Microrrelato De roedores y calabozos

Aclaro que si bien no es algo demasiado explícito, el escrito puede causar... algo de repulsión para la gente sensible.

Dicho esto, les agradezco la lectura, es para la actividad "Affectum". Saludos~

De roedores y calabozos.
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Él la trajo aquí hace tres semanas. Recuerdo cómo suplicaba piedad, cómo con todas sus fuerzas intentaba zafarse de su agarre. Pero una simple joven cómo ella no podía con algo como él. Yo lo sé, llevo tiempo observando sus actos y siempre es igual; Nadie nunca escapa.

Recuerdo cómo fue, la trajo arrastrando y la arrojó a una de las jaulas libres de esta prisión. La observaba con deseo, más a que a cualquier otra, podía notarlo, su mirar era completamente diferente a las tantas mujeres que ha traído aquí. Y no voy a mentir, incluso a mí me provocó algo distinto, no sé exactamente qué pero me hizo actuar; Aquella niña era especial, tanto para él como para mí. Luego de tanto tiempo como observador, finalmente me hice partícipe de aquello.

La primera noche fueron sólo gritos, desesperación. Traté de acercarme pero sólo conseguí alterarla más, así que esperé paciente a que estuviera lista. Fue recién al quinto día que ella me buscó, fue hasta mi escondite y suavemente me tomó entre sus manos ya sin miedo. Nunca había sentido algo así, aquel calor me envolvió por completo, me hizo feliz. Olfateé sus manos y por primera vez la vi sonreír; fue mágico.

Cada día a partir de aquél fue así, ella me buscaba o yo acudía a ella. Siempre a escondidas de él, a sus espaldas. Éramos como Romeo y Julieta, escondiendo aquél amor prohibido que desbordaba sus corazones. Pero la magia duró poco.

—Ayudame, por favor… —fueron sus últimas palabras antes de que el brillo de sus ojos se apagara por completo. Aún resuenan en mi mente, y aunque quiera no puedo llorar pues soy lo que soy.

Camino por sus ahora inmóviles piernas, las siento frías. Están blancas como marfil, mezclado con el verde de la putrefacción y el negro de su sangre. Las huelo, las recorro junto con el resto de su cuerpo, terminando en sus manos, las cuales a pesar de todas sus heridas están casi intactas. Las admiro un instante, pero al final me rindo ante mí y hundo mis dientes en su carne, arrancándole un pequeño trozo.

Y es ahí cuando siento el miedo. No a la muerte, ni a lo que pueda sucederme si él me viera, al contrario, desearía que acabe con mi patética existencia, lo que me atemoriza es lo que soy. Estoy aquí, deseoso de su carne, de alimentarme del mismo ser que me cuidó y que incluso llegó a considerarme su amigo. Veo sus verdes ojos entreabiertos y no lo soporto más. Corro a mi madriguera y me quedo allí, muriendo de culpa pero sin poder morir realmente. No quiero salir, no quiero volver a verla. Ojala se la llevara para siempre. Porque sé que si no es así lo que temo volverá a ocurrir, cuando el hambre regrese, buscaré saciarlo en ella como la asquerosa rata que soy.