable. Se refieren a él como “El Gigante de Luz”.

    —¿“Gigante”?— repitió Asuka, intrigada —¿Crees que se refieran a Adán, el ángel que ocasionó el Segundo Impacto?

    —Probablemente, o quizás así era como le llamaban a los meteoros masivos, no estoy seguro— contestó Katsuragi, rascándose la nuca para entonces continuar su conversación donde la había dejado —El caso es que estos muchachos, queriendo prevenir su extinción encontraron la forma de “aprisionar al gigante” y de esa manera crearon lo que podría considerarse como el antepasado de los Evas y el antecedente directo de Zeta: Nimrod.

    —Si mal no lo recuerdo, Nimrod era el nombre del gigante que incitó a la humanidad a construir la Torre de Babel, ¿cierto?

    —¡Tétrico! ¿No te parece? Todo empieza a encajar… pero lo chistoso del asunto es que el tal Nimrod y el otro fulano se dieron hasta con la cubeta, y su pelea fue tan sangrienta que de todos modos terminaron por devastar la civilización que tanto habían luchado por salvar.

    —Qué bonito cuento, sobre todo el final… entonces, los antiguos dejaron los planos de Nimrod para las futuras generaciones…

    —Así es, supongo que sabían que el ciclo comenzaría de nuevo y quisieron dejar algo de provecho a sus descendientes…

    —Pues de mucho no sirvió, al parecer…

    —Es cierto. No fue hasta después del desastre que comenzamos a tener una idea de a qué se referían los planos. Los tomaron como inspiración para el Prototipo Cero, pero sin comprenderlos totalmente. Y ya mucho después fue cuando le di una revisada al trabajo de mi padre y pude más o menos dilucidar la tecnología de los antiguos; así que en lo que respecta al Eva Z no tengo mucho crédito que digamos, yo sólo terminé el trabajo de tantos años. Sí, le agregué unas cuantas modificaciones, pero es todo.

    —Quién lo hubiera pensado… la tecnología para construir Evas data de hace tanto tiempo. Vaya que eran modernos los antiguos, ¿eh?

    —Pero eso no quiere decir que estas nuevas unidades vayan a ser unos lindos cachorritos— continuó diciendo Rivera, entusiasmado —Ya verás todas las mejoras en las que he pensado, sobre todo para Alfa, con ese muchacho es donde pondré toda la carne en el asador… aunque por lo que veo Beta no está quedando tan mal, después de todo…

    —Sí, ya puedo ver a qué te refieres— pronunció la joven europea cuando tenía de nuevo enfrente la construcción del susodicho Eva —Puedo ver que modificaste por completo las hombreras. Si quieres mi opinión como piloto, diría que hiciste muy bien…

    —¿Verdad que sí? Los alerones que tenemos en las hombreras tradicionales arrastran consigo un enorme exceso de aire que impide mucho la maniobrabilidad. En cambio con este nuevo diseño incluso se podrá tener un mejor movimiento en los brazos.

    —Se parecen bastante a las de una armadura de samurai…— observó Asuka —Te basaste en ese diseño, ¿cierto?

    —En efecto… me pareció lo más adecuado… y también en el casco, aunque puedes ver que añadí una rejilla para los ojos. No le vayas a decir esto a nadie— el muchacho le murmuró al oído —Pero precisamente me di cuenta que ese fue un error fatal al momento de diseñar la armadura de Zeta: está cubierto de pies a cabeza, excepto por los ojos. Es su único punto débil.

    —¿Y me lo confías a mí? ¡Qué tierno! No sé que decir… que me tengas esa clase de confianza… habla mucho de cuál es el concepto que tienes de mí— le dijo cariñosamente, sujetando sus manos.

    —Sólo quería agradecerte que me estés acompañando todo este tiempo— Kai contestó un poco avergonzado, pues todos los estaban viendo —Me imagino lo difícil que es para ti estar en este lugar.

    La joven rubia negó vehemente con la cabeza, sin quitarle la mirada de encima.

    —Cualquier lugar es grandioso, mientras que esté contigo.

    La sangre volvió a agolparse en las mejillas de Katsuragi mientras que la chiquilla comenzaba a levantar los labios para poder besarlo. Preso por completo de su cautivador encanto, el muchacho hizo lo propio para atender el gesto, ya sin importarle en absoluto si tuvieran público ó no.



    —Eh… disculpen, chicos— carraspeó el Director Miller a sus espaldas, interrumpiéndolos antes de que sucediera algo más.

    Sumamente apenados por la indiscreción, los dos muchachos se soltaron en el acto para al instante voltear a ver a Miller, quien estaba igualmente avergonzado por la situación. A su lado lo acompañaban dos jovencitas más ó menos de su edad, las cuales los observaban con ávida curiosidad. Kai reconoció a una de ellas, lo que hizo mucho más penoso aún el asunto.

    —Creí que sería buena idea presentarlos, justo ahora que coincidieron en este lugar, ya que todos ustedes son pilotos— explicó Miller a duras penas —Mana Kirishima, Sophia Neuville, quiero presentarles a Kai Katsuragi y a Asuka Langley, pilotos de las Unidades Z y 02…

    —Ya conozco a Mana, Bob— señaló Katsuragi, saludando a la susodicha, una lindura delgada, con un metro sesenta de estatura y cabello castaño oscuro que le llegaba a los hombros —¿Cómo has estado, Mana? ¡Tanto tiempo sin verte! Me dio mucho gusto saber que eras la Quinta Elegida, eso quiere decir que nos podremos ver más seguido.

    —Kai… yo… quiero decir… eh…— balbuceó la aludida, cabizbaja, escondiendo el rostro entre las manos, obviamente deshecha de la vergüenza —Lo siento mucho… no sabía que ya tenías novia… digo, supongo que era de esperarse, ¿verdad?— a pesar de sus intentos por esconderlos, los presentes se percataron que sus ojos grises estaban vidriosos, a punto de romper en llanto —Aunque no esperaba que fuera tan de repente… y yo… ¡Perdónenme, soy una tonta!

    Mana hizo el intento por salir huyendo del lugar, al borde de las lágrimas, de no ser por que Rivera alzanzó a sujetarla por el brazo izquierdo justo cuando comenzaba a pegar carrera, ante las inquisidoras miradas de Asuka y de la aún ignorada Sophia, que a todas luces le exigían una explicación al muchacho, quien sólo atinaba a disculparse con Kirishima a tontas y a locas:

    —¡Espera, Mana! ¡No tienes que sentirte tan apenada, no es tu culpa, en serio!— le decía de forma apurada, forcejeando con ella para que no escapara —¡Que tenga novia no quiere decir que no podamos ser amigos!

    Al contemplar la penosa escena que había desencadenado indirectamente, Robert Miller sudaba copiosamente, nervioso de lo que pudiera pasar con esa jauría de chiquillos, por lo que decidió emprender la graciosa huída antes de tener que verse más involucrado en semejante vericueto:

    —Ustedes me disculparán, jóvenes, pero aún me quedan por atender varios inconvenientes antes de que termine el turno— pronunció con dificultad a la vez que empezaba a alejarse discretamente —Seguro tienen mucho de qué platicar, así que los dejo a sus anchas, ¿les parece? Y siéntanse en la libertad de visitar nuestro comedor, supe que ahora hicieron costillas a la barbacoa… ¡Nos vemos!

    —¡Booooob! ¡Espera un poco, creo que yo debería ir contigo!— suplicó el desesperado muchacho, envuelto en un círculo por sus tres compañeras —¡Después de todo aún no me entregas tu reporte completo! ¡Bob! ¡No me dejes solo, compadre!

    —¡Momento, señor Casanova!— lo detuvo Sophia cuando intentaba imitar al Director Miller, sujetándolo por detrás del cuello de la camisa —¡No irás a ningún lado hasta que le des una buena explicación a Mana! ¿Sabes lo emocionada que estaba esperando este día? Durante toda la semana no estuvo hablando de otra cosa más que de ti.

    —¿De veras? No me lo imaginé— respondió lastimeramente, al verse atrapado.

    —Sophia, no, por favor… no te enojes, no es necesario que me explique nada, en serio…— musitó la acongojada Mana, no queriendo involucrar de más a su amiga.



    Por otra parte, en medio de su desesperación, Kai se tomó el tiempo suficiente para observar mejor a Sophia, a quien sólo la había visto de pasada entre la confusión. Desconocía muchas cosas acerca de ella, salvo su nombre y que se trataba de la Sexta Elegida, la piloto asignada al Eva Beta en construcción en ese lugar. Además de que tenía catorce años y era americana, lo cual había leído en el expediente.

    Cuando vio su fotografía, y ahora que podía hacerlo en vivo y en directo, había algo en ella que tenía cierto aire familiar. Quizás por sus rasgos que le daban un aire latino, muy parecidos a los suyos, con su piel bronceada y ese largo cabello negro que reposaba en su espalda. Además detectaba un ligero acento sureño en su inglés, lo más probable es que fuera de alguna provincia sudamericana.

    Cuestión aparte, se sentía sumamente intimidado por la chiquilla, quien era casi de su estatura. Esos ojos negros transmitían mucha agresividad, bastante para alguien que apenas lo acababa de conocer, además de la forma tan hosca en la que lo seguía sujetando. Agréguenle a eso su vestimenta decorada con camuflaje militar, un ajustado top que traía embarrado en el torso y un pantalón que llevaba puesto de la misma manera, terminando con las pesadas botas que calzaba y entonces podían tener encima a una sensual pero amenazadora jovencita.



    Asuka, tan suspicaz como siempre, también notó ese detalle, acudiendo en auxilio del nervioso muchacho:

    —¡Ya la oíste, así que déjalo en paz! ¡Además, tampoco es para que me lo maltrates tanto!— pronunció la joven europea, liberando a Katsuragi de un manazo.

    —¡¿Cómo te atreves, oxigenada metiche?!— Sophia no tardó en responder airadamente, encarándola —¡Todo esto comenzó por tu culpa, por si no te has dado cuenta!

    —¡¿De qué diablos crees que estás hablando?!— Langley hizo lo suyo, por su parte —¿Y a quién le estás diciendo metiche? ¡No te vayas a morder la lengua!

    —Muchachas, cálmense, por favor— pronunciaron al mismo tiempo Kai y Mana, sin estar del todo seguros qué hacer con esas dos.

    —¡Ah, con que quieres pelea! ¿No es así? Cuidado, nenita, que podrías salir muy lastimada.

    —¡No me hagas reír! ¿Crees que le tengo miedo a una marimacho cómo tú? ¡Bestia!

    —¡Bruja pelos de paja!

    —Muchachas, cálmense, por favor— repitieron Kai y Mana, aunque en un tono cada vez más apagado.

    —¡¡Ustedes dos cállense!!— respondieron las otras dos en una misma voz.

    Los dos retrocedieron un paso, asustados, abrazándose el uno al otro para ahuyentar el temor, mientras que la refriega de insultos entres las otras dos muchachitas seguía su frenético ritmo, sin vislumbrarse un desenlace próximo.

    No fue hasta que Asuka, recobrando un poco la lucidez, pronunció en voz tan fuerte que terminó por imponerse a todos los demás:

    —¡¡Momento!! ¿Quisiera alguien explicarme cómo empezó todo esto? ¡Porque yo no tengo la menor idea de que está pasando aquí!

    —¿Porqué no se lo preguntas al galanazo de por allá?— le contestó Sophia, refiriéndose a Kai y cruzándose de brazos, cansada por toda la discusión.

    Enseguida la atención se centró de nuevo en el indefenso muchacho y la acongojada Mana, a su lado, quien aún continuaba apenada por todo el episodio, sacudiéndose nerviosamente.

    —Bueno… verás… ¿cómo empezar? Lo que pasa es que Mana también nació durante el Segundo Impacto, como yo, y nos conocimos hará cosa de dos años en uno de esos estúpidos especiales de televisión… entonces… pueeees… nos entendimos muy bien en el tiempo que estuvimos juntos y…

    Tanto él como Kirishima enrojecieron entonces, haciendo que Asuka se preguntara que tan “bien”era que se habían entendido, a la vez que fulminaba con la mirada al muchacho.

    —Pero nunca fue nada formal, así que Mana fue la que tuvo que preguntarle si quería ser su novio— completó Sophia a mansalva, cuando Rivera se había callado sin saber cómo explicar la parte que seguía del relato.

    —¡Sophia, no!— masculló entonces Mana, con el rostro completamente enrojecido, alcanzando los límites de vergüenza que cualquier persona pudiera soportar.

    —¿Y entonces?— preguntó Langley, tratando de tranquilizarse como fuera posible.

    —¿Entonces? ¡Nada! Este pelmazo se fue al siguiente día, diciéndole que cuando se volvieran a ver le respondería… ¡el muy cretino!

    —¿Y pasaste todo estos dos años…?— le preguntó incrédula la joven alemana a Kirishima, quien se revolvía incómoda en su lugar —¿Esperando volverlo a ver sólo para saber su respuesta? ¿Estás hablando en serio?

    —Pues… sí… así fue…— contestó ella casi en un susurro, rehuyendo la mirada de la muchacha rubia —Yo… siempre mantuve mis esperanzas en que este día llegaría, y entonces… pero luego…— su voz comenzó a quebrarse y sus ojos a ponerse vidriosos.

    —Calma, Mana, no es para tanto— intentó consolarla Rivera, poniendo sus manos sobre sus hombros —Lamento mucho como se dieron las cosas, sobre todo saber que te hice esperar todo este tiempo, no sé que pueda hacer para que me perdones… en ese entonces aún no estaba preparado para un compromiso y no me puse a pensar en la importancia que podrías darle a mis palabras... eso fue bastante insensible de mi parte, y tengo que admitir que fui un completo estúpido, lo siento mucho... debes estar furiosa, me imagino…

    —No, para nada— musitó la jovencita, enjuagando sus lágrimas y haciendo un gran esfuerzo por sonreír, aunque no le costó tanto trabajo al ver el rostro del muchacho —No tienes la culpa de nada, yo fui la que se tomó tan en serio esas palabras, fui muy tonta al no ver entonces que aquello no tenía futuro. Lo siento mucho, creo que les causé muchas molestias a ti a y a tu novia…

    —¡Cómo crees!—exclamó Asuka, ocultando su verdadero sentir —Qué pena por ti, sobre todo después de saber todo lo que esperaste, pero ahora Kai es sólo para mí— pronunció melosamente, sujetando al susodicho por el brazo —Cuanto lo lamento, pero espero que entiendas que así es esto del amor… a veces se gana, a veces se pierde… y hoy te tocó perder, lindura.

    —¡Ay, por favor!— masculló Sophia, cansada.

    —No, ella tiene razón, Sophie— Mana intervino antes de que otra discusión estallara —Así es el amor. Además, tienes que admitir que una muchacha tan hermosa como Asuka hace mejor pareja con Kai que yo. ¡Nunca tendría oportunidad, frente a ella! Me da mucho gusto por ti, Kai, que hayas encontrado una novia tan bonita.

    Los demás tragaron saliva, al notar la sonrisa tan cálida y afable en el tierno rostro de la jovencita, el cual parecía tener un brillo celestial en esos momentos. Estaba siendo sincera al compartirles aquellos sentimientos, no cabía duda. Los tres estaban maravillados, unos más que otros, pero al fin y al cabo sorprendidos de haberse encontrado a una persona así, mucho más buena que el pan. Nunca lo hubieran creído posible, en ese mundo, en esa época, que existieran personas tan virtuosas como Mana. Pero así era y parecía tratarse de un auténtico milagro.

    —Pero estoy seguro que podremos seguir siendo tan buenos amigos como antes, ¿no crees?— le dijo el joven, aún sintiéndose culpable por haberla hecho llorar.

    —¡Me encantaría!— respondió enseguida la muchacha —Además, nunca sería capaz de odiarte, siempre seguirás siendo mi primer amor, pase lo que pase. Fue una ilusión muy bella, mientras duró…

    —Yo me largo de aquí antes de que me hagan vomitar— refunfuñó Sophia, dándole la espalda a sus acompañantes, no sin antes dirigirle por última vez una furibunda mirada de desprecio a Kai —Además ya me cansé de que todos estos lelos pervertidos se me queden viendo…

    —¡Sophia, espérame!— gritó Kirishima mientras Neuville continuaba alejándose —Perdónenla, por favor, no es muy sociable que digamos. Pero una vez que la conozcan se darán cuenta que es una buena persona.

    “Se nota” pensaron Asuka y Kai al ver como se marchaba, sin haberse dignado a despedirse apropiadamente, faltando a propósito a las más elementales normas de etiqueta.

    —Bueno, será mejor que también me vaya, no quiero estar haciendo mal tercio— repuso Mana, tomándose su tiempo para despedirse cordialmente —Mucho gusto en haberte conocido, Asuka, cuida mucho a Kai, ¿quieres?— le dijo mientras estrechaba sus manos amistosamente, con una cordial y genuina sonrisa en el rostro que hacía sentir muy miserable a la alemana.

    —Seguro, tú también cuídate mucho, Mana— apenas si alcanzó a responderle, en medio de su desatino.

    —Les deseo la mejor de las suertes, y que disfruten mucho su viaje— terminó diciendo mientras se iba, alzando la mano para despedirse —¡Hasta luego, Kai! ¡Nos veremos pronto!

    —¡Adiós!— contestó el muchacho para que entonces la jovencita se apurara a alcanzar a su amiga, quien ya se había perdido de vista.



    —Diablos, me siento como si fuera basura— musitó lastimeramente Asuka, una vez que Mana se había ido.

    —También yo, me siento horrible… mientras más pronto nos vayamos de este lugar, mejor— confesó Katsuragi, apesadumbrado —Más vale que me apure a recoger ese estúpido reporte para largarnos cuanto antes de aquí. Por cierto, ¿dónde se habrá metido el tarado de Bob?— preguntó para luego ponerse la mano en la frente a modo de visera e inspeccionar los alrededores, buscando al Director Miller.

    —Olvídalo, ya volverá. Mejor vayamos a sentarnos un rato, ¿quieres?— propuso la muchacha —¡Ya me cansé de estar parada tanto tiempo! Las piernas me están matando, ese recorrido duró demasiado.

    —Lo que digas, mi reina— asintió Kai, tomándola de la mano.



    Cuando comenzaron a caminar, Rivera quiso echar un último vistazo al Eva en construcción, fruto directo de su imaginación. ¡En verdad que se veía impresionante! Aunque se sentía un poco incómodo sabiendo que esa loca violenta, Sophia, sería quien lo pilotearía. Seguramente que se convertiría en una espléndida máquina asesina con aquella sociópata a los mandos de esa cosa.

    Estaba inmerso en aquellos ociosos pensamientos cuando de repente su visión se tornó roja. Confundido, lo primero que hizo fue llevarse la mano al rostro, sólo para que ésta quedara embarrada de un viscoso líquido carmesí, el cual brotaba copiosamente de su ojo izquierdo. Pronto ya había un charco de esa cosa a sus pies.

    —¿Sangre?— pronunció alarmado, sin entender lo que pasaba.

    Cuando volvió a mirar al Eva Beta, comprendió que ya no estaba más en el Área 51. Había vuelto a ese extraño lugar en su mente al que a veces iba, del cual no sabía como es que había llegado, ni mucho menos como salir de allí.

    Imágenes inconexas se sucedían rápidamente frente a sus ojos, sin que tuvieran algún sentido para él, desorientándolo aún más de la cuenta. A ello se aunaban espantosos gritos de desesperación, de dolor, de terror.

    Gigantes inmisericordes se alzaban a su vista, batiéndose en feroz duelo.

    —¡¡¡NOOOOOO!!! ¡YA BASTA, DETÉNTE!

    Una espada empapada en sangre.

    —¡ME VENGARÉ! ¡JURO QUE TE MATARÉ POR ESTO!

    Un esqueleto ardiendo se retorcía violentamente, escupiendo bocanadas de fuego incandescente.

    —¡TÚ LA MATASTE, MALDITO MONSTRUO!

    Enormes, voraces y sofocantes, llamas levantándose como lenguas haciendo gestos obscenos comenzaron a extenderse por todo el sitio, consumiendo todo a su paso. Ante la aterrorizada vista del muchacho, el Eva Beta tampoco fue la excepción, al ser devorado por completo por el fuego implacable. Sus cascajos cayeron como los de una vela derritiéndose, para dejar en su lugar a una nauseabunda criatura reptilesca, la cual no tardó en confundirse en aquel incendio infernal.

    Se alzó imponente sobre las cruentas llamaradas, rugiendo. Unos enormes cuernos nacían en su cabeza, haciendo la escena algo dantesca, con los gritos, el fuego y la horripilante criatura con cuernos alzándose sobre todos ellos a la vez que batía unas enormes alas negras de cuero que cubrían todo el firmamento, trayendo consigo una noche profana.

    Abrió su boca y de ella comenzó a surgir un destello que fue haciéndose más y más intenso, hasta que ante la impávida vista del muchacho todo se tornó blanco, y luego…

    —¿Qué te pasa?— preguntó Asuka viendo como Kai miraba hacia la nada, con los ojos tan abiertos, casi como si estuviera asustado.

    —No, nada… nada— musitó Katsuragi, despabilándose. Estaba de vuelta a donde pertenecía. Todo estaba bien ahora —Estaba pensando que mejor le marco al celular de este chango…



    Robert Miller entró apresuradamente a su despacho, cerrando la puerta tras de sí. Ni siquiera se preocupó por encender las luces, dejando el cuarto apenas en penumbras. Respiraba aliviado por haber podido escapar a tiempo del pandemonium que él mismo había desatado, aún si había sido sin intención. ¡Condenado Kai! ¿Quién iba a pensar que tenía sus queberes con Mana? Y más aún, si traía consigo a esa hermosura de muchacha. Ni hablar, había tipos con mucha suerte. En cambio él apenas si podía recordar cuando fue la última vez que salió con una mujer, si es que alguna vez lo había hecho. Jodido mundo. Mientras unos tenían tanto, otros, como él, tenían tan poco y debían dedicar su vida a su trabajo. En fin, cada quien tenía lo que se merecía.

    —Oh, vamos, Robert— escuchó una voz portentosa que venía de su escritorio, con marcado acento europeo —No seas tan pesimista. Hay un dicho que siempre hay un roto para un descosido, así que anímate. Estoy seguro que allá afuera debe haber alguien para ti… supongo…

    —¿Quién está ahí?— preguntó Miller, casi muerto del susto. Su primer reflejo fue pegarse contra la puerta y buscar el interruptor de la luz.

    —Déjalo así, director Miller. Me siento mucho más cómodo con las luces apagadas— pronunció el visitante, levantándose. Robert apenas pudo entrever una enorme silueta oscura detrás de su escritorio. Pero pudo distinguir de la oscuridad lo suficiente como para reconocer la identidad de su lúgubre acompañante.

    —¿U-Usted?— tartamudeó nervioso, mientras se recargaba aún más en la pared, queriendo alejarse lo más que pudiera de aquella persona. Estaba al borde de un ataque de pánico —¿Qué está haciendo aquí? Creí…

    —Tranquilo, Robert, estamos entre amigos, recuérdalo— lo instó aquella sombra siniestra, aunque la manera amenazante en la que se iba acercando a él decía todo lo contrario —¿Ya no te acuerdas de la clave de acceso ilimitado que me dio Lorenz? Me otorga libre entrada a toda instalación científica y militar de este país, incluida esta.

    Miller ya no contestó, paralizado por el miedo. Sabía que si hacía cualquier movimiento en falso, cualquier respuesta errónea, cualquier indiscreción, podía darse por muerto.

    —Bobby, Bobby…— murmuró la aparición en tono conciliador —No puedo creer que todavía tengas esa imagen de mí. Creí que después de todo este tiempo ya me tendrías más confianza.

    Bob comenzó a sudar copiosamente, con cada músculo de su cuerpo rígido, tensados por una fuerza invisible. Todo lo que estaba diciendo… ¿cómo diablos podía saberlo? ¿Quién demonios era en realidad ese sujeto? Se divertía de lo lindo torturándolo de esa manera, en lugar de simplemente matarlo y ya.

    —Descuida, hombrecito, no estoy interesado en tu vida— pronunció su acompañante, paseando por el despacho —Y será mejor que no te quiebres esa cabezota tuya tratando de entender lo que soy, no eres tan listo. Simplemente pasaba por aquí en mi trayecto al Japón y quise venir a visitarte, es todo.

    —Katsuragi está aquí— musitó el Director Miller con un hilo de voz —Si acaso llegara a verlo, todo el plan se vendría abajo…

    —¿Katsuragi? Ah, quieres decir ese chico, Rivera— la sombra comenzó a reírse con aire macabro, semejando a un espíritu chocarrero —¡Vaya coincidencias que da la vida! No, aún es muy pronto para volvernos a encontrar. Y por su bien, más le valdría que eso no sucediera nunca. Confío en que no habrás permitido que se enterara de nuestras pequeñas… modificaciones… ¿verdad?

    —¡No! No… claro que no…— respondió de inmediato —Pude disimular algunos aspectos significativos en cuanto a la estructura genética, y por suerte esa chica alemana que trajo consigo lo ha mantenido muy ocupado. Está tan distraído que no se ha dado cuenta de nada. Ahora mismo venía a darle los últimos retoques al reporte final que iba a darle, pero estoy seguro que no le pondrá mucha atención, está con demasiada prisa.

    —Perfecto— asintió la aparición, sonriendo satisfecho —Entonces lo dejo todo en tus manos, Robert. Me quedaré un rato por aquí, si te parece, para revisar los avances en el trabajo. Estoy muy complacido por tu desempeño, Director Miller, y estoy seguro que SEELE también lo estará. Nos vemos.



    Cuando abrió la puerta y dejó entrar la luz Robert pudo verle mejor las espaldas, cubiertas por ese largo cabello gris y su gabardina negra. Una vez que cerró la puerta y se fue, Miller pudo derrumbarse en el piso, aliviado por haber sobrevivido al encuentro, mas agobiado por el propio peso de la culpa, al haber traicionado a un amigo.

    Su teléfono celular timbró en ese momento, haciendo que se sobresaltara como si estuviera sufriendo un infarto.

    —¿Sí? Ah, Kai. Sí, precisamente eso vine a buscar a mi despacho, pensaba llevártelo justo ahora. ¡No, no te molestes! Tú quédate donde estás, yo te lo llevo. Sí, está bien. ¡No te muevas de allí! ¿Entendido? Bien, enseguida te veo, entonces.

    Miller apagó el aparato, tan sólo para lanzarlo luego por los aires, queriendo desquitar su frustración con cualquier cosa. Después de haberlo hecho aquella frustración se volcó en copioso llanto, el cual se quedó encerrado en aquella oficina, junto con la oscuridad.



    Kai nunca se hubiera imaginado que la tan anhelada tarde que Asuka quería compartir sólo con él desde quien sabe cuanto tiempo, la cual había planeado tan minuciosamente, resultara ser tan… ¿cómo decirlo sin sonar ofensivo? Terriblemente aburrida. Desde que llegaron a San Antonio, apenas si se habían instalado bien en el hotel y ya la muchachita lo llevaba casi a rastras por toda la zona comercial de la ciudad, atestada de tiendas de ropa, accesorios y demás cursilerías frívolas que costaban un ojo de la cara. Tan sólo una copa de helado, el cual por cierto estaba muy insípido, le había salido en diez dólares. ¡Váyanse al demonio, cerdos capitalistas! No obstante, a la muchacha no parecía molestarle despilfarrar una parte de su cuantioso salario como piloto en prendas nuevas que pudiera lucir para levantar suspiros y envidias, además de satisfacer su propio ego. Pero no habían gastado sólo dólares en ese lugar. Llevaban allí desde la mañana y la tarde ya estaba muy entrada cuando, atestado de bolsas y paquetes que debía cargar, Rivera sintió que ya no podía soportar más todo aquello.

    —¡Ya basta!— pronunció, ahogado en el tumulto de paquetes que venía cargando —¡Juro que si entro a otra tienda más, vomitaré! ¿Me oíste bien? ¡Vo-mi-ta-ré!

    —¡No seas así!— refunfuñó Asuka, tironeándolo de un brazo —¡Sólo me faltan dos lugares más a los que quiero ir! Te prometo que son los últimos, así que anda, no te pongas en ese plan… además, todavía quiero comprarte unos lentes que creo se te verían geniales…

    —¡Que no!— se rehusó el muchacho, plantándose en su lugar —¡Si quieres, tú ve, pero yo aquí me quedo! ¿Entendido?

    Los dos permanecieron en silencio, examinado sus respectivos gestos. Asuka de veras quería que Kai estuviera a su lado todo el tiempo, y el que fuera de compras con ella, actividad que disfrutaba como pocas, realmente significaba mucho para la jovencita. Sin embargo el muchacho ya estaba harto de aquél frenesí desbocado de consumo y no estaba dispuesto a seguir tolerándolo más tiempo. Cinco horas, que para la jovencita de cabello rubio habían pasado como volando, para el joven Katsuragi habían sido eternas e insoportables. Langley examinó muy bien la mirada de su acompañante, la cual le decía mucho acerca de su cansancio y el fastidio que todo aquello le producía.

    —Muy bien, como tú quieras— finalmente accedió, al no querer provocar una discusión mayor —Espérame por aquí, no tardaré mucho— le dijo mientras se encaminaba a los locales que ella y su tarjeta de crédito querían visitar con tanto afán.



    Al escucharla decir eso, Rivera supo que iba a tener bastante tiempo para descansar y reponerse del extenuante maratón por toda la zona comercial de San Antonio. Abatido, buscó una banca en los alrededores en donde pudo reposar tranquilamente y librarse por un momento de su aparatosa carga, la cual colocó en su mayoría a un lado suyo. Únicamente conservó entre sus manos una suerte de lagarto lanzallamas rojo de peluche, él cual él mismo le había comprado a Asuka. El momento en que se lo obsequió había sido quizás el único que había valido la pena de todas esas cinco horas, casi seis si contamos los últimos cuarenta minutos. Sabía que aquella criatura era su favorita de un popular videojuego.

    —¿Tú qué piensas, Charmander? ¿Esta relación va viento en popa o qué?— le preguntó al juguete, obviamente sin recibir respuesta alguna.

    —¿Qué puede saber un pelmazo como tú?— pronunció abatido, haciéndolo a un lado para pasar las manos detrás de su cabeza —Mejor espérate a que evoluciones y luego te pones a darle consejos a la gente, ¿de acuerdo?

    Suspiró profundamente, con la mirada clavada en la lejanía. Tenía ganas de un cigarrillo, pero Langley lo mataría si acaso se enteraba que había estado fumando en su ausencia. Él sabía que no debía darle tanta importancia al asunto, después de todo es muy común que las parejas tengan sus desacuerdos y no siempre comparten los mismos gustos. Además, si se ponía a pensarlo, la gran mayoría de los hombres detestaba tener que acompañar a sus mujeres cuando éstas iban de compras. Era algo así como una ley natural o algo por el estilo, nada como para ponerse a rasgarse las vestiduras. No, lo que lo hacía sentir tan incómodo era algo muy distinto. Pero no quería admitirlo. Asuka, sin lugar a dudas, era la joven más hermosa que se había encontrado hasta ese entonces, incluso más que Rei, en algunos aspectos. Y sí, era muy simpática, alegre, extrovertida, vivaz, elocuente… se divertía bastante a su lado… pero…



    Terminó por lanzar un hondo suspiro, abatido. Después de un rato quiso sustituir su ansiedad con el hambre que traía desde hace un buen rato. A la hora de almorzar él había querido pasar por un establecimiento de comida rápida, pero Langley no lo permitió y acabaron en un elegante restaurante francés por el centro de la ciudad. No era que le disgustara la cocina francesa, pero los someros platillos, aunque eso sí, exquisitos, no le bastaban para llenarle una muela al apetito juvenil de Rivera.

    Además, ese aroma de hot-dogs en la plancha llevaba tentándolo desde que había tomado asiento. Así que, ingeniándoselas para volver a cargar los paquetes de su novia sin que ninguno se le cayera en el trayecto, cruzó la calle hacia la banqueta en la que el carrito de los hot-dogs estaba acomodado.

    —Tres con todo, por favor— pidió al encargado mientras su olfato se deleitaba con el aroma que expedía la salchicha enrollada con tocino al ser cocinada en la plancha.

    Con gesto complaciente el cocinero se prestó a atender el pedido, poniendo manos a la obra para preparar el alimento de su cliente. Mientras lo hacía el muchacho pudo detectar cierto gesto de satisfacción en aquel hombre al estarle atendiendo. Parecía que estaba disfrutando bastante al estar sirviéndole comida. “Seguramente soy el primer cliente en todo el día” pensó en sus adentros al examinar más detenidamente al sujeto frente a él. “No lo dudo. Debe ser bastante difícil venderle unos simples hot-dogs a la bola de estirados que se la pasa rondando por aquí”.



    Pero la razón por la que ese tipo bonachón de escuálida presencia y ojillos adormilados se jactaba era otra muy diferente a la que el chiquillo suponía, tal y cómo se lo reveló momentos después:

    —Sabía que no ibas a poder resistirte a la comida chatarra— pronunció casi en un susurro, pero con tono divertido —Te conozco muy bien, Kai Rivera.

    —¿Ah, sí?— pronunció el muchacho, extrañado, a la vez que comenzaba a buscar en los registros de su memoria en el rostro de aquella persona, sin un resultado positivo, por lo que tuvo que pedir más señas —¿Y de dónde, si se puede saber?

    —Fui compañero de tu padre, allá en los tiempos de GEHIRN.

    —¡Oh, sí!— asintió Kai al mismo tiempo que pensaba “Pobre hombre, qué tan mal le habrá ido después de eso que terminó vendiendo hot-dogs en un carrito” —Ya recuerdo… lo siento mucho, ya hace tanto tiempo de eso, Profesor Owen…

    —Es cierto… ¡cómo pasa el tiempo! Llegué a cargarte en mis brazos, y ahora… ¡Mírate, nada más! Cada vez te pareces más a tu padre— le dijo cuando le hacía entrega de su pedido, sin darse cuenta del disgusto que provocó en su acompañante con su último comentario.

    —Están buenos— dijo el muchacho, saboreando la comida en su boca —¿Puede darme algún refresco de limón, por favor?

    —No fue fácil llegar hasta ti, ¿sabes?— continuó el Profesor Owen al hacerle entrega de la bebida requerida —Kaji me dijo que estarías este día en San Antonio, pero no me imaginé que la seguridad a tu alrededor iba a ser tanta— dijo refiriéndose a una flotilla de guardaespaldas bien disimulados en el gentilicio que los rodeaba.

    —Yo tampoco estoy contento con eso, pero los del gobierno americano insistieron bastante al respecto… me da miedo inclusive ir al baño, no sea que estos fulanos también vean por las paredes… pero, ¿acaso me dijo que habló con Kaji?

    —Así es, somos colaboradores muy cercanos en un negocio particular…

    —¿Quiere decir que anda en los mismos pasos que él?

    —Efectivamente… ¡no me digas que de veras creíste que me dedico a vender hot-dogs! No me fue muy bien cuando GEHIRN se disolvió, pero tampoco tan mal, muchacho… únicamente fue un artilugio que se me ocurrió para burlar a esos gorilas que tienes de sombra y acercarme lo suficiente a ti para poder conversar a gusto…

    —Caramba, profesor, me siento muy halagado por sus atenciones. Pero si tanto quería verme bien pudo marcar mi teléfono y con todo el gusto lo hubiera atendido.

    —No, imposible— recalcó el ansioso sujeto, cambiando su actitud despreocupada a severa en un solo instante, lo que llegó a confundir más al muchacho —Tenía que ser aquí, lejos de Gendo, donde él no pudiera saber que nos encontramos…

    —Mire, si es por lo de su negocio yo ya le había dejado muy en claro a Kaji que a mí no me gusta andar en esos mitotes políticos y estupideces de esas. Cooperé con él para que los dos obtuviéramos lo que cada quien necesitaba, y allí acabó toda colaboración con él y su organización, tan sencillo como que se rompió una taza y cada quien para su casa.

    —Si, estoy enterado al respecto— pronunció resignado el hombre, con la decepción asomando a sus ojillos medio cerrados —Y aunque quisiera que reflexionaras un poco más al respecto, no estoy aquí contigo en estos momentos para eso. Se trata más bien… de un favor que le hago a un viejo amigo…

    —¿Favor?— replicó el joven Katsuragi, habiendo terminado con su comida, limpiándose con una servilleta de papel los restos de catsup y mostaza en sus labios.

    —Así es… específicamente a tu padre— confesó el profesor, como aquejado por una pena pues no pudo ver a los ojos al muchacho —No soy tonto, Kai, estaba muy bien enterado que José... Joe... no era, para nada, un padre modelo. Sé por todo lo que les hizo sufrir a tu madre y a ti— murmuró apesadumbrado —Aún así, unos cuantos días antes de que ocurriera… aquello… puede que lo esté imaginando, pero a mí me parece que él de alguna manera presentía lo que le iba a pasar… pues me hizo jurar por la tumba de mi padre que, cuando tuvieras la edad suficiente, te daría esto…



    Las manos de ambos temblaban de emoción al momento en que el Profesor Owen le hacía entrega al muchacho de una pequeña valija rectangular de cuero, ya algo desgastada por el paso del tiempo en ella.

    —¿Qué… qué es esto?— preguntó vacilante el joven Rivera, aturdido por el inesperado suceder de los acontecimientos. Tenía en sus manos una pieza de un pasado que creía ya olvidado, legada por su finado padre. ¿Qué pretendía al hacérsela llegar de esa manera, después de tanto tiempo?

    —Ni yo mismo lo sé, a pesar de haberla guardado todo este tiempo— confesó el falso vendedor de comida chatarra —José también me hizo prometer que no vería el interior de esta valija… dijo que lo que contenía era algo que sólo le incumbía a él y a los miembros de su familia… varias veces estuve tentado a averiguar su contenido, pero aunque no lo creas soy muy supersticioso como para romper la promesa que le hice a un hombre que ya está muerto. Tu padre lo sabía, y creo que precisamente por eso fue a mí a quien le encargó esta tarea. ¡El muy bastardo!



    Kai ya no le respondió, quedándose sin habla al seguir contemplando su “herencia” entre sus manos. Esa valija no había sido abierta en más de diez años, guardando celosamente el secreto en su interior. Una ansiedad indescriptible le recorría todo el espinazo, y esa horrible sensación era la que le impedía reaccionar de alguna forma que no fuera quedarse inmóvil y enmudecido, con la mirada clavada en aquella pequeña valija que desde hacía cinco minutos se había convertido en todo su mundo.

    —¿Y bien?— preguntó Owen al cabo de unos instantes, a todas luces impaciente pero igual de emocionado que el chiquillo —¿No piensas abrirla?

    —¿Eh?— masculló confundido el muchacho al salir de su estupefacción —¿Ya, ahorita? Creo que mejor debería abrirlo cuando esté solo, ¿no le parece?

    —¡Olvídate de eso, muchacho! ¡He guardado esta cosa por once años y, maldita sea, tengo todo el derecho a saber qué estaba dentro de esa desgraciada valija!

    —Pues… ya que lo pone de ese modo, supongo que tiene razón— al momento de decir estas palabras el muchacho retrocedió dos pasos, por precaución, al ser testigo de la explosiva exasperación en la que se encontraba su acompañante —Muy bien, entonces veamos que tenemos entre manos…

    Lentamente, como si quisiera hacer ese momento aún más lento y dramático de lo que ya era, el muchacho recorrió el cierre de la valija para abrirlo y revelar el misterio de toda una década. De la misma manera, sus dedos, torpes y vacilantes, se introdujeron en el interior para entonces sacar un recopilador con un montón de notas y apuntes sueltos.

    —¿Pero qué diablos…?— fue lo que exclamó el Profesor Owen cuando también tuvo la oportunidad de revisar el contenido de aquél tesoro que había guardado tan celosamente por tanto tiempo.

    —Son varios extractos de distintas publicaciones… parece ser que era una investigación que mi padre estaba haciendo y que dejó inconclusa— dijo el muchacho al revisar muy de pasada algunas de aquellas hojas redactadas en español.

    Únicamente detuvo su vista en un pasaje resaltado con marcador, lo cual consiguió llamar su atención, y que rezaba así:



    “¡Profano invasor, asesino de mi gente! No te maldigo solamente a ti, sino que por tus actos has condenado también a toda tu estirpe. Te maldigo aquí, sobre esta tierra manchada por la sangre querida que te atreviste a derramar, y pongo a los dioses como testigos de esta afrenta e intercedan en mi favor, a la vez que te lo aseguro: Ninguno de ustedes, los de la familia maldita, podrá gozar de una larga vida ni de una muerte dulce. Y yo, por mi parte, obtendré mi venganza anunciando con flores tu muerte, y la de todos tus hijos, hasta la de tu último descendiente…”



    —Esas sí que son palabras mayores— observó el chiquillo, un poco inquieto —Quien haya dicho eso, debió estar muy enojado…

    —Hum, después de todo, el contenido sólo le concernía al dueño y a su hijo— refunfuñó Owen, dejando el bonche de hojas que había tomado en paz de una buena vez, pues no entendía nadita de español.

    —¿Qué pretendía mi padre al dejarme todo esto? No lo entiendo…

    —Tal vez quería que terminaras el trabajo por él, o algo así. A José nunca le gustaba dejar las cosas inconclusas.

    —Claro, como tengo tanto tiempo libre— bufó el muchacho, volviendo a guardar todos los papeles. Ya tendría tiempo más tarde de revisarlos con mayor detenimiento —¡Miserable! Por un momento pensé que sería algo así como una disculpa o alguna clase de explicación… y tan sólo se trataba de más de su basura de historiador.

    —No deberías hablar de los muertos de esa manera, muchacho— advirtió el profesor, incómodo —Pueden influir en nuestras vidas de maneras que ni siquiera te puedes imaginar— continuó, casi susurrándole al oído, como si temiera que alguien pudiera escucharlos.

    —Seguro— respondió Kai, aburrido y hasta algo avergonzado de la atemorizada actitud del Profesor Owen, lo cual le permitió dilucidar parte de su naturaleza supersticiosa. Eso debió haber influido bastante para que no le dieran cabida en NERV.

    —Como sea, lo mejor será que no tomes las cosas tan a la ligera y examines muy bien esos documentos en tus manos— le aconsejó, reponiéndose de inmediato —Tu padre te dejó todo esto por alguna razón, y el saber porqué es lo que te corresponde averiguar.

    —Así lo haré, Profesor Owen. Y disculpe las molestias que debió haberle causado guardar y entregarme esta valija después de tantos años. Aprecio mucho su esfuerzo.

    —Descuida, que lo hice con mucho gusto. No fue nada. Además, fue bueno volver a verte, y asegurarme que te encuentras bien. Pude notar que estás en muy buena compañía, ¿no es así?

    —No siga, por favor, va a hacer que me apene— repuso el joven, risueño.

    —Por cierto, una hermosa jovencita rubia se dirige aquí a toda velocidad— advirtió el profesor al observar a la distancia —Y parece ser que no está contenta, por alguna razón…

    —¡Ay, no! ¡Me va a matar!— exclamó el joven Katsuragi, apurándose a ocultar la valija en una de las tantas bolsas que llevaba consigo.

    —¡No puedo creerlo!— le reprochó Langley en cuanto lo tuvo a tiro —¡No puedo dejarte solo ni un momento sin que te pongas a tragar porquerías!

    —Perdón, es que no pude resistir el antojo— se excusaba torpemente el muchacho, mientras volvía a su penoso andar con todos esos paquetes encima, agregándoles los nuevos que Asuka había traído consigo.

    Entre regaños y paquetes, Rivera apenas si pudo voltear disimuladamente hacia atrás, para poder despedirse de alguna manera de aquél viejo compañero de su padre, el guardián de aquél legado que ahora estaba en su poder. El Profesor Owen asintió con la cabeza, sonriendo complacido al saber que su trabajo estaba hecho, mientras veía a la joven y adorable parejita perderse entre la muchedumbre.



    Aún después de tanto rato transcurrido, Mana seguía siendo un paño de lágrimas, lo que constituía una conmovedora imagen que enternecía incluso el duro corazón de alguien tan hosca como Sophia. Pese a todo, ver a Mana en ese estado le causaba un nudo en la garganta, sin saber qué decir o hacer para reconfortarla aunque fuese un poco.

    —Vamos, Mana, no te pongas así— masculló al buscar palabras de aliento para la muchacha —Las dos sabíamos que tarde ó temprano tendría que pasar, no sé porqué estás llorando de esa manera…

    —¡Aún así es muy difícil, Sophie!— protestó Kirishima, ahogada por el llanto —Separarte de tu mejor amiga, justo ahora que más la necesito…

    —¡Pero sí no será por tanto tiempo, chillona! Cuando tu Eva esté terminado tú también tendrás que ir a Tokio 3 y entonces podremos volver a estar juntas. No creo que se tome más de tres meses para eso, y si te pones a pensarlo bien no es tanto tiempo.

    —¡¿Y qué se supone qué voy a hacer todo este tiempo, sin ti, mensa?!— en un arrebato de emoción la chiquilla se le colgó del cuello a su amiga, queriendo de esta manera retenerla a su lado para siempre —¿Con quién diablos voy a hablar, entonces, si no es contigo? ¿Te das cuenta que estaré sola todo ese tiempo? ¡Sola, completamente sola! ¡Todo mundo me ha abandonado!

    —¡Mana! ¿Quieres dejar de ser tan melodramática, con un demonio? ¡Ya te he dicho que odio cuando haces eso!

    Sí, había sido un poco brusca al momento de decir aquellas palabras, liberándose de un empujón del abrazo de su amiga. Pero ya era algo tarde y estaba cansada, y lo último que necesitaba era que su compañera de cuarto se pusiera tan sensible y fuera a lloriquearle en su cama, justo cuando pretendía dormir.

    —Pero... pero...

    —¡Pero nada! Escúchame con atención, seso hueco, la situación es esta: las dos somos pilotos de Eva. En cuanto terminen de ensamblar mi Eva lo mandan hasta Japón, conmigo incluida. Y cuando terminen tu Eva, harán lo mismo contigo. Sólo serán un par de meses, a lo sumo, el tiempo que estemos separadas, tarada, no es para que te pongas a sollozar como si fuera el fin del mundo. ¡Además, todavía faltan tres semanas para que me vaya!

    —Es que el saber que te irás hará más difícil el tiempo que nos queda juntas...— dijo la jovencita de los ojos grises, enjuagando sus lágrimas mientras que hacía un puchero —Es muy triste. Además... ¿porqué la urgencia de mandarte a Japón? ¡Ya hay cuatro Evas allá! ¿Y quieren otros dos? ¿Cuál es la necesidad de que nos amontonen a todos juntos en ese horrendo país?

    —¿Me viste cara de alto funcionario de las Naciones Unidas ó qué fregados? ¡No tengo idea! Lo único que sé es que en los próximos días mandarán al estúpido de Rivera a pelear contra el Ejército de la Banda Roja y esos fulanos japoneses quieren a su reemplazo cuanto antes... ¡Y allí es donde yo entro! Es por eso que en parte no quiero ir... pensar que voy a ser una especie de sustituto para ese imbécil bueno para nada... ¡Me revuelve el estómago!

    —¿Dices que contra el Ejército de la Banda Roja? ¡Pobre Kai! Será terrible para él… una cosa es pelear contra monstruos gigantes, pero contra personas… Yo no podría soportarlo.

    —¿Porqué tendría que ser “terrible”, cómo dices?— preguntó su amiga con hastío, con una chispa de rencor centelleando en sus ojos —¡Se supone que será mucho más fácil, tripulando un Eva! Además, no veo porqué deba haber una maldita diferencia para ese asesino de masas, si ya ha matado gente antes…

    —¿Lo dices por lo de las Minas N2? Él me dijo una vez que las creó casi por accidente cuando era niño, que en ese entonces no podía imaginarse para lo que serían utilizadas. Dios mío, ¿cómo un niño de tres años podría saberlo?

    —Deberías ir a decírselo a toda esas personas muertas, Mana— repuso Neuville con fastidio, volteándole el rostro —Que fueron asesinadas por culpa de un estúpido parvulito.

    Kirishima guardó silencio por algún tiempo, observando la espalda de su amiga tendida en la cama, mirando fijamente la pared de a lado. Sus airadas reacciones y el desprecio con el que siempre se dirigía al muchacho le hacían suponer que había sufrido la pérdida de algún ser querido por culpa de aquellas endemoniadas bombas, las cuales habían segado tantas vidas alrededor del globo por ya varios años.

    —Perdóname si dije algo imprudente, Sophie— se excusó empleando el tono más dócil y humilde que pudo ocurrírsele —Pero aún así, no creo que debas echarle toda la culpa a Kai. Si te hace sentir más cómoda, y si quieres, podríamos hablar al respecto. ¿No te parece?

    A su vez, Sophia permaneció callada. De alguna manera le conmovía que aquella amiga tan querida, tan sincera, quisiera ayudarla. Después de tantos años, había tenido suerte de haber encontrado a una persona como Mana. Tal vez, si allá afuera hubiera más como ella, el mundo no estaría tan jodido como ella lo pensaba. Sin embargo, ya era muy tarde para todo eso. Para ella y para el mundo. Al cabo de unos momentos de vacilar, por fin le respondió:

    —Te diré qué, tontuela: déjame que me duerma de una vez y mañana te acompañaré a la ciudad para tomarnos un helado, como has estado fastidiando todos estos días. ¿Te parece? Es más, ¡yo te invito!

    Mana sonrió, aunque su gesto era mucho más de tristeza que de alegría. Esa era la forma de su amiga de salir al paso amablemente. “No gracias, prefiero no tocar el tema. Es muy difícil para mí”. Fue lo que ella entendió que le respondía. Pese a todo, seguía sin poder abrir aquella dura concha de agresividad en la que la muchacha se había refugiado, excluyendo a todos a su alrededor.

    —Muy bien— le contestó, levantándose para ir a su cama al otro extremo de la habitación, resignándose —Pero recuerda que es una promesa, ¿entendido?

    Sophia ya no respondió, haciéndose la dormida, aunque debajo de las sábanas con las que se había cubierto sus ojos continuaran abiertos de par en par. Si alguien hubiera podido ver su semblante se hubiera percatado del sufrimiento de aquella jovencita de catorce años, por no poder sincerarse con su mejor amiga.

    “Lo siento, Mana, lo siento muchísimo. No merezco una amiga como tú” suplicaba en sus pensamientos, sin permitirle a la persona de la cama de a lado que los conociera.



    —¿Y bien? No estuvo tan mal, ¿verdad?

    Asuka fue a sentarse junto a Kai, satisfecha, aunque un poco extenuada por el ejercicio. Frente a ellos se encontraba una de las pistas de patinaje sobre hielo más hermosas del planeta, uno más de los tantos atractivos turísticos de San Antonio.

    Se encontraba al aire libre, como la antigua pista en Rockefeller Center en Nueva York, circundada por un pintoresco parque con puentecitos y riachuelos, y aunque en esa época del año no podía apreciarse, repleto de verdes y frondosos abedules y pinos de distintos tamaños.

    —Tienes razón, linda— pronunció el muchacho, recuperando el aliento —¡Estuvo bastante bien! No sabía que patinar sobre hielo fuera tan estimulante… por fin le veo un aspecto positivo a este frío del demonio.

    Langley volvió a sonreír, complacida de escuchar eso. Aunque si bien se había mostrado renuente al principio, como siempre, no tardó mucho en enseñarle a Rivera los pormenores del patinaje sobre hielo. Ayudó bastante a que ya tuviera experiencia con los patines de ruedas en línea, además de sus dotes atléticas. Fue una buena idea lo de la pista de patinaje, después de todo. Les estaba yendo mucho mejor de lo que les habría ido si hubieran ido a bailar, dada la torpeza de Rivera en ese campo.



    La muchacha se recargó sobre su hombro, para que él pudiera abrazarla con ternura. Varias parejitas cerca de ellos hacían lo mismo, pues el ambiente se estaba prestando para ello. En aquella noche despejada con las estrellas tan claras como anuncios luminosos, una enorme luna llena reinaba en el firmamento, brindándole una romántica iluminación a todos los enamorados que pudieran disfrutar de aquél paisaje de fotografía.

    Siguiendo sus impulsos y dejándose llevar por el ambiente de ensueño Kai depositó un dulce beso que se alojó en los labios de su amada, quien le correspondió de la misma manera, quedando trenzados de esa manera por un buen rato.

    —Perdóname por ponerme tan terco hace rato— murmuró Rivera cuando se entretenía en acariciar el rostro de la jovencita europea —Aunque no lo creas, no tengo mucha experiencia en este tipo de cosas.

    —No, está bien. Yo fui la que debió ser más considerada y no obligarte a hacer algo que no te gustara. ¡Pero es que quiero estar contigo siempre! Aprovechar cada momento a tu lado, que nunca se acaben. ¿Puedes creerlo? ¡Me traes toda loquita!

    —Sí, bueno, tengo ese efecto en las chicas hermosas— dijo en tono de chanza, rascándose la nuca —No es algo que pueda evitar.

    —¡A veces puedes ser tan tonto!— le respondió la chiquilla, riendo por la ocurrencia.

    Silencio de nuevo entre los dos, pero la cercanía entre sus cuerpos permitía que las caricias se sucedieran por más tiempo, transcurriendo éste sin que los jóvenes amantes pudieran sentir su avance, tan concentrados como estaban.

    —Mana es muy bonita— pronunció Asuka en un susurro, después de un rato —Aunque me cueste un poquito admitirlo. Quizás tú y ella no harían tan mala pareja.

    Kai, inusualmente atento a las indirectas, para su fortuna pudo detectar el anzuelo oculto en aquella perniciosa observación de la muchacha, lo que le permitió responder justo de la manera en que ella quería que lo hiciera:

    —Sí, es linda, pero nadie es tan hermosa como tú. Contigo me saqué la lotería.

    Langley, con las mejillas enrojecidas, ya no respondió, pero sí lo estrechó fuertemente entre sus brazos. “Rivera burla a la defensa, se perfila para disparar y… ¡GOOOOOL!!” pensó en aquellos momento el joven, satisfecho por su actuación.

    —Ojalá que esa pobre muchacha pueda encontrar a alguien, se lo merece. ¿Sabes quién sí haría una excelente pareja con ella? ¡Shinji! ¡A cual más de timoratos los dos! ¡Ay, qué risa me da, nomás de imaginármelos! Si hasta puedo ver la cara que pondría el tonto de Shinji, cuando quisiera darle un beso…

    —Quizás sean parecidos en ese aspecto— señaló el joven Katsuragi, sin compartir del todo el ánimo de su acompañante —Pero hay entre ellos una enorme diferencia: Mana es dulce y honesta, es de sentimientos más positivos y puros; en cambio Shinji es de una naturaleza negativa, cobarde e incluso podría decir que ruin en su egoísmo.

    —¡Quién iba a creer que pensaras así de él!— exclamó sorprendida Asuka —Tan amigos que se ven, los dos juntos…

    Y en efecto, mucha gente que conocía a ambos pilotos era de la opinión que de los dos eran grandes amigos, pues era muy frecuente que se les viera andar juntos, tanto en la escuela como en el trabajo, sin sospechar la incipiente, casi secreta animadversión que existía entre esos chiquillos.

    —No me malentiendas, no quiere decir que lo odie o algo parecido. A decir verdad, hay veces en que siento mucha compasión por el pobre diablo y me consta que he querido ayudarlo. Pero desgraciadamente él es una de esas personas que si le tiendes la mano te arrastrarán con ellos a su inmundicia. Además, déjame decirte que nunca he confiado en él, desde que lo conocí. Nunca.

    —¿Es verdad que una vez te arrojó un ladrillo a la cabeza? No podía creerlo cuando Hikari me lo contó. Shinji, que parece que no quiebra un plato.

    —¡Ah, sí, ya recuerdo! Se me había olvidado, tan estúpido que fue todo aquello. Otra de las veces que quise ayudarlo y el muy ingrato por poco y me parte la cabeza. Es por eso que ya no le doy la espalda a ese orate desgraciado. Mucho más a últimas fechas. ¿Has visto la manera como me mira? Tiene envidia, lo sé, y también sé que está muy enojado conmigo. Quien sabe qué se le ocurra hacer, un día de estos.

    —¿Sabes? Incluso antes de llegar a Japón todo lo que escuchaba eran las hazañas del piloto de la Unidad Uno. “Shinji Ikari esto, Shinji Ikari aquello”. Ahora tampoco puedo decir que me caiga mal, a veces siento cierta simpatía por el kinder, tan bobalicón que es. Pero sé muy bien que un día, pese a lo bien que lo ha estado haciendo como piloto, sé que un día, en el momento más inoportuno le saldrá lo debilucho y nos fastidiará a todos. Es una especie de presentimiento que tengo, cada vez que lo veo en el Eva 01.

    Ya después ninguno dijo nada. Un viento helado sopló de nuevo sobre sus cabezas. Kai comenzó a sentirse mal. Un simple comentario burlón había derivado en toda una charla criticando a Shinji a sus espaldas, cosa que no le gustaba hacer con nadie, pese a que creía firmemente en todo lo que habían dicho. Además, lo último que Asuka dijo tuvo cierto tono profético que le incomodó. Él ya había pensado en algo parecido, pero la muchacha consiguió puntualizar mucho mejor su sentir con respecto a Ikari.

    —Patinemos un poco más, antes de que cierren— sugirió, poniéndose de pie y tendiéndole la mano a la jovencita rubia —¿Quieres?

    La alemana aceptó de buen grado, tomando la mano que el muchacho le ofrecía para que la condujera hasta la pista de hielo, donde duraron otro buen rato deslizándose sobre la superficie congelada.



    —¿Sabes?— preguntó la muchachita, luego de un tiempo, cuidando afanosamente cada una de sus palabras, temiendo ser imprudente —He notado que eres muy condescendiente cuando se trata de Mana. Pude verlo ayer que la conocí, y ahorita que hablábamos de ella.

    —¿Celosa?— reviró Katsuragi, aunque la pícara sonrisa que le dedicó le hizo entender a Asuka que su observación no lo había molestado.

    —¡Por supuesto que no!— replicó enseguida, para de inmediato corregirse —Bueno, sí, tal vez un poquito… es que no hablas así de nadie más…

    —Mana es una personita muy especial, la estimo mucho. La veo como la pequeña hermana que nunca pude tener. Y siempre ha sido así, si de hecho tuvimos nuestros arrumacos hace dos años fue porque no tuve valor para decirle “no”.

    Langley se quedó callada, pensativa y para evitar que malentendiera las cosas otra vez, Rivera continuó explicándole lo que pensaba de ello.

    —Pero para ser sinceros, en el fondo no es más que simpatía y a lo mejor un poco de conmiseración lo que siento por ella. Es un verdadero ángel, por eso se me hace tan triste que le quede tan poco tiempo en esta tierra. Aunque quizás sea lo mejor. Una persona como ella no es apta para un mundo tan podrido como en el que vivimos.

    —¿Qué quieres decir? ¿Acaso ella…?

    —Sí— contestó el muchacho, sin ocultar el profundo pesar que sentía —¡El maldito cáncer! Aún ahora, que clonamos monstruos gigantes, no hemos podido encontrar una cura definitiva para esa plaga. ¡Me da tanta rabia!

    —¡Pobre!— se lamentó Asuka, cubriéndose los labios con la mano. Ahora se sentía mucho más apenada con ella —Nunca me lo hubiera imaginado. Se le ve tan vivaz…

    —Haber nacido durante el Segundo Impacto tiene su precio, linda. Ese día, de todos los millares de almas que vinieron al mundo, tan sólo sobrevivimos siete. Y para ahora ya sólo quedamos tres, y dentro de poco tan sólo seremos dos.

    Una vez más, el silencio. Ese silencio que permite reordenar ideas y sentimientos en la mente y en el corazón, así pues también les permitió hacer lo mismo a los dos jóvenes, que continuaban patinando uno a lado de otro. Al notar la atmósfera deprimente que había propiciado, Kai quiso cambiar el tema de conversación, intentando aliviar la tensión. Después de todo ese día era única y exclusivamente para el deleite de ambos.

    —Oye, he estado pensándolo todo este rato… ¿sabes quien sí haría una excelente pareja con Shinji? ¡Sophia! ¡Ay, Dios, apuesto a que esa tipa sí sabría mantenerlo a raya!

    El muchacho rió de buena gana con aquella visión y Langley quiso imitarlo también, aunque no pudo ser muy convincente. Pensamientos mucho más importantes que los amoríos de Ikari la mantenían ocupada. “Haber nacido durante el Segundo Impacto tiene su precio” dijo él. Otros ya habían muerto, y Mana estaba desahuciada. En ese caso, ¿qué clase de precio tendría que pagar Kai? ¿Ó acaso lo estaría pagando ya?



    “Una vez más, me encuentro en este Trono de las Almas.

    Un lugar único y apartado, que existe en mí.

    Estar aquí me permite ser uno con el todo…

    Pero a la vez colocarme sobre encima del todo.

    Desde aquí se puede ver Su mano en toda la obra.

    Cómo en las montañas. Montañas. Pesadas son las montañas, algo que cambia a través de las eras. ¿Cuánto tiempo habrán visto pasar esas montañas, inamovibles bajo este enorme cielo azul?

    Este firmamento, este cielo azul. Tan azul, iluminado por este cálido sol.

    Sol. Sólo hay uno solo. Algo único, algo precioso. Sin él no podríamos existir, es fuente de vida. Al igual que el agua.

    El agua, tan tranquila, tan calmada, tan hermosa. Tú también nos das vida, a todas las criaturas en este planeta que es azul gracias a ti y a tus océanos. Nos alimentas, nos otorgas el sustento necesario para vivir. A todos. Personas, animales, plantas de todos colores y tamaños, cómo árboles y flores.

    Las flores. También hay muchas de ellas. Todas hermosas, pero todas inútiles. Las hay de todos los colores, incluso rojas. Rojas.

    El color rojo. El color que tanto odio. Es el color de la sangre.

    ¿Cómo lo puede saber una mujer que no sangra?

    Una mujer que no sangra, una mujer que no puede engendrar vida.

    Hechos por un hombre y una mujer, así son los humanos.

    Los humanos pueden crear bastantes cosas. Cómo una ciudad.

    ¿Qué es una ciudad? Algo hecho por los humanos. Al igual que Eva.

    ¿Pero qué es Eva? Algo hecho por los humanos.

    ¿Y qué son los humanos? Algo hecho por Dios.

    ¿Y qué es Dios?

    ¿Qué es Dios?”



    Rei, tan distante y ensimismada, tenía esta clase de pensamientos y sensaciones todo el tiempo. Las inmersiones en su alma duraban horas enteras, ejercitando sus habilidades para la reflexión. A veces, como en aquella ocasión, presa de un inusual arrebato de sensibilidad, le daba la gana plasmar todo aquello en palabras sobre del papel.

    Si bien no se trataba de una obra maestra, el mérito de aquél conjunto de versos maltrechos sin métrica ni ritmo radicaba en ser precisamente un intento de su autora por expresarse, es decir, compartir de alguna manera sus pensamientos con alguien más que ella; aún cuando todavía no se los enseñara a nadie, los escritos revelaban ya en su mera existencia una inquietud artística que comenzaba a crecer en la muchacha, lo cual en sí ya era algo plausible, dado el carácter introvertido de la chiquilla.

    Por supuesto, Ayanami no se daba cuenta de ello en esos momentos, sino quizás hubiese abandonado de inmediato aquella actividad, sumamente avergonzada. En cambio, al leer una y otra vez las líneas sobre el papel en su mano, mientras caminaba distraídamente por los corredores del cuartel, la jovencita estaba convencida, con cierto orgullo, que sus “poemas” iban siendo cada vez mejores. Aún le faltaba bastante para poder alcanzar el grado de expresión que requería para retratar fielmente todo lo que tenía dentro de esa linda cabecita suya, pero quizás un par de intentos más y entonces lograría llegar a ese nivel en que no le apenaría enseñárselos a alguien para que los leyera.



    No había pensado en ello hasta entonces. ¿A quién enseñárselos primero? Sabía de antemano que el Comandante Ikari no se interesaría al respecto, por lo que ni siquiera consideró la posibilidad, si bien fue la primera persona en que pensó. Quizás a Shinji. Con Shinji no habría problema alguno, seguramente accedería gustoso y tratándose de él no temía burla alguna. Sin duda sólo recibiría elogios de su parte. ¿Pero realmente los entendería? No obstante, parecía que no tenía opción. Tenía que ser Shinji o nadie. Tristemente se percató de que aquellas dos personas eran las únicas con las que mantenía lo que podría llamarse relaciones en un plano personal, los dos seres más cercanos a ella, los únicos con los que podría compartir su incipiente trabajo literario.

    Bueno, eso no era precisamente cierto. Había alguien más. Lo recordó entonces, al contemplar la baraja de posibilidades. Y estaba segura de que ese alguien sería completamente sincero con ella, como lo era siempre, y que podía confiar en su juicio. Sí, esa persona resultó ser la mejor opción de entre todas. ¿Pero sería buena idea? ¿Y porqué no? Leer unos cuantos poemas no significaba que le estuviera proponiendo matrimonio o algo parecido. Tan sólo quería saber su opinión, eso era todo. No veía inconveniente alguno en ello, ni porqué tendría que tratarse de algo embarazoso. Sí, por fin se había convencido a sí misma: nadie mejor que Kai para que fuera su primer lector. ¿Cómo lo tomaría, cuando se lo pidiera? Seguro que se sorprendería, pero no se negaría, por supuesto. Si acaso primero lograba vencer la vergüenza que le daba el tan sólo pensarlo, en cuanto llegara de su viaje iría con él y se lo pediría. Empezó a imaginarse la escena y sin darse cuenta de repente enrojeció, con una tímida sonrisa soñadora asomándose en sus labios.



    Tan distraída como iba, además de pasar todo ese tiempo cabizbaja, inmersa de nuevo en su mundo interno, no se percató de la presencia delante de ella sino hasta que casi tropieza con ella. Desconcertada, al volver a la realidad y levantar su mirada se encontró a las espaldas de un sujeto de enorme estatura y apariencia sombría. Al igual que ella unos momentos atrás se encontraba distraído, al parecer absorto en la contemplación de la biosfera dentro del Geofrente, un pequeño terreno boscoso que inclusive tenía un lago de agua dulce en su interior. Al verlo resultaba difícil pensar que esa clase de ecosistema pudiera conservarse en el interior de una instalación subterránea, pero así era.



    Al advertir que tenía compañía, el extraño se dio la vuelta para poder encarar a la jovencita. Sus aproximadamente dos metros de estatura hacían ver insignificante a la criatura, quien retrocedió un par de pasos, confundida por el encuentro. Desde el primer momento había algo en aquella persona que incomodaba a la chiquilla, e inclusive le resultaba repulsivo. No era su vestimenta, pues aquella larga gabardina negra, la camisa con cuello de tortuga, pantalones e intimidantes botas del mismo color eran más ó menos de su propio estilo. Su piel tan pálida igualmente le hizo recordar la suya.

    Se trataba de esa expresión, escondida en medio de una tupida barba y una larga cabellera plateada que le llegaba poco después de los hombros. ¿Cómo describir aquella enigmática, contradictoria expresión? Era algo así entre adusta, cínica, desesperanzada y finalmente de un odio indescriptible por la vida en sí misma, por todo cuanto existía. Puede que sea imposible imaginarse algo así, sin embargo la expresión, los movimientos e incluso la actitud de aquella persona transmitían dichas sensaciones.

    Mientras que aquellos siniestros ojos verdes irradiaban rencor a donde quiera que se posaran, por el contrario sus labios esbozaban una mueca, casi una sonrisa, despreocupada, incluso podría decirse que altanera. Pero había también en su postura, algo encorvada, además de su rostro, plagado de arrugas y zurcado por una horrorosa cicatriz en su mejilla izquierda, algo que evocaba una gran tristeza, dándole a él y a los gestos de ese peculiar personaje cierta especie de aire melancólico.



    Asimismo, aquella persona despertaba reacciones encontradas en la muchacha delante de sí, a la que miraba detenidamente, pero a la vez mirando a la nada. Su primera reacción fue de temor ante la imponente y sombría figura del extraño. Después, cuando le volvió el rostro sintió aversión al contemplar su gesto lleno de contradicciones, sólo por no decir que una completa repugnancia, sobre todo cuando comenzó a sonreír de esa manera arrogante. No obstante, al verle con mayor cuidado no pudo evitar compadecerse del pobre diablo, tan abatido se le veía.

    —Tienes razón en compadecerte de mí, pequeña Rei… ¡Cuanta razón tienes!— dijo el gigante al cabo de unos momentos de sostenerle la mirada, observando de nuevo el bosquecillo en la lejanía. La muchacha se quedó petrificada en su sitio, mientras que su acompañante, con voz grave pero en tono bajo, casi susurrante, continuaba: —Una vez pude disfrutar teniéndolo todo, pero ahora sufro como nadie al haber perdido ese todo. Es de lo que nadie se ha dado cuenta aún. Incluso yo mismo lo había olvidado hace mucho. Sólo un corazón como el tuyo podía ver a través de este hosco exterior para descubrirme la verdad de mi existencia: que soy el alma más atormentada en todo este universo… ¡Cuánto desprecio a los demás por no darse cuenta de ello!

    —Perdóneme usted— requirió la jovencita, sobreponiéndose a la impresión y a la desconfianza que aún le inspiraba aquella persona —¿Cómo es que sabe mi nombre? ¿Acaso usted me conoce?

    —¡Que preguntas! ¿Cómo no habría de conocerte?— se jactó el grandulón, casi burlándose de su ingenuidad —Eres Rei Ayanami. Fui yo quien te dio tu nombre. No quisiera sonar como un viejo imbécil, pero: ¡Mírate, nada más! Quien iba a pensar que ese bebé anormal fuera a convertirse en una criatura tan deliciosa… ahora que te veo, lamento no haberte conservado. En verdad que, pese a todos tus defectos, eres un auténtico regalo del Cielo. Dos naturalezas fundidas en una sola. Tan hermosa, pero a la vez tentadora…

    Al pronunciar tales palabras el extraño paseó su mano confianzudamente por el acongojado rostro de la muchachita. Ciertamente que no había sido muy considerado con sus sentimientos al referirse a ella como “bebé anormal” o hacer alusión a “todos sus defectos”, aspectos por los que incluso ella misma se había reprochado más de una vez. Al percatarse de la forma lasciva en la que le hablaba y la tocaba recobró el miedo que inicialmente le inspiraba aquella persona y quiso correr, escapar de ese lugar tan pronto como se pudiera. Sólo que adelantándose a sus intenciones el gigante la asió firmemente de un brazo, sin dejar de verla veleidosamente, con su otra mano debajo de la barbilla de la muchacha, para levantarle el rostro y apreciar mejor su belleza.

    —¡Encantadora! Si tan sólo no hubieras sido un fracaso, serías mil veces más hermosa de lo que ya eres… ¡En fin! ¿Y qué es lo que tienes aquí, si se puede saber?— le preguntó al notar el papel doblado en la mano que le tenía aprisionada, aprovechando este detalle para quitárselo sin mayor resistencia de su joven cautiva —¡Un poema! Ó por lo menos parece un poema. Qué cosa tan interesante. Ten la bondad de permitirme leerlo.



    Aunque Rei hubiese tenido el valor de decirle “no”, ya era muy tarde para negarse, puesto que aquél desconsiderado ya se encontraba muy ocupado leyendo el contenido del papel en sus manos; sin embargo, cuando lo hacía soltó a la muchacha, quien entonces pudo volver a poner distancia segura entre los dos, si bien aún estaba tan confundida como para atinar a escapar cuanto antes de aquél lugar. Además aún estaba el hecho de que ese desgraciado tenía su poema, en el cual había trabajado tanto y el cual quería recuperar a toda costa. Si no lo tenía a la mano, ¿cómo le iba a hacer para mejorar sus versos? ¿Qué iba poder enseñarle a Kai, a su regreso?

    Puede que el extraño, de algún modo tan misterioso como él, estuviera al tanto de todo ello, pues se le veía bastante confiado a sabiendas de que Rei no haría un solo movimiento en tanto él tuviera esa miserable hoja de papel en su poder.

    —Una visión particular del Universo, a través de los ojos de una jovencita contemplativa, quien a la vez parece explorar también su Universo interior— pronunció una vez que terminó, dando a conocer su opinión sin que se la hubiesen pedido —Un texto plagado de misticismo, arrítmico y bastante descuidado. El lenguaje y las metáforas también son muy básicas, por no decir que malas. Espero que sea de tus primeros trabajos, porque si no, lamento decirte que no tienes talento para esto— mientras la destrozaba con su crítica tendió la hoja a una atribulada Rei, quien no terminaba de digerir esos comentarios tan crudos y groseros, pero aún así, honestos.


    Pero antes de que el papel estuviera de nuevo en manos de su dueña, aquél sujeto de pronto frunció el ceño, como acordándose de algo y repentinamente lo quitó de su alcance, para seguir divagando de modo que parecía hablar solo:

    —¡Qué diablos! Aún si lo tuvieras, ¿qué más da? No deberías desperdiciar tiempo y esfuerzo en estas estupideces. ¡Escribir es para imbéciles!— dijo de mala gana y sin mayor detenimientos empezó a romper en pedazos aquella hoja de papel ante la atónita y desconsolada mirada de Rei —Y no sólo los poetas y escritores, todos los artistas son imbéciles. ¡Reniego de todas las artes! No se tratan más que de patéticos intentos de la humanidad para poder crear algo, a semejanza de su creador, queriendo imitarlo, como si fueran niños pequeños. ¡Estúpidos arrogantes! Me jacto de todas estas creaciones humanas, me resultan ofensivas de tan sólo pensar en ellas. Como quisiera arrancarlas de la superficie del planeta, como las costras purulentas que son y poner a los seres humanos en el lugar que les corresponde. Miro alrededor mío y no veo más que odiosos insectos que se creen dioses, envanecidos por su supuesto conocimiento y su “avanzada civilización”. ¡Ja! ¡Escupo en su civilización y en todos ellos! No se han dado cuenta que sus creaciones no son más que excusas, sombras de lo que verdaderamente podrían llegar a ser. ¡Sólo que son tan cobardes! Es por eso que a veces deseo destruir todo su mundo, arrasar con todo lo que conocen, con tal de despertarlos. Pero aun así, ¡cómo los odio! ¡Los odio a todos!

    Efectivamente, otra vez sus palabras eran dichas de corazón, tal como pudo constatarlo Ayanami al presenciar el comportamiento errático de aquél sujeto tan perturbado, lo que a su vez le ocasionó sentirse más alterada de lo que ya estaba. En el momento que ese infeliz rompió en pedazos su poema se hubiera puesto a llorar de buena gana, si tan sólo tuviera la más mínima idea de como hacerlo.

    —Cómo sea— refunfuñó el extraño, retomando la compostura —Me temo que he llegado un poco tarde a mi cita, así que me gustaría que me guiaras hasta la Sala de Conferencias, mi dulce Rei— enseguida parecía que la jovencita ahora sí se escaparía, de no ser porque hábilmente el gigante le pasó el brazo por el hombro para retenerla a su lado, pero teniendo la suficiente pericia como para que la acción no se viera violenta —Si no tienes inconveniente, claro está.



    Rei nunca se había sentido tan miserable como en ese día, que tuvo la desdicha de toparse con ese sujeto. Otros días también habían sido un asco, claro está, pero definitivamente el presente se llevaba de calle a los demás. Y pensar que era tan sólo por haber tenido la desgracia de haber conocido a esa persona no grata. Pero qué persona. No conforme con haberle echado en cara que era una especie de fenómeno de la naturaleza, le había hecho pedazos cualquier ilusión que tuviera con respecto a su vacilante poesía. ¡Era tan desagradable! Le molestaba, sobre todo, la forma en que la tenía sujeta del hombro, clavando sus dedos sobre ella como si fueran garras aferrándose a una presa. Apuraba el paso a la Sala de Conferencias para poder deshacerse de aquél infeliz cuanto antes. ¿Aunque ya qué caso tenía apresurarse? Su poema estaba hecho pedazos, al igual que su interés por la poesía. Lo que secretamente no quería admitir es que lo que más le pesaba era que ya nunca podría enseñarle a Kai su trabajo. Si tan sólo no se hubiera encontrado con ese malnacido…

    —No veo porque tengas que estar tan enojada conmigo, chiquilla— le dijo el extraño, volviendo a dejarla estupefacta. Era cómo si pudiera leer sus pensamientos o algo por el estilo —Sé que quizás te cueste comprenderlo en estos momentos, pero créeme que lo hice por tu bien. Ya verás, después me lo agradecerás. Además, ¿porqué preocuparse tanto por un montón de frases incoherentes escritas en papel? ¿Para enseñárselas a ese estúpido de Rivera? ¡Olvídalo ya, no es más que un mocoso imbécil! Ese chiquillo idiota no se merece tantas atenciones de tu parte. Él ya tuvo su oportunidad y no supo apreciarte, y te aseguro que jamás lo hará. Por lo menos no de la manera en que yo lo hago…

    Al decir esto acercó su rostro al de la jovencita, mostrando una perniciosa sonrisa que enseñaba sus dientes. Asustada, con el corazón dándole de tumbos en el pecho, Rei intentó desesperadamente alejarse lo más que pudiera del desconocido, lo cual no podía hacer debido al fuerte agarre que éste mantenía sobre ella. Aquella situación ya era insoportable. ¿Qué hacer?



    Para su suerte, la Mayor Katsuragi estaba allí para entrar al rescate. Ya le parecía bastante extraña aquella persona, sobre todo el hecho de que estuviera en compañía de Rei, por lo que se decidió a seguirlos cuando los vio de lejos; pero en esos momentos le quedaba bastante claro que la muchachita pasaba por un mal rato, al ver su semblante afligido y asqueado, sino es que se encontraba en grave peligro. Nunca había visto a tan peculiar personaje, y cómo no tenía uniforme de empleado era obvio que no pertenecía a ese lugar.

    —Rei, te estaba buscando— pronunció la mujer a sus espaldas, haciendo que ambos detuvieran su andar y voltearan a verla. Misato se dio cuenta que hacía lo correcto al notar el enorme gesto de alivio en el rostro de Ayanami al verla —¿Hay algún problema aquí?

    —Para nada— se apuró a contestar el extraño, sin soltar un solo momento a la muchacha, de lo que también tomó nota Katsuragi —Mi amiguita tan sólo me estaba guiando a la Sala de Conferencias, es todo. No hay por qué alarmarse.

    —Lo siento mucho, señor, pero Rei no tiene tiempo para servir de guía de turistas. Justo en estos momentos se le requiere en su sesión de entrenamiento— salió al paso la Mayor, quien estaba resuelta a no permitir que aquella persona continuara en compañía de Ayanami —Además, déjeme informarle que la Sala de Conferencias está cerrada, se está llevando en ella una reunión muy importante…

    —Lo sé— respondió el visitante de forma áspera, cansado de tener que lidiar con la mujer.

    Hubo entonces un momento por lo demás tenso, cuando se llevó la mano a uno de los bolsillos de su gabardina, indudablemente para sacar algo de ahí. ¿Un arma, quizás? Katsuragi hizo lo propio para sustraer su pistola en caso de que ese desgraciado salido de quién sabe donde quisiera dar problemas.

    —Soy un invitado del Presidente Lorenz, aquí está mi pase— le dijo enseñándole la credencial que lo acreditaba como tal.

    —La recepción hace tiempo que se terminó— le anunció Misato con aire desconfiado, pero a la vez respirando aliviada.

    —Eso tengo entendido, me parece que he llegado un poco tarde. Así que, si nos permite, me gustaría arribar a la reunión lo antes posible. Con su permiso.

    —Espere un momento— la Mayor lo interrumpió de nuevo, deteniéndolo cuando parecía que se saldría con la suya y se llevaría consigo a Rei —Ya le he dicho que la presencia de Rei es requerida en otro lugar. No me haga tener que repetírselo por tercera vez. Siga los señalamientos en los pasillos y no tardará más de cinco minutos en dar con la Sala de Conferencias. ¿Le quedó claro, señor?

    Finalmente el momento más difícil para todos había llegado. De inmediato el visitante avispó con la mirada a Katsuragi, al verla en aquella actitud tan retadora. Sus ojos verdes chispearon de rencor, provocando el temor de la mujer, quien entonces empezó a mostrarse cauta, avispado por aquél gesto amenazador. ¡Cuánto odio despedían aquellos ojos! Era algo que paralizaría a cualquiera.

    Sin embargo, Misato Katsuragi no era “cualquiera”, por lo que pronto se repuso, haciendo ademán de estar a punto de desenfundar su arma, luego que el extraño le enseñara la suya, la cual tenía guardada en un cinto oculto por su gabardina.

    Los dos permanecieron en aquella pose por varios segundos, que se le hicieron interminables a la mujer. Esperaba que el visitante indeseado no se diera cuenta que sólo pretendía estar cargando un arma. Pretendía despistarlo con su actitud desafiante. Las cosas se pondrían muy feas en caso contrario.

    De repente el extraño pareció rendirse, sonriendo altaneramente mientras soltaba a Ayanami, quien enseguida se lanzó a brazos de Katsuragi, cosa muy rara en ella. La Mayor sintió como un gran peso le era quitado de encima, para que entonces aquél sujeto pronunciara aburrido, dándoles la espalda:

    —No hay porqué amenazar con pistolas imaginarias, Mayor. Por otro lado, no quisiera que esta adorable jovencita presenciara un acto tan violento como el que usted me estaba empujando a cometer. Lamento mucho los inconvenientes que ocasioné, les suplico me dispensen. Con su permiso. ¡Ah! Y Adiós, Rei. Fue un placer volverte a ver… espero que nos encontremos pronto…



    Y así, sin más, se fue, dejando a la perturbada chiquilla temblando como un conejito asustado en brazos de la Mayor Katsuragi. Ésta no sabía qué decir, tan impactada como estaba. Jamás en toda su vida había visto a Ayanami en un estado semejante, frágil y temerosa, escondiendo su rostro sobre su regazo. Incluso ella misma aún estaba temblando inquieta. Aún creía tener encima aquellos ojos verdes iracundos, tan escalofriantes. Y aún así… tenía la vaga sensación de haber visto aquella fría, terrible mirada antes. Además de esa voz rencorosa, y ese marcado acento. Aquellas señas la habían transportado de nuevo a tiempos pasados, que se había afanado en mantener olvidados. ¿Pero quién diablos podía ser ese tipejo? No había forma alguna que fuera aquel a quien en un principio le hizo recordar. No, eso era imposible.



    Por fin, después de tanto esperar, el momento de la verdad había llegado. Aquél sin lugar a dudas era el Día D para el joven Kai Katsuragi. Era el día que debía rendir su informe semestral al Secretario General de las Naciones Unidas. El día que comenzaría la ofensiva final que terminaría por hundir a su enemigo de una vez por todas, pensaba con orgullo mientras se alistaba, asegurándose de tener todos sus documentos a la mano.



    Una vez que se cercioró que todo estaba en su lugar continuó con sus vestimentas, acomodando cualquier desavenencia más por ocio que por esmero en su cuidado personal. Ya llevaba algún tiempo esperando la llegada del Secretario en su oficina. Se asomó por las ventanas, observando el espectáculo que le ofrecía la vista desde el trigésimo octavo piso. Desde allí podía dominarse el helado islote de lo que quedaba de Nueva York casi por completo. Ahí estaba la explanada de unos quinientos metros cuadrados y circundándola estaban erigidos unos imponentes muros que hacían ver a los del antiguo Muro de Berlín como escandalosamente frágiles. Y si esa intimidante muralla no bastaba para disuadir a cualquiera que fuera lo suficientemente estúpido como para intentar un asalto contra aquella fortaleza inexpugnable, entonces allí estaban las tropas de choque, instaladas en sus puestos de vigilancia con sendas ametralladoras asomándose por las rendijas.

    Incluso él, que era personal autorizado, tuvo que demorar más de cuarenta minutos en exhaustivas revisiones de seguridad, y otra media hora más aparte del procedimiento habitual, teniendo en cuenta que se entrevistaría con Herr Schroëder.



    ¿Y todo para qué? Para seguir esperando. No es que fuera impaciente, pero ese día en particular se mostraba bastante inquieto, ansioso. Y es que no se trataba de cualquier día. Había estado planeando esto desde hacía ya bastante tiempo. El día en que libraría al mundo de la plaga conocida como Gendo Ikari. ¡Cuánto había esperado por que llegara ese día! Se sentía nervioso, pero a la vez feliz, como una colegiala en su baile de graduación. Bueno, pues sí había esperado tantos años para ver caer a Ikari, bien podía esperar algunos cuantos minutos más. Pero había otra cosa que lo incomodaba, una sensación inquietante que no lo dejaba en paz, por más que se esforzara en ignorarla.



    Quien sabe por qué, justo en esos momentos Rei se le vino a la mente. ¿Pero porqué? Él ya había tomado su decisión, cerrando ese capítulo de su vida. Ahora estaba con Asuka, y era feliz así. ¿Entonces porqué seguía pensando en Rei? Un sentimiento de angustia le oprimía el pecho cuando pensaba en ella. Algo así como un presentimiento, una certeza de que algo estaba mal con ella, que se encontraba sufriendo. ¿Le habría sucedido algo? ¿Estaría lastimada ó en peligro? Tal vez debería llamar a Japón para cerciorarse y… ¡Oh, pero qué estupidez! ¿Cómo ponerse a imaginar todo eso justo ahora? Ya era demasiado tarde para arrepentirse. De un momento a otro el Secretario General cruzaría ese umbral, y luego…


    Y hablando del rey de Roma, mira quién se asoma. Justo en ese momento el Secretario General de las Naciones Unidas, el hombre a cargo de la organización que llevaba las riendas del mundo entero, se dignaba a aparecer en persona.

    —¡Querido muchacho!— canturreó el viejecillo apenas si cruzó el umbral, con los brazos abiertos —¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo te ha ido?

    Josef Schroëder era un viejecito algo regordete, aunque de buena presencia con su más de uno ochenta de estatura. De su cabellera canosa ya sólo quedaban un par de mechones que le nacían en las sienes en contraste con un espeso mostacho bastante bien cuidado que le salía por debajo de su nariz chata picada por viruelas. Unos ojillos de color azul se escondían tímidos detrás de los cristales de sus lentes y sus cejas tan tupidas. A pesar de su posición tan elevada, cualquiera diría que tan sólo parecía un dulce abuelito salido de algún cuento infantil, y no el personaje tan importante del que se trataba.

    —Muy bien, señor, gracias— se apuró a contestar Rivera de la manera más sobria y correcta que se le pudo ocurrir, tendiéndole una mano para saludarlo —Es un honor volverlo a ver…

    —¡Vamos, siempre tienes que ser tan formal! Déjate de payasadas y ven aquí para darte un enorme abrazo— refunfuñó el viejo a la vez que tomaba entre sus brazos al desprevenido Kai, envolviéndolo con ellos como si fuera un enorme oso de felpa —¡Cuánto te estimo, mi muchacho! ¿Lo sabes?

    —Puedo darme una idea— contestó dificultosamente, aún en brazos de aquél viejecillo tan efusivo. Cualquier intento de otorgarle a esa entrevista un ambiente de formalidad y profesionalismo había salido volando por la ventana.



    La razón de aquél inusual afecto tenía su origen hará cosa ya de unos trece años, cuando José Rivera Madrigal, el padre de Kai, salvara al recién nombrado Secretario General de un atentado en contra de su vida. A partir de entonces Schroëder le tomó un cariño muy especial al Doctor Rivera, la persona que había salvado su vida, y también a su adorable familia, su hermosa esposa Mary y su pequeño hijo, Kyle. Y cuando los padres murieron el viejo se las ingenió para tener bajo cuidado al niño, dándole su custodia a Misato Katsuragi, una amiga de la familia. De esa manera se aseguraba de tenerlo bajo constante supervisión y siempre a la mano.

    Claro que aquél interés por el chiquillo no era tan sólo por simpatía. Cabe recordar que con la “ayuda”, aunque fuera un tanto involuntaria, de aquél fenómeno de la naturaleza, la Armada de las Naciones Unidas había podido desarrollar toda una nueva generación en armamento de alta tecnología; entre ellas quizás la más efectiva y redituable era la ya tan famosa tecnología N2.

    Y siempre estaban seguros de poder sacarle más provecho al mocoso conforme al paso del tiempo, prueba de ello era el mismísimo Eva Z. Así que, teniendo en cuenta todo esto, ¿cómo no mostrarse interesado por el bienestar del niño?


    —Disculpa la tardanza, mi muchacho— se excusó el anciano cuando tomaba asiento en su confortable sillón y con un gesto le indicaba al joven doctor que hiciera lo mismo —Pero al parecer nuestro querídisimo amigo, el Presidente Lorenz, no se tomó la molestia de avisar con anterioridad que no podría unírsenos en este día… tuve que hacerle una llamada a su Secretario de Estado para enterarme que anda de viaje por Japón. ¡Ese viejo es un fastidio! Él es quien siempre insiste en estar presente en estos informes, después de todo.

    —Sí que es un problema, pero supongo que sus razones debe tener— contestó Rivera, aliviado de no tener que lidiar también con Lorenz. Un peso menos de encima.

    “Menos mal que no está por aquí” pensaba satisfecho. El día estaba pintando muy bien. “Ese viejo pedorro siempre me pone los pelos de punta”.



    El General de División de cinco estrellas, Keel Lorenz, presidente de los Estados Unidos Americanos, o como ya se les llamaba en el año 2015, “Imperio Americano”, parecía sacado de alguna película de ciencia ficción.

    Aquél hombre, ya algo entrado en años, era una fantástica quimera entre máquina y hombre, cuya sola existencia daba cuenta tanto de la fabulosa tecnología en prótesis e implantes que se estaba desarrollando así como también de lo aparatosa y accidentada que era su vida.

    Pero también muy interesante, con bastante kilometraje recorrido. Vietnam, Nicaragua, El Salvador, Afganistán, Irán, Irak, Kosovo y quién sabe dónde más; en fin, Lorenz había aprovechado su estadía en cada uno de esos placenteros lugares para ir escalando posiciones y hacer una brillante carrera militar que le permitiera acceder al poder que ahora ostentaba, cómo líder de la nación más poderosa del mundo.

    A primera vista resaltaba el dispositivo óptico en forma de anteojos de un solo lente que portaba, los cuales se acoplaban en enchufes dispuestos en sus dos sienes, los que a su vez estaban directamente conectados a su cerebro. El aparato reproducía fielmente la función de sus ojos extintos, percibir los estímulos luminosos del exterior y convertirlos en señales eléctricas que su cerebro pudiera interpretar, otorgándole de nuevo el fabuloso don de la vista aún cuando sus pupilas fueran ya inservibles.



    Ello, además de su expresión adusta y su continente altivo, le proporcionaban a ese viejo una apariencia un tanto cuanto siniestra, por no decir que macabra, haciendo que toda clase de leyendas circulara alrededor de su extravagante persona. Puede que todas ellas no fueran más que mentiras alimentadas por la imaginería popular, pero los hechos concretos, aquellos que circulaban en los diarios de todo el mundo, bastaban para darse una idea del carácter de aquél anciano. Derechista. Republicano. Ultraconservador. ¿Bastaba decir algo más?

    Toda su plataforma política la había basado en la mano dura que le mostró a los “enemigos de América”, mote que se adjudicaba todo aquél individuo que mostrara cierto recelo a la aparentemente insaciable necesidad de los Estados Unidos de anexarse los territorios aledaños para apoderarse de más recursos naturales, y a la vez para ensamblar un único bloque económico continental de libre comercio que ponía en franca desventaja a sus competidores europeos o asiáticos. Desde rebeldes nacionalistas, guerrilleros, activistas e inclusive algunos políticos moderados tanto extranjeros como de su propio país habían recibido aquél fatal epíteto, el cual era casi como una sentencia de muerte, pues en el acto todo el aparato represivo del poder estadounidense perseguía a aquellos desdichados hasta borrarlos de la escena, anulando cualquier peligro que pudieran representar para la libertad y la democracia.



    Keel Lorenz, el hombre que había llevado la infame Doctrina Monroe, “América para los americanos”, a sus últimas instancias, era quien hacía uso de la palabra en aquél momento, dando por iniciada la reunión:

    —Ha pasado mucho tiempo desde que nos reunimos en persona. Es un placer volver a verlos a todos ustedes caballeros. Me complace ver que gocen de tan buena salud…— pronunció muy cortésmente con su voz cavernosa, mientras tomaba asiento a la cabeza de la mesa.

    —Y no somos los únicos, según parece— respondió enseguida Johan Schneider, eminente empresario de origen alemán, quien era dueño de varias compañías automotrices y de armamento. De corta estatura y rechoncho, pero al contrario dotado de larguísimo entendimiento tal cómo lo indicaba su mirada suspicaz y curiosa, además de una cuantiosa fortuna que lo colocaba en el top ten de los hombres más influyentes del planeta —¿Es mi imaginación, ó acaso ha ganado algo de peso, Mister Lorenz?

    —Me gusta alimentarme bien, no lo niego, Herr Schneider. En cambio, parece que su frente cada día es más grande, pese a todos esos injertos de cabello a los que supe que se somete.

    Todos los demás rieron al unísono, aplaudiendo la ocurrencia de Lorenz, con el subsecuente bochorno de Schneider, quien se resignó a sonreír de mala gana. Era muy difícil ganarle una a Lorenz.

    —No te pongas así, Schneider, tú te lo buscaste— repuso de mala gana Pierre de La Crouix, un irascible señor de unos sesenta años, eminente político en el Parlamento Europeo, anteriormente presidente electo de la Unión Europea. Su canoso cabello rizado y abundante bigote del mismo tono contrastaban con su piel de color ébano y sus ojos grises que lucían opacos a través de sus bifocales —Ahora, ¿podríamos, por favor, dejar de fingir que ésta es una reunión social e ir directo al grano? Hay quienes sí tenemos asuntos pendientes que atender.

    —Estoy de acuerdo— consintió a su vez Mijail Dolojov, un exitoso capitalista ruso de unos cincuenta años, el más joven del grupo, un sujeto alto y robusto, de rasgos firmes y bastante bien parecido; y también inteligente, pues su fortuna la había amasado con la oportuna compra de varias compañías paraestatales cuando el régimen comunista cayó en su país. “El gran capital”, tal y cómo lo apodaban en su país debido a su complexión, era un sujeto que sabía buscar y sobre todo aprovechar las oportunidades —Dejémonos de vanas cordialidades y atendamos nuestro negocio, gente. O podrían confundirnos con algún club de La Vieja Guardia.

    —Tan jocoso como siempre, camarada— añadió en tono sarcástico Ju Chin Tao, el venerable presidente del Partido Comunista Chino, una persona cuya apariencia era un tanto insignificante como para la importancia del cargo y posición que ocupaba. Delgado, de semblante enfermizo, con los ojos hundidos en sus cadavéricas facciones y una prominente nariz que hacía que su rostro se pareciera al de un pájaro —Tal vez seas el que tiene menor edad aquí, mi buen amigo, pero eso no te hace, para nada, un muchachito, ¿sabes? Además, deberían tener más en consideración a nuestro querido amigo Ferguson, tiene varias anécdotas muy curiosas que nos trae expresamente desde el frente… seguro podríamos pasar un buen rato escuchándolas…

    —¡Pero pueden esperar, no hay prisa alguna!— comentó muy divertido el Almirante Henry Ferguson III, destacado militar de origen británico, quien era el líder de las Fuerzas Armadas de la Unión Europea, un tipo flemático y calculador, y al igual que la mayoría de los allí presentes, ya algo entrado en años —Creo que primero deberíamos atender la razón por la que tan distinguidos personajes nos encontramos aquí reunidos, ¿no les parece?

    —Muy bien, estamos todos de acuerdo entonces— asintió Lorenz, con voz solemne para poder captar la atención de todos los allí congregados, lo que no le costó mucho trabajo de conseguir —Ahora que los Seis Ojos restantes de Lilith se encuentran reunidos, doy por iniciada esta reunión. Ikari, puede comenzar con el informe cuando guste…

    Todas las miradas en esa lóbrega habitación escasamente iluminada se dirigieron entonces hacia el otro extremo de la mesa, en donde de pie se encontraba aguardando Gendo Ikari, listo para rendir cuentas a sus patrones.



    En esa sala, cuya única fuente de iluminación era la que despedían los monitores instalados en las paredes, se encontraban reunida la crema y nata de las esferas política, económica y militar del planeta; los seis hombres más poderosos del mundo, aquellos en cuyas decisiones residía el destino de todo el globo y sus habitantes. El poder tras el poder. La cúpula directiva y suprema de NERV. Ellos eran SEELE, la organización secreta que llevaba controlando el destino del mundo desde quien sabe cuánto tiempo.

    —De acuerdo. Comencemos, entonces— consintió Gendo, sin demostrar ni por asomo una pizca de nerviosismo por encontrarse ante tan ilustres personajes. Lo único que se limitó a hacer fue ajustarse sus lentes mientras comenzaba a dar lectura al informe que todos los miembros de la junta ahora tenían en sus manos.



    Igualmente, cumpliendo con el protocolo reglamentario y buscando de manera casi desesperada infundirle algo de protocolo a aquella entrevista, el joven Kai Rivera hizo entrega al Secretario de un grueso volumen que contenía reportes detallados de las actividades propias y de NERV durante los últimos seis meses. Schroëder no pudo disimular su displicencia, al exclamar de manera socarrona:

    —¡Caramba, parece que cada vez te esmeras en hacer estas cosas más largas, muchacho! ¿Estás seguro de que es tu informe, ó te trajiste el directorio telefónico por equivocación?

    —Han sido seis meses muy largos, señor— suspiró el chiquillo. Volvía a quedarle claro que por más que lo intentara, ese viejo jamás terminaría por tomarlo muy en serio.

    —No lo dudo— repuso el líder de las Naciones Unidas, dejando de lado el enorme tomo en sus manos —Me temo que no dispongo de mucho tiempo para una lectura prolongada, hijito. ¿Así que podrías hacerme el favor de resumírmelo? Así tendremos más tiempo para conversar de unos asuntos que me interesa muchísimo discutir contigo.

    —Como usted guste, señor— contestó el muchacho, sacando un compendio mucho más delgado que había preparado con anterioridad, previendo la reacción del viejo.

    “Diablos, ¿ahora con qué cuernos me va a salir este vejete?” pensó con hastío Rivera. Antes de comenzar volvió la vista hacia la montaña de papeles que había llevado consigo, mirando detenidamente aquel sobre de papel manila que estaba encima de todos ellos, en cuyo interior se encontraban los documentos y demás evidencia que implicaba a la dirigencia de NERV en la muerte de más de un centenar de personas. “Pero el momento se acerca, sólo hay que esperar un poco más”, se dijo interiormente, alentándose para ser paciente y aguardar por el momento idóneo.



    —Muy bien, entonces comencemos donde nos quedamos la última vez— pronunció al abrir el libro en sus manos, dando comienzo a su lectura —En Abril del año 2015… después del… accidente en el que lamentablemente se vio involucrada la Primer Elegida, el cual recordará usted ya me había referido en un apartado especial de mi anterior informe, las tareas en el Geofrente siguieron su curso normal, tal como podrá constatar en los itinerarios que anexo en la versión detallada de este informe. Los avances en la Unidad Zeta, por su parte, en ese entonces estaban completados en un 75% tal como se tenía previsto conforme al plan. Igualmente, añado copia del mismo en el volumen completo. Fue hasta el 18 de Abril del año en curso, que, aproximadamente a las diez y cuarto de la mañana, en el área de las ruinas de Yokohama, se tuvo el primer avistamiento del Tercer Ángel… las fuerzas destacadas de las Naciones Unidas en Japón se unieron a las unidades Iruma, Komatsu, Misawa y Kyushu del gobierno japonés…



    —Tal y como estaba previsto, el despliegue de armamento convencional en contra de los Ángeles resultó ser inefectivo— pareció completar Gendo Ikari al otro lado del mundo, rindiendo su propio informe —Noventa y cinco minutos después de iniciadas las acciones contra Zaquiel, esto es, a las doce del día con veintitrés minutos, el destacamento de la O.N.U. decidió hacer empleo de una Mina N2 en contra del objetivo, con escasos resultados. El objetivo únicamente fue contenido, por lo que a las doce y media no tuvieron más remedio que transferir toda la autoridad con relación al ataque a NERV. Ese mismo día, faltando veinte minutos para la medianoche, Zaquiel arribó a Tokio 3.



    —Ese día no fue sólo el Tercer Ángel quien hizo su llegada a la ciudad— continuó el joven Rivera —Por órdenes expresas del Comandante Gendo Ikari, la Jefa de la Sección de Tácticas y Estrategias en NERV, la entonces Capitana Misato Katsuragi, se encargó de trasladar hasta las instalaciones del Geofrente al Cuarto Niño elegido por el Instituto Marduk para ser piloto Evangelion: Shinji Ikari, el hijo del comandante. Pese a su total inexperiencia tanto en entrenamiento como en combate real, de inmediato se le fue asignada la Unidad 01 y, en punto de la media noche, lanzado a combatir al enemigo. Sin duda, el Comandante Ikari no estaba en sus cabales, pues antes de eso solicitó mi emplazamientio extemporáneo a Tokio 3, cuando aún me encontraba a bordo del S.S. Rampage junto con las piezas de la armadura del Eva Z, y hasta pretendió hacer uso de la Primer Elegida, Rei Ayanami, quien todavía se encontraba hospitalizada, recobrándose de sus heridas. A final de cuentas, Shinji Ikari cumplió con su deber como piloto y salió al combate en la Unidad Uno.



    —El piloto del Eva 01 entonces salió a la batalla. En primera instancia tuvo un desempeño bastante mediocre, dada su falta de experiencia, lo que repercutió en severos daños a la infraestructura de los alrededores y al propio Evangelion, quien recibió un fuerte impacto en el componente de la cabeza. La Unidad Uno permaneció inmóvil por unos momentos, pero entonces entró en estado Berserker y pese al peligro que esto supuso, consiguió destruir rápidamente al blanco, lo que logró faltando quince minutos para la una de la madrugada del 19 de Abril.

    —Lo que me recuerda cuestionar el porqué fue tan buena idea asignarle a tu hijo desequilibrado el control de una parte tan vital de nuestro plan, como lo es el Eva 01— inquirió algo enfadado Pierre de la Crouix, avispando con la mirada al impasible Gendo.

    —Yo también tengo mis dudas— secundó Schneider.

    —Señores, por favor, no interrumpan de esa manera el curso del informe— solicitó el Presidente Lorenz —Haremos nuestras observaciones al final de éste, ¿quedó claro?

    Todos permanecieron en silencio entonces, dándole a entender que así era.



    —El Tercer Ángel fue aniquilado, dejando como resultado daños considerables a calles y edificios aledaños a la zona de combate, así como también a la integridad del Eva 01— prosiguió Rivera, por su parte —Tal y cómo fue ordenado, el número real de bajas y heridos fue ocultado al conocimiento público, pero estoy seguro que no es necesario que me extienda sobre esto último…

    El chiquillo volteó hacia donde estaba el Secretario, para encontrarse con su expresión severa. Muy bien. No había nada más que agregar al respecto.



    —Lo que nos lleva al 3 de Mayo del 2015— pese a todo, Ikari aún tenía toda la atención de aquellos pérfidos ancianos —Y al enfrentamiento contra el Cuarto Ángel, Shamusiel. Llegó al área conurbada de Tokio 3 en punto de las once de la mañana. Pese a que las incidencias en la batalla incluyeron la ruptura del cordón umbilical del Evangelion, el piloto se las arregló como pudo para destruir el objetivo. Cómo resultado, se pudo obtener el cuerpo del Ángel casi completo en su estructura principal para su posterior y minucioso estudio, cuyos resultados entrego en este documento.



    —En un golpe por demás fortuito, el Eva 01 consiguió derrotar al Cuarto Ángel, a pesar de haberse mostrado errático en su desempeño y que el piloto hubiera ignorado órdenes de su superior inmediato. Sólo puedo clasificar a semejante acción como un golpe de suerte bastante afortunado, el cual puso en riesgo la seguridad de todos en el Geofrente y la ciudad.

    —Qué curioso que lo menciones, Kai, porque también quiero preguntarte desde hace tiempo…— pronunció pensativo el señor Secretario, rascándose su barbilla con aspecto meditabundo —Ese muchachito, el hijo del Comandante Ikari… ¿cuál es tu opinión de él? Tengo entendido que llevan viviendo juntos por un tiempo, ¿no es así?

    —Está en todo lo correcto, señor— asintió Rivera, para luego ponerse a pensar en su respuesta —Shinji es…— soltó un hondo suspiro y continuó —¿Cómo decirlo? Inestable, vamos. Incluyo en el informe un análisis muy detallado de su personalidad y del riesgo que implica para el proyecto. No soy psicólogo ni nada por el estilo, pero me parece que manifiesta una condición eutímica con cierta tendencia maniaco-depresiva. Y de cualquier manera no necesito de credenciales para poder distinguir a una persona que representa un peligro para sí mismo y todos los que lo rodean. Tiene bastantes complejos que necesitan atenderse con un especialista, necesita ayuda, pero en ese caso me temo que no está listo para una responsabilidad de este tamaño. Él mismo ha querido evadirla un par de veces. Y alguien en ese estado, cada vez que sube a esa clase de máquina, simplemente es un riesgo que no deberíamos correr. Por lo tanto, en mi informe sugiero la remoción inmediata de su puesto, hasta que se encuentre en condiciones más aptas para desempeñarlo.

    —Ya veo— pronunció Schroëder, entrelazando sus arrugados dedos —Por desgracia, está fuera de mi alcance tomar esa decisión. Hace mucho que transferimos la completa responsabilidad de todo lo concerniente a los pilotos al Instituto Marduk, y no tengo injerencia alguna en ese aspecto, lo sabes bien. Lo único que puedo hacer es una recomendación a través de un comité, y entonces ellos verán el caso. Aunque eso podría tomar meses.

    —Qué remedio. En ese caso sólo quiero que quede bien constatado que hice la recomendación a tiempo, antes de que otra cosa sucediera.



    —Por otra parte, finalmente recibimos reporte que el 14 de Mayo del 2015 la construcción del Modelo Especial para Combate, a cargo exclusivamente por personal científico de las Naciones Unidas, se completó dentro de las instalaciones del Geofrente, pese a los esfuerzos de nuestra parte por evitarlo o por lo menos retrasarlo un poco. Lo cual, a la larga, nos supuso un beneficio— observó Ikari —Puesto que dos días después, el 16 de Mayo, Gaghiel, el Quinto Ángel, hizo su aparición en las costas de Fujisawa. Antes de mandar a la Unidad Uno a combatirlo, el blanco destruyó toda una unidad de helicópteros de reconocimiento y hundió un par de buques acorazados. Al llegar el Eva 01 al lugar el objetivo prefirió evadir todo tipo de lucha y continuó su marcha a Tokio 3, por lo que se tuvo que lanzar al recién terminado Evangelion Unidad Zeta, transfiriendo así, una vez más, la completa autoridad referente a las hostilidades contra el Ángel a las Naciones Unidas. Es para notarse que esa fue la primer ocasión que el Segundo Niño subió a un Eva, y que no obstante, consiguió un nivel de sincronía perfecto, es decir de un total de 100%. Así pues, pese a algunas dificultades experimentadas a lo largo de la pelea, el Eva Z no tuvo mayor problema en aniquilar a Gaghiel dándole un nuevo uso, hasta entonces desconocido, al Campo A.T. de su Evangelion. Pero de eso, estoy seguro que todos ustedes ya están enterados.

    Pese a que los asistentes a la junta habían acordado guardar sus comentarios hasta el final del informe, sus murmullos y cuchicheos llenaron la sala, señal de su inquietud e incluso podría decirse que algo parecido a temor.

    —Creo necesario detenernos en este punto para discutir varios aspectos, señores, Comandante Ikari— terció Lorenz, imponiendo el orden una vez más —En primer lugar, y creo que es lo que todos nos hemos estado preguntando desde ese entonces, señor Ikari: ¿qué demonios es ese chiquillo imbécil? ¡No puede tratarse de un ser humano normal, eso nos queda claro a todos!

    —Por desgracia, dado su alto puesto dentro de las Naciones Unidas, hasta ahora ha sido imposible para nuestro departamento de Tecnología y Desarrollo Científico el practicarle estudios más profundos como a los que hemos sometido a los demás pilotos, lo que nos permitiría encontrar una respuesta precisa a nuestras preguntas. En dado caso, sólo podemos hacer conjeturas, y nada más. Una de ellas la proporcionó la Doctora Akagi, quien tiene la hipótesis que la condición tan especial del joven Rivera, de la cual ya todos estamos enterados desde hace tiempo, y la cual es responsable directa de sus asombrosas capacidades cognoscitivas, es la misma que le permite manipular de ese modo a su Eva.

    —Pero cómo usted lo ha dicho, Ikari, se tratan solamente de conjeturas, y nada más— refunfuñó el Almirante Ferguson, bastante inquieto, alisándose su barba —Supongo que no tengo que advertirles del peligro que representa a nuestros planes permitir que un monstruo semejante, del que podemos imaginarnos cualquier cosa, pilotee el arma más poderosa hasta ahora construida.

    —Calma, Almirante, ya nos ocuparemos de ello más tarde— intervino Dolojov, quien hasta entonces había estado muy callado y pensativo —Otra cosa, señor Ikari. ¿Es verdad que la supuesta aleación indestructible con la que está construida Zeta es el mismo metal que el de la Lanza de Longinus? Y si es así, ¿qué tanto sabe Rivera de la Lanza?

    Un silencio sepulcral se apoderó de inmediato de la reunión. Aquello era un asunto, muy, muy delicado. La Lanza de Longinus era otro elemento importante dentro de los planes futuros de SEELE, cuya existencia sólo era conocida por muy pocas personas, casi todas ellas en ese cuarto, o bien, muertas. Pero eso podría cambiar de un momento a otro, dependiendo de la respuesta de Ikari.

    —Nuestra investigación en encubierto nos ha revelado que dichos materiales son muy semejantes, en un estimado de 98%, sin embargo no puede decirse que sean el mismo. La aleación del Eva Z se encuentra en un estado crudo e imperfecto. Por lo tanto, estoy completamente seguro que el mocoso no sabe nada de la Lanza de Longinus ni de Lilith. Pueden respirar aliviados, caballeros, su secreto está a salvo.

    Y así lo hicieron, todos ellos. Una vez aclarado el punto, el informe continuó su curso.



    —Ese día, el reporte de daños a la Unidad Zeta, tras la batalla contra el Quinto Ángel, fue positivo. Tan sólo algunos desperfectos menores que no requirieron de mayor reparación, y ningún daño estructural para el Evangelion— Kai terminó de relatar su primera experiencia como piloto un tanto apenado. Todo aquello había sonado un poco a auto alabanza, y no quería pasar como un presuntuoso.

    —Sí, me enteré de todo— asintió el Secretario con una gran sonrisa, retomando su aspecto de abuelito —¡Qué orgulloso estuve ese día! Demostraste estar a la altura de tu puesto y de las circunstancias. Callamos muchas bocas que pusieron el grito en el cielo cuando te di tu nombramiento. Sabía que no me defraudarías.

    —Gracias por el comentario, señor. Por desgracia, los eventos que siguieron a continuación no fueron tan satisfactorios— pronunció el muchacho, endureciendo su tono de voz. Había llegado a una de las partes escabrosas del informe —Quisiera que pusiera mucha atención a todas las copias de las quejas que le envié expresamente a su persona con respecto al destacamento de tropas de las Naciones Unidas para resguardar los cuarteles en Tokio 3 sin que se me avisara, las cuales anexo en el tomo completo, y de las cuales no recibí respuesta alguna…

    —Sí, bueno… referente a ese caso, yo quisiera…

    —Una semana después, el 29 de Mayo, tropas del entonces llamado Frente de Liberación Mundial invadieron el Geofrente, causando pérdidas humanas de aproximadamente doscientas bajas, entre empleados de NERV y soldados de infantería. Ese mismo día, exactamente a las cuatro de la tarde con trece minutos, un comando encubierto de las Naciones Unidas, de cuya presencia tampoco se me hizo conocimiento, asesinó de forma criminal al líder del movimiento rebelde, conocido por los medios como el Comandante Chuy, un alias…

    —Ya sé todos los detalles, no necesito que me informes de ello. Quisiera asegurarte…

    —Un alias para Antonio Rivera Madrigal, quien resultó ser mi tío, y de cuyo cuerpo sigo sin conocer aún su paradero, pese a todas las misivas que le he enviado por los conductos correspondientes— concluyó el muchacho, ignorando los esfuerzos del Secretario para desviar la atención del asunto.

    El tono que había empleado fue severo, sin dar lugar a tristes excusas, pese a estar tratando con alguien de la posición de Schroëder. Kai quería respuestas, y las quería ya. El único pariente vivo que le quedaba, cuya existencia desconoció por mucho tiempo, había sido cobardemente asesinado, y lo que era peor, ni siquiera le habían permitido darle una sepultura decente. Y le gustaría saber mucho el porqué.

    —Bueno— vaciló al principio el señor Secretario General de las Naciones Unidas, sin saber exactamente qué decir. Se trataba de un asunto muy delicado y aunque se imaginaba cómo sería aquello, nunca hubiera supuesto que el muchacho lo confrontara de esa manera. Esperaba que el acontecimiento no le hubiera afectado mucho, pero ahora podía constatar que era justamente lo contrario. Por suerte, uno no llega a un puesto como el suyo por carecer de diplomacia —Antes que nada, quiero que sepas que estoy terriblemente apenado por lo que sucedió, en serio. Habíamos dado órdenes precisas de que se le capturara con vida para su posterior enjuiciamiento en los tribunales internacionales, pero ya sabes cómo son estos cretinos militares y sus cadenas de mando, parece como si jugaran al teléfono descompuesto. Lamento mucho que te hayas involucrado de esa manera, créeme que quise decírtelo desde antes pero razones de seguridad no me lo permitieron; aún así, no te merecías volver a pasar por algo así, lo lamento tanto. En cuanto a tus quejas, te aseguro que aquí rodarán cabezas, pues nunca me llegó una sola de ellas.

    Kai ya no objetó nada más, limitándose a contemplar a su acompañante con un cierto aire de incredulidad. ¿Para qué seguir insistiendo? Así era como se las gastaban esos mequetrefes desgraciados que estaban en el poder, disponiendo de las vidas de los demás a su antojo, embaucando a la gente con sus discursos moralistas e hipócritas. La verdad es que su tío estaba muerto, y ya nada se podía hacer para remediarlo. Nada.



    —Y fue así que el 29 de Mayo, a las 4:13 PM se logró exitosamente la ejecución del reconocido líder guerrillero, el reconocido Comandante Chuy, y de todos sus seguidores, con tan sólo doscientas bajas, la mayoría de ellas tropas de las Naciones Unidas que habían servido como señuelo, tal y como estaba previsto en el plan— concluyó Gendo Ikari a ese engorroso respecto.

    —¡He allí a un auténtico hijo de puta!— añadió entonces Lorenz en tono juguetón, uno que jamás se le había escuchado, con una sonrisa de oreja a oreja —Perdonen mi lenguaje, caballeros, pero es la verdad: un auténtico hijo de puta. Durante los últimos quince años siempre fue un constante dolor en el culo. Cómo ustedes sabrán, le debo a él y a sus acciones el que tenga que usar este dispositivo electrónico para poder ver, y esta nueva columna vertebral compuesta de varillas de acero reforzadas. Podría decirse que el Comandante Chuy, ese infeliz mono sarnoso y socialista, me hizo el hombre que soy ahora. ¡Cuanto disfruté presenciar cómo mis perros daban cuenta de su apestoso cadáver! Llámenme excéntrico resentido, si es lo que quieren, pero creo que me lo merecía. ¿No les parece?

    La mayoría de los allí reunidos calló ante tal efusividad, algo inusitado en Keel Lorenz, quien la mayor parte del tiempo era tan expresivo como una roca. Ahora, en sus palabras se entremezclaban el odio, miedo y alegría. Emociones que muchos nunca hubieran creído poder ver en él.

    —Aún así… ¡vaya que era listo el mono socialista!— observó el Almirante Ferguson, el único que se atrevió a hablar entonces —Tienen que reconocerle su inteligencia, señores, después de todo logró descubrir nuestra existencia, lo que es más, la identidad de todos nosotros y de nuestro amadísimo líder. Todos los demás inconformes se iban con la finta de Schroëder y el Consejo de Seguridad, pero ese desgraciado infeliz supo ver quienes eran los que en realidad tiraban de los hilos.

    —Lo que es más— comentó por su parte Ju Chin Tao, el dirigente chino —Parece olvidárseles que fue él quien nos proporcionó los medios necesarios para afianzar nuestro dominio global. Gracias a su existencia tuvimos todas las excusas necesarias para recrudecer nuestras políticas de suspensión de los derechos humanos y control de los medios de comunicación; y ahora que controlamos la organización que él creo, controlamos también a las fuerzas rebeldes, quienes eran los únicos que se oponían a nuestros planes. Manejamos ambos bandos en disputa, lo que es igual a: ¡dominio total, señores, dominio total! No importa quien gane o pierda, nosotros siempre ganamos…

    —¿Qué quieren decir?— preguntó sobresaltado Ikari, quien hasta entonces se había mantenido al margen. Se dio cuenta, para su subsecuente bochorno, que su repentino gesto había causado malestar en algunos asistentes pero aún así continuó —Entonces… mis sospechas eran correctas… el Ejército de la Banda Roja… ustedes…

    —Así es, señor Ikari— respondió Herr Schneider, quien parecía ser el menos enojado de todos —Nosotros lo controlamos, suministrándole recursos y a través de su líder, un hombre que trabaja con nosotros. Me parece que es alguien que usted conoce muy bien… aunque creo que en los últimos años se han distanciado un poco…

    Gendo entonces guardó silencio, pálido como el mármol mientras los recuerdos acudían a su memoria. Por primera vez en mucho tiempo, sintió temor en su corazón. Sus manos se pusieron frías y temblorosas. Sólo había alguien capaz de cometer semejantes actos.

    —Demian— susurró, con la vista clavada en el vacío.

    —Por cierto, no sé si alguien más se habrá dado cuenta de ello— pronunció Dolojov a la audiencia, ignorando el estado de incertidumbre en el que se había sumido Ikari —¡Pero vaya familia, la de esos Rivera! ¡Y de cuanta utilidad nos han sido!

    —Es cierto— contestó de la Crouix —Gracias a José pudimos salvar nuestros pellejos, al descifrar los textos en las ruinas de los antiguos, predecir el Segundo Impacto para ponernos a buen resguardo y desarrollar la tecnología de los Evas. Gracias a Antonio y a sus estúpidos revolucionarios ahora controlamos el mundo entero. ¿Y qué decir del pequeño Kai? ¿Qué sería de nuestros ejércitos sin la bendita tecnología N2?

    —Tienes razón, Pierre. ¡Tienes toda la maldita razón!— exclamó fuera de sí Lorenz, aplaudiendo tan feliz como un chiquillo emocionado —Ya no puedo concebir la vida sin reducir a cenizas con una bomba N2 toda una ciudad repleta de rebeldes piojosos. Caballeros, sé que aún no estamos bebiendo, pero quisiera proponer un brindis simbólico por los Rivera, esos hijos de puta que tan felizmente nos han entregado el mundo en bandeja de plata.

    Los demás miembros de SEELE asintieron de buena gana, poniéndose de pie al igual que su líder, a la cabeza de la mesa, y de la misma manera levantando su brazo derecho, sosteniendo una copa imaginaria.

    —¡Por los Rivera!— exclamaron al unísono —¡Esos hijos de puta!

    Las risas estruendosas, casi vulgares, que se sucedieron a continuación, taladraron tanto los oídos como la poca conciencia que aún le quedaba al hombre llamado Gendo Ikari.



    —Seguimos con el ataque del Sexto Ángel, el cual sucedió el 7 de Junio en filo de las once de la mañana. Durante la primera incursión contra el objetivo el Eva 01 sufrió severos daños en su placa pectoral, anulando de esta manera a su piloto, mientras que por otra parte el Eva Z no pudo ser desplegado a la lucha debido a que en esos momentos mi persona sufría un atentado perpetrado por fuerzas remanentes del Frente de Liberación Mundial en Japón, incidente en el cual perdió la vida Kazuo Yamazaki, Delegado de las Naciones Unidas en ese país...— Kai tomó un segundo para tomar aire y recordar aquél penoso suceso, durante el cual había sido expulsado de un vehículo en movimiento. No era algo muy grato de rememorar —El primer combate contra la criatura arrojó como resultado una derrota contundente de nuestras fuerzas, por tal motivo, haciendo muestra de una gran habilidad para la estrategia, la Capitana Katsuragi ideó la Operación Yashima para destruir al enemigo, para la cual se hubo de echar mano de la Unidad Cero y de toda la corriente eléctrica del Japón. Fue así que la madrugada del 9 de Junio, en una operación conjunta, a la que el Eva Z se unió de último momento a los dos Evas entonces desplegados, que se logró la destrucción total del objetivo, una vez que éste había conseguido llegar hasta el Geofrente con uno de sus componentes orgánicos. Cómo resultado, NERV consiguió adquirir otro cuerpo más para estudiar. El Eva 00, sin embargo, resultó severamente dañado, lo que significó su reconstrucción casi total. No obstante, la piloto del mismo, Rei Ayanami, el Primer Niño Elegido, consiguió sobrevivir al ataque. Por cierto que, días más tarde, el 12 de Junio, solicité se me abrieran los expedientes de esta persona, los cuales permanecen cerrados bajo clave de material ultra secreto, y hasta el presente día tampoco he recibido respuesta a dicha solicitud.

    —¡No, no y no!— repuso cándidamente el viejo funcionario, guiñándole un ojo en gesto cómplice al muchacho, quien sobra decirlo comenzaba a exasperarse porque aquél anciano no lo tomaba del todo en serio —No está bien eso de que un jovencito como tú ande indagando sobre la intimidad de una muchachita. No es algo que sea de caballeros, hijito.

    —¿Puedo entender con eso que Inteligencia tampoco le permite concederme acceso a esa información?— inquirió el joven, haciendo caso omiso de las bromas del viejo payaso. Nunca le había caído muy bien que digamos, pero ahora ya estaba comenzando a fastidiarlo. Si era incapaz de tomarlo con la seriedad debida, entonces, ¿por qué diablos lo había nombrado en ese puesto, en primer lugar?

    Advirtiendo entonces el creciente, y justificado además, enojo en su joven colaborador, Herr Schoëder se recargó aún más en el asiento del cómodo sillón en el que estaba acomodado, soltando entonces un hondo suspiro de resignación. Odiaba admitirlo, pero Kai ya no era más un simpático niñito de mejillas coloradas al que se le podía manipular fácilmente con el papel de abuelito bonachón, al que ya se había acostumbrado luego de tanto tiempo de conocerlo y al que, admitía, disfrutaba de representarlo.

    —Ya te lo he dicho, todo eso está a cargo del Instituto Marduk, no hay nada que incluso yo pueda hacer, fue una de las primeras cosas que se acordaron al momento de su creación. Lo único que sé de esa muchacha es que su tutor legal es el Comandante Ikari, y es todo. En lo que a mí y muchos respecta, Rei Ayanami parece haber salido de la nada.

    Rivera entonces ya no insistió más, sumiéndose en sus propios pensamientos.



    —Después de la destrucción del Sexto Ángel, Ramiel, en los siguientes días el gobierno japonés, en conjunto con la iniciativa privada, lanzó una feroz campaña para hacerse de fondos y realizar su propio proyecto en el campo de armamento multifuncional de destrucción masiva, por lo que desarrollaron su batería nuclear denominada “Jet Alone”. El 10 de Junio confirmamos el contacto entre representantes de ese proyecto con Kai Rivera, en otro intento por atraer capital de la O.N.U. a su causa. Sin embargo, gracias a nuestra pronta intervención pudimos evitar tanto la incorporación del muchacho a dicho proyecto, así como el desarrollo completo del así llamado Jet Alone.

    —Bien hecho, Ikari— comentó Lorenz al respecto —Sólo esperamos que hayas cubierto muy bien tus huellas. Sería un problema si alguien descubriera tu conexión con el incidente del 14 de Junio. Mucha gente murió ese día, y no solamente peones sin importancia, estoy hablando de personas muy importantes. Yo mismo estuve invitado a ese evento, y me hubiera tomado la molestia de asistir si no es que me lo adviertes antes. Además, jugar con esas jergas nucleares nunca ha sido muy buena idea.

    —Descuide, Presidente Lorenz, me aseguré de que nada se saliera de control. Nada.



    —Por petición de la Capitana Katsuragi el Eva Z fue desplegado el 14 de Junio en el desierto del antiguo Tokio, para ayudar en la contención de la batería nuclear desbocada, el Jet Alone. Según parece, gracias a la pronta y oportuna intervención de la capitana se pudo evitar una catástrofe mayúscula.

    —Te entiendo, lo menos que Japón o cualquier otro país necesita es un desastre nuclear. ¡Qué terrible fue ese suceso! De no haber tenido mi agenda reservada para ese día, lo más probable es que yo también hubiera asistido a ese evento. Varios amigos míos lo hicieron. Es una lástima.

    —Sí, una lástima— pronunció Kai, como ausente, mirando de nuevo el sobre de papel manila con todas las pruebas que necesitaba para refundir a Ikari y a toda su pandilla en prisión. “Pero aún no, hacerlo en este momento le quitaría toda la emoción al asunto. Pero pronto” se decía mentalmente a sí mismo.

    Pero lo cierto es que recordar a Rei, y a la especie de promesa que le hizo de quitarse la vida, volvió a inquietarlo. Se estaba acobardando en el último momento, con la duda apoderándose de él.

    —¿Algo más que tengas que agregar en ese asunto? ¿Quizás alguna hipótesis de qué fue lo que lo originó?

    —No… no, por el momento…



    —El 29 de Junio del presente año, escoltada por la flota del Atlántico de las Naciones Unidas, la Unidad Dos llegó a aguas japonesas. Inexplicablemente fue atacada por una criatura marina de gran tamaño la cual ha sido llamada Leviatán, hasta entonces desconocida. Pero a partir de esa fecha los avistamientos de esta especie en los diferentes océanos del mundo han sido bastante frecuentes— al soltar este dato inútil junto con toda la información, Gendo buscaba distraer la atención de los viejos de un asunto mucho más importante relativo a ese incidente.

    Con gran satisfacción de su parte, constató que no había sido tan difícil como lo pensó en primera instancia. Tal y cómo lo esperaba, el primero en morder el anzuelo fue el Almirante Ferguson:

    —¡Ni qué lo digas! En ese primer avistamiento la flota perdió algunos de nuestros mejores barcos. Afortunadamente, ya hemos desarrollado una técnica para exterminar esa molesta plaga, utilizando Minas N2. ¡Dios bendiga a esas bombas!

    —Sin embargo, el suceso se salió bastante de nuestro escenario previsto— observó el honorable Ju Chin Tao, acariciando su barbilla —Peligrosamente innecesario, si me lo preguntan.

    —¿Qué tienes que decir al respecto, Ikari?— preguntó Lorenz, tan mordaz como siempre.

    —No deberían preocuparse tanto por cosas sin importancia— Gendo se apuró a contestar, disipando cualquier recelo que los viejos pudieran albergar. El momento que tanto temía había llegado, pues era la hora de mantener a salvo el secreto de su as bajo la manga, aquella carta que le permitiría robarse la victoria al final de la partida —La criatura fue eliminada por el Eva 02, que era lo único de valor que llevaba esa flota. Hasta podría decirse que fue un incidente sin importancia, y si es que decidí incluirlo en el informe fue porque quería hacer que éste se viera más grueso, es todo.



    —El 29 de Junio del 2015 la flota del Atlántico perteneciente a las Fuerzas Armadas de las Naciones Unidas, la cual transportaba a territorio japonés a la Unidad Dos desde Alemania, fue atacada por una de las criaturas hoy conocidas como Leviatanes. La piloto asignada al Eva 02, también oriunda de Alemania, Asuka Langley Soryuu, el Tercer Niño Elegido, entonces quiso responder al ataque del animal tripulando su Evangelion, en una decisión por demás estúpida y arriesgada. Después de los contratiempos propios de alguien inexperto en combate, el Eva 02 consiguió hacerse cargo del monstruo marino, cuyos restos aún se encuentran bajo minucioso estudio, buscando indagar la naturaleza de su origen, y si es que nos encontramos ante una nueva especie o alguna otra clase de armamento biológico como nunca antes se ha visto. Hasta ahora, los tejidos que tomamos como muestra han revelado que...

    —Escuché decir por aquellos días que no fue solamente la señorita Langley, sino también Shinji Ikari y tú mismo, quienes tripularon la Unidad Dos en esa ocasión— observó Herr Schroëder con cierto dejo de malicia en su voz —Incluso hay numerosos testigos que dicen haberte visto usando un traje de conexión femenino... ¿Hay algo que quieras decirme?

    —¡Calumnias, no son más qué eso!— objetó el chiquillo de inmediato, con el rostro encendido —¡Si alguien tiene pruebas que demuestren ese absurdo, entonces que las muestren! No quieren más que arruinar mi reputación. ¿Qué fregados estaría haciendo yo vistiendo un traje de conexión femenino? ¡Por favor!



    —El 7 de Julio en punto de las dos de la tarde las fuerzas de NERV entraron en combate contra Israfel, el Séptimo Ángel. Sin embargo esta demostró ser una pelea más compleja de lo anticipado, dada la capacidad del enemigo para separar tanto su masa como su núcleo en tres entidades autónomas, lo cual en un principio tomó desprevenidos tanto a los pilotos de los Evas como a sus superiores.

    —Así parece— interrumpió Ju Chin Tao, quien apenas se podía aguantar la risa —Todos vimos como entonces el Eva Z le salvaba el trasero a tus armatostes de juguete, Ikari. No fue una visión muy halagüeña, que digamos.

    Todos los demás miembros de la junta rieron de buena gana al recordar aquella vergonzosa escena, provocando el disgusto y la impotencia del Comandante Ikari, quien sólo podía esperar a que se les pasara las ganas de burlarse de él y de sus Evas, apretando furioso los dientes y sus puños. Ya encontraría la manera de hacerles pagar a sus pilotos aquella afrenta tan humillante.



    —Cuatro días después de ese primer enfrentamiento, el 11 de Julio, en un ataque sincronizado entre las Unidades Uno, Dos y Zeta, el Séptimo Ángel finalmente pudo ser aniquilado— puntualizó Rivera, quien ya quería acelerar el ritmo del informe. Había asuntos más importantes que atender que recordar peleas pasadas.

    —Otra ocasión más que sirvió para demostrar la superioridad de Zeta frente a los demás Evas, si me permites decirlo— aplaudió el señor Secretario, quien al parecer no compartía el apuro del joven.

    —Me halaga, señor, pero creo que es un poco injusto para los otros pilotos. Lo que sucedió en el primer combate fue que quizás salí más avispado que ellos en ese día, es todo, pero fui incapaz de acabar con el enemigo por mi propia cuenta. A final de cuentas sólo pudimos derrotar al Ángel cuando trabajamos los tres en equipo.



    —Sandalphon, el Octavo Ángel, fue descubierto el 25 de Julio dentro del cráter volcánico del Monte Asamayama, en su estado inicial de embrión— Gendo se había tragado por fin su enorme orgullo y continuaba leyendo su informe de la manera más respetuosa que se le podía imaginar —Por tal motivo, la dirigencia de NERV hubo de requerir de este comité la aprobación de la orden especial A17, para la captura y estudio de la criatura, cuya operación fue realizada bajo las más estrictas y absolutas condiciones de seguridad. Para tal efecto la Unidad Dos, equipada con el Equipo D especial para inmersión, fue desplegada en el interior de dicho volcán, mientras que se solicitó el apoyo de la Unidad Zeta, quien permaneció a la espera.



    —El blanco fue momentáneamente capturado en el interior de una jaula de ondas electromagnéticas— continuaba Rivera con la narración del combate —Sin embargo la criatura despertó de su letargo y se liberó con relativa facilidad, abortando por completo toda la misión, la cual cambió entonces de la captura a la destrucción del objetivo, de lo cual se encargó exitosamente la Unidad Dos.

    —Creo que ahora viene una de las partes escabrosas de este informe— advirtió entonces Schroëder, quien estaba ansioso por escuchar qué clase de justificación le pondría el muchacho para explicar su comportamiento de aquella vez.

    —No tanto como lo parece, señor— fue la respuesta que obtuvo, cuando Kai llegaba a esa parte tan delicada de su informe.



    —El 11 de Agosto los trabajos de reparación y mejoras a la Unidad Cero fueron terminados, por lo que el Eva se presentó operable y listo para el combate, para lo cual tuvo su oportunidad el 21 del mismo mes, cuando se detectó un Código Naranja en las inmediaciones del Geofrente— Ikari apenas si podía disimular la sonrisa que luchaba por asomarse en sus labios. Estaba llegando a una de sus partes favoritas —Por lo que quince minutos después de detectado dicho código, a la una de la tarde con diecisiete minutos, se mandó a establecer contacto a las cuatro Unidades Eva a nuestra disposición. Los Evangelion peinaron la ciudad en busca de señales de un posible enemigo durante más de dos horas, sin haber obtenido resultado alguno. Alentada por sus propias rencillas personales, las cuales no pudieron dejar de lado ni un solo momento, la desesperación en dos de los jóvenes pilotos fue tal que, en lo que sólo se puede denominar como un acto de irresponsabilidad absoluta, propio de un retrasado mental, cuando daban las tres y media ya se estaban trenzando a golpes, a bordo del Eva 02 y Z, respectivamente. Cabe mencionar que el iniciador del altercado no fue otro que Kai Katsuragi, el piloto de la Unidad Zeta. La piloto del Eva 02 únicamente se defendió de la agresión.

    Ya estaba hecho. De haberse encontrado solo, Ikari se hubiera echado a reír como un lunático desenfrenado. Pero como no era así, únicamente frunció los labios en un extraño gesto de complacencia y satisfacción personal. Había dejado tan mal parado a ese mocoso frente a la junta, la cual momentos antes parecía estar muy impresionada con él, que ni siquiera con la ayuda de muletas se hubiera podido volver a poner de pie.

    —¡Qué pelea tan magnífica fue esa!— admitió Ferguson con aire soñador, como si se estuviera refiriendo a un evento deportivo.

    —¡Vaya que lo fue!— completó Dolojov, compartiendo su entusiasmo —Hubiera jurado que el Eva Z trapearía el piso con ese monigote, ¿pero quién se hubiera imaginado que se defendería tanto?

    —¡Esa Langley sí que es un hueso duro de roer!— exclamó Schneider con cierto orgullo en su voz —Después de todo, no hay que olvidar que es una alemana.

    —Se defendió bien, y eso tiene su mérito— admitió Lorenz, también animado por la conversación —Pero estoy seguro que de seguir la pelea Zeta se hubiera impuesto... eso claro, si alguien no hubiera detenido la pelea...

    Enseguida todos los ancianos fustigaron con la mirada a Ikari, quien de pie apenas si podía dar crédito a lo que estaba presenciando. Aún cuando él ganaba, ese chiquillo odioso se las arreglaba para que de todos modos perdiera. No era justo. Simplemente, para nada era justo. Hubiera querido tirar todo el maldito informe al piso y hacer un berrinche de escalas monumentales. Pero no podía hacerlo, por mucho que quisiera.



    —¿Así que lo que quieres decir es que el Eva Z se salió de control por desperfectos en el dispositivo de mando con la interfase de la conexión mental en la cabina?— volvió a preguntar el Secretario General, un poco confundido y tratando de recordar todos los términos de los que el muchacho le hablaba —Tenme un poco de paciencia, hijito, toda esta monserga científica siempre me marea...

    —No se preocupe señor, que no es tan difícil de entender. Todo lo que necesita saber al respecto lo incluí de manera más explícita en el reporte de mantenimiento que se le practicó a la Unidad Zeta después del incidente. Estoy seguro que una vez que lo lea con más calma y detenimiento todo le quedará más claro.

    —No hay necesidad de eso, muchacho, confío plenamente en tu palabra— repuso el viejo funcionario con dificultad, un tanto acalorado —No dudé ni un solo segundo de ti, créemelo. Pero tú sabes, la gente comienza a hablar, y a veces resulta tan molesto...

    —Lo entiendo perfectamente, señor— asintió Kai, sabiéndose con la partida ganada, y de manera muy ingeniosa, por cierto —Y quisiera que me disculpara por cualquier inconveniente que pude haberle ocasionado en ese entonces.



    —El Noveno Ángel, Matarael, fue avistado y destruido la misma fecha del 19 de Septiembre del 2015, lo cual se logró gracias a la operación conjunta de los cuatro Evas, la primera vez que NERV demostró todo su poder. Pese a ello, las causas que originaron el inoportuno apagón durante el recorrido del Ángel por Tokio 3 aún siguen siendo desconocidas. Afortunadamente aquello no tuvo mayores consecuencias.

    A Gendo no le sorprendió que el aire festivo que habían adoptado aquellos viejos se desvaneciera tan rápido, al mencionar ese incidente. Los miembros de SEELE se limitaron a encogerse de hombros y adoptar una expresión severa, esperando a que continuara con su lectura, tan callados y tan expresivos como una tumba.

    “Desgraciados, entonces ustedes sí saben algo” pensó Ikari una vez que constató la conveniente actitud de los ancianos. “Sabía que estarían involucrados de alguna manera”.



    —Estoy muy intrigado con respecto a ese apagón, sobre todo luego de escuchar las condiciones en las que se dio— musitó Herr Schroëder, pensativo —¿No te parece que pudo ser intencional?

    —Tiene toda la pinta, lo admito— respondió Rivera de la misma forma —Pero vamos, seamos sinceros: ninguna persona tiene los recursos y alcances necesarios para hacer algo semejante sin que se le detecte. Sencillamente es algo imposible. Y aún si el corto de energía hubiera sido intencional, ¿con qué propósito lo habrían hecho?



    —Pasemos entonces al que hasta ahora ha sido el enemigo más poderoso al que NERV se haya enfrentado— pronunció el Comandante Ikari, ya no tan entusiasmado, pues sabía que dicho suceso sería utilizado para volver a mofarse de sus Evas —Zahaquiel, el Décimo Ángel, quien refugiándose al borde de la atmósfera, lejos del rango de alcance de cualquier Evangelion, utilizaba su propia masa corporal para realizar sus ataques. El último y definitivo de ellos sucedió el 3 de Octubre pasado, cuando precipitó por completo toda su masa hacia el Geofrente, el cual hubiera sufrido la devastación total de no haber sido por la intervención de los Evas desplegados para detenerlo, quienes...

    —Quienes sufrieron mucho al echarle porras a la Unidad Zeta para que destruyera a ese monstruo— comentó Pierre de la Crouix con su carácter habitual, aunque también ya estaba algo cansado de escuchar todo aquello que de antemano ya sabía, lo cual lo desesperaba aún más —Lo sabemos, Ikari, no tienes qué preocuparte en explicárnoslo.

    —¿Alguien podría explicarme porqué es que gastamos tanto dinero en tres robots cuyo trabajo lo puede realizar sin mayor problema uno solo?— preguntó de mala fe Herr Schneider, con la misma cara de hastío que su compañero que acababa de hablar —Ah, y el cual, por cierto, no nos pertenece.

    —Modérense en sus comentarios, señores, por favor— repuso Lorenz, un poco molesto por la actitud de sus colegas —Ya llegaremos después a eso, recuerden que se trata de un asunto muy delicado que hemos de discutir a fondo. Mientras tanto, el señor Ikari aquí presente nos merece todo nuestro respeto como empleado y ser humano. Así que por favor, absténgase de esas actitudes tan negativas, estoy de acuerdo que hubo algunos motivos para divertirnos, pero todo tiene su límite y creo que aquí ya nos estamos pasando de la raya. Compórtense a la altura de su posición. Por lo tanto, y hasta que se termine este informe, guárdense sus opiniones. ¿Quedó claro?

    Tanto el empresario alemán como de la Crouix bajaron la mirada como si fuesen dos escolares reprendidos, pero pese a ello, ambos habían expresado muy bien lo que rondaba en la cabeza de muchos miembros de la junta en aquellos momentos. Gendo tomó nota de ello, no sin cierta inquietud.



    Schroëder aplaudió emocionado apenas Kai terminó de rendir su reporte de aquél glorioso día para él y su Evangelion. Aquella era la prueba final, concisa y aplastante, que necesitaron todos aquellos que habían dudado hasta ese entonces de la capacidad del Modelo Especial para el Combate.

    —¡Destruir a semejante monstruo, sin sufrir un solo rasguño!— exclamó el viejo, sumamente orgulloso —¡Ahí sí que estamos hablando de poder! Seguro que los otros Evas nunca hubieran podido detenerlo solos...

    —No estoy tan seguro de eso, señor— repuso Rivera. Oh, pero interiormente sí que lo estaba, pese a sus vanos intentos por ocultarlo y parecer modesto.

    —Dime, muchacho, aquí entre tú y yo... ¿qué se siente el tener semejante poder en tus manos? ¿Qué se siente ser invencible?

    El jovencito bien hubiera querido salir por la tangente y seguir con su farsa de la falsa modestia. Empero, al cabo de unos instantes se rindió a sus impulsos y decidió por fin ser sincero consigo mismo y con aquél viejo.

    —Genial, señor. Sencillamente genial.

    —Me alegre oírte decir eso— respondió entre dientes el viejo funcionario, como si hubiera alguna intención oculta en sus palabras.



    —Finalmente, sé que ha llegado hasta este comité un absurdo rumor de que el día 22 de Octubre el Onceavo Ángel invadió directamente el Dogma Central del Geofrente. Dicha información, lamento decírselos, es errónea y completamente falsa. Tal ataque a nuestras instalaciones nunca se llevó ni se llevará a cabo. El Onceavo Ángel aún sigue sin aparecer.

    —Deberías cuidar mejor tus palabras, Ikari— advirtió el venerable Ju Chin Tao, recrudeciendo el tono de las suyas —Cualquiera que se atreva a mentirle a este comité debe pagarlo con su vida…

    —Si así lo desean, pueden revisar con toda libertad en los registros de MAGI— contestó Gendo sin dejarse intimidar por la amenaza —No hay nada en ellos ni remotamente parecido a la supuesta invasión que tanto les preocupa.

    —¡No me hagas reír!— objetó enseguida Pierre de la Crouix —Todos nosotros sabemos que esconder basura debajo del tapete siempre ha sido una de tus especialidades, Ikari.

    —No veo porqué deban estar tan alterados por un evento ficticio— repuso de nuevo el comandante, sin responder a la acusación —Sobre todo cuando nuestro itinerario va de acuerdo a lo establecido en las predicciones de los Rollos del Mar Muerto.

    SEELE guardó silencio entonces, despojado de argumentos válidos para seguir cuestionando la autoridad de Gendo Ikari al mando de NERV. Lo que él decía era verdad, el plan seguía en marcha según lo previsto, pese a algunos inconvenientes que no eran infranqueables. Por lo tanto, podría decirse que hasta ahora Ikari estaba manejando las cosas de manera aceptable. De momento.

    —Muy bien, entonces que así sea— sentenció Lorenz, dando por concluida aquella discusión —Esta vez no te acusaremos formalmente, Ikari. Pero te advierto que no permitiremos que hagas lo que te plazca a nuestras espaldas.

    —Y así debe ser— consintió Gendo, dándoles por su lado —Dejemos que los eventos continúen su curso conforme al escenario que SEELE ha preparado.



    —En definitiva… ¿es cierto ó falso el rumor que corre acerca de que NERV fue invadido por un ángel?— preguntó el Secretario General a quemarropa, agilizando aquella cuestión, a la que Rivera tan sólo le daba vueltas en su informe.

    —Tampoco lo sé a ciencia cierta, señor— contestó éste, muy a su pesar. “Maldita sea, claro que es cierto. ¿Pero cómo decírselo a este viejo imbécil sin echarme de cabeza?” —El 22 de Octubre, fecha en la que dicho rumor establece se llevó a cabo la supuesta invasión, yo me encontraba indispuesto en mi domicilio por cuestiones de salud, así que no supe nada de lo que sucedió ese día, a no ser por el reporte que recibí de mi subordinado directo, en el que se me especifica que ese día no hubo incidentes de relevancia.

    “El desgraciado infeliz de Kenji, cada vez parece que se está yendo más y más para el bando del barbas de chivo” pensó Kai, teniendo razones para empezar a dudar de la lealtad de Takashi y algunos otros de sus empleados que le habían ocultado aquél suceso. “¡Mira que querer engañarme de esa forma! ¿Qué me creerá tan pendejo? Lo peor es que si no hubiera estado allí ese día, le hubiera creído. Con que no me salga con alguna babosada, el muy bastardo. Parece estarse olvidando de quién es el que firma sus cheques”.

    —Supongo que la respuesta quedará en el misterio, ¿eh? En fin, como seguimos aquí, y vivos, me parece una buena señal. Quizás en verdad no haya pasado nada, después de todo.

    —Es lo más probable, señor…

    —¡Bien!— musitó Herr Schroëder, frotándose las manos. Aún se encontraba pensando la forma adecuada de abordar el otro asunto que lo había llevado a citar a Rivera en aquella ocasión. No era algo muy sencillo de hacer —Supongo que hemos terminado, ¿no es así? ¿Ó acaso hay algo más que quieras agregar a tu informe, hijo?



    Finalmente, el momento que Kai había estado anhelando durante tanto tiempo, había llegado. El momento de la verdad, el evento que había estado planeando meticulosamente, hasta el más minúsculo detalle, durante los últimos tres meses. Miraba detrás de sus pasos, como aquél que ha subido toda una montaña y observa su trayecto desde la cima de ésta. ¡De veras, cuánto trabajo le había costado llegar hasta allí, a ese momento en específico! Sin duda que era uno de los más importantes de su joven vida. Pero por alguna razón, se descubrió a si mismo vacilando. Parecía estar tan emocionado que no acertaba a moverse ó a pronunciar palabra. Observaba insistentemente el tan mentado sobre de color amarillo, sin atreverse a tomarlo en sus manos y mostrar de una vez su contenido. ¿Tan pronto le había llegado la hora de actuar? ¡Aún era demasiado temprano! ¿Acaso no estaría precipitando las cosas? Quizás debería tomar las cosas con más calma… después de todo, tal como lo había dicho Kaji, podría desencadenar una serie de eventos completamente fuera de control. ¿En realidad ésta es la decisión correcta? Quizás Ikari sí sea el menor de los males, en el mejor de los casos un mal necesario. ¡Pero qué sarta de estupideces estás pensando! ¡Oh, con una maldita chingada! ¿Qué estás esperando para tomar ese jodido sobre y hundir de una vez por todas a ese hijo de puta, maldito mariquita? ¡Mira que venir a acobardarse a estas alturas! ¡Y todo por una hembra sin chiste, a la que por cierto, ya no le interesas! ¡De veras que das asco! ¿Me oyes? ¡ASCO! Estúpido imbécil sin agallas. Cobarde. Busca la palabra “patético” en el diccionario y ahí encontrarás tu fotografía. ¿Qué temes perder a Rei? ¡Estúpido! Ya la perdiste desde hace tiempo. ¿Qué aún sientes algo por ella? ¡¿Y eso qué?! Aquí estamos hablando de algo mucho más importante que tu torpe amor de colegial, pedazo de mierda. Se trata del destino de todo el mundo. ¿Oíste bien? ¡De todo el mundo! ¿O qué, dejarás que ese bastardo infeliz de Ikari se salga con la suya, y todo por que aún no te puedes quitar de la cabeza a esa mocosa buena para nada? ¡Ya basta! ¡No le digas así, imbécil! La pobre ya ha sufrido bastante, y yo sólo quiero asegurarme que no sea por mi culpa. ¿Qué de malo hay con eso? No quiero que termine en alguna institución mental o peor aún, muerta. Y es que, ¿qué será de ella si despiden a Ikari? Ya este viejito lo ha dicho: Gendo es su tutor legal. Y estoy seguro que es así sólo por que la necesita para lo que sea que esté planeando hacer. ¿Qué será de ella entonces, cuando metan al bote al barbas de chivo? Se quedará sola como perro en la calle, sin un lugar a donde ir. ¿Ah, de veras? Yo que tú, mejor me preocuparía más de que Asuka no se entere en lo que andas pensando. ¿Sí recuerdas a Asuka, no? Esa preciosa rubia de ensueño que trajiste contigo, y con la que, por cierto, aún no te has revolcado, marica de mierda. Y te diré el porqué aún no lo has hecho, y eso es por seguir recordando a aquella ingrata, que por si no lo notaste, te botó para seguir meneándole el culo al desgraciado infeliz al que ahora parece quieres salvarle el trabajo a cualquier precio, incluso si eso les cuesta el pellejo a todos los habitantes del planeta. ¡Ya no la idealices tanto! Rei no es ninguna santa que digamos. ¡Cállate, maldición, cállate! ¡Sólo dices barbaridades! Es la verdad, crees que la conoces, pero admitámoslo, viejo... ¿qué tanto sabes de ella? ¡Sólo su nombre y su fecha de nacimiento! ¿Y eso qué tiene qué ver? ¡Todo! ¡Date cuenta que no es la persona que tú crees que es! ¡Déjame en paz, yo quiero creer en ella! ¿En serio? Sólo dime como se llaman sus padres. Dónde nació. ¿Qué diablos hacía encerrada en un convento, cómo demonios llegó allí? ¿Por qué todo parece indicar que salió de la nada? ¡Cierra el hocico, idiota! ¿Crees que eso me importa? ¡Ella es Rei, y es todo lo que necesito saber de ella! ¿Me entiendes? ¡Nada más me importa! Oh, sí, eso sí que fue de todo un genio, muchachón. Sólo piensa, imbécil, piensa un poco aunque te cueste tanto trabajo. Los hechos están allí, a la luz. Ya hace un año que llegó al Proyecto Eva. Todo un año, bajo el “cuidado” de Gendo, viviendo sola en esa ratonera que tiene como departamento. Me pregunto cuántas veces ha ido a visitarla Ikari, a mitad de la noche, cuando nadie pueda molestarlos. ¡Ninguna! Apuesto a que ya le han de haber dado hasta por las orejas, a la muy zorra. ¡No es cierto! Tiene de pura e inocente lo que Shinji de osado y valiente. ¡Cállate, cállate! Es hora de afrontar los hechos, amigo, por tu propio bien. La Rei que crees conocer no existe, no es más que un producto de tu imaginación, hecha a la medida de tus necesidades y deseos. Una chiquilla incomprendida, desamparada y triste en este mundo oscuro y cruel, pero dulce en su interior, tan sólo esperando a su galante caballero en armadura que llegará a rescatarla de las garras de su malévolo guardián. Un muy bonito cuento de hadas, muy a lo Disney, si me permites decirlo. Pero vamos, hay que ser realistas: esa muchacha no existe, la verdadera Rei no quiere ser rescatada ni por ti ni por nadie. Lo que es más: hace mucho que ella dejó de ser virgen. ¡No es verdad! ¡NO ES VERDAD! ¡QUE SÍ LO ES! ¡Todo este tiempo te has estado engañando, pero ya estuvo suave de tanta pendejez! ¡Llegó la hora de que dejes de comportarte como un estúpido chiquillo de quince años y te comportes a la altura! ¡Afronta tu responsabilidad como hombre, abre de una vez por todas ese condenado sobre y salva al mundo! ¡Es ahora, ó nunca! ¡Sé un hombre, niño idiota!

    —Kai— insistió el Secretario, al pensar que el muchacho no le escuchaba, luego de tanto tiempo sin recibir respuesta de su parte —¿Hay algo más que quieras añadir a tu informe?

    —Ahora que lo pregunta, sí señor, tengo algo más que añadir. Y es precisamente el contenido de este sobre, veálo por usted mismo. Llegó hasta mi poder de manera anónima, quizás por temor a la vida de mi informante secreto, como sea, he podido establecer que la información contenida en él es fidedigna, verídica. Se trata de documentos que sirven como pruebas irrefutables de que la dirigencia de NERV, explícitamente la persona de su comandante, Gendo Ikari, es responsable directo del incidente con el Jet Alone el 14 de Junio del año 2015, suceso en el que murieron 127 personas según el conteo final de la Cruz Roja, entre ellos personalidades internacionales del ámbito político, militar y económico. Todo está allí, bastante bien documentado: fechas, nombres, contactos, planes para infiltrar las instalaciones japonesas y sabotear la prueba de arranque de la batería nuclear. A eso comúnmente se le llama espionaje y sabotaje industrial, agréguele a eso los cargos de homicidio imprudencial y creo que tenemos entre manos muy buenas razones para destituir de su cargo al señor Gendo Ikari y someterlo a un proceso judicial.

    Ya estaba. Lo había dicho. Por fin había podido decirlo. Ó por lo menos era lo que al joven Kai Rivera, de quince años de edad, le hubiera gustado haber dicho. Pero el caso es que no lo hizo, y al obrar de ese modo tan negligente, aunque puede que comprensible dada su edad, quizás estaba poniendo al mundo entero en un gran peligro.

    —No, señor— musitó el muchacho con la mirada perdida en el vacío, poniendo final a su escenario contrafactual interno —No tengo nada más que decir. He terminado.

    —Muy bien— respondió el Secretario Schroëder, un poco desconcertado por la taciturna actitud tan repentina del joven —Entonces, si me lo permites, hay algo que quiero discutir contigo, algo de extrema importancia...




    —Hasta ahora lo has estado haciendo bien, señor Ikari— admitió el Presidente Lorenz, apoyando sus manos entrelazadas sobre la mesa frente a él —Ó por lo menos es lo que parece, según el informe que nos acabas de entregar.

    —Sin embargo— interrumpió el honorable Ju Chin Tao, aunque completando lo que su compañero quería decir —Se habrá dado cuenta que en dicho informe quedaron algunos cabos sueltos, dos en particular, que son la principal razón de que los miembros de SEELE hayan decidido reunirse aquí, en persona, luego de más de diez años sin hacerlo.

    —Nos estamos refiriendo a la existencia del Eva Z y a cierta información que ha llegado hasta nosotros, la cual afirma que tienes en tu poder a Adán, el Segundo Ángel— sentenció Pierre de la Crouix, fiel a su temperamento, que lo instaba a no andarse por las ramas.

    —¿Qué tiene que decir al respecto, Comandante Ikari?— inquirió Dolojov, avispándolo con la mirada —¿Tal información es cierta ó falsa?

    —Falsa, por supuesto. Pero no me crean a mí: ya se los he dicho antes— respondió Gendo, esforzándose al máximo por ocultarle a esos chacales su nerviosismo —Los registros de MAGI están abiertos a los miembros de este comité para que los revisen a su gusto.

    —Esta será tu última oportunidad para que te sinceres, Ikari— afirmó Lorenz, amenazante, harto de toparse con el callejón sin salida que Gendo les ponía enfrente —Aún estás a tiempo para informarnos el paradero del Segundo Ángel.

    Todos callaron por un breve lapso de tiempo, aguardando por la respuesta que les diera el comandante, quien tan sereno y altivo como lo era siempre, contestó sin un ápice de temor en su voz:

    —Adán está en la Antártica desde hace quince años, muerto. Eso es todo lo que sé referente a esa criatura.

    Los integrantes de SEELE cambiaron entre sí miradas de recelo. Si bien tenían indicios bastante sólidos como para sospechar que Gendo les estaba ocultando algo, carecían de pruebas concretas para acusarlo de traición. Y como siempre, los registros en MAGI hablarían a su favor.

    —¿Esa es tu última respuesta? Pues que así sea— masculló el Presidente Lorenz, sin abandonar el empleo de un tono amenazador en sus palabras.

    —Por otra parte— prosiguió Johan Schneider —Habrá podido notar que estamos bastante impresionados con el desempeño de la Unidad Zeta, Comandante Ikari.

    —Una y otra vez ha superado con creces al de sus juguetes, Ikari. ¿Pueden verlo? Un solo Evangelion haciendo el trabajo de tres con mejores resultados— contempló el Almirante Ferguson, quien hasta ese entonces había permanecido pensativo —Es bastante conveniente, si me lo preguntan. Y barato.

    —Cierto— asintió Dolojov, “el gran capital” —Aún cuando su existencia no estaba prevista dentro de nuestro plan original, es una inconveniencia menor que estoy dispuesto a ignorar. Estoy seguro que con su poder podremos exterminar a todos los ángeles antes de lo previsto.

    —Por si no lo has notado, comandante, estamos muy tentados a ofrecerle su puesto al joven Doctor Rivera— aclaró de una vez por todas el dirigente chino, con una sonrisa burlona en su macilento rostro. Era de todos bien sabido la aversión que el chico producía en Gendo y seguramente la posibilidad de que le quitara el empleo era humillante para él —No nos vendría mal un poco de sangre nueva por aquí… ¿no lo creen así, camaradas?

    —Sangre nueva… y maleable, para moldearla a nuestro antojo y conveniencia— afirmó entonces Schneider, soñando despierto —No veo porqué debemos permitir que sólo ese lameculos de Schroëder le saque provecho a ese mocoso. Apuesto a que él no ocultaría nada a nuestra vista, ni haría planes a escondidas.

    —Precisamente porque sólo se trata de un niño— Ikari intervino por fin en el debate —No tiene la sangre fría que se necesita para el puesto. Y aún si le hicieran semejante ofrecimiento, estoy seguro que no accederá. No es tan listo como todos piensan. Estoy de acuerdo que podemos aprovechar el poder de Zeta a nuestro favor, de momento. ¿Pero qué sucederá después de que destruyamos a los ángeles? Para llevar a cabo el Plan de Instrumentalización será necesario destruir al Eva Z y eso es algo que sólo yo puedo lograr. Pero hagan como quieran, estoy en la mejor disposición de acatar las decisiones que se tomen en este comité.

    —Váyase ya, Ikari, hemos terminado— terció Lorenz con amargura y cansancio —Aún tenemos mucho que discutir sin su presencia. Además, estoy harto de tanta insolencia suya.

    Sabiéndose con la batalla a medio ganar, el comandante no tuvo más empacho en acatar la orden, dirigiéndose a la salida del salón, satisfecho con el resultado de su enfrentamiento con aquellos viejos, del cual había salido bien parado.

    —Sólo un último favor comandante— requirió el presidente de la junta, sin siquiera voltear a verlo —Tenga la bondad de hacer pasar a nuestro invitado que espera afuera. Gracias.

    Aquello sí que extrañó a Ikari. ¿Un invitado? No estaba al tanto de otra persona atendiendo a aquella junta. ¿De quién podría tratarse?



    —Estoy seguro que has visto las noticias y sabes de la difícil situación por la que estamos atravesando— arguyó Herr Schroëder, poniéndose de pie —Por lo tanto, no creo necesario extenderme en muchos detalles, salvo decirte que la realidad es mucho peor que la que escuchas en los noticieros. Esta guerra ya está tomando dimensiones incomprensibles, por lo que nos vemos en la necesidad de recurrir a medidas drásticas para alterar su curso. Muchacho, es mi deber informarte que la junta del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha tomado la decisión de utilizar al Eva Z en la ofensiva contra el Ejército de la Banda Roja. Por lo tanto, te remuevo de tu puesto actual para asignarte un rango militar dentro de la Armada y te puedas unir lo antes posible a las hostilidades.

    El joven Rivera se quedó petrificado en su lugar. Había escuchado y comprendido cabalmente cada palabra del Secretario, pero aún así no podía tomarlas en serio. Se sentía en una especie de sueño delirante, del que intentaba despertar con desesperación. ¿Él, un militar? Eso iba en contra de todos sus principios y no tardó en hacérselo saber a su superior:

    —¡Perdóneme, señor, pero no creo que eso sea correcto! ¿Utilizar a Zeta para combatir a un ejército humano? ¡Eso va contra su propósito, y usted bien lo sabe! Me rehúso a acatar una orden semejante, aún cuando venga directamente del Consejo de Seguridad.

    —¿Ejército humano, dices? ¿Crees tú que un “ejército humano” podría enfrentarnos a esta magnitud? Si contra lo que luchamos se tratara de simples seres humanos, te aseguro que en estos momentos el Ejército de la Banda Roja no tendría de rodillas a las Naciones Unidas; ni tampoco nos arriesgaríamos a dejar desprotegido al Geofrente, de ser así.

    Hábilmente el viejo funcionario dedujo que de nada serviría confrontar directamente a Rivera, quien tan sólo hubiera reforzado su convicción de negarse a ir al frente, de haber procedido de aquella manera. En cambio, prefirió no llevarle la contra tan abiertamente, respondiendo únicamente con vagas insinuaciones y soltando pedacitos clave de información que deberían despertar la curiosidad del muchacho, para generarle un interés en el asunto. Con gran satisfacción de su parte se percató del resultado positivo de su proceder, cuando el jovencito pronunció sumamente intrigado:

    —¿A qué se refiere? ¿Entonces contra quién están peleando en esta guerra?

    —No podemos saberlo con certeza— continuó el viejo con su estrategia, que tan buenos dividendos le estaba dando —Hemos perdido divisiones enteras en cada enfrentamiento, sin encontrar un solo sobreviviente que nos pueda contar lo sucedido. Al parecer, han encontrado la forma de bloquear nuestros equipos de comunicaciones durante los combates, aislando por completo a las tropas que mandamos en su contra. Y cuando mandamos equipos de rescate, lo único que encuentran son montones de chatarra despedazada, sin ningún vestigio de vida humana a la vista. Ni siquiera cuerpos para sepultar.

    —¿Cómo dice? ¿No hay cadáveres?

    —Así es, pero míralo por ti mismo. Estas fotografías fueron tomadas recientemente por uno de esos equipos de rescate. En el campo de batalla sólo quedaron fierros chamuscados... y las armas, equipo y los uniformes de los soldados tirados en el piso, incluso dentro de sus tanques, como lo puedes apreciar en esta. Es como si... como si tan sólo se hubieran desvanecido en el aire, así nomás...

    —Imposible— masculló el muchacho con el rostro desencajado, mientras observaba las fotografías. Allí estaban las pruebas retratadas en ellas, testimonios de personas que habían existido, que habían utilizado aquellas máquinas, tripulado esos tanques y aviones, vestido aquellas prendas que ahora volaban al capricho del viento en el desierto, personas que sin mayor explicación desaparecieron repentinamente —Un momento... ¿qué es esto?— dijo mientras señalaba algo parecido a un cráter impreso en la superficie árida.

    —Eso... es esto…— contestó el señor Secretario, tendiéndole una ampliación de dicha fotografía, en la que se podía distinguir mejor aquel hundimiento, el cual sin lugar a dudas tenía la forma de una pisada. Sólo que con tres largos dedos bastante separados, con una envergadura total de unos veinte metros de largo —Creemos que la dejó nuestro verdadero enemigo… también tenemos estas imágenes que rescatamos de la computadora de uno de nuestros acorazados hundidos en el Mar Rojo. Aunque están tomadas en visión nocturna y no son tan claras, creo que hablan muy bien por sí mismas.

    Efectivamente, pese a su pésima nitidez, en aquellas fotos podían distinguirse muy bien formas gigantescas que se erigían imponentes en la toma, en algunas ocasiones iluminadas difusamente por alguna clase de energía lumínica.

    —Esto… esto no puede estar pasando— musitó el jovencito sin dar crédito a las pruebas que se le presentaban —¿Me está diciendo que el Ejército de la Banda Roja tiene ángeles a su servicio?

    —No podemos saberlo con certeza— pronunció con pesadumbre el viejo funcionario, mirando por los ventanales de su oficina —Es por eso que ya no podemos permitirnos correr más riesgos, y utilizar todo el poder a nuestra disposición. Y tú también. Tú mismo lo has dicho en bastantes ocasiones: por tus grandes dones, tienes una gran responsabilidad con la humanidad. No hay otra alternativa: el Eva Z debe ir a la guerra.

    —Pero… en las guerras, la gente se muere…— murmuró el jovencito, abatido.

    —Volverás a Tokio 3 y harás todos los arreglos que sean necesarios para que la Unidad Zeta pueda viajar esa distancia— sentenció Herr Schroëder sin prestarle atención —Tienes ocho días para tal efecto; el Equipo F los recogerá en el Geofrente, a ti y a Zeta, el 10 de Noviembre, partiendo de inmediato hacia el Mediterráneo. Una vez que te reportes a tu nueva posición en la milicia se te darán más instrucciones.

    El silencio se hizo entre ambas personas, mientras la distancia entre ellos iba creciendo. Rivera no podía negarse, pues sabía que si bien estaba bajo la custodia legal de Misato, a final de cuentas quien tenía la última palabra en cuanto a su destino era la Organización de las Naciones Unidas. Si acaso llegaba a desobedecerlos se asegurarían de apartarlo del lado de Misato y encerrarlo en algún laboratorio hasta el último de sus días.

    Además, estaban esas misteriosas criaturas, cuya naturaleza y origen permanecían ocultos. Su sola presencia en dicho conflicto armado alteraba todo el equilibrio de poder, además del escenario mundial. ¿Ángeles ó robots? No podía saber la respuesta, pero para hacerlo debía ir a enfrentarlas cara a cara. Aún cuando ello implicara convertirse en lo que más odiaba. Escondió el rostro entre sus manos, como si estuviera avergonzado por algo y no se atreviera a dar la cara. Había ido a esa reunión con la intención de quitar de su puesto a Ikari, sin embargo fue él quien había perdido el suyo, y no sólo eso, ahora se convertía en un instrumento más de destrucción. ¿Cuándo fue que el mundo se volteó de cabeza?



    La vida parecía abandonar el cuerpo de Gendo Ikari apenas se percató de la identidad del misterioso invitado de SEELE, el cual estaba caminando a su encuentro en esos momentos. Parecía una aparición de ultratumba y de haberlo sido entonces no hubiera sido tan terrible; pero la cruel realidad es que allí estaba él, el gigante de apariencia lúgubre, en carne y hueso, y su presencia no podía presagiar nada bueno.

    —Demian— susurró de nuevo aquél nombre, cuando ya tenía frente a sí a ese sujeto tan peculiar, quien lo miraba con deferencia.

    —¡Pero miren nada más!— pronunció el visitante, animoso —¡Si se trata de mi viejo amigo, Gendo Rikunbugi!

    —Ahora mi nombre es Ikari, Demian, y bien lo sabes— le contestó entre dientes, tratando de no perder la calma.

    —Ah, es cierto… lo había olvidado— repuso tranquilamente su acompañante, casi sin prestarle importancia a ese detalle.

    —¿Cómo... cómo pudiste entrar a este país?— inquirió Gendo, manteniendo a toda costa su temple pese a la marejada de emociones que lo acosaba —¿Cómo pudiste llegar hasta este lugar, sin que nadie te reconociera?

    —Ese es mi secreto, amigo mío— respondió el visitante, en ese tono ceremonioso que hacía difícil precisar su estado de ánimo —Cuando se tiene inventiva, existen muchas formas de pasar desapercibido, aún si eres un muerto que regresa a la vida... ¿Puedes creer que así como me veo en estos momentos, ni siquiera la hija del Doctor Katsuragi fue capaz de reconocerme?— entonces soltó un profundo suspiro, para soltar casualmente: —¡Eso sí que me trajo recuerdos! ¡Cómo ha pasado el tiempo! Casi no podía distinguir este lugar, se ha vuelto enorme, inextricable con el paso de los años... te hace ponerte melancólico por el pasado, ¿no crees? ¿Hace cuanto no nos vemos?

    —Hará ya once años, creo.

    —¡Once años! Eso es mucho tiempo… y sin embargo, no hay día en que no piense en ti, ¿sabes? Cada vez que veo mi reflejo en el espejo, esta marca en mi rostro siempre me hace recordarte…— señaló a la cicatriz que le atravesaba gran parte del lado izquierdo de su rostro —A ti, y a ese chiquillo Rivera.

    —Lo que pasó aquella vez no fue mi culpa, y lo sabes…

    —¡Claro que fue tu culpa, imbécil! ¡Fue tu culpa por ser tan cobarde y no terminar el trabajo, por mandarme a mí a ensuciarme las manos en tu lugar!

    —Piensa lo que te dé la gana— respondió Ikari, dispuesto a no continuar con aquella infructuosa conversación al darle la espalda y empezar a andar —Los viejos están esperándote, así que será mejor que no los hagas esperar.

    —Lo olvidaba— pronunció Demian distraídamente, abandonando de golpe su explosiva rabieta anterior —Yui te manda saludos, ¿sabes? Hemos estado platicando mucho últimamente. Puede que estemos en un contacto incluso mucho más íntimo que antes. Ella espera que puedas unírtele lo antes posible, pero yo no estoy tan convencido de que tengas lo que se requiere para hacerlo...

    Gendo se detuvo en el acto, volteando para mirarlo con una expresión llena de ira, fuera de sí. Cualquiera que lo conociera diría que semejante reacción no era propia de su naturaleza, y no obstante, el Comandante Ikari era preso de una cólera infernal que por poco lo obliga a dejársele ir a golpes a aquella persona.

    —¡Eres un maldito mentiroso hijo de puta! ¡Eso no es cierto, y lo sabes! ¡Sólo lo dices por estarme jodiendo! ¡¡No hay manera alguna de que ella esté con ustedes!! ¡¿Me oyes?! ¡NO LA HAY!

    —¿En serio? ¿Y a quién quieres convencer, pedazo de mierda?— repuso su acompañante, sin amedrentarse ni un poco por su furibunda reacción. Es más, hasta estaba complacido, sonriendo descaradamente en su cara —¿Acaso no es por eso que lloras todas las noches hasta quedarte dormido? ¿No es por eso que quieres devolverle la vida, a cualquier precio? Me parece que sería más fácil unirte a ella… yo podría ayudarte, si así lo deseas…

    Por respuesta obtuvo un escupitajo que certero fue a darle en el ojo derecho, pese a que aventajaba a Gendo en estatura por más de veinte centímetros.

    —¡Ah, eso sí que fue imbécil, Rikunbugi!— el agredido fingió reclamarle, pese a que casi estaba muerto de la risa, mientras Ikari se marchaba de ese sitio sin demora —¡Puedes jugar a ser el comandante todo lo que quieras, al fin y al cabo el vago bueno para nada que siempre has sido y serás saldrá a la luz! ¡Uno no puede negar la cruz de su parroquia, Rikunbugi!



    Rió de buena gana por un rato más, luego de haberse limpiado oportunamente la escupida, y entonces accedió a la entrada principal de la Sala de Conferencias, la cual estaba en las penumbras y en donde los ancianos parecían muy entretenidos poniéndose de acuerdo en tales y cuales asuntos.

    —Doctor Hesse, pase por favor— lo instó Lorenz apenas lo vio ingresar —Lo estábamos esperando, amigo mío. Confío en que su viaje haya sido placentero.

    —Si no logra romper su cascarón, el polluelo habrá muerto sin haber nacido— comenzó a recitar el recién llegado mientras caminaba, sin ponerle mucha atención. Todas las demás personas en la sala, a excepción del Presidente Lorenz, enmudecían con la sola presencia de esa persona. Era temor lo que sentían, no lo podían ocultar —Nosotros somos el polluelo, el mundo es nuestro cascarón… romper el cascarón que es nuestro mundo… ¡para poder revolucionar al mundo!

    —¿Qué diablos fue todo eso?— inquirió Lorenz, aunque no tan enojado como pretendía estarlo. Comprendía bien que el buen doctor tan sólo quería mofarse de la atmósfera melodramática de aquella reunión.

    —Nada, nada— contestó Hesse, sin darle importancia al asunto —Olvidaba que ustedes nunca han visto una caricatura en su vida… se trata de un pequeño fragmento que me gusta recitarle a mis tropas, hasta hago que lo memoricen y lo repitan… Lo chistoso del asunto es que hay quienes de veras se lo creen.

    —Pues bien, si ya terminó, nos gustaría mucho hablar con usted de varios asuntos que requieren su punto de vista— comenzó diciendo el honorable Ju Chin Tao con suma cautela, como lo hacía siempre que se dirigía a ese personaje —Hace unos momentos estábamos fijando los territorios que deberemos cederle para que fortalezca su presencia en el continente europeo, además del precio al que nos deberá vender el barril de petróleo una vez que disolvamos a las Naciones Unidas…

    —Esta guerra aún no termina, ¿y ustedes ya están decidiendo esas cosas? Me impresionan, señores. ¡Eso sí que es previsión!

    —Siempre nos aseguramos de estar del lado del ganador, Doctor Hesse…— contestó Schneider, altanero pero a la vez lambiscón —Siempre…

    —En ese caso, hablemos de negocios, señores miembros del comité— contestó complacido el doctor, integrándose a la discusión, en la cual duraron poco más de dos horas arreglando los detalles que les permitirían borrar del mapa a las Naciones Unidas y hacerse de un poder mucho más directo, lo cual les permitiría poner en marcha su plan secreto…



    —¡El Plan de Instrumentalización Humana debe estar concluido para entonces!— puntualizó por último el Presidente Lorenz, entusiasta —La humanidad podrá dar su siguiente salto evolutivo…

    —En la dirección que nosotros le indiquemos— completó Demian en complicidad con el viejo. Era obvio a todas luces que esos dos se entendían mucho mejor de lo que aparentaban en primera instancia.

    —Ahora que comienza la siguiente fase del plan necesitaremos crear más distracción, algo tan grande que desvíe la atención mundial de nuestros intereses y nos otorgue un margen más amplio de operación— vaticinó Ju Chin Tao.

    —En resumen, necesitamos que haga mucho más ruido, doctor, que se involucre mucho más en esta guerra— dijo a su vez Johan Schneider.

    —Es cierto, hasta ahora su participación ha sido muy vaga— pronunció al respecto Ferguson —Lo que necesitamos en la presente coyuntura es un villano, darles algo tangible contra lo que puedan luchar; una persona que asuma el rol de enemigo de la humanidad para que ésta pueda concentrar sus esfuerzos y atenciones en ella, mientras que nos dejan el campo libre para actuar. En resumidas cuentas, nuestro famosísimo Doctor Infierno, el líder del Ejército de la Banda Roja, que tenemos el honor de tener hoy entre nosotros.

    Las atentas miradas de los miembros de la junta se fijaron entonces en Demian Hesse, el larguirucho y corpulento sujeto de largo cabello canoso que se encontraba de pie en el centro de la sala.

    —¿Porqué no? Después de todo, siempre me ha quedado el papel de villano— observó a ese respecto, un tanto distante —¿Saben? Cuando era niño y salía en las pastorelas de la iglesia lo que más quería era salir de ángel… pero siempre me tocaba ser el diablo. Jugaba a Batman con otros niños y siempre tenía que ser el Guasón…

    —Y me imagino que usted quería ser Batman, ¿no es así?— comentó el siempre curioso e inquisitivo Herr Schneider.

    —No, en realidad quería ser Superman… pero eso no viene al caso, ¿verdad?

    Aún cuando ya estaban cansados, los asistentes a la junta rieron de buena gana ante la ocurrencia del invitado, quien, a pesar de las apariencias, tenía un extraño sentido del humor que sin embargo podía ser admirado y celebrado, como en aquella ocasión.

    —De acuerdo, no tengo problema alguno en representar para ustedes el papel de su “Doctor Infierno”, si es que así lo desean— prosiguió Hesse cuando aún los viejecillos estaban riéndose —A cambio, tengo un solo favor que quisiera pedir a sus señorías.

    —¿Y ése es...?— preguntó intrigado el General Lorenz, arqueando una ceja.

    —La anuencia de este comité para que se me permita hacerme de la custodia de Rei Ayanami, si no es mucho pedir.

    Todos, incluso Lorenz, guardaron silencio, estupefactos. Era lo menos que esperaban oírle decir a alguien como Demian. Aunque pensándolo mejor, y esto es, pensando muy mal, su petición no era tan rara.

    —¿Acaso tengo que recordarle que usted se negó en primera instancia a realizar dicha encomienda, doctor?— volvió a preguntar Keel Lorenz, muy interesado en el asunto.

    —Eso fue entonces, y esto es ahora, son dos cosas muy distintas— señaló el Doctor Hesse, tratando de explicarse —Lo que yo no quería era tener que cambiar pañales, pero ahora no tengo inconveniente en hacerme cargo del cuidado de una criatura tan primorosa.

    —La custodia legal es de Ikari, ya no hay nada que nosotros podamos hacer— admitió el señor de la Crouix, lamentando la suerte de la chiquilla, quien tuvo la desgracia de que aquél individuo posara sus ojos en ella.

    —Pero tampoco podemos hacer algo para evitar que usted… se haga, por así decirlo, de la custodia de la niña— repuso a su vez Dolojov, quien sabía que lo mejor que podían hacer era tener contento a Hesse.

    —Pero tenga bien presente, mi buen doctor, que Rei Ayanami es una pieza indispensable para llevar a cabo nuestros planes— advirtió Lorenz, aunque también dándole su consentimiento —Así que será mejor que se encargue de que llegue entera al Día Final.

    —Gracias, señores— pronunció Demian haciendo una breve inclinación con su cabeza en señal de respeto —Su anuencia es todo lo que mi torpe y egoísta corazón anhelaba escuchar.



    —En ese caso, ya tan sólo nos queda solucionar esos pequeños inconvenientes que ponen en riesgo el éxito de nuestros planes— comentó Pierre de la Crouix, algo ya cansado por el trajín de la emoción.

    —Una vez más, Adán y el Eva Z salen a relucir en nuestras conversaciones— observó Mijail Dolojov, un poco más entero que su colega, pero con semblante preocupado.

    —Ya habíamos acordado que utilizaremos a Zeta en la medida que nos sea útil— recordó Schneider —Además, yo no creo que sea tan necesario destruirlo; podríamos controlarlo para que sirva a nuestros propósitos si controlamos a su piloto y creador, el joven Kai Rivera, lo cual conseguiríamos si se une a nosotros.

    —Y de paso podremos deshacernos de ese Ikari— añadió el venerable Ju Chin Tao —Se ha estado convirtiendo en una molestia, últimamente…

    —Por cierto, doctor, ¿cuál fue el resultado de su investigación del Geofrente?— inquirió el Almirante Ferguson —El Comandante Gendo Ikari asegura que Adán permanece hecho polvo en la Antártida. ¿Usted qué dice al respecto?

    —Que obviamente está mintiendo— respondió con suma tranquilidad —He averiguado que, tal como lo suponíamos, mantiene al Segundo Ángel en NERV, en algún lugar de esta instalación… sin embargo, la intervención de esa mujerzuela, Akagi, me impidió averiguar en qué preciso lugar. Puedo sentir unos leves rastros de su presencia aquí, pero el lugar es enorme, no podría distinguir con exactitud en dónde está.

    —¡Esa criatura es un gran peligro para nuestros planes, más si está en poder de Ikari!— advirtió de inmediato Herr Schneider, poniéndose de pie —¡Hay que localizarla y destruirla cuanto antes!

    —También debemos estar preparados para disponer del Eva Z en caso de obtener una negativa de Rivera— comentó Dolojov en tono reflexivo, cruzándose de brazos y apoyándose por completo en el respaldo de su sillón —Ya todos hemos visto de lo que ese monstruoso fenómeno de la naturaleza es capaz de hacer. Podría llegar a ser un gran estorbo, si se lo permitimos.

    —No creo que ese chiquillo sea tan tonto, pero tienes razón— consintió Lorenz —Además, no podemos permitir que se sigan produciendo los Modelos Especiales para Combate… están frenando el nacimiento de nuestros Modelos en Serie… Muy bien, en dado caso, tal acción deberá realizarse de manera conjunta con la eliminación definitiva de Adán. No quiero tener que volver a preocuparme de esas dos piedras en el zapato. ¿Doctor?

    —Ya me he preparado para dicha eventualidad— respondió el Doctor Hesse, muy confiado de sí mismo —Pronto desplegaré a uno de mis agentes, quien se encargará de llevar a cabo mis planes. Adán volverá a ser historia antigua, y si no se nos une, también lo será ese estúpido muñeco de hojalata…



    El “Doctor Infierno” sacó a relucir entonces sus dientes en su para ahora ya típica sonrisa siniestra, llena de seguridad, pero también cargada con malicia. La junta de SEELE estaba llegando a su fin, pero él ya no estaba poniendo atención, sumergido en sus propios pensamientos, sus pensamientos en un futuro muy, muy cercano.

    “Kai Rivera. Nuestros caminos vuelven a cruzarse, hijo mío. Pronto nos volveremos a ver. Y cuando eso suceda, no me importa lo que estos viejos opinen… me encargaré de terminar lo que empecé hace once años.”
     
  4.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    El Proyecto Eva
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    Capítulo Diecinueve: "Mentiras y Silencio"

    El panorama no pintaba muy bien desde ahí. En más de una forma. A pesar de que eran más de las dos de la tarde, el país entero parecía estar sumido en tinieblas. El sol se ha ocultado en un montón de nubes que se aglutinan amenazantes, allá en el lejano horizonte, anunciando la tormenta por venir. El viento sopla con fuerza, cada vez mayor, apurándose a traer consigo los negros nubarrones. La tempestad llegará a tiempo.

    A medida que las fuerzas lo abandonan el dolor va menguando. Eso no era una buena señal. Todo su cuerpo parece un enfermizo mapa de sufrimiento, con golpes, huesos rotos y sangre coagulada poblando toda su fisonomía. Un testimonio aún viviente de la salvaje crueldad del alma humana. Parecía que no había un solo centímetro cuadrado de su piel que no estuviera ensangrentado o magullado. Sin embargo, el dolor cada vez era menos. Pero sentía frío, mucho frío. Allá arriba se sentía mucho más frío, cuando la ventisca golpeaba el rostro. Además de que estaba casi desnudo. Sus prendas, mientras tanto, eran repartidas por suerte.



    Uno de los soldados volvió a acercarle a los labios, en la punta de su lanza, un estropajo empapado con vinagre, el cual escupió casi enseguida, asqueado. “Ha salvado a otros, ahora que se salve a sí mismo” repetían algunos de los curiosos y paseantes que observaban la escena con un mórbido interés. Algunos se agolpaban en una chusma ignorante, corta en sus juicios pero presta para lanzar insultos y burlarse con placidez. Parecían un montón de ganado, estúpido y bullicioso. Pero a la vez, expectante. Esperaban por algo, como si supieran que ese algo sucedería, pero no sabían bien qué era ese algo.

    “Perdónalos, Padre, no saben lo que hacen.”



    El aire comienza a faltarle en sus pulmones. Se apoya en sus piernas, buscando jalar más del precioso oxígeno, cada vez más escaso en su organismo. Pero lo único que obtiene es lastimarse todavía más con el clavo que atraviesa sus pies. De inmediato cesa en sus empeños, regresando a su posición anterior, pero de forma descuidada, pues se golpea la cabeza al hacerlo. Las heridas en su cabeza, ocasionadas por la corona de espinas, vuelven a sangrar copiosamente, nublando su vista de color rojo. Hubiera querido quitarse la sangre de los ojos, pero sus manos estaban maniatadas, al igual que sus muñecas, atravesadas por dos sendos clavos que lo mantienen bien fijo en el madero a sus espaldas. La desesperación empieza a hacer presa de él. El dolor regresa, junto con el miedo. Y es que, pese a todo, seguía siendo humano.



    Un ser humano, eso sí, extraordinario. ¿Cuál de esas frágiles, torpes criaturas llamadas seres humanos estaría dispuesto a sacrificarse por sus semejantes de la manera en que ese hombre lo estaba haciendo? ¿A defender una causa, un ideal, al punto de llegar a dar su vida por ello? Él lo estaba, y no solamente dispuesto sino que ya lo estaba haciendo. Al morir en esa cruz reivindicaba a la Humanidad como algo digno de seguir existiendo.



    ¿Ó lo era? Y es que al verlo allí, clavado en la cruz, deshecho a palos y golpes, asfixiándose hasta la muerte, sufriendo lo insufrible… ¿en realidad una especie capaz de cometer esa clase de actos inmisericordes en uno de sus semejantes podría considerarse como “digna” de existir? El balance era que sí, puesto que las acciones de una sola persona demostraban que todavía en ellos estaba la chispa de la divinidad, la cualidad de ser perfectibles. Que si bien, eran capaces de cometer los más terribles actos de injusticia y barbaridad, también eran capaces de manifestaciones de amor y bondad sin límites.



    Pero aún así, dada su naturaleza inherentemente humana, no evitaba sentir desesperación, pero sobre todo, miedo. Miedo del dolor por venir, miedo por el porvenir. A veces, de manera por demás fugaz, imágenes confusas de un futuro incierto se le presentaban ante sus ojos, bosquejándole a grandes rasgos los eventos venideros y el mundo del mañana. De esa manera había podido predecir la destrucción del Templo Mayor de Jerusalén, la cual ocurriría en setenta años. Así pues, también había visto lo que sería de su mensaje y de aquellos a los que se lo confió. Observó una iglesia, toda una nueva religión alzándose en su nombre, adoptando al águila romana como protectora. Vio personas perpetrar toda clase de violencia contra su prójimo, innumerables guerras y muertes, también todo en su nombre. Al parecer, violencia destrucción, muerte y maldad era lo que le deparaba el futuro a la humanidad. Y por si fuera poco, en esos terribles momentos de debilidad y angustia presenciaba como esas personas del mundo futuro jugaban con lo más sagrado, aquello que les estaba prohibido tocar, la esencia de la vida misma, construyendo gigantes a los que sometían en prisiones de metal para que lucharan por ellos en sanguinarias batallas que solo llevaban pesar a quienes se involucraban en ellas. Planes de una malicia indiscriminada eran llevados a cabo desde las sombras, mientras el mal se apoderaba del mundo y los justos eran vencidos, aplastados.



    Sus ojos de color verde se coparon de lágrimas ante aquella desoladora visión del mundo futuro. ¿Para eso tanto dolor, tanto sufrimiento? ¿Para que los seres humanos siguieran lastimándose los unos a los otros, para que se aprovecharan de sus semejantes para lograr sus ambiciones? ¿Para que blasfemaran contra su Creador, buscando usurpar su lugar? Parecía que la mentira, la traición, en fin, la maldad, era aquello que definía a los seres humanos.

    “¡Eloí, Eloí! Lamá sabactani?” se lamentó, entre sollozos y el desánimo. ¿Por qué, por qué me has abandonado, Señor? ¿Es que no había esperanza para aquellos a los que, a pesar de todo, tanto amaba?



    La había. La esperanza residía justo en ese porvenir tan terrible que le deparaba a la humanidad. Aquél que todo lo ve, Aquél que todo lo sabe, Aquél por el que las cosas son y serán siempre obraba con justa razón. Siempre con una causa, siempre con un propósito; aún en aquellos aciagos días Su presencia y Su intervención no pasarían desapercibidas. Al igual que en esos momentos de infortunio, los cuales también tenían su propósito específico en la salvación de sus hermanos. Lo sabía bien, y con esa certeza en mente, ya con su tranquilidad interior completamente restaurada, se dispuso a abandonar este mundo, pues Él aún tenía otro papel por cumplir en el Gran Plan, como estaba dispuesto desde el principio de los tiempos.

    “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.



    Y profiriendo tales palabras, el hombre llamado Jesús de Nazareth murió crucificado.



    “Al llegar a Jesús vieron que ya estaba muerto, por lo que no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado de una lanzada y al instante salió sangre y agua.”


    Juan 19 (33 y 34)


    Ni siquiera las aspas del poderoso helicóptero que los transportaba en el aire, a unos quinientos metros de altura, podía romper el engorroso silencio que había entre esas dos personas. Por las ventanillas del aparato el paisaje cambiaba con la misma velocidad a la que viajaban, pero de todas formas el viejo profesor Fuyutski podía contemplar toda una serie de pequeños lagos circulares que se extendían por la verde planicie sobre la cual volaban.

    Después volvió a dirigir la mirada hasta donde se encontraba Ikari, sentado de brazos cruzados y con la vista fija en la nada. Desde aquella reunión con los miembros del comité había estado mucho más taciturno que de costumbre. Sabía bien qué era lo que le molestaba y habría sido muy tonto de su parte dejar pasar una ocasión como ésa para poder molestarlo por ello.

    —El otro día recibí una llamada muy interesante del Presidente Lorenz— el viejo profesor continuó a pesar de que Gendo lo fustigaba con la mirada —Se escuchaba bastante molesto, hasta insinuó que podrías dejar tu puesto muy pronto, Ikari. ¿Me pregunto si sospechará algo?

    —¡Esos vejestorios creen que lo saben todo!— pronunció el comandante con sumo desprecio en su modo de hablar —Pero no tienen ni idea, sólo están buscando pretextos para quejarse... ¿Sabes a quien pretenden darle el puesto? ¡Al mocoso de Rivera! ¡Estúpidos! Bien saben que sin mí no podrían hacer nada. Casi todos los proyectos están a tiempo, incluyendo al Proyecto Eva y al Dummy Plug, no entiendo porqué deberían molestarse...

    —Es cierto, pero Lorenz se percató que lo más importante, el proyecto de Instrumentalización Humana, lleva un retraso del 75% según lo estipulado.

    —Todos los proyectos están vinculados— Ikari se apuró a contestar, disgustado —Si la mayoría están a tiempo, todos los demás también lo estarán...

    —Sin embargo, SEELE está haciendo muchas preguntas con respecto a Adán— apuntó muy oportunamente Fuyutski, quien se dio cuenta de la forma en que su acompañante frunció el entrecejo cuando escuchó esa palabra —¿Cómo va ese asunto, por cierto?

    —No ha habido muchos avances— confesó el comandante, un poco apesadumbrado, dejando caer los hombros —¡Y todo por culpa de ese estúpido chiquillo! Estoy empezando a pensar en otra alternativa...

    —Por lo visto, también los viejos de SEELE lo están haciendo, con Demian y su Ejército de la Banda Roja— volvió a señalar el profesor, tan mordaz como era su costumbre —¡Demian! ¡Cuántos recuerdos me trae ese hombre! Ninguno de ellos grato, por cierto... ¿cómo nos ocuparemos de él?

    El Comandante Ikari se tomó su tiempo para responderle, más entretenido se encontraba en rememorar viejas imágenes del pasado, que lo hacían apretar mucho más su mandíbula, al igual que sus brazos cruzados. También los recuerdos que guardaba de ese hombre no le eran gratos, pero lo más penoso es que muchos de ellos habían sido al lado de su amada esposa fenecida. ¡Ese maldito desgraciado!

    —Es verdad, tendremos que encargarnos de él, a la larga...— admitió, murmurando entre dientes —Pero por ahora lo más apremiante es prepararnos para la Segunda Oleada de ángeles; según los rollos ya está muy cerca...

    —¿Y qué deberíamos hacer con ese metiche de Kaji? Ha estado metiendo mucho la nariz donde no debe...

    —¿Ese pobre diablo? ¡Qué importa! Dejémoslo que haga lo que quiera, mientras nos sea de utilidad. De todos modos, podremos disponer de él cuando queramos.

    —Tienes razón— asintió Fuyutski, dando por concluida la conversación, y reanudando su descuidado análisis del paisaje detrás de la ventanilla, mientras el helicóptero apuraba su marcha para llevar a sus pasajeros hasta su destino.



    Un poco más al sur, se encontraba la vieja ciudad de Kyoto. Alguna vez el segundo centro urbano más importante del Japón, a quince años del Segundo Impacto lucía como un auténtico pueblo fantasma, con la mayoría de sus edificaciones viejas y desvencijadas abandonadas, y sólo un puñado de gente, que apenas se las arreglaba para subsistir, habitándolo. Al igual que muchas ciudades repartidas a lo largo del pequeño archipiélago japonés, de alguna manera Kyoto evocaba el espíritu de vacío y abandono que se había apoderado de la nación, alguna vez orgullosa y emprendedora, ahora reducida en tan sólo despojos de su antigua grandeza.



    Dado el abandono de la ciudad, Kaji tuvo que extremar precauciones para asegurarse de que nadie lo seguía, mientras se las ingeniaba para saltar la barda de acceso a la fábrica. Precisamente por lo desolados que se encontraban los alrededores le sería muy fácil a cualquier persona que lo vigilara dar con su paradero.

    En cuanto tocó suelo se apuró a refugiarse en el interior del edificio abandonado, cuya entrada ni siquiera se habían molestado en asegurar. Constató la nula seguridad de la compañía al observar que algunos vagabundos habían hecho su morada en el interior por lo menos una vez, tal y cómo lo testimoniaban algunas cajas aplanadas en forma de colchón y algunos electrodomésticos ya inservibles que estaban regados en pedazos por todo el piso.

    Soportando la pestilencia que se había impregnado en el lugar dirigió sus pasos hacia lo que parecía que en un tiempo fue la oficina de la fábrica. Al abrir la puerta, que crujió al momento de hacerlo, no muy sorprendido se percató que en ella tan sólo quedaba un escritorio deshecho y un viejo teléfono negro de rosca, desconectado. Tal y cómo se lo imaginaba desde antes, el lugar era sólo una pantalla. No había absolutamente nada de valor en aquella derruida construcción.

    —¿Qué fue lo que pasó en este lugar, hace dieciséis años?— se preguntó a si mismo, murmurando.

    Volvió a pasear la vista en rededor. Ahí no encontraría pista alguna que le ayudara a responder a su pregunta.



    El sonido que hizo la puerta que daba al exterior al entreabrirse lo puso en guardia de inmediato, deslizando su mano por debajo del saco y sujetando fuertemente la cacha de su pistola. ¿Había sido descubierto?



    —Soy yo— pronunció una voz femenina, al otro lado de la puerta.

    Ryoji respiró aliviado una vez más, al reconocer a la persona que lo acompañaba, quien permanecía del otro lado de la puerta.

    Se trataba de una mujer de mediana edad, con el cabello corto y vestida a la usanza de las señoras japonesas de aquellos tiempos, una simple blusa de un solo color y una falda estampada. Se había sentado en uno de los escalones que daban a la puerta para poder alimentar a unos gatos callejeros, tirándoles croquetas que había comprado ex profeso.

    —¡Señora, casi me mata del susto!— espetó Kaji entre dientes, cuidándose de no levantar mucho la voz.

    —La Shannon Bio Incorporated, una compañía química extranjera, ha estado en este lugar durante nueve años, sin ningún cambio desde entonces. De las 108 compañías vinculadas al Instituto Marduk, 106 de ellas eran falsas.

    —Y según parece, esta sería la 107, ¿no?

    Una vez saciado el apetito de los mininos, la mujer sacó de entre sus pertenencias una revista de cocina, la cual abrió en donde se encontraba oculta una serie de documentos de otra índole, que en nada se relacionaban al contenido de la publicación.

    —Estos son los registros de la compañía…

    —¿Acaso quiere que vea los nombres de la lista de directores?— se adelantó a decir Kaji, un tanto orgulloso de haberlo hecho.

    —¿Ya lo sabías, entonces?

    —Así es… conozco a la mayoría de esos nombres— afirmó el hombre, tomándose su tiempo para encender un cigarrillo —El Instituto Marduk: una firma consultiva establecida directamente bajo el comité de Instrumentalización Humana para encargarse de seleccionar a los pilotos Evangelion. Sin embargo, el proceso de selección es todo un misterio, aún para altos funcionarios de las Naciones Unidas.

    —¿No crees que te estás sobrepasando un poco?— inquirió la mujer, bajando mucho más la voz —Tu trabajo es espiar los movimientos de NERV, y si empiezas a meterte con el Instituto Marduk esa tarea se hará mucho más peligrosa.

    —No puedo evitarlo— respondió Ryoji, arrojando la colilla del cigarro al piso —Después de todo, siempre he sido una persona bastante curiosa.



    —Hola, habla Kaji. En estos momentos no me encuentro, pero por favor, deja tu nombre y mensaje para que pueda comunicarme contigo cuando regrese…

    —¡¡¡Aaaaay, auxilio, Kaji!!!— gimió Asuka, presa del pánico —¡Ayúdame, por favor! ¡No, no me toques allí, pervertido! ¡Aaaay!

    Con un hondo suspiro de resignación la jovencita colgó su teléfono celular. Estaba segura que Kaji no caería en un juego tan estúpido, pero, ¿qué más podía hacer, a esas alturas? ¡Estaba tan aburrida!

    —¿Qué tienes?— le preguntó Hikari, quien llegó corriendo a su lado sujetando aún el trapeador con el que hasta hace un momento limpiaba el pasillo que daba al salón de clases. Al escuchar gritar a la muchacha de esa manera cualquiera hubiera pensado que la estaban matando.

    Langley le dirigió una mirada displicente, notando como la había alterado. Pero el hecho de que aquél día les tocara hacer la limpieza del salón y que todos los demás se encontraran atareados en dicha labor, excepto por ella que se ocupaba más en perder el tiempo de forma absurda, no parecía incomodarle en absoluto.

    —Quería salir con Kaji mañana, así que llamé a su casa, pero no lo pude encontrar— masculló la joven rubia, descorazonada —Últimamente ha sido bastante difícil localizarlo, siempre está fuera de la ciudad…

    —¡Será mejor que Kai no se entere de lo que estás haciendo en su ausencia!— le recriminó su amiga, un poco molesta por su desconsiderada actitud, apurándose a regresar a sus deberes —Apenas van a ser dos semanas desde que se fue y tú ya andas buscando otro galán…

    —¡Discúlpame si no me la quiero pasar encerrada en Domingo, Hikari!— se excusó la chiquilla, pretendiendo que era ella la que debía estar ofendida —Todo aquí ha estado tan aburrido desde que ese tonto se fue… sólo quería ocupar mi día libre en algo que no fuera dormir y ver televisión…

    —¿Quiere decir que no tienes planes para mañana?— inquirió su compañera, mostrándose bastante interesada en ese respecto.

    —Sí, ya sé que tratándose de alguien como yo es difícil de creer, pero es la triste realidad— confesó la alemana, aprovechando la ocasión para vanagloriarse, como de costumbre —Aunque tal vez mate el tiempo haciendo llorar al bobalicón de Shinji o algo por el estilo…

    —En ese caso, tengo un gran favor que pedirte…— repuso Hikari, juntando las palmas de sus manos frente a su rostro —En circunstancias normales nunca te lo pediría, pero viendo cómo te comportas ahora que Kai no está por aquí…

    —Ve al grano, Hikari, estás empezando a divagar— atajó Langley —Dime de una buena vez para qué es que soy buena.

    Su amiga estaba visiblemente apenada, lo que constató cuando, temiendo que alguien más pudiera escucharla se le acercó lo suficiente como para poder susurrarle al oído.



    Una vez más, los estruendosos gritos de la muchacha extranjera distraían a sus demás compañeros de sus quehaceres, mientras la otra chiquilla hacía vacuos esfuerzos por callarla, o por lo menos tranquilizarla un poco.

    —¿UNA CITA? ¿QUIERES QUE SALGA EN UNA CITA CON UN FULANO?

    —¡Shhh! ¡Cálmate! No es un “fulano”, es un amigo de mi hermana Kodama… desde hace tiempo quería que te lo presentara…

    —Pueees... no sé... una cosa es salir con Kaji... pero una cita a ciegas... no le tengo mucha confianza a esas cosas...— vaciló por unos instantes la jovencita rubia, aunque por lo visto estaba pensando seriamente la posibilidad, dado el tiempo que le dedicaba a meditar su respuesta.

    Su amiguita aprovechó tal oportunidad para darle el empujón final que la muchacha necesitaba para acceder a su propuesta.

    —¡Por favor! Te estaría eternamente agradecida si me hicieras ese grandísimo favor. Creo que sería mucho mejor que pasarte el día viendo tele, además este muchacho no es tan mal partido, te lo puedo asegurar.


    Mientras eran peras ó manzanas, Shinji, dentro del salón, estaba al tanto de la conversación entre las dos, al igual que casi todos los demás en su clase. Cuando escuchó que Asuka consentía en salir con ese desconocido, su corazón volvió a sentir esa ya tan conocida sensación de malestar que por regla general debía involucrar a la jovencita alemana. Los últimos días habían sido un alivio, sin el estúpido de Kai rondando por ahí. Pero cómo siempre, la paz no podía durarle por mucho tiempo. A veces, incluso llegaba a pensar que Langley se comportaba de esa manera deliberadamente, tan sólo por seguir un afán insano de lastimarlo, a sabiendas de lo que sentía por ella. No podía encontrarle otra explicación a semejante conducta.



    Suspiró, apesadumbrado, sosteniendo inmóvil la escoba entre sus manos. Intentaba que dicho incidente no hiciera mella en su estado de ánimo, el cual, por cierto, había mejorado bastante esas últimas semanas. Que su odiado compañero y rival no estuviera en las inmediaciones ayudaba bastante, pero la causa principal de su mejoría anímica se encontraba justo en ese mismo lugar, unos cuantos pasos adelante de él.

    La observó detenidamente, casi a hurtadillas. Sus extravagantes cabellos con tonalidad azul celeste se repartían a ambos lados de su nuca como cascadas gemelas, yendo a terminar poco antes de llegar a sus hombros. Aquellos ojos color carmesí estaban fijos en una mirada atenta, concentrada en su labor. Allí estaba ella, acuclillada frente a un balde lleno de agua. Sus delicadas manos se sumergieron en su interior para enjuagar un trapo de tela en él, el cual exprimió con presteza casi después de haberlo sacado.

    La reciente cercanía que había adquirido con Rei Ayanami había resultado ser una muy efectiva medicina para su alicaído humor. Siempre que compartía un rato con ella se sentía bastante cómodo y tranquilo. Veía en ella a una persona afable con la cual poder conversar, escapar a la soledad y más que nada, en la que podía confiar. Se sorprendía que en sólo unas cuantas semanas Rei, de ser su casi secreto amor platónico, se hubiera convertido en su más cercana confidente. Aunque aún no estaba del todo seguro que la atracción que sentía por ella se hubiera desvanecido del todo. Precisamente en esos días, en los que podía compartir más tiempo con ella, había momentos en los que la observaba y entonces una sensación confusa lo invadía. Había algo en ella, algo que de una manera desconocida le resultaba acogedor, familiar. Su corazón se llenaba de un sentimiento de seguridad y calidez, justo como en ese momento, al verla realizar una labor tan simple como exprimir un trapo en un balde de agua.



    Su distanciamiento de la realidad fue tal que, para sacarlo del conveniente trance en el que él mismo se había colocado, Toji le dio un certero mandoble con el palo de la escoba que sujetaba, en el cual había empleado la fuerza suficiente para golpearlo sin llegar a aturdirlo completamente. Cómo era de esperarse, Ikari reaccionó con sobresalto, mirándolo sorprendido mientras que Suzuhara le gritaba enfadado:

    —¡Despierta, menso! ¿Qué tal si te pones a hacer algo de provecho, para variar? ¡Ese piso no se va a barrer solo!

    Apenado y algo adolorido, Shinji se apuró a hacer caso del justificado reclamo de su amigo y enseguida volvió a sus deberes, no sin antes notar la atenta mirada de la chiquilla de ojos carmesíes puesta en él. Algo parecido a una disimulada sonrisa se asomaba en sus labios, haciéndola ver tan hermosa que el rostro de Ikari enrojeció sin más preámbulo.



    El ambiente en los cuarteles generales de NERV también había cambiado mucho a últimas fechas. Había algo que hacía sentirse diferente a las personas que allí trabajaban. Ó mejor dicho, era la ausencia de algo lo que les ocasionaba dicha sensación. Era difícil de pensar que un lugar tan grande como esas instalaciones se verían afectadas por la falta de un solo individuo, sin embargo así era.

    Y no solamente era en la división de trabajo de las Naciones Unidas, que sobra decirlo era el lugar donde más se resentía dicha ausencia; con un nuevo encargado al mando y sin Zeta en su Muelle de Embarque no había mucho en qué ocuparse, salvo en los preparativos para recibir al Eva Beta, los cuales desde hace tiempo ya estaban listos. No, no solamente en ese sitio extrañaban la presencia de aquél que se había ido.

    De una manera u otra, casi todos los empleados en el Geofrente se sentían de esa forma, que faltaba algo, y sin ese algo, ese vasto y frío complejo científico-militar era tan solo su lugar de trabajo y nada más. Incluso en el Departamento de Tecnología y Desarrollo se sentían así, pese a que Ritsuko estaba al mando de esa sección.



    A primera vista resaltaba que ahora el gigantesco monitor en el que se observaba el rostro concentrado de los pilotos dentro de sus cabinas tan sólo se dividía en tres partes. Y también de que las pruebas se llevaban a cabo sin alguna clase de interrupción, ya fueran insolencias, comentarios ofensivos y sarcásticos o reclamos de cualquier tipo.

    —La operación de microsis ha finalizado.

    —Las gráficas de medición inversa están completadas.

    —El nivel de sincronía se encuentra dentro del estándar normal.

    Así es, no había porqué recalcarlo: las pruebas estaban resultando ser bastante aburridas de un tiempo para acá.

    —¿Y… qué vestido piensas usar mañana?— preguntó la Doctora Akagi, más por ahuyentar el penoso silencio que por auténtico interés.

    —¿Para la boda de mañana?— contestó la Mayor Katsuragi, a sus espaldas —Pues usé el vestido rosa para la de Kiyomi… y me acabo de poner el azul marino para la de Kotoko… así que no estoy muy segura…

    —¿Qué tal el naranja? Hace mucho que no te lo veo puesto…

    —Ah, sí… el naranja… existen muy buenas razones para ya no ponérmelo, ¿sabes?

    —Ya no te queda, ¿cierto?

    El gesto apesadumbrado de Misato fue su respuesta.



    Incluso Maya, a quien nunca le faltaban las palabras y casi siempre procuraba mostrarse dispuesta y alegre, en aquél entonces se encontraba inusualmente ensimismada, distraída. Algunas personas seguían cuchicheando a sus espaldas, ya que Kenji Takashi, quien alguna vez la pretendiera, se casaba mañana. Y la razón de que no fuera con ella estaba dejando de ser un secreto para pasar al dominio público.

    En ocasiones la gente podía ser muy cruel y desconsiderada, sobre todo con aquellos que eran diferentes.



    —Quizás me compre uno nuevo antes de llegar a casa…— continuó Katsuragi, compartiendo con su amiga el mismo afán de conversar sólo por que sí —Aunque no quisiera, los vestidos bonitos están bastante caros, sería un golpe muy duro a mi bolsillo.

    —Tal vez, pero piensa que podrás seguir usándolo con mucha frecuencia— le contestó Rikko, revisando los datos en la consola de Maya, preguntándose qué podría afligirle a la mocosa, quien parecía estar deprimida por alguna razón —Hemos recibido bastantes invitaciones últimamente, no lo olvides.

    —¡Bah!— masculló Misato, cruzándose de brazos —¿Cuál es la prisa? Pareciera que nadie quiere quedarse soltera antes de llegar a los treinta.

    —Claro que sí— admitió Akagi, dándole una afectuosa palmada en la espalda a Ibuki, pretendiendo hacerla sentir mejor —Después de todo, nadie quisiera ser la última, ¿no es así, Maya?

    —Tiene razón, doctora— respondió ella, casi maquinalmente, despejando cualquier duda que tuviera acerca de su estado de ánimo. Definitivamente, la muchacha estaba deprimida. Y a juzgar por la cara que ponía cada vez que hablaban de la boda, era muy probablemente por mal de amores. Ahora que lo pensaba, alguna vez había escuchado un rumor acerca de ella y Takashi, pero no podía recordarlo con exactitud…

    —Muy bien, es todo por ahora, muchachos— pronunció Akagi, dando por concluidas las pruebas de ese día —Todos hicieron un buen trabajo, felicidades.

    —¡Por fin!— musitó Asuka, en una mezcla de alivio y fastidio —¡Pensé que moriría de vieja aquí dentro!



    Pero pese a sus intentos, su mal disimulada insolencia no cambiaba el hecho de que Kai ya no estaba allí para hacer esas tediosas pruebas un poco más amenas para todos, inclusive para Ritsuko, quien no lo hubiera admitido directamente pero ya le estaba empezando a cansar tanta tranquilidad.



    —Por cierto, Shinji parecía estar algo alicaído ahora— observó la científica, sin hacerle gran caso a la jovencita alemana —Había estado bastante animoso todo este tiempo, pero tal parece que vuelve a las andadas…

    —Sí, bueno, recuerda qué día es mañana…— repuso la Mayor, como queriendo justificarlo.

    —¡Ah, es cierto! Por poco lo había olvidado… mañana…



    Una vez más, silencio. Pero al contrario de la mayoría de las veces, en que la falta de conversación entre dos personas constituía una incomodidad embarazosa, en dicha ocasión Shinji disfrutaba de ese silencio que le otorgaba la oportunidad de apreciar con más detenimiento a su compañera, Rei Ayanami, con quien había tomado el elevador que los llevaría a los niveles superiores. Cómo ya era su costumbre desde hace algunos días, la acompañaría hasta su casa.

    Aún cuando estaba a unos pasos frente a él, dándole la espalda, la chiquilla podía sentir la mirada de su acompañante fija en ella, como había sucedido en casi todo el transcurrir de ese día.

    —¿Qué tanto me has estado viendo todo el día, Shinji?— le preguntó sin voltear a verlo.

    —¿De qué hablas? Bueno… lo que pasa… es que…— masculló Ikari al verse sorprendido —Puede que sólo sea mi imaginación, pero parece como si algo te preocupara… Yo siempre te estoy hablando sin parar de mis problemas, y tú escuchas pacientemente todo lo que tenga que decir… así que quería que supieras que tú también puedes hacer lo mismo conmigo. Si hay algo que te molesta, puedes decírmelo con toda confianza. Creo que es lo menos que te debo, después de todo lo que has hecho por mí.

    No hubo cambio que se operara en la actitud de Rei, una vez que su joven compañero terminó de hilvanar su discurso que parecía sacado de algún melodrama barato. Tal hecho provocó que Ikari se apenara aún más de lo que ya estaba al momento de hablar. Pero de lo que no se daba cuenta era que, efectivamente, tenía razón en cuanto al ánimo de su compañera, lo que turbó sobremanera a la chiquilla. Aún seguía fresco en su memoria el desagradable recuerdo de aquél encuentro con ese sujeto lúgubre y hosco al que la Mayor Katsuragi había tenido que ahuyentar casi a punta de pistola. ¿Qué tal si no hubiera estado por ahí en esos momentos? A veces sentía como si todavía tuviera esa gran y callosa mano encima de su hombro, aferrada a ella como una siniestra garra de alguna criatura. Dichos recuerdos le provocaban un profundo malestar, una repulsión tan grande que incluso podría llamársele náusea. Eso, y la manera en que se había despedido de ella, casi prometiéndole que volverían a verse, la habían tenido bastante nerviosa durante los últimos días.

    —Tu imaginación anda muy descarriada, Shinji— aseveró, con la vista aún fija en las puertas del elevador —Ya no deberías ver tantas telenovelas…

    —Lo sé— suspiró el muchacho, resignado —De veras que lo intento, pero son una especie de vicio para mí.

    —Pero de todos modos…— lo interrumpió la chiquilla, aún inmóvil en su sitio —Te agradezco la preocupación…

    —No es nada— respondió su acompañante, ya bastante abochornado —¿Pero sabes? Creo que no debería extrañarte tanto que alguien se te quede viendo. Después de todo, eres una muchacha muy linda, Rei.

    —¿Crees que soy linda?

    —¡Claro que sí!— Shinji aún saboreaba en sus labios el beso que le había dado hace unas semanas —Esta mañana, cuando hacíamos la limpieza en el salón… parecías toda una ama de casa … no sé por que, pero me recordaste a una madre.

    —¿Una madre?

    —Sí, pero no sé porqué pensé en eso… de todas formas, apuesto a que algún día serás una estupenda esposa. ¡Cómo envidio al suertudo que se case contigo!

    —Lo digo en serio, Shinji: debes dejar de ver tantas telenovelas— repuso la jovencita manteniéndose ecuánime, no obstante que su rostro estaba completamente enrojecido.

    ¡Ay, pobre Shinji! Al igual que muchas otras veces anteriormente, Rei lo compadecía. Era un despistado sin remedio, nunca se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Todos los que lo rodeaban tenían secretos que le ocultaban, y él ni siquiera se daba cuenta. ¿Ella, una madre? ¡Qué disparates!



    El profundo silbato de vapor daba la señal a los pasajeros para que abordaran la embarcación, próxima a partir a su destino. Cobijados por una inmensa muchedumbre y una algarabía nerviosa, ambos jóvenes, uno frente al otro, se habían quedado penosamente sin palabras.

    Ella, una fresca y adorable joven de pelo castaño, tan sólo atinaba a revolverse nerviosamente, estrujando los finos guantes en el bolsillo de su chaqueta. Apenas si pudo reunir el suficiente valor para levantar el rostro y mirarlo a los ojos.

    Él, alto y de buena presencia, con su cabello rubio muy bien peinado, sonrió complacido entonces. Cargaba sin dificultad aparente, la aparatosa y seguramente muy pesada bolsa que llevaba a cuestas, con sus pertenencias dentro.

    —¡Bien!— dijo ella, finalmente, con entusiasmo fingido —¡Tal parece que llegó la hora, mi capitán! Pues en ese caso… ¡a salvar al mundo se ha dicho! ¡Adelante, vaya usted a cumplir con su misión!

    —No lo hagas más difícil de lo que ya es, Gail— repuso su interlocutor, acongojado.

    La mujer lo contempló por unos instantes con frialdad, pero no pudo resistir por más tiempo y terminó por rendirse a sus sentimientos, lanzándose a los brazos del uniformado, quien dejó caer pesadamente el bulto que cargaba para rodearla con sus brazos.

    —¡Oh, Steve!— Gail sollozaba, estrujándolo con fuerza, frotando su rostro en el uniforme militar delante de ella —¿Porqué tenía que pasar de esta manera? ¡Justo ahora, que teníamos toda nuestra vida por delante!

    —Vivimos en un mundo que está de cabeza, preciosa— afirmó Steve a su vez con un nudo en la garganta, apoyando la frente en la cabeza de la muchacha —Y bastante peligroso. Es por eso que un hombre tiene que hacer lo necesario para proteger a aquellos a los que ama.

    —Entonces… por lo menos… ¡Te lo imploro! Prométeme que regresarás a salvo… por favor…

    El joven soldado permaneció mudo por instantes, contemplando la vista del bello rostro de su prometida cubierto por las lágrimas. ¡Cuánto deseaba permanecer a su lado!

    —Yo… yo no puedo prometerte eso, Gail… no soy yo quien decide eso— respondió entonces, armándose de determinación —Pero lo que sí puedo asegurarte es que en donde quiera que me encuentre, pase lo que me pase, siempre te amaré, Gail Richards… sin importar la distancia que nos separe, mi corazón estará todo el tiempo junto a ti… y tal vez… tal vez, si tú haces lo mismo, entonces podremos vencer cualquier obstáculo que nos mantenga separados, inclusive al tiempo y al espacio entre los dos… ¡Nuestro amor vencerá cualquier cosa!

    Poco a poco, movidos por el dramatismo, los dos fueron acercándose hasta que sus labios se fundieron en un tierno beso que tenía por escenario un muelle repleto de personas, despidiendo a las tropas que se embarcaban rumbo a la guerra.



    La letra de una dulce melodía comenzó a escucharse al fondo, bien entonadas por una tersa voz femenina:

    “…Near… Far… Where ever you are, I believe that our hearts will go on…”

    Una a una, las lágrimas comenzaron a caer de los ojos castaños de Asuka, secándoselas con un pañuelo desechable tan pronto empezaban a recorrer sus mejillas. Era inusual verla en ese estado, mucho más si éste había sido provocado por un drama televisivo. Puede que se sintiera identificada con las circunstancias, ya que ella y su novio habían tenido que pasar por algo parecido no hace mucho. Aunque a decir verdad se sentía un poco celosa de Gail, pues ella sí había tenido la oportunidad de despedirse tan emotivamente. En cambio, el estúpido de Kai se había ido muy temprano sin siquiera decirle adiós, y no había podido verlo la víspera de su partida.

    Sea por las razones que fueran, la jovencita europea, tan arrogante y digna como era ella, ahora estaba hecha un paño de lágrimas. Pero si podía darse ese lujo, era porque en esos momentos no había nadie cerca que pudiera presenciar aquella demostración innecesaria de sentimentalismo.

    —¿Porqué la vida es tan cruel?— masculló con la voz quebrada y la vista nublada por el llanto.


    La vida en ese entonces estaba resultando ser una auténtica lucha contra el tedio para la joven alemana Asuka Langley. En los últimos once días había sido atrapada, sin siquiera darse cuenta, por la monotonía de su rutina: levantarse, ir a la escuela, acudir a las pruebas en los cuarteles, regresar en la noche al departamento para tumbarse en la sala a ver televisión hasta que ya fuera muy tarde e irse entonces a la cama.

    Eran poco después de las ocho de la noche, por lo que tan puntual como un reloj bien ajustado, la chiquilla se encontraba echada en el piso frente al televisor, mirando embobada a la caja idiota, resignada a su suerte.



    Aún así, parecía estarse adaptando bien, tal y como lo constató Misato al entrar de imprevisto a su hogar y verla echada en la sala, conmovida hasta las lágrimas, sosteniendo en una mano su pañuelo desechable y con la otra la caja de donde los sacaba.

    —¡Ya llegué!— saludó animosamente la Mayor.

    La chiquilla apenas si volteó a verla. Tal y como estaba, no le importaba mucho que Katsuragi la viera en ese estado. Tan sólo recuperó un poco la compostura, haciendo a un lado los pañuelos y acomodándose en una nueva posición, cruzándose de piernas y con la espalda bien derecha.

    —¡Oh, rayos!— musitó la recién llegada, viendo cómo despedían a los soldados en los barcos por la televisión —¿Steve ya se fue a la guerra? ¡Y yo que venía a las carreras para no perdérmelo!

    —¡Es un tonto! Mira que dejar a su pobre novia tan afligida... esos hombres…

    —Todos son iguales, nena, no te molestes… por cierto, ¿dónde está Shinji?

    —Encerrado en su habitación, desde que llegó. Balbuceó algo de que ya no debía ver telenovelas. Ha estado muy mustio durante todo el día. ¡Válgame! Estoy hablando cómo si me importara.

    Katsuragi no dijo nada al respecto, golpeando a la puerta de la habitación del muchacho.

    —Shinji, soy yo… ¿puedo pasar?

    Al obtener una respuesta positiva desde adentro, la mujer abrió pausadamente la puerta, permaneciendo de pie en el umbral de la recámara.

    —¿Te sientes bien?— preguntó, al ver tumbado al chiquillo sobre su cama con el cuarto en penumbras —Estaba pensando que… tal vez, si vas mañana al cementerio podría ayudar… ¿no crees?

    —Puede que sí…— contestó el joven, con la voz apagada —Aunque tengo años que no he ido a ese lugar.

    —¿Quieres que te acompañe? Puedo llegar tarde a la boda, si es necesario…

    —No. Estaré bien yo solo. Pero gracias por la atención.

    —Muy bien, en ese caso, que descanses. Te veré mañana.

    Ikari permaneció en silencio, lo que le dio la oportunidad a Misato de volver a cerrar la puerta, cuidándose de no perturbar más la tranquilidad de su protegido.



    —Asuka, tú también deberías dormirte temprano, ¿no crees?— le dijo a la muchacha, quien seguía absorta en el televisor —¿Qué no tenías una cita mañana?

    —Yo no lo llamaría “una cita”, es más bien un favor que le estoy haciendo a Hikari… ¡Ah, por cierto! ¿Podrías prestarme tu perfume lavanda? ¿Sí?

    —¡No!

    —¡Pero qué avara eres!

    —No es eso, pero no es algo que los niños debieran usar…

    —¿“Niños”? ¿Pues cuántos años crees que tengo? ¡En unas semanas cumpliré quince, por si no lo sabías! ¡Además, mira quien habla! La mujer que permite que su hijo se emborrache en sus narices…

    —¡Eso es porque estando yo ahí puedo cuidarlo y vigilar que no haga nada estúpido! Y no se hable más del tema, ¿entendido?— sentenció Misato, llevando unas bolsas con ropa a su cuarto.

    —¿Compraste un vestido para mañana? ¡Me hubieras llevado para ayudarte a escogerlo! Seguro compraste una facha harapienta…

    —¿Qué dices, chiquilla? ¡Si me costó un ojo de la cara!

    —Caro no significa mejor. ¡Déjame verlo!

    Y así transcurría otra noche para Misato Katsuragi y sus dos jóvenes inquilinos, cada cual ocupado en sus propias preocupaciones. Debían descansar muy bien, pues seguramente el día siguiente sería uno muy ajetreado para todos ellos.



    El salón de ceremonias estaba a toda su capacidad, con poco más de un centenar de personas ahí congregadas, repartidas en mesas circulares que estaban dispuestas por todo el lugar. En compañía de Ritsuko y de otros colegas de menor rango, Misato tamborileaba los dedos sobre su mesa, ansiosa porque llegara la hora del brindis y entonces poder entregarse a uno de esos frenéticos consumos de alcohol que tanto la deleitaban. El orador en turno se estaba tomando su tiempo, inspirado en su discurso, y es por eso que lo maldecía mentalmente.

    —…es por eso que los saludo a ustedes, mis amigos Kenji Takashi y Sakura Shidou, al bendecir su unión y desearles la mejor de las suertes en su matrimonio. Así que me atrevo a pedirle a todos los aquí reunidos que levanten sus copas conmigo y se me unan en este brindis a su salud…

    —¡SALUD!— fue la respuesta unísona de los presentes, alzando sus copas.

    Entusiasta, Katsuragi apuró de un solo trago el contenido de la suya, reconfortada luego de haber tenido que esperar por tanto tiempo.

    —¡Excelente! No cabe duda que ese Kenji tiró la casa por la ventana para esta boda: ¡este vino está delicioso!— afirmó emocionada, mientras se servía de la botella en su mesa —Pero ese cretino de Saki sí que se estaba tomando su tiempo… ¡Jamás había escuchado tantas cursilerías juntas!

    —Será mejor que no empieces a tomar desde tan temprano— le advirtió la Doctora Akagi, a su lado, quien ya se estaba imaginando el estado en el que terminaría su amiga de seguir a ese paso —Además, Ryo-chan aún no ha llegado, ¿no crees que deberías esperarlo?

    —“Ryo-chan”… ¡Mis calzones!— se mofó la Mayor del mote cariñoso con el que Rikko se dirigía a Kaji —¿Qué me ponga a esperarlo, dices? ¡Ese sujeto siempre llega tarde a todos lados!

    —Tienes razón, pero sólo en cuanto a citas se refiere— pronunció su amiga, un tanto pensativa —Su actitud es muy diferente en lo que se refiere al trabajo…

    —Señoritas— pronunció el susodicho, haciendo acto de presencia de manera bastante oportuna, dándole oportunidad de hacer una gran entrada —Permítanme decirles que se ven preciosas esta noche…— dijo en su habitual tono provocador, mientras tomaba el asiento disponible al lado de Misato.

    En efecto, ambas mujeres, bien arregladas para la ocasión, lucían radiantes. La Mayor Katsuragi al estrenar su atuendo nuevo, un vestido negro de una sola pieza que terminaba poco antes de las rodillas, completado con un saco rojo y un collar blanco que en general resaltaba sus encantos y la hacía destacar de entre las demás. Akagi era un poco más discreta, ataviada de un vestido verde oscuro, muy elegante pero no tan provocativo como el de la Mayor.

    —¡Vaya, ya era hora!— exclamó Ritsuko, contenta de verlo —Te perdiste de toda la ceremonia, pero qué conveniente qué pudieras llegar a la recepción, ¿no?

    —Disculpen la tardanza, no pude salir a tiempo de la oficina… cosas del trabajo, estoy seguro que me entenderán.

    —Siempre con tus excusas enclenques— masculló Katsuragi, luego de haberle dado otro sorbo a su copa —Por lo menos podrías pensar en una mejor… ¡y mira nomás como vienes! ¿Por qué no te rasuraste esa barba de delincuente que traes? ¡Además traes la corbata hecha un asco!

    La mujer se apresuró a arreglar el nudo sin que siquiera se lo pidieran, ello y la manera tan brusca en que lo hizo, fue lo que tomó por sorpresa a Kaji, quien sólo atino a reír nerviosamente y a murmurar un timorato “gracias”.

    —¡Pero mírense nada más!— exclamó Rikko, sonriendo sardónicamente —Parece como si llevaran años de casados…

    —Tienes toda la razón, Rikko— pronunció Ryoji mientras reía de buena gana.

    —¡Estás loca!— musitó Katsuragi por su parte, volteando al lado contrario —¿Quién en su sano juicio querría casarse con este fantoche?



    —Amigos, tengo que pedir me presten de nuevo un poco de su atención— la interrumpió el maestro de ceremonias, poniéndose de pie en el estrado, micrófono en mano —Que aún falta que alguien felicite a los novios. Desafortunadamente, por las razones que ya casi todos sabemos, esa persona no pudo estar aquí con nosotros en esta fecha tan especial. Pero ello no fue impedimento para que saludara a esta feliz pareja el día de su boda… luces, por favor…

    Apenas dio la indicación las luces del recinto se apagaron, para que entonces una grabación se proyectara sobre la pantalla que estaba dispuesta al frente del salón. Después de unas cuantas tomas en negro los invitados pudieron ver a Kai Katsuragi a todo color.

    —Entonces, Kai— se escuchó en off la voz de la persona que parecía estar haciendo la grabación —¿Hay algo que quieras compartir con nosotros en este día?

    No hubo invitado alguno que no guardara silencio al momento en que el muchacho comenzó a hablar. Antes de eso, aquellos que no lo habían visto poco antes de su partida quedaron pasmados por el lastimero estado en que lo encontraron. Se le veía fatigado, desganado, pero sobre todo con una terrible depresión asomándose en su rostro, pese a que se estaba esforzando por verse contento para la ocasión. Sin embargo la extraña mueca que pretendía hacer pasar por sonrisa a nadie engañaba. Sus ojos verdes carecían de ese vívido chispazo que les caracterizaba y en cambio en ese momento lucían apagados, sin brillo, además que parecían esconderse tras las ojeras que marcaban el rostro del muchacho como el de un mapache o panda. Su arreglo personal lucía descuidado, sobre todo por su cabellera despeinada y la incipiente barba que poblaba algunas regiones de su barbilla. Semejante visión era perturbadora para la gran mayoría, ya que contrastaba enteramente con la imagen de joven alegre y vivaracho que se tenía de él.

    Kaji espió por unos momentos a la Mayor, mirándola de reojo. También la expresión locuaz que tenía hasta hace unos instantes se había transformado en un seño compungido con tan sólo ver al muchacho, reflejando la preocupación que seguía sintiendo por él.

    —¿Qué podría decir?— pronunció el joven, distraído pese a que miraba hacia la cámara, aunque a la vez no la miraba —Antes que nada, discúlpenme por no haber asistido a su boda— un incómodo silencio sucedió a esta frase, pero reponiéndose pronto, continuó —Después de todo, fui yo quien los presentó, ¿recuerdan? Los conozco muy bien, Kenji y Sakura, y por lo tanto estoy seguro que son una excelente pareja y que formarán un próspero matrimonio. Mis mejores deseos, como siempre, en este día de su boda. Que sean muy felices. Se supone que tengo que dar un discurso, pero no tengo nada preparado. Aún así… ¿saben algo? Últimamente he pensado mucho al respecto… acerca del matrimonio y la vida de casados, lo que significa formar un hogar, criar una familia… lo cual me lleva a preguntarme, y no sólo a mí, sino a todos nosotros: ¿realmente estamos conscientes de lo importante que es el vínculo del matrimonio? No es sólo una celebración costosa para quedar bien ante los demás, ni tampoco un mero contrato entre dos partes. Es el cimiento que nos permitirá hacer una familia, la cual es la base fundamental de toda nuestra sociedad. En sí solo representa a la vida misma, ¿se dan cuenta? Dos naturalezas que estaban separadas se unen, para que de esa unión surja una nueva entidad, distinta a cualquiera de ellas pero a la vez semejante a las fuerzas que lo crearon, ya que comparte características de las partes que le dieron forma. Dos células se unen y de esa unión nace un ser humano… sencillo, ¿no? Todo lo que somos se reduce a ese simple proceso. Y sin embargo… ¿habrá algo más maravilloso? ¡El milagro de la vida misma! Y mientras tengamos vida todo es posible, amigos. Todo. Pero no pueden confiarse… porque desgraciadamente vivimos en un mundo enfermo, en donde inclusive hay quienes se atreven a… en fin… lo que quiero decirles es que no den las cosas por sentado. ¡No hay nada más valioso que su vida, recuérdenlo! Tienen que aprovechar cada instante, vivir su vida al máximo, ahora sí que sacarle jugo. Hagan que sea provechosa y fructífera. Usen cada momento para celebrar su amor, no se dejen abatir por la rutina ni el conformismo. ¡No tienen idea de lo afortunados qué son! Pueden gozar con lo que muchos tan sólo soñamos… por mi parte, les prometo que seguiré intentando… seguiré luchando… por lograr un mundo en el que sus hijos puedan crecer felices y en paz… quiero que ese sea mi obsequio, no sólo para ustedes dos, sino para todos aquellos a los que amo. Un lugar en el que ya no habrá dolor, tragedia ni pérdida. Un lugar y tiempo en el que la muerte por fin logrará ser vencida. Sé que es posible, ¡y qué me lleve el diablo! Estoy dispuesto a dejar mi vida de por medio con tal de lograrlo. Y… creo que eso es todo lo que tenía que decirles… ya puedes apagar ese aparato, todavía tengo bastantes cosas por atender…



    La grabación terminó, y las luces volvieron a encenderse. El público permaneció mudo, impasible por varios instantes. El silencio era tal que inclusive se podía escuchar la respiración nerviosa de la persona de a lado. Nadie comía, nadie bebía, nadie hacia algo. Todo mundo miraba estupefacto a la pantalla ahora vacía, sin atinar a hacer cualquier movimiento.



    Hasta que entonces, firme y resueltamente, Kaji se puso de pie y comenzó a aplaudir. Al principio el eco de sus aplausos resonó tímido, solitario entre tantas personas. No obstante, rápidamente se le fueron uniendo más y más hasta que todos en el salón se encontraban de pie, aplaudiendo vigorosamente. Misato contemplaba la escena, satisfecha. Incluso Ritsuko, a su lado, aplaudía.

    —Tienes que estar muy orgullosa de tu muchacho, Mayor— le susurró Ryoji al oído, dado el estruendo de los aplausos —No creo haber conocido a alguien que tuviera mejores intenciones que él. Es todo un idealista…

    —Es cierto— asintió Katsuragi, aunque sin compartir el entusiasmo general —Quisiera que permaneciera así siempre... pero... las personas tienen que crecer... la realidad siempre termina por alcanzarnos.



    ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo ha pasado, desde la última vez que vino a este lugar? Hará cosa ya de más de cinco años desde ese entonces. No es que fuera muy aficionado a visitar semejante sitio. Anteriormente había ido porque su tío lo había llevado, y ahora iba por sugerencia de Misato, pero ninguna había sido por iniciativa propia. Sería acaso por que ese lugar le ocasionaba sentimientos encontrados.



    Habían pasado ya bastantes años, pero aún recordaba bien el sitio exacto donde se encontraba, perdida en un mar de pilotes idénticos, todos blancos y lisos, con apenas una pequeña inscripción al frente identificándolos. Allí estaba, justo como la recordaba. La tumba de su madre. Ahora que se ponía a pensarlo, aquella única vez que había ido también fue un 23 de Noviembre, en el aniversario de su muerte.

    Shinji no solía pensar muy a menudo en su madre. Sería porque aquella persona resultaba ser una figura bastante lejana, un recuerdo vago y confuso de su más temprana infancia. No había tenido la oportunidad de conocerla bien, al haber muerto ella apenas cuando tenía tres años de edad. No obstante en algunas ocasiones salía a relucir, pero era más debido a su ausencia que por otra cosa.

    Fueron varias las veces que en vano había deseado tenerla a su lado. Con un padre que lo rechazaba y hacía todo lo posible por ignorarlo, se preguntaba si con su madre hubiera sido diferente. ¿Acaso ella lo hubiera amado como se debe amar a un hijo? ¿Cómo hubiera sido eso? Crecer con alguien ocupándose de ti, viendo por tu seguridad. Alguien gentil, que te quisiera tal cual eres, en cuyos brazos pudieras sentirte a salvo de todo peligro. Estar con tu madre, con la persona que te trajo a la vida.



    Sacudió su cabeza de lado a lado, como queriendo deshacerse de pensamientos ociosos. Hacía mucho tiempo ya que se percató lo inútil que era desear lo imposible, el desperdicio de tiempo y sobre todo el desgaste emocional que representaba el estar pensando, preguntándose por lo que nunca fue ni será. La realidad, por muy dura que ésta fuera, era que había crecido solo, con su cuidado relegado a parientes que lo hacían más por obligación que por gusto. En cierta forma su madre también lo abandonó, al igual que su padre.



    La tumba de Yui Ikari era idéntica a las demás que le rodeaban, por la excepción de que en esos momentos era la única que recibía a un visitante, cosa que sorprendió bastante a Shinji cuando reparó en ese detalle.

    Desde donde estaba el muchacho no podía ver bien a aquella persona, de pie frente al pilote que marcaba el lugar donde su madre estaba enterrada, por lo que conforme se iba acercando una vaga esperanza de que se tratara de su padre se agitó en su interior. Podría usar la oportunidad para acercarse a él, para tratar de entenderlo. ¡Había tanto que quería preguntarle! Empero, aquella febril ilusión, como casi todas en su vida, pronto se desvaneció a la luz de la contundente verdad.



    Ese hombre no era su padre. De hecho, no se parecían en lo absoluto. Era, por lo menos, unos treinta centímetros más alto. Su canoso cabello largo era suavemente mecido por el capricho del viento, el cual parecía ir ganando bríos. Semejante persona se veía imponente a lo lejos, destacando del paisaje como una enorme torre oscura dominando las llanuras aledañas.



    El joven Ikari entonces dudó en si debería acercarse más. La sola contemplación de esa persona le provocaba temor. Cada fibra de su ser parecía estarle avisando de un peligro inminente, aunque a la vez incierto.

    Se detuvo a unos cuantos metros de él, indeciso. Quizás tan sólo debiera esperar a que aquél sujeto terminara con su visita. ¿Qué tanto podría tardar? Además, parecía que aún no notaba su presencia, tan concentrado como estaba, con la vista clavada en el pilote a sus pies. Al examinar un poco mejor su actitud, encontrando en ella una gran devoción a la vez que profundo pesar, el muchacho se preguntó cuál sería la relación del desconocido con su madre.

    —¿Piensas quedarte ahí todo el día?— preguntó el extraño para entonces dirigir su mirada hacia donde estaba, a sus espaldas —¿Shinji?

    En el momento en que semejante personaje fijó la vista en su persona, el chiquillo sintió claramente esos ojos verdes penetrar en lo más recóndito de su alma. Aunque no era la primera vez que experimentaba dicha sensación, sí lo tomó por completo desprevenido. Además, de alguna manera era distinto. Parecía que esa persona en realidad podía ver en su interior como en un vaso con agua cristalina.

    —¿C-cómo supo mi nombre?— farfulló el chiquillo, retrocediendo un par de pasos sin darse cuenta.

    —Tú no lo recuerdas, pues aún eras muy pequeño, pero ya nos conocíamos— señaló el larguirucho sujeto, retornando a su posición original —Tus rasgos no han cambiado mucho desde entonces: sigues teniendo la misma cara de tu padre…

    —Usted…— aunque todos sus sentidos lo impelían a salir huyendo del lugar, la curiosidad de Shinji lo mantenía aferrado a su sitio —¿Usted conoció a mis padres?

    —Conozco a tus padres— contestó con voz grave y portentosa, aunque estuviera hablando como en susurros —Mejor que cualquiera. Una vez, hace ya mucho tiempo, trabajamos juntos.

    Entonces los dos callaron, poniendo el ambiente más tenso de lo que ya estaba. Sin embargo, ello no parecía incomodar en algo a ese hombre, quien seguía tan sereno y concentrado como lo había encontrado.

    —No vienes a menudo a este lugar, ¿cierto?— pronunció el desconocido, sin voltear.

    —Así es— respondió el joven Ikari, nervioso —Sólo había venido una vez, hace más de cinco años… digan lo que me digan, este sitio no significa gran cosa para mí…

    —¿Y eso a qué se debe?

    —Yo… yo no siento que mi madre esté en este lugar…

    —Y tienes toda la razón. Los restos mortales de tu madre no están aquí, esta tumba no es más que un pedazo de piedra tallado en su memoria. Pero aún así, sentí que debía venir.

    —¿Por qué razón?

    —Para recordar. Las personas no mueren del todo mientras las recordemos. Fue Yui, tu madre, quien me enseñó eso.

    —Mi madre… ¿podría decirme, por favor, qué clase de persona era ella?

    —Fue la persona más importante que he conocido en mi vida— admitió su acompañante —Era gentil con todo mundo, y tenía un alma generosa como nadie. El tipo de persona que se sacrificaría a sí misma por todos aquellos a los que amaba. Un auténtico ángel en la tierra. Así era ella.

    Al escucharlo hablar de su madre, al saber un poco más de ella, algo comenzó a agitarse en el interior de Shinji. Una profunda tristeza, un inexorable sentimiento de pérdida se apoderó entonces de él. Sus piernas comenzaron a temblarle, para luego sentir como empezaba a estremecerse por entero.

    —Todo mundo… siempre me ha dicho lo maravillosa que era ella— pronunció cabizbajo, vacilante —Pero yo… ¡yo ni siquiera recuerdo su rostro!

    Por más que se esforzó el muchacho no pudo contenerse más y finalmente liberó ese pesar que hasta entonces lo había oprimido en secreto. Aunque pocas, tímidas, las lágrimas fueron apareciendo en sus ojos. ¿Qué clase de persona era, si no podía ni siquiera recordar la cara de su madre?

    —Es inevitable— pronunció entonces el desconocido, sin prestarle mucha atención al lastimero estado del chiquillo —Las personas viven olvidándose de las cosas. ¿Cómo no habrían de hacerlo? Después de todo, su existencia es algo tan pasajero que el concepto de la eternidad no significa gran cosa para ellos. La gente suelta frases a la ligera, “siempre te amaré”, dicen ellos, “nunca te olvidaré”. Pero la verdad es que nada es eterno para el ser humano. Para él, todo tiene un final: su vida, la amistad e inclusive el amor. Todo, absolutamente todo lo que atañe a su naturaleza tiene un término. ¿No lo crees así?

    —A veces he llegado a pensar algo parecido… pero entonces me digo a mí mismo que si eso fuera verdad, ¿no sería algo muy triste?

    —Eso quiere decir que has podido comprender el dilema de la existencia humana. No existe algo en ella que no esté limitada por lo finito. Es cierto: las personas son seres así de tristes.

    —Pero entonces… ¿qué caso tiene todo? ¿Para qué tanto pelear y sufrir, si al final de cuentas nada quedará? ¡No lo entiendo! ¿Qué sentido tendría la vida?

    —Así es… ¿qué sentido tiene la existencia de algo como la humanidad? No estoy afirmando que no exista algo que sea eterno, sólo que esto se encuentra lejos del alcance de la naturaleza humana. El ser humano no puede alcanzar por sí solo algo tan lejano e incomprensible como el infinito. Tu madre sabía muy bien esto.

    —¡Cómo me gustaría tenerla a mi lado!— suspiró Ikari —Ella podría explicarme estas cosas, y así tal vez podría entender mejor…

    —Deja de hacerlo…— masculló el gigante, volviendo a penetrarlo con la mirada.

    —¿Qué?

    —Deja de buscar refugio en tus padres— continuó él, avanzando unos pasos en su dirección —No debes esperar que ellos vengan a salvarte de tu desesperación… tu madre está muerta y tu padre no quiere saber de ti… ¿Y eso qué? Sólo los bebés necesitan a sus padres. Seguro que tú ya no eres un bebé. Eres un hombre, y los hombres deben valerse de sí mismos. Ya no gatees por el piso, sostente y anda con tus propias piernas.

    —Pero… es que a veces me siento tan solo… no creo poder…

    —¡Todos estamos solos en este mundo! Todas las personas viven y se desarrollan por su propio esfuerzo. Puede que algunos se engañen a sí mismos, pensando en que tienen a alguien a su lado que los apoye. Pero los humanos jamás podrán entenderse los unos a los otros. Por que no importa cuanto lo traten, entre las personas siempre habrá un abismo insorteable, que les impedirá comprenderse.

    Aquél lúgubre personaje había quedado justo frente a Shinji, eclipsando al mismo sol con su corpulencia y su enorme sombra cubriendo al muchacho. Éste lo miraba confundido, mientras que él permanecía inmutable, pese a que el viento ya estaba arreciando. El joven Ikari tuvo que hacer lo posible para cubrirse de sus embates, mientras el misterioso extraño, indemne, continuaba:

    —Preguntaste por el sentido de la vida humana. ¿No es así? Pues déjame decirte algo acerca de la vida en este planeta: se trata de una competencia. Y si estás en una competencia no puedes esperar a que los demás te ayuden.

    —¿Competencia? ¿Por qué?— pronunció dificultosamente el muchacho, protegiéndose como podía de la súbita ventisca.

    —En los animales, es competir por el alimento, el combustible de la vida. Para los animales evolucionados, como lo es el ser humano, se trata de una competencia por lograr la felicidad. Durante toda su vida las personas compiten entre sí para conseguir dicho propósito.

    —Pero no todos pueden ser felices…

    —¡Exacto! Para que alguien sea feliz, forzosamente debe haber otro que no lo sea. Tú te das cuenta, ¿verdad? La felicidad de unos es la desdicha de otros.

    Los pensamientos de Shinji se dirigieron entonces a Asuka, y también a Kai. La sangre en sus venas pareció hervir ante tal imagen, ambos muchachos besándose apasionadamente. Apretó las manos hasta que se convirtieron en puños rencorosos.

    —Así es— sonrió aquella persona, de tal manera que le daba a su barbado rostro una apariencia siniestra —Tal vez me precipité un poco al afirmar que los hombres no necesitan de otros. La Historia así nos lo ha dicho. Las masas sólo sirven para elevar a unos cuantos elegidos, a aquellos audaces que no cesaron en su afán de conseguir lo que querían. Son aquellos que han logrado trascender la mortalidad y ahora viven para siempre en la memoria de la humanidad. ¿Puedes entenderlo? En esta competencia se debe aprovecharse de los demás para obtener aquello que tanto deseas. Hay que utilizar a los otros como peldaños, para que te levanten y llegues hasta donde quieres estar. A tu felicidad. Dime, joven Ikari, ¿qué es para ti la felicidad?

    Con la sola mención de esa palabra el bello rostro de Asuka pasó por su mente. Aquél rostro perfecto, esos labios tan carnosos y seductores enmarcados en un cuerpo grácil y juvenil, tan apetitoso a la vista.

    —Sea cual fuere ésta— prosiguió el extraño, comenzando a andar en dirección a donde soplaba el fuerte viento, enfrentándolo de frente —Te recomiendo que no te detengas por nada para conseguirla. Recuerda que la vida es muy corta, y debes hacerla valer aprovechando cada momento y oportunidad para cumplir tus deseos. ¡Nada debe interponerse entre tu felicidad y tú! ¡Nada!

    —¿Es que ya se va? ¡Espere un poco, por favor!— apenas si pudo decir el atribulado Shinji, mientras el viento le pegaba en pleno rostro al estar siguiendo con la mirada a ese sujeto —¡Ni siquiera me ha dicho su nombre!

    —Hesse— respondió entonces, deteniendo su andar para voltear hacia el chiquillo —Soy el Doctor Demian Hesse. Y ten por seguro que nos volveremos a ver…



    Una partícula de polvo se alojó en el ojo derecho del jovencito, causándole una gran molestia. Cuando se repuso de ella y volvió la vista su acompañante ya no estaba allí. Miró cuidadosamente los alrededores, pero no hubo rastro de él en lugar alguno. Era como si se hubiera ido junto con el viento, el cual había amainado considerablemente su intensidad. Ahora tan sólo era una suave brisa que acariciaba su rostro.



    Como casi siempre, con el transcurrir de los tragos y al calor de las copas Misato se volvía ajena al transcurrir del tiempo. A veces, pensaba, era como si un momento muy feliz se estirara tanto que parecía durar por siempre, atrapándola en un mundo perfecto y acogedor, pero a la vez borroso, confuso y distante. Así lo constató cuando revisó la hora que marcaba el reloj en su pulsera, un tanto sorprendida.

    —¡Caramba, sí que se está haciendo tarde! ¿No?— exclamó levantándose de su asiento en la barra, cuidándose de no tropezar —Tendrán que disculparme un momentito, que tengo que ir al tocador… enseguida regreso…

    —¡Pero no vayas a querer escaparte! ¿Entendido?— dijo a su vez Kaji, notando la manera un tanto atropellada en que la mujer comenzaba a hablar.

    Katsuragi le sacó la lengua a modo de respuesta, provocando una risa complaciente de sus acompañantes, quienes después observaron la manera en la que caminaba, tambaleándose. Al hacerlo, Ryoji se percató de los zapatos blancos de tacón alto que llevaba puestos.

    —Hacía mucho tiempo que no salíamos a tomar juntos…— pronunció cuando se quedó a solas con Ritsuko.



    La recepción de la boda había terminado un poco temprano, aunque no tanto como para desanimar a Misato a seguir con la fiesta por su lado, motivo por el cual se hizo acompañar de sus dos amigos para ir a un bar cerca del área, el cual era muy de su gusto, ya que lo visitaba con bastante frecuencia.



    —Es verdad— asintió Akagi, aprovechando para revisar su maquillaje en el pequeño espejo que llevaba consigo, aunque la iluminación de neón de aquél lugar dificultaba un poco dicha labor —Misato ya ha bebido bastante, creo que no tarda en azotar…

    —¡Qué va! Aún le falta mucho para llegar a su límite, créeme… esto es nada para ella.

    —Supongo que tengo que confiar en la palabra del hombre que vivió tanto tiempo a su lado.

    —¡Eso sí que me trae recuerdos! Ya han pasado muchos años desde entonces— suspiró Kaji, mientras miraba su trago y descansaba la barbilla en su mano —Cómo pasa el tiempo… Misato ni siquiera usaba tacones altos…

    —No es algo que le apure mucho a las jovencitas a esa edad.

    —Tienes razón… en ese entonces tan sólo éramos un par de mocositos, no muy mayores de lo que son Asuka y Kai… tan sólo dos niños que jugaban a vivir juntos. Nada de eso fue real.



    Entonces calló de exabrupto, percatándose de que había hablado de más al calor de las copas. También Rikko ya no dijo más al respecto, lo que hizo más llevadera la vergüenza que estaba sintiendo en esos momentos. Volvió a darle otro trago a su bebida, tomándose su tiempo para paladear el whisky en su boca.

    —Lo estaba olvidando…Toma— pronuncio distraídamente al tiempo que colocaba una pequeña caja envuelta sobre la barra, pasándosela a su amiga —Una pequeña muestra de mi aprecio…

    —¡Muchas gracias! ¿Siempre eres tan atento?— preguntó su acompañante, revisando sin más contemplación el contenido de aquella caja.

    Se trataba de un juego de figuras de cerámica, dos gatos para ser más precisos, uno blanco y el otro negro. Ryoji sabía bien que uno de los pocos pasatiempos de Akagi era precisamente el coleccionar figurillas gatunas. De hecho, un cuarto de la casa de la doctora, el cual era destinado para almacenar dichas figuras, era un auténtico museo felino de porcelana. Cualquiera pensaría que dicha afición podría llamarse “extraña”, pero dada la elevada posición de la científica tal manía únicamente se catalogaba como “excéntrica”. Después de todo, tal vez algún desliz debería estársele permitido.

    —¡Sólo con las mujeres!— respondió Kaji enseguida.

    —¿Y qué hay de Misato?— preguntó ella, sin quitarle de encima la minuciosa mirada a su obsequio. Había que admitirlo, estaban muy bien elaboradas.

    —Esa es una batalla que perdí hace mucho tiempo, Rit-chan— suspiró su acompañante, afianzándose a su vaso como lo haría un náufrago a un salvavidas —Jamás peleo cuando sé de antemano que voy a perder…

    —A mí no me lo parece… uno nunca sabe, puede que tengas una pequeña probabilidad de ganar…

    —¿De ganarte, Rit-chan?— murmuró melosamente.

    —Jamás hablo de mí misma, Ryo-chan… créeme, no hay algo ni remotamente divertido en cualquier cosa que tenga que ver conmigo.

    Una vez más ambos callaron. Los dos caían en la cuenta que si bien alguna vez habían sido grandes amigos, ahora todas sus conversaciones, al igual que su relación misma, transcurrían en la desconfianza mutua, verdades a medias, mentiras y silencio.

    —¿Qué estabas haciendo en Kyoto?— preguntó entonces Akagi.

    —¿Kyoto? No sé de que estás hablando… te traje eso de Matsuhiro…

    —Por favor, no tiene caso que finjas conmigo— atajó enseguida la rubia —Si juegas con fuego te vas a quemar… tómalo como un consejo de una amiga.

    —Viniendo de ti, entonces tendré que tomar esas palabras en serio— contestó Kaji, sin dejar de ser socarrón —Sólo espero que si alguna vez llego a quemarme, sea por el fuego de tu amor…

    —¿Quieres que te traiga fuegos artificiales, en ese caso?— interrumpió de súbito la Mayor Katsuragi, entrando en escena —Nunca vas a cambiar, ¿verdad?— preguntó mientras volvía a tomar el asiento entre Kaji y Ritsuko.

    —¡Claro que he cambiado! Y sigo haciéndolo— le respondió entre risas —Vivir es cambiar.

    —Homeostasis y transistasis— pronunció distraídamente la Doctora Akagi.

    —¿Cómo dijiste?— preguntaron casi al mismo tiempo sus acompañantes.

    —El poder para conservar el estado natural de las cosas y el poder para cambiarlo— aclaró entonces la científica, dada la confusión de sus amigos —Fuerzas contradictorias que son características en la vida misma…

    —¿Algo así como el hombre y la mujer, acaso?— cuestionó Ryoji, acariciando su barbilla sin afeitar.

    —Discúlpenme, pero ya me tengo que ir— anunció Ritsuko al ponerse de pie —Se empieza a hacer tarde y aún tengo mucho trabajo por hacer mañana…

    —¿En serio?— pronunció Misato, un tanto incrédula y desilusionada a la vez.

    —Es una pena— dijo a su vez Ryoji, aunque una parte de él estuviera agradecido, y aliviado, por la partida de la doctora.

    —Hasta luego— se despidió Akagi, pagando su cuenta —Diviértanse…

    —Gracias. Ten cuidado en el camino de regreso— Katsuragi hizo lo propio, viendo partir a su vieja amiga. Ritsuko nunca había sido muy aficionada a las reuniones sociales y por lo menos esa parte suya parecía seguir igual.



    —Tal vez deba avisarle a los muchachos que llegaré tarde— dijo ella, después de unos cuantos momentos muy tensos de reflexión. Se sentía extraña de estar a solas con Kaji en un bar, después de tanto tiempo transcurrido. Y a la vez recordaba la época en que ello era cosa de todos los días. En esos instantes le parecía que volvía a tener dieciocho años, teniendo una cita con esa persona tan especial con la que compartía su vida. Y no podía decir que se sentía mal.



    Grata fue la sorpresa de Asuka cuando, al subir por las escaleras del edificio departamental, escuchó música instrumental en el piso donde vivía. Se trataban de las cuerdas de un violoncelo, sin lugar a duda. Y aunque distaba de ser espléndida, la interpretación era bastante agradable, dadas las condiciones en las que se estaba dando.

    Más sorprendida aún quedó la jovencita europea cuando apenas si alcanzó de cruzar el umbral de la entrada a su hogar se topó con Shinji, sentado con el instrumento en mano, entregado por completo a la tarea de interpretar la melodía lo mejor que sus recursos le bastaran. No era tan atractivo como cuando Kai se ponía a tocar su vieja guitarra, pero aún así la muchacha experimentó una especie de entre admiración embelesada y bochorno al verlo tan serio y concentrado. Tanto que ni siquiera se había percatado de su llegada, sino hasta que le aplaudió, una vez que terminó con la pieza.

    —¡Bravo!— lo felicitó, evidentemente impresionada —No lo haces tan mal, kinder, aunque tampoco sabía que tuvieras esa clase de habilidad.

    —He practicado desde que tenía ocho años— contestó Ikari, algo apenado —Pero ya te habrás dado cuenta que no soy muy talentoso que digamos.

    —Eso no importa, lo que cuenta es el empeño que le pongas. Además, la práctica es la que hace al maestro— le dijo mientras iba a la cocina a servirse un vaso con agua —Tal vez deba pensar mejor de ti ahora en adelante…

    —Empecé a tocar el chelo por consejo de mi maestro en ese entonces. Todos pensaban que no tardaría en aburrirme y dejarlo. A veces hasta yo mismo me sorprendo de seguir tocándolo.

    —¿Y porqué fue que no lo dejaste, entonces?

    —Porque nadie me dijo que lo hiciera, amiga— terció el chiquillo con una sonrisa confianzuda en su rostro.

    —Debí haberlo sabido— pronunció la joven, con una gran mueca de disgusto.



    Se echó de espaldas en el piso alfombrado de la sala, quedándosele viendo a un punto indeterminado del techo. El poco y momentáneo respeto que Ikari había logrado ganarse se disipó en el acto con el regreso de su inseparable actitud timorata y conformista.

    No obstante, la muchacha detectaba algo diferente en su compañero. Seguía siendo el mismo lelo de siempre, eso ni negarlo. Sin embargo, puede que fuera su imaginación, pero su rostro parecía estar iluminado por el buen ánimo. En esos momentos se le veía entusiasta, con más seguridad en sí mismo.

    Misato le había confiado que ese día era el aniversario luctuoso de su madre, y eso explicaría el que hubiera estado decaído, aunque bien sabía que razones nunca le faltaban para ello. Pero en ningún caso esperó encontrárselo así, repuesto y de cascos ligeros, incluso hasta alegre. Tal vez había sacado algo bueno de su visita al cementerio, justo como Misato lo esperaba.

    —Llegaste temprano de tu cita— advirtió entonces el muchacho, mirando la hora en el reloj de la cocina.

    —El tarado con el que Hikari me enredó era mucho más aburrido que tú. Así que me escapé mientras él hacía fila para la montaña rusa.

    —Eso fue muy grosero de tu parte…

    Shinji murmuró esas palabras de tal manera que la alemana no pudo distinguir a qué se estaba refiriendo, si en dejar plantado a su cita a ciegas ó el modo en que le habló. Sea como fuere, para ella no tenía la menor importancia si lastimaba sus endebles sentimientos por su forma de hablar.

    —¿Y qué?— fue su respuesta, tajante y sin más contemplaciones.



    Silencio. Dicho ambiente le daba la oportunidad al joven Ikari de admirar a su compañera a hurtadillas, echada como estaba en el piso. Se había puesto para la ocasión un vestido ligero de color verde, el cual era completado con una chaquetilla y un coqueto sombrero del mismo color, el cual había mandado a volar hasta su cuarto. Un vestuario por de más cursi, sobra decirlo. No era precisamente su mejor atuendo, pero de cualquier forma ella lucía simplemente hermosa con cualquier trapo que se pusiera encima. Sus ojos se encendieron con un vívido chispazo con la sola vista de la muchachita a sus pies. Las palabras del Doctor Hesse retumbaban en su cabeza.

    —Nada debe interponerse entre mi felicidad y yo— murmuró para sí mismo mientras avanzaba a paso lento, pero firme, hacia donde Langley descansaba.



    —¿Qué dijiste?— preguntó Asuka enseguida, desconcertada.

    No estaba segura si había entendido bien el balbuceo sedicioso de Shinji, pero de cualquier modo fueron interrumpidos por el timbre del teléfono, el cual el muchacho contestó sin más dilación.

    —¿Misato?— decía él, con la Mayor al otro lado de la línea —Sí… muy bien… de acuerdo… así lo haré… bien, hasta luego.

    —¿Qué quería?— dijo la jovencita rubia, poniéndose de pie.

    —Dijo que no la esperáramos despiertos, por que llegará hasta muy tarde.

    —¿Acaso piensa llegar hasta mañana?

    —No lo creo. Dijo que estaba con el señor Kaji.

    —¡Imbécil! ¡Por eso mismo!

    Antes de que Shinji pudiera decir algo en su defensa la chiquilla ya se había encerrado en su cuarto, cerrándolo de un portazo.



    El contenido de la última botella de vodka quedó casi en su totalidad en el piso de un inmundo callejón, regurgitado por Katsuragi sin contemplación alguna. Y aún así, el mundo seguía dándole vueltas en su cabeza, en un delirante carnaval de luces y sonidos que se sucedían al azar. Hubo un momento dado en que ya no pudo siquiera sostenerse en pie, por lo que Kaji tuvo que cargarla a modo de caballito sobre sus espaldas.

    —Creo que ya estás bastante crecidita para este tipo de cosas, ¿no lo crees?— dijo él, burlándose y reclamándole al mismo tiempo.

    —Perdóname si ya estoy vieja para esto…— Misato lanzó apenas un quejido, sin la fuerza suficiente para discutir.

    —También yo ya estoy viejo…

    —Tienes toda la razón. Y también deberías rasurarte esta barba tan asquerosa— sugirió mientras pasaba su mano por la áspera mejilla de su acompañante.

    —Entendido. Es lo primero que haré en cuanto llegue a mi departamento.



    Después de algún tiempo, y notando la fatiga que empezaba a hacer mella en Kaji, quien por cierto tampoco estaba en sus cinco sentidos, Katsuragi bajó de sus espaldas.

    —Creo que es suficiente— pronunció cuando empezaba a andar, quitándose esos engorrosos zapatos de tacón —Ya puedo caminar por mí misma, gracias. Además, me da mucha vergüenza que tú seas el que me tenga que cuidar.

    —Antes no tenías problemas con eso… ¿recuerdas? Era cosa de todos los días— Ryoji sonrió al rememorar las imágenes de años más felices y simples. Aparentemente, ese día estaba dispuesto para recordar el pasado que se fue —Nos emborrachábamos a cada rato.

    —Entonces, ¿no crees que he cambiado? ¿Ni un poquito?

    —¡Por supuesto! Ahora eres mucho más bonita… antes ni siquiera usabas tacones… siempre andabas con tus vans y pantalones de mezclilla deslavada. Aunque también me gustaba mucho como te veías en ese entonces.

    —Perdóname por haberlo arruinado todo al pedirte que nos casáramos— dijo Misato de repente. Su corazón, y también el de Kaji, les dio un vuelco al momento de pronunciar semejantes palabras. Pero aún así, continuaron con su andar, lo mismo que con la conversación —Tú… tú siempre supiste lo que sentía por José, ¿verdad? Por eso no aceptaste y rompimos…

    —Así es— como pocas veces le sucedía, Ryoji encontró que tenía un nudo en la garganta que le hacía difícil el hablar —Pero… supongo que yo también tuve la culpa en todo eso. A decir verdad, la principal razón por la que no acepté es por que estaba aterrado de tener que convertirme en padre. Cuidar de un niño, en ese tiempo… y por eso fue que escapé, dejándote atrás. Ahora me da pena, al verte convertida en toda una mujer, fuerte y decidida. Tú fuiste la valiente que aceptó el desafío de formar una familia, sin importar que fueras tan joven y estuvieras sola. Mientras yo, por otro lado, fui el cobarde que huyó por la puerta de atrás.

    —No digas mentiras… yo sé bien… yo sé bien lo que sentías en esos momentos. Estabas cansado de ser un reemplazo. En todo el tiempo que vivimos juntos, nunca dejé de sentirme mal por estarte utilizando de esa manera. Me era imposible estar con Joe, así que lo sustituí por ti, que eras lo más parecido a él que yo podía tener. Y cuando él murió…— las lágrimas corrían por el acongojado rostro de la mujer, sin importar cuanto lo estuviera resistiendo —Entonces vi que tenía la oportunidad de conformarme con su hijo… ¡Con Kai! ¡Oh, Dios mío!

    —¡Cállate! ¡Estás borracha! ¡Sabes que no es cierto!

    —¡Es la verdad!— tronó entonces la mayor, con la voz toda quebrada por el llanto —¡Todo es cierto, todo! ¡Nunca pude tener al padre, así que quise por lo menos tener al hijo que dejó huérfano! ¡Era mucho más parecido a él que tú! ¡Haría que me quisiera mucho más de lo que hubiera querido a su propia madre, y esa sería mi venganza contra esa maldita mujer!

    —¡Misato, basta!

    —¡No! ¡Aún no he terminado! Todos estos años, cuando veo la cara de Kai en realidad estoy viendo a José. Por eso a veces hago que me abrace más tiempo del que quiere. Por eso es que me gusta tanto que duerma conmigo. Incluso, una vez… una vez lo besé en la boca cuando estaba dormido. Y no sabes lo que he luchado conmigo misma para que ese tipo de cosas no pasara a mayores. Así es como lo he criado todo este tiempo, enamorada en secreto del fantasma de su padre en él.

    —¿Porqué me estás diciendo todas estas cosas?

    —¡Para que te des cuenta de la clase de mujer que soy! ¡Por eso es que me tuve que emborrachar! De otra manera nunca habría podido confesártelo. ¡Soy una maldita zorra! ¡Hasta yo misma me odio! Por eso… por eso debes dejar de amarme… sólo te haré sufrir… cómo haré sufrir a ese pobre muchacho cuando se entere de la verdad… igual cómo me hace sufrir él… ahora que no está a mi lado…



    Kaji ya no apeló a las palabras para hacerla entrar en razón, viendo lo inútiles que eran al rebotar en la terquedad de Katsuragi. Únicamente la besó como siempre lo hacía, sincera y apasionadamente, como si quisiera comérsela. Sólo así pudo callarla, y hacerla entrar en razón. Ahora, un poco más coherente, se estremecía en sus brazos, aún lloriqueando, con la frente apoyada sobre su pecho.

    —Sólo quiero… sólo quiero que regrese con bien… mi pobrecito muchacho…

    —Shhh… calma— Ryoji paseó los dedos por su cabellera, buscando tranquilizarla —Pilotea el arma más poderosa que jamás se haya construido. ¿Qué podría pasarle?



    Pasaba más de la medianoche, pero aún así los jóvenes pilotos no parecían tener intenciones de ir a dormir. Ninguno de ellos aún daba muestra de sopor o cansancio alguno. Quizás únicamente de aburrimiento y enfado. Pero de cualquier manera, ambos parecían estar esperando algo, y no precisamente a la llegada de la Mayor Katsuragi.

    Asuka, recostada en la sala, con la cabeza descansando sobre la mesita de centro jugueteaba ansiosa con sus dedos, sin quitarle la mirada de encima a Shinji, aunque esto fuera a escondidas. Definitivamente había algo diferente en él en ese día. Sus gestos, su actitud, toda su persona rebozaba de una seguridad salida de quien sabe donde. Era el mismo idiota de Shinji, sólo que con un talante más resuelto. Pero todavía no estaba segura si dicho cambio le gustaba o por el contrario, la atemorizaba.

    —Mambrú, mambrú se fue a la guerra…— canturreaba la chiquilla, recitando como si se tratara de un conjuro protector —Ay, qué dolor, qué dolor, qué pena…

    El muchacho por su parte, al tanto de la férrea vigilancia de la que era objeto, escuchaba su reproductor musical sentado en el comedor, fingiendo desconocimiento, a la vez que aplomo y confianza, pese a que su pulso se había elevado hasta las nubes. No importaba. Por fin había conseguido captar la atención de la bella jovencita. Desde hace un rato tenía la certeza de que si era paciente y aguardaba el tiempo suficiente, algo bueno sucedería esa noche. Y quizás no estaba tan equivocado al respecto.



    —Oye, Shinji...— pronuncio Langley de forma casual, despreocupada, sin moverse de su lugar —Tú... ¿Ya has besado a alguien?

    El rubor se asomó en las mejillas del joven Ikari cuando se quitaba los audífonos para atender mejor a la conversación. Luego asintió con la cabeza, un tanto apenado, mientras que recordaba lo mágico, pero también lo extraño que había sido su primer beso con Rei.

    Por otro lado, el rostro de la joven alemana también se coloreó con el bochorno, sorprendida por la respuesta. Jamás hubiera creído que Shinji, tan lento como era en todo, ya hubiera tenido su primer beso.

    —Muy bien... entonces, besémonos— propuso ella sin más miramientos, saliendo de su estupor. En realidad era más un reto que una proposición, casi segura de que su compañero no aceptaría y se retiraría avergonzado. Quería probar que tan auténticas eran esas nuevas agallas que se había conseguido.

    —¿Así, nomás por que sí?— preguntó el muchacho, actuando justo de la manera en la que Asuka lo tenía contemplado.

    —No tengo nada qué hacer, y tú tampoco pareces estar muy divertido que digamos.

    —Esa no es una buena razón para besar a alguien.

    —¿Qué pasa, kinder?— continuó provocándolo —¿Tienes miedo de un simple beso? ¿Ó acaso temes que Kai se entere? No te preocupes, que no pienso decirle…

    —¡Yo no tengo miedo!— repuso Ikari en el acto, poniéndose de pie —Ni de ti ni de tu estúpido novio…

    —Muy bien, niñato— contestó la jovencita, aunque ya no con la misma confianza. Pero ya era demasiado tarde para retractarse. Si lo hacía, entonces ella sería la cobarde, pensaba cuando se ponía de pie para encarar al muchacho —Yo tampoco te tengo miedo.



    Los dos ya estaban lo suficientemente cerca como para proceder. No obstante, ninguno se animaba a dar el primer paso. Ambos estaban nerviosos, pero también los dos intentaban a toda costa ocultarle al otro dicha sensación.

    —¿Te lavaste los dientes?— preguntó Asuka, de manera por demás estúpida.

    Shinji respondió igual, afirmando con la cabeza, mientras se decidía a acortar distancias con ella. Podría decirse que en ese momento sólo los separaban unos cuantos centímetros.

    —No respires encima de mí, menso— se quejó entonces la chiquilla, dando muestras de que comenzaba a arrepentirse —Me haces cosquillas...

    Pero Shinji Ikari, de catorce años de edad y enamorado de Asuka Langley Soryu casi desde el momento en que la había conocido, ya no estaba dispuesto a retroceder. Ya nunca volvería a esconderse, ya nunca más dejaría pasar la oportunidad de ser feliz.



    Así que sin perder más tiempo la rodeó firmemente con sus brazos y la atrajo hacia él, tomándola completamente por sorpresa al besarla con la pasión desmedida propia de un amor escondido y reprimido angustiosamente durante tanto tiempo. ¡Y vaya que estaba disfrutando el desahogarse por fin de semejante manera!

    Langley apenas si cabía en sí del asombro. ¡Shinji estaba besándola! Sentía sus labios con los suyos y su lengua moverse juguetonamente en su boca. ¡Tenía su lengua en la boca, Santo Dios! ¿Es que el mundo se había vuelto loco? Quiso zafarse entonces, desconcertada por la sensación, pero le fue imposible. Haciendo uso de una fuerza endemoniada, nunca antes vista en él, Ikari la mantenía firmemente donde se encontraba, dispuesto a permanecer de esa manera el tiempo que le viniera en gana. Era increíble, pero Asuka, quien en circunstancias normales le hubiera dado una paliza sin sudar, estaba enteramente a su merced. En toda su vida jamás se había sentido tan indefensa, tan vulnerable... y lo peor es que ella misma fue quien se había echado de cabeza en aquél lodazal del que no podía salir ahora. Sin darse cuenta temblaba atemorizada. ¿Hasta donde estaría dispuesto a llegar su captor?



    Para su fortuna, aquella pregunta quedaría sin respuesta. El solo sonido de la puerta abriéndose fue suficiente para que Ikari la liberara enseguida, tan súbitamente como la había besado. La jovencita rubia respiró aliviada, pero a la vez se maldecía a sí misma por su estupidez y por estar tan asustada. Sobre todo por estar asustada de Shinji. Apenas si reparó en Kaji, quien venía entrando al apartamento, cargando a cuestas a Misato con algo de dificultad. No obstante, la pestilencia a licor que ambos despedían pronto le avisó de su presencia.

    —¡Kaji!— exclamó emocionada, yendo a su encuentro.

    El recién llegado no devolvió el saludo, más ocupado como estaba en abrir el cuarto de la inconsciente Katsuragi que venía arrastrando consigo. Con un poco de ayuda del joven Ikari, al final consiguió acomodarla sobre su cama y hasta se permitió el detalle de cobijarla.

    —Llegar hasta aquí fue algo difícil— le confesó Ryoji a los chiquillos al salir de la habitación, secándose el sudor de la frente con el antebrazo —Pero lo logramos. Ahora será mejor que yo también me vaya a la cama...

    —¿Porqué no te quedas a dormir, en ese caso?— sugirió Asuka.

    —Lo siento, linda. Tengo que ir a trabajar mañana y no puedo presentarme con este traje todo sucio y arrugado.

    —¿Eso qué tiene de malo?— repuso la chiquilla, colgándosele del brazo, haciendo lo que pudiera para entorpecerle el paso —¡Quédate, por favor, no seas malo!



    Kaji la observó por unos instantes, intrigado. Puede que fuera su imaginación, o lo ebrio que en ese momento se encontraba, pero le parecía que la chiquilla estaba suplicante, casi como si estuviera asustada de algo, semejante a aquél infante que no consiente en que sus padres apaguen las luces de su cuarto por temor a la oscuridad.

    Sea como fuera, no quiso darle demasiada importancia al asunto y lo único que hizo fue darle unas palmadas cariñosas en la cabeza, a manera de despedida, mientras se despedía a su vez de Shinji:

    —Cuiden bien de Misato, ¿quieren?

    —Muy bien. Que pase buenas noches— asintió el joven Ikari, teniendo la atención de acompañarlo hasta la puerta.

    —Igualmente. Nos vemos— respondió al momento de salir y emprender el camino un tanto vacilante, dada su condición.



    El muchacho cerró la puerta, para luego voltear a ver a Asuka, quien miraba la escena desde la sala, sin atinar a hacer un solo movimiento.

    —¿Qué tienes?— Shinji le preguntó entonces, tan tranquilo, como si nada hubiera pasado entre los dos.

    —¡¿Que qué tengo?!— bramó la chiquilla, dando un fuerte pisotón —¡Te diré lo que tengo! ¡Sucede que un imbécil pervertido me besó a la fuerza! ¡Eso es lo que tengo, idiota! ¡Y ni si te ocurra contarle a alguien lo que pasó ahorita!

    Y sin dar lugar a discusiones con un fuerte portazo se encerró en su cuarto, dejando a un atribulado, pero a la vez satisfecho joven, el cual aún se estaba saboreando los labios de la muchacha.



    En cambio Langley estaba inconsolable. Sin habérselo imaginado ahora se veía escondiéndose ¡de Shinji! tal y como lo haría un conejo asustado en su madriguera. Aquello era de lo más humillante para la orgullosa jovencita alemana, pero no podía dejar de estar atemorizada por lo que había sucedido. Tanto por el abrupto cambio operado en su atolondrado compañero, quien ahora parecía estar dispuesto a cualquier cosa, así como también de aquella placentera sensación en sus labios, que aún le estaban temblando emocionados.

    —Perdón— se echó en la cama y ocultando su rostro en la almohada empezó a sollozar desconsolada —Perdóname Kai... por favor... vuelve pronto... tengo tanto miedo...



    Probablemente estar caminando en ese lugar era lo más cerca que un ser vivo podía encontrarse del infierno. Aunque el sobrenombre que le ponían a ese lugar, el Dogma Terminal, era completamente lo opuesto. A unos dos mil metros debajo del Dogma Central, era llamado también “La Puerta del Cielo” por las pocas personas a las que se les permitía el acceso. Aunque el nombre oficial que recibía en el mapa de las instalaciones del Geofrente era el de “Planta Principal de L.C.L.”, que efectivamente, se encontraba justo donde lo marcaba el plano... sólo que un centenar de metros más arriba.



    Ningún documento oficial hablaba de la existencia de aquellos corredores y cámaras que seguían extendiéndose hacia abajo como en una espiral sin fin. Exceptuando, claro, las copias que Kaji había obtenido con anterioridad de los archivos de MAGI, con la ayuda de Kai Rivera. Aquella asociación le había producido bastantes beneficios. Todo lo que necesitaba para llegar hasta ese sitio, como mapas y claves de acceso, lo había encontrado en la información que el muchacho le había proporcionado, la cual le había permitido llegar hasta el secreto más profundo de NERV, literalmente. Ahora, sólo una intimidante puerta de acero era lo único que lo separaba de toparse cara a cara con dicho secreto. Detrás de ella encontraría la verdad... la respuesta a muchas preguntas, aunque no a todas.



    Sin hacer más preámbulo, visiblemente emocionado tecleó el código de acceso en la cerradura electrónica de la barrera. GEN2817. Ryoji tenía que reconocerles su sentido del dramatismo a los dirigentes de NERV. Después de un sesudo análisis, a final de cuentas había descubierto que se trataba de una cita bíblica: el versículo 17 del capítulo 28 del libro del Génesis, el cual rezaba: “¡Qué terrible es este lugar! No es nada menos que una Casa de Dios y la Puerta del Cielo”. Sonrió con el pitido que hizo la máquina, encendiendo una luz verde en la pantalla. Cómo era de esperarse, la clave era la correcta. Ahora tan sólo hacía falta deslizar la tarjeta de identificación falsificada y por fin uno de los más grandes misterios de la guerra contra los Ángeles sería descubierto. De no ser por la sorpresiva llegada de alguien que colocó una pistola justo en su nuca.

    —Hola— saludó Kaji, pretendiendo ignorar el peligro en el que se encontraba. Aún así, levantó sus brazos, en señal de rendición, luego de maldecirse a sí mismo por no haberla escuchado llegar —¿Cómo te va con la resaca?

    —¿Así que este es tu trabajo de verdad?— le preguntó Misato, sin bajar su arma un solo instante —¿Ó es sólo un empleo de medio tiempo?

    —No lo sé... ¿tú qué opinas?

    —Me parece que se trata un desorden de personalidad— contestó Misato, empleando el mismo tono burlón y desafiante de su prisionero —Personalidad dividida, por así decirlo. Veamos: existe Ryoji Kaji, de la Sección Especial del Departamento de Investigaciones de NERV, enlace de NERV en las Naciones Unidas. Y por otro lado, está este mismo Ryoji Kaji, del Departamento de Investigación del Ministerio del Interior de Japón.

    —Vaya, parece que me has descubierto...

    —¡Será mejor que no subestimes a NERV!— gritó encolerizada la Mayor, al ver que pese a la posición en la que se encontraba, Kaji no abandonaba su cinismo habitual, como si nada le importara —Puede que por ahora sólo lo sepa yo...— dijo luego, bajando la pistola —Pero tenlo por seguro que si continúas con este trabajito de medio tiempo... te vas a morir.

    —Todavía tengo bastante tiempo, ¿sabes?— contestó su “rehén”, bajando los brazos y dejando a un lado la sorna tan característica en sus gestos —A pesar de que el Comandante Ikari sabe quien soy, sigue utilizándome. Sin embargo, te pido perdón por ocultarte secretos.

    —Lo dejaré pasar, por esta vez. Pero aunque te disculpes, no creas que lo olvidaré así de fácil— advirtió Katsuragi, dispuesta a marcharse cuanto antes de ese sitio tan macabro y escalofriante.

    —Gracias... por eso, antes de que te vayas, quiero que tú también veas esto conmigo. También Ritsuko y el comandante te han estado escondiendo secretos— pronunció mientras pasaba la tarjeta de identificación por el cerrojo electrónico, ocasionando que la pesada puerta comenzara a abrirse con un seco y lejano murmullo —Y estás por ver con tus propios ojos uno de ellos.



    Ante la anonada vista de ambos, la barrera metálica se abrió como las fauces de una bestia, dejando al descubierto su interior, y todos los misterios que en él se refugiaban. Misato y Kaji miraban boquiabiertos cuando los contemplaban, horrorizados y a la vez maravillados por las proporciones de aquello que les había sido revelado.

    Se trataba de una cámara gigantesca, iluminada por una difusa luz ambarina, cuya fuente era un enorme estanque de un líquido que Misato reconoció a primera vista como L.C.L. Éste, a su vez, provenía de la parte superior de la cámara, brotando de una colosal figura deforme, que indudablemente era lo que los mantenía en ese estado de perplejidad inalterable.



    La criatura, blanca en su totalidad, cuyo rostro era cubierto por una máscara metálica con siete ojos, estaba incrustada en una cruz de color rojo y atravesada de un costado por una lanza de las mismas dimensiones, colgando cual ídolo profano esperando por ofrendas. Dicho ídolo tenía apariencia humanoide, sólo que sin nada de la cintura para abajo. En cambio tenía una especie de muñón, del cual salía un montón de amasijos como ampollas y a la vez de éstas emergían piernas que parecían ser humanas. Tal como si quisiera reemplazar las propias, faltantes.

    Si el gigante estaba vivo, no daba muestras de ello, pues se había mantenido inmóvil durante todo el tiempo que duró la contemplación estupefacta de sus dos visitantes. Parecía que ni siquiera había reparado en su presencia, como las hormigas que eran en comparación suya.



    —¿Qué... qué es todo esto?— preguntó Misato, al ser capaz de usar la voz de nuevo.

    —La verdad— respondió Kaji, un poco más dueño de sí mismo. Pese a que previamente sabía lo que le aguardaba detrás de “La Puerta del Cielo”, no había evitado sorprenderse con aquella visión —La razón de esta guerra contra los Ángeles. La parte esencial del Proyecto Eva y el Plan de Instrumentalización Humana. La fuente de la vida en este planeta. El principio de todo. El Primer Ángel. Lilith.

    —¿Lilith?— repitió Katsuragi, sin quitarle la mirada de encima al monstruo.

    —Capturada por el gigante Nimrod y encontrada miles de años después en su prisión subterránea en la península de Yucatán en México, Lilith representa la clave que le permitirá obtener la salvación eterna a las personas que la trajeron hasta aquí. Y es buscándola que los Ángeles siempre llegan a Tokio 3. Ahora todo empieza a encajar, ¿no lo crees?

    —Lilith. El Primer Ángel— murmuró la mujer, casi invocándola por su nombre —Parece que soy yo quien ha estado subestimando a NERV.



    Mientras tanto, a medio mundo de distancia, una flota de naves de guerra surca decididamente las oscuras aguas del Mar Mediterráneo. Algunos de los navíos más poderosos de la Armada de las Naciones Unidas se encontraban allí reunidos, presurosos a encontrarse con el enemigo. Se trataba de uno de los despliegues más impresionantes de recursos militares, tanto tecnológicos como humanos, que jamás se haya visto en la historia humana. Podría decirse, sin asomo de duda, que más de la cuarta parte del poder total de fuego de las Naciones Unidas estaba en esa flota. Pero semejante espectáculo no le interesaba mucho a Kai Rivera, quien encontraba que no había mucho que apreciar en cubierta, siendo altas horas de la madrugada, con la oscuridad de una noche sin luna cubriendo el firmamento encima de su cabeza y el océano bajo sus pies. La única distracción que encontraba en aquellos exasperantes momentos era la degustación de su último cigarrillo antes de entrar en acción.



    Se recargó en uno de los barandales de la embarcación que lo transportaba a él y a su Eva, intentando sin mucho éxito penetrar en las tinieblas nocturnas. Lo único que se divisaba eran las luces de las naves aliadas. Incluso su propio traje de conexión, el cual ya traía puesto, destacaba en las penumbras dado su color, que parecía brillar con luz propia en lugar de sólo reflejar la poca que había en el ambiente.

    —¿Eres tú, Rivera, ó se trata de un anuncio de neón?— pronunció un joven soldado que se acercaba hacia él —Estoy algo confundido, viejo...

    —¿Qué hay, Alessandro?— saludó el muchacho, sin estar muy animado.

    Paolo Alessandro era un soldado raso, un muchacho brasileño de unos 19 años con el que Kai había hecho migas durante los últimos días. La cercanía de edades y el hecho de que fuera latinoamericano habían contribuido en gran parte a que ambos congeniaran tan rápido. Fiel a sus costumbres, como en cualquier otro lugar al que fuera, el joven Katsuragi encontraba mucho más fácil simpatizar e identificarse con las personas que ostentaban los rangos menores, y por el contrario, encontraba detestable cualquier muestra del uso de la autoridad de sus superiores. Por dicho motivo, cabe suponer que dentro de una estructura bien organizada y disciplinada como la milicia, en lo que la cadena de mando era uno de los elementos más importantes, Rivera encajaba tanto como un pez fuera del agua.

    —Parece que hiciste enfurecer al Almirante y a casi todos los altos mandos, teniente. Todo mundo está hablando de ello— dijo el recién llegado, prendiendo a su vez un cigarro para luego imitar a su acompañante, recargándose en la barandilla y contemplar las penumbras del exterior.

    —El sentimiento es mutuo— respondió el muchacho, sin ocultar el desprecio que impregnaba el tono de su voz —Esos bastardos me están pidiendo que realice una masacre en esa maldita isla... y ni se te ocurra volver a llamarme “teniente”, sabes que lo odio. Siquiera me hubieran puesto de coronel...

    Efectivamente, al haber ingresado a las filas de las Fuerzas Armadas se le hubo de asignar al muchacho un rango dentro de la jerarquía castrense, y luego de unas cuantas deliberaciones se optó por otorgarle el puesto de Teniente. Pese a que no dudaba en manifestar su repudio a las fuerzas armadas, había esperado obtener un rango mayor dentro de éstas.



    Pero, ¿acaso importaba, en algo? Por supuesto que no. Precisamente se encontraba al borde de la desesperación por, finalmente, haberse convertido en aquello que más odiaba: un soldado. Una persona cuyo propósito era la de hacerle daño a sus semejantes. Un instrumento más de la opresión que los poderosos ejercían sobre los débiles. Y lo peor es que no le quedaba más remedio, atrapado en un callejón sin salida. Una cosa era trabajar con Gendo Ikari y haber construido el Eva Z, pero que ahora estuviera obligado a utilizarlo en contra de sus semejantes… definitivamente había tocado fondo.

    —Y dime, Paolo… ¿qué te llevó a convertirte en soldado?— preguntó Katsuragi, un poco más relajado por la conversación, pero sin abandonar del todo la frustración que lo consumía por dentro —¿Acaso fue la aventura? ¿La promesa de la ciudadanía estadounidense? ¿Ó fue el maravilloso puré que sirven en la cocina, el cual hacen de viejos periódicos chinos?

    —En realidad fue la comida y el techo gratis— confesó su acompañante, con el desencanto y la resignación impregnando sus palabras —No todos somos genios superdotados, ¿sabes?

    Rivera agachó la cabeza entonces, avergonzado. Se le había hecho fácil hacer prejuicios acerca de aquellas personas que voluntariamente se integraban al ejército, olvidando que en ese mundo tan polarizado de un puñado de naciones muy ricas y un montón de naciones en ruinas, a la gente como Paolo no le quedaba de otra más que ser soldado o guerrillero para poder subsistir. No había más elección para ellos. Y al final, dicha elección resultaba por demás fútil. La guerrilla o el ejército, la verdad es que no había gran diferencia entre ambos.



    Delante de su vista, a más de quinientas millas naúticas, se encontraba su destino. Una pequeña isla volcánica que había surgido en medio del Meditarráneo después del Segundo Impacto, y que pese a su corta edad ya había conseguido hacerse de una infame reputación, digna de la base del Ejército de la Banda Roja para su subsecuente invasión a Europa. Incluso ya se había ganado un mote, bastante adecuado, entre las tropas de las Naciones Unidas.

    —La Isla del Infierno— murmuró Alessandro con el ceño fruncido —Así es como la llaman. Desde aquí parece tan insignificante. Me parece difícil de creer que se haya armado tanto alboroto por un pedazo tan pequeño de tierra. Los muchachos no dejan de hablar de las historias que se cuentan de ella... dicen que ningún miembro de las anteriores misiones que se han enviado ha regresado de ahí... ni siquiera quedan cuerpos para enterrar.

    —Cuentos de viejas chismosas— terció Kai —Olvídalo, no importa lo que digas, no vas a lograr asustarme... y no creo que tampoco ustedes deban estarlo. Después de todo, será todo un día de campo para ti y tus amigos, viendo a lo lejos como aplasto a esos pobres infelices.

    —Ojalá tengas razón—el soldado se interrumpió de súbito, apuntando en dirección a la isla —Espera un poco... ¿qué diablos fue eso?

    —¿Qué?

    —¿No lo viste? Hubo algo... una especie de destello, allá, a lo lejos...

    —Sí, claaaro— pronunció el muchacho burlonamente, desentendiéndose del asunto —Ya te dije que mejor ahorres saliva, que no me vas a asustar...



    En ese momento la noche se iluminó de manera sobrenatural, brillando casi como a la luz del día, para que luego Kai y su acompañante se vieran tirados al piso por una fuerte sacudida. A sus espaldas el Maelstrom, un destructor de clase Behemot, estallaba sin dejar rastro de su existencia, salvo sus cenizas que ahora flotaban en la brisa nocturna.

    —¿Qué está pasando?— preguntó Alessandro, aturdido.

    Los dos jóvenes se pusieron dificultosamente en pie, sin percatarse plenamente de lo que había ocurrido. El Maelstrom estaba destruido, eso lo entendían bien, ¿pero cómo? Casi respondiendo a su pregunta un haz de luz pasó velozmente por encima de las aguas y al contacto con éste el Argos, un destructor de la misma clase, era reducido a polvo en medio de una aparatosa explosión que volvió a zarandearlos.



    La alarma sonó de inmediato, llamando a los hombres a sus posiciones de combate. El primer ataque había sido lanzado, y no habían sido ellos quienes lo habían hecho, como lo tenían previsto. No obstante, el momento de la verdad había llegado y la batalla daba comienzo. Los combatientes se aprestaban para el conflicto, corriendo en desorden por todo el barco para ocupar sus puestos.

    Entre el caos y la destrucción Rivera permanecía en pie, sin atinar a hacer cualquier clase de movimiento. Su seguridad y confianza en sí mismo, todo parecía desmoronarse a su alrededor sin que pudiera remediarlo. Veía el humo levantarse en el cielo de la noche y los ojos del muchacho a su lado abiertos de par en par por el terror, iluminados por el brillo de los incendios. Y lo único que separaba a todas aquellas personas de la aniquilación total era él, y su robot gigante. La calma antes de la tormenta se había terminado, y las puertas del Infierno finalmente estaban abiertas, dejando salir a un enemigo desconocido que ya había hecho su primer movimiento. Ahora estaba en manos del joven Kai Rivera, piloto del Eva Z, el responderle, si es que acaso tendría la oportunidad para hacerlo.
     
  5.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    13 Mayo 2014
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    El Proyecto Eva
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    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    19215
    Capítulo Veinte: "Réquiem por un Sueño"

    “...And so dear friends


    you'll just have to carry on,

    the dream is over.”


    John Lennon

    “God”


    Genaro Angeliori respiraba tranquilo, pese a tener toda una flota compuesta de los mejores acorazados y destructores de las Naciones Unidas casi tocando a las puertas de la base militar a su cargo. ¿Porqué no hacerlo? Estaba vivo y se sentía muy bien, seguro del suelo en el que pisaba. Lejos ya de aquellos delirantes sueños pertenecientes al ayer, los cuales tan sólo lo protegían de la cruda realidad al evadirla, ahora se encontraba mucho más espabilado, con la mente bien despierta y atenta. Tanto como para darse cuenta de que el presente en el que ahora vivía pintaba mucho mejor. No más temor, no más sufrimiento. Ya no más vivir de rodillas, tan sólo esperando por el ataque final que le quitaría su vida. Ya no más vivir asustado bajo el yugo opresor del poderoso. Ahora el temor era cosa del pasado, enterrado junto con el idealismo infantil y el romanticismo juvenil de la vida en una guerrilla. Ahora él era el poderoso.



    Recordaba los días oscuros, cuando la rebelión estaba al mando del ahora occiso Comandante Chuy. ¡El diablo lo tenga a él y a sus estúpidos sueños de tierra y libertad! En ese tiempo infame un solo destructor en las cercanías de la base hubiera significado una catástrofe mayúscula, ya ni hablar de los catorce que ahora tenía pisándole los talones. Pero eso hubiera sido antes. Antes de ÉL.



    Reconocía que no sabía la gran cosa acerca de él, que parecía haber salido de la nada de un de repente y que era endemoniadamente aterrador. Pero ¿qué diablos? ¡El tipo sencillamente era grande! El tipo de persona a la que los demás deben seguir sin chistar si saben lo que les conviene. Desde su llegada, tan sólo unos cuantos meses atrás, la victoria, la conquista y la gloria se habían hecho parte habitual de su vida. A lo largo de esos meses había presenciado la caída de ejércitos enteros, la destrucción de ciudades majestuosas y la derrota de sus enemigos más temibles. Él, quien había estado perdido y desarrapado en medio de alguna selva africana, esperando el golpe de gracia en cualquier momento, ahora tenía un asiento en primera fila para asistir al derrumbe del imperio más grande que la historia humana haya conocido. Y todo gracias al profeta que le tendió la mano y lo llevó del sucio barro de la postración hasta el pedestal del triunfo.



    Aún así, una parte suya seguía atemorizada de él, sin confiar del todo en su persona. ¿Cómo hacerlo? Eran muchas las ocasiones en que, como aquella, el doctor simplemente aparecía a sus espaldas, susurrando, casi divagando, frases inconexas para entonces usar su voz aguardentosa y girar órdenes a diestra y siniestra.

    —Así que de esta manera da comienzo, ¿no? El principio del fin— pronunció el Doctor Hesse con la mirada clavada en el radar que tenía detectada a la flota enemiga —Muy bien, me parece que es hora de darles una pequeña muestra del horror del infierno a esos pobres desgraciados, amigo mío…

    —Aún no están al alcance de nuestras armas, Doctor— respondió Genaro algo aturdido por la repentina llegada de su líder al puente de mando. No lo había escuchado ponerse a sus espaldas hasta el momento en que habló —Comenzaremos el ataque en cuanto entren a nuestro radio de alcance, en unos veinte minutos.

    —No le estaba hablando a usted, Mariscal Angeliori—le dijo Hesse entonces, sonriendo maliciosamente.

    ¿Qué quería decir con eso? Un fuerte terremoto, el cual sacudió la isla entera fue la respuesta que obtuvo, seguido de una explosión que lanzó una gran cantidad de escombro al aire. Al mirar por las rendijas de la estación apenas si daba crédito a lo que veía pasar allá afuera. No importaba cuántas veces los viera, nunca podría acostumbrarse a ellos ni a su titánica presencia, la cual lo hacía sentirse como una pulga insignificante. El temor volvió a apoderarse de su corazón el escuchar ese belicoso, desgarrador rugido, detalle del cual tomó nota el Doctor, perspicaz como era su costumbre:

    —En este conflicto hay más potencias involucradas de las que puede imaginarse, Mariscal.

    Genaro no respondió, ni siquiera cuando Hesse palmeó su hombro amistosamente. Estaba convenciéndose a sí mismo de que aquello era lo correcto, que sólo de esa manera él y toda la humanidad tendrían una esperanza. Quería pensar, con cada fibra de su ser, que estaba del lado de los buenos.



    Una intensa luz resplandeció por unos momentos en la costa cercana, para luego concentrarse en un haz que salió disparado hacia el horizonte, paralelo a la superficie del mar, en dirección a la flota de las Naciones Unidas. Así era como daba comienzo la batalla. Y el terror de una guerra cuyas proporciones no podían equipararse a la de ninguna otra.



    La palabra caos no bastaría para describir en su totalidad la penosa situación en que la flota se encontraba minutos después, luego de haber recibido varios ataques enemigos en un lapso de tiempo tan corto que ni siquiera le daba la oportunidad de reaccionar.

    Los hombres corrían por todos lados, indecisos entre ir a sus puestos de combate o escapar para salvar el pellejo. Por otra parte, las sirenas que aullaban enloquecidas no estaban ayudando mucho para apaciguar el pánico y la confusión en las tropas. Tres acorazados y un igual número de destructores ya habían sido hundidos, pero de todos modos aún no era visible cualquier intento por responder a la agresión.

    —¡¿En dónde está ese mocoso imbécil?!— vociferaba el Almirante Leonard a bordo del puente del Centurión, la nave insignia de la flota. Dada su calvicie era posible distinguir a simple vista lo hinchada que estaba la vena sobre su sien, cuando se quitaba su gorra de marino para secarse el sudor que empapaba su frente —¡¡Quiero que esa chatarra ambulante esté lista para el combate en menos de tres minutos!! ¿Entendido?

    El puente de mando no era muy diferente a como se encontraban las demás estaciones: presas de un desorden total. Por lo que sus apurados oficiales no hicieron mucho caso a la advertencia. Leonard se percataba cabalmente de la desastrosa situación en la que toda su flota se encontraba, corriendo el riesgo de ser completamente destruida. Lo único que podría impedirlo era el as bajo la manga que llevaban consigo, eso si acaso algún día podrían encontrar a ese bastardo arrogante de Rivera. Lo más probable es que el chiquillo idiota estuviera oculto bajo la cama, mojándose en sus pantalones.



    —Cálmese, Almirante— se escuchó entonces la voz del joven piloto por el canal de comunicación —Ya estoy listo...

    En aquél momento las compuertas del área de carga que se abrían dieron validez a sus palabras, dando paso a la última esperanza de la flota entera, el Eva Z, el cual pudo ponerse de pie libre de cualquier obstáculo que tuviera encima, en medio de toda aquella destrucción y los gritos de terror que se escuchaban por todas partes. Imponente, como siempre, iluminado por las luces de los incendios, la sola contemplación de aquél gigante de acero alzándose sereno y firme sobre el horror de la devastación transmitía cierta seguridad a todo aquél que lo viera, inclusive a los anonadados oficiales del puente, quienes sólo miraban absortos mientras la plataforma elevaba al coloso hasta la cubierta. Inclusive los gritos de angustia habían cesado. Únicamente se escuchaba el sonido de la poderosa plataforma elevando al titán.

    —Retire a la flota, Almirante— pronunció el joven Rivera con firmeza —Yo me encargo de esto...

    Una vez que terminó de pronunciar aquellas palabras el Evangelion verde se dirigió entonces a la “Isla del Infierno”, dando un gran salto que lo elevó por los aires y que pronto lo hizo dejar atrás a la indefensa flota.



    Luego de unos cuantos saltos impulsados por Campo A.T. Zeta ya estaba pisando las costas de la isla. Pese a que su intención había sido atraer el fuego enemigo, durante su trayecto (el cual no había durado siquiera dos minutos) no recibió un solo disparo. Por el contrario, parecía que el atacante deliberadamente lo ignoró para seguir embistiendo a la flota, reventando dos embarcaciones más.

    El gigante de acero cayó pesadamente en tierra firme, incorporándose de inmediato para poder inspeccionar el terreno sobre el que se encontraba. Los sensores visuales del robot se posaron en los alrededores, sin encontrar un rastro del arma con el que atacaban a la flota. La isla era relativamente pequeña, con apenas kilómetro y medio en toda su extensión, pero estaba poblada por densas formaciones rocosas que se alzaban como agujas unas sobre otras, formando una gran cantidad de nichos y recovecos en donde podría ser ocultado toda clase de armamento. Por suerte los disparos habían cesado a su llegada, pero aún así le tomaría algo de tiempo sacar a las tropas enemigas de sus escondrijos. No había algo que insinuara la existencia de instalación militar alguna, ni siquiera de cualquier clase de indicio de vida humana.



    Mientras usaba todo el equipo del que disponía para la búsqueda, Kai Katsuragi ahora entendía la razón del nombre que se le daba a la isla, al observar el paisaje tan detenidamente como lo estaba haciendo en esos momentos. La vista era desoladora, muy semejante a una escena dantesca. Aquellos parajes eran lúgubres, áridos y hostiles a los sentidos. Las agujas de roca se alzaban hoscas por doquier como si se trataran de un extraño bosque mineral, pero si acaso recordaba a un bosque, sería a uno que estuviera embrujado. La siempre fértil imaginación del joven piloto pronto le hizo ver rostros adoloridos sobre aquellos muros de granito, caras esculpidas en la roca, las cuales parecían estar aullando, víctimas de un dolor indescriptible. Aquello le hacía sentirse incómodo, dándole la sensación de que estaba siendo observado, pero precisamente ese detalle le hizo percatarse de la existencia de numerosas cavernas penetrando en los muros de roca. Probablemente muchas de ellas podrían estar conectadas, cómo lo era propio de aquella clase de formaciones. Seguramente allí es donde el enemigo se estaba ocultando.



    —¡Todas las unidades de artillería, listas para repeler al invasor!— ordenó el Mariscal Angeliori. Todos los monitores en el puesto de comando mostraban al Eva Z pasearse a sus anchas por la base. Todavía no encontraba su ubicación exacta, pero eso no duraría mucho tiempo, así que lo mejor era dar el primer golpe mientras tuvieran el elemento sorpresa de su parte —¡Abran fuego a la máxima potencia!

    —No habrá necesidad de eso, Mariscal— intervino el Doctor Hesse, alzando su brazo derecho para impedirle el paso; luego aprovechó la confusión de Angeliori para arrebatarle el micrófono en su mano y dirigirse a las tropas: —Todas las unidades, mantengan su posición. Continúen alertas— después de haber dicho esto, como si quisiera responder a una pregunta que aún no le era formulada, dijo a su subordinado: —No podrá hacerle daño al Eva Z con armas convencionales. Lo mejor será que nuestro asociado se encargue de él...



    —¡Rivera! ¿Estás ahí?— la voz grave y profunda del Almirante Leonard reverberó por el comunicador de Kai tan súbitamente que por un momento llegó a sobresaltarlo —Ya estás sobre terreno enemigo, ¿cierto? ¡Exijo un reporte completo de la situación! ¿Con qué rayos nos han estado pegando esos bastardos infelices?

    —Aún no puedo determinarlo. Esto es una tumba, Almirante— externó el muchacho confianzudamente, haciendo a un lado cualquier clase de protocolo —Sigo inspeccionando los alrededores y aún no hay rastros de actividad humana... pero lo mejor será no confiarse: ustedes ocúpense en salir del alcance del enemigo y déjenme manejar la situación.

    Sin dar oportunidad a réplica alguna, cortó de una vez el enlace de comunicación. No podía permitirse distracciones en un momento así. Tanta calma le parecía bastante perturbadora al joven piloto de la Unidad Z. Tal y cómo se lo había descrito a Leonard, los alrededores estaban tan tranquilos como un enorme cementerio. No es que estuviera nervioso o algo por el estilo, simplemente había esperado que a su llegada fuera recibido en medio de fuertes explosiones mientras que toda clase de arsenal le era disparado. Pero lo cierto es que incursionar en el bastión enemigo estaba resultando un autentico día de campo. ¿Decepcionado? Tal vez un poco. ¿Así que el invencible Ejército de la Banda Roja había escapado en cuanto llegó, como un montón de colegialas asustadas?

    Le hubiera gustado creerlo. Después de todo, hubiera sido la mejor forma de resolver la batalla, sobre todo porque así lograría evitar hacer aquello que le habían ordenado: una completa carnicería. Pero si es que acaso en verdad los enemigos habían escapado, entonces nadie más tendría que morir. No tendría que matar a nadie. A nadie. Pero Kai ya estaba muy viejo para creer en cuentos de hadas, y presentía que la paz y tranquilidad que le rodeaban no durarían por mucho tiempo.



    Casi enseguida los instrumentos detectaron una concentración de cierta clase de energía no identificada en dirección a las tres en punto. Ahí estaba la respuesta que obtenía por hacerse falsas esperanzas.

    —Maldición, pero qué estúpidos— masculló el muchacho al ver venir el ataque y prepararse para recibirlo —Mira que creer que iban a poder sorprenderme así... si tuvieran un poquito de cerebro mejor se habrían retirado...

    Un rayo de luz incandescente, el cual pronto reconoció como el que había diezmado a la flota, salió escupido de algún punto de una serie de picos montañosos, los más altos de la isla. El joven piloto no pudo determinar bien el origen o naturaleza de aquella ráfaga, pero en cambio tuvo el tiempo necesario para levantar su Campo A.T., alzando su mano derecha para tal efecto. Acababan de pintarlo hace poco y no quería que la pintura de su Eva se rayara por cualquier cosa.





    No obstante la pintura sí que se rayó, y bastante, al momento en que Zeta fuera golpeado de lleno por el rayo y empujado violentamente contra el peñasco que estaba a sus espaldas, el cual ahora era tan sólo un montón de partículas de polvo flotando en la humareda que se alzaba contra el cielo de la otrora tranquila noche estrellada.

    Desconcertado, el muchacho se puso en pie con dificultad. Había sido lanzado con la suficiente fuerza para hacer polvo una montaña y su cabeza le estaba dando vueltas. ¿Con qué diablos le habían pegado? ¿Y porqué fue que no lo protegió su Campo A.T.? Tal vez se había distraído un poco, o tal vez era que había subestimado a estos imbéciles, pero lo que era seguro es que ya lo habían hecho enojar.

    Entonces un rugido a la lejanía le hizo notar que no era el único que estaba enfadado por esos rumbos. Era un sonido desgarrador, nada parecido a cualquier cosa que haya escuchado antes. Parecía una horrenda y desafinada mezcla electrónica entre un coro de personas con cáncer de pulmón y varias garras metálicas raspando contra cientos de pizarrones. Aquél bramido siniestro le provocó al joven un escalofrío que le recorrió toda la columna. Y conforme al paso del tiempo se escuchaba más cercano.



    El humo a su alrededor aún no se disipaba del todo, cuando por fin hizo contacto visual con el arma secreta de los rebeldes. Al principio fue la cercanía cada vez mayor del portentoso gruñido y después una serie de truenos lejanos que se sucedían a intervalos de tiempo regulares. No, no eran truenos. Al escuchar más detenidamente pudo deducir que se trataban de pisadas. Un peso pareció oprimirle el pecho, poniéndose tenso hasta las puntas de los pies; Zeta se irguió completamente en ese momento, para que su piloto alcanzara a distinguir una sombra difusa más allá del humo que nublaba su visión, una sombra tosca, masiva, de algo que se movía en su dirección. Algo acechando en las afueras. Y enseguida de eso... unas fauces enormes justo encima de su cara amenazaban con engullir al Evangelion mientras que era derribado con estrépito por los suelos.



    De espaldas al piso, confundido y asustado, Kai ni siquiera se había dado cuenta en qué preciso momento fue que aquella enorme mole con patas arremetió en su contra. Ahora la tenía justo encima, lanzándole dentelladas a su cara y cuello con un salvajismo que nunca había visto antes. ¿Pero qué fregados era aquella mierda espantosa? Era algo así como una bestia antediluviana, una especie de criatura prehistórica acorazada de la cabeza a la punta de la cola con varias placas... de algo que se veía como metal... endemoniadamente enorme, quizás de unos doscientos metros de longitud, mínimo, porque pesaba mucho más que cualquier Eva, incluso que Zeta; seguramente que sus ¿seis? patas tenían bastante trabajo en soportar semejante carga. Justamente aquellas patas que ahora tenía encima, con sus garras enroscadas en sus brazos y piernas, sujetándolo fuertemente para mantenerlo inmóvil.

    —¿Pero de qué... carajos... se trata todo esto?!— vociferó el chiquillo a los mandos de su robot gigante, forcejeando con la bestia.

    Clavó la mirada en el rostro del monstruo, quien no pudo devolverle el gesto al carecer de estos. Únicamente tenía una ranura horizontal corriendo a lo ancho de su cara, la cual parecía un armazón de metal, un casco que se encontraba vacío, pero aún así suspendido delante de todo su voluminoso y acorazado cuerpo. Incluso sus mandíbulas, con las que lo atacaba infructuosamente, daban la apariencia de ser tan sólo una tira metálica colgando, eso sí, bien afilada aunque no lo suficiente para hacer mella en la irrompible armadura del Eva Z.



    De cualquier forma, motivado por la desesperación, la paciencia del joven Katsuragi había llegado a su límite. Haciendo un gran esfuerzo zafó su brazo derecho y enseguida conectó un soberbio puñetazo justo en la base de la quijada de aquella criatura, que se derrumbó hacia su costado, liberando al robot.

    —¡Ya estuvo bueno!— vociferó el chiquillo al momento de golpearlo, para enseguida incorporarse y tener tiempo de procesar por todo lo que estaba pasando.

    Torpe, pesadamente, la bestia hizo lo suyo por su parte. Kai trataba de no prestar atención al movimiento que realizaban sus extremidades inferiores al desplazarse, pues la sola vista de aquello le producía náuseas. Fue en ese intento que notó el extremo de la cola del bicho balanceándose por encima de su cabeza, el cual terminaba en una suerte de mazo con picos. ¡Pero qué conveniente!

    ¿Máquina ó bestia? ¿Qué era esa cosa frente a él, permaneciendo expectante a sus movimientos, lista para volver a lanzarse al ataque? Tenía un poco de ambos, al examinarla con más cuidado. Un revoltijo de piezas de metal incrustadas en una estructura indudablemente orgánica, eso es lo que parecía ante sus ojos. Una completa aberración, salida de un mal sueño de algún desquiciado.

    No es que tuviera problemas con ello. Ya había visto diseños de estructuras bastante originales en todos los ángeles a los que había combatido, por lo que podría decirse estaba acostumbrado a las abominaciones gigantescas de cualquier índole. Lo que le incomodaba de este individuo en particular no era su aspecto y orígenes inciertos sino su naturaleza belicosa, agresividad que resultaba desconcertante para él, muy distinta a la actitud mostrada por cualquier ángel. Por cierto, esa teoría de los rebeldes usando ángeles para su propósito ya podía ser descartada por completo. Todo el instrumental del que disponía en su cabina le decía a gritos al muchacho que la criatura enfrente de él podía ser cualquier cosa que se pudiera imaginar, menos un ángel. Por el contrario, las lecturas que recibía eran completamente opuestas a la de aquellos monstruos.



    —¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que está pasando allá afuera?— a pesar de su elegante uniforme negro, plagado de condecoraciones y demás distinciones, la falta de carácter en el Mariscal Angeliori salía a relucir una vez más, mascullando nerviosamente al ver las pantallas de su estación con los ojos abiertos de par en par, mordiéndose las uñas —¿Estamos ganando, verdad?

    Genaro era un hombrecillo que normalmente se ganaba a pulso ya fuera la compasión o repulsión de las personas que le rodeaban, dado su lastimero semblante: calvo y macilento, casi un albino lampiño con una apariencia sumamente enfermiza.

    —Eso ni siquiera se pregunta, imbécil— respondió molesto el Doctor Hesse, mirándolo despectivamente con el rabillo del ojo mientras volvía a tomar el micrófono para dirigirse a sus tropas —Ahora podemos aniquilar lo que queda de la flota de las Naciones Unidas sin ningún problema. ¡Escuadrón Cruz de Hierro! ¡Prepárense a despegar! ¡Destruyan lo que quede de la flota enemiga!

    —¿Qué está diciendo?— musitó el Mariscal —¡Doctor, ese robot vaporizará a nuestros aviones en cuanto los vea! ¡Serán un blanco muy fácil para él!

    —Así es, lo serán…— asintió Hesse con esa sonrisa malévola que tenía cada vez que ponía en marcha uno de sus planes —Pero ese mocoso no derribará un solo avión… créame, Mariscal… ni un solo avión…

    La desquiciada risa del Doctor reverberó por todo el cuarto, oyéndose hasta a la distancia llevada por el eco de las paredes en ese frío aposento.



    Hasta entonces el muchacho había logrado mantener a raya a su misterioso enemigo, planeando hacerlo el tiempo suficiente para determinar a ciencia cierta contra qué se estaba enfrentando. Los dos danzaban en círculos uno frente al otro, esperando por una oportunidad para lanzarse al ataque.

    No obstante, para Zeta dicha oportunidad llegaría tarde, al iluminarse una de las grutas más grandes de la isla, tan ancha como para meter un portaaviones, para que de su interior salieran disparados como flechas una media docena de aviones caza del tipo Raptor, en formación de ataque. En un principio el muchacho pensó que irían en su contra, sin embargo todas las naves lo pasaron de largo, ganando altitud. Fue hasta ese momento que su propósito le quedó claro, para que de inmediato su cuerpo se entumeciera, estupefacto.

    —Hijos de puta…— maldijo con la vista fija en los aviones que se alejaban.

    —¡Rivera!— enseguida volvió a aparecer por el comunicador el rostro contraído del Almirante Leonard, hecho una máscara de furia —¡Nuestros radares detectan una formación de aviones caza procedentes de esa isla dirigiéndose a nuestra posición! ¡Quiero que los incineres ahora mismo! ¿Entendido?

    —Pero… pero…— el chiquillo permaneció congelado en su posición, mirando como los aviones se alejaban cada vez más. “En esos aviones hay personas… personas vivas” fue lo que se atoró entonces en su garganta.

    —¡¿Qué estás esperando, niño idiota?!— vociferó Leonard al contemplar el gesto indeciso del muchacho, con los ojos inyectados de rabia —¡Nuestra capacidad de defensa quedó reducida a la nada! ¡Esos malditos van a cogernos si no los derribas ahora mismo!

    El momento que tanto había temido Kai por fin había llegado. Durante las últimas semanas se había preguntado si sería capaz, llegada la hora, de matar a un ser humano, tal y como se suponía debía hacerlo. Veía en su pantalla la formación de aviones, dispuestos a acabar con la flota, pero en lugar de observar a las máquinas voladoras parecía estar mirando a sus pilotos. Personas de carne y hueso, justo cómo él. ¿Cuáles serían sus nombres? Otro muerto, otro muerto… ¿qué más da? ¿Tendrían a alguien a quien amar? Si está muerto, que lo entierren y ya está… ¿Acaso también serían amados por alguien? Otro muerto, pero no es ni ton ni son… ¿Alguien en casa, esperando por su regreso? De momento se acabó la discusión… Pensaba en las historias que tendrían que contar de sus vidas, historias que él estaba a un pensamiento de cortar abruptamente. ¿Con qué derecho podía decidir algo así, algo que afectaba a otras personas que ni siquiera conocía? Yo no sé, ni quiero, de las razones que dan derecho a matar… pero deben serlo… porque el que muere, no vive más… no vive más…



    Aprovechando su tardanza en actuar, el monstruo realizó el primer movimiento, pegando una desenfrenada carrera con tal de volver a embestirlo. Eso bastó para avispar al muchacho, quien a su vez respiraba aliviado al tener que defenderse, pues por el momento se veía liberado de la horrible decisión que debía tomar. Se decidió por terminar su asunto con ese monstruo lo más pronto posible. ¡Que la flota se las ingenie!

    —¡Trágate esto, perro del mal!

    Los ojos del Evangelion comenzaron a brillar con la intensidad de un sol para que entonces un enorme haz de luz roja saliera disparado de éstos, un caudal de energía calorífica que pronto fue a impactar contra su desprevenido agresor, engulléndolo por completo.

    Por un momento todo fue luz, que consumió sin restricciones todo a la redonda. Una vez que amainó y el paisaje volvía a dibujarse, por segunda ocasión desde que la pelea había comenzado el Eva Z rodaba por los suelos, sin siquiera saber cómo había llegado hasta allí.

    Un barullo de sensaciones y emociones se arremolinaba en la cabeza del muchacho, antes de que pudiera ver venir ese gran mazo con picos viajando a una velocidad mayor a la del sonido que impactó sobre su cabeza como una bola de demolición, sin hacer nada para evitarlo, sólo volver a besar el suelo. El coletazo fue a impactarse limpio y certero justo en su cráneo, el cual se habría desecho por completo de haber estado construido con cualquier otro material. El choque entre los dos objetos produjo una explosión sónica que se extendió en las cercanías a varios kilómetros.



    Kai se sorprendió a sí mismo gritando de dolor. Como nunca antes lo había hecho a bordo de su Eva. Puede que Zeta fuera indestructible, pero eso no menguaba el dolor psicosomático que sentía cada vez que éste era golpeado, dado el elevado porcentaje de sincronía que mantenía con el robot. 500%. Eso significaba cinco veces más que cualquier otro piloto en óptimas condiciones. Lo cual implicaba también cinco veces más dolor.



    Postrado como se encontraba, pasó la mano por su cabeza, aturdido, sólo para percatarse que estaba descalabrado y que sangraba tan copiosamente como siempre lo hace uno con cualquier herida en la cabeza. Pronto su propia sangre le estaba dificultando la visión, corriendo por sus párpados y haciéndolos pegajosos al contacto. Ya ni hablar del tremendo dolor que estaba punzando desde su cabeza, corriendo por todos sus nervios.

    Y delante de él, el causante de su estado golpeó varias veces el piso con la punta de su cola, burlón, tan sólo para volver a lanzarse a la carga al son de ese rugido estremecedor que perforaba los lastimados oídos del muchacho.

    —Mal… maldita sea…— masculló lastimeramente, haciendo un gran esfuerzo por ponerse en pie —¡¡Vete al diablo!!

    Juntó sus manos detrás de su costado izquierdo, ladeando todo el cuerpo en esa dirección. Una esfera de luz rojiza empezó a formarse en el espacio vacío entre las palmas de sus manos y conforme las iba separando la esfera crecía más. Apretaba los dientes, como lo hace quien se está esforzando demasiado. Antes que el monstruo pudiera embestirlo otra vez se abalanzó sobre él con los brazos extendidos hacia el frente, lanzando de sus manos una deslumbrante ráfaga carmesí que arrasaba con todo lo que se le pusiera enfrente, hasta que topó con la bestia, a la que empujó por varios centenares de metros hasta que se afianzó con sus seis patas para quedar bien sujetada del piso, resistiendo el embate.

    —¡Hijo de perra!— exclamó Rivera fuera de sí, sin dar crédito a lo que veía.

    Su ataque más poderoso, aquél que había achicharrado por completo a ese ángel tamaño Juicio Final… ¡Y ese fenómeno de porquería lo estaba aguantado, como si fuera una lluvia pasajera! ¡Pues a ver qué le parece un ciclón! De las manos del titán de acero borboteó aún más energía de la que ya había sido disparada, como si fuera una manguera a la que se le aumentara la presión.

    El monstruo pareció sentir el aumento en la agresión, pues se encogió aún más en su concha protectora. No obstante, en un abierto desafío a su contrincante, comenzó a avanzar dificultosamente hacia él, dando pasos lentos pero decididos.

    —¡Desgraciado infeliz!— vociferó el chiquillo fuera de sí, haciendo una lucha para concentrarse y darle más enjundia a su ataque —¡¿Porqué no te mueres de una vez?!

    Parecía que cada vez le era más fácil a su enemigo avanzar por esa marejada de destrucción, pues a cada momento estaba más cerca de él. Y ni siquiera parecía estar lastimado, más bien podría decirse que todo aquello tan sólo era un inconveniente menor, al verlo avanzar de esa manera.

    —Im… ¡Impo…!

    El muchacho no pudo terminar de hilvanar su expresión de sorpresa al ver a su oponente pegar un brinco en semejantes condiciones. El fuerte golpe que se llevó cuando pegó de espaldas al piso se lo impidió. Una vez más tenía encima a aquella cosa, bramando amenazadoramente mientras abría su extraño hocico vacío tanto como le era posible, el cual empezó a iluminarse con una luz difusa.

    —¡Oh, no!— musitó lastimeramente el chiquillo, abalanzándose sobre sus controles.

    Un enorme rayo de luz salió vomitado de las entrañas del monstruo para estrellarse en pleno rostro del Eva Z, al que tenía a bocajarro. La tierra aulló adolorida, escupiendo un montón de pedruscos que salían disparados por los aires, regándose por todas partes. El mundo desapareció por un instante, volviéndose completamente blanco, engullido por aquella luz que todo lo devoraba.



    —¿Se… se acabó? ¿Por fin?— preguntó el Mariscal, quitándose el brazo de los ojos, que había protegido del intenso resplandor de la explosión —¿Ya está muerto? ¿Esa chatarra ya está muerta?

    —Sí que eres un tipo bastante inseguro, Genaro— observó Hesse, con gesto reposado —¡Ocúpate mejor en contemplar toda la destrucción! Hermosa, ¿no es así? ¡Obsérvala muy bien! ¡De esto es de lo que les hablo! ¡Este es el poder que nos permitirá hacernos del control de este mundo! ¡El verdadero poder para revolucionar al mundo!

    En los monitores de observación tan solo se divisaba un enorme cráter humeante, en donde hasta hace poco habían estado combatiendo los titanes. El polvo aún no se asentaba del todo, por lo que la magnitud completa de la devastación aún era difícil de determinar, pero aún así aquellas desoladoras imágenes de un paisaje incinerado eran impactantes.

    —Todo ese poder liberado…— musitó el Doctor Hesse —Tengo que admitir que estoy impresionado… ese juguete de hojalata lo resistió todo, y a una distancia tan corta…

    —¿De qué está hablando? Ah, ya veo— pronunció Angeliori cuando vio la nube de polvo disiparse y constatar que el Eva Z aún se encontraba en una sola pieza, tirado en medio del cráter, con su enemigo aún acechándolo.

    —Nuestro amiguito hizo todo lo que pudo, pero parece que aún es muy joven e inexperto para manejar ciertas cosas— dijo el Doctor, pensativo —Tal vez deberías ayudarle un poco y mostrarle como se hace, Señor de la Guerra…

    —¿Señor de…?— repitió su allegado, para entonces horrorizarse de súbito —¡Oh, no! ¡Por todos los santos, no otra vez! ¡Él no, por favor!

    —Vigila que todo esté en orden por aquí, Mariscal— repuso Hesse sin hacerle gran caso, dándose la vuelta y enfilándose a la salida —Tengo otros asuntos que atender… Y por favor, trata de no vomitar esta vez, es sumamente repulsivo…

    Mientras tanto en la costa más cercana el mar bullía con rabia y se alzaba furioso en un techo de agua que se partía en dos para expulsar de su seno una oscura figura tan grande como una montaña, ansiosa por unirse a la reyerta en tierra.



    ¿Cuánto tiempo había estado dormido? ¿Acaso unos cuantos minutos, ó días enteros? Kai despertaba de su inconsciencia, sólo para desear haber permanecido desmayado. La desesperación volvió a hacer presa de él al verse rodeado por la oscuridad a donde quiera que volteara.

    —¡Oh, por Dios! ¡Estoy ciego! ¡Estoy ciego!— gritó aterrado, revolviéndose en su asiento.

    Fue hasta que logró calmarse un poco y dominarse que se percató qué podía divisar sus brazos y piernas, todo su uniforme y el instrumental de la cabina. Eran las imágenes exteriores las que no le llegaban. Seguramente que el sistema de visión se había fastidiado por completo con ese ataque. Apenas si había tenido tiempo de levantar la placa protectora para los ojos, una especie de plancha reforzada de acero que cubría toda la ranura en el casco de Zeta a la altura de sus ojos. ¡Qué bueno que se le había ocurrido instalarla antes de venir aquí! Si no lo hubiera hecho seguramente que para estos momentos su cerebro estaría hecho gelatina. Aunque hubiera deseado haberla hecho con la misma aleación de Zeta, quizás entonces no se habría deshecho tan fácilmente y en estos momentos podría ver a la perfección.



    Pero, ¡qué diablos! Estaba vivo, y eso era lo que importaba, y mientras hubiera vida, todo tenía una solución. Pronto se las ingenió para poder captar el mundo exterior. Como pudo se las arregló para poder captar rudimentarias imágenes externas, utilizando otra clase de equipo para guiarse con el que aún contaba, como los sensores caloríficos y sonoros, además de su radar. La definición en la pantalla era pésima, llena de ruido y a blanco y negro, interrumpiendo la señal con intermitencia. Pero era mucho mejor que andar completamente a ciegas.

    —¡Sé donde estás, imbécil!— gruñó cuando se ponía en pie, soltando puñetazos en la dirección en la que una enorme mole negra y mal delineada aparecía en pantalla. Sobra decir que para ese entonces la desesperación y el miedo habían hecho presa de él, teniéndolo al borde un ataque de nervios —¡Sé donde estás, no te escondas bastardo! ¡¡SÉ DONDE ESTÁS!!

    Hubiera continuado en ese lastimoso estado, tirando golpes a lo tonto que podían ser fácilmente esquivados por su enemigo, completamente enloquecido, de no ser por la intervención de un nuevo elemento que se añadía a la situación. Un sonido ensordecedor que sin lugar a dudas atravesó la pequeña isla de punta a punta. Olvidándose de la rabia guerrera que lo había poseído por tan poco tiempo, Rivera se retorció en su lugar, estremecido, tapándose por instinto los oídos, que por un momento había pensado que le estallarían. ¿Qué había sido eso? ¿Alguna especie de ataque sónico? Al mirar en la dirección en la que el instrumental le estaba informando de un nuevo objeto de enorme tamaño que se aproximaba a su posición, en la pantalla apareció una imagen no muy clara de lo que a Kai le pareció un cerro ambulante. Una criatura que con su corpulencia tapaba la vista de las estrellas en aquella fría madrugada, algo que era mucho más grande que el Eva Z o el monstruo con el que luchaba y que se acercaba a paso lento hasta donde se encontraba. Y dadas las condiciones, lo más probable es que no fuera en términos amistosos.

    La transmisión de imagen se interrumpía a cada instante, pero de todos modos el muchacho pudo apreciar seis largas figuras que brotaban del cuerpo principal del recién llegado, serpenteando en el aire. Dicho movimiento, combinado con el de los otros, resultaba sumamente repulsivo para la vista. A pesar de no tener nada en el estómago el piloto tuvo que esforzarse para devolver el amargoso líquido que reptaba por su esófago a su lugar de origen, mientras que conforme los segundos transcurrían podía sentir la tierra bajo sus pies crujir más y más fuerte cada vez que aquella cosa avanzaba hacia él. Apenas si podía creerlo. ¿Uno más? ¿Tenía que enfrentarse a otra de esas cosas? ¡No jodan!



    Ni siquiera tenía tiempo para pensar. Una vez más un taladro parecía perforarle los tímpanos, provocando que el chiquillo se encogiera sobre sí mismo, cubriéndose los oídos a la que vez que se revolvía dolorosamente en su asiento. Puede que la tensión a la que estaba siendo sometido desde que todo había comenzado por fin estaba haciendo mella en su sano juicio, pero juraría que estaba escuchando a una muchedumbre de niños gritar aterrados hasta quedarse afónicos, justo a un lado suyo. Un llanto que no solo desgarraba sus oídos, sino también lo más profundo de su alma, postrándolo hasta la indefensión.

    Aturdido como estaba ni siquiera le prestó atención a los instrumentos que le advertían de un ataque dirigiéndose hacia su posición. Una enorme trompeta desafinada y oxidada parecía estar tocando una nota alta, lo cual avispó un poco al muchacho, aunque no lo suficiente como para evitar ser aporreado por un rayo que salió escupido de la boca de una de las “serpientes” que vivían en la punta del cerro andante, el cual fue a golpearlo justo en el pecho y lo tiró de espaldas. Su cuerpo se estremeció tal como si hubiera sido golpeado por una fuerte descarga eléctrica, arrancándole otro alarido de dolor. No bien se había repuesto, con una extraña sensación entumiéndole todos sus miembros, cuando la trompeta continuó con su torpe recital y un nuevo rayo volvió a golpear a Zeta, y uno más después de ese. Así se sucedieron uno tras otro sin descanso alguno: el sonido áspero y seco retumbaba por todas partes y entonces una violenta descarga de energía golpeaba inmisericorde al Eva Z, el cual salía volando con cada nuevo ataque, recibiéndolos sin más que pudiera hacer para defenderse. Con poco tiempo de transcurrido, tal enfrentamiento había dejado de ser una pelea y se había convertido en una auténtica masacre.



    Y no obstante, a pesar que tan sólo estaba allí tan inerte como un monigote que lo único que hacía era dejarse golpear con saña, el Evangelion permanecía en pie, volviendo a levantarse cada vez que besaba el polvo. A pesar de que sus enemigos lo trataban como a una pelota de ping pong, golpeándolo inmisericordes para pasarlo al otro lado de la cancha, la armadura de Zeta estaba resistiendo todo lo que le mandaran, aunado a la obstinación de su joven piloto que se negaba a darse por vencido, más por orgullo y desesperación que cualquier otra cosa. Eran esas las razones por las que cada vez que el robot era aporreado volvía a ponerse en pie.

    —¡¿Eso es todo lo que tienen, malditos?!— vociferó el muchacho dentro de su cabina, preso de la ira —¡Bastardos! ¡Puedo aguantar todo eso y mucho más, cerdos!

    Tales frases cada vez eran interrumpidas por una nueva sacudida que lo volvía a derribar.



    Aún así, estaba claro que el Eva había perdido toda capacidad de contraataque y que aquella penosa situación tan sólo duraría el tiempo que sus oponentes dispusieran. Y por las lecturas que estaba empezando a recibir en su cabina, mostrándole siete concentraciones de energía dispuestas a su alrededor, listas para ser liberadas, el aturdido piloto supo que ese tiempo había acabado.

    —Esto va a doler…— suspiró de manera por demás lamentable, resignándose a su suerte, al ver seis destellos a su izquierda y otro solitario a su derecha.

    Un súbito estruendo fue la respuesta que obtuvo entonces, seguido por un estallido que cimbró la tierra y pareció arrancarle el mundo en el que posaba sus pies. El arriba y el abajo se confundieron en una delirante agonía en la que todas las direcciones cambiaban de lugar y se entremezclaban sin un orden lógico. La única constante era el dolor, dolor como nunca antes lo había sentido en su vida, con cada átomo de su cuerpo siendo estrujado, sufrimiento que lo despojaba de toda razón e inclusive de los gritos agónicos que se le conceden a cualquier desahuciado. Hubo un destello final, mucho más grande que los anteriores, tragándose todo a su paso y después de eso…



    El silencio… la nada…



    —¡Hoy es un hermoso día!— exclamó animosa la Mayor Katsuragi al descender de su vehículo y contemplar el bello azul de un cielo completamente despejado —Ideal para conocer nuevos amigos, ¿no creen?

    Por el contrario, sus tres jóvenes acompañantes no compartían el espíritu entusiasta de su oficial superior. Apáticos y malhumorados, Shinji y Asuka bajaron del carro, mientras que Rei hacía gala de su humor habitual, es decir, completamente frío y distante.

    Los muchachitos únicamente se limitaron a estirar las piernas y desperezarse, a la vez que revisaban descuidadamente los alrededores del Campo Aéreo al que recién llegaban. Y no es que hubiera mucho para apreciar en ese lugar, salvo un único edificio que parecía una caja de zapatos, y el enorme y vasto espacio abierto que había afuera para que las aeronaves aterrizaran.

    —Sangrones— murmuró Misato, despechada por el poco ánimo de los jovencitos.

    Simplemente no podía entenderlos. Aquél era un día muy emocionante, como pocos en aquel entonces. No solamente podrían presenciar la llegada a tierras japonesas de la nueva Unidad Especial para el Combate, el Eva Beta, sino que también tendrían la oportunidad de conocer a una nueva compañera piloto. Pero nada de eso parecía importarles la gran cosa. ¡Estos niños de hoy en día!

    —¡Yo te dije unas mil veces que no quería venir!— rezongó Asuka al instante —¿Para qué? ¡Ya vi esa estúpida chatarra cuando fui a Nevada y también ya conozco a esa bruja idiota que va a pilotearla! ¡No había razón de que viniera, y aún así me obligaste! ¡Nunca me escuchas, maldición!— decía entre dientes dándole de patadas al piso mientras hacía su berrinche, tan sólo para darse cuenta después de que Misato ya le había dado la espalda y se dirigía a la sala de espera —¡Oye, todavía no acabo! ¡Te estoy hablando, maldita sea!

    Era esforzarse en vano. Katsuragi ya iba muy adelante, seguida de cerca por Rei. La única persona que la estaba escuchando en esos momentos era Shinji, quien como casi siempre se había quedado a la zaga. Y cómo aún seguía sintiéndose muy incómoda al estar a solas con él, dado que el recuerdo de aquél beso que se dieron siempre llegaba a acosarla en tales ocasiones, la jovencita alemana no tuvo más remedio que apurar el paso para alcanzarlas. Ikari, como era de esperarse, pronto la siguió y aunque generalmente era bastante despistado hasta él pudo darse cuenta de los esfuerzos que hacía la chiquilla para evitarlo.

    “¿Qué tengo que hacer?” le preguntaba mentalmente “¿Qué tengo que hacer para que te fijes en mí? ¿Para que puedas quererme… tal cómo yo te quiero?”



    —Además— Asuka continuaba su monólogo, a sabiendas de que su compañero la escuchaba —¿Porqué tenía que venir también Ayanami? Misato bien que sabe que me choca estar en presencia de esa lela de pelo azul.

    —Ahora que lo mencionas, parece que últimamente Rei le ha cobrado algo de afecto a Misato— observó Shinji, al mirar a lo lejos a las susodichas —En los últimos días la ha estado acompañando a todas partes…

    Efectivamente, tal como ambos lo habían observado, en fechas recientes la cercanía de la chiquilla con Katsuragi se había acrecentado considerablemente, teniendo en cuenta la escasa o nula relación que sostenía con ella anteriormente. Sin embargo ambos ignoraban el angustiante encuentro que sostuvo Rei con Demian Hesse, situación de la que Misato tuvo a bien rescatarla. Así pues, aunado a la gratitud que por ello le tenía, no era de extrañarse que la jovencita se sintiera a salvo en compañía de la Mayor, por lo que procuraba frecuentarla mucho más que antes.

    —¡Parece un estúpido patito siguiendo a su mamá!— pronunció Langley en una mezcla de burla y coraje —No sé como Misato la aguanta, pero conociéndola estoy segura que no va a poder durar mucho así…

    Justo en ese momento la Mayor detuvo su andar para poder revisar el horario de llegadas, pero al hacerlo tan de súbito sólo consiguió que Rei, quien caminaba a sus espaldas muy de cerca, chocara suavemente con ella. Misato se dio vuelta enseguida, mirando algo confundida a la chiquilla que permanecía callada, mirándola fijamente.

    —¡Allí va ella!— dijo Asuka, emocionada —¡Te lo dije! ¡Ahora esto sí se va a poner bueno! ¡Se la va a tragar entera!

    Las palabras parecían atorársele a Katsuragi, atropellándose entre ellas en su frenético intento por salir. Mientras tanto, los tres chiquillos permanecían a la expectativa de su reacción.

    —Qué… Qué… ¡QUÉ BONITA ERES!!!— finalmente exclamó, enternecida en extremo, a la vez que estrujaba a Ayanami en sus brazos ante la impávida vista de sus otros dos subordinados.

    —¿Pero qué diablos?— masculló la jovencita alemana, sin dar crédito a lo que estaba viendo, cuando la Mayor Katsuragi depositaba un afectuoso beso en la frente de Rei.

    —¡No sabía que pudieras ser tan tierna!— le decía Misato sin soltarla —¡No sabes la alegría que me da! ¿Sabes? Siempre había tenido la ilusión de poder tener a una niña linda y tierna a mi cuidado…

    —¡Óyeme! ¡¿Y yo qué soy, tarada?!— replicó Langley en el acto, sin que nadie le prestara mucha atención.

    —¿Me podrías hacer un GRAN favor?— le preguntó Misato a Ayanami en tanto la sujetaba de las manos —¿Podrías llamarme “Onee-san”? ¿Sí? ¡Por fa!

    Lo de “Onee-san” es un término japonés empleado para referirse a las hermanas mayores, tanto de manera respetuosa como afectiva. Rei, quien interpretó aquél pedido como una orden, no tuvo mayor empacho para responder:

    —Muy bien, Misato “Onee-san”.

    —¡Aaaaaaaay, qué emoción!— estalló de alegría la mujer, abrazando aún más fuerte a la chiquilla en sus brazos, cosa que era bastante cómica por sí sola, dado el enorme contraste entre la emoción desbordante de Katsuragi y el gesto indiferente que parecía ser indeleble en el rostro de la jovencita de pupilas rojas.

    —¡Es una lástima que hasta ahora me dé cuenta, pero qué suerte hubiera sido tener a Rei como nuera!— suspiró Misato, apesadumbrada, una vez que la soltó y miraba hacia la pista de afuera con la vista extraviada —Hubiera sido tan feliz… en cambio, a como van las cosas con la de ahorita…— dijo arrastrando las palabras a la vez que volteaba de reojo hacia donde se encontraba Asuka.

    —¡¿Qué estás insinuando?!— replicó a su vez la muchacha.

    —Ah, vaya...Parece ser que por fin llega el invitado de honor...— dijo Katsuragi cuando veía descender del cielo aquella mole negra y enorme que era el Equipo F, donde transportaban por aire a los Evangelion. Era difícil pensar que aquellas aves, en apariencia torpes y pesadas, pudiesen levantar el vuelo.

    —¿Qué están esperando?— instó Katsuragi a los chiquillos —¡Vayamos a recibir a nuestra nueva amiga!

    De inmediato se encaminó al área de arribos, seguida por Rei. Mientras tanto Ikari y Asuka lo hacían como si estuvieran cargando un enorme peso en sus pies.

    —Viva. Qué emoción— murmuró la joven europea de manera sarcástica.



    Shinji tampoco estaba muy entusiasmado con aquella nueva incorporación al equipo. Parte de ello era responsabilidad única de Langley, quien en todo el camino ya lo había predispuesto a que a partir de entonces tendría que aguantar a una marimacha violenta e insensible. “Si crees que yo te maltrato, espérate a que conozcas a Sophia, y después hablamos” le había dicho en el carro, como advirtiéndolo acerca de esta muchacha americana. Además aún si eso no fuera cierto, desde que supo de su nacionalidad sabía que la comunicación sería un gran problema, dado su pobre nivel de inglés. Por lo tanto, no perdía el tiempo haciéndose falsas esperanzas de que podría llevarse bien con esta chica nueva. Sabía que aún antes de conocerla cualquier intento por acercársele sería en vano. Lo mejor sería mantener un perfil bajo, como siempre, y relacionarse con ella sólo lo estrictamente necesario.



    La animosa voz que de repente se dejó escuchar en un fluido japonés lo sacó de sus pensamientos:

    —¡Mucho gusto! ¡Soy Sophia Neuville, piloto del Eva Beta, reportándose al deber!

    Shinji y Asuka miraban perplejos a la muchachita que estaba frente a ellos, ataviada con un coqueto atuendo que consistía en una minifalda estampada que revelaban unas piernas juveniles, largas y muy bien torneadas, además de una blusa rosada que comenzaba un poquito debajo de los hombros y terminaba justo antes de poder ocultar ese ombligo en medio de un vientre plano, que sin duda causaría no pocas envidias entre sus congéneres. Su rostro bien parecido denostaba una gran alegría, impresión que se acentuaba al verla en la pose de saludo militar con la que los saludaba, en evidente tono de chanza.

    —Mucho gusto… yo soy la Mayor Misato Katsuragi, de NERV— pronunció entonces Misato, rompiendo el hielo —Y antes que nada, déjame felicitarte: ¡hablas muy bien el japonés, linda! Estaba un poco apurada porque no he practicado mi inglés últimamente, no sabía como le íbamos a hacer para entendernos…

    —Sí, yo también estaba algo preocupada al respecto— repuso Sophia empleando el mismo tono desenfadado —Creo que por eso me pasé los últimos tres meses estudiando japonés como loca… hasta tuve que ver un montón de esos animes, parecía toda una nerd…

    En ese momento ambas rieron de buena gana, casi de común acuerdo. Estaba visto que no habría problema entre ellas para poder llevarse bien.



    Y mientras estaban en eso, la quijada de Langley aún no se despegaba del suelo. Aquello tenía que tratarse de un engaño muy bien elaborado, puesto que la persona que tenía enfrente era completamente distinta a la Sophia Neuville que había conocido en los Estados Unidos. No quedaba ni rastro de la chiquilla hosca y malhumorada con la que casi se había liado a golpes. Ahora su buena presencia se imponía tanto que incluso llegó a sentirse andrajosa junto a ella, al haber venido en unos pants holgados, top y unas sandalias en sus pies. Incluso su cabello, acomodado en una descuidada coleta de caballo, parecía un estropajo en su cabeza en comparación al largo y bien peinado cabello negro lacio de Sophia, que parecía recién lavado por como se miraba y olía. En ese momento la susodicha lo hizo a un lado con su mano, con un gesto juguetón que parecía sacado de un comercial para shampoo.

    “¡Maldición!” se lamentaba la joven alemana mentalmente, mordiéndose el labio inferior “¡Hizo eso a propósito! ¡Se está burlando porque me veo como una pordiosera! ¡No puedo creerlo! ¡¿Quién se cree que es esta estúpida, poniéndome en ridículo de esta manera?!”



    Por su parte Ikari también lucía sorprendido. La descripción que Asuka le había hecho de su nueva compañera se alejaba por mucho de la realidad, ahora lo sabía. Y es que esa joven tan guapa y voluntariosa no tenía nada que ver con la bruja gruñona que le habían pintado. Estaba bastante impresionado con ella, para qué mentir. Había sido una grata sorpresa descubrir que Asuka lo había engañado una vez más. No obstante, al ver con un poco más de detenimiento los gestos de la recién llegada, como su forma de mirar a las personas, e incluso la manera en la que reía, Shinji notaba cierto aire… siniestro, rodeándola.

    Justo en ese momento, cuando tenía la vista clavada en la jovencita, ésta pareció percatarse del hecho pues de inmediato volvió la mirada hasta donde él se encontraba. Sus miradas entonces se encontraron en un feroz choque en el que al muchacho le parecía perderse para siempre en aquellos ojos negros tan fríos. Entonces algo extraño pareció ocurrir en él, pues ella le sonrió de buena gana y al instante sus mejillas se encendieron y su estómago se encogió presa de la ansiedad.

    —¿Y a ti que te pasa, eh?— le preguntó Asuka al verlo rojo como un tomate.

    —¡No!¡Nada, lo juro!— respondió el chiquillo, de manera por demás incriminante.

    —Permítanme hacer las presentaciones— acotó Katsuragi al notar como los muchachos comenzaban a curiosear entre ellos —A Asuka ya la conoces, y ellos dos son Shinji Ikari y Rei Ayanami, pilotos de las Unidades 01 y 00, respectivamente.

    —Mucho gusto— dijeron los dos jovencitos, cada cual a su muy particular modo. Es decir, Rei tan expresiva como un robot y Shinji con la vista clavada en el piso, balbuceante.

    —De ahora en adelante pelearemos todos juntos, así que traten de llevarse bien, ¿de acuerdo, equipo?— dijo por último Misato, con el subsecuente consentimiento de todos los muchachitos —Muy bien, en ese caso sólo déjenme ocuparme del papeleo que me toca llenar para poder irnos de aquí… ¿qué les parece si mientras tanto ayudan a Sophia a llevar su equipaje al carro? Enseguida estaré con ustedes— les dijo sin dar tiempo a una respuesta, pues ya estaba alejándose para ese entonces.



    Rei, que en todo ese tiempo apenas si había pronunciado palabra, pareció captar poderosamente la atención de la joven americana, a quien ahora tenía delante de sí justo a un palmo de distancia. Neuville la miraba detenidamente, examinándola de pies a cabeza con deferencia. Si acaso aquello llegaba a incomodar a Ayanami, no lo demostraba de forma alguna. Únicamente se limitaba a seguir los movimientos de la chiquilla con la vista.

    —Vaya— finalmente masculló Sophia, cruzándose de brazos y dibujando una sonrisa confianzuda en su rostro —Finalmente nos conocemos, Rei Ayanami... Así que tú eres mi némesis, ¿eh? Mi reflejo en un espejo corrompido… Polos opuestos que el destino ha puesto uno contra el otro. Pues déjame decirte que no estoy nadita impresionada… Yo no sé qué tanto te ven ó porqué hacen tanto relajo por ti, si eres tan poca cosa…

    —Tu rostro…— dijo Rei por su parte, tan calmada como siempre —Te pareces a alguien que conozco…

    —¡Un momento!— las interrumpió Langley, interponiéndose entre ellas, dándole la espalda a Ayanami para poder amenazar a Neuville con el índice —¡Por si no te has dado cuenta, ella ya es mi némesis! ¿Quién te crees que eres para nomás llegar y quitarle los rivales a otras personas?

    —¿Y tú… quien diablos eres?— le respondió Sophia, indiferente.

    —¡¿QUÉ?!— el gran orgullo de Asuka ahora sí que estaba hecho trizas en el suelo al constatar que, por la expresión en el rostro de la muchacha, no la reconocía en lo absoluto —¡No te hagas, bien que sabes quién soy!

    La joven morena permaneció impasible frente a ella, sin dar muestras de reacción alguna, lo que desesperaba aún más a Langley.

    —Nos conocimos en Nevada... ¿recuerdas? ¿El Área 51?

    Seguía sin obtener respuesta de su interlocutora, únicamente aquella mirada indiferente, como si estuviera viendo otra cosa a través de ella.

    —¡¡¡ASUKA LANGLEY SORYU!!!— explotó entonces, humillada a más no poder —¡Soy Asuka Langley Soryu, recuérdalo, maldita imbécil!!

    —No me suena...— respondió Sophia sin más miramientos, habiendo decidido que ya le había dedicado bastante de su atención —Y al fin y al cabo, da lo mismo. ¿Podrías llevar esto por mí? Gracias— le dijo sin darle tiempo de contestar, colocando una pequeña pero bien cargada valija en sus manos para luego pasarla de largo sin más.



    Mientras tanto, Shinji debatía consigo mismo. Una más de sus interminables batallas por superar su timidez innata y a atreverse a algo más en lugar de torturarse con el eterno “¿qué hubiera pasado si…?” Así pues, y como parte de su renovada personalidad, Shinji Ikari por fin se atrevía a dar ese paso de más. Haciendo un admirable esfuerzo por que no fuera tan evidente su nerviosismo fue y se plantó justo en frente de Sophia, quien estaba recogiendo su equipaje del piso.

    —Déjame ayudarte— dijo con voz trémula, evitando su mirada —Esa valija se ve pesada… y no sería correcto de mi parte si permito que una chica cargue con tanto peso en mi presencia…

    La jovencita americana quedó muda en su sitio, de pie frente a él y con la mano izquierda cargando la susodicha maleta, la cual en verdad se veía bastante abultada. En un principio lo observó detenidamente con extrañeza, abriendo y cerrando esos grandes ojos negros que decían mucho y a la vez callaban tanto. Pero luego aquellos ojos oscuros parecieron iluminarse con un gesto cálido, al igual que todo su rostro. Una vez más deslumbraba al chiquillo con una afable y radiante sonrisa que parecía colorear su mundo entero.

    —¡Miren nada más lo que tenemos aquí!— exclamó emocionada y divertida al mismo tiempo —¡Un auténtico samurai en pleno siglo XXI! Tenía la ilusión de toparme con uno cuando viniera a Japón, pero nunca creí que se hiciera realidad… En ese caso, sería para mí un gran honor si me haces ese favor, Shinji-san…— dijo en tono muy solemne, haciéndole una reverencia mientras que le pasaba el bulto en cuestión.

    —No hay necesidad del “san”— repuso el muchacho un poco apenado, para luego sentir de súbito los estragos de la gravedad, cuando casi se dislocaba el hombro al cargar con la mentada maleta.

    —Creo que tal vez debería ayudarte, ¿sabes?— sugirió Neuville al percatarse del incidente —Esa cosa en realidad está muy pesada…

    —¡No hay problema!— Ikari disimulaba una sonrisa al decir aquellas palabras, mientras que se lamentaba mentalmente: “¡Diablos! ¿Pero qué carajos lleva aquí? ¿Yunques?” —Es sólo que estaba distraído, no pasa nada…

    —Bueno…— masculló su acompañante mientras empezaba a andar, algo apenada pues estaba bien consciente por los apuros que pasaba el chiquillo para llevar sus cosas.

    —Además… sería bastante patético…— decía Shinji entre resoplidos, prácticamente arrastrando su carga —…si necesitara la ayuda… de una muchachita… ¡para llevar sus cosas!

    —¡Eso no es cierto!— contestó Sophia entre risas, al parecer bastante divertida por el asunto —¡No hay forma en la que pudieras verte patético!

    —¿Qué?

    —Es decir: ¡mírate! ¡Eres súper lindo! Casi te arrancas los brazos para quedar bien conmigo y todavía haces el esfuerzo por fingir que no pasa nada.

    —¿Y eso es bueno?

    —¡Es maravilloso! Tanto interés…— suspiró mientras se acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja —Es lo mejor que alguien ha hecho por mí en mucho tiempo. Gracias.

    —No… no es nada, en serio— Ikari parecía un leño ardiendo, abochornado, con la cara toda roja.

    —Me caes muy bien, Shinji Ikari— dijo la muchacha en tono juguetón, sonriéndole —Tengo la impresión que nos vamos a llevar de maravilla, tú y yo…

    Shinji permaneció mudo unos instantes, contemplando la visión delante suyo. Toda esa jovialidad, tanta calidez… era la primera vez que una joven lo trataba de esa manera. De cierto modo era algo perturbador. Pero también reconfortante. Toda una nueva experiencia. Que esperaba se volviera a repetir.

    —Qué bueno que pienses de esa manera, Sophia— le contestó, casi murmurando —Porque creo que sí voy a necesitar un poquito de ayuda con esto, después de todo…



    La risa de ambos recorrió el pasillo entero, llegando hasta los oídos de Rei y Asuka, quienes los observaban desde atrás, con suma suspicacia.



    —¡Pero qué muchachote es el que tienes aquí!— pronunció la Mayor Katsuragi a la vez que silbaba impresionada al contemplar al nuevo Eva, acostado boca arriba sobre una enorme plataforma diseñada para su transporte.

    Únicamente podía verle las suelas y parte de los pies, pero aún así lucía enorme en comparación a todos ellos, pequeños liliputienses trabajando afanosamente sobre el desmayado Gulliver. ¡Y eso que estaban sobre la pista, a campo abierto! Era de las personas que trabajaban más de cerca con los Evas, y aún así nunca dejaba de asombrarse por el tamaño de aquellas máquinas.

    —Usted lo ha dicho, Mayor— contestaba Kenji Takashi mientras le firmaba varios documentos, y a la vez Misato hacía lo suyo con otro legajo de formas que Takashi le había entregado —Vamos a entretenernos otro buen rato con los arreglos para transportarlo hasta la base, pero lo importante es que llegó en perfectas condiciones... tenía mis dudas de si transportarlo por aire era una buena idea, pero por los resultados de nuestra revisión tal parece que me estaba preocupando en balde.

    Y es que aquella era la primera vez que el equipo F se utilizaba en un vuelo intercontinental, de ahí los temores de Kenji y algunos otros del personal de mantenimiento. No obstante, después del incidente ocurrido con el Eva 02 los altos mandos de la agencia habían decidido que el transporte aéreo era mucho más seguro y en adelante sería el método convencional para la transportación de los robots gigantes. Aquella primera prueba, la cual fue todo un éxito, demostraba lo acertada que había sido tal decisión.

    —¡Muy bien, pues en ese caso lo dejo todo en tus manos!— dijo Katsuragi cuando le estrechaba la mano animosamente, una vez que se había deshecho del bonche de papeles que debían ser firmados —Ustedes encárguense de llevar a Beta a la base y yo llevaré a su piloto.

    —De acuerdo, Mayor. Gracias por todo.

    Misato se dio la media vuelta para marcharse de aquél lugar, mientras que Takashi se disponía a reanudar sus labores, pero entonces la mujer se detuvo en seco, vacilante. Se le notaba algo nerviosa, algo raro en ella, dado su carácter y así lo notó Kenji cuando le preguntaba, extrañado:

    —¿Necesita alguna otra cosa, Mayor?

    —No... no es nada importante, pero yo... yo sólo...— trastabillaba al hablar, de espaldas a él, indecisa —Sólo me preguntaba si aún no tenías noticias de Kai...

    Takashi se congeló en su sitio con la sola mención de aquél nombre. Pero rápidamente recuperó la compostura, esperando que Katsuragi no hubiera reparado en ello.

    —No... lo siento mucho, Mayor, pero aún no he recibido nada nuevo... sólo sé lo que le dije la última vez: que estaban a punto de trabar combate en algún punto del Mediterráneo, pero eso es todo. Comprenderá que ni siquiera a mí me hacen llegar información de relevancia hasta mucho después que haya ocurrido...

    —Ya veo— el tono de su voz se había apagado, y aunque sólo le veía las espaldas, Kenji estaba bastante seguro que también su semblante decayó —Bueno, qué se le va a hacer, entonces... siento haberte molestado...

    —No tiene por qué preocuparse, Mayor, estoy seguro que él está bien— intentó animarla torpemente mientras ella reanudaba la marcha —Le avisaré en cuanto sepa algo.

    —Te lo agradecería mucho...— pronunció casi en un suspiro a la vez que se alejaba más y más sin mirar atrás.



    Takashi la observaba alejarse, con el ánimo por los suelos, y no podía dejar de sentirse mal al respecto. No sólo porque nada había podido hacer para tranquilizarla, sino porque le había mentido. En realidad sí tenía noticias del frente. ¿Pero con qué cara iba a decirle que toda la fuerza de ataque había sido diezmada en tan sólo unos cuantos minutos y que había muy pocos sobrevivientes? Y lo que era peor: no había rastro alguno del Eva Z ni de Kai. Llevaban tres días desaparecidos y pese a la búsqueda aún no se encontraban indicios de su paradero. ¿Cómo decirle todo eso a la persona que lo quería como a un hijo? Definitivamente ese no era su trabajo. Si lo peor había pasado, algún oficialillo de poca monta de las Naciones Unidas se encargaría de darle la noticia y entonces ya no sería asunto suyo. Sí, definitivamente, lo mejor sería esperar y quedarse con la boca callada. Una pena por el pobre Kai, tan joven. Pero la vida sigue, y siempre había que verle el lado bueno a todo. Tal vez su amigo había dejado este mundo, pero él se encargaría de honrar su memoria al asumir su puesto como Director Supervisor Encargado de la División de Naciones Unidas en NERV. Con el aumento en el sueldo que dicha posición conllevaba, por supuesto. Después de todo, estaba recién casado y todos esos gastos no se estaban pagando solos.





    —Kenji...

    Sus ensoñaciones de un futuro venidero y prometedor fueron interrumpidas por su propia esposa, quien se le acercaba pálida como una hoja de papel, con su teléfono celular en mano.

    —¿Qué sucede?— sólo esperaba que no fuera alguna otra estupidez por las que Sakura tan a menudo se preocupaba. Amaba a esa mujer como a nadie en el mundo, pero a veces podía ser desesperante. Como la vez que había llorado toda la noche porque su estúpido perro había escapado. En realidad él mismo lo había sacrificado a escondidas, puesto que se rehusaba a tener una fuente de suciedad y foco de infecciones en su casa, pero tal vez lo habría considerado mejor de saber como reaccionaría su mujer ante tal nimiedad. Pero en fin, así era ella, siempre angustiándose por pequeñeces.

    —Acaban de llamar desde la base en Nevada— decía ella, con la voz quebrándosele y unas lágrimas asomándose por sus ojos vidriosos —El Director Miller... ha muerto...

    —¿Cómo dices?— aquello sí que había tomado por sorpresa a su marido.

    Miller... ¡muerto! Justo ahora que el Eva Beta llegaba a Japón. ¿Quién iba a responderle si es que acaso presentaba algún defecto que aún no habían detectado?

    —Dicen que fue suicidio— continuó Sakura, intentando contener su llanto a como diera lugar. Sabía cuanto incomodaban aquellas efusivas demostraciones de sentimientos al buen Kenji —Se arrojó desde la ventana de su departamento...

    La mujer rompía entonces a llorar como una niña desconsolada mientras que su esposo permanecía perplejo en su lugar. Definitivamente aquello sí que era todo un suceso.



    Sumido en las sombras, tal y como se encontraba el lugar, su propia vivienda se convertía en un lugar completamente desconocido para Robert Miller, quien en esos momentos la recorría a tientas con gran desesperación, buscando todo aquello que fuera importante para él y que le pudiera servir para poder escapar de ese lugar y esconderse en un agujero por el resto de sus días. Mientras tanto, las cosas en su escritorio seguían cayendo al piso, tiradas por él mismo en su ansiedad.



    Tenía ya su portafolio repleto con cuentas y valores personales, ahora lo único que le hacía falta eran las estúpidas llaves de su auto para poder poner pies en polvorosa. ¡Pero las condenadas llaves no estaban por ningún lado! Seguramente que si prendía las luces las hallaría fácilmente, pero no quería correr el riesgo de dar a conocer su presencia en ese sitio. Debía desaparecer sin dejar rastro, dejar de existir si es que acaso quería seguir con vida. Su desesperación crecía con cada segundo que pasaba sin encontrar las malditas llaves. Ya había tanteado todos los cajones y superficie de su escritorio y ahora buscaba por los anaqueles y luego seguiría con el piso. No se daría por vencido hasta hallar esas estúpidas llaves. Al igual que ellos no se darían por vencidos para encontrarlo y borrarlo de la existencia. Lo sabía muy bien, no se detendrían ante nada. Ya habían matado a Kai, y ahora él era el siguiente. Pero qué estúpido había sido... ¡Qué estúpido! ¿En qué estaba pensando cuando hizo tratos con aquella gente? Ahora ni todo el dinero del mundo valía tanto como su propia vida. Kai no había tenido oportunidad contra ellos, ni siquiera a bordo del invencible Eva Z, que para esos momentos ya sería tan sólo chatarra oxidándose a la intemperie. Pero él sabía a lo que se enfrentaba, él no estaba desprevenido como ese pobre niño imbécil, y además disponía de una cuantiosa fortuna para comprarse una nueva identidad y ocultarse de ellos hasta el fin del mundo. Aquello tenía que salir bien. ¡Todo tenía que salir bien, maldita sea! Tan sólo tenía que encontrar las llaves del carro y todos sus problemas terminarían...



    —¿Buscabas esto, Bob?

    El tintineo de sus llaves fue entonces lo único que se escuchó en aquél oscuro despacho. Miller estaba derrumbado en el piso alfombrado, sin habla, mientras veía la poca luz del exterior reflejarse en las llaves de su auto, las cuales eran sostenidas en lo alto por una enorme figura que parecía ser una con las sombras. El sudor emanaba copiosamente por cada poro de su cuerpo, sus ojos se perdían en la inmensidad de la oscuridad, desorbitados, en tanto que su lengua completamente seca, era incapaz de articular palabra alguna.

    —¡Mira este tiradero! Parece que llevas mucha prisa, pequeño Bobby... ¿planeabas ir a algún lado?— Demian avanzó un paso hacia adelante, permitiéndole verlo mejor —Lo siento, pero no puedo dejarte ir a ningún lugar...

    La voz cavernosa de Hesse aún retumbaba en sus oídos cuando Miller suplicaba lastimosamente a sus pies.

    —No... ¡Por favor, no lo hagas!— decía entre gimoteos, mientras que de forma estúpida se arrastraba por el piso intentando alejarse de él —¡No es justo! ¡Hice todo lo que me pidieron! ¡Teníamos un trato! ¡Teníamos un trato, Demian!

    —Y el trato fue cumplido al pie de la letra, mi querido Bobby... Hiciste lo que te dijimos, y nosotros te dimos tu dinero. Así de fácil. No recuerdo haberte dicho algo acerca de que no te mataría. Creí que eso ya lo sabías.

    El pesado calzado de aquél gigante resonaba encerrado en aquellas cuatro paredes, siguiendo a Miller en su patético intento de escape, interponiéndose entre él y la puerta.

    —¡No lo sabía! ¡Juro que no lo sabía! ¡Diablos! ¿Cómo iba a saberlo? ¿Qué importancia podría tener mi vida para ustedes?

    —Eres un completo idiota, los dos lo sabemos, pero tampoco trates de fingir ignorancia en este asunto, imbécil. Una vez que los... ajustes... en el Eva Beta se manifiesten completamente, las personas en todas partes empezarán a hacerse preguntas. Sabes como es la gente de chismosa. Pero no habrá problema con ello... siempre y cuando tú no estés por ahí para dirigirlos hasta nosotros...

    —¡No diré nada, lo prometo! ¡Desapareceré por completo y ya nunca nadie volverá a saber de mí! ¡Lo juro! ¡Tienes mi palabra, Demian, mi palabra!

    —La palabra de un Judas Iscariote, que vendería hasta su propia madre si le llegaran al precio. Me perdonarás si es que no la valoro tanto como tú. Ahora dime, pedazo de mierda— decía mientras metía la mano dentro de la cartuchera en su cinturón, sacando una de sus dos automáticas de níquel .45, la cual iluminó fugazmente el cuarto con un brillo siniestro al reflejar el resplandor de una luna mortecina, asomándose por la ventana —¿Has bailado con el Diablo bajo la luz de la luna?

    Los gritos de Miller se perdieron en la soledad y en la oscuridad de aquella noche, mientras la boca del arma apuntaba directamente a su frente.

    —Sí, ya sé que no tiene sentido— a Hesse parecía no importarle gran cosa los histéricos berridos de niña de Robert, los cuales casi apagaban por completo su propia voz —Pero se me ha hecho como una tradición, ¿sabes? Ya no puedo liquidar a nadie a quemarropa sin decirlo, es tan melodramático. Y en realidad me gusta mucho esa película, para qué mentir.

    —¡No, Demian, por favor, no lo hagas! ¡¡No quiero morir!!— despojándose de la poca dignidad que le quedaba, Miller se arrojó a sus pies —¡¡¡NO QUIERO MORIR, TEN PIEDAD!!!

    —¡Vaya marica de mierda que resultaste ser!— profirió Hesse, furioso, para entonces arrojarlo de espaldas de un fuerte puntapié en pleno rostro, el cual se llevó varias piezas de dentadura consigo —¡Lo menos que hubieras podido hacer era aceptar tu destino y morir con algo de estoicismo ante lo inevitable!

    —¡¡¡NOOOO!!!— aullaba la víctima, sangrando profusamente del rostro, justo donde había sido pateado, mientras el cañón con el que le apuntaban se hacía más y más grande, casi hasta devorarlo —¡¡¡POR EL AMOR DE DIOS, DEMIAN, NO ME MATES!!!

    Justo antes de jalar el gatillo algo pareció activarse en Hesse, como una especie de mecanismo de resorte que lo inmovilizó por algunos instantes. Los segundos pasaron y a Robert le dio curiosidad por saber por qué razón su cabeza no había estallado, así que abrió los ojos, para encontrarse todavía encañonado pero con su verdugo inmóvil como una estatua. La penumbra cubría gran parte de sus facciones por lo que no podía precisar qué le estaba pasando.

    —¿Acaso... dijiste... “por el amor de...”?

    Finalmente la blanca dentadura de Demian se asomó en esa sonrisa macabra tan característica en él. Un estremecimiento reptó desde la base de su estómago para escapar por su garganta en forma de una estruendosa carcajada que fue subiendo su intensidad hasta rebasar el límite de demencial. Continuó así por un buen rato, deambulando estremecido por el súbito ataque de risa. Había ocasiones en las que parecía que se estaba ahogando, pero luego de reposar por un momento continuaba riéndose a carcajadas. Aquello, en lugar de tranquilizar al apabullado Director Miller, por el contrario lo atemorizaba todavía más.

    —¡Vaya, qué ocurrencias las tuyas!— susurró Hesse una vez que terminó, mientras recuperaba el aliento —Supongo que tengo que agradecértelo, hacía mucho tiempo que no me divertía tanto... sólo por eso estoy dispuesto a concederte un pequeño favor, payaso...

    —Entonces... ¿quieres decir...?— musitó Miller, esperanzado, poniéndose en pie como movido por un resorte.

    —Calma, bufón, tranquiliza tus caballos— repuso Demian por su parte —He decidido que voy a permitirte salir de aquí... Ahora, como yo lo veo, sólo hay dos maneras en las que puedas salir de este lugar... una de ellas es a través de esta puerta...

    Cuando Demian señaló a la puerta que estaba a sus espaldas una sonrisa iluminó el amoratado rostro de Robert. Pero Hesse aún no había terminado de hablar.

    —Pasando sobre mí, claro...— continuó, sonriendo con sorna al observar como volvía a palidecer el rostro de su víctima —Ó bien, la otra salida está justo a tus espaldas... así que dejaré que decidas por donde es que quieres salir...

    Robert, desesperanzado, miró detrás suyo, justo a la ventana por la que se podía ver la oscura noche salpicada de unas cuantas estrellas cuya luz parecía estar apagada, agónica, justo como la de la luna que parecía estarse riendo de él, burlándose de su destino.



    Para el joven Shinji Ikari esa era una noche muy grata. El clima estaba algo húmedo, pero el cielo estaba completamente despejado, lo que le permitía ver las estrellas desde la ventana de su balcón. No recordaba cuándo había sido la última vez que se había quedado como imbécil solamente mirando a la nada, lleno de ilusiones como el muchachito embobado que era. Tal vez sería porque nunca en su vida lo había hecho. ¿Así que de ahí era donde provenían todos esos estúpidos gestos, esos sentimientos acaramelados que veía en las historias de la televisión? De una sonrisa cálida que te regalara una muchacha bonita. ¿Quién lo hubiera pensado? Bueno, quizás estaba adelantando conclusiones. Después de todo, la espléndida tarde que gastó con Sophia quizás no era para armar tanto alboroto. Todas esas miradas y sonrisas, el tono con el que hablaban… bien no podían significar la gran cosa para ella… era una posibilidad, puesto que ella provenía de una cultura muy diferente a la suya. Mucho más abierta, más expresiva. Había escuchado decir que en América era costumbre que las muchachas saludaran con un beso. No lo había creído completamente, hasta que su nueva compañera lo despidió con uno en la mejilla, luego de haberla ayudado a instalarse en su departamento.



    Así que no había porqué ponerse de esta manera, todo cursi y con la cabeza en las nubes, imaginando cosas que jamás serían. Seguramente que todo debería tratarse de un malentendido. Sólo esperaba no volver a quedar como un reverendo idiota, como tantas otras veces. No había manera en que una chica a la que acabara de conocer estuviera interesada en él… por lo menos no de esa forma. Y mucho menos una jovencita tan guapa como lo era Sophia. Bueno, aunque a fuerza de ser sinceros, no era TAN bonita. Por lo menos no a los niveles a los que ya, orgullosamente pero sin reconocerlo del todo, estaba acostumbrado. No era ni la mitad de sexy que Misato ni tenía ese esplendor que sólo una mujer completamente desarrollada y atractiva como la Mayor Katsuragi podía tener. Ni tampoco tenía ese toque misterioso, exótico, pero a la vez tentador que era el principal atractivo de Rei, ni sus formas tan suaves. Y Asuka… qué decir de Asuka. Ella era la perfección encarnada. Definitivamente Asuka era la mejor de todas, su sueño hecho realidad. No tenía competencia. Pero aún así, había algo en Sophia. Pese a no ser tan llamativa como las otras mujeres en su vida, tenía algo que lo hacía temblar. Algo que lo ponía a soñar, que lo hacía suspirar como un imbécil al contemplar el cielo estrellado en aquella noche mágica. ¿Qué es lo que sería?



    Su celular timbró en la oscuridad, sacándolo de sus pensamientos. Tardó un poco en contestarlo, pero cuando lo hizo se percató que había recibido un mensaje de texto. Por sí solo eso ya era bastante extraño, pero lo era más el que aún antes de leer el número del remitente sabía de quién era. Sophia.

    “¡¡¡Buenas noches Shin-chan!!! ^_^ Está haciendo un poco de frío, así que mejor abrígate bien cuando te duermas, no quiero que te resfríes. ^_- ¿O.K.? Te veré mañana. ¡Dulces sueños!”

    Desde que Misato le había dado el celular jamás había recibido uno de esos mensajes, y al no estar tan acostumbrado a ese tipo de comunicación, que era tan popular entre los chicos de su edad, tuvo algunas dificultades para responder por el mismo medio:

    “Gracias por el consejo. Tú también tápate y trata de descansar todo lo que puedas. Mañana será un día muy ocupado, sé lo que te digo. ¡Buenas noches!”

    Ikari presionó entonces la tecla para enviar el mensaje, que tardó bastante en componer. Al hacerlo se sorprendió a sí mismo sonriendo, emocionado. Volvió de nuevo su mirada hacia la ventana, hacia las estrellas que parecían titilar con un nuevo brillo mucho más colorido. Sí. Definitivamente, Sophia tenía algo… un no se qué, que qué se yo…



    ¿Cómo describir la sensación de paz que transmitía ese lugar? ¿En qué palabras expresar la tranquila e inerme belleza de aquellos pacíficos parajes? ¿Acaso ojos humanos alguna vez podrían apreciar tal majestuosidad, tal escenario salido de los sueños más puros e inocentes? Al divisar semejante paisaje costaba trabajo creer que en el mundo existiera el mal, el odio o cualquier otra clase de fuerza negativa. Allí sólo existía la paz, la paz y un silencio acogedor, abrumador.

    Silencio que abruptamente fue interrumpido por el sonido de un motor en marcha, el cual ocasionó la rápida desbandada de un pequeño banco de peces que hasta entonces nadaban distraídos. Sin prestarles demasiada importancia, el pequeño submarino de exploración seguía su curso, profanando con su marcha aquél reino de armonía. Guiaba a la vez que alumbraba su camino con una potente luz delantera que le permitía desvelar los secretos que el mar decidía ocultar a la vista de los mortales.

    —Tenemos la confirmación del objetivo, a tres mil metros de profundidad. Permanece en absoluto reposo. Cambio.



    Unos cuantos metros más adelante la luz rebotaba con un objeto metálico de gran tamaño. En comparación, el submarino se veía como una especie de luciérnaga acuática, nadando curiosa a su alrededor. No obstante, el Eva Z permanecía yaciendo boca arriba en el lecho marino, en medio de un gigantesco surco que sin duda había sido ocasionado cuando cayó en ese lugar. Nada parecía interrumpir su reposo, permaneciendo en una calma placentera. El gigante de acero dormía a sus anchas en las profundidades marinas, sin imaginarse siquiera los casi cuatro días que las fuerzas de Naciones Unidas habían gastado en encontrar su paradero, en un punto perdido del Mediterráneo, a más de trescientos kilómetros de su última posición conocida.



    La tibia caricia que le hacía el sol al atardecer se sentía muy bien. Una refrescante, pero suave brisa mecía su canosa y rala cabellera, y junto al vaivén de su cómoda mecedora lo invitaba a tomar una deliciosa y prolongada siesta vespertina, lo cual hubiera conseguido casi de inmediato de no ser por la interrupción de un balón de fútbol americano que era arrojado a sus pies. Aturdido, dirigió su vista al piso, donde la pelota de forma ovalada aún seguía sacudiéndose. Luego volvió su mirada más allá del pórtico donde se encontraba, hacia el extenso y bien cuidado jardín donde un par de niños, de no más de de diez años, le hacían señas a lo lejos:

    —¡Abuelo! ¡Abuelito!— le decían, agitando los brazos —¡Pásanos el balón! ¡Manda un pase profundo!

    El General Lorenz sonrió complacido para luego recoger el balón sin levantarse de su asiento y con su brazo derecho lanzarlo hasta donde estaban los infantes. Uno de ellos, el que atrapó emocionado la pelota, rodó por el césped fresco.

    —¡Abuelito! ¡Qué buen brazo tienes!— se admiraba el chiquillo pecoso y de cabello rubio, gratamente sorprendido.

    El viejo se reclinó de nuevo sobre la mecedora, disfrutando de aquella tarde de ensueño en su rancho a las afueras Monterrey, en el estado americano de Nuevo León. Una elegante y bien equipada mansión se levantaba en medio de un terreno fértil de más de veinticinco hectáreas cuadradas en las que el presidente de los Estados Unidos disponía de varios lujos para su descanso y recreación. Entre ellos un lago privado y una amplia zona para la caza de ciervos.

    —Por favor, Demian, deja de esconderte a mis espaldas y mejor sal a respirar este aire tan fresco— pronunció el anciano sin moverse de su posición, respirando profundo —¡Siente eso! ¡No hay nada igual!

    —Sólo me estaba sirviendo una copa del brandy que tienes en la cava, Mister Lorenz— repuso Hesse de pie a su lado, sacudiendo ligeramente la copa que sostenía frente a sus ojos para entonces darle un sorbo —Es el mejor que he probado en mi vida… ¿cómo supiste que estaba aquí?

    —Dejé de escuchar los trinos de los pájaros desde hace rato. Parece que tu presencia física afecta de diversas formas a las criaturas de este mundo.

    —El asunto con Miller ya está resuelto…

    —Eso es lo que escuché… muy bien hecho, Doctor…

    —¿Y ya han encontrado a Zeta?

    —Así parece… ese pobre niño idiota permaneció desmayado en el fondo del Mediterráneo por cuatro días… tal parece que nuestros muchachos lo maltrataron un poco más de la cuenta… supe que transfirieron el mando de la misión al Almirante Merkatz. Es mucho más listo que ese estúpido de Leonard, y además está fuera de nuestra influencia. Es probable que te dé algunos problemas.

    —Me las arreglaré…

    —Hay algo que te molesta, ¿verdad, socio? Deberías relajarte un poco más, siempre estás tan tenso. Es por que no puedes dejar de pensar en el trabajo. ¡Relájate! Observa bien este sitio— indicó Keel, señalando con la mano los verdes y tupidos parajes que se extendían ante ellos —Todo este lugar fue creado para el descanso. Trata de disfrutarlo mientras dure tu estadía aquí…

    —¿Es cierto que para construirlo hiciste desalojar a todo un pueblo?— preguntó Demian, sonriendo en gesto cómplice.

    —¿Porqué crees que me siento a mis anchas en este sitio?— respondió Lorenz, complacido, recargándose aún más sobre su asiento —Todo el rencor que este lugar inspira y guarda. Hmmm…. casi puedo saborearlo… Dejé en pie las casas de algunos de esos desdichados. Las uso como establos y corrales para los animales. Te imaginarás que ello enardece mucho más el descontento en las personas.

    —Tal vez muchos de ellos quieran desquitarse… quizás con tus mismos nietos…

    El viejo rió de buena gana.

    —Son un par de mocosos malcriados y egoístas. Justo como sus padres. No podría estar más orgulloso de ellos. Me enteré que el otro día el pequeño Billy le arrancó un mechón de cabello a su nana, todo por no quitarle la pulpa a su jugo de naranja… estos niños…

    —Son unos pequeños monstruos— asintió Hesse —¡Todos lo son!— gritó enfurecido, rompiendo la copa en su mano cuando la empuñó violentamente. Ahora la sangre caía gota a gota de su puño —¡Estoy harto de todos estos bichos! ¡Cómo quisiera borrar de una vez por todas a esta mal llamada Humanidad!

    —Calma, compañero, calma— instó Lorenz, sin poner demasiada atención al exabrupto de su acompañante —Todo a su debido tiempo. El plan va como debe ser. Si apresuramos las cosas puede que al final fracasemos.

    El alto sujeto barbado permaneció en silencio, tranquilizándose en medio de fuertes resoplidos. Se había alterado más de la cuenta.

    —Este tipo de escenas aún te incomodan, ¿no es así?— observó el General —Deberías darte una oportunidad. De experimentarlo en carne propia, esto de la familia. Consíguete una señora de muy buen ver, y escucha bien que te digo una señora, toda una mujer, no esas muchachitas a las que eres tan aficionado. Tengan un par de hijos, en una casa con un bonito jardín en algún suburbio. Podrías conseguir un perro y hacer parrilladas e invitar a los vecinos. Deja de torturarte con lo que no pudo ser.

    —¡Silencio! ¡No necesito de alguien a mi lado! ¡De nadie! La familia es una necesidad de los débiles seres humanos, que necesitan unos de otros para sobrevivir. ¡Son patéticos! Seres como nosotros no requerimos de esas idioteces. ¡Detesto la bondad y quiero destruir todo lo que es bueno y puro en este mundo! ¡Ése es mi propósito en la vida!

    —¿Sabes? De vez en cuando yo también me acuerdo de Yui— repuso el viejo tranquilamente, haciéndose oídos sordos —¡Qué mujer! Nunca me hubiera imaginado que SEELE iría a tener un miembro tan joven. Nuestro séptimo ojo, el más hermoso de todos. ¡Y qué tetas de la zorra! Pero estoy seguro que no fue por eso que te fijaste en ella. No, no fue por eso. Te lo digo yo, camarada, eso del amor no es para gente como nosotros. Mucho esfuerzo, demasiadas complicaciones. Mucho sufrimiento. Por tu bien, y el de tu misión, es hora de que empieces a aceptar los hechos, tal como una vez aceptaste lo que eres. Ella prefirió a Gendo que a ti. Así de sencillo. Necesitas…

    —Lo que necesito— interrumpió Demian, mirando al atardecer con los ojos inyectados de ira —Lo que necesito es matar de una vez por todas a ese estúpido muchacho Rivera. No tolero más su existencia en este mundo— dijo, acariciando con su mano ensangrentada su cicatriz en la mejilla izquierda —Quiero hacerlo pedazos, profanar sus patéticos ideales, humillarlo y quebrantar su espíritu hasta el punto en que me ruegue para que ponga fin a su miseria… ¡Eso es lo que de veras necesito!

    —¿Así que por eso viniste a verme? Es raro que pidas mi consentimiento para hacer cualquier cosa… normalmente haces lo que te venga en gana…

    —Quería estar seguro que no interfería con nuestros planes… no estaba seguro si querías darle algún uso en un futuro.

    —Kyle Rivera es tan sólo una mota de polvo por demás insignificante en lo que a mí concierne— repuso Lorenz serenamente —El comité lo quiere vivo, pero si no logra sobrevivir al enfrentarte considero entonces que no es digno de la atención de SEELE y que su utilidad terminó… así de sencillo…

    —De acuerdo… así es también como lo veo yo.

    —Ya que estás de ese modo, tal vez quieras hacerme un pequeño favor— indicó Lorenz, observando a sus nietos perderse entre los frondosos árboles en medio de sus juegos infantiles —Necesito una buena excusa para anular todas las libertades civiles del montón de indios descalzos que viven en este gran y hermoso país… hemos capturado a uno de sus lidercillos, de esos que se dedican a gritar en las plazas públicas y a arengar a la gente… estoy seguro que conoces a muchas personas de este tipo, allá con tu gente… en fin, lo único que nos hace falta es imputarle un cargo lo suficientemente grande para justificar la medida que ya te he mencionado. ¿Qué podría ser tan terrible, tan espantoso que despertara la indignación nacional y lograran unir al Congreso y a los ciudadanos con derecho a voto de mi lado? ¿Tú lo sabes?

    —Entiendo— respondió Hesse, sonriendo sardónicamente mientras empezaba a andar a la arboleda en la que jugaban los niños —Me servirá para quitarme toda la frustración que traigo encima. Gracias por el detalle.

    El General lo miraba atentamente hasta que se perdió entre los árboles. Por unos momentos todo siguió en calma, hasta que se escuchó un disparo lejano, seguido por un grito ahogado. Una detonación más puso fin al chillido, para que entonces regresara la tranquilidad en el rancho del Presidente Keel Lorenz.

    —Parece que ahora sí podré tomar mi siesta sin interrupciones— se dijo a sí mismo, recostándose cómodamente en el respaldo de la mecedora.

    A los pocos minutos ya dormía profundamente.



    —¿Desobedeciste ó no las órdenes de un oficial superior? ¡Contesta!

    El tono con el que le hablaba el Almirante Merkatz demandaba que se le respondiera de inmediato, lo que Kai hizo, aunque experimentando algunas dificultades:

    —Yo… yo no lo llamaría desobedecer… es sólo que no tuve tiempo… todo era tan confuso. Tenía esa cosa encima de mí, mordiéndome… yo no podía simplemente…

    Un certero puñetazo en la base del estómago lo hizo callar, cortando de tajo sus balbuceos. El chiquillo se dobló sobre sí mismo y se derrumbó sobre el piso, vomitando y sin aliento.

    Merkatz, de facciones hoscas y rubicundas, permaneció en pie delante de él, alisándose el bigote. Después dio algunos pasos en rededor suyo.

    —Tenías tus órdenes, y según la grabación dispusiste de bastante tiempo para llevarlas a cabo. Cuatro minutos y quince segundos para ser exactos. Y aún así no lo hiciste. ¿Por qué? ¡Respóndeme cuando te pregunte algo, chiquillo imbécil!

    Un puntapié se alojó artero en las costillas del muchacho, cuya fuerza lo hizo rodar sobre su propio eje.

    —¡Porqué no podía!— Rivera gritó como pudo, postrado y adolorido —¡No pude hacerlo, cerdo sanguinario! ¡No pude matar a todas esas personas! ¿Está bien? Pero no espero que alguien como usted lo entienda…— remató cuando luego de varios intentos pudo ponerse en pie. Por si no fuera poco la fractura que tenía en el cráneo y varias contusiones más por todo su cuerpo, ahora tenía que ser usado como balón por un pelmazo frustrado. No necesitaba eso, no después de todo por lo que había pasado en los últimos días.

    —¿Pero qué cosas dices?— repuso el Almirante, fingiendo incredulidad —Bueno, supongo que tienes razón. No pudiste matar a esas personas. Pero en cambio sí que pudiste asesinar a más de un millar de tropas de las Naciones Unidas, ¿no?

    Un nudo se formó en la garganta del chiquillo. Cabizbajo, ya no pudo responder con ningún otro tipo de insolencia. Se había pasado de listo, lo reconocía.

    —¡Lo mejor de nuestras fuerzas armadas!— continuó vociferando Merkatz, recorriendo ansioso toda la tienda de campaña en la que estaba instalado su puesto de mando —¡Nuestras mejores naves! ¡Destruidas! ¡Nuestros mejores oficiales! ¡Muertos por montones! ¡La mejor flota que jamás se haya armado! ¡Hecha pedazos por un solo escuadrón de cazas! ¿Y todo por qué? ¿POR QUÉ? ¡Porque un mocoso imbécil no pudo aceptar la responsabilidad que su puesto le confiere y dejó que todo se lo llevara el diablo! ¡Por eso mismo! El arma definitiva… ¡sí cómo no! Esos monstruos la masticaron y escupieron como a un pedazo de chicle… No estoy ni siquiera un poco impresionado. Nadie en el Alto Mando lo estamos.

    El militar, largo como un poste y de corto cabello cano peinado hacia un lado, se sentó detrás de su escritorio intentando calmarse, ó por lo menos reflejar una actitud mucho más serena.

    —Ahora es parte de la Armada, Teniente— acotó de un modo mucho más moderado —Y aquí todos debemos obedecer órdenes. ¿Queda claro? Aquí todo se reduce a ellos, o a nosotros, así de sencillo. Y yo no pienso dejarme matar por culpa de su moral absurda e infantil. Sé que puede ser algo difícil siendo tan joven, pero reconozcámoslo, usted es muy diferente a cualquier persona de su edad, es por eso que está aquí. Así que más le vale madurar, por su propio bien, y rápido. ¿Entendido?

    El muchacho apenas si podía mantenerse en pie, mucho menos responderle. Únicamente meneó la cabeza. Luego escupió algo de sangre.

    —Me alegra que por fin nos entendamos— contestó Merkatz, satisfecho, tomando entre sus manos varios documentos —En fin, hay un nuevo mando en esta misión y por lo tanto una nueva estrategia. Atacar el punto donde el enemigo tiene concentradas la mayoría de sus fuerzas fue algo bastante estúpido, y eso lo había dicho desde antes. Es por eso que ahora en lugar de ocuparnos de la vanguardia, fuertemente armada y mejor preparada, nos concentraremos en deshacer su retaguardia, frágil y descuidada— dijo señalando varios puntos en un mapa de la zona que había extendido a lo largo del mueble —Aquellos lugares donde podremos cortar sus líneas de comunicación y dejarlos sin recursos y a la deriva en su maldita islita. Una vez que terminen las reparaciones en el armatoste Z lo usaremos para tomar estos puntos, dejándole la limpieza a la infantería, que irá justo detrás de él. Fácil y rápido, ¿no? Es todo, Teniente, puede retirarse. Le haré llegar los detalles de toda la misión junto con sus órdenes específicas más tarde.

    —Pero— repuso Kai, haciendo caso omiso a la prudencia y el sentido común, quienes le aconsejaban callarse e irse de allí lo antes posible, mientras pudiera hacerlo sobre sus dos piernas —Según parece, y por lo que recuerdo, ninguno de estos puntos son blancos militares, señor…

    El Almirante Merkatz lo miró fijamente, con sumo desprecio.

    —Es una lástima que no puedas ver las cosas desde nuestro punto de vista ni se pueda razonar contigo, muchacho. De hecho, no nos sirves en absoluto. Puede que aún no entiendas la posición en la que estás, o tal vez no quieras entenderla, pero haz de darte cuenta que nos perteneces, tú, fenómeno de la naturaleza. Y si hasta ahora te hemos dejado disfrutar una vida más o menos normal al lado de esa perra japonesa es por el afecto que el señor Secretario le tenía a tu padre, pero también por que esperábamos sacarte provecho en una ocasión como ésta. Pero hasta ahora has demostrado que no tienes utilidad alguna para nosotros. Eres más una molestia, una carga, que una ayuda. Y será mejor que me creas cuando te digo que si esto sigue así llegará el punto en que nos hartemos de ti y te mandemos a ese laboratorio en donde debiste estar desde un principio. Puede que si abrimos esa cabezota tuya y encontramos lo que te hace funcionar por fin puedas hacer algo de provecho, monstruo. Hay mucha gente que quiere hacerlo, ¿sabes? ¡Así que mejor te largas de mi vista ahora que puedes, bastardo malnacido! ¡Lárgate de aquí y cumple con tus órdenes, chiquillo imbécil, ó prepárate para las consecuencias! ¡Largo, largo, largo!



    Y así lo hizo, saliendo de la tienda como si fuera un animal lastimado y perseguido. Sin importar la dirección, lo único que quería era escapar de ese sitio tan rápido como pudiera. A donde quiera que fuera, miradas rencorosas y de recelo lo acompañaban. Murmurando a sus espaldas. Señalándolo. Juzgándolo. Todos en ese lugar, sin excepción, lo odiaban a muerte. ¿Y porqué no hacerlo? Era un asesino. Un asqueroso traidor. Debía morir.

    —Allí va él…

    —Tan campante, el muy bastardo, después de todo lo que pasó…

    —Bueno, por lo menos ahora sí tenemos un montón de cadáveres para enterrar…

    —Es cierto, en eso sí pudiste ayudar, ¿no, muchacho?

    —Shhh… te puede oír…

    —¿Y qué?

    —No me importa qué tan listo sea, cómo quisiera enseñarle una lección a ese mugroso…

    —Te lo digo yo, no me fío de ese chiquillo…

    —No es más que una mariquita a la que le tiemblan las piernas a la hora de la acción…

    —Esos pobres infelices no tuvieron oportunidad, ¿cierto?

    —Y seguimos nosotros, creélo, amigo…

    —Ese mocoso hará que nos maten a todos…

    —¿Acaso no sabían que es el sobrino de ese hijo de puta del Comandante Chuy?

    —¡Desgraciado! Seguramente está trabajando en secreto para esos malditos…

    —Pequeño traidor…

    —Deberían ensartarlo por el culo en el asta más grande que pudieran encontrar…

    —Tal vez así aprendería algo acerca del patriotismo…

    —¡Traidor!

    —¡Bastardo!

    —¡Fenómeno!

    —¡Monstruo!



    Cómo pudo, llegó hasta su tienda privada, donde se refugió en su catre, escondiéndose en su frazada. Y en sus recuerdos. Extrañaba el sitio de donde venía. Allí todo era tan simple, era tan sólo cuestión de los buenos contra los malos. Negro y blanco, así de sencillo, y escoger un bando no resultaba una elección tan difícil. No había esos tonos grises tan complicados que lo único que lograban era confundirlo hasta dejarlo en la inoperancia. Kaji. Kensuke. Toji. Shinji. Kenji. Shigeru. Asuka. Rei… incluso Ritsuko… los extrañaba a todos. Extrañaba la vida que llevaba con ellos, que ahora le parecía tan ajena. Y Misato. Oh, Dios, Misato. Cuando ese maldito te llamó de esa manera, cuando amenazó con quitarte de mi lado, no pude hacer nada. No pude hacer nada, tan asustado como estaba. Soy un cobarde. Un maldito y jodido cobarde. No pude moverme. Perdóname. Por favor, perdóname. Dios, perdóname por lo que voy a hacer. Perdón a todos aquellos a los que voy a lastimar. Una vez más. Perdón. No tengo otra alternativa, lo siento. Perdón. Son ustedes o yo. Perdón. No puedo salvarlos, ya no, no a todos. Perdón. Perdón. Perdón…



    La vida nunca había sido fácil para Ruth. Desde que era pequeña se las había tenido que ingeniar para poder sobrevivir en un mundo globalizado tan inhóspito e indiferente con los de su clase, es decir, aquellos que no tenían el privilegio de poseer un capital considerable. Pero tampoco era que se quejara. En todas las etapas de su vida se las había arreglado para competir en la despiadada carrera por la supervivencia del más apto.



    Así, pese a las condiciones adversas en las que el destino la había colocado, Ruth siempre encontraba la manera de seguir adelante, sin importar lo doloroso de las circunstancias. Huérfana a temprana edad, tuvo que trabajar desde muy pequeña como sirvienta en las casas de los ricos. Cuando creció y los hombres comenzaron a fijarse en ella encontró en su propio cuerpo un modo efectivo para hacer dinero, suficiente para lograr sus metas personales y hacerse de un mejor nivel de vida. Luego de algunos años, los cuales también estuvieron llenos de desventuras, sacrificio y mucho esfuerzo, por fin pudo graduarse de la escuela de enfermería. Y hela aquí, a sus veintisiete años, toda una profesionista, con una vida digna que había decidido avocar a lo que mejor sabía hacer. Ayudar a sus semejantes.



    El último par de años había resultado ser extremadamente difícil. Con la invasión y posterior conquista del país por parte del Ejército de la Banda Roja los heridos llegaban por montones al hospital. Día a día había tenido que toparse de frente con el abominable rostro de la muerte, cosechando almas al por mayor. Dicha situación resultaba devastadora en su ánimo, y en muchas ocasiones puso a prueba su temple. Pero las cosas en Damasco habían cambiado radicalmente, y en definitiva había sido para bien. Con la derrota definitiva de las Naciones Unidas sus habitantes por fin podían disfrutar de la ansiada paz y llevar un ritmo de vida más o menos normal. Puede que el Ejército de la Banda Roja fuera voraz y sanguinario en sus avances, y si bien era cierto que distaban mucho de ser una organización democrática, garante de las libertades individuales y los derechos humanos, por lo menos dejaban vivir a las personas en paz, siempre y cuando no causaron mucho alboroto.



    Era así que ahora Ruth podía dedicarse sin problemas a lo suyo, esto es, a ayudar a su gente a sanar. Con sus cuidados y sonrisa amable procuraba siempre que sus pacientes se recuperaran lo antes posible. Ella, que había tenido que atravesar por tantas penalidades en su vida, al contrario de haberse amargado encontró gran satisfacción en poder dar a las personas que le rodeaban la ayuda de la que nunca dispuso. La vida seguía siendo difícil, pero hacía tiempo que descubrió que ésta puede hacerse mucho más llevadera con una actitud positiva, mirando siempre de frente a los desafíos que el mañana le deparaba. Palabras de aliento, un hombro sobre el cuál llorar, un oído para escuchar, una sonrisa cálida que infundiera esperanza. Incluso el gesto más sencillo podía ser utilizado en su empeño por ayudar a su prójimo. Algunos de sus pacientes la llamaban cariñosamente “Candy” por su carácter tan dulce, que tanta alegría había traído a bastantes personas.



    —Candy— murmuró el anciano Ahmed, suplicante, postrado en una de las camillas junto a la ventana —Tengo sed… ¿podrías darme un vaso con agua?

    —¡Por supuesto!— asintió de inmediato la entusiasta enfermera, apurándose a ir por una jarra llena —Y por ser para usted hasta le pondré esta linda pajilla, ¿qué le parece?

    Se trataba de un popote de plástico rígido, deformado en espirales, tan solicitados por los niños y abandonados por ellos mismos al poco rato. Una baratija sin ningún valor práctico, pero que en el detalle conllevaba un gran gesto de simpatía.

    —Qué dulce, Candy… muchas gracias…— pronunció el viejo con los ojos vidriosos, mientras se llevaba la pajilla a sus labios secos y comenzaba a beber.

    —¡Tome con ganas! Recuerde que entre más líquidos tome, más rápido se aliviará.

    —¡Bebe mucho, Ahmed!— sugirió otro de los pacientes en esa sala, el que estaba acomodado en el pasillo frente a él —Así podrás irte de aquí pronto y podremos tener a Candy para nosotros solos…

    Todos en la sala rieron por la ocurrencia, incluso Ruth, pese a que el rubor ya se asomaba a sus mejillas. Cualquier enfermo en el Hospital Civil de Damasco podía considerarse bendecido si es que ella era su enfermera. El tipo de atención y de cuidados que prodigaba, así como el ambiente alegre que propiciaba su sola presencia, era una gran ayuda en la recuperación de aquellas personas. Y en ocasiones conocerla era una experiencia única en la vida. Era de esas personas que dejan huella en los demás.



    Se tomó unos minutos para contemplar el atardecer por la ventana. Los rayos solares ya llegaban oblicuos, por lo que su toque era gentil, agradable al tacto. Atardeceres en Damasco. Eran de los más hermosos en el mundo, sin ninguna duda, pensaba ella, que había recorrido medio mundo, así que su opinión en algo debía contar. El puerto, aún a la lejanía, se veía bastante activo. Era uno de los principales abastecedores de suministros para las tropas de la Banda Roja en el frente. Al ver el reloj en su muñeca notó que faltaban unas cuantas horas para que su turno terminara, por lo que debía apurarse para llevar los medicamentos al ala pediátrica y después empezar a llevarle la cena a los pacientes bajo su cuidado. Y hablando de eso, aún no había decidido qué cenar para esta noche… tal vez una sopa estaría bien… lo decidiría en el camino a casa.



    Un ligero temblor que sacudió la ventana delante de ella la sacó de sus pensamientos. ¿Terremoto? No. A lo lejos se escuchaba una serie de detonaciones. Aguzó la mirada, lo suficiente para deducir que las baterías de defensa a las afueras de la ciudad estaban disparando contra algo. Lo que vio a continuación la hizo petrificarse en su sitio. Una especie de demonio en armadura verde, mucho más alto que el edificio más grande de la ciudad, se irguió en el horizonte, sacando fuego de sus ojos. El cielo se tornó del color de la sangre y gruesas columnas de humo se levantaban desde el puerto, trayendo consigo el olor de la muerte y la devastación. Aquél monstruo destructor rugía enfurecido, enseñando sus dientes afilados como de tiburón y a la vez esparciendo su voz asesina por toda la ciudad, sembrando el pánico entre sus habitantes.

    El diablo volvió a la carga con sus ojos flamígeros, despachando a una tercia de helicópteros de ataque que osaron ponerse en su camino. Los restos carbonizados caían a tierra al tiempo que el gigante se adentraba a la ciudad, habiendo vencido toda clase de resistencia.

    Otro haz de luz roja salió disparado de los ojos del monstruo y entonces toda la zona industrial de la ciudad se volvió cenizas, consumida en un mar de explosiones incandescentes. Un rayo más se encargó de pulverizar la avenida principal. Ruth permanecía perpleja, horrorizada por el siniestro espectáculo de muerte y destrucción del que era testigo. El miedo la mantenía inmóvil y si es que no había gritado aterrada es por que el habla le había sido arrebatada por el temor. Quería convencerse con cada fibra de su ser que aquello no era real, tenía que tratarse de alguna clase de pesadilla, un mal sueño del que pronto despertaría. Uno de esos diabólicos rayos la trajo a la realidad, al momento de incinerar la mezquita que estaba cercana al hospital. Y cuando se percató que el monstruo destructor volvía su atención hacia donde estaba, Ruth supo exactamente que hacer. Moviéndose con la misma rapidez que la vorágine con la que la ráfaga destructiva avanzaba a sus espaldas, fue a cubrir con su cuerpo al paciente que tenía más cerca, el señor Ahmed.



    Esfuerzo e intención muy loables, pero a fin de cuentas inútil. El anciano y todos los demás pacientes en la sala, así como ella misma y todo el hospital habían sido desintegrados en el acto. Ahora sólo quedaban cenizas flotando dispersas en el aire, donde antes había existido la vida. Donde antes había existido el sueño de una vida mejor.



    Los incendios por toda la ciudad le daban a aquella noche un inusual brillo siniestro. Dicha situación ayudaba sobremanera a las tropas de infantería en su labor de asegurar el control de la ciudad. Cosa que ya de por sí era bastante sencilla desde un principio. Dado el gran impacto psicológico del ataque inicial cualquier intento de resistencia había sido sofocado para ese entonces. Damasco volvía a caer bajo el control de las Naciones Unidas, ya era un hecho irrefutable.



    Y por alguna extraña razón, Kai Rivera no se sentía ni tantito orgulloso al respecto. Sus manos no dejaban de temblar, por lo que tuvo que pasar varias dificultades para una labor tan sencilla como encender un cigarrillo. ¿Porqué diantres tenía que seguir allí? No conformes con haberlo obligado a hacerles el trabajo sucio, ahora también lo obligaban a quedarse en el sitio de la matanza y contemplar de frente el horror de la destrucción que había provocado. La ciudad estaba en ruinas, la mitad de sus habitantes muertos o bajo los escombros. Y ese olor… ¡Dios, qué olor! El aire llevaba consigo la pestilencia de la carne achicharrada. Podía sentir como esa peste se le impregnaba en cada poro de su cuerpo. Jamás en toda su vida se había sentido tan sucio. ¿Porqué tardaban tanto en recogerlo?



    Una piedra fue a pegarle, certera, justo en la nuca. El muchacho se encogió del dolor y el cigarro en su boca cayó cuando aulló adolorido. Al volver la mirada hacia atrás se encontró con un prisionero en harapos que un par de soldados llevaban a punta de pistola. El hombre, cubierto de hollín y sudor, con la ropa raída, vociferaba y agitaba vehemente su brazo.

    —¡Tú! ¡Monstruo asesino! ¿Regodeándote en el fruto de tu labor? ¡Maldito seas! Toda la gente que estaba en esas escuelas y hospitales… ¿cuál era su culpa? ¡Dímelo! ¿Porqué tenían que morir? ¿Eh? Te crees muy poderoso, junto con tu diablo mecánico… ¡Pero Dios es el más grande, recuérdalo bien! ¡Dios vengará a toda esa gente inocente! ¡Dios te castigará por tus pecados! ¡A ti y a todos los de tu calaña! ¡Recuérdalo!

    El joven piloto no entendió una sola palabra que soltó aquél hombre desesperado, sin embargo sus ademanes y el tono de su voz fueron bastante explícitos. Aquél encuentro no duró demasiado pues los soldados que lo custodiaban lo obligaron a seguir con su camino, pero sin duda que no le habían impedido lanzarle aquella pedrada. El vendaje que ceñía su cabeza volvía a mancharse con el rojo de su sangre, mientras que filas de uniformados pasaban indiferentes a su lado.

    —¡Qué puntería la de ese cabeza de toalla!

    —Debimos haberle dado un premio… después de todo, le atinó al blanco…

    —Ojalá hubiera podido darle con algo más que una piedra…

    —¡Oye, esa no es una mala idea!

    —Vaya atascadero, ¿eh?

    —Dios, qué peste…

    —Mira eso… ¿es el pie de alguien?

    —Quiero vomitar…

    —Yo no volveré a ir a una parrillada en toda mi vida, te lo juro…

    —¿Quién va a limpiar todo esto?

    —El niño genio no, eso es seguro.

    —Maldito desgraciado, sólo míralo…

    —Da miedo la calma con la que se toma el asunto, ¿no?

    —Bastardo sanguinario…

    —Todas esas personas quedaron como carne asada…

    —Esto es de esas cosas que te dejan marcado de por vida, amigo…

    —Mejor no hacerlo enojar… podríamos quedar igual que todos estos infelices…

    —¡Oh, no! ¡Está volteando para acá!

    —¡Shhh! Haz como si no te importara.

    —¡Asesino!

    —¡Bastardo!

    —¡Fenómeno!

    —¡Monstruo!



    ¡Cuánto quería largarse de una vez por todas de ese condenado lugar! Lo más triste de todo ese asunto es que comenzaba a entender cómo pensaban los sociópatas. Cuando quiso sacar otro cigarro para reponer el que había perdido encontró que aquella tarea le resultaba aún más difícil que la vez anterior. Sus dedos parecían moverse con voluntad propia, lo que le impedía asir su cigarrillo para llevárselo a la boca. El tabaco cayó al piso sin que pudiera hacer algo para impedirlo. Tan sólo eso bastó para colmar su paciencia y dar rienda suelta a la desesperación que sentía. Estrujó en su puño la cajetilla completa y la arrojó con saña al piso. Él mismo hubiera querido echarse al suelo y llorar desconsolado. Pero no podía. Simplemente las lágrimas no asomaban a su rostro. Únicamente tenía una extraña sensación de vacío oprimiéndole el pecho.



    Despertó mucho más temprano de lo usual. Observó el techo de su habitación por algunos instantes, confundida, aún tendida sobre la cama. Después, un rápido vistazo por la ventana confirmó que aún era muy pronto para levantarse. Por la poca luz que había afuera seguramente que acababa de amanecer. Se sentó sobre la cama para luego abrazar sus rodillas, sin quitarse aún las sábanas de encima. Rei Ayanami era sencillamente una jovencita bastante peculiar, y no solo por su aspecto físico. Era su carácter lo que la hacía tan especial. Incluso cuando estaba sobresaltada, como en aquellos momentos, se las arreglaba para que sus gestos no demostraran su estado de ánimo, aún cuando no había persona alguna a su alrededor que pudiera verla. En realidad no es que se las arreglara, sino que así era su naturaleza. Siempre tranquila, siempre alejada. Siempre sumida en el enigma que resultaban sus pensamientos.



    Recargó la cabeza sobre las piernas, pensativa. Sabía que le sería imposible volver a dormirse. Todo por aquellos sueños. Los había estado teniendo desde hace algunos días. No eran seguidos, pero sí recurrentes, constantes. Todos tenían que ver con visiones irreales de muerte y destrucción. Amenazas ocultas en la oscuridad se conjugaban con los restos calcinados de Zeta, dejados a la intemperie en un paisaje árido y desolado. Figuras cornadas se alzaban imponentes sobre ellos, victoriosas. Y Kai... Pero no les había querido dar importancia, tan segura como estaba de que se trataba de su subconsciente queriéndola hacer pasar un mal rato.



    Hasta ahora. En esos momentos, con una inusitada angustia sobre su corazón, tenía la certeza que Kai estaba sufriendo en aquellos momentos. Jamás había estado tan segura de algo en su vida como lo estaba ahora de ese presentimiento salido de quién sabe donde que le había puesto un final abrupto a su sueño. ¿Pero qué podía hacer al respecto? Eso era lo que más la incomodaba, lo impotente que se sentía estando sentada sobre aquella cama, a medio mundo de distancia de donde pudiera ser de alguna ayuda. Y además, ¿en realidad quería serlo? Su relación con ese muchacho había terminado... ¿por qué tenía que importarle en lo más mínimo su bienestar? ¿Cualquier cosa que pudiera pasarle? Pero entonces... ¿por qué razón se había estado despertando de esa manera casi toda la semana, cuando lo veía morir en sus sueños? Simplemente no podía entender la confusa madeja de emociones contradictorias que bullían en su interior.



    —Qué contrariedad… ¡qué contrariedad!— murmuraba desesperado el Mariscal Angeliori mientras caminaba en círculos a las vez que estrujaba sus manos —¡Y precisamente tengo que ser yo quien se lo diga! ¿Ahora qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?

    Pese a ser el segundo al mando de las fuerzas rebeldes y estar a cargo de esa impresionante base militar construida de la nada en una isla volcánica, Genaro Angeliori distaba mucho de ser un hombre duro y osado. Precisamente por ello es que el Doctor no tenía empacho en relegarle las responsabilidades menores que tenía a su cargo, bien conciente de que esa parte de su carácter le impediría hacerse ambiciones que pudieran darle ideas extrañas después, como traicionarlo o hacer cosas a sus espaldas. Más que su segundo al mando, el Mariscal resultaba ser su mandadero, su lacayo personal. Y así es como tenía que ser.

    —¿Qué sucede, Genaro?— preguntó Hesse, aproximándose por sus espaldas, como era su costumbre —¿Ahora qué es lo que está perturbando esa calva cabecita tuya?

    —¡Doctor, casi me mata del susto!— exclamó una vez que el corazón le volvió al pecho —Pero aún así me alegro que esté aquí… estamos en medio de una crisis…

    —¿Crisis, dices?— inquirió Demian, tomando asiento a la cabecera de la enorme mesa que usaban para el concejo de guerra.

    —¡Damasco, El Cairo y Trípoli han caído, Doctor!— escupió Angeliori sin disimular el temor en su voz —En estos momentos sabemos que las tropas de las Naciones Unidas avanzan hacia Tunez… ¡creo que pretenden cortar nuestras líneas de abastecimiento en la franja sur del Mediterráneo! ¡Quedaremos varados en esta isla!

    —Parece que el tal Merkatz ya ha hecho su jugada… debo reconocerle que no pierde el tiempo, aunque sus acciones resultaron ser bastante predecibles…

    —¿Predecibles? De qué está hablando? Si ya sabía que esto pasaría, ¿por qué no hizo nada para evitarlo? ¡Ese robot arrasó con todo!

    —Cuide su lengua, Mariscal— advirtió entonces el Doctor Hesse en un tono muy severo, fustigándolo con la mirada —El miedo lo está haciendo cuestionarme…

    —Disculpe usted— apenas si pudo musitar su acompañante, tan pálido que parecía que se podía ver a través de él —No sé que me pasó…

    —Las preciosas líneas de abastecimiento por las que tanto te preocupas, mi atolondrado Genaro, me tienen sin ningún cuidado— reveló Hesse, hundiéndose en su asiento en una pose reflexiva —Después de todo, no tenía contemplado irrumpir en el continente europeo con nuestras tropas, así que no necesitaremos más recursos que los que tenemos aquí…

    —¿Quiere decir… que pretende utilizar para la invasión… a… ELLOS?

    —En efecto… serán los Jinetes del Apocalipsis quienes cabalguen sobre toda Europa... sin embargo, no puedo dejar pasar la oportunidad que se me presenta… la ocasión es perfecta para deshacernos de una vez por todas de ese estorbo del Eva Z. Después de todo, no podemos pasar por alto la destrucción de todas esas ciudades indefensas, ¿no te parece?

    —¡Es muy arriesgado! Recuerde que a pesar de que lo atacaron entre dos, esa cosa aún sigue en pie… todos esos rumores eran ciertos… ¡es indestructible!

    —Admito que la concha de Zeta es muy dura— dijo entonces, esbozando esa sonrisa suya tan macabra, que congelaba la médula —Pero también he aprendido que su interior es blando… muy blando… y es precisamente ahí donde pienso atacar…
     
  6.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    El Proyecto Eva
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    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    20322
    Capítulo Veintiuno: "Monstruo"

    “Deja de engañar,
    no quieras ocultar
    que has pasado sin tropezar.
    Un monstruo de papel,
    no sé contra quien voy,
    ¿Ó es que acaso
    hay alguien mas aquí?




    En un mundo descomunal

    siento tu fragilidad”


    Nacha Pop

    “Lucha de Gigantes”


    ¡Qué aguacero el de aquella noche! Parecía como si el cielo mismo estuviera cayéndose a pedazos. Pero semejante situación tenía por lo menos un lado bueno. La fuerte lluvia que pegaba en su rostro se había encargado de limpiar en él todas las lágrimas que había derramado. Los truenos a la distancia se ocuparon en apagar sus desconsolados lamentos.



    Misato estaba postrada sobre el asfalto mojado, sin un rincón de su anatomía que no estuviera empapado hasta los huesos. Y qué demonios importaba. A su alrededor la gente continuaba su odiosa labor sin prestarle mucha atención, sin permitir que tal suceso les afectara. Simplemente se trataba de otro trabajo, justo como los demás. No había razón alguna para que éste fuera diferente. ¡Malditos desalmados! ¿Cómo es que podían estar tan tranquilos? Se preguntaba ella al verlos andar de aquí para allá con su imborrable expresión de fastidio, por tener que trabajar bajo aquél diluvio. ¡Cuánto los odiaba por ello! Encima de esa camilla que empujaban como si fuera un carrito del supermercado, dentro de esa bolsa negra se encontraba la persona más querida para ella, su completa adoración. Podrían mostrar siquiera un poco más de respeto, no se trataba de cualquier bulto que tuvieran que echar a la basura. ¡Se trataba de un ser humano, una persona importante para mucha gente! Una persona que había sido amada. Qué importaba si ahora parecía una coladera y que la mitad de su rostro no estaba. ¡Seguía siendo humano, por el amor de Dios! Un espléndido ser humano… que había sido brutalmente asesinado… que estaba frío, inerte… muerto…



    El llanto la hizo estremecerse una vez más, tirándose por completo al piso para dar rienda suelta a su dolor, como un cuchillo en el corazón. Alzó la mirada, los ojos cubiertos por las lágrimas, para poder verlo una última vez, mientras partía a la eternidad. ¿Por qué se lo llevaban en ambulancia? Ya hacía bastante rato que dejó de necesitarla. ¿Para qué ahora? ¿Qué caso tenía?

    —Señorita— uno de aquellos hombres cubiertos en gabardina impermeable llamó su atención palmeando su hombro —Agradecemos mucho su cooperación, pero creo que es mejor que se vaya de este lugar. Ya no es necesaria aquí. Nosotros nos encargaremos del resto.

    —Sí… sí, tiene razón— musitó Katsuragi con un hilo de voz, completamente ausente, su mirada extraviada en la nada —Tal vez sea mejor que me vaya a casa… además habrá que preparar el funeral y…

    No bien había terminado de hablar cuando de nuevo la muchacha se echaba al piso, ocultando el rostro entre sus manos para poder llorar a sus anchas. Al verla derrumbarse de aquella manera el hombre sin rostro prefirió darse por vencido y dejarla desahogarse tanto como quisiera. De cualquier manera, no era su problema si después agarraba una pulmonía por pasársela lloriqueando bajo esa condenada tormenta.



    No obstante, el sujeto apenas dio un par de pasos cuando la joven se incorporó de golpe, mirándolo absorta desde su lugar, dando la impresión de haber recordado algo repentinamente. Aquellos ojos enrojecidos por las lágrimas y fijos en él, pero a la vez en el vacío, eran por demás perturbadores. La muchachita, que de algún modo resultaba atractiva, en esos momentos parecía un espanto, una aparición, tan pálida como estaba.

    —El niño— dijo ella, murmurando —Ahí había sólo dos cuerpos… ¿Pero y el niño? ¿Qué pasó con él? ¿DONDE ESTÁ EL NIÑO?

    La joven lo increpó desesperada, asiéndose de su gabardina. Ello y la expresión desquiciada en su rostro incomodaron todavía más a aquella persona. Le resultaba difícil pensar en cualquier cosa que no fuera alejarse de esa lunática lo antes posible.

    —¿Un niño? ¿De qué está hablando? Por favor, suelte…— masculló, forcejeando para quitársela de encima —¡Ah, es cierto! Creo recordar que vi a un niño… sentado por allá, en aquél rincón… ¿Lo ve?



    Tan pronto el hombre señaló la dirección Misato se apresuró hacia ella. Rodeó el auto calcinado y el impresionante agujero en plena calle, el cual aún ahora despedía vapor. No les prestó importancia y tampoco puso atención al comentario descuidado de uno de los peritos al contemplar el lugar:

    —¿Dicen que fue un rayo? ¡A mí me parece más bien que una bomba fue lo que cayó en este lugar! Solamente vean el tamaño de ese bache… casi es un cráter…

    Ahí estaba él, agazapado en un rincón en la esquina de un viejo taller automotriz. Igual que ella, empapado hasta los huesos.

    —¿Kyle?— lo llamó mientras se ponía en cuclillas delante de él, viéndolo a los ojos, esos ojos verdes tan hermosos que en aquellos momentos lucían apagados —¿Kai? ¿Kai-chan? ¿Puedes oírme?

    No fue hasta que pasó la mano frente a su rostro que el chiquillo reparó en su presencia. Sólo hasta entonces le devolvió la mirada. Sin embargo dicho gesto fue mecánico, carente de cualquier clase de emoción.

    —Hola. ¿Te acuerdas de mí? Soy Misato… Misato nee-san… ¿recuerdas? La amiga de tu papá…

    El infante movió la cabeza en una afirmación. Una vez más, la nada. En su mirada ausente que la contemplaba, en su boca que parecía estar sellada, en sus movimientos lentos y torpes. Una sensación de vacío la embargaba con tan sólo verlo. ¿Y cómo no iba a ser así? ¡Sus padres acababan de ser asesinados frente a sus ojos! ¡De él, un niño de sólo cuatro años!

    —¡No te preocupes!— le dijo al tiempo que lo estrechaba entre sus brazos y volvían a correr las lágrimas por su rostro —¡Todo va a estar bien, te lo prometo! ¡Yo estoy aquí para ti! ¡Yo estaré aquí siempre para ti! ¡Lo prometo!



    Se aferraba al chiquillo de la misma manera que un náufrago lo haría a un pedazo de madera en pleno océano. Por su parte el niño permanecía ausente. No había rastro en él de dolor ni de pérdida, ni siquiera de miedo. Tan sólo un gran vacío que parecía consumirlo todo. Así permanecieron ambos, fundidos en aquél abrazo bajo aquella lluvia torrencial que azotaba sobre ellos sin consideración alguna. No obstante, esos instantes marcaban para los dos el final de una etapa de sus vidas pero también el comienzo de una nueva.



    Así era como lo consideraba la Mayor Katsuragi, ahora que recordaba aquél momento, nostálgica por el ayer. Mucho había ocurrido en el transcurso de los últimos once años. Las vueltas que da la vida, ahora ya no podía imaginársela sin tener a su lado a ese pequeño huérfano al que recogió en ese entonces. Y era precisamente con lo que había tenido que lidiar durante las últimas semanas, estando él tan lejos y sin tener noticias suyas.



    Mucha gente estaba al tanto de ello, por ende casi nadie se extrañó del cambio de humor que experimentaba la siempre entusiasta y simpática Mayor Katsuragi, la luz del Departamento de Tácticas y Estrategias de NERV.

    —¡Buenos días, treinteañera!— la saludó Ritsuko al paso, intentando animarla —Parece que seguimos de malas, ¿no?

    —¡Y así será hasta que dejes de llamarme así!— replicó enseguida Katsuragi. Por lo visto, la estrategia de su amiga daba resultados —¡Dios! Aún no puedo asimilar el hecho de que siendo tan joven ya sea tan vieja… ¿Cómo es que llegué a los treinta tan rápido?

    —De la misma manera que yo lo hice hace dos años— contestó la Doctora Akagi —Pero una se acostumbra, ¿sabes? Hay cosas peores que cumplir treinta años.

    —¡Ya lo creo!— repuso la Mayor lanzando un hondo suspiro.

    —Pues de una vez te advierto que ni se te ocurra llegar a la fiesta con ese humor que te cargas— se apuró a decir Ritsuko antes de que las nubes de depresión se agolparan de nuevo sobre la cabeza de Misato —Ó le vas a arruinar el ambiente a todo mundo y mira que no fue nada barato reservar ese sitio de karaoke…

    —¿De veras crees que es un buen momento para festejar?

    —¡Por supuesto! ¡Hay bastantes motivos para hacer fiesta! Tú cumples treinta… Asuka sus quince… ¿No recuerdas? ¡El sueño de toda jovencita es su fiesta de quince años! Es cuando una empieza a hacerse mujer… Además, tenemos una nueva piloto entre nosotros… Sí, si me lo preguntas, creo que sobran razones para festejar…

    —Por cierto, ¿qué tal salió Sophia en sus primeras pruebas de sincronización?

    —Muy bien— respondió Akagi, un poco molesta por tener que hablar de trabajo, que a últimas fechas resultaba ser bastante agotador. Otra de las razones por las que tenían que hacer esa fiesta —Aunque dentro de lo normal. Nada del otro mundo, se encuentra dentro de la media de los otros tres pilotos. Sólo un poquito por encima de Rei y Shinji.

    —Eso sí que es una sorpresa. Me supuse que los pilotos de las Unidades Especiales deberían tener… no sé… habilidades especiales… De cualquier modo, es una niña encantadora. Me recuerda a mí cuando tenía su edad.

    —Yo lo que me pregunto es de dónde sacarán a estas muchachitas pilotos… ¡Todas parecen salidas de un catálogo de moda juvenil! Ninguna está pasada de peso, o usa lentes, o tiene los dientes chuecos… ¡Diablos, las tres parecen malditas modelos! ¿Me creerías que en todo este tiempo NUNCA le he visto un barro en la cara a Asuka?

    Su acompañante no respondió enseguida. Únicamente la miró por unos momentos, como desconcertada, para luego encogerse de hombros y lanzar otro suspiro.

    —Ahora sí que estoy triste— señaló, cabizbaja —Estoy llegando a la edad en que una ya no se identifica con la juventud, sino que la envidia… qué deprimente…

    —¡Oye! ¿Qué quieres decir con eso?



    —¿Qué demonios quieres decir con eso?

    El gesto adusto que parecía permanente en el pétreo rostro del Almirante Merkatz siempre conseguía intimidar a Kai. Parecía un muchacho de colegio al que su profesor estuviera reprendiendo.

    —Ya se lo dije— contestó Kai, nervioso, y asegurándose de poner suficiente distancia entre los dos. No era raro que el almirante le soltara una bofetada o cualquier clase de golpe cuando se desesperaba en medio de una de sus conversaciones —Aún no puedo estar seguro de qué son esas criaturas en la Isla del Infierno… no son Ángeles, lo puedo asegurar… pero con el equipo tan precario que tengo en este lugar…

    —¡Imbécil!— bramó entonces el uniformado —¡Ese es tu problema, arréglalo como puedas! No me interesa saber qué NO son esas cosas, sino saber a ciencia cierta contra QUÉ nos enfrentamos. No estoy dispuesto a perder más hombres y recursos en una misión a ciegas y tontas. ¿Me entendiste?

    —Comprendo muy bien a qué se refiere, Almirante, pero también tiene que entender que no puedo…

    —En unas siete horas más la flota llegará a las costas de Túnez, Teniente— lo interrumpió Merkatz, con la vista fija en el tranquilo mar por el que surcaba su poderosa embarcación —Para entonces debe haberme entregado un reporte con todo lo que sepa de esas monstruosidades… datos concretos, y en inglés clarito… ¿quedó claro, bicho?

    —Pero…

    —Almirante— ahora era el alférez de la nave quien interrumpía al chiquillo —El sonar ha detectado un objeto de unos doscientos metros de largo que se dirige directo a la flota, Señor.

    —¿Un submarino enemigo, quizás?— aventuró Merkatz cuando se dirigía a la consola del sonar junto con su subordinado.

    —Negativo. Un submarino no tiene esa clase de movimiento ni velocidad, Señor. A ese ritmo de aceleración entrará en contacto con la flota en diez minutos.

    —Será mejor que se aliste, Teniente— dijo entonces el almirante —Parece que tendrá otra oportunidad para estudiar más de cerca a esos amigos suyos tan misteriosos…



    —¡Ya basta de tanto estudiar!— rezongó Sophia mientras arrojaba sus libros de japonés al piso —¡Juro que si tengo que memorizar cualquier otra cosa más voy a vomitar!

    —Entonces creo que es un mal momento para darte mi número de celular, ¿no?— atajó Toji cuando se sentaba detrás suyo a la sombra de un árbol, en el jardín de la escuela.

    Shinji y Sophia rieron de buena gana con la ocurrencia, aunque casi enseguida ya no les pareció tan divertido.

    —No tenía idea de que la escuela en Japón fuera tan difícil— admitió la jovencita, apesadumbrada, soltando un hondo suspiro —¡Y me tenían que transferir justo ahora que el curso está tan avanzado! No sé cómo esperan todos esos maestros suyos que me ponga al corriente, así nada más…

    —Podrías pedirle a Shinji que te ayude con eso— dijo Suzuhara con un marcado tono de malicia, aderezado con una sonrisa alcahueta —Las notas del joven Ikari son muy buenas, por si no lo sabías…

    —¿Y porqué tienes que decirlo de esa manera?— intervino el susodicho, avergonzado.

    —¡Oh, no! ¡Claro que no!— se apuró a contestar la joven americana, agitando los brazos delante suyo —¡Shinji-san ya ha hecho bastante por mí! Jamás me atrevería a molestarlo con algo más, estaría abusando de su consideración…

    —Ya te dije que el “san” está de más… Sophie…— pese a que estaba a sus espaldas, Shinji casi podía ver el gesto socarrón en el rostro de su amigo —Además no es ninguna molestia… digo, no es que sea muy listo, pero de todos modos te ayudaría con mucho gusto…

    —¡Si me lo permite…!— lo interrumpió entonces Kensuke, poniéndose de pie tan rápido que sorprendió a los demás, quienes ya se habían olvidado que también estaba allí —¡También quisiera ofrecerme como voluntario para ayudarla con sus estudios, Señor!

    El chiquillo estaba tan rígido como una tabla, en una perfecta posición de firmes, justo frente a Neuville, quien sonreía mientras se ponía en pie, bastante divertida con todo aquél asunto.

    —¿En serio? ¿Cree usted tener las suficientes agallas para aceptar semejante misión, soldado?— le dijo con fuerte voz de mando, poniéndose casi a un palmo de distancia de él —¿Qué le hace pensar a un gusano como tú que está capacitado para esta operación?

    —¡Señor!— respondió Aida, sin moverse un ápice de su posición —¡Porque mis calificaciones son mucho más altas que las de Ikari, Señor!

    —¡Eso está por verse, basura!— respondió la muchacha incrementando aún más el tono de su voz —¡Pero primero quiero las cien lagartijas que aún me debes, adefesio! ¡Vamos, tírate al piso y empieza a mover esos bracitos que tienes! Uno, dos, tres… Move it, move it!

    —¡Te juro que nunca me voy a cansar de esto, Shinji!— Toji apenas si podía hablar entre tantas risas. Estaba tan rojo como una señal de tránsito y su estómago parecía a punto de reventar —¡Y lo mejor de todo es que ese tarado lo está disfrutando! ¡No puedo creerlo, Kensuke ha encontrado al amor de su vida!



    El origen de todo aquello radicaba en la insignia que Kensuke había notado colgando de la mochila de Sophia, la cual ameritaba el adiestramiento de seis meses que había recibido con el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Aquello bastó para que el chiquillo fanático de lo militar cayera rendido ante los pies de la jovencita extranjera, quien se divertía de lo lindo prestándose para aquel singular juego. Había prometido mostrarle algo del entrenamiento al que se sometió, lo cual estaba cumpliendo al gritarle toda clase de sobrenombres humillantes y obligarlo a hacer toda una rutina de demandantes ejercicios físicos.



    —Te lo digo yo, amigo— Suzuhara le pasó el brazo por los hombros, para acercarse más a él y decirle casi susurrando: —Esta nueva amiga tuya es genial. Yo diría que no hay otra como ella. Toma esto como un consejo de mi parte: no la dejes ir. ¡Anímate! Tener a alguien así a tu lado es como sacarse la lotería.

    El joven Ikari, con la sangre agolpándose sobre sus mejillas como ya se le estaba haciendo costumbre al hablar de su nueva compañera, la miró a lo lejos, entretenida como estaba en contar las lagartijas de Kensuke. Toji tenía razón en todo. Chicas como ella eran escasas en el mundo. Bonita, simpática, lista… no tenía ni un día de conocerlos y ya se llevaba tan bien con sus amigos… ¡Simplemente era fantástica!

    —Lo dices como si algo hubiera entre los dos— carraspeó Shinji —Además, por la manera en la que hablas de ella me parece que Misato ha perdido a otro de sus admiradores— murmuró el chiquillo con suspicacia, con la mirada entornada.

    —¡Ah, no! ¡Eso sí que jamás!— repuso su acompañante en el acto —Mujeres hermosas hay muchas en el mundo, pero ninguna se puede comparar con la Señorita Misato… ¡Ay, Shinji, si tan sólo tuviera diez años más! Aún estoy invitado a la fiesta, ¿cierto? Y aún puedo quedarme a dormir en tu casa, ¿cierto?

    —¿Cuántas veces más te lo tengo que repetir? ¡Sí!

    —¡Perfecto!— pronunció el chiquillo, resuelto y entusiasmado, poniéndose en pie para luego dirigirse a su amigo —¡Si hay amor, nada es imposible! ¡Shinji, tenemos que dar nuestro mejor esfuerzo! ¿De acuerdo?



    —Muy bien, de acuerdo— respondió Hikari, sonriendo nerviosamente, algo apenada, estrujando su mochila entre sus brazos —Entonces yo también pediré permiso para dormir en tu casa… aunque no creo que pegue la pestaña en toda la noche, de sólo pensar que voy a dormir bajo el mismo techo que él… ¡Aaaay, qué emoción!

    —Lo que tú digas, mi pequeña fraülein…— dijo Asuka por su parte, caminando junto a ella por el pasillo —¡Dios, no puedo creer que estemos hablando de la misma persona!

    —No digas eso… es sólo que tiene un encanto oculto que nadie más puede ver…

    —Bastante oculto, diría yo…

    —Has estado mucho más gruñona que de costumbre, para alguien que está a punto de cumplir los quince años— observó su confidente, aunque ella bien ya sabía la razón de esto y también sabría lo que Asuka le respondería:

    —¿Y qué caso tiene, si los voy a festejar con un montón de borrachos y una partida de mocosos lelos?— dijo ella sin más preámbulos —¡Esa Doctora Akagi y Kaji son un par de avaros y tacaños! ¡Mira que ocurrírseles juntar mi fiesta con la de Misato!

    En efecto, y de acuerdo a una costumbre entre las chiquillas de colegio, Ritsuko y Kaji habían decidido juntar las celebraciones de los dos cumpleaños, dada su gran cercanía, (el de Misato el 8 de Diciembre y el de Asuka el 16) en una fecha intermedia entre los dos, es decir, el 12 de Diciembre. Una manera bastante ingeniosa de ahorrarse muchos gastos, tal y cómo la joven europea lo había descrito.

    —Piensa que así será el doble de diversión, amiga…

    —¿Diversión? ¿Crees que voy a poder divertirme? Kai ni siquiera va a estar allí…

    —¿Aún no han recibido noticias suyas?— preguntó Hikari, advirtiendo cómo se había suavizado el tono en la voz de Langley al mencionarlo.

    —Nada. Cero. Ni siquiera a Misato o a mí nos ha escrito. No hemos sabido de él desde que se fue… ¿en qué cuernos estará pensando?



    Mientras la escuchaba Hikari tragaba saliva al ver quién se dirigía hacia ellas del lado contrario del pasillo. Rei Ayanami avanzaba en su dirección y parecía bastante interesada en Asuka. Ó por lo menos a ella le parecía que la chiquilla de cabello azul quería decirle algo. Era la primera vez desde que la conocía que Hikari le veía un gesto de ese tipo, es decir, que intentara comunicarse de alguna manera con otra persona. Dicho suceso tan sólo hubiera resultado ser anecdótico de no ser que era Asuka precisamente con quien quería hablar. Con Asuka, quien en últimas fechas estaba de un humor de los mil demonios y quien por cierto también se había vuelto bastante celosa de Kai, por no decir que paranoica rayando en la esquizofrenia. Y por lo general el blanco de todas sus sospechas era Ayanami, aunque incluso hubo una vez en la que llegó a dudar hasta de la mismísima Mayor Katsuragi. Sobra decir que los comentarios de desprecio con los que siempre se refería a Rei habían subido tanto de tono como de frecuencia en los últimos días. Así que quién sabe cómo iría a reaccionar si acaso a Rei se le llegara a ocurrir dirigirle la palabra.



    Afortunadamente la jovencita de pupilas rojas pareció captar el mensaje oculto en el gesto preocupado de Hikari y alcanzó a recapacitar de último momento, pasando de largo cuando se encontró con la jovencita alemana, sin siquiera mirarla.

    Hikari pudo entonces respirar aliviada, mientras que su amiga por su parte mascullaba al respecto:

    —¿Y ahora qué mosca le habrá picado a la muda? ¡Dios, parece que cada día que pasa está más loca!



    Las dos siguieron su camino sin reparar en que Ayanami había detenido el suyo para observar detenidamente a Asuka mientras se alejaba. ¡Pero qué estúpida había sido! ¿Qué hubiera ganado con hablarle a esa rubia insoportable? Si ni la Mayor Katsuragi no sabía nada acerca de cómo estaba Kai, era bastante obvio que ella tampoco. Además… ¿cómo explicarle justamente a ella esta certeza, que la quemaba por dentro, de que Kai necesitaba ayuda, si ni siquiera ella misma entendía cómo era que lo sabía? Por un momento llegó a pensar que siendo su novia sería entonces la persona correcta para ayudarlo. Y así podría liberarse de esa angustia que oprimía su pecho desde hace varios días. Pero ahora estaba más convencida que nunca que nadie podía ayudar a Rivera. Absolutamente nadie. Tal vez.



    —¡Mira nada más!— señaló Hikari a las ventanas que daban al jardín —Esa nueva amiga tuya parece llevarse muy bien con Shinji y sus amigos… ¿Quién lo diría? Y eso que apenas la acaban de transferir…

    —¡Esa chiflada no es mi amiga!— objetó Langley enseguida, mirando hacia donde le indicaban, para ver a Sophia conversar muy animada con “los tres chiflados” a la sombra de un árbol —No tengo idea qué pretende conseguir haciéndose la mosquita muerta y luciendo esos ojos de borrego a donde quiera que va, pero a mí no me puede engañar, Hikari… yo he visto su verdadero rostro, y sé muy bien cómo es realmente esa bruja marimacha…

    ¿En verdad lo sabía? Al verla riendo en la manera que lo hacía en esos momentos parecía difícil pensar que lo estuviera fingiendo. Todos sus gestos indicaban que en realidad disfrutaba de su compañía, en particular la de cierto jovencito piloto del Eva 01, al que no le despegaba la mirada de encima. ¡Y ese estúpido no hacía otra cosa más que sonrojarse y poner esa sonrisa tan bobalicona que siempre ponía cuando estaba nervioso y no sabía qué hacer! La misma clase de sonrisa que tantas veces le había mostrado… y que a últimas fechas no había vuelto a ver. ¿Qué se estaba creyendo ese idiota de Shinji, ignorándola de esa manera? ¿A dónde habían ido su determinación y valor de hace apenas unas semanas? ¿Esa fuerza que le demostró cuando la besó? ¿Es que tan fácilmente se daba por vencido? ¿Bastaba tan poca cosa, una cualquiera que le hiciera buena cara, para que se olvidara de ella, así nomás?

    Desde que había llegado no había hecho otra cosa más que babear por ella. Y sus conversaciones disminuían tanto en cantidad como en duración en la medida que las que tenía con Sophia aumentaban. Las atenciones que anteriormente eran suyas exclusivamente se las había ido apropiando esa usurpadora que ahora lo tenía prácticamente comiendo de la palma de su mano. Y lo que más la enfurecía era precisamente que aquello le calara tanto. ¿Qué diablos tenía que importarle lo que hiciera ó dejara de hacer Shinji? ¡Qué hiciera lo que le viniera en gana, al fin y al cabo! ¡Estúpido Shinji!

    —Esto de andarse fijando en lo que hacen las demás personas es bastante vulgar, Hikari— pronunció Asuka con cierto tono despechado, haciendo su cabello hacia un lado —Vámonos de aquí, todo esto me enferma…



    —¡Dios, cómo me enferma todo esto!— murmuró Kai dentro de su cabina, sin nadie más que lo pudiera escuchar, salvo la entidad a la que se dirigía —¿Porqué me tienen que pasar estas cosas a mí?

    A bordo del Eva Z aguardaba a un ataque inminente, en posición de defensa, manteniéndose en pie sobre la enorme cubierta del portaaviones que transportaba a su robot. Una vez más se preguntaba cómo es que había llegado hasta este punto. Confundido. Desesperado. Solo.



    Los últimos días habían resultado ser un calvario, tan presionado como estaba en dilucidar la identidad de sus misteriosos atacantes en la Isla del Infierno. Con tan pocos datos y muestras a su disposición, la naturaleza y origen de esas criaturas aún le resultaba un completo enigma, cosa que no satisfacía a sus superiores. Le sorprendía que aún no lo hubieran arrojado por la borda. ¡Y vaya que no faltaban voluntarios para hacerlo! No era aventurado decir que no tenía un solo amigo en varios miles de kilómetros a la redonda, especialmente en aquella fuerza de ataque. Los pocos que tenía habían muerto en la expedición a la Isla del Infierno. Era precisamente por ello que no era muy popular entre las tropas. La mitad de ellos lo odiaba a muerte y la otra mitad le tenía un miedo de la misma manera, a muerte.



    Tal situación traía consigo algunas incómodas consecuencias, como haber desarrollado un bien justificado complejo de persecución, falta de sueño y una baja muy considerable en su autoestima. Añádanle a ello tener que cargar en su conciencia las más de 3 500 bajas que había ocasionado con su paso sobre aquellas ciudades indefensas. El grueso de dicha cantidad estaba conformado por civiles. Más sangre inocente derramada por sus manos. Más cifras que agregar a la lista. ¿Hasta cuando iría a terminar? Todo ello devenía en sumirlo en un estado de inoperancia total, justo como en el que estaba en ese momento. De cualquier modo, ¿qué esperaban que hiciera parado allí, mirando en las aguas agitadas del Mediterráneo? Ahora que pensaba en ello, nunca había desarrollado alguna táctica para enfrentarse con un enemigo submarino, como tal era el presente caso. ¿Cómo proceder al respecto? ¿Debía tomar la iniciativa y lanzarse un clavado a las profundidades para entablar combate bajo el agua? ¿Ó tal vez sería mejor esperar a que el adversario hiciera su primer movimiento y revelara su posición? Tal vez tan sólo debería quedarse allí, esperando y ver qué era lo que sucedía después.



    Y fue justamente lo que hizo al momento en que divisó una descomunal figura bajo las aguas, partiendo la superficie acuática mientras se desplazaba entre los barcos de la flota con una velocidad inaudita y dirigirse a su encuentro. Y también fue justamente lo que hizo después, al tan sólo contemplar como dicha figura emergía del agua, con una gracia digna de un cetáceo, y arremetía contra él, atrapándolo en pleno salto con una certera mordida en la cabeza para entonces arrastrarlo a las profundidades submarinas con la inercia de su embestida. Ni siquiera pudo reconocerla como a la primera entidad con la que se había enfrentado en la infame Isla del Infierno.



    Todo aquello pasó en cuestión de segundos, por lo que muchos en la tripulación sólo pudieron observar a los dos contrincantes mientras se hundían en el mar. A diferencia de la vez anterior el enemigo había ignorado por completo a la flota y había arremetido directamente contra Zeta. Para el Almirante Merkatz no había podido pasar de mejor modo.

    —El Eva Z se hunde rápidamente, Señor— informó uno de los operadores en el puente —En estos momentos está a 800 metros… 900… 1000…

    —Muy bien… si esa cosa está aquí entonces es seguro que Túnez está al descubierto— observó el almirante, para luego dirigirse a su tripulación —¡Avisen a toda la flota que doble la velocidad! Debemos llegar al objetivo cuanto antes…

    —¿Qué hay con Zeta, Almirante?— preguntó el capitán de la nave —¿No deberíamos darle algo de apoyo allí abajo?

    —Ese no es mi departamento, Capitán— repuso fríamente Merkatz, con la vista puesta únicamente en dirección a Túnez y en el último eslabón de la cadena de abastecimiento de la fuerza invasora del Ejército de la Banda Roja —Dejemos que los monstruos se encarguen de los monstruos… ¿Quién sabe? Con un poco de suerte acaben matándose el uno al otro…



    A medida que pasaba el tiempo el mundo se iba haciendo cada vez más y más oscuro para el joven Katsuragi dentro de su cabina. Podía sentir cómo se iba hundiendo más y más remolcado por aquella bestia que lo tenía bien sujeto de la cabeza. Era un auténtico milagro que no se hubiera roto el cuello cuando lo embistió. De cualquier manera, dentro de poco aquello no tendría importancia. Siempre había tenido la certeza que moriría dentro de ese cachivache, aunque nunca hubiera imaginado que sería tan pronto. Aún así, llegado el momento, le resultaba curioso la tranquilidad con la que se lo estaba tomando. Su precaria situación le parecía distante, como si la estuviera observando en la pantalla de un cine y le estuviera ocurriendo a otra persona. No había sufrimiento, ansiedad o miedo alguno. Únicamente cansancio, mucho cansancio.

    —Mierda— masculló lastimeramente, recargándose en su asiento mientras que cerraba los ojos —Se me olvidó el cumpleaños de Misato… y la semana que entra es el de Asuka… la que se me va a armar por no haber llegado…



    —Lamento muchísimo que la imagen haya tardado tanto en llegar, Doctor— se disculpaba el Mariscal Angeliori con insistencia —Pero hay que comprender las dificultades técnicas implícitas en el envío de señal en semejantes… circunstancias… la cámara que adaptamos en el lomo de… usted sabe…

    —Hambruna, Mariscal, enséñese a llamar a las cosas por su nombre— lo interrumpió Hesse, como de costumbre, sin prestarle demasiada atención pues ésta la tenía completamente enfocada en la pantalla delante suyo —No debería ser tan difícil aprenderse sus nombres, son sólo cuatro, al fin y al cabo… de cualquier modo, la recepción no está nada mal… nuestros técnicos hicieron un muy buen trabajo montando ese equipo de transmisión. ¿No le da emoción, Mariscal? Tenemos en transmisión exclusiva la caída de un dios… un espectáculo único en la vida…

    Demian y Angeliori se encontraban completamente solos en la enorme sala de guerra de su cuartel en la Isla del Infierno, un salón bastante amplio con una larga mesa en el centro a cuya cabeza se encontraba ahora el Doctor Hesse, cómodamente recargado en una silla que intimidaba por su tamaño y elegancia, reflejando en parte la importancia del personaje que tomaba asiento en ella.

    Tan sólo aquello bastaba para que Genaro se sintiera intimidado, ya ni hablar de aquellos ojos esmeraldas tan fríos como una noche de invierno, fijos en las imágenes que se sucedían en la pantalla. El Doctor permanecía pensativo mientras los monstruos seguían trenzados, descendiendo más y más en el abismo del Mediterráneo. Finalmente, luego de algunos momentos que se habían estirado de más, los dos alcanzaron el lecho marino. La criatura acorazada se las había ingeniado para estrellar en él al Eva Z, alzando una espesa cortina de fragmentos que se diluían en el agua.

    —Contempla bien este lugar, chiquillo— pronunció Demian en ese tono tan confuso que a veces empleaba, dirigiéndose a personas que no estaban presentes —Este es el sitio que he elegido para que sea tu tumba…



    —Últimamente este lugar parece una tumba— observaba el viejo Profesor Fuyutski mientras echaba un descuidado vistazo a su alrededor, de pie sobre la banda transportadora que lo llevaba a su destino —¿No te lo parece, Ikari?

    El comandante no respondió y ni siquiera quiso voltear hacia donde estaba. Permaneció impasible en su lugar, dándole la espalda, aunque no pudo evitar darle una rápida revisada a los tranquilos alrededores, como queriendo constatarlo por sí mismo. Rei, quien iba un poco más cerca detrás suyo, se percató de ello.

    —Todo va en perfectas condiciones, no puedo imaginarme que será lo que hace que el ambiente se sienta de esta manera… puede que tal vez haga falta algo por aquí… o alguien…— repuso Kozou con sorna —¿Usted qué piensa al respecto, Comandante?

    —No sé qué tanto está farfullando, Profesor… a mí me parece que todo está muy normal por aquí— contestó Gendo sin alterar su humor despreocupado.

    —¿De veras? Yo aún no estoy muy seguro…— aquél hombre avejentado, pero astuto a más no poder, estaba decidido a seguir con su juego —¿Tú qué opinas, Rei? ¿No crees que haya algo que haga falta por aquí?

    Aquél gesto tomó por sorpresa a la chiquilla. Era rara la ocasión en la que el Subcomandante Fuyutski le dirigiera la palabra. La mayoría de las veces él y Gendo conversaban sin reparar en su presencia, tal como si fuera un fantasma caminando a su lado. Pero antes de que siquiera pudiera pensar en cualquier respuesta, Ikari salió al paso de inmediato:

    —Debe ser porque hace casi dos meses que ningún Ángel se aparece por aquí, Profesor. No tenía idea que tuviera un espíritu tan belicoso, el cual se siente incómodo por cualquier atisbo de paz. Descuide, hasta ahora los Rollos no nos han fallado, y según ellos la Segunda Oleada debe estar muy cerca.

    —Hum— masculló Fuyutski —Por mí esas bestias pueden tomarse todo el tiempo que quieran, hasta otros quince años, si es lo que desean. De ese modo puede que tenga la fortuna de ya no estar por aquí para ver el gran final…

    —Por favor, no diga eso, mi amigo— ahora el que empleaba la sorna para mofarse era el comandante. Los papeles de ambos drásticamente se habían invertido —¿Qué sería de mí sin su invaluable apoyo y guía que me ha proporcionado hasta ahora? Lo necesito para que me acompañe hasta el final. De no ser por usted y la ayuda que me ha dado estoy seguro que no estaría en donde estoy ahora.

    —Tienes toda la razón, Ikari— asintió su acompañante, endureciendo su tono y su semblante —Lo más probable es que a estas alturas ya serías comida para los gusanos. Sólo espero que el mundo no me odie mucho por ello.

    Ambos permanecieron en silencio, tensando aún más el ambiente en torno a ellos. Estaba claro que pese a que aquellos dos hombres pasaban mucho tiempo en compañía del otro, su relación no se llevaba a cabo en muy buenos términos. Justo como Kai y Shinji. Claro que ninguno de los dos sabía de la similitud que guardaban con los chiquillos.

    —¿Rei?— preguntó Gendo, desconcertado, cuando la tranquila jovencita de ojos rojos dio vuelta en un pasillo contrario hacia donde se dirigían —¿No es un poco temprano para que vuelvas a casa?

    —Es que…— Ayanami pareció vacilar un poco antes de continuar —Iré a tomar una ducha y a cambiarme de ropa… porque voy a ir a la fiesta de la Mayor Katsuragi, esta noche…

    La muchacha parecía estar avergonzada por aquél hecho, el simplemente asistir a un evento social. Y Gendo estaba contrariado tanto por dicha actitud como por no haberse enterado antes de los planes de su protegida.

    —¿Ah, sí? Bueno… en ese caso…— divagó un poco, en una manera que a Rei le recordó a Shinji —Trata de pasarla bien… creo…

    —Así lo haré, Señor— se despidió la chiquilla mientras se alejaba de ellos.

    Una vez que se perdió de vista los dos hombres continuaron su camino en absoluto silencio, cada cual inmerso en sus pensamientos. No obstante, poco después Fuyutski resumió con toda claridad lo que era seguro ambos tenían en mente:

    —Conque una fiesta, ¿eh? No estaba enterado de eso… ¿y cómo es que nadie nos invitó?



    —¿Estás esperando una invitación por escrito ó algo por el estilo? ¿Ó porqué sigues ahí parado, como un monigote?

    El niño no pudo contestar al sarcasmo de Misato, y por el contrario dicho comentario sólo lo avergonzó aún más. Lo único que pudo hacer fue bailotear en su lugar, nervioso, deseando que en vez de una toalla a la mano tuviera toda una sábana para poder ocultarse.

    La muchacha, quien ya lo estaba esperando dentro de la tina, no podía más que mofarse del pudor mostrado por el chiquillo, esperando apelar a su orgullo al hacer hincapié precisamente en dicho aspecto:

    —¡Oh, vaya, vaya! ¡Miren esto! Tal parece que el bebito tiene miedo de esta hermosa y adorable jovencita… descuida, chaparro, no estoy interesada en escuincles que todavía no saben limpiarse los mocos. Además, aquí me estoy empezando a sentir ofendida… ¿sabes cuantos tipos pagarían por estar en tus zapatos en estos momentos, chiquillo?

    De cualquier modo, por más argumentos que sacara para convencerlo, el pequeño Kai seguía sin entrar a la tina, demasiado incómodo con su desnudez. Todavía no hablaba mucho en aquél entonces, si bien era cierto que ya empezaba a dar muestras de un mejoramiento en cuanto a su ánimo, o mejor dicho, una “normalización” de éste, por lo que Misato buscaba reforzar más los lazos que apenas se tendían entre ambos, y sobre todo fomentar en el chiquillo el contacto humano.

    —Me vas a obligar a salir por ti, ¿verdad mocoso?— preguntó la muchacha, fingiéndose malhumorada. Se recargó en el borde de la tina para acercarse más al infante y fustigarlo con la mirada —Sería una lástima, ¿sabes? ¡El agua está deliciosa, tan calientita!— dijo mientras jugueteaba con el líquido que le llegaba poco encima del vientre, estando sentada —Mira a Pen Pen cómo la disfruta, parece que está de acuerdo conmigo…

    En efecto, el animal, cuyos hábitos eran un poco extraños para los de su especie, parecía estar en medio de un trance de deleite, zambullido como estaba en aquella agua tan placenteramente tibia.

    —¿Sabes qué? Ya no me importa lo que hagas o dejes de hacer— continuó Katsuragi, desentendiéndose del asunto —Si quieres ser el único pobre diablo que se quede sucio y con el trasero congelándose allí afuera, adelante. Mejor para nosotros. Así Pen Pen y yo tendremos más espacio para jugar… ¿no es así, Pen?

    El pingüino pareció responderle con un graznido de consentimiento, lo que otorgó mayor énfasis a sus palabras a los ojos del chiquillo de cuatro años. Mientras tanto la muchacha estaba ocupada riéndose cuando le arrojaba agua con las manos a su mascota, la cual solamente se sacudía después de cada agresión.



    De veras que se estaban divirtiendo de lo lindo, Kai podía asegurarlo con tan sólo verlos. Mientras que hacía un puchero, luchando consigo mismo, finalmente se quitó la toalla que lo cubría de la cintura para abajo y se aventuró de un brinco a la tina, para unirse al juego de los demás.

    Toda la vergüenza que sentía se desvaneció en cuanto sintió el gentil toque del agua, que se sintió como una cómoda frazada con la que envolviera su cuerpo. Sólo que al haber entrado de forma tan impetuosa ocasionó que el rostro de Misato quedara empapado con la salpicada que recibió. Ello, y la sola expresión en su cara, bastaron para que el chiquillo estallara en un súbito ataque de risa, el primer gesto de ese tipo que la joven le veía desde que habían empezado a vivir juntos.

    —¡Miren quien anda de risueño ahora!— pronunció molesta, luego de reponerse de la impresión que le causó ver al niño reír de esa manera —¡Ya veremos quién es el que se ríe ahora!— advirtió para luego arrojarle gran cantidad de agua a la cara.

    Pese a ello, el pequeño Kai continuó riéndose a sus anchas, ahora acompañado de la risa de Misato mientras que los dos jugueteaban con el agua a su alrededor, ante el desconcierto de su ave mascota, que los veía como a un par de bichos aún más raros que él. El piso del baño ahora estaba totalmente encharcado, lo que no impidió que el juego entre aquellos dos continuara sin mayores contemplaciones.

    —¿Pero qué es esto?— le preguntó la muchacha mientras lo sujetaba —¡Qué cochino, no te lavaste bien antes de entrar a la tina! ¡Ve estas orejas que sucias están! ¡Y mira nada más ese ombligo! ¡Guácala, me vas a pegar tus gérmenes!

    Kai se retorcía como anguila entre sus brazos mientras hacía su revisión, atacándose de la risa cada vez que Katsuragi señalaba los puntos de suciedad, pues al hacerlo aprovechaba también para hacerle cosquillas.



    Después de un rato la muchacha se había encargado de limpiar adecuadamente al chiquillo, quien ahora retozaba tranquilamente entre sus brazos, disfrutando de la placentera sensación que le otorgaba el contacto con el agua tibia y la suave piel de su guardiana, además de la calma familiar que se respiraba en todo ese ambiente.

    A sus espaldas, la joven no pudo resistir más el impulso que le impelía a estrecharlo entre sus brazos y finalmente así lo hizo. Tal como si fuere un osito de felpa, Misato abrazaba afectuosamente al niño a la vez que depositaba un afectuoso beso en su cabellera húmeda.

    —A ti nunca te voy dejar ir…— murmuró inaudiblemente —Siempre, siempre te voy a tener junto a mí… siempre…



    Ahora la Mayor Katsuragi se sorprendía en la tina, en la misma posición, sólo que abrazando a la nada, salvo el agua que la rodeaba. Una vez más los recuerdos de mejores tiempos la habían tomado por asalto. Además del enorme hueco en su corazón sentía una imperiosa necesidad de quebrar en llanto, para poder mitigar en algo su dolor. Para poder alejar a la fría soledad que amenazaba con engullirla por completo.

    Sin embargo, aquello no era posible:

    —¡Misato! ¿Ya te ahogaste ó qué carajos crees que estás haciendo ahí adentro? — le reclamó Asuka desde el otro lado de la puerta del baño —¡Por si no lo sabes aquí afuera hay personas que también tenemos que usar el baño!

    —¡Sí, patrona, enseguida salgo!— refunfuñó la mujer, apurándose a salir —Es verdad, no tengo el lujo de estar deprimida, hay una fiesta que está esperándome, ¿no? Ahora sé lo que quiere decir eso de que a pesar de estar rodeada de personas me encuentro completamente sola…



    —¡Solo! ¡Solo y mi alma!— masculló Rivera a los mandos del Eva Z cuando se dio cuenta que la flota lo había abandonado, mientras se apuraba a esquivar una rápida embestida —¡Esos desgraciados me largaron aquí, así nada más!

    El Evangelion no pudo evitar una nueva arremetida que lo hizo caer de espaldas en el lecho marino. Kai apenas si podía creer la velocidad con la que el monstruo se movía debajo del agua. Ahora, en aquél ambiente submarino aquella criatura le recordaba mucho a una tortuga, con todas esas placas de metal que tenía encima a modo de caparazón. Si en tierra la bestia fue rápida, en el agua lo era todavía más. Era como un torpedo disparado a toda potencia, yendo y viniendo para ganarle las espaldas, golpeándolo en cada trayecto.



    Sin mencionar que allí, en el punto máximo de profundidad del Mediterráneo, a más de tres mil metros bajo el nivel del mar, el monstruo mantenía una enorme ventaja sobre él, casi tan grande como el abismo en el que estaba atrapado. Rodeado por completo de toneladas de agua que ejercían una presión descomunal sobre su cuerpo, los movimientos del robot gigante se hacían lentos y pesados, mientras que la estructura de su oponente le permitía deslizarse por el fluido con movimientos rápidos y certeros, convirtiéndose en un auténtico bólido submarino.



    Una ráfaga de energía vomitada desde el hocico de la bestia literalmente clavó al Eva Z en el terreno cuando pretendía ponerse en pie luego de un ataque previo. Una vez más Kai se veía envuelto no en una pelea sino en una masacre inmisericorde. Mientras esquivaba otra descarga lanzada en su contra, convirtiendo en fino polvo montañas de roca a sus espaldas, el joven piloto de Zeta se percataba que aquella era la primera ocasión en que era su propia vida la que estaba en juego al luchar. Ya no era más una batalla por el bienestar del mundo ni de la Humanidad, más bien se había convertido en asunto de su propia supervivencia. Y era por eso que se sentía tan indefenso, tan solo.



    También ya había aprendido que los ataques usando su Campo A.T. eran inefectivos contra esa cosa, dejándole solamente la opción de forzar un combate cuerpo a cuerpo. Así que cuando la aberración volvía a embestir en su contra a esa velocidad monstruosa, en un arrebato de furia y desesperación el muchacho salió a su encuentro tan rápido como las condiciones se lo permitían. Antes de ser atropellado, recibió a su enemigo con un poderoso puñetazo que se estrelló justo en su cráneo. La fuerza expansiva de la explosión sónica producida por el choque de aquellos titanes, aumentada considerablemente por el agua, produjo que ambos salieran disparados en direcciones contrarias.



    El monstruo parecía algo aturdido por el golpe, que aparentemente había tenido mejores resultados que los ataques con Campo A.T. De la misma manera el muchacho se reponía del impacto, aunque mucho más repuesto al vislumbrar esa pequeña esperanza brillar tenuemente en medio de aquél océano de tinieblas.

    —¡Muy bien, bastardo horrendo hijo de perra!— vociferó consumido por la cólera de la guerra para luego volver a lanzarse contra el enemigo —¡Si tanto quieres mi pellejo, ven por él! ¡Pero te advierto que te lo venderé muy caro!



    —¿No te parece un precio algo excesivo? Digo, ¿para ser un regalo?

    El comentario que Sophia le hizo puso a dudar aún más a Shinji, justo cuando creyó haber encontrado el regalo perfecto. Y a escasas horas para que comenzara la fiesta, aquella cuestión era más apremiante con cada minuto que transcurría. Tenía que encontrar un regalo para Asuka y tenía en encontrarlo ya. Además, debía ser uno bueno, o su vida se convertiría en un infierno a partir de entonces.

    El muchacho una vez más observó embobado el soberbio collar plateado, resplandeciendo detrás del aparador como una tentación paradisíaca. Recién había descubierto el exorbitante salario que percibía como piloto de un Eva, diez mil dólares al mes, y por lo tanto la cifra que marcaba el valor de la joya no lo apuraba ya tanto, sino que sus pensamientos estaban más ocupados en imaginarse lo hermosa que se vería Asuka con él puesto. Además de que era muy de su estilo. Aunque no estaba muy seguro si le gustaría del todo.

    Precisamente para eso es que lo acompañaba Sophia, con el propósito de asesorarlo en sus compras. Y ahora también estaba evitando que despilfarrara su dinero. No porque tuviera mucho tenía derecho a gastarlo imprudentemente.

    —Pero… creo que se le vería muy bien… eso bien lo vale, ¿no?— dijo como queriendo justificar su decisión.

    —Shinji, es muy lindo de tu parte pensar de esa manera, pero eso no va a cambiar el hecho de que ese collar es muy extravagante como regalo de cumpleaños— acotó su compañera, firme en su posición —Además, no por ser más caro significa que es un mejor obsequio. Lo que cuenta es el detalle, el sentimiento que pones en él y que le quieres transmitir a ese alguien a quien se lo darás… un regalo tiene que decir mucho de la persona que lo da, así como de lo que la persona que lo recibe significa para ti. Y créeme cuando te digo que esta cosa no tiene nada que ver contigo… es demasiado frívola para alguien tan dulce como tú…

    Las mejillas de Ikari enrojecieron una vez más gracias a la jovencita que lo acompañaba. Y parecía que no se cansaban de hacerlo, pues aquello era bastante frecuente en los últimos días.

    —¿De veras? Bueno… pues tú eres la experta, así que debe ser verdad, si tú lo dices…

    —¿Quieres decir acerca de los regalos? ¿Ó de lo dulce que eres?— preguntó ella de forma muy coqueta, guiñándole un ojo.

    Tan sólo eso bastó para que el rostro del muchacho semejara a una olla de presión a punto de reventar. Completamente abochornado, el chiquillo ni siquiera fue capaz de articular palabra o pensamiento coherente alguno, limitándose a agachar la cabeza en un vacuo afán por esconderse. La muchacha americana rió disimuladamente, divertida por lo fácil que era poner nervioso a su tímido acompañante y las reacciones que provocaba en él.

    —Está bien, lo siento— añadió en tono conciliador —Hagamos de cuenta que nunca dije eso, ¿de acuerdo? Mejor sigamos buscando…



    Así pues, el joven Ikari se despegó del aparador de esa joyería para volver a seguir a Neuville por los pasillos y tiendas de aquél centro comercial, en busca de un obsequio idóneo para las festejadas en ese día. La mejor opción hubiera sido ir a Tokio 2 ó a Matsuhiro para tales menesteres, pero dada la escasez de tiempo hubieron de conformarse con buscar en el único centro comercial de Tokio 3 que seguía abierto. Con una población tan escasa era difícil que cualquier clase de negocio prosperara en aquella ciudad, tal y como se podía constatar al ver la gran cantidad de establecimientos cerrados en dicha plaza comercial, así como los pocos clientes que la recorrían en esos momentos.

    Con todo, se las habían ingeniado para encontrarle regalo a Misato, aunque eso no había sido muy difícil que digamos. Un tarro cervecero fue la elección indicada, decisión en la que ambos coincidieron. El problema era Asuka. Con su temperamento y gustos tan delicados, hallar un obsequio decente para ella se había convertido en toda una odisea en la que llevaban gastadas tres largas horas de su vida.



    Pero por lo menos a Shinji le habían parecido unas horas muy placenteras, junto a tan distinguida compañía. Los nervios que había sentido cuando le pidió que lo acompañara y recién que se habían visto para entonces ya se habían disipado, lo que le permitió pasar un rato bastante agradable acompañado de su nueva amiga. Pese al itinerario tan ajustado que llevaban incluso tuvieron oportunidad para tomarse tranquilamente un helado.

    Un chico y una chica, juntos, tomando helado en un centro comercial. Parecía algo estereotipado, pero lo ponía a pensar. El chiquillo hasta ahora caía en la cuenta que aquella se trataba de la primera cita que tenía con una chica. ¡Oh, por Dios! ¡Su primera cita, y él ni siquiera lo sabía!

    —¿No tendrás fiebre ó algo por el estilo?— le preguntó entonces la muchacha al voltear a verlo —Te has estado poniendo colorado muy seguido, desde hace rato… si te sientes mal es mejor que te vayas a casa a descansar, yo puedo entregar los regalos por ti…

    —¡No! ¡No es nada, en serio! Lo que pasa es que hace un poco de calor aquí, ¿no te parece?— se apuró el joven a salir al paso, pese a que el aire acondicionado de la plaza lo hacía sentir en un enorme refrigerador —Y perdón que nos estemos tardando tanto, espero que no te estés aburriendo mucho…

    —¡Para nada! Conozco muchas maneras en las que me puedo aburrir, pero pasar una tarde contigo no es una de ellas, en serio.

    —Me alegra oír eso— masculló Shinji, agachando la vista mientras reía nerviosamente.

    —Pero sí que te estás tomando tu tiempo para escoger un buen regalo— observó Sophia, acotándolo en un tono picarón y recriminatorio a la vez —¡Cuánta dedicación de tu parte! ¿Eres muy detallista ó es que acaso hay algo entre esa rubia y tú?

    Ikari no supo qué contestar al momento. Si bien era cierto que sentía algo por Langley, en esos instantes no estaba tan seguro si se lo quería decir a su linda acompañante.

    —Es… es una buena amiga, es todo… aunque apenas tengo unos cuantos meses de conocerla, la estimo mucho. Y pues vivimos juntos y todo eso, así que si no le gusta su regalo se pasará el resto del año fastidiándome por eso… sólo por eso me apura tanto, de veras, no es por otra cosa…

    —Vaya…— suspiró la jovencita, sabedora de que mentía —Si me lo preguntas, te diría que te fijaras mejor si vale la pena que desperdicies tanto esfuerzo y atención en ese tipo de personas… si al final valdrá la pena en algo… creo que hay personas que no se merecen tantas atenciones, y esa Langley es una de ellas. No, no me digas nada, que yo misma he visto como te trata esa caprichosa altanera. Es como si fueras algo que se le pegó en el zapato o algo así. Así que no logro entender tu fijación con ella.

    —Tal vez… tal vez es que aún no la conoces bien. Es cierto, por fuera Asuka puede darle esa impresión a cualquiera. Pero es que ella no es alguien que pueda expresar abiertamente sus sentimientos, por alguna razón los tiene que esconder entre todo ese sarcasmo y agresividad. Pero yo sé que en el fondo no es tan mala como quiere aparentar, sólo trata de acercarse a la gente, de ser querida por alguien. Es lo que yo creo…

    —Pues ya que lo dices de esa manera— dijo Neuville luego de quedarse callada por unos momentos —Voy a tener que concederte el beneficio de la duda. Además, a decir verdad, creo que también estoy un poquito celosa de ella… ya quisiera que alguien se preocupara tanto por darme un regalo.

    —No te apures, prometo darte un obsequio mucho más bonito en tu cumpleaños. Después de todo esto, te lo debo… por cierto, ¿cuándo cumples años?

    —Ay, qué cosa tan triste— se lamentó entonces Sophia, enroscando su dedo índice en un mechón de cabello —Hace poco que pasó, así que pasará mucho tiempo antes del que sigue… fue apenas el 23 de Noviembre…

    —¿El 23 de Noviembre… dices?— esta vez, en lugar de sonrojarse con las palabras de la chiquilla, por el contrario, Shinji languideció de repente con la sola mención de aquella fecha.

    —S-sí… ¿pasa algo malo con eso?— preguntó vacilante la jovencita, al ver el estado que había provocado en su compañero.

    —No… no… es sólo que…— apenas si pudo contestarle, entre murmullos —Lo que pasa es que ese es el día… el día en que mi madre murió…

    —Siento mucho oír eso— quiso excusarse ella, llevándose las manos a la boca —No… no sé qué decir, lo lamento…

    —¡Claro que no! ¡No tienes qué hacerlo! No es tu culpa haber nacido ese día… me sorprendió mucho la casualidad, nada más, no es algo por lo que tengas que disculparte. Y ojalá que te hayas divertido mucho en tu cumpleaños…

    —Bueno— pronunció ella, todavía algo apenada por el incidente —No es que haya sido la gran cosa, pero de todos modos la pasé muy bien. Mana, mi mejor amiga, estuvo conmigo todo el día y fuimos a un montón de lugares. Pudimos ir a San Antonio y allí nos fuimos al parque de diversiones, de compras, a patinar sobre hielo… ¡Terminé bastante cansada, esa vez!

    —Me alegra oír eso, se ve que quieres un montón a esa amiga tuya, a cada rato la mencionas. ¿Pero no la extrañas mucho?

    —Un poco— confesó, apesadumbrada —Es una niña tonta y cursi a más no poder, pero es la mejor amiga que he tenido en toda mi vida. De todos modos, en un par de meses más ella también estará por aquí, así que trato de no apurarme mucho por eso.

    —Qué bueno. Si es la mitad de buena de lo que me has dicho, me gustaría mucho conocerla. Parece que es una persona muy simpática.

    —Yo también espero que puedas conocerla. Con ustedes dos a mi lado, nada me haría falta…

    —¿Y qué me dices de tus padres, Sophie?— contestó el muchacho, apenado, queriendo desviar la conversación, además que quiso aprovechar la oportunidad para que su amiga le contara sobre sus progenitores, pues nunca antes los había mencionado.

    —¡Pero mira nada más eso! ¡Shinji, creo que ya te encontré el regalo perfecto!— exclamó la muchacha llena de entusiasmo, señalando algo a la distancia mientras que apuraba el paso —¡Ven, tienes que verlo!

    Ya que Ikari no atinaba a moverse a su ritmo Sophia tuvo que sujetarlo de la mano para que pudiera seguirla. Por su parte él se daba cuenta que aquello no era más que una forma muy elaborada para evitar hablar de cierto tema que pudiera serle incómodo. Aquella era una de esas ocasiones en las que la linda jovencita, por más ridículo que pareciera, le inspiraba cierto temor; y es que, pese a la tierna y simpática sonrisa que irradiaba en su rostro, sus ojos permanecían fríos y distantes, como si se trataran de dos personas muy distintas viviendo en un solo cuerpo.

    No obstante la calidez que transmitía el contacto con su piel, la manera en que estrechaba su mano se sentía tan bien, tan reconfortante que nada de aquello importaba, salvo disfrutar el momento.

    —¿Qué te parece, eh? ¿Verdad qué es bonito?— le preguntó ella cuando estuvieron frente al aparador, aún sosteniendo su mano.

    —Sí que lo es… pero… ¿estás segura que es un buen obsequio?

    —¡Es perfecto! Tú sólo confía en mí, nunca te defraudaría.



    —¡Claro que sí! ¿Ó es que acaso duda de mi palabra?— pronunció Kenji levantado el volumen de su voz y arrastrando las palabras, eufórico —Le digo que ese muchacho está muy bien. Seguramente que para estos momentos debe estar paseándose con la tropa por algún pueblito del Medio Oriente, recogiendo muchachitas en su jeep o cualquier otra cosa que a esos malditos imbéciles les gusta hacer, creámelo, Mayor…

    —¿Cómo dijo usted?— pronuncio Katsuragi, irritada tanto por el tono irreverente con el que el sujeto le hablaba como por su marcado aliento alcohólico.

    —¡Ups, perdón! ¿Dije “imbéciles”? Lo siento, creo que he tomado un poco más de la cuenta… obviamente me refería a los demás soldados, no a Kai en específico… ¡claro que no! Ese muchacho es un santo... ¿me oye usted? Un auténtico santo caminando entre nosotros… Dios, lo quiero tanto… ¡sólo quiero que regrese para poder abrazarlo y decirle cuanto lo estimo!

    —Pues… muchas gracias por sus palabras… creo— pronunció la mujer de manera atropellada, poniéndose en pie para poner distancia —Eh… muchas gracias por venir, espero que disfrute de la fiesta, señor Kenji… si me disculpa, iré a atender a los otros invitados…

    El susodicho ya no le respondió, más entretenido en empezar una discusión con uno de los invitados con los que compartía la mesa:

    —¿Y tú de qué te ríes, tarado? No crees que de veras quiera tanto a ese chiquillo, ¿verdad? ¡Pues malditos sean! ¡Los odio a todos!

    Esto pese a que su apenada señora se estaba desviviendo por tranquilizarlo y a la vez disculparlo ante todos. Una escena para el olvido, que no obstante serviría luego como anécdota graciosa en reuniones posteriores.



    —Y yo que pensé que ese tipo no podía ser más nefasto— suspiró Katsuragi al sentarse en su mesa, junto a Asuka, ambas en el sitio de honor, solas en aquel momento —Pero eso era porque no lo había visto borracho… ¡las sorpresas que da la vida!

    —Pues yo ya sabía desde un principio que esto iba a pasar— refunfuñó la jovencita alemana, con cara de fastidio —Por eso les dije que no quería una de sus mugrosas fiestas de ebrios, pero nunca entienden razones…

    Al echar un rápido vistazo a aquel modesto salón karaoke atestado de personas, uno rápidamente se percataba que todos los asistentes disfrutaban de un buen rato, con la irónica excepción de las dos festejadas, más preocupadas en encontrar motivos para deprimirse que para distraerse.

    —Creo que de todos modos habría que agradecérselos— admitió Misato, luego de haberse dado cuenta de aquel hecho —Lo hacen por que se preocupan por nosotras… tan sólo quieren levantarnos el ánimo, supongo.

    —Sólo hay una persona que podría hacer eso, en este momento— contestó la muchacha, cruzándose de brazos —Y no está en este salón… diablos, ni siquiera está en este país.

    —Me pregunto de quién estarás hablando— masculló su acompañante, sarcástica, sirviéndose una copa de brandy.

    —Pero qué vueltas da la vida— continuó Langley, suavizando su tono a la vez que esbozaba una sonrisa melancólica —Quién iba a pensar que llegaría el momento en que ya no podría vivir sin ese chiquillo desarrapado al que conocí hace diez años… ¿recuerdas esa vez, en Amsterdam? El Primer Simposio Internacional para jóvenes superdotados…

    —El pretexto perfecto para que las Naciones Unidas comenzaran a aprovecharse de ustedes —mencionó Katsuragi, dándole un sorbo a su trago —Algo me acuerdo de eso. Sufrí mucho para darme a entender por aquellos rumbos… me pasé la mitad del tiempo haciéndole señas y gestos a esa gente… y la otra mitad encerrada en el hotel. Además que estaba haciendo un clima espantoso, me resfrié al regresar a Japón.

    —Recuerdo como todo mundo hablaba solamente de Kai… todo el simposio se había hecho sólo por él… para ese entonces ya había obtenido su segundo doctorado, ¿no?

    —El de mecatrónica, creo— asintió Misato.

    —Todo ese día se la pasó escondiéndose de mí, el muy cobarde… yo sólo quería saber porqué la gente hacía tanto alboroto por un mensito que me llegaba al hombro. ¿Te acuerdas? En esos tiempos aún era más alta que él…

    —Me acuerdo de los moretones que le dejaste de tanto que lo pellizcaste— rió entonces la mujer —Y de ese temor tan curioso que le tuvo a las niñas desde ahí, el que todavía le duró un par de meses después…

    —Tan sólo estaba jugando— masculló la chiquilla, apenada —Era solamente una forma de demostrarle mi cariño, es todo. Hablando de eso… siempre me he preguntado si fue por eso que se fueron justo al día siguiente… ¿tanto me odiaba Kai?

    —¡Claro que te odiaba, y mucho!— admitió la Mayor, para el pesar de la muchachita rubia, y de inmediato continuar —Pero no fue por eso que nos marchamos antes de que se acabara el simposio. Lo que sucedió fue que ese mismo día alguien filtró a la prensa que Kai era quien había desarrollado el concepto que hace funcionar a las Minas N2. No tardó mucho tiempo para que los grupos “disidentes” fueran a reclamarle por el chistecito, y uno de esos listillos pensó que era muy buena idea darle un baño con sangre y vísceras de cerdo.

    —¡No me digas! No lo sabía…

    —Así fue. Lo esperaron afuera del edificio donde se realizaba el simposio y en cuanto salió le echaron encima una cubeta con todas esas porquerías, recitándole su discurso de odio y venganza y demás sarta de estupideces.

    —Nunca me enteré de eso— murmuraba Asuka, atónita.

    —Los muchachos de la O.N.U. se encargaron de que el asunto no se hiciera público. Si todos se enteraban lo fácil que era llegar hasta el niño, no pasaría mucho tiempo sin que un loco cometiera alguna clase de atentado en su contra… y en aquellos tiempos no podían sacarle ningún provecho estando muerto. Desde ese día siempre estaban cerca de nosotros dos agentes de seguridad para cuidarlo. No fue hasta que entró al Proyecto Eva que se retiraron esos changos.

    —Sí que fue difícil cuidar a ese niño, ¿no?— aquello sonaba, por extraño que pareciera, a un intento de Langley por compadecerse de ella —Al chico al que mucha gente llamaba “el hombre del mañana”.

    —Hubo un chiflado que incluso afirmó que era el primero en la siguiente escala evolutiva del ser humano… ¡Dios, qué gente! Pero tienes razón, no fue nada fácil cuidarlo… los fantoches de Naciones Unidas lo dejaban vivir conmigo, con la condición que podían disponer de él cuando ellos así lo quisieran y por el tiempo que les pegara la gana… y precisamente ese condenado simposio fue una de esas veces… aquella de tantas veces…



    Claro que la recordaba. Perfectamente. Recuerda su apuro por llegar hasta el hotel, la preocupación carcomiéndola por dentro, siguiendo el reguero de sangre en el piso. Preguntándose si acaso podría ser la de él. Recuerda como subió las escaleras del hotel de de tres en tres escalones, sin siquiera esperar al elevador. Únicamente guiándose por las manchas de sangre embarradas en el piso. Al interior del hotel ya había cierta conmoción por el acontecimiento, y era seguro que la gente de Naciones Unidas no tardaría en llegar.

    Pero nada de eso le importaba, ni siquiera pensaba en eso en aquellos momentos. Todo lo que importaba era llegar al lado del niño lo más pronto posible. Recuerda la puerta abierta de su cuarto y el ruido de cristales rompiéndose en el baño. También el escalofrío que sintió al creer que un inconforme mucho más radical había encontrado a Kai. Pero nada parecido a lo que experimentó al entrar al baño y contemplar la escena de frente, con sus propios ojos.



    El chiquillo estaba postrado de rodillas, cubierto completamente de aquella hedionda mezcolanza carmesí. Regados en el piso, por todas partes en torno a él, estaban los pedazos rotos del espejo, al que seguía golpeando en el piso, o por lo menos a lo que quedaba de él.

    Poseído por semejante tarea destructiva ni siquiera se dio cuenta de la llegada de Misato, quien de pie en el umbral de la puerta contemplaba horrorizada aquellos pequeños puños ensangrentados, prácticamente con los nudillos destrozados, alzarse una y otra vez para seguir lastimándose con cada nuevo impacto sobre el espejo.

    —¿QUÉ CREES QUE ESTÁS HACIENDO?— las palabras por fin salieron de su garganta, en forma de un grito cuyo volumen el niño ya no pudo pasar por alto.

    Así pues, el chiquillo dejó de mutilarse a sí mismo para voltear con expresión ausente hasta donde ella estaba, lo cual era bueno, pues ésa había sido su intención. Sin embargo, al encontrarse una vez más en el rostro del infante aquella desconcertante expresión, por no decir que aterradora, Katsuragi volvió a experimentar una sensación de vacío devorándola por dentro.

    —Monstruo— masculló él, viéndola sin verla a la vez —Un monstruo… eso fue lo que esas personas me dijeron que soy… un monstruo… mi padre… mi padre tenía razón… siempre la tuvo, todo este tiempo, y yo nunca lo supe… no sabía… lo que en verdad era… hasta ahora…

    Mientras murmuraba, tal como lo haría un paciente mental, alzaba sus manos trémulas y ensangrentadas, destrozadas, observando como la sangre que le habían arrojado se mezclaba con la suya propia hasta hacerse difícil la distinción.

    —¡Un monstruo!— exclamó, horrorizado —Todas esas personas que han muerto… y todo por mi culpa… es cómo si yo mismo las hubiera matado… esta sangre… no es nada en comparación a toda la sangre que he derramado por mi estupidez… todas esas personas… muertas… y yo las maté… ahora entiendo esas pesadillas que tengo con gente muerta… ¡son todas las personas que he matado! ¡Yo las maté! ¿Entiendes? ¡Las maté! ¡Porque soy un monstruo!— al decir esto, completamente trastornado, reanudó su ataque a los pedazos del espejo debajo de él, golpeando su propio reflejo —¡Un monstruo! ¡Un monstruo! ¡Un monstruo que no merece vivir! ¡No merezco vivir! ¡NO MEREZCO VIVIR! ¡NO…!

    Una certera bofetada que volteó su rostro lo interrumpió, sacándolo abruptamente de su demencia. Cosa rara, aquella cachetada pareció dolerle inclusive más que el romperse los nudillos con el espejo, dada la manera en que llevó su mano a la mejilla hinchada y la forma en que miraba a Misato, desconsolado. Pero ni una lágrima asomó a su rostro. Ni en ese momento, ni en todo el tiempo que llevaban viviendo juntos ni en los demás años que seguirían después. La mujer jamás en toda su vida había visto llorar a ese niño. Nunca.

    —¿Quieres callarte de una buena vez, imbécil?— vociferó ella, con el brazo aún extendido —¡Ni se te ocurra volver a pensar eso! ¿Me oyes? ¡JAMÁS! ¡Tú, de entre todos en este mundo, eres quien menos debería decir algo así! Naciste al mismo tiempo que millones morían en todas partes. Una persona dio su vida con tal de salvar la tuya antes de nacer. ¡Tus propios padres murieron, pero tú seguiste con vida!— para ese entonces también se había arrodillado y ya luego sujetaba al niño por los hombros, zarandeándolo con tal de hacerlo entrar en razón —¿Y me dices que no mereces vivir? ¡Estúpido! Todo por lo que has pasado… y sigues aquí, vivo… ¿qué no sabes reconocer una señal cuando la ves, mocoso idiota? Yo sí…— súbitamente su voz se rompió y al final quien se puso a llorar fue ella, en tanto que estrechaba entre sus brazos al niño —Y sé que hay una razón para ello… que hay una razón, un significado para tu existencia… un propósito, uno muy importante… así que no quiero oírte hablar de esa manera otra vez, ¿me oyes? ¡Nunca, nunca más! ¡Tonto! Ponte a pensar en mis sentimientos, ¿quieres? Porque si tú murieras… si tú murieras, dime, ¿qué sería de mí? ¡Qué sería de mi, sin ti?



    —Siiiiin tiiiiii…. No podré vivir jamás…

    Los alaridos que Makoto pretendía hacer pasar por canto la trajeron de vuelta al presente, tanto por eso como por el estruendo de las risas que el joven técnico de lentes les arrancaba a todos los asistentes, en medio de todos ellos, trepado en la tarima del karaoke; allí era donde puntualmente, uno a uno, todos los invitados deberían pasar para cantarle a las festejadas. Algunos lo hacían con más entusiasmo que otros.

    —…que me puede ya importaaaar… si lo que me hace lloraaaar… está lejos de aquí…

    Al igual que todo el tiempo que llevaba trascurrido en la fiesta, a diferencia de sus alegres invitados, ni Asuka ni Misato reían en aquellos instantes.

    —...siiiin tiiii…. es inútil viviiiir… cómo inútil seraaaaá… el quererte olvidaaaar…



    —¡Olvídate! Esto no es cosa de risa— musitó Kai, luego de reponerse de la zarandeada que le dio una de las ráfagas calóricas del monstruo con el que luchaba —A este paso no va a quedar ni el recuerdo de mí…

    El muchacho hablaba consigo mismo para no estar tan nervioso y concentrarse mejor. Pero después de nueve horas ininterrumpidas de pelea, en aquellas profundidades, tal cosa resultaba ya imposible. La presión submarina poco a poco comenzaba a mostrar sus efectos, uno de ellos en el hilo de sangre que le escurría por la nariz y las orejas. Por si fuera poco la herida en su cabeza se había vuelto a abrir, por lo que en aquellos momentos el vendaje que la cubría estaba teñido de rojo.



    Estaba de más decir que la situación para ese entonces era desesperante. Cada vez que el muchacho intentaba llegar a la superficie el monstruo se encargaba de hacerlo fracasar, acosándolo con sus inclementes ataques. No le quedaba más que enfrentarlo hasta que uno de los dos cayera definitivamente. Y a cada instante las posibilidades aumentaban en su contra. A esas alturas de la pelea se encontraba al borde del desmayo por fatiga, al contrario de la bestia, que no evidenciaba síntoma alguno de cansancio. Como una formidable máquina destructora, únicamente se dedicaba a luchar y a desgastarlo conforme al paso del tiempo.



    Al pasar velozmente a su lado la criatura consiguió aprisionar el brazo de Zeta, sosteniéndolo fijamente entre sus mandíbulas para entonces arrastrar al robot gigante por un largo trecho, golpeándolo contra el lecho marino, montículos de roca y cuanto obstáculo se interpusiera en su camino. La travesía culminó con el estallido de varias toneladas de roca reducidas a la nada cuando el Eva Z se estrelló de lleno contra ellas. Una nueva ráfaga energética vomitada por el ser acorazado remató aquél movimiento. La devastación producida por la agresividad del monstruo resultaba ser todo un espectáculo a la vista. Comenzando por la nube de polvo que levantó al estrellar al robot, la cual aún ni siquiera se asentaba cuando lanzó su rayo calórico, que hizo hervir las aguas a su alrededor hasta que se tornaron del color de la sangre, con millones de burbujas elevándose graciosas hasta la superficie, hasta donde aún llegaban los clamores de la batalla en las profundidades. Se trataba de un auténtico desfile de luces y formas hermosas, pero fatales.



    Zeta emergió rápidamente de entre todos los escombros, tomando por sorpresa a su enemigo, al que propinó un soberbio puñetazo con todo el impulso de su cuerpo. Una nueva explosión sónica sacudió el fondo del mar al momento de aquel impacto entre titanes. Ya trenzados, como estaban en ese momento, ambos contrincantes se dedicaron a un fiero intercambio de golpes y mordidas, como en una especie de pelea de perros en la que apenas si se distingue a una fiera de la otra.



    El gigante de seis patas consiguió zafarse gracias a un coletazo que colocó justo en la cabeza del robot, la cual era el blanco preferido de la porra con picos que llevaba en su extremo. Acto seguido tomó el suficiente impulso que le permitía lanzarse en picada a toda velocidad para arrollar al Evangelion. Éste lo recibió de lleno, arreglándoselas para sujetar a su agresor y así disminuir el impacto. No obstante la fuerza de aquel ser monstruoso lo hizo retroceder un par de cientos de metros mientras que forcejeaban. Un sonido hueco, como el de una bolsa de palomitas al abrirse, además de la sensación de ardor en su pecho, le avisaban a Kai que una de sus costillas acababa de romperse.



    —¡Eso debió doler!— exclamó Sophia al ver como Shigeru caía de la tarima, luego de resbalar al estar bailando de forma ridícula, completamente alcoholizado por supuesto —¡Y mucho! ¡Pero qué divertida es toda la gente de NERV!— observó, botada de la risa, mientras que entraba a la fiesta acompañada por Shinji.

    Algunos de los convidados tuvieron la suficiente amabilidad de ir a auxiliar al joven de cabello largo, quien parecía incapaz de ponerse en pie por su propia cuenta, mientras todos los demás asistentes seguían riendo por el incidente.

    —¡Pero miren nada más quienes por fin se dignaron a aparecer!— señaló la Mayor Katsuragi, un poco más eufórica y repuesta, considerando la cantidad de alcohol que ya circulaba en su sistema —¡Sophie, Shinji! Nos honran con su presencia, ¿no es así, Asuka, linda?

    La muchacha alemana simplemente resopló al ver que aquellos dos llegaban juntos a la fiesta, mientras se quitaba de encima de los hombros el brazo de Katsuragi. La mirada con la que atizó a Ikari expresaba elocuentemente sin necesidad de palabra alguna todo lo que le tenía que decir.

    —Es-espero que te guste tu regalo, Misato— pronunciaba Shinji de manera torpe y atropellada, resistiendo la imperiosa necesidad que sentía de huir de la mirada de Langley —Sophie… Sophia— corrigió inmediatamente —Me ayudó a escogerlo…

    —¡Muchas gracias, que amable de su parte!— dijo la mujer, visiblemente emocionada cuando abría la caja en la que iba envuelta su regalo —¡Unos tarros cerveceros! ¡Con lo que me encantan estas cosas! ¿Cómo lo supieron? ¡Es el mejor regalo que he recibido hasta ahora!

    —Son dos, para que puedas tomar con Kai cuando vuel…— un oportuno pisotón de Neuville lo interrumpió antes de que metiera más la pata, de lo que el chiquillo se dio cuenta al ver de nuevo la expresión tristona en la cara de Katsuragi.

    —Yo le compré esto, señorita Misato— se apuró a intervenir la jovencita americana, esforzándose por lucir la más entusiasta de sus sonrisas —Me pareció muy de su estilo, espero estar en lo cierto…

    —¡Vaya, cuanta elegancia!— pronunció Katsuragi, gratamente sorprendida al sacar de la bolsa de regalo una boina negra con bordados en rojo, la cual acomodó de inmediato sobre su cabeza con tal de probarla —¿Y bien? ¿Cómo me veo?

    —¡Le queda muy bien!— aplaudió la muchachita, satisfecha de su elección —Nunca había conocido a alguien a quien se le vieran tan bien estas cosas como a usted…

    —¡Vas a hacer que me sonroje!— se apuró a decir la mujer, entre risas.



    Mientras que las dos conversaban, y sobre todo mientras Sophia estaba distraída, Shinji aprovechó el momento para entregarle su obsequio a Asuka. De esa manera evitaba una situación que pudo resultar bastante incómoda.

    —Toma, Asuka— le dijo cuando le entregaba una cajita forrada con papel dorado y un pequeño moño rojo —Te traje esto… ojalá que te agrade…

    En primera instancia la jovencita rubia pensó que siendo la caja tan pequeña no podría ser la gran cosa. No obstante aquel pensamiento rápidamente se diluyó por la impresión de haber recibido otro obsequio, ya que tan sólo Hikari le había traído uno y de ahí en más todos los otros fueron para Misato. Una razón más para estar a disgusto con aquella fiesta, en la que nadie parecía acordarse de ella. Pero Shinji lo había hecho. ¡Qué detalle de su parte! Siendo así quizás podría pasar por alto su tacañería a la hora de comprarlo, o aún la ofensa más grave, el haber llegado a SU fiesta en compañía de la arpía Neuville. A fin de cuentas todas esas primeras impresiones se desvanecieron para dar paso a una grata sorpresa al abrir el presente y descubrir que su contenido era un encantador broche para el cabello con forma de mariposa. Un simple detalle que a la vez denotaba gran cuidado y sensibilidad de su parte a la hora de escogerlo. Al verlo, junto al muchacho que se lo daba, todo angustiado por saber si le había agradado, su corazón dio un brinco. Si hubieran estado solos bien le hubiera dado otro beso en aquel instante. Pero resultaba que no lo estaban, por lo que tuvo que contener sus ímpetus.

    —Otra vez me sorprendes, kinder— le confesó con una sonrisa de satisfacción en el rostro mientras que se acomodaba el broche en su cabellera —No me imaginaba que tuvieras tan buen gusto…

    —Creo… creo que fue más bien cosa de suerte… supongo— masculló Ikari un tanto nervioso, pero a la vez aliviado, para luego voltear hacia donde estaba Sophia, quien había podido ver casi toda la escena y ahora le sonreía, levantando su pulgar derecho en señal de victoria —Pero qué bueno que te gustó…

    —¿Y bien?— preguntó ella, una vez que lo tuvo puesto —¿Cómo se me ve?

    Ladeo un poco su largo cabello lacio, que le caía como una cascada dorada que terminaba poco después de los hombros. Solamente eso y la calidez de su sonrisa bastaba para que Ikari volviera a estremecerse en su presencia.

    —Hermosa— suspiró como en un ensueño —Digo… se te ve muy bien…



    Langley rió disimuladamente y hubiera hecho una observación al respecto de no ser porque Katsuragi la interrumpió cuando empezaba a gritar:

    —¡Rei! Reeei!— decía mientras agitaba los brazos para hacerse notar —¡Aquí estamos!

    —¿Rei?— repitieron al unísono los dos chiquillos, sin dar crédito a lo que escuchaban.

    Pero era cierto. Al poco tiempo salió de entre el amasijo de gente, tal como un gatito intimidado, abriendo sus ojos de par en par, mirando sorprendida hacia todos lados, como si todo eso resultara nuevo para ella. Casi tan extraño como le resultaba a muchos su presencia en ese lugar.

    —¡Bueno, te tomaste tu tiempo para llegar, pero de todos modos me alegra que hayas venido!— le dijo Misato, contentísima, cuando se levantaba de su asiento para ir a su encuentro.

    Ayanami aún seguía aturdida por aquél ambiente (en toda su vida jamás había estado en un lugar con tanta gente a su alrededor) por lo que apenas si pudo menear la cabeza para asentir. Miraba hacia todos lados, precavida de todo y de todos. Aunque fijándose mejor en su actitud podría decirse que más que temor aquello era más bien curiosidad. Dicho interés no dejaba de resultar bastante peculiar, dado su indeleble gesto distante e inexpresivo.



    Mientras estaba en eso, Sophia y Asuka se ocupaban en barrerla con la mirada, de los pies a la cabeza. Como si fueran una especie de sofisticado escáner de estilo, cada prenda que llevaba puesta Rei fue minuciosamente analizada por las dos. Dicha vestimenta consistía en una camiseta gris de algodón, pantalón negro ajustado, un saco largo con gorro y botas de suela plana del mismo color.

    —Vaya con la oscura…— musitó entonces la chiquilla rubia con sumo desprecio.

    —Seguro que se vino con su mejor atuendo— completó Sophia por su parte, a su lado.

    Las dos rieron de manera entrecortada, cubriéndose con una mano.

    —Según parece, tenemos algunas cosas en común— dijo la jovencita americana, retadora, cruzándose de brazos.

    —¿Tú crees?— respondió Langley, de la misma forma.

    Las dos muchachitas se observaron detenidamente la una a la otra, en un duelo de miradas. Casi al mismo tiempo volvieron a reír entrecortadamente, para enseguida reanudar las hostilidades visuales.



    —Eh… ¿Rei?— dijo Shinji, tratando de ignorar a sus compañeras —¿Qué estás haciendo aquí? Creí que no te gustaban este tipo de cosas…

    —Es que… yo…— la chiquilla no encontraba las palabras exactas para explicar la situación inusual por la que atravesaba.

    —¡Yo le ordené que viniera!— respondió Misato, una vez que terminó de vaciar lo que quedaba de una botella de ron en su vaso —No me parece nadita justo que una chica tan linda como Reicita se la pase encerrada en su casa. Al principio sólo era una ocurrencia mía y no estaba tan segura de si vendría… ¡pero hela aquí!

    —¿Es verdad eso?— le preguntó Ikari, incrédulo, a lo que Ayanami sólo contestó afirmando con la cabeza.

    —Hm, después de todo, no es más que una muñeca sin voluntad— masculló Asuka, molesta por su actitud. ¡La muy idiota! Mira que rebajarse a sí misma de ese modo. No podía creer que existiera alguien con tan poco respeto por sí misma como esa tarada.

    —Feliz cumpleaños, Mayor— pronunció Rei con su melodiosa voz, aunque tuvo que subir el volumen de su tono luego de un par de intentos, pues apenas si se le podía escuchar con la algarabía propia de la fiesta —Hice esto para usted. Es para ese crucifijo que siempre lleva puesto. El que usa ya está algo desgastado— dijo mientras le mostraba un colguije bordado.

    Por muy locuaz que el licor la pusiera, la mujer enmudeció de repente con la atención de la jovencita. Llevó sus dedos y su mirada al crucifijo de madera que llevaba colgado sobre su pecho y se esforzó sobremanera para que las lágrimas no se le escaparan.

    —Muchas gracias— le dijo, sumamente conmovida, tomando sus manos entre las suyas —¿Sabes? Esta cruz me la regaló la persona que me era la más querida, para mí… y fue precisamente el día de mi cumpleaños… hace ya muchos años…

    —Me da pena admitirlo, pero hasta ahorita me doy cuenta que siempre trae puesto ese crucifijo— admitió Langley, ajena a aquella conversación.

    —Igual yo— dijo Shinji —Es más, ni siquiera había notado ese detalle… no cabe duda que Rei es muy observadora.

    —¿Observadora? Yo más bien diría lambiscona— pronunció Sophia en un tono que para Shinji era difícil escucharle, pero con el que Asuka, un poco más cerca a ella, podía oírla con toda claridad —Parece que quiere quedar bien con la Mayor a toda costa. Sólo mira los ojitos de borrego a medio morir que le pone… ¡Qué patético! Me pregunto que querrá de ella para que tenga que arrastrarse de ese modo… algo muy bueno debe ser… o alguien…

    La muchachita europea no contestó, pero era visible como su mandíbula se apretaba y sus ojos se inyectaban de esa rabia tan recurrente en ella.



    —¡A callar, montón de borrachos!— demandó Misato al subir a la tarima y tomar el micrófono —Puede que ustedes no lo sepan, pero hoy tenemos el gran honor de contar con una personita muy especial entre nosotros…

    Al instante Ritsuko gritó emocionada, trepándose a su mesa, para luego alzar los brazos en pose triunfadora. Si entre toda la asistencia a esa fiesta había cinco personas sobrias, eso sin contar a los menores de edad, entonces nadie tendría porqué preocuparse. Pero no era así.

    —¡Tú no, mensa!— se apuró a aclarar —¡Por Dios, que alguien baje a Rikko de allí antes de que se rompa la cabeza! ¡Y ni una gota más para ella! ¿Entendido? No, no estaba hablando de Rikko… me refiero a alguien todavía más reservada y que es difícil que la veamos en cualquier reunión pública… quiero decir, mi querida y linda amiguita: ¡Rei Ayanami, señora y señores!

    En el acto, todas las miradas se volcaron hacia donde estaba sentada la chiquilla, sin que nadie pudiera creerlo. El jolgorio del festejo dio paso a los murmullos y cuchicheos de asombro.

    —Misato… ¿qué estás tratando de hacer?— pronunció Shinji sentado al lado de Rei, sumamente avergonzado, tapando su rostro con la mano.

    Asuka y Sophia lo imitaron, en tanto que Toji, sentado en una mesa al lado, comenzaba a chiflar y a aplaudir.

    —¡Bravo! ¡Así se hace, señorita Misato! ¡Viva Rei!

    Un certero zape en la cabeza, cortesía de Hikari, sentada junto a él, lo hizo callar y darse cuenta que aquello no era lo indicado y de que estaba haciendo el ridículo, además.

    —Y ahora, Rei nos va a hacer el favor de deleitarnos con una canción interpretada por esa voz tan dulce que tiene… ¡un aplauso para ella!

    El público comenzó a aplaudir, emocionado. Casi todos los que la conocían o la habían escuchado hablar (que también eran pocos) estaban seguros que era buena cantante, pero como nadie, nunca, la había escuchado cantar, no podían estar seguros de ello. Hasta ahora, que la oportunidad para demostrarlo se presentaba inmejorable.

    —Rei, por favor… no seas malita— suplicó Katsuragi, todavía con el micrófono en mano, al ver que la chiquilla no hacía intento alguno por levantarse de su lugar —Es mi cumpleaños… además… ¡es una orden!

    Ayanami suspiró, resignada, al mismo tiempo que se ponía de pie.

    —Rei, espera— dijo Shinji, queriendo ayudarla —Ella no está hablando en serio… así que no tienes que hacerlo, si no quieres…

    —Lo sé— contestó ella, caminando hacia la tarima —Y no importa… si ella así es feliz, entonces no le veo ningún problema.

    Ikari permanecía boquiabierto en tanto la miraba subir a la tarima y tomar el micrófono entre sus manos, mientras todos aplaudían emocionados. Con algunas excepciones, claro está.

    —¡Pongan la 20!— indicó Misato entonces, apurándose por llegar a su lugar. Aquello probablemente sería un evento único en la vida.

    Por supuesto, todas las cámaras de video del lugar estaban apuntando hacia la jovencita en aquél momento, pero eso no pareció importunarle en absoluto. Cerró los ojos y respiró profundamente, en tanto la pista comenzaba a sonar en las bocinas. Al instante reconoció la suave y armoniosa melodía, precedida de algunos acordes con piano. Se trataba de un arreglo moderno para una vieja canción con la que estaba bastante familiarizada.

    —Fly me to the moon, and let me play among the stars— comenzó a cantar, adueñándose por completo del auditorio.

    Era sorprendente la tersura y armonía en su voz. Un talento nato, eso es lo que tenía.

    —Let me see what spring is like on Jupiter and Mars— continuó ella, tan concentrada en su interpretación que apenas si reparaba en el efecto que provocaba en los demás.

    —In other words, hold my hand… in other words, darling, kiss me…

    Sakura lloraba conmovida sobre los hombros de su marido, sosteniendo fuertemente su mano. Al cabo de unos momentos, conforme transcurría la melodía y su emotiva interpretación, el llanto también se asomaba a los ojos de Kenji, tan duro como era y tan alcoholizado como estaba.

    —Fill my heart with songs and let me sing forevermore...

    Misato sostenía su corazón, que le daba de tumbos en el pecho, embelesada por la hermosa interpretación de Rei, en tanto que Kaji sonreía al verla, mientras fumaba uno de sus cigarrillos.

    —You are all I long for… all I worship, and adore…

    El rechinar de sus dientes impedían que Asuka apreciara del todo la genialidad de la voz de Rei, pero de todos modos aquello no le apuraba tanto como el descubrir en quién estaba pensando mientras cantaba, sobre todo aquel último estribillo:

    —In other words, please be true! In other words… I love you!

    Y era verdad que la expresión de Ayanami sufría un cambio drástico en ese determinado momento, pues sus facciones adquirían una emotividad rara de ver en ella, mientras sus ojos se posaban en un lugar indeterminado, como le pasa a alguien que no contempla a la realidad sino a un ensueño.



    El coro volvía a repetirse una vez más y entonces la canción concluía con un último “I love you” que en aquella dulce voz sonaba a una bendición. Sin duda que aquél osado que lograra la increíble y poco probable proeza de conquistar el corazón de Ayanami podía considerarse el más afortunado de cuantos hombres hubiera en el mundo, pues tendría la dicha de escucharla decir ese tipo de frases, sólo para él. Caray, y quizás hasta susurradas al oído, ¿porqué no soñar?

    Una vez concluida su participación la jovencita de ojos rojos no prestaba atención a la tanda de aplausos y vivas que se llevó mientras que bajaba de la tarima, ni tampoco a las numerosas solicitudes de una segunda interpretación. Fue a su lugar, justo a lado de Shinji, quien la observaba gratamente impresionado. Los aplausos aún no terminaban cuando el chiquillo volvió la mirada a su alrededor, contemplando a la distinguida compañía de la que gozaba. Misato y Asuka frente a él, sus amigos a sus espaldas y Sophia a su otro lado. Buena comida, buena compañía, buenos amigos y un montón de mujeres hermosas a su alrededor. Simplemente la vida no podía ser mejor.



    La vida no podía ponerse peor de lo que ya estaba, ¿ó sí? ¿Qué podía ser peor que estar atrapado en el abismo más profundo y tenebroso junto a un monstruo marino que sólo pensaba en desayunarte? Sin mencionar que durante más de doce horas has tenido que luchar por tu vida sin que te concedan tregua o descanso, que entre la fatiga y la presión creciendo a tu alrededor apenas si puedes formular un pensamiento coherente. Y no olvides esa costilla rota tuya, danzando alegremente en tu costado, haciéndote un infierno cada respiro…


    Desde hace un buen rato que cediste toda la iniciativa de la lucha y ahora a lo único que te dedicas es a intentar escapar por todos los medios posibles, esquivando golpes y rayos que de cualquier manera terminan estrellándose en alguna parte de tu vapuleada anatomía. Y aún así sigues corriendo como un cobarde, esforzándote inútilmente por poner distancia entre los dos y recuperarte siquiera un poco. Caes y te arrastras, siempre escapando, te vuelves a poner en pie sólo para ser derribado otra vez. ¿A dónde crees que vas? No tienes ni la más remota idea de en donde diablos te encuentras, y por lo que sabes no hay tierra firme en miles de kilómetros a la redonda. Estás perdido, y lo que es más, has sido abandonado a tu propia suerte. Es por eso que no tienes ninguna otra opción, más que seguir avanzando, seguir retrasando lo inevitable. Pues tus movimientos se han hecho lentos, torpes, casi cosa de risa. Ya no representas un peligro para nadie, más que para ti mismo. Es por eso que tienes que escapar, si acaso tu vida pretendes conservar.


    Algo golpea abruptamente tu espalda y mientras vuelves a caer sientes como un hierro al rojo vivo la quema. Puede que estés perdiendo la razón, pero no la necesitas para saber que una de esas condenadas ráfagas te ha dado. Una vez más vuelves a inspeccionar más de cerca el lecho marino. ¡Mira ese arrecife de coral, qué hermoso era antes de que le cayeras encima! Movido más por el miedo que por cualquier otra cosa, salvo la desesperación que se refleja en tus ojos saltones y dilatados, el sudor frío y abundante en todo tu cuerpo y tu respiración angustiada, dificultosa, atinas a reaccionar antes de que tu enemigo pueda alcanzarte. Usas por primera vez una de tus ráfagas ópticas, que de todos modos sale menguada, tal como una incontinencia de anciano. No la usas directamente contra el monstruo que se ha lanzado voraz a arrancarte la cabeza. Sabes que esas cosas no lo lastiman. Pero lo que sí pueden hacer es levantar una cortina de polvo, al dirigirlas sobre el terreno en el que estás derrumbado. Eso confundirá a la bestia por un momento, a la vez que te oculta a su vista y te da el tiempo suficiente para incorporarte y reanudar la graciosa huída, en lugar de quedarte y afrontar la humillante derrota.


    Pero, ¡oh, cruel jugarreta del destino! No has dado siquiera un par de pasos cuando ya la criatura te tiene bien sujeto de la pierna, con su hocico como un par de tenazas cerradas fijamente un poco debajo de tu rodilla. Mira que querer cegar a una bestia demoníaca sin ojos. ¿Seguro que eres el genio aquí? El bicho deforme comienza a sacudirse violentamente de lado a lado, dándole de tirones a tu pierna prisionera. Intentas liberarte golpeándolo sobre los costados, pero más parece que le estuvieras haciendo caricias, con esas ridículas fuerzas que aún quedan en ese masacrado cuerpo tuyo. El que termina traicionándote, al vencerse tu rodilla con un tronido que reverbera en tus oídos. Se ha roto, rota como un viejo palo seco y ahora tu pierna derecha ha quedado inútil, un peso muerto con el que tienes que cargar. Un potente coletazo que se cuela justo sobre tu mandíbula se encarga de ponerte en tu lugar, derribado sobre el piso. El dolor nubla cualquier pensamiento, así que mientras gritas y te retuerces presa del sufrimiento aún no te das cuenta que con la pierna rota, no tanto la tuya que es la que tanto te lastima, sino la de tu robot gigante, has quedado atrapado en ese lugar, a merced de tu enemigo. No, no lo haces, por lo menos hasta que ves a aquella espantosa abominación avanzar hacia ti, con esas enormes fauces abiertas, tomándose su tiempo para saborear tu terror.


    El interior de su hocico empieza a iluminarse en tanto que tu vista se nubla y todo se pone negro, pero todavía alcanzas a murmurar antes del gran final, agónico:

    —Se acabó…


    —Esto no se acaba hasta que se acaba— musitó Katsuragi al entrar a su apartamento, dando de tumbos y arrastrando sus palabras —Puede que la fiesta haya terminado un poco temprano… ¡Pero nuestra pijamada apenas empieza!

    —¿Temprano? ¿De qué rayos estás hablando?— le recriminó Langley al ingresar, acompañada de Hikari, apenas sosteniéndose en pie —¡Son casi las tres de la mañana!

    Shinji, Toji, Kensuke, Sophia y Rei las siguieron, en igualdad de condiciones, aunque las muchachitas no se veían tan acabadas como sus acompañantes.

    —¿Y vas a dejar que ese simple detalle te derrote? ¡Arriba ese ánimo!— expresó Katsuragi muy emocionada, teniendo cuerda para vario rato más —Yo digo que es hora de alocarnos: estoy hablando de palomitas de maíz, películas de terror, juegos de verdad o reto y el gran final, girar la botella— remarcó en tono pícaro, guiñándole un ojo a los chicos —Una pijamada en toda la extensión de la palabra… ¿quién está conmigo?

    —Buenas noches— respondió Asuka, quien junto con su amiga entraba a su cuarto para poder dormir largo y tendido, ignorando a la mujer, a quien habían dejado con un brazo extendido hacia arriba y una entusiasta sonrisa digna de una porrista.

    —¿Eh?— masculló Misato, viendo como Shinji y Kensuke las imitaban —¿Ustedes también?

    —Buenas noches— respondió Shinji, cerrándole la puerta de su cuarto en su cara.

    —¿Sophie? ¿Rei?— preguntó Katsuragi, sin bajar el brazo.

    —Buenas noches— contestaron las dos chiquillas al unísono, arropándose cómodamente en cada lado de la cama de la Mayor.

    —No se preocupe por ese montón de aguados, señorita Misato— pronunció Suzuhara, el único que se había quedado con ella —No los necesitamos para pasarla bien, mientras nos tengamos el uno al otro, ¿no cree?— dijo para luego reír nerviosamente.

    —Buenas noches— pronunció ella sin ningún miramiento, para luego meterse a su cuarto y cerrar la puerta de éste.

    Entonces el chiquillo se encontró solo en la oscuridad de aquél departamento, con todas las puertas cerradas. Permaneció de pie por unos momentos, sin decir nada, hasta que por fin dijo lo que había en sus pensamientos, desconsolado:

    —Oigan… ¿y yo dónde se supone que me voy a dormir?


    —¿Y ahora qué es lo que está ocupando tanto tu atención?— dijo Katsuragi al entrar a su cuarto y ver a Rei sentada sobre su lado de la cama, muy entretenida con algo que tenía entre sus manos —Creí que tenías mucho sueño…

    Quién ya descansaba plácidamente en brazos de Morfeo era Sophia, en el lado opuesto de la cama, dormida boca abajo con la ropa e inclusive los zapatos aún puestos. Misato no quiso molestar la tranquilidad de sus sueños por lo que tan solo se limitó a cubrirla con las sábanas en tanto que le pasaba a Ayanami uno de sus pants desgastados para que lo usara a modo de pijama.

    —Ah, ya veo… con que te topaste con el álbum fotográfico— mencionó la mujer al ver el libro repleto de fotografías que sostenía la jovencita y que revisaba con tanta meticulosidad.

    —Estaba encima de la cama cuando llegué… perdóneme por haberlo abierto sin su permiso— se disculpó ella, sumamente apenada al verse descubierta —No sé en qué estaba pensando…

    —No hay ningún problema, linda— Misato la tranquilizó, sonriendo en gesto cómplice al ver que en las páginas que tenía abiertas la mayoría de las fotos eran de Kai —Fue mi culpa por andar dejando las cosas todas desbalagadas…

    Una vez que se cambió de ropas la mujer fue a acomodarse entre las dos chiquillas, mientras Rei se ponía la pijama que se le había prestado. Tal vez dormirían un poco apretujadas, pero aquella noche el frío no sería algún problema, eso era seguro.

    —¿Y bien?— preguntó la Mayor, observando por su cuenta aquella colección de momentos capturados en papel fotográfico —¿Cuál es la que te gustó más? Pude ver algo así como una sonrisa en tu carita cuando entré…

    —Esta— señaló Ayanami, algo avergonzada.

    En un principio Misato había pensado que la muchachita escogería una de las tantas fotografías que había de Kai en medio de alguna de sus actividades deportivas. Para su sorpresa ella prefirió una en donde lo estaba acompañando, alzando su brazo en señal de victoria. El chiquillo llevaba puesto un karategi blanco y una banda del mismo color ceñida a la frente. Ambos sonreían de oreja a oreja y cuando lo hacía el infante, de no más de doce años, dejaba ver un notorio hueco que había entre sus dientes.

    —Esta es de cuando ganó el segundo lugar en el torneo regional de karate— le respondió, una vez repuesta de la impresión —También es una de mis favoritas— confesó, en tanto los recuerdos volvían a agolparse en la memoria, deseosos por salir.


    Llegar a esas alturas no había sido fácil para él. La mayoría de sus oponentes resultaron ser huesos muy duros de roer y cada uno de ellos le requirió un esfuerzo adicional para hacerse de la victoria. Había conocido a mucha gente talentosa en aquel día, dándose cuenta de lo grande que era el mundo, y lo pequeño y débil que aún era. Pero a final de cuentas era por eso mismo que el deporte le gustaba tanto. Era en ese ámbito en donde verdaderamente estaba a la par de sus contemporáneos, el único campo donde en verdad tenía que esforzarse para conseguir algo. En resumen, era en los deportes donde podía equipararse a los demás chicos de su edad, donde podía sentirse como uno de ellos. Un chico como cualquier otro, que tenía que esforzarse y practicar mucho para poder ser mejor, para alcanzar la meta.


    Sea como fuere, después de varios contratiempos su habilidad lo había llevado hasta la gran final. Sólo que en aquella ocasión el rival parecía estar más allá de su alcance. Sencillamente aquél muchacho era mejor que él, nada había por hacer. Así era como él veía las cosas, por lo menos.

    —¿Qué dices, muchacho? ¿Puedes seguir con esto?— le preguntó su maestro, al verlo como se arrastraba hasta su esquina, literalmente.

    Aunque el chiquillo se las había arreglado para conseguir hasta ese momento un empate en cuanto a la calificación por puntos, había obtenido eso regateando golpes y propiciando faltas, pero era innegable que en cualquier momento mordería el polvo. Dos arteras patadas en ambos costados, y una más en el pecho, todas coladas fácilmente, lo tenían completamente desmoralizado.

    —No… ya no puedo más…— musitó con un hilo de voz, exhausto —Este tipo de plano está barriendo el piso conmigo… digo que ya basta…

    —¿Cómo puedes decir eso?— Misato reclamó entonces, abriéndose paso hasta el tatami. Su postura y el tono de su voz demandaban atención inmediata —¿Te vas a rendir con tan poquito?

    —¡¿Poquito?! ¿Pues qué pelea estabas viendo? ¡Ese sujeto me está matando!

    —¡Yo sólo he estado viéndote temblar como gelatina! ¡Ni siquiera has intentado ponerle un dedo encima! ¿Un par de golpecitos y ya vas a salir lloriqueando como colegiala? ¡Cobarde!

    —No… es que… ¡sí peleo! Pero…— balbuceó el niño, con la cabeza gacha, escondiéndose.

    —Hm, pues yo no recuerdo haber criado a una niñita, en primer lugar… creo que me equivoqué de clase, tal vez debí haberte inscrito a un curso de corte y confección…

    —No es cierto… si yo soy bien hombrecito…

    —Ó tal vez en uno donde te enseñen a hacer la ceremonia del té… ¡apuesto a que te verías muuuy lindo, con tu kimono y todo! ¡Cómo una dulce muñequita!

    —¡Que noooo!!— berreó el chiquillo —¡Que soy bien hombrecito!

    —Uy, perdóname, creo que un mosquito pasó zumbando por mi oreja— fingió desconocimiento la mujer, poniéndose una mano tras la oreja a modo de bocina —¿Qué me decías?

    ——¡Que soy bien hombrecito!— gritó el muchacho, enfadado —¡SOY BIEN MACHO!

    —¿Ah, sí? ¡Pues demuéstralo! ¡Quiero que salgas allá y des el todo por el todo! ¿Me entendiste?— la mujer atizaba el instinto luchador del niño como si lo hiciera con una fogata, en tanto le revolvía la cabellera —Y acuérdate: ¡Hasta la victoria siempre!

    —¡Hasta la victoria siempre!— Kai vociferó fuera de sí, saliendo disparado al centro de la lona, en donde ya lo aguardaba su oponente.


    —¡Eso! ¡Así se hace!— Katsuragi aplaudía emocionada la actitud de su muchacho, en tanto el duelo se reanudaba —¡Duro con él!

    El juez dio la señal a los contendientes para que comenzaran la lucha, lo que ocurrió casi de inmediato. Misato sólo alcanzó a escuchar un grito de furia, que luego fue interrumpido de tajo por un sonido seco de golpe. En ese momento se proclamaba al ganador de la pelea, y campeón del torneo, mientras que maestros y oficiales iban a atender a un semi-inconsciente Kai, tendido sobre la lona. Una patada que fue certera a estrellarse en su rostro había decidido el resultado del duelo.

    —Auch— musitó la mujer, algo apenada —Sólo espero que ese haya sido uno de sus dientes de leche…


    —¿Y qué significa “Hasta la victoria siempre”?— preguntó Rei, bastante intrigada al respecto. Si la anécdota que le contó la Mayor le había hecho alguna gracia, cómo siempre se las ingeniaba muy bien para no demostrarlo.

    —Pues es algo así cómo un “¡no te rindas!” o “¡apunta a lo más alto!”— respondió Misato, un poco contrariada por la jovencita. Aquella historia siempre destornillaba de la risa a cualquiera que la escuchara —No estoy muy segura… es una especie de frase motivacional que repetía mucho el padre de Kai… ignoro si sea inventada o de donde la haya sacado, o si acaso está modificada…

    —Pero la hacía sentirse mejor cada vez que la escuchaba de él, ¿no?

    —Eres una muchachita perspicaz, Rei— confesó ella, meditabunda —Muy perspicaz…


    No se necesitaba ser muy perspicaz para saber que Misato de alguna manera se las había ingeniado para ponerle vino a su refresco. Y aunque lo había notado desde el momento en que probó su bebida, no quiso darle tanta importancia al hecho. Después de todo, alguna vez tendría que probar el licor, así que, ¿por qué no empezar de una vez? Las últimas dos horas que se las había pasado vomitando le daban su respuesta. Sus tripas se retorcían adoloridas y su cabeza parecía un tambor aporreado en concierto de rock. Con la cara metida en el excusado, el pobre Shinji luchaba por convencer a su estómago de que ya no había nada más en su interior que pudiera vaciar.

    Ahora que salía del baño, con ese asqueroso sabor cobrizo en la boca, le quedaba claro que tenía poca tolerancia al alcohol. ¡En su vida volvería a tomar una sola copa! En esas estaba, lamentándose mientras acariciaba su estómago, cuando una sensación de peligro lo embargó por completo. Primero fueron los sonidos de pisadas en la sala y después una sombra que vislumbró moviéndose en la oscuridad lo que lo puso en alerta.

    —¿Tampoco puedes dormir, Shin-chan?

    —¡Sophie! ¡Por Dios, casi me matas del susto!

    —Perdón, estaba tratando de más o menos acomodarme en la sala… ¿sabes algo? Lo que pasa es que los ronquidos de Ayanami no me dejaban dormir…

    —No eres la primera persona que me quiere hacer creer que Rei ronca— sonrió el muchacho —Pero sigo sin creer que ella pueda hacer algo así…

    —¡Ah! ¿Acaso no me crees?

    —Yo no escucho nada— afirmó Ikari, pegando la oreja en la puerta del cuarto de Misato —Todo parece estar muy tranquilo…

    —¡Hace apenas un rato parecía una motosierra encendida, te lo juro!

    —Parece que los dos no tenemos mucho sueño… iba a prepararme algo de té, ¿no quieres una taza?

    —¡Oye, pero qué buena idea! ¡Gracias!

    —Aunque te advierto que no me queda muy bueno que digamos— le dijo el joven cuando iba a la cocina —Así que no esperes la gran cosa…

    —Conociéndote seguro que es falsa modestia— le contestó la muchachita —Sólo haré una pequeña escala en el baño y enseguida estoy contigo.

    —Muy bien…


    El gesto animoso de Neuville se trasformó por completo apenas cerró la puerta. Su delicado rostro adquirió un aspecto sombrío en tanto que de entre sus bolsillos sustraía una fotografía. La había confiscado del álbum que horas antes Rei y Misato revisaban. Al verla de nuevo no pudo contenerse más y dejándose llevar por un súbito arrebato de furia la rompió en varios pedazos, los cuales fueron cayendo uno a uno en el retrete. Al final el retrato fragmentado de Kai fue a dar a las cañerías de Tokio 3 junto con los demás desperdicios, mientras que Sophia recobraba sus ánimos después de haber bajado la palanca, tal y cómo se lo hizo saber a Shinji cuando salía del baño:

    —¡Muy bien! ¡Ahora sí ya estoy lista para ese té!


    Aquella situación en la que estaba metida no era algo para lo que uno pudiera estar listo. Primero era el vacío total, la oscuridad que todo se lo tragaba, inclusive las mismas sensaciones. Después venían los sonidos. El de su propia respiración, nerviosa, seguida luego de murmullos y lamentos lejanos, que parecían acercarse conforme al transcurrir del tiempo. Luego eran los aromas, la espantosa fetidez de la carne putrefacta calándole en lo más recóndito de la nariz. Enseguida venían los destellos, como de explosiones, sucediéndose una tras otra. Una luz rojiza en el horizonte comenzaba a dibujar oscuras montañas escarpadas por donde quiera que la vista se posara. Y finalmente era el turno del espectáculo final. El macabro desfile de cadáveres en procesión permanente, avanzando en una bien ordenada hilera, pero sin rumbo fijo. ¿En donde comenzaba y a donde iría a terminar aquella columna de la muerte? Imposible determinarlo. Se extendían interminablemente por todo el árido paisaje, hasta donde la mirada alcanzaba penetrar. ¿Quiénes eran, hacia donde se dirigían y porqué? Ninguno de esos despojos humanos le pudo responder a Rei, cuando algunos la empezaban a rodear, curiosos por su presencia.

    —Váyanse de aquí— les dijo, sin un dejo de temor en su voz. A decir verdad, estaba casi tan tranquila como siempre, quizás porque sabía muy bien que estaba en medio de algún sueño —No tengo asunto alguno con ustedes. Sigan su camino.

    Los cadáveres la obedecieron sin vacilar, reanudando su penosa e interminable marcha. Una vez aclimatada, o por lo menos lo más que se pudiera uno acostumbrar a semejantes condiciones, la jovencita de ojos rojos los acompañó por algún trecho, sin tener nada mejor que hacer y a la vez intrigada por el significado de dicho lugar.


    No llevaba mucho tiempo caminando cuando algo volvió a llamar su atención. Se trataba de una aglomeración de esos restos andantes, reunidos en torno a algo que era lo suficientemente interesante como para interrumpir su andar y que cada vez más de esas apariciones se les unieran. Y también el estruendo que con sus alaridos ocasionaban era cada vez mayor, al punto de ser ensordecedor.

    Rei no tardó mucho en abrirse paso entre toda la multitud, dado lo curiosamente solícitas que se le presentaban aquellas criaturas a la muchacha. Estaban tironeando algo del piso, entre aullidos y lamentos. La jovencita no cabía del asombro al descubrir qué es lo que atraía a toda esa gente muerta.

    —¡Basta! ¡Déjenlo en paz!— les demandó, mientras los hacía a un lado.

    Si bien los cuerpos animados hicieron caso, todos ellos permanecieron expectantes en círculo en torno a ellos dos. Ayanami tuvo que agacharse hasta donde se encontraba para cerciorarse que sus ojos no la engañaban. Se trataba de Kai. Postrado en el piso, en posición fetal, presa de violentas convulsiones. Era una completa ruina, un despojo casi igual de patético que aquellos que los rodeaban, muy diferente al joven vivaracho que permanecía fresco en su memoria.

    —¿Kai? ¿Eres tú?

    —¿Rei?— respondió el muchacho, murmurando —¿Qué estás haciendo aquí? ¿También… también estás muerta?

    —No. No lo estoy. Y tú tampoco.

    —Pero no falta mucho…

    —¿Porqué estás en este lugar? No lo entiendo…

    —Aquí es donde pertenezco… con todos estos cadáveres…

    —¿Porqué? ¿Quiénes son ellos?

    —Todos aquellos que han muerto por mi culpa… aquí es donde merezco estar…

    Rei echó un vistazo a su alrededor, como para cerciorarse de sus palabras.

    —No— sentenció entonces —No es verdad… todas estas personas están muertas, ya es muy tarde para cualquiera de ellos. Por eso es que están aquí. Pero tú… tú aún estás vivo… aún tienes mucho por hacer…

    —Ya no— el muchacho se encogió más sobre sí mismo, escondiéndose — Ya no más. ¿Para qué seguir? No importa lo que haga, siempre acabo lastimando a alguien… lo mejor para todos es que me quede en este sitio… además, estoy muy cansado… sólo quiero quedarme aquí y dormir… dormir para siempre…

    —¿Así que eso es todo? ¿Simplemente vas a escapar?— en la voz de la muchacha no había un solo dejo de reproche ni cualquier otra cosa, salvo, tal vez, decepción.

    —Sólo quiero dormir, Rei… estoy muy cansado…

    —Puede ser… pero esto no se trata sólo de ti, por si no lo sabes.

    El silencio fue su respuesta, lo que no le impidió continuar:

    —¿Qué hay de todos aquellos a tu alrededor? Hay personas que te están esperado, Kai, que sólo aguardan a que regreses con ellos… es ahí a donde verdaderamente perteneces. A ese lugar al que llamas hogar… con todos aquellos que te quieren…

    —¿En serio? ¿Alguien… alguien está esperándome?

    —No sólo alguien… muchas personas… tus amigos… tu novia insoportable… y sobre todo, la Mayor Katsuragi…

    —Misato…

    —Así es… la persona que te cuidó como a un hijo… no sabes lo que ha sufrido desde que te fuiste…

    —Y… ¿qué hay de ti? También… ¿también me estás esperando?

    La muchacha vaciló unos instantes, antes de sincerarse:

    —¿Porqué siempre quieres hacerme decir este tipo de cosas? Claro que también te estoy esperando… a decir verdad… estaba algo preocupada por ti… es por eso que debes venir conmigo. Ten, toma mi mano— le dijo cuando lo ayudaba a incorporarse, lo que hizo dificultosamente, con todas esas heridas que tenía y una pierna rota. ¿Qué había pasado con él? —Déjame ayudarte a salir de aquí…

    —¿Cómo se supone que voy a hacer eso?

    —No estoy segura… pero sea como sea, debes hacerlo por aquellos que te esperan… tus seres queridos… y recuerda siempre esto: Hasta la victoria, siempre…— le dijo en español bien claro.


    —Hasta la victoria, siempre…— repitió Rivera, mientras despertaba de su letargo, en medio de fuertes sacudidas.

    Nada había cambiado desde que se desmayó. Aún permanecía atrapado en las profundidades abismales, a merced de un monstruo sediento de su sangre, el cual ahora forcejeaba por abrir su armadura, como si fuera alguna especie de concha. Aún tenía todas esas heridas lacerantes por todo el cuerpo, su cabeza seguía dándole vueltas, la sangre no dejaba de brotar por sus heridas y la condenada pierna seguía igual de rota. Incluso el dolor punzando por toda su existencia era el mismo, sino es que mayor.


    Pero en definitiva, algo en él había cambiado. Y así se lo hizo saber a su enemigo, recibiéndolo con un puñetazo en pleno rostro.

    —Eres tú…— masculló el muchacho dentro de su cabina, enseñando los dientes, iracundo.

    El joven piloto aprovechó el desconcierto que produjo en la criatura con su anterior golpe para sujetarla de la cola. Apenas con un giro de la muñeca lo hizo estrellarse violentamente en el lecho marino.

    —¡Eres tú!— repitió, loco de rabia, volviendo a azotar a la bestia, sólo que esta vez del lado contrario —¡Tú eres quien me aleja de todos ellos! ¡Maldito desgraciado!

    Apoyándose con su pierna sana y todavía sujetando firmemente la cola del monstruo, comenzó a darle vueltas en torno a su eje, impulsándolo como en un volantín. La abominación, si bien antes parecía feroz e indomable ahora trasmitía un sentimiento de impotencia que lo colocaba en el papel de víctima. Claro que ello no le importaba en absoluto a Kai, quien seguía vociferando como demente:

    —¡Por tu culpa es que estoy aquí! ¡Tú eres quien me aleja de todos a los que quiero! ¡Monstruo hijo de puta! ¡¡Devuélveme mi vida, bastardo!

    La criatura salió disparada en dirección a la superficie, la cual atravesó en muy poco tiempo sin poder hacer algo por evitarlo, tan sorprendida como se encontraba. Una batalla que creía ganada se había puesto en su contra y ahora ascendía por los cielos como un cohete rumbo a las estrellas.


    Zeta ni siquiera necesitó de sus piernas para alcanzarlo. Con tan sólo su Campo A.T. impulsándolo se elevó de entre el abismo y pronto ya estaba también por los aires, rebasando como un bólido a su oponente. Maniobró entonces para estrellarse de lleno con él y comenzar a caer tal y como lo haría un misil a tierra.

    El impacto fue en un islote, el que se redujo a tan solo un enorme pedazo de roca debido a la destructiva fuerza del aterrizaje. Toneladas de fino polvo flotaban por el aire levantando una gruesa columna de humo, dentro de la cual el Eva Z había caído justo encima de la bestia acorazada, quien yacía boca arriba, gravemente traumatizada. Semejaba mucho a una tortuga en la misma posición, incapaz de ponerse en pie.

    —Ya se te quitaron las ganas de pelear, ¿eh, horrendo?— musitó el muchacho, alzando el puño —¡Pues a ver qué te parece esto!

    Sus nudillos fueron a estrellarse justo en la cabeza del monstruo, la cual se cimbró por completo. En un intento por defenderse utilizó sus garras para maniatar los brazos de su atacante, sin embargo su fuerza fue abrumadoramente superada por la del robot, el que parecía un titán de leyenda desatado. Incapaz de darse por vencido quiso arrojarle una descarga calórica, teniéndolo a bocajarro. No obstante lo único que tuvo que hacer el gigante metálico para que desistiera de su empeño fue propinarle un soberbio golpe en la quijada. Así pues, otro puñetazo fue certero a estrellarse en el cráneo de la bestia. Y otro después de ese. Y varios más después de ese.

    —¡Toma esto! ¡Y esto! ¡Y esto!

    Uno a uno los puños de Zeta impactaban sobre las placas que recubrían al coloso acorazado. Y fue así que poco a poco éstas fueron agrietándose, resquebrajándose hasta fracturarse por completo. La bestia apenas alcanzó a lanzar un aullido lastimero de agonía, antes de que su cráneo se rompiera como la cubierta de una nuez, dejando al descubierto su contenido.


    En su frenesí de destrucción el muchacho no se percató de aquél hecho, el cual significaba su victoria absoluta, más ocupado como estaba en dejarle las tripas al descubierto, entre gruñidos de espanto y furia asesina. Continuó poseído por aquella saña salvaje por un rato más, hasta que el cansancio volvió a hacer presa de él.

    Ahora respiraba apuradamente, sintiendo el pecho como un horno y la cabeza a punto de estallarle, tanto por el vértigo como por el dolor.

    —Apuesto… a que no… te lo esperabas… ¿verdad, imbécil?— pronunció con dificultad —Mira que querer… matarme… ¡A mí! ¡Iluso! Ahora sólo hay que esperar a que esos puercos vengan a recogerme… yo mismo me voy a encargar de revisar tus tripas, centímetro a centímetro, hasta saber quién eres y de donde vienes… ¡monstruo del demonio! Y una vez que lo sepa voy a ir y a hacer lo mismo con todos los amiguitos que puedas tener allá afuera… ¡nomás espérate!


    Quería hacerse el valiente y el importante, pero la verdad es que en las condiciones en las que había quedado no podía darle pelea ni siquiera a una parvulita. Estaba exhausto, y gravemente herido. Lo único bueno de todo aquello es que por fin había terminado.

    En esas latitudes la noche aún tenía bien instalado su dominio sobre la bóveda celeste. No obstante, allá, en la lejanía, sobre el horizonte se alcanzaba a divisar una tenue luz que empezaba a difuminarse, trayendo consigo la esperanza de un nuevo amanecer. Una luz que a cada momento se hacía más y más brillante, desterrando a las tinieblas a su paso. Y cada vez estaba más cerca. Muy rápidamente, a fuerza de ser sinceros. Demasiado. A una velocidad inaudita. No había forma de que aquello fuera el amanecer. Más bien era...


    Una columna de fuego pasó como bólido a su lado, atropellándolo en el proceso. El Eva Z cayó hacia un lado, rodando. Lo último que Kai supo de sí es que volvía a yacer en el piso, boca arriba. Apenas si pudo reunir la fuerza suficiente para incorporarse, o eso fue lo que trató de hacer. Al final, sólo pudo levantarse un poco, apoyado sobre su rodilla sana. Lo que si pudo levantar fue la mirada. Sólo para toparse con una visión que parecía salida de sus peores pesadillas.


    Estaba a unos cuantos cientos de metros por encima de su cabeza, suspendido en el aire. Llamaradas emanando de todo su cuerpo, cubriendo por completo los más de cien metros que medía de alto. Las flamas formaban un par de alas a sus espaldas, que se extendían tanto como el pedazo de roca en el que Zeta estaba derribado. Zarpas en lugar de manos. Y una cornamenta sobre su cabeza. Despojado de toda piel y de toda carne, únicamente huesos en su haber. Un esqueleto en llamas, un esqueleto que parecía ser de un humano. De no ser por aquellas peculiaridades, como las zarpas y los cuernos.


    Las palabras se atoraban en su garganta y petrificado como estaba Kai sólo podía ser mudo testigo de semejante escena. El ser envuelto en fuego iluminaba como un sol profano las cercanías inmediatas. De hecho, era posible divisarlo a varios kilómetros a la redonda. Las cuencas vacías donde deberían estar sus ojos no podían reflejar cualquier clase de emoción o siquiera sus intenciones.

    Dejó lanzar un rugido estremecedor y de sus fauces salió entonces una bocanada de material incandescente que arrasó con todo a su paso. El Eva Z pronto se vio envuelto por aquella vorágine de destrucción. Mar, roca, e inclusive el cuerpo de la bestia acorazada, toda la materia terminaba por desintegrarse átomo por átomo al mero contacto con la ráfaga, que seguía saliendo sin descanso de la boca del recién llegado, sin importar cuanto gritara el muchacho.

    Al final, el islote entero se había evaporado, junto con varias toneladas de agua. Únicamente permanecía Zeta flotando sobre la superficie del Mediterráneo. En muy mal estado, por cierto; si bien la armadura había resistido el embate flamígero, todos los sistemas internos estaban fritos. Incluidos los de soporte vital. A semejante temperatura el LCL en su cabina había perdido todas sus propiedades y ahora el oxígeno en el interior se agotaba con rapidez, para su horror. Por si no fuera poco, inmóvil e inservible como se encontraba, el robot empezaba a hundirse en el océano, una vez más.


    Mientras eso pasaba, y antes de que el sistema de visión se fuera al carajo, entre el ruido y la estática el vapuleado piloto pudo contemplar a su agresor una última vez, flotando en el cielo como si se tratara de un astro más. Éste lo observaba indiferente cuando se hundía, pero entonces lo señaló con una de sus garras, en actitud desafiante. Justo después emprendió el vuelo, retirándose tan rápido como había llegado, perdiéndose en esa oscura noche sin luna. Rivera no podía hacer más que verlo cuando se alejaba, a la vez que seguía hundiéndose en lo profundo del mar, esperando que pudieran encontrarlo antes de que se le terminara el oxígeno. Era lo único que podía hacer.


    Al final, todos sus intentos habían resultado ser en vano. Terminaba justo donde había empezado: atrapado en un abismo, sin grandes posibilidades de sobrevivir. Dadas las condiciones no tardó mucho en sucumbir de nuevo a la tentación de la inconsciencia. Era lo más sensato, lo que cualquier persona cuerda hubiera hecho en su lugar. Escapar de la terrible realidad y esperar a ver que pasaba. Mientras tanto el tiempo seguía su curso, aún en tales profundidades. Así como el oxígeno se acababa.
     
  7.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    El Proyecto Eva
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    Acción/Épica
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    Palabras:
    18864
    Capítulo Veintidos: "Noche de Paz"

    “Look at us, we're beautiful,


    all the people push and pull but

    they'll never get inside,

    we've got too much to hide...”


    Moby

    “Beautiful”



    La tierra se estremecía con violencia, aullando casi al punto de llegar a un lamento, en tanto escupía de su interior incontables columnas de fuego, que insolentes se alzaban hasta acariciar el cielo, el que se teñía con el color de la sangre. La creación entera caía hecha pedazos, derrotada, dejando libre al terror para que instalara su dominio en todo lo existente. El gozo había sido desterrado para toda una eternidad mientras que el llanto y la desesperación eran ahora la constante que regía el orden universal.



    Allí, donde sólo era la oscuridad y el rechinar de dientes, el Eva Z se estrellaba contra el piso como una estrella caída de los cielos, dejando en su trayecto toda una estela de destrucción. En medio del cráter producido por el impacto, su joven piloto apenas si podía escapar de la inconsciencia, mucho menos de su agresor, aquél esquelético gigante envuelto en llamas que fue a caerle encima, con las piernas extendidas como una lanza.

    El robot se hundió más en el terreno mientras que el ser flamígero lo asía de los hombros, clavando en ellos sus afiladas garras que penetraron su coraza como un cuchillo caliente a la mantequilla. Las cuencas vacías en el cráneo del monstruo quedaban justo frente a sus ojos, únicamente con llamas en su interior, y cuando abrió sus fauces no fue para rugir ni atacarlo:

    Adoraron al Monstruo porque había entregado el imperio a la Bestia, y también adoraron a la Bestia...— aquella voz, si acaso se le podría llamar así a ese espantoso sonido que salía de su boca, pero que a la vez parecía emerger de todos lados y de ningún lugar en específico, no hablaba en cualquier idioma que él conociera y sin embargo podía entenderlo con toda claridad.

    —¿Quién como la Bestia? ¿Quién podrá competir contra ella?

    El coloso en llamas lo levantó por encima de su cabeza cornada y lo arrojó con saña contra el suelo, no una sola vez, sino varias. Al final colocó la planta del pie encima del Eva, que yacía boca arriba, para seguir recitando:

    Se le permitió hacer proyectos orgullosos y blasfemar contra Dios, y pudo actuar como quería...

    Una artera patada en la cabeza del Evangelion la clavó en el suelo, que cedió bajo su peso. Por su parte, una bocanada de fuego infernal disipó cualquier espíritu de lucha que aún permaneciera en el piloto.

    Se le concedió hacer la guerra contra los santos y vencerlos, y se le dio poder sobre toda raza, pueblo, lengua y nación...

    Sin más aquél monstruo de pesadilla se abocó a desgarrar lo que quedaba de lo que alguna vez fue una poderosa armadura, ahora reducida a simples cascajos humeantes. Quitaba las enormes y gruesas placas de metal tan fácilmente como se le quita sus capas a una cebolla.

    Y todos la adoraron, todos los habitantes de la tierra...



    El titán atravesó por completo el pecho de Zeta utilizando su garra, para luego sacar de su interior al piloto, el cual se retorcía presa del dolor en el puño del monstruo, convertido más en una pulpa sanguinolenta que en un ser humano. Y para su desgracia, aún permanecía vivo mientras que el gigante lo sostenía en el puño como a un muñeco. Fue en esos últimos, agónicos momentos que pudo apreciar la transfiguración de su enemigo, el que empezó a cubrirse de la carne de la que hasta entonces había estado despojado; de entre las lenguas de fuego pudo reconocer, con horror, un rostro barbado, con cabello cano... y ojos verdes... tan fríos, tan crueles y tan despiadados como los recordaba, desde la última vez que los vio.



    Una última llamarada, expulsada por la boca del monstruo, puso fin a toda la locura y el sufrimiento. Ya no había más dolor. Sólo el vacío de una oscuridad inconmensurable.



    Kai despertaba sobresaltado, bañado en sudor. El dolor que acusó en el pecho y su cabeza lo devolvió a la realidad, aunque le costó algunos momentos poder ubicarse en el tiempo y el espacio, pero finalmente pudo recordar que se encontraba volando a bordo del gigantesco Equipo F, el avión de carga que transportaba a su Evangelion.



    Empapado como estaba, el vendaje que cubría la mayor parte de su torso y su frente le resultaba todavía más incómodo, qué decir del yeso en su pierna derecha. Respiraba profundamente, buscando tranquilizarse y recuperar el equilibrio. Por ahora todo el avión parecía dar vueltas como una lavadora.

    —¿Otra pesadilla, muchacho?— observó su acompañante, un joven oficial de las Naciones Unidas —Ahora que lo veo, tal parece que tienes fiebre, chico. Lo más seguro es que alguna de tus heridas se haya infectado. Parece ser que no te administraron suficiente antibiótico, ¿eh?

    Rivera asintió con la cabeza, aunque no haya entendido ni una palabra de lo que aquél hombre dijo, y no porque no hablara su idioma.

    —Pero, ¡oye!— continuó el tipo, aparentemente sin reparar en aquél hecho —Hay que ser un poco más optimistas y verle el lado bueno a las cosas... por lo menos éste fue tu boleto de regreso, ¿no crees? Estarás en casa para Navidad, muchacho...

    El joven volvió a asentir de la misma manera, y el oficial a su vez siguió parloteando:

    —¡Eso sí que es ser afortunado! En cambio yo tendré que estar de guardia en alguna región asiática cuyo nombre apenas y puedo deletrear... y hablando de suerte, ¡vaya suerte la tuya, amigo! No tengo que repetirte que es un auténtico milagro que puedas estar aquí, frente a mí... ¡ese sí que fue todo un rescate!



    Y así fue como continuó aquel viaje, con los engorrosos pormenores de su milagroso rescate relatados en boca de aquél parlanchín oficial. Mientras tanto el avión continuaba su pesado andar por los cielos, rumbo a Japón.



    Era precisamente allí, en la tierra donde nace el sol, que un pequeño contingente ya aguardaba a la llegada del hijo pródigo, en una de las terminales aéreas del Geofrente. El pequeño, pero nutrido grupo, estaba formado casi exclusivamente de féminas de muy buen ver, entre las que se encontraban la Mayor Katsuragi y Asuka Langley, quienes eran las más ansiosas de todas, naturalmente. A su lado, apartada como siempre, Rei esperaba sentada, con la serenidad que le caracterizaba y tratando de no ponerle mucha atención al par que la acompañaba.

    —Si te maquillas un poquito más sólo te faltará la nariz roja y los zapatos grandes para trabajar en un circo, preciosa— observó Misato, cuando Langley sacaba su espejo de bolsillo por tercera vez en diez minutos.

    —Perdóname si quiero verme bonita para mi hombre— repuso la muchacha, atajando el tono hostil en las palabras de la Mayor —A diferencia de otras personas, que parece que nunca se cambian de ropa…

    —¡Por favor! ¿De veras crees que Kai va a notar tu ridícula faldita nueva, ó ese cochino perfume que te echaste antes de venir? ¡Sueña, nena!

    —Seguramente que lo hará, cuando esté acurrucada en sus brazos…

    —¿Quieres apostar?

    —¿Qué tienes que ofrecer… señora?



    Las dos estaban muy emocionadas, era cierto, pero también, cada una a su manera, estaban celosas la una de la otra. Ninguna de ellas estaba segura de a quién saludaría primero Kai a su llegada, y era eso en gran parte lo que propiciaba la disputa. Pero había otra razón que hacía actuar de tal manera a Misato, bastante bien oculta, pero no lo suficiente como para que Asuka no pudiera intuirla en cierta forma.



    Por otra parte, Shinji, sentado una hilera de butacas detrás de ella, no estaba al tanto de aquellas dobles intenciones y significados escondidos en las palabras de aquél hermoso par. Tan despistado como era siempre, no había manera en que pudiera percatarse de aquel ínfimo detalle. Solamente suspiraba al verlas, apesadumbrado. Ansiosas, emocionadas. Incluso Ayanami parecía algo inquieta. Ninguna de ellas se había puesto así por él, jamás. Pero con ese desgraciado era punto y aparte. ¡Maldito! El protagonismo que había ido ganándose entre sus bellas acompañantes, debido en parte a la ausencia de Rivera, se esfumaba tan pronto como el susodicho se iba acercando. De nuevo volvía al lugar que le correspondía, atrás, en las sombras. Donde nadie pudiera notar su presencia.



    Una lata bastante fría de refresco y bien colocada en su mejilla lo sacó de inmediato de aquel estado de autocompasión, en tanto que Sophia se sentaba a su lado, divirtiéndose de lo lindo con la reacción del muchacho.

    —¡Perdóname, pero tenía que hacerlo!— se excusaba, entre risas, tendiéndole la bebida —¡No podía dejar escapar la oportunidad! Ahí estabas tú, completamente en la luna… ¿en qué rayos estabas pensando?

    —Nada de importancia— respondió el chiquillo al abrir su refresco.

    Sin lugar a dudas el gesto de su compañera resultó ser una muy grata sorpresa, aunque no lo suficiente como para sacarlo de ese estado de depresión al que era tan adicto.

    —Mira nomás a esas tipas— masculló Neuville luego de darle un sorbo a su bebida, sentada a su lado con las piernas extendidas —¿Porqué rayos se ponen así? Parece como si fueran alguno de esos estúpidos club de fans esperando a una estrella de rock, o algo así… ¿qué tiene de especial el dichoso Kai?

    Ikari permaneció callado, pensativo. Él mismo se había hecho esa pregunta ya tantas veces...

    —Él… él es una excelente persona… y un gran amigo… por eso todos lo tienen en tanta estima…

    —¿De veras? A mí no me lo pareció, cuando lo conocí… de inmediato supe que no era más que un pelmazo arrogante… y no sé tú, pero esa sonrisa de super estrella que pone se me hace muy sospechosa…

    —Bueno, a veces es un poco pesado, no lo niego. Tampoco quise decir que era perfecto… en muchas ocasiones he sentido que me mira por debajo del hombro… de hecho, casi siempre. Además se la pasa recriminándome por las cosas que hago, las que dejo de hacer, las que digo o no digo… puede llegar a ser bastante molesto, la mayor parte del tiempo…

    El muchacho calló de súbito, al darse cuenta que se había explayado más de la cuenta y dejado al descubierto una parte de sus verdaderos sentimientos hacia su compañero. ¿Por qué lo había hecho, si siempre era tan cuidadoso al respecto? Si los demás se enteraban de lo que verdaderamente pensaba de Kai sin duda que su opinión respecto a él decaería bastante, tan popular como era aquél chico. Quizás la cercanía que por momentos experimentaba con Sophia lo hizo sentirse lo suficientemente cómodo como para sincerarse con ella.

    —¡Qué persona tan insoportable!— exclamó la jovencita —Parece de esa gente que sólo están esperando a que cometas un pequeño error para echártelo en cara… se creen perfectos, y esperan que todo mundo entre en su estándar…

    —No es así… eso no fue lo que quise decir— intervino Ikari, algo apurado —Kai es… es especial… tendrías que conocerlo para saber porqué…

    — Tal vez, pero también lo que yo no entiendo es porqué te empeñas tanto en defenderlo. Dudo que él tenga una atención de ese tipo hacia ti.

    —Pues… pues yo le debo mucho, a decir verdad… él siempre se está preocupando por mí, por todos nosotros… me ha dado muchos consejos… sí, es un buen amigo. Quizás el mejor que he tenido…

    —¿A quién estás tratando de convencer de eso, Shinji? ¿A mí… ó a ti?

    El chiquillo se quedó sin palabras, desarmado. Su acompañante podía ver a través de él como en un cristal. ¿Cómo podía defenderse de eso? ¿De sí mismo?



    Misato lo salvó sin saberlo, al llegar con los chiquillos para hacerles la indicación de que la siguieran:

    —El vuelo ya está llegando… ¡Vengan! Conseguí permiso para estar en la pista de aterrizaje.

    —Cómo si me importara— masculló Neuville al ponerse en pie, sin que la Mayor la hubiera escuchado.

    Shinji, por su parte tardó algunos momentos en reaccionar, tan ensimismado como estaba. Pero al cabo de unos momentos fue a unirse con sus compañeras, quienes ya estaban bastante adelantadas.



    El aire que soplaba en la pista era inusualmente frío para aquellas latitudes. Hasta ahora Asuka pensaba que hubiera sido mejor traer un abrigo consigo y un atuendo menos corto, una vez que sus piernas desnudas empezaban a sentir los estragos de la temperatura.

    Sin embargo, tales pensamientos rápidamente se disiparon al ver llegar a lo lejos al Equipo F, primero como un punto indeterminado en el cielo azul, que fue haciéndose más grueso hasta que pudo reconocer las toscas formas del avión gigante, así como el sonido de sus motores al descender lenta y torpemente, como eran todos sus movimientos. La pesada ave tocó tierra y poco a poco fue deteniéndose hasta quedar inmóvil por completo.



    El ansia por ver de nuevo al ser amado se apoderaba de algunas de las féminas en tanto la escalerilla de pasajeros se acercaba a la compuerta y ésta se iba abriendo. Por fin, por fin luego de tanta desesperación y sufrimiento llegaba el anhelado momento de la reunión. Pero al abrirse la compuerta para develar la maltratada estampa de Kai, los temores de Misato se habían vuelto realidad. Desde que había escuchado la noticia de que el muchacho regresaba a tierras niponas para que el Eva Z fuera reparado, un sentimiento de incomodidad se había apoderado de ella. Si es que Zeta necesitaba ser reparado precisamente en el Geofrente y en ningún otro lugar, ello quería decir que había sufrido de daños mayores. Y si eso realmente había sucedido, entonces no podía dejar de preguntarse por el estado de su piloto. Y hela allí, su respuesta, en la forma de aquél muchacho bajando las escaleras en muletas, con bastante dificultad. En ese yeso sobre su pierna izquierda. En aquél vendaje sobre la cabeza, el que todavía conservaba manchas de sangre. En la evidente pérdida de peso y la apariencia descuidada del muchacho. Y sobre todo en aquellos ojos hundidos en semejantes bolsas. Esos ojos apagados, sin brillo, sin vida. Sin nada. Vacíos.



    Asuka no pudo fijarse en tan ínfimos detalles, tan emocionada como estaba, luego de haberse lanzado al encuentro del recién llegado, corriendo. El júbilo que provocó en ella volver a ver a su novio pareció cegarla y despojarla de todo sentido común y no fue hasta que se lanzó a sus brazos, estrujándolo fuertemente, que se percató de los vendajes debajo de la camisa del muchacho y en todo su cuerpo. Rivera simplemente aulló adolorido en brazos de la chiquilla para entonces desvanecerse sobre de ella.

    Estupefacta, Langley no acertó a reaccionar sino hasta que Katsuragi la hizo a un lado sin mayores miramientos, arrebatándoselo:

    —¡Aléjate de él!— gritó fuera de sí, sosteniendo a su hijo adoptivo —¡Lo estás lastimando! ¡Santo Dios!— exclamó luego de pasarle la mano por la frente —¡Está ardiendo! ¡Pronto, traigan un doctor!

    Pese a lo que les había ordenado al personal técnico a su alrededor, la Mayor no quiso esperar a que la obedecieran y ella misma, cargando al muchacho, fue quien corrió al puesto de socorros de la terminal.



    En tanto los demás pilotos permanecieron en su sitio, desconcertados, tan sólo observando a la asustada mujer cuando se alejaba. Todo había pasado tan rápido que aún no terminaban de asimilarlo por completo. Una de las más sorprendidas era Rei, quien había notado que las heridas de su compañero eran las mismas que le había visto en uno de sus sueños. Semejante casualidad no podía ser pasada por alto, ni siquiera por ella, cuya indolencia era de sobra conocida.



    Asuka, por otro lado, seguía congelada en su lugar, sin dar crédito a lo que acababa de suceder. Shinji no pudo evitar sentir lástima de la desdichada. Después de todo, Misato había sido muy tosca con ella. Además que aquello distaba bastante de la reunión de ensueño que había estado imaginando desde hace días.

    —Asuka...

    En su afán por confortarla Ikari pretendió poner su mano sobre el hombro de la chiquilla, a lo que ésta respondió con un fuerte manotazo.

    —¡No me toques!— explotó, desquitando su rabia en el desprevenido muchacho —¡Y déjame en paz! ¡Ocúpate de tus asuntos, metiche!

    Sin más la joven rubia se retiró apresuradamente, sin siquiera voltear a ver a su compungido compañero, quien solo se acariciaba la mano sin comprender qué es lo que había hecho mal.

    —Shinji...

    Ahora era el muchacho quien salía corriendo, apenas Sophia lo llamó por su nombre. Con los ojos empañados de lágrimas, lo único que le importaba en aquellos momentos era en escapar lo más rápido y lejos posible, con tal de que sus compañeras no lo vieran llorar.

    Neuville suspiró, resignándose a seguir el curso de los acontecimientos.



    —Vaya reunión tan emotiva, ¿no?— le dijo a Ayanami, a su lado, al no tener a nadie más con quien hablar —¿Tú también piensas que a ese chico no le conviene tener una noviecita tan egoísta cómo esa? ¡La bruja sólo piensa en sí misma! Ni siquiera se dio cuenta que estaba lastimando al pobre diablo… la verdad es que al ver las cosas de esa manera, no me queda de otra más que compadecer al infeliz… no me cabe la menor duda que va a sufrir muchísimo en esa relación… ¿ó tú qué piensas, Rei-chan?

    La única respuesta que recibió de parte de “Rei-chan” fue el silencio. Nada raro tratándose de ella. Más teniendo en cuenta la sonrisa burlona en el rostro de Sophia, quien parecía que tan sólo la estaba provocando.

    —¡Está bien, olvida lo que dije! Fue mi culpa, desde un principio… rayos, es cierto que dirigirle la palabra es como hablar con uno mismo…— murmuraba la joven americana emprendiendo el camino de regreso.

    Rei fue dejada atrás por el grupo. Y no es que se le viera muy apurada por ello. En cambio permaneció serena, de pie en la pista de aterrizaje, volteando a ver el azul del cielo sobre su cabeza en tanto el viento mecía el azul de su cabello recortado a la altura de los hombros.


    En otro lugar de ubicación indeterminada una junta de personajes por demás interesantes se llevaba a cabo. De hecho no era en un solo lugar, sino en varios a la vez. No había duda de la gran bendición que resultaba ser la moderna tecnología en comunicaciones, la que ahora mismo permitía que personas separadas entre sí por miles de kilómetros y diferentes horarios pudieran sostener una conferencia en tiempo real sin tener que estar presentes físicamente en ella. A no ser por la luz que proyectaba parte de su figura en la forma de un holograma que reproducía fielmente movimientos y expresiones.



    Sin embargo, los miembros de SEELE no tenían tiempo que perder para admirar las cualidades de su nuevo juguete, tan ocupados como estaban en su reunión privada con marcado tinte elitista.

    —Y no deja de resultar bastante extraño que todo el Mediterráneo esté de nuevo bajo control de las Naciones Unidas— comentaba el rojizo holograma de Johan Schneider —Pese a que el buen Doctor Hesse parecía estar muy confiado de sus recursos…

    —Les dije que ese Merkatz era un tipo de cuidado— acotó la amarillenta representación lumínica del Almirante Ferguson —Demian no quiso escuchar mi oportuna advertencia y ahora se encuentra completamente rodeado…

    —Lo que me intriga es saber por qué razón el Doctor no utilizó a los Jinetes para impedir la toma del Mediterráneo... con su intervención la victoria hubiera sido cosa de niños…— pronunció meditabundo el haz luminoso con la corpulenta figura de Mijail Dolojov.

    —Me parece que el chico Rivera los tenía bastante ocupados— puntualizó a su vez el pálido reflejo del líder chino, Ju Chin Tao —Prueba de ello es que Zeta ya haya destruido a uno, aún cuando se requirió de dos de ellos para tan sólo derribarlo.

    Era muy obvio hasta qué punto quería llegar la junta, pero como en casi todas sus deliberaciones era el lúgubre General Lorenz quien tenía la última palabra:

    —Caballeros, no nos apresuremos en nuestros juicios. Me parece que están sobreestimando en demasía a ese muchacho, y por el contrario, desmeritan la excelente labor que hasta ahora ha hecho para nosotros nuestro buen amigo Demian— por el tono con el que hablaba y la manera en la que intervino parecía que estuviera abogando por el susodicho, cosa que no resultaba rara, puesto que era él quien gozaba de mayor cercanía con Hesse. Era tal el contacto que sostenían que no en pocas ocasiones los demás miembros de SEELE sospechaban que aquellos dos tenían su propia agenda al margen de los planes aprobados en concejo —Me parece que simplemente la reciente derrota fue algo que lo tomó por sorpresa, por lo que está tomándose su tiempo para reajustar la estrategia y sus líneas. Las posiciones en el Mediterráneo pueden ser fácilmente retomadas, en cualquier momento. No olvidemos que dichas ciudades constituyen tan sólo una pequeña franja en el bastión de la Banda Roja en el Medio Oriente. Por otro lado, el asunto de Zeta me parece que es cuestión de enfoques: es cierto que resistió los ataques de los Jinetes, pero vean en qué condiciones lo ha hecho. En el primer encuentro estuvo perdido en acción durante cuatro días. Y en éste último el daño que recibió fue tal que tuvo que regresar a Japón para su reparación.

    —Tiene usted razón, Presidente Lorenz— pronunció el impertinente y rollizo Herr Schneider, quien era una de las pocas personas en el planeta que se atrevían a responderle al General —Pero hasta usted tendrá que admitir que el nivel de poder que maneja Kai Rivera en ese robot es muy grande como para pasarse por alto… está llegando al punto en que de ser una simple curiosidad podría convertirse en un auténtico peligro para el éxito de nuestros planes.

    —Entonces lo que está sugiriendo es…— Keel divagó un poco, aún a sabiendas de a donde quería llegar. Sólo que esperaba que alguien más lo dijera.

    —Exacto— respondió De la Crouix, erigiéndose en vocero del sentir del resto de los integrantes de la junta —Es tiempo de tomar una auténtica determinación en cuanto a este chiquillo. Ye se ha estipulado que en el futuro podría convertirse en una grave amenaza, por lo que a mi parecer aquí surgen dos interrogantes: ¿se le debe eliminar, cómo el riesgo potencial que representa? Ó tal vez…

    —Ó tal vez podríamos utilizar todo ese poder en nuestro favor, tal como lo ha estado haciendo Ikari hasta ahora— completó Dolojov —Arreglar que el muchacho trabaje para nosotros nos podría reportar un gran avance en el desarrollo del plan. Y de paso nos ayudaría a deshacernos de una buena vez de esa molestia de Ikari. Ya antes habíamos planteado esta posibilidad…

    —¿Revelarle al fin la existencia de SEELE al joven Rivera? Suena arriesgado… ¿Y qué si nos niega?— preguntó Lorenz, fingiéndose contrariado.

    —Entonces nuestro dilema terminaría y él mismo habría marcado su destino, ahorrándonos el problema de tomar nosotros mismos la decisión...— acotó el Almirante Ferguson, lacónico.

    —De momento, es imperativo que el Doctor Hesse cese las hostilidades contra el Eva Z y su piloto— arguyó el honorable Ju Chin Tao —En tanto le hacemos llegar nuestra generosa oferta y recibimos respuesta.

    —Bien, en ese caso, que así sea— finalmente consintió Lorenz, más por la presión ejercida sobre él que por cualquier otra cosa —Es hora de que Kai Rivera sepa que los ojos de SEELE están puestos sobre él… y que si no se nos une, entonces morirá.



    Hay algo de intrigante en las relaciones humanas. Dicha tesis surge en el momento que se observa el trato entre individuos tan dispares en apariencia y comportamiento, tal y como lo eran aquellas jovencitas. La una hacendosa, menudita y hasta cierto punto simpática. Pero nada destacada, perdida en el promedio de atributos característicos a la población de su sexo y edad. La otra, por el contrario resaltaba de su entorno por naturaleza propia. Alta, rubia y bien proporcionada. Y con un carácter de los mil demonios. Una completa extranjera, en toda la extensión de la palabra. Y pese a ser tan disímiles, aquellas dos eran grandes amigas, de las mejores. Muy probablemente Hikari era la única amiga que Asuka tenía, a decir verdad. ¿Y porqué? ¿Quizás por que al estar juntas colaba a una de ellas entre los reflectores de la atención que por tanto tiempo le habían sido negados? O puede que fuera la dependencia que tenía alguna de las dos a los halagos y atenciones de la otra, a la imperiosa necesidad que sentía de estar junto a alguien que le permitiera destacar aún más al hacerle sombra. Ó tal vez se tratara de un sentimiento auténtico de amistad, fraternidad pura en su máxima expresión, que rompía las barreras entre ambas y colocaba al dispar en condiciones de igualdad. Quien sabe.



    El caso es que las dos se llevaban de lo lindo, y por increíble que fuera la muchachita japonesa se había vuelto una suerte de confidente para la joven rubia, durante el transcurso del tiempo que llevaban de conocerse. Langley no tenía a nadie más a quien contarle sus penas ni con quien desahogarse cuando el desencanto la abrumaba. Y pese a que en aquellos momentos en particular su amiguita lucía despreocupada, bailoteando de un lado a otro de la cocina con gesto complacido, Hikari era muy buena para escuchar y de vez en cuando proporcionar algún consejo, cuando estaba a su alcance el hacerlo.

    —No puedo creer que de veras estés haciendo esto— pronunció la joven europea, quien a diferencia de su compañera lucía terriblemente abatida, recargada sin decoro alguno sobre la silla de la cocina —Creí que sólo las muchachas de las caricaturas les hacían galletitas y esas porquerías a los fulanos que les gustan…

    —¡Por supuesto que no!— acotó Hikari, reuniendo los moldes que necesitaba una vez que la masa estaba lista —Puede que no sea muy original, pero de que es un muy buen detalle, lo es. Además, recuerda que por el estómago se llega al corazón…

    —Sí, pero… ¿con galletas de arroz?

    —¡Son las favoritas de él y de su hermana!— contestó la chiquilla sonriendo, en tanto cortaba la masa extendida sobre la mesa con la figura de los moldes —De hecho las galletas son más para la hermanita… a él le compre el nuevo disco de Home Made Kazoku… le encantan, ¿sabías?

    —¡¿Qué?!— pronunció Asuka, levantándose de su asiento, bastante sorprendida —¿Me quieres decir que fue por eso que nos quedamos a acampar en ese apestoso centro comercial donde iba a ser la venta especial? ¿Para que ese cretino pudiera tener su CD autografiado? ¡Creí que me habías dicho que era para ti!

    —¡Porque si te hubiera dicho para quién era no hubieras querido ir!— contestó su amiga, entre molesta y divertida —Además yo ya tenía planeado ir desde hace tiempo, y pues como me caíste tan de repente aquí a la casa no tuve más opción que llevarte… lo siento, pero era eso o que durmieras en la calle…

    Langley se limitó a encogerse en su asiento, taciturna.

    —Perdón, no quise que sonara tan feo— la abrazó Hikari, luego que puso las galletas en el horno y se percató del estado de su huésped —Sé lo que pasó y cómo te sientes, pero tienes que darte cuenta que con huir no se arregla nada y algún día tienes que volver a casa… y mientras más esperes más difícil será… mira, si quieres antes de ir a esa cena navideña puedo acompañarte hasta el hospital. Puede que Kai ya haya recuperado la conciencia y así podrás pasar la Nochebuena con él. Suena bien, ¿no?

    —No, no quiero— repuso la joven rubia como si tuviera diez años menos, escondiéndose entre los brazos de su amiga —Esa mujer estará allí, y no quiero volver a verla… ella y esa bruja de cabellos azules y ojos rojos están conspirando para quitarme a Kai… jamás me había sentido tan humillada en toda mi vida… ¡Y frente a Shinji y Sophia, por si fuera poco!

    —Amiga, en serio que eres todo un caso— arguyó Hikari, soltándola para entonces mirarla con aire de reproche —¡Tu novio está hecho talco en una cama de hospital y lo único que te preocupa son tus estúpidos celos! ¿Qué rayos sucede contigo, en esa cabeza tuya? Cuando te pones a hablar de esa manera a veces pienso que sólo andas con Kai para molestar a Ayanami… cualquiera diría eso, al escucharte…

    Tal y como una colegiala regañada lo haría, Asuka mantenía la cabeza gacha, avergonzada. Pero también meditabunda. No obstante se vio interrumpida al momento de que su amiga le aventara un delantal en la cabeza. Desconcertada, la alemana recogió la prenda del piso e interrogó con la mirada a la chiquilla que se lo había arrojado.

    —Póntelo— le ordenó en su característico tono de “representante de la clase” (ó “inn-cho”, cómo se les conoce en el Japón) —Tú también le vas a obsequiar algo hecho por ti misma a esa persona tan especial para ti, en esta Navidad…



    Como tantas otras veces lo había hecho, Misato quiso hacerse la disimulada y fingir que no había visto a Kaji una vez que pasó incidentalmente a su lado por uno de los largos corredores del Geofrente. Y como tantas otras veces, Ryoji no quiso que aquello lo desalentara y se apuró a darle alcance a la Mayor Katsuragi, quien hacía una rabieta interna por la mala suerte que tenía al habérselo topado.

    —Vaya, vaya— musitó el sujeto a manera de saludo, luchando por llamar la atención de aquella hermosa mujer que apuraba el paso —Parece que alguien me ha estado evitando las últimas semanas… ¿me pregunto porqué será?

    Y en efecto, si antes sus tratos no eran del todo cordiales, a raíz del descubrimiento que ambos hicieron tras “La Puerta del Cielo” éstos se habían vuelto del todo nulos, situación propiciada en gran parte por Katsuragi.

    —Será porque alguien no quiere tener nada que ver contigo ni tus negocios turbios— puntualizó la Mayor, sin siquiera voltear a verlo.

    —Al escuchar eso, de ti, se rompe mi corazón— contestó él, tan socarrón como siempre, y más aún, satisfecho al notar que aún había cierta posibilidad de diálogo —Y yo que compré esta botella tan cara de champagne para poder pasar juntos la Nochebuena…

    —Pues que te aproveche, tendrás que conseguir a alguien más para compartirla. Tratándose de ti, no creo que sea mucho problema— dijo Misato, tajante, sin ceder un ápice. Ó por lo menos eso era lo que creía —Yo ahorita no estoy de humor para fiestas… y si me disculpas, me dirigía al hospital, así que con tu permiso…

    —Por más que lo intentes, no puedes protegerlo de lo que no conoces, Mayor— pronunció Kaji a sus espaldas, al momento en que la mujer tomaba su elevador, despojando a sus palabras de todo cinismo y toda charlatanería.

    —¿De qué estás hablando?— preguntó entonces Katsuragi, deteniendo el elevador. Lo que la alarmaba más era la seriedad de su acompañante, la cual sabía muy bien era rara en él y sólo se presentaba cuando algo de veras le preocupaba —¿Qué es lo que sabes tú?

    —No mucho, casi lo mismo que tú— admitió el sujeto, en parte contento porque Misato volviera a interesarse en lo que tuviera que decir —Averiguarlo es parte de mis “negocios turbios”… pero lo que sí está comprobado es que hay ciertos poderes… personas muy peligrosas… que tienen puesta su atención en Zeta y en su piloto… y algunas de sus facciones más radicales no lo contemplan con muy buenos ojos…

    —¿Porqué estás diciéndome todo esto? ¿Qué estás pensando hacer?

    —Porque quiero que tengas cuidado. Porque es tu deber cuidar a ese muchacho, Misato— aclaró Ryoji, con la vista perdida —Y mi deber es cuidarlos a ambos… no dejaré que nada los lastime, te lo prometo… pase lo que pase, cuidaré a tu familia… a tu felicidad. Es una promesa.

    —Kaji… no entiendo— pronunció dificultosamente la mujer, casi balbuceando.

    —Conserva la botella, es tu regalo— una sonrisa melancólica se asomó al rostro de su antiguo amante en tanto que ponía en sus brazos el vino y la empujaba al interior del elevador, para despedirse de ella mientras que las puertas se cerraban —Feliz Navidad…



    Las puertas cerraron y ahora, sola en el elevador que ascendía la superficie, Misato lidiaba con el nudo en su garganta y en su estómago. ¿Qué había sido todo eso? ¿Sobre qué la había querido advertir? ¡Maldito Kaji! ¡Cuánto lo detestaba! Si sabía algo, ¿porqué no podía decírselo simple y llanamente, sin rodeos ni misterios? Por si no fuera suficiente con Kai, ahora aquél desgraciado se sumaba a la lista de sus preocupaciones. ¡Maldito sea! Aunque lo presentía de cierta manera, ella no podía saber en esos momentos que pasaría algún tiempo hasta que volviera a saber de aquél sujeto.



    Sus reflexiones fueron cortadas de tajo por el tono de su celular llamando. Haciendo malabares con la botella y su bolsa fue que consiguió contestar el aparato:

    —¿Bueno? Sí, soy yo… ¡¿Qué?! ¿Está hablando en serio? ¡¿Cómo es eso posible?! ¡Bastardos inútiles, buenos para nada! ¡Enseguida voy para allá!

    Colgó rabiosa, para entonces jalar de sus cabellos, desesperada.

    —¡Ese maldito chiquillo endemoniado! ¡Juro que lo mataré en cuanto lo encuentre! Así por lo menos sabré donde está todo el tiempo…



    —Brrrrr… no sé porqué, pero de un de repente sentí un escalofrío canijo por toda la espina— musitó Kai, frotándose con ambos brazos.

    —Te digo que es mejor que te regreses al hospital— contestó Kenji, a su lado —Dudo que a la Mayor Katsuragi le vaya a hacer mucha gracia que te hayas salido antes de que te dieran de alta… además, sólo falta verte para saber que necesitas descansar… ¡Estás hecho un asco, tipo!

    En efecto, Rivera ya tan sólo era una ruina de sí mismo. Cansado, ojeroso, delgado y desarrapado, se sostenía difícilmente en sus muletas y con tanto vendaje encima parecía ser parte de alguna exhibición del antiguo Egipto.

    —No tengo tiempo que perder— masculló el joven Katsuragi, sumergiéndose en una montaña de hojas con datos y reportes, desentendiéndose del asunto —Los tres días que estuve noqueado fueron todo el descanso que me puedo permitir. Las posiciones al sur del Mediterráneo están sostenidas con alfileres y se requiere de mucho poder para mantenerlas en su lugar…

    —¡Quién lo fuera a pensar! ¡Tan sólo escúchate!— exclamo su subordinado, entre atónito y divertido —¡Ya suenas como todo un soldadito, Teniente!

    —No me estés jodiendo— repuso el muchacho de mala gana, avergonzado pues Takashi tenía toda la razón —Muchas vidas dependen de que Zeta vuelva a estar en pie cuanto antes.

    —Daremos lo mejor de nosotros, pero aún así está difícil— acotó el técnico japonés con la seriedad inherente en él en lo que al trabajo se refería, observando a lo lejos el arduo proceso de reparación del vapuleado Eva Z, en el que todos los empleados de la División trabajaban afanosamente —Por lo pronto es seguro que pasaremos aquí Navidad y Año Nuevo…

    —Lamento escuchar eso— contestó el chiquillo, apesadumbrado. Últimamente sólo le causaba molestias a la gente que lo rodeaba.

    —El trabajo es el trabajo, no te apures— Kenji se apresuró a responder —No siempre nos la podemos pasar de fiesta… que por cierto, hubo varias mientras no estabas, ¿lo sabías?

    —No…— musitó, desinflándose aún más de lo que ya estaba.

    —Ah… de todos modos… no fueron la gran cosa, a decir verdad… además— Takashi divagaba en su intento por enmendar los rumbos de la conversación —¡Eso no importa! La verdad es que la primera vez que vi a Zeta cuando llegó, casi me muero del susto. Nunca me imaginé que lo vería en ese estado. Y es que, ¿qué poder en la Tierra podría ser capaz de dañar semejante máquina de esa manera?

    —Es una de las cosas que tengo que averiguar antes de volver a irme…

    —Lo bueno es que parece ser que lo peor ya pasó, ¿no crees?

    Obviamente Kenji hablaba sólo por hablar, o por hacerlo sentir mejor, pero de cualquier manera Kai estaba muy consciente de que lejos de haber terminado, lo peor apenas estaba por llegar. Fue por eso que decidió pasar por alto semejante impertinencia y concentrarse en el trabajo.



    No obstante, vio interrumpida su labor por el ruido que provocaba un par de risas femeninas un nivel más debajo de donde estaba. Al asomarse un poco por el barandal frente a él pudo ver que se trataba de Sakura y la nueva piloto, Sophia, quienes parecían enfrascadas en una conversación bastante entretenida dado el tono y los gestos que compartían. Pese a que no podía escuchar la plática ésta pareció interesarle en sobremasía, pero particularmente Sophia era quien llamaba su atención.

    —Mira a esas dos— comentó Kenji, a sus espaldas —¿A poco no se ven tiernas platicando de esa manera?

    —A mí me cuesta trabajo creer que esa muchacha sea la misma Sophia Neuville que conocí en Nevada— respondió Katsuragi —¿Y qué se supone que está haciendo aquí?

    —Vino a pedirle a Sakura una receta para un pastel de Navidad… esas dos se llevan de maravilla, ¿sabías? Bueno, de hecho Sophie-chan se lleva muy bien con todo mundo, la chiquilla es un derroche de simpatía…

    —No me refería a eso… quiero decir que si acaso le permiten que esté husmeando en este lugar cuando le plazca, donde se le antoje…

    —Pues… ¡por supuesto!— Takashi lucía contrariado por tal cuestionamiento —Igual que todos los demás pilotos, cuenta con autorización para estar en esta área… ¿es que acaso no debería tenerla?

    Mientras tanto, ignorantes de la expectación que provocaban un piso más arriba, las dos féminas parecieron dar por terminada su conversación, despidiéndose ambas con un afectuoso abrazo para que entonces cada quien tomara su camino. Mientras Sakura se dirigía al interior del hangar Neuville se encaminaba en dirección contraria para salir de allí, cuando aparentemente se percató de que era vigilada. Las miradas de los dos jóvenes chocaron en ese instante, y fue entonces que Rivera pudo reconocer cierto rasgo de la muchacha en sus recuerdos, al sentir su fiera mirada atravesarlo como un cuchillo bien afilado. Dicha hostilidad, inexplicable para una jovencita de su edad, era el atributo con el que más la identificaba.

    —No, está bien… es sólo que… no me siento muy cómodo sabiendo que puede ir y venir cuando le pegue la gana— musitó Kai —No sé por qué, pero hay algo en ella que me da mala espina…



    Estaban en esas cuando Maya arribó a cobrarles una visita. En cuanto la vio cruzar por el umbral de la puerta, Kenji se fue alejando de manera discreta y casual, aunque no lo suficiente como para que la joven técnica se percatara de sus intenciones. No le quedó más remedio que suspirar, resignada, abrazando el legajo de documentos y discos de datos que llevaba consigo. Ya se había hecho a la idea de que algo así sucedería cuando llegara. Era por eso que la mayor parte del tiempo evitaba ir a esa parte en específico del complejo de NERV.

    —¡Hola Kai! Aquí te manda la Doctora Akagi el resultado de los análisis que MAGI hizo a las muestras que trajiste— Ibuki no perdió tiempo en formalidades y fue directo al grano desde un principio. Así podría irse de ese sitio lo antes posible, pues la situación también era bastante incómoda para ella.

    —¡Eso fue rápido!— observó el muchacho cuando le hacían entrega de todos los documentos, ávido por devorar su contenido —Muchas gracias, Maya, y también por la molestia de traerlos hasta acá… pudiste mandarlos por la red, de cualquier forma…— nada tonto, Rivera estaba al tanto de lo que sucedía en su entorno.

    —La doctora insistió en que trajera los resultados personalmente, estaba muy intrigada con ellos y quería saber de inmediato tu impresión sobre ellos— aclaró a la vez que parecía estar excusándolo —Todas estas muestras con las que llegaste son un material bastante peculiar. Al principio no teníamos idea, pero los análisis que les hicimos han abierto todo un nuevo horizonte en nuestra investigación. Nunca imaginé que pudieran estar vinculados a nuestro trabajo de alguna manera, pero así fue… supongo que eso hizo que las cosas fueran un poco más fáciles…

    Pese a que el cadáver de la criatura que había derrotado fue convenientemente reducido a la nada por el ser en llamas que después lo atacó, Kai había descubierto que algunos tejidos habían quedado entre los nudillos del Eva Z, los suficientes como para tomar unas muestras y aplicarles los consecuentes análisis, además de todas las mediciones y datos que había recabado con el equipo de cabina.

    —Ya me lo sospechaba, con lo poco que pude dilucidar mientras estaba en la Fuerza Expedicionaria— añadió el joven Katsuragi, ojeando los resultados en sus manos —¿Qué es esto del “Código Rojo”?

    —Fue de esa manera que MAGI designó al padrón genético de la criatura, para su identificación— señaló Ibuki —Dado que todas las lecturas resultaron ser diametralmente opuestas a la de los Ángeles… pero observa esto, es lo más interesante de todo lo que descubrimos… apenas si podíamos creerlo, allí en el laboratorio… una longitud de onda que anula el Campo A.T. ¿Puedes creerlo? ¡Una especie de Anti-Campo A.T.! ¡Esto era lo que todo mundo buscaba hace quince años! ¡Y ahora nos llega justo en las narices, cuando hemos dejado de buscarlo! Irónico, ¿no crees? Todos estamos muy emocionados con estos datos, tenemos a nuestras mejores mentes trabajando en una forma de duplicar el efecto…

    Rivera ya no estaba escuchándola, sin importarle estar siendo descortés. Aquél descubrimiento también lo había dejado atónito, pero al mismo tiempo aclaraba muchas cosas para él. ¡Un Anti-Campo A.T.! ¡Pero por supuesto! ¡Por eso ninguno de sus ataques con Campo A.T. funcionó en esos bichos! ¡Diablos!

    —Ahora que lo pienso— Maya continuaba hablando, sólo que para entonces el chiquillo volvía a prestarle atención —Es bastante curioso… todo nos indica que lo que sea con lo que te hayas enfrentado en el Mediterráneo, es todo lo contrario a un Ángel, ¿cierto? Pero entonces, y según recuerdo, en la tradición religiosa lo contrario a los ángeles eran…

    —¿Demonios?— completó Katsuragi, palideciendo.

    —Suena lógico, ¿verdad?— por su parte Ibuki lucía despreocupada, interesada en cuestiones más prácticas del asunto —Yo también creo que así es como deberíamos llamarles de ahora en adelante… algún día tendremos que ponerles un nombre, y no puedo pensar en uno mejor que ese…

    —Puedes quedarte con el crédito si quieres, Maya— respondió Kai mientras le pasaba otro legajo de documentos —Aquí tienes mis primeras observaciones, puedes decirle a la Doctora Akagi que le mandaré un reporte más completo una vez que revise los resultados con más detenimiento. Mientras tanto, señalé algunos puntos que quisiera que MAGI se enfocara a determinar…

    —De acuerdo, entonces lo mejor será que vuelva a mi puesto cuanto antes, aún queda mucho por hacer antes de que se acabe el turno— pronunció la joven técnica, aprestándose a retirarse del lugar —Por cierto, Kai, ¿no crees que deberías tomarte la noche libre para ir a casa? Así como estás, una ducha no te caería nada mal. No es por ofender, amigo, pero la verdad es que… apestas…— sentenció ella, tapándose la nariz para dar mayor realce a sus palabras.

    El chiquillo lucía contrariado con la revelación, y apenas si atinó a decir torpemente:

    —¿De veras?— pronunció avergonzado, a la vez que levantaba su camisola del hospital para olfatear su rancio hedor corporal.



    “¿Qué es lo que estoy haciendo?”

    Se preguntaba Rei a sí misma, sin dejar de lado su labor por aquella incógnita. Sola en aquella ratonera en la que vivía, como siempre, se sorprendía a sí misma en una tarea cuyo propósito ó utilidad le eran desconocidos. Y pese a ello, aún no cesaba en su inexplicable afán. Seguía trabajando, inmersa en una especie de trance, tal y como hacía muchas otras actividades durante el día. Gran parte de su vida había transcurrido en dicho estado, actuando por mero reflejo.



    Cosía. Algo que había aprendido desde su infancia temprana, en la época que vivía enclaustrada, rodeada de veladoras, crucifijos y demás imágenes religiosas. Una de las tantas otras cosas que las monjas le habían enseñado, pero que no realizaba desde hace mucho tiempo. Desde que había regresado al Japón con el Comandante Ikari, sepultando su asfixiante pasado. Renegaba de las creencias que le fueron impuestas, así como de todo lo demás que pertenecía a aquella antigua vida a la que había decidido olvidar, darle la espalda. Y aún así, hela allí, cosiendo afanosamente a mano como si aún tuviera a la Madre Dolores a sus espaldas, supervisando su labor; y sin siquiera darse cuenta cuándo o porqué había comenzado.



    Ya desde aquél entonces sus “hermanas” le habían advertido de lo débil que era el lazo que unía su alma a su cuerpo, comparándolo con el del resto de las demás personas. Puede que su presencia física estuviera a salvo dentro de los muros del convento, cumpliendo puntualmente sus deberes. Pero su alma flotaba allá a lo lejos, vagando libremente por territorios ajenos e inexplorados. Temían que llegaría el día en que ésta ya no volvería, perdiéndose en el infinito para siempre mientras que dejaba atrás, olvidada, su cáscara terrenal. Así pues, entre punto y punto, sin detenerse jamás, la pregunta seguía siendo la misma de hace varias horas:



    ¿Qué estoy haciendo…? ¿Pues qué mas? Escuchando a la voz de tu corazón. ¿Mi corazón? Así es, atiendes sus anhelos más profundos. ¿Por qué? Porque de esa manera encontrarás aquello que has perdido, aquello que tanto has buscado. ¿Qué estoy buscando? Aquello sin lo cual eres un ser incompleto, imperfecto. Llamas por él en un grito ahogado, esperando a que alguien responda, esperando poder encontrarlo. Esperando, siempre esperando… ¿Por qué siempre estoy esperando? Por encontrar la respuesta… Respuesta… ¿Respuesta a qué? Al significado de tu existencia…



    Con más de treinta niveles de profundidad en su haber, el elevador sencillamente se convertía en una herramienta primordial en el Geofrente, sin la cual colapsaría. Pero su importancia no radicaba solamente en el transporte de personal. También constituía un punto de encuentro bastante común entre los empleados. Aunque en muchas ocasiones, dichos encuentros no resultaban del todo agradables, tal y como lo constató Sophia al abrirse sus puertas y encontrarse cara a cara con Kai Rivera.



    El sentimiento de repulsión mutua fue instantáneo, al sólo contacto de la mirada. Estuvo muy tentada a no subir y esperar al siguiente, pero a fin de cuentas la prisa que llevaba le impidió hacerlo, lo cual hubiera sido lo más prudente. Terminó por subir al condenado elevador, optando por ignorar a su acompañante y pensar en cosas felices para hacer el trayecto más llevadero.



    No había transcurrido ni un minuto cuando se percató que aquello resultaría imposible. El silencio en sí mismo constituía una fuente más de abundante incomodidad. Eso sin contar la horripilante, nauseabunda sensación que le daba el tener los ojos de ese bicho fijos en su espalda, recorriéndola de pies a cabeza, deteniéndose en su trasero… ¡Qué horror!

    —Y… ¿qué te ha parecido Japón, hasta ahora?— preguntó el joven Katsuragi con mucha dificultad, tanto por el esfuerzo que tenía que hacer para mantenerse en pie y porque el silencio también le estaba resultando terriblemente incómodo. Baste aclarar que su vista estaba fija en el techo del elevador y que jamás se había posado en las posaderas de su compañera.

    —De maravilla, hasta hace poco…— respondió la joven de largo cabello negro, sin voltear a verlo —Supongo que siempre debe haber algo malo con cualquier lugar…

    —Ya lo creo— contestó Rivera, cansado, pasando de la indirecta —Pero así es esta vida, muchas veces se tiene que aprender a lidiar con situaciones en las que no se está a gusto, cuando no hay más remedio.

    —Supongo que las personas a tu alrededor saben de eso, ¿no?

    —Puede que sí— una vez más volvía a esquivar la embestida —¿Y cómo está Mana, por cierto? ¿Has tenido noticias suyas?

    —Se encuentra mucho mejor ahora que no tiene que estar pensando a todas horas en un patán insensible…

    Al volver a escuchar otra agresión en su contra Kai suspiró profundamente. En su expresión no había otra cosa que cansancio.

    —No es sólo por eso que estás tan enojada conmigo, ¿cierto? Por más que lo intento, no puedo recordar haberte hecho algo que justifique el resentimiento que me tienes…

    La jovencita calló, luchando por contenerse, para no asestarle un buen puñetazo en pleno rostro a ese farsante. Lo consiguió. Pudo más la buena voluntad de la época y que en tales momentos y circunstancias no podía darse el lujo de pelear con aquella bestia.

    —La verdad es que tú tampoco eres mi persona favorita— continuó Rivera —Pero tal parece que de ahora en adelante tendremos que pasar bastante tiempo juntos, así que lo mejor será tratar de llevar la fiesta en paz, ¿de acuerdo?

    —¿Qué quieres decir?

    —¿Aún no has recibido tus órdenes?— preguntó consternado, para luego responderse a sí mismo: —Ah, es cierto, soy yo quien debe dártelas… pues resulta que en cuanto Zeta esté completamente reparado tendré que volver al frente… y tú y Beta vendrán conmigo…

    Neuville volvió a quedarse callada, con la cabeza gacha.

    —Allá afuera la cosa está muy difícil y te guste ó no sólo nos tendremos a nosotros mismos… no habrá nadie más en quien puedas confiar, créeme… por eso, si es que queremos sobrevivir a toda esta locura lo mejor es que nos empecemos a llevar mejor, ¿no crees?— le dijo mientras le tendía su mano.

    —A diferencia tuya, yo sí soy una soldado bien entrenada y también sé lo que tengo que hacer— por primera vez en toda la conversación Sophia se volvía para encararlo, con aquella mirada tan hostil que siempre le dedicaba al muchacho —Cumpliré con todos mis deberes, aún si implica que tenga que pelear a tu lado… pero lo que nunca haré será darle la mano a un bastardo apestoso como tú…



    Nunca antes Rivera había agradecido tanto la intervención del destino como aquella vez en la que las puertas del ascensor se abrieron de par en par, habiendo concluido su largo y angustiante trayecto. Por fin estaban en el primer nivel. La joven no tuvo la atención de esperar a que su lastimado acompañante saliera del cubículo, tan sólo despidiéndose con un sarcasmo más:

    —Hasta luego, Teniente… tenga cuidado en el camino a casa…

    Y sin más, se fue. Kai en cambio tardó un poco más en salir del aparato, pero una vez fuera, se hizo una observación:

    —Apestoso… hasta ella lo notó… tal parece que sí necesito ese baño, después de todo… y encima de todo la condenada ni siquiera me deseó feliz Navidad…



    Ya para esas horas, en aquella Víspera de Navidad, no había mucha actividad en el Geofrente, con la consabida excepción de la División de las Naciones Unidas. Dado el prolongado tiempo de paz que se había adueñado de la ciudad desde hace un par de meses, los altos mando de la agencia no tuvieron mayor empacho en permitir que gran parte del personal, salvo el verdaderamente indispensable, se tomara el día libre para disfrutarlo con los seres queridos. Y era por ello que Gendo y Ritsuko podían trabajar tranquilamente, tal y como lo estaban haciendo en aquellos momentos.

    —En verdad le agradezco mucho su ayuda en esto, Doctora— le decía el comandante a sus espaldas, estando ella sentada frente a una consola, programando comandos a gran velocidad —A pesar de la fecha que es hoy… espero no estar interrumpiendo nada importante…

    —Para nada— se apuró a contestar Akagi —Lo único que me espera en casa son un par de gatos, Comandante Ikari, y se las arreglarán bien sin mí… usted, por otra parte…

    —Tiene toda la razón… no sé que haría si no estuviera aquí— respondió Ikari, sardónico.

    —Está listo— anunció cuando se hacía a un lado para dejarle ver a su acompañante la pantalla del aparato —Con esto debería ser suficiente…

    —Quedará perfecto con esto— pronunció Gendo, sumamente satisfecho con la labor de la científica —Su ayuda me ha sido de mucha utilidad, doctora…

    —Si acaso usted me lo permitiera, podría ayudarle en muchas otras cosas… Comandante Ikari…

    Gendo tan sólo arqueó una ceja ante aquellas palabras de la mujer, para luego sonreír con malicia mientras se cruzaba de brazos.



    Sola en casa con el pingüino. Aquella Navidad no podía ser más deprimente. Asuka había sido llevada al hospital casi a rastras, tan sólo para encontrarse que Kai se había fugado de allí. Quiso creer que estaría descansando en casa, pero tampoco fue así. Seguramente que estaría en el cuartel, en ese caso. Zeta necesitaba ser reparado con urgencia, así que lo más probable es que estaría en el hangar, trabajando en ello. ¿Verdad? No es como si estuviera pasando ese día tan especial con alguien más, ¿cierto? Sobre todo con cierta flacucha mosca muerta de ojos rojos. No, claro que no. Pero… ¿y qué tal si…? ¡Basta! Hikari tenía razón. Esos celos suyos estaban fuera de control. No había razón alguna para desconfiar de Kai ni para temerle a cualquier otra pelafustana que quisiera arrebatárselo. Mucho menos a la lela de Ayanami. Ahora por lo único que se tenía que preocupar era por confortar a su novio y ayudarlo en esos momentos tan difíciles. Estar a su lado para que nunca se sintiera desamparado. Eso era lo que tenía que hacer.



    Mientras tanto, Pen-Pen, su única compañía en la casa, la observaba desde el otro extremo del departamento, confundido. Al darse cuenta de que era vigilada, la joven rubia se decidió por distraerse un rato mientras se daba ánimos para ir al Geofrente, para lo que llamó al ave para jugar con él, cosa rara en ella:

    —¡Ven, Pen-Pen!— dijo al ponerse en cuclillas, aplaudiendo para llamar la atención del animal —¡Aquí, pingüinito! ¿No quieres jugar?

    El pajarraco titubeó por momentos, indeciso, pero finalmente optó por escapar aterrorizado, refugiándose en su nevera. Aquello fue el colmo para la muchachita europea. Hasta ese estúpido bodoque relleno de plumas la dejaba sola.



    No pudo seguir compadeciéndose pues el timbre de la puerta, presionado varias veces, la interrumpió. ¡Maldito Shinji! ¿Por qué carajos nunca se llevaba las llaves?

    —¡¿Acaso crees que soy tu portera ó por qué siempre tengo que estarte abriendo, tarado?!— rugió la muchacha apenas abrió la puerta, viendo una vez más en el joven Ikari algo en lo cual desquitar su frustración.

    —Ah… perdón por eso… es que no me llevé las llaves cuando me fui y…— balbuceó Kai en el quicio de la puerta, aturdido por el regaño —No pensé que…

    Langley palideció al ver la maltrecha figura de su novio en lugar de la de su atolondrado compañero, sintiéndose todavía más avergonzada al contemplar su expresión fatigada.

    —…¡Kai!...— apenas si acertó a exclamar, haciéndose a un lado para dejarlo pasar al interior del apartamento —¡Perdón, perdón! ¡Pensé que era el inútil de Shinji, tienes que perdonarme! Yo… yo…

    Por su parte Rivera estaba más entretenido en echar un vistazo, recorriendo con mirada nostálgica su hogar. El añorado hogar, del que había estado ausente apenas un mes. Pero para él cada día lejos fue como un año transcurrido.

    —La casa se ve más grande— observó el muchacho, que de haber podido de buena gana se hubiera tirado al piso a llorar de felicidad. Pero no podía —Cambiaron el acomodo de los muebles en la sala, ¿verdad?

    —Sí… Hikari me prestó el otro día una revista donde salían consejos de feng-shui para acomodar los interiores… últimamente no he tenido mucho que hacer…

    Si acaso alguien los hubiera visto de lejos jamás hubiera pensado que aquellos dos fueran pareja, dado el trato ajeno con el que se dirigían, además de la tirantez de la situación.

    —Y… ¿cómo han estado las cosas por aquí?

    —Muy aburridas, más que de costumbre… pero… ¿tú cómo te sientes? ¿No crees que deberías pasar unos días más en el hospital?

    —No, no le veo el caso. Me siento mucho mejor ahora. Además hay mucho por hacer, no tengo tiempo para estar echadote en una cama de hospital. De hecho tan sólo vine para echarme un regaderazo y por un cambio de ropa…

    El eco que hacían sus muletas al dirigirse a su cuarto fue el único sonido que pudo escucharse entonces. Asuka permanecía de pie en su lugar, vacilante, observando un envoltorio debajo del arbolito navideño de plástico que estaba debajo de la mesita de centro. También quería ofrecerle su ayuda… pero algo se lo impedía. Por otro lado, Kai se detuvo en seco antes de abrir la puerta del cuarto.

    —Perdón por lo que pasó cuando llegué— musitó el muchacho, cabizbajo —No recuerdo muy bien qué fue lo que pasó, pero sí sé que debiste desilusionarte… perdóname por ser tan debilucho… no pude regresar de una pieza…

    —¡No! No digas eso, nada fue tu culpa— contestó Langley con la voz quebrada —Fui una tonta, me emocioné de más. No me di cuenta de lo lastimado que estabas… en ese momento sólo pensé en mí y por eso terminé lastimándote más… es sólo que yo… yo te extrañé muchísimo, todo este tiempo… ¿porqué nunca llamaste, tonto? Ni siquiera un maldito e-mail para saludar… nada… me empecé a imaginar cosas…

    —Lo siento. No tenía permitido comunicarme al exterior. Asuntos de Inteligencia Militar ó algo por el estilo, qué se yo— respondió Katsuragi, rascándose la nuca —Pero… yo también te extrañé mucho…

    Con pasos torpes e inseguros la jovencita fue a su encuentro, para al cabo de unos momentos ser recibida con los brazos abiertos, igual de temerosos y vacilantes que ella. El abrazo pudo ser cualquier cosa, menos afectuoso. La pareja parecían dos absolutos desconocidos a los que las circunstancias obligaban a acercarse de aquella manera. Después de tanto tiempo sin haberse visto, sin haber hablado… ¿y era todo lo que podían hacer ahora que finalmente estaban juntos? ¿Qué había entre los dos que les impedía estar del todo juntos? Aunque había una muy buena razón para que, por lo menos Asuka, guardara cierta distancia. Y así se lo hizo saber su acompañante:

    —Ya lo sé, ya lo sé— masculló Kai, haciéndose a un lado —Apesto, no tienes que decírmelo… por eso necesito tanto ese baño…



    El muchacho entró sin más al cuarto de baño, dejando afuera a la adorable rubia. Ella volvió la mirada una vez más hacia el raquítico árbol de Navidad que Misato se había sacado en una rifa. Se hizo del envoltorio adornado con un listón que había bajo sus ramas plastificadas, mientras renegaba de su indecisión pateando el piso.

    —¡Pero qué estúpida soy!



    Por otro lado, mientras que lidiaba con los pormenores esperados de tener que desvestirse y bañarse con tanto vendaje encima, el semblante de Rivera lucía todavía más abatido, y no tanto por el esfuerzo físico:

    —Así que tú tampoco pudiste entenderlo— murmuró apesadumbrado, una vez que completó la faena de quitarse la camisa de encima —Esto que traigo en mí, que me está devorando por dentro…



    En lo que ya se le había hecho un hábito (ó vicio) a lo largo de su corta vida, Shinji estaba desorientado, indeciso sobre su proceder. ¿Había hecho bien en ir a ese lugar? ¿Qué esperaba lograr ahí, de cualquier manera? Además no había que olvidar qué día era ese. Si acaso había algo que odiara más que la Navidad, eso era tener que salir en Navidad. La festividad hacía algo con la gente, embriagaba de felicidad a todo mundo. Tantas personas bienintencionadas, todas luciendo esos estúpidos rostros alegres en compañía de aquellos a los que amaban, y deseándole lo mejor a cualquier hijo de vecino con el que se cruzaran, tan sólo le recordaban lo desdichado que era en comparación. Y no había modo en que necesitara que alguien se lo restregara en la cara. Para eso se tenía a sí mismo.



    Miraba con ojos de envidia a toda aquella linda gente desfilando a su alrededor, todos tan felices, todos con su expresión idiota que parecía ser indeleble de sus caras… todos lo evitaban. Hacían hasta lo imposible por no voltear a ver a aquél desdichado paria antisocial, a aquél enfermizo chiquillo introvertido que con su semblante depresivo ensuciaba la brillantez de la fiesta. Para ellos era mejor hacer de cuenta que no existía. ¡Malditos! ¡Cuánto los detestaba! ¿Qué carajos estaba haciendo en ese condenado lugar, de cualquier manera? Mejor irse antes de que…

    —¡SHIIIIIIIN-CHAAAAN!!!

    Aquel grito ensordecedor, aderezado con un tono meloso, lo detuvo en seco cuando pretendía abandonar el sitio. Eso y también la forma tan brusca en que había sido tacleado, lo cual había provocado que ahora estuviera tirado en el piso.

    —So… ¡¿Sophia?!— pronunció aturdido por el golpe que se llevó, teniendo a la susodicha colgada del cuello —¿Estás loca ó qué? ¡Por poquito y me matas!

    —Eso te sacas por pretender dejarme plantada, gruñoncito— le contestó la chiquilla entre risas, sin soltarlo por un solo momento.

    —¿Y se puede saber qué es lo que tanto te divierte?— inquirió Ikari, intrigado pero a la vez irritado por la expresión de la muchacha, pensando que estaba siendo objeto de alguna pulla.

    —¡Pues que por fin pude verte enojado!— respondió ella de buena gana —¡Y te ves tan lindo cómo me lo imaginé!

    El chiquillo quedó enmudecido por semejante respuesta. En efecto, era rara la ocasión en la que se permitía ese tipo de desplantes en público. La mayor parte del tiempo se la pasaba reprimiendo esas manifestaciones de sentimientos, mal vistos por los demás, precisamente por temor a despertar el rechazo de quienes lo rodeaban y con ello, sin darse cuenta, mendigar por algunos mendrugos de simpatía ajena. Era debido a eso que se le hacía tan difícil de creer que pudiera seguirle simpatizando a alguien aún estando enfadado. Pero entonces llegaba aquella chica y soltaba eso, así nada más…

    —¿De veras lo piensas?— volvió a preguntarle, sin dar crédito a lo que había escuchado.

    —¡Claro que sí! ¿Me estás llamando mentirosa?

    —Bueno… en ese caso… muchas gracias… es la primera vez que alguien me dice algo como eso— musitó Shinji, feliz y nervioso a la vez.



    Hasta entonces se daba cuenta que tenían todas las miradas de alrededor fijas sobre sí. Y cómo no iba a ser eso posible, pues los dos seguían tan tranquilamente echados en el piso del andador, en pleno centro de la ciudad, el que de forma insólita lucía bullicioso, casi como el de una ciudad de verdad. Algunos los reconocieron, pues la mayor parte de la gente que pasaba eran empleados de NERV. Otros no, pero de cualquier forma no era impedimento para que tan singular parejita fuera el blanco de su atención.

    —…la juventud de estos tiempos…

    —…¡qué descaro!...

    —…parece que alguien va a tener una muy feliz Navidad, esta noche…

    —…se gustan y no son novios, se gustan y no son novios…

    —…se ven bastante cómodos, a decir verdad…

    —… ¡No los veas, Kana-chan!...

    —… ¿qué no son…?

    —…sí, sí son…

    —… ¡no lo sabía!...

    —…ni yo…

    —… ¿desde cuando?...

    —… ¿tan pronto?...

    —…no tiene ni un mes que llegó y ya anda en esos pasos…

    —…así son los jóvenes de ahora…

    —…tienen que vivir con toda clase de excesos…

    —… ¿qué tiene ese flacucho que no tenga yo?...

    —…pues quién fuera ellos…

    —… ¡sinvergüenzas!...

    —…tener otra vez esa edad…

    —…yo no lo creo…

    —…sí, tener quince es un asco…



    Sophia pasaba de semejantes comentarios con relativa facilidad. Los cuchicheos de gente ociosa no podían alcanzarla jamás. Pero con Shinji era punto y aparte, tan sólo bastaba con ver su expresión para saberlo.

    —¿Quizás deberíamos ir a un lugar con menos gente?— propuso ella gentilmente.

    —Conozco el lugar perfecto— respondió Ikari al cabo de unos momentos.



    El crepúsculo se dibujaba en todo el horizonte, pintando el lienzo del firmamento con cálidos tonos anaranjados y rojizos. Completaba la composición, haciéndola casi perfecta, la sombra que proyectaban los edificios y las lucecitas que se iban encendiendo de una en una, salpicando las moles de concreto y metal como un enjambre de luciérnagas, en una ciudad enfiestada que se preparaba para la noche. Semejante vista invitaba al descanso, a la reflexión. Y también al asombro.

    —¡Qué hermoso!— pronunció Sophia, extasiada.

    —La mejor vista de la ciudad, te lo aseguro— dijo Shinji por su parte —Aunque es mucho mejor cuando los edificios comienzan a levantarse del piso… es algo increíble… pero sólo pasa justo después de un ataque, cuando se revoca el estado de emergencia en la ciudad.

    —Me gustaría mucho poder verlo… contigo…

    —A mí también— contestó el muchacho, sonriéndole.

    Miraban embelesados el panorama a la vez que degustaban el pastel de Navidad que Sophia había hecho para la ocasión, tendidos en el mismo mirador a donde Misato lo había llevado recién que había llegado a la ciudad. Era la ciudad que él mismo había salvado, le había dicho. La ciudad que tanto luchaba por defender. Pero para ser sinceros, nunca tomó esas palabras en serio. Sólo un estúpido como Kai tomaría en serio semejante cursilería. No, si Shinji pilotaba, y a esas alturas podía reconocerlo cabalmente, era por ganarse la aceptación de las personas, aún cuando fuera su pellejo de por medio. Ya fuera la de su padre, la de Misato, Ayanami, Asuka e inclusive la del mismo Kai, en cierto nivel, cada vez que se trepaba en ese robot monstruoso a jugarse la vida lo hacía buscando la aceptación de todos ellos. Ser piloto de Eva era la única manera en la que podía obtener aprecio y reconocimiento de los demás. Aparentemente era lo único que podía hacer bien. Tales eran sus convicciones para acceder a participar en ese juego demente por la supervivencia de la raza humana. Y por un tiempo le había bastado con eso. Pero aún así… aún así…

    “…ella sigue rechazándome…”

    ¿Por qué? ¿Por qué nunca podría ser lo suficientemente bueno para ella? Por más que tratara y tratara nunca podía alcanzar su corazón. ¿Qué tengo que hacer para que por fin me aceptes? ¿Ó es que nunca lo harás? El mundo entero podría irse al demonio, y aún así tú seguirías…



    —¿Sigues pensando en lo que pasó con Langley?

    Aquella pregunta salida de la nada lo tomó por sorpresa, tanto por lo repentina como por lo acertada que era. El muchacho se trabó, sin encontrar palabras para contestar.

    —Ya no te tortures— siguió ella —Tú hiciste lo correcto. No hay nada malo contigo. Ella es la del problema, no tú…

    —Es sólo que… yo… yo siempre me preocupo tanto por ella…— finalmente Shinji pudo articular enunciados, aún cuando fuera de manera entrecortado —Y aún así, ella continúa despreciándome… ¡ya no lo soporto!

    —Entonces deja de permitirlo. Deja de permitir que esa persona te siga lastimando. Tan sólo déjala ir… de esa manera ya no podrá hacerte daño…

    —No lo entiendo… creo que nunca lo entenderé… ¿qué fue lo que hice mal?

    —Nada. Tan sólo fijarte en una persona que no valía la pena. Una persona ciega y estúpida que no pudo ver la maravillosa persona que tenía frente a sí…

    —Todo es su culpa… siempre ha sido su culpa…

    —¿Quién?

    —Todo sería tan diferente, de no ser por él… ¡Si tan sólo él no estuviera por aquí! ¡Si tan sólo él no existiera…!

    —¿Quién?

    —¡Kai! ¡Siempre ha sido él! ¡Humillándome frente a todos! ¡Haciéndome lucir como un idiota! Todo estaba tan bien sin él, pero en cuanto llega todo vuelve a ser “Kai esto, Kai lo otro…” ¡Me enferma la manera en la que todo siempre tiene que girar en torno a él! Cómo… Cómo…

    —Vamos, ya casi lo logras. Sólo dilo. Di lo que sientes… ¡Dilo!

    —¡Cómo lo detesto! ¡Lo odio! ¡Tan sólo quiero que se muera! ¡El desgraciado hijo de perra! ¡QUIERO QUE SE MUERA!

    Bueno, aquello había sido perturbador… horriblemente perturbador. Pero también resultó ser un ejercicio por demás estimulante, desembarazarse de esos sentimientos que llevaba cargando desde hace tanto tiempo. El muchacho jadeaba, eufórico. Se sentía liberado y extrañamente ligero. No estaba del todo seguro si debía reír o llorar por aquella emoción que llenaba su ser como una maravillosa droga corriendo por sus venas.

    —Se siente bien, ¿verdad?— preguntó Sophia, a su lado —Dejarte de poses y sacar a la luz tus verdaderos sentimientos…

    Ikari simplemente asintió con la cabeza, demasiado aturdido como para hablar.

    —Así es mejor… ser sincero con uno mismo— continuó Neuville en tanto su compañero se reponía de la impresión —Todos tenemos algo de oscuridad en nuestro interior, supongo… nada de lo que debamos asustarnos… por el contrario, se debe aceptar esta parte de nosotros mismos… abrazarla con gusto, y sobre todo, encontrar alguna manera de desahogarla, de enfocarla. Por que si no, terminaremos siendo consumidos por ella, destruidos en el proceso…

    —Nunca dejas de sorprenderme, Sophie— pronunció su compañero cuando pudo hacer uso del habla de nuevo —¿Cómo es que sabes tantas cosas?

    —Puedes llamarlo mi experiencia personal… aunque la verdad es que también aprendí mucho de una gran persona que siempre ha estado a mi lado… ¡Y vaya que sus consejos me han servido! Así que de ahora en adelante, procuremos aceptarnos a nosotros mismos, con todos nuestros defectos… incluso lo malo y lo feo que haya dentro de nosotros… no demos la espalda a nuestros sentimientos, seamos sinceros con ellos… ¿te parece?

    —Pero…¿qué si las personas llegan a temerme precisamente por esa oscuridad dentro de mí? No creo que pueda soportar esa clase de rechazo…

    —¡Al diablo las personas!— repuso ella firmemente —¿Te digo algo? Desde que te vi por primera vez, con sólo mirarte a los ojos supe que eras parecido a mí… porque tú también tenías una parte mala, oculta dentro de ti… fue esa oscuridad escondida la que hizo que me gustaras tanto…



    Pese a la seguridad con que hablaba, la chiquilla no pudo evitar sonrojarse al pronunciar aquellas últimas palabras, más al percatarse que tenía fija la mirada de Shinji sobre ella. En efecto, el muchacho la miraba embelesado al fragor del frenesí de emociones que experimentaba su acelerado corazón. Todo le parecía un sueño: el fantástico paisaje frente a sí, el dulce sabor en su boca del pastel del que ahora tan sólo quedaban migajas, el cielo anaranjado encima de su cabeza y aquella hermosa muchacha a su lado, que parecía ser una con el todo, con esa adorable expresión avergonzada en su rostro mientras le sonreía… aquella misma jovencita que se le acababa de declarar… era demasiado perfecto para ser verdad… como para comprobarlo, Ikari posó su mano sobre la de ella, asegurándose que no se trataba de una alucinación. Y entonces, dándole rienda suelta a sus deseos, la tomó entre sus brazos para poder besarla detenida y apasionadamente. Era un beso típico de quinceañeros. Ansioso, desenfrenado, salvaje, pero a la vez inocente, lleno de la pureza y ensueño propios del primer amor. Ya no era más una prueba, un juego. A diferencia de sus dos primeros besos, ése definitivamente era el primero que tenía con alguien que correspondía a sus sentimientos. El primero que tenía por amor. Y era precisamente eso lo que lo hacía el mejor de cuantos había tenido. Por un instante casi divino, todo el mundo, la creación entera fue borrada por completo para darles cabida tan sólo a ellos dos, para que fueran lo único que pudiera existir en ese entonces. Y era así que todo estaba bien en el mundo.

    —Shinji… eso fue…— balbuceó Neuville una vez que se separaron, en tanto recuperaba el aliento —¿Qué fue… eso?

    —¿No eras tú la que decía que fuera más sincero con mis sentimientos?— le contestó mientras sujetaba su mano.

    La jovencita sonreía a la vez que lágrimas cristalinas rodaban por sus mejillas, sosteniendo fuertemente la mano que la sujetaba. Pese a todo, ¡finalmente sus sentimientos lo habían alcanzado! Ahora era ella quien se abalanzaba sobre su compañero para poder depositar en sus labios un tierno y prolongado beso.

    —Feliz Navidad, Shinji— dijo ella una vez que terminó, con la frente recargada en la suya, sus narices rozando, sonriéndole con aire soñador.

    —Feliz Navidad, Sophia…— contestó él de la misma manera.



    —¡Salud!

    Las tres copas chocaron entre sí al unísono, produciendo un sonido casi melódico, para que enseguida su contenido fuera descontado de un sorbo por sus portadores.

    —¿Así que ese cretino no tuvo los pantalones para enfrentarte, luego de todo lo que anduvo diciendo de ti por todo el cuartel?— preguntó Makoto en tanto se servía otra tanda de cognac —No me sorprende de ese imbécil…

    —¡El muy cobarde!— Shigeru estrelló su rencoroso puño en la palma de su mano, en gesto amenazante —La próxima vez que lo vea deberé darle una o dos lecciones de cómo se comporta un verdadero hombre.

    —¡No, por favor, muchachos!— decía Maya por su parte, avergonzada y suplicante —No vale la pena, en serio… eso ya quedó en el pasado, tengo mejores cosas en qué preocuparme… y ustedes también, así que no quiero que anden peleando por ahí por mi culpa, ¿entienden?

    Los tres técnicos compartían la mesa en casa de Ibuki, en una cena especial a la que sólo ellos estaban invitados. Al no tener familia ni pareja sentimental de momento, encontraban en sus mejores amigos la compañía idónea para pasar aquella Navidad. El pavo relleno de importación que Maya preparó con tanto esfuerzo hacía mucho que había sido despojado, así que la reunión entraba a la etapa que era animada al calor de las copas.

    —¡Tú no te apures, Maya querida!— exclamó Aoba, pasándole el brazo por los hombros para sujetarla —Estoy seguro que una mujercita tan linda y simpática como tú pronto encontrará a alguien que la haga feliz…

    —¡Shigeru, pero qué cosas dices! Y apenas una semana después de que rompiste con Allison— respondió la joven, un tanto aturdida por el gesto de su amigo —Si no me conocieras tanto, diría que me estás coqueteando, señor…

    —Se hace lo que se puede, chaparra— le dijo en tanto paseaba su mano sobre su cabello para despeinarla.

    —¿Y cuando fuiste a ese lugar pudiste ver como estaba el Eva Z?— preguntó Makoto, interrumpiendo sin querer el ambiente fraternal. Hacía ya unos días que se le veía alejado y meditabundo.

    —La armadura no sufrió mayores daños, como era de esperarse— contestó Ibuki de buena gana, pero intrigada por la actitud de su amigo —Pero según supe, todos los sistemas internos se fastidiaron en el combate y deben ser reemplazados… además tú mismo viste cómo quedó el pobre Kai…

    —Hablando de eso, ¿qué es lo que te sucede, cuatro ojos?— inquirió Shigeru a su vez, decidido a aclarar las cosas —Has estado muy raro desde que Kai llegó…

    Hyuga vaciló por unos momentos, quedándose callado y reflexionando sus palabras antes de responderles:

    —Con los Ángeles de vacaciones, últimamente he tenido mucho tiempo para pensar… en las señales que parece que el mundo nos está dando… lo que quiero decir es que… ¡tan sólo fíjense en lo que pasa a nuestro alrededor! Todos los monstruos a los que nos hemos enfrentado, todas las veces que nos hemos salvado por un pelo de la aniquilación total, todas estas guerras… y ahora, por si no fuera suficiente, el Eva Z, que se suponía era el máximo poder sobre la Tierra, es vencido y aplastado por estos nuevos bichos…

    —Demonios— aclaró Maya, buscando extender el uso del nombre que les había puesto.

    —¿A dónde quieres llegar, Makoto?— volvió a preguntar Aoba, para luego apurar su copa de un sorbo.

    —Muchas cosas están pasando… y lo que yo me pregunto es, al ritmo al que transcurren esta clase de eventos… ¿acaso estaremos aquí el próximo año para celebrar Navidad? ¿Han pensado que ésta podría ser la última Navidad para todo mundo?

    Listo. Estaba dicho. Las cartas fueron puestas sobre la mesa y ahora los tres jóvenes permanecían callados, cada quien sumergido en sus pensamientos. Hasta que Shigeru volvió a tomar la palabra:

    —¡Vaya! Tal parece que nunca cambiarás, mi buen Makoto… siempre has sido así, desde que te conocí en la universidad…

    —Siempre pensando en el futuro, angustiándote por un mañana que no estás seguro si llegará, ¿verdad?— dijo Ibuki por su parte.

    —Pero…

    —¡Todo está bien, amigo!— lo interrumpió su compañero, tomándolo por el cuello —Éste es el presente, y vivirlo y disfrutarlo al máximo es lo que en realidad importa… acerca de lo que sucederá después, sólo tienes que saber que pase lo que pase, estaremos juntos hasta el final… eso tenlo por seguro…

    —Así es… de ahora en adelante vivamos todos los días cómo si fueran el último día… sin arrepentimientos, sin dejar nada inconcluso… aún tienes algo qué decirle a la Mayor Katsuragi, ¿recuerdas?

    —¿Ah, sí?— pronunció Hyuga, más repuesto y con mejor semblante —¿Y qué hay con la Doctora Akagi?

    —¡Por favor, no sigan ó me van a hacer llorar!— y en efecto, tal y como estaba no hubiera sido raro que Aoba comenzara a derramar lágrimas —Justo ahora que estoy solo cómo un perro…

    —Eso no es cierto… tú mismo lo dijiste: nos tenemos a nosotros. Y estaremos juntos hasta el final, ¿recuerdas?— le contestó Maya de inmediato, tomándolo de las manos.

    —Es cierto— masculló él —Juntos hasta el final…

    —¿Qué tal otro brindis?— propuso Ibuki, llenando su copa y la de los demás —Por una muy feliz navidad…

    Los tres chocaron sus copas en tanto se deseaban de todo corazón el uno al otro una:

    —¡Feliz Navidad!



    Reposó plácidamente la cabeza sobre la suave almohada, recuperando el aliento. La tersa sábana contra su piel desnuda se sentía de maravilla. Y el agotamiento físico, lejos de abatirla, la hacía sentirse eufórica. ¡Aquello era el paraíso, sin lugar a dudas!

    No habían transcurrido ni cinco minutos cuando una vez más ese hombre volvía a ponerse encima de su cuerpo desnudo, que yacía siempre disponible a acceder a todos sus deseos. Era voraz e incontenible. Un dios de la masculinidad encarnado, eso es lo que era para ella. Volvió a arremeter y ella volvía a aceptar gustosa su embestida. Sus piernas alzadas rodeaban la cintura de su dios, mientras sus uñas se clavaban en su espalda. En el tumultuoso caos de dos cuerpos fundiéndose en uno solo, él susurró dulcemente a su oído:

    —Feliz Navidad, Doctora Akagi…

    —Feliz Navidad… Comandante Ikari…



    Últimamente parecía que la vida no era más que una sucesión constante e ininterrumpida de dolor. Hasta tomar un maldito baño constituía todo un suplicio tal y cómo se encontraba, masticado y escupido. En aquellos momentos hasta un muñeco de trapo tenía mejor apariencia que él. Y mejor humor, sin lugar a dudas.

    Adolorido y recostado sobre su cama, pero eso, limpio y fragante, Kai luchaba por vencer su cansancio y no caer dormido… había tanto por hacer y tan poco tiempo disponible… además no era justo que él descansara plácidamente mientras los demás trabajaban a marchas forzadas en un día tan especial como ese. Tan sólo… tan sólo descansaría, por un pequeño momento, los párpados que sentía tan pesados. No más de dos minutos. Únicamente quería sentir, aunque fuera por poco tiempo, la sensación de la cama en la que hacía semanas que no dormía. Era tan suave, tan cómoda, nada comparada al sucio catre en el que tuvo que dormir mientras era parte de la Fuerza Expedicionaria. Además, olía a Misato… tal vez podría esperar hasta que ella llegara… tenía tantas ganas de verla… tal vez… tal vez ella sí entendería… pero por ningún motivo… bajo ninguna… circunstancia… tenía que… caer… dormido…



    El tono de su teléfono celular al ser marcado lo sacó del país de los sueños justo cuando comenzaba a roncar. De una manera nada considerada ni amable. Con el desconcierto y la premura típica en alguien que es despertado de improviso, así fue cómo el muchacho se levantó para contestar el llamado. Con algo de dificultad, teniendo en cuenta su condición. Se apuraba en contestar pues suponía que algo habría pasado en el hangar durante su ausencia. Pero al averiguar en la pantalla de su aparato quien hacía la llamada, la prisa que tenía se duplicó.

    —¿Sí? ¿Diga?— respondió al aparato.

    Al otro lado de la línea la persona llamando permaneció en silencio, vacilante. Nerviosa.

    —¿Rei? ¿Rei, eres tú? ¿Qué pasa? ¿Estás bien?

    —…Sí…sí— le contestó Ayanami —Sólo… sólo quería saber si puedes salir… sólo un momento, prometo no tardar demasiado…

    Eso sí que era una sorpresa para el muchacho. Una sorpresa bastante inoportuna.

    —No lo sé… así tan de repente— decía de forma atropellada —Estaba por ir al cuartel… no tengo mucho tiempo… tal vez mañana…

    —…sólo tienes que bajar unos minutos… estoy frente a la entrada de tu edificio…

    Katsuragi entonces se asomó por el balcón del cuarto, constatando la presencia de la jovencita en el referido lugar. Allí estaba ella, sola al amparo de la noche, aguardando a que bajara. Al momento en que se vieron los dos alzaron la mano, saludando. La hubiera invitado a subir, pero luego recordó que Asuka estaba en la casa.

    —De acuerdo— por fin asintió el joven —Enseguida estoy contigo… no tardo…

    —Bien…

    Y así, sin más, ambos colgaron. Rivera apenas si podía creerlo, mientras se ponía una chamarra de algodón para salir. Rei. Justo ahora. ¿Qué estaba pasando? Pronto lo tenía que averiguar, aún si para ello tenía que hacerse de cualquier excusa para salir del departamento sin levantar sospechas:



    —¡Ahorita vengo, voy por unas fresas con crema!— anunció, fingiéndose despreocupado mientras se apuraba a salir tan rápido como su condición se lo permitía.

    —¿Fresas con crema?— inquirió Langley, obviamente desconcertada por el aviso.

    —Eh… sí… de un de repente tuve este antojo loco y no me quiero quedar con las ganas… ¿quieres que te traiga unas?

    —No, gracias… es más, sería mejor que yo te las trajera, ¿no crees? Así cómo estás no es muy prudente que salgas a la calle… más a estas horas…

    Kai quedó anonadado por varios instantes luego de oír esas palabras. ¿Había escuchado bien? ¿Asuka Langley se estaba ofreciendo para traerle comida? Definitivamente las cosas habían cambiado bastante en su ausencia.

    —Podré estar en muletas, pero eso no me convierte en un inválido, ¿sabes? Creo que aún puedo tomar el maldito elevador para bajar a la tienda y enfrentarme al refrigerador para arrebatarle unas estúpidas fresas con crema… no es nada del otro mundo, en serio…

    —Sólo trataba de ayudarte, es todo— le contestó la muchacha, contrariada por su actitud.

    —Lo sé… y te lo agradezco… perdón por hablarte así, es sólo la frustración que traigo— dijo Rivera por su parte, frente a la puerta, un poco antes de salir, con la conciencia remordiéndole —Enseguida vuelvo, no tardaré mucho…

    Y sin más, se fue. Y de tal manera Langley volvía a experimentar la soledad en carne propia y toda una marejada de sentimientos hostiles que la llevaban a aferrarse al envoltorio que había estado escondiendo de Kai, a sus espaldas, buscando alguna clase de refugio y consuelo en él.



    Por su parte luego de algunos minutos de espera el muchacho se reunía con Rei, como estaba previsto. Pese a lo que había dicho la verdad es que sí le había costado algo de trabajo trasladarse hasta ese sitio. De cualquier modo la curiosidad que le consumía era mayor que el malestar que sentía en toda su anatomía. A esas horas los postes de alumbrado en la calle ya estaban encendidos y la jovencita se resguardaba al amparo de una de esas luces. Sin percatarse de hacerlo, Kai sonreía al mirarla a lo lejos. Llevaba encima una gabardina que apenas si dejaba asomarse la falda plegada a cuadros que llevaba puesta ó inclusive su rostro, pues traía puesto también el gorro de la gruesa prenda. Él no lo sabía pero se había vestido así para no darse a notar, si es que acaso era posible, y quizás sin darse cuenta que de esa manera llamaba más la atención. Aún así el corazón del joven Katsuragi se llenaba de una tranquilizante sensación con tan sólo verla. Todavía seguía asociando su imagen, aunque sólo había sido en un sueño, con su milagrosa victoria en el abismo del Mediterráneo (ó como solía llamarla él: “mi victoria a lo Shinji”). De una manera u otra, era gracias a Rei que seguía respirando, y eso no lo podía negar.

    —Hola— musitó ella, con la vista gacha, cuando lo tuvo de frente.

    —Hola— respondió él, inusitadamente nervioso —Cuánto tiempo sin vernos… ¿verdad?

    Ayanami asintió con la cabeza y luego de eso los dos permanecieron callados por un rato. No era que no quisieran hablar, sino que tenían tanto por decirse el uno al otro que las palabras se atropellaban las unas con las otras en su intento por salir de sus gargantas.

    —Cómo… ¿cómo te ha ido?— finalmente pronunció Rivera, no muy convencido, pero por algo se tenía que empezar la conversación.

    —No me quejo— contestó la chiquilla, apenas con un hilo de voz, encogiéndose más sobre sí misma —Sólo he estado… un poco preocupada por ti… como todos— se apuró a aclarar al momento de decir eso —Es bueno que por fin hayas regresado…

    El semblante timorato de Kai se transformó de súbito mientras parecía alejarse, sumergiéndose en el abismo de su tormento personal. Sus facciones se endurecieron y su mirada perdida hacía suponer que sus pensamientos estaban muy lejos de allí. Así fue como lo percibió su acompañante, quien murmuró entonces:

    —Debió ser terrible… todo por lo que tuviste que pasar allá afuera…fue… ¿fue tan difícil como me lo imagino?

    Ahora los ojos de Rivera la miraban de nuevo, sorprendidos, abiertos de par en par. Su expresión de roca no tardó en desmoronarse para acabar siendo una mueca compungida, de cansancio y tristeza absoluta.

    —Peor— contestó el muchacho, suspirando —Mucho, mucho peor… todo lo que pasó… con cada misión… con cada día… sentía que iba muriendo una parte de mí… junto con todas esas personas que murieron, por mi culpa. Y yo aún no puedo de dejar de pensar en cada una de ellas. No puedo dejar de pensar en eso, de recordar… ¡Dios mío, el olor! ¡Ese horrible olor a carne chamuscada! Aún sigue impregnado en mi nariz. Y después regreso a este lugar y me doy cuenta que el ritmo de la vida siguió transcurriendo igual que siempre, sólo que ahora ya no puedo encajar en él, por más que lo intente… todos parecen creer que me fui de vacaciones o algo por el estilo… me dicen que descanse y que reponga fuerzas, como si tan sólo hubiera sufrido un simple accidente… y lo que más me molesta es que ninguno de ellos parece darse cuenta, o simplemente no quieren admitirlo, todo el daño que causé… todas las muertes con las que tengo que cargar en mi conciencia… nadie se pone a pensar como me hace sentir eso… ellos… ellos tan sólo quieren que continúe con mi vida, y que haga de cuenta como si nada hubiera pasado… por que así es más conveniente para todos… por que ya tienen una imagen preconcebida de mí, a la que están acostumbrados, y si acaso me comporto de una manera distinta, eso les molesta. ¡Ya estoy harto! Si me lastiman, claro que me duele, claro que sangraré… claro que yo también puedo afligirme… sentir dolor… ¡No pueden esperar en serio que me mantenga siempre en lo alto de sus expectativas! ¡No soy tan fuerte! ¡Maldita sea, nadie lo es!



    En el clímax de su monologo se interrumpió a sí mismo, percatándose de la facilidad con la que se había sincerado con la jovencita de cabello azul y ojos rojos frente a sí, quien lo observaba ávidamente, su mirada encendida en un gesto comprensivo. Al verla a los ojos supo que ella sí comprendía a plenitud todo lo que pasaba en su interior, y así lo constató cuando bajó la capucha que cubría su cabeza y lo estrechó gentilmente entre sus brazos, confortándolo con su cálida cercanía, con su corazón que parecía latir al unísono del suyo:

    —Tú… tú sí lo entiendes, ¿verdad?— musitó, abandonándose a tan placentera sensación mientras de la misma manera la rodeaba con sus brazos —Todo lo que traigo por dentro… este vacío en mi corazón que me está aplastando…

    —Sí— respondió Ayanami con la frente recargada sobre su pecho —Pero también sé que no todo es cómo lo crees… sólo estás desorientado… ¿acaso no recuerdas la conversación que tuvimos?

    Una vez más Rivera quedó estupefacto ante las palabras de la joven. No estaba seguro a qué charla en específico se estaba refiriendo, por que en la que él estaba pensando había sucedido dentro de un sueño, ¿no es así? ¿Ó es que por fin se había vuelto loco?

    —Nada se puede hacer por una persona que ha muerto— aclaró ella, anonadando todavía más a su acompañante —Pero en cambio, hay mucho que podemos hacer por los vivos… ¿ahora te acuerdas cuál fue la razón por la que querías regresar? ¿Qué fue lo que te hizo seguir adelante?

    —Las personas… las personas a las que amo— contestó él.

    —Así es… todos aquellos que sólo esperaban que volvieras, que sólo deseaban que estuvieras con bien… en quienes encontraste la fuerza para continuar. Tu familia. Son ellos quienes también pueden, quieren comprenderte. Sólo tienes que darles la oportunidad. Así que por favor, no los alejes. No después de todo lo que les hiciste pasar.

    Kai ya no supo qué más decir. Ella estaba en lo cierto, en todo. Como siempre. Aún era capaz de confortarlo, de apaciguarlo con la serenidad que tanto la distinguía.

    —Esta fecha, sobre todo, es la más indicada para pasar el tiempo con la familia… puede que aún sea difícil, pero no dejes pasar la ocasión… hazlo por ti, y por ellos… tus seres queridos…



    Fue entonces que interrumpió el abrazo en el que parecían estar fundidos para poder sacar de una de las bolsas de su gruesa chaqueta una muñeca de unos treinta centímetros. Una muñeca de trapo, cosida magistralmente a mano, con estambres de color azul como cabello y usando como ojos un par de botones rojos. Un simple vestido de paño negro de una sola pieza era su único atuendo.

    —Toma… quiero que tengas esto— dijo Rei, haciéndole entrega de la muñeca.

    —Eh… ¿y esto es…?— preguntó Kai examinando el juguete, sin fijarse en lo descortés de su atolondrada pregunta.

    —Tu regalo de Navidad— contestó la jovencita, volviéndose a esconder en el interior de su capucha, ocultando sus mejillas sonrojadas —Ya que pronto volverás a irte, quiero que la lleves contigo. La hice especialmente para ti. Se encargará de hacerte compañía y cuidarte en mi lugar…

    —Ya veo… ¡qué hermoso detalle, muchas gracias!— pronunció Katsuragi, gratamente sorprendido por la atención y gentileza de su compañera —¡Este sí que es un muy buen trabajo! Digo, no es que sepa mucho de estas cosas, pero sí sé distinguir cuando alguien tiene talento…

    La naturaleza silenciosa y reservada de Ayanami volvía a salir a flote, aunque en aquellos momentos era más por vergüenza que por cualquier otra cosa.

    —Qué pena, de veras lo siento, pero no pude comprar algo para obsequiarte… apenas ahora salí del hospital y yo…

    —No importa— pronunció ella, meneando la cabeza —Simplemente fue algo que se me ocurrió de un de repente… no estoy muy segura por qué razón… pero con que la aceptes es suficiente para mí…

    —Gracias, Rei… por todo… puede que no lo sepas, pero fuiste tú quien de veras me salvó de ese abismo en el Mediterráneo… es gracias a ti que puedo estar aquí, de vuelta en mi hogar… ¿y sabes qué más? Cuando estaba lejos, una de las cosas que más deseaba era poder volver a verte…

    Posó gentilmente su mano sobre su cabeza encapuchada, enternecido con la jovencita. Por su parte ella lo miró fijamente, tal y cómo soliera hacerlo en aquellos días cuando los dos se amaban. Actuando casi por reflejo, sin reflexión de por medio, los dos fueron acercando sus rostros lentamente. Sólo unas cuantas pulgadas separaban sus labios cuando Ayanami se detuvo en vilo, regresando al tiempo presente. Volviendo a la realidad, igual que su acompañante.

    —Feliz Navidad, Kai— le dijo, con esa sonrisa suya tan especial, tan valiosa por su escasez.

    —Feliz Navidad, Rei— contestó él del mismo modo.



    Mientras estaban en eso no se daban cuenta que a sólo unos pisos de distancia alguien había seguido con interés el curso de su conversación, no tanto el contenido de ésta dadas las limitantes técnicas y físicas. No obstante, con sólo haber visto aquél último gesto bastaba para saber los términos en los cuales se había conducido.

    Asuka observaba a través de su ventana el encuentro entre aquellos dos. Su ánimo se debatía entre la cólera sin tregua de la que su corazón era capaz y la satisfacción que le producía saber que sus sospechas eran correctas. Hubo un momento en que había llegado a cuestionarse la validez de aquellos celos, los que todo mundo insistía en decirle que no tenían fundamentos, pero ahora, después de ver semejante escena con sus propios ojos no había lugar a dudas dentro de sí. Podía afirmarlo con toda seguridad: Rei Ayanami buscaba, por todos los medios que fueran necesarios, quitarle a su novio. Lo que esa zorra desgraciada no sabía es que no le sería tan fácil como pensaba, pues ahora ella estaba al tanto de sus intenciones y en guardia. Caro le saldría el haberse metido con su chico.



    —Toc, toc, ¿hay alguien en casa?— preguntó Misato al momento de entrar al departamento.

    —Sólo yo— contestó Langley, saliendo de su cuarto a la sala —Kai salió un momento, pero dijo que no tardaba…

    —¡Ese condenado muchacho! ¡No puede quedarse quieto en un solo lugar, ni con una pierna rota!— refunfuñó la Mayor Katsuragi mientras que abrazaba a Pen-Pen, quien había salido gustoso a su encuentro con tan sólo escuchar su voz —¡Por su culpa me la pasé dando vueltas por toda la maldita ciudad! Primero del cuartel al hospital, del hospital hasta acá, de aquí de nuevo al cuartel y de allí OTRA VEZ hasta aquí… pero algún día deberá volver, y cuando lo haga…

    Calló cuando se percató de la evidente incomodidad en la muchacha frente a sí, quien no podía atinar verla de frente ni a dirigirle la palabra. Y ella sabía muy bien la razón.

    —Oye… lamento haber sido tan grosera, allá en la pista…— se disculpó, algo avergonzada por su conducta anterior. Haberla tomado en serio contra una chiquilla de quince años… —Creo que lo que hice no fue muy maduro de mi parte… la emoción me ganó por completo, igual que a ti… en realidad no fue culpa de nadie. Pero igual te debo una disculpa por cómo me comporté. Y sé que también has estado molesta por cómo últimamente consiento tanto a Rei… pero quiero que sepas que estoy muy contenta por lo que tú y Kai tienen. Para serte sincera, desde el momento en que te conocí supe que los dos terminarían juntos algún día… y estoy muy feliz por ustedes… así que: ¿me perdonas? ¿Amigas de nuevo?— le dijo tendiéndole la mano.

    Asuka lanzó un resoplido para luego acomodar su cabello y entonces devolver el gesto.

    —Lo que sea, con tal de no seguir escuchando tus cursilerías… no entiendo porqué tienes que dar tanto rodeo para pedir una simple disculpa… ¡sí que te das vuelo, Misato!

    —Así somos todos en esta casa, ya deberías haberte acostumbrado— se excusó ella, abriendo sobre la mesa un par de bolsas que había traído consigo del centro comercial —Y ahora que volvemos a ser amigas, quiero pedirte un favor… no para mí, sino para Kai… estoy segura que esto se encargará de levantarle el ánimo.

    VAS IST?!— exclamó la chiquilla rubia en su lengua materna, atónita al observar el contenido de aquellas bolsas.



    Llevaba ya varios días encerrado en su estudio, haciendo Dios sabe qué. Las luces ahí adentro no se habían encendido en todo ese tiempo. Cuando uno prestaba atención de vez en cuando podían escucharse sonidos apagados, ruidos aislados cómo de golpes y murmullos en distintos idiomas, algunos reconocibles, otros no tanto.



    No era la primera vez que se comportaba de esa manera, es decir, aislándose de todo a su alrededor. Y una vez que salía lo hacía con alguna genialidad en mente. Era, pues, su procedimiento normal de inspiración. Pero aquella sí era la primera vez que llevaba tanto tiempo encerrado. Justo después que observara en vivo y en pantalla gigante al Eva Z derrotando a “Hambruna”, cómo le gustaba llamar a ese monstruo, fue y comenzó su claustro y aún era hora que todavía no salía de allí.



    Aún a sabiendas de que en tales condiciones el Doctor no debía ser interrumpido por cualquier motivo, el Mariscal Angeliori creyó prudente cerciorarse si aún seguía con vida ahí dentro, pues desde hacía rato que ya nada se escuchaba. Así entonces, utilizando la siempre conveniente excusa de llevarle los alimentos, Genaro llamó a la puerta, con el corazón en la boca.

    —¿Doctor? Le traje algo de comer…

    No hubo respuesta ni cualquier otra clase de reacción dentro, por lo que el Mariscal hubo de hacer un segundo intento, pegando la oreja a la puerta aún más:

    —¿Doctor? Soy yo… le traje comida…

    Nada de nuevo.

    —¿Doctor? ¿Se encuentra usted bien? Voy a entrar…

    Con mano trémula Angeliori pulsó en la cerradura electrónica el código de emergencia. Fue así que la puerta se corrió hacia un lado, revelándole al Mariscal su interior en la absoluta oscuridad. Un rendijo de luz del pasillo fue a internarse tímidamente en la penumbra antes que el propio Genaro lo hiciera. En ese momento algo se movió entre las tinieblas, algo grande que respiraba profusamente. Aún en tales condiciones Angeliori pudo distinguir en medio de la oscuridad los fieros ojos verdes de Hesse fijos sobre de él, acuchillándolo con la mirada.

    —Su… supuse que tendría hambre, así que le traje algo de la cocina…— masculló en el acto, justificando su presencia —Es Nochebuena, así que…

    —Deja el plato sobre aquella mesa y lárgate de inmediato— contestó Demian, dándole la espalda para reanudar su labor, sea cual fuere ésta —Estoy trabajando…

    Con las luces apagadas y tan nervioso como se encontraba, al Mariscal le costó algo de trabajo dar con la mesa que le habían señalado, pero al cabo de unos intentos pudo hacerlo. Mientras tanto pudo cachar al vuelo frases inconexas que el Doctor murmuraba para sí, tales cómo “debilitamiento de la cohesión entre moléculas”, ó “oxidación acelerada de los metales”, “corrosión inducida” y demás otras que poco ó nada podían decirle acerca de los propósitos de su jefe.

    —Por cierto, Doctor— Angeliori quiso presionar más su suerte en un acto que podría tildarse de muy valiente ó muy estúpido, según como se quiera ver —Antes de irme… quiero desearle una feliz Navidad…

    No hubo ni bien terminado de hablar que sintió como si fuera empujado hacia atrás mientras algo lo golpeaba en el pecho. Pero tan sólo fueron los ojos de Hesse que nuevamente se posaban sobre él. El primer impulso de Genaro fue salir corriendo del lugar, pero el temor lo dejó paralizado en su sitio. Por su parte Demian comenzó a contorsionarse, como si estuviera luchando consigo mismo para entonces dejar escapar a bocajarro esa risa suya que helaba de miedo a cualquiera que lo escuchara. Las piernas de Angeliori por fin le respondieron pero aún en el pasillo los ecos de aquella risa siniestra lo perseguían.

    “¿En qué diablos me he metido?” se preguntaba a sí mismo mientras escapaba, presa del pánico.



    Con su ánimo más repuesto para aquél entonces al joven Katsuragi ya no le pesaba tanto la idea de tener que subir hasta el penthouse de su edificio en muletas. El esfuerzo que tendría que hacer bien había valido la pena. Apenas se dirigía a la entrada del edificio cuando pudo reconocer a una figura bastante familiar que se acercaba a paso lento a unos cuantos metros de donde estaba. Luego de unos momentos de espera finalmente Shinji lo alcanzó. Al verlo un poco más de cerca el desconcierto volvió a apoderarse de Rivera. ¿En verdad ése era Shinji? ¡Qué si las cosas habían cambiado en su ausencia! Seguía siendo el mismo flacucho endeble de siempre, por supuesto. Pero había algo diferente en su actitud, un algo que lo hacía verse como una persona completamente distinta. Se notaba sobre todo en su mirada.

    —Hola— lo saludó Kai pues Ikari apenas si lo había volteado a ver.

    —Hola, ¿cómo te va?— respondió el chiquillo de manera muy casual, teniendo en cuenta que tenían varias semanas sin verse —¿Qué tal estuvo el hospital?

    Al encontrarse con su mirada, Rivera pudo entonces identificar lo que había de diferente en él: seguridad. La seguridad con la que caminaba, con la que hablaba, con la que lo veía. La mayor parte de las veces que conversaban Shinji miraba hacia el piso o hacia un lado, evitando toda clase de contacto visual. Pero en aquellos instantes Ikari le hablaba con la frente bien en alto, viéndolo a los ojos, finalmente considerándose como su igual.

    —Bien, de maravilla— contestó Kai, pensando para sí al respecto de semejante transformación “¿Qué te dije? Te vas unas semanas y todo se pone de cabeza… algo muy bueno le ha de haber pasado a este payaso para que se comporte de este modo” —Mejor que nunca…



    El elevador llegó hasta la planta baja, donde se encontraban, y sus puertas se abrieron para recibir a sus ocupantes. Shinji entró primero sin alguna clase de miramientos y ni siquiera se tomó la molestia de ofrecerle ayuda a su compañero ó de detener las puertas del aparato, por lo que Kai hubo de apurarse para meterse, en lo que resultó ser toda una peripecia en un solo pie. Ya dentro, Kai seguía resoplando debido al esfuerzo, clavándole la mirada a su despreocupado acompañante.

    —¿Te sigue doliendo?— le preguntó, sin mostrarse muy interesado al respecto.

    —A veces— masculló su compañero, recobrando el aliento.

    —Tal vez de esa forma dejes de estar jugando a ser siempre el héroe…

    Resultaba obvio que lo que estaba buscando era sacarlo de sus casillas. Y lo estaba logrando, aparentemente. Si hubiera estado en condiciones de hacerlo Kai lo habría estampado contra una de las paredes del cubículo. Pero las muletas y el dolor de sus huesos rotos le impedían hacer otra cosa que no fuera asesinarlo con la mirada y callar para sus adentros. También le intrigaba saber qué pretendía lograr provocándolo, además de ganarse la paliza de su vida.

    —Es mucho más divertido que pasarse todo el tiempo lloriqueando por un poco de atención, ¿no crees?— contraatacó el muchacho. No sabía qué mierda se había metido el idiota ese, pero aún le faltaba bastante para poder meterse con él.

    Así lo constató al ver cómo la máscara de seguridad resbalaba fácilmente del rostro de su acompañante para dejar al descubierto una expresión furibunda en su cara. El ambiente en el reducido espacio de ese elevador se tensó tanto que hubiera bastado cualquier gesto insignificante para hacer estallar el zafarrancho entre los dos. Así cómo estaba, puede que Shinji tuviera una oportunidad, pensaba Rivera al examinar la situación. Tal vez.



    Una vez más la intervención del destino impidió que ambos averiguaran la veracidad de dicha teoría, al abrirse las puertas detrás de Kai, liberándolos de su tirante encierro y permitiéndoles respirar de nuevo un aire que no estuviera cargado de hostilidad. Ahora era Katsuragi quien se adelantaba, dispuesto a llegar cuanto antes a su cuarto para poder echarse en la cama y olvidarse de todo.



    Sólo que al abrir la puerta del apartamento ambos se llevaron tamaña sorpresa, que por poco y hace que los dos cayeran de espaldas al piso, al momento en que Misato y Asuka les salieron al paso con la alegría navideña a flor de piel, soplando sendos espantasuegras en sus labios. Ambas, la Mayor Katsuragi con un gorrito de Santa Claus sobre su cabeza, y Langley (quien no mostraba el mismo entusiasmo que su compañera) por su parte con un gorro con cuernos de reno (de felpa, claro está) sobre la suya, los recibieron con un enérgico grito de:

    —¡FELIZ NAVIDAD!

    —¿Qué es todo esto?— apenas si pudo decir Shinji en medio de la confusión, mientras seguía preguntando —¿Y qué significan esos cuernos de reno?

    —Todo fue idea de Misato…— refunfuñó la jovencita europea, quitándose enseguida el artilugio de su cabeza, avergonzada. Sólo esperaba a Kai, no al bobalicón de Shinji. El que la hubiera visto de esa manera lo hacía el doble de humillante para ella.

    —¡Arriba ese ánimo, niños!— pronunció Misato, brincoteando —Parecen un trío de viejecillos cascarrabias. ¡Hay que gozar de nuestra juventud! Después de todo, es Navidad… y Navidad significa pasarla todos juntos en familia… nuestra familia… Así que, ¡fiesta toda la noche, se ha dicho! El vino y los juegos corren de mi parte, y Shinji se encarga de hacer la cena…

    —¿Eh? ¡¿YO?!

    —Bueno, supongo que podremos comer curry instantáneo… ahora que lo pienso, no parece tan mala idea…

    —Está bien, creo que mejor yo preparo la cena…

    —¿Te sientes bien, Kai?— preguntó Asuka, ignorando a los otros dos.



    Aquella pregunta venía a cuento debido a que el muchacho se había mantenido todo ese tiempo con la cabeza gacha y sin moverse, salvo por los pequeños espasmos que parecía estar sufriendo. Al verlo en dicho estado incluso Misato y Shinji se callaron para estar atentos a la condición de Rivera, consternados.

    —¡Es que me duele canijo cuando me da risa!— por fin contestó el chiquillo, en medio de estrepitosas carcajadas —¡No puede ser, qué ocurrencia de ustedes, de veras! ¡Tienes que volver a ponerte ese gorrito de reno, por favor!

    El joven Katsuragi continuó riéndose, ante el beneplácito de su tutora quien sonreía satisfecha de su trabajo. Tenía tanto tiempo que no lo escuchaba reírse así. Langley, por su parte, no tuvo otro remedio que darle gusto, resignada a hacer lo que fuera con tal de hacerlo feliz, lo cual a su vez levantaba su propia moral. Ikari había decidido ignorar la escena y adentrarse de una vez en la cocina, revisando el contenido del refrigerador y sacando sartenes y demás utensilios.



    —Toma— musitó Asuka cuando le tendía a Kai el envoltorio que había estado paseando por toda la casa, una vez que estuvieron sentados en la sala —Mi regalo de Navidad… te lo hice yo solita…

    Más regalos hechos a mano. Tal parece que se estaba haciendo una costumbre en las personas más insospechadas. Si acaso a Misato se le llegara a ocurrir regalarle una bufanda o un sueter, ó algo tejido por sí misma sería prueba innegable de que el mundo estaba llegando a su fin. Mientras tanto se apuró a descubrir el contenido de su regalo, que resultó ser un puñado de galletas de nuez espolvoreadas con azúcar. Según parece tenía cierta debilidad con ese tipo de detalles, pues su corazón le había vuelto a dar un tumbo en el pecho.

    —Oye, qué buenas están— pronunció el chiquillo, engolosinado, apurándose a reducir con afán el volumen de galletas —Y con el hambre que traía… muchas gracias…

    —¿Y qué pasó con tus fresas con crema?— le inquirió la muchacha, suspicaz.

    —Olvidé que era Nochebuena y la tienda ya había cerrado— Kai se apuró a contestar —Qué estúpido, ¿no? Pero eso no importa, que yo también te tengo un regalo… traído para ti directamente desde Medio Oriente… espera un poco mientras lo traigo, lo tengo en el cuarto…

    En ese entonces, más que nunca, Rivera daba gracias al Cielo por el increíble don de su rapidez mental. Por supuesto que no le había traído nada a Asuka desde aquellas tierras lejanas y no se tomó la molestia de comprarle algo ya de vuelta en Tokio-3, pero por fortuna pudo recordar en tan breve lapso de tiempo algo que pudiera obsequiarle de entre sus pertenencias y a la vez desviar su atención. Y así fue que entró al cuarto tan rápido como pudo, escondió en un rincón la muñeca que Rei le había regalado, la cual a su vez había estado escondiendo bajo su chamarra todo ese tiempo y buscó por su parte el regalo de su novia para poder regresar a su lado con el mencionado objeto bajo el brazo.

    —Listo— le dijo al sentarse de nuevo a su lado y extendiéndole un estuche de color negro —Esto es para ti. No es muy espectacular, pero…

    Al abrirlo la muchacha se topó con una medalla brillante como una gema, grabada con la insignia de las Fuerzas Armadas de las Naciones Unidas.

    —Esto… esto es…

    —Mi medalla al mérito por un servicio sobresaliente ó algo así— carraspeó el muchacho, nervioso —Es lo que obtuve por quedar hecho pulpa… al parecer mientras más herido quedes, más grande es la medalla que ganas… deberías ver el tamaño de la que te dan cuando te mueres… sé que no es mucho, pero… me gustaría mucho que la tengas porque…

    Le fue imposible continuar con su letanía de justificaciones debido a que sus labios fueron sellados por el beso más apasionado de cuantos había tenido con Asuka, quien se aferraba a él como si fuera la última botella de agua en el desierto, con lágrimas escapando de sus ojos. Sólo que esta vez se cuidaba de no lastimarlo con sus ímpetus. Por su parte Kai simplemente se dejó querer. Luego del trato recibido en su pequeña aventura en la milicia, gestos así resultaban un auténtico bálsamo para su alicaída autoestima. Pero también había algo en la actitud de la jovencita, la manera en cómo lo abrazaba desesperadamente, como si no quisiera dejarlo ir jamás, que lo hizo sentirse por demás culpable. Como todo un canalla.

    —Feliz Navidad, mi héroe…— pronunció Langley con una tierna sonrisa en el rostro, los ojos fijos sobre él como si nada más existiera.

    —Feliz Navidad… mi princesa…— dijo Rivera a su vez, acariciando su sedoso cabello rubio.



    —¡Oigan tórtolos, déjense un momento siquiera!— los interrumpió Katsuragi, colocándose entre ambos —Yo también le tengo un regalo al hijo pródigo que regresa… y también lo hice con mis propias manitas— repuso, risueña.

    Enseguida la mujer le hizo entrega de una caja envuelta y adornada con un listón y moño rojo. Sin más su joven protegido optó por abrirlo, dada la ansiedad reflejada en el rostro de Misato, quien aguardaba como un niño aguarda por una golosina.

    —¡Pero qué bonita…!— Kai se quedó sin palabras al extender el extraño amasijo de hilos de estambre de diferentes colores que había dentro de la caja —Eh… ¿red de pescar?

    —¡Es una bufanda, zoquete!— respondió la Mayor bastante molesta, dejando los golpes para mejor ocasión en tanto se la acomodaba al chiquillo en torno al cuello.

    —Oh, por Dios…— musitó el joven Katsuragi, angustiado al recordar su anterior predicción —Ahora sí que nos llevó la fregada…

    —Bienvenido a casa, mocoso— le dijo su madre adoptiva, ignorando su comentario al momento que lo estrechaba en sus brazos —Y Feliz Navidad…

    —Feliz Navidad, mamacita…— contestó el muchacho, para luego añadir: —FELIZ NAVIDAD A TODOS…



    Ello para incluir a Shinji, con quien momentos antes por poco y se lía a golpes y ahora rechinaba los dientes al verse ignorado y marginado de aquella escena con marcado ambiente familiar, escondiéndose en la cocina entre ollas y sartenes.

    —Es cierto, Shinji— continuó Misato, avergonzada por haber olvidado al chiquillo entre toda la emoción —Olvídate de la cena, encargaremos pizza… mejor ven porque ya voy a comenzar a repartir las cartas para el póker… ¡De lo contrario todos vamos a ver tu juego!

    Aunque fuera a regañadientes y arrastrando los pies Ikari por fin fue a sentarse junto a los demás, y aunque tomó un poco de tiempo ya después se había integrado por completo al grupo.



    Kai lo observaba de vez en cuando. Seguramente que daría problemas en un futuro inmediato, dada su actitud de confrontación que aún no abandonaba. Pero al igual que todos los demás en aquella noche, noche de paz y noche de amor, con todo brillando alrededor, procuraba ser feliz y divertirse lo más que pudiera en compañía de aquellos a quienes amaba. Porque en un rincón muy profundo de su corazón, sabía que semejante felicidad no duraría por mucho tiempo. Que más temprano que tarde tendría que partir de nuevo del hogar, con rumbo a lo desconocido. Y que los tiempos oscuros volverían a dejar caer su mortaja sobre su vida, y quizás sobre la de todo el mundo, si es que acaso llegaba a fallar en su batalla. Su batalla contra la oscuridad, voraz, temible, lista para engullir todo a su paso. Todo.
     
  8.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    El Proyecto Eva
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    Acción/Épica
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    17424
    Capítulo Veintitres: "Sinfonía de la Destrucción"

    “The earth starts to rumble
    world powers fall
    a'warring for the heavens
    a peaceful man stands tall
    Tall...


    Just like the Pied Piper
    led rats through the streets
    we dance like marionettes
    swaying to the Symphony ...Of Destruction”



    Megadeth

    “Symphony of Destruction”



    Ponylandia atravesaba por uno de sus momentos más difíciles, condenada a ser consumida por el avance insaciable del fuego, si es que acaso alguien no hacía algo para evitarlo. Y pronto. Los otrora hermosos parajes de Paradise State, siempre verdes y fértiles, se habían tornado áridos aún antes de ser arrasados por un enorme incendio, consecuencia directa de que alguien había deseado descuidadamente que dejara de llover sobre Ponylandia. Aparentemente, unas malvadas monedas mágicas tenían algo que ver con ese asunto, pero las Pequeñas Ponis de momento se encontraban más preocupadas por impedir que las llamas devoraran la acogedora casita en la que todas vivían. Sin mucho éxito, a decir verdad. Sin una sola gota de agua en kilómetros a la redonda, combatir el fuego resultaba una tarea bastante complicada, por no decir que imposible, por más zanjas que cavaran y montones de arena que arrojaran sobre las llamaradas.



    Nubes de un denso humo negro cubrían el firmamento, negándoles la bendición de la luz del sol. Sin embargo, de aquellos cielos oscurecidos una pequeña esperanza surgió al momento en que divisaron a Megan llegar volando al lugar montada sobre Paradise, una pequeña yegua del tipo pegaso, de un inmaculado color blanco como la nieve, con crines azuladas. Puede que su búsqueda del mago ermitaño, el dueño original de las monedas causantes de su desdicha, hubiera rendido frutos y que ahora trajera con ella la solución a su terrible dilema.



    Falsas esperanzas, que pronto se desvanecieron en el aire al tiempo que la propia Megan, una vivaz chica rubia de unos trece años (quien desempeñaba el rol de protectora de todas las criaturas que residían en Paradise State, ó algo por el estilo) las ponía al tanto de la situación, una vez reunida con las demás Ponis. Ese mago ermitaño había resultado ser una persona bastante insensible y testaruda, pero además sumamente codiciosa. Encolerizado por su uso irresponsable, exigió una compensación por las monedas para remediar la situación con sus poderes, y no obstante de haber conseguido varios tesoros para intercambiarlos, ninguno había sido de su agrado, por lo que ahora estaban como antes, con las manos vacías y sin esperanza alguna.

    —Lo lamento tanto, pero ya no sé qué más hacer— se excusó Megan, al borde del llanto, presa de la desesperación. Les había fallado a todas y ahora todo Paradise State estaba condenado por su incompetencia.

    —No te preocupes, Megan, hiciste lo que pudiste— con su voz suave y mimosa intentó consolarla Hearttrotter, una pequeña poni del tipo unicornio, de un pelambre color rosa pastel —Eres una gran amiga… podremos perder nuestra casa y todas nuestras pertenencias, pero a final de cuentas nuestra amistad es lo más valioso que podemos tener…

    —Nuestra amistad— repitió Megan en un susurro, meditabunda, para casi enseguida estallar en una expresión de júbilo —¡Eso es! ¡Hearttrotter, eres una genio!— dijo ante el desconcierto de la joven yegua, en tanto emprendía de nuevo el vuelo montada sobre Galaxy, otra de las ponis pegaso que se encontraban a su alrededor—¡Solo espero que no sea demasiado tarde!



    —Esa malvada chiquilla trata a esas pobres ponis como si fueran… eh… no sé… animales, ó algo así— Kai señaló despreocupadamente, sorbiendo de manera descuidada una lata de cerveza, pero eso sí, sin dejar un solo momento de ponerle una enajenada atención a las escenas que le eran transmitidas a través de la pantalla del televisor.



    Por su parte, a sus espaldas, Asuka no podía hacer otra cosa más que suspirar abatida. Daba pena verlo en ese lastimero estado, deprimido y acabado, al que se había abandonado desde hace ya varias semanas, casi todo el tiempo que había transcurrido desde su regreso. En tales condiciones pasó el año nuevo y continuaba en ese estado a dos semanas que el nuevo año del 2016 había principiado. En nada le habían importado los ánimos festivos de la temporada, salvo un rato en Nochebuena.



    De ahí en delante el muchacho no había sido más que una sombra, un fantasma de sí mismo. ¿La razón? Quién sabe. La jovencita hubiera querido achacárselo a toda esa medicación que estaba tomando, suficiente como para poner a dormir a un caballo. A pesar de la operación que se le había aplicado en la rodilla aún seguía renqueando y sus costillas rotas no habían soldado del todo bien, en gran parte a su propia negligencia por no reposar lo debido. Debido a ello, su recuperación le estaba llevando un poco más tiempo de lo programado, lo que lo había marginado de los trabajos de reparación al Modelo Especial, a los que estaba tan obseso en volver. Quizás es que se sentía muy inútil ahí, obligado a permanecer en casa. Bien podía tratarse de todo eso, pero la cruda realidad es que no tenía una maldita idea de lo que estaba pasando por la mente del muchacho, quien se pasaba días enteros sin hacer más que estar echado frente a la tele.



    Y por lo tanto, no había forma en la que pudiera saber la manera de ayudarlo a salir de semejante estado. De momento lo único que podía hacer era estar a su lado, aún cuando tuviera que soportar el martirio de soplarse joyas de la animación como “Mi Pequeño Pony”. La programación televisiva en aquel entonces era muy dada a retransmitir viejos programas de finales del siglo pasado, en lo que Asuka no podría interpretar de otra forma más que un patético intento de la generación previa al Segundo Impacto de revivir tiempos mejores y glorias pasadas, dado el gran pesimismo y sobre todo la incertidumbre que era la regla de su época. Aquellas producciones, limitadas tanto en el aspecto técnico como argumental, eran sin embargo pasaportes a recuerdos de la infancia de los espectadores, pues la gran mayoría de éstos las había visto primeramente siendo niños. Remitían a un tiempo muy distinto al actual, una época mucho más cómoda y segura, en donde aún existía la esperanza. Una época mejor.



    ¿Pero qué podría encontrar Kai en semejantes vejestorios que lo atraían tanto? Era claro que la nostalgia no formaba parte de sus razones para quedarse petrificado frente a la caja idiota la mayor parte del día. Aquella basura pertenecía a una época ajena a la suya, que no podía relacionarse a él en nada. Y aún así, el muchacho manifestaba un enfermizo interés por ese mundo que jamás había conocido, y del cual nunca podría formar parte. También resultaba curioso, ahora que lo meditaba, que el idealismo obtuso que siempre manifestaba iba más acorde a aquellos días, ya pasados, que al infame presente que les tocaba vivir día a día. Fue entonces que la jovencita rubia pensó que eran precisamente los tiempos presentes los que estaban destrozando a Kai. Quizás fuera que el chico no pertenecía a ese mundo, oscuro y deprimente. Su anticuada, obsoleta diatriba social de ayudar al prójimo encajaría mejor en ese pasado repleto de héroes y sueños, que hace tanto tiempo había sido desterrado.



    Abstraída por completo en tales elucubraciones Langley fue a reposar gentilmente en el regazo de su novio, buscando su cercanía física. Para tal efecto también hubo de pasar un brazo por su cintura, abrazándolo cariñosamente.

    Al verse interrumpido de su contemplación televisiva de forma tan placentera, Rivera volteó hacia ella, como desconcertado. La veía como si acaso fuera la vez primera que lo hiciera, cosa que en cierto punto llegó a incomodar a la chiquilla, para enseguida soltar sin más:

    —¿Sabes? Tú cómo que le das un aire a la Megan…

    Asuka pareció sufrir una conmoción apenas escuchó semejante comentario.

    —Sí, mira, es como si fueras su gemela: nomás con que te acomodes el pelo en una colita de caballo— siguió él en tanto manipulaba su cabello de la forma deseada —Te pones un overol así todo cursilón con un corazonzote en medio, que deje todo a la imaginación… ¡y ya está! Qué bien… ¿No te gustaría que jugáramos en la noche? Yo podría ser tu pequeño poni, para que montes a tu gusto, todo lo que quieras… y podría quitarte ese overol a puras mordidas— remató lascivamente mientras sus brazos la rodeaban por completo y se cernía a ella como un pulpo a su presa.



    Aún se dolía del pellizco que había recibido en el brazo, mientras que Asuka, malhumorada y ofendida por sus perversiones de mal gusto, iba a atender el llamado a la puerta del apartamento. No pasó mucho tiempo antes de que de nuevo estuviera embobado con su programa, en el que los protagonistas ahora entonaban una ridícula y desafinada canción acerca de las bondades de la amistad, de la cual seguía cada detalle, completamente embelesado.



    El humor de la joven europea no mejoró mucho cuando al abrir la puerta se topó cara a cara con la encantadora figura de Sophia Neuville.

    Hiiiiiii, baby-girl!!!— saludó ella animosamente, en inglés.

    La familiaridad grosera con la que siempre la trataba (aunque no solo a ella, sino a casi toda la gente), además de su sonrisa hipócrita, sacaban de quicio a Langley. Además que una vez más volvía a verse como mendiga en comparación a ella. Desde que había llegado al Japón, en todas las ocasiones que veía a Neuville ésta parecía recién salida de un comercial de televisión, siempre tan radiante, tan glamorosa. Ya fuera por su largo cabello negro, lacio y brillante, impecablemente peinado, su ropa y accesorios de marca o esa sonrisa de pasta dental que tanto le gustaría destrozar de un puñetazo, aquella zorra siempre lucía arrolladora. Y no en pocas ocasiones había tenido la mala fortuna de topársela en tales condiciones estando ella más que en fachas, justo como ahora, vestida únicamente con su larga camiseta amarilla de algodón que le llegaba hasta encima de las rodillas y su short raído de mezclilla.



    —¿Te digo algo? Tengo un acondicionador buenísimo que te puedo recomendar, para desenredar esos horrorosos nudos en el pelo— pronunció Neuville, burlona y retadora a la vez, aprovechando que la jovencita rubia no había atinado a pronunciar palabra alguna —Y un fijador que me salió muy bueno para acabar con todos esos gallitos…

    Asuka reparó de inmediato que se estaba mofando de su cabello despeinado, cortesía directa de Kai, quien había estado jugueteando con él momentos antes.

    —¿Qué diablos quieres aquí, bruja?— preguntó Asuka sin más miramientos, intentando como pudiera acomodar el desastre que era su peinado, aunque fuera con sólo pasarse los dedos.

    —Vine por mi Shin-chan… apenas si estamos a tiempo para el concierto de Nana… ¿Está muy lejos Tokio 2 de aquí? Fíjate que va a ser mi primera vez allí, dicen que está de lujo todo por allá… ando súper apuradísima porque no sé bien si el dinero que traigo me va a ajustar para comprar todo lo quiero comprar por allá, ¿crees que sería prudente si sacara más del cajero? Ah, por que acabándose el concierto Shinji me prometió que me llevaría a cenar comida italiana… él está necio en que quiere pagar por todo, pero no creas que soy tan así, chapada a la antigua, sé muy bien que ese tipo de lugares no son nada baratos, y pues qué mala onda sería de mi parte dejar que el único fregado sea él, ¿no? Pero de todos modos, ¿a poco no es bien romántico mi querido y adorado Shin-chan? ¡Es tan lindo! Y ya nomás me estoy imaginando como va a ser todo allá, la música, la comida con las velas y todo eso… ¡Ay, qué emoción!— Langley sólo podía permanecer absorta en su lugar, pasmada por la inaudita habilidad de Sophia para el parloteo sinsentido. Alguien había tomado mucha cafeína esa mañana —¿Y ustedes a qué horas piensan irse? ¡Uy, perdón, se me olvidaba!— continuó la muchacha americana, fingiendo compadecerla —¡Ustedes no van a ir! No te apures amiguita, prometo que tomaré muchas fotos y a ver si me acuerdo de traerte un bonito recuerdo de por allá…. ¡Ay, pero que lástima que Kai y tú no puedan ir!

    —A lo mejor le parezca increíble a alguien de tu… posición, pero ir a un concierto de basura cursilona como el j-pop, abarrotado de adolescentes con granos en la cara, no es mi idea de una noche romántica— le confesó Asuka, intentando reponer algo de compostura —Mucho menos acompañada del tarado de Shinji…

    —Oh, con un demonio… creo que tienes toda la maldita razón, Asukita… comparada contigo, soy una pobre diabla… hasta da rabia la suerte que te cargas— respondió Neuville enseguida, mirando a Kai a lo lejos cuando éste eructaba copiosamente —¡Y es que un cretino quinceañero que se la pase todo el día tomando cerveza frente a la tele, echado en el sofá, no le cae precisamente del cielo a una muchacha tan bonita como tú! Maldición… supongo que tendré que conformarme con mi flaquito tierno, atento y sensible…



    En ese preciso momento el susodicho “flaquito” hizo acto de presencia, ignorando ser parte importante del tema de conversación entre las jovencitas. Únicamente le apuraba el llegar a tiempo al concierto más esperado de todo el año, y puede que inclusive de la década. Los organizadores estimaban en más de setenta mil personas la asistencia al evento. Cifra nada despreciable, teniendo en cuenta la raquítica densidad demográfica de la zona.

    —¡Sophie! No tenía idea que ya habías llegado…— se excusó apenas la vio en la puerta —Perdón por la tardanza…

    —No te apures, chaparrito. Me quedé platicando aquí con mi amiguita Asuka, ¿verdad?

    —¿“Amiguita”?— repitió la jovencita europea, agraviada en extremo debido al susodicho mote —Amiguita toda tu reputísima…

    —¡Nos vemos entonces, Asuka!— interrumpió Shinji, casi cerrándole la puerta en las narices antes de que pudiera insultar a su novia —Le dices a Misato que llego en la noche…

    Sus miradas se entrecruzaron por una fracción de segundo que pareció eterna. La muchachita rubia ya no podía reconocer a ese chiquillo timorato que alguna vez estuvo enamorado de ella, al ver su gesto iracundo hacia con ella. Jamás, desde que lo conocía, le había vista tal expresión en la cara. Desconcertada, permaneció absorta unos momentos más frente a la puerta cerrada frente a ella. Apenas si podía creerlo. Le había cerrado la puerta en la cara. ¡Shinji le había cerrado la puerta en la cara!



    Al principio, cuando supo de su relación con Sophia, no quiso darle mucha importancia. ¿Porqué los asuntos del estúpido de Shinji tendrían que importarle un carajo? Además, era seguro de que aquella mujerzuela pronto se aburriría de él y lo mandaría directito y sin escalas al infierno. Y por otra parte, seguramente el perdedor de Shinji pensaba que al salir con esa bruja le estaba dando celos. ¡Pobre imbécil! El ridículo que iba a pasar cuando se diera cuenta que ni siquiera la importaba… ni siquiera pensaba en ello… para nada…



    Pero ahora, esa puerta cerrada frente a ella le decía, categórica, sin lugar a objeciones: “Lo has perdido, estúpida. Lo has perdido…” Y para colmo de males, no pudo evitar pensar que Sophia tenía un poco de razón… ¿Ahora resultaba que Shinji, SHINJI IKARI, era mejor novio que Kai? Oh, triste broma del cruel destino. Quizás era cierto que había perdido a su enamorado incondicional, aquél ser con el cual podía desquitar sus ansiedades y frustraciones a su antojo, y que siempre volvería por más haciéndola sentir tan bien consigo misma, como si fuera una especie de diosa. Pero por ningún motivo iba a permitir que dejaran ver a Kai como a un pobre idiota. Kai Katsuragi era un excelente partido… un partido un poco descuidado últimamente, sí, pero nada que unos cuantos apapachos marca Langley, de procedencia orgullosamente alemana, no pudieran remediar.



    —Oye, Kai… ¿Qué te parece si…?

    —¡Asuka! ¡Los amigos son el mayor tesoro que podamos tener!— la interrumpió el susodicho sin dejarla hablar, sujetándola fuertemente de las manos y mirándola fijamente con los ojos vidriosos y apenas balbuceando con su voz quebrada: —Mientras tengas a tus amigos nada te faltará… ¡Ahora lo entiendo! ¡Por favor, prométeme que seremos amigos para siempre!

    —¿Qué diablos?— apenas si pudo exclamar la muchacha al momento de ser estrujada amorosa, pero a la vez violentamente, entre los brazos de su novio. Era difícil de creer que alguien con las costillas rotas pudiera ejercer semejante fuerza; seguramente que si hubiera tenido todas sus fuerzas le hubiera roto la columna como un lápiz —¿Qué… maldita mosca… te picó? ¿Eres… idiota… ó qué?— decía ella mientras forcejeaba por librarse de aquel abrazo mortal. No podía saber bien si acaso Kai estaba hablando en serio o tan sólo se estaba haciendo el imbécil, como acostumbraba. De cualquier modo esa clase de atenciones no era lo que tenía en mente cuando pensaba que debían pasar más tiempo juntos —¡Suéltame de una vez… con un demonio!

    —¡Pero es que no te quiero dejar ir! ¡Nuestra amistad debe ser inquebrantable y debemos permanecer juntos por siempre!— le contestó este, también mientras forcejeaba por retenerla cautiva en sus brazos, como si acaso se fuera a ir para siempre si es que la dejaba ir, mientras comenzaba a canturrear casi tan desafinadamente como lo hacían los personajes de la televisión:— “Porque siempre estarán en mí, esos buenos momentos que pasamos sin saber, que un buen amigo es una luz, brillando en la oscuridad, siempre serás mi amiga, no importa nada maaaaaaaaas…”




    —Yo aún no estoy muy seguro que ésta sea una buena idea— masculló Toji un tanto inseguro al ir subiendo las escaleras del edificio.

    —¿Sigues con eso?— le recriminó Hikari, quien avanzaba por los escalones mucho más decidida que sus acompañantes.

    —¿Cuántas veces tengo que decírtelo? ¡A Kai nunca le ha gustado que vayamos a su casa sin avisar! Y tú bien sabes como se pone cuando se enoja… además, si le interesara tantito vernos ya nos hubiera llamado por teléfono ó algo así… ¿No lo crees, Kensuke?

    —¿A quien le importa?— pronunció el chico de anteojos detrás de él, suspirando, aún más desganado que el propio Suzuhara. Parecía que iban acomodados en la escalera según el tamaño de sus ímpetus —Seguramente estaba muy ocupado divirtiéndose de lo lindo con su hermosa novia y su guapísima tutora como para acordarse de nosotros… qué envidia me dan los pilotos Eva…

    Sus compañeros optaron mejor por ignorar su comentario, sabedores del despecho que le produjo la noticia de la recién estrenada relación que sostenían Shinji y Sophia, el más reciente amor de su vida. Primero había sido el propio Kai con Asuka, y ahora Shinji con Sophia, dos de sus mejores amigos, cada cual en su momento, le habían arrebatado a la chica de la que estaba enamorado. No era la mejor de las épocas para ser Kensuke Aida. Aunque, ¿es que acaso habría alguna para serlo?

    —Lo mejor que podrían hacer los dos es callarse— pronunció Hikari una vez que alcanzaron el nivel donde se ubicaba el departamento de los Katsuragi. Era obvio que la de la idea de ir a visitar a Kai, a quien tenían meses sin verlo, había sido de ella. Y también era muy evidente que los dos chicos la habían acompañado a regañadientes —Estamos aquí para visitar y darle ánimo a un compañero enfermo, así que será mejor que pongan la mejor de sus sonrisas en sus caras a menos que prefieran que sea yo quien les ponga mi puño en ellas…

    En ese momento el curioso e inseparable par confirmó sus sospechas de hace semanas: finalmente el carácter de Asuka estaba influenciando el de Hikari. No es que antes fuera precisamente una perita en dulce, pero en definitiva no llegaba al extremo de amenazarlos con el uso de la violencia.

    —¡Al fin, aquí estamos!— dijo la jovencita de las trenzas, una vez frente a la puerta, como si llegar hasta ahí hubiera resultado ser toda una odisea para ellos —Muy bien, a ver, ¿qué tal esas caras?

    En el acto los chiquillos reaccionaron al tono de sus palabras para forzar una gran e incómoda sonrisa en sus rostros, conforme a sus deseos, lo que evidenciaba la falsedad en la naturaleza del gesto. No obstante la muchachita estuvo conforme y así se dispuso a llamar a la puerta.



    Una vez que lo hizo los tres pasaron algún rato esperando a que respondieran al llamado y fue hasta que la jovencita volvió a tocar que pudieron constatar la presencia de personas en el interior de la vivienda, al escuchar cierta clase de conmoción detrás de la puerta.

    —¡Esto ya no es gracioso! ¿Ni siquiera me vas a dejar abrir la puerta?

    —¡No! ¡Quiero estar contigo siempre, en cada segundo de nuestras vidas!

    —¡Deja de decir estupideces y suéltame de una vez, o si no…!

    El trío de chiquillos quedó petrificado en su sitio una vez que estuvieron expuestos al secreto que reveló la puerta del apartamento al abrirse. Era una visión tan insospechada que nada en sus jóvenes vidas pudo haberlos preparado para enfrentarla.

    Pero ahí estaban ellos dos, Kai y Asuka, trenzados el uno con el otro en una especie de abrazo de la muerte, una luchando por escapar y el otro por retenerla a su lado, colgando de su cintura, suplicante.

    Por su parte al ver a los visitantes frente a ella Langley enrojeció de inmediato, compartiendo de algún modo su estupefacción pues hasta ahora caía en la cuenta del penoso estado en el que se dejaba ver. Sólo una persona de las presentes tuvo el arrojo necesario para pronunciar palabra alguna en una situación tan embarazosa como lo era aquella:

    —Amigos…— pronunció Kai en un tono meloso a más no poder al verlos, con esos ojos de cachorro, sumamente conmovido, mientras aún colgaba de Asuka.



    NANA ó “Nana-chan”, cómo a sus fans les gustaba llamarla, era la más reciente “pop-idol” del Japón por aquél entonces. Una solista con buena voz y presencia, inflada enormemente por un descomunal aparato de publicidad y mercadotecnia como no se veía desde finales del siglo pasado. De ahí la gran expectación que había causado su primer concierto masivo en la ciudad más grande del país, Tokio 2. Auténticas multitudes, comprendidas en su mayoría por hordas de quinceañeros y uno que otro adulto despistado (ó al que se le había obligado a ir, daba igual), emprendían el éxodo a dicho lugar desde los más remotos puntos de la tierra del sol naciente. Tan sólo por la oportunidad de estar presente junto a su ídolo, en un evento que seguramente haría historia. Tal y cómo la propaganda previa al concierto recitaba, nadie podía dejar de ir.


    Mucho menos Shinji Ikari, quien era uno de los más fervientes admiradores de “Nana-chan”, una joven de unos veintitantos años, alta y delgada, con piel tan blanca como la nieve, cuyos delicados rasgos contrastaban drásticamente con su arreglo personal; por ejemplo la ropa oscura que siempre usaba o la manera en que acomodaba su cabello negro en varios mechones despeinados. Viéndola de esa manera puede que Nana-chan fuera del agrado de Ayanami. Quizás a ella también le hubiera gustado venir. Aunque pensándolo mejor, los temas pop que interpretaba Nana, a los cuales les faltaba poco para ser baladas románticas hubieran resultado ser tediosos para Rei, quien necesitaba de algo mucho más fuerte y oscuro para siquiera interesarse.


    Además, no podía quejarse en absoluto de la compañía, teniendo a su lado a una bellísima y radiante muchachita, que por si no fuera suficiente, era su novia. Apenas si podía creerlo cuando lo pensaba. Una novia. ¡Por fin sabía lo que era tener novia! ¡Sí!Luego de tantos años de soledad y desconsuelo, finalmente las cosas pintaban de un distinto color para el afligido Shinji Ikari. A pesar de haber transcurrido ya varias semanas, aún le costaba trabajo asimilar semejante hecho. Tenía novia. Y de ninguna manera podía tratarse de un sueño, pues ella estaba allí, justo a su lado, en aquél tren abarrotado de personas que más bien parecían sardinas en una lata. Y precisamente muchas de esas sardinas no podían dejar de notar a su tan distinguida compañía. La sensación que le provocaban aquellas miradas envidiosas, algunas llenas de rencor, también resultaba ser algo nuevo y desconcertante para el joven Ikari y sin embargo, en cierto sentido era gratificante. El saberse del otro lado de la línea, pues no hace mucho él hubiera sido de aquellos que lo miraran con recelo, en lugar de provocarlo.


    Pero hoy, hoy era cosa distinta, y todo gracias a Sophia, quien desde que había llegado a su vida le había dado un giro radical a ésta. Para bien, por supuesto. Ese destino ingrato por fin le estaba pagando todas las que le debía al haberle permitido conocer a esa persona tan especial. Cuanta verdad era eso de que uno nunca sabe qué le depara el mañana. Nunca antes como ahora estaba agradecido por ser un piloto Eva. Por primera vez desde su llegada a Tokio 3 pensaba que en realidad aquello era un don, más que la maldición que siempre le había parecido. Y es que si no hubiera sido piloto, jamás hubiera conocido a su amada y preciosa Sophie. Y si tampoco hubiera sido piloto, seguramente no se hubiera podido comprar ese costoso boleto de primera fila con meses de anticipación, con su holgado salario de miles de dólares. Ó tampoco hubiera estado en posibilidades de pedirle a Misato que utilizara las influencias de NERV para conseguirle otro boleto igual para Sophia, toda vez que las localidades estaban completamente agotadas. Sí. Lo que la gente decía, era muy cierto: ¡Ser piloto Eva era lo máximo!


    —¿Porqué tan contento?— le preguntó Sophie, entre divertida y curiosa a la vez al notar la cara extasiada de su acompañante.

    —Por nada en especial— se apuró a contestar Ikari al verse descubierto, torpe y vacilante como siempre —Debe ser la emoción de ir al concierto y todo eso…

    —Pues no eres el único emocionado, flaquito— le dijo melosamente al oído, paseando su dedo índice por el pecho del sonrojado chiquillo —Yo también tenía muchas ganas de venir contigo…

    Era en momentos como aquellos (que no eran pocos, por cierto) que el ¿pobre? Shinji debía luchar contra sí mismo y arreglárselas lo mejor que pudiera para disimular la explosiva reacción que ocurría en su entrepierna en ocasiones así.

    Luego de pasar unos diez minutos encorvado y pensando en la figura de su padre usando un diminuto bikini, finalmente las cosas allá abajo se tranquilizaron un poco, lo suficiente como para que el muchachito recobrara la compostura y el ánimo de seguir conversando.

    —Hmm, oye, desde hace rato quería disculparme… por lo de Asuka…— en efecto, aún no se le pasaba del todo el coraje que había hecho con la joven rubia; ¿quién se creía para hablarle de esa manera a Sophia? —No sólo por lo de hoy, sino la manera en la que siempre te trata… bueno, ella es así con todos, y yo tengo que soportarla porque después de todo, vivimos en la misma casa y todo eso… pero tú no tienes por qué…

    —¡Para nada! ¡Si es divertidísimo desquiciar a esa tipa! Además de lo fácil que es… Te lo juro, podría pasarme haciéndolo todo el día y nunca me cansaría… En todo caso, sería ella quien debe disculparse, no tú…

    —Bueno… aunque creo que deberías tratar de no provocarla tanto… Da mucho miedo cuando se enoja y quién sabe qué sería capaz de hacerte…

    —¡Ay, por favor! ¿De veras crees que la pelos de estropajo esa puede hacerme algo? Créeme, si intentara ponerme una mano encima lo único que haría sería besar el piso… nada más…

    —Me preocupo por ti, es todo— carraspeó Shinji.

    —Pues no deberías— respondió ella enseguida, con esa sonrisa y mirada vacía que a veces lo asustaba.

    Era una especie de aviso o señal que la muchachita le ponía para indicarle que no se acercara más de la cuenta, o por lo menos así le parecía a Ikari, el que nunca sabía de qué manera reaccionar en tales situaciones, o desde qué ángulo era entonces conveniente aproximársele.


    Por suerte para él, su locuaz novia tenía mucha más iniciativa e ingenio para tales menesteres, como lo demostró al pasarle uno de los audífonos del dispositivo de audio con el cual estuvo “estudiando” las melodías de Nana durante todo el trayecto. La cálida, coqueta sonrisa que le dedicó al momento de hacerlo le mostraba que ya no había peligro, que todo había vuelto a la normalidad. Aliviado, Shinji procedió a colocar el aparato en su oído, lo que le permitía escuchar la tersa voz de su artista predilecta de la semana y también colocarse en mayor cercanía con la hermosa chiquilla a su lado.



    “When I was in darkness one Saturday

    Furue teru kuchibiru heya no katasumi de NOT CRY”

    “Cuando estaba a oscuras un sábado, con mis labios temblando, acurrucada en la esquina de la habitación, aguantando las ganas de llorar…” diría aquella letra, mezcla bastarda de japonés con pedazos de frases en inglés, en un castellano más o menos entendible. Tal y como se puede entender, se trataba de una canción de despecho, una pieza cargada con la tristeza que conlleva la soledad. Hará apenas unos cuantos meses dicha melodía era la favorita de Shinji, pues en cierta manera y en muchísimos aspectos es que se veía reflejado en las melancólicas letras de aquella lúgubre balada.

    “Mogake ba mogaku tsukisasaru kono kizu

    NOBODY CAN SAVE ME”

    “Mientras más me resisto, más dolor me causa esta herida… nadie puede salvarme…”

    Claro que había quien podía salvarlo, y mejor aún, ya lo había hecho. Ella llegó a su vida en el momento oportuno, rescatándolo de una existencia miserable cargada de amargura, resentimiento y soledad. Nunca más volvería a estar solo, nunca más volverían a herirlo, pues ella estaba ahí para él. Al verla a los ojos su mirada le decía que siempre estaría a su lado. Tenía semejante convicción como tan sólo un joven de catorce años enamorado puede tenerla. Y eso era bueno.

    “Kamisama hitotsu dake

    Toda de saku you na MY LOVE”

    “Dios, sólo una cosa te pido, justo como las flores que crecen en el campo, mi amor…”

    Aún así, muy dentro de él, en alguna parte que no quería reconocer que existía, sentía miedo. Miedo por lo que podría suceder si la dejaba entrar cada vez más profundo a su corazón. Por que era desde ahí donde podría hacerle más daño. ¿Acaso sería posible? Tal posibilidad aún entonces lo incomodaba. Y es que había ocasiones, como hace un rato, no le quedaba de otra más que admitir que desconocía gran parte en lo relativo a su novia. Lo que la motivaba. Sus pensamientos. Sus sentimientos. Simplemente los ocultaba detrás de esa sonrisa vacía, tan fría y distante, como la de un maniquí en un aparador de tienda departamental. Ó como la de una máscara. Eso era. Una máscara de carnaval, eternamente luciendo una sonrisa vacía. Falsa. ¿Qué podía ocultar detrás de aquella máscara?

    “I need your love

    I´m a broken rose”

    “Necesito tu amor, soy una rosa rota…”

    ¿Qué era lo que habitaba sus anhelos más ocultos, sus más profundos sentimientos? ¿Acaso ella lo necesitaba tanto cómo él a ella? ¿Era cierto eso? ¿Era cómo la rosa rota de la canción? Resultaba bastante interesante que tanto Asuka como el propio Shinji experimentaban por aquellos días las mismas dificultades para entender a sus respectivas parejas. ¿Qué hubieran pensado ambos de saber aquella curiosidad? Quizás nada, pero de todos modos no por ello dejaba de ser algo anecdótico.

    “MY TEARS kanashimu YOUR SOUL

    PASSIONATE kadoku na MY LIFE”

    “Mis lágrimas sufren por tu alma, tan apasionada, tan sola en mi vida…”

    Una cosa sí era certeza en aquél entonces: Sophia Neuville se había convertido en eje central de su vida, sino es que la persona más importante para él. De tal manera haría lo que sea para procurar su bienestar, para vigilar que su felicidad nunca terminara. Y haría hasta lo imposible para conseguirlo.

    “I need your love

    I´m a broken rose

    Oh baby help me trough those pains

    Your smiles lies saying me they just want me

    I wanna need your love…”

    “Necesito tu amor, soy una rosa rota, oh nene ayúdame a través de esos dolores, tus sonrisas mienten al decirme que sólo me quieren a mí, yo quiero necesitar de tu amor…”

    Sin importar el peligro, sin importar las circunstancias, él siempre la protegería, él siempre estaría a su lado. Siempre. Lo demás no importaba. El mundo entero podía irse al diablo, mientras Sophie estuviera con bien. Era lo único, lo más importante en aquellos momentos.


    Una nueva, poderosa determinación se forjaba en el bullicioso corazón del muchacho en tanto miraba detenidamente a la chica a su lado, mientras ella le sonreía cándidamente y lo tomaba de la mano, tierna y afectuosamente, sin saber todo lo que pasaba por la cabeza del muchacho con el simple hecho de verla a los ojos. Su respiración se aceleró, al igual que el ritmo de sus latidos. Las manos comenzaron a sudar y la sangre a agolparse en las mejillas. Y en aquél lugar volvía a ocurrir la misma vieja reacción, explosiva y delatora a la vez. Lo bueno era que la imponente ciudad de Tokio 2 ya comenzaba a asomarse allá por el horizonte. No tardarían mucho tiempo en llegar y estar a la sombra de aquellos gigantescos rascacielos, los cuáles aún se veían minúsculos a la distancia que estaban de la metrópoli.


    Repentinamente una intensa luz blanca lo cegó por algunos instantes, al igual que al resto de los pasajeros del tren sardina, el cual hubo de detenerse con estrépito, ocasionando la caída de varios. Shinji y Sophia pudieron sujetarse lo suficiente como para permanecer en pie, de tal modo que estuvieron en posibilidades de atestiguar lo que pasaba afuera, asomándose por la ventana del transporte.

    —Oh, diablos— masculló Sophia, atónita —¿Eso es lo que creo que es?

    —Maldición— musitó Shinji por su parte —El concierto…


    ¿Qué eran dos meses? Aproximadamente unos sesenta días. En términos relativos a una vida entera, apenas un pestañeo. Pero cuando se tiene catorce años la vida misma parece ser eterna. Y dos meses serían algo así como años enteros desde dicha perspectiva. Por lo menos así era como los percibían la pequeña Hikari y su par de secuaces, sentados en la sala de los Katsuragi, poniéndose al corriente del estado de su amigo, precisamente al cual tenían dos meses sin ver. Dos meses que bien pudieron haber sido dos años sin haberse percatado de ello, dada la apariencia del muchacho frente a ellos.


    Mientras Hikari se las había ingeniado para ocultar su pasmo, auxiliada también por haber sido previamente puesta al tanto de la situación actual vía Asuka, Suzuhara y Aida no eran capaces de cerrar sus bocas, en medio de un gesto atónito que aparentemente era indeleble en sus rostros desde que llegaron al departamento. La persona ante ellos, aquella que se hacía llamar Kai Katsuragi no encajaba con los recuerdos que tenían de dicho individuo. Bien podía tratarse de cualquier otra persona, y tal vez eso hubiera sido lo mejor. Lo triste del asunto es que este tipo compartía y rememoraba ciertos rasgos que después de un sesudo análisis a conciencia permitían identificarlo positivamente como Kai Katsuragi. Y eso era algo terrible, dado el estado en que se encontraba, mucho más si es que se le comparaba con la imagen que tenían de él antes de partir a tierras extranjeras.


    Era increíble la cantidad de peso que había perdido en tan poco tiempo. Puede que estuviera aún mucho más delgado que Shinji. Asimismo, el color huyó de su semblante, dejando en su lugar una capa lánguida, pálida. Su cabello desarreglado en el montón de mechones que en su conjunto parecía un estropajo amarañado se veía mucho mejor que su incipiente y raída barba de adolescente que ya ni siquiera se molestaba en afeitar.


    En definitiva, nada que ver con la imagen gallarda del muchacho bien parecido que todos recordaban existió alguna vez. Y aparentemente el cambio no era sólo físico, tal como pudieron constatarlo en su voz apagada, casi susurrante. Las respuestas y reacciones tardías cada vez que le era dirigida la palabra, le era dedicada cualquier clase de gesto. Pero sobre todo en aquellos ojos vacíos, a medio cerrar, los cuales carecían de la luz y vivacidad que hasta ese entonces habían sido tan característicos de él, los que reflejaban el ímpetu y la fuerza de su espíritu. Muy poco, o casi nada de eso quedaba en él ya. Puede que en verdad una parte muy importante de Kai había muerto en el extranjero, dejando los despojos de aquella concha vacía que tenían ahora delante ellos. Y eso era triste. Muy triste.


    Tan triste que los tres hubieran preferido abandonar cuanto antes el lugar, en vez de seguir contemplando las ruinas de lo que alguna vez fue un ser humano llamado Kai Katsuragi. Sin embargo, ya estaban ahí sentados muy cómodamente; parecía algo tarde para arrepentirse y echarse para atrás. Además, muchas cosas les habían sucedido desde la última vez que se vieron. Cosas interesantes, maravillosas, sorprendentes. Cualquiera de los relatos de su emocionante, trepidante vida dejarían atónitos a quien sea. Seguro que podían hacer un buen tema de conversación. Sobre todo con lo más espectacular de todo cuanto había ocurrido últimamente, algo de repercusiones tan grandes que incluso había cimbrado su mismísimo modo de vida:

    —¿Shinji tiene novia?— repitió Kai cuando se le informó, desenfadado —¿Y eso qué?

    Ciertamente, aquella revelación no tuvo en su ánimo el efecto esperado. Sin embargo Asuka, como siempre, llegó al rescate.

    —¿Cómo que “y eso qué”?— le reprochó, dándole una palmadita en el hombro —¿A poco no te parece increíble que el tarado de Shinji tenga novia? Lo que es más: ¡Que alguien SIQUIERA se haya fijado en él! ¡Además desde hace dos semanas que te lo dije! ¿Ése es el caso que me pones?

    —Bueno… ahora que lo pienso…— musitó Katsuragi, rascándose la nuca —Algo me acuerdo de eso… puede que sea una sorpresa, después de todo… digo, yo antes podía asegurar que el tipo era un homosexual reprimido, o algo así…

    —¡Y si crees que eso es sorpresa, espera a qué sepas quién es la afortunada!— comentó Suzuhara pretendiendo fingir emoción —¡A qué ni siquiera te lo imaginas!

    —¿Sophia Neuville?— inquirió de inmediato Rivera, meditabundo.

    —Ah, es cierto, ya te lo había dicho Asuka— recordó Hikari, rompiendo la imponente barrera del silencio que la respuesta del muchacho había levantado entre todos ellos.

    —Por supuesto— completó la susodicha.


    Pero a decir verdad por aquellos días Kai era incapaz de recordar cualquier conversación frívola acaecida un par de horas antes, mucho menos una de semanas atrás. Si supo de la identidad de la nueva novia de Shinji fue por pura intuición, más que nada. Y la certeza de que algo se estaba cocinando a sus espaldas. “Incluso anda de culo ofrecida con ese marica de Shinji… con razón ha estado tan gallito estos días… ¿Qué estará pretendiendo esa maldita psicópata desgraciada?”

    Mientras un perturbado Kai se encerraba en sus pensamientos, sus acompañantes hacían hasta lo imposible por mantener un hilo más o menos coherente de conversación. Lo que por sí solo era un tanto cuanto complicado, dada la parsimonia de Katsuragi.

    —¡Viejo, más vale que te cures esa rodilla y vuelvas pronto a la escuela!— comentó Toji, al notar la rodillera ortopédica en la pierna de Kai —¡Sólo faltan unos meses para el festival deportivo de la escuela! Con nosotros dos haciendo equipo no hay forma en que nuestra clase pueda perder.

    —Es verdad— secundó la representante de salón —Todos tenemos puestas nuestras esperanzas en ustedes dos para ganar el torneo…

    —¡Ey, se están olvidando de mí!— exclamó Langley, tan molesta como se ponía siempre que era olvidada o relegada a un segundo plano —Yo también estoy en la clase, ¿recuerdan? Y apuesto a que estoy en mejor forma que cualquiera de ustedes, montón de flácidos regordetes...

    —¿Eh? ¿No eras tú la chica genio que no quería saber nada de nuestros estúpidos festivales escolares?— inquirió su amiga, también enfadada por el súbito cambio de opinión en la jovencita rubia —Habías dicho que un festival deportivo sólo era pérdida de tiempo para alguien como tú…

    —La verdad es que me da igual, pero si Kai va a participar yo también quiero entrar… apuesto a que trapeamos el piso con ustedes, mocosos, en todos los eventos…

    —¿De qué estás hablando? ¡Somos equipo, no tienes que competir contra nosotros, tarada!— le aclaró Suzuhara, herido en su orgullo por ser subestimado.

    —Un evento deportivo, ¿eh? ¿Y en la escuela?— masculló Kai, sin hablarle a nadie en específico. Sus ojos parecían recobrar su brillo de antaño con la sola mención de la justa deportiva.


    Hubiera querido reprocharles que le vinieran a hablar de nimiedades justo en este momento, estando las cosas como estaban. Pero optó mejor por darle vuelo a la imaginación y pensar como sería todo aquello, en otra vida, siendo él una persona completamente distinta a quién era ahora. Siempre había disfrutado de la actividad deportiva, cualquiera que ésta fuera. De haber nacido en una época diferente, de haber sido un joven normal seguramente le hubiera gustado ser deportista. Pero no era así, y soñar no servía de nada, más que para perder inútilmente el tiempo.

    —Diablos, parece que fue hace siglos la última vez que me eché una cascarita de fútbol. ¡Y qué ganas traigo desde hace rato de echarme un partidito de básquet!— confesó el muchacho, de nuevo hablándole a todos, y a nadie a la vez —Desquitar todo mi estrés golpeando con el bat una pelota de béisbol…

    —¡Claro que sí, a eso me refería! Tú sólo concéntrate en aliviarte y te aseguro que haremos pomada a quien se nos ponga enfrente— pronunció Toji, entusiasmado, mucho más por el interés que por fin Kai mostraba en algo.

    —La verdad, no creo que eso pueda ser, muchachos. Perdón por arruinar sus esperanzas— pronunció sin tapujos, con la cabeza gacha —No creo que pueda volver a la escuela. Lo siento, pero mis días como estudiante de secundaria se han terminado…

    Cómo por enésima vez en aquel breve lapso de tiempo, todos los presentes guardaron silencio. En realidad, los visitantes ya habían pensado y hablado de esa posibilidad aún siquiera antes de plantearse la idea de aquella visita. Lo que era más, el propósito principal de ella había sido precisamente aclarar dicha posibilidad de una vez por todas, en lugar de seguir confiando en rumores y suposiciones. Y ahora que lo habían hecho una extraña sensación les oprimía la base del estómago, aún cuando debieron haberse preparado a conciencia para aquella eventualidad.

    —Qué asco— Kensuke resumió el sentir de todos en aquél conciso pensamiento.

    —No hay mucho que se pueda hacer, no es como si todo este tiempo hubiera querido estar ahí, en primer lugar— pronunció Kai, cómo si se estuviera disculpando, recordando la manera en la que asistía a clases a regañadientes —Mi presencia en la escuela sólo era requerida para una sincronización adecuada con mis compañeros, pero en realidad nunca fue una prioridad. Y a cómo están las cosas ahora, todo aquello que no sea prioritario debe ser relegado… lo lamento, sé bien que esto se oye muy feo, pero simplemente hay cosas más importantes que debo hacer…

    —Bueno, aunque fue por poco tiempo— dijo Hikari antes que el incómodo silencio se interpusiera de nuevo entre ellos —Espero que tu estadía en la secundaria haya valido la pena…

    La chiquilla le dedicó la más calida de sus sonrisas, y sus otros dos compañeros quisieron hacer lo mismo, asomando apenas un esbozo tímido en sus labios.

    —¿Tú qué dices, guapo?— le inquirió Asuka, apoyando el mentón sobre sus brazos cruzados encima de la mesita de centro.

    —Fue… fue mucho más interesante de lo que me esperaba en un principio, en realidad…— contestó el chico de ojos verdes, algo apenado, rascándose la nuca, un gesto muy de él —Me hubiera gustado quedarme más tiempo… después de todo en ningún otro lugar he dormido más a gusto que allí…

    Los chiquillos rieron de buena gana, recordando los sonoros ronquidos de su compañero en clase y las constantes amonestaciones de las que era objeto por parte de los profesores, e incluso de la propia Hikari.

    —¡De todos modos, el que ya no vayas a la escuela no quiere decir que ya no nos veremos nunca!— señaló Toji en uno de sus animosos desplantes tan usuales.

    —¡Es verdad!— dijo a su vez Hikari, compartiendo su entusiasmo —Estoy segura que hasta los pilotos Eva tienen sus días libres de vez en cuando… no sé, podríamos ir todos juntos a algún lado… al parque de diversiones, a Matsuhiro… ¡Ya sé, deberíamos ir a bailar! Mi hermana me contó de este nuevo lugar que abrieron cerca de…

    —Oye, eso no suena tan mal, pequeña fraülein… no sabes las ganas que tengo de salirme de este nido de ratas tan siquiera un rato— la secundó Langley, extrañamente interesada en su propuesta.

    En el acto las dos ya discutían qué ropa se pondrían y con qué zapatos, ante el desconcierto de los muchachos, quienes sólo atinaban a presenciar como las chicas planeaban y decidían cada detalle de su próxima e inminente salida.

    —¿Quién se creen que son? ¡No se pongan a decidir todo así como así!— espetó Suzuhara, sin hacer mella en la resolución del par de chiquillas, quienes inclusive ya habían señalado fecha y hora para tal evento.


    Igualmente, Katsuragi tan sólo podía ser testigo en aquella toma de decisiones, sin poder ser parte de ella, aún cuando le hubiese sido permitido. Jóvenes. Ahora entendía porqué nunca se había sentido parte de ellos. Al parecer, ser joven requería una negación deliberada de todo cuanto le rodeara y una actitud individualista que sólo se ocupara en satisfacer las necesidades personales más inmediatas. Y para su desgracia, él no podía pasar por alto siquiera un solo momento que el mundo en el que vivían era una completa porquería y que un montón de gente estaba sufriendo por su causa, mientras él estaba ahí sentado sin hacer algo al respecto. En ese momento, contemplando a sus congéneres, en realidad se sentía como todo un anciano en comparación a ellos. Juventud, divino tesoro…


    No pudo continuar sus observaciones del extraño mundo juvenil pues repentinamente un escalofrío le recorrió la médula en toda su extensión. Una clase de escalofrío bastante peculiar que tenía bastante tiempo sin sentir, mucho menos a semejante intensidad, que lo impelía a ponerse de pie, en alerta.

    Sus acompañantes lo miraron, extrañados por lo súbito de su proceder y su rostro aún más pálido de lo que ya estaba, mucho más cuando con voz seca y mirando fijamente hacia la ventana, desde donde se podía apreciar gran parte de la ciudad, les indicaba, lacónico:

    —Ustedes tres, será mejor que vayan cuanto antes al refugio más cercano… Asuka, tenemos que irnos, ya…— dijo, sin dejar lugar a réplicas, en tanto iba a su cuarto por los enseres más necesarios.

    Langley apenas lo iba a interrogar acerca de su inusitada petición cuando el timbre del teléfono la interrumpió. Al contestarlo reconoció la voz apurada de Misato al otro lado de la línea, hablando atropelladamente, como siempre lo hacía cuando estaba nerviosa.

    Vas?!— el tono de la muchacha, aún en su lengua materna, no dejaba lugar a dudas acerca de la gravedad de la situación. Apenas la escucharon, Toji, Kensuke y Hikari se apresuraron enseguida a llegar al refugio que estaba más cerca de la localidad. Los tres sabían bien de lo que se trataba. Aunque jamás pudieron haberse imaginado la magnitud de lo que estaba sucediendo.


    —Creo que deberías tratar de comer otra cosa que no fueran fideos— pronunció Misato cuando desde su asiento en la mesa del comedor veía llegar a Rei sentarse frente a ella, con el plato de fideos que habitualmente ordenaba a la hora de comer.

    —No sólo como fideos— aclaró la jovencita tan seria como era, siguiendo su acostumbrado ritual de antes de comer: extender una servilleta sobre sus piernas, luego cuidadosamente separaba los palillos chinos con los que llevaría la pasta del plato hasta su boca para entonces revolver con ellos el contenido de su tazón —También como tofu, arroz, verduras, pan… pescado, muy de vez en cuando…

    —Bueno, tal vez un poco de carne no te caería mal, aunque sea para variar— dijo la Mayor Katsuragi en tanto le daba una generosa mordida a su enorme hamburguesa de res —Tal vez te hacen falta proteínas y carbohidratos para que agarres un poquito de color…

    Contrario a sus buenas intenciones, quien menos debería hablar sobre una dieta sana sería la propia Misato. La lata de cerveza semivacía que reposaba a lado de su plato daba cuenta de ello, sin contar la enorme cantidad de comida chatarra y/o prefabricada que consumía al día.

    —En realidad sí que me haría mal tan siquiera probar cualquier tipo de carne roja— confesó la peculiar chiquilla, deteniendo por un momento el incesante desfile de la pasta hacia su boca —Por alguna razón… mi cuerpo… no tolera la carne… ya antes lo he intentado, pero…

    —¡Oh, es verdad!— pronunció su acompañante, interrumpiéndola en un momento de súbita iluminación a la vez que de lucidez —¡Ahora recuerdo que Kai una vez me platicó algo al respecto!

    —Sí, bueno…

    —Fue en la época que estaba hecho un idiota por ti... era algo así como que…— insistía la mujer, buscando en su memoria el hecho específico —…una vez, el muy inútil quiso conquistarte cocinándote arroz con tocino … ¡Oh sí! ¡Y que se lo vomitaste encima!

    El semblante de Rei sí que adquirió mucho más color, aunque no de la manera a la que Misato se refería, al momento en que ésta última rompía en sonoras carcajadas que cruzaron todo el comedor. Por suerte para la apenada jovencita en esos momentos se encontraban solas en aquél lugar, de otra forma uno de los más grandes y vergonzosos secretos de su corta vida hubiera sido expuesto ante un montón de gente. Quería pensar que precisamente por ello es que Katsuragi se permitía ese tipo de desplante de emociones, pero en realidad a esas alturas ya la conocía lo suficiente como para saber que aún cuando el comedor hubiera estado abarrotado de gente eso no le hubiera impedido que su reacción fuera prácticamente la misma.

    —¡Esa sí que fue una buena época!— pronunció al fin la Mayor, satisfecha, una vez que había reído cuanto quiso y a sus anchas —Y pensar que apenas fue hace unos cuantos meses… acaso… ¿acaso no hay veces en las que deseas que todo volviera a ser como en ese entonces?


    Misato suspiró al instante, dejando entrever la pesadumbre que la afligía, la cual, como era su costumbre, intentaba a toda costa disfrazar con una actitud relajada y dicharachera. No obstante de sus escasas relaciones personales, Ayanami no era una persona a la que se le pudiera engañar fácilmente con esa clase de gestos. Inmediatamente percibía la falsedad en ellos.

    —Kai… ¿aún no se recupera?— de igual modo, en el caso de la Mayor Katsuragi, fácilmente podía entrever la causa de sus pesares.

    —Sigue igual o peor que cuando llegó— respondió la mujer, abatida —Se la pasa todo el día echado en casa, pero a la vez es cómo si no estuviera ahí… tiene la mirada perdida y apenas si habla cuando le diriges la palabra… quién sabe en qué tanto estará pensando, o en todo lo que traiga dentro… no deja que nadie se acerque… la verdad es que ya no sé que más puedo hacer por él, si no me dice qué tiene, si no me dice qué le preocupa tanto…

    También para ese entonces a Katsuragi ya no le sorprendía la facilidad con la que podía hablar con Rei de sus problemas. Los cuales, en su mayoría, involucraban a su joven protegido. El cual, a su vez, alguna vez estuvo relacionado sentimentalmente con ella.

    —Tú… ¿tienes alguna idea de qué le pueda estar pasando?

    —Creo que…— la muchacha vaciló por algunos instantes antes de responderle —De alguna manera, se está castigando a sí mismo… Aún se siente culpable por lo que tuvo que hacer en el extranjero… él considera que no merece vivir feliz y en paz en su compañía, no después de todas las personas que murieron en esos países… por lo menos eso es lo que yo creo— se apresuró a aclarar.

    —Ese muchacho idiota— repuso Misato, pensando en las palabras de Ayanami —Siempre ha sido así… siente que tiene el deber sagrado de cargar con los problemas de todo el mundo sobre sus hombros. Me pregunto quién le habrá metido esa idea en la cabezota…

    —Su padre— contestó la chiquilla de los ojos rojos, terminando de engullir lo que quedaba en su tazón de fideos —Básicamente Kai rige toda su vida bajo una serie de estrictos ideales acerca del bienestar común en busca de la aceptación de su padre, la cual nunca pudo obtener cuando él vivía. Semejante frustración lo hizo adoptar las creencias de su padre como las propias, buscando convertirse en aquello que esa persona pudiera respetar y admirar, la personificación completa de sus ideales más nobles.

    Muy a su pesar, Katsuragi no podía más que maravillarse (y puede que hasta envidiar) el alto grado de entendimiento que aquella chiquilla sostenía con Kai, aún cuando en realidad su relación había durado tan poco tiempo, apenas unos cuantos meses. Y aún así parecía que lo conocía de toda su vida.

    —Joe… su padre… no era el mejor padre del mundo, qué digamos— murmuró, con la mirada felina de Rei encima en todo momento —Pero aún así, era una persona de una sensibilidad social inquebrantable… supongo que era una de sus mayores virtudes. Y por ello ya había pensado en los efectos que esa clase de figura había tenido en Kai, pero nunca estuve muy segura al respecto, hasta hoy… Kai y yo… no somos muy afectos de hablar acerca de sus padres… es bastante difícil para ambos, mucho más para mí, lo admito.

    —El mayor problema aquí consiste en que tales creencias presentan un enorme desfase ideológico en la época actual— por la manera en la que le daba pequeños sorbos a su taza de té y su tono de voz parecía que la chiquilla realmente sabía de lo que hablaba —Es por eso que el mismo Kai se encuentra desubicado y con grandes dificultades para insertarse plenamente en la clase de sociedad en la que vivimos ahora, con sus propios valores e ideología… una persona fuera de su tiempo…

    “Mira quién habla” pensó Misato, sin dejar de reconocer las habilidades de su joven acompañante por ello. Puede que la muchacha no hablara mucho, pero las pocas veces que abría la boca vaya que valía la pena escucharla.

    “…y aunque fui yo quien decidió que ya no más, y no me canse de jurarte que no habrá segunda parte, me cuesta tanto olvidarte, me cuesta tanto…”— canturreó Katsuragi, burlona, balanceando su lata de cerveza, ya vacía —Sí que lo extrañas, ¿verdad? Y bastante…— entrevió la Mayor, en parte por ayudar y en parte por molestar. Y en parte, dominada por sus celos —Se nota que pasas mucho tiempo pensando en él…

    —Usted piensa… ¿Que ahora él sea feliz?— respondió sin responder, evadiendo la pregunta.

    —¿Pero qué estás diciendo? ¿De qué hemos estado hablando todo este tiempo? ¡Claro que no es feliz! Atraviesa por momentos muy difíciles…

    —No me refería precisamente a esta situación en específico— acotó la jovencita de cabello azul claro, incapaz de verla a la cara en aquellos momentos —Quise decir… si es que acaso es feliz… en compañía de esa chica que vive con ustedes… la Tercera Elegida…

    —¿Te refieres a Asuka? Maldita sea, tampoco lo sé… hay ocasiones en que se ven tan cercanos, tan íntimos que parecen la pareja perfecta, de esas que son nominadas para recibir un premio o algo así… pero hay otras veces en las que, francamente, me preguntó qué diablos pretenden al estar juntos, si son como completos desconocidos… en realidad ninguno conoce del todo bien al otro… su relación es… casi como un juego para ellos, es lo que me imagino cada vez que los veo…

    —Cree que pueda ser… ¿Qué esa persona sólo piense en sí misma y en lo que le conviene, sin importarle lo que le pase a Kai?— aparentemente, aquellas palabras de Sophia en el aeropuerto habían estado rondándola por bastante tiempo.

    —A decir verdad creo que todas, quien quiera que sea, terminarán lastimándolo… si me lo preguntas a mí, yo opino que nadie se lo merece— confesó Misato, sin tapujos y también sin consideración alguna —Claro, esa es mi opinión como su madre… Además, tú ya tuviste tu oportunidad, ¿recuerdas? Lo tenías, y lo dejaste ir… así que pienso que ya debería ser tiempo para resignarse y olvidarlo…

    La seriedad en su tono de voz y el gesto adusto en su rostro al momento de decir aquellas palabras, hacían descartar que se tratara de alguna de sus bromas pesadas. Dominada por la envidia, olvidaba que había sido ella misma quien pidió la opinión de la muchacha, la cual no hubiera dicho palabra alguna al respecto de no habérsele requerido. Sin embargo Ayanami aprovechaba la ocasión para confirmar su sospecha acerca de los verdaderos sentimientos de su oficial superior, los cuales distaban mucho de los lazos filiales entre una madre e hijo. Como siempre, las palabras no bastaban para afectar su expresión indolente ni turbar su ánimo distante.


    Era en momentos como ese que resultaba evidente que uno de los motivos por los que personas tan disímbolas insistían en mantener una relación más o menos equidistante era para averiguar por medio de la otra todo lo que pudieran desconocer acerca del tan mencionado muchacho, presente en casi todas sus conversaciones. Relación por conveniencia, si se quiere verlo así.


    De buena gana las dos hubieran permanecido así, mirándose fijamente a la otra, por vario rato más. No obstante el bullicio que provocaron las alarmas al activarse y el paso constante y precipitado de oficiales y técnicos en el pasillo de a lado, necesitaron su completa atención. Era obvio que algo muy grave estaba ocurriendo y que la hora del almuerzo había llegado abruptamente a su fin. Tal y cómo lo constató Makoto a la entrada del comedor, jadeante y tan pálido que parecía se podía ver a través de él.

    —¡Mayor Katsuragi! ¡Rápido, tiene que reportarse a su puesto cuanto antes!

    El movimiento de los empleados in crecendo detrás suyo ponía énfasis al apuro de sus palabras.

    —¿Qué sucede?— Misato todavía tuvo el atrevimiento para preguntar, a sabiendas de lo que se trataba, mientras se ponía en pie y acompañaba a su subordinado hasta su puesto de mando. Creía que en su trabajo ya lo había visto todo y por tanto podía manejar todo lo que se le presentara. Olvidaba las desagradables sorpresas con las que puede importunarnos la vida.


    —Los primeros cálculos estiman las bajas civiles en más de un millón y aumentando a la vez que el ataque sigue prolongándose sin un propósito evidente, más que el de la destrucción a capricho de la infraestructura urbana— mientras Ritsuko puntualizaba los hechos, Misato, al igual que los demás en la sala de juntas no podía más que mirar absorta la enorme pantalla detrás de la científica, descubriendo que, contrario a lo que creía, su capacidad de asombro aún podía ser rebasada.

    Y es que las imágenes obtenidas por satélite hablaban por sí solas. La destrucción era indescriptible, a una escala nunca antes vista desde el Segundo Impacto. Al igual que sus circunstancias.

    —El ataque inició a las doce menos tres exactamente— continuó Akagi con el recuento, con la completa atención de todos los ahí reunidos: los cinco pilotos Eva, el Comandante Ikari, Fuyutski, Misato, Maya, Makoto y Shigeru —El mismo momento en que MAGI detectó la repentina aparición de siete Códigos Azules en el área urbana de Tokio 2 y activó las alarmas.


    Apenas si podían creerlo la primera vez que lo escucharon, y aún en ese momento todavía costaba trabajo asimilarlo. Siete Códigos Azules. ¡Siete ángeles! ¡Siete ángeles, que se habían materializado prácticamente de la nada para tratar a Tokio 2 como su campo de juegos! Aquella era la primera vez que se sabía de un ataque conjunto de ángeles. Si uno solo significaba ya bastantes problemas, la presencia de siete de aquellos seres seguro que era catastrófica, tal y como atestiguaban las ruinas de lo que alguna vez fuera Tokio 2. También era la primera ocasión en que su objetivo no apuntaba hacia Tokio 3, prefiriendo un área con mayor densidad demográfica. Era el escenario de pesadilla que tanto habían temido. Y para el cual, paradójicamente, estaban menos preparados, dada la improbabilidad de su realización. Por lo menos es lo que los altos mandos de la agencia pensaban. Hasta ahora.

    —La Segunda Oleada ya está aquí— musitó Gendo al fondo de la sala, asegurándose de tener como escucha sólo a Fuyustki.

    —¿Quién demonios pensaría que sería toda al mismo tiempo?— preguntó el experimentado hombre de ciencia en el mismo tono susurrante que empleaba su acompañante —¡Nada de esto era mencionado en Los Rollos!

    Kozoh ni siquiera se molestó en disimular la frustración, pero sobre todo, el miedo en sus palabras. Al igual que todos los ahí presentes, estaba a punto de mojar sus pantalones al percatarse de la magnitud de la inimaginable situación a la que tendrían que enfrentarse.

    —Hemos constatado de la peor forma que Los Rollos no son infalibles, profesor— respondió Ikari —Recuerde que tampoco hacían referencia alguna al Eva Z… esto no puede ser coincidencia…

    —¿Insinúas que su presencia fue la que obligó a los ángeles a combinar sus fuerzas en un solo ataque?

    —Muy probablemente… así que de ahora en adelante ya no podemos contar con Los Rollos para saber qué es lo que pasará ahora… todo depende del muchacho, y de lo que haga a partir de este momento.

    —Eso no es nada halagüeño, ni reconfortante— masculló el Profesor Fututski, observando disimuladamente el gesto atónito del muchacho, un poco delante suyo.

    Y es que era innegable que además del asombro y la preocupación en el rostro del chiquillo, había presente en éste otra emoción, quizás no tan evidente como las anteriores pero presente al fin y al cabo: miedo.


    En las imágenes por satélite se podía apreciar sin mayor problema que quedaban muy pocos edificios en pie de lo que alguna vez fuera una portentosa ciudad, símbolo del renacimiento de la humanidad después de la catástrofe global. Una criatura gigantesca que parecía estar hecha de material magmático, deforme como todos los de su clase, muy semejante a un insecto, usaba su propio cuerpo como un ariete para fácilmente reducir a escombros uno de aquellos rascacielos.

    —Sólo miren a esos bastardos, cómo se divierten— pronunció Kai entre dientes ante tal espectáculo de destrucción injustificada —¿Cómo es que había tanta gente en la ciudad?

    —Según parece había una especie de evento masivo a celebrarse, ello contribuyó a que el número de bajas aumentara considerablemente— respondió Akagi, sin darle tanta importancia al asunto como se la daba el muchacho. Tal y como era de esperarse.


    Shinji también estaba desconsolado, y no tanto por la enorme cantidad de gente que aún en esos momentos estaba muriendo en Tokio 2, sino por lo inoportuno de este nuevo ataque, el que había destruido su cita de ensueño junto con el concierto y la ciudad en la que se llevaría a cabo. Sólo esperaba que Nana-chan estuviera con bien. Odiaría ya no poder escuchar nuevas canciones de ella.

    Lo que sí disfrutaba sobremanera era ver la expresión aterrorizada del estúpido de Kai. ¿Así que todas sus agallas se habían quedado en el extranjero, no? Tan sólo habían bastado unas cuantas zarandeadas para que el poderoso Kai Rivera perdiera toda su molesta y enfermiza confianza en sí mismo. Qué patético. De ahí era evidente que siempre la había tenido muy fácil, por lo que a la menor contrariedad el pobre imbécil se desmoronaba por completo.

    Casi de igual forma, Sophie, al lado suyo, compartía el mismo gesto. Aunque en su caso, aquello era perfectamente comprensible. Era la primera vez que se enfrentaría a aquellos monstruos horrendos. No podía haber peor primera vez, al tener que hacerle frente no a uno, sino a siete de ellos. Y además, era mujer. Así que era por demás justificado que demostrara algo de temor en una ocasión así. Él mismo lo había hecho varias veces. Y aunque la situación que tenían entre manos aparentaba ser mucho más aterradora que todas las anteriores juntas, no experimentaba miedo alguno, pues ella estaba a su lado, y es por ella que podía ser fuerte en esos instantes de angustia. Después de todo, era él quien debería protegerla de todo peligro. No podía permitirse ninguna flaqueza, no cuando por fin tenía a alguien tan querida como para querer protegerla a toda costa.


    Pese a su inusitado espíritu combativo, el joven Ikari tenía la percepción errónea del sentir de sus compañeros. No era tan sólo temor lo que experimentaban, sino rabiosa indignación al ver las escenas de tanta devastación, entre las ruinas, escombros y los cuerpos regados como confeti. Despertaba muy malos recuerdos en ambos. Kai no podía evitar pensar en todas esas ciudades que él mismo, a bordo de su Evangelion, había devastado inmisericordemente. Aquella estampa era la misma que se le presentaba a través de las imágenes en el monitor. ¿Y Sophia?


    —¿Cómo es que no supimos antes de su presencia?— interrogó Misato —Es difícil de creer que siete ángeles aparecieron al mismo tiempo sobre Tokio 2, así nada más.

    —Pero así fue exactamente como pasó, Mayor Katsuragi— respondió enseguida Ritsuko —MAGI puede detectar la presencia de un Código Azul en un rango mucho mayor que la distancia a Tokio 2. Sin embargo, el instante en que detectó la repentina aparición múltiple fue el mismo instante en que los hostiles estaban sobre la ciudad.

    —Materialización espontánea. Teletransporte— masculló Kai.

    —El gobierno japonés demanda la intervención inmediata de los Evas— ultimó Akagi con su reporte —El curso a seguir de ahora en adelante es decisión de usted, Comandante Ikari.

    Antes de que la atención se centrara en el susodicho, Sophia se la arrebató de improviso, al afirmar con voz serena y firme:

    —Es bastante obvio que tratan de sacarnos de nuestra posición, al salirse de su patrón habitual de conducta y atacar otra ciudad. Sería una estupidez concentrar todas nuestras fuerzas en un eventual contraataque.

    Lo que decía tenía mucho sentido, pero lo que más impresionaba a todos los asistentes era el temple y seguridad con la que se manejaba la muchachita, quien en el papel era la novata del equipo y por ende la que debería estar más nerviosa de todos. No obstante era capaz de quitarle la palabra al mismo Comandante Ikari para exponer concienzudamente un argumento por demás sólido, lo que también hablaba de una gran capacidad táctica en ella.

    —Es correcto— asintió Ikari, ajustándose sus gafas, a través de las cuales observaba detenidamente a la nueva piloto, quien hasta ese momento había pasado desapercibida para él —Por lo que las Unidades Especiales permanecerán en esta posición y la resguardarán, mientras los demás Evas atienden la contingencia en Tokio 2. La Mayor Katsuragi supervisará las operaciones desde aquí.

    —¿La Unidad Zeta está en condiciones de pelear?— preguntó ésta última a Rivera, sin estar del todo convencida de inmiscuir a un Eva en mal funcionamiento, y sobre todo de poner a su preciado muchacho en peligro.

    —Está… en condiciones aceptables… está lista, no habrá mayor problema— contestó el joven al cabo de un instante de vacilación.

    —En ese caso, adelante con la misión— ultimó Gendo, despachando a todo mundo a sus puestos con aquél simple gesto.


    Al tener sus órdenes, todos se movilizaron de inmediato. Los pilotos se aprestaron a tripular sus Evas, tanto quienes iban a ser emplazados a enfrentar directamente la crisis como quienes se quedarían en estado de alerta, protegiendo el Geofrente de una eventual emboscada.

    —¿Podrías dejar de mirarme un solo momento, pervertida asquerosa?— le exigió Asuka a Sophia de improviso, sabedora de que desde que salieron de la sala de juntas Neuville la observaba con mucha insistencia, puede que de manera premeditada.

    —Ay, perdón, chula— se disculpó ella, al verse descubierta —Es sólo que espero que mi traje de conexión no haga que mi trasero se vea tan gordo como lo hace con el tuyo… ¿en serio estas cosas tienen que estar tan entalladas?

    El traje de Sophie era bastante similar al de sus compañeras, y como el resto se diferenciaba en el color, el cual era de una tonalidad plateada con algunos detalles en negro; de ahí en más tenía los mismos aditamentos básicos que los demás: sistema de soporte de vida y ajustamiento corporal, que era lo que tanto la preocupaba.

    —¡¿Qué dijiste, puerca envidiosa?!— estalló Langley, cuyo cuerpo atlético y cuidadosamente formado era uno de sus más grandes orgullos —¡Hasta ahora nadie se ha quejado de mi trasero, imbécil! ¡Díselo, Kai!

    —Ah, pero claro— respondió éste, casi enseguida, sumamente contrariado —Es el traserito más lindo que he visto en toda mi vida, lo juro…

    “Bueno pues, el segundo” pensó para sus adentros, mientras que aprovechaba con fruición para admirarle las espaldas a Rei, quien caminaba por delante del grupo, manteniéndose ajena a la discusión. Si bien podían estar a minutos de enfrentar un terrible destino, no era impedimento para poder tomarse su tiempo y apreciar el hermoso culito de Rei, el mejor de todos cuantos había visto. Claro que no podía darle esa clase de información a su novia.

    —¿Lo escuchaste, tarada?— continuó Asuka, caminando de espaldas a lado de su novio, bastante apurada por no volver a darle la espalda a Neuville, con tal de no seguir dándole motivos para burlarse —Lo que pasa es que estás tan plana que pareces una tabla de surf, ya quisieras estar la mitad de culona que yo… ¡Plana!

    —¡Pues prefiero estar plana a estar hecha toda una vaca como tú, cachetona!— contestó su contrincante enseguida, tomando del brazo a Shinji, quien iba a su lado —¡Además, así le gusto más a Shin-chan! ¿Verdad?

    —Ah… sí, claro…— masculló éste, avergonzado.



    —Como quiera que sea— pronunció Ritsuko, quien junto a Misato caminaba por detrás del grupo de pilotos y por lo tanto era testigo lejano de aquella curiosísima disertación anatómica —Para que el Comandante Ikari haya dispuesto que los Evas más poderosos permanecieran en reserva e incluso tú permanecieras aquí…

    —Es porque está seguro que lo de Tokio 2 es un señuelo, y el verdadero objetivo de los ángeles es el Geofrente, como siempre— añadió Katsuragi.

    —De una forma u otra, todas nuestras prácticas y estrategias de combate fueron diseñadas teniendo en cuenta la superioridad numérica de los Evas— puntualizó Akagi, tan nerviosa como todo mundo —En donde quiera que se realice el combate, ya sea aquí ó allá, e incluso con todos los Evas juntos, los números están en nuestra contra…

    —Bien dicen que siempre hay una primera vez para todo, ¿no?— ultimó la Mayor, dirigiéndose a su puesto, con la cabeza ocupada en fraguar un modo de acción que tan sólo pudiera sacarlos vivos de ésta. Cosa fácil, ¿no?



    El Infierno sobre la Tierra. No había mejor forma para describir en lo que se había convertido Tokio 2. Eran apenas unos minutos de destrucción ininterrumpida, quince, para ser exactos, y sus colosales atacantes ya no habían dejado mucho en pie. No obstante, parecían no estar satisfechos con ello, dispuestos a continuar hasta que no quedara más que un cráter humeante donde antes había una bulliciosa metrópoli con más de tres millones de habitantes. De entre ellos, quienes habitaban las afueras de la urbe fueron quienes mejor oportunidad de evacuar tuvieron, con mucha más tasa de supervivencia que los pobres desdichados que se encontraban agolpados en el centro, vaporizados casi al instante, quienes a su vez fueron incluso más afortunados que los infelices que se dirigían hacia allí, pues fueron ellos quienes tuvieron que lidiar de frente con el horror del exterminio y el pánico que se apoderó de todas las calles, inundadas de multitudes histéricas que corrían sin dirección, sin saber que estaban condenadas, atrapadas como insectos.



    No había rincón alguno en la castigada metrópoli ajeno al desastre. Toda construcción, desde la más impresionante hasta la más humilde, había sido tocada por el evento apocalíptico que llevó a la ciudad a su fin. Pero no sólo las edificaciones podían dar testimonio del horror que allí se había desatado. Estaban también sus habitantes. Los cadáveres, que yacían por montones en las solitarias calles, con la sangre corriendo a raudales a través de ellas. Sangre de personas que habían amado y habían sido amadas…

    ¿Cuántas historias habían terminado aquél día, inconclusas? ¿Cuánta dicha se había perdido en ese entonces? ¿Cuánto llanto se vertió? Imposible saberlo, hasta que las condiciones fueran adecuadas para comenzar con las labores de remoción y control de daños. Hasta que fuera tiempo de contar y enterrar las penas. Mientras llegaba ese tiempo, la ciudad seguía siendo más que un montón de ruinas y escombros con infinidad de cuerpos dejados a la deriva y al capricho de las circunstancias. Y a cada momento que pasaba aumentaban los números en aquella terrible legión de los muertos. En toda clase de formas imaginables para tal efecto, ya fuera por fuego, aire, escombros que caían, radiación… había de sobra para todo mundo.



    La Torre Shinohara, una de las más altas del mundo en ese entonces, con sus 170 metros de altura, y de los pocos rascacielos que aún quedaban en pie en la ciudad bajo ataque, fue consumida por un haz de luz que pasó rampante a través de ella, reduciéndola a cenizas. Mientras tanto, el Parque Industrial Komatsu se convirtió tan sólo en un recuerdo al desbaratarse como castillo de naipes debido a una frecuencia supersónica que desestabilizó toda su estructura. Vientos huracanados que superaban incluso la barrera del sonido se encargaban de devastar todo a su paso, a la vez que propiciaban que el fuego se propagara a donde quiera que se posara la mirada. El enorme incendio que devoraba gran parte de las ruinas era visible aún a varios kilómetros a distancia, desde las alturas. Como así también algunos de los gigantes que se entretenían en arrasar el área.

    —Muy bien chicos, sé que todos nos estamos cagando del miedo— a través de su comunicador audiovisual Misato se dirigía a los pilotos Eva, quienes ya estaban a bordo de sus cabinas, surcando los cielos en el Equipo F —Pero estamos a tan sólo un par de minutos para el contacto, así que tratemos de actuar como profesionales, ¿de acuerdo?

    —Entendido— asintieron los tres muchachos, prestos para la batalla.

    —La prioridad es salvaguardar la poca infraestructura que queda, por lo que deberán enfocarse en atraer al enemigo y alejar la batalla lo más lejos posible de la ciudad. Trabajarán como una sola unidad, así que traten de que no los rezaguen ó aíslen de sus compañeros, de lo contrario estarán perdidos.

    —Entendido— conforme se acercaba el momento decisivo la tensión hacía presa de los chiquillos, elevando su ritmo cardiaco y respiratorio.

    —Ahora bien— prosiguió la encargada de la misión, desplegando varias imágenes en la pantalla del comunicador —Con el propósito de diferenciarlos individualmente, MAGI ha otorgado de nombres clave a cada uno de los blancos, identificando algunas de sus características y habilidades más prominentes en lo que le fue posible con los pocos datos recabados. Así pues, tenemos en primerísimo lugar a este horrendo bicho volador— una de las imágenes fue desplegada en modo de pantalla completa, mostrando a un ser de color blanco con forma de serpiente, que parecía ser todo mandíbulas, las cuales estaban repletas de interminables hileras de afilados dientes, y de las cuales nacían un par de alas con unos doscientos metros de envergadura total, bajo las cuales se desprendían dos apéndices en forma paralela horizontal y otro par en forma de cuernos, como los de un mastodonte, que se extendían mucho más allá de donde terminaban sus amenazadoras fauces —Shammael, habilidades identificadas: vuelo (obvio, inclusive para una supercomputadora) y uso de frecuencias supersónicas… genial… seguimos con Ariel, ese rayo mortal que atraviesa la ciudad una y otra vez sin descanso. Habilidades identificadas: corriente eléctrica superior a los mil gigawatts ó más…

    Mein Gott!!— exclamó Asuka, al ver cómo “Ariel”, una especie de relámpago viviente, desintegraba la Torre Shinohara para luego enfilarse a las alturas, iluminar por un instante las nubes negras que cubrían el firmamento para de inmediato volver a caer sobre la ciudad, descargando todo su poder cómo una ráfaga devastadora.

    —Nombre clave: Mi… Mi… ¿cómo diantres se lee esto? ¿“Mitzrael”?— pronunciaba la militar con suma dificultad, preguntándose de donde se sacaban semejantes nombres. ¿Qué no sería más sencillos llamarlos “Bestia Mecánica K7” ó algo por el estilo? Cómo fuera, la criatura mencionada era una entidad multípode, tres pares inferiores en una de las secciones de su cuerpo, dos más en su parte superior, las cuales eran como tenazas que podía girar a voluntad en 360 grados, generando vientos de huracán —Habilidades identificadas: generación de vientos con velocidades superiores a los 300 kilómetros por hora… más que los generados por un huracán de categoría 5… otra fuerza elemental en nuestra contra, ¿eh? Qué bien… Sigue… Vehuel… entidad hostil que a mí se me figura como a un escarabajo rinoceronte, recubierta con material incandescente muy similar al magma (¿no debería ser “a la lava”, si está fuera del manto rocoso?) cuya temperatura ronda el millón de grados centígrados y torna el oxígeno en una mezcla venenosa de gases que aniquila a todo ser vivo que esté en un radio de dos kilómetros, eso si primero no son achicharrados por la radiación que despide este fulano… creo entonces que ya sabemos quién es el chistosito responsable del incendio que se está comiendo lo que queda de la ciudad, ¿no? En fin, seguimos con Zeruel, la enorme bola de destrucción andante que no ha cesado en hacer polvo cada edificio de la ciudad, todo un estuche de monerías: extremidades superiores cuya integridad molecular puede manipular para utilizarlos como látigos que cortan todo a su alcance, que es de unos 900 metros, piel acorazada que se estima podría resistir el impacto de una Mina N2 y una descarga mortífera de fotones que dispara por la boca— por mucho valor y arrojo que tratara de aparentar, Shinji no pudo más que tragar saliva cuando la cara de Zeruel, similar a un cráneo descarnado, pasó a través de su monitor y pareció mirarlo fijamente con sus enormes cuencas vacías —Por último tenemos a estos dos fenómenos que se han quedado a la expectativa sin hacer gran cosa, primero a esa asquerosa mancha negra embarrada como moco en el piso, Eyael, un tipo bastante pasivo aunque de vez en cuando se chupa personas cuando tiene la oportunidad, y finalmente, pero no por eso menos importante, está Manakel, el amasijo esférico que se parece a un montón de vendas enrolladas, flotando muy por encima de la destrucción… aún no hemos podido dilucidar las posibles habilidades que manifiesten este par de sujetos, por lo que se les recomienda suma precaución a la hora de enfrentarlos…


    Los jóvenes pilotos apenas si le respondieron, más concentrados en alistar los preparativos de su aterrizaje forzoso conforme se iban acercando al campo de batalla. El momento de la verdad estaba cerca, tal y cómo lo demostraba en que el Equipo F empezara a perder altura, listo para soltarlos en las cercanías de la ciudad. Mientras que los tres enormes aviones empezaban a juntarse en una formación de flecha para poder soltar su cargamento, Katsuragi daba las últimas instrucciones:

    —En cuanto aterricen busquen los dispositivos de suministros de energía que conseguimos dejar en los alrededores. Queda terminantemente prohibido entablar cualquier hostilidad hasta que su respectivo cable umbilical esté conectado. ¿Quedó claro? En ese caso, tienen sus instrucciones, síganlas al pie de la letra y puede que salgamos vivos de ésta. De cualquier manera, seguiré dándoles sus órdenes según el acontecer de la pelea. Tengan mucho cuidado y buena suerte a todos.


    No bien había acabado de decir eso cuando los seguros que sujetaban a los robots de sus aviones se desprendieron, dejándolos ir en caída libre a poco más de seiscientos metros de altitud. Libres del peso extra, las enormes moles voladoras emprendieron el vuelo de regreso a sus puestos, mientras los tres Evas realizaban sus maniobras de aterrizaje. De ellos, la Unidad 00 de Rei fue la primera en tocar tierra, fácil y ligeramente, para enseguida lanzarse al suministro de energía dispuesto para ella, tal como se lo habían ordenado, para luego conectar su cable umbilical en el adminículo dispuesto para ello sobre la espalda del robot, justo debajo de por donde entraba su cabina a la médula del androide gigante. Shinji y Asuka la siguieron poco después.

    —Tienen el camino libre, procedan al interior de la ciudad y atraigan a los hostiles fuera de ella— indicó Misato, proporcionándoles una ruta trazada por donde no tendrían mayores contratiempo.

    —Enterados. Unidades Eva adentrándose al campo de batalla— le respondió Rei, quien era en el transcurrir de las misiones cuando más se desenvolvía.

    —¿Así que de nuevo creyéndose la líder, eh?— musitó Asuka, enfadada por tener que seguir a Ayanami —Vaya con la chica maravilla… ¡qué parlanchina se ha vuelto tan de repente!

    Shinji estaba muy preocupado para responderle, aferrándose a su rifle de asalto como si se tratara del último salvavidas en un barco naufragando. Pese a que Misato les había dicho que aquella ruta era segura y sin contratiempos, él aún tenía sus dudas. Los monstruos estaban sueltos por toda la ciudad y ya no quedaban grandes construcciones que pudieran ocultar su posición, así que se le hacía bastante difícil el no toparse con uno solo a lo largo de todo el trayecto.

    —Uno pensaría que siete ángeles bastarían para reducir a polvo una ciudad en fracción de segundos— continuó Asuka parloteando, igual de nerviosa que su compañero, sólo que ella pretendía espantar su temor con algo de charla ligera —Pero al parecer, estos tipos se están tomando su tiempo… aún hay algunos edificios en pie…

    —¡Cuidado! ¡MAGI está detectando…!

    Misato pudo articular su advertencia un poco más rápido. De haberlo hecho quizás el impacto que provocó la descarga de fotones, desintegrando por completo la construcción derruida a su lado, no los hubiera sorprendido tanto como lo hizo, tirándolos al piso.


    Los escombros de semejante destrucción aún no se asentaban del todo, cuando de entre la polvareda y el humo resultantes una máscara de la muerte surgió, amenazante, con los agujeros vacíos en su cabeza brillando funestamente.

    —¡Es Zeruel! ¡Aléjense de inmediato!— ordenó la Mayor Katsuragi una vez que identificó al agresor —¡No permitan que sus látigos los alcancen!

    Uno pensaría que después de tantas y tantas ocasiones en que se jugaba la vida dentro de ese robot gigante, el joven Ikari ya se habría atemperado por lo menos un poquito, y de ninguna manera permitiría que un súbito ataque de histeria y de terror se apoderara de él tal y cómo lo hizo en aquellos momentos con el solo avistamiento de su enemigo. Blandiendo su arma, el chiquillo descargó su contenido sobre propios y extraños, gritando como poseído.

    —¡Shinji, imbécil!— lo insultó Asuka, esperando hacerlo entrar en razón, una vez que sus balas la habían alcanzado tanto a ella como a Rei, produciendo daños menores en sus unidades —¡Fíjate en lo que haces, maldito estúpido!

    En efecto, la ráfaga de balas había atinado mucho más en las desprevenidas espaldas de sus compañeras que en su blanco primario, a quien incluso si no hubiera estado protegido por esa coraza impenetrable su Campo A.T. se hubiera encargado de protegerlo sin mayores problemas. Las chicas apenas si pudieron maniobrar a tiempo, consiguiendo que la enorme bestia frente a ellas rebanara sus armas y no sus cabezas, intentando ganar terreno entre una lluvia de latigazos que se cernía sobre de ellas.


    Ikari por su parte, en shock e incapaz de reaccionar cabalmente, no pudo hacer mucho cuando esa gigantesca mole voladora lo impactó de lleno, sujetándolo entre sus fauces y estrellándolo en una colina cercana.

    —¡Shinji, reacciona!— demandaba Misato a través del comunicador —¡Mantén la formación, no permitas que los separen!

    Demasiado tarde. Apenas la Unidad 01 se había puesto en pie la gran serpiente alada le cerraba el paso, sin dejarle otro camino más que la confrontación.

    Habían bastado tan sólo dos individuos del contingente enemigo para hacer añicos el curso de la misión. Y cuando los cinco restantes decidieran intervenir aquello se convertiría en un auténtico matadero.


    La Mayor Katsuragi, encargada de la misión, aún no terminaba de evaluar la situación del todo y dictar las acciones a seguir, cuando el “amasijo de vendas enrolladas”, tal y cómo lo había descrito, suspendido muy por encima de la reyerta, comenzó a expandirse, separando visiblemente las “vendas” que conformaban en totalidad su corporeidad, brillando difusamente hasta súbitamente convertirse en un fulgor que envolvió los alrededores, cegando a todos con el destello.

    —¿Ya estamos muertos?— preguntó Langley, volviendo en sí.

    Para su sorpresa, y la de los demás, aún conservaban la vida, lo que era más, su contrincante, aquel que estaba a punto de hacerla tiras, ya no se encontraba en ese lugar. A decir verdad, tal y cómo lo constataron de inmediato las computadoras MAGI, ninguna de las criaturas se encontraba ya en Tokio 2, dejando solamente a tres pilotos Eva bastante confundidos y una ciudad devastada a manera de un enorme cementerio.


    Segundos después, a algunos cientos de kilómetros de distancia, los cielos sobre Tokio 3 se iluminaron con un brillo sobrenatural y macabro, de la misma forma en que lo habían hecho los de su ciudad hermana, para entonces vomitar de sus entrañas a siete colosos, señores del caos y la devastación. Uno a uno los titanes fueron apostándose sobre la metrópoli, listos a ejecutar nuevamente su cruel sinfonía de la destrucción. Sólo que en esta ocasión, su ansioso “público” estaba debidamente preparado.

    —Es tal y cómo nos lo temíamos— pronunció Misato a través del comunicador a los pilotos de Zeta y Beta, instalados en sus cabinas y colocados en sus puestos de vigilancia a las afueras de la ciudad —De ahora en adelante todo depende de ustedes dos. Sé que es difícil, pero traten de resistir lo más que puedan mientras vuelven los demás. Sólo con el grueso de todas nuestras fuerzas podremos tener una oportunidad…

    A bordo de Zeta, Kai ni siquiera le prestaba atención a las indicaciones de su guardiana y oficial superior. Se concentraba en mantener la quijada apretada y convencerse a sí mismo que todo saldría bien. Tan sólo eran ángeles. Nada más. ¿Qué importaba fueran siete, veinte, cien? No eran más que ángeles. No tenían ese horrible Anti Campo A.T. que tanta lata le había dado anteriormente. ¡Eran ángeles! Podía despacharlos a todos. De un solo golpe, si así lo quisiera. Sin importar que su Eva aún no estuviera reparado del todo. Y de que sus dientes y rodillas no dejaban de chocar unos contra otros.


    —¿Nervioso, Teniente?— preguntó la imagen de Sophia, reemplazando a Misato en el monitor de su comunicador —Jamás hubiera pensado que tan sólo hacían falta siete de esos bichos para atemorizar al piloto del Evangelion más poderoso sobre la Tierra, conquistador de Trípoli, El Cairo y quién sabe cuántas otras ciudades…

    Ahora empezaba a comprender por qué Asuka odiaba tanto a esa fulana, con aquella actitud tan altanera y desafiante que se cargaba la muy perra. Justo el mismo talante que él empleaba con sus superiores, sin saberlo. Pero definitivamente que la tal Neuville le estaba rompiendo las bolas desde hace un buen rato.

    —Vaca estúpida— masculló, enseñando los dientes —Soy yo quien tiene aterrorizados a estos pobres imbéciles… ¿porqué otra razón crees que vinieron todos en bola? Ahora hazte un favor, y mantente detrás de mí… esto terminará muy rápido…

    Firme y decidido, Zeta avanzó a encarar a sus adversarios, bajando por una colina hacia la ciudad, la cual aún estaba indemne. A diferencia de su localización anterior, las belicosas criaturas parecían más preocupadas en vigilar los movimientos del Eva Z, quien ocupaba toda su atención, que en provocar cualquier clase de destrozo innecesario.


    Habiendo avanzado unos cientos de metros, Zeta se detuvo en seco, empuñando sus manos. Casi enseguida el piso sobre sus pies comenzó a estremecerse, movimiento cuya intensidad se acrecentaba con el transcurrir de los segundos, a la vez que centellas de una tonalidad carmesí, las cuales también se iban haciendo más visibles, recorrían todo su cuerpo.

    —Detecto una enorme concentración del Campo A.T. de Zeta— indicó desde su puesto Maya, atenta a las lecturas desplegadas en su consola.

    —Piensa usar ese ataque…— musitó la Mayor Katsuragi, no muy convencida al respecto, pero expectante al igual que todos los demás, incluso los ángeles.

    El Eva Z lanzó un portentoso rugido mientras el campo de energía carmesí estallaba con violencia alrededor suyo, destrozando todo cuanto tenía al alcance en tanto tomaba la forma de descargas centelleantes que cubrían todo el cuerpo del gigante de metal.

    Aquello era un espectáculo como ningún otro: llamaradas envolvían al Evangelion como si se tratara de una antorcha, haciendo a la tierra estremecer mientras cascajos de terreno eran arrancados de su lecho y elevados por el aire desafiando a la gravedad y a la lógica misma. Zeta rugía furioso a la vez que todo cuando le rodeaba que no estuviera firmemente fijo en el piso era repelido por aquella singular energía que lo envolvía, asimismo cubriendo al mundo en un velo carmesí. Y lejos de ir disminuyendo, conforme al paso del tiempo la intensidad del fenómeno aumentaba. Cualquiera que fuera testigo de aquél suceso no podía más que contemplar atónito el transcurrir de éste. Incluso sus propios enemigos eran incapaces de realizar movimiento alguno ante semejante despliegue de poder.


    Aún dentro de su Evangelion color plata y negro, justo como su traje de conexión, Sophia podía sentir las sacudidas que provocaba la energía despedida por el Zeta.

    —¿Así que por esto es que todo mundo le teme al Eva Z?— se preguntó, impresionada, pero sin nadie que pudiera escucharla.

    Suerte que su Unidad Especial estaba equipada con un novedoso dispositivo, el “Suministro Portátil de Energía Limitada”, que le permitía prescindir del cable umbilical necesario para el funcionamiento de cualquier Eva regular. De haberlo tenido no había duda de que éste hubiera salido volando por los aires, como todo lo demás que estaba en las cercanías: árboles, automóviles, partes de edificios… En su lugar, sobre su espalda llevaba un aditamento que parecía una suerte de mochila, la cual cumplía una función muy parecida a la pila de un teléfono celular, que al ser previamente cargada le permitía disponer de energía suficiente para una hora, sin la restricción de movimiento que implicaba traer arrastrando el cable umbilical conectado a su espalda.


    Una vez que consideró era suficiente, el piloto del Eva Z se concentró entonces para poder enfocar y concentrar la totalidad de la energía desplegada en el espacio que quedaba entre las palmas de sus manos, puestas hacia su costado izquierdo, formando una esfera que semejaba mucho a una estrella en miniatura. Era muy afortunado que los monstruos estuvieran tan desconcertados como para separarse, en lugar de presentar un blanco tan fácil ahí, todos juntos y amontonados, casi formados en una hilera esperando cada cual su turno para ser mandado al infierno. Le quedaba claro que el impacto de su ataque no acabaría con todos ellos, pero sin duda que vaporizaría a la mayoría, dejándoles daños mayúsculos a los restantes.


    Así pues, sin más aviso que un grito iracundo que desgarró sus cuerdas vocales, expulsado desde lo más recóndito y oscuro de su alma, el piloto del Eva Z lanzó su ataque en forma de una ráfaga carmesí que salió despedida de las manos del robot. Un caudal rabioso que partió los cielos en dos y decidido iba a estrellarse de lleno en su objetivo, deshaciendo limpiamente una buena porción de la zona sur de la ciudad que osó atravesarse en su camino. Colérica, la encarrerada descarga energética seguramente que seguiría su camino hasta hacer polvo a su blanco, a no ser que… a no ser que de manera por demás inesperada, Manakel, aquél mismo individuo que actuó de improviso de último momento allá en Tokio 2, apareciera enfrente de la ráfaga justo antes que esta impactara de lleno contra sus compañeros. Con su cuerpo bidimensional completamente expandido alcanzó a abarcar el diámetro total de la descarga, creando un espacio vacío en el centro de su ser, mediante el cual literalmente devoró completamente el ataque enemigo, sin que éste produjera daño alguno entre sus fuerzas.

    —¡Esa cosa de nuevo!— vociferó la Mayor Katsuragi, fuera de sí, sin dar crédito a lo que había visto.

    —Los instrumentos no detectan rastro ó residuo alguno de la energía emitida por el Campo A.T. del Eva Z— acotó Maya —Desapareció al momento que entró en contacto con el ángel…

    —¿No hay residuos? ¡Eso es imposible!— pronunció sorprendida la Doctora Akagi —Es más que imposible… una manifestación a semejante escala, desvanecerse así nada más… a no ser que…


    Por supuesto, quien se encontraba más extrañado, por no decir que estupefacto, era el propio piloto de la Unidad Z, quien aún no asimilaba del todo lo sucedido. En lugar de ver desaparecer a sus adversarios, había visto esfumarse su ataque más poderoso sin siquiera haberlos tocado.

    —¿Pero qué chingados pasó aquí?

    No pudo evaluar más a fondo la situación pues se había permitido el lujo de cometer un error fatal en un campo de batalla de tales magnitudes: ignorar al enemigo. De nuevo era uno de los individuos más pasivos quienes tomaban la iniciativa en el ataque. Antes que pudiera reaccionar, Eyael, aquél manchón negro que apenas si se había movido anteriormente se había lanzado hacia él con una feroz vorágine, cubriéndolo totalmente, de la cabeza a la punta de los pies. De inmediato una descarga eléctrica sacudía a Zeta, quien por más que lo intentara no conseguía quitarse de encima a su agresor, tan espeso y pegajoso como la brea. Y cuando semejante bicho consiguió filtrarse a los sistemas internos del robot gigante su piloto padeció un dolor similar al que se tendría al ser picado con una aguja en cada centímetro cuadrado de la piel.

    —¡Kai!— musitó Katsuragi, deshecha por el alarido que dio el muchacho.

    —¡El ángel está absorbiendo la energía interna del Eva Z!— anunció Makoto desde su puesto, al ver los datos en su consola.

    —Eso no puede ser bueno— arguyó Maya —En la presente modalidad Zeta dispone de un insumo infinito de energía, al estar operativo su Motor S2…

    —Lo que quiere decir que el parásito puede alimentarse hasta hartarse— remató Ritsuko, incapaz de proporcionar un remedio para tal situación.

    Por suerte para el joven Rivera su atacante no tardó mucho en saciarse, liberándolo de su aprisionamiento cuando esto ocurrió. Entonces, sin darle oportunidad de siquiera recobrar el aliento, la entidad hasta ese momento sin forma comenzó a tomarla justo frente a él, estirándose muy por encima del nivel del suelo, haciendo crecer piernas y brazos, hasta desarrollar completamente un nuevo cuerpo. El cual parecía ser la sombra exacta del Eva Z, de pie enfrente suyo.

    —¡Sorprendente!— exclamó Ritsuko, fuera de sí —¡El ángel no sólo absorbió la energía del Eva Z, sino que también pudo asimilar sus propiedades!


    Todo estaba pasando demasiado aprisa, sin darle oportunidad de reaccionar a alguien, mucho menos al aporreado piloto de la Unidad Z, quien apenas si pudo darse cuenta que aquella “sombra” lo golpeó de lleno con una ráfaga que salió disparada de sus ojos, idéntica a la que utilizaba él mismo, la cual lo mandó a volar varios centenares de metros. Vehuel, el ángel formado por material incandescente, no quiso dejarlo levantarse, así que antes que el robot consiguiera ponerse en pie la bestia radiante se enroscó sobre sí misma para poder rodar hasta su encuentro y atropellarlo sin consideración alguna, deshaciendo manzanas enteras en su trayecto. Arrastró al maltrecho robot por un buen tramo hasta estrellarlo sobre un rascacielos que se colapsó al momento del impacto.

    —¡Ya estuvo bueno, hijos de perra!— vociferó Rivera al sacudirse de encima los escombros, molesto por ser usado como una gigantesca pera loca por esos gigantescos bastardos.

    Sin importarle en algo su justo reclamo, la gran serpiente blanca con alas salió a su encuentro, entonando una devastadora frecuencia supersónica para acogerlo. Todo en un radio de cien metros en torno a Zeta estalló hecho pedazos y si bien aquella frecuencia sónica era incapaz de provocar cualquier clase de daño en la regia armadura del Eva, en cambio sí que podía hacer estragos en los tímpanos y el equilibrio de su tripulante, quien se revolvía en su cabina preso del dolor. Dicho ataque lo aturdió el tiempo suficiente para permitir que furiosas rachas de vientos que iban a unos seiscientos kilómetros por hora, generados por Mitzrael, fueran a impactarse a bocajarro sobre Zeta, empujándolo hasta hacerlo estrellarse en una colina cercana, la cual deshizo limpiamente. No satisfechos con ello, los dos monstruos persistieron en su empeño, sin proporcionarle un solo momento de solaz al atribulado Evangelion, quien se debatía presa de un ataque simultáneo al que también quiso unirse Zeruel, quien presto lanzó una bocanada de fotones que fueron a dar justo en el blanco; es decir, la apabullada máquina gigante.

    Así, uno a uno los siete titanes fueron uniéndose gustosos a ese festín de destrucción enajenante, inacabable. A la última descarga de fotones pronto se le unió un chorro expulsado a presión de material incandescente a más de un millón de grados, cortesía de Vehuel. Enseguida vino Ariel, desatando su furia eléctrica cual dios legendario, que igual fue certero a golpear a su víctima. Luego le siguió Eyael, convertido en la “sombra” del Eva Z, quien utilizó una versión propia del ataque con el Campo A.T. con el que el robot pretendió aniquilarlos al principio, ahora utilizado en su contra. Para esas alturas al dar en su objetivo las descargas se confundían unas con otras, siendo imposible determinar la naturaleza de cada cual al juntarse en un solo torrente de aniquilación total, el que zarandeaba inmisericorde al Eva Z como si se tratara simplemente de un muñeco de trapo. Finalmente apareció Manakel, quien en cierto modo había provocado aquella salvaje carnicería desde un principio, al haber devorado la ráfaga lanzada por el Evangelion. Tal y cómo lo hizo en aquél entonces desenrolló su plana corporeidad en toda su extensión alrededor de un enorme espacio vacío por el cual expulsó una impresionante descarga energética, idéntica a la que se había chupado, la cual superaba con creces la magnitud de todas aquellas que usaban sus compañeros y que fue a ponerle el punto final al monstruoso ágape, yendo a estallar al punto de encuentro en donde todos los ataques convergían.

    —¡Esa energía…!— masculló Maya, horrorizada, pero cumpliendo su trabajo de monitoreo pese a todo —¡No hay duda! ¡Es la misma que fue despedida por la Unidad Z hace unos momentos! ¡Doctora…!

    —Es correcto, Maya— Akagi atajó sus pensamientos —Eso quiere decir que Manakel puede crear vórtices temporales, manipulando tiempo y espacio…

    —¡¿A quién diablos le importa eso?!— estalló Misato, fuera de sí —¡Mejor que alguien haga algo para ayudarlo! ¡Pronto!— berreó sin darse cuenta ella misma de la imposibilidad de su desesperada petición. ¿No quisiera también que se lo bañaran y cepillaran de una vez?


    Afuera, en la superficie, la creación entera parecía desdibujarse por completo. El asalto combinado de todas las criaturas monstruosas había creado una especie de burbuja devastadora que era la manifestación misma del poder puro. Tan sólo fueron unos cuantos segundos los que duró la manifestación del escalofriante fenómeno, cuya onda expansiva zarandeó inclusive a sus creadores, quienes fueron barridos por la misma como meras moscas insignificantes, en comparación a lo que habían desatado. Sólo unos cuantos segundos, durante los cuales se había liberado la mayor potencia destructiva que la historia del planeta jamás haya visto, toda concentrada en un solo punto. Lo más seguro es que de haber chocado de lleno contra la superficie del planeta, hubiera significado la destrucción irremediable del mismo.


    Y así, tan pronto como había empezado, la masacre concluyó. En contraste a la duración del evento que le dio origen, la estela de humo resultante tardó un rato en disiparse, lapso en el que nadie pudo hacer movimiento alguno, expectantes. Y es que a través de la cortina de partículas suspendidas se alcanzaba a distinguir una figura que se erigía amenazante. ¿Era posible eso? ¿Acaso sería posible que..? La fumarola por fin se dispersaba, revelando un enorme cráter donde nada quedaba, más que una colosal figura de pie justo en medio de él. El Eva Z se les aparecía en una sola pieza, firme en su posición. Sólo que su color se había tornado en una especie de ocre bastante quemado, achicharrado. Y de todas las hendiduras de su armadura brotaba un extraño líquido negro y viscoso. Cuando parecía que el silencio y la inamovilidad pretendían extender su dominio por toda la eternidad, finalmente pasó: la maltrecha Unidad Z se derrumbó como el peso muerto que era, derrotada, precipitándose bocabajo sobre la superficie calcinada a sus pies. El estruendo que produjo al hacerlo fue lo único que necesitó todo mundo para despabilarse y ponerse en alerta:

    —¡KAI!

    —¡Está vivo, Mayor! ¡En cuanto apenas!— anunció de inmediato Shigeru desde su puesto —Está muy malherido y en shock, pero el sistema de soporte vital de su traje ya se activó y lo está atendiendo. Parece que se desmayó desde mucho tiempo antes que concluyera el ataque…

    —Así que la sincronización con el Eva ya estaba rota desde entonces— señaló Akagi, meditabunda —Sin duda que eso fue lo que le salvó la vida… de haber recibido semejante impacto con un alto índice de sincronía…

    —¡MAGI ha detectado el escaneo por parte del enemigo de la estructura completa del cuartel!— alertó Maya.

    —¡Manakel! ¡Puede teletransportarse hasta este lugar sin problemas, cuando eso suceda! ¡La Puerta del Cielo estará expuesta, Comandante Ikari!

    —¡Cállese y concéntrese en cómo evitarlo, Doctora Akagi!— rugió Gendo desde su puesto, molesto por la súbita y descuidada explosión de la científica.

    “La Puerta del Cielo” pensó Katsuragi al escuchar tales palabras “Se refieren a ese lugar… así que después de todo, eso es lo que atrae a los ángeles hasta este sitio. ¿Qué más me estará escondiendo, este par?”


    Mientras tanto, en la superficie, luego de haber vencido a su más poderoso enemigo Manakel parecía desentenderse de las hostilidades, elevándose triunfante muy por encima de la devastación, con el afán de comenzar su labor de inteligencia, es decir, descifrar cuidadosamente toda la estructura del Geofrente. Hubiera sido muy perjudicial para su bienestar si acaso llegaba a teletransportarse en un montón de roca sólida.


    Así entonces, sus compañeros voltearon a encarar al Eva Beta, a quien hasta ahora habían optado por ignorar. No era que su presencia hubiera sido prevista desde un principio, pero tampoco significaba la gran cosa ó un obstáculo significativo para sus ambiciones. Uno sólo de ellos podría despacharla sin mayores problemas, pero aún así optaron por rodearla completamente, sin dejarle posibilidades de escape.

    —¡Sophie, ten cuidado!— advirtió Misato —¡Ahora van por ti! ¡Escapa!

    Escapar, decía ella, ¿Cómo se proponía que lo hiciera? Adonde quiera que la muchacha volteara una bestia gigante le cerraba el paso, acechándola, regodeándose en su indefensión. Aquella fuerza conjunta, capaz de vencer al Eva Z, no dejaría ni el recuerdo de ella.

    —Oh, y ahora… ¿quién podrá defenderme?— se preguntó la chiquilla a sí misma, con aire suplicante.


    Pese a que la enorme sonrisa dibujada en su rostro, tan descaradamente típica de ella, no reflejaba en absoluto el sentir de aquellas palabras de desconsuelo.
     
  9.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    El Proyecto Eva
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    Acción/Épica
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    Capítulo Veinticuatro: "Con Dios en su Cielo, todo está bien en la Tierra"

    “The year´s at the spring;


    And day´s at the morn;

    Morning´s at seven;

    The hill side´s dew-pearl´d;

    The lark´s on the wing;

    The sanil´s on the thorn;

    God in His Heaven—

    All right´s with the world…”


    Robert Browning

    “Pippa Passes”



    Sobre las ruinas polvorientas de lo que alguna vez fuera la ciudad japonesa de Tokio 2, la más grande y activa de lo que quedaba del archipiélago nipón en el año 2016, una bomba demoledora caía sobre de ellas, desatando todo su terrible poder; como si aquellos despojos no hubieran recibido ya daño suficiente:

    —¡¿El Eva Z… Kai… fue derrotado?!

    Asuka, fuera de sí, se negaba a creer algo como eso. Kai Katsuragi era el mejor piloto de todos ellos, tenía a su mando al Evangelion más poderoso de cuantos había y era endiabladamente listo, la persona más inteligente del planeta, sin duda alguna. Y resultaba que él era SU novio, por si fuera poco. Así que sencillamente era imposible el disparate que escuchaba en voz de Misato. Ni siquiera todo un ejército de ángeles sería capaz de vencerlo.

    —Todo pasó muy rápido, Asuka, sobre todo para él— continuó la imagen de Misato transmitida por medio de su comunicador —Apenas si nos dimos cuenta cuando ya todos esos malnacidos estaban sobre él… se encuentra a salvo, por ahora, pero…

    Nein!— interrumpió la chiquilla rubia, dando un furioso puñetazo a los controles frente a ella, como poseída —¡Eso no puede ser cierto!

    Por su parte, dentro de su cabina Rei fruncía el ceño, atenta a las noticias pero sobre todo a las reacciones tan emotivas de su compañera. No le quedaba muy claro qué era lo que le preocupaba más a la jovencita alemana, si el bienestar de su novio ó la reputación de “invencible” de éste. Pero por supuesto que no se lo preguntó.

    —¡Sophia!— intervino de repente Shinji dando un alarido —¡¿Cómo está Sophia?! ¿Dónde está ella?

    —Ella…— la Mayor Katsuragi caviló un poco antes de responder, con justa razón. Había comprobado el efecto nocivo que las noticias del frente podían tener en el ánimo de los pilotos bajo su supervisión —Ella está afuera, tratando de ganar tiempo… pero los ángeles ya la tienen rodeada… no creo que resista por mucho, así que deben apurarse a volver lo más pronto posible. El Equipo F está en camino a recogerlos y…

    El muchacho apretó dientes y puños, furioso, impotente. ¡Maldito Kai! Tantas y tantas veces que no se cansaba de alardear en su jodido Eva, y justo ahora se le ocurría dejar que lo hicieran talco. ¡Justo ahora, que Sophie estaba con él, dejándola sola! ¡Indefensa! ¡La pobrecilla Sophie! Sólo podría imaginarse lo asustada que estaría en esos momentos, suplicando por ayuda que nadie podría proporcionarle. Y él estaba tan lejos de ella, justo ahora que más lo necesitaba. Estaba tan lejos que no podía hacer una condenada cosa por ayudarla, más que esperar. Y precisamente eso es lo que más rabia le daba. ¡Todo por culpa de ese hijo de puta!

    —¡Al diablo el Equipo F!— tronó el joven Ikari en un ataque de desesperación, arrancando su cable umbilical —¡Tengo que ir a salvar a Sophia! ¡¡¡SOPHIE!!!

    Y así, sin más y sin atender a razones, el Eva 01 se lanzó en dirección a Tokio 3, tan rápido como se lo permitían sus piernas, en una frenética carrera de más de cien kilómetros contra el tiempo. Llegar a Tokio 3 antes de que esos horribles monstruos asesinaran a su amada y preciosa novia, ó antes de que la energía interna de su Evangelion se agotara en el lapso límite de cinco minutos.



    —¿Qué les parece eso?— preguntó Asuka, al verlo alejarse —Parece que después de todo, nuestro pequeño Shinji sí tiene sangre en sus venitas, después de todo…

    Misato ya había cortado el enlace de comunicación para atender las acciones en la línea de frente, y lo único que obtuvo como respuesta de Ayanami fue un bufido cuando la acuchillaba con la mirada. Sin mediar palabra alguna con su compañera, la chiquilla desconectó el enchufe de su cable para poder seguir el ejemplo de Ikari, lanzándose desenfrenada hacia Tokio 3 junto a su Unidad Cero.

    —¿Y a estos dos imbéciles qué les pasa?— masculló Langley en su cabina, sin nadie que la atendiera —¿Creen que pueden ignorarme y hacerme a un lado así nada más? ¿Pues quién se creen que son? ¡Ya verán quien soy yo, los muy cretinos!

    Y fue así que también el Eva 02 se unió a la maratón campo traviesa a través de las dos Tokios.


    ¡Qué vacío se sentía en aquél desolado lugar! Por donde quisiera posarse la vista, la nada era lo único que le aguardaba. La nada de la devastación. Era allí donde las leyendas morían, donde los héroes caían… donde la esperanza encontraba su ineludible final… enterrada debajo de toneladas de fino polvo que se adhería firmemente a su cuerpo, esculpiéndolo a capricho, yacía el arma más poderosa que jamás se haya construido. Mote que había portado con cierta distinción, hasta ahora, que volvía a ser derrotada de manera apabullante.


    Una vez más la soberbia armadura que portaba, forjada de un mítico metal indestructible, la había salvado de la destrucción total. Las placas de blindaje lucían un horrible color ocre quemado, pero seguían indemnes. En cambio, lo que había debajo de esa armadura sí que había sufrido daños, estrujado y deshecho por una fuerza bastante superior a la suya. Y en lo más profundo de aquella maquinaria, en su parte más importante convalecía un alma en pena, prisionera; un ser humano que en su arrogancia pretendió sobrepasar los límites propios de su naturaleza y retar a los dioses mismos, las fuerzas más elementales de la Naturaleza… y que había perdido.


    Ahora mismo aprendía el precio a pagar por cometer semejante osadía, inconsciente, enterrado y olvidado, sin nadie que pudiera compadecerse de él. Pues él había sido vencido, pero todavía quedaban combatientes en la arena. Lo que significaba que una nueva batalla estaba en ciernes. Una batalla que se vislumbraba mucho más violenta y sanguinaria que la anterior, y también mucho más dispareja que su predecesora. La tragedia era el único resultado posible bajo tales circunstancias.


    Queriendo evitarla, yendo incluso contra el propio destino, la Mayor Katsuragi ordenaba desde su puesto, desplegando las baterías de defensa urbanas:

    —¡Fuego de cobertura! ¡Disparen toda la carga contra esos montoneros! ¡Tenemos que darle a la piloto una oportunidad para escapar!

    Así pues, conforme a sus designios, una andanada completa de misiles se abatían certeros sobre los titanes desde diversos puntos de la ciudad. Los colosos, quienes todavía mantenían un cerco impenetrable sobre su presa, apenas si los sintieron caer, cómo quien siente caer una ligera llovizna en primavera.

    —¡Maldición!

    Puede que Misato no tuviera porqué estar tan frustrada. Después de todo, aquello no había resultado ser un esfuerzo inútil. Por lo menos… por lo menos había comprobado que… que los Campos A.T. de sus enemigos seguían operacionales.


    Sin importarle gran cosa los infortunios que causaba en muchas personas, incluida la Mayor, y movido por la ansiedad, la desesperación, el aburrimiento ó cualquier otra cosa que tal vez fuera capaz de experimentar, Zeruel, el leviatán imparable cuyo rostro era una máscara de la muerte, fue el primero de sus compañeros en avanzar. A la velocidad del pensamiento estiró sus prodigiosos brazos, tan delgados y flexibles como una hoja de papel, pero bastante bien afilados, lo bastante para cercenar cualquier cosa que tuviera a su alcance, incluido el Evangelion Unidad Especial Beta.


    Eso, por supuesto, si acaso el susodicho Eva se encontraba a su alcance, cosa que milagrosamente no sucedió. ¿Pero cómo?


    Los brazos elásticos del ángel, tan sólo encontraron el aire en su intento de rebanar a la Unidad Beta, siguiendo de largo hasta chocar con el Campo A.T. de Shammael, la serpiente voladora, ante su lógico descontento, el que expresó en un furioso rugido. Y mientras estaban en eso, Beta se había hecho de un camino en el estrecho espacio libre que quedaba justo en medio entre los brazos de su agresor, al que no tardó mucho en alcanzar como un bólido plateado y estrellarlo violentamente de espaldas contra el piso, sujetándolo férreamente de la cara. Esto, para sorpresa de propios y extraños.


    Quedaba claro que aquel día sería uno repleto de sorpresas. El boquete en lo que hasta hace momentos parecía una pared impenetrable se había abierto. El cerco se había roto y ahora Sophia estaba en posibilidades de escapar y mantener su vida, tal y cómo lo veía Misato cuando le ordenaba, emocionada:

    —¡Muy bien hecho, Sophie! ¡Escapa! ¡No dejes que esos mugrosos te alcancen!

    No obstante, la jovencita americana mucho caso no le hizo. Sin siquiera responderle, y contrario a sus deseos fue directamente a encarar a los monstruos que ya estaban sobre ella, con Vehuel, el escarabajo ardiente a la cabeza. El cual recibió a modo de bienvenida un soberbio puñetazo que artero se coló justo en su pecho antes que pudiera enroscarse sobre sí mismo. El ángel detuvo su carrera, percatándose que su propio peso lo había hecho clavarse en una especie de espada que salía del brazo derecho del Eva, la cual lo atravesaba por completo. Un chorro de vapor salía a presión del orificio que había abierto el arma punzocortante en su cuerpo, cuya punta le salía por la espalda, habiendo deshecho limpiamente el ardiente núcleo en su interior, la parte más importante de su ser, aquella que le daba poder y vida la vez. ¿Para qué seguir peleando? Sabía bien lo que ello implicaba.

    Y aparentemente también aquella persona que había puesto fin a sus días, al darle un puntapié que le facilitó retirarle la hoja cortante que lo atravesaba y acto seguido levantarlo por encima de su cabeza con relativa facilidad, hecho increíble por sí mismo dado el peso y las dimensiones de la criatura, a la que ahora arrojaba sobre el desprevenido Mitzrael, quien ni siquiera con todas sus patas pudo impedir que su semejante le cayera encima, estallando sobre él en una gigantesca explosión en forma de cruz antes de que pudiera hacer cualquier otra cosa, salvo compartir el mismo destino, explotando de forma idéntica y casi simultánea.

    Dos, por el precio de uno. Semejante estallido resultó espectacular, dejando atónito a sus testigos, de ambos bandos. A todos, menos a su autora, quien retadora, y quizás un poco envalentonada, amenazaba a sus adversarios, señalándolos con su espada que parecía estar envuelta en llamas:

    —Dos menos… ¿quién sigue?


    Tan sólo unos momentos atrás aquellas bestias se apretujaban unas con otras, buscando ser la primera en alcanzar al enemigo. En contraste, ahora se mostraban cautas, apretujándose entre ellas para retroceder.

    —Vaya cuchillito el que se carga, ¿eh?— musitó Misato al observar la reacción que Beta provocó en los ángeles.


    Demian Hesse resultaba ser un individuo bastante singular, en todos los aspectos: su apariencia intimidante, su temperamento tan volátil… y de manera muy especial esa condenada parsimonia suya que de vez en cuando lo poseía y que le permitía mantenerse ecuánime en los ambientes más hostiles y adversos a la vida, como tal era el presente caso, al estar sumergido en un océano abrumador de tiniebla total y un frío lacerante como el filo de un cuchillo.

    ¿Qué era ese lugar, y donde se encontraba? Aquellas eran preguntas que difícilmente mortal alguno pudiera responder. No obstante, Hesse, un hombre de carne y hueso como cualquier otro (probablemente) se mantenía tan tranquilo como lo estaría un chiquillo en brazos de su madre. Pese a que todo lo que le rodeaba fuera la oscuridad y el silencio, que de cuando en cuando era abruptamente interrumpido por un estruendo y el destello de un súbito fogonazo de naturaleza incierta, que iluminaba los alrededores lo suficiente como para saber que se trataba de alguna especie de formación cavernosa, antes de volver a ser engullido por el vacío.

    —Puede que haya algo de verdad en tus palabras, mi amigo— dijo el larguirucho sujeto con su voz aguardentosa, como si estuviera retomando el hilo de una conversación —Es cierto que nuestra presencia pudo haber influido en ciertos aspectos para que la Segunda Oleada fuera toda al mismo tiempo… pero recuerda que también está ese asunto de Zeta… seguro que ese muñeco de hojalata también tuvo algo que ver en ello…

    La oscura caverna volvió a iluminarse con otro fogonazo, seguido de un estruendo como de relámpago que seguramente hubiera tumbado a cualquiera boca arriba. A cualquiera, excepto a Demian Hesse, claro está, quien prosiguió como si nada:

    —No lo creo… en este lugar somos mucho más poderosos que ellos, y lo saben bien. Ciertamente, siete de ellos constituirían un problema para cualquiera de nosotros, pero nada de lo que no podamos encargarnos si juntamos toda nuestra fuerza. Es por eso que están tan desesperados como para atacar el Geofrente todos a la vez.

    Un nuevo destello y otro estruendo más siguieron a sus palabras.

    —Por ahora, sugiero que sigamos al pendiente de la situación antes de involucrarnos directamente. Incluso yo tengo que reconocer que es bastante pronto para que salgamos a la luz. Así que sólo intervendremos si la situación llega a su límite. Después de todo, Gendo aún cuenta con cuatro Evas para encargarse de este asunto…

    En ese momento sobrevino una explosión mucho más intensa que las anteriores, la cual sacudió por completo las cercanías.

    —¡Vaya que eres impaciente, muchacho! No deberías ponerte de ese modo, sabes bien que tu tiempo pronto llegará… mientras tanto, ¿por qué no te entretienes imaginando lo hermoso que será todo una vez que hayamos terminado con nuestra labor aquí? Lo hermoso que será este mundo… una vez que lo hayamos destruido por completo…


    Un violento terremoto cimbró aquél oscuro recoveco que se encontraba quien sabe donde, pero que parecía que pronto se colapsaría debido a la presión ejercida sobre él. Cascajos y escombro del tamaño de una camioneta se precipitaban desde la bóveda de la caverna sin que Demian se preocupara gran cosa por ello, más atareado en reír frenéticamente mientras el lugar se caía en pedazos y era bañado por una luz sobrenatural que se hacía cada vez más intensa, hasta tomar la forma de gigantescas llamas que calcinaban a un enorme esqueleto de apariencia humanoide. Al momento de asomar su cráneo cornado lanzó un portentoso alarido que acalló incluso el barullo de la destrucción por él provocada. Y aún así la risa demente de Demian Hesse seguía escuchándose, reverberando siniestramente en lo que quedaba de la caverna.


    La Unidad Especial Evangelion Beta, lejos de ser la más grande, poderosa ó experimentada de todas las que había disponibles, por el contrario estaba demostrando de la mejor manera ser un arma compacta, sumamente maniobrable y efectiva; tal y cómo lo constataba el ángel Eyael, aquella entidad que había usurpado la forma y figura de Zeta, cuando el robot gigante lo tomaba desprevenido al correr hacia él y plantarle un puntapié en pleno rostro que lo tumbó de espaldas.


    Asimismo, las encomiables habilidades tácticas de su joven piloto quedaron evidenciadas al estar sacando ventaja del número superior y tamaño de sus oponentes, así como de su desconcierto, en su provecho; como claro ejemplo se prestó Shammael, la enorme serpiente emplumada, quien pretendió sorprender al Evangelion atacándolo por la espalda con su asalto sónico, sin contar que la chiquilla a bordo de él estaba al tanto de sus intenciones y sincronizando perfectamente los tiempos pudo evadir el daño con sólo hacerse a un lado, siendo el aún postrado Eyael quien recibió de lleno el ataque de su supuesto aliado, que lo hizo clavarse en el piso en medio de una especie de lastimoso alarido incoherente. No hubo oportunidad para disculpas, pues antes que lo notara Neuville sujetó a la descuidada criatura por las alas para empujarlo frente a ella y utilizarlo como escudo contra el inminente embate eléctrico de Ariel, que reventó sobre su compañero en forma de una ráfaga que provocó tremendo estallido, derribando a propios y extraños por igual. Estaba claro que el trabajo coordinado de equipo no era una de las habilidades incluidas en el arsenal de aquellas colosales apariciones.


    Sophie se incorporó de inmediato, presta para el combate, y de inmediato con su espada vibrando en frecuencias ultrasónicas trazó un medio círculo frente a ella, delimitando un perímetro seguro al cortar de tajo la carrera de Zeruel, quien se prestaba a embestirla como toro furioso, pero hubo de contener sus ímpetus ante la posibilidad de ser rebanado a la mitad por el arma frente a él. Dicho titubeo fue oportunamente aprovechado por su contrincante, quien tomó impulso con una voltereta sobre su eje para recetarle una magistral y poderosa patada que mandó a volar al monstruo, quien cayó como pino de boliche una vez más.


    Al querer poner distancia entre ella y los titanes, la muchacha se encontró a su costado con la copia negativa del Eva Z, quien lanzaba una ráfaga óptica sobre su desprevenida persona, aunque por suerte para la causa de la jovencita estaba a la distancia correcta para poder esquivar el ataque antes que diera en el blanco, para lo cual hubo de agacharse y cuando Eyael se abalanzaba fiero sobre ella se levantó tan rápida y abruptamente como un resorte, casi volando, para propinar un soberbio puñetazo que devastador se fue a colar a la mandíbula de su oponente, dejándolo fuera de combate momentáneamente.

    Fuckin’ Sho-ryu-ken, asshole!— exclamó emocionada en inglés la piloto de Beta, para casi de inmediato emprender una retirada estratégica, atrayendo a la banda de monstruos en su persecución.


    —¡Eso estuvo jodidamente genial, chica!— pronunció a su vez la Mayor Katsuragi, puede que mucho más emocionada que la propio piloto —¡Sigue así y puede que tú sola despaches a todos estos babosos!

    —Nunca me imaginé que la dulce Sophie fuera capaz de pelear de esta manera— admitió Maya, observando gratamente sorprendida el transcurrir de la batalla mediante las imágenes en pantalla, como todos a su alrededor en el centro de mando.

    —Sé a lo que te refieres— le contestó Shigeru, desde la consola a su lado —Es como ver una mezcla de Dora la Exploradora y Chuck Norris…

    Y es que, en el transcurso de las semanas que Neuville tenía de haber sido transferida al Geofrente de Tokio 3 la jovencita se había distinguido más que nada por su carácter pícaro y juguetón, y sobre todo su trato afable hacia con los demás. “Sophie”, como la llamaba casi todo mundo, era pues, demasiado buena gente como para pensar que cualquier clase de acto violento pudiera ser perpetrado por ella.

    No obstante, las imágenes en los monitores no mentían, y Shammael bien podía dar cuenta de ello, cuando al querer cortarle el paso al Eva Beta propició que el robot plateado lo sujetara por la cola y lo utilizara como un ariete gigante en contra de sus compañeros detrás suyo, derribándolos y haciéndolos ver mal de nueva cuenta.


    Los movimientos de la muchacha americana no eran refinados ni espectaculares como los de Asuka, quien muchas veces en su afán de impresionar a los demás realizaba movimientos de más que podían ser aprovechados en su contra, ni tampoco eran salvajes e impredecibles como los de Shinji a bordo de la Unidad 01; no, cuando Neuville piloteaba su Evangelion los movimientos que realizaba eran metódicos, prácticos, sencillos, pero sobre todo, bastante efectivos. A todas luces se notaba que era la que mejor sabía trabar combate cuerpo a cuerpo de todos los pilotos Eva, incluido el propio Kai Rivera, quien ahora pagaba el precio de confiar demasiado en el poder de fuego de su Evangelion y su blindaje, por lo que se había vuelto descuidado y hasta algo arrogante, permitiéndose recibir más castigo de la cuenta.

    El Comandante Ikari reflexionaba en estos y varios aspectos más, cuando discretamente se dirigió al Profesor Fuyutski, quien se encontraba lo bastante cerca de él como para comunicarse con él en susurros:

    —Si es que llegamos a salir vivos de esta, quisiera revisar el expediente completo de la tal Neuville, Profesor, y recabar toda la información que podamos encontrar de ella que no venga allí. Quiero saber quién es realmente esa chiquilla y de dónde viene.

    —Ya sé a lo que refieres, Ikari— le contestó su asociado —Uno no aprende a pelear de esa forma en un simple campamento militar…

    Una vez más su atenta y minuciosa mirada se dirigía a las pantallas dispuestas a su alrededor, para contemplar como el solitario robot se encargaba de lidiar con cuatro oponentes a la vez.


    Y hasta entonces dicha labor había resultado ser más fácil de lo esperado, gracias al elemento de la sorpresa y el exceso de confianza mostrado por el enemigo al momento de medir fuerzas. Sin embargo, conforme avanzaba el transcurso de la pelea y luego de recibir varias humillaciones, los monstruos iban mostrándose cada vez más cautos al enfrentar a la Unidad Especial Beta, cuyos golpes ya no conectaban en sus oponentes con la misma facilidad inicial.


    La misma Sophia dio cuenta de ello, cuando Eyael esquivó un mandoble de su espada que iba dirigido contra él, dando paso a los largos y filosos brazos de Zeruel, los cuales apenas si pudo esquivar la chiquilla, cayendo casi de espaldas, bocarriba, apenas suspendida en el aire por la fuerza de sus rodillas.

    Aquella posición la había dejado servida y lista para recibir de lleno el embate eléctrico del ángel Ariel, quien en forma de una violenta descarga fue a estrellarse de lleno sobre el pecho del robot, el que salió disparado por la fuerza de semejante impacto, el primer ataque que recibía la unidad comandada por la muchacha, cuyo grito de dolor recordó a todo mundo que la batalla estaba muy lejos de ser ganada.


    Las primeras placas de blindaje de Beta habían sido completamente destrozadas, así como las efímeras esperanzas que ilusamente algunos albergaron acerca de que Neuville pudiera encargarse por sí misma de la situación.


    Sin tiempo para lamentarse de su predicamento, la jovencita tuvo que incorporarse rápidamente para evitar recibir un mordisco con la fuerte quijada de la serpiente gigante con alas que ahora se estrellaba en el piso, tragando sólo enormes cantidades de polvo y escombro.

    —¡Cuidado Sophie, detrás de ti!— vociferó Katsuragi desde su puesto, fuera de sí.

    Si la advertencia de Misato hubiera llegado un poco más tarde, sin duda que la joven piloto hubiera quedado esparcida como átomos a la deriva, en lugar de sólo salir volando por la fuerza de la explosión que produjo el rayo de fotones de Zeruel a sus espaldas, el que pudo esquivar solo por fracciones de segundo.

    El Evangelion rodó por los suelos, abrumado por el número superior de enemigos y el estrés del que empezaba a ser presa su tripulante. Para desgracia suya, lo que había querido evitar desde un principio al tomar la iniciativa, estaba ocurriendo: los gigantes comenzaban a coordinar sus ataques, justo como lo habían hecho para poder freír a la parrilla a Zeta. Y no le estaban dejando ni un respiro de solaz para poder pensar su siguiente movimiento.


    Apenas comenzaba a levantarse cuando un agudo dolor que le perforó el hombro izquierdo le daba cuenta que finalmente Zeruel había cumplido su deseo de acuchillarla con sus brazos cortantes. Una de sus hojas elásticas le había atravesado limpiamente el hombro y le salía por la espalda, y aprovechando que la tenía bien sujeta la levantó por el aire para volver a estrellarla sobre el duro piso a sus pies, deshaciendo una manzana entera de la mancha urbana. Una nube de polvo y escombros se levantó sobre los contrincantes entre un extraño bramido que sonaba a satisfacción.

    —¡Mierdaaa!— vociferó Neuville en su cabina, apretujando los dientes y sujetando su hombro lastimado. Durante su extenso entrenamiento le habían hablado acerca del dolor psicosomático que experimentaban los pilotos Eva a bordo de sus unidades, pero nunca hubiera imaginado que se sintiera tan real, hasta ahora que lo sentía en carne viva —¡Ni crean que me asustan, grandísimos hijos de perra!

    La nube que los cubría aún no se acababa de disipar cuando, desde las alturas, Shammael voló en picada hacia el campo de batalla y logró atrapar con su enorme hocico dentado a su presa, el desprevenido Evangelion. Ahora ambos surcaban los cielos, trenzados en una suerte de abrazo de la muerte.

    —¡El Eva Beta no resistirá mucho más!— anunció Makoto, desesperado, revisando los datos que le llegaban desde la cabina del robot hasta su consola —¡Si no hacemos algo el ángel lo partirá por completo a la mitad, Mayor!

    —¡Sophie, tienes que despabilarte, concéntrate!— al pronunciar dichas palabras, la Mayor Katsuragi sonaba como un viejo coach en una pelea de box —¡Usa tu espada para liberarte!

    Debido a la sorpresa y al rápido acontecer de los sucesos, la chiquilla casi había olvidado el arma principal de Beta, aquella hoja de metal indestructible que le daba cierta ventaja sobre sus enemigos a una distancia tan corta como en la que estaba en esos momentos.

    —¡Muere, maldito imbécil!— espetó la chiquilla, enrabiada tanto por el dolor que sufría así como por la frustración que experimentaba por haber perdido momentáneamente el control de las hostilidades, debido quizás en parte a su inexperiencia en situaciones de combate real.

    Como fuera, el caso es que el filo de su espada perforó sin problemas las mandíbulas del monstruo, recorriéndolas tan fácilmente como si estuvieran hechas de papel higiénico y haciéndolas aún más grandes de lo que ya eran, quedando unidas al cráneo de la bestia sólo por un delgado y frágil trozo de carne que no resistiría mucho más castigo, pues apenas soportaba con dificultad el peso de su gran quijada que había quedado colgando como una corbata. Por tal motivo ni siquiera pudo lamentarse en un grito de agonía, solamente se limitó a convulsionarse violentamente de lado a lado, incapaz de emitir cualquier sonido que no fuera un lastimero gorgoteo.

    Así que entonces a la jovencita no le importó demasiado estar en caída libre a unos quinientos metros de altitud, sabedora que si bien no había liquidado por completo a su enemigo, por lo menos lo había incapacitado permanentemente, pues su hocico constituía su principal arma, la cual usaba tanto para morder como para emitir su aullido sónico. Despojado de tales ataques sólo le quedaba el asalto cuerpo a cuerpo, con lo cual podría lidiar fácilmente gracias a la cuchilla integrada en su Unidad Eva.


    Mientras la bestia alada se revolvía lastimosamente en el firmamento azul la joven piloto de Beta se las ingenió para aterrizar lo mejor que pudo, a unos tres kilómetros del punto donde la serpiente emplumada gigante la había embestido.

    No bien apenas sus pies tocaban tierra firme cuando una vez más Ariel estallaba como una centella eléctrica sobre el incauto Eva Beta, que de nueva cuenta salió disparado por los aires varios centenares de metros detrás suyo, su piloto entumecida por la fuerte corriente eléctrica que recorrió su cuerpo.

    —Los sistemas electrónicos de Beta no resistirán otra descarga como esa, eso te lo aseguro— dijo la Doctora Akagi a Misato, al lado suyo.

    Hasta ahora, tanto la Mayor Katsuragi como la propia Neuville se percataban que no tenían una estrategia bien definida para enfrentar a ese ángel en particular. Un combate cuerpo a cuerpo con un relámpago viviente se antojaba bastante difícil, sobre todo si estás completamente cubierto de placas de metal y artefactos electrónicos. Previamente la muchacha sólo se había limitado a evitar sus embates utilizando a los demás gigantes como escudo, por lo que Ariel se había estado manteniendo al margen del combate. Pero ahora, en pleno campo abierto, sin lugar visible donde guarecerse, el Evangelion se antojaba como un blanco bastante accesible y apetitoso.

    —¿Cómo pelear contra un rayo gigante oportunista y malvado? ¿Con un pararrayos gigante?— ironizó la Mayor, buscando en los recovecos de su mente alguna solución a su dilema.


    Tirada boca arriba, la joven piloto intentaba recuperar su aliento y sobre todo su ímpetu para seguir luchando. Una cosa tenía muy clara, y esa era que si dejaba de moverse podía darse por muerta. Mantenerse en movimiento era lo esencial, más tarde podría pensar como retomar la ofensiva contra aquellas criaturas perversas.

    Comenzó a incorporarse, resuelta a no dejarse vencer por un par de traspiés que la habían dejado postrada. Sin embargo, un sonido lejano, que iba en aumento, la interrumpió a la mitad de dicha acción. Se escuchaba como el sonido de una bomba cayendo, pero aumentado quién sabe cuantas veces. ¿Acaso NERV había ordenado un bombardeo a ese lugar sin avisarle?


    Su respuesta vino en la forma de Eyael, el ángel oscuro que cayó sobre ella con todo su peso desde alturas insospechadas, con los pies juntos en forma de lanza. La tierra bajo los dos contrincantes no resistió la fuerza del impacto, abriéndose en un enorme hueco que semejaba un pequeño acantilado, que se tragó a ambos.

    Gracias a un par de prolongados saltos impulsados por su Campo A.T., la sombra del Eva Zeta literalmente había volado hasta la escena donde proseguía la pelea, llegando tan rápidamente que incluso Misato no lo vio venir hasta que fue muy tarde para avisar a su piloto.


    Un prodigioso puñetazo en pleno rostro sacó violentamente a Beta del agujero donde se había metido y casi enseguida le siguió el autor de dicho castigo, aunque éste sí lo hizo en circunstancias completamente bajo su control. Antes que la chiquilla a bordo del robot gigante pudiera reaccionar, el imitador sombrío le cayó a golpes, dejándola postrada mientras uno a uno, certeros, sus puños se estrellaban contra el cráneo del titán de acero manufacturado por el hombre.

    El Evangelion forcejeaba por liberarse de su captor, quien con sólo la fuerza de sus rodillas lo mantenía sujeto al piso, teniendo sus puños libres para arremeter en su contra con la saña que lo estaba haciendo.

    No obstante, Neuville soportaba los golpes que se sucedían sin descanso. Lo hacía bastante bien para ser una quinceañera, y lejos de ponerse a llorar se concentraba en librarse de su agresor a como diera lugar.

    —¡Mal..dito bastardooo!— musitaba entre dientes, en medio del forcejeo, interrumpida cada vez que un puño se estrellaba contra la cabeza de la unidad que piloteaba —¿Crees que ya ganaste, maricón? ¡Pues yo no me puedo morir así! ¡Así no! ¿Me oyes? ¡Así nooo!

    El visor de su cabina comenzaba a resquebrajarse, clara señal de que el casco del robot estaba cediendo ante el salvaje ataque que se le estaba aplicando y no tardaría en caer hecho pedazos. Parecía que, efectivamente, ese era el final, ello pese a la incredulidad de la jovencita, quien en sus momentos finales se aferraba a su mantra al tiempo que lágrimas de rabia y desesperación comenzaban a rodar por sus mejillas, pero forcejeando hasta el último instante:

    —¡Así no! ¡Así no! ¡Así no!


    Un ligero temblor que iba in crescendo cortó de tajo su rabieta. ¿Ahora qué diablos pasaba? Aparentemente, su verdugo también desconocía el origen de aquél inusual movimiento telúrico, pues en una actitud que sólo podría catalogarse como desconcierto cesó en su empeño de destrozar el cráneo del Eva Beta para en su lugar mirar alrededor y tratar de encontrar la causa de aquél fenómeno. Justo a tiempo para mirar como el Eva 01 lo embestía a una velocidad endemoniada, sin poder hacer algo para evitar ser atropellado por el manchón violeta que lo mandó de paseo varios centenares de metros lejos de su compañera.

    —¡¡¡SOPHIEEEE!!!— gritaba Shinji como poseído a bordo del Eva cuando cargó contra la bestia, que salió rodando lastimosamente del encontronazo.

    —¡Shinji, lo lograste!— exclamó aliviada Misato ante el oportuno arribo del enloquecido muchacho —¡Llegaste justo a tiempo!

    El hecho de que el enemigo luciera muy parecido al Eva Zeta exacerbaba aún más la ira demente del joven Ikari, quien con sólo verle sentía unas tremendas ganas homicidas de hacerlo pedazos de la forma más salvaje y dolorosa posible.

    —¡Déjala en paz, grandísimo arrogante hijo de putaaa!!!— aulló encolerizado, sin detener su carga contra el sorprendido imitador, quien aún no se reponía del impacto inicial y todavía no atinaba a ponerse en pie —¡Voy a matarte, desgraciado!


    Antes que pudiera alcanzar a su indefenso objetivo, Shammael quiso sorprenderle tomando impulso desde las alturas y luego caer en picada para poder embestirlo de frente con todo el peso de su enorme cuerpo. Su sorpresa fue mayúscula cuando, lejos de amedrentarse por la arremetida, el Eva saltó encima de él, sujetándolo férreamente de las alas antes de que lograra su propósito.

    El primer instinto del monstruo en tales condiciones fue volar lo más alto que pudiera, buscando desprenderse de su indeseado pasajero. Por lo demás, fue un intento estéril, puesto que el robot gigante permanecía sujeto a él como si estuviese soldado a su cuerpo. Con un rugido estremecedor, y sin detenerse a pensar en las consecuencias de sus actos, sólo en su sed de sangre, el piloto de la Unidad 01 clavó los dientes de su desenfrenado robot sobre la carne de la criatura, abriéndole una profunda herida de la que manó un gigantesco chorro de sangre a presión. Enseguida, haciendo caso omiso de los alaridos de dolor y las convulsiones que sufría su víctima, consumido por su ansia asesina Shinji empezó a desgarrar a la criatura alada con sus propias manos, arrancando enormes pedazos de tejido para en el acto descartarlos y tirarlos como basura.

    —Creo que voy a vomitar— murmuró lastimosamente Maya sobre su consola, bastante descolorida.

    —La Unidad 01 ha vuelto a entrar a su modo Berserker— acotó Ritsuko —El piloto no entenderá razones…

    —¡Shinji, basta ya! ¡Has vencido al enemigo, detente!— pese a la advertencia de su compañera, la Mayor Katsuragi tenía que tratar de hacer reaccionar a Ikari —¡Ahora lo más importante es que vuelvas a conectar tu suministro de energía cuánto antes! ¿Me oyes? ¡Shinji!

    Sus palabras caían en oídos sordos, pues al muchachito nipón poco ó nada le importaba lo que pasara en el mundo exterior, en su mente estaba fijo el solo y único propósito de destrozar por completo al odiado engendro frente a él; lo que al final consiguió haciendo acopio de una descomunal fuerza bruta con la que partió justo a la mitad al enorme bicho alado, que estalló en los aires en medio de un estruendo de vísceras y demás porquería que salieron volando por todas partes.


    Una auténtica lluvia de sangre fue la que se cernió entonces en los alrededores de la horripilante masacre, inagotables cantidades del líquido carmesí cayeron sobre toda la superficie, tiñendo todo lo que encontraban a su paso de rojo, tanto compañeros como enemigos por igual.

    Sophia observaba fijamente el firmamento, su unidad Eva igualmente empapada de plasma, anonadada por aquél macabro espectáculo, único en toda una vida. Todo había sucedido tan rápido que no alcanzó a captar la totalidad de los detalles de lo que había acontecido, pero lo que sí tenía claro es que Shinji Ikari la había salvado de una muerte segura y para tal efecto hubo de transformarse de un muchachito delgado y nervioso a una feroz máquina homicida. Y para ello, con las pupilas dilatadas, hipnotizada, sólo tenía un calificativo, que murmuró para sí misma:

    —Hermoso… es lo más hermoso que he visto en toda mi vida…


    El Eva 01 cayó pesadamente al piso, estrellándose de manera poco elegante pero sin conseguir daño alguno, pues inmediatamente ya estaba en pie. Su color morado se había tornado marrón, casi tan rojo como la Unidad 02, emulando quizás a Siegfried, el mítico héroe nórdico que se había bañado con la sangre de un dragón para conseguir la inmortalidad.

    La veracidad de dicha leyenda sería puesta a prueba por las cuchillas elásticas de Zeruel, que se batieron ansiosas sobre el Evangelion recién llegado al campo de batalla, igual que él mismo. La Unidad 01 evitó por muy poco que su cabeza fuera separada del resto de su cuerpo, en lugar de solamente el cuerno de su casco y su hombrera izquierda. El Evangelion respondió a su agresor gruñendo como una bestia herida, presta para atacar. Aún así, antes de que pudiera hacerlo, Asuka atinó a detenerlo utilizando fuego de cobertura en contra del ángel, incorporándose a la batalla justo a tiempo para que Misato metiera algo de sentido común en la cabezota de su enloquecido subordinado:

    —¡Shinji, basta ya!— ladró la Mayor Katsuragi —¡Deja de ser tan imbécil, maldita sea! Si tanto en verdad quieres ayudar a Sophia, vuelve a conectar tu suministro de energía de una jodida vez y atiende mis indicaciones por una vez en la vida… no podrás salvar a nadie si tu Eva se apaga…


    El muchacho la escuchaba como si estuviera dentro de un sueño, resoplando hiperventilado. Miró sus manos, cubiertas de sangre y sabrá Dios de qué más porquería desconocida, entendiendo muy bien que tuvo que sobrepasar todos sus límites conocidos para lograr salvar lo más preciado que tenía en la vida. Volteó a ver al Eva Beta, que se iba incorporando del charco de sangre que la había empapado y al instante el recuerdo de la preciosa muchachita que lo piloteaba, sonriéndole amorosamente, lo hizo entrar en razón y consiguió recuperar la compostura. Ahora recordaba que lo más importante era mantenerla a ella a salvo. Por lo que a él respectaba, todos los demás podían irse al demonio.

    —Shinji, mi amor— la melodiosa voz y el enternecido rostro de Neuville, que apareció en su monitor, ayudó a calmarlo aún más —Lo que hiciste fue impresionante, nadie nunca había hecho algo así por mí antes… te debo la vida, y te estoy muy agradecida por ello… si pudiera, en este mismo momento me aventaba a tus brazos y te comía a besos…

    —Esteeee… recuerden que aún seguimos aquí, chicos— carraspeó Misato, avergonzada, como todos en el puesto de mando.

    —Pero desgraciadamente no podremos hacerlo hasta que acabemos con esto…— continuó Sophie, sin importarle que todo mundo pudiera escuchar su conversación íntima —Así que, por favor, trata de calmarte y haz lo que la Mayor Katsuragi te dice, ¿si? Prometo que después te daré tu recompensa por haberme salvado, mi héroe…

    El guiño cándido que le dedicó la jovencita, así como la promesa que le hizo fue todo lo que necesitó Ikari para despabilarse y concentrarse en la tarea a la mano.

    —Ti-Tienes toda la razón, Sophie, perdóname…— musitó el chiquillo, enrojecido por aquella muestra de afecto tan pública —¡Haré mi mejor esfuerzo!— concluyó decidido para entonces proceder como se lo habían indicado anteriormente y conectar la clavija de un cordón umbilical en el enchufe de su espalda. En el acto la cuenta regresiva se detuvo y el indicador de energía en su cabina volvió a llenarse.


    Mientras lo hacía, Asuka daba saltos de aquí para allá, evadiendo como podía los afilados brazos del ángel Zeruel, quien no le daba un momento de descanso, tal y como se los hizo ver sarcásticamente a sus compañeros:

    —¡Por mí ni se preocupen, par de lelos, ayúdenme cuando quieran!— la escenita que acababa de presenciar le había hecho hervir la sangre y el hecho que los dos se hubieran olvidado de su presencia la encolerizó aún más todavía. Hubiera querido dejárseles ir a golpes, si es que no estuviera tan ocupada evadiendo las estocadas del mortífero leviatán frente a ella.

    No obstante, su apuro resultó ser muy breve, pues la Unidad Cero, salida casi de la nada, tacleó por un costado al coloso que la acosaba, permitiéndole finalmente un respiro cuando los dos rodaron por el piso, llevando el monstruo la peor parte, por supuesto.

    —¡Ya era hora, maldita niña maravilla!— vociferó Langley a través del comunicador, para que todos la escucharan —¡Saliste antes que yo y aún así llegaste al último! ¡Inútil, buena para nada…!

    —¡Asuka, cállate ya y reúnete con los demás!— la interrumpió Katsuragi por el mismo medio, antes que pudiera continuar con los insultos. Fuera por obra de la casualidad ó de alguna otra fuerza desconocida que los estuviera ayudando en aquél día, el caso es que volvía a tener a su equipo casi completo y no volvería a permitir que por niñerías absurdas volvieran a diezmarlo —¡Hagan una formación para cubrir a Rei mientras reconecta su suministro de energía! ¡No intenten trabar combate uno a uno con el enemigo, permanezcan todos lado a lado!

    —¡Sí, señora!— respondieron los cuatro chiquillos casi al unísono, cuadrándose a la autoridad mostrada por la mujer, procediendo como se les indicaba.


    El Eva Beta, 01 y 02 avanzaron en línea hacia el coloso, interponiéndose entre él y Ayanami, quien estaba entretenida en encontrar un cable disponible para conectarlo en su Evangelion, que se acercaba peligrosamente al final de la cuenta regresiva en su contador de energía. De cualquier manera pudo evitar el apagón total de su unidad gracias al apoyo de sus compañeros pilotos, aunque era Asuka la que mantenía la distancia entre ellos y Zeruel, a quien no cesaba de disparar un solo momento con su rifle de protones, mientras que los otros dos Evas restantes permanecían como apoyo, carentes de momento de un arma de largo alcance.

    —¡Energía restaurada!— se apuró a decir Ayanami en su calmoso tono de voz, aunque con un dejo de alivio en él.

    —¡Perfecto! ¡Sigan en formación y avancen hacia el enemigo! ¡Traten de acorralarlo, abrúmenlo para que no pueda atacarlos! ¡Shinji y Sophia, atentos por el costado! ¡Vigilen que Eyael no intente nada chistoso! Con un poco de suerte seguirá tirado mientras despachamos a su amigote…

    Misato por fin se sentía a sus anchas, girando órdenes a diestra y siniestra. Por primera vez, desde que aquella pesadilla había comenzado, sentía tener el control de la situación. Los cuatro Evas restantes mantenían una cerrada formación que avanzaba a paso lento, pero firme, hacia uno de los blancos más poderosos del contingente enemigo, evadiendo cada uno de sus ataques y acosándolo a la vez con su número superior. A este ritmo, pronto le darían alcance y podrían darle fin, de esa forma deshaciéndose de uno de los pesos pesados de la ofensiva enemiga.


    Quizás pecaba de ingenuidad, olvidando el calibre de las fuerzas involucradas en semejante conflicto de proporciones bíblicas. Empero, el enorme relámpago que se estrelló justo en medio de la cerrada formación de Evas, deshaciéndola por completo, le hizo favor de recordárselo.

    El tremendo estallido provocó que los gigantes de metal salieran volando por los aires, esparcidos como un montón de muñecos de trapo que fueron a impactarse uno a uno de lleno contra el piso.

    —¡Maldicióoon!— refunfuñó Misato, mordiéndose las mangas de su chamarra, viendo como su estrategia y sus planes se desmoronaban una vez más a merced de las circunstancias tan adversas. Estaba claro que la conflagración, que cobraba ya tintes legendarios, sería decidida por las habilidades tácticas de cada contrincante en el campo de batalla. Sólo quedaba confiar en las capacidades y entrenamiento de los jóvenes pilotos, lo que resultaba nada alentador.


    —Profesor Fuyutski— murmuró Gendo, en ese tono que empleaba con su avejentado compañero cuando sus conversaciones requerían discreción total —Será mejor que empecemos a preparar los protocolos de autodestrucción del Geo-Frente… si la situación prosigue como hasta ahora, tendremos que hacer uso de ellos…

    —Acabas de leer mi mente, Ikari— le contestó el profesor en el mismo tono de voz —En el momento que Manakel descifre la estructura del Dogma Terminal yo mismo me encargaré de que no quede nada más que átomos esparcidos de este lugar…


    Un agudo dolor en la nuca, provocado sin duda alguna cuando rebotó como pelota de pinball por toda su cabina, mantenía ocupada a Asuka, quien se quejaba lastimosamente mientras que intentaba reincorporarse a la pelea antes de volver a ser sorprendida por sus oponentes. Una densa humareda obstruía su visibilidad, la cual era casi nula en tales condiciones, y una estática residual en sus instrumentos a su vez la mantenía incomunicada de sus compañeros.

    —¡Estúpido pedazo de porquería!— gruñó al darle un puñetazo a la consola frente a sí.

    Aún dentro de su cabina, la jovencita de cabello rubio pudo sentir un ligero estremecimiento en los alrededores. Al aguzar la mirada pudo distinguir entre la espesa cortina de humo una figura masiva que se aproximaba a su posición. Al ponerse en guardia, lista para una eventual confrontación, con pesar cayó en la cuenta que había perdido su rifle entre la confusión, por lo que tuvo que conformarse con su práctico cuchillo de corte progresivo que emergió de su hombrera.

    Por lo menos su instrumental daba avisos de volver a funcionar, lo que sirvió para reconfortarla un poco mientras preparaba sus músculos, tensándolos, para la inminente colisión. Aún así, y no obstante su pose de felino a punto de atacar, la muchachita rápidamente bajó su guardia al ver dibujarse la silueta bastante familiar del Eva Z acercándose a ella a través de la nube de humo que los separaba.

    —¡Kai!— gritó gustosa, emocionada —¡Sabía que no era cierto! ¡Sabía que eran puros cuentos eso de que habías sido vencido! ¡Tú…!

    No pudo terminar de pronunciar su último enunciado pues las palabras se atoraron en su garganta, contemplando horrorizada su grave equivocación, pues frente a ella, emergiendo de la tupida humareda, tenía no al Evangelion esmeralda que tripulaba su novio, sino una aberrante imitación completamente oscura que había plagiado su forma, cuyos ojos rojos centelleaban siniestramente, burlones, trayendo consigo la promesa de una inevitable destrucción, precio a pagar por su estupidez.


    Eyael disparó a quemarropa una ráfaga carmesí proveniente de sus ojos, sin que Langley atinara a moverse, estupefacta, horrorizada. La Unidad 02 hubiera estallado en pedazos, con todo y su atónita ocupante, de no ser por el oportuno empujón que le propinó Ayanami, ocasionando que ambos robots rodaran por el piso al mismo tiempo que el disparo enemigo desintegraba toneladas de roca sólida detrás de ellos.

    —¡Piloto de la Unidad 02, no te dejes distraer tan fácilmente!— exclamó Rei a través de su comunicador, con un gesto en su rostro que parecía semejar enfado en su limitado lenguaje corporal. Quedaba muy claro que la apacible muchachita de ojos rojos era otra al momento de tripular su Evangelion —¡Debes concentrarte en la pelea si no quieres que te maten!

    El estado de shock en el que se encontraba la orgullosa jovencita alemana se agudizó aún más al momento que presenciaba como era reprendida por ni más ni menos que Rei, la flacucha descolorida y muda a la que tanto detestaba. Y el hecho que ya la hubiera salvado en dos ocasiones durante el transcurso de la batalla la hacía sentirse aún más humillada. No obstante, algo dentro de ella pareció activarse enseguida, pues no bien se había recuperado de la impresión cuando su sangre hacía ebullición en sus venas, sus dientes rechinaron y la vista se le nubló cuando la rabia se apoderó de ella, para variar. Se levantó como un resorte de donde estaba y sujetó por el cuello al Eva de su compañera, levantándola violentamente hasta hacer que sus pies no tocaran el piso, su mano firme alrededor de la cerviz como una férrea tenaza de acero.

    —¡Sucia ramera!— la mano libre del Eva 02 se contrajo al momento en un rencoroso puño, listo para ser descargado en su cautiva —¡No vuelvas a hablarme de esa manera ó yo voy a ser la que te mate! ¡¿Entendiste, mocosa estúpida?!

    —Ba… Basta…— pronunciaba Ayanami dificultosamente, apenas con un hilo de voz, sintiendo unas garras imaginarias apretando su garganta.

    —¡Asuka, deténte! ¡Es una orden, maldita sea!— terció Katsuragi, furiosa —¡El enemigo aún está detrás de ustedes…!

    Ni bien había terminado de formular su advertencia cuando una súbita corriente eléctrica derribò a ambos Evas, terminando sin querer aquella infructuosa disputa interna. Literalmente con la velocidad de un rayo, Ariel despegaba con dirección al oscurecido firmamento en cuanto hubo descargado su incontenible furia sobre sus oponentes, desde donde seguramente volvería a emprender un nuevo ataque, tal como era su costumbre.


    —¡Cómo odio a ese infeliz eléctrico y a su costumbrita de pegar y correr!— espetó Misato cuando veía al monstruo alejándose del campo de batalla, para enseguida suspirar lastimosamente, ablandando el tono de su voz —Aunque tengo que admitir que esta vez fue bastante oportuno, me ayudó sin querer a separar a estas dos…

    —Creo…— pronunció la Doctora Akagi, a su lado, como lo hace alguien que está pensando muy cuidadosamente en lo que va a decir —Creo que empiezo a ver un patrón claro en su comportamiento…— de inmediato se volvió hacia su asistente, resuelta —¡Maya! ¡Necesito que me ayudes a comparar algunos datos con MAGI!

    —¡En el acto, doctora!— respondió enseguida la muchacha, contagiada con el tono de su superior, precipitándose hacia el teclado a su disposición.

    Mientras que la joven técnica bajo su mando rápidamente accedía a la infinita cantidad de datos almacenados en los sesos cibernéticos de la supercomputadora y los manipulaba a su conveniencia, según sus instrucciones, Ritsuko se volvía hacia la Mayor Katsuragi, recobrando un poco el ánimo por primera vez desde que todo aquello había comenzado:

    —Si estoy en lo cierto, te prometo entregarte la clave para deshacernos de ese bicho tan molesto de una vez por todas.

    —Gracias, oírte decir eso es un gran alivio— respondió la militar, para de inmediato pronunciar para sí misma en tono quejumbroso —Aunque te agradecería mucho más si también me dijeras como me deshago de los otros tres enormes tarados que nos hacen la vida imposible…


    Y mientras Katsuragi se encargaba afanosamente de verle los dientes al caballo regalado, Eyael por su parte se entregaba al infame deleite de patear inmisericorde a la abatida Unidad Cero, entretenimiento cruel que parecía disfrutar aún más al no permitirle a su contrincante siquiera la posibilidad de levantar cabeza, pues en cuanto el robot alzaba la vista la bestia se encargaba de que besara el piso a punta de pisotones, sin que la máquina atinara a defenderse, abrumada como estaba por las circunstancias.

    Una vez que se hubo hartado de limpiarse las suelas con el maltrecho gigante de acero, el monstruo lo sujetó por el brazo y pie derechos, levantándolo por encima de su cabeza como un lastimoso trofeo de guerra y casi enseguida procedió a estirarlo de ambos extremos, resuelto a no parar hasta que Cero reventara como piñata.


    Asuka, por su parte, compartía en cierto modo el sádico placer de su adversario, contemplando plácidamente el castigo que se le aplicaba a quien supuestamente debía ser su aliada en aquella confrontación, sin dar visos de querer hacer gran cosa por ayudarla.

    “Bien merecido te lo tenías, piltrafa desarrapada” pensaba complacida, observando como el Eva 00 comenzaba a tensarse hasta lo imposible debido a la descomunal fuerza de tensión a la que era sometido, faltando muy poco para su punto de quiebre. “Eso te enseñará a quitarte tus aires de grandeza, perra sarnosa.”

    —Mi niña— el rostro y la expresión de hartazgo de Misato, cuya imagen apareció de repente en su monitor la sacó de sus perversos pensamientos —En realidad no puedo creer que vayas a permitir que Rei te haya salvado el culo, no una, sino ¡dos veces, válgame Dios! sin haber quedado a mano con ella… eso de quedarle a deber a las personas es una cosa muy, pero muy fea, ¿no crees?

    —¡Ya lo sé, con un demonio, no necesito que me sermonees!— ladró Langley desde su cabina, lanzándose a la acción —¡Sólo estaba esperando el mejor momento para atacar! ¿En verdad creías que iba a dejar que destriparan en mis narices a la mensita esta?

    Sin decir más la jovencita europea pegó un brinco para recetarle una poderosa patada de tae kwon do en plena espalda al desprevenido monstruo de oscuridad, quien cayó pesadamente de bruces a la vez que soltaba a su adolorida prisionera. Ya en el piso la Unidad 02 se encargó de rematar a su contrincante pateándolo violentamente como si se tratase de un simple balón de fútbol, mandándolo a rodar a una distancia prudente de las dos pilotos.


    Ayanami, desconcertada por el rápido acontecer de los hechos, aún no atinaba a ponerse en pie cuando su compañera se puso delante suyo, amenazante.

    —Vamos dejando las cosas muy en claro— sentenció la chiquilla de cabello rubio, mirándola despectivamente a través del monitor en su cabina —Te detesto, pequeña bruja odiosa, y en circunstancias normales me importa un coño lo que te pase ó deje de pasar. Pero ya que estamos metidas juntas en esto, me tengo que asegurar que no te hagan mierda ó la siguiente podría ser yo. Así que te propongo un trato: limitemos nuestra comunicación al mínimo. Guardémonos cada cual sus comentarios y enfoquémonos sólo en salir vivas de esta, ¿te parece?

    —No tengo problema alguno con eso— carraspeó Rei, acariciándose la garganta, adolorida, cuando se levantaba y se aprestaba al combate como podía.

    —Sólo cuídate las espaldas cuando todo esto termine, perra maldita…— musitó Langley para sí misma, destilando odio y rencor en cada tono susurrante de sus palabras.

    —Cuidado— masculló Rei, con una parsimonia que contrastaba con la rapidez de sus acciones, al retroceder ágilmente para evadir el embate eléctrico del ángel Ariel, cuyas secuelas alcanzaron para derribar al robot rojo que tripulaba la joven de origen alemán.

    —¿Ese nivel de comunicación te pareció bien?— preguntó la muchachita de pupilas rojas a través del monitor. Como era usual, su semblante indiferente y el tono monocorde de sus palabras hacían difícil captar si estaba empleando algún dejo de sarcasmo ó de burla en sus gestos —¿Ó quisieras limitarlo aún más?

    La única respuesta que obtuvo de parte de su compañera fue el rechinido de sus dientes y la mirada fulminante que le dirigió por el mismo medio.


    Haciendo acopio de cada fibra de fuerza y de arrojo que habitaba en su ser, el joven Shinji Ikari como pocas veces le hacía frente a las dificultades que le ponía la vida, tomando literalmente al toro por los cuernos cuando detuvo con sus propias manos la alocada carrera del ángel Zeruel, quien aprovechando la cortina de humo que lo ocultaba quiso atropellar a sus desprevenidos adversarios.

    Con lo que nunca llegó a contar fue con los inusitados bríos del joven Ikari, quién se las arregló para contenerlo y mantenerlo lejos de Neuville, e incluso hacerlo retroceder de su posición original. Los agujeros vacíos que simulaban los ojos del leviatán en su horrenda faz destellaron, quizás de frustración ó rabia al estarse viendo superado, pero el desquite también estaba presente en ellos, de lo que dio cuenta Sophia justo a tiempo para alcanzar a advertirle a su enamorado:

    —¡Shinji, cuidado!

    Aquél único aviso bastó para que en el acto, haciendo acopio de una fuerza descomunal, la Unidad 01 arrojara de espaldas al engendro con el que momentos antes trababa fuerzas, por lo que la descarga de fotones que expulsó la criatura a través de su hocico salió desviada en lugar de vaporizar su cabeza, su propósito original.

    —¡Ponte detrás de mí, Sophie!— pronunció el muchacho en tono grave e imperioso —¡Yo te protegeré, cueste lo que me cueste!


    “¿Cueste lo que me cueste?” pensó la Mayor Katsuragi enseguida “Alguien ha estado viendo demasiadas telenovelas de nuevo”. El que los jovencitos bajo su mando estuvieran en una situación de combate a muerte no era pretexto para que se pusieran melodramáticos, a los ojos de aquella mujer.


    Sin mediar palabra la joven piloto del Eva Beta, lejos de agradecer el gesto, de un empujón hizo a un lado al robot que tripulaba su compañero, quien a pesar de que en un principio se vio confundido por dicho proceder enseguida comprendió que aquello había evitado que fuera rebanado a la mitad por la cuchilla elástica que pasó silbando donde momentos antes había estado.

    —Gracias por tus buenas intenciones, Shinji-kun, pero en realidad no hacen falta— sentenció la chiquilla, quien ahora se interponía como escudo entre la bestia y el muchacho —Como ves, puedo cuidarme yo solita… será mejor que pongas más atención en cuidar de ti mismo y en ayudarme a librarnos de este imbécil de unas vez por todas, ¿te parece?

    —Me parece muy bien— asintió Ikari, sacando a relucir una vez más su semblante timorato, atolondrado —Como siempre, tienes toda la razón, Sophie…

    Ni bien había terminado de mascullar su consentimiento cuando una vez más su contrincante buscaba tomar a ambos por sorpresa, emergiendo a toda marcha a sus espaldas como un toro furibundo. Enseguida los jóvenes amantes dieron media vuelta al mismo tiempo y lo encontraron con un puñetazo gemelo que impactó simultáneamente en el grotesco rostro de la atónita criatura, que salió volando por la fuerza del sorpresivo impacto recibido.

    —¡Muy bien, chicos, eso estuvo excelente!— exclamó Misato igualmente sorprendida, aunque por su parte fue de manera muy grata, para casi enseguida preguntar extrañada a sus acompañantes en la sala de mando —Bastante bien, pero, ¿qué demonios fue eso?

    —Quizás… hmmm…— musitó Shigeru, con la misma extrañeza —El poder… ¿del amor?


    El amor. Esa emoción humana, sentimiento desde siempre tan nombrado, tan invocado, tan pocas veces comprendido y explicado. Todo mundo habla del amor, todos tratan de explicarlo y aún así muy pocos logran entenderlo del todo, ó por lo menos, una parte significativa de su ser. Se sabe que el amor es comprensivo, que el amor es servicial, que puede ser una llama que no mata pero sí envenena, a veces puede ser motivo de salvación y muchas más de perdición. Ó por citar la obra del poeta Gustavo Adolfo Bécquer: "El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cual más inexplicable; todo en él es ilógico, todo en él es vaguedad y absurdo…" De más está tratar de explicar su esquiva y misteriosa naturaleza, sólo cabe resaltar que su sola existencia es el motor en varias de las acciones del género humano, llevando a realizar a los individuos algunas de las más grandes proezas y sacrificios que la historia de la raza humana tenga en su registro.


    En resumen, por amor se era capaz de realizar los actos más descabellados que alguien en su sano juicio normalmente no se atrevería a cometer. Ryoji Kaji dilucidaba en este y algunos otros aspectos de esta emoción tan profunda, tan complicada, tan humana mientras recorría rápidamente los linderos del gigantesco Río Nilo en una locación no especificada de lo que quedaba de Egipto, a bordo de un destartalado jeep, que sin duda alguna había visto tiempos mejores.

    ¿De qué otra manera se explicaba su presencia en aquellos parajes tan inhóspitos, justo en medio de la línea de fuego entre las Fuerzas Armadas de las Naciones Unidas y el Ejército de la Banda Roja? Se encontraba en territorio en plena disputa, entre la querella de la O.N.U. por mantener alejadas a las fuerzas enemigas de las costas del Golfo Mediterráneo, territorios apenas recuperados recientemente en la incursión bélica de la que Zeta había tomado parte. Sin embargo, ya sin el apoyo y empuje que proporcionaba un arma con semejante poder de fuego, mantener las posiciones en las costas africanas del Mediterráneo les costaba cada vez más trabajo a las fuerzas regulares del gobierno mundial, quienes luchaban con todos sus recursos por mantener contenidos a los rebeldes en su bastión en el continente africano, por debajo de lo que para esas fechas sería el antiguo Trópico de Cáncer.

    A lo largo del accidentado camino el distante sonido de los disparos y explosiones a la lejanía se sucedían uno tras otro a intervalos seguidos y regulares, como si fueran un pegajoso estribillo en la radio del desvencijado vehículo. “¿Qué carajo estoy haciendo aquí?” se volvía a preguntar mentalmente, mientras se acomodaba por enésima ocasión la chalina que tenía amarrada alrededor de la cabeza a modo de turbante, lo único que impedía que su cabeza ardiera en llamas bajo el furibundo sol de aquellas latitudes, agarrándose como podía para no salir despedido del jeep sin techo en el que viajaba cada vez que brincoteaba al evadir las zanjas y demás desperfectos naturales del trayecto. “¿Qué carajo estoy haciendo aquí?”


    Según él, investigaba de cerca una pista que había obtenido del aparente inagotable caudal de información que en recientes fechas había sustraído de MAGI. Dicho indicio lo había sacado del Japón para ir recorriendo el globo en algunos de sus más recónditos rincones: Sudamérica, los despojos que quedaban de las maltrechas islas del Reino Unido, Medio Oriente y finalmente donde se encontraba, el Golfo Mediterráneo, recién formado durante el Segundo Impacto con la desaparición del Estrecho de Gibraltar, consumido por las voraces aguas del Atlántico Norte. Se trataba de la más reciente pieza que había encontrado del enorme rompecabezas y dolor en el culo que se había vuelto esclarecer el asesinato del Doctor José Rivera y de su esposa, Mary Elizabeth Hunter. Cómo es que descubrir la identidad del líder del Ejército de la Banda Roja figuraba entre todo ese embrollo, eso era algo que tendría que averiguar una vez que tuviera los suficientes hechos como para finalmente poder apreciar el escenario completo.


    Entonces, la razón principal de verse metido en semejante trabuco era precisamente poder acercarse más a resolver aquella peligrosa obsesión que se le había vuelto el trágico desenlace de dichas personas, por lo que constantemente ponía en riesgo su cuello. Era lo que trataba de convencerse a sí mismo. Sin embargo, muy en el fondo también sabía que el verdadero motivo de su visita a aquellas exóticas latitudes era el gran amor que desde siempre había sentido por Misato Katsuragi. Fue por ella, y por su salud mental, que él mismo se había impuesto aquella disparatada cruzada por encontrar la razón, el motivo por que su gran amor tuvo que soportar esa pérdida. Aún después de tantos años sabía que el conocer las causas que originaron aquél homicidio le daría por fin a Katsuragi el ansiado cierre que tanto necesitaban, tanto ella como él. De esa manera podrían seguir con sus vidas, y al haber exorcizado al fantasma de Rivera dentro de ella, quizás, sólo quizás, por fin podrían estar juntos.


    Sería su anhelado “y vivieron felices por siempre”, el resultado deseable en su escenario más optimista. Pero sólo un idiota podría pensar que todo aquello alguna vez llegaría a ser, y Kaji sería muchas cosas, menos un idiota. No por algo había salvado el pellejo tantas veces durante todos esos años. Su chalina desenrollándose a merced del viento dejó entrever el dejo de amargura que imprimían en su rostro tales pensamientos, cómo se lo hizo notar su acompañante, quien conducía el automotor:

    —¡Si ese trapo se te vuelve a caer de tu maldita cabeza juro que aquí mismo voy a dispararte en tu estúpido rostro de borrego a medio morir!— gruñó el sujeto, ansioso, atajando el pedazo de tela que a punto estuvo de salir volando detrás de ellos —¡Tápate de una vez la condenada cara, imbécil, antes que alguien te vea! Es la única forma que nadie se fije en tus malditos ojos de cerradura… un super espía japonés en medio de este desierto… ¡Qué gran idea! Resaltas más que un pavo real en celo… la próxima vez tendré que ser más específico cuando solicite a los jefes que me manden apoyo…

    Pese a su tono belicoso y el aparente desdén hacia su persona, dada la abundante cantidad de comentarios racistas, Amit era un viejo compañero de armas de Ryoji, perteneciente a la misma organización clandestina de inteligencia para la cual trabajaba. Ó mejor dicho, su “trabajo de medio tiempo” como puntualmente le había señalado la propia Misato. Se trataba de un alto y corpulento israelita, tosco y de apariencia intimidante por la cantidad de cicatrices que surcaban su desaliñado rostro, no obstante una vez que se le trataba con frecuencia y se llegaba a entablar cierta familiaridad con él resultaba ser una persona bastante afable y acomedida. Era precisamente por este motivo, el conocerse ya de tantos años, que el conductor se permitía ser tan directo con su acompañante, de lo que también estaba al tanto el mismo Kaji.

    —Qué raro, anoche no escuché que tu madre se quejara de mi cara una sola vez— pronunció en su característico tono de chanza mientras procedía a taparse el rostro como se le indicaba —Además no sé como diablos hacen para que estas cosas se queden en su lugar. Con razón estás tan estúpido, deben cortarles toda la sangre que debería llegarles al cerebro…

    —¡Jajaja!— Amit rió de buena gana, al tiempo que maniobraba el jeep para esquivar un nuevo surco en el camino, levantando una gruesa polvareda tras ellos —Para ser un enano amarillento tienes muy buen sentido del humor, tengo que admitirlo… ¡Mira que creer que podrías aguantar una noche con mi madre! Esa enorme y vieja ballena te partiría como astilla al primer revolcón, idiota… además todos sabemos lo que dicen de los hombres japoneses y el tamaño de su equipamiento…


    El estruendo producido por una explosión que se divisó al otro lado del río, mucho más cerca que las anteriores, evitó que el judío escuchara la ingeniosa respuesta de su compañero. Ambos tuvieron que reconocer que el estallido estuvo demasiado cerca de ellos como para poder sentirse cómodos al respecto.

    —¡Estos malditos simios piojosos!— gruñó Amit, sin ocultar el dejo de temor en su voz al referirse a los “simios piojosos” —¡El diablo se los lleve a todos ellos! ¡Te lo digo, la única forma en que van a poder mantener esta posición va a ser con un bombardeo a gran escala a lo largo de toda la costa, desde Damasco hasta Trìpoli! ¡Que ardan hasta el infierno los hijos de mil putas y se acabe todo esto de una vez! ¡Una buena dosis de N2 es todo lo que necesitan para estarse en paz!

    —Debe ser un todo un problema para los de Naciones Unidas que aún detrás de sus líneas tengan que lidiar con resistencia y sabotaje a su infraestructura— acotó Kaji, con aire meditabundo. Aún cuando aquella franja territorial colindante con el Mediterráneo estaba libre de presencia armada formal de parte de la Banda Roja, gran parte de la población civil que permaneció en las ciudades liberadas se habían vuelto férreos simpatizantes de los rebeldes, por lo que bastaba la presencia de unas cuantas células pequeñas y muy bien disimuladas de éstos para coordinar una seguidilla de actos diarios de terrorismo y sabotaje bastante efectivos contra la presencia de la O.N.U. La solución que proponía su acompañante no sonaba tan absurda para ese entonces, y seguramente que los dirigentes de las Fuerzas Armadas ya la habían contemplado más de una vez.

    —De cualquier manera, es difícil de creer que con sólo unos meses de ocupación la Banda Roja haya logrado semejante apoyo de los civiles— añadió el hombre oriundo de Japón —Deben ser bastante simpáticos si de repente hay tantas personas dispuestas a morir por su causa… quiero decir, ¿cómo diantres haces que el grueso de una población eminentemente religiosa apoye con tanta vehemencia en tan poco tiempo a un ejército ateo? Algo está mal aquí, a todas luces… con todo y la animadversión que las Naciones Unidas provocan en el Tercer Mundo, simplemente esto es inexplicable.

    —Tienes razón— asintió Amit, adoptando un gesto adusto —Jamás, en toda mi larga vida, me había tocado ver algo así. Ni con los soviéticos, ni en Gaza, ni con el Talibán… demonios, ni siquiera en Fox News… No sé si es cosa de risa, ó de miedo, pero hasta hace unos días personal de investigación de las Fuerzas Armadas encontró una sustancia química desconocida filtrada en todos los suministros de agua potable de la región. Al parecer, una clase de droga de nueva generación. Incolora, insabora, se mezcla perfectamente con cualquier clase de líquido. Al ser ingerida se absorbe rápidamente y actúa directamente en el cerebro. No tiene efectos inmediatos, pero al cabo de ingestas acumuladas la droga deja al sujeto en un estado de sugestión bastante potente, reactivo sólo a cierta clase de estímulos específicos previamente inducidos mediante mensajes subliminales en ondas de radio y televisión. Sé que parece como si estuviera hablando de algo salido de una caricatura, incluso yo mismo me cagaría de risa al oír semejante disparate si no lo hubiera visto con mis propios ojos. Un momento estás sosteniendo una conversación casual, normal con cualquier hijo de vecino, nada extraño pasa y de repente, ¡bam! El tipo se convierte en un maldito desgraciado maniático que empieza a disparar a todo lo que tenga el escudo de Naciones Unidas. Nada puede hacerlos entrar en razón, sólo una bala en el cerebro. En los casos más extremos que he sabido acaban en un estado de catatonia total. Y esto fue sólo en población que estuvo expuesta por muy poco tiempo relativamente, cosa de un par de meses. Los azulejos esperan que en territorios aún ocupados la situación sea peor, mucho peor. Se están preparando para un escenario donde tengan que enfrentar al total de la población de aquellas ciudades, estamos hablando entonces de un ejército de millones que comprometerían la totalidad de recursos de los que disponen los azulosos.

    —Vivimos en un mundo donde hemos creado robots tan grandes como rascacielos, peleando contra monstruos horrendos igual de enormes… aún así, ¿drogas de control mental? ¿En serio?— pronunció Kaji al cabo de unos tensos momentos de silencio —Ya estamos hablando de cosas mayores con eso… pero, ¿qué más se podía esperar del maléfico Doctor Infierno?

    —¡Y es a ese desgraciado demente al que estás persiguiendo! No cabe duda que eres todo un imbécil… si tanto quieren saber tú y los jefazos quién es el tipo, no deberían hacer más que tocar a la puerta de su jodida cueva en su igualmente jodida Isla del Infierno para que los invitara a tomar el té y galletitas para conocerse mejor. Todo mundo sabe que ahí es donde se encuentra, planeando como conquistar toda Europa.

    —Je, prefiero mantener mi distancia, muchas gracias… por cierto, ¿aún falta mucho? Conduces como anciana, tendremos suerte si llegamos a la fosa en esta vida— pronunció mientras encendía un cigarrillo en sus labios.

    Amit observó de reojo el gesto complaciente del japonés y el cigarrillo que comenzaba a consumirse a través de sus pulmones. Luego soltó una mueca burlona para entonces sacar de la guantera un estuche de donde sustrajo un enorme habano que sostuvo entre sus dientes y encendió con algo que más parecía un soplete que otra cosa.

    —Sólo relajáte y disfruta del paseo mientras puedas, pequeñín— pronunció con aire satisfecho, a través de las gruesas bocanadas de humo expelidas por su aliento, como si se tratase de un dragón malhumorado —Esta cafetera sólo nos llevará a la mitad del camino, el resto tendremos que seguir a pie, si es que ese apestoso agujero está donde creo debe estar. Va a ser un trabajo bastante sucio y pesado, pero por suerte para ti cuento con la astucia y sigilo de James Bond y la fuerza y rudeza de John Rambo, todo en un atractivo paquete de exquisitez judía, ¡jajaja!…


    Aquél par tan disparejo de distinguidos personajes se trataba de un pequeño y discreto comando de inserción y localización. Debían adentrarse en territorio enemigo para conseguir la ubicación exacta de un lugar muy especial que su extenuante labor de inteligencia había revelado. Se trataba de una profunda fosa perdida en el ardiente desierto africano, la cual, según arrojó su investigación, se trataba de la única prisión de la que disponía el Ejército de la Banda Roja en todo su ancho territorio. No se trataba de cualquier cosa, ya que de todos era bien sabido que las fuerzas rebeldes no tomaban prisioneros, ejecutando en el acto a cualquier enemigo herido que encontraran. Y aún dentro de sus filas, aquellos que cometían una falta considerable encontraban en la muerte el único castigo posible por su indisciplina.

    Sin embargo, el descubrimiento de aquella fosa revelaba en sí mismo la existencia de un reducido grupo de prisioneros que alguna vez formaran parte de la Banda Roja que por la gravedad de sus crímenes se había determinado que la muerte sería solamente un premio para ellos, por lo que se había acondicionado ese horrible calabozo en el que tendrían que sufrir lo inimaginable por el resto de sus días. Un prisionero en particular, entre el minúsculo puñado de desgraciados que habitaban aquél lugar de tormento, era clave para la plena identificación del misterioso líder de las fuerzas rebeldes, al que todos se limitaban a llamar “Doctor Infierno” siguiendo en tono de bulla el epíteto que le había endilgado el aparato de comunicación social de las Naciones Unidas cuando la existencia de una persona semejante sólo se trataba de una alocada fantasía.

    El “Prisionero Cero”, tal como era conocido dicho individuo, había sido miembro prominente en la cabeza de mando del extinto Frente de Liberación Mundial que después mutaría en el poderoso Ejército de la Banda Roja. Era de los pocos hombres vivos que habían presenciado de primera mano el alzamiento de aquella terrible fuerza que ahora mismo amenazaba seriamente el balance de todo el globo. Era, quizás, su única y última oportunidad para desentrañar el misterio de la identidad del “Doctor Infierno” y su desconocido origen. Y representaba para Ryoji Kaji un paso más hacia su ansiada meta, que en muchas ocasiones le parecía tan lejana.

    “Las cosas que hago por amor…” se lamentaba mentalmente, preparándose para una jornada larga, muy larga.


    De un rápido movimiento que tomó desprevenido a su contrincante, Asuka consiguió sujetar por la espalda a Eyael, inmovilizándolo al tenerlo bien asido de los brazos y la cabeza con una llave que parecía ser sacada de un evento de lucha libre. Al estar en contacto directo con la criatura de inmediato una descarga eléctrica sacudió a la joven piloto del robot color rojo, señal inequívoca que el ente al que mantenía prisionero comenzaba a absorber el flujo eléctrico que alimentaba a la máquina que tripulaba.

    —¡Niña maravilla, muévete de una vez, con un demonio!— bramó, sin soltar a su presa, pese al intenso dolor que experimentaba —¡Este infeliz me va a dejar toda achicharrada!

    Ayanami dejó que sus acciones fueran las que respondieran a las súplicas de su compañera, empuñando una enorme hacha que le habían facilitado del arsenal a escala gigante del que disponían los Evas. De un brinco tomó impulso, buscando asestar un letal golpe en la cabeza de su adversario, solamente no contaba con la anticipación de este, que haciendo uso de su naturaleza viscosa, maleable, consiguió liberarse reduciendo el ancho de sus miembros y estrechándose hacia abajo. Por tanto, la acometida que buscaba partirlo a la mitad fue a dar al hombro de la Unidad 02, demasiado tarde para que pudiera evitarlo. Un potente chorro de líquido rojo salió a presión del Eva dañado a la vez que un fuerte alarido escapó de la garganta de la muchachita que lo piloteaba.

    —¡Maldita estúpida!— rugió Langley, entre una mezcla de dolor y rabia tomándose el hombro al sentir como si un hierro al rojo vivo lo hubiera atravesado —¡Lo hiciste a propósito, descerebrada! ¡Voy a…!

    No logró terminar su amenaza pues el monstruo las tomó a ambas de la cabeza y las estrelló violentamente una contra otra, como si se tratara de un abusivo niño bravucón en medio del patio escolar. Numerosos fragmentos de metal salieron volando del encontronazo para que luego ambos robots cayeran derribados.


    Ni tardo ni perezoso el viscoso ente quiso vaporizar a Cero con una de las ráfagas ópticas robadas a Zeta, lo que evitó su tripulante dando una pirueta hacia atrás digna de una gimnasta experta. Aprovechando que estaba dándole la espalda, todavía en el piso, la jovencita alemana le barrió las piernas para hacer que cayera boca arriba. Como resorte la chiquilla logró ponerse en pie y enseguida hacerse del hacha que Rei había tirado anteriormente y sin darle oportunidad a su oponente de reaccionar descargó todo el peso del arma sobre su cuello, cercenando limpiamente su cabeza. Todo ello transcurrido en un par de segundos, bastante difícil de apreciar para el ojo distraído.

    —¡Fíjate muy bien en eso, tarada! ¡Así es como se hace!— se ufanó la europea, señalando la cabeza cortada de la criatura en el piso.

    —Yo diría que la pelea está lejos de terminar— musitó la chiquilla de pupilas rojas, mientras observaba asqueada como del cuerpo decapitado y de la cabeza de Eyael emergían finos tentáculos de color negro que se iban estirando hasta encontrarse unos con otros, entremezclándose.

    —¡Tiene que ser una jodida broma!— se lamentó Langley, atónita, presenciando como el cuerpo inerte del ángel se convulsionaba y volvía a ponerse en pie al mismo tiempo que su cabeza era unida de nuevo al resto de su anatomía.

    Una enorme ráfaga eléctrica, mucho más potente que cualquiera de sus predecesoras, impactó de lleno el espacio que separaba al monstruo en recuperación de sus dos atacantes robóticos, actuando como una barrera infranqueable entre ambos bandos en disputa. De cualquier manera, la descarga fue mucho más cercana a los combatientes mecánicos y de tal intensidad que sus secuelas bastaron para derribar a los dos gigantes de acero, destrozando limpiamente gran parte de sus armaduras, que ahora solo eran cascajos calcinados en el piso, de lo que dio cuenta Makoto con todo y cifras.

    —Las armaduras de Cero y de la Unidad Dos presentan daño en un 62% de su estructura total.

    —Eso es casi como si estuvieran desnudas— masculló Shigeru para sí mismo, nervioso.


    Mientras que los dos robots se ponían en pie pesada y torpemente, estelas de humo blanco emergían de sus pechos, dando cuenta del amplio daño al que fueron sometidos. Dicha estampa no era nada halagüeña para todo el que la contemplaba desde la sala de mando. Para todos, excepto quizás para la Doctora Akagi, quien en medio de un silencio sepulcral exclamó a viva voz, triunfante:

    —¡Eso es! ¡Por fin lo tenemos!

    —¿De qué cuernos me estás hablando?— objetó Misato, molesta por el desplante de su compañera —¡Si cualquiera de esos bichos les estornuda ya pueden darse por muertas!

    —No si los liquidamos primero, Mayor— contestó la científica en el acto, con una sonrisa confianzuda —Permíteme mostrarte al verdadero Ariel, así es como luce en realidad…

    La pantalla que Ritsuko le mostraba como un trofeo de caza desplegaba una imagen congelada de una innumerable serie de largos filamentos, delgados como cabellos, que convergían en un solo punto que parecía bastante ser el núcleo del ángel.

    —Nos tomó un poco de tiempo, pero finalmente pudimos descubrir que la electricidad que utiliza para sus ataques no es generada por él mismo, sino que la absorbe del campo eletromagnético del planeta mediante el mecanismo de polarización de sus partículas que…

    —Todo eso, traducido a lenguaje de gente normal, ¿qué significa?— interrumpió Katsuragi, contrariada por su nivel básico de física y apremiada por la urgencia de la situación y la calma que se tomaba su compañera para exponer su punto.

    Rikko no hizo más que suspirar y mirar hacia arriba, en un gesto de fastidio, para enseguida responder:

    —Ariel obtiene su poder eléctrico de la atmósfera, “cargándose”— al pronunciar esta palabra la propia Akagi acentúo con sus propios dedos las comillas que la acompañaban —Con el campo electromágnetico que rodea a la Tierra… una vez con suficiente electricidad acumulada se deshace de ella descargándola sobre sus enemigos, pero dejando siempre una reserva suficiente que le permita “rebotar” y volver a la atmósfera superior para volver a comenzar su proceso de carga…

    —¿Es decir que si de algún modo lo retenemos aquí, en tierra, impedimos que absorba electricidad de la atmósfera y así no tendrá forma de atacarnos?

    —Quedará tan indefenso como un gatito… es por eso que sus asaltos son siempre tan rápidos… el problema será la manera en que podremos atraparlo… quizás si…

    —Muchas gracias, doctora— la interrumpió la mujer de largo cabello oscuro —Ha hecho más que suficiente… la táctica y estrategia puede dejárnosla a nosotros… chicas, ¿escucharon lo que Ritsuko nos acaba de informar?

    —Afirmativo— respondió Ayanami lacónicamente, arreglándoselas para esquivar un puñetazo de Eyael y bloqueando enseguida una poderosa patada del mismo, que no obstante no pudo impedir que la tirara al piso, dada la fuerza del impacto.

    —Aún así no veo que la situación cambie gran cosa— acotó Langley, forcejeando con el mismo monstruo para mantenerlo alejado usando su hacha de batalla, cuando éste trataba de arrebatársela —“Chispitas” es muy rápido para verlo venir, o sea, uno no puede predecir cuándo y donde caerá un rayo, lo sabes bien, y aún si lo supiéramos, ¿dónde vamos a detenerlo? ¿Tienes por ahí una pila recargable tamaño ángel?

    —A decir verdad…— pronunció Katsuragi, divertida —Sí la tengo… y está justo frente a ti…

    Asuka ya no fue capaz de contestar en el momento, pues la sombra de Zeta la había puesto de espaldas contra el piso, separándolos únicamente la empuñadora del hacha que ahora ambos sostenían a la altura del pecho, luchando por arrebatarla uno del otro. Aquello no impedía que Eyael intentara morderla justo en el rostro, pues estaba a una distancia bastante conveniente para hacerlo. No fue hasta instantes después, en medio del trabuco en que se encontraba, que la jovencita alemana recapacitó las palabras de su oficial superior.

    —¿Eh? ¿De qué estás hablando?


    Mientras tanto, en el otro frente de aquél inmenso, complejo y disparatado campo de batalla, una cuadra entera de la zona residencial de Tokio 3 era reducida a cenizas por un mortífero rayo de fotones que desbarataba todo a su paso. Hubiera hecho lo mismo con los dos Evas a los que enfrentaba, si no es que los jóvenes pilotos de ambas máquinas supieron precisar el momento exacto para evadir la descarga de energía que emanaba de la boca del coloso al que enfrentaban.

    Cualquiera pensaría que la Unidad 01 y Beta, por su superioridad numérica eran quienes llevaban ventaja en aquél conflicto, mucho más grande que la vida misma. Pero se caería en un error mayúsculo al hacerlo.

    El ángel Zeruel, aquél leviatán imparable al que enfrentaban, estaba resultando ser un hueso bastante duro de roer para la pareja de robots, dada su férrea, inaudita resistencia, fuerza descomunal y su gran capacidad para atacar tanto a la distancia como cuerpo a cuerpo. Hasta ahora la contención y evasión eran las únicas tácticas de las que disponían los gigantes de acero que le hacían frente, y aún dichas maniobras probaban ser bastante limitadas con el angustiante paso del tiempo.


    Una lluvia de balas escupida por el rifle de asalto utilizado por el Eva 01 se abatía sobre la monstruosidad, quien apenas la sentía como quien siente una fugaz llovizna veraniega. Aún sin su Campo A.T. activo su coraza era difícil de penetrar. Se necesitaría un arma muy específica para atravesarla, justo como la cuchilla de aleación indestructible que blandía Sophia, quien aprovechaba el fuego de cobertura para rápidamente flanquear al titán y poder tomarlo desprevenido.


    La Mayor Katsuragi poco había aportado en aquel frente, y la razón principal de ello era que la joven Neuville había resultado ser una estratega bastante competente, demostrando ser capaz de coordinar todos los avances tácticos en contra de ese ángel en particular. Sobra decir que la coordinación con su compañero, Shinji, resultaba implacable, ya que el muchacho se plegaba de inmediato a todas las indicaciones que Sophie le daba. Por tal motivo Misato se permitía el lujo de ceder el mando a la jovencita americana en ese lado de la conflagración, enfocando sus esfuerzos en reducir a los otros dos ángeles que tantos dolores de cabeza le causaban a Rei y Asuka.


    En fracciones de segundo el filo de Beta estaba por alcanzar al enemigo, sin embargo antes de que esto sucediera el monstruo dio media vuelta para disparar, literalmente a bocajarro, una súbita descarga de protones en contra del robot. Por puro instinto más que por otra cosa la muchacha trató de protegerse del ataque interponiendo su cuchilla inquebrantable, que al parecer rebanaba toda clase de materiales e inclusive ráfagas energéticas, pues el caudal de destrucción se dividió en dos al contacto con la navaja, por lo que la explosión resultante fue mucho menor a su propósito original. Por lo tanto, en lugar de ser reducida a escombros humeantes, la Unidad Beta sólo se encontró rodando por el piso, empujada por la fuerza cinética restante producida por el estallido.

    Aún así bastaba sólo eso para poner en alerta a su mortificado colega, quien al verla en aquél lastimoso estado de inmediato hizo a un lado su arma y se dirigió presto a encarar de frente al ente colosal que buscaba aniquilar a su linda noviecita. Hecho una fiera, el joven Ikari volvía a detener la marcha aplastante de Zeruel, deteniéndolo en seco con la sola fuerza de sus brazos y el empuje que le proporcionaban las piernas. Si la fuerza del monstruo era para espantarse, el arrojo y poderío que el chiquillo demostraba para proteger a la jovencita eran aún un mayor motivo para ello. En numerosas ocasiones aquél escuálido muchachito había mostrado estar a la par de la criatura, e incluso llegando a superarlo en fuerza física. Estaba bastante claro que la Unidad 01 poseía un enorme potencial para pelear hasta ahora desconocido y pocas veces tan explotado como en aquella ocasión. Nunca antes Shinji había tripulado su Evangelion con tanta decisión y aplomo como hasta ahora, pero era una cosa lo que más resaltaba en la pasmosa metamorfosis del jovencito: convicción. La convicción de que en sus manos estaba la responsabilidad de auxiliar y proteger a su preciosa novia de todo daño y de todo peligro, sin importar nada, inclusive su propia seguridad. Era esa resolución la causa y origen de toda la bravura que hasta ahora había mostrado en la batalla.

    —¡Vete al demonio, maldito imbécil!— bramó Ikari, trenzado en una lucha de poder a poder con el monstruo, al que en el acto arrojó de espaldas.


    —¿Te encuentras bien, Sophie?— la dulzura y el cuidado con el que le hablaba a la muchacha chocaba enormemente con su enloquecido tono anterior y la rapidez con la que operaba el cambio era pasmosa.

    Su fijación mental por proteger al amor de su joven vida y por convertirse en su héroe llegaba a tal grado que en varias ocasiones cometía el gravísimo error de olvidar dónde se encontraba, como en aquellos momentos en que se atrevía a darle la espalda al adversario. Éste, aún cuando estuviera postrado en el piso, estaba lejos de estar indefenso, como lo demostraba cuando lanzaba en contra del despreocupado muchacho uno de sus brazos elásticos como una lanza lista para atravesarlo a la mitad.

    Aún así, la rápida reacción de Neuville volvía a salvarlo una vez más de colgar los tenis prematuramente. Siendo aún más veloz que el ángel que buscaba convertir en rebanadas a su novio, la chiquilla se interpuso entre ambos con su cuchilla desenvainada de por medio. En un acto de precisión cronométrica la navaja de Beta se deslizó sin ningún problema a través del afilado brazo del esperpento ese, cortándolo justo a la mitad.


    Un aullido lastimero se produjo en el engendro, reverberando estrepitosamente por todos los alrededores a la vez que retrocedía y se revolcaba adolorido con su miembro mutilado en dos partes iguales que colgaban sin vida desde su tronco. Todos contemplaban la escena con un súbito y refrescante hálito de esperanza. Aquél providencial golpe de suerte de inmediato había nivelado la balanza a su favor. La cosa ya no pintaba tan mal, por lo menos en ese lado de la batalla.


    Pese a todo, aún sin un brazo Zeruel estaba lejos de estar desarmado. Aún sin una de sus cuchillas elásticas, contaba con un amplio repertorio de recursos en su arsenal, de lo que daba cuenta propia al ponerse frenético y comenzar a girar rápidamente sobre su propio eje, convirtiéndose en un gigantesco trompo que comenzaba a arrasar con todo a su paso, impactando de lleno a los dos robots con sus desenfrenadas revoluciones.

    —Sí que eres un terco hijo de puta— masculló Sophie, divertida pese a todo, cuando se incorporaba dificultosamente, después de haber sido arrollada en la alocada carrera de su enemigo —No sabes cuándo tienes que morirte, ¿verdad?


    Por otro lado. Eyael, el negativo del Eva Zeta, había optado por dejar de lado los ataques a distancia con sus ráfagas ópticas al probar ser más efectivos los ataques cuerpo a cuerpo contra aquellas máquinas saltarinas. Así pues, al ser más grande, rápido y fuerte que cualquiera de los Evas a los que enfrentaba, no le costaba mucho trabajo superarlos y someterlos, sobre todo a Cero, a quien sujetaba del brazo para recetarle un violento puñetazo en pleno rostro y enseguida arrancarle el miembro que sujetaba sin ningún problema, como si aquél robot estuviera construido de papel maché.

    Como siempre, Ayanami se mostraba incapaz de expresar cabalmente cualquier clase de emoción, aún cuando se tratara de una producida por un intenso dolor psicosomático. Únicamente se limitó a encogerse sobre sí misma con una mueca contraída en su bello rostro, apretando los dientes como si quisiera aprisionar en su garganta el lamento que buscaba escapar de ella.


    Aprovechando la ocasión, en lo que el monstruo se deshacía del brazo amputado tan descuidadamente, Asuka pegaba un brinco con su hacha en todo lo alto, intentando partir a su contrincante a la mitad, como si se tratase de un tronco viejo. Casi enseguida, la criatura reaccionó deteniendo el golpe en su contra al atrapar con las palmas de sus manos la hoja que buscaba despedazarlo con tanto ahínco. De un solo movimiento de brazos finalmente consiguió arrebatarle el arma a la jovencita alemana, a quien tomaba por sorpresa con sus movimientos de samurai. La herramienta de corte salió rodando por el piso al tiempo que la chiquilla recibía un fuerte puñetazo en la cara, que si no le había arrancado la cabeza fue por obra y gracia de la fortuna, aunque eso pensaba solucionarlo el propio ángel, quien sujetó al Eva 02 por el cráneo para empezar a aplicarle una barbárica presión que buscaba romperlo como a un huevo. Esto, pese a los múltiples intentos de la piloto por liberarse, dándole incontables puñetazos y patadas que bien pudieron haber sido caricias, pues el coloso no daba vistos de liberarla.


    El estremecedor chirrido que ocasionaban las placas de metal de su casco al estarse quebrando no impidieron que Langley pudiera escuchar a Misato desde su cabina, mientras que luchaba ferozmente por impedir la ruina de su máquina.

    —Asuka, prepárate. Según las proyecciones de MAGI las probabilidades de que Ariel ataque en los próximos instantes son de un 86%. Tienes que estar lista para actuar en el momento, aprovecha que estás tan cerca de Eyael…

    —Claro, cuando tú lo dices suena tan fácil— gruñó la jovencita de cabello rubio, entre el forcejeo con el susodicho —¡Pero la verdad es que lo que me pides es un imposible!

    —¡Entonces haz posible lo imposible! ¡Sin excusas, sólo tú puedes hacerlo, Rei está fuera de combate! Además, antes de que llegaras, Sophie ejecutó la misma maniobra sin ningún problema, sólo que agarró al mono equivocado para hacerlo. ¿Estás admitiendo que ella puede hacer algo que tú no?

    Katsuragi conocía tan bien a la chiquilla europea que sabía exactamente qué botones presionarle para obtener de ella los resultados que quisiera y necesitara, según la ocasión. Asuka era, para ella, una herramienta bastante precisa (por no decir que predecible) que manejaba a su completo antojo. A pesar de sus desplantes y altanería, era la piloto a la que mejor podía dirigir, con excepción quizás de Rei.

    La joven rubia peló los dientes, haciendo un extraño gorgoteo que parecía una especie de motor en aceleración constante. Una rabia tan grande como el robot que tripulaba se apoderó de ella, poseyéndola. De inmediato, con una inusitada fuerza salida quién sabe de donde, se puso en pie y colocó ambas manos alrededor del cuello de la criatura, empujándola bruscamente lejos de ella, logrando liberarse un poco del castigo que estaba sufriendo.

    —Deja... de... compararme...— mascullaba la chiquilla, al tiempo que sus manos se enroscaban con más fuerza en torno al pescuezo del monstruo, sus brazos, tensos como ligas estiradas comenzaban a levantarlo del piso a la par que el ente empezaba a soltar su cráneo, desválido —¡Con.. esa... prostitutaaa!

    Movida por la cólera, el miedo, la desesperación y todo el caldero de emociones que en ella hervía, la guapa muchachita levantó al coloso que enfrentaba por encima de su cabeza, tan fácilmente como si se tratara sólo de un deshilachado muñeco de trapo. Lo hizo pues, justo a tiempo para alcanzar a cubrirse del impestivo ataque del veloz ángel Ariel. Si se hubiera tardado tan sólo unas fracciones de segundo más hubiera recibido de lleno aquella gigantesca descarga eléctrica como salida del día del Juicio Final, la cual en su lugar ahora zangoloteaba inmisericorde a la incauta sombra de Zeta a la que le había pegado de espaldas.


    Al primer contacto entre los dos titanes un tremendo estallido se produjo, iniciando una onda expansiva que tiró boca arriba a los dos Evas que presenciaban el fenómeno. Debajo de ellos, kilómetros a distancia, el personal de NERV observaba por los monitores como Eyael se convulsionaba violentamente, frenético. Centellas eléctricas salían despedidas de todo su cuerpo, encendido como arbolito de navidad, gruesas y repugnantes ampollas se inflaban como globos a lo largo de su anatomía, deformándola hasta dejar todo un amasijo de ámpulas que se desparramaba sin control por los alrededores. A medida que las descargas eléctricas incrementaban su frecuencia e intensidad la masa informe en que se convirtió el engendro oscuro aumentaba su tamaño desproporcionadamente, tal como lo haría un pastel al que se le puso mucha levadura y termina por estallar en el horno.

    —Todo marcha según nuestros cálculos— acotó la Doctora Akagi, con una sonrisa socarrona dibujada en sus labios —Como los sospechábamos, el primer instinto de Eyael al verse atacado fue el de absorber la energía eléctrica que lo lastimaba, pero al hacerlo está impidiendo que Ariel regrese a la atmósfera a reanudar su proceso de carga electromagnética. Lo está matando, por lo que Ariel tendrá que liquidarlo primero si no quiere que su energía restante se le termine.

    —Fue un excelente trabajo de coordinación y precisión, si me permiten decirlo— puntualizó Maya, emocionada, expectante como todos los demás.

    —Aún es muy pronto para ponernos a celebrar— musitó Misato, cruzada de brazos y la vista clavada en el monitor —Deberemos actuar rápidamente para eliminar a quien salga vivo de todo este… este… sea lo que sea todo este horror…

    En efecto, el espectáculo que les era transmitido por sus múltiples pantallas estaba tornándose ya enfermizo, grotesco. En la lucha encarnizada de ambos monstruos, uno por escapar y el otro por ingerir a su agresor, aquellas fuerzas ambulantes de la naturaleza se estaban aniquilando el uno al otro. Mientras más centellas eléctricas despedía Ariel en su frenético intento de huir del mortífero abrazo de Eyael, más aumentaba el tamaño de la estructura deforme de este último, buscando a todo costo contener y asimilar la energía usada en su contra, como era su costumbre. Dos fuerzas primitivas de acción y reacción deliberadamente puestas una contra otra, creando un peligroso círculo vicioso de cuyo desenlace sólo podían hacerse conjeturas. Los momentos sucesivos resultarían ser clave para desentrañar dicho misterio y todos lo sabían, mordiéndose los labios, aguardando por la respuesta a su ansiedad


    Repentinamente, el movimiento de expansión desproporcionado de Ariel y Eyael se detuvo. Por unos instantes, el amasijo amalgamado permaneció inmóvil, congelado en su sitio. Antes que siquiera pudieran preguntarse que estaba pasando, el revoltijo abominable comenzó a expandirse de forma esférica, inflándose como un globo, un globo del tamaño de un estadio de béisbol.

    —¡Asuka! ¡Rei!— vociferó Maya a pleno pulmón a través del comunicador, mirando fijamente los datos que MAGI escupía velozmente en su monitor, anunciando un inminente colapso —¡Cúbranse!

    En el acto las dos jovencitas se pusieron pecho a tierra y cuando apenas lo hicieron un espectacular estallido se abatió sobre la zona adyacente, obliterando todo a su paso, esparciéndose por los alrededores, elevándose hasta tocar las nubes. Dos gigantescas cruces luminosas se erigían por todo lo alto marcando en lugar exacto en donde los dos colosos habían dejado de existir.


    Todo mundo dejó de hacer lo que estaba haciendo, incluso Sophie, Shinji y Zeruel dejaron de pelear, para dedicarse a la contemplación absorta de semejante fenómeno, para los muchos motivo de júbilo, para los muy pocos motivo de alarma escandalosa.

    Como Misato y todos los ocupantes del Geofrente se encontraban en la primer categoría, una celebración no se hizo esperar, aunque cauta, reservada:

    —¡Estupendo!— vociferó la Mayor Katsuragi, tronándose los dedos —¡Dos al mismo precio! ¡Mejor no pudo haber salido!

    —El escaneo lo confirma: los dos blancos han sido destruidos— refirió Makoto al cotejar los datos en su consola.

    —Pensé que por lo menos alguno de los dos resistiría la sobrecarga, pero todo salió a pedir de boca— acotó Ritsuko, igual de satisfecha con el resultado, pero tomándolo con más premura.


    Del cráter humeante que dejó como saldo semejante suceso se asomaron las cabezas de los dos Evas, que comenzaban a incorporarse, aún incrédulos por el súbito transcurrir de los hechos. La onda expansiva de la explosión los había alcanzado a zarandear, pero fuera de eso se podían seguir manteniendo en pie, aunque quizás no estuvieran en las mejores condiciones para sostener una pelea, como daban cuenta las múltiples quemaduras y abolladuras que poblaban lo que quedaba de sus armaduras, ó el brazo amputado de Cero. Sus jóvenes pilotos también adolecían de las secuelas de la batalla, adoloridas y cansadas. Un descanso no les hubiera caído nada mal en aquellos momentos de estrés postraumático.

    Infortunadamente para las dos, el momento de descansar aún estaba muy lejano, pues si bien se había ganado en aquél frente, el conflicto entero aún no terminaba, tal y como se los hizo saber Katsuragi cuando les indicaba su siguiente proceder a través del comunicador en sus cabinas:

    —¡Unidad Cero y Dos!— la voz de mando de Misato se escuchaba como un trueno —¡Cierren la formación con las Unidades Uno y Beta! No es momento de vacilar, la oportunidad que se nos presenta es inmejorable, ¡apresúrense!

    —¡Sí, señora!— contestaron las chiquillas en el acto, aprestándose a la acción.

    A pesar del cansancio del que ambas eran presa, ninguna de las dos objetó la indicación, acatándola con impecable marcialidad y procediendo como se les ordenaba.


    De nueva cuenta Zeruel se veía inmerso en una situación bastante complicada, al ser rodeado y acorralado por una estrecha alineación de cuatro Evas, de la que no se vislumbraba salida posible. Mucho más si se tenía en cuenta que uno de sus brazos, parte valiosa de su arsenal, colgaba sin vida desde su tronco, mutilado. Sabía que si se lanzaba a atacar a un componente individual de aquel grupo los elementos restantes se abalanzarían a atacarlo como una jauría de chacales. Lo mismo sucedería si usaba su arma de largo alcance a quemarropa, bastaba con uno solo de ellos que le ganara la espalda para poder someterlo. Se trataba de un león acorralado por las hienas. Por lo tanto, indefenso, vacilante, sólo le restaba retroceder y ganar terreno, ganando tiempo hasta que las circunstancias le volvieran a ser favorables.

    —¡Ahora sí tenemos bien agarrado a este hijo de puta!— vociferó Langley, viendo como el temible y aterrador gigante se replegaba ante su precavido avance. A la menor oportunidad Misato ordenaría atacarlo y entonces todo por fin terminaría.


    Sin embargo, aquel choque de titanes estaba aún muy lejos de concluir, y así se lo hizo saber Maya a su superior, alarmada en extremo por lo que reflejaban las pantallas a su cargo:

    —¡Doctora Akagi! ¡Es Manakel!

    El rostro de la oficial científica palideció hasta tornarse blanco como el papel, al bajársele la sangre hasta los tobillos. Con todo el ajetreo de los múltiples frentes que tuvo que atender, por un momento olvidó a la amenaza principal del contingente de monstruos, el ángel con capacidades de teletransporte que estaba escaneando la estructura completa de sus cuarteles generales.

    —¡No!— musitó desvalida, con los ojos desorbitados —¡Ya descifró toda la estructura del Geofrente!

    —¡Todavía no, Doctora!— Ibuki se apuró a hacer la aclaración —¡Pero detecto actividad en su Campo A.T.! ¡Está en modo de ataque!

    Ni bien terminó de pronunciar aquella advertencia cuando el susodicho ángel se materializó por encima del contingente de Evangelions, descargando sobre ellos una tempestad de aniquilación en la forma de la ráfaga energética que Zeta había disparado en su contra.

    —¡¿Cuántas veces puede hacer eso el muy maldito bastardo?!— se preguntó la Mayor Katsuragi, fuera de sí.

    —Todas las que él quiera…— respondió atónita Akagi, a su lado —¿No lo ves? Puede manipular a placer el espacio y tiempo de todo lo que atraviesa por su vórtice… puede usar el mismo rayo una y otra vez indefinidamente, pues está contenido dentro de su limbo temporal…

    Mientras tanto, uno a uno los entes mecánicos bajo sus órdenes eran abatidos como castillos de naipes. Cero, que recibió el embate casi de lleno, sin tiempo de reaccionar, cayó hecho pedazos, desparramado sobre el piso polvoriento del campo de batalla. Por fortuna la cabeza y el cuerpo, las partes que contenían a la piloto, salieron relativamente ilesas del ataque, por lo que su ocupante no sufrió daño de mayores consecuencias: no obstante, el resto de su anatomía había sido desintegrada en el acto, sin dejar rastro alguno. Langley, un poco más rápida, consiguió maniobrar realizando una pirueta para eludir el ataque lo mejor que pudo, sin embargo no logró evitar que las piernas de su robot fueran vaporizadas por completo, desde el muslo hacia abajo, por lo que ahora yacía inerte, frustrada, inútil.


    Solamente Ikari y Neuville, que se encontraban a los flancos del grupo al momento de la agresión, consiguieron salir bien librados de ésta, por lo menos en condiciones de seguir dando pelea. Les bastó un salto oportuno a sus respectivos costados para evitar ser achicharrados por la criatura, quien ahora se entretenía persiguiendo en movimientos zigzagueantes a la Unidad Uno, buscando colocarse encima de su posición para descargarle una lluvia de disparos que sin duda eran las mismas municiones que usaban los Eva. Si se tratara de un programa de televisión y no de la triste y cruel realidad en la que se hallaban, semejante persecución hubiera podido catalogarse incluso de cómica.

    Sophie, por su parte, con una rodilla en el piso, recuperando el aliento, y una mirada asesina dibujada en su rostro, no le parecía nada chistoso lo que presenciaba. A sabiendas que la incursión de Manakel en la refriega le estaba dando oportunidad a Zeruel de recuperarse y volver en sí, no quiso dejarles cumplir con su cometido por lo que en lugar de apoyar a su compañero se lanzó como un tigre para dar alcance al ángel con el brazo cortado, con su navaja delante de ella lista para terminar el trabajo de una vez por todas.

    —¡Muérete de una jodida vez, desgraciado!— vociferó la muchacha, hecha una furia, cuando le daba alcance a la cansada criatura, quien apenas tuvo fuerza suficiente para alzar el brazo restante e intentar agredirla lenta y torpemente, que sobra decir fue evadido fácilmente. Ahora, sin guardia y completamente indefenso, el engendro se presentaba a si mismo como un pavo de navidad listo para ser rebanado y servido, de lo que se encargaría la chiquilla al darle alcance con su filo.


    El monstruo ya comenzaba a sentir como su coraza era cortada por la punta de la hoja de metal indestructible cuando era introducida dentro de ella, cuando súbitamente el dolor se detuvo tan pronto como empezaba, al ser absorbido, devorado, dentro del vórtice de su compañero, quien repentinamente había cesado la persecución de Shinji para aparecerse de forma espontánea detrás de él. Sophia cuanto apenas pudo detener su frenética carrera homicida, trastabillando para no ser engullida también al interior de Manakel.


    —¡Miserables ratas cobardes!— rabió Misato al presenciar el milagroso escape de último momento de Zeruel —¡No puedo creerlo!

    En efecto, aquella retirada estratégica probó ser el mejor medio del que dispusieron las fuerzas hostiles para salvar y conservar gran parte de sus recursos. Mientras el ángel fugitivo permaneciera en el interior del vórtice temporal de su similar estaría a salvo de todo daño, y lo mejor, disponía de todo el tiempo que deseara para recuperarse de sus heridas. Lo único que tenía que hacer Manakel era volver a transportarlo al campo de batalla cuando retornara a su estado óptimo de combate, y dada su habilidad para manipular tiempo y espacio, prácticamente podía hacerlo en el momento que le diera la gana. De esa manera, una recuperación que probablemente tardaría varias semanas, para todos los demás fuera del vórtice podría durar cosa de segundos. Todo quedaba a capricho del enigmático y esquivo ángel que en esos momentos lucía como un enorme círculo luminiscente de cuyo interior ahora volvía a escupir la misma ráfaga proveniente de Zeta, la cual, tal y como había explicado Ritsuko, podía usar a placer para agredir a sus enemigos.


    Neuville apenas si pudo eludir el veloz ataque, mucho más si se toma en cuenta que la agarró completamente desprevenida, pues la criatura se había aparecido de la nada a sus espaldas, haciendo gala de sus habilidades de manipulación espacio-temporal. La batería portátil que llevaba en forma de mochila a sus espaldas fue desintegrada en el acto, muy tarde para salvarla al momento que la muchacha rodó para conservar la vida. La alarma de falta de suministro eléctrico en el Eva Beta se activó en la sala de mando, así como también el cronómetro que marchaba en reversa indicando cuanto tiempo le restaba de energía al robot para seguir funcionando. El enchufe a las espaldas de la gigantesca máquina donde se conectaba la extinta batería era exactamente igual a la de los otros modelos, por tanto se había previsto que en emergencias como esa, se pudiera conectar un cable alimentador como el que usaban los demás. No obstante, para ello se precisaba que estuviera tal enchufe disponible, el cual fue atomizado junto con el compartimiento de la batería. Así que cuando Beta se quedara sin energía ya no habría más por hacer, quedaría completamente fuera de acción e inmóvil, a merced de sus oponentes.


    Quizás a sabiendas de esto, el monstruo se apuró a recrudecer su embate sobre aquél Eva en particular, quien ahora se veía acosado en las mismas circunstancias que había padecido la Unidad Uno. Un caudal de energía liberada que calcinaba todo a su paso le pisaba los talones, regurgitado de las entrañas de aquél singular ser de naturaleza incierta. Y mientras tanto, la cuenta regresiva proseguía su angustiante transcurrir.


    Por su parte, tal y como había sido la tónica desde su incorporación en la monumental querella, Shinji Ikari volvía a perder la razón al ver a su linda noviecita en peligro. De inmediato se transfiguró en un animal salvaje, un perro rabioso que feroz corrió a toda velocidad para neutralizar la amenaza inmediata a su ser querido. Con un estruendoso rugir se abalanzó sobre la entretenida criatura, quien ni siquiera lo vio venir a sus espaldas. Como pudo, se sostuvo de los ángulos de esa circunferencia tan agresiva y le proporcionó un fuerte mordisco en la parte que podía sostener. Un chorro de líquido carmesí salió despedido de donde le había hincado el diente al monstruo, quien se estremeció y produjo un chirriar semejante al que haría una enorme trompeta desafinada.


    Momentáneamente, el chiquillo había cumplido su propósito original, pues la gigantesca forma geométrica asesina cesó en su empeño de aniquilar a Neuville. El rayo que previamente usaba para atacarla a ella ahora salía expelido del lado contrario, donde el Eva 01 apenas si pudo quitarse a tiempo, cayendo de espaldas con la totalidad de su armadura delantera carbonizada y cayendo en pedazos, desmoronada. Además, sin saberlo, su arrebato consiguió otra cosa que distraer la atención del monstruo de la muchachita con quien sostenía amoríos, y fue que las mentes estrategas que estaban de su lado se percataran de un hecho crucial para el acontecer de las hostilidades:

    —¡Sophie!— musitó Katsuragi, fuera de sí —¿Viste eso?

    —¡Por supuesto!— asintió la susodicha, reincorporándose tan rápido como sus piernas le permitían —¡Ese bicho estúpido es vulnerable al usar su poder!

    —Además su capacidad de teletransporte es unidireccional… sólo puede usar un lado a la vez… ¡tenemos que aprovechar eso!

    —¡Descuida, ya estoy trabajando en eso!— pronunció apuradamente, apresurando el paso para recoger del piso el rifle de asalto que se habían estado intercalando entre los pilotos Eva.

    Con el tiempo a cuestas, la jovencita americana arrojó el arma al alcance del robot escarlata, impedido para ponerse en pie pero no para atrapar en el aire el cañón que se le proporcionaba de manera tan acarrerada.

    —¡Langley! ¡Sirve de algo, para variar, y usa fuego de cobertura cuando te lo indique!

    —¡Estás mal de la cabeza si crees que puedes venir así como así y darme órdenes! ¿Quién carajo te crees que eres?— interpuso la chiquilla de cabello rubio.

    —¡Asuka, no tenemos tiempo! ¡Limítate a hacer lo que se te pide, por favor!— ordenó tajante Katsuragi, sin ánimos ya de soportar más disputas de poder entre sus imberbes subordinados.

    Sin mediar más palabra con su encolerizada compañera, Sophia tomó una posición transversal con respecto a los otros pilotos y a su objetivo, teniendo al blanco justo frente a sí y a cada uno de sus colegas adelante y detrás de la criatura, quien se encontraba ocupada en corretear al joven Ikari que parecía una liebre en retirada.

    —Langley— el tono que ahora usaba Neuville para dirigirse a ella era más cauto, casi susurrante —Ahora… fuego a discreción…

    Refunfuñando entre dientes la chiquilla procedió como se le indicaba, su orgullo herido al no poder hacer otra cosa que cubrirle las espaldas al par de tarados esos. Por lo menos, para su consuelo, no era una cabeza inútil tirada en el piso, como Ayanami. Eso tenía que contar en algo.

    Una andanada de proyectiles salió escupida del arma que Asuka sostenía en sus manos, pero antes de impactar en su objetivo este volteó en su dirección y engulló el grueso de las balas, tal como lo hacía con cualquier ataque que se le dirigiera.

    —Sabía que no serviría de nada, bruja estúpida… ¿alguna otra genial idea?— inquirió la europea en su típico tono sarcástico, vaciando toda la munición disponible sobre el engendro frente a ella.

    —Shinji— se limitó a pronunciar la muchacha, con voz calma, segura. Y a la vez, siniestra —Mata…


    Bastó solamente esa sencilla palabra para que la Unidad Uno se transformara en un furioso can desatado que se precipitó sobre su presa, gruñendo como bestia escapada del más recóndito averno. No obstante, antes de que el bárbaro pudiera siquiera tocarlo, el salvaje fue recibido por una lluvia de balas despedida desde el vórtice abierto de su agresor, que aún así apenas lograba mantenerlo a raya. Quizás había sido un error utilizar el ataque más reciente que le habían dirigido, en lugar de la gruesa columna de destrucción que utilizaba la mayoría de las veces. De haberlo hecho el Eva 01 ahora sería tan sólo un mal recuerdo, en lugar de la bestia colérica que resistía indemne la rociada de proyectiles en su contra.


    Aquél sería un error que Neuville no estaba dispuesta a dejarlo enmendar, con las piernas abiertas en ángulo de tiro y el brazo que empuñaba su navaja completamente extendido como lanza y el otro brazo sirviéndole de soporte, como si estuviera apuntando. Una mirilla en el interior de su cabina dio cuenta que efectivamente, la muchacha estaba apuntando en dirección del enemigo.

    —Nos vemos en el infierno, malnacido— musitó entre dientes, para enseguida activar un mecanismo en su tablero de control.

    La espada en su brazo salió disparada con un fuerte estruendo, surcando los aires, veloz como una saeta. Tan veloz era que el monstruo que dominaba el espacio y tiempo, distraído con la lluvia de balas que dejaba caer sobre Ikari, no lo vio venir hasta que fue muy tarde. El filo irrompible atravesó sin ningún problema el diámetro entero del sorprendido coloso. Al hacerlo, una reacción en cadena se originó en toda su circular anatomía, los dos pedazos producidos por el corte comenzaron a comprimirse como papel arrugado y su tonalidad luminiscente adquirió una intensidad cegadora.


    Ya no hubo tiempo para advertir del peligro ni ninguna otra cosa más. Los dos robots que aún quedaban en pie salieron volando de espaldas por la fuerza del poderoso estallido suscitado cuando Manakel encontró el fin de sus días. Asuka y Rei, deshabilitadas para sostenerse, rodaron por el piso a merced de la onda expansiva resultante. Por un rato parecía que un nuevo sol se elevaba por el horizonte, pero poco a poco fue menguando hasta extinguirse por completo. Al hacerlo, la escena resultante quedó al descubierto, un gigantesco cráter humeante en el que se iban asentando la lluvia de cenizas producidas por semejante explosión. Una calma propia de cementerio se apoderó de todo el devastado paisaje, sin nada que la retara en su taciturno dominio. Ningún ser vivo en las inmediaciones se atrevía a realizar movimiento alguno, expectante quién sabe de qué.


    En el interior del Geofrente las cosas no eran distintas. Todo el personal permanecía inmóvil en sus respectivos puestos, la mirada y la atención bien puestas en las pantallas que les permitían monitorear la desolación del exterior, como si mediante algún encantamiento mágico se hubiesen quedado petrificados en sus lugares, como un montón de estatuas de carne. Bien hubieran podido permanecer así por siempre, hasta que Shigeru, desde su consola, reunió fuerzas para librarse del maleficio y poder pronunciar temblorosamente, sin dar crédito a sus propias palabras:

    —El… el blanco ha sido destruido… ya no se detecta la presencia de ningún código azul en el área limítrofe…

    Entonces, ¿era cierto lo que estaban contemplando atónitos? ¿No se trataba de un cruel espejismo, una jugarreta del destino? ¿En verdad lo habían logrado? ¿En verdad… habían ganado?!

    Una expresión de júbilo estalló al unísono en casi todas las gargantas de los presentes, una catarsis colectiva que inundó todos los rincones y pasillos de los cuarteles. Algunos alzaban los brazos al cielo, otros se felicitaban mutuamente, unos más se abrazaban y hasta se besaban. Aquella sin duda había sido una de las batallas más estresantes, angustiantes y agotadoras por las que habían tenido que pasar, dada su dimensión, extensión y el rápido y sucesivo acontecer de todas las incidencias. Era también, la que más bajas en la población civil y daños a la infraestructura había provocado, indiscutiblemente. En tiempo real, el conflicto se había prolongado por cosa de unas cuantas horas, desde entrada la mañana hasta la tarde-noche, pero todos hubieran jurado que habían pasado años enteros hasta su resolución definitiva, dado el inhumano nivel de estrés que tuvieron que soportar. Así que aquel exabrupto multitudinario estaba más que justificado.


    Naturalmente, entre todos ellos figuraba un minúsculo puñado de personas un poco más reservados en sus reacciones post-traumáticas. El Comandante Ikari, por ejemplo, que sólo se limitó a acomodarse las gafas y secarse el sudor frío de la frente para entonces retirarse, ó el Profesor Fuyutski, desde luego, quien se arregló el cuello de su saco para recuperar su característica marcialidad. Aquello no era de extrañarse, dados los antecedentes de parquedad y estoicismo de ambos. Lo que sí era bastante raro es que la Mayor Katsuragi, una de las personas más entusiastas y festivas de todos, compartiera de cierto modo la sobriedad de sus superiores, con una adusta expresión sellada en todo su precioso rostro.

    —¿Y qué hay de Zeruel? ¿Qué pasará con él?— preguntó secamente a Ritsuko, a su lado, quien constantemente recibía felicitaciones de todos los que pasaban. Aquellos que la felicitaban se abstenían de hacer lo mismo con Misato al percatarse del repelente gesto en su faz.

    —¿Zeruel?— respondió Akagi, sin comprender del todo el estado de ánimo de su compañera —No hay de qué preocuparse… quedó atrapado dentro del vórtice espacio-temporal de Manakel. Al morir éste, se esfumó cualquier posibilidad que tuviera para salir de ahí, está atrapado entre dimensiones, es como si estuviera muerto. No nos dará más problemas…

    —De acuerdo— asintió la militar, sin mediar más palabra con ella, para enseguida dirigirse a la estación de Makoto, quien estaba ocupado chocando palmas con Aoba —Hyuga… odio interrumpir, pero hay algo que tengo que pedirte…

    —¡E-Enseguida, Mayor!— musitó el técnico, recobrando la compostura como podía, intimidado por la seriedad de su superior, pensando que había cometido algún error.

    —Envía lo más pronto posible una unidad médica de emergencia a recoger al piloto del Eva Zeta— pronunció la mujer, casi en un susurro, cabizbaja —Diles que me adelantaré al hospital para comenzar todo el papeleo…

    —¡S-Sí, señora, así lo haré!— pronunció el muchacho, casi lanzándose sobre su consola para cumplir lo que se le había indicado.

    De cualquier modo, para entonces Katsuragi ya le había dado la espalda a él y a los demás y ahora salía de aquél cuarto repleto de personas que la seguían absortos con la mirada, cayendo en la cuenta de porqué su inusual comportamiento, e incluso algo avergonzados pues, con la emoción del momento, todos habían olvidado al muchacho malherido en el interior de Zeta. El breve festejo que pudieron disfrutar por una victoria bien merecida terminó abruptamente en ese momento, y comenzaba el largo y tedioso proceso del control de daños, los cuales eran bastantes, a saber.


    Una vez más la ciudad era tomada por asalto. Los cielos se tornaban del color de la sangre en tanto la destrucción se abatía sobre la indefensa población, quien sólo podía aguardar por su inevitable destino, impotente. Tierra, mar y aire se encontraban infestados de monstruos gigantescos de todas las formas y colores, tantos de ellos cómo estrellas había en el universo. Ese día, el mundo llegaba a su fin.


    No tardó mucho para que la sanguinaria orgía de muerte y destrucción diera comienzo. Un solo gesto bastaba para que millones de vidas fueran borradas de un plumazo. Los cielos se partían en pedazos, los mares se vaciaban y la tierra se estremecía frenética, temerosa de lo que le aguardaba.

    Una de tantas bestias se abatía sobre la muchedumbre, presta para aniquilar a las hormigas insignificantes que se encontraban en su camino. Las personas corren despavoridas, pretendiendo ignorar lo inútil que resultaba hacerlo. No había escapatoria para ellos, estaban condenados. En el último, fatal momento justo antes del trágico desenlace, una mujer toma en brazos a su hijo recién nacido, protegiéndolo con su cuerpo, suplicante. Sabe que no vale la pena gritar. Nadie vendrá en su auxilio. Una lágrima corre por su mejilla. ¿Es que en verdad acaso ése era el fin de todo? ¿Es que ya no había esperanza para ninguno de ellos? ¿Ni siquiera para aquella desdichada alma que sostenía en brazos, libre de toda culpa?


    Los segundos pasaban y todavía no encontraban su final. ¿Por qué tardaba tanto? ¿Acaso aquella bestia era tan cruel y despiadada que quería prologar su agonía tanto como fuera posible? La mujer levantó la vista, esperando encontrar la respuesta a esa interrogante. Y vaya que la obtuvo. Y de qué forma.

    Ante sus maravillados ojos se encontraba el poderoso Eva Z, el guardián de la paz y la justicia para la indefensa Humanidad, flotando por encima de su cabeza gracias a su enorme Jet Scrander, un par de alas metálicas bien sujetas en su espalda. Con una sola mano sostenía fácilmente del cuello a la criatura monstruosa que había pretendido tomar su vida y la de su bebé. Ahora la bestia se revolvía, indefensa. Los roles habían cambiado radicalmente en cosa de segundos. Ahora era ese monstruo el que temía por su destino, al igual que todos sus compañeros, que aterrorizados no atinaban a hacer movimiento alguno, observando estupefactos al prodigioso robot volando en medio de ellos en todo su esplendor.


    Bastó un leve movimiento de su muñeca para partir en dos el cuello del monstruo que tenía cautivo. Cómo la basura que eran, arrojó los despojos al vacío. Un relámpago surgido de su dedo índice calcinó los restos, terminando el trabajo.

    —¡Escúchenme bien, Bestias Infernales!— se escuchó decir del interior de Zeta, señalando a las hordas de criaturas horrendas que lo rodeaban como un enjambre —¡Se creen que pueden venir hasta este lugar y hacer cuanto les plazca, sin importarles nada, pero están muy equivocadas! ¡No pueden destruir y matar gente a su antojo, así nada más! ¡No mientras Evangelion Z esté aquí para impedirlo! ¡ Y yo, Kai Katsuragi, su piloto! ¡Nosotros seremos sus oponentes! ¡Prepárense para su destrucción!


    Movidos por el terror y la desesperación, el ejército de monstruos se abalanzó contra el Eva Z. Esperaban que su superioridad numérica, de millones contra uno solo, les proporcionara alguna oportunidad, si corrían con mucha suerte.

    —¡PROYECTILES DE TALADRO!

    Al momento de recitar aquellas palabras de advertencia, de las hombreras del robot salieron disparados cientos de miles de picos de acero que fueron certeros al perforar a sus enemigos. Ni uno solo de ellos había fallado, produciendo serias bajas en el contingente enemigo desde un principio.

    —¡PUÑOS ATÓMICOS!

    Cómo un par de cohetes impulsados a toda velocidad, los puños de la fortaleza de acero que era Zeta se desprendieron de sus brazos para surcar los cielos por ellos mismos, haciendo explotar en miles de pedazos a cuanto enemigo se encontraban a su paso, que se contaron por cientos de millares. Una vez completado su propósito, ambos regresaron por su cuenta a su lugar de origen.

    Cuando recién concluía dicho proceso una marejada de Bestias Infernales ingenuamente pensó que podrían tomarlo desprevenido. Evangelion Z se tomó su tiempo para que lograran aglomerarse muchas más antes de desatar el sorprendente poderío de sus:

    —¡RAYOS FOTÓNICOS!

    De sus ojos emergió una ráfaga energética, un rayo mortal que cruzó todo el firmamento plagado de monstruos, deshaciéndolos al contacto. Una serie de explosiones lo seguía en todo su camino, las que provocaba al erradicar a sus enemigos. El cielo se iluminó con todas esas luces como en un hermoso festival de fuegos artificiales que celebraban el aplastante triunfo de la justicia.

    Los monstruos sobrevivientes, que apenas eran unos cuantos cientos de miles, se lanzaron sobre el Eva Z al mismo tiempo, en un desesperado intento que sólo podría catalogarse como suicida. Sin deseos de defraudar sus expectativas, Evangelion Z cruzó sus brazos sobre su pecho, para casi enseguida abrirlos en toda su extensión, descargando el poder más destructivo de cuantos tenía:

    —¡CALOR NUCLEAAAR!!!

    Un torrente de energía carmesí salió disparada de su pecho como el fuego del averno, engullendo al grueso de la columna enemiga, que se deshizo en cenizas en su interior, dando por terminada la batalla.


    Una vez que había purgado a todo el temible ejército de monstruos y habiendo tenido éxito en proteger la paz en todo el mundo, triunfante el Eva Z aterrizó sobre la avenida principal de la ciudad. Su cabina se abrió entonces, permitiéndole a su piloto salir a respirar el ahora aire fresco y tranquilo, gracias a sus esfuerzos. Tan pequeño y humilde detalle era toda la satisfacción que necesitaba. No requería de más paga que esa, orgulloso por haber contribuido en lo que pudiera a que sus prójimos pudieran encontrar la felicidad tan anhelada.

    Sin embargo, los ciudadanos que andaban a los pies de su gigantesco robot quisieron agradecerle de alguna manera el haber salvado sus vidas, estallando en una tanda de aplausos y vítores hacia su héroe, aquél que como titán legendario les había traído el precioso don de la vida.

    Apenado, el joven piloto se rascaba insistentemente la nuca. Al cabo de un rato que los aplausos continuaban quiso bajar para agradecer él mismo el gesto. Ayudado por su robot, quien cuidadosamente lo transportó en la palma de su mano hasta depositarlo al nivel del suelo, en un gesto de humildad el muchacho se deshacía en agradecimientos y disculpas hacia la multitud que seguía aplaudiéndole:

    —¡Gracias, gracias! ¡No fue nada, en serio! Hago todo lo que está a mi alcance, lo que cualquiera hubiera hecho en mi lugar… ¡Muchas gracias!


    Los aplausos eran ensordecedores, por lo que nadie pudo escuchar lo que decía. De todos modos continuaba con su desfile de agradecimientos y disculpas al por mayor sin que alguien pudiera entenderle. Al reconocer a una persona de entre el mar de gente que se agolpaba a su alrededor, detuvo su andar. Se trataba de la mujer a la que había salvado al principio del ataque, junto a su bebé.

    —¡Señora! ¡No sabe el gusto que tengo por haber podido llegar a tiempo a salvarlos! Espero que su bebé esté bien…

    La mujer no le respondió, cabizbaja, arrullando tranquilamente al niño en sus brazos. Los aplausos cesaron.

    —¿Señora?

    —Está muerto…

    —¡¿Qué?!

    —Este niño… está muerto… tú siempre lo supiste, ¿no? Desde un principio…

    —¿De qué está hablando? No… no entiendo…

    El corazón del muchacho se detuvo y sus ojos salieron de órbita cuando aquella mujer levantó la cara y se topó con Asuka, sosteniendo en sus brazos a un bebé muerto. Ó lo que fuera que haya sido los jirones de carne desgarrada que sostenía entre las manos ensangrentadas.

    —Desde un principio— repitió la muchacha, como ausente, sus ojos firmemente fijos en la nada —Nuestro amor fue desde siempre un niño muerto…

    —No…

    Una fuerza invisible acuchilló el abdomen de su novia, quien cayó abatida al piso en medio de un charco de sangre. Aterrorizado, Kai se volcó enseguida en su auxilio, levantando su cabeza del piso, postrado junto a ella.

    —Asuka, ¿qué te pasó? ¿Quién te hizo esto?— le preguntó desesperado, al borde de un ataque de pánico, al ver la mitad de su cara destrozada.

    —Tú… tú hiciste todo esto— pronunció la chiquilla entre sus brazos, acariciando gentilmente su mejilla, la cual dejó embarrada de sangre, antes de dar su último suspiro: — Tú nos mataste…

    —¡No! ¡Yo no sabía! ¡Lo juro, yo no lo sabía!

    —¿Y crees que eso te justifica en algo?— le dijo entonces Rei, con las manos clavadas sobre una pared derruida, con la mitad del cuerpo, de la cintura para abajo, cercenada —No puedes ignorar el hecho que nos fallaste… a todos… yo siempre creí en ti, y sin embargo… tú nos mataste…

    —¡NO!— gritó el muchacho hasta quedar afónico, observando cómo la ciudad que acababa de salvar se convertía en un montón de escombros, sin nada que pudiera hacer para detenerlo —¡NO ES VERDAD!

    —Tú nos mataste…— la multitud que hasta hace apenas unos momentos se deshacía en vítores para él, ahora se deshacía, putrefacta, hecha pedazos. Un montón de cuerpos deshechos que una y otra vez le repetían lo mismo: —Tú nos mataste…

    Despavorido, el joven piloto pretendió abordar su robot y escapar tan lejos como pudiera. No obstante la poderosa máquina de guerra lucía oxidada y chamuscada al instante que posó su mirada sobre ella, para entonces deshacerse bajo su propio peso, derrumbándose tal como lo haría un castillo de arena. Y mientras eso sucedía, sus perseguidores lograban alcanzarlo, jaloneándolo de sus ropas. Fuera de sí, consiguió liberarse con un manotazo y enseguida huyó de la escena tan rápido como sus pies se lo permitían. Pero a donde quiera que iba la horda de cadáveres lo seguía, hambrienta, ya fuera por su propio pie ó a rastras, ellos lo encontraban, lo rodeaban y lo tironeaban, sin importar a donde corriera, repitiendo una y otra vez la misma frase recriminatoria:

    —Tú nos mataste… ¡TÚ NOS MATASTE!


    Exhausto y casi delirante siguió corriendo sin mirar atrás, sin percatarse que desde hacía rato andaba ya solo en su angustioso recorrido por las laberínticas ruinas. Una vez que se dio cuenta de aquél detalle detuvo su andar, abatido. Una enorme roca le sirvió de asiento y sus manos de escondite a su afligido rostro.

    —Yo nunca quise hacerlo… no era mi intención— murmuraba —¿Porqué nadie me quiere creer?

    —No te preocupes. Yo sí te creo, Kai—dijo Misato al aparecer frente a él, yendo a su encuentro envuelta por las sombras —No hagas caso de lo que digan los demás. No los necesitas, no necesitas a nadie más que a mí… yo siempre estaré aquí para ti…

    —No, Misato… tú no, por favor…— masculló el muchacho febrilmente, al observar los numerosos impactos de bala que cubrían toda la maltrecha anatomía de Katsuragi conforme iba saliendo a la luz —¿Porqué también tú?

    —Porque te amo— respondió ella, arrojándose a sus brazos para poder darle un beso. Un beso largo y tendido en la boca, que dejó perplejo al ya de por sí perturbado muchacho —Porque te amo más que nadie en este mundo, con toda mi alma— continuaba diciendo la mujer, besándolo con fruición para luego detenerse en seco y vomitar sangre —Por eso es que tuve que morir…

    Se desvaneció entonces, pero antes que diera contra el piso el joven acertó a detener su caída, sosteniéndola en brazos.

    —Tú no… por favor…— repitió el chiquillo con voz trémula.

    —No tienes por qué atormentarte así… nada de esto es tu culpa…

    Rivera ahora sólo sostenía la chamarra roja de su querida tutora, llena de agujeros y cubierta de sangre. El muchacho hundía el rostro en ella, sin importarle en absoluto semejante detalle, más que la enorme pena y aflicción que hacían presa de él.


    —Pero por supuesto que es tu culpa— pronunció Gendo en tono burlón, saliendo de la nada a su lado —Habría que ser un completo idiota para negar que todo esto es tu culpa, muchacho… por no haber sido lo suficientemente listo ni fuerte para proteger a todas estas personas… un hombre de verdad hubiera hecho lo necesario para evitar que algo así pasara. Pero tal parece que no eres un hombre, ¿verdad? Vaya que eres patético, mocoso imbécil. Toda la retahíla de estupideces que acostumbrabas parlotear, que parecían salidas de una caricatura idiota… Toda tu arrogancia, tu supuesto valor… ¡Y al final les fallaste a todos! No podía esperar menos de ti, a decir verdad. Un final estúpido, para un chiquillo estúpido.

    —Das asco, tipejo, quiero vomitar con tan sólo verte— añadió Sophia frente a él —Vaya debilucho y pusilánime que resultaste ser. Pero lo que es peor, una sucia rata mentirosa. Toda esta gente creyó en ti, creyó que los protegerías. ¡Y mira el precio que pagaron por creer que de verdad lo harías! En parte se lo merecen, por haber sido lo bastante estúpidos como para confiar en un pobre diablo cómo tú. Es decir, ¡mírate! ¡Por amor de Dios! ¿Cómo alguien cómo tú podría salvar a alguien, más que a sí mismo? Si tuvieras un poquito de vergüenza acabarías ahora mismo con tu miserable existencia. ¡Ni siquiera pudiste salvar a tus seres queridos!

    —¿“Salvar”, has dicho? ¿Este pretexto de ser humano?— dijo a su vez una enorme sombra detrás de él, tan grande como para eclipsar el sol y sumir al mundo entero en la oscuridad. La sombra de una persona gigantesca, con larga cabellera plateada, de la que emergía un par de ojos verdes que lo perforaban con su frialdad —¡Pero si es un monstruo! ¿Qué podría proteger él? No es más que un niñato que moja los pantalones, débil, estúpido y cobarde… ¿Qué puede salvar un imbécil que ni siquiera se da cuenta que está teniendo una pesadilla?


    Repentinamente Kai se encontró de nuevo en la realidad, despertando sobre una cama de hospital. Agitado como se encontraba, no podía más que agradecer que semejante tormento hubiera llegado a su fin. Sin embargo se encontró reprochándose a sí mismo lastimeramente:

    —Maldito subconsciente… yo creí que eras mi amigo…

    Suspiró, hallándose débil y adolorido, pero sumamente desorientado a la vez.

    —Odio las condenadas pesadillas…

    El primer impulso que tuvo fue el de incorporarse, más sin embargo una serie de sondas y cables sujetos a su cuerpo y un fuerte ardor en el pecho se lo impidió, tumbándolo de nuevos sobre la cama.

    —Costillas rotas…— volvió a refunfuñar, como lo haría un anciano gruñón, protegiendo sus ojos de la luz con su brazo derecho —Odio las costillas rotas…


    Mientras esto transcurría en el interior del cuarto, fuera de este, en la pequeña sala de espera donde se daban los informes de los pacientes de terapia intensiva, una pequeña pero avivada reunión se llevaba a cabo entre los demás pilotos Eva. Todos estaban allí sin excepción: Asuka, Shinji, Sophia e incluso Rei, para malestar de la primera. Por fortuna para ellos, aquel pequeño pero bien equipado hospital era de uso exclusivo para personal de NERV, de no ser así aquella cómoda sala hubiera estado a reventar como todos los demás hospitales de la región, dada la magnitud de la catástrofe de Tokio 2. Aún así, el hospital se vio en la necesidad de mandar médicos y demás personal para auxiliar en las labores de rescate, por lo que ahora se contaba sólo con lo mínimo indispensable para atender a los pacientes que trataban en ese entonces. Por ende, con el espacio para ellos solos, nadie podía entrometerse en sus dilucidaciones, como la que Sophie realizaba en aquellos momentos:

    —Okeeey, entonces, si entiendo bien, cuando tu nivel de sincronía con el Eva es tan alto como el de este muchacho, cada daño recibido por el Eva deja de ser sólo psicosomático y lo sufres en carne propia, ¿cierto?

    Ni Langley ni Ayanami realizaron intento alguno por contestarle. Incluso la jovencita de cabello rubio hacía todo lo posible por evitar cualquier contacto visual con la norteamericana.

    —No sé mucho de eso, pero creo que así como lo dices es como funciona— intervino entonces Ikari, dado el silencio inexpugnable de sus compañeras —Más o menos… creo…

    Se preguntaba qué demonios hacían él y su novia en ese lugar, si quedaba claro que a ninguno de ellos les importaba lo que pudiera sucederle al tarado de Kai, y era obvio que ahí no se les quería. Pero Sophia insistía vehementemente en permanecer en ese sitio, a la espera de quién sabe qué. Quizás a Neuville no le era tan indiferente el devenir de Rivera, después de todo. Una vez más, la dolorosa llama de los celos se volvía a encender en su joven corazón.

    —¡En ese caso, qué suerte tienen de estar tan abajo en su sincro, muchachas!— espetó la chiquilla de cabello oscuro, risueña —¡De no ser así, tú hubieras quedado coja de por vida y tú hubieras quedado como Maria Antonieta! ¡Jajajaja! ¡Quién diría que ser unas inútiles les podría salvar el pellejo algún día!

    —¡Vete mucho al carajo, perra estúpida!— por fin respondió Asuka, furibunda —¿A quién estás llamando inútil? ¡Te recuerdo que yo sola me despaché a los dos ángeles más fuertes al mismo tiempo!

    —¿Y eso qué? Entre Shinji y yo nos echamos a cuatro de esos pelagatos— mencionó Sophie, sin inmutarse por el gesto amenazante de su compañera —Además no veo de que te tengas que enorgullecer, porque para hacer lo que dijiste, Rei Antonieta, aquí presente, tuvo que salvarte el culo tantas veces que perdí la cuenta… aunque es mejor perder la cuenta, que la cabeza… ¿no es así, Reicita, querida? ¡Jajaja!

    Como siempre, pese a los numerosos intentos por provocarla, Ayanami no se perturbaba un ápice, sin siquiera dirigirle la mirada a sus acompañantes, extraviada en elucubraciones y dimensiones completamente ajenas a ellos. No era timidez, ni temor lo que permeaba en la estampa de la muchachita. Era simple y llanamente indiferencia, y con eso sólo conseguía irritar más a las otras dos jovencitas.

    —Lo que yo no entiendo es qué cuernos creen que están haciendo aquí todos ustedes— intervino de nueva cuenta la joven alemana —¿Qué no tienen nada mejor qué hacer que estar de metiches donde no los llaman? La única con derecho a estar aquí soy yo, la NOVIA de Kai— puso especial énfasis al pronunciar la palabra “novia” asegurándose que Ayanami la escuchara fuerte y claramente —Y si acaso, Misato, que según eso es su tutora legal… así que creo que aquí hay mucha gente, vamos a tener que desalojar, por que eso de andar de chismosos donde no les compete es de personas vulgares, corrientes…

    —¡Momento, momento!— objetó Neuville, haciendo aspavientos con las manos —No sé de dónde sacas la idea de que no tenemos nada que hacer aquí. Por si no lo sabías, el Teniente Rivera, perdón, Katsuragi ó como quiera que se llame, es mi superior inmediato… por eso es natural que me preocupe aunque sea un poquito su bienestar, si no, no habrá alguien que firme mi cheque… y Shinji está aquí porque no soporta estar un solo momento sin mi presencia, así de grande es el amor y cariño que le doy y así de necesitado es como lo tenían al pobre…

    —Sophie, por amor de Dios— susurró lastimosamente el jovencito, encendido como una vela —Tampoco es para que estés gritándolo a los cuatro vientos…

    —Sea como quieras verlo, no tienes que meternos a todos aquí en el mismo saco— prosiguió la linda muchachita de larga cabellera negra —Por que aquí sólo hay alguien que sale sobrando, que no tiene un motivo justificable para permanecer en este lugar… y pues a mí no me gusta estar señalando personas, pero creo que ya todos sabemos de quien hablo, ¿no?— en ese momento simuló un ataque de tos, poniendo su mano cerrada delante de la boca —Cof, cof… Rei… Cof, cof…


    Enseguida Langley arqueó la ceja, evidentemente molesta, tanto por la burla de la que era objeto por parte de Sophia como por la lógica que destilaban sus palabras, aunque fueran en tono de bulla. Sin querer darle más motivos a su contrincante para seguir mofándose de ella, resolvió atender el asunto de una vez por todas, que ya tenía bastantes días molestándola.

    Con paso firme, decidido, se volvió hacia el rincón donde estaba sentada Ayanami, imperturbable y ajena a toda la discusión, si bien la había alcanzado a escuchar casi toda. Por su semblante y la severidad de su andar, el joven Ikari temió lo peor, preparándose para tener que evitar que Asuka se le dejara ir a golpes a una de las pocas amigas que aún tenía en el mundo. Sin embargo, su novia lo detuvo en seco, sujetando afectuosamente su brazo. Una sonrisa cándida de la chiquilla fue todo lo que necesitó para saber que no le estaba permitido intervenir.


    Pese a todo, al estar frente a Rei la muchachita rubia se limitó a permanecer de pie, observándola con desdén. Ayanami volteó hacia ella entonces, como extrañada. Eso bastó para que el gesto tosco de la jovencita extranjera permutara en una expresión calma y serena, muy semejante a la de la japonesa. Sin hacer más alarde Asuka se sentó tranquilamente en el mullido mueble que estaba justo delante de donde Rei había tomado asiento, sin que su rostro extrañamente calmo cambiara un ápice.

    —Sé que desde el principio hemos tenido nuestras diferencias— pronunció Langley, conservando la ecuanimidad pese a todo —Y también sé que últimamente se han ido acrecentando… la verdad, ni yo misma sé hasta donde iremos a parar, si seguimos así. Y lo más probable es que así será, no nos detendremos. Pero creo que hay un momento y un lugar para todo. Llegará el día en que tú y yo tendremos que arreglarnos, para bien ó para mal. Pero este no es el momento. Ni tampoco el lugar. No tengo idea qué crees que estás haciendo aquí, pero haces muy mal al permanecer en este sitio, tal vez no te des cuenta. Así que tengo que ser clara y directa contigo: voy a tener que pedirte que te marches. No hay nada que tengas que hacer aquí, así que, por favor, vete.

    Durante todo el transcurrir del monólogo cordial, incluso atento de la jovencita europea, los ojos hipnóticos de felino de Ayanami no se habían despegado de ella. Como siempre, había permanecido en absoluto silencio, prestando una atención casi religiosa a cada argumento, cada palabra esgrimida por su compañera. Y una vez que había concluido, lo menos que podía hacer era devolverle la atención y contestarle de igual manera:

    —No— fue lo que se limitó a decir, firme, lacónica, decididamente.

    Bastó tan solo aquella sencilla palabra para que la máscara de afabilidad que Asuka con tanto ímpetu había mantenido se resquebrajara hecha pedazos. Tratando de recuperar la compostura y haciendo un esfuerzo sobrehumano para que no se notara su ceja arqueada y su creciente agitación, repuso:

    —Sé que tú y Kai tienen historia juntos, sería muy tonto de mi parte negarlo. Pero tienes que aceptar que todo eso ya quedó en el pasado. No sé ni quiero saber lo que sucedió entre los dos, pero lo que aquí nos interesa es que se acabó. Se acabó, ¿me oíste? Entiéndelo de una vez por todas. Es de muy mal gusto que sigas buscándolo de la manera que lo haces, con tanta insistencia. Con eso sólo provocas que personas ociosas, como nuestros compañeritos aquí presentes, empiecen con habladurías y demás vulgaridades. Entonces, por respeto a Kai y a mí, pero sobre todo por respeto a ti misma, deja de hacerlo. Deja de estarte rebajando de esa manera. Me parece que no tienes la mejor autoestima ni la mejor impresión de ti misma, pero puedes cambiar todo eso si empiezas a darte tu lugar.

    —Conozco muy bien mi lugar, gracias— pese a todo, la expresión de aquella peculiar jovencita no sufría modificación alguna. Se encontraba tranquila, serena, podría decirse que hasta relajada —A diferencia de otra persona que se toma atribuciones que no le corresponden. Que seas novia de alguien no significa que seas su dueña, ya deberías saberlo. Tengo mis razones para estar aquí y nada me obliga a decírtelas, pero tengo tanto derecho como cualquiera de estar en este lugar, no estoy infringiendo ningún reglamento ni estoy faltando al orden. Deja de ser tan melodramática y estar buscando problemas donde no los hay. Si tanto te molesta mi presencia, haz como yo e ignórame.

    Cualquier rastro de civilidad que aparentara guardar la muchachita europea desapareció con aquella abierta declaración de guerra de parte de Ayanami. Tan pronto como había terminado de pronunciar dichas palabras la chiquilla se puso en pie, accionada como por un resorte y hecha una furia.

    —¡¿Ignorarte?! ¿¡IGNORARTE?!— repitió, fuera de sí —¡Bruja idiota, agradece que no te saco los ojos ya aquí mismo! ¡Te lo pedí de buena manera, ahora será a la mala, lela descerebrada! ¡Te vas a largar en este mismo momento ó yo misma voy a echarte a patadas!

    —¡Esto se está poniendo bueno!— murmuró Sophia, aguantando como podía las ganas que tenía de estallar en carcajadas mientras que Shinji, a su lado, estaba petrificado de horror, como cada vez que presenciaba las rabietas de su compañera.

    —Puedes hacerlo, claro que sí— asintió Rei, sin amedrentarse siquiera un poco ni cambiar su gesto ó moverse de su sitio —Y sé que lo harás fácilmente, sin ningún problema. Más porque no pienso resistirme, no soy idiota como dices, entiendo a la perfección que físicamente eres mi superior en todos los sentidos. Sería tonto de mi parte querer pelear contigo. Pero aún así, el que me golpees, el que me obligues a irme de este lugar, nada de eso cambiará el hecho que yo te intimide tanto.

    Asuka caviló un poco entonces, retrocediendo, algo desconcertada por la reacción de su compañera, que aunque tranquila se mantenía firme en su posición. La chiquilla de pupilas rojas y piel blanca aprovechó entonces para levantarse también de su asiento, encarando a la sorprendida jovencita frente a ella.

    —¿Y a qué se debe eso? No me lo explico. Tú tienes el cuerpo, el porte, la personalidad, me queda claro que cualquier muchacho soñaría estar contigo… entonces explícame, ¿porqué razón alguien como tú tendría que sentirse amenazada por alguien como yo? Yo soy una chica de cabello y ojos raros, piel rara, no me gusta salir ni hablar con las personas, ¿qué tienes que temer de mi, entonces?

    —¡Yo no te temo, imbécil!— refutó Langley, recobrando la compostura —¡Sólo quiero que nos dejes en paz de una jodida vez! ¡¿No te das cuenta lo vergonzoso que es tener que estar aguantando los cuchicheos de los demás?! ¡Ya sé que Kai nunca me va a dejar por ti, estúpida, pero si lo andas persiguiendo a todos lados como lo haces das de que hablar a la gente! ¡Si acaso él te importara siquiera un tantito…!

    Cómo ya se ha explicado tantas y tantas veces, Rei Ayanami era, ante todo, una persona discreta. Sobria en su proceder. Invisible para la mayoría, disimulada para los muy pocos que la conocían. Pocas eran las veces que dejaba que algo la molestara. Rarísimas, casi nulas, eran las ocasiones en las que alzaba la voz. Por tal motivo resultó simplemente sorprendente, increíble para todos los presentes, presenciar uno de los pocos arrebatos que había tenido en su vida, teniendo el arrojo suficiente para interpelar a su compañera:

    —¡Aquí yo soy la única a la que verdaderamente le importa lo que le pase!— el tono que empleaba para externar su molestia era bastante curioso, pues si bien había elevado su tono de voz, no era lo suficientemente alto como para considerarse un grito. Su rostro sólo se había contraído un poco, casi un ceño fruncido. Casi. —Y puedo decirlo con toda seguridad. Lo único que te preocupa es que su imagen perfecta se vea afectada, y por lo tanto, la tuya. No te importa que esté malherido, ó sufriendo, sólo que siga siendo el mejor piloto. No te interesa si está preocupado ó deprimido, sólo quieres que siga siendo el chico más popular y que esté presentable para las fiestas. Para ti no es una persona a la que puedas amar y respetar, es un objeto, un trofeo que puedes presumir a todos, a donde quiera que vayas…

    —¡Así que la gatita tiene garras después de todo!— musitó Neuville, la única ajena a la agobiante tensión que se había apoderado del pequeño recinto —Muy interesante, muuy interesante, jejeje…

    Desorientada, de momento Asuka se había quedado sin palabras, con la garganta seca. No atinaba a reaccionar de manera alguna. Todo aquello era muy extraño: Shinji tenía novia, Kai había sido derrotado apabullantemente, Ayanami se ponía a discutir al tú por tú con ella y ahora esto, había enmudecido. Lo peor, la había tomado con la guardia baja, sin una respuesta satisfactoria preparada en su guión para el argumento esgrimido en su contra. ¿Qué podría hacer ahora, con todas las miradas encima? ¿Qué más le quedaba?

    —¡¡¡Maldita… rameraaa!!!— sólo le quedaba la rabia y la impotencia que sentía por dentro, lo que la hizo abalanzarse sobre la frágil chiquilla delante suyo —¡Voy a hacer que te tragues todas tus palabras! ¡Y tus dientes!

    Rei solamente pudo encogerse sobre sí misma, preparándose para lo peor. Sophie no pudo soportar más y dejó escapar la risotada que tenía atorada desde que dio comienzo la discusión. Shinji no acertaba a hacer movimiento alguno, temeroso de la furia y de Asuka y el destino nada placentero que le deparaba a Ayanami. Langley se encargaría de que no quedara ni el recuerdo de ella, pero algo extraordinario la detuvo. Un ensordecedor pitido electrónico, tan fuerte que se elevaba incluso por encima de sus gritos y de la risa frenética de Neuville. El sonido, sin duda alguna, provenía del cuarto de terapia intensiva donde estaba internado Kai. Ello significaba que el monitor había dejado de registrar el ritmo cardíaco de un paciente. A sabiendas que era el único que estaba siendo atendido en la unidad en esos momentos la alarma cundió entre las muchachitas en disputa.


    Como pudo, Rei se zafó de las manos de la alemana y salió presurosa en dirección al cuarto donde emanaba aquel infernal sonido. Asuka, por su parte, salió buscando al personal médico de guardia, gritando como poseída por los pasillos:

    —¡Médico! ¡Médico! ¡Un médico, por favor, es una emergencia!

    Como se había señalado anteriormente, el pequeño hospital operaba con los elementos mínimos indispensables, por lo que la carrera de la chiquilla por los pasillos se habría prolongado algún tiempo antes de encontrar al personal de guardia, de no ser porque de nueva cuenta la detenían en seco aquél día.


    De hecho todos quedaron congelados en su sitio al ver la lastimosa figura de Kai Rivera saliendo del cuarto, apoyándose en una muleta, tambaleante. Estaba claro que no estaba en condiciones de estar en pie, envuelto en vendajes ensangrentados de pies a cabeza y su dificultad evidente para respirar. Una vestimenta de quirófano, mal puesta y a todas luces robada, era todo el atuendo que llevaba. Sus ojos, apagados y hundidos bajo las profundas ojeras que marcaban su otrora apuesto rostro fustigaban a todos los presentes, como quien se topa algo desagradable en su camino.

    —¿Qué..?— alcanzó a mascullar su novia, con las palabras atoradas en su garganta —¡¿Qué crees que estás haciendo?!

    —Me… largo de aquí— respondió el muchacho, con la misma dificultad con la que iba avanzando hacia la salida.

    —¡Estás loco! ¡Sólo mírate como estás! Debes permanecer en cama, no estás en condiciones…

    —Por favor— musitó Rivera, clavando su iracunda mirada en todos ellos, hastiado —Guárdense todos sus comentarios de falsa preocupación… cómo si les importara cualquier otra cosa que no sean ustedes mismos…

    —¿De qué estás hablando?

    —¿Cuál es la maldita diferencia… si me quedo ó no?— extendiendo la muleta que llevaba como una barrera impidió que la chiquilla se le acercara —Este día… toda una ciudad desapareció del mapa… más de dos millones de personas murieron… y ustedes se ponen a pelear por ver quién mató más ángeles y demás estupideces… ¿Porqué no me sorprende?

    Nadie pudo responderle. Ahora resultaba evidente que había escuchado parte de su acalorada discusión, a la que él mismo había puesto final tan abruptamente.

    Sus compañeros lo observaron entonces avanzar hasta el umbral de esa sala de espera, sin que alguno de ellos se atreviera a seguirlo. Antes de perderse de vista se detuvo, en parte para recuperar aliento, en parte para rematar:

    —Por eso odio tanto a los niños… sólo… sólo aléjense de mí…

    Y así, sin más, se fue. Dejando un hueco en el corazón de las dos jovencitas que hasta hace unos momentos habían estado dispuestas a liarse a golpes por causa suya. Dejándolas aún con más mortificaciones que las que ya tenían.

    —¡Pfff! ¡Qué pesado!— gesticuló Sophie, después que se retiró —Seguramente es puro berrinche por la zarandeada que le acomodaron…¿Y por esa cosa se están peleando? Qué buen gusto, muchachas…

    Ambas estaban demasiado agobiadas y cansadas para siquiera responderle. Se limitaron a mirarla despreocupadamente por un momento para entonces salir, cada una por su lado, dejándola sola con Ikari.

    Lejos de irritarse por el desaire, la jovencita lució satisfecha, colgándosele juguetonamente del brazo al muchachito.

    —¿Sabes, Shinji-kun? Soy muy afortunada de tenerte… ¿quieres ir a cenar algo para celebrar y después besuquearnos un rato?

    El chiquillo, mudo desde hace un buen rato, se encontró nuevamente sin palabras, pero por razones muy distintas. Su rostro encendido como señal de tránsito fue toda la respuesta que necesitó la jovencita americana, quien tomándolo afectuosamente de la mano lo guió hasta la salida del hospital.


    Aunque ya estaba bien entrada la noche, el largo y pesado día de Misato aún estaba lejos de acabarse. Bien consciente de ello, bebía pausadamente su vaso de café de máquina, pensando en todo el papeleo que le aguardaba en la oficina, por si no fuera suficiente con el que tuvo que hacer en el hospital. Únicamente aguardaba la llegada del médico para los informes finales para salir disparada de ahí con rumbo al Geofrente, donde se podría zambullir en la monótona y engorrosa tarea de firmar y sellar todo un mar de documentos. Pero a decir verdad, había algo más que la molestaba, y tenía que ver precisamente con la razón de estar esperando al médico. Por suerte, no tuvo que aguardar mucho tiempo más.

    —Mayor Katsuragi— pronunció el profesional de la salud en ese tono tan característico de ellos, al entrar al consultorio —Lamento mucho haberla hecho esperar, sé que debe estar muy ocupada en estos momentos…

    —Descuide, esto tiene prioridad sobre todo lo demás— respondió por su parte, levantándose de su asiento a su llegada, impaciente —¿Puedo asumir que ya le entregaron los resultados de los estudios?

    —Así es. El daño que sufrió hoy por suerte no tendrá mayores consecuencias, la mayor parte fueron contusiones y unos cuantos huesos rotos que con reposo y cuidado podrán soldar bien. En cuanto a… su condición… me temo que no son buenas noticias, como lo esperábamos…

    —Tan mal salieron los nuevos estudios, ¿eh?— Katsuragi luchaba por ocultar su gesto compungido y su voz quebradiza —¿De cuánto… de cuanto tiempo estamos hablando?

    —No tenemos certeza de ello… tratándose de este caso pueden ser meses… días… incluso puede pasar esta misma noche… tiene que comprender, Mayor: no hay precedente médico para lo que estamos tratando aquí. Estamos en terreno inexplorado. Todo el historial médico del paciente, desde las condiciones tan especiales en las que se produjo su nacimiento— al decir esto sacó de una gaveta un enorme compendio de documentos, mucho más grueso que una guía telefónica —Todos los estudios que se le han practicado hasta la fecha nos muestran que el paciente debió morir al nacer… no hay forma que el organismo humano funcione adecuadamente con la condición que estamos tratando…Y aún así, aquí nos encontramos, quince años después. La ciencia médica no tiene explicación para algo así…

    —Pero, ¿eso no significa que podemos tener más tiempo? ¿Un par de años, quizás? Después de todo…

    —Siento mucho decirlo de esta manera, pero es inútil que se haga falsas esperanzas, Mayor… sea como sea, hemos alcanzado el punto de colapso. Este último año el estado del paciente se agravó todavía más. En cualquier momento ocurrirá el evento. Puede ser un derrame cerebral, una embolia, un soplo al corazón… pero el organismo de Kai no podrá sostenerlo más… eso es una certeza…

    La mujer se limitó a suspirar y sujetarse la cabeza poniendo los dedos sobre sus tabiques nasales, sintiendo como todo le daba vueltas. No era que no se lo esperara, pero aún así, escuchar aquellas palabras produjo un fuerte impacto en ella.

    —Entiendo… entiendo…

    —Kai es un chico listo, seguro que ya lo sabe… eso significa que ambos pueden comenzar a prepararse, no tiene que ser un proceso tan difícil… aquí en el hospital podremos otorgarles todas las comodidades posibles…

    —¡Doctor, corra! ¡Es una emergencia!— lo interrumpió una aterrorizada enfermera que entró de improvisto.

    Tanto Misato como el médico se pusieron enseguida de pie, temiendo lo peor.

    —¿Qué sucedió?— preguntaron los dos al unísono.

    —¡Es el paciente! ¡Ha vuelto a escapar!

    —¡No puede ser, maldita sea!— vociferó el hombre en bata blanca, saliendo rápidamente del cuarto, acompañado de la recién llegada —¿Quién estaba de responsable en la guardia? ¡Voy a colgarlo de las putas bolas…!

    —Ese muchacho… ese condenado muchacho…— se limitó a susurrar penosamente Katsuragi, sintiendo como las lágrimas amenazaban con anegar sus ojos.


    Luego de un rato, un poco más compuesta, por fin se decidió a salir del consultorio. Su sorpresa fue mayúscula cuando se encontró frente a frente con Ritsuko y el Comandante Ikari, quienes aguardaban pacientemente su llegada.

    —Buenas noches, Mayor— pronunció Ikari con su voz grave y portentosa, intimidante —Espero que no sea un inconveniente para usted, pero le pedí a la Doctora Akagi que me acompañara para poder conversar con usted.

    —¡Esto sí que es raro! Supongo que debe ser algo muy importante, si no pudieron esperar hasta que regresara al cuartel, ¿cierto?

    —Nada es más importante que la vida humana, Mayor— asintió Gendo, clavando sus ojos de gavilán en ella.

    —Misato, estamos aquí porque sabemos la situación por la que están pasando y queremos ayudar— intervino por fin Akagi, quien tuvo que deshacerse de su típica bata para que no la confundieran con personal de salud —El Comandante Ikari y yo queremos ofrecerles todos los recursos de los que dispone NERV para hallar una solución a su problema…

    —¡Vaya! ¡Debo haberme quedado dormida, pues no me di cuenta cuando fue que nos convertimos en una organización de beneficencia!

    —El sarcasmo está por demás, Mayor Katsuragi— interpuso el hombre barbado, jugando bien sus cartas —Somos la agencia que cuenta con las mentes más brillantes del planeta en su nómina. Construimos monstruos del tamaño de rascacielos, asesinamos dioses, manipulamos genes a nuestro antojo y usamos física cuántica a voluntad… encontrar una cura para la enfermedad de Rivera… de Kai… será cosa de niños…

    —Y por supuesto que harán todo esto desinteresadamente, sin esperar nada a cambio— por un momento Misato olvidó que hablaba con su jefe y no con cualquier parroquiano, pero nada de ello le importaba cuando su muchacho estaba de por medio.

    —No te equivoques, Misato— repuso su compañera —Pese a toda nuestra historia y que no simpatiza mucho ni con el comandante ni conmigo, Kai sigue siendo un recurso muy valioso para NERV, como científico y como piloto. Es sólo natural que tengamos que hacer lo posible por conservar ese recurso, si está en nuestras manos…

    —¿Y qué es lo que quieren de mí, entonces? Todo esto deberían estarlo hablando con él, no conmigo…

    —Usted sabe muy bien la respuesta, Mayor Katsuragi— le contestó Gendo, cruzándose de brazos —Conoce mejor que nadie al muchacho y sabe que su soberbia le impedirá recibir cualquier ayuda que no sea la propia… no querrá reconocer que alguien más pueda encontrar una solución que a él no se le ocurrió. Lo sabe, ¿no es así?

    —En otras palabras, queremos que hables con él para convencerlo que se preste a que le realicemos una serie de exámenes que necesitaremos para conocer la magnitud y alcance de su condición…

    —¿No querrán practicarle una vivisección? Creo que esa es una de sus mayores pesadillas desde niño…

    —Únicamente necesitaremos cultivar un poco de su tejido medular… una cosita de nada, te lo garantizo…— acotó Akagi, viendo como los muros de protección de su amiga eran derribados, sólo necesitaba un empujoncito final —Pero que podría ayudarnos a salvarle la vida, al fin y al cabo eso es todo lo que nos interesa aquí, ¿no?

    Misato para nada era estúpida. Sabía que el súbito interés de aquellos dos por el bienestar del jovencito debía tener algún trasfondo oculto. Pero ya lo habían intentado todo, estaba tan desesperada y no tenía a quien más acudir. Ante todo, no quería que su querido muchacho muriera. No podría soportar otra pérdida más en su vida. No de nuevo. Y sabía bien que por salvarlo incluso podría venderle el alma al Diablo.

    —Pese a todo lo que le hayan dicho José Rivera y su hijo, no tiene porqué desconfiar de mí, Mayor— dijo Ikari en tono conciliador, casi amistoso —Créame, si quisiera hacerle algún daño al muchacho ya lo habría hecho desde hace bastante tiempo… y si quisiera sacarle algún provecho sabe bien que no me detendría ante nada para obtener lo que quiero… pese a que él y yo no coincidimos en muchas ocasiones, no soy un monstruo, no le deseo algún mal… y si está en mis manos, entonces quiero hacer todo lo que esté a mi disposición por ayudar. Es tan simple como eso. Sólo le pedimos que hable con él, a final de cuentas será el mismo Rivera… Kai… quien tomará la decisión. Y estamos en toda la disposición de respetarla.

    —Sólo piénsalo, por favor, Misato— ultimó la Doctora Akagi cuando con un ademán Ikari se despedía y les daba la espalda para salir —Sólo tienes que hablar con él, es todo lo que necesitamos.

    De la misma manera la científica se despidió, apurándose disimuladamente para alcanzarle el paso al comandante, quien ya iba de salida.


    En cambio, la Mayor Katsuragi permaneció inmóvil en su sitio un rato más, de pie, sola en el estrecho corredor. Sabía bien lo peligroso que era acceder a cualquier propuesta del Comandante Ikari, pero también era de su conocimiento que las alternativas se le habían terminado hace ya mucho y debía aferrarse a la única esperanza que aún tenía, sin importar el costo.


    A las dos de la madrugada aquél 18 de Enero del año 2016 recién comenzaba, pero en el interior del Geofrente las labores no habían parado desde el comienzo de la crisis, sobre todo en el hangar bajo jurisdicción de las Naciones Unidas, donde los trabajos de restauración de las Unidades Beta y Zeta habían comenzado de inmediato. A expensas de la urgencia que tenían las fuerzas armadas por contar con sus armas más potentes, los empleados tenían el tiempo encima para volver a dejarlas operacionales y listas para el campo de batalla lo antes posible.


    El mayor desafío, obviamente, sería la reparación del Eva Zeta. Si bien su coraza sólo requeriría arreglos cosméticos, la problemática consistía en reemplazar por completo cada sistema electrónico y restaurar cada componente orgánico que lo hacían funcionar. Era una labor tan grande como el propio Evangelion, que yacía inerte a lo largo y ancho de todo el espacio en el gigantesco complejo, con una multitud de atareados técnicos trabajando sobre él como una colonia de hormigas. Todo ese movimiento coordinado y dirigido en gran parte por un solo hombre, Kenji Takashi, Jefe de Mantenimiento y Logística de esa división, quien a esas horas ya trabajaba su tercer turno consecutivo.

    A sabiendas de esto, y dado su temperamento tan explosivo bien conocido por todo mundo, los técnicos bajo su mando procuraban hablarle sólo lo estrictamente necesario. Por ello era natural el nerviosismo del joven que se le acercaba a sus espaldas, mientras que él con tableta en mano supervisaba los avances y recursos de la operación.

    —Señor— la mirada que de inmediato recibió el joven lo congeló en su puesto —Lamento molestarlo, pero… tenemos una situación en la oficina del director que necesita su presencia inmediata… se trata, pues… eeeh…

    —Ya sé, ya sé— interrumpió Takashi, hastiado, volviéndose a esa dirección —Deja de holgazanear y regresa a tus trabajos, niño de los mandados…

    Desde que se enteró del nuevo escape de Kai del hospital sabía bien que allí es a donde iría a parar. Él mismo lo hubiera interceptado, de no ser porque estaba tan encabronadamente ocupado. Su mal humor aumentaba con cada paso, con cada escalón que subía. Todo eso era un enorme e irresponsable desperdicio de su tiempo, tan valioso.


    Por su parte, Kai Rivera libraba su propia batalla, contra las limitaciones de su cuerpo lastimado. Frente a sí, desparramados sin orden preciso por todo el piso de su oficina, se encontraban esquemas de los sistemas de Zeta y varios documentos más. Trataba de organizarlos en una secuencia que fuera coherente con sus propios mapas mentales de tales estructuras, algo que pudiera servir para una organización más eficiente y distribución más rápida de los trabajos de restauración. Parecía algo sencillo, un proceso que no le hubiera consumido más que unos cuantos minutos de estar en su mejor condición. Pero como no lo estaba, constantemente era interrumpido por terribles dolores que lo aquejaban a lo largo de su maltrecha humanidad. En ese preciso instante se retorcía, con su pecho ardiendo, sintiendo una costilla bailarina que no se quedaba en su lugar. Al toser, un puñado de sangre embarró toda la mano con la que se había cubierto la boca.

    —Así que… así es como todo termina, ¿eh?— murmuró penosamente para él mismo, limpiándose apuradamente como podía al escuchar el incesante sonar del radio de Kenji aproximándose por el pasillo.

    —¡Dile a ese imbécil que las conexiones tienen que estar en secuencia inmediata ó el dispositivo de entrada nunca va a arrancar! ¡Sí, claro, eso es puro sentido común! ¡No! ¡Ahorita voy para allá para enseñarles como carajos lo tienen que hacer!

    La puerta cerrándose con un fuerte golpe avisó de la entrada del recién llegado, quien acuchillaba con la mirada al maltrecho chiquillo delante suyo.

    —Cómo te imaginarás, no tengo tiempo para esto— suspiró Takashi pesadamente, inspeccionando el descuidado estado de aquel espacio —Sé que piensas que eres indispensable aquí, y odio sacarte de tu burbuja, pero no lo eres. Nadie es indispensable. Así como estás, no puedes ni ayudarte a ti mismo, así que lo mejor sería que te fueras inmediatamente. Puedo llamar a seguridad para que te saquen a rastras, de ser necesario, y te lleven de regreso al hospital.

    —Gracias, pero ese es un lugar que prefiero visitar bajo mis propios términos— contestó Rivera, tratando de aligerar las cosas —Además, no veo qué problema te puede causar el que me quede aquí, no le estorbo a nadie… sé que todo esto está bastante jodido, pero por eso mismo estoy tratando de darle solución… si tan sólo me dejaran en paz cinco malditos minutos sin que intentaran amarrarme a una cama de hospital sé que podría arreglar todo para que…

    —¡Mírate, demonios, mírate como estás!— vociferó iracundo su acompañante —¡Mira todo este maldito lugar, cómo lo dejaste! ¡¿Me crees un completo imbécil?! ¡¿Crees que no sé donde va cada cosa para armar ese condenado armatoste!? ¡¿Me crees incapaz de organizar eficientemente a toda esta bola de simios descerebrados para poder sacar adelante el trabajo?! ¡Puede que tú hayas diseñado a Zeta, tú lo habrás construido y encontrado el modo de hacerlo funcionar, pero yo soy el que lo mantiene y lo repara todos los días! ¡Yo soy el que se la pasa picando piedra, aquí, escondido en este agujero de mierda mientras tú sales afuera a lucirte, a jugar al héroe! ¡Así que no te atrevas a venir y decirme que no sé hacer mi trabajo, con un demonio!

    —Yo nunca dije eso— repuso el muchacho, respirando agitadamente con dificultad, tratando de disimular —Pero se nota que has pasado algún tiempo meditándolo… no trato de hacerte menos, sólo hago lo posible para que no tengas que presionarte tanto, como sé que lo harías… sólo estoy aquí para ayudar y…

    —¡¿Ayudar?! ¡¿Ayudar, dices?!— Kenji aprovechó el espacio que el chiquillo se tomó para recobrar el aliento para estallar, rabioso —¡Si quieres ayudar, si en verdad quieres ser de tanta utilidad, trata de que no te hagan cagada la próxima vez que salgas a pilotear esa desgraciada máquina! ¡Esa es toda la ayuda que necesitamos de ti, que dejes de ser tan idiota y te tomes las cosas con seriedad! ¡Madura de una buena vez, maldita sea! ¡Cinco minutos! Eso es todo lo que tienes, antes que llegue seguridad y te refundan de nuevo en el hospital… tú sabrás si continúas aquí cuando vengan por ti…

    Una vez más la puerta era azotada furiosamente, poniendo fin a la discusión. Kai permaneció unos momentos más, mirando penosamente la salida. Estaba cayendo en la cuenta que sus continuas y prolongadas ausencias habían creado en la división a su cargo un vacío de poder que estaba siendo llenado por su segundo al mando, quien cada vez se tomaba más y más atribuciones que no le correspondían. Muy probablemente envalentonado por su condición tan lastimosa. Trataba de convencerse que el hombre actuaba así por las prolongadas jornadas de trabajo ininterrumpidas, que cuando las cosas mejoraran Takashi se disculparía con todos por su terrible actitud y todo volvería a ser como antes, antes que todo su mundo se pusiera de cabeza. De eso es lo que trababa de convencerse, y para ello lo mejor sería ya no seguir provocándolo y hacer como él decía. Todo eso revelaba lo malo que era Kai para juzgar el carácter de las personas y lo ingenuo que a veces podía llegar a ser.


    Mientras tanto, bufando como un toro furioso, luego de haber llamado a los elementos de seguridad para que dispusieran del joven Katsuragi, Kenji desquitaba su ira pateando un bote de basura. Estaba harto de tantas estupideces, harto de tener que seguir a la sombra de un chiquillo que jamás apreciaría su trabajo ni le permitiría brillar con luz propia. Para alguien como él era demasiado humillante tener que estar a las órdenes de alguien a quien consideraba su inferior, sobre todo si se trataba de un quinceañero caprichudo que dejaba que las hormonas controlaran sus acciones. Bien podía tratarse de la persona más inteligente del planeta, pero eso no cambiaba el hecho que siguiera siendo un niño lelo sin la más puta idea como funcionaban las cosas en la vida real. Era claro que algo tenía que hacer para solucionar tal injusticia.

    —Habla Kenji Takashi— pronunció por su radio con un tono más mesurado, una vez que por fin logró tranquilizarse —Quisiera poder hablar con el Comandante Gendo Ikari lo antes posible, por favor…


    Así es la vida, es lo que muchos podrían decir por experiencia propia. Una enorme tómbola, que a veces eleva a algunos sólo para hundirlos en alguna otra vuelta. En un descuido el príncipe puede volverse mendigo y el que ahora tiene hambre mañana se saciará a manos llenas. El joven Shinji Ikari podía dar buena cuenta de ello, si bien durante el transcurrir de su corta vida había pasado por tiempos difíciles, indudablemente ahora se encontraba viviendo sus mejores días.


    Como prueba estaba la deliciosa cena que había podido disfrutar al lado de su preciosísima novia y la larga velada que habían gozado juntos, en el apartamento a media luz de ella. La noche les parecía que era como ellos, joven y ansiosa, y estaba bastante lejos de terminar. Eso era lo que prometía el apasionado beso que sellaba sus ansiosos labios, sintiendo próximo el cuerpo de la linda muchachita, quien casi lo tira de espaldas. Sus manos se deslizaban por la grácil silueta de la joven, explorando casi toda su atractiva anatomía. El dulce olor de su cabello perfumado, que inundaba su olfato mientras la besaba ávidamente, lo enloquecía. Todo su encantador, delicioso ser lo trastornaba como a un perro en celo.

    —Te amo… te amo…— repetía el muchacho incansablemente entre suspiros, mientras recorría con sus labios cada rincón visible de la exquisita piel de la jovencita —Te amo…

    Sophie le clavaba su profunda mirada, tan cándida e intrigante a la vez, mientras le sujetaba las manos y las colocaba encima de sus núbiles pechos. Al contacto con los suaves, firmes y recién formados senos de la muchacha una sensación nueva y desconocida se apoderó de Shinji, llenándolo de temor y despertándolo del dulce trance en que se había colocado.

    —¡So-Sophie!— exclamo de repente el chiquillo, ruborizado, casi aterrado —Creo… creo que es suficiente por hoy… además se hace tarde y debo ir a casa…

    —Niño torpe, despistado— murmuró Neuville melosamente, sujetándolo como halcón a su presa y tirándolo boca arriba para colocarse encima de él —¿Qué horas crees que son? Ya es muy tarde para que te vayas a casa, tontito, pasarás lo que queda de la madrugada conmigo, mi amor… así podremos ver juntos el amanecer por primera vez… y algo más…

    Acto seguido la pequeña fiera paseó la lengua a lo largo de su cuello, dejándolo indefenso y a su completa merced. Irse ya no entraba más en los planes de Ikari, extasiado como estaba con la placentera droga que Sophia le presentaba.

    —No puedo dejar de pensar en la forma cómo derrotaste a todas esas cosas— continuó la jovencita en susurros, besando casi a mordiscos el rostro, oídos y cuello de su novio, abandonado por completo a aquél dulce tormento —Te convertiste en una bestia salvaje, ¡un animal!

    —Oh, Sophie…— gimió el muchacho, con el aliento de la fogosa chiquilla haciéndole cosquillas detrás de la oreja —Perdóname si te asusté… sólo quería…

    —¿Asustarme? ¡Tonto!— pronunció su novia juguetonamente, mordisqueando el lóbulo de su oído, lo que provocaba que los ojos se le pusieran en blanco al desvalido Shinji —Nunca, nadie había hecho algo como eso por mí… jamás… y saber que muy en el fondo de este tierno, dulce y simpático muchachito hay una criatura violenta, poderosa e invencible, que hará cualquier cosa por protegerme… me excita como no tienes idea…

    Cómo para darle énfasis a sus palabras la jovencita colocó las manos del muchacho sobre sus redondos y apetecibles glúteos, que de inmediato comenzaron a ser masajeados con lujuria.

    —Tómame, Shinji Ikari— las manos de la ávida joven se deslizaron hasta la entrepierna de su pareja, sintiendo la dureza y rigidez del bulto que sobresalía por debajo de sus pantalones —Quiero entregarme por completo a ti, te pertenezco…— los hábiles dedos de Sophia pronto desabotonaron el pantalón y bajaron con rapidez el cierre de éste, lo que le permitió acceso a su contenido, que se irguió ante sus ojos, liberado al fin —Me entregaré, en cuerpo y alma, al monstruo rabioso que vive dentro de ti y que hoy salvó mi vida… tómame, te deseo, mi fiel bestia sanguinaria….

    Algo primitivo, ancestral, tan antiguo como la vida misma despertó entonces en Shinji, permitiéndole apoderarse de su persona sin poner obstáculos. No había hombre alguno que pudiera resistirse. El instinto puro estaba al volante y no lo soltaría hasta haber saciado su hambre. Sin mediar más palabra Shinji se liberó de la deseosa jovencita, abalanzándose sobre ella como un tigre.

    Una maraña de piernas y brazos se sucedió entonces, cuando los dos rodaban por el piso y sus ropas volaban una tras otra por el aire, cayendo en el piso sin un orden concreto. Los jadeos se sucedían ininterrumpidamente cuando al fin ambos estaban libres de cualquier envoltura que ocultara sus cuerpos, mostrándose el uno al otro tal como eran, sin ningún tipo de envestidura ni adorno sobre ellos. Sus carnes parecían querer absorber cada cual al otro, en medio de aquel frenético e intenso choque entre ambos. Alocado, desenfrenado, pero bastante apasionado, era pues, un típico encuentro entre adolescentes que recién despertaban a la vida. Al cabo de un placentero rato, la naturaleza encontró su curso y el joven Shinji Ikari se encontró a sí mismo montando a su bella novia, resoplando al estar gozando de los placeres de la carne por vez primera. Ella gemía placenteramente con cada embestida de aquella criatura furibunda que había despertado gracias a su iniciativa. Se mordía los labios y se sujetaba férreamente del colchón debajo de ellos, queriendo recibir y absorber lo más que pudiera de su aguerrido pero poco experimentado amante, quien a su vez luchaba con todas sus fuerzas contra todo el cúmulo de idílicas sensaciones que lo conminaban a un final anticipado, el cual quería evitar a como diera lugar, buscando prolongar aquel momento, el más feliz de toda su vida, todo lo que le fuera posible. Pero finalmente ocurrió lo inevitable y aquel maravilloso, glorioso encuentro llegó a su conclusión, con el joven Ikari súbitamente transportado a las puertas del Paraíso, los Campos Elíseos, el Valhala y el Nirvana todos juntos a la vez en un suculento frenesí de emociones y sensaciones.


    Jóvenes como eran, pudieron resistir varias veces más hasta que el cansancio hizo presa de ellos y el sueño los derrotó, durmiendo plácidamente en brazos del otro. Por lo menos Shinji lo hacía, mientras que Sophie lo sujetaba afectuosamente, velando su sueño y mirando como la luz de un nuevo sol empezaba a colarse a través de la ventana de su cuarto. Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro al percatarse de la belleza inigualable, la perfección inaudita del momento que se le permitía disfrutar. ¡Era tan maravilloso estar con vida!

    —Te amo— susurraba entre sollozos, cuidando de no despertar a su novio entre sus brazos —Te amo tanto…

    Dada la expresión contradictoria en su rostro al decir aquellas palabras, que sin embargo eran tan puras, tan sinceras, era difícil decir si sus lágrimas eran de felicidad… u otra cosa…


    Si bien nunca hablaba al respecto de ello, era innegable que el matar personas figuraba entre las extensas tareas que Ryoji Kaji debía desempeñar en su intrincada área laboral. Era una de las cosas más desagradables que tenía que hacer, y que tenía que sobrellevar como pudiera con su atribulada conciencia. No disfrutaba nunca al hacerlo, si bien estaba consciente que todas las ocasiones que tuvo que segar una vida era absolutamente necesario para la realización de sus objetivos. No era un novato en tales lindes y ya tenía bastantes cruces en su haber. Pero aquella vez, aquella horrible, terrorífica vez fue la primera que tuvo que asesinar a más de uno en tan poco tiempo. En el transcurso de esa larga jornada seis personas habían perdido la vida por obra suya. Eso, sin contar a los otros diecisiete infelices que ayudó a Amit a despachar. Matarlos era una cosa, pero lo peor era tener que lidiar con la tarea de registrar y disponer de los restos, eso ya era algo nefasto y enfermizo, tal como podía constatarlo al arrastrar de los pies lo que quedaba de un corpulento sujeto de más de un metro ochenta con la mitad de la cara faltante, despedazada por la acción de una certera bala expansiva.

    —¡Este… hijo de puta… tampoco las tiene! ¡Uff!— resopló, haciendo un último esfuerzo para quitar el cadáver del estrecho y oscuro pasillo —¡Ya lo revisé de pies a cabeza, y nada!

    —Sí, me quedó claro que tu revisión fue muy exhaustiva, sobre todo en el área de la entrepierna, que es la que más te interesa, ¿no, maldito enfermo perverso? ¡Jajaja!— rió el gigantesco Amit, cuando se deshacía sin esfuerzo de otro cuerpo al que arrojó como un costal de papas —Descuida, tu secreto está a salvo conmigo… además mira lo que me encontré colgando del cinturón de este pobre diablo, parece que tenemos lo que queríamos— le dijo mientras le mostraba triunfante un arillo metálico con un montón de llaves oxidadas, agitándolas para que sonaran como campanillas.


    Los hombres ya no estaban solos en ese lúgubre escondrijo que tanto trabajo les costó localizar y asegurar. Un discreto grupo de siete elementos de las Fuerzas Armadas de las Naciones Unidas había llegado hasta el lugar para ayudarlos a escoltar al valioso “Prisionero Cero” hasta la base más próxima a aquel punto perdido. Se trataba de una cueva perdida entre las inmensurables dunas del desierto, en cuyo interior se habían tallado cavidades y estrechos pasillos que recorrían toda la gruta, para que fuera acondicionada como una nada cómoda prisión, más parecida a un calabozo del Medioevo. La oscuridad era muy densa dentro de su interior, por lo que ambos hombres requirieron de gran esfuerzo para asegurarla y disponer uno a uno de los pocos guardias que la custodiaban. Una vez consumada esta parte, lo siguiente era mandar una señal para que el equipo de recuperación y escolta fuera enviado hasta su posición y finalmente, en una rápida maniobra, sustraer al prisionero y ponerlo bajo custodia de los Cascos Azules. Era en esta parte de la operación, aparentemente la más sencilla de todas, en la que se encontraban en esos momentos. Con impaciencia Amit comenzó a introducir las llaves a su disposición, probando una tras otra hasta que encontró la correcta, que hizo girar el pistilo de la puerta enmohecida, que se abrió con un prolongado chirriar.

    —Más les vale que me cubran, y que me cubran bien, soldaditos de juguete— susurró el israelita, preparándose para adentrarse en la tenebrosa mazmorra —Quien sabe con qué diablos nos encontremos ahí dentro…

    Con su rifle por delante, listo para disparar, de un súbito movimiento el larguirucho sujeto se introdujo en la oscura celda, listo para todo. Ó casi todo.

    —¡No puede ser! ¡Maldición! ¡¿Qué puta madre es todo esto?!— se le oía lamentarse, desesperado —¡Diablos, no!

    —¿Qué te pasa, imbécil? ¿Está todo bien?— preguntó Kaji desde afuera, apuntando como todos los demás su rifle de asalto a la entrada de aquel hueco en la gruta, de cuyo interior no se distinguía la gran cosa, más que la gruesa espalda de su compañero.

    —¡Vengan a verlo por ustedes mismos, esto es cosa del diablo! ¡Oh, mi Dios! ¡¿Qué es todo esto?!

    Con cautela, uno a uno fueron entrando a ese diminuto espacio, con Ryoji a la cabeza. Una vez que sus ojos se acostumbraron a la penumbra pudo distinguir varios aparatos de uso médico y también el motivo del disgusto de su colega. Al principio no le encontraba mucha forma, pero al percatarse de lo que se trababa sintió vértigo, náuseas y el vómito subiendo por su garganta. Se trataba de lo que quedaba de un ser humano, colgado de la pared como espantapájaros. Sus brazos y piernas habían sido amputados por completo, sus genitales removidos quirúrgicamente y sus párpados sellados, cosidos, sin rastro aparente de sus globos oculares. Lo peor de todo es que, según los registros y artefactos, aquél despojo seguía con vida. Varias sondas conectadas a su organismo lo alimentaban y disponían de sus desechos, mientras un respirador artificial conectado a sus pulmones le suministraba el indispensable oxígeno para la vida. Uno de los jóvenes soldados, el de estómago más débil al parecer, no pudo soportar la visión y descargó todo el contenido de su desayuno sobre el piso.

    —Mi nombre es Amit Fayerman, agente de inteligencia de las Naciones Unidas, estamos aquí para liberarlo y ponerlo bajo nuestra custodia… ¡Identifíquese!— pronunció el gigantesco hebreo, tratando de no hacer lo mismo que el novato a sus espaldas.

    No obstante, el lastimoso bulto que en días mejores pudo haber sido un ser humano no hizo intento alguno por responder a su llamado. A través de la mascarilla de respiración se podía apreciar claramente sus labios moverse ininterrumpidamente, pero ningún sonido entendible salía de estos.

    Amit se identificó nuevamente con el prisionero y nuevamente le pidió que hiciera lo mismo, aún así no hubo respuesta. Intentó varias veces más, hablando en inglés, francés, alemán, hebreo, persa e inclusive en siríaco, siempre con el mismo resultado.

    —Le habrán cortado también la lengua estos dementes— resopló, frustrado —Así no nos va a servir de nada. Lo mejor sería ponerle una bala en la frente y acabar con su miseria. ¿Cómo putas lo vamos a transportar? No creo que la pobre piltrafa resista un minuto si lo desenchufamos de todo este batidillo de sondas…

    —Espera, creo que alcanzo a entenderle algo— le dijo Kaji, pegando el oído lo más que podía a la boca del despojo.

    —El Señor es mi pastor, nada me habrá de faltar…— le escuchó decir, apenas con un lastimoso sonido que difícilmente podría pasar como un hilo de voz —El Señor es mi pastor, ¿qué me puede faltar?... En las verdes praderas Él…

    —¡Es español!— pronunció a viva voz, satisfecho de haber resuelto el enigma —¡Está hablando en español! ¡Eh, viejo!— se dirigió al cautivo en ese idioma —¡Estamos aquí para liberarte! ¡Somos de la O.N.U., tus celadores están todos muertos! ¡Dinos quien eres! ¡Identifícate!

    —¿Qué? ¿Qué… es todo esto?— dijo un poco más fuerte el reo, con dificultad, sorprendido de escuchar una voz nueva después de sabe cuánto tiempo, desconcertado, levantando como podía la cabeza y volteando a todos lados —¿Quién… es este que me habla? ¿Eres tú… Demian? ¿Este… es otro de tus trucos? Sabes bien que no puedes engañarme, no importa todo lo que intentes…

    Con la sola mención de ese nombre Kaji se avispó por completo, como sacudido por una fuerte corriente eléctrica.

    —¿Demian? ¿Ustedes escucharon eso? ¿Dijo “Demian”?— preguntó sumamente nervioso a todos y a nadie en particular.

    —¡Yo que sé!— respondió furibundo Amit, confundido por aquel súbito arranque de su compañero —¡Tú eres el único que le entiende a esa cosa!

    —¡Viejo! ¡Viejo!— insistió de nuevo el japonés, en un español más o menos entendible, colocándose al lado del prisionero y agachándose para poder hablarle casi al oído —Mi nombre es Ryoji Kaji, estoy aquí con otras ocho personas para rescatarte de quienes te hicieron esto… vendrás con nosotros, estás a salvo… sólo dinos quien eres… ¿cuál es tu nombre?

    —En… en el infierno… no necesitas de nombres…— el cautivo respondió en su lastimoso tono, falto de aire —Ni hay rescate del lugar del tormento eterno… ¿en verdad creen… que él me dejará salir de aquí… luego de todo este tiempo? A mí me habrán sacado los ojos… pero los verdaderos ciegos son ustedes… huyan mientras puedan… necios…

    —¡No hay nada que temer, viejo! ¡Todos tus carceleros están muertos, eres libre! ¿No lo entiendes? ¡Dinos a quién le tienes tanto miedo! ¿Quién te encerró aquí, quién te hizo esto?

    —Se presentó ante nosotros como un médico… bien intencionado y dispuesto a ayudar… atendió a muchos de nosotros, aliviándolos de sus males, de su sufrir… con el paso del tiempo se fue ganando la confianza de todos… pero yo sabía… yo siempre supe… y él siempre supo que… yo también sabía… que…

    Estaba claro que el largo tiempo privado de su libertad, además de todo el castigo inhumano que había tenido que soportar habían hecho estragos en la psique de aquél pobre desdichado, como era de esperarse. Comenzaba a divagar en su relato, a balbucear sonidos y frases inconexas hasta que Kaji, desesperado, hizo como pudo para traerlo de vuelta:

    —¡Concéntrate! ¡Te pregunté quién te hizo esto! ¿Quién lo hizo?

    —Ese fue el mayor problema al que me enfrenté… siendo el único católico creyente entre todos esos ateos marxistas… siempre se burlaban de mi fe, a pesar de mi compromiso… con la causa… tal vez haya sido un error unirme a ellos… ¿pero qué otra opción tenía, en ese entonces? Los gringos protestantes… nos estaban matando a todos…

    Ryoji se tapó la cara, sin saber qué más hacer. Si acaso pretendía extraer cualquier trozo de información útil de aquél infeliz iba a tener que ser paciente y poner atención a todos sus desvaríos, esperando escuchar algo que le sirviera.

    —Por…por supuesto que nadie me creyó… cuando les dije quién era ese hombre en realidad… cuando les revelé la verdadera naturaleza… de su médico curandero… pero a mí no podía engañarme… a pesar de su acento europeo tan distinguido… ó ese aire de nobleza que transpiraba… todo se encuentra en las Revelaciones… el Apocalipsis de Juan… cuando les comencé a hablar del Falso Profeta… del Anticristo… todos empezaron a reír… tiempo después, ya nadie reía… todos… todos murieron… todos murieron, ¿cierto? Pero a mí… a mí no me tuvo tanta consideración… a mí, el que siempre… el que siempre supo quién era en verdad… quien sabía todos su secretos… y lo que pretendía hacer… no es que me haya servido de algo… como puedes ver… no pude escapar… me encontró… y me trajo aquí… quería quebrar mi espíritu… mi fe… pero no pudo hacerlo… sin importar cuantas partes de mi cuerpo cortara… sin importar todas las drogas que usara para someterme…"¿Te has fijado en mi siervo Job? No hay nadie como él sobre la tierra: es un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal".

    —¡¿QUIÉN CARAJO TE PUSO AQUÍ, VIEJO IMBÉCIL?!— estalló finalmente el japonés, derribando una mesita con utensilios médicos en su rabieta.

    Extrañamente, Amit fue la voz de la razón en ese momento:

    —Calma, maldición, no puedes ponerte muy exigente con alguien así…

    —Demian…— susurró entonces el prisionero, casi como un último aliento —Demian… Hesse… avisen a todo el mundo… Demian Hesse…nos condenará a todos… el pozo se abrirá y la tierra será consumida por las llamas del Infierno…

    —¡No! ¡No puede ser posible, viejo idiota!— Kaji respondió frenético, mucho más furibundo que antes —¡Demian Hesse está muerto! ¿Me oíste? ¡Demian Hesse murió!

    —¿Demian Hesse?— pronunció también Amit, contrariado —¿EL Demian Hesse?

    —Díganle… díganle a mi amigo… el Comandante Chuy… que Demian Hesse… nos perderá a todos en las tinieblas… y que se quedó… con su mayor tesoro…tiene que salvarla… tiene que salvarla…


    Ryoji apenas si podía dar crédito a lo que había escuchado, pero lo más desconcertante es que todo encajaba a la perfección y eso era lo que lo mantenía en ascuas. Sujetaba su cabeza, preguntándose el cómo. ¿Cómo? Antes que pudiera encontrar la respuesta a su pregunta, súbitamente todas las pantallas disponibles en aquella tenebrosa instalación se encendieron a la vez, sin un mecanismo visible que las haya activado. Al mirarlas por poco y le da un ataque al corazón, sorprendido de ver el macabro rostro del Doctor Demian Hesse en todas ellas. Se había dejado crecer el cabello y las barbas, estaba mucho más viejo y una profunda cicatriz le marcaba la cara. Pero a diferencia de Misato, meses antes, él no tuvo problemas para reconocer aquél cabello plateado, y sobre todo esos ojos verdes tan llenos de rencor, que eran inconfundibles. Ese era su rostro. El rostro de una persona a la que creía muerta desde hace ya casi doce años.

    —Saludos, intrépidos aventureros— comenzó a decir la grabación de Hesse, con ese aire tan melodramático al que era tan asiduo —Si están viendo esto, quiere decir que nadie ha pulsado el código de seguridad los últimos treinta minutos, por lo que asumo que todos mis guardias han muerto y han podido descubrir mi pequeño pasatiempo. ¿Qué puedo decir? A pesar de ser un hombre tan ocupado, necesito distraerme de vez en cuando. El problema es que mis gustos son un poco más exigentes y especializados que los de cualquier otra persona. Pueden catalogarme como loco, pero mi posición tan alta debe darme solamente el rango de excéntrico. Seguro estoy que en estos momentos deben estar muy satisfechos y orgullosos de haber descubierto la verdadera identidad del líder del Ejército de la Banda Roja. De mi parte, mis más sinceras felicitaciones— decía mientras aplaudía pausadamente —Se necesita de mucho arrojo y recursos para llegar hasta donde están ahora. Cómo pueden constatar, estoy vivo, y en excelente estado de salud, listo para revolucionar el mundo. No es que saberlo les vaya a ser de mucha utilidad, por supuesto. Esta fosa fría, perdida en la nada, será su tumba. Todos ustedes morirán aquí. Pero podrán despedirse de sus pobres traseros con la satisfacción de haber desentrañado uno de los enigmas más grandes de nuestra era. Sólo me queda preguntarles, a todos ustedes, osados caballeros… ¿alguno de ustedes ha bailado con el Diablo, a la luz de la luna?


    Apenas si terminó de pronunciar aquellas palabras cuando el caos se desató por completo. La gruta entera se comenzó a cimbrar por completo, desmoronándose como si estuviera hecha de polvorones. Una serie de explosiones en cadena comenzó a sucederse a lo largo de la formación rocosa, cuyo objetivo era colapsarla por entero. Por si no fuera suficiente, el soldado más joven del contingente, aquél que había vomitado anteriormente, de inmediato recobró la compostura, y con los ojos perdidos y una expresión de rabia impresa en el rostro empezó a disparar a todos sus compañeros, a diestra y siniestra.

    —¡Debemos romper el cascarón del mundo! ¡Para la revolución del mundo!— gritaba sin parar, completamente enloquecido, sin dejar de apretar el gatillo de su arma por un solo instante, pese a toda la estructura que se le venía encima.

    Sus compañeros y el infeliz prisionero sin nombre no tuvieron oportunidad, muertos casi al instante por la primer ráfaga que salió escupida del rifle en su poder. Amit, aunque fuera de balance por los continuos estallidos, pudo maniobrar para esquivar esa nueva clase de “fuego amistoso” y de paso quitar a Kaji del camino de las balas, rodando fuera de la celda cuyo endeble techo se vino abajo, aunque dándole tiempo suficiente para salir al enajenado sujeto que los seguía con arma en mano, disparándoles sin cesar y recitando de la misma manera su recién adquirido mantra.

    —¡Debemos romper el cascarón del mundo! ¡Para la revolución del mundo!

    —¿Qué parte de “¡No beban agua del suministro local!” no entendiste, chiquillo idiota?— rugió Fayerman, haciendo oír su voz aún en medio del estruendo de las explosiones, sacando su pistola de un rápido movimiento y reventando la cabeza del muchacho con un solo tiro.

    —¡Amit! ¡Tenemos que largarnos de aquí!

    —¿En serio? ¿Se te acaba de ocurrir eso, estúpido…?

    El corpulento individuo no pudo terminar su justo reclamo, pues una nueva explosión a sus espaldas lo tiró boca abajo, con la espalda quemada y hecha pedazos. Aterrorizado por lo repentino del evento y el rápido acontecer de las adversas circunstancias que le rodeaban, Kaji ya no podía pensar más, sólo reaccionar. Como pudo sostuvo la enorme humanidad de su compañero y lo sacó casi volando a través de extensos pasillos que se iban iluminando con el fuego de las explosiones que los sacudían. Por puro instinto y una gigantesca cantidad de fortuna fue como pudo encontrar la salida de aquél condenado laberinto, que se desplomó completamente apenas habían salido de él.

    El hombre con el peinado de cola de caballo se desplomó en la ardiente arena del desierto que los rodeaba, agotado, no obstante agradecido por haber podido salir de una pieza de toda esa locura espeluznante. Jamás en toda su vida había visto la muerte tan de cerca. Casi entraba en estado de shock, de no ser por el aullido lastimero de Amit, tendido a su lado. De inmediato se incorporó para revisar el estado de las heridas de su acompañante, el cual era nada alentador.

    —Descuida… descuida… te pondrás bien… te llevaré a un hospital… y te pondrás bien…— balbuceaba, al mirar el amasijo de ampollas quemadas en que se había convertido su compañero.

    —No seas… imbécil…— respondió Fayerman, escupiendo sangre al hablar —Los dos sabemos… que estoy frito… la función se terminó… para mí…— agonizante, levantó lo que quedaba de su mano achicharrada, poniéndola frente a sus ojos que comenzaron a llenarse de lágrimas —No es gran cosa… de cualquier modo… hace mucho que mi tiempo había pasado… todos estos años…sólo fueron prestados… mírame… aún antes de quedar como pollo… a la Kentucky… ya estaba acabado… vivimos… vivía… en un mundo de monstruos gigantes… y niños que pelean con ellos dentro de robots gigantes… de locos que controlan a la gente… con drogas de control mental… ¿qué rayos le queda… a un fósil acabado de la Guerra Fría… cómo yo? Ya estaba muerto… desde mucho antes de venir aquí…

    —No digas tonterías… aún tenemos tiempo… sólo hay que…

    —Prométeme… prométeme que encontrarás… a ese maldito irlandés hijo de mil putas… y le pondrás un balazo de mi parte… a ese sucio bastardo…

    Y así, sin más, Amit Fayerman, el veterano espía israelí expiró rodeado del inmisericorde e inescrutable desierto egipcio, víctima de un intrincado conflicto bélico cuyas aristas apenas comenzaban a conocer del todo. Quizás así era mejor. Cómo lo había explicado, era una persona fuera de su tiempo. Las épocas cambiaban y para alguien como él cada día le era más difícil encontrar su lugar en ese mundo tan disparatado, donde lo imposible era suceso de todos los días.


    Kaji se puso en pie, como pudo, mirando desconsolado los despojos de su antiguo compañero. Alzó la mirada al cielo, bajo los ardientes rayos del despiadado sol de aquellas latitudes tan inhóspitas. Todo el cumulo de información que había obtenido se agolpaba en su cabeza junto con todos los inauditos sucesos por los que acababa de pasar. Era demasiada información para procesarla de golpe, mucho menos en la precaria situación en la que se hallaba. Sólo una cosa le quedaba claro: si Demian Hesse seguía con vida, Kai Rivera se encontraba en grave peligro. Y por añadidura, Misato también.

    —Tengo que regresar a Japón de inmediato— musitó, sin que nadie pudiera escucharlo a lo largo de toda esa inmisericorde tierra baldía.

    Cómo es que lo haría, perdido en medio de la nada, con su guía muerto y sin medios visibles de rescate, es lo que iba a tener que resolver si es que quería cumplir con su propósito.
     
  10.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    Capítulo Veinticinco: "El Espejo Negro"

    “Let's dance in style, lets dance for a while,


    Heaven can wait we're only watching the skies

    hoping for the best but expecting the worst.

    Are you going to drop the bomb or not?

    Let us die young or let us live forever

    we don't have the power but we never say never

    sitting in a sandpit, life is a short trip



    Forever young, I want to be forever young

    Do you really want to live forever, forever forever?

    Forever young, I want to be forever young

    Do you really want to live forever?

    Forever young?

    Alphaville

    “Forever young”


    Cuenta la leyenda que la ciudad fue fundada en un islote justo en medio del enorme lago de Texcoco, como un mandato de los dioses al pueblo azteca. La gran ciudad de Tenochtitlán se erigió sobre el lugar donde, posada sobre un nopal, un águila devoraba a una serpiente y desde ahí el imperio mexica subyugó a los demás pueblos de toda Mesoamérica, cuyo reinado se prolongó por casi dos siglos. Se constituyó rápidamente entre las mayores ciudades del mundo en esa época. Su esplendor y majestuosidad parecían eternas, inacabables. Pero aquella terrible noche del 13 de Agosto del año 1521 la gran Tenochtitlán era consumida por las llamas y la muerte, inexorablemente destinada a su caída y destrucción. El señorío de los antiguos aztecas sobre esa vasta y rica región llegaba a su abrupta conclusión, sellada y anunciada con el descubrimiento de aquél continente en 1492 y las subsecuentes expediciones europeas para conquistar los nuevos territorios.


    Eran precisamente esas hordas extranjeras, invasoras, las que después de dos meses de sitio, daban punto final a la existencia del más poderoso imperio de aquél lado del hemisferio con la caída de su ciudad capital. Las tropas españolas se abrían paso a punta de hierro y fuego entre una población de por sí diezmada por el hambre y la enfermedad. Pocos eran ya los habitantes que podían ofrecer cierta resistencia al inmisericorde avance de los conquistadores y sus rapaces aliados aborígenes, pero de cualquier manera la batalla se libraba casa por casa, una auténtica guerra urbana, donde cada morada, cada azotea era una fortaleza enemiga que debía ser quemada y destruida.


    Quizás uno de los puntos mejor defendidos de la ciudad era el templo custodiado por los cuāuhpipiltin ó los mejor conocidos como “caballeros águila”, una orden de guerreros de élite que componían el escalafón más alto de la estructura militar indígena. Uno de ellos, de los pocos que ya quedaban de su orden, trababa férreo combate cuerpo a cuerpo con los invasores justo a la entrada del recinto. Su espada ó macahuitl,un garrote de madera con navajas de obsidiana capaces de romper cráneos y armaduras, zumbaba por el aire a diestra y siniestra, manejado con suma pericia e impactando en los cuerpos de los enemigos que caían abatidos a sus pies. Su casco en forma de cabeza de águila y el plumaje que a éste adornaba le otorgaban una genuina apariencia de ave de presa al calor de la conflagración, moviéndose ágilmente para atacar, en una especie de vuelo sobre el campo de batalla. Aún así, dada la superioridad numérica de sus oponentes sobre el joven guerrero, aquello solamente podía tener un único desenlace.


    Un soldado español avanzaba a todo galope hacia donde se encontraba aquel feroz combatiente mexica. La imponente bestia desbocada que montaba no daba señal alguna de detenerse a su encuentro y la lanza que el extranjero sostenía frente a su montura delataba su posición de ataque y claras intenciones.

    Lejos de amedrentarse por la acometida, dando un estentóreo grito de batalla el guerrero defensor pegó un tremendo brinco a tiempo para alcanzar al jinete sobre su montura, destrozando su humilde arma de madera sobre la coyuntura de la armadura que protegía la cara y cuello del combatiente español, quien quedó muerto al instante, pero no sin antes descargar la punta de su lanza sobre el costado de aquella prodigiosa ave humana. La fuerza del encontronazo fue tal que los participantes salieron expulsados del punto de encuentro prácticamente volando en direcciones opuestas a su impulso inicial. El aturdido animal cayó de espaldas sobre los despojos de su jinete, relinchando confuso y adolorido, para luego incorporarse dificultosamente y salir huyendo de aquél horrible sitio de muerte. El caballero águila observaba como el animal se perdía en la confusión del espeso humo y el aterrador brillo del enorme incendio que consumía a la ciudad, con el oscuro firmamento estrellado como testigo impasible. El habilidoso guerrero de piel dorada apenas si podía mantenerse en pie, tapando con su mano el enorme hueco producido por el metal enemigo del que brotaba copiosamente borbotones de sangre negra que empezaban a formar un charco en el piso bajo sus pies. Sabía bien que aquella herida le pondría fin a sus días, no había más por hacer. Había dado todo de sí para defender su patria, su ciudad y a sus seres amados, y ahora, sin nada más que pudiera entregar sólo le aguardaba el descanso eterno.


    El sonido de unos fuertes cascos aproximándose lo hizo voltear en un momento justo a su destino final, el que encontró en la forma de un nuevo jinete montando un brioso caballo negro con la espada completamente desenvainada, que separó sin ningún problema la cabeza de águila del cuerpo del aguerrido joven, quien jamás se enteró como se dieron las circunstancias de su ingreso al Mictlan, la oscura tierra donde moraban los muertos.


    El jinete recién llegado profería fuertes gritos que rivalizaban con los de los defensores, a quienes embistió montado en su corcel y diezmándolos con el filo abrasante de su acero y los cascos de la bestia que lo cargaba en su lomo. Al impactar de lleno en la muralla de soldados mexicas pronto se vio en la necesidad de dejar su montura, completamente rodeado. No obstante, su espada y armadura fue todo lo que necesitó para mantener a raya a sus numerosos atacantes, atacándolos con una saña y salvajismo poco visto en los europeos. Al despojársele de su casco, dentro del forcejeo, se le reconoció como el tristemente célebre Diego Lope de Ribera y Bernal, sin lugar a dudas el lugarteniente más despiadado e implacable de los hombres bajo las órdenes de Hernán Cortés, aunque paradójicamente también el más olvidado de todos ellos por los relatos de la Historia.

    A Ribera se le conocía entre sus hombres como “el diablo Ribera” dada la saña y crueldad de su proceder, aún cuando no estuviera en situación de combate. Se cuenta incluso que la imagen icónica con la que se representaría a Satanás en la sucedánea época virreinal, un hombre barbado y de ropaje rojo, era directamente inspirada en la estampa de Ribera y Bernal, por lo que también era entendible que los frailes católicos que se encargaran posteriormente de recopilar las crónicas de la conquista de esas tierras omitieran deliberadamente la actuación de tan siniestro personaje en tan significativo evento. Era tan conocido y temido entre los indígenas como entre sus compañeros de viaje, con la misma nefasta reputación. Se sabía en ese entonces que gran parte de la responsabilidad de la masacre que había ocurrido en esa misma ciudad durante pasadas festividades, cuando a los extranjeros aún se les consideraba como enviados de los dioses y habían sido alojados hospitalariamente, recaía en los malévolos hombros de aquél desdichado, quien temiendo una trampa comenzó a atacar y a matar indios donde quiera que plantaba pie. Aquél trágico incidente había desencadenado el conflicto con los locales, cuyo corolario se estaba dando aquella lúgubre noche final, donde parecía que incluso las estrellas estaban cayendo de los cielos.


    Don Diego era un soldado español proveniente de la provincia de Castilla, que como casi todos los que formaban parte de aquella fantástica expedición, era motivado por el ansia de poder y riqueza como jamás podrían tener en su tierra natal. Poco letrado en los menesteres del saber, pero por el contrario bastante bien ilustrado en las formas de la lucha y de la guerra. Del otro lado del Atlántico se le consideraba una persona no grata, casi un forajido, pero en aquél nuevo mundo tenía la oportunidad única de convertirse en señor de todo cuanto su ambición le permitiera hacerse. Y lo único que lo separaba de toda esa riqueza ahora era esa caterva de aborígenes piojosos que no querían morirse, y a los que tenía que ayudar a decidirse despachándolos directo al infierno a punta de sablazos.


    Poco a poco, con sudor y sangre y con la ayuda de refuerzos aliados bajo sus órdenes, el conquistador hispano fue obligando a los pocos combatientes indígenas que aún sobrevivían a replegarse al interior del templo, cuyos pasillos iban quedando manchados con la sangre de sus aguerridos defensores. Uno de ellos se había separado del grupo principal para rezagarse a la entrada de un salón ceremonial, cuyo ingreso defendía como una fiera rabiosa. Ribera trabó combate directo con él y de alguna manera el mexica se las arregló para tirar el sable de sus manos, a costa de la destrucción de su garrote y escudo de madera, donde había quedado incrustada la hoja de acero extranjera. Enseguida ambos se trenzaron en una cruenta lucha a mano limpia, a puñetazos y empellones. Llegó un momento decisivo en el que ambos rodaron por el piso y siendo el español el de mayor tamaño y complexión pudo ingeniárselas para someter a su adversario, dejándolo postrado en el piso mientras que con sus gruesas y callosas manos le estrujaba el pescuezo para asfixiarlo.

    —¡Muérete de una puta vez, vil engendro!— vociferaba el hombre barbado, forcejeando con el muchacho al que buscaba arrebatarle la vida, sin dejar de apretarle la laringe.

    El aire, y la vida misma, fueron abandonando paulatinamente el cuerpo del joven mexica quien luego de un largo rato cayó muerto a manos del enemigo, sus ojos desorbitados clavados en la nada.

    El soldado europeo se puso en pie dificultosamente, cansado por la lucha. Luego de escupir el cadáver de su extinto enemigo procedió a recuperar su espada de donde había quedado atorada y la guardó en su funda. Acto seguido se resolvió a entrar al salón que aquel combatiente defendía con tanto ímpetu; bastante seguro que ahí encontraría alguna clase de tesoro se guardó de ser visto por alguien más, propio o extraño.


    Lo que encontró adentro le desagradó bastante, al toparse con un enorme salón desprovisto de cualquier riqueza. Únicamente unos cuantos incensarios de copal tirados por el piso, vasijas, taburetes y camastros a lo largo del recinto.

    —¡Voto al diablo!— rugió encolerizado, blandiendo su arma para destrozar lo poco que quedaba del cuarto, aquel por el que había arriesgado el pellejo para poder entrar. Nada escaparía de su furia, él mismo se encargaría de quemar todo el edificio hasta que sólo quedaran cenizas de ese maldito lugar, que resultó ser una gran pérdida de tiempo y esfuerzo.

    No obstante se detuvo al contemplar de reojo una figura que se incorporaba rápidamente de un rincón que hasta ese momento había permanecido oculto a su vista. Una joven y atractiva indígena se presentaba ante él, con las manos por delante en señal de rendición. Unas cinco criaturas, cuyas edades oscilaban entre los tres y ocho años se acurrucaban en el rincón a espaldas de la muchacha, pero la mirada de Ribera se encontraba perdida en los enormes, preciosos ojos color azabache y en las curvilíneas y suculentas formas de la doncella ante sí, cuyo ser transpiraba temor por todos sus poros. Después de todo había podido encontrar algo que valiera la pena en ese lugar.

    —Detén tu mano, señor, aquí ya no hay nadie que pueda combatirte— musitó la muchacha con voz quebradiza, presa del miedo. Su cabello recogido en una trenza a sus espaldas permitía ver su gesto compungido —Te ruego que respetes la vida de estos pobres inocentes a mi cuidado, no te han hecho ningún mal…

    Dado que hablaba en la propia lengua del extranjero, y por su vestimenta, aunque descuidada, se intuía que la muchacha era perteneciente a la nobleza que gobernaba aquella agónica nación.

    —¿Cuál es tu nombre, doncella?— preguntó el conquistador, con la mirada clavada en las curvas de la jovencita, despojándola de todas sus vestiduras en su pensamiento.

    —Mi nombre es Xochitl Ehecatl, hija de Cuauhcoatl Ehecatl, señor de…

    —Ya va, ya va— repuso con hastío el invasor, acercando sus pasos hacia donde se encontraba la linda muchachita —Me vale un coño tu jodido linaje, yo soy un hijo de puta madre y no lo ando pregonando por ahí… eres una florecilla muy hermosa, Zúshil, y yo un viajero cansado y solitario al que le vendría muy bien tan distinguida compañía… en mis aposentos…

    Siguiendo como siempre sus impulsos y su modo habitual de comportarse, Don Diego se aproximó a la muchacha y tomándola por su bien formada cintura le arrebató un fogoso beso a sus carnosos labios, paseando su ruin y vulgar lengua en el interior de la boca de la atónita mujer mexica, que se revolvía desesperada en los fuertes brazos del soldado invasor.


    Habiendo consagrado la mayor parte de su vida al servicio y adoración de los dioses, que le demandaban pudor y decoro absolutos, y movida aún más por su instinto natural de autopreservación frente al peligro, Xochitl reaccionó de mala manera al avance libidinoso del español. Cegada por el espanto se defendió como pudo, dándole un buen mordisco al labio inferior de Ribera, al que le arrancó un gran pedazo y de igual manera arrancó un estruendoso alarido de dolor del propio Ribera.

    —¡Maldita perra del infierno!— vociferó, presa de terribles dolores, arrojando a la frágil jovencita con todas sus fuerzas a una de las paredes de adobe que los rodeaban, lo que le provocó una fractura de cráneo que le hizo desvanecerse en el piso, mientras la sangre comenzaba a brotarle de la nuca.


    Mientras tanto, poseído por la insana rabia que le producía el tremendo dolor de su herida, el invasor desquitó su sádica furia en las indefensas criaturas que se arremolinaban asustadas en el rincón opuesto del cuarto, sin que nadie pudiera otorgar consuelo a su incesante llanto. El afilado sable del hombre barbado encontró en las tiernas carnes de los niños el desquite malhadado de su dueño, escurriendo sangre inocente a lo largo de toda su hoja. Los fuertes aullidos de dolor y muerte de los pequeños hicieron que la joven se recuperara de su desmayo, sólo para poder atestiguar aquella horrible escena, una repugnante carnicería como nunca se hubiera imaginado y que ni siquiera en la piedra de sacrificios humanos a los dioses había presenciado. Presa de la desesperación, sin detenerse un solo momento a pensar en su propia seguridad, la jovencita se lanzó a las espaldas de aquél despiadado asesino, clavándole las uñas en el rostro y cuello. Dando un nuevo aullido de lamentación, Ribera le aplicó un fuerte puñetazo y enseguida descargó todo el peso de su filosa arma en la delicada humanidad de la doncella mexica, partiéndola como a un viejo trozo de madera.

    —¡Profano invasor, asesino de mi gente!— gritaba la pobre mujer cuando recibía las continuas estocadas del enloquecido homicida frente a ella que desgarraba su carne, en una mezcla de dolor, cólera e impotencia, pronunciando partes en el idioma del extranjero y partes en su lengua natal —¡Te maldigo, te maldigo! ¡Y te maldigo, pero no solamente a ti, sino que por tus actos has condenado también a toda tu estirpe!

    —¡Calla, bruja, y muérete de una condenada vez! ¡Desgraciada!— rugía por su parte el soldado español, sin dejar un solo momento de cortar en pedazos a la pobre muchacha, empuñando su espada con una cólera como nunca la había sentido, como si estuviera poseído por el mismo espíritu infernal del cual recibía su grotesco mote.

    —¡Te maldigo aquí, sobre esta tierra manchada por la sangre inocente que te atreviste a derramar!— proseguía la desdichada jovencita, pese a todas sus profundas heridas, que la iban deformando hasta dejarla hecha un despojo sanguinolento, agarrando fuerzas de sabe donde para seguir jurando a gritos —¡Y pongo a los dioses como testigos de esta afrenta y les pido intercedan en mi favor! ¡Te lo aseguro! ¡Ninguno de ustedes, los de la familia maldita, podrá gozar de una larga vida ni de una muerte dulce! ¡Tendré mi venganza anunciando con flores tu muerte, y la de todos tus hijos, hasta la de tu último descendiente…!

    No fue hasta que el español cercenó por completo su cabeza cuando Xóchitl dejó de gritar y maldecirle, y aún así el bárbaro asesino continuó rebanando sus despojos informes hasta que las fuerzas le abandonaron. Cuando se detuvo, resoplando y empapado de sudor, dentro de ese cuarto ya no quedaba nada que pareciera remotamente humano, solo pedazos de carne y hueso esparcidos por doquier, las paredes completamente pintadas del rojo de la sangre.

    —¡Por la Virgen, Ribera!— masculló uno de sus más jóvenes compañeros de armas entrando detrás suyo, contemplando horrorizado la carnicería perpetrada por Don Diego —¡¿Qué has hecho aquí?! ¡Ni siquiera los indios son así de salvajes!

    —¡Cierra el hocico, bastardo malparido!— bramó el conquistador, bañado de la sangre de sus indefensas víctimas, clavando en él su mirada destellante de odio y furia, para luego salir a paso veloz de aquella sucursal del infierno —¡Sabes bien las órdenes, hay que matar a todos y a cada uno de estos mugrosos hijos de perra! ¡Prendan fuego al edificio! ¡Prendan fuego, que no quede nada en pie!

    —Ruegue a Dios que se apiade de su pobre alma, Don Diego— masculló el mozalbete, pálido como una sábana por el horror que acababa de presenciar —Ruegue al Todopoderoso que tenga misericordia de usted…


    El fuego se elevó por todo lo alto, consumiendo vorazmente el templo y todo lo que en él había, así como ocurrió con casi todas las edificaciones de la ciudad. El “Diablo” Ribera permaneció en pie frente a la hoguera, contemplando el infierno creado por sus propias manos, absorto y en silencio, sin moverse un ápice hasta que las llamas dejaron solamente una carcasa chamuscada, lo que sucedió hasta bien entrada la mañana del día siguiente. De la mujer, y de las criaturas que con ella murieron, no quedaba nada, si acaso sólo polvo al viento. Sus muertes, sólo una estadística más que se añadieron a la cifra de más de 70 mil muertos en esa sola noche. Aquella historia de horror y barbarie era solo una más entre tantas otras que habían transcurrido aquella funesta fecha, una historia perdida en las arenas del tiempo y de la memoria. Ya no había quien llorara por ellos.


    Casi medio milenio después, en un remoto tiempo y en una extraña y distante tierra, el último descendiente de aquél desventurado conquistador español venía a enterarse de su existencia, vida y obra, mediante un manojo de documentos históricos legado a él por su finado padre.

    —Ese Don Diego sí que era un cabrón ojete— musitaba Kai Rivera, con algo de desinterés y un montón de hojas desparramadas en el piso de la sala de su casa, sentado en medio de todo eso —¿Pero porqué tiene que pagar toda la descendencia por culpa de un cretino avaricioso? Se me hace un castigo algo desproporcionado, a cualquiera ya se le hubiera pasado el coraje quinientos años después…

    Pese al sumo cuidado y empeño que había puesto su progenitor en hacerle llegar esa documentación aún después de su muerte, el muchacho leía los fragmentos de su última investigación más por pasatiempo que por otra cosa. Desde que habían llegado a sus manos no había tomado muy en serio todos esos documentos. Maldiciones, fantasmas y hechicería, descartaba de inmediato dicho contenido como una tonta superstición y una gran pérdida de tiempo, lo que explicaba que fuera hasta entonces, meses después que la había recibido, que se diera la oportunidad de leer detenidamente toda esa pila de papeles, con la única compañía de un cigarrillo y una lata de refresco de cola. Hasta que Asuka llegó, tomando asiento a su lado.

    —El cigarro te puede matar, ¿sabes?— lo fustigó, tratando de arrebatarle el envoltorio de tabaco.

    —¡Ja! Y tú eres bastante ocurrente cuando te lo propones— respondió el muchacho, jugueteando con ella, impidiéndole su cometido —Puedo hacerte una larga lista de cosas que me matarán antes que un cigarrillo…

    —¡Eres un fastidioso!— contestó de la misma manera la chiquilla, forcejeando con él hasta que el muchacho le empezó a hacer cosquillas en el cuello, una debilidad que le había sido descubierta hasta hace poco —¡Jajaja! ¡Ya déjame! ¡Aunque me esté riendo, estoy furiosa! ¡Jajaja!


    Conforme sus heridas sanaban, el semblante y ánimo del jovencito también iban mejorando. La condición que le había sido impuesta con tal de no regresarlo al hospital fue que guardara reposo en casa, lo que había estado cumpliendo hasta entonces y ayudaba a su franca mejoría. Con ayuda de terapia y tecnología médica de punta sus huesos rotos ya habían soldado del todo al cabo de solo unas cuantas semanas, por lo que las muletas que hasta hace poco usaba para caminar ya estaban guardadas.

    —¡Mira nada más, cuanto desorden!— observó la linda muchachita de cabello rubio, atrapada en los brazos de su novio —¿Se puede saber que tanto estás leyendo?

    —Se trata de una antiiiguaaa maldición azteeeeca, que aceeeecha a mi famiiilia desde hace siiiigloooos, ¡uuuuhuuuuy!— contestó con voz burlona, fingiendo un tono lúgubre —El fantaaaasma de una mujeeer mueeeerta hace quinieeentos añooos anuuuncia con flooores sieeempre que uno de nosoootrooos se vaaaaya a moriiiir….

    —¡Basta ya, deja de hacerte el payaso!— respondió risueña, pese a todo.

    Rivera sostuvo el cigarro en su boca unos momentos, guardando celoso silencio, atento a sabe qué. Al cabo de un rato, pronunció satisfecho:

    —Ningún aviso con flores… creo que después de todo, este cigarrín no va a matarme…

    —¡Eres un tonto!

    Langley se abalanzó sobre él, arrebatándole el tabaco de las manos y extinguiéndolo en el cenicero próximo. Al hacerlo había quedado completamente encima del joven Katsuragi, quien aprovechó para estrecharla en sus brazos y hacer un recorrido con las manos por su atractivo cuerpecito.

    —Hmmm, tu cabello huele delicioso— dijo él, saboreando el momento tan placentero que se estaba permitiendo tener —Me encantas…

    —Y tú apestas horrible a cigarro, pero aún así no dejas de ser tan guapo— confesó a su vez la jovencita europea, sujetándole el rostro con las manos, contenta por como las cosas se estaban dando.


    —¿Y…?— inquirió Rivera, sin dejar de abrazarla, deleitándose con la sensación que le provocaba sentir los atractivos senos de la muchacha rozando su cuerpo —¿Hay algo que me quieras pedir especialmente…?

    —¿Qué te hace pensar que quiero pedirte algo?

    —Je, siempre que estás tan cariñosa es porque quieres algo… y… pues… tenemos la casa para nosotros dos… así que tal vez podríamos, tú sabes…

    —¡Sigue soñando, tipejo!— contestó casi enseguida la chiquilla, aunque divertida —Ya te dije que todo será a su tiempo, cuando estemos listos lo sabremos…

    —Creo que de la cintura para abajo estoy bastante listo, si sabes a lo que me refiero…

    —¡Detente ya, pervertido! Eres imposible…— masculló la rubia, pero de cualquier modo estrechando su cuerpo aún más con el de él, corroborando su dicho —Bueno… quizás haya algo que me gustaría que hiciéramos…

    —Sólo déjame encerrar al pingüino en su refrigerador para que no nos moleste… y creo que Misato escondió una botella de champagne por algún lado, será cuestión de enfriarla mientras que nos ponemos más cómodos…

    —¡No es nada de eso!— repuso Langley casi enseguida, levantándose —¡Cómo fastidias!

    —Entonces no sé que más podríamos hacer con tanto tiempo libre y este exceso de energía adolescente que tenemos…

    —Bueno… estaba pensando…— la jovencita cavilaba un poco, como indecisa —Hikari y yo estamos planeando una salida para este fin de semana… hay un nuevo lugar de baile donde se reúne mucha gente de nuestra edad y me da curiosidad por ir a conocer…

    —¡Oh, vaya! ¡Suena interesante!— pronunció Rivera, entusiasta —¡Seguro que se van a divertir mucho! ¿Y a quién piensas llevar, si Shinji ya tiene novia?

    —¿Eres idiota, ó te haces? ¡Por supuesto que quiero que , mi novio, vayas conmigo!

    El semblante del chiquillo cambió enseguida, mirándola con hastío por siquiera considerar que alguna vez accedería a algo así. Pensaba que ya lo conocía lo suficiente para saber que no estaba interesado en actividades recreativas de ese tipo, y así se lo hizo saber.

    —Por favor… ¿yo, en un baile? En primera, sabes bien que tengo dos pies izquierdos, eso de la bailada nomás no se me da. En segunda, apenas me estoy recuperando de varios traumatismos severos, tengo limitada toda clase de actividad física. Y tercera, quizás la más importante: ODIO estar mucho tiempo rodeado de niños… sólo imaginarme tener que bailar apretujado entre un montón de chiquillos tarados me produce escalofríos… brrrrr…


    Asuka no le contestó, sentándose sobre el sofá con la vista gacha y sus manos fuertemente empuñadas sobre sus piernas, tensa como una cuerda bien apretada. Al ver su estado, Katsuragi trastabilló, temiendo una de sus recurrentes rabietas:

    —¡Pero no tengo problema si quieres llevar a alguien más para que te acompañe!— pronunció torpemente, sin saber como salir del atolladero donde se metió —Puedes ir con quien tú quieras, prometo que no me enojaré… ¡En serio!

    —Cuando… cuando dices esa clase de cosas…— comenzaba a decir la muchacha, luchando consigo misma para no romper en llanto —Me haces pensar que no te importo un comino… Dime, ¿qué clase de propuesta estúpida es esa? ¿Te has escuchado? “Puedes ir con alguien más, no me importa…” ¿Eso es lo que piensas… de nuestra relación? ¿De nosotros? ¿No te importa?

    Por más que luchara consigo misma, los sentimientos que bullían en ella la avasallaron finalmente y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas. No quería parecer una reina del melodrama, pero tampoco podía negar como se sentía, pese a lo estúpida que se viera lloriqueando por algo tan banal, sobre todo ella, quien era tan fuerte y segura de sí misma y eso alimentaba aún más la frustración que sentía.

    Por su parte Kai estaba congelado en su sitio, sin atinar a hacer movimiento alguno por temor a empeorar la situación. Nunca se imaginó que Langley se pusiera así por algo que a él le resultaba tan trivial, pero era evidente que el asunto la había estado molestando desde hace tiempo y al verla en ese estado no podía hacer más que sentirse culpable de haberla puesto así.

    —Muñeca… yo no quise…

    —¡¡¡No me digas muñeca!!!— estalló la jovencita, encolerizada, poniéndose en pie para encararlo —¡¡¡Nunca me vuelvas a llamar de esa manera!!! ¡¡¡Soy una persona, no una jodida muñeca!!! ¿Entiendes?

    —¡Está bien, lo siento! ¡No te pongas así!— pronunció el joven, cubriéndose el rostro con los brazos por temor a que la muchacha se le dejara a ir a puñetazos —¡Tampoco es para tanto!

    —¡No lo será para ti, pero para mí sí lo es!— prosiguió la enfurecida alemana, arrinconándolo —¡Siempre tiene que tratarse de ti! ¿Cierto? Cuando es algo que te molesta es porque se trata de algo de suma importancia, pero si algo me molesta a mi se trata de una estupidez, ¿no es así? Esa vez que te escapaste del hospital estaba muy angustiada por ti, pero en lugar de ver eso te pusiste como energúmeno porque no estábamos prendiendo veladoras por la gente que se murió en Tokio 2… ¡me despreciaste, enfrente de todos! ¡Me dejaste ver como una completa idiota, enfrente de Shinji y de Sophia! ¡Lo peor de todo, frente a la estúpida de Ayanami!

    —¡Oye, eso no es justo! ¡Habíamos quedado que ya estaba perdonado todo eso!

    Con sólo verla a los ojos en ese momento Rivera supo que lo más probable es que recibiría un fuerte puñetazo en la cara por su recurrente estupidez. Se limitó a cerrar los ojos y a encogerse aún más, esperando lo peor. Lo que encontró, no obstante, fue el gesto compungido de la linda muchachita a quien le había herido sus sentimientos. Asuka se cubrió entonces el rostro con las manos, avergonzada de mostrarse tan débil y vulnerable frente a él, tratando de ocultar sus lágrimas.

    —A veces… a veces siento que somos como una pareja de ancianos… nunca quieres hacer nada, todo el tiempo nos la tenemos que pasar aquí, viendo la tele… me da pesar, porque todos los demás se divierten de lo lindo… y yo aquí encerrada, contigo, tratando de arrancarte una sonrisa, algún gesto de cariño… ¡Y tú ni siquiera quieres estar junto a mí! ¡No te importa un carajo, todo el esfuerzo que hago, todo lo que me preocupo por ti! ¡Si tanto me detestas, sólo dímelo, y me iré! ¡No me digas que me amas si siempre me estás apartando de tu lado!

    La despechada jovencita ya no pudo hablar más, pues el llanto le quitaba el habla y comenzaba a darle ese característico hipo que le pegaba cuando lloraba demasiado, lo que la hacía ver aún mucho más tierna y digna de compasión.

    —Asuka… yo… tienes toda la razón…— pronunció apesadumbrado Katsuragi, luego de dar un hondo suspiro, sintiéndose todo un canalla. Estiró los brazos hacia ella, queriendo abrazarla y darle consuelo —Perdóname… yo nunca quise…

    —No…— apenas si pudo responder la jovencita rubia, estirando un brazo para detenerlo en su intento —Déjame…

    Por su parte, Kai aprovechó para sostener entre sus manos la de su novia y aunque esta quiso retirarla de inmediato, se lo impidió.

    —Todo lo que dijiste es verdad, he sido y me he portado como un completo imbécil todo este tiempo…— el tono sincero que empleaba y los tiernos besos que empezó a depositar en su mano provocaron que Langley se dignara a verlo, aunque fuera con el rabillo del ojo —Me dejé agobiar por un montón de problemas y situaciones difíciles a los que no podía dar solución, sobre todo porque no estaba en mis manos hacerlo… me sumergí en mi mismo y olvidé las cosas que de veras importan en la vida…

    —Lo dices sólo por quedar bien…— musitó la muchachita, con apenas un hilo de voz, pero ya sin lágrimas en el rostro.

    —Lo digo de todo corazón— contestó el muchacho, alzando la cara de la jovencita para mirarla directo a los ojos, que los tenía enrojecidos a causa del llanto. Pero aún así no dejaban de ser bastante hermosos —Esta última vez que me tundieron a palos comprendí que la vida es bastante corta como para desperdiciarla preocupándose en cosas fuera de tu control… antes, sentía tener el peso del mundo sobre los hombros, que era mi deber arreglarlo todo… ahora veo que haber pensado así fue una estupidez… un día de estos me muero y el mundo seguirá girando como lo ha estado haciendo aún desde antes que pusiera un pie sobre él… lo comprobé cuando todos ustedes derrotaron a ese montón de ángeles sin mi ayuda… y también me he dado cuenta que poder tenerte a mi lado es un privilegio, toda una fortuna que cualquiera desearía tener…

    —Cállate… en realidad no crees nada de eso, y lo sabes… crees que es lo que quiero escuchar…— masculló la joven de rubia cabellera, sin querer dar su brazo a torcer.

    —No es lo que tú quieres escuchar, sino lo que dejé de ver por ser tan idiota— le respondió su pareja enseguida, notando con satisfacción que las barreras que la muchacha le ponía se empezaban a resquebrajar, por lo que pudo acercarla aún más y acariciar su cabeza, observándola embelesado por tan encantadora visión —La verdad es que te amo… eres hermosa como una diosa, lista a más no poder, fuerte como roca pero tierna y vulnerable cuando debes serlo… todo el paquete completo… sé que últimamente no te he valorado ni te he hado el lugar que te mereces, pero eso va a cambiar… cada momento que pueda pasar contigo es precioso, invaluable, y no pienso malgastar ni uno solo más… eso, te lo prometo…

    —Jum, espero que cumplas tu promesa, tonto— refunfuñó la muchacha europea, hundiendo su rostro en su pecho al estrecharlo en sus brazos, aunque no vencida del todo —Pero eso sí, tendrás que hacer más que hablarme bonito si quieres que te perdone…estoy harta de tus desaires…

    —Supongo que podría empezar por llevarte a bailar, como querías— caviló Katsuragi en tono de chanza.

    —Olvídalo. Ya no tengo interés en ir. Sé muy bien que si vas será por obligación y estarás de mal humor todo el tiempo.

    —Oye, dame un poco de crédito, ¿quieres? Recuerda que te dije que la vida es corta, así que tengo que experimentar de todo. Quién sabe, quizás después de todo, me acabe gustando todo ese ritual juvenil de baile colectivo… por lo menos puedo ser menos huraño, eso te lo garantizo…

    —No me convences, nadita— repuso Langley, hundiendo más la cara.

    —Qué lástima, justo se me estaba ocurriendo pedirle prestado el carro a Misato para llevarte hasta allá. Imagina la cara que pondrán todos cuando te vean bajar, toda radiante y despampanante, más porque serás la única que llegue en auto…

    —¿Y en serio crees que te lo quiera prestar?— el semblante de Asuka cambió radicalmente, ahora el rostro se le había iluminado y lo miraba con ensueño —Ya sabes lo tacaña que puede ser Misato a veces…

    —Yo me encargo de convencerla, no hay problema… eso, claro, si aún quieres ir acompañado del fulano que te hace llorar tanto…

    —Si me pones así es por lo mucho que te quiero… a pesar de ser tan torpe a veces…

    Dejando el orgullo de lado la jovencita hizo caso de sus impulsos y procedió a darle un largo beso a la francesa, introduciendo la lengua dentro de su boca. Acto seguido lo hizo a un lado, sacando la lengua en señal de desagrado.

    —Qué asco… hueles horrible a cigarro…


    La mañana siguiente era fresca y soleada a la vez, sin duda la temperatura sería mucho más agradable con el transcurso de las horas. El principio perfecto para un promisorio nuevo día. Recién comenzaba el mes de Febrero, por lo que las temperaturas ya no eran tan frías, propias del invierno, pero tampoco eran abrasadoras como al principio de la primavera. Se tenía la dicha de disfrutar de un clima bastante placentero, pero de cualquier manera Toji Suzuhara no quería correr riesgo alguno:

    —Abrocha bien tu abrigo, Sakura— le indicó a su hermana menor que iba andando delante de él —No quiero que te me resfríes…

    —¡Qué pesado eres!— contestó la niña menudita, de unos siete años, de cabello corto, enormes ojos brillantes y sonrisa fácil —¡Ni siquiera está haciendo frío!

    —¡Eso no importa, las corrientes de aire aún son muy frescas por aquí! Por eso la gente se enferma mucho más en esta época, hacen confianza porque ven clima soleado y se ponen menos ropa como si ya estuviéramos en verano…

    —¡Qué lata das, hermano! ¡Cuando empiezas a hablar así pareces un viejito!

    —¡Oye, ten más respeto, niñita! ¡Sólo me preocupo por tu salud, eso no tiene nada de malo!— repuso enseguida el muchacho, fingiendo enfado.

    Sakura le hizo entonces un gesto de burla, volteando para sacarle la lengua y jalando con el dedo el interior de su párpado derecho.

    —¡Ñeeee! Y para que te lo sepas, aún estoy muy calientita, traigo puesta la linda bufanda azul que me tejió Hikari-chan… ¡Díselo, amiga!

    —Jeje, a mí mejor no me metas en sus pleitos— le contestó la jovencita con el peinado de trencitas, poniendo las manos por delante como si fuera a chocar con algo —Lo mejor es que hagas caso de lo que te dice tu hermano… y ya cuando no pueda verte te quitas el abrigo para que estés más cómoda…

    —¡Jaja! ¡Hikari-chan está de mi lado! ¡lLero lero!

    —Será mejor que no la consientas tanto, ó luego no podrás quitártela de encima— le dijo Toji a su compañera, una vez que su hermanita les dio la espalda para continuar su alegre andar —Yo sé lo que te digo…

    —Puedes decir todo lo que quieras, pero sé muy bien cuánto quieres a la pequeña Sakura, y eso no lo puedes negar— respondió Hokkari, risueña.


    Desde hace algún tiempo se les había hecho una costumbre caminar juntos hasta la escuela, ya que el departamento de los Suzuhara quedaba cerca de la casa de la muchachita y la escuela primaria a la que acudía Sakura estaba de camino a la secundaria donde estudiaban los jovencitos. Al principio Toji se mostraba renuente a ello, pero fue aceptando la compañía paulatinamente al percatarse de lo bien que se llevaban las dos chiquillas, pese a la diferencia de edades entre ambas.

    —Cambiando de tema, Asuka me mandó un mensaje anoche— informó Hikari, sin detener su andar ligero —Parece que después de todo pudo convencer a Kai de ir a bailar este fin de semana, a ese nuevo lugar del que te conté…

    —¡No lo creo!— pronunció el muchacho casi enseguida, descreído —¡Ese ermitaño no abandonaría su cueva por nada del mundo!

    —Si no me crees, aquí está el mensaje que me envió, mira— dijo, mostrándole la pantalla de su delgado teléfono celular, donde se podía leer claramente: “¡Victoria! La misión fue todo un éxito, Kai no sólo me va a acompañar este sábado, sino que me prometió llevarnos en carro… lo amo taaanto! ^_^”

    —¡Quién lo diría! Parece que esa bruja loca ya le tiene bien tomada la medida al pobre tipo… jamás me imaginé verlo así por alguien, ¿hasta donde hemos llegado?

    —Y, bueno… ¿tú qué me dices? ¿Ya pensaste si te gustaría ir con nosotros?— al hacerle esta pregunta la chiquilla no pudo ser capaz de mirarlo directamente, por lo que tuvo que agachar la mirada, probablemente tratando de ocultar su cara enrojecida de la pena.

    Por su parte, Toji hizo lo propio, aunque mirando hacia arriba y de lado contrario a donde caminaba su compañera de clases.

    —Este… aún no estoy muy seguro… ese día por fin van a coincidir los descansos de papá y del abuelo, y hace mucho tiempo que no estábamos todos juntos. Lo más probable es que vayamos a hacer alguna actividad familiar ó algo por el estilo…

    —¡Ya no seas payaso y acepta la invitación de Hikari-chan, hermano lelo!— repuso la pequeña Suzuhara, volteando hacia ellos bastante decidida —¿De qué va a servir que te pases ese día con nosotros si todo el tiempo vas a estar lloriqueando por no haber ido con tus amigos? Por la mañana papá, el abuelo y tú me pueden llevar a pasear al centro comercial y por la tarde puedes irte a bailar sin ningún problema… ¿porqué siempre tengo que resolver todo por ti? ¡Duuh!

    —¡Oye! ¡Los niños no deben entrometerse en la conversación de los mayores!— se defendió enseguida el sonrojado Toji —¡Vaya que eres insolente, enana!

    —Disculpa a mi hermano por ser tan torpe, Hikari-chan— pronunció solemnemente la chiquilla, ignorándolo y haciéndole una respetuosa reverencia a la jovencita —A veces me siento como si yo fuera la hermana mayor. Por supuesto que le encantará llevarte a bailar, y además me aseguraré que esté puntual…

    —¡No estés decidiendo ese tipo de cosas por ti misma, mocosa ingrata!

    —¡Cállate, tonto! ¡Recuerda que el domingo es día de San Valentin, y si sigues así seguro que no recibirás chocolates de parte de Hikari-chan! Además, si Kai va a ir quiero que me traigas más fotos de él… ¡es que está guapíiiisimo!

    —Qué raro, Sakura-chan, pensé que te gustaba más Shinji-kun— observó Hikari, divertida por las ocurrencias de la chiquilla.

    —Sí, bueno, Shinji-kun también es lindo, pero a veces me da miedo, ¿sabes? Digamos que los dos son guapos a su manera… aunque de todos modos, sigo pensando que mi hermano es el más guapo de todos ellos, ¿ó tú que piensas, Hikari-chan?

    En el acto la muchachita enmudeció, roja como un tomate bien maduro. Sin embargo, el mayor de los Suzuhara no reparó en ello, más ocupado en abrazar fuerte y amorosamente a la linda y tierna niñita que tenía como hermana menor.

    —¡Eres un amor, por eso te quiero tanto, pequeña bribona!

    —¡Y tú eres un empalagoso, déjame ya!— decía la chiquilla, siendo estrujada en los brazos del enternecido muchacho —¡Se me va a hacer tarde para la escuela! Hikari-chan, es una cita entonces, te aseguro que mi hermano no faltará…

    Toji seguía tan conmovido que asentía a todo lo que su hermanita dijera, con una enorme sonrisa dibujada en el rostro. Tuvo que soltarla pues se hacía tarde y aún tenían que llegar a la secundaría después de dejar a Sakura en la puerta de su escuela, que por suerte ya estaba muy cerca de ese sitio.


    —Hasta aquí está bien, gracias— dijo la niña una vez que estaba a la distancia suficiente como para llegar por su cuenta a la escuela —No quisiera que llegaran tarde por mi culpa… Hikari-chan… ¿hoy también nos acompañarás a la terapia?

    —Por supuesto, sabes que cuentas con todo mi apoyo, amiguita…

    —¡Muy bien! ¡Nos vemos en la tarde entonces!— pronunció la pequeña, tan entusiasta como casi siempre, dándose la media vuelta para emprender camino alegremente —¡Que tengan un bonito día, cuídense!

    Los dos muchachos contemplaron su andar unos cuantos momentos más, admirándose de lo bien que se había ajustado a la prótesis de su pierna izquierda en tan poco tiempo. Ya casi caminaba con completa normalidad, y gracias a su pantalón casi no se le notaba su condición. A casi de un año del incidente que ocasionó la pérdida de su pierna, producto del daño colateral de la pelea del Eva 01 contra el Tercer Ángel, Sakura aún tenía que atender a una sesión semanal de fisioterapia, aunque ya estaba próxima a ser dada de alta definitivamente. De cualquier manera, gracias a su carácter, desde el principio se le vio animada y dispuesta a realizar todos sus ejercicios, agradecida por seguir con vida. Pese a su cortísima edad en muchas ocasiones daba muestras de una madurez propia de una persona mayor, y sobre todo, lo más importante, un espíritu animoso que podía sobreponerse a las adversidades. Todo un ejemplo de vida para aquellos que la conocían.

    —Sakura-chan tiene mucha suerte de tener un hermano mayor que la cuide y se preocupe tanto por ella— comentó Hikari al momento que la susodicha se perdía de vista.

    —Gracias— contestó Toji, mirando hacia el cielo de nueva cuenta —Y también gracias por toda tu ayuda con ella… la verdad es que te estima mucho, no sé que hubiéramos hecho si no estuvieras cerca…

    —No es nada, es tan buena niña que todo el que la conoce queda encantado con ella— respondió la jovencita, volviendo a mirar hacia el piso por su parte.

    Siempre que los dos se quedaban solos los nervios hacían presa de ellos, sin que ni uno ni el otro se animara a dar el primer paso. Era claro a todas luces que la presencia de la pequeña Suzuhara era el revulsivo que necesitaban para echar a andar su incipiente relación, aunque de cualquier modo cada uno hacía su esfuerzo por no depender completamente de ella.

    —Por cierto— pronunció el muchacho, tragando saliva —No te tomes muy en serio lo que dijo de los chocolates… no quiero que te sientas obligada… yo comprendo, no hay problema si no…

    —No… descuida…— respondió la joven en el mismo tono nervioso de su compañero —Para mí no es problema… pero… ya veremos… primero, tienes que hacer méritos para ganártelos, ¿no crees?

    —Este… creo que deberíamos darnos prisa… ya se está haciendo tarde…

    —Sí… tienes toda la razón… sería un fastidio quedarnos fuera… ¿verdad?

    Ambos jóvenes por fin se atrevieron a mirar a los ojos el uno al otro. El rubor se asomaba en las mejillas de los dos. Casi enseguida el par de muchachitos seguía su camino rumbo a su centro de estudios.


    “…hoy ponemos fin a los días de duelo decretados por el gobierno para honrar la memoria de todos nuestros hermanos caídos en Tokio 2. Y aunque muchos de nuestros amigos, familiares o seres queridos ya no estén físicamente con nosotros, su espíritu nos acompaña, nos anima a continuar adelante con la vida. Como nación, no es la primera vez que nos enfrentamos a una situación de este tipo. Hoy, como antes, la tragedia nos hará fuertes. El dolor de la pérdida no nos abatirá. Nos levantaremos, reconstruiremos y seremos mejores, más fuertes de lo que éramos antes que la desgracia tocara a nuestras vidas. Los veo a todos ustedes, jóvenes y voluntariosos, y contemplo nuestro futuro. Al verlos, sé que podremos seguir adelante. Nos recuperaremos, igual que siempre y Japón se volverá a levantar nuevamente en el concierto de las naciones. Nippon, banzai!

    Nippon, banzai!— respondieron entonces todos los muchachos formados en el patio, contestando casi automáticamente al discurso de su director, alzando su brazo derecho al cielo, aunque no todos compartían el ánimo del académico.

    Y es que si esa misma formación hubiera tomado lugar antes de la destrucción de su ciudad gemela, habría muchos más alumnos respondiendo a la alabanza del director de su secundaria. Pero la realidad era otra, y se evidenciaba en la abrupta reducción en la cantidad de alumnos que atendían esa escuela. Algunos se habían mudado de domicilio, buscando seguridad al alejarse lo más que pudieran del área conurbada de lo que quedaba de las dos Tokios. Pero la gran mayoría de ellos habían fallecido en la trágica caída de la segunda Tokio, de ahí la gran cantidad de caras largas dentro de los chiquillos formados en el patio y las lágrimas que hacían presa en algunos. No había salón en el que no estuvieran colgados moños negros ó fotografías de adolescentes con una vela por delante. El concierto masivo que se celebraría aquella funesta fecha había atraído un gran número de jóvenes, lo que contribuyó a que la mayor parte de víctimas rondara entre los diez y veinte años de edad. El haber perdido casi toda una generación entera, más de un millón de jóvenes, resultaba un golpe fatal para un país como el Japón de aquél entonces, que difícilmente rebasaba los diez millones de habitantes, casi todos ellos mayores de cuarenta años. Era casi una sentencia de muerte.


    Resultaba difícil imaginarlo, teniendo en cuenta el antecedente del Japón del siglo XX, en cuyo corolario llegó a alcanzar una población de 127 millones de personas, el 68% de ellas en el rango de edad de 15 a 64 años, además del tesón y afán de excelencia que caracterizaba a los habitantes de aquella nación que se ubicaba entre las primeras siete potencias económicas del globo. Habían salido avantes de una guerra mundial y el ataque de dos bombas atómicas, pese a su territorio tan pequeño y escasos recursos naturales, para poder gozar de uno de los mejores niveles de vida en el planeta.


    Pero en el 2016 el mundo era completamente distinto. Mucho más sombrío, mucho menos poblado, completamente desesperanzador. El Segundo Impacto, que había hundido bajo las aguas la tercera parte del archipiélago nipón y había destrozado su precario sedimento, resultó ser un certero golpe del que la nación ya nunca se pudo reponer. Haber perdido las dos terceras partes de su población productiva hundió la otrora poderosa economía nacional en un estado de perpetua crisis, que de no ser por el empuje que daba tener la infraestructura central de NERV dentro de su territorio estaría enteramente en ruinas; no obstante, aquello resultaba un círculo vicioso, pues al ser el único país en recibir ataques de los ángeles las inversiones foráneas nunca llegaban, espantadas por los graves daños que ocasionaba el combatir a los monstruos, por lo que la posibilidad de recibir un ingreso extra además del que recibían de las actividades derivadas para el funcionamiento de NERV era tan sólo un sueño, al igual que cualquier intento de independencia financiera que pudieran tener.


    Sumémosle al decadente factor económico lo escasa de la población en ese entonces, casi el 70% oscilando entre los 35 y 70 años de edad, y añadido a ese dato la reciente pérdida del grueso de su población juvenil, se tenía como resultado la inviabilidad de Japón como nación a futuro, con carácter de irrevocable. Además de las casi dos millones de víctimas, bajo las ruinas de Tokio 2 había quedado también sepultada cualquier esperanza que albergaran los japoneses por devolver a su país siquiera una parte del extinto esplendor que alguna vez tuvieron.


    ¿Pero qué se podía hacer, sino continuar con el día a día, más por inercia que por otra cosa, a la espera de un milagro? La vida no podía detenerse, y ni el mundo ni el tiempo detendrían su marcha para darles oportunidad de recuperación. Aunque se tratara de una carrera contra el tiempo, como la que se estaba efectuando en la pista de atletismo anexa a las instalaciones escolares, en el marco del festival deportivo que se llevaba a cabo anualmente dentro de la institución educativa.


    El evento en turno era la carrera de relevos 4x400 en la categoría femenil. Sophie Neuville era la representante de su salón en la competencia en ese momento, y se encontraba actualmente el tercer carril en la última posición, relegada a ese puesto gracias a la poca condición física de sus otras dos compañeras de equipo que habían corrido antes que ella, por lo que tenía mucho terreno por recuperar. No obstante, desde el comienzo de la competición, hasta que había recibido la estafeta y ahora que corría tan rápido como sus piernas se lo permitían, en ningún momento su sonrisa indeleble había abandonado su lindo rostro, ni su animosidad había disminuido un ápice, alentando a sus lentas compañeras a seguir adelante, sin reprocharles nunca su pésimo tiempo.

    Caso contrario al de Asuka Langley, quien era el último puesto en ese mismo carril, y que no se había cansado de proferir insultos a diestra y siniestra durante el transcurso de la carrera, quien en esos momentos se revolvía impaciente por recibir el testigo de manos de Neuville, lo que sucedió en muy poco tiempo, suficiente como para abandonar la última posición pero no tanto como para impedir que las otras dos competidoras arrancaran antes que ella.

    —¿De qué tanto te ríes, tarada?— fustigó la joven de cabello rubio al ver la sonrisa de su compañera de equipo entregándole el pequeño cilindro que traía en la mano —¡Muévete con eso, cretina!

    En cuanto se le entregó el testigo la muchachita de ascendencia alemana salió disparada como cohete. Con sus largas y rápidas zancadas fue recuperando terreno palmo a palmo, ante la angustia impotente de sus contrincantes que veían como la saeta europea les quitaba de las manos el primer lugar de la competencia. Y así ocurrió, cuando la chiquilla extranjera atravesó primera el listón que marcaba la meta, ante la euforia de todos los asistentes al evento, que presenciaron al borde de sus asientos la emocionante remontada de aquella prodigiosa atleta.


    En medio de la avalancha de aplausos y vítores, Langley descansaba satisfecha en medio del tartán, recuperando aliento de pie, con el cuerpo extendido hacia el piso y las manos apoyándose en sus piernas completamente extendidas. Su cabello recogido en una cola de caballo caía hacia abajo, al igual que las sendas gotas de sudor que recorrían su bien parecido rostro.

    —¡Eso estuvo genial, amiga!— pronunció Hikari, delirante, soltando los pompones con los que momentos antes la animaba para ir corriendo a su encuentro y abrazarla fuertemente —¡Muchas felicidades, eres lo máximo! ¡Jamás había visto correr a alguien así!

    —Uff… no fue nada…— respondió la muchachita con dificultad, al haber perdido en el efusivo abrazo de su amiga el poco aire que había recobrado —Hubiera sido… una vergüenza… perder con estas chiquillas de secundaria…

    —Ya sé que no querías participar en el festival, aún así te agradecemos mucho porque hayas querido ayudarnos, aunque fuera de último momento…

    Efectivamente, aunque reacia al principio, finalmente la orgullosa jovencita de ascendencia alemana había accedido ese mismo día a inscribirse en varias de las competencias deportivas para representar a su clase dentro del festival. Sobra decir que había arrasado en todos los eventos en los que participó, desde el salto con valla, salto de altura, carrera de relevos y puntuando el mejor tiempo en la carrera principal, el de los 100 metros individual, haciendo incluso una mejor marca que la de los varones.

    —Qué se le va a hacer— contestó Asuka, incorporándose y relajando todos sus músculos, observando a sus compañeros estudiantes, fijándose en la reducción de su número —Era lo menos que podía hacer para honrar a todos los que ya no pudieron participar…

    Su amiga de momento no le respondió, tomándose el tiempo para observarla detenidamente. Sus palabras sonaban bastante a algo que hubiera dicho Katsuragi, su novio. Desde hace tiempo estaba constatando la influencia que el muchacho estaba teniendo en ella, y la mayoría de las veces, como aquella, era para bien. Definitivamente no era algo que hubiera dicho la Asuka que conoció desde un principio, recién desempacada de Europa.

    —Para todos nosotros este festival representaba algo muy especial— admitió entonces la concejal del grupo, igualmente mirando en rededor, contemplando el apacible escenario atiborrado de jovencitos en ropa deportiva —Se trataba del último evento que tendríamos como compañeros de clase… según parece, después de la graduación, en verano, cerrarán la escuela… para siempre…

    —Hmm, no es de extrañarse— dijo con desenfado la jovencita extranjera, jalando el cuello de su camiseta para mitigar el calor que sentía —La razón de ser de esta escuelita era que Shinji y la chica maravilla no dejaran sus estudios… una vez que se gradúen, no tiene caso mantener abierta una escuela con tan pocos alumnos… es triste, pero esa es la verdad…

    —Y no por eso deja de ser tan triste— pronunció resignadamente Hokkari, soltando un hondo suspiro —Sólo espero que Toji y yo podamos estar en la misma preparatoria, el otoño que viene…

    —¿Y se puede saber cómo le hiciste para poder invitar a ese burro para lo del sábado? Por un momento llegué a pensar que tendríamos que llevarte de chaperona, y ya no encontraba el modo de deshacerme de ti…

    —Tuve un poco de ayuda, lo admito… ¡pero eso no justifica que quisieras deshacerte de mí, mala amiga!


    Las dos interrumpieron su animosa charla cuando veían aproximarse a Sophie, con aquella sonrisita en la cara que tanto irritaba a la rubia.

    —¡Oye, Langley, atrápala!— le dijo mientras le arrojaba una botella con agua fría, la que capturó al vuelo —¡Te la has ganado! Qué buena carrera diste, amiguita…

    —No me digas así— repuso con hastío —Y pude haber hecho mejor tiempo si no fueras tan lerda…

    —Jeje, a la velocidad que corres, debe parecerte que todo mundo caminamos en cámara lenta…aún así, siento un poquito más de respeto por ti ahora que eres la heroína de la escuela…

    —Como si me importara…

    —Qué mal que no sepas reconocer cuando alguien es amable contigo y quiere hacerte un halago… en fin, supe que ustedes también irán a bailar el sábado a la tardeada del Redblack Fox, espero que podamos vernos por allá…

    —¿Y se puede saber a ti quien cuernos te invitó?— prorrumpió la chiquilla europea, acuchillando con la mirada a Hikari, su presunta culpable.

    —No necesito que nadie me invite, Shinji y yo habíamos planeado ir antes que Kensuke nos dijera que ustedes también irían— repuso de inmediato Neuville —Sólo quería pedirles que le consiguieran una cita al pobre, lo han tenido bastante abandonado últimamente y se le ve muy deprimido… yo no conozco a tanta gente aquí, por eso pensé que ustedes podrían ayudarlo, así no se sentiría tan mal por ser el único sin pareja…

    —¿Conseguirle cita a ese fulano? ¡Ja! Es más fácil sacarle sangre a una piedra que encontrar a alguien que pueda pasar el rato con ese ñoño— se mofó Asuka, acostándose sobre el césped al lado de la pista.

    —No deberías hablar tan mal de alguien que te tiene en tan alta estima— pronunció Sophia con el ceño fruncido —El pobre no hace otra cosa más que hablar de lo maravillosa y hermosa que eres…

    —Sophie tiene razón, Kensuke fue el primero que se enamoró de ti, casi desde que te conoció— admitió su amiga, sentándose a su lado.

    —Bah, no es mi culpa ser tan irresistible, ¿qué quieren que haga?

    —Veremos que se puede hacer— le dijo Hikari a la jovencita americana de pie frente a ellas —No puedo prometer gran cosa, pero si se presenta algo contactaré a Aida de inmediato para ponernos de acuerdo…

    —Muchas gracias, concejal— respondió Neuville con una cálida sonrisa, haciéndole señas amistosas con la mano —Es bueno conocer a alguien que sí se preocupa por los demás… en cambio, tú…— dijo despectivamente, dirigiéndose a la alemana, a quien señalaba con el índice —Será mejor que empieces a beber agua antes que te deshidrates por completo y te de un golpe de calor… sé agradecida por una vez en la vida.

    Langley sólo se limitó a resoplar y volverle el rostro, sin dignarse a mirarla cuando se marchaba.


    —¿Y esta fulana desde cuando se convirtió en Santa Sophia, patrona de las causas perdidas y de los nerds? Cada día me convenzo más que está loca como cabra— inquirió la jovencita rubia, una vez que volvió a quedarse a solas con su más cercana confidente, aprovechando también para darle un buen sorbo a la botella que le regalaron, cuyo contenido le pareció exquisito en sus acaloradas condiciones —Hmmm, pero tengo que admitir que ahora tenía razón, sí que me hacían falta líquidos… esta agua sabe a victoria, está deliciosa…

    —A veces me da la sensación que existen dos Sophias— murmuró Hikari, quien no gustaba hablar a espaldas de los demás, mientras su compañera apuraba por su garganta un nuevo trago de agua fría, mucho más prolongado que el anterior —Al oírla hablar de esa manera es difícil creer todo lo que andan diciendo de ella…

    —¿Eh? ¿Cómo qué?— Asuka detuvo su rehidratación, mostrándose muy interesada al respecto, por lo que su amiga se arrepintió de haber soltado ese comentario tan descuidadamente.

    —Pues… tú sabes… ¡cosas, qué se yo! A veces la gente sólo habla por hablar… es absurdo, si te pones a pensarlo con detenimiento, ni siquiera sé porqué lo dije… sólo quería hacer conversación, supongo, no me hagas caso…

    —No importa, yo también solo quiero hacer conversación— repuso la alemana, tomando más agua hasta acabarse el contenido del recipiente en sus manos, mirándola amenazadoramente —Así que, vamos, entretenme… dime lo que la gente anda diciendo de nuestra querida amiguita Pocahontas…

    —Bueno… Kotomi, la chica del 2 A vive en el mismo edificio que Sophie… y dice que últimamente han visto que Shinji llega a su departamento ya muy de noche y los dos salen a la mañana siguiente, juntos… alguien más dijo que Sophie dijo que ya… hicieron… el amor… ¡Ay, Dios, qué pena!

    La recatada jovencita no pudo resistir más y terminó por esconder su enrojecido rostro cubriéndolo con las manos, sin poder aguantar más la vergüenza que le provocaba hablar de ese tema en particular.

    Por su parte, aunque no quisiera, Langley quedó muy perturbada al enterarse de aquel rumor. Más porque ahora tenía una explicación a las constantes ausencias de Shinji del departamento, todas esas semanas rara vez lo habían visto, de no ser cuando iba a cambiarse de ropas. Miró a lo lejos, al otro lado del campo de atletismo, donde se encontraban los alegres “Tres Chiflados” en compañía de Neuville. Al examinar el gesto de su compañero resaltaba una notoria diferencia con el jovencito timorato y atolondrado al que estaba tan acostumbrada. No se trataba de nada físico, por supuesto, pero se podía apreciar una seguridad y confianza en todo su proceder que antes eran inexistentes. En ese momento rodeaba el cuello de la muchacha con el brazo, amorosa y gentilmente, y ni un solo momento le abandonó aquella sonrisa resplandeciente que iluminaba su cara siempre que estaba en compañía de aquella muchacha. ¡Estaba tan cambiado! La joven alemana empezó a sentirse mareada, como si el mundo le diera vueltas, la respiración parecía faltarle. ¿Por qué? ¿Por qué siempre tenía que afectarle tanto lo que hicieran ese par de imbéciles? ¡Al diablo con ellos!

    —Shinji es un estúpido pervertido y ella es una vulgar cualquiera— dijo finalmente, queriendo aparentar indiferencia al respecto —No me sorprende que hagan tan buena pareja…

    Sin mediar más palabra se puso en pie y se apuró a los vestidores para quitarse la sucia camiseta y el diminuto y ajustado short que vestía, asimismo para poder tomar una muy necesaria ducha. Después de eso abandonó la escuela, sin avisar a nadie y sin quedarse a recibir todos los premios y reconocimientos de los que se había hecho merecedora, desairando la cálida ceremonia de premiación que habían organizado sus demás compañeros de clases.


    Corría el año 1542 de nuestra era en los territorios de la recién formada Nueva España y en la bulliciosa Villa Rica de la Vera Cruz el sol comenzaba a ocultarse ya por el Poniente. La luz del ocaso iluminaba con tonos ambarinos las aguas del Océano Atlántico así como las callejuelas de la así llamada “Ciudad de Tablas” por sus pintorescos tejados de madera y palma. Siendo el primer asentamiento europeo establecido en las recién descubiertas tierras continentales y el principal puerto y punto de partida a territorios europeos, la Villa de la Vera Cruz constituía un punto esencial en el incipiente desarrollo económico de las colonias españolas en el nuevo continente. En esos tiempos era de ahí donde partían todas las mercancías y riquezas que serían clave para cimentar el poderío que la corona española ejercería en el nuevo orden mundial durante los próximos tres siglos.


    Por supuesto, como en todo tiempo y en todo lugar, donde hay abundancia también hay codicia, y la prosperidad es también un irresistible llamado para aquellos que buscan la oportunidad de saborear sus dulces mieles, les corresponda hacerlo ó no, valiéndose de cualquier clase de métodos para hacerlo, lícitos ó no. De tal forma, aunque se tratara de un punto de suma importancia para los colonizadores españoles, en aquellos aciagos años la joven villa contaba con muy escasos recursos para su defensa, situación que fue oportunamente aprovechada por bien informados oportunistas como lo eran los corsarios franceses, que ya en aquellas tempranas fechas empezaban a aventurarse en las desconocidas aguas del Golfo de México y del Caribe.

    No eran estos los simpáticos y guapos bribones que las películas pintan para nuestro entretenimiento en los actuales tiempos. La gran mayoría de aquellos marineros habían perdido su condición humana para convertirse en criaturas de rapiña, salvajes y despiadadas, sin ningún escrúpulo ni código moral u de honor que dictara sus acciones. Mataban a la menor provocación sin distinción, ya fueran mujeres ó niños, sus armas no reconocían diferencias de género o edad cuando se trataba de satisfacer sus más primitivos impulsos. Ver a cualquiera de esos bucaneros a la cara era mirar el aterrador rostro del mismísimo Lucifer. A menos claro que quien lo hiciera fuera el “Diablo Ribera”, que era lo más cercano que había en esta tierra a la imagen de aquél oscuro ángel caído.


    Por desgracia para los intereses de aquellos rapaces de aguas salinas, los suyos se interponían directamente con los que tenía el infame conquistador en aquél joven asentamiento, por lo que un desacuerdo entre ambas partes no se hizo esperar. Así lo entendió el asaltante galo que estrellaba su sable contra la hoja afilada de la espada de Ribera, cuando este le dio un puntapié en la entrepierna que lo hizo encogerse presa de un terrible dolor, al que su atacante le puso final de una estocada que le atravesó por completo la espalda. Acto seguido el cuerpo del bandido de los mares fue levantado en vilo por los fuertes brazos del conquistador y arrojado a las aguas desde lo alto del muelle, derribando a varios piratas que subían por la escalinata.


    Una vez que la gran Tenochtitlán había caído casi todos los hombres de Hernán Cortés se asentaron en la vecina ciudad de Coatzacoalcos, desde donde Cortés dirigiría los esfuerzos para la posterior conquista y colonización de Centroamérica y pueblos del sureste mesoamericano. Sin embargo, Ribera ya no tuvo cabida en ninguno de esos planes, habiendo caído de la gracia de su superior. Temiendo un alzamiento de Don Diego para usurpar su posición como líder de las fuerzas españolas en el nuevo mundo, a Ribera se le tuvo que seducir con una buena suma de bienes y tierras para que abandonara la tarea de conquista y pacificación y se estableciera a las afueras de la Villa de la Vera Cruz, en un suntuoso palacio que el propio Cortés hubo de solventar. Así fue como Diego Lope abandonó las armas para hacerse un potentado comerciante y dueño de su propia flotilla de naves mercantiles, uno de los cinco hombres más ricos de la Nueva España en ese tiempo.


    Y a pesar de no habérsele concedido título nobiliario alguno, como a casi todos sus compañeros, al “Diablo Rivera” poca falta le hacía, pues en los hechos era él la autoridad suprema del puerto y nada pasaba dentro de éste sin su expreso consentimiento. Así pues, no le cayó muy en gracia cuando los saqueadores franceses, holandeses e ingleses recién iniciaban sus exploraciones e incursiones en el indefenso asentamiento, por lo que tuvo que organizar una suerte de guardia civil para repeler las invasiones de los corsarios, la cual él mismo lideraba en esos momentos. Era menester para el engrandecimiento de su fortuna que todas las mercancías con las que comerciaba y que transportaban los barcos de su propiedad llegaran a su destino, y al ser los piratas un impedimento para que esto así sucediera, éstos tendrían que ser eliminados, como en su momento lo había hecho con la población indígena.


    Aunque de todos era sabido que los bucaneros no eran muy buenos entendedores ni sabían de sutilezas, por lo que se les tenía que disuadir de cesar sus ataques a la villa de una manera mucho más directa, tal como Ribera lo hacía con la nave insignia de los asaltantes, a la que estaba reduciendo a astillas a punta de cañonazos., los que dirigía en la posición correcta para que casi todos los tiros de la batería a sus órdenes dieran en el blanco.

    —¡Sigan disparando a esos cabrones!— ordenaba sin cesar a los inexpertos cañoneros a los que mandaba, apuntando con la punta de su espada la dirección correcta —¡No dejen viva a una sola de esas ratas hijas de puta! ¡Que se ahoguen todos esos malnacidos!

    Un nuevo asaltante que había conseguido escalar el empinado rompeolas del muelle quiso tomarlo por sorpresa, dando un estruendoso alarido de batalla cuando creyó estar a la distancia suficiente como para darle un buen tajo por la espalda sin que su presa lo evitara. Su grito fue interrumpido abruptamente por su garganta rebanada por la diestra cuchilla de Ribera, quien lo miró desangrarse y resbalarse con su propia sangre con suma complacencia. La noche ya comenzaba a despuntar y las luces de los fogonazos parecían estrellas en plena caída, iluminando el oscuro firmamento en su trayecto. Don Diego contemplaba la escena complacido por su belleza y el buen transcurrir de la defensa de SU puerto. Tal vez sólo haría falta acabar con dos flotas más de corsarios y quizás con eso los bandidos sabrían que cualquier ataque a esa villa sería un esfuerzo inútil en tanto estuviera bajo su resguardo.


    Uno de los barcos escoltas de aquella flota pirata no parecía querer entender razones y comenzó a atacar la línea costera con sus tres cañones, que tenían muy buen alcance. Los cañones de Ribera lo ubicaron como su nuevo blanco, y aunque previamente habían mostrado buen tino para hundir la mayoría de las naves enemigas, esta fragata en particular se mostraba bastante esquiva y capaz de responder al ataque. Una bala de cañón pasó silbando por encima de la cabeza de Don Diego, impactando en una bodega de víveres a sus espaldas.

    —¡Compensen el viento en contra, estúpidos, ó esos bastardos nos van a joder!— rugió el “Diablo Ribera”, prestándose rápidamente para corregir el rumbo de sus cañones.

    Lo hubiera podido hacer sin problema, de no ser porque algo que escuchó detrás suyo lo detuvo en seco, paralizándolo en su sitio. La podía oír nítidamente, entre el estallido de los cañonazos y el estruendo de los gritos de los hombres en plena batalla. Perfecta y claramente, como si fuera una noche calma y sin contratiempos. Se trataba de una voz, una voz que lo había atormentado en todas sus pesadillas desde hacía ya veinte años. Una voz de mujer, que le producía escalofríos por todo el espinazo cuando penetraba sus oídos.


    —¡Flores! ¡Flores para los muertos!— anunciaba con tono severo aquella voz a sus espaldas, mientras gruesas y copiosas gotas de sudor frío recorrían el rostro del viejo conquistador español, quien experimentaba en carne propia una emoción de la que sólo le habían contado y que había sido completamente ajena a él, hasta ahora: terror absoluto.

    El color abandonaba su rostro desencajado mientras se volteaba para mirar por sí mismo el origen de aquel espectral sonido, que seguía entonando cada vez más fuerte, más severamente:

    —¡Flooores! ¡Floooreees para los muertos!

    Los ojos de Ribera por poco salen de sus órbitas con la sola contemplación de la persona a la que pertenecía aquella voz. La reconoció, a pesar de su oscura vestimenta y el velo negro que cubría completamente su rostro, una mujer que recorría lenta y tranquilamente la solitaria callejuela a espaldas del muelle donde transcurría la carnicería de la que formaba parte. Una mujer que en su ligero y despreocupado andar llevaba un canasto repleto de aquellas grandes y perfumadas flores anaranjadas que los aborígenes utilizaban en sus ritos mortuorios. Flor de xempaxóchitl, así es como se llamaban.

    —¡Para los mueeertos! ¡Flooores! ¡Flooores para los mueeeertos!

    Una vez que la dama de negro se aproximó hasta donde el viejo soldado español permanecía en pie, paralizado por el espanto que de él se había apoderado, sustrajo de su canasto una única flor de largo tallo y abundantes pétalos de un naranja brillante como una antorcha y la arrojó a los pies de Don Diego. Cuando lo hubo realizado levantó la delgada tela que cubría su rostro para mirar directamente a los ojos de aquél desdichado hombre, quien sintió cómo el alma se le escapaba del cuerpo al observar su cara, la misma cara de aquella joven mexica que había despedazado aquella terrible noche de la caída de Tenochtitlán. El hueco que tenía en su labio inferior y que mostraba los dientes que le quedaban le ardió entonces como si la herida hubiera sido recién hecha, pero en lugar de revolcarse adolorido lo único que el “Diablo Ribera” pudo hacer fue musitar con apenas un hilo de voz, trémula, quebradiza:

    —Xóchitl…

    —¡Floooreees! ¡Floooreees para los mueeertooos! ¡Para los mueeertooos! ¡Los muueeertooos!

    La voz y la mujer se fueron alejando hasta perderse en la oscuridad de la noche, en medio del barullo de la matanza y el repique de los cañones de ambos bandos. Aún después que se marchó Ribera no atinaba a moverse, el cuerpo rígido y la boca seca. Sus dientes chocaban unos con otros y súbitos escalofríos recorrían todo su ser. El viejo conquistador, que tenía tanta sangre en sus manos y que por su saña se había ganado el epíteto de demonio, ahora temblaba paralizado de miedo. Para poder despabilarlo se requirió de una veloz y artera bala de cañón que impactó de lleno contra un cargamento de barriles de aceite que estaba apilado justo a un lado de él. La explosión ocasionada por el estallido lo tumbó de bruces en el piso, causándole varios golpes y contusiones cuando chocó contra el suelo, además de quedar completamente bañado con el líquido seboso que había en los contenedores de madera, hechos astillas por doquier.


    Sin el tesón ni el empuje que ocasionaba su presencia en la línea de batalla algunos de los asaltantes habían logrado penetrar el cerco de los defensores. Dos de ellos, al reconocer a Ribera tirado en el piso se aprovecharon rápido de la situación, viendo la oportunidad perfecta para deshacerse del máximo líder de la guardia civil.

    —¿No te apetece un cerdo asado, mon ami?— inquirió uno de ellos, haciéndose de una de las antorchas que se habían dispuesto para alumbrar los trabajos de defensa. Un brillo siniestro iluminó entonces las perversas sonrisas de aquellos corsarios cuando aproximaban el fuego al charco de aceite.

    El español tambaleaba en sus intentos por incorporarse y salir del alcance del líquido inflamable, pero la gravedad de sus heridas le impedía actuar con la presteza que necesitaba para su escape. La antorcha fue arrojada al aceite, que no tardó en hacer combustión y generar una feroz llamarada que lo consumía, incluido a Don Diego, inmerso en el ardiente infierno que amenazaba devorarlo por entero. Los piratas reían a carcajadas cuando las llamas empezaron a envolver la indefensa humanidad de Ribera, quien soltó un fuerte aullido de dolor al estarse convirtiendo en una llamarada humana. El fuego fue implacable con sus carnes, consumiéndolo por completo de pies a cabeza.

    Y aunque sus atacantes hasta entonces se habían mostrado muy divertidos por el resultado de su accionar, la risa les abandonó cuando vieron a esa antorcha humana correr a su encuentro, sin darles tiempo para evadirlo. Las carcajadas se convirtieron entonces en espantosos gritos de agonía, cuando aún envuelto en llamas el “Diablo Ribera” sacaba fuerzas de quien sabe donde para disponer de sus adversarios, a quienes sujetó en un férreo y mortal abrazo para compartir con ellos su ardiente destino. A uno de ellos lo sujetó fuertemente para enseguida de un tirón romperle el cuello. Al otro, el que tiró la antorcha, le hundió su pulgar hasta reventarle el ojo que no tenía parchado, clavándole el dedo como si fuera un puñal hasta alcanzarle el cerebro. Los dos hombres, ahora ambos abrasados por las flamas, forcejeaban, uno por liberarse y el otro por mantenerlo sujetado. Los combatientes dieron un vuelco, tropezando y rodaron hasta caer por un despeñadero que concluía en el mar, hasta donde fueron a parar, devorados por las frías aguas oceánicas.



    Don Diego fue encontrado hasta la mañana siguiente, arrastrado por la marea hasta las orillas de la playa. Su estado era lastimoso, su fisionomía entera convertida en un bulto ampuloso que difícilmente guardaba forma humana. Lo más increíble de todo el asunto es que Ribera aún vivía, aunque apenas si podía respirar, agobiado por una terrible fiebre; pero el hecho en sí no dejaba de resultar prodigioso, el que alguien en esas condiciones aún guardara algún hálito de vida parecía confirmar la creencia que todos tenían de que aquél hombre tenía pacto con Satanás. De cualquier modo, prodigio ó no, no le quedaba mucho tiempo en su agonía, por lo que se tuvo que mandar por sus familiares y al sacerdote para otorgarle los santos óleos y prepararlo para su viaje al más allá. El moribundo no quiso ver ni al religioso ni a su esposa, recibiendo solamente a su único hijo, Fernando Rivera y Guzmán. A este joven le encomendó continuar con el buen desarrollo de todos sus negocios y bienes, que ahora serían suyos, le confió las mejoras que había previsto para la fortificación del islote de San Juan de Ulúa, en el cual se erigiría una fortaleza para repeler futuros ataques al puerto y lo más importante, le contó todos los detalles concernientes a Xóchitl y a la maldición que ésta había puesto sobre toda su descendencia. Con una lucidez pasmosa, inaudita en un hombre a las puertas de la muerte, le relató al muchacho cada pormenor de aquella noche que ardió la Gran Tenochtitlán, como fue que le dio muerte a aquella joven mujer mexica y finalmente como es que ella había vuelto de la tumba para llevárselo con ella. Antes de dar su último aliento, advirtió a su hijo que su hora también llegaría, y que tal como le había sucedido a él, su muerte sería anunciada con flores por el vengativo espíritu de esa muchacha indígena. Una vez terminado su espeluznante relato Don Diego finalmente pudo expirar y partir en aquel largo viaje con destino desconocido que nos aguarda a todo lo viviente.


    En los años subsecuentes el joven Fernando Ribera se cuidó de cumplir con las encomiendas de su extinto padre, sobre todo por que así convenía a sus intereses particulares. Y a pesar que en todo momento evitó cualquier contacto con vendedoras ambulantes de flores ello no evitó que once años más tarde tuviera un encuentro similar con aquella temida joven mexica venida del más allá, quien también lanzó una brillante flor naranja a sus pies; al cabo de un par de días de sucedido el macabro encuentro, después de contar lo sucedido a su único hijo y hacerle la misma advertencia que su progenitor le hiciera a él, el heredero del Diablo Ribera encontraba la muerte en medio de una tumultuosa revuelta de esclavos negros, quienes lo lincharon y profanaron sus despojos. Fue así que al paso del tiempo los pormenores de la maldición familiar eran transmitidos de padres a hijos, sin que esto pudiera hacer gran cosa para ayudarlos a evadir su destino, ni siquiera cuando intentaron confundir a su perseguidora cambiando la “b” de su apellido por su hermana sonora “v”. Los años pasaban y las épocas cambiaban, pero lo que permanecía inmutable era el hecho que ninguno de los Rivera había podido disfrutar de una muerte dulce y tranquila, extinguidos todos ellos siempre en medio de un acto violento. Y que cada uno de ellos, antes de morir, habían visto a la lúgubre vendedora de flores, fuera una semana antes, fuera inmediatamente antes de suceder el evento.


    De vuelta en el año 2016 la Mayor Misato Katsuragi y la Doctora Ritsuko Akagi aprovechaban un breve descanso en su diario trajinar para ponerse al corriente de lo relativo a su cotidianidad. Dos guapas mujeres en plena charla de café, pues.


    —¿En serio? ¿Estamos hablando del mismo Shinji, verdad?— preguntaba la mujer de larga cabellera negra, anonadada, sin dar crédito a las palabras de su amiga.

    —Yo tampoco podía creerlo cuando me lo contaron, pero los reportes del cuerpo de seguridad me lo confirmaron: Sophia y Shinji llevan algún tiempo pasando las noches juntos— aseveró Akagi, sirviéndose una generosa porción de café de la máquina despachadora —Me sorprende que no estés enterada al respecto, ¿ese es el cuidado que les pones a esos muchachos?

    —Con estos turnos dobles que me aviento últimamente no he tenido mucho tiempo para mi empleo de niñera— suspiró Misato, dándole un buen sorbo a su vaso de unicel lleno de aquel revitalizante líquido —Aún así, es bastante difícil de creer… hubiera creído que ese tipo nunca tendría nada de nada… además de que, bueno, tu sabes… no creí que lo suyo fueran las muchachas, si sabes a lo que me refiero…

    —Sólo espero que por lo menos tengan la sensatez de estarse cuidando… lo que menos necesitamos en este momento es una piloto de quince años embarazada.

    —¡Relájate, abuelita! ¡Es el siglo XXI, tienen educación sexual desde que van a la primaria! Quien no se cuida en estos tiempos es porque es un verdadero imbécil…

    Ritsuko la observó detenidamente por algún rato, fustigándola con la mirada, dándole oportunidad de razonar bien sus palabras.

    —Tienes razón— musitó Katsuragi, luego de recapacitar y soltar una risita nerviosa —No estaría de más hablar con ellos al respecto, ¿verdad?

    —Procura hacerlo antes de este domingo— añadió la científica, con gesto severo —Recuerda que es San Valentín y no necesitarán de pretextos para revolcarse como cerdos…

    —¡Uuuuh! ¡Tal parece que alguien no se revuelca en la inmundicia desde hace bastante tiempo! ¡Jejeje!— repuso Misato chapuceramente —Si no te conociera, diría que estás celosa de ese par de chiquillos…

    —¡Oh, ahora que lo pienso, hace mucho que no veo a Ryo-chan!— pronunció Rikko dándole a sus palabras un tono mucho más socarrón que el que su amiga había empleado para mofarse de ella —¡Me pregunto qué nuevas y sensuales aventuras tendrá para compartir cuando regrese de su viaje por medio mundo! ¡No puedo imaginarme la cantidad de mujeres hermosas que habrán caído rendidas a sus pies en todos esos lugares exóticos que está visitando!

    —Bah, como si me importara lo que haga ó deje de hacer ese tipejo— contestó Katsuragi gesticulando sin querer su tradicional puchero —Tengo sin saber de él más de un mes y ni siquiera se ha dignado a mandarme algún correo ó alguna otra señal de vida…

    Al recordar la imagen de Kaji los labios de Misato aún podían saborear aquél ardiente beso que le robó la víspera de Navidad, la última vez que lo había visto.

    —Tienes bastantes problemas para lidiar con los hombres en tu vida, te convendría tomar terapia para empoderarte— remató Akagi, cruzándose de brazos.

    —Por lo menos tengo hombres en mi vida, no como otras— musitó la Mayor en voz baja, apoyando el mentón sobre la mesa.

    —Shinji y Kaji, nunca te enteras de lo que pasa con ellos— prosiguió su confidente, sin haber escuchado su comentario, cuando se ponían en pie y se internaban en los pasillos de la instalación —¿Y qué me dices de Kai? No creas que nuestra oferta durará para siempre, y recuerda que estamos en una carrera contra el tiempo…

    —Prefiero ni hablar de eso— suspiró Katsuragi, cubriéndose el rostro con las manos, caminando casi a ciegas —Que fue toda una escena cuando le pedí que se dejara hacer ese estudio… ¡ese muchacho es terco como mula! Sabes bien el trabajo que me costó hacer que se quedara en casa y dejara de merodear por aquí…

    —Todo en vano, según parece— acotó Ritsuko al observar a Makoto, Shigeru y Kai conversando al fondo del corredor.


    —¿Kenji agarró a patadas al señor Ishida? ¿Aquí mismo, en el Geofrente?— pronunciaba Kai, incrédulo por lo que acababa de escuchar de voz de Aoba.

    —Todo quedó grabado en las cámaras de seguridad y fue por eso que todo mundo nos pudimos enterar de los abusos de ese bastardo prepotente— contestó Hyuga con semblante muy serio —Y parece ser que no es al único empleado que ha golpeado en uno de sus berrinches…

    —Lo peor de todo es que los reportes de reparación de Zeta indican que el mecanismo que arregló el señor Ishida funcionaba a la perfección— continuó Shigeru en el mismo tenor —Lo que hizo enfurecer a ese pedazo de basura fue que no lo hizo tal cual como se lo indicó el muy imbécil, el señor Ishida omitió dos pasos innecesarios que le ahorraron por lo menos dos horas de trabajo.

    —Bueno, pero aunque yo no esté por aquí el señor Ishida tiene la ley de su lado, debe presentar una demanda laboral y penal por su cuenta, al fin y al cabo tiene las evidencias suficientes para comprobar la agresión— respondió Katsuragi, evidentemente contrariado por la noticia. Sabía del temperamento fuerte de Takashi y la agresividad que mostraba últimamente dada la gran presión a la que era sujeto, pero no se hubiera imaginado que llegara al punto de agredir físicamente a uno de los técnicos bajo su supervisión.

    Shigeru y Makoto menearon la cabeza negativamente al mismo tiempo.

    —Sabes bien como son las cosas por aquí, nada sucede sin el consentimiento del Comandante Ikari— respondió en voz baja Shigeru, cuidándose de que oídos ajenos a la conversación escucharan sus palabras.

    —Y estas últimas semanas Takashi no se ha cansado de estarle besando el trasero, al parecer está entrando en el círculo cercano del comandante— advirtió Makoto del mismo modo —Por eso ninguno de los empleados a los que ha golpeado lo ha denunciado, saben que llevan las de perder si Kenji tiene a Ikari de su lado…

    —Todos sabemos que ahora que no has estado por aquí ese infeliz se cree todopoderoso y hace lo que le venga en gana, necesita un buen escarmiento— indicó Aoba estrellando su puño en la palma de la mano.

    —De momento no hay gran cosa que pueda hacer, sigo de incapacidad y hasta que así sea no puedo ejercer ningún acción administrativa… además aún creo que las cosas se solucionarán cuando Kenji y yo podamos hablar largo y tendido, como cuando lo traje a trabajar aquí. La verdad me cuesta trabajo creer que todo se esté desmoronando si no estoy por aquí… ¿qué va a pasar entonces si me muero? Kenji será sangrón y un estirado, pero no puedo pensar en otra persona que pueda con semejante paquete…

    —Puedes creer todo lo que quieras, amigo, pero si yo fuera tú me cuidaría de esa sucia rata. No me extrañaría nadita que se esté preparando para darte una puñalada por la espalda— concluyó Makoto, dando por finalizada aquella conversación en cuanto divisó a la Doctora Akagi y a la Mayor Katsuragi aproximarse hacia ellos.


    —¡Oh, pero que ven mis ojos!— exclamó Kai con voz fingida, al notar la presencia de las mujeres —¡Si se trata de la mujer más hermosa de este mundo! Pero me pregunto qué hace cargando ese espantapájaros tan deshilachado… ¡Ah, es usted, Doctora Akagi! Hace tiempo que no la veía…

    —¿Se puede saber qué estás haciendo, si sabes bien que tienes prohibido estar aquí?— inquirió Misato, jalándole la oreja a modo de regaño —¡Muchachos, llamen de inmediato a seguridad, tenemos a una persona no autorizada!

    —¡Aou, aou! ¡Con cuidado, que si me rompes me pagas!— se lamentaba Rivera, sometido por la aguerrida fémina.

    —Acompáñenme ustedes dos— indicó Ritsuko a los jóvenes técnicos, sujetándolos de los brazos —Dejemos que la familia Katsuragi resuelva sus diferencias en privado…

    —Como veo que no entiendes con palabras ahora me aseguraré de dejarte amarrado a la lavadora para que no puedas volver a escapar— por su parte Katsuragi hacía lo propio con el muchacho bajo su cuidado, jaloneándolo de la camisa —No entiendo qué carajos pretendes al hacerme enfurecer de esta manera, ¡pero te advierto que mi paciencia tiene un límite!

    —¡Pero si no vengo en plan de trabajo, ando solamente de visita!— masculló el muchacho de forma lastimosa —Además quería saber si me puedes hacer un favor, pero no sabía si ibas a ir a casa y tu celular está apagado desde sabe cuándo…

    —Bueno, en realidad me diste la excusa perfecta para salir temprano— admitió la Mayor en tono cómplice, una vez que estuvo segura que nadie los escuchaba —Ahora dime qué es lo que necesitas con tanta urgencia que no pudo esperar...

    —Sucede que Asuka y sus amiguitos piensan ir a bailar como changos este sábado y quiere que yo vaya con ella— informó Rivera, ya libre del castigo de sus tutora —Y pues me gustaría llevarla en auto para no tardarnos tanto, quisiera saber si me prestas tu carro…

    —Número uno: estás saliendo de un politraumatismo severo que se supone debería mantenerte en reposo y con la actividad física limitada al mínimo— comenzó a enumerar Misato con gesto severo —Número dos:…

    —¡Jajaja! ¡Dijiste “número dos”!

    —Número dos:— continuó la mujer, luego de aplicar un nuevo jalón de orejas que silenció al chiquillo —No creas que soy tan irresponsable como para darle las llaves de mi auto a un mocoso quinceañero que quiere quedar bien con su noviecita, sobre todo si van a un lugar donde sé que seguramente consumirás bebidas alcohólicas a la menor oportunidad… y número tres: ¿crees que voy a acceder a eso si ni siquiera tienen la decencia de invitarme? Por lo menos así podría llevarlos y traerlos con toda seguridad…

    —Sabes mejor que nadie que el que tu mamá te lleve a un baile es cero cool. A mí no me importa, pero seguro que Asukita se nos infarta del coraje.

    —Jum, entonces tengo una contrapropuesta para ti pero te advierto que la haré una sola vez y no es negociable— pronunció Misato, conciliadora —Te doy las llaves para que puedan presumir con sus amiguitos si y sólo si prometes que conducirás a menos de 60 por hora…

    —¡No hay problema! ¡Faltaba más!

    —Y si dejas que Rikko te haga ese estudio del que te hablé…

    El rostro de Rivera se trastornó entonces, tal como lo temía su mentora.

    —¡Qué insistencia, demonios! ¡Ya te dije que no hay algún dato de relevancia que puedan sacar con ese estudio, ni ninguna terapia innovadora que puedan sacarse de la manga ese par de idiotas! ¡Maldita sea, no puedo creer que seas tan ingenua, esos charlatanes te están viendo la cara! ¡Nos iría mejor si consultáramos a un médico brujo!

    Misato detuvo de improvisto su andar y permaneció cabizbaja, interrumpiendo la diatriba de su acompañante, quien se quedó confundido por su proceder.

    —Quizás si estoy siendo muy ingenua— murmuraba la Mayor con una voz apenas entendible, para de inmediato levantar la mirada y estallar hecha un paño de lágrimas, su gesto por completo compungido —¡Pero prefiero ser ingenua y aferrarme a la última esperanza que tenemos, por muy tonta que sea, a resignarme como tú lo hiciste y dejarte morir, así nada más! ¡¿Cómo crees que puedo hacer eso?!

    —Espera… yo no quise… sólo decía…— balbuceaba el joven, sin saber qué hacer ó como confortar a la conmocionada mujer, cuyo llanto parecía no tener fin.

    —¡Te crees que para mí todo esto es muy fácil, que es cosa de nada! ¡¿Sabes la angustia que me produce pensar, siempre que hablamos, que esa será la última vez que voy a escuchar tu voz?! ¡Piensas que todo es muy simple, solamente te mueres y todo se acaba! ¡¿Te has puesto a pensar qué pasará conmigo, cuando no estés?! ¡¿Cómo crees que voy a poder seguir adelante?! ¡Tú eres mi vida, eres mi todo! ¡No quiero verte morir!

    —¡Oye, oye, lo lamento!— se disculpaba el muchacho, inútilmente, tratando de calmar las lágrimas de la mujer —La verdad es que nunca me puse a pensar en tus sentimientos, tienes razón, me concentré en mi mismo nada más… después de todo, la resignación es la última etapa de esta clase de procesos, yo ya estoy en ella y creí que ya tenía todo listo, pero ahora veo que no es así, aún tengo que quedar en paz contigo. Así que, aunque no creo que sirva de gran cosa, si eso te hace sentir mejor entonces no tengo inconveniente en ser el conejillo de indias de tu amiga de cabello teñido y su amante barbas de chivo…

    Sin poder contenerse más, Katsuragi lo alcanzó para enseguida estrujarlo en sus brazos, como si la vida se le fuera en ello. El llanto le impedía hablar, sólo se limitaba a presionar el rostro contra su hombro.

    —Aún así, debes entender que estas cosas no son justas ó injustas… es simplemente lo natural, como debe ser… aunque no sé cuando sucederá, me voy agradecido por todo lo que pude hacer y disfrutar todo este tiempo prestado… lo bueno y lo malo… y dentro de lo bueno, creo que lo mejor fue poder crecer a tu lado. Fue toda una aventura…

    —Pero… ¿por qué tiene… que acabar… así, tan de repente? ¡Aún hay tanto por hacer!— decía la mujer entre sollozos, aunque calmándose paulatinamente.

    —Yo no soy el que decide esas cosas, únicamente juego con las cartas que me tocaron. Pero te prometo aprovechar hasta el último momento que me queda, y si aún tengo una oportunidad para salir de esta, me aseguraré de encontrarla, con tal de que no estés triste… pero si esa posibilidad no existe… tienes que dejarme ir, y seguir adelante… quiero que seas feliz, que disfrutes tu vida por mí, ¿de acuerdo?

    —Tonto… si haces promesas que no puedes cumplir… me encargaré de golpearte… ¿entiendes?

    —Ya sé, ya sé— decía Kai como si estuviera arrullándola, acariciando gentilmente su cabeza. “¿Pero qué es lo que se les habrá metido a estas mujeres?” pensaba acerca de Misato y Asuka, coincidiendo que ambas tuvieron que recurrir al llanto para que accediera a sus propósitos. Ó quizás no era coincidencia y lo que en realidad pasaba es que ya le tenían muy bien tomada la medida.


    La semana transcurrió sin mayores incidentes hasta que finalmente el tan anhelado día para muchos por fin había llegado. Ó como engloba sabiamente el dicho popular: “a cada puerco le llega su sábado”. Los jovencitos, emocionados y ansiosos ultimaban sus preparativos para su importante cita de la tarde noche, esmerándose en su arreglo y cuidado personal para relucir sus mejores galas aquella ocasión tan especial, llena de magia y oportunidades. Cada cual en lo suyo, la tan esperada hora de la verdad se aproximaba, encontrando a unos más preparados que a otros, como a Sophia, quien una media hora antes que pasaran por ella ya estaba lista para la acción, tal y como lo podía constatar su mejor amiga, Mana Kirishima, cuando Neuville le modelaba su conjunto a través de la videollamada que sostenían, dando una vuelta completa sobre sus talones. Su atuendo consistía en un coqueto vestido negro suelto de dos piezas, de blusa sin mangas y escote discreto acompañado de una falda corta que permitía apreciar sus bien torneadas piernas. Completaba su vestimenta con diversos accesorios plateados como pulseras y un collar que le había obsequiado su novio; su calzado consistía en unas modernas botas color gamuza que le llegaban por debajo de la rodilla.

    —¡Guau, Sophie!— exclamó la jovencita por el monitor —¡Estás preciosa! ¡Válgame Dios, pareces una supermodelo de una revista!

    —¡Basta ya, chiquilla atolondrada, ó me harás sonrojar!— exclamó Neuville, halagada. Aunque ella sabía que se veía bastante bien no estaba de más que se lo recordaran.

    —No cabe duda que el amor cambia a las personas— pronunció Mana con aire soñador, casi en un suspiro —Cuando estabas aquí, en América, ni en sueños te hubiera podido ver vistiendo algo así…

    —Tampoco es que se haya prestado alguna ocasión para hacerlo, además, ¿para quién me hubiera arreglado así? Recuerda que en el Área 51 sólo había vejetes ñoños y regordetes… ¡brrr, qué horror!

    —Jeje, de cualquier modo me alegro mucho que pudieras encontrar a esa persona tan especial para la que te puedes arreglar tan bonito… se te ve bastante contenta, creo que nunca te había visto de esta manera. ¡Es maravilloso!

    —Estaré mucho más feliz cuando por fin puedas reunirte conmigo, ¡no sé que tanto estás esperando para venir aquí!

    Aunque durante todo el transcurso de la conversación Kirishima se esforzó por mostrar la mejor de sus caras y buen estado de ánimo, finalmente sucumbió al violento ataque de tos que se había estado aguantando desde hace rato.

    —Disculpa— dijo luego, con dificultad —Creo que pasé un poco de saliva por donde no debía… parece que tendré que esperar un poco más para ir a Japón, papá dice que Teotihuacán no es un sitio seguro para terminar la construcción de Alfa… creo que piensa trasladar toda la operación a Yucatán…

    Aunque Kirishima hizo lo posible para desviar la atención de su condición física, para su amiga era evidente el lastimero estado en el que se encontraba. Se le veía aún mucho más delgada y pálida, sus brillantes ojos hundidos en unas marcadas ojeras que acentuaban su fragilidad.

    —¿Has estado tomando todos tus medicamentos?— inquirió Neuville, a todas luces preocupada por su estado de salud.

    —Por supuesto, todos los días y también voy a mi terapia… no te preocupes, parece que pesqué un resfriado por ahí, es cosa de nada… al cabo de un par de días me sentiré mejor, ya lo verás— repuso la jovencita de cabello corto castaño, esforzándose por enseñar la mejor de sus sonrisas.

    Pese a ello, Sophie no podía ser tan fácilmente engañada y su gesto afligido no abandonaba su rostro, por lo que su amiga tuvo que recurrir a medidas drásticas para cambiar de tópico de conversación.

    —¡Platícame que ha pasado con Kai, por favor!— Mana sonrió para sus adentros al notar como la expresión de Neuville cambiaba la mortificación por el enojo —¿Cómo está él? Supimos que lo lastimaron bastante durante la última pelea…

    —¡Ja! ¡Eso sólo es un modo bonito para decir que lo hicieron talco! Y bien merecido que se lo tuvo, mira que el muy imbécil se creyó que iba a poder solo contra siete ángeles…

    —Me preocupa mucho, quisiera poder ayudarlo de alguna forma, hay tantas cosas que deben estarlo agobiando… debe sentirse muy mal el pobre…

    —Ni te apures, que se las arregla muy bien, tanto que se da el tiempo para llevar a su noviecita al baile de hoy… yo sigo sin saber qué es lo que le ves a ese tipo tan nefasto, si hubieras visto el berrinche que nos hizo en el hospital cuando fuimos a visitarlo, les gritoneó muy feamente a Asuka y a otra muchachita que iba a verlo…

    —Estoy segura que todo se trató de un malentendido y que después Kai se disculpó con ambas— afirmó la jovencita, y aunque Sophia odiara admitirlo su semblante mejoraba mucho siempre que hablaban de Rivera —Ojalá que algún día puedas ver en realidad la clase de persona que es y tu opinión de él pueda cambiar para bien… lo de su aspecto es lo de menos, desde que lo conoces y hablas con él te das cuenta que es una persona que verdaderamente se preocupa por los demás y hace todo lo que esté en su alcance para ayudar… es tan… tan… ¡noble! ¡Quisiera que pudieras verlo de la forma que yo lo veo!

    —Me temo que tendría que golpearme la cabeza para hacerlo— musitó Neuville, refunfuñando. En eso el timbre de la puerta se escuchó, avisando de la llegada de un visitante a su hogar —¡Oh, mira! ¡Ya vinieron por mí, qué oportuno! ¡Espera un poco, por favor, y verás lo que es un hombre de verdad!

    —¡No, Sophie, mejor hablamos otro día que no estés tan ocupada!— pronunció Kirishima desesperada, roja como tomate, aunque inútilmente pues su amiga salió disparada a la puerta y ya estaba fuera de vista —¡Sophie!

    Hubiera querido finalizar la videollamada y salir corriendo de su cuarto, avergonzada, pero sus modales no se lo permitieron, por lo que sólo se limitó a revolverse nerviosa en su asiento mientras su amiga llevaba a rastras al frente del monitor a un igualmente apenado Shinji Ikari.

    —¡Mejor lo dejamos para otro día, no me diste tiempo para prepararme!— suplicaba el muchacho mientras que su novia lo forzaba a tomar asiento —¡No estoy acostumbrado a conocer personas de esta manera…!

    Cualquier intento por aplazar ese encuentro a distancia quedó de más, pues ambos jóvenes ya estaban uno frente a otro, su imagen avergonzada transmitida a través de la pantalla, salvando la larga distancia que había entre los continentes que los separaban.

    —Shinji Ikari, quiero que conozcas a mi mejor amiga en todo el mundo, Mana Kirishima. ¡Saluda, amiga, están en vivo!— pronunció Neuville juguetonamente, emocionada como niña en una mañana de Navidad.


    Una cosa bastante peculiar ocurrió cuando las miradas de ambos chiquillos se encontraron, aún así haya sido a través de un medio electrónico. Les sucede a varias personas, aunque muy raras ocasiones. Era una suerte de sensación que aquella no era la primera vez que se conocían, que ya se habían visto en algún otro lado. La mayoría de las veces se trata de una simple coincidencia, ó una jugarreta de la mente, que relaciona automáticamente los rostros parecidos y los confunde de dueño. Pero también había la ocasión única y especial que dicha sensación no tenía fundamento psicológico ni físico, cuya única respuesta satisfactoria se halla en los terrenos escabrosos de la parapsicología, de lo paranormal.

    Como fuera, en el acto los dos jovencitos, quienes nunca se habían conocido, pudieron palpar con toda precisión esa invisible y misteriosa conexión que los unía a ambos, aunque de forma inexplicable.

    —Mu-mucho gusto— tartamudeó Kirishima, para agachar la vista de inmediato.

    —Al-al contario, el gusto es todo mío— contestó Ikari de igual modo.

    —Sophie no hace más que hablarme de ti, Ikari-san, me alegro que por fin pueda conocerte. Muchas gracias por hacerla tan feliz…

    —No es nada, ella me da mucha más felicidad, y también me ha hablado mucho de ti. Disculpa, Kirishima-san… ¿no nos hemos visto en alguna otra parte?

    —Lo-lo dudo mucho… nunca he ido a Japón… y me supongo que tú tampoco has venido a América, ¿cierto?

    —¡Daaa! ¡Claro que no, qué tonta pregunta!— intervino Sophie finalmente, pasando los brazos por el cuello de Shinji —¡Sí que son un par de atolondrados, sabía que me necesitarían para poder tener una conversación coherente!

    —Sí, ya sé que suena tonto— admitió el joven Ikari, apenado nuevamente —Pero es que cuando vi a Kirishima-san… no sé… sentí como si ya la conociera de algún otro lado…

    —A decir verdad… yo también sentí lo mismo, Ikari-san— reveló Mana, revolviéndose nerviosamente en su lugar.

    —¡Si lo que están pretendiendo es hacerme sentir celosa, les advierto que lo están consiguiendo!— repuso Neuville fingiendo enojo en su voz, para así poner mucho más nerviosos a sus timoratos interlocutores, quienes se volcaron en una avalancha de disculpas que se estorbaban unas a otras.

    —¡Lo siento, yo no quise…!

    —¡Discúlpame, por favor, yo no sabía…!

    —¡Jajaja! ¡Los dos son tan fáciles de agitar, cómo me divierto moviéndoles el tapete!— comenzó a reír la muchachita, entretenida por la reacción que había provocado.

    —¡Sophie, eso fue muy cruel!— reclamaron Shinji y Mana al unísono.

    —Es que los dos son tan inocentes, por no decir crédulos… ó mensos— Sophia se defendió enseguida —¿Cómo creen que me voy a poner celosa? En todo caso me parece una cuestión bastante interesante… hasta podría decir que… excitante… díganme, ¿no están interesados en hacer… ya saben… un trío?

    Si anteriormente ambos jovencitos habían sufrido un ataque de pánico, aquellas palabras tan atrevidas por poco les provocan un infarto. Los dos comenzaron a manotear y gesticular, sus rostros encendidos como un volcán en plena erupción y casi sin habla.

    —¡Pero… cómo crees que…!

    —¡¿Cómo te… atreves… a…?! ¡Sophie!

    —¡Jua, jua, jua! ¡Cayeron de nuevo, no puedo creerlo!

    —¡Basta ya, Sophie!— reclamaron ambos, su novio y su amiga, a la vez, sin que eso detuviera las carcajadas de Neuville que casi se revolcaba en el piso.


    Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, no muy lejos de ahí, más personas se alistaban para asistir al popular punto de reunión juvenil. Afuera del edificio habitacional donde residía, Toji Suzuhara quedaba gratamente sorprendido de ver llegar a Hikari, Asuka y Kai a bordo del automóvil de Misato, conducido por el propio Rivera. Ir a una cita en auto, aunque él no fuera conduciendo, lo hacía sentirse mayor.

    —¡Oooh, Sakura-chan!— llamó el muchacho a su hermana menor, quien se asomaba curiosa por las escaleras, casi canturreando —¡Aquí abajo hay alguien que quiere conocerte!

    La pequeña Suzuhara bajó tan rápido como su condición se lo permitía, y una vez que llegó al lado de Toji se detuvo en seco al encontrarse casi de frente con Kai, quien la saludaba desde el asiento del conductor en pose glamorosa, más si se le agregaban los lentes oscuros que tenía puestos en ese momento.

    —¡Hola! Así que tú eres Sakura-chan— dijo Katsuragi, señalándola coquetamente —Eres mucho más bonita en persona que en las fotos que me enseñó tu hermano…

    La linda parvulita quedó congelada en su sitio, sin atinar a reaccionar de cualquier modo, más que coloreando de un rojo intenso sus mejillas. Luego de unos instantes de aturdimiento por fin consiguió que su cuerpo le respondiera, para salir corriendo de ahí tan rápido como podía, buscando el refugio de su hogar para poder ocultar su apenado rostro bajo la almohada lo que quedaba de la tarde.

    —¡¡¡Eres un tonto, hermanooo!!!— gritaba la chiquilla en su desenfrenada carrera, sin atreverse a mirar atrás —¡¡¡Me las vas a pagar, lo jurooo!!!

    —Qué raro, generalmente provoco esa reacción en las personas hasta después de conocerme— observó Kai, mirando al igual que todos a la apurada Sakura mientras se refugiaba en su casa.

    —¡Jajaja! ¡Tú no te apures, ya se le pasará!— pronunció Suzuhara, sumamente divertido por hacer trastabillar a su hermanita, mientras abordaba el vehículo para luego acomodarse junto a Hikari en el asiento trasero —Además se lo tenía bien merecido…

    —¡Eres imposible!— le reclamó ésta, sintiendo lástima por la pequeña —¡Pobre Sakura!


    —¡Amigo, esto es taaan genial! ¡No sabía que podías conducir!— exclamó Toji tan emocionado como niño en excursión escolar, mirando el interior de ese carro al que se había subido anteriormente, pero ahora sintiéndolo como si fuera suyo.

    —Bah, no es gran cosa— admitió el muchacho al volante, con aires de grandeza —Misato me enseñó desde los trece… además, si piloteo una mole alta como edificio, en comparación un carro es cosa de niños…

    No obstante, apenas pretendía poner en marcha el automotor a su mando, la máquina de éste vaciló en su andar y finalmente se apagó por completo con un violento empujón.

    —Ups, perdonen, fue mi error— pronunció el conductor, apenado —¡Miren eso, quise arrancar en tercera! Qué cosas, ¿no?

    —Será mejor que te pongas el cinturón de seguridad— le susurró Hikari a Toji, quien hasta ahora se daba cuenta lo nerviosas que estaban las dos muchachas de a bordo.

    —Hmm, quizás sea mejor si…— al querer mover de posición la palanca de velocidades la caja de transmisión hizo un horrible chirrido, como si se estuviera quejando por la tosca acción —¡Jajaja, escuchen eso!¡Me rechina la reversa! ¡Jajaja! ¿Entienden? La reversa… quién diría…

    Katsuragi calló cuando se percató de que ponía aún más nerviosos a sus pasajeros en lugar de relajar el ambiente, como pretendía hacerlo con sus bromas.

    —¿Dónde está? ¡¿Dónde está?!— preguntaba Toji, desesperado por no encontrar la cinta que protegería su vida en caso de un eventual percance vehicular.


    Pese a todo, al cabo de un rato los cuatro jóvenes volvían a estar en movimiento. Aparentemente, todo lo que requería Rivera para dominar el proceso de conducción de un automóvil era tiempo. Al cabo de unos angustiantes cinco minutos iniciales parecía que por fin había captado la idea y ahora todo marchaba sobre ruedas, literalmente. Ningún otro contratiempo se había presentado ya y el muchacho ya operaba todos los cambios de velocidad satisfactoriamente, a una aceleración bastante decente que se mantenía al filo de los 60 kilómetros por hora.

    —¿No puedes ir un poquito más rápido?— inquirió Langley en el asiento de copiloto, un tanto ansiosa —A este paso, cuando lleguemos todos ya habrán entrado…

    —Oye, soy un hombre de palabra. Si prometí ir a menos de 60, ¡que me lleve el carajo! ¡Voy a cumplir mi promesa! Descuida, me aseguraré de derrapar llanta cuando lleguemos para que llames más la atención…

    Asuka respondió con un puchero, para luego revisar su peinado y maquillaje en el retrovisor por enésima vez desde que habían subido al auto. Toji y Hikari cuchicheaban como dos niños traviesos en el asiento trasero, soltando una risita discreta de vez en cuando y por su parte Kai se dedicaba a disfrutar de la experiencia de conducir una distancia tan larga por primera vez. Las solitarias calles desprovistas de tráfico de Tokio 3 serían el sueño húmedo de cualquier automovilista de nuestros tiempos. Largas y anchas avenidas tan lisas y parejas como si fueran recién hechas, con trazos rectos con muy pocas desviaciones y semáforos en perfecta sincronía, ideales incluso para conductores inexpertos como el jovencito, quien disfrutaba de lo lindo del plácido viaje, tarareando una de las canciones de la selección de melodías que él mismo había preparado para el viaje:



    I'm driving around in my car

    I'm driving too fast, I'm driving too far

    I'd like to change my point of view

    I feel so lonely, I'm waiting for you

    but nothing ever happens, and I wonder…”


    —No es que me guste quejarme, pero esa música para viejitos que traes me está arrullando— masculló Suzuhara con una mueca de aburrimiento.

    —¡Debería abrir la puerta ahora mismo y sacarte a patadas con el carro en movimiento!— exclamó Katsuragi, asesinándolo con la mirada a través del espejo frente a él —¡Fool’s Garden es pura genialidad musical, nunca pasarán de moda!

    —El kínder tiene razón, amor— masculló Asuka —Deberías poner algo más moderno que nos vaya despabilando, ó todos llegaremos dormidos…

    —¡Por lo menos pon algo en japonés, para que pueda entender qué demonios están cantando!— suplicó Suzuhara.

    —Uuuy, lo siento, no creo que tenga nada de la basura hip-hop que tanto te gusta escuchar, en este carro el conductor manda sobre el reproductor de música… Pero creo que sé a lo que se refieren, y tengo justo lo que necesitan— sentenció Kai, cambiando de pista en el aparato musical.

    Enseguida el ritmo cambió a uno más violento, guitarras electrónicas tocaban el mismo acorde una y otra vez mientras unas voces femeninas coreaban el sonido en anticipación al inicio de la melodía, que comenzaba:



    “(Did you know?) arashi no HIGHWAY

    (Did you dream?) hashiri-tsudzuketa

    (Did you lie?) togireta yume no yukue sagashite

    (Did you know?) nigai maboroshi

    (Did you dream?) subete no uso wo

    (Did you lie?) senaka de hajiki-tobashite

    (knock, knock, knock my heart)”

    Con excepción del conductor, los demás chiquillos se miraban unos a otros con hastío, resistiendo el impulso de abrir las ventanillas y salir rodando del vehículo en plena marcha. La canción seleccionada, aunque con un ritmo más intenso que todas sus predecesoras, estaba bastante lejos de ser lo que ellos catalogarían como “moderna”, al contrario, se escuchaba como si fuera sacada del más sucio y olvidado rincón de los años ochentas.



    “Big City kodoku na Heart to Heart

    minna ai no mayoigo

    Big City namida wa Day by Day

    nemuranai omoi wo yusaburu dake

    (I want your love)”


    —¡Priss y Los Replicantes! ¡Qué mejor ejemplo del metal japonés de finales de los ochentas! ¿Ó sería principios de los noventas?— Rivera parecía ó pretendía no reparar en la reacción adversa que su elección ocasionaba en los pasajeros, cantando emocionado a viva voz al compás de la música:



    “Kon'ya wa HURRICANE!

    anata ni HURRICANE!

    tsutaetai no Loving You... (Loving You)

    kon'ya wa HURRICANE

    kanjite HURRICANE

    sugao no mama Touch!

    Give me touch!”

    —¡BASTA YA!— replicaron todos sus acompañantes al mismo tiempo.


    Al cabo de un rato, que a los jovencitos les había parecido eterno, el automóvil tipo sedán deportivo de Misato entraba al amplio estacionamiento del “Redblack Fox”, una suerte de terraza-discoteca que se había erigido a las afueras de la ciudad, donde cada fin de semana convergía la juventud urbana que aún no tenía edad para comprar bebidas embriagantes. Ni para tener permiso de conducir, por lo que en cuanto se vio dicho carro siendo manejado por un muchacho una gran conmoción agitó a la muchedumbre de chiquillos que agolpados en la entrada esperaban su turno para ingresar al establecimiento. Los jóvenes volteaban curiosos hacia el automotor y sus ocupantes, mientras que realizaban las maniobras para estacionarse. Dado el tumulto ocasionado parecía que esperaban ansiosos la llegada de alguna celebridad de la farándula, cosa que dejó muy complacida a Asuka y atemorizó de cierta manera a sus acompañantes.

    —Hazme el favor de bajar tú primero y abrirme la puerta, ¿quieres?— pidió la jovencita alemana a su pareja, ultimando los preparativos para su triunfal debut en la juvenil socialité tokiota.

    —¡Yo quiero salir por el quemacocos!— pidió enseguida Toji, sacudiéndose los nervios y dejando que la emoción tomara su lugar.

    —¡Ni siquiera te atrevas!— rugió la muchacha de cabello rubio —¡Arruinarás mi entrada si empiezas a hacerte el idiota!

    —Niños, niños, no se peleen— terció Katsuragi, quitándose los lentes oscuros y bajando del carro, mientras accionaba el mecanismo que removía el cristal del quemacocos —Todos tendremos nuestra oportunidad de hacer el ridículo, no hagan escándalo… Toji, espera a que las señoritas bajen, por favor…

    El muchacho entonces rodeó el cofre del vehículo, ignorando la gran cantidad de miradas que tenía encima y procedió a abrir en primer lugar la puerta del copiloto, ayudando a bajar a Langley al darle gentil y educadamente la mano para que se apoyara. Si bien el automóvil había causado revuelo, el contemplar a la jovencita europea descender de su interior fue la locura total. Todos quedaron boquiabiertos al ver la despampanante figura de la muchacha ataviada con una ajustada blusa blanca de tirantes sin mangas y escote redondo, una diminuta minifalda negra de holanes que le dejaba presumir sus larguísimas y bien formadas piernas, calzando unas zapatillas del mismo color y correas de tacón alto. Los accesorios dorados que llevaba, además de su estampa extranjera en conjunto le daban un hálito donde frescura y elegancia se combinaban de la mejor manera, atrayendo todas las miradas hacia su atractiva persona. De tal forma, casi nadie vio a Hikari cuando bajaba del mismo modo que su compañera, ayudada por Kai, o cuando Suzuhara salió del quemacocos y descendió de un brinco desde el techo del auto. El vestido de Hokkari no era tan llamativo como el de su amiga, pero le quedaba bastante bien, un conjunto rayado sin mangas de una sola pieza, en tonos amarillos y ocres.

    —Ya estarás contenta, supongo— susurró Katsuragi al oído de su preciosa novia, que con su sola presencia ya se estaba robando la tarde, mientras ella le tomaba del brazo para dirigirse al extremo de la fila.

    —Aún hay mucho por hacer, pero este fue un muy buen comienzo— pronunció la joven, complacida por el efecto que su presencia producía en los demás.

    —Y yo que pensaba que ya podríamos regresarnos a la casa— respondió penosamente.

    —¡Que ni se te ocurra! Mejor te vas haciendo a la idea de que nos vamos hasta que cierren el lugar… ¡y nomás que andes de aguafiestas y ya verás!— sentenció la esplendorosa muchachita, aunque amenazante.

    —¿Y donde quedaron las lagrimitas?— murmuró entre dientes Rivera, mentalizándose para soportar aquél ambiente saturado de música estridente, la cual ya se oía retumbar las paredes aún fuera del recinto.


    —¡Oigan muchachos, aquí!—exclamó Kensuke desde su lugar de la fila, faltando poco para que alcanzara la entrada —¡Los estaba esperando!

    —¿Es que este teto nunca se peina?— murmuró Langley para sí misma, disgustada por la cabellera descuidada y apariencia casual del joven de anteojos, quien llevaba puesto una simple camiseta roja estampada, tenis y jeans azules.

    —¡Tú siempre tan oportuno, muchacho!— exclamó Suzuhara, feliz de ver a su mejor amigo y más porque les había ahorrado algunos minutos de espera —¿Dónde está tu chica?

    —¡Aida, no me digas que Midori aún no ha llegado!— exclamó Hikari, con un dejo de molestia en su voz. Había tardado bastante en convencer a alguien para acompañar a aquel muchacho, lo que finalmente logró cobrando un viejo favor que se le debía.

    —Quedamos de vernos aquí en la entrada hace unos quince minutos, así que no creo que tarde mucho— respondió Kensuke, sonriente, sin querer darle importancia al asunto —Ustedes saben mejor que nadie como son las mujeres, siempre se tardan una eternidad en arreglarse, jeje…

    —No tienes que recordármelo, ¡ufff!— suspiró Katsuragi, apesadumbrado, ante la suspicacia de su novia.

    La cola avanzaba rápidamente, por lo que no tardaron mucho en llegar a la entrada para pagar su ingreso. Cuando lo hicieron, mientras el grueso del contingente de muchachitos se abalanzaba emocionado hacia el oscurecido interior del estruendoso antro, Aida se quedó en la entrada, apartándose de los demás, hecho del cual solamente dio cuenta Kai.

    —Oye, flaco, ¿qué no piensas entrar ó ya te arrepentiste? Sí es así, ya somos dos…

    —No es eso, quiero esperar a Midori-san aquí afuera, para poder entrar juntos— confesó el chiquillo, algo ansioso.

    —¡Ya esperaste bastante, entra de una buena vez! ¡Deja que esa tipa batalle un rato para encontrarte en este hervidero de gente!

    —Lo que pasa es que quiero platicar un poco más con ella, para conocernos mejor— contestó cabizbajo, queriendo ocultar su bochorno —Por teléfono me pareció una chica muy interesante…

    —¡Ooooh, ahora ya veo!— exclamó Katsuragi en tono cómplice, entornando los ojos y sacudiéndolo por los hombros y fingiendo que le daba un golpe en el mentón —¡Quieres estar un rato a solas con tu chica, pequeño bribonzuelo! ¡Jejeje! Siendo así, me aseguraré de guardarles un buen lugar para que queden más juntos y apretaditos… ¡Déjalo todo en manos de tu tío Kai! ¡Los espero adentro!

    —Gracias— musitó Aida, despidiéndose, encendido como antorcha —En un rato más los alcanzamos… Shinji y Sophie ya entraron desde hace rato, seguro los encuentran por ahí…

    —Qué emoción— respondió Rivera de forma lacónica, volteando la mirada hacia arriba.


    Demian Hesse era un hervidero de rencor y malas intenciones, se le notaba en su mirada profunda que parecía encender hogueras por sí misma y su actitud huraña y hasta misántropa. Despreciaba todo y a casi todos y sus intenciones eran muy claras en esos momentos: asesinar a Dios.

    Para lograr su cometido trabajaba afanosamente como investigador genético molecular en el Instituto Roslin de Edimburgo, en Escocia. Buscaba, con sus ojos de fiera rubicunda, entre todas las secuencias de genes y estructuras moleculares que día a día estudiaba y dominaba, la prueba definitiva de la no-existencia de ese ser supremo que tanta animadversión le causaba. Pero eso no le bastaba, asimismo pretendía usurpar sus funciones, consiguiendo crear vida prácticamente de la nada, para finalmente dejarlo sin un propósito en ese frío, desolado mundo, tal como a él le había sucedido. Era difícil de creer que alguien como él, quien había sido criado con profundas raíces religiosas, siendo un ciudadano norirlandés nacido en el barrio católico de Bogside, en la antigua ciudad de Derry, deviniera en ese frío iconoclasta empedernido que no hacía más que odiar a Dios y que ponía todo su empeño en su destrucción definitiva. En aquellos años esa única resolución era todo lo que daba fuego y dirección a su atribulada vida. Ó casi todo.

    —Planeta Tierra llamando a Demian Hesse, cambio… Responda, por favor…

    La delicada mano femenina que pasó frente a sus ojos y una voz tan dulce como la miel lo sacaron abruptamente del trance que le provocaban sus estudios y elucubraciones, trayéndolo de nuevo a la realidad. Pretendió simular enojo por tal atrevimiento, pese a que cuando miró el rostro de la gentil mujer esbozaba una enorme sonrisa, alegre y radiante, muy pocas veces vista en él por alguien más que no fuera esa persona.

    —Al parecer alguien aquí no sabe que es de mala educación interrumpir a alguien cuando trabaja con tanto ímpetu— masculló Hesse, girando su asiento para poder deleitar su pupila con la encantadora estampa que tenía delante suyo.

    —Al parecer alguien aquí olvidó que hoy saldríamos temprano para que me llevara a cenar como es debido— corrigió Yui Ikari con las manos en la cintura, risueña —Mucho trabajo y nada de diversión terminarán por volverte loco de remate, Doctor Hesse.

    —Oh, ¿pero es que nadie se lo ha informado, Doctora Ikari?— preguntó Demian, simulando confusión —Ya estoy bastante loco… por usted, claro…

    —Muy buena respuesta, Hesse— contestó la simpática mujer, guiñándole el ojo y señalándolo con el índice como si le apuntara con un arma imaginaria —Ahora mueve tu trasero de esa silla y vamos por un par de cervezas y algo de estofado de cordero, no me hagas recurrir a la violencia.

    —Estaba terminando unas secuencias que el Doctor Wilmurt necesitará para…

    —Demian, Demian, Demian— pronunciaba Ikari, moviendo la cabeza de lado a lado en señal de negación, haciendo que su corto cabello castaño danzara por encima de sus hombros —¿Sigues con tu afán de clonar esa oveja tú solo? Hay más de un centenar de investigadores en esta instalación, y el que haya tantos es precisamente para que la carga sea más fácil de llevar entre todos nosotros. Hay momentos para todo, ya tuviste bastante trabajo, ahora es momento para descansar y divertirte un buen rato, y de paso para recordar que tienes una preciosa novia a la que has desatendido últimamente…

    La mujer pasó sus brazos por encima de sus anchos hombros, acariciando su nuca tapizada de cortos cabellos plateados para enseguida depositar un amoroso y cándido beso en sus labios agradecidos, que se levantaron en una sonrisa complacida. La miraba fijamente de forma tan intensa como sólo alguien que está enamorado puede hacerlo, rodeando al ser amado de un hálito luminoso que irradia más que un ardiente sol. Su cara, sus ojos, su boca, su sonrisa, su voz, su sola presencia lo llenaba de felicidad, liberándolo momentáneamente del enorme peso que le hacía sentir su constante odio hacia su entorno. Ella lo transportaba del abismo más profundo y oscuro hasta la gloria sublime de un cielo azul despejado sin preocupaciones.

    —Quien sabe— continuó Yui después de besarlo —Si haces méritos suficientes, esta noche podría ser una que nunca olvidarás…


    Casi veinte años después, Hesse aún no olvidaba aquellos dulces labios posados sobre los suyos, ni la melodiosa voz de aquella fantástica mujer que al haberse ido también se había llevado lo último que quedaba de su humanidad. Tal como la Doctora Ikari lo había predicho, en su memoria estaban por siempre grabados cada momento e ínfimo detalle de esa maravillosa noche, la última noche en la que había podido disfrutar el sublime acto de hacerle el amor a la dueña eterna de su corazón, aunque este ya fuera pequeño y ennegrecido.


    Dos décadas después, Demian Hesse reposaba pesadamente sobre su ancho e imponente sillón de cuero, que algunas ocasiones parecía ser su trono, exprimiendo cada recuerdo que guardaba celosamente de la mujer que le había dado tanto y le había quitado todo. Su fría y penetrante mirada esmeralda fijada intensamente en la nada. Era en esas raras ocasiones que se permitía a si mismo algún tipo de descanso ó espaciamiento que su mente lo traicionaba y evocaba cada dulce momento que había disfrutado en compañía de ese magnífico espécimen del género femenino. Y en consecuencia actuaba del único modo que su naturaleza le hacía reaccionar a todo: odiando. La odiaba a ella, por el abandono en que lo precipitó, odiaba al mundo entero por no permitirle estar junto a ella, pero sobre todas las cosas se odiaba a sí mismo, por ser incapaz de olvidarla y por traer su recuerdo de las tinieblas en su cabeza a la menor oportunidad.

    —Doctor Hesse… perdón que lo interrumpa— pronunciaba nerviosamente un joven oficial perteneciente a su ejército —Pero usted mismo solicitó que se le informara cuando su cargamento llegara a su destino. Justo ahora hemos recibido la confirmación que ya se encuentra en costas japonesas, esperando por ser transportado. ¿Desea que contactemos a nuestros agentes en ese país para que se ocupen de ello?

    —No— repuso el gigantesco hombre barbado, abandonando su cómodo asiento para erguirse como una oscura torre profana —Yo mismo me encargaré del asunto… el cargamento es muy delicado y quiero que el margen de error sea mínimo…

    El joven acató la indicación, inclinando ligeramente la cabeza como única respuesta y enseguida salir del cuarto tan rápido como podía. Eran pocos los hombres que soportaban lidiar con el pavor que producía en la piel estar en el mismo espacio que aquel sombrío personaje. Por su parte Demian estaba agradecido por la nueva oportunidad que se presentaba para volver a enterrar en lo profundo de su psique esos embarazosos recuerdos, vestigios putrefactos del ser humano que alguna vez fue.

    “El amor es la máxima flaqueza humana” pensaba con ahínco, clavando nuevamente su helada mirada en el vacío. “El odio es el redentor que nos libera de nuestras debilidades, el odio es lo que nos hará fuertes, ¡el odio lo es todo!”


    Habían transcurrido ya tres largas horas desde que los muchachos habían llegado al “Redblack Fox” para unirse al ritual del baile masivo que se llevaba a cabo en su interior. Casi un centenar de adolescentes se agolpaban unos con otros en un espacio de unos cien metros cuadrados, algo apretujados pero divirtiéndose de lo lindo al moverse rítmicamente al compás de la estridente música electrónica que salía escupida de las potentes bocinas dispuestas alrededor de la pista de baile. Los componentes individuales se perdían a si mismos al aglutinarse en el monstruo devorador que reinaba en el cuadrilátero a media luz, cuyo cuerpo se conformaba con la masa amalgamada de cuerpos danzantes y sus rostros eran múltiples, siempre cambiantes. El delirio en que la música, el movimiento y el contacto de sus cuerpos sumía a los jóvenes era abrumador, envolvente, teniendo la habilidad de doblar el tiempo y hacer que las horas se convirtieran en segundos.


    Ó por lo menos así lo era para casi todos. Como en casi todo sistema, debía existir alguna falla en el entretejido que rompía con la uniformidad de todo el conjunto, aunque a veces fuese imperceptible, perdido en la totalidad de la estructura general. La anomalía en este entramado era el joven Katsuragi, quien pese a su disposición por integrarse al entorno y por disfrutar como pudiera perdido en la muchedumbre oscilante, sus escasas habilidades para la danza e interacción social con personas de su misma edad lo delataban como a un extranjero en esas tierras desconocidas para él. Se le tenía que reconocer, sin embargo, el afán que había mostrado por complacer a su bellísima novia, con quien no había dejado de brincotear (que no bailar) durante todo ese tiempo, con muy pocos descansos para refrescarse. Finalmente el bochorno provocado por compartir el mismo aire con tantas personas en un espacio tan reducido, la pérdida de líquidos en su constante transpiración que ya tenía empapada su camisa y la precaria condición física en la que se encontraba hicieron mella en su determinación y terminó por arrojar la toalla. Así se lo hizo saber a Asuka, quien apenas podía entenderle entre el tumulto que los rodeaba. Agitando las manos delante del cuello le hizo entender que no podía más y que necesitaba tomar algo. La muchachita rubia sólo se encogió de hombros y se sumió de nuevo en el trance frenético en que la sumergía la música que entraba por sus oídos y sacudía de manera bastante estética su ágil cuerpo encantador.

    —Disculpen, con permiso, disculpen…— repetía Kai mientras se abría paso entre la multitud, pisando callos y chocando con bailarines a diestra y siniestra —¡Ouch, ese es mi ojo!

    Como pudo, consiguió llegar a la barra, no sin antes haber hecho un gran esfuerzo, quedando con la lengua por de fuera, como un can deshidratado. Al revisar con detenimiento la carta de bebidas de aquél establecimiento no pudo ocultar su descontento, el cual le hizo saber a la persona encargada de preparar los refrescos:

    —¿No tienes algo un poco más fuerte que una limonada ó una naranjada? ¿Algo con un poco de licor, para variar?

    —Eso es todo lo que podemos servir, muchacho— respondió el empleado señalándole la carta que sostenía en sus manos.

    —Olvídalo, en ese caso prefiero tomar agua de la llave… sólo dame unos cigarrillos, por favor, me quedé sin combustible…

    —No vendemos cigarros a menores de edad— contestó de nueva cuenta el hombre detrás de la barra, exasperado por la actitud del chiquillo.

    —¿Qué? ¿No hay alcohol ni tabaco? ¿Qué clase de tugurio es éste?

    —Uno decente… ahora pide algo de la carta ó esfúmate, chiquillo, me estás haciendo perder la paciencia…

    —De mejores pocilgas me han corrido, no hay cuidado— repuso Rivera con enfado, harto de todo y buscando alivio a como diera lugar, el cual sólo consiguió cuando pudo salir del abarrotado antro y respirar a sus anchas de la fresca brisa que traía la tarde extinguiéndose para dar paso a la noche.


    Estiró sus brazos y piernas tan largos como eran, disfrutando nuevamente de tener su espacio personal sin ser invadido por un jovenzuelo en plena efervescencia dancística. Se le ocurrió entonces que quizás Misato guardaba en el carro alguna cajetilla de cigarros olvidada, ó en caso contrario podía ir rápidamente en auto a la tienda de conveniencia más próxima. Seguramente que Asuka ni siquiera daría cuenta de su ausencia, ensimismada como estaba en el despliegue de sus atributos físicos frente a la jauría de adolescentes en celo que plagaban el lugar. Con esas intenciones se aproximó al vehículo que se le había prestado para la ocasión, para entonces distinguir el sonido que producía alguien sollozando en soledad. Al bajar la mirada reconoció la lastimosa persona de Kensuke, sentado en el piso del estacionamiento y recargado sobre el rin de la llanta delantera del carro, con el rostro escondido entre sus rodillas. Se convulsionaba a causa del llanto en intervalos regulares y estaba tan agobiado que ni siquiera había percibido la presencia de Kai frente a él.

    “Otro que me va a salir con su drama, ¿qué cuernos le pasa a todos últimamente?” pensaba Katsuragi, fastidiado de tener que lidiar con personas en esa condición. “Esto parece un valle de lágrimas.”

    De haber tenido la oportunidad se habría hecho el disimulado y se habría marchado sin siquiera dirigirle la palabra al atribulado muchachito, pero como este estaba instalado en su medio para conseguir licor y cigarros tuvo que buscar la forma de hacerlo a un lado de manera discreta, sin evidenciar su desinterés por su condición.

    —Hmm, ¿Kensuke? ¿Está todo bien, amiguito? ¿Te pasa algo?

    Aida se sintió sacudido en cuanto escuchó la voz del muchacho, levantando la mirada en el acto para revelar sus ojos enrojecidos, que se veían aún más pequeños sin sus característicos anteojos.

    —Oh, eres tú, Kai— musitó el jovencito, poniéndose de nueva cuenta los lentes, avergonzado por que alguien descubriera su escondite —No, no pasa nada… lamento haberlos hecho que se preocuparan por mí…

    —Sí, seguro— contestó enseguida Rivera, desviando la mirada de lado a lado —No hay problema…

    —Pero como puedes ver, mi cita jamás llegó… y pues… pues… ¡estoy tan harto que me desprecien y me humillen de esta manera! ¡Me da tanta rabia!— dijo dificultosamente, cuando las lágrimas volvían a recorrer su rostro y las palabras se atoraban en su garganta, manoteando como si quisiera apuñalar a alguien.

    —Ya veo, te dejaron plantado, viejo— pronunció su acompañante, haciendo ademanes con las manos que él consideraba graciosos para poder levantarle el ánimo, cosa que por supuesto no ocurrió —Shit happens, you know? Esa mierda pasa, pero todo es parte de esta gran aventura que es el vivir… te aseguro que en unos años más, cuando seas viejo y te acuerdes de esta tarde te cagarás de la risa por lo que pasó…

    “Eso, ó subirás a la torre más alta que encuentres para empezar a dispararle al azar a la gente que pase…” pensó para sus adentros, con una mueca nerviosa que quería hacer pasar como sonrisa.

    —Para ti es tan fácil decirlo— suspiró Kensuke —Vives rodeado de mujeres hermosas que se la pasan mimándote y agasajándote… la señorita Misato, Ayanami, Asuka…

    —¡Oye, te aseguro que tratar con esas tipas no es nada sencillo! Necesitas harta paciencia y un gran instinto de autoconservación que te permita rebajarte para suplicar por tu vida… lo que tienen de lindas lo tienen de orates… sólo ve como dejaron al pobrecito de Shinji…

    —Aún así estoy tan cansado de estar solo… todos ustedes, incluso Shinji y Toji ya tienen pareja, yo soy el único que sigue sin perro que le ladre, me siento rebasado, estoy siendo dejado atrás…

    —¡Pfff, por favor!— Katsuragi hizo una sonora trompetilla mientras aprovechaba la oportunidad para deslizarse al interior del automóvil y cumplir su cometido original, que era esculcar dentro de los compartimientos en busca de algo que pudiera mitigar el ansia de su organismo por licor ó nicotina —La validación como hombre y como persona te la tienes que dar tú mismo, y nadie más, mucho menos una tipeja que ni siquiera se toma la molestia de avisarte que no llegará a su cita… una vez que comprendas y apliques esto serás una mejor persona ante los ojos de los demás, pero sobre todo, ante ti mismo, e hijo mío ¡al fin un hombre serás!

    Cuando revisaba la guantera descubrió con beneplácito una cajetilla casi entera de cigarros, lo que le produjo gran satisfacción y el hecho de que estuviera como recién abierta le hizo suponer que la dueña del automóvil que conducía se había abastecido de algún modo para la tarde a solas que pasaría ese día. Mientras encendía apuradamente el cigarrillo en sus labios y se apresuraba a llenar sus jóvenes pulmones de humo café y pestilente, se abalanzó a la palanca que abría la cajuela del vehículo para revisar su interior. Sumamente emocionado le compartió a su amigo su nuevo descubrimiento:

    —¡Mira nada más lo que me acabo de encontrar! ¡Es la cura para todos tus males, cortesía directa de Misato-san! ¡CER-VE-ZAA!— pronunció triunfalmente cuando sacaba una caja entera de envases de vidrio que contenían el preciado líquido ambarino —Están a temperatura ambiente, por supuesto, pero ese no será ningún problema, así es como la toman los alemanes, y si de algo saben esos tipos es de cerveza… toma…

    Kai le aproximó una botella que Kensuke recibió con algo de nerviosismo, e incluso podría decirse que espanto.

    —Pe-pero… esto tiene alcohol… somos menores de edad… que dirán si…

    —Amigo, déjame decirte una verdad incuestionable: la vida es muy corta. Hoy eres un quinceañero disfrutando de los mejores años de tu vida y cuando menos te enteras acabas siendo un vejestorio acabado que nunca se atrevió a probar las cosas buenas de este mundo… lloras y te quejas porque crees que nadie te valora, pero dime, ¿qué has hecho para hacer algo al respecto, además de lloriquear como colegiala?— Rivera se apuró a quitar la tapa de la botella para rápidamente ingerir gran parte de su contenido —Te voy a decir algo que te servirá mucho cuando te decidas a crecer: el mundo es de quien se atreve. Basta de lamentarte y agarra a esta puta de los cuernos y muéstrale quien manda, enséñale que sin importar cuánta mierda ponga en tu camino tú siempre sabrás salir adelante. Además, no hay nada mejor que un diurético depresivo para remediar la depresión, yo sé lo que te digo… salud…

    Rivera le destapó la botella que anteriormente le había dado y la sacudía frente a sus ojos, conminándolo a unírsele. Después de tragar saliva, finalmente Kensuke se decidió, siguiendo los “consejos” de su amigo y tomó la bebida de un gran trago.

    —¡Ay, qué horror!— dijo una vez que se pasó el amargo y espumoso líquido ambarino, con la cara contraída, asqueado y enseñando la lengua en señal de disgusto —¡Sabe espantoso!

    —Ja, sí eso creo… es más bien un gusto adquirido, ya verás que entre más la pruebes más te gustará— pronunció Katsuragi con aires de gran conocedor, tomando otro generoso trago de la botella en sus manos —Ahora quisiera proponer un brindis… ¡por el amor!

    —Por el amor— musitó Aida, sin amedrentarse por el fuerte sabor de la bebida que se le había convidado, dándole un nuevo sorbo mucho más prolongado que el anterior.


    Una vez que consumieron dos botellas cada uno, los efectos inherentes a la ingesta de alcohol comenzaban a manifestarse en el par de muchachos, que eran mucho más evidentes en el jovencito de las gafas, el menos experimentado de ambos en tales lindes. Sin embargo estaba pasando tan buen rato y se le veía tan relajado que incluso ya también se encontraba disfrutando de un cigarrillo igualmente facilitado por su compañero.

    —Entonces, ya que estamos en confianza— decía Kensuke, arrastrando las palabras —Dígame, mi teniente… ¿qué se siente matar a alguien?

    De haberle hecho esa pregunta en circunstancias normales lo más probable es que Rivera le hubiera soltado un puñetazo que lo hubiera dejado sentado en el piso, pero al calor de las copas Kai se sentía mucho más en confianza con aquél chiquillo, tanto como para revelarle algunos de sus más profundos pensamientos.

    —Horrible, es algo que te carcome el alma y se lleva un pedazo de ti cada vez hasta que te quedas vacío por dentro, es traicionar la misma esencia de tu ser… el recuerdo de todas las personas que he matado me atormenta todos los días, todas las noches… apenas cierro los ojos para poder dormir los veo a todos ellos, juzgando y enloqueciéndome… piensa en lo que sientes cuando ves a un perro muerto, tirado a un lado del camino: completamente tieso, con el vientre inflamado por todos los gases que se van acumulando en su interior, muchas veces desfigurado por el impacto que lo mató. Es algo repulsivo, que quisieras no haber visto. Ahora imagina cómo te sentirías si tú hubieras matado a ese perro. Y ahora imagina que no es un perro al que estás viendo, sino un ser humano que está tirado a tus pies, justo como ese repugnante perro muerto, y además calcinado, desfigurado, mutilado en muchas ocasiones. Justo así es como me siento. Incluso ahora creo seguir oliendo ese fétido olor a carne chamuscada, impregnando cada rincón de mis fosas nasales. Ya no soportaré ir a una parrillada nunca más…

    Aida, aún con su juicio nublado por los humos del licor, caviló un poco al respecto. Hasta ahora sólo había pensado en la parte poética de la guerra, aquella donde el valor, el honor y el arrojo de las tropas, de cada soldado, le hacía conseguir la victoria a su nación sobre sus enemigos. Nunca se había detenido a pensar en las bajas, las muertes que arrojaba como saldo cada batalla, y que en última instancia determinaban el resultado de los conflictos.

    —Viéndolo de esa manera… es algo horrible, creo que nadie debería experimentar eso— admitió el chiquillo en primera instancia —Pero aún así… bueno… supongo que estás consciente que todas esas muertes eran necesarias, ¿no? Tuviste que hacerlo para lograr un bien mayor, en este caso frenar el avance de la Banda Roja… además, el que sientas remordimiento por haberlo hecho quiere decir que aún eres una buena persona, ¿no?

    —Es lo que todo mundo me dice— musitó Katsuragi, abriendo una nueva botella —Pero eso no lo hace más fácil, de cualquier manera… trato de ya no pensar más en ello… si algo he aprendido estos últimos meses es que en la vida no existen los absolutos, no existe negro ó blanco, sino que el mundo real se compone de matices grises, una combinación de ambos… un día puedes estar del lado de una cerca y al otro amaneces del lado contrario.

    —¡Cómo quisiera poder experimentar todo lo que has vivido! Tu vida es una constante aventura que sube y baja, no gris y monótona como la mía…

    —Sigues diciendo cosas como esas, pero no creo que sepas de lo que estás hablando… ¡Si sólo supieras que yo soy el que te envidia! No te das cuenta que tienes algo que muchos de nosotros no: opciones. ¡Tienes todo un futuro abierto ante ti, lleno de posibilidades! Y el resultado de ello depende única y exclusivamente de ti, no estás atado como yo… no es que quiera minimizar tus problemas, pero comparados con los míos ó con los de muchas otras personas, pues, en perspectiva no se ven más que… insignificantes… y eso es una enorme bendición, aunque no lo pienses así…

    —Trataré de verlo de esa manera la próxima vez que me sienta así, muchas gracias— expresó Kensuke de todo corazón, lejos de sentirse ofendido —Ahora platícame los detalles de un combate entre un Evangelion y fuerzas armadas regulares… por ejemplo, ¿cuál es el nivel de daño que puede ocasionar con su Campo A.T.?

    —Devastador. Lo que sucede con el Campo A.T. en palabras sencillas es que se trata de una barrera que niega cualquier forma física que entre en contacto con ella, repeliéndola al instante. Al hacer esto las moléculas se desestabilizan y combustionan en una reacción violenta. No hace distinción entre materia orgánica e inorgánica, así que igual puedes atravesar el blindaje de un acorazado como un cuchillo caliente a la mantequilla como puedes atravesar la coraza de un enorme engendro que derriba edificios a su paso…

    —¡Eso es asombroso!— exclamó su acompañante, emocionado como un niño, dándole otro sorbo a su botella, cuyo contenido ya tomaba como si se tratara de agua corriente.

    —Y aún así, sus efectos no son nada comparados con los producidos por el Anti-Campo A.T., que es una frecuencia completamente opuesta hasta hace poco desconocida— igualmente emocionado y con la lengua suelta por el alcohol, Rivera no se daba cuenta que estaba compartiendo trozos de información clasificada con un civil no autorizado. Tenía suerte que pasado el tiempo ninguno de los dos podría recordar muchos detalles de esa descuidada conversación al aire libre —A diferencia del Campo A.T. que busca preservar la forma física de su usuario, el propósito de esta cosa horripilante es la eliminación de toda materia física a su alcance. ¿Qué como lo hace? Mediante una reacción en cadena que afecta directamente en la estructura atómica de los objetos, reduciéndolos a sus componentes esenciales. Lo peor del caso es que esta frecuencia sí hace distinciones entre la materia orgánica de la inorgánica, es decir que si un soldado es alcanzado por una descarga así, del tipo no queda más un caldo de proteínas y enzimas primordiales, es algo como sacado de una película de terror, me tocó ver un campo tan grande como dos estadios de fútbol lleno de uniformes y equipo volando a la intemperie, pero de las tropas no quedó ni un solo cabello. Me dan escalofríos con sólo recordarlo…

    —Pero si es así, ¿cómo…?

    Antes que Aida pudiera formular una nueva pregunta fue interrumpido por un pequeño grupo de muchachitos que se aproximaba a sus inmediaciones.

    —Oye, amigo, ¿nos puedes regalar un cigarro?— preguntó uno de ellos, al parecer sumamente impresionado por verlos fumar.

    —¿Qué me viste cara de hermana de la caridad ó qué diablos?— masculló Rivera —Los cigarros no crecen en los árboles, niños… si quieren fumar, el precio es de 300 yenes por unidad…

    —¡¿300 yenes por un cigarro?!— exclamó al unísono el reducido grupo de jóvenes, y con justa razón pues ese era casi el precio de una cajetilla completa.

    —Es la ley de la oferta y la demanda, nenes… ¿ó es que ven a alguien más por aquí que esté dispuesto a venderle cigarrillos a menores de edad? Tómenlo ó déjenlo— sentenció Katsuragi con sorna, deleitándose con el humo que expelía de sus pulmones.

    —Ni hablar, yo sí quiero uno— dijo uno de ellos, para que entonces los recién llegados comenzaran a formar un semicírculo en torno al abusivo vendedor y corruptor de menores y a su alcoholizado amigo.

    —¡¿También tienen cerveza?!

    —500 yenes por cada botella— musitó perversamente el joven de apariencia extranjera.

    Así pues, en el estira y afloja típicos de cualquier negociación, la charla entre ambas partes no se hizo esperar, sobre todo porque Kai les parecía un sujeto bastante interesante a aquellos jóvenes que tampoco habían tenido cabida en el rito de apareamiento masivo que se llevaba a cabo dentro de las instalaciones de ese concurrido lugar.

    —No creo haberte visto alguna vez por aquí cerca, amigo, ¿de qué escuela eres?

    —Bah, la escuela es para perdedores, la única preocupación que deberíamos tener los jóvenes de esta época es evitar que nos pisotee un monstruo gigante ó un loco demente a bordo de un robot salido de una caricatura— masculló Rivera cuando despachaba su mercancía a sobreprecio.

    —¡Jajaja, tiene mucha razón este chico!

    —¡Oye, yo te conozco! ¡Eres Aida-san! ¿No es así? Nos conocimos en la convención de modelismo en Matsuhiro, ¿recuerdas?

    —¡Oh, es verdad! Amano-kun, ¿cierto?

    Sucedía en muchas especies animales. Los especímenes machos que no lograban conseguir pareja eran abandonados a su suerte por la manada principal, pero en contraparte formaban un subgrupo que les permitía aprovechar recursos y protegerlos de los depredadores. Así pues, en el papel de macho alfa que casi siempre le tocaba desempeñar, a Kai no le costó mucho trabajo asumir el liderazgo de ese grupúsculo de rechazados que encontraban sosiego en compañía de otros de su misma condición.


    En contraparte, Asuka, la hembra alfa de su grupo, se vio extrañamente sola de súbito, casi sin darse cuenta. Tan concentrada estaba en dejarse llevar por el rimo musical que sacudía su cuerpo entero que no se percató cuando Hikari y Toji se apartaron de su lado para estar en un rincón a solas, cuchicheando entre ellos, sonrojándose y riendo disimuladamente como un par de idiotas. Y lo peor de todo era que el estúpido de Kai ya había tardado más de cuarenta minutos, casi una hora entera, en ir por una simple bebida, y no había rastros de él por todo el lugar. Quería pensar que no tendría el descaro de botarla en ese nido de cucarachas, pero la verdad es que todo se podía esperar de ese sinvergüenza. Así pues, para no quedar como una tarada que bailaba sola, se decidió a tomarse un pequeño descanso, sentada sola en la barra, fustigando con la mirada a todo aquél que pasaba a su lado. Ahora su deslumbrante apariencia le estaba jugando una mala pasada, si bien al principio la había hecho quedar como toda una diva ahora sólo evidenciaba ante los demás la soledad en la que estaba inmersa, cosa que les saldría muy cara a sus acompañantes. Al mirar de reojo el rincón donde se acurrucaban Suzuhara y Hokkari su rostro languideció y sus labios dibujaron una “O” mayúscula cuando presenció el primer beso que se daba aquella joven pareja. Había pensado que ninguno de los dos tendría las agallas para dar el primer paso y que llegarían a viejos sin formalizar nada. Aquello la llenaba de envidia al añorar los días previos a comenzar su relación con Rivera, cuando los nervios y ese cosquilleo de mariposas en el estómago no la dejaban en paz. Ahora, aún cuando habían pasado tan solo unos meses desde entonces, todo eso tan sólo era un nostálgico y añorado recuerdo para ella. “Estúpido Kai” pensaba para sus adentros, una vez más decepcionada por el proceder de su pareja, apretando la quijada y frunciendo el ceño.


    Tan concentrada como estaba no se percató que Sophia se había sentado a su lado, hasta que ella palmeó su hombro confianzudamente.

    —Salud, amiguita— le dijo con su típica sonrisa, inclinando el largo y delgado vaso del que bebía limonada en una pajilla y alcanzándole un recipiente idéntico con el mismo contenido —Que no eres ni la primera ni la última persona que se ha sentido sola entre una multitud.

    Langley, al verla, sólo soltó un suspiro de resignación. Aunque la había evitado a ella y a Shinji durante el transcurso de toda la tarde, en esos momentos la insolente muchachita americana representaba su única tabla de salvación en aquél desolado mar de ignominia en el que había naufragado. Con ella no aplicaba eso de “más vale solo que mal acompañado”, en esos instantes prefería la compañía de Neuville y tener que soportar sus constantes chapuzas que tener que desfilar solitariamente frente a tantos ojos que la asediaban. Tomando de mala gana la bebida que se le ofrecía tan generosamente, la que empezó a consumir casi de inmediato pues se encontraba sedienta por el esfuerzo físico realizado, a fin de cuentas tuvo que entablar comunicación con su compañera piloto.

    —¿Y?— preguntó, sin despegar los labios de su pajilla —¿Dónde se encuentra tu querido galán? ¿Tan rápido terminó el embrujo con el que lo tenías hechizado?

    —Ja, qué graciosa— respondió Sophie, tomando su bebida de la misma forma —Está en el baño… a veces, estar con ese muchacho es como sostener a un chihuahua, creo que tiene lo que se llama “vejiga nerviosa”.

    —¡Jajaja!— se carcajeó enseguida la jovencita europea, derramando un poco del líquido que bebía, lo que la apenó bastante, eso aparte del hecho que había encontrado divertido uno de los estúpidos comentarios de Sophia —Lo siento…

    —No es que me queje, claro— prosiguió la otra joven como si nada hubiera sucedido —Además, me gustan los chihuahuas… él hace su mejor esfuerzo, y eso se lo agradezco siempre…

    —Es verdad… Shinji se esfuerza bastante…— pronunció lastimosamente la jovencita rubia, con sumo pesar. Era hasta esos momentos, cuando el muchacho ya estaba con otra, que comenzaba a percatarse de sus múltiples virtudes, las cuales había minimizado durante tanto tiempo. Darse cuenta del grave error que había cometido la llenaba de una profunda tristeza y arrepentimiento, como suele suceder en esos menesteres.

    —La verdad es que quedé muy sorprendida de lo buen bailarín que es y como sabe llevar el ritmo de todas las melodías… no parece mucho del tipo bailador y aún así se mueve bastante bien…

    —Hace unos meses tuvimos que entrenar para coordinar una coreografía que nos sirviera para combatir a un ángel que se dividía en tres cuerpos. Seguro que algo se le pegó de todo eso… fueron unas semanas bastante agotadoras, da gusto ver que el inútil aprovechó tan bien todo ese entrenamiento. Yo misma tuve que enseñarle un par de pasos, ¿sabes?

    —¿Y el Teniente Rivera-Katsuragi-noséquediablosmás no piensa seguir entreteniendo a chicos y grandes por igual con sus originales pasos de baile?

    —Lleva desaparecido por más de media hora, el muy sabandija… conociéndolo, seguramente fue en el carro a comprar tabaco y licor… ¡hay veces que no sé como lo soporto!

    —El tipo debe estar mal de la cabeza, si se atreve a dejarte así nada más… quiero decir, ¡sólo mírate! Estás hermosa como una verdadera princesa, el piso de este lugar está inundado por la baba de todos estos muchachos que suspiran por ti. La verdad es que no te mereces un trato así, debería aprender a valorarte mucho más y no tratarte como si fueras cualquier cosa…

    De repente las palabras de Neuville cobraban sentido para los avispados oídos de Asuka, la lógica de estas tomando una fuerte convicción dentro de ella. Sus sentidos parecían agudizarse conforme empezaba a ver las cosas con una nueva luz.

    —Sí… tienes razón…— dijo lenta y pausadamente, como hace todo aquel que trata de memorizar algo.

    En ese instante el tiempo se detuvo para Langley. La música paró, los asistentes al evento quedaron congelados en su sitio como si estuvieran participando en alguna clase de juego infantil y la poca luz que había al interior del recinto se apagó. Incluso para ella misma el tiempo parecía no transcurrir, permaneciendo inmóvil en su asiento, su mirada perdida clavada en la nada, ni siquiera pestañeaba. Por tal motivo no se daba cuenta que, aunque ya se había terminado su bebida hace algunos momentos, seguía succionando del popote como si el vaso en sus manos aún tuviera algún contenido.

    —Debes darte a respetar, amiga— le dijo Sophia casi al oído en tono susurrante, mientras le quitaba el vaso vacío y lo reemplazaba con uno lleno, sin que la muchacha alemana se inmutara por ello —Hazlo pagar por todos los desaires que te ha hecho pasar y sólo así comenzará a verte como la diosa que realmente eres…

    —Hacerlo pagar… sí… soy una diosa…— contestó la chiquilla rubia aún más lentamente que la vez anterior, paralizada y con el mundo desdibujado. En esos momentos únicamente existían para ella las palabras de Sophia y la sofocante verdad que de ellas emanaba.

    —Busca al muchacho más guapo que te puedas encontrar en este agujero y baila con él para calmar las ansias de tu cuerpo perfecto, no dejes que el decoro ó el pudor te detenga, sólo déjate llevar por el instinto… eso le enseñará a ese imbécil que no debe descuidarte ni que te tenga por segura…

    Enseguida, como accionada por un mecanismo de resorte, la atractiva joven de cabellera dorada se puso en pie, terminando de ingerir el contenido de su segundo vaso de limonada que abandonó en la barra.

    —Sí… tienes razón… Sophia— pronunció como en un sueño donde caminaba dormida sin mirar atrás, moviéndose ligeramente, casi como si estuviera flotando, a través de la muchedumbre apelmazada de chiquillos danzando a la vez, ante la sonrisa complaciente de su recién adquirida consejera.


    Después de una inspección a conciencia, la presa que seleccionó para llevar a cabo sus planes fue un joven alto y fornido, con peinado largo que acomodaba en una cola de caballo y con vestimentas pulcras, algo ajustadas. Tendría no menos de veinte años y por tal motivo resaltaba entre la multitud de adolescentes como un anuncio luminoso en una noche oscura. En esos momentos estaba ocupado charlando con sus acompañantes y una jovencita a la que tenía tomada de la cintura, por lo que tuvo que llamar su atención tocándole varias veces su ancha espalda con el índice.

    —Hola, creo que tú eres el más guapo que hay en este lugar— le susurró la chiquilla europea al oído, cuando este volteó hacia ella, confundido en primera instancia pero gratamente sorprendido cuando escuchaba las palabras de la belleza ante él —¿Quieres que bailemos?

    —¡Diablos! ¡Claro que sí!— exclamó el joven desconocido en el acto, sin ocultar la emoción que lo embargaba.

    —¿Ichiro? ¿Adonde vas? ¿Y quién es esta tipa?— lo jaloneó del brazo la muchacha a la que hasta hace unos segundos tenía sujetada, mientras que Asuka literalmente lo arrastraba hasta la pista de baile —¿Qué está pasando aquí?

    —¡Piérdete, Midori! ¡Ya me conseguí algo mejor que tú, enana flacucha!— respondió el muchacho triunfalmente, como un pescador satisfecho que acababa de sacar un gigantesco pez vela del agua, haciéndole una seña obscena con los dedos medios mientras se perdían en el amasijo de jovencitos.

    —¡Maldita sea, no puedo creer lo que acaba de pasar!— dijo estupefacto otro de los acompañantes de aquél muchacho, sin dar crédito a que su amigo se había ligado a la chica más candente que haya visto en su vida sin tener que hacer algún esfuerzo.

    —¡Se los dije, viejo, les dije que teníamos que venir a este lugar!— contestó otro de ellos en el mismo tenor —¡Estas chicas de secundaria están locas por los hombres mayores! ¡Ligar aquí es tan fácil como pescar con dinamita!

    Su agitación rebasó los límites conocidos cuando veían como Ichiro empezaba a bailar con esa preciosura justo en el centro de la pista, pero la única que se movía era la jovencita, restregando su atractiva figura sobre el cuerpo del muchacho, ejecutando el baile erótico más sensual que hubiera visto cualquiera de ellos. Ichiro era tan solo un accesorio que usaba la joven para mostrar a todos los presentes los estupendos atributos de su bien dotada anatomía, haciendo gala también de su inaudita elasticidad con los lentos y pausados movimientos serpentinos que sacudían su cuerpo desde la punta de los pies, pasando por sus larguísimas piernas, sus estupendas caderas, su abdomen plano y sus pechos redondos y firmes; movimientos con los cuales también envolvía e hipnotizaba al afortunado joven frente a ella.

    —¡¡¡Qué… chingóoon!!!— exclamaron los jóvenes al mismo tiempo, enloquecidos mientras ovacionaban a su nuevo héroe y sacaban sus celulares con dispositivo de grabación de video para dejar esos momentos de ensueño para la posteridad.


    Asimismo, otro ídolo surgía en el pequeño estacionamiento al aire libre de aquél centro de reunión juvenil, igualmente aplaudido y festejado por sus emocionados admiradores.

    —¡Fondo, fondo, fondo…!— coreaban todos sin cesar, alzando y bajando el puño rítmicamente, reunidos en círculo en torno a Kensuke, quien consumía de un solo trago todo el contenido de una botella de cerveza —¡¡¡BRAVOOO!!!— estallaron todos en aplausos cuando la faena se completó.

    —¡Soy el rey del chupirul!— gritó Aida, completamente trastornado, levantando la botella vacía por encima de su cabeza para mostrársela a todos como si fuera un trofeo.

    —¡Jajaja! ¡Siempre lo he dicho, debes tener mucho cuidado con los tipos que se ven los más serios!— decía Kai sin poder parar su frenética risa —¡Siempre son los que acaban enloqueciendo!

    Pese a estar compuesto en su mayoría por rechazados, proscritos y parias, la veintena de muchachitos reunidos en ese sitio se las había ingeniado para estar pasando un muy buen rato y estarse divirtiendo como nunca, puede que alentados por los enervantes que casi todos habían ingerido. Y aunque las provisiones estaban próximas a terminarse, el ambiente de esa reunión espontánea continuaba al alza constante.

    —¡Oye, tú!— Midori, la jovencita despreciada anteriormente por el joven al que Asuka le hacía un baile de fricción en esos momentos, llamaba a Kai a sus espaldas, con un marcado tono de despecho en sus palabras —¿No eres tú el que venía acompañando a una bruja de pelo rubio que se cree dueña de todo?

    —¡Sí, esa es ella!— respondió Katsuragi, sin siquiera voltear a ver a quien le hablaba, bastante distraído por la juerga de la que formaba parte y bastante alcoholizado luego de acabar él solo con la mitad de la caja de cervezas —¿A poco no es una hermosura? ¡Está tan buena que ya la van a hacer santa! ¡Jajaja!

    —Si esa tipeja es una santa, yo soy la reina del país de Nunca Jamás— musitó la enfadada jovencita, con mechones pintados de rosa en su cabello —Sólo quería que supieras que esa descarada está bailando como poseída con otro chico…

    —Oh, ya veo… ¡No hay problema! Ya le había dicho antes que estaba bien que lo hiciera… es una suertudota al tener a un novio tan comprensible y poco celoso como yo…

    —¿En serio? Cualquiera se enfadaría muchísimo al ver como está usando a mi cita como tubo en su repugnante baile de pole dance…

    —¡Naaah!— exclamó enseguida el muchacho, negando con la cabeza —¡Debes estarla confundiendo con otra bruja de cabello rubio, entonces! ¡Esa estirada nunca quiere hacer nada de nada!

    —Es la misma zorra con la que llegaste, estoy segura… una ramera así es inconfundible…

    —¿Asuka haciendo un baile erótico? ¡Eso tengo que verlo para creerlo!— lejos de estar enfadado, la apuración del muchacho era más por no perderse el show que por cualquier otra cosa, lo que irritaba aún más a la jovencita delatora, que empezaba a patalear mientras todos los otros chiquillos seguían a Rivera de nuevo al interior del antro.

    Sólo uno de ellos, tambaleante, quedó rezagado, quedando bastante interesado en la enardecida muchachita con mechones de color, a quien no le quitaba la vista de encima, cosa que comenzó a incomodarla.

    —¿Midori… san? ¿Eres tú?— pronunció Kensuke con suma dificultad, dado el alto nivel de alcohol en su sangre —¿Qué estás… haciendo aquí? ¡Pensé que no… habías venido!

    El chiquillo de las gafas comenzó entonces a llorar a moco tendido, mucho más deprimido que antes, dejando a la apurada jovencita a su lado sin saber cómo escapar de allí.

    —¡Aida-san! ¡Lo que pasa es que yo...! ¡Es que tú…! ¿Cómo explicarte?

    —Midori-san— dijo entonces el muchacho, oscilante como péndulo —No me siento… muy bien…

    Ni bien acababa de hablar cuando súbitamente el contenido de las dos últimas botellas de cerveza que se había tomado escapó de su estómago, subiendo velozmente por su esófago para inflar sus mejillas como un hámster sobrealimentado y terminar saliendo por su boca mediante un potente chorro de un cálido y espeso líquido color ocre que terminó casi en su totalidad embarrado en los lustrosos zapatos de tacón alto de la señorita Midori, quien no pudo hacer otra cosa que dejar escapar un estruendoso alarido de espanto. Hay días en los que es mejor no levantarse de la cama, tal y como comprobaba la atribulada jovencita, ó como dirían otros: el karma es una perra que siempre regresa a morderte.


    Una vez que Shinji había logrado salir del baño, después de un largo rato de estar esperando turno para usar el mingitorio, su primera preocupación fue encontrar a su novia en medio de ese mar de gente. Cuando recorría el lugar notó que la atención de todo mundo estaba centrada al centro de la pista de baile, dirección en la cual todos observaban eufóricos, creando un estado de conmoción general. Curioso como cualquiera por querer saber la causa de tanto estruendo, igualmente estiró el cuello para poder echar un vistazo a la escena que tenía a todo mundo como loco. Enorme fue su sorpresa y grande su espanto al darse cuenta del grotesco espectáculo que Asuka estaba dando para el morboso entretenimiento de los demás. No exageraba al suponer que la totalidad de los celulares y demás dispositivos de video en ese lugar apuntaban hacia ella y a su desenfrenado, pero demasiado sensual ejercicio dancístico.

    Movido por una confusa marejada de sentimientos que se mezclaban en su interior, rabia, impotencia, vergüenza, compasión, Ikari permitió que sus impulsos dictaminaran el curso de sus acciones y lo primero que quiso hacer fue abalanzarse sobre la trastornada muchachita para detener la exhibición que estaba dando.

    —¡Shinji, no lo hagas!

    Aunque Sophie quiso intentar detenerlo con todo su ahínco, estaba muy lejos y muy tarde para lograrlo. El muchacho se había internado al círculo que todos habían delimitado alrededor de la guapa jovencita, a quien ahora la sostenía fuertemente del brazo, tratando de encontrar una explicación a su inusual comportamiento.

    —¡Asuka! ¿Pero qué demonios te pasa?

    —¿Sh-Shinji…?— murmuró Langley, deteniéndose en seco.

    —¡Estás loca de remate! ¿No te das cuenta que te estás exhibiendo frente a todos los demás?

    —¡Oye imbécil!— le gritoneó Ichiro, a quien no le cayó muy en gracia la abrupta e indeseada interrupción del mejor rato que había tenido en mucho tiempo —¡Aléjate de mi chica!

    Pese a que Neuville se abría paso tan rápido como podía, empujando y jaloneando a las personas que obstaculizaban su andar, no pudo llegar a tiempo para impedir que el robusto muchacho derribara de un solo empujón al delicado Shinji, quien cayó al piso abatido como pino de boliche.

    —¡Shinji!— se lamentó la joven americana, desesperada por no poder ayudar a su pareja.

    —Vamos, preciosa, no dejes que un lerdo te detenga— le dijo el agresor a Langley, acercándola de nuevo a su entrepierna, sujetándola por la espalda baja y recorriendo lentamente su mano hasta posarla sobre las firmes sentaderas de la muchacha rubia —Sigue enloqueciéndonos a todos como lo estabas haciendo, que después vendrá lo mejor…

    —¡Oye, estúpido animal!— el ver a Ikari tirado como piltrafa y la sensación de ese grandulón tocando su cuerpo fueron como una descarga eléctrica que sacudió y avispó a la jovencita, que ni tarda ni perezosa asestó una fuerte bofetada que le volteó el rostro al sorprendido Ichiro —¡¿Quién diablos te has creído?! ¡No te atrevas a tocarme!

    —¡¿Cuál demonios es tu problema, maldita perra loca?!— vociferó adolorido el joven con el peinado de cola de caballo, sujetándola fuertemente de las manos —¡Te me ofreciste como una vulgar prostituta y te guste ó no, ahora serás mía!

    —Ahora que lo dices— pronunció Kai, saliendo de entre la muchedumbre e internándose al círculo, encarando al sujeto que le sacaba unos veinte centímetros de altura —Se trata de MI chica… y creo que ya dejó en claro que no desea seguir bailándote…

    —¡Lárgate de aquí, idiota, si no quieres que te muela a palos como a ese otro enano!— le advirtió el granuja, mirando despectivamente a Ikari, que recién se levantaba con ayuda de Sophie —Además creo que tu mamita ya vino para avisarte que se te pasó la hora de dormir, bebito…

    —¡Jajaja!— Katsuragi río fingidamente, sujetándose el estómago —¡Qué chistoso! ¡Aquí tienes otro chistorete! ¿Qué es baboso, apesta y se arrastra por el piso?

    —¿Eh?— musitó su contrincante, desconcertado.

    La respuesta que obtuvo fue un certero y poderoso recto derecho que conectó justo en la base de su mandíbula, tirándolo al suelo, inconsciente.

    —¡Eres tú, puta! ¡Jajaja!— Ichiro aún no dejaba de resbalar desmayado por la encerada pista de baile cuando Kai ya reía a bocajarro —¿Verdad que el mío fue más gracioso, pendejo?

    —¡Me las vas a pagar, bastardo!— sentenció uno de los amigos del muchacho noqueado mientras se precipitaba a enfrentar a Rivera, quien en primera instancia lo recibió con un nuevo puñetazo en pleno rostro que le fracturó la nariz.

    El infortunado joven retrocedió, adolorido y lamentándose, derramando sendas gotas de sangre a su paso. A sus espaldas, de la muchedumbre salió escupido un nuevo par de sus acompañantes que iban en su auxilio.

    —¡Deja de golpear a nuestros amigos, hijo de perra!

    —¡Lo haría con gusto, si no es que fuera tan fácil!— respondió un desenfrenado Kai, quien alentado por el alcohol y la emoción del momento encontraba toda la situación bastante hilarante, carcajeándose como lunático cuando le tiraba los dientes a uno de ellos al mostrarle de cerca la suela de su zapato y enseguida conectar un puntapié en la desprotegida entrepierna del otro.

    —¡Soy el jodido Bruce Lee, ojetes, no pueden conmigo!— pronunció victorioso el embriagado chiquillo, adoptando una pose típica de película de acción —¡El ojo de tigre, putos!


    Debido a sus alardes y lo confiado de su proceder, la autoproclamada reencarnación del famoso actor chino no se percató de un nuevo agresor que emergía a sus espaldas, hasta que este le estrelló una pesada silla plegable en la base del cráneo, descalabrándolo en el acto.

    —¡Ay, mamá!— dijo el adolorido chiquillo, ya tirado en el piso, derramando sangre copiosamente de la herida que le habían producido en la cabeza —¡Eso sí me dolió!

    —¡Déjenlo en paz, brutos!— acudió Asuka en su auxilio, desarmando a su atacante e incapacitándolo con un violento rodillazo en la boca del estómago.

    Antes que pudiera ayudar a su novio a ponerse de pie, algunos de los agresores que ya se habían recobrado la acechaban, avanzando en cauta y cerrada formación hacia los dos. De la nada, y quien sabe por qué medios, Kensuke salió volando de entre la muchedumbre de curiosos como un mono rabioso y se le colgó del cuello a uno de esos muchachos.

    —¡Todos golpeen a alguien!— gritó Aida enardecido, para de inmediato ser levantado en vilo y estrellado violentamente contra una mesita donde quebró todos los vasos sobre ella con el impacto, cosa que no le hizo mucha gracia a los jóvenes que la estaban ocupando.

    —¡Fíjate en lo que haces, maldito imbécil!— reclamaron tres muchachos al pendenciero fulano que había azotado a Kensuke sobre la mesa, levantándose enseguida para darle su merecido.

    Aquello fue literalmente la gota que derramó el vaso, el detonante para que la locura total se desatara. El nuevo grupo se enfrentó al de los amigos del aún inconsciente Ichiro, multiplicando el conflicto en varios más individuales, que iban generando nuevos a su paso. La violencia se propagó por todo el lugar como una epidemia viral y pronto todos ya estaban peleando contra alguien, deviniendo en una gigantesca batalla campal que amenazaba con tirar todo el establecimiento, cuyos dueños tuvieron que intervenir para evitar la destrucción total de su patrimonio, pidiendo apoyo a la autoridad local que anunciaba su inminente llegada con sirenas que se escuchaban a la lejanía.

    Todos lo que pudieron escucharlas a tiempo se precipitaron a las salidas del antro, dándose a la fuga antes de ser prendidos por la ley. Shinji y Sophie, Toji y Hikari, e inclusive Kensuke salieron corriendo como pudieron, cada cual por su lado, alejándose del sitio como alma que lleva el diablo aún antes que llegara la primera patrulla. Asuka, por su lado, batallaba por arrastrar a la salida a un frenético Kai, que no paraba de reír como idiota, contemplando bastante divertido la monumental gresca que en parte había provocado. Le daba mucho más risa al imaginarse estar en una película del viejo oeste, con música de pianola de fondo. La muchacha tuvo que hacer acopio de fuerzas para cargar a su incapacitado novio y llevarlo hasta el estacionamiento donde estaba el auto de Misato, y aún así el muchacho no paró de carcajearse un solo momento.

    —¡Basta ya, estúpido orate!— reclamaba Langley cuando inspeccionaba los bolsillos de Rivera —¿Dónde carajos dejaste las cabronas llaves?

    Una vez que las encontró, ni tarda ni perezosa empujó a su pareja al interior del vehículo, poniéndose ella misma al volante para salir volando de aquel condenado sitio antes que la policía llegara. La ocasión se había prestado para sacar a relucir su gran habilidad como conductora, pues daba vueltas y giros a gran velocidad sin ningún problema en su afán de no dejar rastros que pudieran llevar a los uniformados hasta ellos. En esos momentos Katsuragi pensó que había cambiado de género fílmico y ahora estaba inmerso en una emocionante película de acción, con escena de persecución a alta velocidad incluida. El sonido de su risa demente fue toda la música de fondo que acompañó a Asuka a lo largo de su penoso viaje hasta la cochera de su edificio, mientras apretaba los dientes y las lágrimas recorrían sus mejillas sin parar.

    “¿En qué diablos estaba pensando?” pensaba, furiosa con todo mundo por haberle arruinado aquella ocasión que había planeado con tanta ilusión y esmero, pero sobre todo, consigo misma. “¿Qué diablos pasa conmigo?”


    Al cabo de haber rodeado media ciudad con tal de asegurarse que no eran seguidos, la intrépida jovencita rubia por fin los había llevado hasta su domicilio. Kai había dejado de sangrar (y de reir) pero traía toda la cabeza y la ropa manchada de sangre. La muchacha le había hecho quitarse la camisa para revisar si no tenía más heridas, por lo que iba con el pecho desnudo y su prenda anudada sobre el cráneo.


    Misato por poco se infarta cuando vio pasar a los jóvenes en tan lastimoso estado por la puerta. Además del maltrecho estado de su protegido, Asuka llegaba con la ropa desgarrada y su maquillaje arruinado y embarrado como una espantosa pintura sobre todo su rostro.

    —¡¿Pero qué rayos les pasó a ustedes dos?! ¡Por Dios, no me digan que chocaron!

    —Hooola, mamacita… ¡jajaja!— contestó el muchacho, risueño —¡Acabo de estar en una pelea de cantina, fue genial! ¡Cómo en un western! ¡Llámame John Wayne, peregrina!

    —¡Ufff, maldita sea, hiedes a puro sudor y licor! ¡No debí olvidar mis cervezas de toda la semana en la cajuela!— se lamentó la mujer, recostando al intoxicado chiquillo sobre el sofá, comenzando a atender sus heridas —¡Asuka! ¡Me prometiste que no lo dejarías hacer algo estúpido! ¿Qué explicación tienes para todo esto?

    —No sé… no lo sé— mascullaba la jovencita, temblando como cervatillo recién nacido, cuando el llanto volvía a anegar sus ojos —¡Te juro que no lo sé! ¡Lo siento mucho!

    La muchachita europea se precipitó entonces hasta su cuarto, donde se encerró con un fuerte portazo.

    —Tenías que hacerla enfadar— suspiró Rivera apesadumbrado, inusitadamente lúcido de repente —Ahora voy a tener que pagar por eso…

    Su tutora mucho caso no le hizo, tan ajetreada como estaba en limpiarle la sangre seca del rostro, tarea de la que fue interrumpida por el sonido de su teléfono llamando.

    —Habla Katsuragi— dijo al contestar el aparato —Buenas noches, capitán, que bueno saber de usted… ¿cómo?... sí, efectivamente, se trata de mi vehículo… ya veo… sí, está todo bien… no, yo misma lo arreglaré… perfecto, nos vemos allá…

    Al colgar fustigó a Kai con la mirada, a lo que éste reaccionó observándola con ojos de cachorrito, intuyendo el motivo de aquella llamada.

    —¿Me puedes decir porqué la policía metropolitana cree que mi carro fue robado por dos fugitivos con cargos de agresión?

    —Hmmm… esteee… ¿y… y tú me puedes decir… porqué eres tan bonita y te quiero tanto?

    —Más te vale que te quedes donde estás, tienes prohibido salir de casa— dijo la Mayor Katsuragi, tomando su insignia y sus llaves para salir por la puerta principal —Tendré que ir a la jefatura del recinto para limpiar todo el cochinero que hicieron… mejor debería dejarlos dormir un día ó dos tras los barrotes, eso les enseñaría un poquito de sentido común… ¡es por esto que no se le presta un auto a un mocoso de quince años!— sentenció, antes que la puerta se cerrara a sus espaldas.

    —Ay, dolor… ya me volviste a dar— musitó el joven cuando se quedó a solas en la sala de su hogar, tapándose la vista con el antebrazo mientras que comenzaba a comprender la magnitud y alcance de todo lo que había sucedido esa ajetreada tarde.


    Habían transcurrido un par de horas desde entonces, pasadas ya las diez de la noche y Misato aún no regresaba de su careo con la policía. Rivera se había decidido por esperarla afuera del departamento, pues los constantes sollozos que se originaban desde el cuarto de Langley le impedían conciliar cualquier clase de descanso, y aún no tenía el ánimo suficiente para arreglar aquella nueva crisis que enfrentaba su siempre tambaleante relación. De lo que estaba seguro es que de alguna manera él terminaría siendo el responsable de todo, por lo que tendría que asumir todos los costos de cualquier solución que hubiera para remediar semejante vericueto.


    Otro cigarrillo más se consumía posado sobre sus labios, este ahora sí perteneciente a una cajetilla de su propiedad. La brisa nocturna lo refrescaba y le despejaba los humos, mientras contemplaba el cielo estrellado reflexionando concienzudamente, sentado sobre los escalones que daban al pasillo que llevaba a su penthouse. Aquella placentera calma fue interrumpida por el sonido de unos pasos subiendo las escaleras.

    —Ah, eres tú— masculló Kai cuando vio subir a Shinji, decepcionado porque al principio pensó que se trataba de Misato —Qué milagro que te dejas ver por estos rumbos…

    Ikari frunció el ceño al solo ver la estampa del joven tapándole el paso, igualmente molesto por habérselo encontrado.

    —Deja de hacerte el idiota, estoy harto de que hagas eso, no eres chistoso, ¿sabes?

    —¡Oooh, alguien no pudo tener lo suyo esta noche y está de malas! Lo lamento, trataré de mejorar mi material para poder hacerte la vida más pasajera— musitó Rivera de modo sarcástico, sin siquiera mirarlo —¿Qué te parece este? Estaban un americano, un ruso y un japonés en un bar, cuando…

    —¡Cállate ya! ¡Dime qué rayos le hiciste a Asuka!

    —Hasta ahora, tengo que admitir que no todo lo que quisiera, no hemos pasado de un simple faje… tal vez pudieras darme algunos consejos de cómo…

    —¡Ya no te burles de mí, cretino degenerado! ¡Sé muy bien que la drogaste para acostarte con ella! ¡Imbécil!

    —Esas son acusaciones muy serias, muchachito— contestó el joven de cabello castaño, mirando a Ikari por primera vez con el mismo desprecio con el que él veía a su persona, aventando la colilla de su cigarro —Más vale que tengas bases y pruebas suficientes para sustentarlas, si no, sólo eres un chiquillo idiota balbuceando estupideces.

    —¡No necesito más pruebas que lo vi pasar con mis propios ojos! ¡No soy idiota, sé distinguir a una persona drogada y también sé que eres un desgraciado que se siente por encima de todos los demás! ¡Asuka no quiere tener relaciones contigo y por eso la dopaste para poder tomarla a la fuerza! Sólo que no todo salió como lo planeaste, ¿cierto?

    —A diferencia tuya, tengo mayores preocupaciones que pasármela fornicando como simio en celo, aunque no lo creas…

    —¡Sí, ya veo que sí! ¿Esas incluyen emborrachar a Kensuke y venderle cigarros a menores de edad?

    —¡Jojojo! ¡Eso sí que está bueno! ¡Resulta que el tipo que tiene relaciones extramaritales y aún no tiene edad para rasurarse, va a venir a darme sermones de moralidad y buenas costumbres! ¡Vaya cosa!

    —¡Cierra tu sucia boca, debería…!

    Katsuragi lo interrumpió, poniéndose en pie, mirándolo ya no como siempre lo hacía, con conmiseración ó cinismo, sino en actitud desafiante.

    —¿Vamos a tener un problema, tú y yo? Porque tal parece que desde hace rato estás pidiendo a gritos una buena paliza, muchacho… y aunque aún no estoy en mi mejor forma, creo que hoy pudiste ver que estoy más que apto para trapear el piso con un alfeñique arrogante como tú…

    —Ya no me intimidas, tipejo, si crees que voy a correr porque me amenazas estás muy equivocado…

    —Claro que no, sobre todo ahora que tienes quien te defienda… mejor ahórranos tiempo y llama de una vez a Sophie, todos sabemos el pelagatos influenciable que eres y que ese plato de segunda mesa es la que te está inflando la cabezota…

    —¡No te atrevas a hablar de ella, hijo de perra!— con la paciencia colmada y la sangre hirviendo en su interior el primer impulso de Ikari fue asestarle un golpe a Rivera, quien atajó el ataque sujetándolo del brazo.

    —¡Muy bien, hablemos entonces de ti, basura! ¡Empezando por cómo te abrimos las puertas de nuestro hogar para que no te quedaras solo como un perro callejero! ¡Toda la ayuda que te dimos para que te adaptaras a tu nueva situación! ¡Todas las veces que he salvado tu culo de ser masacrado por un bicho gigante! ¡Y nada de eso te importa y terminas odiándome sólo porque, como siempre, te comportaste como un marica sin calzones y no le dijiste a Asuka lo que sientes por ella! ¡Admítelo de una buena vez, perra, todo esto es por ella y nadie más que ella! ¡Aún después de todo este tiempo, todavía no logras superarla, aún estás enamorado de ella, estúpido! ¿Acaso cierras los ojos cuando estás bombeando a Neuville y piensas en ella?

    —¡Cállate ya, no es verdad!— hecho una furia Shinji consiguió zafarse de un manotazo del agarre de su captor para enseguida señalarlo con desprecio —¡Siempre has sido tú, desgraciado, tú y nadie más que tú! ¡Desde que llegué a esta ciudad no has hecho más que humillarme y hacerme la vida miserable! ¡Estoy harto de ti y de tener que estar a tu sombra! ¡Si tú no existieras…!

    —¿Te gusta pensar eso, cierto? Apuesto que es lo que te deja dormir por las noches. Pero te voy a asegurar algo: aún si yo no estuviera aquí, aún sin mi presencia “estorbándote” como dices, te lo digo con toda seguridad, nada cambiaría, Asuka te seguiría despreciando, todos te seguirían viendo por debajo del hombro y con lástima, y sin importar qué seguirías siendo la misma rata cobarde, inútil y pusilánime que eres hoy en día… quizás más…


    Aún cuando se esforzó al límite durante todo el tiempo que hizo uso de la palabra, el joven Katsuragi terminó perdiendo la batalla contra su propio cuerpo y sucumbió al violento espasmo de tos que lo aquejó, casi sufriendo una convulsión. Y aún cuando todo el tiempo que duró el ataque se cubrió con la mano, el borbotón de sangre que escapó del interior de la boca fue bastante evidente como para ocultarlo, salpicándolo a través de las comisuras de los dedos y dejando en el piso una mancha carmesí de buen tamaño.

    Sintiendo como se desvanecía, Kai hizo lo que pudo para sostenerse, apoyando una rodilla en el piso y sujetándose del barandal de la escalera. Shinji, por su parte, al ver la sangre se olvidó de todo su rencor y entró en pánico:

    —¡Eso es sangre!— exclamó horrorizado, mirando los manchones en el piso y las manos embarradas de Rivera, apenas si pudo sacar su celular del bolsillo, marcando nerviosamente mientras el aparato parecía resbalársele de las manos —¡Llamaré una ambulancia!

    Un artero manotazo derribó el dispositivo electrónico, que cayó al suelo dando varias vueltas, parando un par de metros a distancia de ellos. Aún en su lastimero estado y su agitación constante, los ojos esmeraldas de Katsuragi permanecían fijos en Ikari, resoplando como bestia herida.

    —Disculpa… por eso— pronunció con dificultad el muchacho, jadeante —La ambulancia… no servirá de nada…

    —¡Deja de hacerte el chico rudo, imbécil! ¡Toser sangre no es cualquier cosa, debes ver cuanto antes a un médico!

    —Ya he visto… suficientes médicos… toda mi vida… no pueden ayudarme… soy causa… perdida… sólo es cuestión… de tiempo…

    —¿De qué estás hablando? ¿Qué quieres decir con eso?

    —Un tumor… en el cerebro… lo tengo desde que nací… inoperable, se extiende por toda la materia gris, cómo tentáculos…

    Pese a su conato de bronca anterior, al enterarse de la condición de su compañero un gran hueco se formó en la boca del estómago de Shinji, quien quedó con la boca seca y perplejo con la noticia.

    —Por eso… ¿por eso tienes tus ataques de migraña? ¿Y de ahí son las gotas de sangre que a veces veo en el baño? ¿Por qué? ¿Por qué nunca nos dijiste?

    —¿Cuál es la diferencia? Sólo me quedan unas cuantas semanas de vida, puede que quizás un par de meses, no más… prefiero pasar ese tiempo con lo más cercano a una vida normal que pueda disfrutar, a tenerlo que pasar con la lástima y conmiseración de todos… sólo Misato lo sabe… tu padre y Akagi también… nadie más tiene por qué saberlo… así que te pido, por lo que más quieras, que no se lo digas a nadie… piensa en ello como mi última voluntad. El primer y único favor que te pido. Después de eso, estaré muerto… y tú podrás probar tu teoría… serás la mejor versión de ti mismo, valiente, indomable… el héroe de todo mundo, Asuka, Rei y cuanta muchacha conozcas se morirán por ti… si acaso es verdad todo lo que dices…

    —Yo… no quise…— musitó Ikari, cabizbajo —Lo siento… no sabía que…

    —Guárdate tus disculpas huecas y tu pose santurrona— pronunció Katsuragi, un poco más repuesto —Ambos sabemos que por fin tuviste las agallas para decir lo que realmente piensas de mi… pero como ves, tengo cosas más importantes en qué ocuparme que caerte bien. Por eso me da tanta risa cuando todos ustedes, niñatos imbéciles, se quejan de la vida y los problemitas que los agobian. No saben todo lo que tienen y todo lo que desperdician… me revienta el hígado de solo pensarlo. Dejemos que esta sea nuestra última conversación, Shinji. No tengo interés en volver a escuchar tu afeminada voz en los días que me restan, ni tampoco perder mi tiempo discutiendo sandeces contigo.

    Sin mediar más palabra el muchacho dio media vuelta y se fue alejando con dirección a la casa, enojado y cansado, buscando el consuelo que sólo la almohada podía ofrecerle. Por su parte Shinji lo veía marcharse sin saber qué hacer, atónito, estupefacto. Ahora que sabía la verdad sobre su compañero alcanzaba a comprender muchas cosas acerca de su comportamiento, si bien aún no le ajustaba para justificarlo ó siquiera simpatizar con él. Pero sí podía darse una idea de todo por lo que estaba pasando y por primera vez desde que lo conocía entendió que nada tenía que envidiarle a ese pobre infeliz.


    Si aquél día que terminaba había sido ajetreado, el que le continuaba prometía ser de la misma intensidad, ya que las actividades comenzaban mucho más temprano de lo habitual, mucho más si se tomaba en cuenta que era Domingo. Rayaban ya las nueve de la mañana y la Doctora Akagi ya se encontraba corriendo varios modelos de probabilidad dentro de MAGI, alimentando a la voraz supercomputadora con pilas y pilas de datos y patrones diversos obtenidos del reciente estudio hecho a Kai Rivera. Por lo menos el muchacho había sido fiel a su palabra y se había presentado puntual a la hora acordada para el examen, insolencias aparte y el inconveniente estado de resaca en el que se había presentado. Extraerle el tejido necesario para su estudio de la manera más dolorosa posible fue el pago extra que cobró aquella mujer por tener que madrugar en su día de descanso y tener que soportar los comentarios descarados de ese maldito chiquillo petulante.

    —Buen día, Doctora Akagi— pronunció el Comandante Ikari cuando entraba sigilosamente al despacho de la científica —Lamento los inconvenientes que le pudo haber ocasionado hacer sus pruebas a estas tempranas horas…

    —Descuide Comandante, lo único que tenía agendado para este día era acurrucarme con mis gatos y ver televisión— respondió enseguida Ritsuko, quien pese a que trataba de mantenerse ecuánime dentro de lo posible, no pudo evitar esbozar una grata sonrisa en cuanto vio entrar a aquel hombre.

    —¿Y bien?— la impaciencia se notaba en cada gesto de Ikari, observando fijamente las pantallas donde corrían millones de datos a una velocidad casi imperceptible para el ojo humano —¿Ya están listos los resultados?

    —MAGI aún está corriendo algunos modelos, pero aún así con la información que ha recabado hasta el momento y pese al alto nivel de alcohol en la sangre del espécimen, los pronósticos son favorables. Augura más del 90% de probabilidad de éxito en el trasplante.

    —¿Quiere decir que las muestras son compatibles?

    —Totalmente… con el injerto de células madre que hagamos a partir de este tejido la posibilidad de rechazo es nula.

    —Observe todo esto— refirió Gendo, satisfecho, mirando en rededor las cifras inacabables que escupían las máquinas —Es hermoso, desde cierto punto de vista. Aquí tenemos la fórmula inicial para convertir a un organismo vulgar y mezquino como el hombre en un ser supremo, un dios, en toda la extensión de la palabra.

    —Con los resultados que hoy hemos obtenido, el Tercer Impacto será una realidad, comandante— contestó Akagi, emocionada igualmente y sin quitarle la mirada de encima al hombre barbado de las gafas —¿Cuándo quisiera someterse al procedimiento?

    —Lo antes posible, por supuesto— Ikari correspondió a las miradas que se le dirigían con la misma intensidad, sus agudos ojos brillando con júbilo, malicia… y deseo —Pero por ahora, dejemos que las computadoras terminen sus análisis. Hoy, tengo ánimos festivos… dígame, Doctora Akagi… ¿le gustaría tener compañía para este San Valentín?

    Rikko se levantó entonces de su asiento, sin quitarle los ojos de encima al hombre frente a ella, una cándida sonrisa dibujándose en sus carnosos labios mientras conducía sus pasos hasta su presencia para entonces rodearle el cuello con los brazos

    —Me acaba de leer el pensamiento, mi comandante— susurró la mujer en el tono más sensual que pudo emplear para rematar dándole un apasionado beso en los labios, igualmente correspondido por Ikari.


    En otra parte de ese gigantesco complejo científico-militar, Rei Ayanami se dirigía hacia la piscina para realizar puntualmente su rutina de ejercicios acuáticos, a la que faltaba sólo por causas de fuerza mayor. Estar inmersa en el agua le proporcionaba solaz como casi ninguna otra cosa, por lo que acudir al cuartel aún cuando fueran días festivos le importaba poco con tal de satisfacer uno de los pocos pasatiempos que tenía.

    Sin embargo su ánimo decayó un poco cuando vio salir a Sophia Neuville de uno de los pasillos contiguos. Maldijo su mala suerte al tener que topársela en su camino, considerando el enorme tamaño y extensión de aquellas instalaciones, y aunque quiso apresurar el paso para pasarle desapercibida, en cuanto notó su presencia la joven americana no tardó en igualarle el paso para alcanzarla.

    —¡¡Hola! ¡Pero qué linda sorpresa!— exclamó la jovencita de larga cabellera negra —¡Y yo que creí que era la única adicta al trabajo que venía hasta los domingos! ¿Vas al baño ó algo así, ó cuál es tu prisa?

    A sabiendas de que si le daba pie de conversación no se la quitaría de encima, Ayanami optó por hacer mutis, como siempre, e ignorar a la chapucera Neuville como si no estuviera presente.

    —¡Qué descortés! ¡Seguramente tus papás no te enseñaron que es grosero ignorar a las personas! ¡Ups, perdón, olvidé que no tienes padres! Tonta de mí…

    De nuevo, nada obtuvo por respuesta. Rei sujetaba su mochila sobre los hombros sin aminorar el paso y sin siquiera observar de reojo a su insistente compañera piloto.

    —No me extraña entonces que no tengas amigos, con esa actitud que te cargas… por cierto, ¿que nadie te invitó al baile de ayer? Ahí estábamos todo mundo, incluidos Shinji y yo, tu amiguita alemana y su desaliñado noviecito, que por cierto, no se cansó de hacer el ridículo… solamente hiciste falta tú. Me pregunto porqué nadie te avisó…

    Probablemente la dicharachera jovencita hubiera obtenido mejores resultados si en lugar de con Ayanami tratara de hacer conversación con una pared. La frialdad con la que la muchacha de la mirada escarlata la trataba era con temperaturas bajo cero, pero aún así Sophie era demasiado testaruda para admitir su derrota, por lo que continuaba con su empeño de hacer trastabillar a Rei.

    —La verdad es que no te perdiste de mucho, a decir verdad, ahora que lo veo en perspectiva, quizás hubiera sido mejor no haber ido, fue un desperdicio total de una tarde que pudo ser maravillosa en otras circunstancias. Lo único que hicimos fue presenciar el show de pena ajena que dieron Langley y el Teniente Rivera. ¡Imagínate, esa descocada se puso a bailar como una vulgar mujerzuela con un desconocido en cuanto su novio cornudo la descuidó! Y obviamente cuando el pobre tipo se enteró no le pareció para nada la situación, pero cuando quiso detener a la prostituta esa al otro tipo no le agradó mucho la idea y él y todos sus amigos acabaron tundiéndolo a palos… ya sabes que actualmente no goza de la mejor condición física, con todos esos huesos que se había roto y tantos golpes a su orgullo… en fin, ¡toda una lástima lo que pasa con el Teniente Rivera! No puedes hacer otra cosa más que tenerle lástima a alguien así. ¿ó no?

    La joven americana había realizado un rápido ataque masivo con toda la artillería que le quedaba, y aunque los resultados no fueron del todo satisfactorios para ella, pudo comprobar haber tenido éxito parcialmente al ver la ligera arruga que asemejaba el ceño fruncido de Ayanami. Por muy pequeña que fuera, se trataba de una victoria, y había que aprovecharla a como diera lugar.

    —Casi todos los que estábamos ahí grabamos todo en video, ¿no te interesaría echar un vistazo?— con una destreza impecable Sophia sacó su celular y de inmediato accedió al video en cuestión, mostrándole casi en las narices el momento que Asuka ejecutaba su exótico baile reproducido fidedignamente en una pantalla retina de 4 pulgadas con una resolución impecable que daba cuenta de todos los detalles a la perfección —De hecho, si buscas en la red “rubia” y “teibolera” te aparece un enlace a este video como primera opción… ¡yo misma ya hice la búsqueda, y te aseguro que es verdad!

    Aunque el techo de la paciencia de Ayanami era mucho más alto que el de la persona promedio, aquella agresión traicionera fue suficiente para colmarlo. Trastornada como pocas veces lo había estado, apartó el aparato de Neuville de su rostro, clavándole su aguerrida mirada felina.

    —¡Basta ya! ¡Eres una… una…!— la delicada muchacha de corto cabello azul claro se detuvo al instante que se percató que había caído directo en el juego morboso de Neuville, avergonzada de sí misma por perder los estribos, precisamente lo que buscaba esa víbora.

    —¿Soy “una” qué, Ayanami? ¡Termina lo que empiezas! ¿Ó es que la monjita no tiene el temperamento suficiente para pronunciar una grosería en sus pulcros labios? ¡Ja! ¡Eres patética!

    —No tiene caso discutir contigo. No sé porqué tienes metido en la cabeza el ponernos a Langley y a mi una contra la otra, pero conmigo no te va a funcionar. Lo que hagan ó dejen de hacer las demás personas, sea quien sea, me tiene sin cuidado…

    —¡Por supuesto! Si tú eres la enigmática y distante del grupo, todo un misterio envuelto en un hálito de silencio y pulcritud que nadie es capaz de alcanzar… enciérrate en tu concha todo lo que quieras, al final terminarás por hartar a todo mundo y quedarás olvidada como la pobre ilusa que eres…

    La peculiar jovencita de cabello corto reanudó su estrategia de hacer caso omiso a las palabras necias que le eran dirigidas, apresurándose para llegar a su destino planeado y deshacerse de esa alimaña lo antes posible. Sophie, por su parte, soltó un hondo suspiro de resignación y optó por dejar las cosas como estaban, dado el poco avance que había logrado. Lo mejor sería conservar recursos y reanudar las hostilidades en otra ocasión.

    —¡En fin! Es lo que una se saca por querer ayudar a las personas. Si vas a hacer ejercicio lo mejor será que te mantengas bien hidratada para tener un mejor rendimiento, acepta esto como una ofrenda de paz de mi parte…

    La muchachita americana en el acto sacó de su bolso una botella de bebida energetizante que le extendió amablemente. Al ver el gesto de buena voluntad por parte de su compañera, Rei no tuvo más opción que detenerse para sostener entre sus manos la bebida que se le ofrecía tan gentilmente. De inmediato la destapó y comenzó a vaciar su contenido en la jardinera más cercana.

    —¡¿Qué demonios crees que estás haciendo, niña estúpida?!— reclamó Neuville a viva voz, al ver desperdiciada su amabilidad.

    —Ya se los había dicho antes. El que no hable mucho no quiere decir que sea una idiota— sentenció Ayanami, impasible, sin dejar de derramar el líquido —Seguramente escupiste, orinaste ó le echaste algo a esta bebida…

    —¡Sólo a alguien tan enferma como tú se le podría ocurrir algo así! ¡Dame eso!— para probar su punto, antes que se vaciara la totalidad de su contenido, le arrebató la botella y comenzó a beber a sus anchas de ella —¿Lo ves? ¡Nada de nada! Me das mucha lástima, Rei, cuando pienso en todo lo que debes haber pasado para quedar como estás: sola, triste y temerosa de todo. No puedes concebir que alguien tenga un gesto de nobleza desinteresada contigo y cuando alguien trata de acercarse lo alejas enseguida… te aseguro que todo eso puede cambiar, si tú así lo deseas… sólo tienes que dar el primer paso, que es confiar… la confianza es importante, y te aseguro que puedes confiar en mí… anda, toma la botella… bebe, no te pasará nada…


    “Me duele el trasero” pensaba un adolorido Kai Katsuragi cuando renqueaba por los pasillos del cuartel, dirigiéndose a la salida más cercana. “Esa carnicera de cabello teñido enterró la aguja más de la cuenta, estoy seguro. Tengo suerte de no haber quedado inválido. De todas las cosas oscuras y perversas que han hecho esos dos ojetes, darle falsas esperanzas a esa pobre mujer debe estar entre las peorcitas. Yo no me trago eso de que la biopsia de médula ósea haya sido para desarrollar otra terapia genética con tecnología de punta. Lo que quieren hacer este par de cabrones es clonarme ó alguna mamada de esas. El único consuelo que me queda es que mi clon será un horrible engendro caníbal que defecará en sus cráneos decapitados…”

    El muchacho soltó una risita cómplice al cruzársele aquel oscuro pensamiento, imaginando toda la sangrienta escena en su mente. Empero, su meditación tan profunda quedó interrumpida al dar la vuelta en un corredor y encontrarse con Neuville y Ayanami, justo cuando la primera volvía a ofrecerle la botella que le había convidado con anterioridad a la segunda.

    —Yo que tú, mejor ni le tomaba a eso— advirtió Katsuragi —Seguramente esta fulana le escupió ó le orinó ó algo por el estilo…

    —Te lo dije— musitó Sophie, sin mirar al recién llegado —Solamente gente enferma podría pensar en cosas como esa…

    —¿Y a ti qué te ha dado por convertirte en la aguadora oficial de NERV?— inquirió Rivera, dirigiéndose a la joven americana que le daba la espalda —Ya me enteré que andas de aquí para allá repartiendo líquidos como si fueras el hada mágica de la fuente encantada de la felicidad… ¿qué rayos tienes en esa cabezota tuya?

    —Nada que sea de tu maldita incumbencia, imbécil— contestó la muchachita con expresión de pocos amigos en su linda cara, acuchillándolo con la mirada como era su costumbre cada vez que se encontraban —Y que ni se te ocurra venir arrastrándote cuando estés muerto de sed porque te mandaré directito al infierno…

    —Pierde cuidado, ahora lárgate de aquí ó te arrojaré toda esa agua encima para ver como te empiezas a derretir, bruja espantosa— pronunció Kai al percatarse que la presencia de Sophia incomodaba a Rei —Vete ya, que no quiero ver tu cabeza de huevo en lo que resta del día…

    —Sí, me voy, pero no porque me lo ordenes, sino porque no soporto estar un solo segundo en tu compañía, maldito tullido de porquería… Hasta luego, Rei, piensa en lo que te dije y cuida muy bien con quien te juntas, eso dice mucho de tu persona…

    Mientras Neuville se alejaba con paso veloz para tomar el elevador más cercano, Rivera se ocupaba en desmentirla lo más pronto posible:

    —Que quede claro que no estoy tullido, camino así porque la estúpida de Ritsuko me acomodó mal un enorme piquete en la nalga…

    La jovencita de pupilas rojas no hizo comentario al respecto, más entretenida como estaba en corroborar las heridas en la fisionomía del muchacho que en cualquier otra cosa. El golpe que recién le habían dado en la cabeza era más que evidente. Por otro lado, Katsuragi tragaba saliva, nervioso, al haberse quedado a solas con la jovencita que, lo admitiera ó no, aún le robaba el sueño ocasionalmente.

    —No deberías prestar mucha atención a lo que tenga que decir esa loca, ¿sabes?— mascullo con voz trémula, al sentirse tan profundamente observado por la linda muchachita frente a él —Todas las intenciones de esa víbora son molestarte, y nada más…

    —Lo sé— contestó Ayanami, dándole la espalda para reanudar su camino, una vez que había terminado con su escaneo visual —Si eres tan negligente en el cuidado de tu salud yo tampoco debería preocuparme por él…

    —¿O sea que hablaban de mí?— preguntó el joven, emocionado por el despecho en la voz de la muchacha. Si había despecho entonces quería decir que aún había interés, que era mucho mejor que la indiferencia.

    La jovencita de cabello corto igual no contestó, limitándose a encogerse sobre sí misma, apenada por aquél desplante que se le había soltado. Deseaba perderse de vista lo más pronto que pudiera y por fin poder relajarse, a solas, tal y como le gustaba. Su rutina ya había sido bastante alterada por un solo día.

    —Eh… de cualquier forma, fue bueno que pudiéramos encontrarnos… a decir verdad, iba a pasar por tu casa, para dejarte un obsequio… tú sabes, por tu cumpleaños… es hoy, ¿cierto?

    El corazón de la apurada chiquilla dio un vuelco completo al escuchar las palabras de su compañero. Era, quizás, la única persona, en toda su vida, que alguna vez había recordado su cumpleaños. Ya el año anterior lo había hecho, y ahora, una vez más, volvía a repetir aquél gesto hacia su ignorada persona. Su ritmo cardíaco aumentó de frecuencia exponencialmente, al punto de casi darle una taquicardia y sus pies entonces ya no le respondieron, quedando paralizada en su sitio.

    —Este… lo bueno es que coincide con esta fecha de los enamorados, así que eso me hace más fácil recordarlo… no porque siga enamorado de ti, ni nada de eso… claro que no… es decir, sigo pensando que eres muy bonita y todo, pero… — de la misma manera, al ver la reacción que había provocado en su acompañante, el nerviosismo de Rivera aumentó de forma sustancial —De todos modos te quise comprar algo, espero que no te moleste… lo traía por aquí…

    El muchacho abrió entonces el pequeño morral que llevaba al hombro para poder sacar una caja cuadrada del tamaño de un balón de futbol, adornada solamente con un moño verde.

    —Mu-muchas gracias… no sé que decir…— murmuró una muy apenada Rei, cuando recibía aquel paquete de manos de Katsuragi.

    —Ten cuidado, puede que se te haga algo pesado… hmm… si quieres, puedes abrirlo…

    Con las manos y los dedos temblando por la emoción del momento, la jovencita se las ingenió para abrir la caja y sacar su contenido. La anticipación que había experimentado con anterioridad se convirtió en extrañeza, al tener entre sus manos una enorme figura de color rojo con forma ovalada y unos garabatos pintados que simulaban un rostro grotesco.

    —¿Esto… es… daruma?— pronunció Ayanami, casi sin habla, aunque no por sus razones habituales, sino por el desconcierto que le ocasionaba el inesperado presente.

    El daruma es una figura de papel maché que sirve como talismán, y que según la tradición representa a un maestro zen hindú que pasó 9 años meditando sin moverse, cuyo nombre era Bodhidharma. A consecuencia de esto perdió las piernas y los brazos por no hacer uso de ellos. Es por eso que la figura del daruma es un muñeco sin brazos ni piernas, pero sí con bigotes y con los ojos en blanco. El Daruma tiene los ojos en blanco porque aún no ve el deseo de la persona que lo recibe. Cuando ésta le cuenta su deseo ó meta le pinta a la figura el ojo izquierdo y cuando el deseo se cumple se debe pintar el otro ojo para que pueda ser un Daruma completo. Se supone que los colores sirven para pedir deseos más específicos, en este caso el rojo es para el éxito y la seguridad en todos los aspectos. Cabe mencionar que el tamaño del Daruma también se considera como algo importante. Se cree que cuanto mas grande es este, mayor puede ser el deseo que se puede pedir.

    —Es el más grande que pude encontrar. Me alegra que sepas lo que es, así me ahorro una explicación larga y engorrosa— mencionó Kai, rascándose la nuca mientras le sonreía nerviosamente —Digamos que es mi manera de mostrarte mis mejores deseos para ti, así puedes canjearlos por lo que tú quieras… no es que de veras crea en estas cosas, sólo tuve algunos problemas para decidir qué darte y esta al final me pareció la mejor opción… está bien si no te gusta— dijo esto al ver que la mueca de desconcierto en el rostro de la joven no cambiaba.

    —No… así está bien… te agradezco… tu intención— musitó la chiquilla, tratando con cada ápice de su voluntad de no mirar fijamente los hermosos ojos verdes de aquél atolondrado, aunque bien intencionado muchacho.

    —Pues… además de eso… quería darte algo más… a decir verdad, es más un favor que te quiero pedir desde hace tiempo— buscando de nuevo en el interior de su morral, en esta ocasión sustrajo un delgado estuche negro, como los que se usan para guardar joyería —Necesito que por favor conserves esto... sé que contigo estará bien cuidado…

    —¿Esto es…?

    —Puedes abrirlo, no hay ningún problema…así podrás ver por ti misma el tamaño del favor que te estoy pidiendo.

    Al abrir el joyero Ayanami descubrió un collar de plata en su interior, con un guardapelo enganchado del mismo material en forma de corazón y algunos ornamentos más. Al apreciarlo más de cerca pudo entrever el seguro que permitía acceder al contenido de aquél accesorio, y al hacerlo apareció una pequeña fotografía en su interior, una madre sosteniendo en brazos a su bebé, al cabo que un mecanismo comenzaba a reproducir los acordes musicales de una melosa melodía.

    —“Close to you”— mencionó Rei en voz baja, reconociendo la composición que escuchaba —De los Carpenters… y esta mujer es…

    —Mi madre— contestó enseguida Rivera —Mi verdadera madre, Mary Elizabeth Hunter. Y ese bebé soy yo… es lo único que conservo de ella… todo lo demás sólo está en mis recuerdos— dijo señalándose la sien.

    —Pero… entonces… no lo entiendo… ¿porqué…?

    —En un par de semanas volveré al frente de batalla en el Medio Oriente, ya es inevitable. La vez pasada me salvé de puro milagro. No creo correr con tanta suerte en esta ocasión. Además, tengo que llevar conmigo a tu amiga la loquita, y sé que en cualquier descuido hará que me maten… en caso de que algo me llegue a pasar, quiero que esto esté a buen resguardo… estoy seguro que Misato no querría tenerlo y Asuka sólo lo desecharía como una baratija antigua… así que sólo me quedas tú, eres la única a la que puedo confiarle este tesoro… la única a la que puedo recurrir…quizás es un abuso de mi parte, pero de esta manera me podría ir más tranquilo, sabiendo que tú conservas este último recuerdo que tengo de mi madre. Así por lo menos habrá alguien que sepa que alguna vez existimos…

    Sin haberse dado cuenta, Rivera ya estrechaba las manos de la jovencita entre las suyas, sosteniendo ambos el preciado recuerdo de su infancia que ahora le encomendaba, sabedor del destino inevitable que le aguardaba. Ayanami por su lado había perdido la batalla consigo misma y se perdía en la inmensidad de los ojos esmeralda del joven. Al hacerlo se percataba que había algo más que el muchacho no le estaba diciendo, pero poco le importó tan ocupada como estaba experimentando de nuevo la cálida sensación de sus manos sobre las suyas.

    —Eres… eres…

    Las palabras no atinaban a salir de los labios de la embelesada jovencita, sus ojos felinos centelleando a causa de un sentimiento que por más que tratara no conseguía extinguir. En lugar de eso, dejó que su cuerpo tomara las riendas y fue así que tomó impulso para abalanzarse sobre el joven y obsequiarle un largo y apasionado beso. Katsuragi aún no comprendía del todo lo que estaba pasando cuando la chiquilla de nuevo tuvo control de sí misma y retrocedió, avergonzada. Sin decir más, dio la media vuelta y se alejó de él lo más pronto que sus piernas le permitieron.


    Perplejo por lo que acababa de acontecer, Kai no pudo seguirla para exigir una explicación, petrificado en su lugar. Paseó los dedos por sus labios, saboreando de nuevo la intensa sensación que siempre le provocaban los labios de aquella misteriosa muchachita, que siempre le deparaba una sorpresa justo cuando ya creía conocerla del todo.

    —El otro día estaba viendo algo llamado “El Santo y Blue Demon contra Drácula y el Hombre Lobo” y tampoco entendí una puta madre— pronunció para sí mismo, como a veces solía hacerlo.


    Así pues, teniendo la necesidad de reflexionar en el vaivén constante en que se habían convertido sus días, quizás los últimos para él, el joven Katsuragi prefirió caminar hasta su domicilio en lugar de utilizar cualquier otro medio de transporte. Deambulaba por las calles a paso lento y cabizbajo, inmerso por completo en sus pensamientos. Tan concentrado estaba que por poco no escuchó el llamado de su teléfono celular. Al atenderlo se percató que ya tenía una llamada perdida de ese mismo número, que en su pantalla aparecía solamente como “privado”.

    “Seguramente algo de telemarketing” pensó con hastío al responder la llamada, dispuesto a tener que lidiar con algún ejecutivo de ventas que tratara de venderle la última panacea para sus problemas de telecomunicación.

    —¿Diga?

    —Kai Rivera— al otro lado de la línea, el muchacho escuchaba a una persona pronunciar su nombre a través de un distorsionador de voz que la hacía sonar mecánica y sin ningún dejo de emoción —Represento a un grupo de personas muy poderosas que han puesto su atención sobre ti…

    —¡Óyeme muy bien, estúpido pervertido! ¡No sé quien demonios seas, pero no creas que me impresionas, pendejo!

    Pese a su advertencia, su interlocutor pareció no inmutarse, como si se tratara de alguna grabación y prosiguió:

    —Debido a tus prominentes habilidades y destacados logros en diversos ámbitos has sido seleccionado por ellos para pertenecer a su asociación, que rige el rumbo de este planeta. En caso de aceptar, te convertirás en uno de los hombres más poderosos de este mundo y podrás incidir en las vidas de todos sus habitantes de maneras que ni siquiera imaginas… serás uno de los mesías que guiarán a la Humanidad a su siguiente paso evolutivo…

    —¡Tengo modos de averiguar quien eres y cuando lo haga iré hasta tu casa para cortarte los testículos, a ver si te sigue pareciendo divertido andar haciéndole bromitas a la gente!

    —La oferta que se te está haciendo no es broma alguna ni cosa de risa. Por si no lo sabes, se te está ofreciendo la oportunidad única para ser el séptimo ojo de SEELE…

    Con la sola mención de ese nombre, que para él era solo perteneciente al reino de la ficción, su sangre se heló y su corazón se saltó un latido. Por unos momentos la boca pareció secársele, hasta que aún estupefacto apenas si pudo mascullar:

    —¿SEELE… es real? ¿En verdad existe?

    —Es tan real como tú ó como yo. Mucho más real que todo ese rebaño de ovejas que necesitan ser guiadas por su pastor. SEELE es ese pastor, conduciendo al ganado por el camino correcto, alejándolo del peligro, ahuyentando a los depredadores…

    El joven Katsuragi no pudo contener más la marejada de sentimientos que asolaban su interior. En medio de una serie de espasmos violentos que convulsionaban su cuerpo, soltó una estrepitosa carcajada que por poco lo tumba al piso.

    —¡Jajaja, qué ocurrencias de viejitos! ¡Qué abuelitos tan simpáticos, jugando todavía a dominar el mundo! ¡Jajaja, no me lo puedo creer! ¡Y yo que creía que sólo era un chiste, y ahora que me vienen a decir que todo es real me parece todavía mucho más gracioso! ¡Ay, auxilio, voy a reventar! ¡Creo que me voy a hacer en los pantalones, no puedo más!

    —Ten cuidado, niño imbécil, ya se te ha dicho que esto no es chiste. Negar a SEELE equivale a firmar tu sentencia de muerte… escoge muy bien tus palabras de ahora en adelante. Podrían ser tus últimas…

    —¡Jeje, bueno, lo siento, pero qué más da! Al fin y al cabo, de algo se tiene que morir uno, ¿no es así? La muerte es lo único seguro que tenemos los seres humanos… incluso ustedes, viejecillos bonachones y es una lástima porque creo que recién están descubriendo sus dones como comediantes. Aún podrían darle muchas risas al mundo…

    —Muerte es lo que te daremos, imberbe idiota…

    —Tendrán que apurarse entonces, la última vez que revisé había mucha fila para ello… me parece que la cosa que tengo pegada a los sesos les está ganando la carrera, pero aún pueden intentarlo si así lo quieren. Pero si lo hacen, ¿entonces quién podrá defenderlos de esos malvados ángeles ó esos terribles demonios que acechan a este pobre planeta? ¿Creen que pueda hacerlo el buen Gendo Ikari y su colección de muñecas oxidadas? ¿Ó quizás su intrépido hijo, el valiente y temerario Shinji Ikari? Piensen en ello por lo menos un momento, por favor. En fin, de cualquier forma les agradezco por el buen rato, en verdad que ustedes sí que saben como aligerar el momento, fue un magnífico detalle de su parte. Cuídense mucho y salúdenme a mi viejo amigo, el General Lorenz, seguramente debe estar por ahí pasándosela bien… Ciao!


    Al colgar y dar por terminada aquella peculiar conversación telefónica el confiado muchacho originaba reacciones en distintos puntos del globo, todas convergiendo en torno al aparato de comunicación holográfica que permitía a los miembros de SEELE sostener sus juntas sin tener que hacerlo en persona.

    —Bueno, eso fue… todo, menos inesperado— pronunció primero Keel Lorenz —Parece que el jovencito Rivera no es tan listo como pensábamos, ¿eh?

    —Llame a Hesse— dijo el honorable Hu Jin Tao, quien fue uno de los promotores más entusiastas de la nominación del muchacho, cruzándose de brazos —Dígale que puede disponer de ese estúpido chiquillo a su gusto…


    Aquél día que se celebraba el día de los enamorados, para todos los que habitaban la casa Katsuragi la fecha estaba resultando ser decepcionante. Por más que Misato marcara el número de Ryoji Kaji, la respuesta seguía siendo la misma: el número marcado está fuera del área de servicio. Una angustia que sólo podía ser producida por el sentido especial de las mujeres atravesaba entonces su alicaído corazón.


    Asuka seguía encerrada en su cuarto a cal y canto, pese a los infructuosos intentos de Kai por hablar con ella. Por lo menos los constantes sollozos ya no se escuchaban, lo que hacía pensar que comenzaba a calmarse y pronto saldría al mundo exterior. Aún así, dada la continua incertidumbre en la que transcurrían sus últimos días, el muchacho no podía darse el lujo de esperar a que Langley decidiera salir por sí misma, por lo que tuvo que entrar en acción.


    Recostada boca abajo sobre su cama, con la cara hundida en las almohadas, la jovencita europea apenas si pudo escuchar ese extraño golpeteo proveniente de la puerta de cristal que daba a su balcón. En un principio prefirió hacer caso omiso de él. “Un maldito pájaro, probablemente” pensaba. No obstante, la insistencia con la que escuchaba aquél molesto sonido finalmente la hizo levantarse de su lecho y salir a ahuyentar a la inoportuna ave, que no respetaba su deseo por permanecer aislada de todo. Cuando abrió la cortina para revelar el exterior del balcón por poco cae de cabeza y con las piernas hacia arriba, sorprendida al toparse con Kai encaramado al balcón como si fuera un simio.

    —¡Maldito demente! ¡¿Qué crees que estás haciendo?!— vociferó sobresaltada cuando se apresuraba a abrir la puerta —¡Entra ya de una vez, te vas a matar!

    —Gracias por dejarme pasar— musitó Rivera —Ya empezaba a soplar un airecito helado…

    —Eres un loco idiota, debí dejar que te mataras, ¿qué no entiendes que quiero estar sola?

    —Creo que más o menos capté la indirecta. Sólo venía a traerte este sándwich, cortesía de tu amigable vecino arácnido… no sabía si tenías comida aquí y como no has salido desde ayer, me preocupé un poco… aunque debo admitir que estás mejor de lo que pensé— pronunció vagamente el chiquillo, observando detenidamente cada rincón del devastado cuarto por las rabietas de su ocupante —Creí que estarías haciendo del baño en un balde ó algo así…

    —Pues ahora que ya viste que estoy bien ya te puedes largar— contestó la joven de cabellera rubia, señalando hacia la puerta —Y llévate tu sándwich, no tengo hambre…

    —Sólo para dejarlo en claro: ¿quieres que me largue de tu cuarto ó de tu vida? No estoy muy seguro de haberte entendido… pero si es lo último, créeme, estoy dispuesto a disculparme y hacer lo que sea necesario para enmendar mi error… haré lo que sea, no dejaré de hacer mi mejor esfuerzo para que esto funcione, es sólo que no te quiero perder…

    Katsuragi había llegado al punto de ponerse de rodillas para luego sujetar la mano de la muchachita alemana.

    Asuka miraba detenidamente al muchacho postrado ante ella, certificando por sí misma la sinceridad de sus palabras. Al cabo de unos momentos de contemplación soltó un hondo suspiro y sujetó la mano de su novio entre las suyas.

    —No estoy enojada contigo, tonto, sino conmigo misma…

    “Oh, vaya. Eso es nuevo” pensó Rivera, aliviado que por una vez el de la culpa no fuera él.

    —¡No sé que rayos pasó, estoy tan avergonzada por todo lo que hice! Sólo recuerdo que estaba furiosa porque me dejaste sola, pero ni siquiera recuerdo cómo se me metió en la cabeza esa estúpida idea de bailar con otro para ponerte celoso… eso es algo que jamás haría, exhibirme así con un desconocido y de esa manera… de sólo pensar en todos esos imbéciles que me grabaron, me da tanto asco. ¡No sé como le voy a hacer para volver a mostrar mi cara en la calle!

    —Bueno, tú sabes, el otro día estuve leyendo en Internet que en esa clase de lugares le ponen toda clase de sustancias químicas a las bebidas de las jovencitas para que estén más desinhibidas, ¡y si es algo que está en Internet es porque debe ser verdad!

    “Nota mental: borra ese video de tu celular lo antes posible” se aconsejó a sí mismo, paseando incriminatoriamente la mirada de un lado a otro.

    —¡Cómo si eso me ayudara a impedir que todos piensen que soy una sucia mujerzuela!

    Las lágrimas se volvieron a hacer presentes en la compungida carita de la muchacha, cuyos ojos enrojecidos daban cuenta de lo mucho que eso había ocurrido durante el transcurso de las pasadas horas. Katsuragi se incorporó y de inmediato la estrechó entre sus brazos, buscando darle alguna clase de consuelo.

    —Oye, ya no seas tan dura contigo misma. Tal vez cometiste un error, cierto, pero todos tenemos derecho a equivocarnos. Quizá no lo creas, pero incluso yo he llegado a equivocarme en varias ocasiones— de momento había logrado su objetivo, pues la joven dejó de llorar para poder instigarlo con la mirada —Lo que importa es que, mientras aún tengamos vida, podemos darle solución a esas equivocaciones. ¡Y que los demás se vayan al diablo! Por ejemplo, yo me equivoqué al dejarte así nada más, pero esta experiencia me sirvió para darme cuenta lo afortunado que soy de tenerte a mi lado. Sé que antes te había dicho que estaba bien que bailaras con otras personas, pero cuando te vi con ese tipejo sentí un hueco en el estómago y me di cuenta del error que había cometido. De inmediato te quise recuperar, cuanto antes, y ahora estoy plenamente convencido que eres asombrosa, que no hay nadie como tú y que te quiero para mí, que quiero estar contigo lo que me resta de vida…

    Una sonrojada Asuka le sonrió tiernamente, sus ojos recuperando su brillo y chispa característicos, acariciando su cabello para entonces sujetarlo del rostro y darle un amoroso beso que plantó en sus labios.

    —¿No crees que es un poco pronto para empezar a hablar de matrimonio? Yo también te quiero mucho, pero será mejor que no nos adelantemos, aún tenemos mucho por delante…

    —¿Matrim…?— pronunció Kai, poniéndose blanco como sábana —¡Oh, por eso de lo que resta de vida! Me refería a que…

    —Shhh… no te infartes— lo tranquilizó la joven, poniéndole el dedo índice sobre sus labios, cuando parecía que estaba a punto de entrar en shock —Entendí tu punto, y te agradezco. Ahora me siento mucho mejor… gracias por todo tu esfuerzo, sé que no debió ser fácil para ti estar tanto en ese antro ruidoso y sofocante.

    —No estuvo tan mal, tengo que admitir que la parte de los trancazos fue bastante genial…

    —Pero mira nada más cómo te dejaron esos desgraciados— refirió Langley al examinar detenidamente la lesión en la cabeza de su novio, besando gentilmente aquella herida —¿Te duele mucho?

    —Para nada, por suerte para mí soy un cabeza dura— señaló el chiquillo, tocando su cráneo como si lo hiciera con un pedazo de madera —Además tengo una aguerrida chica que sale en mi defensa siempre que la necesito…

    La muchacha lo sujetó por la cintura y restregó su rostro contra su pecho, haciéndolo como si fuera una minina acurrucándose.

    —La verdad es que sí tengo un poquito de hambre— dijo, sin soltarlo —Creo que sí voy a querer ese sándwich, después de todo.


    Shinji, por otro lado, sostenía con desesperación su teléfono celular sobre su oído, utilizando todas las técnicas de negociación a su alcance para no pasar solo aquella noche tan especial, la primera vez que tenía pareja en aquella celebración.

    —Sophie, por favor, no me hagas esto. Ya pasó todo un día sin que te haya visto, sabes que es demasiado para mí. Si hice algo que te molestara hablemos de ello entonces, pero no te alejes así de mi lado… Si sigues enojada por lo de Asuka te juro que ya no siento nada por ella, sólo me dio bastante pena ajena el ridículo que estaba haciendo y ese estúpido de Kai no hacía más que…

    —Amor, deja de ser tan dramático y buscarle tres pies al gato… no estoy enojada, ya te lo dije. Te lo vuelvo a repetir, y tienes que creerme cuando te lo digo: no me he estado sintiendo bien, prefiero descansar para luego poder consentirte como se debe. Además no quisiera pegarte lo que traigo, es mejor que me quede sola por un tiempo…

    —Si estás enferma con mayor razón debo estar a tu lado. Déjame cuidar de ti y ayudarte a que te recuperes por completo. Verás que con mis cuidados te aliviarás mucho más pronto… puedo ir a prepararte sopa de pollo ó…

    —¡No! No, te lo suplico… no vengas…

    —Pe-pero…

    —No salgas de tu casa, por favor… te prometo que mañana mismo podremos vernos, y te compensaré como tú quieras haberte dejado solo justo hoy… pero por ahora, necesito estar sola… y necesito que respetes eso, por favor…

    —Está bien— pronunció Ikari, abatido, derrotado —Te hablo mañana entonces…

    —Muchas gracias, Duerme bien, te amo…

    —Yo también, mucho. Buenas noches.

    El jovencito colgó su aparato de comunicación, decepcionado, mirando la pantalla vacía del aparato cómo si estuviera pidiéndole alguna explicación. El 14 de Febrero era un día fastidioso cuando no tenía pareja, pero ahora que la tenía y que no podía estar a su lado era insoportable, era lo peor. Al entrar a la casa y escuchar las risitas que provenían del cuarto de su compañera, anunciando la reconciliación con su novio, perdió el control de si mismo y volvió a salir, corriendo histérico. Arrojó su celular por lo alto de las escaleras, furioso, mirando como se deshacía en pedazos al momento de impactar contra el piso.

    —¡¿PORQUÉ ME HACES ESTO?!— gritó hasta quedar afónico, para luego derrumbarse en el suelo del pasillo, inconsolable.


    En ese mismo instante, después de haberle colgado la llamada, la causa de la desazón del joven Ikari se contemplaba frente al espejo como si estuviera viendo hacia otra dimensión completamente desconocida para ella. Para ser una persona que decía sentirse enferma, su corta vestimenta contrastaba con su supuesto estado de salud. Su diminuto atuendo consistía únicamente en un revelador y entallado negligé negro, confeccionado casi en su totalidad con encaje y tela transparente que permitía apreciar sin distracciones las atractivas formas de la sensual jovencita, quien calzaba unos altos tacones de aguja del mismo color que sus prendas.


    Sentada con las piernas cruzadas frente a su tocador, Sophia era un cúmulo de contradicciones, tanto en su apariencia como en su proceder. Había afirmado estar enferma, pero se vestía de esa manera tan descubierta, y pese a lo provocativo de sus prendas no se sentía de la manera tan lujuriosa como su apariencia haría creer. En cambio, sus dientes no dejaban de chocar los unos con otros, tenía la piel de gallina a lo largo de toda su expuesta humanidad y las manos le temblaban igual que a alguien diagnosticado con Mal de Parkinson. Como pudo, sujetó su cepillo y comenzó a alisarse su largo cabello negro, lenta, gradualmente, mientras que con voz quebradiza comenzaba a cantar en español, con un pausado tono de canción de cuna:

    “Muñequita linda de cabellos de oro

    de dientes de perla, labios de rubí

    Dime si me quieres como yo te adoro,

    si de mí te acuerdas como yo de ti.

    A veces escucho un eco divino

    que envuelto en la brisa parece decir...

    Sí te quiero mucho, mucho, mucho, mucho

    tanto como entonces, siempre hasta morir.”

    Las lágrimas comenzaron a rodar a lo largo de sus pómulos y como gotas de rocío comenzaron a caer una a una en el suelo, sin que por eso la joven desistiera de su arreglo personal ni de cantar aquella dulce melodía, que en aquél lúgubre ambiente parecía más bien una pompa funeraria. Resultaba evidente, a todas luces, que la muchachita estaba terriblemente asustada.


    Su departamento estaba con todas las luces apagadas, con la excepción de una pequeña lámpara instalada precisamente a lo largo del espejo de su tocador. A sus espaldas, las tinieblas comenzaron a revolverse, para escupir de sus entrañas una sombra enorme, masiva, que fue adquiriendo forma humana conforme avanzaba hacia ella. Sin embargo Neuville no hizo intento alguno por moverse, continuando con el lento cepillado de su cabello y su arrullador cantar, si bien su rostro se estaba transformando en una mueca de terror, terror absoluto.

    —Dime, mi hermosa Luna, ¿estás familiarizada con las leyendas de tus ancestros?— preguntó Demian Hesse con su voz grave y acento europeo, apareciendo justo detrás de ella, colocando una mano sobre su hombro desnudo para acariciar esa tersa piel juvenil —Entre los aztecas, Tezcatlipoca, el así llamado “Espejo Negro”, era junto conQuetzalcóatluna deidad dual y antagónica. Señor del cielo y de la tierra, fuente de vida, tutela y amparo del hombre, origen del poder y la felicidad, dueño de las batallas, omnipresente, fuerte e invisible. Este espejo negro servía para reflejar su otra cara, el de sol nocturno junto con su otro nombre, yaótl ó “el enemigo”, donde era viento negro y cortante, como las palabras que desarmonizan el entorno, señor del Mictlán, donde los muertos recibían su juicio…

    Sophia por fin se había dado vuelta para mirarlo frente a frente, con los ojos abiertos de par en par y su llanto silencioso desbordando a través de ellos, sin que de su garganta pudiera salir palabra alguna.

    —Pese a que la Historia casi siempre los caracteriza como unos salvajes primitivos, los mexicas eran, a su modo, un pueblo sabio y avanzado, conocían muy bien la naturaleza dual de la vida misma— sin importarle gran cosa el estado de la perturbada jovencita, Demian continuaba con su cátedra de cultura precolombina a la vez que continuaba recorriendo con sus enormes manos el cuello y hombros de la temblorosa jovencita —Las ofrendas ó sacrificios humanos que realizaban en sus festividades representaban dar lo mejor de sí, alcanzando trascendencia a través de la acción y la preservación de la naturaleza, para calmar al monstruo de esta tierra que habitamos. Sabían que no existe algo como el bien ó el mal absolutos, sino que en muchos casos ambos son caras de una misma moneda… creación y destrucción, principio y fin, odio y amor, no son más que facetas de una misma cosa, vistas a través de un espejo negro… justo como tú, mi querida, preciosa Luna. Disculpa por la lección de historia, tus rasgos autóctonos siempre me remontan a tus orígenes….

    La joven, al borde del desmayo, negaba con la cabeza, moviéndola de lado a lado como pandereta. Finalmente las palabras que se le habían atorado encontraban el camino para poder salir, vacilantes, de su boca:

    —N-no…no, no, no… no soy Luna… soy… soy So-Sophia… soy Sophia… mi nombre es Sophia… Sophia Neuville… ese es mi nombre…

    —Es a lo que me refería, pequeña Luna… Sophia Neuville es el anverso de tu cara, el reflejo que ves en ese espejo negro… es entendible que estés algo confundida, por suerte para ti traigo el remedio exacto para todos tus males…

    Hesse sacó de uno de los bolsillos de su gabardina negra una enorme jeringa hipodérmica, llena con una sustancia desconocida. Al ver la aguja que se dirigía a ella el instinto de la jovencita la hizo retroceder, suplicante:

    —N-no… no, por favor, por favor, no…

    Ni las súplicas, ni las copiosas lágrimas en su rostro, ni la cara de espanto de la desvalida chiquilla hicieron mella en la determinación del gigantesco hombre de cabellera plateada, quien de un solo movimiento clavó ágilmente la aguja sobre la carótida de la joven, inoculando el contenido de la jeringa en el torrente sanguíneo de su “paciente”

    —Vamos, vamos— decía susurrante al aplicar la sustancia —Sabes lo gruñona que te pones cuando no tomas tus medicamentos…


    La muchachita retrocedió, dando un alarido de dolor al sentir como le hervía la sangre y la cabeza le reventaba, mientras su mundo se desdibujaba. Con los ojos en blanco y el rostro escondido entre las manos se desplomó en el suelo, resoplando agitadamente. Sin embargo, poco a poco su respiración se fue normalizando hasta que se volvió a descubrir la cara, revelando la sonrisa psicótica que se había formado en ella.

    —Estoy a su servicio, Doctor Hesse— pronunció la joven en un tono mucho más tranquilo, sin quitarle un solo momento la mirada de encima al hombre barbado delante de ella.

    —Así está mucho mejor— asintió Demian, complacido —Ahora dame tu reporte, preciosa Luna. ¿Debo asumir que ya has localizado el lugar donde Gendo mantiene oculto al Segundo Ángel?

    —Mis investigaciones de la infraestructura del Geofrente me han conducido a una instalación que es utilizada como centro de almacenamiento de material biológico en la parte más profunda del complejo— mientras hablaba como lo haría una grabación telefónica, la orgullosa “Sophia” se arrodillaba frente al gigante y se postraba a sus pies, con la frente pegada completamente al piso —Los cálculos pronostican un 85% de probabilidad que ese sea al lugar donde tienen confinado a Adán, Doctor.

    —Debo asumir que conforme a lo planeado, a estas alturas tienes a tus órdenes a varios elementos claves del personal de NERV, ¿no es así?

    —Es correcto, Doctor Hesse. En estos momentos están bajo mi control quince técnicos de la División de Naciones Unidas, ocho técnicos y cinco oficiales de NERV. Además he comenzado con el tratamiento de la piloto de la Unidad Eva 02, Asuka Langley Soryu. En cuestión de días estará completamente sometida a sus designios, Doctor.

    —¿Qué me dices de Rei Ayanami?

    —De momento no he podido suministrarle ninguna dosis, Doctor Hesse. La piloto de la Unidad Cero desconfía mucho de Sophia y tiene muy escaso contacto con ella. Las dosis de las que dispongo son insuficientes para contaminar su suministro de agua potable, por lo que sigo buscando opciones para empezar su tratamiento lo antes posible.

    —Olvídalo, no tiene caso que desperdicies tus recursos y tiempo en eso, hasta ahora lo has hecho muy bien— como si estuviera acalorado, Demian se quitó su larga gabardina, acomodándola sobre un perchero que encontró entre tanta penumbra, sin que la jovencita se moviera de su puesto mientras le hablaba —Creo que prefiero dejar lo mejor hasta el final y ser yo mismo quien someta a Rei, una vez que la tenga en mi custodia. Después de todo necesito un pasatiempo, luego de que unos estúpidos me hicieron volar mi pequeño campo de juegos en Egipto.

    —Será como usted ordene, Doctor.

    —De momento, acaba de llegar a costas japonesas un nuevo cargamento que necesitaré que tus lacayos trasladen hasta el Geofrente. Es la última carga que recibirás, dentro de ella encontrarás todo lo necesario para la pequeña excursión que realizarás, así como las especificaciones técnicas, instrucciones y material que requieren las nuevas alteraciones a la Unidad Beta— Hesse seguramente se sentía en un horno, pues ahora se despojaba de la camisa de cuello de tortuga y manga larga que vestía, para dejar su pecho desnudo al descubierto —Asegúrate que tus autómatas cumplan todo al pie de la letra y de seguir falseando los reportes de reparación como lo has venido haciendo, y entonces esa molesta armadura de Zeta ya no será ningún obstáculo a nuestros propósitos.

    —Así lo haré, Doctor Hesse.

    —Tengo que admitir que tener bajo mi control a dos de los cinco pilotos Eva no está nada mal. Me proporcionará una ventaja táctica envidiable, en caso de ser necesario utilizar esa opción. Eso, sin contar el comodín escondido con el que contamos, nuestro pequeño joven Shinji Ikari. Dime, hermosa Luna, llegado el momento, ¿qué crees que hará el joven Ikari?

    Al momento de referirse al muchachito, la trastornada chiquilla que hasta ese momento se había expresado clara y concisamente vaciló unos momentos, mostrándose visiblemente perturbada:

    —N-no… no lo sé… Doctor… creo… creo que Shinji en verdad ama a Sophia… él ha di-dicho que… la protegerá.. si-sin importar qué…

    —Eso tengo entendido— contestó Demian, mirándola fijamente con su helada mirada de lobo estepario —Te conozco bastante mejor, incluso de lo que tú misma crees, Luna. Puedo ver claramente que has llevado tu charada demasiado lejos y que te has entregado varias veces a ese muchacho…

    —¡Le suplico me perdone, Doctor!— presa de un súbito ataque de pánico la muchacha por fin se atrevió a levantar la vista, mirándolo suplicante, aferrándose a su pierna mientras continuaba arrodillada en el piso —Le juro que yo…

    —Hay algo de poesía en todo eso, ¿sabes?— pronunció el hombre barbado sin dejarla terminar su alegato —El que te hayas entregado precisamente a él, al hijo de Yui Ikari… la vida es como una naranja mecánica, querida Luna, y cada ciclo se va cumpliendo… Pero pierde cuidado, de momento no tengo interés en dañar a tu precioso Shinji Ikari. Su papel en esta obra apenas y está despuntando, y aún tengo varios usos para él… así como para ti. Ya has dejado que ese jovencito se divierta con lo que es mío— al decir esto colocó afectuosamente una mano sobre la cabeza de la muchacha, quien en un principio respiró aliviada por el gesto, alivio que enseguida degeneró en hondo pesar al ver que con su otra mano Hesse desabotonaba sus pantalones, para finalmente ceder a una lastimosa resignación —Ahora es mi turno de gozarte, por derecho propio…

    —Sí… Doctor Hesse…


    La noche caía sobre todos en Tokio 3, justos y pecadores. Los primeros gozaban, de momento, del merecido descanso que sólo una conciencia tranquila es capaz de proporcionar, afortunados ignorantes de la maldad que acechaba fuera de sus refugios. Los segundos también gozaban, de todos los vicios y depravación en los que su infamia les permitía regodearse, sin temor a castigo alguno, en la confianza que sólo la villanía de un corazón perverso puede otorgar. Pronto, el teatro de la vida los pondría de nuevo en colisión directa unos con otros y como siempre el resultado era de pronóstico reservado.
     
  11.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    El Proyecto Eva
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    Capítulo Veintiséis: "¿Has bailado con el Diablo, bajo la luz de la Luna?"

    “Vexilla regis prodeunt inferni”


    (Los estandartes del Rey del Infierno avanzan)

    El poeta Virgilio en La Divina Comedia


    Aquellos postreros días del mes de Febrero del año 2016 habían sido particularmente nublados y fríos en el área conurbada de la Tercera Tokio. Había trascurrido más de una semana sin que dejara de llover, a veces con mayor intensidad que otras, pero no hubo un solo momento que cesara la precipitación sobre la alicaída ciudad. El clima comenzaba a reflejarse en el ánimo de los escasos habitantes de la urbe japonesa, que desempeñaban su cotidiano trajinar con la cabeza gacha y semblante parco. Ó mejor dicho casi todos, pues en esos momentos el joven Shinji Ikari bien podría estar saltando de alegría y cantando bajo aquella fría lluvia invernal, que a él le parecía refrescante en su repentinamente adquirida euforia inherente a los enamorados.


    Arropada con una gruesa cobija sobre la espalda, pero sin dejar de lado la fría lata de cerveza que por regla general debía acompañarla, Misato observaba acurrucada en la sala como el chiquillo entraba y salía constantemente del cuarto de baño, canturreando alegremente y una enorme sonrisa estampada en el rostro, ultimando su arreglo personal luego de haber tomado una breve ducha. Al hacerlo la mujer reflexionaba en lo mucho que su pupilo había cambiado en el transcurrir de los últimos meses, a raíz de que Sophia entrara en su vida. Cuando lo conoció, Ikari difícilmente sonreía y no se preocupaba gran cosa por su apariencia, vistiendo el uniforme escolar durante toda la semana, con la excepción de los fines de semana, donde se ponía su otro uniforme, casi siempre la misma camiseta y los mismos pants deportivos que usaba aún cuando no hiciera ejercicio ni por asomo. Hoy, el muchacho ante sus ojos era completamente distinto y difícilmente se podía creer que se tratara de la misma persona.

    —¿Estás seguro que no has estado bebiendo a escondidas, Shinji?— la Mayor Katsuragi bien sabía que la causa del buen humor de su protegido nada tenía que ver con el alcohol, pero de cualquier modo no quiso dejar pasar la oportunidad para lanzar un chascarrillo al respecto.

    —¡Jeje, claro que no! ¡Solamente del néctar del amor!— repuso a su vez el muchachito, de buena gana.

    —¡Te has hecho todo un poeta, pequeño Shinji! ¿Adónde irán esta vez tú y Sophie?

    —Al acuario, y después de eso voy a preparar la cena en su casa… ¡así que no me esperes despierta!

    —¡Vaya, parece que van muy en serio! Sólo espero ser invitada a la boda, ¡jajaja!

    —De hecho, me alegra que hoy descansaras, necesitaba hablar contigo— el jovencito adoptó un aire de seriedad en tanto se sentaba en el mueble que estaba delante de la agazapada mujer —Hace un par de días Sophie me propuso que me mudara a su departamento… y he decidido que lo voy a hacer.

    —¡Eso sí que me toma por sorpresa!— pronunció Katsuragi con una “O” dibujada en los labios, sin dar crédito a lo que acababa de escuchar —Es un gran paso, ¿seguro que ya lo pensaste bien?

    —¿Qué hay que pensar? De cualquier modo, prácticamente vivo con ella. Es rara la vez que vengo a dormir aquí y ya casi todas mis cosas están allá. Es solamente cuestión de hacerlo oficial y sacar mis últimos trastos que tengo en tu casa…

    —Shinji y Sophie, viviendo juntos bajo el mismo techo. Me parece encantador. ¿Sabías que Kaji y yo duramos unos cuantos años viviendo juntos? Éramos sólo un poco mayores que ustedes en ese entonces, pero fue una experiencia que no cambiaría por nada. Y aunque me da pesar perder a la persona que prepara mis desayunos por las mañanas sé que este cambio te traerá mucha felicidad y servirá para tu crecimiento personal, así que eso también me pone contenta. ¿Cuándo piensas mudarte?

    —Este mismo fin de semana… los dos estamos muy ansiosos, como te puedes imaginar.

    —Has mejorado mucho en tan poco tiempo, me siento orgullosa de ti. Recuerdo que cuando te invité a vivir con nosotros mi mayor temor era que terminaras ahorcándote si te quedabas solo… ¡y ahora mírate! Pudiste sobreponerte a todos tus traumas y complejos, y ahora estás listo para convertirte en un hombre hecho y derecho… espero que no te olvides de tus amigos y vengas a visitarnos de vez en cuando…

    —No es para tanto, de todas maneras nos seguiremos viendo a diario en el trabajo… y sabes que últimamente no he estado en buenos términos con Asuka y Kai.

    —Ojalá que puedan resolver sus diferencias pronto— externó Katsuragi, soltando un hondo suspiro —Nunca sabes lo que pueda pasar mañana, es por eso que no se deben guardar rencores…

    El joven Ikari la observó detenidamente, reparando en su semblante alicaído y dando buena cuenta de la causa de ello. A él también le causaba algo de pesar el estar tan mal con aquel muchacho que en cualquier momento abandonaría ese mundo, pero el estar en la antesala de la muerte no le eximía de ser tan cretino y haber causado tanto mal, aunque su madre adoptiva no lo viera así, naturalmente.

    —Ya veremos como se dan las cosas, de momento creo que alejarme nos hará bien a todos. Quizás con el tiempo podamos ver las cosas de distinto modo…

    —Te agradezco el esfuerzo que haces, Shinji— Misato trató de sonreír para ocultar la profunda tristeza que la aquejaba —¡Ven acá y dame un abrazo, chiquillo atolondrado! Puede que no lo creas pero voy a extrañar mucho tenerte por aquí…

    El jovencito correspondió al gesto de cariño que se le ofrecía, dejándose estrujar en los brazos de la mujer.

    —Yo también te voy a extrañar, Misato. Gracias por ser tan buena amiga…

    —Aunque a decir verdad, hay una última cosa que quisiera discutir contigo, antes que sigas con tus planes— reveló la Mayor una vez que lo liberó —Debes saber que es muy evidente para todos nosotros que Sophia y tú recién han comenzado con su vida sexual, y que han estado muy activos en ella. Sólo quiero que sepas que en este mundo que tu novia y tú recién están explorando existen mucho riesgos y deben estar protegidos contra todos ellos. Cómo has de saber, cuando una mami y un papi se quieren mucho los dos se juntan en un abrazo muy especial donde el papi deposita dentro de la mami…

    —¡Oh, Dios mío!— exclamó Ikari a viva voz, tapando sus oídos mientras salía corriendo hacia su cuarto, como gacela en huída —¡No voy a hablar de esto contigo!


    Mientras tanto, en los cuarteles generales bajo tierra de NERV la jornada en curso estaba resultando ser todo un revulsivo, específicamente en la División de las Naciones Unidas. Ese mismo día la incapacidad del Director General, Kai Katsuragi, había llegado a su fin y por fin se presentaba a labores luego de una larga ausencia de meses. De inmediato se había avocado a inspeccionar personalmente los avances en las labores de reparación de las Unidades Eva Especiales que estaban a su mando, y no estaba feliz con los resultados.

    —La última vez que estuve aquí me aseguraste, muy elocuentemente, que podías solo con todo el trabajo y que no me necesitabas para nada— decía Rivera mientras avanzaba por los pasillos de la instalación en compañía de Kenji Takashi y otros de sus subordinados, por lo que la conversación no pasó inadvertida para todos los demás —Pero aún así, henos aquí, ahora, en este mismo momento, con un retraso de casi dos semanas en el cronograma… ¿a qué se debe eso?

    —El personal no está resultando ser lo suficientemente competente para cumplir en tiempo y forma las tareas establecidas— carraspeó Takashi, quien no pudo ocultar el rubor que apareció en sus pómulos ante la mirada de toda la comitiva —He estado aplicando algunas medidas para solucionarlo pero hasta ahora…

    —Sí, ya he podido ver el resultado de algunas de esas medidas— sentenció Katsuragi, señalando con la punta de su pluma a un joven técnico a la lejanía con evidentes contusiones —Venimos a este lugar a trabajar, Ingeniero Takashi, no a jugar a las luchitas… he podido ver en los reportes de Recursos Humanos que las faltas por incapacidad médica se han incrementado estos últimos dos meses.

    —Es natural, ya que en temporada invernal aumentan las enfermedades respiratorias y…

    —¿Las agresiones físicas entre compañeros de trabajo? No sabía que también hubiera epidemia por eso, debo atender mejor los boletines del Departamento de Salud Pública…

    Algunos de los presentes no pudieron contener la carcajada, lo que encendió aún más el encendido rostro del crispado Kenji.

    —Los empleados lastimados y desmotivados causan precisamente la baja en la producción de cualquier área, señores, eso es simple— continuó Rivera, que pese a todo, no encontraba para nada divertido todo el asunto —Acabo de recibir la orden para trasladarme de nuevo al frente de batalla. Estos Evas deben estar listos para la acción en un plazo no mayor a cinco días, así que lo haremos en tres. Lo haremos optimizando recursos materiales y humanos, dando prioridad a la conclusión de los trabajos en Beta. Enfocaremos todos los esfuerzos en esa Unidad, que es la que lleva más retraso según los últimos reportes, aunque ignoro por qué ha habido tantas modificaciones al plan original, es algo que debo revisar personalmente…

    —Cuenta con eso… podemos empezar por…

    Antes que Takashi continuara, el joven Katsuragi lo interrumpió de tajo, dejando en claro a todo mundo quien era la autoridad en ese lugar.

    —Comenzaremos por dividirnos en cinco áreas que trabajarán a la par, cada una con su propio director. Yo mismo dirigiré una sexta área que será la encargada de finalizar los últimos arreglos a Zeta y a la postre hará lo mismo con Beta…

    —¿De qué estás hablando? ¿Dónde quedo yo en todo eso?

    —Ninguna área tendrá primacía sobre los demás, todas deberán coordinarse entre sí y responderán únicamente al Director General, es decir, yo.

    —¡Esto es una burla! ¿Acaso…?

    —Al contrario, le estoy haciendo un gran favor, Ingeniero. Ya puede dejar de presionarse tanto y sentir que todo depende de usted, hemos dividido la carga laboral en cinco partes iguales que trabajarán al mismo tiempo. Asimismo, con esta medida estoy seguro que disminuiremos la cantidad de incapacidades por lesiones y accidentes laborales, y con el bono que he gestionado para todos ustedes, los empleados estarán doblemente motivados en sus turnos. Así que sin excusas, gente: quiero a todo el personal disponible encima de esos monigotes a partir de este momento, trabajando como hormiguitas laboriosas. ¿Quedó claro?

    —¡¿Quién te crees que eres, para aparecerte así como si nada y de un plumazo borrar todos los procedimientos establecidos?!

    —Pues… en mi placa dice “Director General: Kai Katsuragi”, no Kenji Takashi.

    —¡Deja de hacerte el estúpido!— rabió su subordinado, hecho una furia —¡No voy a permitir que me culpes por los errores de un montón de imbéciles que ni siquiera saben sostener un desarmador! ¡Si crees que me quedaré con los brazos cruzados estás muy equivocado! ¡No vas a estar aquí todo el tiempo!

    —Cierto, pero por eso mismo estos cambios que realicé son de carácter permanente, hasta nuevo aviso. Me aseguré que sólo el Director General pueda revertirlos, y en caso de que algo me pase mientras arriesgo mi culo para salvar el de todos ustedes, ya he mandado al Secretario General de la O.N.U. una terna de nombres para sustituirme… por cierto, me tomé la libertad de excluirte de ella, viendo como te desmoronas con el estrés que dan los puestos altos…

    —¡Eres un… desgraciado!— gritó iracundo el oficial técnico, arrojando la carpeta en sus manos por encima de sus cabezas —¡Vas a arrepentirte de esto, Rivera! ¿Me escuchaste bien? ¡Te vas a arrepentir!

    Takashi se alejó de todos, bramando como elefante furioso, mientras el muchacho lo observaba alejarse con cierto desencanto. Aunque consideraba correcto su proceder, caía en la cuenta que al hacerlo se estaba quedando sin amistades y cada vez causaba animadversión en un mayor número de personas. Shinji y Kenji, cada uno era parecido al otro de cierta manera, pues cegados por la envidia y los celos habían decidido volcar todas sus frustraciones en su contra y comenzaba a preguntarse si él mismo tendría algo que ver con eso. ¿Sería tan arrogante como ellos afirmaban y es que no se daba cuenta?

    —Eso salió mejor de lo que esperaba— musitó Katsuragi, con un dejo amargo en su voz, para enseguida avisparse y retomar su rol de jefe —Se acabó el espectáculo, señores, ¡pónganse a trabajar! ¡Tenemos una fecha límite muy cercana!


    Mientras eso ocurría, en una locación no especificada de esas mismas instalaciones se llevaba a cabo una reunión de alto nivel entre el Comandante Gendo Ikari, el Subcomandante Fuyutski y la Doctora Ritsuko Akagi. Los tres contemplaban una serie de fotografías magnificadas en el monitor de gran tamaño del que disponían. Ikari apoyaba el mentón sobre las manos, como lo hacía siempre que estaba nervioso ó preocupado, aunque el gesto sirviera para disimular su ansiedad.

    —¿Qué tan recientes son estas imágenes?— carraspeó el ajado Profesor Fuyutski, quien no ocultaba tan bien sus emociones como su acompañante.

    —El satélite las captó hace apenas unas horas— respondió Ikari, sin hacer un solo movimiento —Nuestros enlaces con las Naciones Unidas nos las hicieron llegar hace unos momentos.

    El monitor mostraba la mancha urbana de Nairobi vista desde el espacio, en el corazón del territorio africano controlado por las fuerzas rebeldes al gobierno mundial. Se apreciaba de forma nítida ríos de gente desbordados por todas las calles de la metrópoli, rodeando filas de misiles, tanques y demás armamento militar de alto calibre. No era exageración afirmar que el grueso de la población formaba parte de aquel gigantesco torrente humano.

    —El informe considera que el movimiento de tropas está escalando constantemente, en todas las metrópolis del continente— indicó Akagi, revisando datos en su tableta electrónica —No hay duda que el Ejército de la Banda Roja reúne sus fuerzas para un ataque inminente. MAGI ha estimado en veinte millones la cifra total de soldados de los que dispone la Banda Roja.

    —¡Es un orate desquiciado! ¿Cómo piensa movilizar un ejército tan enorme? ¡Es imposible!

    —Recuerde que Demian nunca se anda por las ramas, Profesor— Ikari fruncía el entrecejo con la sola mención de aquél nombre —Y lo aficionado que es al melodrama… entre más espectacular sea su irrupción en el escenario mundial, mejor para él…

    —Las Naciones Unidas demandan de inmediato el despliegue de las Unidades Especiales para el Combate sobre territorio enemigo— señaló Ritsuko por su parte, ajustándose las gafas —Parece que las usarán como la vanguardia que barrerá el grueso de las tropas hostiles… tiene sentido, es lo mismo que yo haría…

    —De cualquier modo debemos estar preparados para cualquier probable escenario— masculló Fuyutski, cruzándose de brazos —Hesse ya ha dejado a Zeta en muy mal estado y si acaso ese hombre tiene una cualidad, es la de aprender de sus errores… no hay garantías de que Rivera pueda encargarse de él…

    —El Profesor tiene razón, comandante— asintió la mujer de corto cabello rubio —Tenemos que actuar ante la eventualidad de una conflagración mundial. No podemos asegurar que nuestra isla permanecerá ajena a este conflicto que se avecina…

    —¿Ya han sido ejecutadas todas las pruebas a nuestro espécimen?— interrogó Gendo sin moverse de su lugar.

    —Justo antes de esta reunión finalicé la última— contestó la científica —Todas dieron positivo… el implante será todo un éxito.

    —Perfecto. Entonces no perdamos más tiempo y comencemos el procedimiento— decidido, el comandante se levantó de su asiento, pero sin despegar la vista de las imágenes frente a él —Dejemos que el infeliz de Demian se divierta sacudiendo el planeta con sus juegos de guerra. Ya verá que tampoco somos una fuerza que deba ser tomada a la ligera.

    El comandante bajó entonces su mirada para dirigirla hacia su mano derecha, que luego cerró para hacerla un apretado puño.


    Después de una ardua jornada de sesenta horas con muy pocos y breves descansos, Kai Katsuragi se sentía como si lo hubiera arrollado el tren, pero a la vez orgulloso y conforme de sí mismo. Al hacerle los ajustes necesarios a la plantilla laboral bajo su mando la había convertido en una máquina precisa y bien calibrada que fue capaz de concluir con las labores de reparación incluso unas horas antes de que se cumpliera la fecha límite que se había impuesto. Debido a tal logro, el cansancio que sentía aplastándolo era aún mucho más llevadero con la satisfacción propia de un trabajo bien hecho. Al dirigirse a su oficina para recoger sus enseres personales y partir a su morada su ánimo mejoró aún más cuando divisó la linda estampa de su novia muy bien sentada sobre la jardinera del pasillo que conducía a su despacho.

    —¡Hola, hermosa! ¡Qué sorpresa, pero qué felicidad verte por aquí!— exclamó Rivera bastante emocionado —¡Es la primera vez que vienes por mí al trabajo!

    No fue hasta entonces que la jovencita de cabello rubio volteó a verlo, estando muy entretenida anteriormente escuchando una pista musical en los audífonos de diadema que llevaba puestos. Su rostro, contrario al de su novio, expresaba cierto desencanto.

    —¿Eh? Oh, lo siento mucho, pero en realidad estoy aquí acompañando a Sophie…

    —¡¿A Sophie?! ¿Pero qué demonios…?

    —¡Listo, amiga!— pronunció la susodicha apareciendo oportunamente por el pasillo contiguo —Terminé con mis entregas del día de hoy, ya podemos ir a casa…

    —¡Oye tú, fulana!— reclamó Kai en cuanto la vio —¡Creí haberte dicho que ya no quería verte más merodeando por aquí! ¡Sólo sirves para estar estorbando y quitarle el tiempo a los demás con tus estupideces!

    —Tenía entendido que eso sería mientras duraran los trabajos de reparación, y según supe ya están terminados, inclusive antes de tiempo— repuso Neuville cándidamente, con una sonrisa complaciente —Por cierto, muy buen trabajo, Teniente, lo felicito. Se nota inmediatamente la diferencia cuando usted está por aquí…

    —¡Bruja insolente, debería…!

    —No hagamos enojar más al Teniente con nuestra presencia aquí, amiguita, ¡andando!— lo interrumpió la jovencita americana, levantando a Asuka con un jalón de brazo, a lo que accedió dócilmente —Voy a secuestrar toda la tarde a su preciosa novia, Teniente Katsuragi… se ofreció muy amablemente a ayudarme con los arreglos para la mudanza de Shinji. ¡No sé que hubiera hecho sin ella!

    —¿Se ofreció? ¿Amablemente? ¿Shinji se va a mudar?— repitió Rivera, balbuceante, sin dar crédito a todo lo que acababa de escuchar —¡¿Qué carajos está pasando aquí?! ¡Asuka!

    —Sophie tiene razón— contestó la muchacha europea en un tono bastante apacible e inusual en ella, mientras empezaba a andar junto a su compañera —Tengo que ayudarla con la mudanza… es un fastidio, pero no tengo más opción que ayudarla… nos vemos después…

    —Si dices que es un fastidio, ¿entonces por qué lo haces? ¡Oye! ¿Ni siquiera me vas a dar un besito de despedida?— le inquirió de forma lastimosa cuando las dos jovencitas ya estaban dando vuelta por otro corredor, casi perdiéndose de vista.

    Langley se limitó a observar el rostro de Sophia, como si buscara su aprobación. Asintiendo solamente moviendo la cabeza, ésta concedió el permiso y sólo entonces la blonda adolescente desanduvo sus pasos para llegar al lado de su novio y colocar fugazmente sus labios sobre los suyos, acción que difícilmente podría llamarse un beso.

    —Adiós— dijo la chiquilla apuradamente, apresurándose en alcanzar a la otra muchacha.

    Katsuragi ya no le respondió, reponiéndose de la impresión de haber besado a una estatua de hielo con la forma de su novia.

    —Lo más probable es que haya caído desmayado por el cansancio y todo esto se trate sólo de un loco sueño— musitó luego de un rato sin reaccionar, pellizcándose el antebrazo para poder despertar a la realidad ó eso creía, cosa que no ocurrió —También cabe la posibilidad que me absorbiera un agujero de gusano, transportándome a una realidad alterna completamente distinta a la que conozco.


    —¡Cómo odio a ese estúpido bastardo!— exclamó Sophie, una vez que se alejaron por completo de Kai y que ya nadie podía oírlas —¡Ya no puedo esperar a que el Doctor Hesse le arranque la maldita cabeza, cómo me lo prometió!

    —¿Qué…?

    —Cierra la boca, vaca estúpida, que no estaba hablando contigo— Neuville sacó enseguida una botella con agua de su mochila, la que entregó a su acompañante —Tómate toda la dosis que te guardé, no creas que me olvidé de ti… y vuelve a ponerte esos audífonos, tarada, ya te he dicho que nunca dejes de escucharlos a no ser que yo te lo ordene…

    —Tienes razón… Sophie… lo siento mucho— susurró la muchacha con apenas un dejo de voz, colocándose de nuevo el dispositivo de audio portátil para escuchar la misma pista musical repleta de mensajes subliminales que había estado oyendo sin descanso durante días enteros —Debo hacer todo lo que me digas…

    “Sophia” sonreía complacida mientras observaba como su víctima apuraba de un solo trago el contenido entero del recipiente en sus manos.


    Yo soy el Mago de los Sueños y aquí estoy para contar a los pequeños de bondad, que lindo es el soñar…” canturreaba mentalmente el joven Katsuragi a la vez que se balanceaba en el interior del elevador que llevaba hasta su penthouse, tratando de no quedarse dormido de pie. Sus párpados se cerraban continuamente y cada vez le costaba más trabajo abrirlos cuando eso sucedía, conforme estaba más próximo a su mullida cama que le esperaba ansiosa en su casa. Al salir del ascensor y tomar el pasillo que conducía a la puerta de su hogar cayó en la cuenta que su bien merecido descanso tendría que aguardar un poco más, pues en su puerta también le estaban esperando Hikari y Toji.

    —¡Hola, Kai!— saludaron ambos casi al mismo tiempo, agitando las manos.

    —¿Qué hay de nuevo, chicos?— respondió éste, bostezando como león —Disculpa, Hikari, Asuka no está ahora en casa… creo que se fue de excursión con su nueva amiga, la alguacil de Locolandia…

    —Ya veo— musitó la muchachita, mirando con gesto de aflicción a Suzuhara —Es tal como me lo temía…

    —No me lo tomes a mal, pero con los años he aprendido que todas las mujeres están locas de atar… un día se odian a morir y al otro son amigas inseparables… ¡No hay quien las entienda!— mencionó Rivera mientras deslizaba la llave por la cerradura electrónica de la puerta —Ahora espero que puedan perdonarme por no atenderlos como se merecen, pero estoy que me caigo de sueño… otro día hablamos con más calma…

    —Espera sólo un poco, por favor— el semblante en la carita de Hikari rápidamente le hizo entender que se trataba de algo serio —Quiero hablar contigo…sobre Asuka…

    —¿Qué pasa con ella?— preguntó Katsuragi, dejando escapar un nuevo bostezo.

    —¡Amigo, ya sé que estás muy ocupado salvando al mundo y todo eso, pero necesitas poner más atención en tu chica!— exclamó finalmente Toji, sin tapujos.

    —¿A qué te refieres?

    —Ha estado actuando muy raro, desde aquella salida a bailar— contestó Hokkari, apesadumbrada —Al principio yo también pensé que eran sólo ideas mías, pero en estos últimos días ni ella ni Sophia han ido a clases… antes hablábamos por teléfono por lo menos una vez al día, pero ya no ha estado contestando mis llamadas ni a mis mensajes… no sé que le esté pasando, pero tengo miedo por ella, todo esto no es normal…

    —Mi querida muchacha— repuso Kai, colocando paternalmente las manos sobre sus hombros —Sé que aún eres joven, y quizás por eso es que aún no te das cuenta, pero tómalo de alguien con un poco más de experiencia: las personas cambian. Sí, es cierto, quizás Asuka y tú eran muy amigas, pero ocurre seguido que nuestros intereses cambian repentinamente y nuevas personas llegan a nuestras vidas, hacemos nuevas asociaciones y vamos desechando las viejas. Puede que sea algo cruel, y es entendible que te sientas celosa en estos momentos, pero todo esto es parte del cambio constante que es el proceso de vivir. Verás que tú también irás haciendo nuevas amistades con el tiempo y que Asuka dejará de ser un elemento tan importante en tu vida, estarás agradecida por el tiempo que pasaron juntas y así podrás seguir adelante…

    Sus dos acompañantes permanecieron impávidos, reaccionando solamente al parpadear al parejo, cosa que frustraba aún más a Rivera.

    —Sophia y Asuka se odiaban antes, ahora son grandes amigas, las mujeres están locas, blablabla ¡qué más da! Dispénsenme ustedes, creo que escuché que mi almohada me llamaba…

    —¡Sólo piénsalo detenidamente un minuto, por favor!— insistió Hikari —Tú también la conoces muy bien, dime si la forma como se exhibió en frente de todos en ese antro, el que repentinamente se la pase al lado de Sophia, la manera como habla y actúa es algo que ella normalmente haría… ¡piénsalo!

    Katsuragi recordó entonces el gélido beso de hace sólo un rato y la manera tan peculiar en que las dos se marcharon, y no pudo más que darle la razón a la muchacha.

    —Bueno… si lo pones de esa manera, sí, es algo extraño. ¿Pero yo qué puedo hacer?

    —Tienes que hablar con ella, antes que nada, y tratar de averiguar qué es lo que está pasando. Debe haber una explicación para todo lo que está sucediendo, y si nos necesita, tenemos que ayudarla…

    —¡Oh, sí, ya he visto antes estas cosas en la tele!— exclamó Toji, tan entusiasta como casi siempre —¡Por fin voy a poder estar en una intervención! Ella solamente estará así, como si nada, y entonces llegaremos todos nosotros de sorpresa, y entonces ella se quedará así como: “¿qué está pasando aquí?” y nosotros seremos como: “¡estás en una intervención, perra, deja ya esas drogas!”

    —Hmm, ahora veo que MTV ha hecho más estragos a nuestra generación que el mismo Segundo Impacto— mencionó Rivera, mirándolo de soslayo.

    —Sabes que se emociona fácilmente, disculpa su entusiasmo exagerado— pronunció la muchachita, sujetando a Suzuhara de la mano.

    No fue hasta entonces que Kai se percató de algo que era evidente a todas luces, desde hace algún tiempo:

    —¡Oh, Dios mío! ¡Ustedes están…! ¡Tú! ¡Y tú!— decía atónito, señalando al uno y al otro, tan sorprendido que hasta el sueño se le había espantado —Pero, ¿cómo…? Es decir, ¿Cuándo? ¿Y porqué?

    —¡Viejo, para ser alguien tan listo eres bastante lento!— exclamó Suzuhara, con una amplia sonrisa dibujada en el rostro, mientras ambos se abocaban a relatarle como se dieron las circunstancias favorables para principiar su relación amorosa, olvidándose momentáneamente del problema que les aquejaba.


    En esos momentos Misato tamborileaba con los dedos la superficie del escritorio de Ritsuko, ansiosa porque a su entender su amiga se estaba tomando demasiado tiempo para darle a conocer las noticias que tenía. Fueran buenas o malas, lo que no soportaba era tener que lidiar con la zozobra de la que era prisionera desde hace días. Akagi, por su parte, parecía más ocupada en poner en orden a su oficina, acomodando papeles y guardando varias carpetas en distintos estantes, para por último, una vez que todo su escritorio estuvo despejado, tomar asiento y cruzarse de brazos sobre el mueble.

    —¿Y bien?— preguntó la Mayor Katsuragi, impaciente.

    Su actitud tan parsimoniosa y el que no se quitara los lentes para hablar con ella le podía ir adelantando que la situación era bastante seria.

    —Cómo te habrás dado cuenta, nos tomamos el tiempo suficiente para que nuestros estudios al cultivo realizado fueran los más precisos posible, y que ni un solo detalle pasara inadvertido— pronunció la Doctora Akagi, carente de cualquier familiaridad, como si estuviera hablando con una completa desconocida —Debido a esto, es mi deber informarte que los datos recabados arrojan que la terapia que teníamos planeada resulta inútil en el estado tan avanzado en el que se encuentra la condición del paciente. Lamento ser yo quien te lo diga, a sabiendas de que pudiste haberte hecho falsas ilusiones este tiempo, pero no hay nada que la ciencia médica pueda hacer para salvar a Kai.

    —A final de cuentas, él tenía toda la razón, ¿cierto?— pronunció la mujer con un dejo de amargura en la voz —Todo no fue más que una pérdida de tiempo…

    —Puedes verlo de esa manera si eso te hace sentir mejor, pero puedo asegurarte que si este mismo estudio lo hubiéramos hecho hace un año las condiciones hubieran sido las propicias para comenzar su tratamiento…

    —Y si las vacas volaran, ninguno de nosotros saldría de casa, ¿cierto?

    Antes que las hostilidades verbales escalaran, el Comandante Ikari hizo oportuno acto de presencia, en compañía de Rei Ayanami.

    —Disculpen la interrupción— pronunció Ikari al abrir la puerta de la oficina, dejando ver a las mujeres su antebrazo derecho vendado y maniatado con un cabestrillo al hombro —Mayor Katsuragi, lamento haber llegado tarde, era mi intención estar aquí cuando la Doctora Akagi le comunicara los resultados de nuestros exámenes…

    —Descuide señor, de cualquier modo las cosas en nada hubieran cambiado, ¿no es así?— contestó Misato, poniéndose en pie, al igual que Rikko —Además, parece que ha tenido sus propios problemas… no sabía estuviera lastimado…

    —Un pequeño accidente en el laboratorio, pero le aseguro que se ve mucho peor de lo que en realidad es— repuso a su vez —Aún así, quiero asegurarle que cuentan ustedes con todo nuestro apoyo y que otorgaremos todas las facilidades a nuestra amplia disposición cuando el evento… suceda…— al decir esto se notaba que la presencia de Ayanami lo inhibía en algún modo, desconocedora esta última de la precaria situación en la que se encontraba Rivera —Disculpe que hayamos sido incapaces de ayudarlos en algo más…

    —Al contrario, gracias a ustedes dos por el tiempo que dedicaron a esto… con su permiso, quisiera retirarme— la Mayor dejó entonces la oficina, visiblemente perturbada.


    Una vez que encontró un remanso de paz y privacidad, en un baño de mujeres, Katsuragi daba rienda suelta a su llanto, haciendo visera con la mano para ocultar los ojos. Ahí terminaba todo, no había más que hacer sino esperar a que el tiempo siguiera su marcha y aguardar por lo inevitable. Perdería al muchacho, de la misma manera que perdía a todos los hombres en su vida. Su padre, José y Kaji. ¿Es que acaso estaría maldita de alguna forma?

    —¿Qué es lo que la aflige, Mayor?— preguntó Rei a sus espaldas, saliendo de la nada.

    —Rei— masculló con dificultad, con la voz completamente quebrada —Lo siento mucho, linda, no creo ser muy buena compañía en estos momentos. Prometo que otro día conversaremos… hoy…hoy no puedo… quiero estar sola, si no te molesta…

    —Se trata de Kai, ¿no es así?

    Aún con las lágrimas anegando sus ojos la mujer volteó a ver a la sagaz muchachita, de pie detrás suyo. Al saber de antemano que aún guardaba sentimientos por el joven en cuestión, no le vio sentido a mortificarla con tanta antelación, sabedora de la bendición que a veces podía ser la ignorancia. “Es mejor así, que no sepan nada” pensaba Misato “Así podrán pasar lo que quede de tiempo sin tantas mortificaciones.”

    —Qué imaginación la tuya, chiquilla… aunque puedo comprender que para ti, todo tiene que ver algo con Kai…

    —No soy sorda ni tonta, Mayor— sentenció Ayanami sobriamente —Y tengo edad suficiente para comprender el concepto de la muerte. Sé que Kai está muriendo…

    —¿El Comandante Ikari te lo dijo?

    — El Comandante Ikari no habla mucho conmigo, pese a las apariencias. Pero supe que le realizaron estudios, estuvieron muy ocupados en eso toda la semana. Y hace poco hablé con el mismo Kai… al parecer está haciendo arreglos, “por si algo llega a pasarle” según sus propias palabras… no tengo que ser adivina para saber que sufre de una condición terminal.

    —Es verdad— dijo Katsuragi, volviendo a ocultar la mirada con su mano, como si quisiera hacerse invisible ante todos —Y ya no hay nada que se pueda hacer… todo… todo está perdido…

    —¿De cuánto… tiempo estamos hablando?

    —Unos cuantos días… a lo mucho, semanas. Por lo que sé, en este mismo momento podría estar muerto, tirado en el piso quién sabe donde… ¡Lo peor de todo, tenía que enterarme justo ahora, en la víspera de otro aniversario luctuoso de sus padres! ¡La peor época del año! ¡Es demasiado!

    —Por lo menos aún les queda tiempo suficiente— dijo la muchachita cuando una vez más Misato se abocaba al llanto —El suficiente para poner en orden sus asuntos… si lo piensa, es una clase de bendición… muchos no tienen esa oportunidad…

    —Es muy poco tiempo— añadió la mujer, tratando de recobrar la compostura —Me han dicho que este mismo domingo, en dos días, regresa a la guerra en África y Medio Oriente… ¿sabes lo que eso significa? Esta vez que se vaya… será para siempre… no volveré a verlo nunca más…

    —Dos días bastan y sobran— remató lacónicamente Rei, viéndola profundamente a los ojos con su mirada escarlata —Para que pueda decirle cuáles son sus verdaderos sentimientos hacia él…

    La mujer se quedó sin habla, petrificada frente a la chiquilla que había desvelado uno de sus más oscuros secretos, así como si nada.


    —Hmm, está deliciosa— pronunciaba Sophia, tumbada sobre su sofá, al borde del éxtasis mientras abría sus labios para hincarle el diente a una gran y colorida fresa que Asuka colocaba cuidadosamente en su boca, arrodillada a su lado —Las fresas son mi fruta favorita, ¿sabías? Sería bastante feliz si pudiera subsistir comiendo solamente fresas… y de esta manera saben aún mejor. Toma, puedes probar una, para que veas de lo que hablo— la joven de cabellera oscura deslizó uno de los mencionados frutos a través de los labios de su compañera, que comenzó a masticarla mecánicamente, con la vista fija en la nada.

    —Deliciosa— pronunció sin un dejo de emoción, y sin limpiarse siquiera la gota de jugo carmesí que se deslizaba por la comisura de su boca.

    —¡Esto de tener mi sirvienta personal es de lo más genial que me ha pasado! Quizás pueda convencer al buen Doctor que me deje conservarte, como mi mascota… eso te gustaría, ¿verdad, cachetona?

    Neuville pellizcó entonces la mejilla izquierda de su acompañante, sacudiendo animosamente todo su rostro. Pese a ello, no hubo algún reclamo de la muchacha, quien no modificó un ápice su actitud taciturna, casi sonámbula.

    —Sí, Sophia… todo lo que tú digas…

    La aspirante a esclavista, satisfecha, echó de nuevo un rápido vistazo a su departamento, el cual solamente Langley se había dedicado a limpiar y acomodar con sumo esmero. Ella, que difícilmente lavaba un solo plato en su propia casa, había pasado la tarde entera aspirando y lustrando aquellos pisos, moviendo pesados muebles de aquí para allá según el capricho de la inquilina. Como resultado, el lugar lucía resplandeciente, ni una sola mota de polvo había sido dejada en su interior.

    —Tengo que admitir que este sitio nunca se ha visto mejor, hiciste un muy buen trabajo, muchacha— la joven de piel bronceada tomó la última fresa que quedaba en el tazón, dejándolo libre para verter en él medio litro de agua a la que añadió su propio ingrediente secreto, contenido en una ampolleta de cristal —Toma, aquí tienes tu recompensa… recuerda tomártelo todo, ó me enojaré…

    Colocó el lebrillo sobre el piso, de donde comenzó a beber la jovencita rubia con avidez, sin levantarlo siquiera, tomándolo a lengüetadas como si se tratara de un canino.

    —Muy bien, ese es el lugar que le corresponde a una perra como tú— pronunció la americana con sumo desprecio, colocando la planta de su pie derecho sobre la cabeza de la desvalida chiquilla, que no se inmutó y continuó vaciando el tazón sobre el piso de esa manera tan poco ortodoxa —Esto y más te mereces por hacer sufrir tanto a mi pobre Shinji, bruja odiosa… cuando termine contigo quedarás irreconocible y en algún punto tendrá que preguntarse qué diablos fue lo que te vio.

    La infortunada Asuka, aunque atenta a cada una de sus palabras, se ocupaba más en lamer el interior del cuenco que acababa de vaciar que en dar otra respuesta que no fuera:

    —Sí, Sophia…

    —Antes de eso, vas a tener que hacer otra cosa, mi mascota— la muchacha apoyó con mucha más fuerza el pie que mantenía sobre la cabeza de Langley, haciendo que la apoyara completamente contra el piso —Escucha muy bien lo que te voy a decir, idiota, es de suma importancia que lo guardes bien en tu cabezota para que recuerdes todo cuando llegue el momento. Rei Ayanami es la culpable de todas tus desgracias. Desde siempre no ha hecho más que conspirar en tu contra, escondiéndose detrás de su fachada de niña buena y callada, haciéndoles creer a todos que eres una estúpida prostituta cualquiera. ¡Lo peor de todo! No descansará hasta haberte quitado a tu hombre, dejándote en ridículo frente a todo mundo. Te odia más que a nada, y no se rendirá hasta que estés completamente acabada para satisfacer sus aires de grandeza. Incluso sé de muy buena fuente que cuando haya logrado sus objetivos, piensa matarte, haciéndolo parecer como si fuera un accidente.

    —Ayanami— la joven rubia levantó un poco el rostro, mostrando la máscara de furia insana que lo había reemplazado.

    —Por suerte para ti, me tienes de tu lado, para protegerte de esa hechicera malévola y ponerte sobre aviso. Cuando esa maldita intente hacer su jugada, te daré la señal antes, y entonces, sin que te importe cualquier otra cosa, sea como sea, la matarás. ¿Entendiste? Solamente tendrás una oportunidad, así que no debes detenerte hasta asesinar a esa desgraciada infeliz, sin importar lo que te digan ó quien trate de detenerte, no escucharás a nadie más que a mi. ¿Me has oído, imbécil?— de nueva cuenta, alevosamente, Neuville clavó la planta de su pie en el cráneo de su títere, restregando la cara de Langley sobre el piso recién encerado, que actuaba casi como un espejo —¡Cuándo yo te lo ordene vas a matar a Rei Ayanami!

    —Sí, Sophia— gruñó Asuka, con la cara todavía en el suelo, por lo que no se apreciaba la forma en la que enseñaba los dientes como perro rabioso —Voy a matar a Ayanami cuando tú me lo ordenes… la odio… ¡la odiooo!


    Ignorante de la peculiar conspiración que se llevaba a cabo en sus futuros aposentos, así como también de muchas otras cosas, Shinji Ikari se dirigía hacia ese lugar con un andar ligero y despreocupado, pese a que la pertinaz lluvia arreciaba. Refugiado bajo su paraguas y grueso impermeable aquello poco le molestaba, salvo para poner a buen resguardo la pequeña valija que hasta entonces había llevado descuidadamente al hombro. En ella transportaba su colección de compactos y consola de videojuegos, por lo que tenía que cuidar mantenerlos fuera del alcance del agua.


    Al internarse en un parque para cortar camino llamó poderosamente su atención un solitario paseante que se encontraba sentado sobre una de las bancas del desolado jardín, como si la copiosa precipitación no le afectara gran cosa. Temiendo que se tratara de un loco ó algún indigente ó ambas cosas, el instinto del muchacho fue rodearlo para evadir cualquier contacto visual. No obstante, al poder verlo más de cerca creyó reconocer sus peculiares signos característicos.

    —¿Señor… Hesse?— pronunció el chiquillo, sin estar seguro de querer acercarse —¿Es usted, señor Hesse?

    —¡Vaya, qué tal!— exclamó el susodicho, sin levantarse de su asiento —¡Si se trata de mi buen amigo, el joven señor Shinji Ikari! No esperaba encontrarte en esta ocasión… a veces se me olvida lo pequeña que es esta ciudad en comparación a otras.

    —¿Qué hace afuera, con este clima?

    —Nací en el Reino Unido, muchacho, allá todos los días eran así… esta ligera brisa es nada en comparación con esos chaparrones…

    Un silencio incómodo se hizo presente entre ambos personajes, tan disímbolos. ¿De qué tendrían que hablar aquellos dos perfectos desconocidos, sino de nimiedades?

    —Me alegra mucho verlo, señor Hesse. Puede que no hayamos hablado mucho, pero la conversación que tuvimos me ha servido bastante…

    —El señor Hesse era mi padre, joven Shinji. Tú puedes llamarme… Doctor… Doctor Hesse… apenas si puedo creer lo cambiado que estás. ¡Por poco y no te reconozco! Has crecido mucho y dejaste tu cabello un poco más largo. Ahora te pareces mucho más a tu madre que a tu padre… eso es algo muy bueno, si me lo preguntas…

    —¿Usted cree? Yo no he notado mucho cambio… Doctor…

    —¡Al contrario! El maltrecho y acongojado muchachito que vi aquella vez en el cementerio poco tiene que ver con el jovencito de apariencia formal y cabeza erguida que tengo de pie frente a mí… cuéntame qué ha pasado contigo, Shinji Ikari, ¿qué hay distinto a aquella vez que nos vimos?

    —Han sido muchas cosas, a decir verdad, Doctor Hesse— el chiquillo pensó detenidamente algunos instantes, antes de continuar con su respuesta —Pero creo que todo se resume a que por fin he encontrado mi felicidad… se trata de…

    —¡Oh, ahora veo! Mis felicitaciones, muchacho, has logrado lo que muchos otros no consiguen en toda una vida… has encontrado tu lugar en este mundo… sí, es evidente que lo has hecho…

    —Incluso esta misma semana decidí dejar a las personas con las que vivo y mudarme a mi propio lugar. Pienso que será un gran cambio y tal vez por eso estoy tan emocionado que me es difícil ocultarlo.

    —Tienes toda la razón, los cambios son siempre una oportunidad para los nuevos comienzos, son la llave del progreso… naturalmente, tienes que entender que debido a esto no puedes permanecer inmóvil y sentarte en tus laureles…

    —¿A qué se refiere?

    —La constante de la vida es el cambio, mi amigo, el movimiento continuo. Aquellos que se detienen se pierden. Si dices que has encontrado la felicidad, ya estás lo suficientemente grande para saber que eso de “y vivieron felices por siempre” es sólo una fantasía. Tu felicidad requerirá continuamente acciones de tu parte para su preservación. En otras palabras, ahora que la tienes, cuida de tu felicidad. Y eso no es tarea fácil, joven Ikari, es casi tan difícil y cansado como el encontrarla.

    —No… no había pensado al respecto, pero ahora que lo dice, creo que tiene toda la razón, Doctor Hesse. Si me conformo corro el riesgo de hacerme perezoso y perder todo lo que me costó tanto trabajo obtener…

    —En efecto, pero no es únicamente lo que hagas ó dejes de hacer. Debes también tomar en cuenta los factores externos que puedan afectar tu estado de bienestar. Este mundo está lleno de depredadores, y aquellos como tú despiertan su envidia y su interés. No dudes, ni un solo momento, que habrá aquellos que vean todo lo que tienes y lo deseen para sí, ó que simplemente buscarán despojarte porque en su ruindad no toleran que alguien esté por encima de ellos.

    —Entonces me defenderé, con uñas y dientes y todo lo que esté a mi alcance, pero no permitiré que me quiten todo aquello por lo que he luchado tanto.

    —¿En serio, Shinji?— preguntó Hesse, con aire incrédulo, levantándose tan alto como era, imponente a la vista del muchacho —¿Qué estarías dispuesto a hacer, para proteger tu felicidad?

    Ikari reflexionó al cabo de unos instantes, para luego soltar sin más.

    —Todo. Todo lo que sea necesario.

    —Excelente respuesta, joven amigo. Ten siempre en cuenta que ser un verdadero hombre implica hacerse cargo de sus responsabilidades. No permitas que nada te detenga, tu lealtad es solamente hacia ti mismo. Al final de cuentas, es con uno mismo con el único que podemos contar. Llegamos solos a este mundo y solos nos iremos de él. Ahora, si me disculpas, el tiempo se hace corto y aún tengo lugares que visitar… y gente que encontrar…

    —¿Ya se marcha?— inquirió el muchacho cuando Hesse le daba la espalda y comenzaba su andar en dirección opuesta a donde se dirigía —Me dio mucho gusto poder conversar de nuevo con usted. Sus consejos siempre me son muy útiles, espero que podamos volver a vernos pronto.

    Demian lo miró entonces de reojo, deteniéndose un momento para casi de inmediato reanudar su paso.

    —Descuida, estoy seguro que pronto volverás a saber de mí. Saluda a tu padre de mi parte, por favor…

    Un repentino relámpago iluminó los oscurecidos cielos, provocando un fuerte estruendo que cimbró los alrededores. Instintivamente, Shinji se encogió sobre sí mismo y cuando se recuperó, al cabo de un segundo, Demian ya estaba fuera de vista. Pero al igual que la vez anterior, sus palabras permanecían frescas en su memoria, indelebles al paso del tiempo.


    —¿Hace cuánto tiempo que lo sabes?— Misato por fin pudo preguntarle a la impávida chiquilla de cabello azul claro que tenía frente a sí, después de un largo rato que se había quedado sin habla. Desnudada en sus sentimientos más íntimos no le quedaba otro proceder más que aceptarlos y admirar la sagacidad y amplia capacidad de observación de su joven y callada acompañante.

    —Siempre tuve mis sospechas, pero no fue hasta que comencé a tratarla mejor cuando lo confirmé, Mayor— respondió Rei, ecuánime.

    —Debes estar pensando que soy la peor escoria que puede haber… aprovecharme así de un muchacho que tiene la mitad de mi edad…

    —Al contrario. Sé muy bien las criaturas incontrolables que pueden llegar a ser nuestros sentimientos. Por mucho que lo intentemos, no podemos ignorarlos.

    —No creas que no lo he pensado… sincerarme con él y mostrarle lo que verdaderamente siento… pero, muy en el fondo, soy una cobarde egoísta. Temo que cuando lo haga él se irá y entonces lo perderé definitivamente. Por eso es que he preferido hacerme la disimulada y hasta ahora creía que todo mundo creía en mi farsa…

    —Pienso que es mejor que se lo diga, antes que sea muy tarde y él nunca lo sepa. ¿Qué más puede perder? Cómo usted lo dijo, sólo les quedan dos días juntos. Quizás será difícil y nadie puede asegurar lo que va a pasar, pero aún así al final usted podrá tener finalmente un cierre, para bien ó para mal.

    —Pero entonces sólo estaría pensando en mí, y no en lo que pueda pasarle… ¿qué bien le haría saber que la mujer que lo crió ha estado enamorada de él en secreto todo este tiempo?

    —Créame, si yo fui capaz de figurarlo lo más probable es que él también ya tenga sus sospechas. Y si es así, lo mejor será que ambos arreglen sus asuntos… antes que otra cosa suceda…

    —Tienes razón— pronunció Katsuragi, secando sus ojos hinchados por las lágrimas —Llegó el momento que deje de ser tan temerosa y exponga mis sentimientos de una vez por todas… tendré toda una vida para afrontar las consecuencias de mis actos, después de eso. Sólo dime, ¿qué hay de ti?

    —¿De mi?

    —Te haces la misteriosa y todo eso, pero también es evidente que aún sientes algo por Kai, tampoco lo puedes ocultar.

    —A decir verdad…— repuso la muchacha, evidentemente contrariada —Estoy… en conflicto… es cierto, tengo sentimientos por él… pero no sé exactamente de qué son… aún no tengo claro… el deseo de mi corazón… si es que tengo uno…

    —En cualquier caso, será mejor que te apresures a aclarar tus ideas. Ten en cuenta que el tiempo está corriendo para las dos, no sólo para mí. Eres muy joven todavía para que vivas arrepentida por algo que dejaste de hacer. Aún así, te agradezco mucho por tu apoyo— mucho más repuesta, la mujer por fin pudo ponerse en pie, alistándose para dejar aquél lugar —Eres buena escuchando los problemas de los demás y estoy muy orgullosa de ser de las pocas personas con las que compartes tus pensamientos. Y si te soy sincera, desde que se conocieron, siempre he sabido que tú eres la indicada para Kai, por mucho que me pese admitirlo. El verlos a los dos juntos era algo… natural… uno sentía que el mundo estaba en orden… así que, si aún tienes una posibilidad, no te des por vencida. Son pocas las cosas buenas que quedan en este mundo, lo de ustedes es una de ellas.

    Sin mediar más palabra la militar dejó aquellos sanitarios que habían hecho de confesionario para ella, con una nueva determinación y resolución en mente. Entretanto Ayanami permaneció de pie en el sitio un rato más, mirando fijamente su reflejo en el espejo, tratando de dilucidar qué era lo que realmente estaba viendo.


    La imponente figura de Demian Hesse seguía merodeando bajo la pertinaz lluvia por las solitarias calles de Tokio 3 a altas horas de la noche, aparentemente sin rumbo fijo. Sin embargo sus pasos lo condujeron hasta un puente peatonal, donde detuvo su errático andar a mitad del tramo elevado.

    —Puede que hayas aprendido a disimular mejor tu presencia desde la última vez que estuviste aquí, pero eso no te basta para esconderte de mí— comenzó a hablar, solo —Si tienes algún asunto conmigo será mejor que te muestres de una vez, sino deja de hacerme perder el tiempo y desaparece, rey de los débiles…

    Desde el extremo contrario del puente subió un hombre alto de cabello castaño largo, que usaba anteojos redondos por encima de sus ojos verdes y una barba de candado adornando su mentón. Se cubría de la lluvia únicamente con la capucha de su sudadera gris de algodón, de donde colgaba la correa del estuche de guitarra que cargaba a sus espaldas. Al ponerlos uno frente al otro, el contraste entre ambos resaltaba evidentemente. Mientras la persona de Hesse transmitía agresión y rencor a todo aquel que osara cruzarse en su camino, el recién llegado irradiaba sosiego y confianza por todos sus poros.

    —No me escondía de ti, Demian Hesse— pronunció el hombre encapuchado en tono por demás apacible —Sólo esperaba el momento justo en que nuestra conversación no pudiera ser interrumpida por los incautos habitantes de esta ciudad…

    —Estás aquí para suplicar por ellos, ¿no es así? Por ellos, y por toda la patética raza humana… te sabes derrotado y no tienes más remedio que venir a humillarte para salvar lo que puedas de nuestra furia purificadora. Llegas tarde, profeta, tus queridos seres humanos están todos condenados. Pero si en verdad los amas tanto, tal vez me permita indultar a un puñado de tu elección… si te postras a mis pies y aceptas que teníamos razón desde un principio…

    —Por supuesto que amo a todos mis hermanos y no tengo problema en humillarme a mi mismo por su salvación, es algo que ya he hecho antes y volvería a hacer, de ser necesario— contestó serenamente el sujeto que usaba anteojos, a diferencia del dejo belicoso de Hesse —Pero no es por ellos que vengo a pedir… sino por ti mismo, Demian Hesse… estás a punto de desencadenar una serie de eventos que traerá mucho dolor y pesar a toda la Humanidad. Piensas que con ello conseguirás tus propósitos, pero te aseguro que sólo lograrás tu propia perdición, de no cesar…

    —¿Eso crees, salvador? ¿Y cómo, exactamente, piensas que sucederá eso? ¿Acaso tú mismo piensas intervenir para que eso pase?— pese a su talante agresivo, Demian peló los dientes y retrocedió un paso, en un gesto que sólo podría etiquetarse como temor, algo que no demostraba muy seguido —No me intimidas, sé muy bien que eres un manso cordero y que no estás dispuesto a detenernos… ¡Si fuera así, ya lo habrías hecho desde hace mucho antes!

    —No necesito intervenir directamente para conocer el resultado de tus maquinaciones. Recuerda el principio de equilibrio que rige este universo: a toda acción corresponde una reacción. Precisamente tus mismas acciones traerán consigo estas reacciones que conducirán a tu ruina. Y el único que puede evitarlo eres tú mismo. Sólo debes abandonar tu soberbia y desistir, admitiendo todas tus fallas y lograrás salvarte… nunca es demasiado tarde, para nadie… incluso para ti…

    —¡Eres un charlatán, un ilusionista!— Demian explotó finalmente, haciendo aspavientos, pero sin atreverse jamás a encarar directamente a su interlocutor —¡Dices amar a todas las criaturas pero no haces nada por protegerlas, las dejas indefensas a los designios del General Negro! ¿Por qué habría de volver a creer en tu palabra, mentiroso, embaucador? ¿Dónde estuviste cuando los que llamas hermanos te necesitaban? ¿Dónde estuviste cuando yo te necesitaba? ¡No hiciste nada para ayudarme cuando fui arrojado al foso de fuego y oscuridad! ¡Y en cambio te preocupas más por el devenir de unos cuantos simios pulgosos y primitivos!

    —Es tu soberbia y tu rencor lo que te impiden ver que todo cumple un propósito en esta existencia. El General Negro, al igual que tú, está cegado por su orgullo y piensa que puede rebelarse a la fuerza que le dio origen, pero incluso sus acciones desempeñan un propósito específico en el entramado que dirige a todo lo que existe.

    —Si lo que dices en cierto, entonces, al final no importa lo que suceda, los eventos transcurrirán como se tiene contemplado. ¿Qué caso tiene esta conversación entonces? ¿Cuál es la diferencia, por qué molestarse en encontrarme?

    —La diferencia eres tú. Porque aún tienes la oportunidad de enmendar tus yerros y evitar una gran cantidad de sufrimiento innecesario. Y así estarías un paso más cerca a la reconciliación definitiva…

    Demian Hesse permaneció cabizbajo un largo rato sin hacer sonido alguno. Al final, con la misma cabeza gacha, dio media vuelta y empezó a retirarse, lentamente, casi arrastrando sus pesados pies.

    —Probaré que se equivocan, que esta Humanidad es un desperdicio y que algo mejor puede tomar su lugar… no me importa la cantidad de bichos que sufran en el proceso…

    —Eres como un niño encaprichado, Demian Hesse. Desprecias a toda la raza humana por los actos de unos cuantos y permites que eso te haga olvidar lo mejor y más noble que tienen que ofrecer. Al final, sus mejores virtudes triunfarán sobre su salvajismo y barbarie. Ya has sido testigo muchas veces de esto, sólo recuerda a aquella mujer a la que amaste tanto y que te obsequió todos esos entrañables momentos, que ahora te sofocan…

    No obstante los argumentos esgrimidos para disuadirlo de sus propósitos, Hesse no hizo caso alguno y prosiguió su penoso andar sin mirar jamás atrás.

    —¡Piensas que una voluntad superior a la tuya es responsable de todos tus infortunios, pero la verdad es que siempre has sido prisionero de tu propio miedo! ¡Por eso no has podido ser capaz de reponerte a la adversidad!— continuó diciendo en voz alta el desconocido antes que ya no fuera capaz de escucharlo —¡Y únicamente tú tienes la llave que te liberará de él!


    Rayaba ya la medianoche cuando Shinji se perdía en la vorágine de su cuerpo desnudo uniéndose al de su amante, creando momentáneamente un ser perfecto de dos cabezas y cuatro brazos y piernas, como los antiguos griegos creían en un principio eran los seres humanos. Su sudor y sus jadeos constantes se entremezclaban unos con otros, Sophia con las piernas completamente extendidas e Ikari de rodillas sobre ellas, empujando y embistiéndola salvajemente, como si quisiera partirla en dos.

    Por supuesto que reparó en el aspecto impecable del departamento, pero nunca imaginó quien era la responsable de tenerlo en ese estado y ni siquiera sospechaba que Asuka hubiera estado ahí mismo hace sólo un par de horas, habiendo partido convenientemente unos cuantos minutos antes de su llegada.

    Lo que ocupaba en ese entonces al muchacho era saborear intensamente cada instante en que se le entregaba el cuerpo sin indumentaria de su pareja, perderse en el aroma de su cabello y la profundidad de sus ojos azabaches, mientras le susurraba al oído apasionada, perdidamente:

    —Te amo… te amo… oh, cuánto te amo…

    La muchacha estaba ocupada en mantener el ritmo incesante del contoneo de sus caderas, clavando sus uñas sobre la espalda del muchacho, que en esos momentos se sentía estar en el paraíso, por lo que no hubiera sentido otra cosa aún cuando le pegaran con un tubo en la cabeza. En medio del placentero frenesí que los consumía a ambos, Neuville se sujetó a su pareja en un férreo abrazo que lo mantenía preso de sus piernas, pero que le permitía pedirle amorosamente:

    —Shinji, amor mío… ¿puedes hacer algo por mí?

    —Lo que tú quieras, preciosa… todo lo que me pidas…— contestó agitadamente el joven Ikari, tratando de no perder el aliento.

    —Te parecerá algo raro… pero aún así… me harías muy feliz… si sólo por hoy… sólo por esta ocasión me llamaras Luna… ¿quieres hacerlo? Quiero saber como suena ese nombre… dicho por tus labios… por favor…

    —¿Luna?— repitió el joven, desconcertado, pero sin perder el piso ni la concentración —Cómo tú quieras… Luna… ese es un bonito nombre… mi querida y hermosa Luna… mi amada princesa Luna… te amo, Luna mía…

    —Oh Shinji… Shinji… muchas gracias… no sabes lo feliz que me has hecho— balbuceaba la linda jovencita, abandonada a su delirio, derramando lágrimas de felicidad —¡Oh, Shinji!

    —Dime, Luna preciosa… ¿te casarías conmigo?

    —¿Casarnos? ¿Estás seguro?

    —Claro que sí… no lo digo sólo porque estoy caliente… lo he pensado mucho… y lo que más quiero en esta vida es pasar el resto de mis días a tu lado… contigo, mi amor…

    —En ese caso… claro que sí, acepto… yo también siento lo mismo… no quiero estar un solo día sin estar junto a ti… ahí es donde pertenezco…

    —Te amo, So… Luna… te amo, Luna…

    —Y yo te amo a ti, Shinji….

    Sin lugar a dudas aquella ocasión era la más intensa, la más memorable de todas las que se entregaban el uno al otro. De haber sabido, cualquiera de los dos, que sería la última vez que harían el amor, probablemente hubieran redoblado esfuerzos para hacerla aún más sublime.


    Al día siguiente, en la mañana de ese 26 de Febrero del 2016 el tiempo iba de mal en peor. Ni un solo rayo de sol se había dejado ver en el transcurso de lo que iba del día y la constante llovizna se había convertido en inclemente aguacero. Las calles permanecían desiertas, con casi todos agazapándose en el interior de sus refugios y muy pocos los que se atrevían a salir bajo esas condiciones.

    Sophie era una de ellas, teniendo que aprovechar el tiempo que tardaría Shinji en recoger sus últimas pertenencias de su antiguo departamento para que finalmente, a partir de esa noche, quedar completamente instalado en su nueva casa, viviendo por fin bajo el mismo techo que ella. Por tanto, debía beneficiarse de su ausencia para poder desempeñar sus actividades encubiertas dentro del Geofrente, para lo cual, además de un enorme paraguas, iba cargando su ya característica mochila bien provista de botellas con agua que repartiría entre sus incautos compañeros de trabajo, como lo había estado haciendo desde hace algún tiempo. Nadie podía sospechar las intenciones escondidas de aquella aparente bien acomedida y simpática muchachita.

    Pese a su excelente condición física, el transporte de su abastecimiento de líquidos estaba resultando ser una tarea bastante pesada bajo aquellas precarias condiciones.

    —Debería comprar un carro— decía resoplando, tratando de no resbalar en los charcos ni mojarse más de la cuenta —Ó por lo menos una motocicleta…

    Por suerte para ella, la estación del metro que conducía a la entradas del cuartel se encontraba ya doblando la esquina. A partir de entonces el trayecto le resultaría mucho más sencillo. Ó lo hubiera sido, de no ser porque Kai Katsuragi se interpondría en su camino, esperando de pie en aquella misma esquina donde debía dar vuelta. Dadas las poco favorables condiciones de visibilidad, la jovencita no lo vio hasta que casi choca con él.

    —¡Hola, buen día!— saludó el muchacho, sosteniéndola de un brazo cuando la chiquilla por poco se iba de espaldas de la impresión —¿Cómo amanecimos hoy?

    En cuanto la tocó Neuville sintió una fuerte corriente eléctrica sacudiendo todo su cuerpo en señal de repulsión, por lo que interrumpió el contacto lo más pronto posible, zafando su brazo de forma tosca y grosera.

    —¡Vaya clima! Parece que hoy será uno de esos días en los que es mejor no levantarse de la cama— el tono chapucero de Rivera no hacia mella en el semblante lóbrego de Sophia, que lo acuchillaba con la mirada —Tal vez sea lo mejor, quedarse en casa, descansando con una rica taza de café en lugar de tener que ir a trabajar con este tiempo espantoso… además, debe ser mucho más difícil cargar toda esa agua tú solita con este aguacero. Dame tu mochila, si quieres yo haré tus entregas habituales mientras tú te quedas en casa, abrazada de Shinji. ¿Qué te parece?

    —No, gracias. Prefiero hacerlo por mi misma— sentenció la joven de cabello negro, sacándole la vuelta para seguir su camino.

    —¿Por lo menos podrías darme una botella? Seguro así tu mochila se hará más ligera, ahorita parece que va a reventar…

    —Mira a tu alrededor, genio. Si tienes sed, no tienes más que abrir la boca ó beber de un charco, la verdad es que me da igual. Recuerda que te dije que te mandaría al infierno cuando vinieras sediento a suplicar por una gota de agua…

    —¡Jajaja! Sí lo recuerdo, fue muy chistoso. Pero ni de loco quiero beber de tus botellas, sólo quiero hacerles un análisis químico en el laboratorio…

    Sophia sintió entonces como si alguien le hubiera dado un fuerte golpe en el abdomen, sacándole todo el aire y apenas pudiendo sostenerse en pie.

    —Y es que justo esta mañana recibí un reporte de lo más raro directo de la línea de frente… tú sabes, justo a donde nos iremos en un par de días.

    La muchacha hubiera querido salir corriendo entonces, pero sus piernas no le respondían, mientras Katsuragi continuaba su exposición:

    —Personal de investigación médica de las Fuerzas Armadas ha encontrado múltiples rastros de una sustancia química desconocida en los suministros de agua locales de todas las ciudades que estuvieron y están bajo control de la Banda Roja. Dicha sustancia tiene propiedades muy peculiares, entre ellas la de alterar radicalmente el comportamiento de poblaciones enteras, dejándolas sugestionables a cualquier manipulación psicológica… ¿puedes creerlo?

    —Parece… algo sacado de una caricatura… no debería prestar mucha atención a esos disparates, Teniente…

    —Al principio así también lo creí, pero al pensarlo mejor recordé que últimamente he visto a muchas personas que han cambiado su conducta habitual desde hace un tiempo… tu nueva mejor amiga, mi novia Asuka, por ejemplo… sin mencionar a Kenji ó Shinji…

    —Si tienes algo que decir, dilo y ya, pero deja de hacerte el imbécil— sentenció Neuville con voz grave, su semblante trastornado.

    —Me parece bien… tengo mis sospechas que eres una agente encubierta del Ejército de la Banda Roja, infiltrada para sabotear las actividades dentro del Geofrente y la División Especial de las Naciones Unidas en NERV. ¿De qué otra manera se explica uno tantos cambios repentinos en el comportamiento de varias personas, todas en contacto directo contigo? ¿Ó los constantes e inexplicables retrasos en las labores de reparación de Beta? Retrasos que se acabaron en cuanto empecé a restringir tu acceso a las áreas de labor, por cierto, sin mencionar la cantidad de reportes falseados que he detectado, todos ellos coincidiendo con tu llegada a este país…

    —¡Oh, qué gran detective resultaste ser! Cómo eres tan listo, claro que te darás cuenta que todo lo que has dicho son sólo hipótesis sin ninguna evidencia contundente que las valide. Seguramente un caballero como tú no querrá empezar a levantarle falsos a una inocente y desvalida chiquilla así como así, ¿cierto?

    —Muy cierto… por eso quisiera que tú misma me entregaras una de las botellas que llevas en esa mochila. Si estoy equivocado, solamente contendrá agua simple, inofensiva, así que no deberías tener algún problema en dármela. Por el contrario, si lo que sospecho es verdad entonces te negarás a cooperar y harás todo lo posible por escapar, pero ten en cuenta que estoy dispuesto a someterte de cualquier modo para que me entregues esa muestra, además que puedo poner sobre aviso a todas las autoridades de este país de la presencia de una espía de fuerzas invasoras.

    Las miradas de ambos jóvenes chocaban desde hacía rato en silencioso duelo, donde ninguno atinaba a moverse de cualquier modo. Sabían que sólo hacía falta un gesto, por insignificante que fuera, para que la guerra fría entre ambos diera inicio a una abierta confrontación de resultado incierto.

    —Es tu decisión, Sophia. Hacemos esto a la buena ó a la mala….

    —Siempre me he considerado una niña mala, Teniente…


    La lluvia arreció sobre ellos en esa calle desierta donde nadie podría verlos pelear. Empero, antes que cualquiera siquiera levantara un dedo, un suceso de lo más insólito los detuvo en vilo. Bastó solamente la voz de una mujer para hacerlos abortar sus intenciones beligerantes, congelándolos como estaban, empapados hasta los calcetines, en su sitio. Una voz de mujer, en medio de la desolada calle y bajo esa terrible tormenta, que en español fuerte y claro anunciaba a su paso:

    —¡Flores! ¡Flooorees para los muertos! ¡Para los muertos! ¡Flooorees para los muertos!

    Un escalofrío sobrenatural reptó por las espinas de ambos jóvenes, que comenzaban a temblar hasta los huesos con sólo escuchar aquel sonido oriundo de ultratumba, traído hasta ellos desde una lejana y antigua época, ya casi olvidada.

    —¡Para los mueeertooos! ¡Floreees para los mueeertos! ¡Floooreees para los mueeertoos!

    A pesar de estar mojados de los pies a la cabeza su boca se les secó al cabo de unos angustiantes momentos, con la sangre helándoseles en las venas y el color huyendo espantado de los rostros de ambos. Era el muchacho el más conmocionado de los dos, teniendo fresco todavía el recuerdo de aquella mujer cuya visita le había sido anunciada a través de una leyenda que en primera instancia le había parecido una superchería y que ahora veía caminar lenta y pausadamente a su lado, ataviada toda de negro y cubierto su rostro con un velo de la misma tonalidad oscura

    —Xóchitl…— apenas si pudo pronunciar con un hilo de voz, cuando hubiera querido gritar horrorizado y salir corriendo literalmente como alma que lleva el Diablo.

    —¡Flooorees! ¡Floooreees para los mueeertooos! ¡Para los mueeertoos! ¡Floooreees para los mueeertooos!— seguía anunciando la mujer, cuando sustraía de su canasta una de las tres flores de largo tallo y mil pétalos de color naranja brillante que aún le quedaban, para entonces arrojarla a los pies de los aterrorizados chiquillos.

    Una flor de xempaxochitl, utilizada para celebrar a los muertos, habitual en los panteones mexicanos, caía ahora en el charco que separaba a los dos jóvenes, estupefactos en su sitio ante la visión de aquella vendedora de flores que levantaba su oscuro velo para mirarlos fijamente a través de sus ojos grandes y negros, impasible a la reacción de terror que en ellos provocaba; ella sólo los miraba como quien ve pasar un cortejo fúnebre a su lado, con una mezcla ambivalente de conmiseración y despecho.

    Después de pasar a su lado la aparición cubrió su rostro de nuevo y continuó con su camino, repitiendo su cántico sin cesar mientras se perdía en la gruesa cortina de agua que se precipitaba en la ciudad y sus ecos se perdían en las solitarias calles de aquella lejana tierra extranjera:

    —¡Flooorees! ¡Floooreees para los mueeertooos! ¡Para los mueeertoos! ¡Floooreees para los mueeertooos!


    Sin poder cerrar la boca ni dejar de temblar, Rivera seguía sin reaccionar. ¿Qué hacer? ¿Gritar, correr, llorar, ó todo eso a la vez? Él, un hombre consagrado a la ciencia, que creía solo en lo que pudiera ser comprobado, acababa de experimentar en carne propia un suceso inexplicable que cimbraba todo su sistema de creencias, dejándolo desprotegido contra todos los misterios que rodean esta vida que nos tocó lidiar.

    —Tú… ¿Tú también viste eso?— preguntó a su compañera, cuando por fin pudo reunir las fuerzas necesarias para hacerlo.

    Al mirar hacia donde momentos antes se encontraba la jovencita sólo encontró un espacio vacío. Tan conmocionado se encontraba que ni siquiera percibió el momento que Neuville había puesto pies en polvorosa, huyendo a toda prisa de ese siniestro lugar.

    —Debo… estar volviéndome loco— pronunció dificultosamente el muchacho, sosteniéndose las sienes, tratando de buscar una explicación convincente al fenómeno que acababa de presenciar —Fue una alucinación… tan sólo una maldita alucinación… mi mente comienza a desvariar… mis neuronas a morir… mi cuerpo se colapsa y empieza a fallar… una alucinación… eso debe ser…

    Y si así fuera cierto, entonces, ¿cómo podría discernir lo real de lo irreal? ¿Qué parámetro podría utilizar para trazar una línea que separara lo imaginario de la realidad, si ya ni siquiera podía confiar en su propia percepción? La vendedora de flores que anunciaba la muerte de toda su familia, Sophia trabajando para el Ejército de la Banda Roja, la lluvia azotando contra su cuerpo, la ciudad entera ó incluso el mismo… ¿cómo podría saber que cualquiera de eso existía, que cualquier cosa fuera cierta? Por lo que sabía, en ese momento podría estar retorciéndose en una cama de hospital, agónico y delirante.

    —Todoestáenmicabezatodoestáenmicabezatodo…— repetía sin parar como un loco demente, a la vez que comenzaba a deambular sin rumbo fijo sin importarle ya nada.


    Sophia, por otro lado, refugiada en la falsa sensación de cobijo y seguridad que le proporcionaba el interior del transporte urbano de la ciudad, se acurrucaba sobre sí misma, con un frío espectral calándole hasta los huesos, sin poder dejar de temblar y llorar.

    —¿Qué demonios fue todo eso?— preguntaba en medio de sus sollozos, espantada hasta la médula, acomodándose en posición fetal, mientras que el vehículo que la transportaba se dirigía a toda marcha hacia los cuarteles.


    Dentro de esas instalaciones, una muy decidida Misato volvía a insistir por la vía telefónica:

    —Habla la Mayor Katsuragi. Llamo de nuevo para saber si Kai ya ha llegado. Entiendo. Está bien, muchas gracias, intentaré de nuevo más tarde.

    La ansiedad invadía a la mujer como a una colegiala en primer día de escuela. El asunto que hubiera querido finiquitar lo antes posible lo tenía que seguir postergando por causas ajenas a ella. ¿Quién iba a decir que justo ese día se le ocurriría al muchacho levantarse temprano por una vez en la vida? Debido a ello había perdido aquella mañana la oportunidad de entregarle el sobre guardado en la bolsa interior de su chamarra, sobre que no dejaba de palpar a cada rato como para seguir confirmando su existencia. Dentro de aquél envoltorio de papel iba la extensa carta que se había tardado casi toda la noche en redactar, repitiéndola una y otra vez hasta que pudo quedar más o menos satisfecha con su contenido.

    —Si sigues insistiendo de esa manera lo único que conseguirás será avergonzarlo delante de todos sus empleados— acotó Ritsuko, dando cuenta de la súbita ansiedad que se había apoderado de su compañera —Lo que me parece perfecto, pero dudo que a él le haga alguna gracia…

    —Te equivocas— repuso Katsuragi —Lo que quiero hablar con él no es una cuestión de madre a hijo, sino de mujer a hombre…

    —¿No nos estamos poniendo sentimentales antes de tiempo?

    —Claro que no. Antes que termine este día me aseguraré que reciba y lea esto— anunció Misato, sacando el sobre de su chamarra —La carta más difícil que he tenido que escribir en la vida…

    —¿Una carta de despedida? ¡Qué tierna! ¿Puedo leerla?

    —¡Claro que no!

    Como previniéndose, la mujer de cabellera negra volvió a guardar el envoltorio en el interior de su prenda, palpando una vez más aquel pedazo de papel doblado en el que había volcado y desnudado su alma entera, sin saber que todas aquellas palabras salidas desde su corazón jamás serían leídas.


    Entretanto, Rivera continuaba vagando como alma en pena bajo la fuerte tormenta que iba en aumento. Enormes y fieros relámpagos caían una y otra vez desde las oscuras nubes, descargando su cólera sobre la postrada ciudad debajo de ellos. Fuertes truenos cimbraban con su estallido todo a su paso, sacudiendo todo aquello que no estuviera fijado al piso. El volumen de agua seguía en aumento, haciendo aquella tempestad la más fuerte en muchos años. Nadie en su sano juicio se atrevería a salir ó estar afuera bajo esas adversas condiciones climatológicas. Sin embargo, el joven no estaba precisamente en sus cabales, por lo que el clima era la menor de sus preocupaciones.


    Maquinalmente y casi sin darse cuenta, había dirigido sus pasos a una sección de la ciudad que no visitaba desde hace mucho tiempo, doce años para ser más preciso. Se trataba de la abandonada zona industrial de Tokio 3, repleta de bodegas y fábricas que nunca se habían terminado o utilizado, un gigantesco cementerio donde las carcasas oxidadas de aquellas estructuras metálicas se desgastaban a la intemperie debido al descuido y al paso del tiempo. Había sido al amparo de esas enormes tumbas desoladas que el suceso más significativo de su vida había tenido lugar.


    Al darse cuenta de adonde había ido a parar, el joven alzó la vista, desamparado, flaqueando de fuerzas para continuar. Cada paso que daba lo hacía con mucha más dificultad que el anterior, cada nueva respiración un cuchillo atravesándole las costillas. Aún así, pudo ubicar y dirigirse al punto exacto donde habían transcurrido la serie de eventos que dieron un giro total a su joven vida. Abatido, se tiró de rodillas en el mismo sitio en que sus padres habían muerto. Esa misma, precisa y maldita fecha se cumplían ya doce años de acontecido su asesinato. Y tenía que ser precisamente ese día cuando, de ser cierta la leyenda que su padre le había compartido desde la tumba, su propia muerte le era anunciada como próxima. Al pensar en su extinto padre, se preguntó como había sido para él aquella misma experiencia sobrenatural que acababa de sufrir. ¿Cuál habría sido su reacción, al comprobar en carne propia que las leyendas que le habían contado de niño resultaron ciertas? ¿El mismo temor que ahora lo atormentaba había hecho también presa de él? ¿Intentó de alguna forma evadir su ineludible final?


    Para él, la mayoría de los detalles que rodeaban el suceso se le presentaban vagos, dado su vertiginoso acontecer sumado a la confusión natural en un infante que poco alcanzaba a comprender lo que acontecía en esos delirantes últimos momentos. Recordaba la tormenta que arreciaba aquella noche, muy parecida a la que sufría en el presente día. También como la ciudad se convertía en un manchón informe a través de las ventanillas del auto en el que viajaban a toda velocidad. Las nucas de sus padres, vistas desde el asiento trasero donde viajaba solo. Su madre al volante y su padre desangrándose en el lugar del copiloto, herido de bala, jadeante, agonizante, los dos confundidos, enojados, pero sobre todo, aterrorizados.

    —¡No pudiste dejar las cosas cómo estaban, estúpido desgraciado!— vociferaba su madre, iracunda, al borde de un ataque de histeria —¡¿No te bastaba con todo el daño que nos hiciste, también nos tenías que arrastrar a esta locura del infierno?! ¡¿Con qué derecho lo hiciste?! ¡DIME!

    —¡Cállate y conduce, maldición!— contestó su padre, del mismo modo, tratando de contener como podía la hemorragia producida por el agujero que atravesaba su hombro izquierdo —¿Crees que haría una condenada diferencia donde estuvieran tú y el niño? ¡Ya te lo dije! ¡Akagi, Fuyutski, Rikunbugi, todos se han vuelto locos de remate! ¡No quieren salvar al mundo, quieren destruirlo! ¡¿Crees que podrías esconderte de eso, en cualquier agujero en el que quisieras esconderte con tu hijo, bruja estúpida?!

    —¡Maldito imbécil! ¡Debería dejarte aquí mismo a que te maten, que te lo tienes bien merecido, pederasta degenerado!

    —¡Sólo conduce y deja de gritarme, con un demonio! ¡Lo que importa en estos momentos es salir cuanto antes de Japón! ¡Si consigo llegar con Schroëder podremos detener los planes de esos maniáticos incluso antes de que empiecen! ¡Podremos arreglarlo todo!

    —¡Oh sí, claro! ¡Gendo nos va a dejar salir de Japón así nada más! ¡Y de paso podemos ir a pegarle en la cara a Dios! ¡No seas iluso, ahora Gendo es dueño de todo este jodido país! ¡En cuanto pongamos un pie en el aeropuerto seremos carne muerta!

    —¡¿Crees que soy tan estúpido como tú?! ¡Ya lo sé, por eso es que pedí ayuda! ¡Estamos cerca del punto de encuentro, sólo apúrate a llegar!

    —¡Estás mal de la cabeza si crees que tu amiguito irlandés va a ser de algún provecho! ¡Está más loco que una cabra, es el peor de todos!

    —¡Es el único en el que puedo confiar, mujer, es la única opción que nos queda! Ahora sólo… ahí está él… ¡CUIDADO!

    A partir de ese momento todo se tornó incluso más difuso. Recuerda los bruscos giros que dio el vehículo al maniobrar su madre para eludir los disparos, que rompieron en mil pedazos el parabrisas. Recuerda haberse golpeado muy fuertemente contra el asiento y el dolor intenso que le provocó su primera fractura de cráneo. El llanto imparable provocado por su malestar y el temor de lo que vendría.

    —¡Corre! ¡Cuida de mi hijo!— fueron las últimas palabras que le escuchó decir a su madre, cuando bajaba del carro y comenzaba a intercambiar disparos con su atacante.

    Su padre lo cogió del brazo y como pudo lo cargó mientras corrían quien sabe a donde, mientras llamaba febrilmente a su madre, a quien ya no veía por ningún lado. Por más que la llamara, ella ya nunca le respondería, lo que su progenitor le hizo saber mientras le demandaba silencio en su escondite, en un oscuro y estrecho callejón que dividía dos alas de una fábrica.

    —¡Kyle, cállate por el amor de Dios! ¡Kyle! ¡Escucha! ¡Escúchame!— le decía, susurrante, colocando su enorme mano encima de su boca para acallar sus gritos —¡Tu madre está muerta! ¿Me entiendes? ¡Muerta! ¡Ya no puede oírte! ¡Murió para poder salvarte! ¡Si sigues gritando así, habrá muerto en vano! ¿Entiendes? ¡Tienes que guardar silencio! Ahora ponme mucha atención: pase lo que pase, no salgas de aquí. Sin importar lo que escuches, no te muevas y no hagas ningún ruido. Quédate aquí hasta que amanezca y entonces… entonces… deberás arreglártelas tú solo…— la voz de su padre comenzó a quebrarse por el llanto que se hacía presente en sus minutos finales —Nosotros ya no estaremos aquí para cuidarte… pero estoy seguro que estarás bien, eres un niño excepcional, hijo, no hay nadie como tú en todo este ancho mundo… recuerda siempre usar tus habilidades en beneficio de los demás y llegarás a ser un gran hombre. Lo más importante, aférrate a tu vida, hijo mío, sin importar las dificultades que se atraviesen en tu camino, sin importar lo que digan los demás, tienes que seguir viviendo, recuerda que hoy tus padres mueren para que tú puedas vivir… Yo… perdóname por… por… ¡Shhh, ahí viene! ¡Quédate aquí!

    José Rivera dio entonces la media vuelta y salió de su escondite, dejando a su traumatizado vástago escondido en medio de una pila de basura, paralizado en estado de shock, a punto de un colapso. Desde donde estaba no podía ver la gran cosa, solo la calle desierta arrasada por la fuerte lluvia, escuchando a su padre discutir con alguien.

    —¡No lo entiendo! ¿Por qué están haciendo todo esto? ¿Qué van a ganar ustedes con el fin del mundo? ¡Tienes que entrar en razón!

    —El tiempo de hablar hace mucho que ya pasó, amigo mío— decía alguien en inglés, con marcado acento europeo —Sólo dime en qué agujero escondiste a esa niña y prometo que todo será rápido, no tienes que sufrir más de la cuenta…

    —Sabes bien que no puedo hacerlo… además, creo que empiezo a desvariar por tanta pérdida de sangre… comienzo a olvidar cosas…

    Un disparo a quemarropa lo hizo callar para en su lugar lamentarse en agonía.

    —¡Deja de hacerte el macho, estúpido desgraciado, y dime lo que quiero saber!— demandó su agresor —¡Te enfrentas a fuerzas que tu pequeño cerebro no alcanza a comprender!

    —Ve-vete al diablo— musitó Rivera —Y ahora que sé lo mucho que la necesitan… no les diré nada, malditos… jeje… están fastidiados, sin ella todos sus planes se vienen abajo… nunca la encontrarán, miserables… por lo que a ustedes respecta, ella ya está muerta…

    —¡Idiota! ¡Eres tú el que está muerto!

    Otro balazo más fue el que puso fin a sus días, su cuerpo desplomado cayendo al encharcado piso donde su inerte rostro quedó apuntando justo al callejón que le servía a su hijo de escondite, con sus ojos vacíos fijos en la nada. Aquella horrible visión fue suficiente para que el infante olvidara las últimas palabras de su padre y se lanzara a su cuerpo sin vida, gritando desconsolado:

    —¡PAPÁAA!

    Mientras abrazaba los despojos sin vida de su padre las lágrimas brotaban de sus ojos como un dique desbordado, confundiéndose su llanto con las gruesas gotas de lluvia que le pegaban en la cara en aquella funesta ocasión, la última en la que sería capaz de llorar.

    —¡Papá! ¡No me dejes! ¡Por favor! ¡No quiero estar solo, perdóname, por favor!

    Sus súplicas eran estériles, jamás obtendrían alguna respuesta ni su dolor el consuelo que con tanto ahínco buscaba. En su lugar, Demian Hesse se alzaba imponente ante sus ojos, alto como edificio y negro como la noche, sus gélidos ojos verdes atravesando su alma.

    —Hubiera sido mejor que te quedaras en la basura, pequeña cucarachita— le dijo mientras sacaba su arma, apuntándole con ella —Ahora que saliste a la luz y me has visto tendré que exterminarte a ti también… así que deja de llorar, mocoso, que pronto te reuniré con tus padres…

    Todavía recordaba el intenso reflejo cromado del cañón de níquel que le apuntaba y el sonido seco que hacía el seguro de la pistola al soltarse. Pero había otra cosa más. Una repentina tranquilidad que se apoderaba de él, conforme su llanto se extinguía y todo a su alrededor parecía iluminarse y moverse en cámara lenta. Fue así que pudo alzar la vista y mirar fijamente los ojos de Hesse, en tanto éste colocaba el dedo sobre el gatillo, listo para ponerle fin, preguntándole burlonamente:

    —Dime, joven Kyle Rivera… ¿has bailado con el Diablo, bajo la luz de la Luna?

    El estallido de un poderoso relámpago que de súbito se estrelló en el espacio que les separaba fue el que le contestó, haciendo que el mundo se tornara completamente blanco por un instante. La onda expansiva lo tiró al piso, mientras escuchaba como Hesse se retorcía y se lamentaba, casi aullando, perdiéndose el eco de sus gritos en la oscuridad de la noche. A partir de entonces todo fue un borrón hasta su siguiente recuerdo, estar acurrucado en brazos de Misato.


    Doce años después regresaba a ese funesto lugar, el mismo punto donde igual que entonces ahora se volvía a encontrar postrado y en la antesala de la muerte. Miraba al oscurecido firmamento, desconsolado. A veces, cuando llovía, le gustaba fingir que las gotas que se estrellaban en su rostro eran sus lágrimas, ausentes en él desde el día que perdió a sus padres. Incluso ahora mismo, al borde la insanidad, le era imposible recurrir al desahogo a veces tan necesario que representa el llanto para el ánimo de las personas.

    —¿De qué sirvió… todo, entonces?— preguntó en un murmullo.


    Un potente rayo cruzó el cielo tormentoso a sus espaldas, iluminando momentáneamente el oscurecido día. El trueno que retumbó entonces hacía entrever la corta proximidad de la descarga. Cuando cesó, una serie de tronidos le sucedieron, escuchándose cada vez más cercanos, oyéndose aún a través del estrépito de la tormenta. Eran pasos, de una persona de pesado calzado que se aproximaba a él.

    Al voltearse, extrañado, sus ojos se abrieron de par en par una vez más, atónitos. Un nuevo relámpago le proporcionó la claridad suficiente para distinguir sin yerro alguno el barbado rostro marcado de Demian Hesse, el asesino de sus padres.

    —Es cierto lo que dicen— pronunció Hesse solemnemente con su voz grave, carrasposa, tratando de pasar la horrible mueca en su cara por una risa sardónica —El criminal siempre vuelve a la escena del crimen… por desgracia para ti, el destino vuelve a cruzar nuestros caminos, joven Kyle Rivera…


    Existen, en el ser humano, varias formas de lidiar con el miedo. Casi siempre se huye de él, escapando de todo aquello que se considere una amenaza al bienestar propio. Otra manera, menos común, es enfrentar directamente la causa de nuestro temor. Solamente así se puede explicar la actitud que Kai Rivera adoptó para lidiar con el monstruo que habitaba sus más aterradoras pesadillas, una vez que lo tuvo frente a frente. Sin darse tiempo para considerarlo, reaccionando solamente por mero instinto, el muchacho se levantó como resorte y aprovechando su impulso descargó un fuerte puñetazo sobre la quijada del gigante, que lo hizo voltear completamente el rostro. Éste, luego de escupir un hilillo de sangre, se volvió de nuevo hacia él, clavando sus helados ojos sobre su persona.

    —Doce años… ¡¿doce años, y eso es lo mejor que puedes hacer, niño estúpido?! ¡Yo te mostraré como se hace cuando tienes tantos años de odio ardiendo dentro de ti!

    El muchacho nada pudo hacer para evitar que el fuerte impacto sobre su rostro lo mandara volar unos dos metros detrás, atravesando limpiamente con el cráneo un parabrisas de un viejo carro abandonado.

    —Sangras— observó Demian, acercándose a Kai cuando se las arreglaba para sacar la cabeza del interior del vehículo, sangrando copiosamente de sus heridas —Acostúmbrate…

    Antes que el chiquillo pudiera hacer algo más Hesse lo tomó por el cuello, levantándolo muy por encima de su cabeza.

    —Esta es la parte en que comienzas a revolcarte y suplicar por tu vida, en todos mis sueños— confesó el hombre de larga cabellera plateada, sujetando la cerviz del muchacho como lo haría una pinza hidráulica.

    —Sigue soñando, maldito demente— apenas si pudo pronunciar el jovencito, falto de aire, tratando de zafarse de las tenazas que le cortaban la respiración.

    —La cosa que tienes pegada a tus sesos hace que tu cabeza suene como una radio descompuesta. Es interesante, nunca me había topado con algo así. Interesante, pero molesto…

    Con solo girar su antebrazo Hesse estrelló al muchacho contra el muro más cercano, sin soltarlo ni por asomo.

    —Para ser un paciente en etapa terminal, te ves en muy buena forma. Me cansé de esperar a que la naturaleza haga lo suyo, será mejor que le demos un empujón a lo inevitable… debiste pensarlo dos veces antes de rechazar a SEELE, esos ancianos eran los que te mantenían vivo, estúpido; eran lo único que me impedía venir a terminar mi trabajo…

    —Debí… imaginar… que tendrías algo que ver con esos decrépitos… fósiles seniles sin la más puta idea que su tiempo ya pasó…

    —Desafiante hasta el final… de cualquier modo, tus estúpidos comentarios no ocultan el miedo que me tienes, niño idiota…

    —¿Piensas matarme… de aburrimiento… ó con tu olor corporal?

    —Me encuentro indeciso, tengo que admitirlo… me sería muy fácil, en este mismo momento. Basta con un solo pensamiento y no quedaría rastro de ti, mojón asqueroso, tan sólo un charco proteínico mezclándose con el agua de lluvia bajo mis pies. Pero sería rápido y relativamente indoloro. Y quiero tomarme mi tiempo contigo para hacerte sufrir por todos estos años que me condenaste al exilio… y por esto— dijo, señalando la cicatriz en su rostro —Créeme, tengo bastante experiencia en ello…

    —¡Loco… bastardo… tú mataste… a mis padres!— reclamó enseguida Rivera, poniéndose azul cuando estaba a punto de asfixiarse —¿Y pretendes que… me sienta mal… porqué un rayo te deformó… ó por que tuviste que esconderte… como la sucia rata que eres… para no ir a prisión? ¡Vete al… diablo!

    —¡Calla, estúpido chupapenes! ¡Yo estaba destinado a la grandeza! ¡Iba a tener el control de NERV y de todos los Evas! ¡Rikunbugi, el idiota de tu padre y tú me arrebataron mi destino, mi rostro! ¡Entre los tres me convirtieron en un monstruo asesino, cuando se supone que yo debía ser un héroe!

    —Alucinas… orate desquiciado… siempre fuiste un perdedor patético… ¡agh!... y lo seguirás siendo… aunque me mates… además… lo del villano con… un pasado tormentoso… ya está pasado de moda…

    —Te sientes valiente y crees que ya no tienes nada que perder. Piensas que sabes lo que el dolor, pero en realidad no tienes idea… yo te lo mostraré, tenemos mucho tiempo por delante… todo el que yo quiera, para oírte gritar de dolor y desesperación… lo primero que haré será cortar por completo tu cara de culo y usarla como máscara de noche de brujas mientras me aseguro que no pierdas detalle de todo…

    Desesperado, sacando fuerzas de flaqueza, el muchacho se balanceó como pudo para tomar impulso y darle a su agresor un artero puntapié en pleno rostro. Desorientado, Hesse no pudo seguir sujetándolo por lo que Rivera cayó al piso, pero ya respirando a sus anchas.

    —¡Espero que lo hayas disfrutado, pequeña mierda, será la última vez que permita que me golpees!— bramó Demian con una rodilla al piso, mientras se reponía del impacto.


    Tendido sobre una azotea cercana, sosteniendo un rifle de largo alcance, Ryoji Kaji sabía que el momento para actuar había llegado, presentándosele oportunamente la oportunidad de acabar con Demian Hesse de una vez por todas. Y esta ocasión se aseguraría de que permaneciera muerto.

    —Esto es por Amit, maldito desgraciado— masculló, teniendo objetivo despejado sobre la cabeza de Demian a través de su mirilla láser y apretando el gatillo de su arma sin dudar un solo instante.

    La bala salió disparada por el cañón, dirigiéndose precisa a toda velocidad hacia su objetivo. Empero, antes de poder alcanzarlo, a una distancia de unos treinta centímetros del cráneo de Hesse el proyectil que buscaba terminar con sus días se desintegró sin dejar rastros de su existencia. Mediante la mira de su arma Kaji pudo percatarse, horrorizado, del insólito suceso y la fiera mirada del Doctor Hesse observando en su dirección.

    —¡¿Qué rayos…?!— apenas si pudo pronunciar, incapaz de comprender lo sucedido.

    —¿Quién es Amit?— preguntó Demian, apareciendo repentinamente a sus espaldas —¿Tu novio, acaso?

    Por acto reflejo el crispado Ryoji se llevó la mano a la funda donde guardaba su revólver, pero antes que pudiera apuntar con él al recién llegado este colocó su mano sobre la suya, rompiéndosela en el acto de un preciso movimiento; la pistola cayó al piso al igual que su dueño, quien se lamentaba malherido, postrado.

    —¡Oh, ya veo! ¡Si se trata del pequeño Ryoji Kaji, el perrito callejero que adoptó mi amigo José Rivera! No te reconocía, con tu barba y colita de caballo… ¿Qué, hoy es día de la reunión del antiguo personal de GEHIRN y nadie me avisó?

    Inútilmente, Kaji intentó levantarse y ganar espacio entre los dos. Una sola patada le bastó a Hesse para volver a tumbarlo de espaldas, donde se aseguró que permaneciera clavando la suela de su bota sobre su pecho.

    —Siempre fuiste una sucia rata callejera y nunca dejarás de serlo, muchacho, por más que trates de hacerte el interesante… ¿acaso pensaste que alguien como tú podría acabar conmigo? Permite que el maestro te enseñe como se asesina a alguien, imbécil...

    Sin más el hombre de cabellera plateada lo sujetó por el pescuezo y lo arrojó de lo alto de la azotea, observando complacido el cuerpo maltrecho de su víctima pegando tumbos hasta estrellarse en el suelo.

    —Esa maldita basura me hizo perder mi premio— luego musitó Hesse, mirando alrededor en busca de la presencia de Rivera, y al no encontrar rastro de su presa, frustrado, se limitó a gritar, alzando su voz por encima de la misma tormenta —¡Corre todo lo que quieras, niño idiota, en ningún lugar podrás esconderte de mí! ¿Me oyes? ¡Te encontraré, y entonces voy a liquidarte, infeliz!


    Una vez que estuvo seguro que Demian se había marchado, transcurridos varios minutos sin que nada más pasara, el politraumatizado Kaji por fin pudo dejar de hacerse el muerto y lamentarse adoloridamente, aunque agradecido por la nueva oportunidad que el descuido de su atacante le había brindado. Como pudo con lo que quedaba de sus manos, sacó su celular del bolsillo, apremiado y con el tiempo encima.


    Al ver en la pantalla de su dispositivo de comunicación el número desde el cual se le estaba llamando, el corazón de Misato dio un brinco de alivio y alegría, el primero que se permitía por aquellos días, pero aún así quiso darse el lujo de fingir enfado cuando contestaba:

    —¡Vaya, por fin se digna el señor a reportarse! ¿Se puede saber dónde carajos has estado, todo este tiempo?

    —¡Por amor de Dios, Katsuragi, cállate y escúchame, no tenemos tiempo!— pronunciaba Ryoji atropelladamente y con dificultad, tratando en vano de ponerse en pie —¡La cagué! ¿Me oyes? ¡Pensé que podría detener todo esto antes que empezara, por mi vida te juro que lo intenté, pero no pude hacerlo!

    —¿De qué estás hablando? ¡Cálmate y dime qué está pasando!

    —¡Demian Hesse sigue vivo!

    Con la sola mención de ese nombre mil veces maldito por ella, un enorme hueco se le hizo en el interior del estómago en tanto toda la sangre se le bajaba a los talones.

    —No… no puede ser…

    —¡Está vivo, te lo digo! ¡Pero lo más importante de todo es que pase lo que pase, no dejes que Sophia Neuville suba a bordo del Eva Beta! ¿Me entendiste? ¡Por ningún motivo permitas que Sophia Neuville se acerque al Eva Beta, cueste lo que te cueste!

    —¿Sophia? ¿Qué tiene que ver Sophia en todo esto?

    —¡Esa muchacha no es quien aparenta ser! ¡En realidad es un agente doble al servicio del Doctor Demian Hesse, el líder del Ejército de la Banda Roja! La mandó a Japón con el objetivo de infiltrarse y sabotear el Geofrente… ¡Ahora que ambos están expuestos, son capaces de todo! ¡Por eso debes impedir a toda costa que suba a ese Evangelion!

    —Pe-pero… en este mismo momento Sophia está a bordo de Beta— contestó Misato, apenas con un hilo de voz —Es la primer prueba de sincronía, después de su reparación…


    En el interior del Eva Beta Sophie respiraba agitada, casi hiperventilándose, pero aún así tratando de contener sus ansias. Era mucho por lo que estaba pasando y no tenía tiempo de procesar todo lo que rápidamente acontecía. No sabía muy bien como, pero tenía la certeza de que el Doctor Hesse le había hecho ganar tiempo valioso para llevar a cabo su plan de contingencia en caso de ser descubierta. Tenía claras sus instrucciones, como si Hesse las estuviera murmurando a sus oídos en ese mismo momento. Sin más tiempo para la confirmación, tendría que proceder hasta el lugar que sus reportes de inteligencia indicaban sería el más probable donde Gendo Ikari mantenía bajo custodia a Adán, el Segundo Ángel. Y dentro de su unidad Eva, era prácticamente invulnerable. Nada ni nadie podría interponerse en su camino.

    —Si no logra romper su cascarón, el polluelo habrá muerto sin haber nacido— la voz calma y serena de Sophia recitando el extraño lema de la Banda Roja comenzó a escucharse en el sistema de altavoces de todo el cuartel, permitiéndole que todos en su interior la escucharan, para desconcierto de propios y extraños —Nosotros somos el polluelo, el mundo es nuestro cascarón… debemos romper el cascarón que es nuestro mundo… ¡para poder revolucionar al mundo!
     
  12.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    El Proyecto Eva
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    Capítulo Veintisiete: "Ahora sé porqué quieres odiarme..."



    A finales de Marzo del año 2004 el conflicto bélico entre las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos de Norteamérica y el entonces Frente de Liberación Mundial estaba en su punto máximo, con un sorpresivo equilibrio de poderes entre ambos bandos. Utilizando tácticas militares de guerrilla y el enorme descontento social provocado por la invasión de tropas estadounidenses a territorios soberanos, los del Frente habían dado la batalla a las tropas invasoras en cada punto del continente sudamericano, haciéndolos replegarse en sus posiciones hasta Centroamérica y más allá.


    Era en este punto donde el ejército rebelde se quedaba sin el empuje que había encontrado en el Hemisferio Sur, debajo del antiguo canal de Panamá, pues los escasos habitantes nativos de esas latitudes que habían sobrevivido al Segundo Impacto carecían de la arraigada tradición nacionalista de sus vecinos sureños, por lo que el apoyo a las fuerzas libertadoras por parte de ellos era casi nulo.


    Por tanto, el FLM había tenido que hacer uso del grueso de sus tropas estacionadas en el continente sudamericano para forzar su avance a través de las fronteras centroamericanas y así poder empujar a los invasores hasta su punto de origen, por encima del Río Bravo, lo que posteriormente sería calificado por los estudiosos como un capricho de su líder, Antonio Rivera Madrigal, mejor conocido en ese entonces como el Comandante Chuy. En el afán de liberar su tierra natal del dominio extranjero el líder guerrillero había avanzado mucho más de lo que sus recursos materiales y humanos le permitían, eso sin que descuidara las posiciones clave que había ganado en Sudamérica. Lo que inexorablemente sucedería con el paso del tiempo y el estancamiento de sus fuerzas en Centroamérica.


    No obstante, los rebeldes confiaban su victoria final en el otro aspecto fundamental que les había permitido librar una contienda de igual a igual con el ejército más poderoso del mundo, que era el impedimento de los estadounidenses de utilizar su poderío atómico. Aquél valioso recurso, que en otras épocas les había bastado para intimidar a todas las demás naciones del orbe, resultaba inútil en esos días. Ya que el propósito de sus incursiones en suelo extranjero era apoderarse de territorio y recursos naturales que el evento de extinción les había arrebatado, convirtiéndolos en una suerte de horda nómada, debían cuidarse precisamente de arruinar esos recursos con la radiación residual de sus bombas atómicas. Así que, sin su paraguas nuclear que en antaño les había hecho prevalecer fácilmente sobre sus enemigos, el ejército estadounidense estaba forzado a entablar una lucha convencional por tierra, mar y aire con las fuerzas nacionalistas combinadas de Sudamérica que integraban el Frente de Liberación Mundial. Eso, hasta antes que ocurrieran los eventos del 23 de Marzo de ese año.


    En ese entonces la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, en Bolivia, destacaba como el bastión principal del Frente. Con una superficie de 315 kilómetros cuadrados y una altitud de 3650 metros sobre el nivel del mar la urbe se constituía en una auténtica fortaleza inexpugnable; dadas sus condiciones geográficas previamente descritas es que había logrado salir relativamente bien librada del Segundo Impacto. Rápidamente se erigió como el principal destino de todos los refugiados y desplazados de la región y desde ahí fue que se pudo coordinar la contraofensiva en contra de los invasores anglosajones. Emulando a la Junta Tuitiva formada en 1809 en esa misma ciudad, y que fue el primer gobierno libre de Hispanoamérica, así también fue el primer centro poblacional que repelió exitosamente el avance de las hordas del norte.


    En esas fechas el área urbana de La Paz contaba con una población estimada en más de tres millones de habitantes, más de los que tenía previamente a la hecatombe global, lo que era lógico dada su importancia en el esquema del Frente, ya que era donde estaba instalado su bien provisto Centro de Mando. Debido a la improbabilidad de un ataque en esa posición, por demás asegurada, se había decidido mandar la mayor parte de sus recursos humanos y logísticos a la línea de frente, que eran donde más se necesitaban. Con lo que los líderes rebeldes no contaban era la inclusión de una nueva superarma en el vasto arsenal del ejército estadounidense, cuya prueba en situación de combate estaba programada precisamente, el 23 de Marzo del 2004.


    En esa funesta jornada, un escuadrón de bombarderos de última generación se abrió paso por cielos sudamericanos despegando desde los portaaviones de la Cuarta Flota estadounidense con base en el Atlántico Sur. No era que anteriormente no hubieran intentado un bombardeo sobre las poblaciones insurgentes, con muy escasos resultados pues aún después de realizarlo tenían que hacer incursiones terrestres, su punto flanco en la ofensiva contra el Cono Sur. Pero esa vez, era diferente. Esa vez, en lugar de sus municiones normales, los bombarderos Spirit llevaban consigo una nueva clase de armamento: la Bomba N2, cuyo uso se extendería rápidamente a partir de entonces. En su incursión, las naves enemigas destruyeron por completo las ciudades de Medellín, Quito, Cuzco y La Paz, con mucho mayor poder de fuego que una bomba atómica y olvidándose por siempre del inconveniente de la radiación residual, gracias al ingenioso principio bajo el cual operaba la novedosa tecnología bélica. En el transcurso que duró el ataque inicial se calculó un saldo final de más de un millón y medio de bajas enemigas, sin hacer distinción entre combatientes y no combatientes. El bombardeo redujo sustancialmente las reservas humanas y logísticas del FLM, dejando a su vanguardia en Centroamérica completamente aislada y sin posibilidad de recibir refuerzos. Al cabo de una semana que se repitió el mismo proceder por parte de las tropas estadounidenses las principales ciudades del continente sudamericano habían sucumbido finalmente a las fuerzas invasoras. Con ello se decretaba el inicio del amasijo de “protectorados” y “estados libres asociados” que un par de años después devendrían en lo que se conocería a la postre como el “Gran Imperio Americano”. “América para los americanos” era una frase que nunca antes había tenido tanta validez. Lo que quedaba del ejército rebelde tuvo que refugiarse en el corazón de África, último territorio en disputa en el planeta. Sin lugar a dudas, el uso de la novedosa tecnología bélica N2, la más poderosa hasta entonces, fue la circunstancia que permitió a los estadounidenses y sus aliados contrarrestar la marea de movimientos insurgentes y marcar un importante hito en la Historia.


    Fue así que dio comienzo la nueva era, cuyo nacimiento había costado la sangre de millones de nacionalistas que no estaban dispuestos a ceder ni su soberanía ni su identidad a los invasores colonizadores y que al final lo habían perdido todo, inclusive la vida. Los días posteriores a la estrepitosa derrota de las fuerzas sudamericanas la ciudad de Nuestra Señora de La Paz lucía en ruinas, abandonada, con sendos cráteres de más de tres kilómetros de longitud esparcidos a lo largo de su extensión territorial. Para ese entonces gran parte de la población había perecido ó escapado después del bombardeo. Sólo un reducido puñado de sobrevivientes aguardaba resignado el momento que las tropas estadounidenses se dispusieran a sentar pie en el lugar, esperando por una batalla que de antemano sabían perdida.


    Mientras tanto, un alma solitaria vagaba errante por las desoladas calles de la derruida metrópoli boliviana. Una pequeña, de unos tres años de edad, deambulaba como alma en pena, sin rumbo fijo, sin un propósito más que el de encontrar consuelo que en ninguna parte había podido encontrar. Llevaba unos dos días sin comer ni beber y casi sin dormir. Sus ropas mostraban las secuelas del intenso bombardeo, rotas, manchadas de hollín y sangre. Sus grandes ojos negros se mostraban hinchados y sus lágrimas permanecían secas, casi petrificadas sobre sus mejillas. Su largo cabello desarreglado parecía el de una anciana debido a los restos de polvo que se acumulaban en él, dándole una tonalidad grisácea. Desde que se quedó sola había estado caminando por casi toda la ciudad, buscando otro ser humano como ella, alguien que pudiera confortarla y cuidar de ella, sin éxito alguno. Por lo que a ella atañía, bien podría ser la única persona que quedara viva en ese cruel y desolado mundo. Finalmente las fuerzas le flaquearon, sus piernas debilitadas fueron incapaces de seguirla sosteniendo y su carita atiborrada de suciedad se encontró con el firme pero derruido suelo bajo sus pies. Permaneció ahí largo rato, tendida boca abajo, pues tampoco le quedaban energías para levantarse. ¿Cuánto tiempo transcurrió en ese lugar? No podía precisarlo con exactitud, pero cuando dejó de sentir el sol sobre su espalda alzó los ojos al cielo, esperando encontrarse con el estrellado firmamento nocturno.

    En su lugar se encontró con una enorme figura de apariencia humana, que a ella le parecía tan alta como un edificio, pues con su sola presencia y la sombra que proyectaba había sido capaz de eclipsar al mismo sol. Una vez que se dio a la tarea de examinar detenidamente la extraña aparición ante ella corroboró que se trataba de una persona, espigada y ataviada por completo con ropas oscuras, a no ser por los vendajes ceñidos en su cabeza y que le tapaban la mitad del rostro. Los mechones de su cabello plateado ondeaban a capricho del viento mientras su vista ciclopéa parecía examinar toda el área aledaña. Al estarlo haciendo, su intensa mirada esmeralda se encontró con la de la desvalida chiquilla.

    Con la boca seca y los labios completamente partidos debido a los estragos de la deshidratación, la pequeña sobreviviente se las arregló para soltar una sola pregunta que había estado rondando en su cabeza durante todo ese tiempo:

    —¿Porqué?— pronunció lastimosamente, casi en un quejido.

    El extraño la observó concienzudamente durante algún rato, para entonces responderle con una voz grave y profunda, como si se tratara de un trueno lejano:

    —Porque este mundo es un lugar oscuro y terrible que sólo tendrá sentido una vez que nos decidamos a terminar con él y construir algo mejor en su lugar…


    De vuelta en el año 2016 la voz de la linda y simpática muchachita a la que todos conocían como Sophia Neuville resonaba por todos los altavoces y sistemas de sonido del Geofrente, aunque no todos lograran entender sus palabras:

    —Si no logra romper su cascarón, el polluelo habrá muerto sin haber nacido. Nosotros somos el polluelo, el mundo es nuestro cascarón… debemos romper el cascarón que es nuestro mundo… ¡para poder revolucionar al mundo!

    Hachi y Kazuo eran dos jóvenes técnicos en la División de las Naciones Unidas dentro de NERV a los que el peculiar anuncio había sorprendido justo a la mitad de su descanso para almorzar. Ambos se habían quedado con medio bocado sin masticar, pero solamente Hachi tuvo el sentido del humor para comentar algo al respecto:

    —¡Vaya con Sophie y sus ocurrencias! No sé como diantres le hizo para acceder al sistema de sonido de todo el cuartel, pero de seguro no se salva de un buen castigo esta vez. Hay un límite para todo, y no por que sea tan bonita le van a permitir que haga lo que le venga en gana, ¿no lo crees así? ¿Kazuo? ¿Kazuo?

    Kazuo desde hace rato ya no tenía oídos para cualquier cosa que su acompañante tuviera que decir, solamente para las palabras que la dueña de su voluntad le hacía llegar a través de los altavoces. Con la mirada perdida, vidriosa por no pestañear durante un tiempo, sacó de entre su saco un dispositivo muy parecido a un pequeño control remoto, murmurando para sí mismo mientras presionaba uno de los botones del aparato:

    —Hay que romper el cascarón que es nuestro mundo… ¡Para poder revolucionar al mundo!

    Ninguno de los dos jóvenes supo jamás que fue lo que sucedió, hechos pedazos por la fuerza de una violenta explosión que acabó con el comedor en el que se encontraban. A aquel estallido inicial le sucedió toda una serie de detonaciones a lo largo de varios corredores del cuartel, ocasionadas por la gran cantidad de material explosivo previamente instalado y bien disimulado en las instalaciones por Sophia y sus secuaces.


    La intensidad de las descargas explosivas era tal que incluso en el Centro de Mando se sintió una fuerte sacudida que tiró al piso a más de un desprevenido, aún cuando estuviera relativamente alejado de donde ocurrieron las primeras explosiones.

    —¡¿Qué carajo está pasando?!— exclamó la Mayor Katsuragi, poniéndose en pie con dificultad, sin entender todavía las dimensiones de los sucesos que transcurrían vertiginosamente.

    —¡Ha habido varias explosiones en casi todos los sectores superiores!— le contestó Makoto al borde de la histeria —¡Y los reportes siguen llegando, al parecer esto aún no termina! ¡Las cifras de heridos y desaparecidos se están disparando!

    —¡No puede ser! ¡¿Otro ataque?!— pronunció la Doctora Akagi a viva voz, buscando respuesta en los varios monitores de seguridad a su disposición —¿Pero de quién?

    Un nuevo estremecimiento, mucho más intenso que el anterior, ocasionó la caída de varias personas y aparatos dentro del gigantesco componente. Uno de los pocos técnicos que había podido permanecer en pie se abalanzó hasta una placa de metal instalada en una de las paredes del complejo y de su interior sustrajo las piezas de un rifle de asalto que armó con maestría y en tiempo récord, ante la vista atónita de varios de sus compañeros de trabajo que no alcanzaron a reaccionar a tiempo para evitar ser abatidos por su descarga inicial. El traqueteo de la ráfaga de disparos de alto calibre reverberó por todo el lugar, al igual que los gritos de poseído del atacante, quien seguía disparando a diestra y siniestra.

    —¡Romper el cascarón que es nuestro mundo! ¡Para poder revolucionar al mundo! ¡Hay que romper el cascarón que es nuestro mundo! ¡Para poder revolucionar al mundo!

    —¡¿Pero qué mierda es todo esto?!— Misato y sus colaboradores cercanos apenas si pudieron agacharse, refugiándose en un grueso panel de metal reforzado, escapando así de tener que compartir el destino de muchos otros más que habían caído bajo la inesperada lluvia de balas.

    —¡Ese de ahí es Fujimoto!— indicó Shigeru al poder ver con más detenimiento a su agresor —¡¿Pero qué rayos cree que está haciendo, el desgraciado demente?!

    —¡Doctora!— gritó Maya horrorizada, tumbada sobre el piso, observando la pantalla de una computadora portátil que había podido salvaguardar —¡El Eva Beta está… el Eva Beta está…!

    El terror que le producía la sensación de las balas rozando por encima de su cabeza y las imágenes que en esos momentos le eran transmitidas habían trabado a la joven oficial técnica en un aparente ciclo de repetición, sin atreverse a detallar lo que estaba sucediendo en esos momentos en el hangar bajo resguardo de las Naciones Unidas.

    —¡SOPHIA!— exclamó Katsuragi presa del pánico, recordando las palabras de advertencia de Kaji justo antes que toda la locura se desatara y se cortara la comunicación.


    Una suerte de violento terremoto cimbró entonces toda la estructura de los cuarteles, haciendo que todo se estremeciera. Varios cristales estallaron, muchos más techos y paredes colapsaron, toda una serie de corredores se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos. En las enormes pantallas del asediado centro de mando, pese a los disparos constantes, todos podían apreciar como la Unidad Beta se liberaba de sus amarres y comenzaba a andar libremente por el Geofrente, abriéndose paso fácilmente a través de estructuras de hormigón y acero que destrozaba en su frenético andar. Con sólo utilizar su espada instalada en su antebrazo derecho trazó un círculo en el piso para abrir un boquete lo suficientemente grande para que cupiera su Eva, que comenzó a descender a través de los múltiples niveles utilizando dicho método.

    —¡Maldita sea, cómo pude ser tan estúpida!— vociferó la Mayor Katsuragi, sumamente molesta, cuando comenzaba a intercambiar disparos con el trastornado Fujimoto —¡Esa pequeña bruja nos engañó a todos, me vio la cara de imbécil! ¡Aaay, qué rabia me da!

    —¿De que estás hablando?— inquirió Akagi, poniéndose a buen resguardo pero sin dejar de tratar de enterarse de lo que ocurría a como diera lugar, aún poniendo en riesgo su propia integridad —¡Dime todo lo que sepas!

    En ese mismo momento tres elementos de seguridad interna se adentraron en la sala, abriendo fuego contra el pistolero enloquecido, que aún al ser superado en número se las arreglaba para seguir dando batalla y causando estragos.

    —¡Alguien dígame qué demonios está pasando!— exigió el Comandante Ikari, entrando justo después del personal armado, sin dejar que su brazo vendado le impidiera disparar en la misma dirección que su cuerpo de seguridad.

    —¡Comandante!— dijo enseguida Misato, tomándose el tiempo para tirar de nueva cuenta hacia donde se resguardaba el escurridizo Fujimoto —¡Sophia Neuville es una espía encubierta del Ejército de la Banda Roja! ¡Fue enviada a NERV para operaciones de sabotaje!

    Todos los que la escucharon quedaron boquiabiertos ante semejante revelación, que parecía sacada de un enfermizo sueño. Sin embargo, la cruel realidad y la aplastante evidencia saltaba a la vista, y así todo comenzaba a tener algo de sentido. Lo importante, a partir de ese momento, sería encontrar la forma de neutralizar rápida y eficazmente el ataque de los saboteadores antes que ocasionaran más daño.


    Afuera, la intensa tormenta arreciaba, amenazando con convertirse en la peor tempestad de los últimos diez años. Llovía tan fuerte que dolía, las gotas de agua parecían pedruscos que impactaban de lleno en la desprevenida humanidad de todo aquel iluso que se atreviera a estar afuera bajo esas precarias condiciones. Kai Katsuragi debía ser la única persona en kilómetros a la redonda que sufría las inclemencias del clima tan adverso, renqueando para avanzar como podía en la solitaria calle, que comenzaba a transformarse en un vado debido a la enorme cantidad de agua que por ella se deslizaba. Lo bueno de la situación es que la abundante precipitación pluvial actuaba como una ducha natural que lavaba constantemente sus heridas, principalmente la que Demian Hesse le había provocado en la cabeza al hacerle atravesar un parabrisas con el cráneo.

    De cuando en cuando volteaba detrás suyo, asegurándose que el maniático no estuviera detrás de sus pasos. Su prioridad era llegar cuanto antes a los cuarteles de NERV para poner sobre aviso a todos acerca de Sophia y Demian, aunque en esos momentos aún no establecía la conexión entre los dos.

    Las luces delanteras de un automóvil aproximándose hacia él a toda velocidad lo pusieron en alerta. Al querer ocultarse a su paso dio un traspié y se encontró deslizándose por toda la encharcada acera como si estuviera en un tobogán dentro de un parque acuático. El vehículo se detuvo de improviso a su lado y al abrirse una de sus puertas Rivera pudo entrever en su interior la figura maltrecha de Ryoji Kaji, reducido a un amasijo de moretones y cortadas por todo su cuerpo.

    —¡Sube, rápido!— indicó el recién llegado, con una seña.

    Sin ánimo para declinar la gentil invitación y desechar la oportunidad de guarecerse de la lluvia torrencial, el muchacho se apuró a proceder como se le indicaba, percatándose del lastimoso estado en el que se encontraba su acompañante, mucho más lastimado de lo que él se encontraba, que ya era mucho decir.

    —¡¿Qué carajo te pasó?!— exclamó Rivera casi en cuanto abordó el automotor.

    —Lo mismo que a ti— repuso el alicaído conductor, mientras volvía a poner el vehículo en marcha a toda velocidad —Un lunático irlandés me arrojó de una azotea… lo bueno fue que no quiso quedarse a rematarnos…

    —¡No sé qué diablos pretende ese hijo de puta, apareciéndose así como así después de tantos años!

    —Buscaba distraerte y permitirle abordar el Eva Beta a Sophia Neuville— reveló Ryoji, escupiendo un diente que finalmente se le había caído —Demian Hesse es el líder del Ejército de la Banda Roja y Neuville trabaja directamente para él…

    La quijada de Kai por poco llegaba a sus talones y su semblante empeoró aún más con aquella noticia. Si bien anteriormente creyó haber descubierto los secretos de Neuville, el que Hesse estuviera involucrado complicaba aún más las cosas. Sintió un enorme agujero en la boca del estómago y su corazón detenerse al pensar en todo el tiempo que había sido descuidada la presencia de fuerzas hostiles en el Geofrente, y todo lo que habían podido ejecutar durante tan largo periodo.

    —¡Debemos llegar cuanto antes al cuartel! ¡Hay que avisar a todos, tenemos que…!

    —Ya es muy tarde. Sophia ya está a bordo de Beta y el ataque contra el Geofrente ha comenzado. Ahora lo más importante será asegurarnos que puedas subir a Zeta y detengas a esa tipa antes que complete su misión…

    —¿Y qué misión es esa?

    —¡Agáchate!— gritó Kaji a viva voz, cuando aceleraba a fondo para sortear el primer retén de ingreso a las instalaciones de NERV, destrozando la pluma de acceso a la entrada, sin quedarle tiempo para formalismos. La luz de los numerosos incendios provocados por las explosiones, que seguían en curso, comenzaban a ser visibles desde ese punto.


    En el Centro de Mando, aún cuando la situación no había sido controlada pues el tiroteo con una de las marionetas de Sophia continuaba, los altos mandos se las habían ingeniado para delimitar un área segura donde podrían elucubrar el curso de las acciones a seguir, aún cuando tuvieran que hacerlo agachados como infantes de preescolar.

    —La Unidad Beta está descendiendo en línea recta por todos los niveles inferiores del Geofrente, Comandante— señalaba Ritsuko a un mapa de las instalaciones en la pantalla de la computadora portátil que Maya había salvaguardado, la única de la que podían disponer en esos momentos —Si sigue su descenso por la misma ruta llegará directamente a la entrada del Dogma Terminal… claramente ese es su objetivo principal…

    —El estúpido de Demian no sabe donde está lo que está buscando— respondió Ikari, enseñando los dientes en mueca de disgusto —Se llevará un chasco, pero aún así debemos impedirles el acceso a toda costa…

    —La prioridad debe ser asegurar el ingreso de nuestros pilotos a sus Unidades Eva y despacharlos para interceptar a la agente enemiga, en tanto recobramos el control de los puestos de mando— musitó el Profesor Fuyutski, tratando de ignorar el dolor en su entumecida espalda baja. Definitivamente, ya estaba viejo para tales lindes —¿Hemos sabido algo del centro de mando de las Naciones Unidas?

    —No hemos podido restablecer las comunicaciones todavía, señor, ni interna ni externa— repuso la Mayor Katsuragi —Y no estoy segura qué tan buena idea sería mandar más Evas a intervenir sin saber qué tan comprometidos se encuentran nuestros recursos logísticos y humanos. Hasta ahora tenemos los reportes de diecinueve explosiones a lo largo de todas las instalaciones y más de una treintena de atacantes distribuidos en puntos estratégicos… pienso que deberíamos avocarnos a solucionar esta problemática primero, una vez que recuperemos el control de nuestras estaciones desactivar remotamente al Eva Beta será posible…

    —Eso tomará mucho tiempo, Mayor, tiempo del que no podemos darnos el lujo de disponer— terció de nueva cuenta Gendo Ikari —Lo apremiante en estos instantes es detener a como dé lugar el paso de Beta… ¿cuál es el estado de nuestros pilotos?

    —Las pilotos de las Unidades Cero y Dos están listas para abordar— informó Akagi, al tanto de la situación gracias al sistema de vigilancia interna —Sólo que el acceso al hangar de los Evas está impedido por tres agresores armados con rifles de asalto. Al igual que aquí, aún no se les ha podido someter y cualquier intento de negociación ha fracasado. Aún no hemos sabido nada de los pilotos del Eva 01 y Z, al parecer no se encontraban dentro de las instalaciones cuando comenzó el ataque.

    —En ese caso, nuestros esfuerzos deben estar enfocados en abrirles paso a las dos pilotos que de momento disponemos— concluyó el comandante, alzando la voz para ser escuchado por encima de las ráfagas de disparos —Mayor Katsuragi, envíe a toda la Sección 3 del cuerpo de Seguridad Interna a asegurar el hangar de nuestros Evas y escoltar a las pilotos hasta su abordaje. Profesor Fuyutski, comience a coordinar las tareas de evacuación de todo el personal, debemos asumir que quienes permanezcan dentro son elementos hostiles de los que hay que disponer.


    Aunque Shinji desconocía el motivo por el cual el transporte subterráneo que conducía hasta el ingreso del Geofrente se había detenido antes de llegar a su destino, eso no fue excusa para que su ánimo decayera. Como solo faltaba media estación de camino se decidió a recorrer dicha distancia caminando, ya que sería algo que no le tomaría mucho tiempo. Andaba con paso ligero, pese a que de nueva cuenta su enamorado corazón ansiaba reunirse con su amada. Con la cabeza en las nubes, había olvidado que esa mañana Sophie debía asistir a una prueba de sincronía, por lo que pronto se repuso de la decepción inicial de no haberla encontrado en su departamento al regreso de su antigua morada; y aunque él no había sido requerido quiso ir para poder sorprenderla y estar a su lado la mayor cantidad de tiempo posible.

    “Sólo espero que después no se aburra de mí” pensaba el joven Ikari, preguntándose si no estaba sobrepasando sus límites debido a su inexperiencia en los asuntos del amor.

    Sus pensamientos fueron interrumpidos por un súbito movimiento que cimbró el piso y las paredes a su alrededor, fue una sacudida tan fuerte que por poco lo tira de cara al piso. Su corazón dio un vuelco cuando al dirigir la vista al final de pasillo, al ingreso a los cuarteles vislumbró una luz mortecina, nada habitual y que no podía indicar otra cosa que no fuera un incendio. En lugar de actuar conforme a la lógica y escapar del peligro, el incauto jovencito se precipitó hacia él, apurando sus pasos en una alocada carrera por llegar lo antes posible al Geofrente, temiendo que su novia estuviera en peligro.


    Minutos después se encontraba sudando y resoplando en el interior de las instalaciones, dentro del estrecho corredor de ingreso, donde habitualmente había varios elementos de seguridad revisando a todo aquel que entrara y donde ahora sólo había sangre y llamas. Como pudo, sorteó todos los obstáculos en su camino, a veces teniendo que tomar desviaciones al ser imposible seguir adelante, con el camino completamente bloqueado, adentrándose cada vez más al interior de aquél manicomio, estremecido de cuando en cuando por el tremor de los estallidos distantes y la repercusión de las constantes detonaciones de armas de fuego. Un escenario muy parecido al que le había tocado vivir durante la breve incursión del Frente de Liberación Mundial al Geofrente, aunque no tan de cerca. Y aunque estaba muerto de miedo, la necesidad por saber de su pareja y estar a su lado era aún más fuerte que cualquier temor que sintiera, por lo que el escuálido muchachito seguía arrojándose temerariamente en cualquier situación de peligro que se encontrara, con tal de llegar hasta con Sophia.


    Fue en una de esas ocasiones que por poco es arrollado por un vehículo que pasó zumbando justo a su lado, en su frenético andar por ese pasillo adecuado para el tránsito de personas, mas no de automóviles. Dentro de dicho carro, sus ocupantes apenas si notaron ese desprevenido manchón que dejaban atrás, más enfocados en llegar lo antes posible al Dogma Central que en apreciar el paisaje y saludar a los viejos amigos. Quizás, de haber reconocido a Shinji, hubieran detenido su vertiginosa marcha y lo hubieran llevado con ellos. Quizás, sólo quizás, los eventos que a continuación acontecerían hubieran resultado de una manera bastante distinta.


    “Atención a todo el personal, atención: diríjanse a la ruta de evacuación más cercana y despejen sus estaciones de trabajo lo antes posible. Al encontrarse con elementos de seguridad tírense al piso y coloquen las manos sobre la cabeza. Cualquiera que no siga estas instrucciones será considerado un agente hostil y será tratado como tal. Atención a todo el personal…” repetía Maya una y otra vez a través del sistema de altavoces, haciendo lo posible por alejar a sus compañeros de trabajo del peligro.


    Tres de ellos no le habían hecho gran caso, bloqueando el ingreso al hangar de las Unidades Eva de NERV. Armados hasta los dientes, repetían incesantemente su mantra mientras que disparaban a todo aquello que se les pusiera enfrente, justo como su ama les había ordenado. Dos de ellos ya habían sido abatidos por un numeroso contingente de elementos armados, resguardados por placas de acero antimotines. El último individuo resultaba algo obstinado, pues a pesar de estar herido en hombro y pierna en ningún momento había soltado su rifle, rociando su ráfaga de balas sin descanso.

    —¡Para poder revolucionar al mundo! ¡Hay que romper el cascarón que es nuestro mundo! ¡Para poder revolucionar al mundo!

    —¡¿Pero qué putas le pasa a ese loco desgraciado?!— preguntó Asuka, enfundada en su traje de conexión, agachada por detrás de las barreras como todos los demás, lista para subir a su Eva lo antes posible —¿Qué no sabe que lo van a matar si sigue con esta estupidez?

    —Parece estar bajo los efectos de alguna droga ó sustancia química de algún tipo— pronunció Rei a sus espaldas, preparada al igual que ella.

    —¡Malditos drogadictos, por eso los odio tanto!— vociferó la jovencita alemana, asustada al escuchar como las balas rebotaban encima de su barrera —¡No tienen nadita de fuerza de voluntad!

    —¡Hay que romper el cascarón…!— el sonido del cartucho vacío de su arma había interrumpido al joven técnico dopado, haciéndole saber que su parque se había terminado.

    Antes que pudiera abalanzarse sobre alguna de las armas de sus compañeros caídos, un acertado disparo en la frente lo disuadió de cualquier intento por reanudar las hostilidades, cayendo muerto al instante en vez de eso.

    —¡El ingreso al hangar está asegurado!— comunicó al instante uno de los guardias a través de su radio.

    —Procedan al interior con suma precaución. Salvaguarden a las pilotos en todo momento y asegúrense que aborden sus unidades— le respondieron enseguida del otro lado de la línea.

    —Enterado. ¡Avancen! Permanezcan detrás de las barreras y cierren formación en torno de las niñas.

    El escuadrón procedió como le era indicado y por suerte para ellos ya no encontraron resistencia dentro del hangar. Rápidamente el séquito de pistoleros se dividió en dos grupos para llevar a las dos jovencitas hasta la escalinata de ingreso a sus respectivos robots.

    —¡Las pilotos están a bordo de los Evas, repito: las pilotos ya están a bordo!

    —¡Unidades 00 y 02, tienen permiso para activarse! ¡Procedan cuanto antes a interceptar al Eva Beta!— pronunció Misato a través de la radio de las máquinas gigantes, inhabilitada para utilizar el comunicador audiovisual como de costumbre.

    —¡Entendido!— asintieron ambas a la vez, sintiéndose más seguras dentro de los Evas, a salvo de las balas.


    Luego de trece niveles que había atravesado cuesta abajo “Sophia” comenzaba dar muestras de cansancio. Le hubiera gustado desde un principio activar el mecanismo que disparaba su espada irrompible como un misil, pero temía perderla a sabiendas que seguramente la necesitaría para después. Por lo tanto, de momento continuaba utilizando su método probado de descenso, trazar con su navaja un semicírculo en el piso donde luego abría un boquete de una patada por donde bajara su Eva hasta el siguiente nivel. Era un proceso sencillo, pero repetitivo y agotador.

    —¡Mierda! ¡De haber sabido que me iba a tardar tanto hubiera mandado hacer un elevador para esta cosa!— masculló la chiquilla, desesperada. En sus cálculos más optimistas a esas alturas debía estar casi llegando a su objetivo, sin embargo aún se encontraba por llegar a la mitad del trayecto.

    Se mostraba aún más ansiosa pues sabía que el tiempo se le acababa y podía sentir como los otros Evas comenzaban a pisarle los talones, consciente que sus seguidores serían incapaces de resistir en sus posiciones por siempre.

    Una andanada de proyectiles que impactaron en su armadura pareció confirmar sus temores. Al voltear hacia arriba, la dirección de donde provenían los disparos, se topó con el Eva 00 y 02 avanzando hacia ella a gran velocidad aprovechando el camino de agujeros que había dejado tras de sí. Ni bien se había percatado de su presencia cuando sus dos compañeras ya le habían dado alcance, situándose a sus costados, rodeándola.

    —¡Piloto de la Unidad Beta!— pronunció Rei a viva voz, apuntándole con el enorme rifle de su Eva, amenazante —¡Desiste de tus intenciones y abandona tu Eva en este mismo momento!

    —Ya empezó esta tipa a sentirse jefa otra vez— musitó Asuka para sí misma, sin bajar la guardia. Le preocupaba mucho la ventaja que le daba a Sophie su espada y el hecho que no estaba limitada por un cordón umbilical, como sus robots.

    —¡Desiste esto, pendeja!— respondió enseguida Neuville, blandiendo su filosa arma en contra de Ayanami.

    La Unidad Cero apenas si pudo esquivar el mandoble, aunque para hacerlo tuvo que hacer barrera con su arma de fuego, la que quedó rebanada por mitad. Antes que pudiera asimilar lo que estaba sucediendo, los rápidos reflejos de Sophia le permitieron aprovechar su impulso para asestarle una poderosa patada en pleno abdomen, por lo que el robot azul salió disparado en dirección contraria, destrozando varios corredores en su vuelo.

    Cayendo en cuenta que estaba siendo ignorada en esos momentos Langley sacó provecho de la situación, barriendo las piernas de Beta para sacarlo de balance y de un bien colocado codazo en la nuca mandarlo a besar el piso. Sin querer darle oportunidad para reponerse, utilizó sus piernas extendidas como una lanza para caerle encima de la espalda, sentándose posteriormente sobre ella y estirando los brazos de Beta hacia atrás, aplicándole fuerte castigo.

    —¡Hasta aquí llegaste, ramera mentirosa!— gruñó Asuka, disfrutando la satisfacción de poder desquitarse de largos meses de asedio y fastidio por parte de la americana —¡Eres una imbécil, no sabes en la que te metiste!

    En el juego de fuerzas que se suscitó entre ambas, una por liberarse y otra por retenerla, la piloto de la Unidad Dos salió perdiendo. Haciendo uso de una fuerza descomunal la joven de cabello oscuro logró zafarse del fuerte agarre para entonces sujetar de la cabeza al robot rojo para estrellarlo a su vez de cara en el suelo.

    —¡Vaca estúpida, yo te enseñaré quién es la que no sabe en la que se metió!— vociferó Neuville, dándole un fuerte pisotón a su cráneo, que se hundió aún más sobre la maltrecha superficie en la que cayó.

    Mientras estaba en eso Rei quiso sorprenderla al atacarla de costado, no obstante que Neuville alcanzó a divisar la intentona con el rabillo del ojo. Sujetándola por el cuello, levantó del piso a la Unidad Dos y la arrojó como un bulto muerto contra su furtiva atacante. Ambas máquinas sufrieron un fuerte encontronazo que las hizo desplomarse de nueva cuenta.


    —¡Escúchame bien, Asuka!— pronunció Sophia a través de su comunicador, antes que cualquiera de las dos pudiera incorporarse —¡El momento ha llegado! ¡Debes obedecerme: mata ahora mismo a la desgraciada infeliz de Rei Ayanami! ¡Yo te lo ordeno!

    Al escuchar aquellas palabras dirigidas a una parte de su subconsciente, la expresión de la jovencita europea se congeló, adoptando el serio semblante de una estatua. Inmediatamente, en un acto reflejo, sus ojos comenzaron a tornearse hacia atrás, poniéndose casi completamente en blanco. El cambio que operó entonces en ella fue súbito, instantáneo. Su efigie, anteriormente apacible e inmóvil, devino en una espantosa amalgama de locura y rabia, que deformaba su atractivo rostro en una horrible fachada que parecía pertenecer a una paciente psiquiátrica.

    —¡Maldita perraaa, te asesinareeé!— rugió Langley cuando se abalanzaba sobre Ayanami como una bestia furiosa —¡Voy a sacarte los ojos y arrancarte las tripas!

    La incauta piloto de la Unidad Cero nada pudo hacer para evitar la feroz embestida, más que recibirla de lleno y quedar a merced del salvaje ataque del que era objeto. El Eva 02 atacaba con la saña de un asesino demente, todos sus puñetazos, patadas y mordiscos llevaban consigo la clara intención de acabar con la vida de su víctima.


    —No… no puede ser…— musitaba lastimeramente la Mayor Katsuragi, en la sala de controles, sin dar crédito a las imágenes en pantalla —También Asuka… no… no es posible… ¡Santo Dios!

    —¡¿Es que hay alguien en este lugar que no se haya vuelto loco?!— preguntó el Profesor Fuyutski, desesperado, dando un puñetazo en el piso.

    Y es que, si una de los pilotos Eva había sucumbido a aquél festín de la demencia, eso quería decir que nadie estaba a salvo. En ese mismo momento todos comenzaron a verse con recelo, temiendo que en cualquier momento la persona que tenían al lado enloquecería y trataría de matarlos. Nadie podía asegurarles que eso no sucedería, lo que acrecentaba la desconfianza entre compañeros como un voraz incendio que iba en aumento, precisamente una de las principales intenciones del artífice de ese inesperado ataque.


    —¡¿Qué estás haciendo?!— preguntaba la desconcertada Rei, tratando de hacer entrar en razón a su enloquecida agresora, forcejeando con ella para mantenerla apartada, aunque no por ello la joven de cabello rubio dejaba de asestarle toda clase de puñetazos en su anatomía —¡Basta ya, détente! ¡Estás dejando que Neuville se escape!

    En efecto, libre del asedio del que hasta hace poco había sido objeto, Sophia había optado por dejar que sus compañeras dirimieran sus diferencias y reanudar su tarea de perforación dentro de los cuarteles, descendiendo desde entonces varios niveles más de donde transcurría la batalla a la que había dado origen.

    —¡Cállate, puta, cállate!— gritaba Langley con todas sus fuerzas, casi echando espuma por la boca, en tanto que colocaba sendos puñetazos justo en el cráneo de su desvalida oponente —¡Te odio, te odio más que a nada en este mundo y no descansaré hasta mataaarteee!

    —¡Estás… loca!— Ayanami hizo acopio de todas sus fuerzas y consiguió empujar hacia atrás a la agresora, pudiendo respirar tranquila por lo menos un instante —¡Aléjate de mí!

    —¡Rei, escúchame!— se oyó de nueva cuenta la voz de Misato a través de su radio —¡Debes tener mucho cuidado, Asuka también está bajo las órdenes de Sophia! ¡Igual que los demás, no entenderá razones! ¡Tienes que defenderte ó terminará matándote! ¿Me entiendes? ¡Defiéndete como sea, esto ya es cosa de vida ó muerte!

    El momento que la jovencita de mirada escarlata tanto temía, que tanto había postergado y evitado desde que había conocido a Langley desde meses atrás, finalmente había llegado. Tendría que enfrentársele directamente, aunque no por las razones que originalmente había previsto. Y aunque le quedaba claro que en una confrontación física ella sería siempre la que tuviera ventaja, eso no significaba que se la dejaría fácil. Si en realidad esa bruja desquiciada quería matarla, le costaría sudor y sangre cumplir su cometido.

    De tal modo que antes de ser embestida nuevamente por el Eva 02, que se le acercaba como toro desenfrenado, propinó a su atacante un soberbio puñetazo en la base de la mandíbula, que la hizo precipitarse al suelo una vez más. Sin darle un momento de respiro, la sujetó de la pantorrilla para levantarla por los aires y estrellarla del lado contrario contra la resquebrajada superficie, que terminó por fracturarse por completo y devorarla al colapsarse sobre sí misma, provocando que el robot rojo cayera varios niveles por debajo.


    Rei no consiguió evitar sentir una suerte de catarsis liberadora al ver descender de ese modo a Langley, quien iba dando tumbos con cada nueva caída. De poder expresar sus sentimientos de una forma normal, como cualquier otra persona lo hubiera hecho, habría sonreído con sorna. En su lugar, una mueca de aspecto incierto decoraba su rostro.


    En el Dogma Central, el nombre rimbombante que se le daba a la sala de controles del Geofrente, la situación permanecía penosamente en un punto muerto, tan muerto como varios de los oficiales y técnicos que yacían regados en el piso, sin que el bien abastecido agresor les permitiera recogerlos.

    —¡No puedo creer el aguante de este imbécil mal parido!— refunfuñó Misato al vaciar de nueva cuenta el cartucho de su arma de cargo en la dirección donde se encontraba resguardado Fujimoto —¡Es imposible!

    —¡Tenemos que someterlo como sea!— indicó el Comandante Ikari, haciendo lo propio —¡Hay que retomar el control para poder desactivar a las Unidades Dos y Beta, antes que pase cualquier otra cosa! ¡Acaben con él, no me importa si después tenemos que recoger sus restos esparcidos con espátula!

    El puñado de guardias a sus órdenes actuó como se les indicaba, forzando su avance disparando sin descanso todo el contenido de sus armas automáticas de alto calibre. Equipo de cómputo y demás enseres de oficina se desvanecían al violento paso de las balas, quedando reducidos a polvo. De seguir así seguramente el desquiciado Fujimoto quedaría igual, sin importar donde se escondiera.

    Una nueva lluvia de disparos que salió escupida desde el ingreso principal abatió a los guardias que la custodiaban. Pasando por encima de sus cuerpos, un cuarteto de atacantes con uniformes de oficial se unía a su acorralado compañero, disparándole por la espalda a los desprevenidos elementos de seguridad que buscaban acabar con él.

    —¡Hay que romper el cascarón que es nuestro mundo! ¡Para poder revolucionar al mundo!— proferían el mismo cántico cansino que todos los demás bajo el poder de Neuville, revelando su calidad de hostiles —¡Hay que romper el cascarón que es nuestro mundo! ¡Para poder revolucionar al mundo!

    Libre de sus acosadores, Fujimoto, el agresor inicial, se vio en condiciones de reanudar su ataque, atrapando a Misato y a todos los demás justo en medio de dos frentes, cerrando una pinza que se iba apretando peligrosamente sobre de ellos.

    —¡Estamos acabados!— exclamó Hyuga al tomar nota de su precaria situación, sintiendo como las balas que se acercaban comenzaban a rozarlo —¡Mayor Katsuragi, sólo quiero que sepa que…!

    —¡Ahora no, Makoto! ¡¿Qué no ves que estoy ocupada?!

    Misato se las ingenió para perforar de un tiro la garganta de uno de los hostiles que avanzaba por la retaguardia, no sin antes recibir un disparo que rozó su hombro derecho, haciéndola soltar su pistola.

    —¡Maldición!— se lamentó, sujetando su herida que parecía arder en llamas, viendo a sus manipulados atacantes cada vez más cerca.


    Antes que pudieran acabar con la plana mayor de NERV, uno a uno los dominados sujetos fueron abatidos al recibir un certero disparo justo en medio los ojos. Nunca antes como en ese momento todos se alegraban de ver a Ryoji Kaji, quien entraba como todo un operativo de comando, fulminando a sus enemigos de un solo tiro. El último en caer fue Fujimoto, quien había salido de su refugio con la confianza que la llegada de sus refuerzos le había otorgado y la seguridad de que juntos podrían darle fin a sus blancos.

    —¡Oh, Dios mío!— musitó horrorizado Kai, entrando detrás de Kaji, al ver todos los cadáveres que había sobre el piso —¡Ese era el señor Fujimoto, lo mataste como a un perro! ¡Y estos eran Chiba, Goto, Ichimaru y Kono! ¡Están todos fríos!

    —Créeme, no existe otra solución— pronunció Ryoji en tono severo, recargando su arma de fuego —Todas las personas que se encuentran atacándonos están bajo los efectos de una droga de control mental utilizada por el Ejército de la Banda Roja para someter a poblaciones enteras a su dominio. Las Naciones Unidas están teniendo muchas dificultades en el frente de Medio Oriente debido a esta cosa e incluso yo ya he tenido muy malas experiencias a causa de sus efectos, que son permanentes.

    —¿Quieres decir que…?

    —No hay vuelta atrás ni posibilidad de desintoxicación ó rehabilitación, una vez que los síntomas se hacen presentes. La personalidad del individuo es borrada por completo para ser llenada sólo con odio y fanatismo. No se puede revertir ese estado…

    —Bien, ahora que lo sabemos será más fácil lidiar con nuestros atacantes— carraspeó Gendo, poniéndose en pie.

    —¡Ryo-chan, que alegría verte de nuevo!— pronunció la Doctora Akagi al borde de las lágrimas, abalanzándose a los brazos del recién llegado para estrecharlo en un fuerte abrazo —¡Nos has salvado a todos, estamos agradecidos!

    —Debo admitir que fuiste bastante oportuno, pero bien pudiste llegar antes— masculló Misato, reparando en el lastimoso estado que se encontraban tanto él como Kai —¿Qué rayos les pasó a ustedes dos?

    —Un loco irlandés hijo de puta— contestaron los dos al mismo tiempo, luego solamente Rivera continuó —Nos hizo como quiso, sólo para darle tiempo a la zorra desgraciada de Neuville de hacer estallar toda esta locura… ¡¿Pero qué diablos?!— dijo sobresaltado al poner atención a los monitores de todas las estaciones —¡¿Esas son Rei y Asuka, dándose hasta con la cubeta?! ¿Qué putas tienen en la cabeza esas dos?

    Aún cuando en muchas de sus fantasías las muchachas trababan feroz combate, casi siempre era en escenarios tales como una tina de lodo ó gelatina, usando solamente diminutos bikinis, jamás piloteando sus Evas ó reduciendo los cuarteles a escombro.

    —Asuka está manifestando la misma psicosis que todos los otros pistoleros— comunicó Maya con gesto compungido —Bastó que Sophie… Sophia… se lo ordenara para que quisiera matar a Rei…

    —Oh, no…— se lamentó Rivera, tapándose la cara —Yo… desde antes sabía que algo estaba mal… Hikari me lo advirtió… y no hice caso… y ahora… ahora…

    —Ahora no tenemos más remedio que matarla también— murmuró Kaji, apesadumbrado y cabizbajo, luego de que pasó vario rato sin que nadie se atreviera a decirlo en voz alta.

    —¡Cierra tu sucia boca, estamos hablando de Asuka!— lo increpó el muchacho, asiéndolo por el cuello de su camisa —¡Todos nosotros la conocemos, aún debe haber algo que podamos hacer!

    —¡Suéltame, imbécil! ¡¿Te crees que es muy fácil para mí decir algo así?! ¡Conozco a esa pobre muchacha desde que era una niñita flacucha, yo la vi crecer todo este tiempo! ¡Pero también sé todo el horror que vi en Medio Oriente, por eso te digo que no hay otra solución! ¡Ó es ella, ó nosotros, no hay más!

    Mientras se liberaba del agarre de Rivera todos los demás guardaban silencio, reflexionando en sus palabras y la horrible situación por la que estaban atravesando, pero por sobre todo, la terrible decisión que alguien debería tomar tarde ó temprano.

    —¡Todos dejen de hacerse los idiotas y vuelvan a sus estaciones!— bramó el Comandante Ikari —¡Lo importante en estos momentos es retomar el control para poder desactivar remotamente al Eva 02 y Beta! ¡Muevan sus traseros y pónganse a trabajar cuanto antes en ello! ¡Mayor Katsuragi, quiero todo un pelotón cuidando todos los accesos a esta sala!

    —¡Oh sí, de eso estamos hablando! ¡Miren todos a nuestro valiente y temerario líder dando órdenes a sus lacayos!— exclamó furibundo el joven Rivera, encarándolo al punto de casi colocar su frente sobre la de él —¡Déjenme adivinar de quién fue la brillante idea de despachar Evas a tontas y locas sin saber quien estaba dopado y quien no!

    —¡Basta ya, chiquillo estúpido, no había modo de saber todo eso en ese entonces! ¡¿Es más, quien nos puede asegurar que tú tampoco vas a enloquecer de repente y empezar a matarnos a todos?!

    —¡A ti será al único que voy a matar, manco de pacotilla!

    —La vía de administración es por ingesta oral, generalmente disuelta en cualquier medio líquido— expuso Kaji, haciendo caso omiso de la escena y alistando su armamento para una muy probable nueva ola de ataques.

    —Ahora entiendo por que a esa malnacida le daba por estar hidratando a todo mundo en últimas fechas— repuso Akagi con aire meditabundo.

    —¡NO! ¡NO PUEDE SER!— gritó Maya, histérica, jalándose del cabello —¡Yo bebí de esa agua! ¡Me tomé una botella entera, apenas hace unos días!

    —¡Arréstenla de inmediato y sáquenla de aquí cuanto antes!— ordenó a viva voz el Subcomandante Fuyutski, señalándola como si le estuviera disparando en ese momento —¡Aíslenla por completo, a la menor señal de agresión dispongan de ella!

    —¡Maya! ¿Cómo pudiste?— pronunció Shigeru, mirando desconsolado como un par de guardias fuertemente armados se llevaban a su mejor amiga.

    —Yonolosabíayonolosabía…— repetía la aterrada oficial técnica, blanca como sábana.

    —Hagamos una relación de las personas que sabemos estuvieron en contacto directo con la sustancia— señaló Kai, recobrando la compostura —Creo que para todos fue muy evidente quien estuvo tomando del agua embotellada que Neuville estaba ofreciendo, además podemos buscar en los videos de vigilancia de los últimos meses. Cotejemos esos nombres con la lista de agresores identificados que se tiene hasta el momento y tendremos entonces otro inventario de probables atacantes que podremos aislar antes de que causen cualquier daño. Si hasta este momento no han manifestado síntomas es probable que la dosis que hayan tomado sea insuficiente para surtir efecto y aún podamos hacer algo por todos ellos.

    —Bien pensado— admitió Rikko —Puedo correr un programa en el sistema de vigilancia de MAGI para el aislamiento de esos datos y la pronta identificación de todo el personal que ingirió la droga de la Banda Roja… aunque sin Maya por aquí, tomará algo de tiempo.

    —Deje que alguien más se encargue de eso, Doctora— pronunció Gendo, tomando asiento en su lugar —Enfóquese en la tarea más importante, desactivar de forma remota a la Unidad Dos. Rivera, haz lo propio con la Unidad Beta…

    —¿Qué sabemos del hangar de las Naciones Unidas?— preguntó enseguida el muchacho, dirigiéndose a Makoto, antes que salir corriendo a cumplir las órdenes de Ikari como un completo idiota.

    —Apenas en estos momentos estamos restableciendo las comunicaciones internas— respondió el oficial técnico, con la mirada fija en su monitor —Aún no hemos sabido nada de ellos, pero puedo utilizar las cámaras de vigilancia para… ¡Mierda, miren eso!

    Las imágenes en pantalla revelaban que la División de las Naciones Unidas era el área donde sin dudas habían sido colocada la mayor cantidad de explosivos, al ser la que había sufrido el mayor daño en todo el cuartel. Las pocas paredes que quedaban en pie aparecían salpicadas del rojo de la sangre de todos aquellos cuerpos y miembros regados en los escombros como confeti.

    Rivera trataba de mantenerse ecuánime al observar en pantalla las ruinas de lo que hasta hace apenas unas horas había sido su área de trabajo, reconociendo a varios de sus empleados y amigos tirados como un montón de trapos sucios, sabiendo que en nada les ayudaría a todas esas personas el que estallara e hiciera una escena al respecto. De cualquier modo, para todos fue evidente el modo en que apretaba la quijada y sus ojos centelleaban con furia.

    —Hubo un derrumbe justo al ingreso del hangar de Zeta— señaló Hyuga, pasando rápidamente las filas de cadáveres y tratando de no mirar al joven a sus espaldas —Está completamente colapsado, no hay forma de entrar… tomará un tiempo quitar los escombros con maquinaria pesada…

    —La sala de controles está completamente destruida— pronunció Kai, mirando fijamente a Gendo Ikari —Será imposible desactivar a Beta desde ahí, deberé hacerlo desde el Eva Z…

    —¿Cómo piensas hacer eso?— inquirió Ritsuko.

    —Instalé una serie de comandos verbales en las Unidades Especiales— admitió el muchacho luego de reflexionar por un momento qué tan buena idea era revelar uno de sus ases escondidos —Se activan sólo con mi voz… si Neuville se niega a abrir cualquier canal de comunicación con nosotros necesito estar lo suficientemente cerca para que los altavoces de Zeta se encarguen de transmitir los comandos…

    —¡Pero el hangar de Zeta está bloqueado por los escombros, no hay manera que logres llegar a él!— repuso Misato, visiblemente mortificada —Será mejor seguir intentando por la radio y…

    —Eso no será problema… conozco otro pasaje que conduce al hangar… será sólo cosa de trepar y ensuciarse un poco…

    El Comandante Ikari y el Profesor Fuyutski se miraron entre sí de soslayo, sin mediar palabra pero sabedores ambos que tal acceso no existía. Si acaso el chiquillo pretendía subir a bordo de su Evangelion debería estar pensando en usar algún otro método que no quería revelarles.

    —Haz lo que te venga en gana, pero asegúrate de bajar a esa loca desgraciada de ese robot a como dé lugar— pronunció Gendo, volviendo a tomar asiento en su puesto de mando.

    El jovencito solamente asintió con la cabeza y sin más demora tomó rumbo al derruido hangar donde se encontraba su máquina de combate. Tan ocupados como estaban todos, nadie se tomó la molestia de despedirse de él, más apremiados por la urgencia que tenían entre manos que por el protocolo de buenos modales. Solamente la Mayor Katsuragi salió tras él, antes que se adentrara en el extenso laberinto de largos corredores que conformaban el cuartel.


    —¡Kai, espera!— pronunció la mujer, dándole alcance en los vestidores.

    —¡Nada de espera, tengo mucha prisa!— dijo el muchacho, sacando apuradamente de un casillero uno de sus trajes de conexión.

    —¡Ya sé, sólo quiero que sepas algo antes de que te vayas y pase no sé que diablos!

    —Muy bien, ¿qué es lo que necesitas con tanta urgencia, que no puede esperar?— queriendo aprovechar cada segundo disponible sin mayores miramientos el joven Rivera comenzó a desnudarse frente a sus ojos para enfundarse en su vestimenta especial.

    —Yo… yo sólo quería decirte… quiero decirte que…— la resolución de Katsuragi y toda su concentración se perdieron, distraída por lo que presenciaban sus ojos. No tuvo más remedio que voltearse, dándole la espalda para que no pudiera ver su cara completamente enrojecida. ¡Dios, pero qué estúpida era! Como si se tratara de un talismán que le otorgaba fuerza, acariciaba constantemente el envoltorio de papel que guardaba en la bolsa de su chamarra —Hay algo que desde hace mucho tiempo he querido que sepas…

    —Okeeey— dijo el chiquillo, arrastrando la voz y trotando sin moverse de su lugar, desesperado por el extraño nerviosismo de su tutora —Sigo esperaaando…

    —¡Maldita sea, lárgate de una vez, todo está aquí!— vociferó la mujer, extendiendo la mano para entregarle el sobre que con tanto esmero había guardado —Puedes leerlo una vez que acabe toda esta locura y… y entonces… podrás darme tu respuesta…

    —¡Válgame, tanto rollo para esto! ¡Estás irreconocible, pareces una colegiala entregando una carta de amor!— musitó el muchacho, enfadado, en tanto que guardaba el sobre dentro de un aditamento de su traje y se encarreraba hacia lo que quedaba de su división.

    Por su parte, Misato lo veía partir a toda marcha con el temor de que aquella bien pudo haber sido su última conversación, pues no sabía bien lo que sucedería con ellos dos una vez que él leyera el contenido de la reveladora carta que llevaba. Ni tampoco lo que el destino les deparaba a ambos.


    —¡Muérete, maldita, muereee!— berreaba Asuka, enloquecida, encajando su cuchillo una y otra vez en las coyunturas de la armadura de Cero, de donde comenzaba a brotar copiosamente el extraño líquido con el que parecían estar rellenos los Evas.

    Langley tenía sometida a su presa arrodillada sobre ella, que estaba de espaldas planas sobre el piso. Como pudo Ayanami consiguió liberar su brazo y con él trató de detener el camino de una nueva cuchillada, que terminó por alojarse en la palma de la mano del robot azul que tripulaba, deshaciéndola casi en su totalidad. Movida por la desesperación y el dolor, la jovencita de ojos rojos consiguió asestar un cabezazo sobre el cráneo de su oponente, que retrocedió aturdida. Viéndose liberada momentáneamente, Rei aprovechó la ocasión para recetarle un poderoso puntapié en la base del abdomen que la arrojó de espaldas y le permitió ganar mucho más espacio y sobre todo, tiempo, el suficiente para reincorporarse y esperar su nueva embestida de pie.


    A diferencia de su rival, la jovencita japonesa trataba de mantener la cabeza fría, y sobre todo ser muy analítica, queriendo ganar así una ventaja sobre de ella al poder anticipar sus movimientos de esta manera. Consciente que si trataba combate directo cuerpo a cuerpo la que llevaba las de perder era ella, su estrategia era clara entonces: mantener distancia con su atacante y aprovechar algún descuido para despojarla del cordón umbilical que suministraba energía a su Evangelion. Después de eso sólo sería cuestión de esperar a que la energía interna del Eva 02 se agotara para que la trastornada chiquilla quedara atrapada dentro y ella a su vez pudiera enfocarse en lo más importante, detener el avance de Sophia Neuville por el Geofrente.


    Impulsándose con sus cuatro miembros, la Unidad Dos se lanzó sobre ella como una bestia al ataque. La piloto del Eva 00 al ver sus intenciones le bastó con hacerse a un lado para esquivar el embate y empujarla de nueva cuenta para estrellarla contra el piso, que se volvió a abrir para tragarse a ambas contendientes, algo que Ayanami no había previsto. Las dos jóvenes cayeron varios niveles abajo, sepultadas bajo toneladas de escombro que comenzaba a acumularse.


    —Todos los sistemas están nuevamente en línea, Comandante— comunicó Shigeru, quien ahora debía ocuparse también de las funciones que desempeñaba Maya —Ya estamos operacionales en un 90%.

    —Procederemos como lo hicimos la vez anterior que se enfrentaron dos Evas— indicó Ikari, recordando la pasada pelea del Eva 02 y Zeta —Si incapacitamos al piloto, la máquina quedará inservible.

    —Enseguida, señor— asintió Ritsuko, sentada en la estación en la que normalmente estaría su asistente, teniendo que teclear ella misma la serie de comandos informáticos para acceder al sistema de control del Evangelion —Bastará con elevar unos cuantos pascales la presión del LCL en la cabina de la piloto para dejarla inconsciente…

    Una estruendosa alarma y varias pantallas que se iluminaron en color rojo le avisaron a la científica que algo estaba mal y que sería incapaz de cumplir su cometido, de momento.

    —¿Qué está pasando?— pronunció el Subcomandante Fuyutski, mirando confuso en rededor, inundado de pantallas de advertencia.

    —¡No! ¡Es imposible!— masculló Akagi, atónita, revisando los datos que le llegaban a granel —¡Los accesos a nuestros Evas están bloqueados! ¡Están funcionando casi por su cuenta, ninguna función de conexión remota está disponible!

    —Nuestros sistemas informáticos también fueron saboteados— sentenció Misato, severa, cruzada de brazos.

    —Demian Hesse se aseguró de tenernos bien agarrados de las bolas para cuando llegara el momento de poner en marcha sus planes— aseguró Kaji, a quien no le quedaba más remedio que admirar el ingenio del autor intelectual de la crisis que estaban enfrentando.

    —Aún no tengo la información suficiente para determinar la clase de daño que recibió el sistema… puede ser algo físico, corrupción ó un virus, deberé correr programas de prueba y revisar las funciones una por una… sólo entonces podremos implementar una medida para hacer las correcciones pertinentes…

    —Hágalo cuanto antes, Doctora— indicó Gendo, fustigándola con la mirada —Y recuerde que las vidas de todos los que estamos aquí dependen de su velocidad al hacerlo…recibirá toda la ayuda que necesite, instruya al personal que tiene disponible para proceder como a usted le convenga.

    Akagi puso entonces manos a la obra, tragando saliva al sentir el enorme peso de la responsabilidad que el comandante acaba de depositar en ella. Definitivamente, la ausencia de Maya Ibuki y su extenso repertorio de habilidades pesaría muy hondo en el transcurrir de las incidencias de ese fatídico día. Sobre todo cuando aquella menuda, pero eficiente jovencita era capaz de desempeñar el trabajo de cinco técnicos a la vez.


    Rei fue la primera que pudo liberarse del montón de cascajos bajo el cual habían quedado atrapados los dos Evas en disputa. Al hacerlo, muy a su pesar cayó en la cuenta que su suministro de energía había sido interrumpido al quedar trozado su cordón umbilical entre la confusión del derrumbe. Ahora el contador interno de su robot le avisaba de los pocos minutos que le quedaban de energía antes de apagarse por completo. Desesperada por su predicamento, volteaba hacia todas partes tratando de ubicar a donde precisamente había ido a parar y cuál era la toma de corriente que más cerca le quedaba.

    —Yo te conozco— la imagen de una trastornada Asuka apareció de súbito en la pantalla de su comunicador, si bien ni ella ni el Eva 02 estaban a la vista. La joven estaba tan de mal talante que en ocasiones sus ojos parecían no apuntar en la misma dirección, como es natural —¡Te conozco! Vistes de blanco, pero tu corazón es negro como un pozo. ¡Usas la cara de una persona muerta! Lo que no sabes es que, aunque te ocultes detrás de un rostro que no es el tuyo, el rojo de tus ojos revela tus intenciones… ¡Es el rojo de la sangre, la sangre que quieres derramar!

    —Lo que sea que te hayas metido, te está haciendo desvariar— observó Ayanami, tratando de mantener la calma y no dejarse intimidar por el aterrador semblante de su oponente —Si estuvieras en tus cinco sentidos te darías cuenta que te oyes como una loca…

    La Unidad Dos emergió desde las profundidades del derrumbe, haciendo volar gran cantidad de rocas y escombro que salieron volando como en un estallido. La boca del robot rojo estaba completamente abierta, revelando un apéndice orgánico que parecía ser una lengua y largas hileras de afilados dientes.

    —¡No es una locura aferrarme a mi vida, bruja estúpida!— Langley se lanzó directamente a morder la tráquea de su rival, sujetándose a ella de un fuerte mordisco —¡Quieres mi sangre, pero en cambio será la tuya la que será consumida! ¡Ahora el cazador se ha vuelto mi presa y serán todos tus fluidos los que me alimentarán!

    Sin balance alguno Rei se revolvía, indefensa, sin poder escapar, sintiendo un montón de agujas imaginarias clavándose en su garganta y cerrándole el paso al aire que respiraba.

    —¡Tu tiempo se te acabó, puta!


    El constante eco de detonaciones lejanas y los intermitentes tremores que de vez en cuando cimbraban la estructura por la que se movía daban aviso a Kai que las hostilidades estaban lejos de haber terminado. Eso, sin contar los tres Evangelions sueltos que se estaban encargando de derribar el Geofrente como si fuera un frágil castillo de arena. Mientras apuraba su andar por los pasillos, a veces oscurecidos por cortes de suministro eléctrico, trataba como podía de alejar el horrible escalofrío que sentía trepar por su espinazo. Aunque no lo admitiera abiertamente, muy en el fondo sabía que era miedo lo que experimentaba en aquellos aciagos momentos. Y no era en balde, tomando en cuenta que en las últimas ocasiones que había subido a su Eva había estado a punto de morir. Y, tal como había aprendido por experiencia propia, estar al borde de la muerte era en verdad bastante doloroso y nada grato. Además estaba ese asunto sobrenatural con Xóchitl, aquél vengativo espíritu que maldijo a toda su familia hace tantos años. Si la leyenda era cierta, y tenía bastantes motivos para suponerlo así, aquél encuentro sólo podía significar que su muerte estaba próxima. Cuando se topó de nuevo frente a frente con Demian Hesse incluso pensó que ese momento había llegado. Sus piernas parecían fallarle a veces en su largo trayecto, haciéndolo trastabillar en varias ocasiones, estando a nada de estrellarse de cara contra el piso. No obstante, como casi siempre que se enfrentaba al temor, su propio orgullo lo motivaba a hacerlo de lado, ignorando toda precaución para seguir adelante. A veces obtenía cosas buenas de ello, otras tantas no.


    Como fuera, con miedo ó sin él, había llegado ya al final de su camino, señalado por el impresionante derrumbe que bloqueaba por completo el ingreso al hangar del Eva Z. Solamente unas cuantas toneladas de roca, concreto, hormigón y acero retorcido era lo que lo separaban de su robot, que aguardaba su arribo detrás de semejante obstáculo.

    Tal como lo habían previsto Ikari y Fuyutski, no existía pasaje alguno por el que un ser humano pudiera escabullirse al interior de ese recinto clausurado de ese modo deliberadamente. No obstante, el joven Katsuragi no tenía intención alguna de entrar al hangar, por lo que dicho inconveniente no le detenía en absoluto.


    Lo que estaba a punto de hacer no lo había intentado desde aquella vez que lo utilizó como último recurso cuando los guerrilleros del FLM lo mantenían de prisionero a punta de pistola, o también aquella vez que quiso impresionar a Rei, unos días después de haber terminado la construcción del primer Modelo Especial para el Combate. En aquellos ya lejanos días, su estado de salud era óptimo, a diferencia de la lastimera condición en la que se encontraba actualmente, sin olvidar que muy probablemente tenía una fractura de cráneo sin ser atendida. De tal cuenta no estaba seguro de poder repetir el exitoso resultado de antaño, pero aún así no tenía más opción que hacer el intento, con todas sus alternativas ya agotadas. Con la precariedad que las circunstancias a las que se enfrentaba se lo permitieron, trató de despejar su mente de toda clase de pensamiento ocioso, concentrándose única y exclusivamente en la sensación que le provocaba tripular al Eva Z. Una rara combinación entre furia y serenidad se apoderó de su ser, en tanto comenzaba a sentir de nueva cuenta los miembros de su robot como propios y despertaba al gigante de acero dormido. No había forma en que pudiera describir el procedimiento que llevaba a cabo, a todas luces resultaba imposible activar una máquina, cualquiera que fuera, sólo con el pensamiento, pero eso era precisamente lo que estaba haciendo. Semejante artilugio le costaba tanto esfuerzo como estar levantando una enorme lavadora él solo. Una cantidad abundante de sudor comenzaba a escurrirle del rostro, acompañada de hilillos de sangre que salían de sus fosas nasales y oídos.

    —Mué…ve…teee…— masculló apenas con un hilo de voz, suplicante, a punto del colapso.

    Un repentino vértigo que lo sacudió lo hizo tambalearse y caer con una rodilla al piso, apoyándose en el charco de sudor y sangre a sus pies. Aún así, seguía pelando los dientes y cerrando los ojos, sin cesar en su empeño.


    El crujir de las enormes rocas enfrente suyo y el estremecimiento que sacudió los alrededores le pusieron sobre aviso para retroceder a una distancia prudente y que la enorme mano de Zeta pudiera atravesar sin problema la pila de escombro que hasta hace poco lo mantenía aprisionado. Entre la espesa nube de polvo producida por los cascajos desintegrados y el estruendo de la gigantesca maquinaria moviéndose apenas si se podía distinguir la sonrisa complacida de Rivera.


    —¡No puede ser, esto es increíble!— Hyuga lanzó un alarido desde su estación, poniéndose en pie como si tratara de escapar a lo que estaba presenciando —¡El Eva Z se ha activado solo! ¡No lo puedo creer!

    Todos en el centro de mando observaban atónitos las imágenes transmitidas por los numerosos monitores dando cuenta del movimiento autónomo del Evangelion, sin que su piloto estuviera en su interior.

    —¿Cómo… cómo es eso posible?— pronunció la Doctora Akagi, estupefacta.

    Si ella, quien era la eminencia en cuanto al funcionamiento de los Evas se refería, no podía comprender cabalmente lo que estaba sucediendo, mucho menos todo el demás personal que atestiguaba el insólito hecho.

    —No sabía que el muchacho pudiera hacer eso— musitó el Profesor Fuyutski, al lado de Gendo —En ese caso, impedir por cualquier medio físico que el piloto aborde a Zeta no sirve de gran cosa…

    —Seguramente Demian ya tenía prevista una eventualidad así— Gendo carraspeó antes de contestar, ajustándose sus anteojos, que resbalaban por su nariz lubricada por el sudor.

    —Tal vez Demian sí, pero dime: ¿y tú, Ikari?

    —Después de esto, ya la tengo— sentenció el comandante, lacónico, con cierto dejo funesto en su voz.


    La pantalla de la televisión que tenían enfrente los dos chiquillos seguía transmitiendo imágenes a gran velocidad sin importar la poca atención que los muchachitos le prestaran, estando más entretenidos en otros menesteres.

    A sólo unos cuantos días de haber iniciado su relación amorosa, Toji Suzuhara aún se mostraba bastante novato en los diversos pormenores inherentes a tener pareja, cómo era lógico suponer al ser su primera vez. La parte que más disfrutaba eran los besos, claro, y los arrumacos y caricias, pero aún no contaba con la suficiente habilidad para llegar hasta esa situación con sutileza, aunque no se podía negar que hacía el intento.

    Aprovechando los comerciales en su programación y la relativa cercanía con Hikari, sentada a su lado sobre el mullido sofá de su sala, fingió dar un prolongado bostezo que lo hizo estirar brazos y piernas. Cuando la espiración terminó, en lugar de retornar a su pose original colocó gentilmente su brazo sobre los hombros de la jovencita. Ésta, al sentir el nuevo peso colocado sobre sus espaldas enseguida volteó hacia su novio, reparando en el gesto delator de su rostro sonrojado y su sonrisa torpemente disimulada.

    —Me encanta que seas tan despistado— confesó Hokkari, recargando su frente sobre el pecho del joven, acortando aún más la distancia que los separaba —Tu ternura es una de las cosas que más me gustan de ti…

    —Oye, oye, ¿quién dice que soy tierno?— aún cuando quisiera demostrar enfado con sus palabras, lo cierto es que la sensación que le provocaba la cercanía de la muchacha lo abrumaba.

    —Lo digo yo… eres como un enorme oso de montaña que al final resulta ser un tierno osito de felpa… cuando estoy así, abrazada contigo— dijo, estrechándolo aún más en sus brazos —Me siento a salvo y protegida…

    —En ese caso supongo que está bien ser un poco tierno— admitió Suzuhara —Sólo no lo andes divulgando por ahí, tengo una reputación que mantener, ¿sabes?

    —Descuida, guapetón, será nuestro secreto. Nadie más tiene que enterarse que el temible Toji Suzuhara es en realidad un dulce cachorrito — sonrió la chiquilla de manera cómplice, poniendo su rostro justo delante suyo para que ambos pudieran sellar su promesa con un beso cálido y sincero.

    —¡Guau!— exclamó el muchacho luego del largo beso —¡Sentí como que el mundo se me movía!

    —A decir verdad— susurró su acompañante, sin compartir del todo su entusiasmo, más precavida que nada —Yo también… no estoy segura si…

    —¡Hermanooo!— se escuchó gritar a la pequeña Sakura desde su pieza —¿Eso fue un temblor ó uno de esos monstruos horribles? ¿Tenemos que ir a los refugios?

    Luego de casi perder la vida sepultada bajo un edificio que se le vino encima, resultado directo del ataque de un ángel, el temor de la menor de los Suzuhara a cualquier indicio de problemas estaba más que justificado. También ponía sobre aviso a los jóvenes que el movimiento que habían sentido no había sido producto de su romance. Una nueva sacudida, mucho más fuerte que la anterior, que hacía temblar todos los muebles del apartamento, despejó cualquier duda que pudieran haber albergado al respecto.

    —¡Rápido, salgamos de aquí!— indicó Toji cuando el estremecimiento concluyó, sin querer esperar a un tercer tremor, haciendo salir cuanto antes a su novia y a su hermanita, a quien iba cargando en brazos.


    Una vez afuera, al igual que muchos de sus vecinos, se percataron con extrañeza que no había enemigo visible a la vista. Solamente una gruesa columna de humo que se levantaba por el horizonte, proveniente al parecer del Geofrente debajo de ellos.

    —¿Es un ataque? ¿Será seguro estar afuera?— se preguntaba Hikari, desconcertada como todos, mirando a todas partes en busca de cualquier indicio que pudiera darle una explicación a lo que pasaba.

    —No lo sé— admitió Toji, clavando la mirada en la densa torre de humo negro que se elevaba a la lejanía y soportando el grueso chaparrón que los azotaba inmisericorde desde los cielos —¡Quién sabe qué diablos está pasando ahí abajo, en el laboratorio del Doctor Frankenstein!


    A casi mil metros de profundidad el Eva Beta seguía haciéndose camino laboriosamente recta abajo, en busca de sabe qué. A “Sophia” ya poco le importaba el que sus compañeras pudieran darle alcance, habiéndolas dejado varios niveles por encima de su posición. Además estaba bastante segura que su títere no pararía hasta haber privado de la vida a Rei Ayanami, lo que le daba a ella un amplio margen de maniobra. Según sus proyecciones, a esas alturas de su incursión lo que debería apurarla era la inminente intervención de Zeta… ó del Eva 01. Hasta ahora, Shinji permanecía como el único cabo suelto en su esquema, sin estar segura de cuál sería su reacción al enterarse de todos los hechos. No es que no estuviera preparada para una eventual confrontación con él, pero la sola posibilidad de tener que enfrentar al gran amor de su vida le apuraba y oprimía el corazón más que cualquier otra cosa. Incluso mucho más que el súbito torrente de energía carmesí que pasó rozando justo a su lado, que apenas pudo esquivar antes de ser achicharrada en su camino.

    —Con que por fin llegaste— la jovencita gruñó al mirar arriba, hacia la dirección de donde provino aquella ráfaga y observar al Eva Z con los ojos aún centelleando, listo para la batalla.

    —¡Maldito imbécil, ten más cuidado!— bramó Gendo Ikari desde el centro de mando, reclamándole airadamente su proceder al piloto de Zeta —¡En un segundo hiciste más daño que esa mocosa durante todo este tiempo!

    Una vez a bordo de su robot, le bastó una de sus ráfagas ópticas para hacerse camino a través de los múltiples niveles inferiores que su objetivo le aventajaba, lo que ocasionó los temblores que la población de Tokio 3 sentía en la superficie y que parte de la infraestructura del cuartel quedara vaporizada.

    —Chupa mis bolas, cretino— contestó Rivera para enseguida precipitarse al profundo abismo que él mismo había creado.


    La gravedad hizo lo suyo y en menos de un parpadeo el Evangelion color verde aterrizaba tan pesado como era en el último nivel que se encontraba el Eva Beta, encontrándose frente a frente finalmente.

    —Tienes una sola oportunidad de salir ilesa de todo esto, zorra inmunda— señaló el recién llegado —Abandona el Eva Beta y ponte en el piso hasta que llegue personal militar a ponerte bajo arresto…

    Ni bien había terminado de formular las condiciones de su ultimátum cuando Neuville se abalanzó hacia él buscando atravesarlo con la punta de su espada. En lugar de eso, la navaja chocó con los espolones del antebrazo derecho de Zeta, construidos de la misma aleación indestructible que su hoja, por lo que en lugar de rebanarlos la espada quedó atorada en el espacio entre ellos. Una gran cantidad de chispas salieron de aquel choque, que concluyó con ambos robots trenzados.

    —¿En realidad creías que eso iba a funcionar?— preguntó burlonamente la muchacha.

    —Por lo menos tenía que intentarlo— admitió el chiquillo, forcejeando con ella.

    Un fuerte empellón dado por su contrincante lo hizo retroceder, dando fin a su breve medición de fuerzas. Pese a todo, ambos se mostraban cautelosos, como dos boxeadores al comienzo de la pelea, midiendo el alcance y velocidad de su rival. En un súbito arranque, la jovencita conectó varios puñetazos en la cabeza de Zeta, que en primera instancia recibió todo el castigo, volteando de un lado a otro conforme a la dirección de los golpes que le daban. Cuando consideró que era suficiente, Rivera atajó con la palma de la mano el puño izquierdo de su adversaria para entonces propinarle un potente recto en pleno rostro que la mandó de espaldas al suelo.

    —No sé qué diablos tengas en esa cabezota tuya en estos momentos ó qué pretendas sacar de todo esto— ante todo, el muchacho prefería tratar de disuadirla que confrontarla directamente —Pero esta fue una idea estúpida, desde un principio… tal vez pensaste que impedir que subiera a Zeta te permitiría salirte con la tuya, pero a estas alturas ya debiste darte cuenta que tu plan no funcionó. ¡Así que ríndete de una jodida vez! ¡No hay forma que puedas pasar sobre mí!

    Sin contestarle, Sophia se puso de pie y corrió hacia donde se encontraba. Rápidamente hizo la finta de una patada, lo que le permitió entonces colar un fuerte golpe con ambos brazos extendidos que derribó al desprevenido Eva Zeta. El robot color plata buscó entonces asestarle una feroz patada para rematarlo en el piso, agresión que fue bloqueada por el aún postrado Katsuragi, sujetando con ambas manos el pie que buscaba hundirse en su pecho. Haciendo acopio de fuerzas empujó a su atacante de espaldas, quien evitó caer nuevamente haciendo una pirueta de gimnasta en el aire, aterrizando con ambas piernas extendidas.


    —¡Ya estuvo bueno de tanta estupidez!— sentenció Kai, exasperado —¡No tengo ningún interés en pelear con una chiquilla desquiciada! ¡Habla Kai Rivera, habilitando comandos verbales! ¡Autorizar códigos de desactivación DG61: Benito, Cucho, Panza, Espanto y Demóstenes!

    Justo en ese momento la cabina de Sophia se vio iluminada con una luz rojiza y un fuerte rumor de maquinaria se escuchó por todas partes. Sin embargo, dicho efecto se desvaneció fugazmente, tan rápidamente como se había manifestado.

    —¿Y entonces qué carajos se supone que tenía que pasar?— inquirió Neuville en tono de chanza, fingiendo asombro.

    —¡¿Qué putas…?!

    —Oh, ya veo lo que pasa… al parecer tu amiguito, el Director Robert Miller, olvidó informarte de los cambios que realizamos en el Eva Beta. Deshabilitar tus ridículos comandos verbales fue casi la primera cosa de la que nos encargamos… es una lástima que el pobre diablo se haya arrojado de una ventana, seguro que hubiera estado muy orgulloso de ver completado su trabajo…

    —¡¿De qué rayos estás hablando, orate?!— preguntó el muchacho en tono demandante, pero además de enojo había otra cosa que comenzaba a oírse en su voz: desesperación.

    —¡Contempla la forma mejorada de Beta, imbécil!— al decir estas palabras a viva voz el robot plateado se sacudió en una serie de violentos espasmos y dando un portentoso rugido como de fiera salvaje.

    Varias placas de su coraza salieron volando, descartadas, en tanto que nuevas estructuras aparentemente orgánicas crecían abruptamente y tomaban su lugar, casi todas ellas espolones y cuernos. La estructura del cuello se alargó y se hizo más gruesa, tomando una posición perpendicular al pecho, causando una especie de joroba. Una prominente quijada repleta de agudos dientes se asomó por debajo de lo que quedaba de su casco, atravesado a ambos lados por enormes cuernos semejantes a los de un bovino.

    Rivera aún no podía recobrarse de la impresión producida por tal transformación cuando el nuevo ser ya lo había embestido, moviéndose a mayor velocidad que antes. Impulsado por la fuerza del impacto Zeta se vio a si mismo convertido en un ariete que destrozó pisos enteros a sus espaldas.

    —¡Caíste directo en la trampa, grandísimo idiota!— espetó Sophia desde el interior de esa aberración —¡Esta misión tiene dos objetivos, y uno de ellos es destruir tu armatoste y matarte en el proceso, pedazo de mierda! ¡Así lo ha dispuesto el Doctor Demian Hesse, amo y señor de toda la raza humana!


    Como perro rabioso, el Eva 02 continuaba mordiendo a su presa, a quien tenía muy bien sujeta de la garganta. De cuando en cuando movía la cabeza de lado a lado, buscando darle más presión a su mordisco para que sus fauces se cerraran por completo y destrozar la tráquea de su odiado enemigo. A punto del desmayo por la falta de oxígeno, aún cuando fuera producido por un mero síntoma psicosomático, Rei Ayanami luchaba infructuosamente por liberarse, empujando el rostro de su atacante sin ningún resultado. No fue hasta que deslizó ambos pulgares en dos de los cuatro visores del robot rojo que consiguió liberarse, al atravesarlos con los dedos y hacer estallar los globos oculares en su interior.


    La Unidad Dos y su piloto dieron un fuerte alarido, retorciéndose frenéticamente al ser consumidos por un sufrimiento apabullante. Cero, en cambio, aprovechó la ocasión para liberarse y retroceder, permitiéndole a Ayanami recuperar el aliento mientras acariciaba su lastimada garganta.

    —¡Eso me dolió, desgraciada! ¡Vas a pagar por eso!— advirtió Langley, enloquecida.

    —¡Rei, hay disponible un suministro de energía justo a tu flanco izquierdo!— indicó la Mayor Katsuragi a través de su comunicador —¡Reemplaza tu cordón trozado cuanto antes, de prisa!

    —¡Sin importar quién trate de ayudarte, nadie me impedirá que te arranque la maldita cabeza, perra miserable!— bramó la chiquilla rubia, lanzándosele encima, lista para cumplir su promesa.

    La jovencita japonesa estaba en pleno proceso de reconexión eléctrica, el ataque de Asuka la sorprendió sosteniendo el cable cortado en sus manos, listo para ser reemplazado por uno entero. Utilizándolo como si se tratara de un látigo ó un chicote, Ayanami azotó a su agresora en pleno rostro, deteniendo de tajo su violento avance. Antes que el robot rojo pudiera reponerse del golpe, Cero se colocó a sus espaldas para luego rodearle el cuello con el cable en sus manos, formando una especie de correa con la que empezó a asfixiarla.

    —¡Ya estoy harta de ti!— confesó la jovencita de cabello corto tirando de ambos extremos del cable, visiblemente exasperada para su templado carácter y una saña nunca antes vista en ella —¡Si alguien se tiene que morir aquí, esa eres tú!

    —Te mataré… te... mataré…— jadeaba Langley dificultosamente, sacando la lengua y manoteando en al aire en un frenético intento por ser libre.

    Aprovechando su posición y su cercanía, Rei quiso alcanzar el enchufe del cordón umbilical de la Unidad Dos para despojarla de su abastecimiento eléctrico. En el intento tuvo que soltar una de las puntas de su horca improvisada, lo que le sirvió a su prisionera para juntar fuerzas y azotarla de espaldas contra la formación más próxima.

    Antes que pudiera recuperar el aliento del todo Ayanami colocó un puntapié sobre el pecho del Eva 02, lo que le hizo ganar el tiempo suficiente para abalanzarse sobre el tomacorriente disponible y conectarlo en el enchufe de la espalda de su robot, reponiendo así su contador interno de energía a tope.

    —¡Soy el ángel de la muerte, pequeña bastarda!— vociferó la trastornada muchachita europea, lanzándose sobre ella como leona —¡Te llegó la hora!

    Una vez más ambas jóvenes caían en las profundidades, a través de la serie de agujeros que marcaban el recorrido de la Unidad Beta, ensanchados aún más por la ráfaga energética del Eva Z.


    —¡¿Matarme?! ¡Ya estoy harto de promesas!— dijo Kai Rivera, haciendo a un lado las nauseas que le provocaba la visión del repugnante ser en el que se había transformado el robot que él mismo diseñó y enfocándose mejor en molerlo a golpes —¡Inténtalo si quieres, puta asquerosa!

    La mutación que había obrado en Beta lo había dejado deforme y desproporcionado, con un brazo mucho más largo que el otro, donde unas zarpas parecidas a las de un reptil habían reemplazado sus manos y dedos. Fue con este brazo que sujetó la cabeza del robot verde y con relativa facilidad la estrelló contra el piso.

    —¡Estúpido!— espetó Neuville, mientras repetía la operación varias veces —¡Cada detalle de esta operación fue cuidadosamente planeado! ¡Si el Doctor Hesse dice que morirás, que no te quede duda que así será!

    —¡Ya dejaste muy en claro tus intenciones!— el muchacho consiguió zafarse del agarre colocando un puñetazo en el abdomen de la criatura —¡Si trabajas para ese cabrón entonces no pienso tenerte consideración alguna!

    Una patada bien posicionada en el rostro de la abominación puso distancia entre los dos. Sophia volvió a la carga blandiendo la espada en su brazo derecho, que había conservado su forma original. La cuchilla quedó atrapada entre las palmas de Zeta, en una demostración de buenos reflejos y coordinación encomiable. Un giro de muñecas le bastó al robot verde para maniatar ese brazo y a la vez aplicar presión al cuello de su adversario haciéndole una llave de candado.

    —¡Sabía que estabas loca, pero no tanto como para ser la perra de ese asesino bastardo! ¡Ese hijo de puta mató a mis padres y va a pagar por eso!

    —¡Idiota redomado! ¡Demian Hesse es el salvador de la Humanidad, está muy por encima de la ley de los hombres! ¡Todos los patéticos seres humanos debemos obedecerlo y servirlo!

    Sin poder contenerse más y perdiendo la cabeza, el piloto de Zeta conectó un poderoso puñetazo que hundió lo que quedaba del casco del Eva Beta sobre el cráneo de la criatura debajo de él.

    —¡Eso es, enójate!— pese al daño recibido, Sophia lo animaba a seguir —¡Injurias al Doctor, lo tachas de asesino, cuando tú eres el psicópata violento que se esconde detrás de una falsa sonrisa de galancete! ¡Pero ni creas que voy a dejar que me mates, como mataste a mis padres!

    —¡¿Qué demonios…?!

    Antes que pudiera reponerse del impacto que le había causado semejante comentario, Katsuragi tuvo que soltar a su presa cuando su cuello se ensanchó aún más y ya no fue capaz de aprisionarla. Un potente chorro de una espesa materia ambarina salió regurgitado de las fauces de la monstruosidad, con la que cubrió casi la mayor parte de la armadura de Zeta.

    —¡Puerca asquerosa!— exclamó Rivera al verse bañado de aquella sustancia salida de las entrañas del ser híbrido, dándole un nuevo puñetazo en el rostro —¡Eso fue repugnante! ¿Se puede saber qué diablos estabas intentando?

    —Es sólo resultado de la sensación que me produce tu cercanía— pronunció la chiquilla, reponiéndose del fuerte golpe —Y también un pequeño regalito de parte del gran Demian Hesse… una sustancia química de su propia creación que funciona como un acelerador de corrosión en todos los metales…

    El Eva Z sujetó a su oponente del brazo para catapultarlo por los aires y estrellarlo con violencia contra el piso. Sacando ventaja de su postración se le dejó ir a puñetazos sin dejar que se levantara.

    —¡Se necesita mucho más que cualquier porquería inventada por ese lunático para atrofiar la armadura de mi Evangelion! ¡El pequeño cerebrito demente de chícharo de Hesse nunca podría hallar la forma de romper esta aleación IN-DES-TRUC-TI-BLE, ramera ignorante!


    Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que a todos tomó por sorpresa. Mientras soportaba el castigo, tendida en el suelo, Sophia se hizo de lo que quedaba de una columna de apoyo que yacía en las proximidades.

    —¡Espero que tus ojos también sean IN-DES-TRUC-TI-BLES!

    Empuñándola como una pequeña daga, Neuville clavó el afilado escombro justo en el ojo izquierdo de su adversario, reventándolo por completo.

    Presa del dolor más agudo e intenso que jamás hubiera experimentado, Rivera lanzó un profundo, largo alarido en tanto se revolvía virulentamente tapándose el rostro.

    —Maldición— musitó la joven, poniéndose en pie —No llegó hasta el cerebro…

    —¡MI OJO! ¡ME REVENTASTE EL PUTO OJO!— aullaba el joven casi en shock, sintiendo como su cabeza estallaba en llamas y una horrible punzada atravesaba todo su cráneo, mientras aún asimilaba el espantoso hecho de saberse mutilado, con una profusa herida donde antes se encontraba su globo ocular manando sangre como fuente en un parque —¡PUTA MADRE, CÓMO DUELE!


    Todos en la sala de mando palidecieron ante la escena, a sabiendas que dado el elevado nivel de sincronía del piloto de Zeta con su Unidad Eva, cualquier daño recibido por el robot era igualmente sufrido por su tripulante en carne propia. Además, ese último ataque subía de tono la pelea, que pasaba de ser una mera gresca entre pilotos a ser un combate a muerte. Cualquier esperanza de resolver el conflicto de manera disuasiva y pacífica había desaparecido, igual que el ojo izquierdo del desafortunado Kai.

    —¡¿Pero qué has hecho, Sophia?!— tratando de ignorar aquella aplastante verdad, una desconsolada Misato intentaba fútilmente de hacer entrar en razón a la jovencita traidora, una vez que consiguieron reanudar el enlace con la cabina de Beta —¡¿Qué es lo que tienes en la cabeza, te das cuenta de todo lo que estás haciendo?! ¡Todas esas personas que están muertas por tu culpa eran tus compañeros y amigos, Sophia!

    —¡Basta ya de llamarme así, vaca idiota!— bramó la muchacha, sujetando del tobillo al Eva Z para comenzar a azotarlo contra el piso y las paredes a diestra y siniestra, haciéndolo atravesar al nivel debajo de ellos —¡“Sophia, Sophia, Sophia”! ¡Estoy harta de ese maldito nombre! ¡Para que lo sepan todos, me llamo Luna! ¡Escúchenlo bien, montón de imbéciles, mi nombre es Luna! ¡Luna Rivera Quispe!

    Una nueva bomba caía de nueva cuenta sobre todo sus escuchas, incluso sobre su desvalida víctima, que no atinaba a reponerse del fuerte trauma que le había sido provocado. ¡Rivera! ¿Podría ser acaso…? ¿Pero cómo?

    Entretanto la persona que anteriormente se había hecho llamar Sophia Neuville continuaba flagelando a Zeta, que parecía haberse reducido a un simple muñeco de trapo en sus manos.

    —¡Hija de mi amada y santa madre, Samara Quispe y el cerdo desgraciado de Antonio Rivera! ¡Ó como ustedes lo conocen mejor, el Comandante Chuy! ¡Los dos muertos, a causa de este infeliz al que hoy mismo mataré como el perro miserable que es!

    —¡No…! ¡No puede ser!— pronunció torpemente el joven malherido, atónito por la revelación, el daño recibido y el rápido acontecer de los sucesos en general.

    Si aquella muchacha decía la verdad, eso quería decir que eran primos. ¡Tenía una prima, y apenas se venía a enterar! Justo cuando pensaba que era el último de su linaje. Y tenía que ser ella, precisamente su propia sangre, quien buscaba afanosamente poner fin a sus días.


    Con excepción de Rei y Asuka, bastante ocupadas en sus propios asuntos como para atender otras cosas, no había persona alguna dentro de los cuarteles que no estuviera siguiendo atentamente aquella trama que parecía ser sacada de cualquier telenovela vespertina, comiéndose las uñas con cada giro inesperado.

    Y aún cuando era asiduo espectador de los melodramas televisivos, el semblante severo del joven Shinji Ikari dentro de la cabina de su Eva hacía entrever que no le parecía tan entretenido el desarrollo de la presente historia.


    Cero levantó por encima de su cabeza un enorme trozo de escombro que antes había sido un módulo completo de laboratorios, que acabó estrellando sobre el cráneo de la Unidad Dos, reduciéndolo a polvo.

    Si bien el apacible carácter de la piloto del Eva 00 hacía pensar en la tranquila superficie de un cristalino estanque, en aquellos momentos el estanque estaría en plena ebullición y la superficie completamente alborotada, picada. Conforme iba transcurriendo la confrontación con Langley la animadversión que naturalmente sentía por ella iba saliendo a flor de piel, cuando normalmente la disimulaba, al igual que cualquier otra clase de sentimiento intenso. La belicosidad de su oponente comenzaba también a serle contagiada, entregándose sin decoro al ágape de violencia que se había suscitado entre ambas.

    Muy atrás habían quedado los estériles intentos por hacer entrar en razón a su contrincante, por lo que se encontraba en plena libertad de darle rienda suelta a su oculta necesidad de destrozar a aquella muchachita que tantos disgustos le había causado con su aguerrido carácter y orgulloso talante.

    Uno tras otro, como veloces meteoros los puños de la Unidad Cero se estrellaban contra la estructura del robot rojo, siendo la cabeza y el tronco las áreas más castigadas. Un salvaje cabezazo puso fin a la tanda de embates por parte de la ciclópea máquina azul.

    —¡¿Eso es todo lo que tienes, flacucha insípida?!— dijo retadoramente la jovencita europea, sin reparar en el hilillo de sangre que se deslizaba por su frente —¡Fíjate bien como se hace!

    Como un brioso carnero disputando el territorio y las hembras, así fue el tope que Asuka le propinó a su rival, fracturando la mayor parte del blindaje que le proporcionaba su casco. Cero retrocedió, aturdido, lo que su oponente aprovechó para recetarle varios ganchos a la parte baja de su abdomen. Luego tomó impulso con una voltereta para asestarle una fuerte patada de tae-kwon-do que hizo caer de lado al robot de un solo ojo. Una nueva estocada con el talón en la cima del cráneo provocó su derrumbe, hundiéndole la cara por completo contra el piso. Sacando ventaja de su posición, la alemana comenzó a patear repetidamente en la cabeza a su contrincante caída, sin dar visos de dejarla levantarse.

    —¡Voy a romperte el cráneo como si fuera un huevo y me comeré tus sesos como botana!— anunció la enardecida chiquilla, quien no cesaría hasta haber privado de la vida a su desvalida víctima.

    Antes que pudiera conseguir su objetivo, Ayanami atajó su pie antes que impactara de nuevo contra su testa. Ello derivó a una nueva medición de fuerzas entre ambas máquinas, que permanecieron inmóviles unos cuantos instantes, una tratando de clavar el píe sobre el rostro de la otra, mientras ésta forcejeaba para sacar de balance a su atacante.

    —¡Vete… al diablo!— exclamó Rei, en uno de los tonos más fuertes que jamás hubiera empleado, pelando los dientes al hacer acopio de fuerzas para lograr quitarse la planta del pie de su oponente de la cara.


    Al hacerlo, un solo pensamiento la motivaba: destruir a esa bruja psicópata y borrarla de la faz de la tierra. Un rayo carmesí de energía calórica salió disparado entonces por el ojo de su robot, muy similar al que usaba Zeta en sus ataques, pero de mucha menor intensidad. Así fue que en lugar de carbonizar al Eva 02 no obstante la sorpresiva descarga tuvo la fuerza suficiente para proyectar al gigante rojo varios cientos de metros lejos de ella y mandarlo a la lona por un rato.

    Mientras que el vapuleado robot de cuatro ojos no atinaba a levantarse, Rei contemplaba la escena, perpleja, mirando sus manos sin dar crédito a lo que acababa de experimentar. Pero sobre todas las cosas, aterrada.

    —¿P-Pero qué he hecho?


    —Tengo que darle crédito en una cosa, Teniente— comentaba Luna casualmente, como si estuviera conversando plácidamente en alguna mesita de café, en lugar de usar la cabeza del Eva Z como un marro para despedazar toda la estructura que les rodeaba —Cualquier otro pelagatos a estas alturas ya se habría desmayado del dolor… al parecer, es mucho más resistente de lo que creí. Le ofrezco mi más sinceras disculpas por haberlo subestimado, ahora tenga usted la bondad de morirse de una vez por todas…

    —¡Jódete, maldita loca!— repuso Kai, liberándose y conectando un soberbio puñetazo en la quijada de su agresora.

    Ambos contendientes retrocedieron, recuperando el aliento. El joven Katsuragi aún estaba digiriendo la impresión de saber que estaba combatiendo a su prima, aunque sin creer del todo las palabras de la muchacha. Si ya antes había mentido en otras cosas, nadie la aseguraba que esa vez no fuera el caso. Además, la terrible punzada en su ojo extinto lo estaba matando de dolor. Necesitaba atención médica, y pronto, pero lo prioritario en esos momentos era evitar ser rebanado por la espada de Beta, que pasó rozando su costado con un lúgubre silbido. De haber sabido que terminaría peleando contra ese Eva nunca hubiera incluido esa arma al momento de concebir su diseño. Ahora se maldecía mentalmente por haberlo hecho, en tanto que sujetaba el brazo de la monstruosidad en la que había devenido dicho robot, buscando poner un remedio a la apremiante situación en la que se encontraba.

    Con un rodillazo bien colocado justo en la articulación del codo, el brazo del Eva Beta se fracturó por completo con el consiguiente alarido de su piloto.

    —¡Bastardo infeliz, eso me dolió!

    —¡Cállate estúpida, tú me sacaste el ojo!

    —¡Y tú mataste a mi mamá, hijo de perra!

    —¡Ya deja de decir eso, lunática desgraciada!— el Eva Z lanzó una ráfaga óptica buscando incinerar las piernas de su oponente, que lo impidió al ejecutar una pirueta hacia atrás. El rayo calórico la siguió en su empeño por acabarla, destruyendo todo a su paso menos a su objetivo. Aquél arranque de furia intempestiva le estaba provocando un intenso dolor al piloto, que terminó en ceder en su devastador empeño —¡No te conozco ni a ti ni a tu puta madre! ¡Jamás les he hecho algo! ¡Y ni pienses que creo una sola palabra de lo que dices, perra embustera!

    —¡Ciudad de La Paz, Bolivia! ¡23 de Marzo del 2004!— vociferó escuetamente la chiquilla, dándole un poderoso puñetazo en pleno rostro. Pero quizás lo que más daño le causaba era que una vez más le volvieran a recordar aquel funesto lugar y fecha que por tanto tiempo lo acosaban —¿Significan algo para ti, cerdo miserable? ¡Nosotras estábamos ahí, justo cuando se te ocurrió probar tu chistecito N2! ¡Ella murió calcinada para poder salvarme! ¡¿Sabes lo que es ver a la persona que más amas en la vida morir y convertirse en cenizas ante tus propios ojos?! ¡¿LO SABES?!

    Uno a uno, toda una tanda de golpes impactaron de lleno sobre Zeta, quien se derrumbó en el piso a causa de los embates a los que era sometido. Antes que su agresora lo rematara logró colar un puntapié en el pecho de la criatura que tripulaba, lo que la hizo retroceder y a él le concedió tiempo para incorporarse y reponerse del castigo. Al hacerlo cayó en la cuenta de la existencia de una enorme fractura en la placa pectoral de su robot. Estupefacto, se percató de varias grietas más que se estaban formando a lo largo de toda su armadura.

    —¡Im-Imposible!— masculló, atónito.

    Aquella era una visión que jamás creería ver en su vida. Lo inquebrantable se había roto.

    —¿Olvidé mencionar que el regalito del Doctor Hesse es de acción retardada?— preguntó burlonamente la joven a bordo de Beta —La sustancia actúa una vez seca, desestabilizando la cohesión entre las moléculas de los metales… ¡Tonta de mí, creo que no te lo dije! ¡Ups!

    —¡Esto no está pasando! ¡No es posible!— más que su armadura, la confianza y seguridad del piloto del Eva Z era la que se estaba resquebrajando —¡Se supone que nada en este mundo podría romper esta aleación!

    —Quizás así sea, de no ser que el metal que utilizaste para tu Eva se encuentra en un estado crudo, imperfecto— la enorme y grotesca garra de la quimera se enroscó sobre el cuello del robot verde, levantándolo en el aire para poder azotarlo a su antojo —Se necesitaría de un proceso de refinación bastante específico al que no tienes acceso para que la aleación adquiriera todas sus propiedades en forma… por supuesto, es algo que nunca sabrás cómo hacer porque hoy mismo te mueres…

    Luna entonces lo arrojó contra una de las pocas estructuras que aún quedaban en pie en aquél nivel, para enseguida hacer que el monstruo que comandaba volviera a empaparlo con un chorro a presión de la sustancia corrosiva que expelía por la boca.

    —¡Nooo!— gritó el muchacho, despavorido, abalanzándose contra su oponente sin importarle nada, propinándole varios puñetazos en su rostro deforme a la vez que varios dientes suyos salieron volando.

    Los puños de Zeta se estrellaban contra el cráneo de la criatura, en rápida sucesión. Cada vez que lo hacían fragmentos de mayor tamaño se desprendían de la coraza metálica del Evangelion atacante. Las columnas de vapor que comenzaban a manar de la armadura eran más evidentes con el transcurrir de los segundos.

    —¡No necesito de ninguna protección para ponerte a ti y a tu jefe en su lugar!— espetó el enfurecido joven, con la firme intención de incapacitar lo antes posible a su agresora antes que las placas de Zeta se destrozaran por completo —¿Me escuchaste? ¡Y de ningún modo voy a permitir que una loca como tú me culpe por las muertes en Bolivia! ¡Yo no di las órdenes de bombardear ni de invadir Sudamérica! ¡Yo no iba en ninguno de esos aviones que soltaron todas esas bombas! ¡Ese fue Lorenz! ¡Lorenz! ¿Entiendes? ¡¿Entiendes?!

    —¡Cállate ya, imbécil!— una patada bien colocada en la quijada puso final a su monólogo, proyectándolo de espaldas contra el suelo, haciendo un enorme surco en su camino.


    Antes que la muchacha pudiera alcanzar nuevamente su objetivo, una mole de gran tamaño cayó justo en medio de los dos contendientes, ocasionando un fuerte derrumbe que hizo llover escombro y levantó una gruesa cortina de polvo. Una vez que se disipó los dos jóvenes pudieron divisar como se erigía entre ellos la estampa violeta del Eva 01.

    —¡Shinji!— exclamaron los dos Rivera, casi al mismo tiempo.


    —¿Me pueden explicar como diablos le siguen haciendo estos mocosos para subirse a sus Evas y activarlos así como si nada?— exclamó a viva voz el Profesor Fuyutski, bastante irritado por el nulo control que tenían sobre la situación.

    —¡Seguridad Interna continúa enfrentándose a tiros con nuestros atacantes internos, Subcomandante!— se apresuró a contestar Shigeru, su subordinado inmediato —¡Es por eso que la contingencia aún no está controlada del todo! Seguramente Shinji debió abrirse paso hasta el Modelo de Pruebas entre toda la confusión…

    —¡Pues ya estoy harto de tanta incompetencia! ¡Asegúrense que no vuelva a suceder!— sentenció el ajado oficial.

    —¡No se preocupe, señor!— respondió Aoba, para de inmediato musitar entre dientes —Claro que no volverá a suceder, ya se nos acabaron todos los pilotos…

    —¡Pobre chico!— comentó uno de los técnicos que presenciaban el inusitado arribo del joven Ikari al campo de batalla —¡Debe estar destrozado por tener que luchar contra su novia!

    —Eso, si es que no está drogado también, idiota— espetó la Mayor Katsuragi, a quien la inclusión de Shinji en el conflicto lejos de calmarla le ponía los nervios de punta, debido en gran parte a una terrible sensación de angustia que oprimía su pecho, cosa que sólo podía serle achacada al misterioso sentido de intuición inherente al género femenino.


    —Shinji… yo… yo sólo…— mascullaba confusamente la joven piloto del Eva Beta, transformándose de nueva cuenta en una dulce colegiala con la sola presencia de aquél a quien había decidido entregar su corazón.

    —¡Ya era hora de que se te ocurriera aparecer, enclenque!— reclamó Kai al recién llegado, aprovechando la vacilación que demostraba su oponente para sujetarla fuertemente por la espalda, inmovilizándola —¡Un poco de ayuda aquí no estaría mal! ¡Deja de estar nomás parado como un idiota, y ayúdame a someter a esta loca desgraciada!

    —Shinji— continuaba la jovencita con su balbuceo, ignorando por completo al otro muchacho que la tenía férreamente maniatada, avocada solo en tratar de justificarse con el amor de su vida —Shinji, no creas que yo… yo en verdad… la verdad es que… puedo explicarte…

    —No necesitas explicación alguna— sentenció Ikari, caminando firme y decididamente hacia donde se encontraba —Lo escuché todo, mientras me hacía camino hasta aquí… ahora todo es muy claro para mí…

    —¡Deja los melodramas para después y apúrate a noquearla mientras aún podemos!— apresuró el joven Rivera, desesperado por la parsimonia del proceder de su compañero.

    —Lo siento— comenzó a llorar Luna, desconsolada, observando la resolución de su novio mientras avanzaba hacia ella y comenzaba a alzar su brazo derecho, su mano comprimida en un fuerte puño que utilizaría como una bola de demolición —Lo siento, en serio lo siento… yo no quería… nunca hubiera querido… ¡Perdóname, por favor! ¡Shinji!

    El devastador puñetazo del Eva 01 se impactó de lleno en pleno rostro de Zeta, que salió despedido hacia atrás debido a la fuerza del golpe, dibujando una parábola en su vuelo que culminó varios centenares de metros después.

    Todos quedaron boquiabiertos por el inusitado devenir de los acontecimientos, incluso la misma joven que con anterioridad había utilizado el alias de Sophia. Por un largo rato el mundo entero pareció callar anonadado, ningún sonido se podía escuchar en las inmediaciones.

    —Pe-pero… pero… no entiendo… ¿qué?— trastabilló una vez más la jovencita de cabellera oscura, igual de confundida que todos los demás espectadores de aquella historia, con la vista aún anegada por el llanto.

    —¿Qué hay que entender?— repuso Ikari, sonriéndole cálidamente a través de su comunicador audiovisual, como si estuvieran charlando en sus laptops —Tú eres mi chica y te amo más que a nada en este mundo… Sophia ó Luna, te llames como te llames, es mi deber cuidarte y protegerte de todo mal. No sé bien qué es lo que estés buscando, pero haré todo de mi parte para que puedas encontrarlo y si también quieres vengar la muerte de tu madre con mucha más razón te ayudaré a hacerlo… sin importar nada…

    Las lágrimas que ahora se deslizaban por el rostro de la joven espía ya no tenían su origen en la culpa y el arrepentimiento, sino en la felicidad de saberse tan amada y comprendida.

    —Shinji… estoy tan feliz… muchas gracias… ¡Gracias! muy en el fondo siempre lo supe… que tú… que tú…


    —¡Eres un completo imbécil!— las amonestaciones por su decisión no se hicieron esperar, empezando en primer lugar por la de la Mayor Katsuragi, quien aparecía colérica en la pantalla que se desplegó en su cabina —¿Qué mierda tienes en la cabeza que te hace creer que esto es una buena idea? ¿Te das cuenta de todas las repercusiones que tendrá lo que has hecho? ¡Estás bajo los efectos de una droga, no puedes pensar con claridad, lucha por recuperar el control de tus acciones!

    —¡Ninguna droga ni nada por el estilo!— aseveró el joven Ikari, mostrándose lúcido y seguro de si mismo, con una resolución nunca antes vista en su atolondrado proceder —¡Todo lo que hago es decisión propia y por mi libre voluntad! ¡Amo a esta mujer y haré todo lo que esté a mi alcance porque alcance su felicidad! ¡Y si para eso nos tenemos que deshacer de la basura humana a la que adoptaste como hijo, peor para él!

    —¡Ten un poco de sensatez, Shinji!— intervino Kaji, apartando a Katsuragi para hacer uso del comunicador —¡Reacciona! ¡Si lo que dices es cierto, si en verdad tanto amas a esa muchacha, debes saber que ésta no es forma de ayudarla! ¡Si en realidad quieres protegerla, haz que pare toda esta locura, es el único modo! ¡Nada bueno saldrá de todo esto, sólo provocarás más muerte y destrucción! ¡Sé muy bien que odias a Kai, pero así no se deben resolver sus diferencias, no es el momento ni el lugar! ¡Piensa, por favor, en todos tus compañeros a los que les estás dando la espalda, muchos de ellos muertos por causa directa de Luna!

    —¡Me importan un carajo todos ellos! ¡Mi única lealtad es hacia mi mismo y a mi felicidad! ¿Me entendieron? ¿Creen que estoy loco por ayudar a la única persona en la vida que en realidad me ha amado? ¿La única que me ha aceptado tal y como soy, que nunca me ha mirado con lástima ó desprecio? ¡Entonces todos ustedes son los que están mal de la cabeza! ¿Qué diablos esperaban que hiciera, si todo el tiempo me han tratado con la punta del pie? ¡Jódanse todos!

    —¡Deja ya de ser tan idiota y comienza a comportarte a la altura de tu puesto!— rugió entonces el Comandante Ikari, poniéndose en pie y dando un fuerte manotazo en su escritorio —¡Si tu madre pudiera verte en estos momentos volvería a morir de la vergüenza! ¡Yo soy tu padre y harás lo que te diga! ¡Dejarás de balbucear incoherencias que te comprometen y abandonarás y desactivarás el Eva 01 antes que le provoques un daño mayor con tus estupideces!

    —¡Eso sí que da gracia, padre!— contestó Shinji enseguida —¡Llevas catorce años ignorándome y de un de repente esperas que te vea como una figura paterna, te tenga respeto y te obedezca! ¡Estás loco de remate! ¡Aún cuando sólo lo he visto un par de veces, Demian Hesse ha sido más un padre para mí de lo que tú jamás lo serás! El respeto se gana, nunca se exige, y esto es justo lo que obtienes cuando has pisoteado y ninguneado a alguien durante tanto tiempo…

    Gendo sentía hervir su sangre conforme transcurría la discusión con su hijo, alcanzando su punto máximo al momento que hizo mención de Hesse y la forma como él lo veía.

    —¡Niño estúpido, debería…!


    Su furibunda amenaza fue cortada de tajo por la violenta descarga del rayo calórico que emanaba del ojo restante de la Unidad Z, un rabioso caudal de energía carmesí que deshizo el piso superior que había sobre Shinji, sepultándolo bajo una cantidad considerable de escombro y cascajos.

    —Ese es el buen Shinji— pronunció el joven Rivera mientras se incorporaba, preso de una terrible agonía que amenazaba con dejarlo inconsciente —Una rata cobarde la mayor parte del tiempo, pero ponle a su disposición un trasero que fornicar y una entidad biomecánica de 100 metros de alto, y ya se siente el rey del mundo… busca patético en el diccionario…

    —¡Sí, ya sé!— lo interrumpió la joven piloto del Eva renegado al colocarle un soberbio puñetazo justo en medio de la cara y rematarlo con un par de patadas de voltereta —¡Seguramente vendría una foto tuya!

    —Claro que no— Kai atajó oportunamente la última patada que iba dirigida a sus costillas, y aprovechando el impulso de su agresora la mandó volar lejos —Encontrarías la definición de patético, que es precisamente lo que ustedes dos son, estúpida….

    Zeta maniobró un salto para darle alcance a su contrincante mientras aún continuaba tirada. No obstante, la mano del Eva 01 que emergió de improvisto de su prisión de escombro le impidió cumplir su cometido, atajándolo en el aire al sostenerlo del tobillo, provocando de nuevo su caída.

    —¿Qué no entendiste?— inquirió Ikari, liberándose de su aprisionamiento —Tu pelea ahora es conmigo. Veamos qué tan macho eres cuando no tienes que luchar con una chica y sin que te puedas esconder detrás de tu chisme irrompible…

    —¡No necesito demostrar nada, mucho menos a un mierda como tú!— contestó el piloto del robot verde, derribándolo al barrer sus piernas, aún tumbado en el suelo.

    —¡Aguanta, Shinji! ¡Yo te ayudaré!— pronunció Luna, alistándose para intervenir en la batalla una vez que los dos muchachos ya se habían vuelto a levantar y se trenzaban en feroz forcejeo, como un par de leones en disputa.

    —¡No lo hagas!— bramó Ikari, empujando hacia atrás al Eva Z en medio del jaloneo entre ambos —¡Tú ve a donde tengas que ir y no te preocupes por nada! ¡Yo me encargaré que este bastardo ni nadie más te estorben!

    Un puñetazo bien colocado en la mandíbula puso final a la intentona de Zeta por alzarse contra Luna, cayendo desplomado de espaldas en lugar de eso. En todo momento el Eva 01 se interponía entre los dos Modelos Especiales, constituyéndose en una muralla infranqueable que su enemigo tendría que derribar si quería alcanzar su objetivo.

    —Está bien, así lo haré— dijo la jovencita, mucho más tranquila al ver por cuenta propia que su pareja podía encargarse solo de mantener a raya a su detestable primo —Muchas gracias, amor… sólo procura dejar lo suficiente de este tipejo para cuando vuelva , quiero estar aquí para que podamos acabarlo juntos…

    —¡Cuenta con eso!

    Un fuerte puntapié que cimbró todo su cráneo borró la sonrisa de la cara del joven Ikari, haciendo que se colapsara de costado. Casi inmediatamente después de eso, como si estuviera hecho de goma, el Evangelion morado se reincorporó para asestarle otro salvaje puñetazo a su oponente justo en el esternón, ocasionando que varios fragmentos más de su armadura otrora invencible salieran volando. Para esas alturas la tonalidad esmeralda del gigantesco artefacto ya estaba dando paso al color metálico de los cables y diversos mecanismos expuestos, los que normalmente se mantenían ocultos bajo la coraza del robot.


    Mientras los otros dos Evas se avocaban a tundirse el uno al otro, Beta por su parte reanudó sus labores de excavación. Al verse impedida de utilizar su espada para perforar, por su brazo roto, hubo de recurrir al método del vómito corrosivo que salía expelido de la garganta de la bestia que tripulaba. Al ser mucho menos resistente que la armadura del Eva Z, la placa que protegía el piso se disolvió rápidamente, bastando sólo un golpe de talón de la jovencita para que la superficie se resquebrajara por completo, abriendo un boquete lo bastante grande para que la Unidad Beta bajara por él.


    —Doctora Akagi— pronunció Gendo en un tono casi susurrante, no obstante que todos sus ademanes hacían indicar que estaba a punto de estallar en cólera —¿Acaso tampoco tenemos acceso a los controles de la Unidad Uno?

    —Es… es correcto, Comandante— respondió la susodicha, vacilante —Aún así mi equipo y yo estamos trabajando en reparar el daño a nuestro sistema y le daremos solución en un estimado de…

    —Lo antes posible— interrumpió Ikari, rojo como un pimiento y clavando su mirada en la enorme pantalla frente a ellos, conteniéndose —Hágalo lo antes posible… tenemos que sacar de circulación a Langley y al imbécil de mi hijo antes de que esa maldita llegue a la Puerta del Cielo…

    —¡Así será, Comandante!— pronunció apuradamente la mujer de ciencia, sumergiéndose una vez más en el batidillo de cables de sus supercomputadoras, más por ocultarse de la rabiosa mirada de su jefe que por otra cosa.

    “Por más que lo pienso, no logro entender… ¿qué carajos quieren obtener Luna ó Hesse de Lilith? ¡No tiene sentido!” pensaba en sus adentros la Mayor Katsuragi, al recordar la presencia del Primer Ángel con la sola mención del lugar donde lo mantenían en cautiverio.


    Desde hacía bastante tiempo que Rei no sentía un temor parecido. No era un miedo provocado por el talante desquiciado de su adversaria ni sus constantes amenazas de muerte, que eran bastante convincentes. Tampoco por la posibilidad, cada vez más latente, que Langley cumpliera su palabra y la despojara de la vida. Lo que aterraba tanto a la jovencita era el descubrirse a sí misma perdiendo el control y sucumbir a sus emociones, y de lo que era capaz de hacer una vez que así sucediera. La sorpresiva ráfaga de energía que salió despedida de su Evangelion era prueba de ello.

    Ella, que durante toda su vida se le había inculcado la humildad y el autocontrol como máxima de vida, creía ver en todos los sentimientos intensos la causa de la perdición humana, el origen de todo mal y pecado.

    La pelea con la piloto del Eva 02 estaba resultando ser, sin embargo, una muy difícil prueba para ella, mucho más mental que física. Cada insulto, cada golpe que recibía de parte de su oponente atizaba más y más la llama de la cólera en su interior, una llama que de no cuidarse desataría una reacción en cadena prendiendo toda clase de sentimientos ocultos, que devendrían en un enorme infierno que se extendería hasta consumir su alma entera. ¿Qué quedaría de ella, una vez que abrazara abiertamente todos aquellos oscuros deseos? ¿En qué se convertiría? La respuesta a eso era lo que la mantenía tan inquieta y no le permitía concentrarse como era debido.


    Por tal motivo Asuka se daba vuelo castigándola con toda una serie de rápidos puñetazos que colocó en su totalidad sobre la cabeza de Cero, sin que éste pudiera hacer gran cosa para defenderse.

    —¡Te mandaré al infierno, ramera!— un rodillazo bien colocado sobre el rostro terminó por fulminar al vapuleado robot que se derrumbó de espaldas con la pasmosa indecisión de su piloto por actuar.

    Ayanami respiraba con dificultad, agobiada, mientras veía como la Unidad Dos recogía un gigantesco pedazo de escombro y lo levantaba encima de sus hombros, dejando ver con toda claridad su intención de estrellarlo sobre su cráneo. Con todo el castigo recibido, no estaba segura que la máquina que operaba resistiría semejante nivel de daño. Asimismo, se percataba cabalmente que se encontraba peleando en dos frentes, uno externo contra aquella orate y otro interno contra sus propias ansias de sangre. Si acaso quería sobrevivir, tendría que abandonar uno de ellos y era evidente a todas luces cuál debía ser.


    El cascajo del tamaño de una glorieta se estrelló contra el piso, fragmentándose en miles de pedazos que salieron despedidos por la fuerza del impacto, abriendo un gran hueco frente a sí. No obstante, Cero había rodado hacia un costado momentos antes del choque, esquivando así un embate que sin duda hubiera resultado ser fatal.

    —¡Maldita cobarde, deja de moverte para que pueda asesinarte a gusto!— reclamó una enardecida Asuka que se daba vuelta rápidamente.

    —¡No es mi culpa que seas tan lenta, vaca asquerosa!— repuso Ayanami cuando volvió a encontrarse frente a frente con ella, a tiempo para asestarle un golpe simultáneo en el cuello, con ambos brazos extendidos como hojas de tijera y derribarla de una fuerte patada en la boca del estómago —¡Seguramente si fuera un postre ya habrías acabado conmigo!

    —¡¿Qué me dijiste?!— pronunció Asuka en un dejo de lucidez, sin duda provocado por lo extraño que le resultaba recibir un insulto de parte de aquella discreta muchacha.

    —¿Qué, ahora además de ser una obesa descerebrada también eres sorda? Te dije vaca, por que así es como todos los demás te ven: una vaca lechera, un par de enormes tetas grasientas que hoy quizás parezcan atractivas pero que mañana estarán flácidas y asquerosas, como tú… disfrútalas mientras puedas, culona…

    Aún cuando con sus palabras pareciera tratarse de una persona completamente distinta a su habitual modo de ser, eso no fue impedimento para que las ansias asesinas de Langley se incrementaran exponencialmente, abalanzándose sobre ella como un huracán.

    —¡Desgraciada, haré que te arrepientas de tu boca floja!

    Coordinándose a la perfección Ayanami se agachó a tiempo para evitar ser embestida por la bestia roja, que con el empuje adecuado se precipitó a las profundidades del boquete dejado por el Eva Beta en su excavación hacia las entrañas del Geofrente.

    Antes de seguirla al fondo del abismo Rei observó la escena con aire complacido. Su estratagema de provocación había funcionado, aunque para ello hubiera tenido que rebajarse al nivel de Langley aunque fuera por unos momentos. Le quedaba claro que de seguir peleando con aquella fiera estaba en grave peligro de que su barbarie le fuera contagiada. Por tal motivo había decidido retomar su propósito inicial, que era detener el libre avance de Beta por las instalaciones, por lo que tenía que darle alcance aún cuando para ello tuviera que arrastrar al Eva 02 durante todo el trayecto.


    Así pues, decidida y con un plan de acción bastante bien definido dio un salto al vacío, alistándose para un aterrizaje que nunca llegó. En medio de tanta confusión jamás se percató que su cordón umbilical, tan necesario para el funcionamiento de su Evangelion, ya le estaba quedando bastante corto, llegando al final de su extensión a mitad de la caída. La Unidad Cero colgaba ahora inerte, suspendida en el aire solamente por el cable que le suministraba de energía.

    —¡Pero qué linda piñata!— exclamó Asuka al ver a su rival en tan indefenso estado, sacando de entre una pila de escombros una enorme viga de acero que terminaba en un extremo afilado —¡Veamos que sorpresa tiene en su interior!

    Sin darle oportunidad a Ayanami de reaccionar, con una rápida estocada el Eva rojo atravesó con su improvisada arma el abdomen de su oponente, hundiéndola cada vez más profundamente en tanto que una cantidad considerable de materia viscosa salía de las entrañas de Cero. Su joven piloto gritaba y se retorcía adolorida ante la maniática sonrisa de su atacante, a quien los gritos de su víctima la alentaban a poner aún más empeño en su tarea carnicera.

    —Ya no eres tan hocicona, ¿cierto?


    Hasta esos momentos, Kai nunca se había dado cuenta de la enorme fuerza bruta a disposición del Eva 01, hasta ahora que se le enfrentaba directamente. Había sido su costumbre subestimar la capacidad del aparato debido a su piloto, pero estaba claro que Shinji y la Unidad Uno eran muy diferentes el uno del otro. Al sentir en carne propia cada uno de los embates del robot violeta le parecía más que se enfrentaba a un perro rabioso que a su pusilánime compañero de cuarto.

    —Odio admitirlo, pero voy a tener que felicitar a tus padres por el excelente trabajo que hicieron al construir esta cosa— pronunció Rivera en medio de uno de sus constantes forcejos con el Modelo de Pruebas —Nunca hubiera creído que aguantaría tanto tiempo en una pelea cuerpo a cuerpo con Zeta…

    Su estrategia hasta ahora se había centrado en alcanzar y desconectar el enchufe en la espalda del robot violeta, que no contaba con los aditamentos para funcionar autónomamente como lo hacían los Modelos Especiales. No obstante, cada intento había sido frustrado por la necedad de Shinji a ser descartado de la pelea sin dar mayor batalla.

    —¡Y es por eso que eres un idiota arrogante!— repuso éste cuando con una certera patada en la mandíbula le hizo ver las estrellas al piloto del Eva Z, para luego volver a embestirlo como gorila enloquecido.

    Bloqueando los frenéticos golpes como podía, Zeta aprovechó un pequeño resquicio que le permitió asir el cuerno del casco de la Unidad Uno, de donde se sujetó para estrellar un poderoso puñetazo que le despejó las ideas a su adversario.

    —¡Te vas a ir al demonio!— musitaba el joven Katsuragi cada vez que volvía a impactar su puño sobre el cráneo del robot púrpura, que fueron varias.

    Empero, su último golpe fue a alojarse sobre la palma abierta de su oponente, que capturó su mano con un solo movimiento y con su otra mano rápidamente lo sujetó del cuello, comenzando a asfixiarlo.

    —¡Tú eres el que se va a morir, miserable!— sentenció Ikari, apretando la garganta de su enemigo como lo haría una tenaza —Deberías agradecernos que te vamos a ahorrar quien sabe cuanta agonía en una cama de hospital, cuando ese tumor en tu cabeza termine de comerte el cerebro…

    Un largo golpe lateral que se colocó justo en la sien del Eva 01 bastó para liberar a Zeta del agarre, pero no conforme con eso el Modelo Especial continuó aplicando castigo sobre la cabeza y costados de su adversario, sacándolo de balance y sin darle espacio para defenderse. Un rodillazo sobre la cara puso fin a la tanda de golpes.

    —¡Gracias por anunciarlo a los cuatro vientos, imbécil de mal agüero!— vociferó al final un enardecido Kai —¡Pero haz de saber que con todo y tumor aún soy muy capaz de patearte el culo, maricón infeliz!

    —¡Maldito desgraciado! ¡Voy a…!

    —¡¿Vas a qué, Shinji?!— lo interrumpió Rivera, asiéndolo de los hombros para estrellarlo en cuanta estructura quedara en pie a su alrededor —¡¿Vas a matarme, dices?! ¡¿Tú?! ¡Estúpido mocoso cagón! ¿Sabes en realidad de lo que estás hablando? ¿Sabes lo que es matar a una persona, todo lo que implica? ¡Yo sí lo sé, idiota! ¿Ó no te lo dijo tu novia? ¡He matado a miles de personas! ¿Crees que es algo fácil, como matar una mosca, una cucaracha? ¿Qué no te vas a ensuciar? ¡Pues déjame decirte algo, muchacho, no es nada bonito! ¡Así que será mejor que cierres el maldito pico si no sabes de lo que estás hablando!

    El Evangelion morado fue violentamente azotado contra el frágil piso, que terminó cediendo a todo el daño sufrido y colapsó por completo, engullendo a los dos combatientes para transportarlos unos cuantos niveles debajo de su posición original.


    Fue así que los dos jóvenes en batalla dieron alcance nuevamente al Eva Beta, que seguía labrando su camino hasta su objetivo final. Entre una lluvia de cascajo y otros despojos el Evangelion morado colapsó abatido a sus pies, en tanto que Zeta (ó lo que quedaba de él) se erguía al fondo, amenazante, colérico.

    —¡Tu noviecito no me duró ni para el arranque, ramera barata! ¡Y ahora sigues tú! ¡Ya estoy cansado de todo este mitote!

    El Eva Z se adelantó hacia donde permanecía la aberración que antes era Beta, listo para asestarle un puñetazo en el cráneo. Su carrera fue abruptamente interrumpida por la Unidad Uno, que se había levantado de improviso, clavando su cuchillo progresivo en el abdomen casi descubierto del Evangelion que piloteaba Rivera. Una nueva y abundante hemorragia se sumaba a la que el piloto tenía ya donde antes estaba su ojo.

    —¡Desgraciado infeliz!— rugió el infortunado muchacho enseguida de soltar un hondo alarido —¡¿Cómo… pudiste…?!

    —¿Sorprendido? ¡Y tú que decías que no me atrevería a ensuciarme! ¡Para que te quede bien claro, por el amor de mi vida soy capaz de esto y mucho más!

    —¡Loco bastardo, me estás colmando la paciencia!

    Para demostrar su punto, el rubicundo jovencito comenzó a forcejear con él para sacar la navaja que tenía fuertemente empuñada, queriendo quitársela. En el clímax de la pugna con un rápido y acertado movimiento sobre la muñeca del Eva violeta el piloto del modelo Especial terminó por quebrarle la mano, haciéndolo retroceder adolorido. Una patada en el rostro mandó de espaldas a Ikari lejos de su oponente, para que entonces Rivera pudiera sustraer el arma punzocortante de su costado. Justo a tiempo para recibir de lleno un poderoso golpe en el pecho por parte del Eva Beta, que le hizo volar varias placas de blindaje que cayeron regadas en el terreno. La criatura deforme entonces lo sujetó del cráneo y lo estrelló de cara en el suelo, acción que fue repetida algunas veces más para bajarle al muchacho los ánimos combativos.

    Aún tirado en el piso, el piloto del Eva Z logró colar una patada sobre la rodilla de su contrincante, lo que le hizo perder equilibrio y darle a él tiempo para reincorporarse. Shinji lo recibió entonces con un recto directo a la mandíbula, que lo hizo tambalearse varios pasos. Listo para derribarlo el joven japonés alistó un nuevo puñetazo, sólo que este último fue oportunamente atajado por el otro chiquillo. Teniéndolo bien sujeto del brazo, Zeta tomó impulso para estrellarlo en contra de la quimera astada que corría a su encuentro, frustrando así sus intenciones de intervenir en la pelea. Ambos cayeron, rodando sobre el campo de batalla, dándole tiempo al defensor del Geofrente de recuperar aliento. Y para darse cuenta del grave error que estaba cometiendo, al forzar el combate con dos oponentes a la vez. Mientras estos se incorporaban, casi a la par, se percataba demasiado tarde que en sus precarias condiciones, herido y sin blindaje, lo mejor hubiera sido enfrentarlos por separado. Fue su ira y la prisa por darle alcance a su supuesta pariente lo que le hicieron precipitarse en aquella nada ventajosa situación. Por lo menos para él, porque sus enemigos parecían congratularse por el hecho, acercándose a su contrincante por los costados como lobos en cacería.


    El primero en actuar fue Shinji abalanzándose sobre él como bestia carnicera. Zeta se encargó de contenerlo como pudo, pero mientras lo hacía descuidó su retaguardia, lo que aprovechó la joven piloto del Eva Beta para darle un fuerte empellón que lo derribó. Acto seguido, los dos amantes, en su papel de guerreros, se avocaron a flagelar a su víctima a punta de pisotones. Varios manchones de sangre comenzaban a adornar las inmediaciones, todos ellos provenientes del abatido Eva Z. Cansada, ó mejor dicho, aburrida de usar el mismo método de castigo, Luna optó por sujetar con su enorme garra el cráneo de su aturdido oponente y levantarlo sin que sus pies tocaran el piso, mostrando toda la magnitud del daño que su víctima había recibido.

    —Todo tuyo, amor— pronunció la joven con tono malicioso —Desquita toda la frustración que te hizo pasar este despojo…

    Ni tardo, ni perezoso, Ikari de inmediato lanzó un poderoso puñetazo que se plantó sobre las costillas del cautivo, cimbrándolo al igual que un saco de boxeo. Enseguida un nuevo cañonazo en forma de puño se alojó en el casco de aquel desvalido monigote. Cómo ráfaga de metralla, así se sucedieron uno al otro los embates de la Unidad Uno sobre su rehén, imposibilitado para defenderse y resignado a recibir de lleno todo el castigo que se le aplicaba, sazonado con el odio y resentimiento embotellados por quien sabe cuanto tiempo.

    —¡Muere, maldito, muere!— repetía Shinji como poseído, en tanto golpeaba con una saña asesina a su antiguo compañero de cuarto —¡Muérete y líbranos de tu presencia de una buena vez!


    En tanto, en el Dogma Central todos los espectadores atendían impotentes al sádico espectáculo de la inmolación de Zeta y de su piloto, Kai Rivera. No podían hacer otra cosa más que atestiguar como cada golpe del Eva 01 impactaba de lleno contra la inerme figura del Modelo Especial, tiñendo de rojo todo el campo de batalla con la sangre que salpicaba, como si se tratara ya sólo de un pedazo de carne.

    Las lágrimas rodaban por las mejillas de Misato ante tan funesta visión, sintiendo como si cada puñetazo se lo estuvieran dando a ella también.

    —¿Porqué, Shinji? ¿Porqué?


    Resoplando de manera casi orgásmica, el joven Ikari se alistaba para descargar su colérico puño sobre la vapuleada anatomía de Zeta. Coordinándose de forma impecable, el piloto de dicho robot aprovechó el cansancio del que comenzaba a hacer visos su ensañado oponente para liberarse dando un fuerte punterazo sobre la ingle del desprevenido Beta, con lo que consiguió hacerse a un lado a tiempo para que el fuerte puñetazo del Eva 01 se estrellara contra el cráneo del monstruo, en lugar del suyo. El casco de la abominación se fracturó por completo en tanto que su portador salía disparado hacia atrás con tal fuerza que terminó azotando contra uno de los muros limítrofes que marcaba el final de la extensión del cuartel y el inicio del subsuelo terrestre.

    —¡¡¡Sophie!!!— exclamó Shinji, despavorido.

    —¡Vaya que eres lento, muchacho! ¿Qué no recuerdas? ¡Su nombre es Luna!— pronunció Kai, haciendo acopio de fuerzas para descargar un severo recto sobre el rostro del Eva 01.

    Aprovechando la inercia del momento Zeta continuó con el asedio al Evangelion púrpura, sin darle espacio ni tiempo para recuperarse. Buscaba ponerlo fuera de combate antes que Beta se recobrara e interviniera de nuevo en la pelea. Para tal efecto cada golpe, cada patada llevaba consigo las fuerzas restantes del desvencijado Evangelion y la tambaleante voluntad de su piloto por mantenerse consciente.

    —¡Desgraciado hijo de puta!— bramó Ikari, rebelándose a sus designios cuando se le encaramaba como un simio rabioso —¡Hiciste que la lastimara! ¡Nunca te lo perdonaré!

    —¿De qué te extrañas?— preguntó Rivera, esforzándose por quitárselo de encima —Según las estadísticas, la violencia se presenta en 6 de cada 10 noviazgos entre personas de 15 y 39 años de edad… ¿te creías que eras algo especial ó qué?

    Sin tener éxito en sus intentos, el Eva Z cayó de espaldas con un enloquecido animal sobre de él, sediento de sangre. Los puños de la Unidad Uno ahora eran usados como garras que se aferraban y rasgaban los miembros de su adversario. Sus dientes eran todas las cuchillas que necesitaba para perforar y atravesar a su presa. La mente de Rivera, aún cuando estaba enfocada en encontrar la forma de quitarse de encima a su agresor, tuvo la desfachatez de remitirse hasta 1968, a la obra maestra del cineasta George A. Romero, “La noche de los muertos vivientes”. A eso es a lo que se había reducido su anterior compañero de armas: una entidad movida sólo por puro instinto y rabia, salvajismo en su más pura esencia, mucho más animal que humano.


    Sin tener intención de terminar como almuerzo de un monstruo caníbal sin alma, Kai sacó ventaja de que el Eva 01 estuviera entretenido encajándole el diente a su antebrazo derecho para recetarle un buen zurdazo sobre su sien desprotegida, que lo obligó a soltarlo. Acto seguido un rodillazo que de nuevo castigó su cráneo hizo retroceder aún más al desenfrenado pero aturdido Modelo de Prueba, dejándole espacio suficiente a Zeta para incorporarse.

    El contraataque fue casi instantáneo. En lugar de amilanarse y lamer sus heridas, el Eva 01 se volvió a lanzar sobre el enemigo como una fiera sanguinaria, sin importarle otra cosa que no fuera acabar y destripar a su adversario de la forma más dolorosa posible. Ningún proceso de pensamiento coherente determinaba entonces el rumbo de las acciones del robot púrpura, de lo que tomó nota Rivera y aprovechando que su atacante se le aproximaba sin guardia alguna juntó todas sus fuerzas para descargar un poderoso obús en forma de puño que arrancó de tajo la mandíbula completa de su agresor, que se desmayó en el acto. La quijada mecánica salió disparada como disco volador. El impacto fue tal que produjo una explosión sónica que se propagó por toda el área, ocasionando un nuevo derrumbe bajo sus pies que transportó al trío de artefactos hacia una profunda caverna de forma esférica.

    —Por fin lo logró— masculló el Profesor Fuyutski, resignado —Ha llegado a La Puerta del Cielo…


    El primero en ponerse de pie fue Zeta, quien mostraba las repercusiones de aquél último golpe al tener la mano completamente rota, casi deshecha, poniendo en evidencia el precio que tuvo que pagar para sacar de circulación al Eva 01. Nervioso, pero sobre todo agotado, echó un rápido vistazo a sus alrededores en busca de oposición, para encontrarse solo con una gigantesca pared de metal que se levantaba frente a él, mucho más alta e imponente que el mismo robot gigante, que en comparación se apreciaba insignificante.

    —¿Qué diablos esconden aquí?— preguntó el piloto, anonadado por la vista —¿A la mamá del Comandante Ikari?

    —¡Niño idiota!— contestó de inmediato el susodicho, levantándose de su asiento —¡Más te vale que no hayas dañado a la Unidad Uno, sino…!

    —¡Descuida imbécil, tu juguete no se rompió mucho y ya puse a dormir a tu bebé berrinchudo! Traté que no les pasara gran cosa, que es más de lo que puedo decir de mi persona— contestó Rivera, mostrando en pantalla todos los dedos de su mano derecha rotos y ensangrentados, además de todas sus otras heridas visibles a través del rango de alcance del monitor. La más sobresaliente, por supuesto, la cuenca expuesta que marcaba el lugar donde antes estaba su ojo.

    Antes que cualquiera pudiera santiguarse ó hacer algún comentario al respecto, el Eva Beta emergió de su aprisionamiento entre los escombros, incorporándose pesadamente y de igual forma dando muestras de los estragos producidos por la reyerta.

    —Maldición— pronunció lastimosamente la jovencita que piloteaba semejante esperpento, dándole también una rápida ojeada al ridículamente gigantesco muro frente a ella —No voy a poder abrir esta cosa yo sola y con el brazo roto…

    Al percatarse del desvanecimiento de su novio y en la imposibilidad de pedirle asistencia, no tuvo más remedio que pedir refuerzos a su guardaespaldas personal.


    Asuka, por su parte, se mantenía bastante entretenida picoteando con su lanza improvisada toda la región abdominal de la Unidad cero, que permanecía suspendida en el aire colgando del extremo de su cable umbilical que había alcanzado toda su extensión en ese inoportuno punto. Soportando atroces dolores psicosomáticos, que no por eso dejaban de ser dolores, la piloto de corto cabello azulado se esforzaba en alcanzar la clavija en su espalda para liberarse de la cadena en la que se había convertido el cordón que le aseguraba suministro eléctrico. Langley le impedía su propósito cada vez que perforaba su vientre con su desvencijada estaca, atravesándola como se haría con un pedazo de carne a las brasas.

    —Tu panza ya quedó como alfiletero— observó la desquiciada piloto del Eva 02 —Ahora, para el gran final, voy a abrir tu armatoste como pavo y sacarle todo su jugoso relleno. Quiero oírte chillar como cerdo cuando tu cuerpo quede destrozado entre los dientes de mi Evangelion…

    La afilada punta de su arma se enterró aún más en las entrañas del robot azul y comenzó a hacer palanca con ella, queriendo abrir a Cero como se destaparía a una simple lata de refresco. Ayanami forcejeó vacuamente, tratando de sustraer el objeto punzocortante de su interior, pero sus manos siempre resbalaban a diferencia del firme agarre que su enemiga mantenía sobre el arma. Era solo cosa de segundos para que la placa pectoral del Eva 00 quedara completamente expuesta y siendo así la piloto podría darse por muerta, al quedar al alcance del enloquecido gigante carmesí frente a ella que había amenazado con devorarla.


    No obstante, la salvación para la desvalida Rei llegó en la forma menos esperada, pues era la misma persona que en un principio maquinó su asesinato quien ahora intervenía para salvaguardar su vida.

    —¡Asuka, deja eso para después!— pronunció Luna apuradamente, cuando el monitor en la cabina de Langley desplegaba su ansiosa imagen —¡Necesito que vengas a ayudarme a abrir esta cosa, ahora mismo! ¿Oíste? ¡Te quiero aquí, en el acto!

    Con la sola contemplación de aquella muchacha todo el cuerpo de la jovencita europea quedó paralizado, como congelado en el tiempo. La expresión demente en su rostro se desvaneció en ese mismo instante para volver a mostrar un gesto frío, ajeno, distante. Una suerte de maniquí viviente.

    —Sí, Sophia— asintió la manipulada chiquilla con aire ausente y marcado tono mecánico, soltando sin más la lanza a la que se estaba aferrando como a la vida misma apenas unos segundos antes, dando media vuelta para acudir al llamado de su titiritera —Haré lo que me digas…


    Aún cuando no alcanzaba a entender del todo lo que había transcurrido para salvarle el pellejo, Ayanami sabía a la perfección que si Langley había desistido en su intento por destruirla y ahora se dirigía al gigantesco hoyo dejado por Neuville en su camino era precisamente para ir al auxilio de la susodicha. Y aún cuando no estaba del todo enterada de todas las incidencias en el otro frente de batalla, comprendía bien que Kai estaría en desventaja al combatir con las dos al mismo tiempo. Con determinación hercúlea hizo de lado todo su dolor y por fin desenchufó el cordón que la había tenido cautiva y a merced de la ansia asesina de Asuka, a quien dio alcance justo en medio de su salto al vacío, sujetándola por la espalda en pleno vuelo.

    —¡No vas a ir a ningún lado!— sentenció resueltamente la jovencita que vestía de blanco, mientras las dos caían sin control.

    Desesperada, la muchacha rubia se retorcía como pez fuera del agua, tratando de soltarse del agarre de su oponente. Pero por más tumbos y codazos que le diera, Rei no daba visos de querer soltarla.

    —¡No! ¡Déjame ir!— gritaba desaforada, pero a la vez casi suplicante —¡Debo regresar con Sophia! ¡Debo servirla y obedecerla!

    —¡Sólo escúchate!— le respondió la muchacha de cabello corto, estupefacta al oír esas palabras saliendo de la boca de la persona más arrogante que conocía —¡Esta no eres tú, y lo sabes! ¡Lo que tienes que hacer es recuperar la cordura, cuanto antes!

    —¡Cállate y suéltame, estúpida! ¡Sophia me necesita!

    Pese a todo el trabuco armado, y aún cuando lo hacían más lentamente, con tumbos y traspiés, ambas continuaban cayendo por el abismo, cada vez más cerca del fondo.


    En él, Zeta daba una senda patada en el rostro a su monstruoso oponente, derribándolo de momento.

    —¡Ya basta de estarte escondiendo detrás de otros, loca maldita!— reclamó Katsuragi cuando corría a encontrarla, recetándole otro puntapié en el cráneo —¡Esto se termina justo aquí, justo ahora! ¡Contigo y conmigo, sólo nosotros dos!

    Un zarpazo se incrustó sobre el costado del robot con la armadura destrozada, desgarrando piezas de metal corroído y tejido orgánico. Con esto Luna pudo ponerse en pie y mantener a raya a su enemigo, resuelto como nunca antes a terminar con su incursión. Un rápido intercambio de agresiones se sucedió al instante, con un rendimiento parejo de ambos contendientes. Al encontrarse ambos despojados de una de sus extremidades superiores, la disputa consistía principalmente en utilizar cabeza, codos y piernas para infligir daño al contrario, cuyo nivel se acrecentaba conforme el devenir de las hostilidades, al punto de llegar al borde del colapso total.


    Los dos titanes gladiadores se permitieron un momento de pausa, mirándose mutuamente de un extremo al otro de su arena, entre resoplidos de agotamiento físico y mental.

    —Al diablo con esto— repuso la chiquilla, dándole la espalda a la monumental “Puerta del Cielo” —Me cansé de jugar contigo, imbécil… Voy a matarte ahora mismo…

    Decidida a cumplir con su palabra, su brazo bueno sujetó su miembro fracturado, que era donde tenía instalada su espada forjada con la misma aleación que antes recubría al Eva Z. Soportando un agudo dolor apuntó la hoja justo en la dirección donde a duras penas se mantenía erguido el otro Modelo Especial, frente a ella.

    —Piensa muy bien lo que estás a punto de hacer, idiota— advirtió el joven Rivera, herido, cansado y a poco de entrar en estado de shock. Sabía muy bien lo que la muchacha pretendía y al escuchar el mecanismo de disparo de la navaja sus sospechas se confirmaron —Estás por entrar al punto del no retorno… si amenazas mi vida tenlo por seguro que me voy a defender, cueste lo que cueste, y no seré responsable de lo que suceda…

    —Es la historia de tu vida, ¿no, Teniente? Siempre buscando excusas para no hacerte responsable de tus actos, siempre tratando de justificarte por todo lo que haces… pues todo eso se acaba… aquí mismo…

    El extremo de la afilada hoja apuntaba directamente al pecho de Zeta, donde se encontraba alojado su piloto. Si el arma lo traspasaba, como seguramente lo haría ahora que ya no contaba con su formidable armadura, sería el final del camino para Kai Rivera. No había forma de alcanzar a Beta a tiempo para evitar el fatídico disparo. Sólo había una forma de detener el trayecto del arma y para lograrlo uno de ellos tendría que perecer. El muchacho peló los dientes, dando entonces un manotazo a los controles delante suyo, resignándose a lo inevitable.

    —Nos vemos en el Infierno, hijo de perra— masculló Luna entre dientes para luego hacer que su espada saliera volando por los aires, presta para rebanar a su odiado enemigo.

    La respuesta fue instantánea. Actuando meramente por impulso en una fracción de segundo el Eva Z alzó su mano izquierda, la que no estaba deshecha, y enseguida un violento raudal de energía carmesí salió expelido de ella, interceptando la hoja de metal en su vuelo. Una intensa explosión devino al encuentro, tragándose todo a su paso.


    El mundo se desdibujo y por un momento todo fue luz. Cuando el espectro lumínico recuperó sus niveles normales la escena revelaba a Zeta tirado boca arriba, con la punta de la espada encajada sobre su pecho, las placas de blindaje que lo recubrían regadas por todo el piso, hechas pedazos. Todos en la sala de controles perdieron el aliento, formándose un hueco en sus estómagos al temer que lo peor había sucedido. No obstante, el trémulo movimiento que empezó a sacudir al Evangelion postrado despejó enseguida cualquier miedo. El piloto, aunque malherido, continuaba con vida.


    Que era mucho más de lo que lamentablemente se podía decir de Luna. Quién sabe cómo, el Eva Beta se mantenía en pie en medio de tanta devastación. Pero solamente de la cintura para abajo. Todas las demás partes de su cuerpo, incluida la cápsula que alojaba a la piloto en su interior, habían sido desintegradas por completo, carbonizadas. Los bordes irregulares cauterizados que coronaban aquellos miembros desamparados y el manchón humeante que se formó en el acceso blindado (que aún había resistidoel grueso la descarga) tras de ellos daban cuenta del curso que tomó el torrente destructivo para vaporizar toda la parte superior del infortunado Evangelion. Los integrantes de NERV que presenciaban aquella terrible estampa se quedaron sin habla. Esa vez no había festejos ni suspiros de alivio al alcanzar la victoria. Solamente una horrible sensación de vacío y un amargo sabor de boca. Una jovencita a la que muchos de ellos habían llegado a estimar como una querida amiga había dejado de existir, no sin antes llevarse a varios cientos de compañeros junto con ella, sin ninguna razón aparente más que el caos y la destrucción por sí mismos. Sus verdaderos motivos aún permanecían inciertos.


    Afuera, en la superficie, la tormenta no amainaba. La furia de los cielos se desataba en forma de una tempestad atípica que poco le hacía falta para convertirse en tifón, con sendos y continuos relámpagos que estremecían todo a su paso.

    Posado en la azotea de uno de los edificios sumergibles de Tokio 3 al Doctor Demian Hesse no le importaba mucho sufrir las inclemencias del mal clima que se abatía impecable sobre él. Se encontraba inmerso en uno de sus típicos lapsos de meditación taciturna. Su atención y pensamientos estaban fijos en un punto indeterminado bajo sus pies, a varios kilómetros por debajo de la superficie. Sabía bien que su leal agente, Luna Rivera, a la que él mismo había entrenado y preparado desde que era una niña pequeñita, había muerto a manos del enemigo. Pero si ello le causaba algún pesar su pétreo rostro no lo demostraba de manera alguna. Por el contrario, su atención continuaba fijamente ininterrumpida sobre el subterráneo campo de batalla, expectante al parecer de algo que todos los demás desconocían.

    —"Ser o no ser, esa es la cuestión: Si es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera Fortuna o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro. Morir: dormir, nada más. Y si durmiendo terminaran las angustias y los mil ataques naturales herencia de la carne, sería una conclusión seriamente deseable. Morir, dormir: dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo; pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno ya libres del agobio terrenal, es una consideración que frena el juicio y da tan larga vida a la desgracia”— recitó a Shakespeare para sí mismo con su distinguido tono en medio del estruendo de la precipitación diluviana —Adiós, mi preciosa Luna… hasta nunca, Eva Z… despídete de tu existencia, Kai Rivera…


    —Maldición… maldición…— musitaba una y otra vez Kai lastimosamente, cubiréndose el rostro al querer borrar de su mente la macabra imagen de lo que quedaba de Beta, la prueba de su más reciente asesinato. Aún cuando hubiera sido en defensa propia, sabía que lo que acababa de perpetrar no podía catalogarse de otra manera que no fuera un homicidio. Y si bien ya había matado antes a bordo de su Eva, aquella vez no eran solamente rostros perdidos en una muchedumbre asustada, sino que se trataba de alguien a quien había conocido, con quien había convivido y que pudiera haber sido su última pariente con vida —Maldición… ¡Maldición!

    Desconsolado, reunió todas sus fuerzas para quitarse la navaja de encima, arrojándola lejos. Aunque su contraataque tuvo la fuerza suficiente para carbonizar a su contrincante y frenar el impulso de aquella hoja de metal, no pudo impedir que su punta se le clavara, fracturándole el esternón en lugar de atravesarlo por completo. Sin embargo en esos momentos el muchacho parecía hacer caso omiso del tremendo ardor que sentía en el pecho cada vez que respiraba, más preocupado por lidiar con la terrible culpa que lo aquejaba. Era una de esas ocasiones en las que quería desesperadamente romper en llanto, pero por más que lo intentara las lágrimas no acudían a él, negándosele el desahogo que pudieran proporcionarle. Solamente podía dejar escapar de su garganta unos hondos alaridos, amalgamas de pesadumbre, ira y frustración.

    —¡Maldita seaaa!

    ¿Cómo es que podría verse al espejo, de ahora en adelante, a sabiendas que era un asesino? Un asesino horriblemente desfigurado, por cierto. A partir de entonces nada podría volver a ser lo mismo. Y aún cuando siguiera respirando, comprendía que su vida anterior a aquel suceso había llegado a su fin. Tal y como se lo había dicho a su difunta prima, había traspasado el punto de no retorno.

    Tan ensimismado se encontraba revolcándose en su miseria que ninguna atención puso a lo que transcurría a sus espaldas. Las solitarias piernas de Beta habían caído al suelo, víctimas de la gravedad y una vez ahí una insólita reacción comenzó a suceder en el muñón que antes era su cintura. Primeramente fue algo imperceptible pero en cuestión de instantes se hizo evidente como los tejidos cercenados empezaban a estirarse como si tuvieran vida propia. Varias delgadas ramificaciones empezaron a emerger de los despojos del Evangelion, formando rápidamente estructuras que devinieron en apéndices, órganos y miembros. Una nueva espina se formó, de donde salió un nuevo par de brazos, cuello y una alargada cola reptilesca. Un par de alas de cuero se desplegaron como velas al viento, originándose en la recién formada espalda encorvada del nuevo ente generado (ó degenerado) espontáneamente. Las placas de metal recubriendo las piernas no resistieron más, estallando en pedazos, revelando unas garras que habían transmutado en lugar de pies, despojándose así del último vestigio que conservaba de su anterior naturaleza robótica. Una cabeza deforme con largos cuernos coronó el extremo superior de la entidad, culminando así la inusitada transformación.


    De nueva cuenta, oficiales y técnicos en el Dogma Central observaban perplejos, sin habla, el inusitado suceder de las acciones. Solamente Misato, en su afán de proteger al ser amado del peligro, atinó a lanzar una sonora, pero tardía advertencia al piloto de la Unidad Z.

    —¡Cuidado! ¡Detrás de ti!

    Sobresaltado, el muchacho salió de su estupor para voltearse tan rápido como pudo y apenas vislumbrar con el rabillo del ojo a la deforme criatura que había emergido a sus espaldas. Eso, y un intenso destello in crescendo que se originaba en el hocico de la abominación fue lo último que pudo ver. Ni el Eva ni el piloto pudieron hacer gran cosa para evitar ser alcanzados de lleno por una cruenta ráfaga despedida desde las fauces de semejante esperpento. El sucesivo estallido volvió a cegar a todos los testigos, quienes recuperaron la visión momentos después de extinguido el fenómeno. Un camino en llamas indicaba el trayecto de la descarga. En medio de éste, regadas por toda la superficie, yacían las pruebas fehacientes de sus consecuencias.


    La subsecuente reacción de horror generalizado fue compartida unánimemente por los espectadores. Los ojos abiertos de par en par amenazaban con salir de sus órbitas, las pupilas completamente dilatadas. Paralizados en sus lugares, un grito de terror se mantenía ahogado, expectante, en las gargantas del público, tan impresionados como se encontraban. Y en la ínfima partícula de tiempo que constituía un solo breve instante, la Mayor Misato Katsuragi vio condensada toda su vida al lado de su protegido. Desde la terrible noche que sus padres fallecieron, la batalla legal que tuvo que atravesar por hacerse de la custodia del niño, todos esos años juntos que tuvo que sortear entre la escuela y el trabajo para poder verlo crecer, noches completas en vela sin hacer otra cosa que comer y jugar videojuegos, el abrasante sol bajo el cual se desarrollaban los eventos deportivos en los que el chiquillo tanto gustaba participar, la sonrisa tan cálida en el rostro de aquél niño que empezaba a hacerse hombre, la primera vez que se tuvieron que separar por un largo periodo cuando partió a completar la tarea de su padre y construir al Eva Z, su apresurado regreso a Japón, la primera vez que piloteó a Zeta e hizo uso de sus extraños poderes, las sucesivas peleas con la galería de fenómenos que amenazaban destruir al mundo, el rompimiento con Rei, su pelea con Asuka, su inesperado noviazgo con la misma Asuka, su partida a la guerra en Medio Oriente y su eventual regreso, abatido y derrotado, esa última fiesta en Nochebuena, su agonía al ser vencido por la Segunda Oleada de ángeles, su pelea con Sophia/Luna, su pelea con Shinji… y finalmente la visión que tenía delante suyo… los restos calcinados del Eva Z, esparcidos por todo el chamuscado piso. Pedazos de metal retorcido y materia orgánica quemada regados por doquier, sin guardar un solo rastro de su forma original. El Evangelion más poderoso de todos, el que antes se creía era indestructible ahora sólo era un reguero informe de chatarra humeante. Y su joven piloto, que tantas otras veces había burlado al destino y había logrado lo imposible estaba… estaba… ¡muerto!

    Antes de entregarse al escape del dulce abrazo de la inconsciencia la mujer llevó las manos a su rostro, encajándose sus propias uñas sobre las mejillas como para cerciorarse que no se trataba de alguna alucinación, de lo que dieron cuenta los finos hilos de sangre que corrieron a lo largo del recorrido que hicieron sus dedos sobre su rostro. El angustiante grito que dio antes de colapsarse sobre el duro piso, desmayada, fue el único sonido que se escuchó en todo el cuartel durante aquel momento:

    —¡¡¡KAAAIII!!!


    “O Fortuna, velut luna / Oh, Fortuna, como luna

    statu variabilis, / de estado variable,

    semper crescis aut decrescis; / siempre creces o decreces,

    vita detestabilis / vida detestable.


    Nunc obdurat et tunc curat / Ahora ataca, ahora aplaca

    ludo mentis aciem; / como juego, la mente;

    egestatem, potestatem / la pobreza, el poder

    dissolvit ut glaciem. / como el hielo disuelve.



    Sors immanis et inanis / Suerte ingente e inerterota

    tu volubilis; / tú, rueda voluble;

    status malus vana salus, / mal estado, vana salud,

    semper dissolubilis. / siempre soluble.



    Obumbrata et velata / Ensombrecida y velada

    mihi quoque niteris; / también me amenazas;

    nunc per ludum dorsum nudum / ahora por tu juego perverso

    fero tui sceleris. / el torso desnudo llevo.



    Sors salutis et virtutis / La suerte, en la salud y la virtud

    mihi nunc contraria, / ahora para mí (es) contraria,

    est affectus et defectus / es afecto y carencia

    semper in angaria. / siempre dispuesta.



    Hac in hora, sine mora / En esta hora sin demora

    cordae pulsum tangite, / toquen el latir de la cuerda,

    quod per sortem sternit fortem, / pues la suerte derriba al fuerte,

    mecum omnes plangite. / conmigo todos lloren.”


    Carmina Burana

    “Fortuna Emperatrix mundi”
     
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