Bueno antes de nada decir que esto es un fanfic de la saga de Crónicas de la Torre de Laura Gallego, y que lo he diseñado como una continuación de esta, que sucede diez años después del último libro de la saga: "La llamada de los muertos". Puede leerse igual desconociendo la saga porque introduzco nuevos personajes y presento los hechos más importantes tanto de la trama anterior como de los antiguos personajes, pero por el mismo motivo hará spoiler a quienes pretendan leérsela o estén en ello. Nota: Si no habéis leído la saga al principio del capítulo tres encontrareis en azul y violeta unas pequeñas aclaraciones acerca de los personajes y el mundo para que no os perdáis :) Sinopsis: Diez años después de la muerte de Dana, a la torre, escuela de alta hechicería situada en el Valle de los Lobos, llega la noticia de una nueva profecía. Sus moradores, tanto los que siguen vivos como los que ya han muerto, se verán involucrados en la última partida de ajedrez de la voluntad contra el destino. ¿Vencerá el amor o el odio? ¿La valentía o la muerte? Profecía: “Se cierne una amenaza sobre nuestro mundo. Cuando las sombras de aquellos que cayeron en la nada avancen hacia nosotros, las grandes fuerzas que se hundieron en el momento resurgirán reencarnadas. Se establecerá entonces, el último puente entre la tierra y el otro lado y solo él y quien sea capaz de ver en la lejanía nos podrán guiar en el instante final en el que los muertos traten de volver a nosotros para unir realidad y más allá en las mismas tinieblas.” Presagio anual de Qeela sobre el reinado de la reina Nawin, en el septuagésimo aniversario de su coronación Prólogo- El reencuentro. Aquella noche había tormenta. En el cielo de nubes negras amenazantes brillaba de vez en cuando algún rayo y la lluvia resbalaba como riachuelos por la ladera pedregosa de la montaña. El extranjero avanzó lo más cerca posible de ella para evitar acercarse al borde del embarrado camino que desembocaba en una caída de cientos de metros. El frío arreciaba y la ventisca era intensa así que se cubrió aún más con la empapada capa. No era una buena noche para estar fuera de casa, por suerte la posada debía de estar cerca, se dijo. En efecto, a la vuelta del camino descubrió una casa solitaria casi colgando de la escarpada pared del precipicio. No era un buen lugar para establecer una posada teniendo en cuenta que se situaba a varios quilómetros del pueblo pese a lo que varias carretas y caballos se encontraban en la entrada. El extranjero sonrió por debajo de la capucha. Ciertamente la gente que frecuentaba aquel lugar solía tener motivos para no dejarse ver. El individuo avanzó con soltura entre las monturas y se detuvo dudoso ante la puerta pero decidió mirar por la ventana antes de entrar. En el interior algunos hombres bebían con salvaje alegría y otros discutían o bailaban en medio de la embriaguez. Aquel no era el caso de Roldar, él había venido a jugar, sí. Nada mejor que llenar el bolsillo con una buena partida de cartas, pero aquel día no había tenido mucha suerte. Entre sus contrincantes había varios jugadores habituales cuyas habilidades y argucias conocía bien, pero también se encontraba entre ellos un joven llamado Harald de quien se decía que había hecho un trato con el diablo. No jugaba muy a menudo, pero nunca había perdido una partida cuando lo hacía. Ganaba todas las apuestas milagrosamente y conseguía siempre las mejores cartas. No importaba lo arriesgado que fuese, Harald apostaba todo su dinero y siempre acababa llevándoselo de nuevo junto con el del resto de los jugadores. Algunos aseguraban que jugaba poco para que la gente no lo acusase de brujo y las malas lenguas añadían que cubría siempre su mano izquierda con un guante porque temía que viesen en ella la marca de su pacto demoníaco. Roldar suspiró y se recostó en la silla. Acababa de perder la mitad de su jornal en aquella jugada. -Creo que debería dejarlo. Mi mujer se enfadará si os regalo el poco dinero que me queda. -Bobadas. –replicó otro. –Todavía queda mucho por jugar. Además, ¿quién sabe? -le guiñó el ojo. –Tal vez seas tú el afortunado que logre hoy por fin, robarle la fortuna a nuestro querido Harald. -No estéis tan seguros. –sonrió mordazmente él. – Todavía no ha nacido en este condado nadie capaz de ganarme. -Puede ser, -le dio la razón un anciano jugador mirándolo misteriosamente. –Al último hechicero lo ejecutaron en la plaza del pueblo hace cerca de veinte años. Toda la mesa estalló en sonoras carcajadas y alguien bromeó: -Uy Harald yo que tú vigilaría mi cuello. -No le hagas caso, el viejo Toby no sabe lo que dice, -contrapuso otro. – pero he de reconocer que yo también tengo curiosidad por saber lo que ocultas bajo ese guante. –señaló. Esta vez fue el chico quien sonrió con misterio y empezó a repartir las cartas con su mano izquierda para incrementar la tensión. La partida prosiguió como de costumbre y Roldar tuvo que lamentarse otra vez al perder de nuevo en otra jugada. -Se acabó. –sentenció cuando tras un largo rato todos los jugadores se acabaron retirando hasta quedar solo él y Harald. -Te quedan ya solo dos monedas, carcamal. ¿Qué más te da probar suerte?-lo instó el de al lado. -Me da que son dos monedas más que voy a perder y que mi Hannah se va a enfadar mucho. -Tal vez sea hoy tu día. –volvió a insistir el de antes. Roldar miró al supuesto brujo y advirtió, al igual que el resto, que aquel día, pese a haber ganado hasta ese momento, parecía mucho más disperso de lo normal. Suspiró con fastidio: -Está bien pero tú cargas con la culpa del enfado de mi mujer si vuelvo a casa sin nada.-se volvió hacia Harald-¿Con cuánto vas? -Con todo, como siempre. –respondió él distraído, con la vista perdida mucho más allá, dirigida hacia el cristal de una de las ventanas de la posada. Roldar colocó sus dos monedas encima de la mesa y organizó sus cartas y, cuando ya daba por hecho que iba a perder, descubrió que su jugada había sido mejor que la de Harald. Toda la mesa estalló en aplausos y exclamaciones. Roldar sintió que se quedaba sin aire. -¡No me lo puedo creer!-soltó el que estaba a su lado.-¡Roldar has ganado a Harald! ¡A Harald! ¿Sabes lo que significa? ¡Iba con todo! ¡Acabas de duplicar el dinero que ganarías en un año! Jajaja cuando se lo digas a tu mujer… Se giraron para mirar a Harald pero este no parecía siquiera haberse enterado de lo que acababa de pasar. Sus ojos continuaban fijos en la ventana. Parecía muy pálido. -¿Pasa algo? ¿Te encuentras bien?-le preguntó uno de sus compañeros. El joven pareció despertar de un sueño. -Ah, sí, sí, estoy bien. –se ajustó el guante de la mano izquierda mientras miraba de nuevo hacia la ventana. –Disculpad, tengo que irme. Se levantó rápidamente ante la mirada perpleja de sus amigos y se dirigió hacia la puerta que daba a los establos en vez de salir por la puerta principal. Justo entonces, esta se abrió y apareció un hombre encapuchado chorreando agua. Los paisanos observaron recelosos como se les acercaba. -Tú, él hombre que estaba jugando con él, -dijo dirigiéndose a Roldar-¿ adónde ha ido el chico? -¿Harald decís?-dijo Roldar. -El chico del guante en la mano izquierda. -Harald. –afirmó Roldar. -Sí, Harald luego, si lo llamáis así. –sonrió el hombre desde las profundidades de su capa. -¿Decís entonces que Harald no se llama realmente así? –preguntó el anciano Toby mirando al extranjero sospechosamente. -Calla, Toby. –lo reprendió un jugador fortachón mientras miraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados al desconocido. -¿Para qué lo buscáis? ¿Qué queréis de nuestro amigo? -Eso no es asunto vuestro. –respondió el extranjero. -¿Dónde está? -No os lo diremos antes de que no nos digáis qué le queréis.-le replicó pero un movimiento insconsciente de sus ojos hacia la puerta del establo le reveló al desconocido lo que quería saber y sin más dilación empujó a un paisano que se encontraba en medio y dejó atrás la taberna. El establo de madera y aspecto decrépito estaba prácticamente vacío a excepción de dos caballos situados al fondo, pero el extranjero sabía que era una impresión engañosa. Movió una mano en el aire y susurró unas palabras en lenguaje arcano y entonces pudo advertir la figura del muchacho que se cobijaba entre la paja. Este trató de correr hacia la salida pero la puerta del establo se cerró sola ante sus narices. -A lo mejor creíste que podrías engañarme con un hechizo tan burdo. Entonces es que no me conoces bien. Pero te aseguro que ahora tendrás que explicarme lo que está pasando. –susurró. El chico se volvió hacia él: -No sé quién eres, ni de qué estás hablando. Déjame marchar. -¿No sabes qué los hechizos de mimetismo del libro del la tierra son perfectamente superables para un archimago? –dijo haciendo ondear la capa para mostrar debajo de ella los pliegues de una túnica dorada. Harald palideció al verla pero insistió: -No soy un hechicero y no entiendo de qué me estás hablando. El archimago pareció reírse: -¿Quién eres pues? -Harald. –respondió él. -Por supuesto, solo eres un pueblerino que ha venido a gastarse su dinero en juego y bebida. –su voz adquirió un matiz más irónico. –Supongo que esos inocentes amigos tuyos están absolutamente convencidos de que te llamas así y de que no conjuras las cartas para robarles el dinero. Los ojos verdes del joven relucieron desafiantes pero no respondió. -Creo que te equivocas de persona. –afirmó con aplomo. Debajo de la capa el hechicero esbozó una media sonrisa. -Yo creo que no. ¿Qué ocultas debajo de ese guante, Harald? Harald trató desesperadamente de retroceder pero el archimago lo acorraló contra la pared y a pesar de que el chico se revolvió como una anguila logró sacarle el guante de cuero negro. El hechicero observó con expresión triunfal la mano deforme y con la carne abrasada que quedó a la vista. Se alejó un poco y contempló pensativo al joven que sentado contra la pared del establo, sobre la paja, miraba al suelo con una extraña expresión en el rostro. -Parece que al final no me equivocaba, Harald. –susurró el encapuchado. –¿o quizás debería llamarte…? Él levantó la cabeza y se incorporó con brusquedad y alarma: -¡No lo digas! ¡No digas ese nombre! ¡Ya no soy él! ¡Ya no me llames así! –chilló salvajemente. El archimago lo miró largamente: -¿Pretendes hacer como si nada hubiera pasado? -Pretendo olvidar y empezar de nuevo, por eso he venido aquí. Por eso me he buscado otro nombre y otra identidad. –susurró débilmente antes de dejarse caer de nuevo sobre el suelo. -Es un error tratar de huir del pasado. -¿Has venido para decirme eso? –replicó con fiereza el chico fulminándolo con la mirada. El rostro del hechicero se endureció: -No. He venido para que me expliques por qué están pasando algunas cosas. Y no pienso irme hasta que lo hagas. -¿Qué cosas? –arqueó una ceja el joven con curiosidad. -Quiero que me digas donde está Dana. El chico soltó una carcajada pero se calló al ver el amago de hacer un hechizo que hacía su interlocutor. Suspiró: -Como si lo supiera. -Estoy seguro de que lo sabes. Alzó la cabeza y lo miró con rebeldía: -Y aunque lo supiera, ¿por qué iba a decírtelo? Ni siquiera te conozco. El hechicero volvió a sonreír por debajo de la capucha. -En eso te equivocas, sí que me conoces. Harald lo miró con nuevos ojos. Era cierto que la voz del encapuchado le resultaba conocida, muy similar a la de un chico que había sido compañero de estudios de él, una vez, pero la personalidad no se correspondía. El aprendiz que él recordaba era un amante de los libros, pacífico y sosegado; un poco inseguro a veces y, la actitud del hombre que se encontraba delante de él no cuadraba demasiado con él perfil. -Tal vez, mejor así. –dijo el archimago mientras se quitaba la capucha mostrándole su rostro. Y entonces Harald supo que su intuición había sido correcta. No era fácil reconocerlo porque el tiempo había pasado más por el archimago que por él. Había perdido todo el cabello y lucía una cabeza totalmente lampiña; debajo de sus anteojos se acentuaban además, las ojeras. El archimago lo miró con seriedad: -¿Contestarás ahora a mis preguntas? ¿Me explicarás dónde están Dana y Shi-Mae? Y sobre todo, ¿Por qué demonios… estás… vivo? Pero Harald seguía demasiado impresionado para procesar lo que acababa de decirle el hechicero: -¿Conrado? –quiso asegurarse. El hechicero asintió y añadió lúgubremente: -Volvemos a encontrarnos… Morderek.
Supongo que el final del prólogo ha debido de ser un poco shock para algunos, ya que alguno de los individuos que aparecen deberían estar muertos... iréis descubriendo el por qué poquito a poco porque me gusta mantener la intriga. En este capítulo todavía no aparecerá la torre, sino en el siguiente, pero aquí presentaré a varios personajes que van a ser muy importantes y abriré muchos más interrogantes y misterios en la trama. Veo que ha habido alguna visitilla al fic, me haría mucha ilusión que la gente que lo leyeseis me dejaseis un comentario. Sé que da pereza pero con unas poquitas palabritas vuestras y un minutillo de vuestra vida, me daréis una opinión para mejorar y animarme a continuar publicando esta historia. Un beso!! I-Presentimiento. La muchacha cogió unas moras del arbusto y se las metió en la boca, acto seguido se llenó los faldones con otras cuantas mientras sonreía consciente de estar haciendo una trastada. La que la seguía la increpó: -¡Serás bruja! ¡No me has dejado ninguna! La muchacha contuvo la risa con la boca a rebosar y su compañera trató de empujarla en muestra de reprobación, pero la joven saltó aterrizando sobre un charco y manchándose con las salpicaduras su remendado vestido blanco. -Eres un desastre Vanessa…. –le susurró la otra. -Ya estaba sucio Angie. –se excusó la aludida antes de seguir saltando alegremente a lo largo del camino. Su amiga la siguió con un suspiro. Delante de ella Vanessa silbaba una canción mientras sus pies desnudos se desplazaban entre las zarzas y las piedras sin llegar a rozarlos, con la seguridad que da haber hecho ese trayecto cientos de veces. Finalmente se detuvo en un verde prado en la ladera de la montaña donde pastaban algunas ovejas distraídas y se dejó caer de espaldas sobre la hierba. Angie se sentó a su lado. -¿Qué tenemos hoy? –preguntó Vanessa estirándose sobre su colchón vegetal. Angie frunció el ceño y abrió los fardeles que llevaba: -No mucho. Tres manzanas, un pedazo de queso, una hogaza de pan y… -su rostro se iluminó- el trozo de pastel que robamos en el mercado –añadió. -Dame un trozo. –le pidió la niña. Angie la miró con severidad y los brazos en jarras: -No pienso permitir que te lo zampes todo en un minuto como hiciste la última vez. Sobre todo, si tenemos en cuenta que hoy casi nos pillan. Vanessa se encogió de hombros, se recostó de nuevo sobre la hierba y cerró los ojos. -Yo no tuve la culpa, fue de Rainius. –susurró. -Ya, -replicó su amiga. –La culpa no es nunca tuya sino de tus fantasmas. -Rainius no es mi fantasma. –replicó ella casi dormida. –Él es un espíritu libre, hace lo que le viene en gana, se va y vuelve cuando quiere. -¡Pero tú me dijiste que Rainius era de fiar! ¡Qué vigilaría si venían los dependientes mientras nosotras robábamos! –chilló histérica Angie. Vanessa resopló, desistió de dormir y se sentó: -Y estuvo vigilando pero cuando los vio volver y quiso darnos la señal de huida yo estaba con las manos en la masa y tú no lo viste ni oíste. -Naturalmente. –replicó Angie. –¡Yo no soy la que ve a los fantasmas! -Cierto. –concedió la muchacha mientras comenzaba a trenzarse la rizada cabellera oscura –Tú eres la que ve visiones, así que, -giró la cabeza para mirarla burlonamente. –deberías de haber visto que el dependiente iba a volver. ¿No? Angie bufó, pero no contestó y se dejó caer de espaldas al lado de su mejor amiga. Las dos formaban un dúo peculiar. En aquella zona del norte donde cualquier individuo extraño o posible brujo era quemado en la plaza del pueblo y donde todos los campesinos y comerciantes desprendían el mismo olor a mediocridad y vulgaridad, las dos niñas huérfanas de la calle habían descubierto a edad temprana que eran diferentes y que, si querían sobrevivir, tendrían que cubrirse las espaldas la una a la otra. Quitando ese detalle no tenían más en común. Vanessa tenía el cabello oscuro hasta la cintura con tendencia a ondularse y formar tirabuzones, además su piel amarronada y tostada la diferenciaba de los habitantes del lugar. Su familia había llegado de un reino humano del sur pero los crudos inviernos y las enfermedades habían terminado por llevárselos a todos antes de que alcanzara siquiera los diez años de edad. Sin embargo, no parecía demasiado marcada por ese hecho. Era una chica de sonrisa brillante y dulce y que siempre se encontraba bailando, riendo y cantando. La gente le tenía mucho aprecio y la reconocía fácilmente al ver su silueta, embutida en aquella especie de camisón blanco que acentuaba su delgadez, saltar con aparente volatilidad por las calles y por los prados. Por supuesto, todos ellos ignoraban que más allá de las apariencias Vanessa no era una chica como las demás. Lo que solo ella y Angie sabían, era que, a diferencia del resto de los mortales, Vanessa podía ver y hablar con los muertos y que sus amigos en aquel otro plano eran “sus fantasmas” que como Rainius no tenían ningún reparo en ayudarlas en su quehacer diario. Si bien, a Angie, la idea de trabajar con almas en pena le resultaba, además de escalofriante, incómoda. Ella no podía verlos ni escucharlos y cada vez que su amiga le transmitía un comentario o una pregunta de alguno Angie tenía que responder mirando al espacio vacío donde supuestamente se encontraba el fantasma. Por no hablar de que como no podía verlos siempre temía parecer descortés al atravesarlos sin querer. Y es que ante todo Angie odiaba no ver, porque en ello consistía su don. Angie podía ver lo que los demás no podían. No solo lo que estaba sucediendo en frente de ella o en la otra punta del mundo en el presente, sino también en el pasado y el futuro. Aquello hacía que a algunas personas les pareciese un poco prepotente porque actuaba siempre en conocimiento de muchas cosas que ellos ignoraban. Aparte, de que era, cuanto menos extraño, que la chica estuviera enterada de todos sus secretos celosamente guardados. Sin embargo, a diferencia que con el don de su amiga, sí había gente enterada de la capacidad adivinatoria de Angie que no dejaba de aprovechar la ocasión de ganar algunas monedillas prediciendo a algunos campesinos si la cosecha sería buena o mala, si el bebé sería niño o niña o si llovería el día de la feria. De hecho, el comerciante que les daba alojamiento en su desván lo hacía a cambio de que la chica predijese las fluctuaciones en los precios, la oferta y la demanda, la presión de la competencia o en qué mercado vendería más sus productos. Sin embargo, probablemente, si el campesino hubiera conocido el funcionamiento del don de Angie las hubiera echado sin contemplaciones de su buhardilla, porque en realidad la mitad de las veces la chica se inventaba sus presagios. Angie le había explicado una vez a Vanessa en que consistía “visionar”. Le había contado que las predicciones y las visiones eran continuas pero podía ignorarlas si así lo deseaba. “Es como estar en una de esas fiestas que celebran los nobles. Estás en un salón lleno de gente y toca una orquesta pero tú no le prestas atención porque estás hablando con el emperifollado marqués. Sin embargo, en un momento dado suena tu melodía favorita o decides simplemente que deseas bailar y entonces prestas atención a los instrumentos. La música ha estado sonando toda la noche pero realmente antes no la oías” De esa forma si Angie oía con atención podría saber que la vecina había ido a llevar a las ovejas a pastar o que la vieja Baluea se encontraba preparando la cena. Saber el futuro y el pasado ya era algo más complicado y que apenas daba controlado. A veces, al mirar a las personas le sobrevenían intuiciones como que una trabajaba de comediante o que otra era muy violenta porque su tío le había pegado en la niñez. Pero con el futuro todo cambiaba. Angie no podía limitarse a escuchar por si captaba algo interesante, eran las predicciones las que venían a ella a medida que los acontecimientos sucedían. Por ejemplo, andando por un camino podría tener la repentina intuición de que al cabo de dos quilómetros este se interrumpiría, pero de ninguna forma podía saber, simplemente, cuales serían las ganancias económicas del comerciante para el cual trabajaba el año siguiente con solo desearlo. Así que le transmitía las intuiciones que le surgían a medida que este iba tomando decisiones y las aderezaba o se las inventaba cuando no percibía nada. Era una chica por lo tanto, bastante creativa e imaginativa aunque le faltaba el optimismo y la dulzura que rodeaban a su amiga Vanessa. Angie era mucho más impetuosa y explosiva y, aunque irritantemente sincera y sencilla a veces, tenía aspiraciones ambiciosas y era sumamente cabezota. Su físico parecía respaldar todo su carácter. Era más baja que Vanessa y más gruesa que esta. Su corto cabello negro llegaba en enmarañados rizos negros hasta cerca de los hombros. Sus cejas solían fruncirse sobre unos ojos oscuros y habitualmente vivarachos dándole a su mirada un aspecto tenaz y suspicaz. Su nariz respingona e increíblemente pecosa, al igual que sus mejillas, solía conferirle al arrugarla junto con las muecas que realizaba con la boca un aspecto rebelde y escéptico. Su piel, al contrario que la de su compañera, era muy pálida porque aquella chica sí que había nacido en el norte. En aquel mismo pueblo, aunque su familia y circunstancias pasadas no era algo que le gustase recordar… Abrió los ojos. Se había quedado dormida, sobre la hierba. Vanessa estaba sentada a su lado contemplando como el sol se ocultaba entre las montañas. Y, adivinó con disgusto, durante su siestecilla debía de haber aprovechado para comerse el resto del pastel. -Vamos. –la increpó. –o también me quedaré sin cena. -Baluea me dijo que hoy haría mi guiso favorito. –sonrió Vanessa mientras daba una palmada. -Hoy es tu día de suerte.-suspiró Angie. -Y espero que mañana también lo sea. –canturreó Vanessa que ya la había adelantado e iba saltando y danzando por el camino, como era su costumbre. –Lo será. –añadió para sí. Angie resopló y se esforzó por seguirle el paso: -¿Y luego? -¿No lo sabes? –preguntó su compañera mientras se volvía para sonreírle pícaramente antes de seguir brincando alegremente. –Mañana hay feria en el pueblo. -Ah… -asintió Angie.-Luego supongo que mañana planearás superar nuestras adquisiciones de hoy. –las “adquisiciones” eran los pequeños hurtos que llevaban a cabo. No hubo respuesta, Vanessa se había parado en seco en el camino y saludaba con la mano a alguien mientras esbozaba una sonrisa radiante y se colocaba con la otra mano los tirabuzones de pelo castaño detrás de las orejas. Angie miró alrededor pero no vio a ningún campesino que se acercase. Sin embargo, apenas unos segundos después Vanessa le preguntó a un arbusto que estaba a su derecha donde se había metido todo el día y tras unos instantes de silencio asintió con una sonrisa como si este le hubiera dado una respuesta aceptable. -¿Ha vuelto Rainius? –preguntó Angie incómoda. Su compañera se volvió hacia ella: -Sí, -le respondió jovialmente. –está aquí. –añadió con otra sonrisa radiante mientras señalaba al arbusto. -Ya veo.-musitó Angie. Lo cual era mentira, porque no era capaz de percibir más allá de que probablemente el fantasma, al revés que ella, sí que era capaz de seguir el ritmo a Vanessa. Pues la chica brincaba todavía más rápido mientras parloteaba animadamente con lo que fuera que estuviera situado a su lado. Angie trató de ignorar las aparentemente inconexas intervenciones de su amiga y recordar que no podía oír la otra parte de la conversación y se concentró en mantenerse a su altura. Para cuando llegó al pueblo y Vanessa se despidió del fantasma agitando de nuevo la mano, tenía la cierta seguridad de que al día siguiente tendría unas flamantes agujetas. De todas maneras, la cena que les ofreció la vieja Bauluea suplió el esfuerzo. Agradecieron a la anciana madre del comerciante la cena y le dieron dos besos antes de subir al desván. Allí debajo de una ventana del tejado, sobre las tablas de madera tenían las mantas que les servían de lecho. Como de costumbre se tendieron sobre ellas para dormir y se abrazaron para darse calor. -Mañana tendremos que levantarnos temprano para ir a la feria y contar con la ayuda de Rainius. –susurró Vanessa en la semioscuridad. Se giró para mirar a su compañera. El rostro blanquecino de Angie, iluminado por la luna que se colaba por el tragaluz, reflejaba aprensión. -¿Pasa algo?-preguntó al verlo. -No, nada. –mintió ella. Vanessa se dio la vuelta de nuevo entre los brazos de su amiga, más tranquila, hasta darle la espalda. -Estoy deseando que llegue mañana. Creo que será un día estupendo. ¿No crees? –preguntó ilusionada. -Sí, lo será. –volvió a mentir y la voz le tembló casi imperceptiblemente al pronunciar la última palabra. Su compañera asintió con un cabeceo y se acomodó más en los brazos de su amiga pues el suelo de madera era bastante incómodo. Minutos después dormía profundamente. Angie la contempló en silencio, todavía con el ceño fruncido de preocupación a la luz de la luna. Su amiga no había advertido su vacilación en la contestación. Y lo cierto, es que no estaba segura de que el día siguiente fuera a ser tan maravilloso como deseaban. Desde que habían subido al desván, la había invadido una extraña desazón. Una extraña nostalgia e inquietud. El secreto temor que tienen los niños pequeños a lo desconocido y a perder todo lo que les es querido. Y Angie, a pesar de la pobreza en la que vivía, jamás habría cambiado aquellas noches, abrazada a su mejor amiga bajo la luz de la luna y las estrellas y correteando por los prados y los bosques durante el día encontrando al llegar a casa siempre los brazos acogedores de la vieja Bauluea. Y sin embargo, una sombra oscura parecía estar a punto de cernirse sobre el futuro inmediato. Angie se recostó totalmente al lado de su amiga. Debajo de ella una tabla astillada del suelo pareció clavarse en su cuello. Colocó con un suspiro el brazo debajo de la cabeza y se acomodó. Todavía observó la respiración tranquila de su compañera durante un rato antes de lograr, por fin, dormirse. No se permitía preocupar a Vanessa con estúpidos presentimientos, pero lo que la llenaba de angustia, es que estos, casi nunca solían ser equivocados. A la mañana siguiente amaneció soleado. Angie y Vanessa bajaron al pueblo donde se celebraba la feria en la carreta de un vecino. Por el camino, Vanessa charlaba animadamente con Rainius cuando el conductor del carro no les prestaba atención y Angie la observaba todavía con un nudo en el estómago. La extraña sensación que había percibido el día anterior no había disminuido. Con todo, pronto se encontraron entre multitud de tenderetes. Gente venida de lejos exhibía sus mercancías y las anunciaba a voz en grito. Angie tuvo que concentrarse en no perder de vista a Vanessa, que encandilada por los aromas de las especias y la suavidad de las telas de más allá del mar comenzó a bailar entre los puestos. Los vendedores se inclinaban hacia ella ofreciéndole objetos y ella los rechazaba con una cabezada agitando sus rizos castaños y con una dulce sonrisa. Las ancianas que vendían conejos y gallinas la observaban encantada y admiraban la gracia y encanto de aquella jovencita morena que más que andar parecía bailar y flotar sobre el suelo. Un enano de las montañas, con su barba grisácea y su porte orgulloso a pesar de la corta estatura le regaló una piedrecita de ámbar cuando la niña admiró con sinceridad la mercancía que exhibía. -Es bonita. –repuso Angie cuando la joven acudió a enseñársela ilusionada. -¿Te gusta? –preguntó ella con una gran sonrisa. Angie volvió a asentir. Estaba acostumbrada a que su compañera recibiera obsequios al revés de ella. Vanessa tenía una gracia natural, era muy bonita y parecía un ángel aún vestida con harapos, mientras que Angie encajaba más en el papel de pícara o de niña de la calle. -Pues si te gusta te la regalo. –dijo su amiga. La joven trató de negarse pero Vanessa le cogió la muñeca y entre unas cuerdecillas de cuero cuidadosamente trenzadas para formar una pulsera, engarzó la piedra. Angie la miró emocionada, aquella pulsera se la había hecho la propia Vanessa hace muchos años atrás al conocerse y constituía su recuerdo más preciado. Iba a abrazarla pero entonces su compañera ladeó la cabeza: -Es Rainius. – la informó. –Parece que ha encontrado un buen lugar. Angie asintió, de mala gana. No es que le tuviera tirria al fantasma porque era cierto que las llevaba ayudando varios años en su sustento, pero si era irritante pasar el rato con alguien a quien no podía ver. Ya que aunque, Vanessa tenía trato con otros fantasmas su relación con Rainius era la más estrecha y era raro el día que el espíritu no se dejaba caer por donde estuviera ella. De manera que siguió a su compañera entre la multitud. Se situaron junto a un comerciante que vendía ropa ya elaborada, como blusas. Una vez allí se repartieron los papeles. Mientras Vanessa entretenía al vendedor por un lado y Rainius vigilaba por el otro a Angie le tocaba la parte sucia de esconder varias prendas en su bolsa. La cosa marchó como lo esperado, al menos al principio, y Angie metió en su hatillo una blusa satinada de color azul sin ningún problema. Ya iba a por la segunda prenda cuando le dio por comprobar la situación de sus compañeros, es decir, la de Vanessa porque era la única a la que podía percibir. La joven seguía hablando con el vendedor exhibiendo su mejor sonrisa, al menos en apariencia, porque su rostro parecía preocupado. Sus ojos miraban con espanto a un punto situado detrás de Angie. Angie se giró pero no vio nada. Aquella ala del tenderete estaba desierta. Todo estaba quieto… salvo un pequeño calderito de metal colgado del toldo que se balanceaba solo. Un momento… ¿solo? El caldero se movía peligrosamente a punto de salirse del enganche a pesar de que allí no había nadie y no hacía viento por lo que aquello solo podía ser obra de Rainius. Vanessa continuaba en frente del vendedor pero no parecía estar escuchándolo siquiera. Su rostro horrorizado continuaba fijo en el punto donde debía de encontrarse el espíritu. Rainius debía de estarle diciendo algo. Angie frunció el ceño. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Qué pretendía el fantasma? No tardó en averiguarlo. El calderito de metal cayó al suelo, justo a su lado armando un tremendo estruendo, el vendedor se volvió con un respingo y pareció reparar en ella: -¿Niña, qué haces? Recogió el calderito del suelo mientras la observaba desconfiado: -¿Qué has hecho para tirarlo sin querer? ¿Y qué hacías en esta esquina? –frunció el ceño. -¿No estarías robando? Angie negó fervientemente con la cabeza, pero el vendedor miró alrededor como un perro husmeando: -Falta una blusa azul que estaba aquí encima. –bramó. Angie se sintió desfallecer cuando el hombretón se inclinó sobre ella acusadoramente: -Niña, déjame ver lo que llevas en esa bolsa. Angie se la tendió temblando, no sin antes dirigir una mirada a Vanessa que la observaba pálida como una sábana. Y el comerciante abrió la bolsa y… se la devolvió con el ceño fruncido. Angie observó su interior. Estaba vacía, pese a que habría jurado haber metido la blusa azul allí unos segundos antes. Se esforzó por sobreponerse y esbozó una sonrisa forzada: -Disculpe señor, por lo visto todo esto ha sido un malentendido. El hombre asintió molesto y Vanessa se acercó hasta situarse a su lado. Ambas ya iban a dar media vuelta y marcharse agradeciendo su suerte cuando una voz resonó por detrás. -No, tan rápido. Señor, tal vez debería mirar la bolsa de la otra muchacha. Desde mi posición he observado como mientras hablaba con usted aprovechaba para meter en ella la blusa azul. Se giraron como movidas por un resorte. Detrás de ellas, montado sobre un caballo se encontraba un extraño individuo. Su voz serena y modulada eran lo único advertible de él ya que llevaba una túnica gris hasta los pies y una capa del mismo color que le dejaba el rostro en sombras. Las jóvenes intercambiaron una mirada atónitas. ¿A qué venía aquello? Era Angie la que había robado la blusa y la había metido en su bolsa. El comerciante observó al individuo con desconfianza pero tendió la mano hacia Vanessa. La joven extendió su bolsa, pero esta resbaló de una manera extraña entre sus dedos y cayó sobre un charco de barro. -¡Oh! ¡Qué mala suerte! -se oyó la voz del encapuchado mientras Vanessa observaba atónita su mano como si no la controlara. –Esperemos que la blusa no se encuentre en su interior porque si no ya no servirá para vender y tendrá que pagarla. -¡No hay ninguna blusa en su interior! –gruñó Angie al individuo que empezaba a parecerle sospechoso- Vanessa no es una ladrona. -Entonces supongo que no hay problema en revisar el contenido de la bolsa. –dijo el comerciante. Vanessa la recogió del suelo y se la tendió encogiéndose de hombros. Total, pensó Angie, la blusa no estaba en su interior. No podía estar en su interior. Y sin embargo… una extraña sensación de premonición llenó a Angie. Una sensación que le puso el pelo de punta. El comerciante abrió la bolsa. Angie tragó saliva. No podía estar en su interior. El comerciante metió la mano. Era físicamente imposible. El comerciante sacó la mano y con ella una prenda satinada de color azul llena de barro. -¡Oh!- dijo Vanessa, incrédula. -¡Oh! –dijo Angie maldiciendo sus visiones. -Son dos monedas de plata. –dijo el vendedor dirgiéndoles una mirada asesina. -No tenemos ese dinero. –se excusó Vanessa con un graznido asustado. El vendedor las miró como pensando que hacer con ellas cuando el encapuchado volvió a intervenir. -Aquí tiene, señor, dos monedas de plata y otra para compensar las molestias. –ofreció lanzándoselas antes de añadir. –A cambio, -continuó fijando su vista en Vanessa –esta jovencita se vendrá conmigo hasta saldar su deuda. -¿Qué? –soltó Angie. -Sube al caballo. –ordenó el hombre a Vanessa. La chica accedió sumisa y con la cabeza gacha. -¿Qué crees que estás haciendo? –agarró la chica a su amiga del brazo antes de volverse hacia el individuo. –Vanessa, no ha robado nada. -Esa blusa demuestra lo contrario. –replicó él señalando la prenda. Angie se puso de puntillas y lo agarró de la túnica para hacerlo inclinarse hacia ella. Sus ojos brillaban como brasas pero los del hombre continuaban en la sombra: -Escúchame bien. –gruñó. – Sabes perfectamente que esa blusa no estaba en su bolsa sino en la mía –entre las sombras de la capucha vio que el hombre esbozaba una sonrisa perversa y supo que no se había equivocado. –Llévame a mí, en lugar de a ella ya que entiendo que conseguir a una de nosotras era tu intención. -No, no lo has entendido todavía. –replicó el hombre soltándose de sus puños e incorporándose sobre el caballo –Tu amiga es quien ha robado y debe saldar la deuda, a ti no te necesito. Y entonces Angie, sí que comprendió la dimensión del asunto. Lo de la blusa no había sido más que una pantomima orquestada para llevarse a Vanessa. Aquel hombre pretendía aquello desde un principio. Y eso explicaba el hecho de que la blusa cambiara de bolsa aunque no el cómo y Rainius… ¿Podía estar relacionado con aquel hombre? ¿Para qué querría a Vanessa? -Si no aceptas un intercambio, al menos llévame con ella. –afirmó con rotundidad. -Me temo que eso no es posible. –sonrió el encapuchado. – Mi caballo no soporta el peso de más de dos personas. -Pero tú si eres capaz de teletransportar cosas de un sitio a otro. ¿No? –ironizó Angie. El desconocido volvió a sonreír, esta vez ampliamente lo que no le gustó nada a la niña: -Eres una chica muy lista. Pero me temo que no puedo cumplirte el capricho. –señaló a Vanessa encogida detrás de él. –Tendrías que ser tan especial como ella en todos los sentidos. Y aunque no me cabe duda de que eres diferente, no lo suficiente para venir conmigo. Angie lo observó sin entender. El hombre continuó sonriendo: -De todas maneras no deberías preocuparte. Es probable que otros como yo sí que puedan, si para cuando los encuentres no has acabado antes en la hoguera. Y entonces la chica tuvo la absoluta seguridad de que aquel hombre sabía exactamente quienes eran y por qué eran diferentes. Todas las preguntas que se había hecho a lo largo de su vida se agolparon en su garganta pero no fue capaz de formular ninguna y justo entonces el hombre espoleó al caballo y salió al galope. Angie solo tuvo ocasión de gritar el nombre de su amiga y salir corriendo detrás de él. En un momento dado sus manos lograron aferrarse a la túnica del hombre pero entonces este espoleó más al animal y Angie se fue al suelo. Aún fue arrastrada durante unos metros por el barro, mientras Vanessa gritaba desaforadamente su nombre pero entonces el pedazo de túnica al que estaba agarrada se desgarró y la niña tragó tierra. Trató de levantarse y resbaló varias veces. Para cuando lo hizo Vanessa y su captor habían desaparecido a caballo en el bosque que rodeaba el pueblo y solo quedaba detrás una niña llena de barro, con un jirón de tela gris en las manos y la mirada triste y angustiada de quien ha perdido a una hermana y acaba de ver confirmada una verdad que no quería saber. La verdad de no ser una niña normal. La verdad de ser una niña diferente, una niña cuyos sueños y presentimientos siempre se cumplen.
Y aquí está la torre como prometí. Volvemos a encontrarnos con Salamandra, Jonás, Lis, compañía y más... interrogantes.... Espero que alguien me deje su opinión... sí soy pesadita... lo sé ^^ PARA LA GENTE QUE NO SE LEYÓ LOS LIBROS: Mundo: La torre es una escuela de magia y hechicería situada en un valle que antes estaba maldito, los magos llevan túnicas de diferentes colores que indican su rango. Los archimagos, los más poderosos llevan túnica dorada y para convertirse en mago hay que pasar un examen llamado la prueba del fuego. Los mentalistas leen la mente y visten de gris. Los hombres lobo o licántropos en general, no pueden controlar sus cambios y en las noches de luna llena son bestias asesinas, cuando logran aprender a controlarse se les llama señores de los lobos. Hace tiempo sucedió algo a lo que llaman el Momento (el mundo de los muertos "Otro Lado" y los vivos casi se fusiona y los muertos casi pudieron volver a la vida y los espectros acabar con los vivos). En este mundo hay elfos y enanos, es un poco parecido a la Tierra Media del Señor de los Anillos en ciertos aspectos. El Reino de los elfos está en el este, rodeado por un bosque-frontera llamado el Anillo. Allí hay muchas conspiraciones por el poder. PERSONAJES Lis es una chica rebelde que estudia en la Torre y que es hija de los "jefes" de esta: Salamandra (una hechicera con gran poder sobre el fuego) y Jonás (archimago) Fenris, es un elfo-lobo muy atractivo y misterioso y un mago también. Estuvo prometido con Shi-Mae pero lo suyo terminó mal. Shi-Mae es una archimaga elfa, que trató hacerse con la torre, asesinar a la heredera del reino de los elfos (Nawin) para hacerse con el trono y a Fenris por rencor aunque aún lo amaba. Se supone que debería estar muerta. Tenía una consejera llamada Qeela. Conrado es el jefe de otra escuela con su amiga Iris (los dos son archimagos), los dos son bastante tímidos. Morderek era compañero suyo de joven pero los traicionó porque buscaba el poder y trató de matar a algunos. Se supone que debería de estar muerto. El resto de los personajes son míos. Cualquier dudita o curiosidad preguntadme. Ahora el capítulo que es un poco más largo pero creo que merece mucho más la pena. II-Sospechas en la torre. El valle parecía tranquilo, hacía poco que había salido el sol. Los pájaros comenzaban a trinar alegremente y todavía se oía el lejano aullido de algún lobo. La joven se removió en su cama, antes de abrir los ojos con somnolencia. Se incorporó y se apartó el enmarañado cabello pelirrojo hacia atrás de un manotazo. Con un suspiro se levantó y abrió la ventana para observar el bosque. Los árboles de hoja caduca empezaban a amarillear, comenzaba el otoño. Cuando llegara el invierno se teñirían de blanco y entonces haría justamente dos años desde que Yairak se había ido. Sin embargo, ella seguía allí, en la torre y sin claras perspectivas de poder marcharse pronto, pensó mientras observaba su eterna túnica violeta antes de pasársela por la cabeza. Bajó a desayunar, tratando de adecentar la cardada melena sin resultado y estuvo a punto de tropezar con una irritada y anciana Tina, la cual discutía con la aprendiz de cocinera. Su sobrina, otra muchacha tan torpe como lo había sido en tiempos su tía. Con un suspiro, se dejó caer en un banco a lado de Trash. -¡Buenos días, Lis! –la saludó el chico con su habitual tono animoso. – Deberías haberte levantado más pronto, durmiendo tanto y estudiando tan poco te alcanzaré antes de que te presentes a la prueba del fuego. Lis no respondió, frunció el ceño y fijó la mirada crítica en su cuenco de gachas, en el cual, la sobrina de Tina había dejado caer involuntariamente varios pelos suyos. A su lado, el chico rubio continuó hablando: -Aunque, la verdad, ya te he alcanzado. –añadió con tono pretendidamente inocente. –Aunque, no me has felicitado. A lo mejor resulta que ves mal y no has advertido el cambio de color de mi túnica. –concluyó con ironía mientras emulaba una mueca facial de tristeza y disgusto. Lis giró la mirada y advirtió que efectivamente la túnica azul del muchacho había pasado a violeta como la suya. -Enhorabuena. –contestó en tono desapasionado. -¿Quién te examinó? -Dagarian y tu padre, afortunadamente. La chica evitó una sonrisa, lo que Trash había querido decir es que lo desafortunado hubiera sido que lo examinase su madre. Volvió a fijar la mirada en las gachas con tristeza. Trash continuó parloteando: -Dagarian y Jonás creen que estaré preparado para la prueba del fuego en año y medio aproximadamente. Ya han fijado la fecha de mi examinación. –Las manos de la joven se crisparon en torno al cuenco del desayuno, él lo advirtió. –Deberías hablar con ellos. ¿No? -Me dirán que es mejor esperar a que esté totalmente preparada. -¡Oh, claro! –sonrió él con ironía. –Es que tu habilidad con el fuego es patética. -Hace ya mucho que estoy preparada para la prueba, pero mi madre no quiere que la haga. –añadió en tono sombrío.- No quiere… -Que te vayas de la torre. –completó Trash simultáneamente. –Y sabe que lo harás en cuando tengas la túnica roja. No soporta ver que su adorada niñita se ha convertido en una gran mujer adulta, madura y responsable. –añadió en tono melodramático, provocando las risillas de dos niños idénticos, situados a su derecha. Lis arqueó una ceja antes de contraatacar: -En realidad, teme que cuando me marche nadie sea capaz de meterte en cintura y te desmadres. –concluyó con una sonrisa y los ojos chispeantes. -Humm…-repuso él con la boca llena de gachas. –No te creas, tu explosiva y llameante madre me da bastante miedo aunque es cierto que Jonás y Dagarian jamás serían capaces de dominarme. -No estés tan seguro. –replicó una voz a sus espaldas. Trash escupió las gachas del susto y Lis sonrió mientras el resto de la gente sentada en aquella mesa reía. Detrás del descarado muchacho rubio, estaba Dagarian, un túnica roja poco mayor que ellos de piel muy oscura y amable sonrisa blanca. Este torció su mirada hacia los dos niños idénticos de primer grado y que aún no habían logrado contener las risotadas. -Y ustedes también. Sabed que os vigilo. –añadió señalando a los gemelos que intercambiaron entre sí una mirada traviesa. Después se dirigió a otra mesa para hablar con una aprendiz. Lis lo observó alejarse: -Sin duda, a mis padres les gustaría que siguiese los pasos de Dagarian. Que me convirtiese en maestra después de consagrarme y me quedase en la torre. -Bueno, -repuso Trash engullendo una tostada. –Dagarian es feliz así. -Pero yo no. –sentenció- Además… -meneó la cabeza, no le apetecía sacar a Yairak en la conversación. Trash no advirtió su vacilación: -Si tantas ganas tienes de jugártela con las llamas vete hoy a hablar con ellos. Después de fijar la fecha de mi examinación tendrán que fijar también la tuya o por lo menos, darte excusas más elaboradas.-argumentó con la boca llena. -Está bien… -resopló ella. En aquellos momentos discutir con sus padres le apetecía tanto como tirarse de cabeza a una piscina de agua helada. Al levantarse, Zaeria le sonrió y los gemelos que tenían la boca llena levantaron el pulgar para desearle suerte. Lis les dio la espalda para salir de la cocina cuando le llegó la inocente voz de Trash como un jarro de agua fría: -Aunque de todas maneras no sé por qué tienes tanto interés en consagrarte e ir a buscar a Yairak cuando es evidente que a él no le importas. Por algo se marchó en vez de esperarte. Jonás estaba sentado cómodamente en un sillón. En frente suya una mujer de largo cabello liso negro al igual que sus ojos tristes y melancólicos se recostaba contra el respaldo de otro mientras Salamandra daba vueltas en círculo por la habitación incapaz de estarse sentada. Jonás trató de ignorar los movimientos inquietos de su mujer y se centró en su interlocutora. -Así que lo has notado raro. ¿Dices, no? -Raro, es poco. –respondió ella con el tono tranquilo y suave que la caracterizaba.-No duerme por las noches, está irascible. Salamandra detuvo bruscamente sus andares: -Cuesta imaginarse a Conrado irascible. Siempre ha sido el más tranquilo de nosotros. -Puede estar pasando por un mal momento y no es tan extraño que esté de mal carácter, si como dice Iris, no duerme por las noches. –argumentó Jonás. Iris asintió: -No sé lo que hace en las horas de oscuridad pero cuando baja a desayunar siempre está ojeroso. Hay algo que le quita de dormir. -Mientras solo sea eso, -gruñó Salamandra. – los gemelos que llegaron el año pasado a la torre me quitan años de vida con sus trastadas. Iris esbozó una tímida sonrisa, pero insistió: -Estoy segura de que hay algo que le preocupa. Sabéis perfectamente que desde que abrimos nuestra escuela nos hemos repartido los alumnos. Conrado se ocupó de los míos cuando caí enferma hace dos inviernos pero él nunca le ha fallado a los suyos, se ha ocupado de ellos, incluso estando enfermo. Salamandra frunció el ceño y Jonás se echó hacia delante en su asiento: -¿Insinúas que ahora… ya no se ocupa de ellos? Iris se removió incómoda antes de contestar y Jonás advirtió que se sentía culpable por estar hablando a espaldas de su compañero: -Desde que… bueno, desde que acudimos al aniversario de la coronación de Nawin en el reino de los elfos se ha estado comportando de una forma muy extraña. Pensé que podía ser por lo que había pasado en la ceremonia… -alzó las manos para pedir que la dejaran continuar pero no pudo evitar que Salamandra la interrumpiese: -Hemos hablado muchas veces de lo que pasó y decidimos que no debíamos preocuparnos… -Lo sé, lo sé, -se apresuró a asentir ella. – yo también hablé con él de eso y me prometió que dejaría estar el asunto. Sin embargo, desde entonces no ha vuelto a ser el mismo. Comenzó a encerrarse en la biblioteca, hizo unos pedidos a un cazarreliquias elfo –Jonás y Salamandra intercambiaron una mirada de extrañeza, ¿Qué le podía querer Conrado a un cazarreliquias?- y hace una semana me pidió que me ocupara de sus alumnos porque él iba a realizar un viaje. -¿Un viaje? –masculló incrédulo Jonás. -¿Adónde? –preguntó Salamandra. Iris meneó la cabeza pesarosa: -No me dio explicaciones. -¿Y crees que podría estar relacionado con lo que sucedió en el palacio de Nawin? –susurró Jonás. -Lo ignoro, -respondió ella-pero me parece lo más probable. Creo que el presagio que escuchamos ese día lo preocupó bastante. -Ese presagio es ridículo –sentenció Salamandra. –Lo único que pretendía esa mentalista elfa… se llamaba… bueno como se llamase, era ser el centro de atención. -Qeela. –dijo Jonás. -¿Qué? -Se llamaba Qeela. –repitió él. Salamandra se echó unos rizos pelirrojos hacia atrás y se encogió de hombros: -Tanto da. Es un detalle irrelevante. Permanecieron unos instantes en silencio. -¿Créeis luego que no debemos preocuparnos por lo que pronosticó que sucedería aquel día? –preguntó Iris con cautela. -¡Oh, cielos, no! –contestó Salamandra con resolución. – Es una mentalista, no una oráculo. La última murió en el momento. Esa pantomima tuvo que ser una argucia para aumentar su fama y popularidad, la casa de los elfos de las brumas no está pasando por sus mejores momentos. Jonás frunció el ceño: -Nawin me dijo que la conocía. Tenía tratos con Shi-Mae. Iba a veces a hablar con ella, siempre en privado, cree que era su confidente. -Más fácil me lo pones. –masculló su esposa. - ¿Esperas que nos fiemos de las palabras de una amiga de esa sucia arpía que probablemente lo sea tanto como ella? Iris los miró dudosa antes de atreverse a objetar: -Tal vez, obedezca órdenes de Shi-Mae. -Shi-Mae está muerta. –sentenció Salamandra con fastidio. Jonás la miró con una sonrisa irónica en los labios: -Claro, está muerta. Y como durante nuestras vidas los muertos nunca han intentado entrometerse en los destinos de los vivos… –susurró. Salamandra enrojeció hasta la raíz del cabello pero no contestó. Sabía muy bien a lo que se refería su marido. Angie lloraba en el desván. Lloraba no solo por haber presenciado el secuestro de su mejor amiga sino también por lo que había sucedido después. Cuando había logrado sobreponerse al dolor de la caída había enfilado el camino del bosque. Estaba decidida a seguir el rastro de su amiga adonde quiera que la llevase, aunque fuera al confín del mundo. Allí, buscaría una forma de librarse del extraño individuo que la había secuestrado, aunque empezaba a suponer que él al igual que ellas se trataba de alguien “diferente” y por ello le resultaría más difícil. Al principio le fue sencillo seguir el rastro. Las pisadas del caballo estaban marcadas como hoyos en el barro con suficiente claridad. Sin embargo, a los escasos cinco minutos esas pisadas se interrumpían de pronto. Angie miró alrededor pero no continuaban por ningún lado. Parecía que el caballo se hubiese volatilizado en el aire. Hundida volvió a casa. Le contó lo que había pasado a la vieja Bauluea, omitiendo el escabroso detalle de la blusa y del robo. La anciana se mostró escandalizada y acogió con abrazos y mimos a la desconsolada y sollozante muchacha. Angie se dejó llevar por su ternura pero sabía que para lo que se proponía hacer iba a necesitar algo más que el apoyo de la madre del comerciante. Él llegó después de cenar y parecía de mal humor. No había ganado lo suficiente en la feria. -¡Me dijiste que los taburetes redondos se venderían mejor!- entró bramando. Paró en seco al ver la cara de la niña. -¿Qué ha pasado?-gruñó. En pocas palabras Bauluea resumió la situación por ella. Angie observó como a medida que la narración progresaba la frente del vendedor se iba llenando de surcos más pronunciados. Cuando Angie le solicitó que le pagara lo que le correspondía de su trabajo y la liberara de él para ir a buscar a su amiga el hombre esbozó una sonrisa que no le gustó nada: -¿Pagarte? ¿Por que trabajo tengo que pagarte? Eres una inútil, no sirves para nada. Tus predicciones casi me han hecho perder más dinero que ganarlo así que creo no te mereces ni una moneda de cobre. Y a mí esa niña qué me importa. Ella sí que no hacía absolutamente nada productivo y era otra boca más que alimentar. Si ese hombre se quiere ocupar de ella, bien por él. –se encogió de hombros y luego la miró amenazante. –Y tú, te quedarás aquí, que es donde debes estar. A no ser que quieras morirte de hambre, mendigando por los caminos. Pero no tendrás esa suerte, te lo aseguro. –esbozó una sonrisa perversa. –Si se te ocurre escapar, informaré al alguacil de las cosas que eres capaz de hacer y antes de que puedas pestañear estarás ardiendo en la hoguera como bruja que eres. -Por dios… -suplicó la vieja Bauluea tratando de convencerlo pero Angie sabía que su última esperanza había muerto. Entre lágrimas subió al desván y se acurrucó en su rincón. No había nada que hacer. ¿De verdad le servía de algo tener el don de la visión si no era capaz de cambiar su propio destino? No lo controlo lo suficiente, se dijo, y no sabía como aprender. Necesito un milagro, se dijo, lo necesito y ahora. Con ese pensamiento acabó por dormirse, encogida sobre el suelo con un retajo de tela gris enrollado entre las manos. Lis subía las escaleras lentamente. Podría haberse teletransportado pero no lo hizo, le gustaba subir las escaleras andando cuando tenía muchas cosas que pensar y aquel día tenía bastantes. Las palabras de Trash, aunque sabía que no habían sido malintencionadas, le habían sentado como una bofetada. Durante todo aquel tiempo había descargado su frustración e ira contra sus padres, por ser demasiado protectores, por no querer su marcha, ni querer que se presentara a la prueba del fuego. Durante aquellos dos años se había convencido de que ellos eran los culpables, de que debido a ellos ella se había quedado atrás y que por ello Yairak se había marchado. Y sin embargo… Trash podía tener razón. Si a Yairak le hubiesen importado sus amigos, hubiera postergado su viaje hasta que ellos hubieran pasado también la prueba del fuego, pero Yairak no había aguardado y había partido una mañana de invierno al alba, sin apenas despedirse. Lis se mordió el labio, había esperado durante mucho tiempo noticias de su mejor amigo. Como mago, él podría haberle mandado un mensaje de alguna forma. No obstante, no había vuelto a saber de él desde el momento en el que había visto su silueta perderse a la vuelta del camino. Lo único que le quedaba había sido su promesa. Antes de marcharse le había dicho que volvería a visitarlos, a verla antes de que pasaran dos años. Lis se había levantado todas las mañanas desde entonces y asomado a la ventana esperando verlo emerger del bosque que rodeaba la escuela, pero había sido en vano. Y ahora, a escasos dos meses de que se cumpliera la fecha límite, Trash acababa de matar su último aliento de esperanza. Con pesadez subió el último escalón. Se hallaba en la cúspide de la torre, lugar donde tenía su despacho el señor de la torre. Lis se acercó a la puerta y ya iba a petar cuando advirtió que sus padres no estaban solos. Había una tercera persona, Iris, reconoció su voz. Se sintió ofendida, sus padres no le habían informado de la llegada de la hechicera, aunque probablemente esta se había teletransportado para tratar algún asunto concreto y no estuviera de visita. No obstante, si se arrimaba a la puerta sus voces llegaban con total claridad. Lis dudó pero finalmente se agachó para mirar a través de la cerradura, pese a que sabía que estaba haciendo algo malo. Se obligó a pensar que sus padres ya le ocultaban demasiados secretos y que ya bastaba. Dentro, Jonás e Iris estaban sentados en el borde del sillón en actitud tensa y Salamandra andaba alrededor exasperada y gesticulando: -No podemos contar con la reina Nawin porque ha de ocuparse de cuestiones de estado más importantes, no podemos contar con Conrado porque está realizando un viaje misterioso y desconocido, no podemos contar con Fenris porque se encuentra en medio de unos bosques montañosos con su manada y no podemos contar con el consejo de magos porque la mitad de ellos nos odian ya que están convencidos de que fuimos nosotros, y no Surén, quienes matamos a Shi-Mae. –se volvió hacia su marido. –Y en realidad supongo que da lo mismo porque no sé qué era lo que pensabas decirles… ¿Qué nos creemos los presagios inventados de una mentalista? ¿Qué creemos que la mala uva de uno de nuestros amigos es por culpa de ellos o, tal vez, que pueden ser la conspiración de un fantasma? Por dios, Jonás… reconócelo, no podemos hacer otra cosa que continuar con nuestro trabajo y tratar a esas predicciones como lo que son, sandeces. -Tal vez sean sandeces –repuso él –pero creo que esto que hemos comentado entre nosotros deberíamos decírselo al resto. Debemos hablar con Conrado, y Nawin y Fenris tienen derecho a saberlo. -Nawin y Conrado están al tanto de las predicciones –replicó ella. – y ya te he dicho los motivos por los que no pueden involucrarse. Jonás asintió: -Conrado está de viaje pero volverá y no es necesario que Nawin venga a la torre, podemos establecer comunicación con ella a través de un espejo. En cuanto a Fenris, ya buscaremos la forma de contactar con él. Salamandra bufó pero asintió contrariada. Entonces Iris intervino. Lis puso su empeño pero no la logró entender. La hechicera tenía un tono de voz muy bajito que parecía acorde con la timidez que solía manifestar y no era capaz de descifrar lo que decía. Se arrimó un poco más a la puerta y justo entonces una mano se posó en su hombro. Lis gritó y dio un salto en su sitio involuntariamente. Jonás al oírla se levantó y cuando fue a abrir la puerta se encontró con su hija que miraba azorada al archimago que la había sorprendido. -Conrado. –lo reconoció. –Vaya, curiosamente estábamos comentando que teníamos que hablar contigo cuando volvieses de tu viaje –añadió cortado. Él asintió: -Y yo venía con intención de hablar con vosotros cuando me encontré a la jovencita espiando detrás de la puerta. Lis bajó la vista avergonzada para evitar ver la mirada asesina que le dirigió su madre. Conrado lo advirtió y sonrió: -Parece que tu hija, ha salido a Salamandra, ella también tenía la costumbre de espiar por las cerraduras. –le comentó a Jonás. La cara de Salamandra, adquirió por segunda vez diaria el tono de su pelo. Jonás sonrió pero rápidamente su rostro se volvió a teñir de seriedad: -Creo que podremos contactar con Nawin dentro de media hora cuando termine el Consejo del Reino. -Me parece una buena idea. –respondió el otro. -¿Puedo quedarme? –Lis se arrepintió de no haberse mordido la lengua en cuanto lo hubo dicho. Jonás miró incómodo al suelo y Salamandra le dirigió una mirada abrasadora: -No. Los temas que tratemos no son de tu incumbencia. -Pero ya he escuchado un poco y… -¡No es asunto tuyo, Lis! –le gritó. Lis sintió que le ardía la sangre y no pudo contenerse: -¡Ah, no es asunto mío, pero de Dagarian sí! ¡Soy vuestra hija, pero no puedo saber las cosas! ¡Dagarian, es otra cosa, supongo! ¡¿A él se las contáis, verdad?! Salamandra iba a replicar pero Jonás intervino conciliador: -Como podrás observar, Lis, Dagarian tampoco se encuentra aquí. Lis lo miró con resentimiento pero no respondió, su padre suspiró: -Vete a tu habitación, anda, y deja que nosotros nos ocupemos de los problemas. Ya tendrás tú tiempo para hacerlo cuando pases la prueba del fuego. Lis se quedó paralizada en el sitio al escuchar sus últimas palabras, sin saber si debía reír o llorar. Controlando una rabia asesina que pugnaba por salir a flote, se dirigió hacia la puerta como una autómata antes de teletransportarse a su habitación y dejarse caer sobre la cama entre sollozos ahogados. Angie se despertó con un intenso dolor de cabeza. No recordaba casi nada de lo que había soñado excepto algunas cosas difusas. Tenía en mente la imagen de unos extraños y seres que nunca había visto, bellos pero con las orejas anormalmente largas y puntiagudas y extraños ojos almendrados de color ámbar, azul zafiro y verde esmeralda. Había también, un enorme lagarto alado dorado, acompañado casi siempre de una mujer de cabello negro como el ala de un cuervo y ojos azules tristes, o incluso lobos de tamaño de caballos y unas siniestras siluetas fantasmales saliendo de un espejo. Pero de lo único que tenía un recuerdo medianamente sólido, lo único que unía aquellas imágenes aparentemente inconexas, era una altísima torre que se erigía en medio de un bosque de aullantes lobos. Parpadeó un par de veces para aclarar la vista pero el dolor de cabeza persistía. Además, de dolían las cervicales. Lógico, pensó al advertir la posición en la que estaba. Había dormido encogida sobre si misma y con las manos apretando fuertemente el retajo de tela que había logrado arrancar de la túnica gris del hombre que había secuestrado a Vanessa. Giró en redondo para mirar hacia el techo y estirarse y se quedó paralizada. Encima de ella, a menos de cuarenta centímetros de su cuello y, apuntando hacia él, había un cuchillo suspendido en el aire. No tuvo tiempo a gritar, solo pudo girarse hacia un lado antes de que una centésima de segundo después el cuchillo se clavase en las tablas de madera de la buhardilla, en el mismo sitio donde se encontraba hace un instante. Angie se levantó espantada, mientras que fuera quien fuera la persona invisible que sujetaba el cuchillo lo arrancaba y lo dirigía de nuevo hacia ella. -Rainius. ¿Eres Rainius? –preguntó mientras retrocedía. Si el fantasma respondió, Angie no pudo oírlo. El cuchillo se agitó en el aire y salió despedido en su dirección. Angie lo esquivó por los pelos. El arma fue a impactar contra una pared y la niña se lanzó a por ella. Se levantó triunfal con ella en la mano. -¿Qué piensas hacer ahora? ¿Eh? – sonrió con una mueca salvaje. Fue una mala idea, apenas un segundo después un candelabro salía despedido hacia su cabeza. Angie se tiró al suelo y el objeto golpeó el cristal de la ventana situada por detrás haciéndola añicos. Se oyeron movimientos en el piso de abajo. Angie se levantó blandiendo el cuchillo pero solo hendió aire alrededor. -¿Qué ha sido ese ruido? –le llegó la voz de su amo. En frente de ella una silla comenzó a levitar en el aire. La chica apretó con fuerza la mandíbula: -¿Puedo saber por qué estás intentando matarme? –susurró irritada. No hubo respuesta y la silla siguió acercándose.- Vanessa te apreciaba, Rainius. Antes nos ayudabas. ¿Por qué nos traicionaste? ¿Qué te han ofrecido a cambio? La silla se detuvo un momento en el aire. Angie contuvo el aliento. -Angie, ¿qué fue ese ruido? Escuché un sonido de cristales rotos. –resonó la voz del comerciante en el piso de abajo. -No es nada… no pasó nada… -respondió ella con voz temblorosa sin quitar la vista de encima de la silla que comenzaba a inclinarse en el aire como si quien la sujetaba estuviese cogiendo impulso antes de lanzarla. No se movió, continuó observando detenidamente el balanceo de la silla con el cuerpo en tensión. Cuando el fantasma la lanzó sobre ella, Angie reaccionó y se tiró hacia el lado contrario pero no pudo evitar un grito de dolor cuando el mueble la golpeó en la pierna izquierda. El piso de abajo se quedó repentinamente silencioso y Angie pensó que su amo se había marchado pero entonces volvió a oír su voz: -Angie, ¿¡Cómo que no sucede nada?! ¿Me quieres decir qué demonios está pasando ahí arriba o tengo que subir a averiguarlo? Angie abrió la boca para responder pero Rainius fue más rápido. Antes de que pudiera siquiera escuchar las pisadas en la escalera que conducía a la buhardilla multitud de objetos comenzaron a volar hacia su puerta con objeto de bloquearla. Angie se pasó la lengua por los labios, aquella era su oportunidad. Mientras el fantasma estaba aparentemente ocupado en atrancar la entrada, ella retrocedió y se encaramó a la ventana rota. Durante un instante dudó. Si dejaba al comerciante atrás y este lograba entrar en la buhardilla probablemente Rainius lo atacaría o acabaría con él, si se quedaba allí ella correría el mismo resultado. Al fin y al cabo, era la primera a la que el fantasma parecía querer muerta. Esta opción pareció convencerla pero mientras se acuclillaba en el alféizar la invadió una sensación de culpabilidad y de cobardía. Recordó las crueles palabras de su amo acerca del rapto de Vanessa el día anterior y se decidió. Mientras salía al exterior clavándose algunos cristales oyó golpes y el chirrido de los goznes de la puerta de la buhardilla. Fuera había una distancia tan grande hasta el suelo que si caía mal tendría garantizada la muerte. Detrás suya le llegaron los gritos del comerciante y más golpes. Con los ojos cerrados Angie se tiró. Cayó sobre la hierba con un aullido de dolor. Algunos de los cristales acababan de hundirse con el impacto más aún en su piel. Resbalando en la hierba húmeda de la mañana logró por fin ponerse en pie. De la casa seguían llegando más y más golpes y, además, de los gritos del comerciante, que se habían ido apagando, se oía el llanto aterrorizado de una anciana. Angie sintió un retortijón. La vieja Baluea, la mujer que tanto las había mimado y querido, debía de estar ahora bajo la amenaza del fantasma. Angie contempló estática la casa mientras sus ojos se inundaban de lágrimas y los estallidos y golpes se sucedían. Los llantos se convirtieron en gritos de dolor cada vez más fuertes. La niña se secó las lágrimas con la manga de la blusa y tragó bilis. Haciendo de tripas corazón dio la espalda a la casa y empezó a correr todo lo rápido que podía. Los pies tropezaban con los guijarros y los brazos se arañaban con las zarzas del camino pero no dejó de correr. Y pronto, muy pronto, dejó atrás las fincas y el bosque, dejó atrás el pueblo y dejó atrás la casa, el único hogar que había conocido, donde había vivido los mejores años de su vida, con la vieja Baluea que la había querido como su hija y su amiga Vanessa, poco menos que una hermana, con la que había correteado por los campos y bosques y había vivido maravillosas aventuras. Y cuando se detuvo con la respiración jadeante y el corazón batiendo en sus costillas, y todo cuanto había amado y conocido se había perdido en la lejanía comprendió que no solo acababa de dejar atrás el hogar al que ya nunca volvería sino también su infancia para siempre. El joven gran Duque, hijo del anterior Gran Duque que se había retirado años atrás tras desbaratar una de las conspiraciones más importantes que habían tenido lugar en el reino de los elfos, ya se encontraba sentado en un sillón cuando la reina entró en el salón. Esperó inmóvil a que la elfa tomase asiento en frente suya. -¿Y bien? –preguntó Nawin. -Ninguna novedad. La situación está controlada, al menos, de momento. Algunos miembros aislados de la casa de las brumas siguen con sus argucias y el duque del río, Shi-Yun, desde la muerte de su heredera, vende su apoyo y poder a quien le conviene. En el paso oeste, hubo un problema con unos mercaderes humanos que trataron de colarse en el reino pero los centinelas se ocuparon de ellos. Nawin asintió pensativa. -He estado pensando en lo que os dije el último día. -Ah, majestad. -sonrió él.-Ya sé, acerca de aquella mentalista elfa de la casa de las brumas. –asintió. – Me he tomado la libertad de pedir información a contactos. Nawin asintió a su vez pero no sonrió. Sus ojos de un verde felino estaban estrechados como si estuviera concentrada. El gran Duque advirtió su preocupación, le cogió las dos manos con suavidad: -Mi señora, no deberíais preocuparos por Qeela. Tras la inapropiada situación en la que quedó su familia en la última conspiración es de su interés ganarse vuestro favor. Sin embargo, sus presagios son meras invenciones sin fundamento, no confiéis en ella. Nawin lo miró a los ojos con frialdad: -No confío en ella, por algo os pedí que la investigaseis y soy consciente de su actitud. –la elfa se soltó de sus manos y se levantó con un suspiro. El gran duque la observó dirigirse lentamente hacia un ventanal para mirar a través de él. –Precisamente dudo de los motivos que la hayan llevado a elaborar esa profecía. No soy tan ingenua como para creer que son desinteresados, pero no entiendo qué pretende obtener de sus acciones. –explicó dándole la espalda.- ¿Hay algo de verdad en sus presagios? Yo también he notado el mundo más convulso últimamente. ¿Y si es cierto que nos sumimos en la oscuridad? ¿Qué podemos hacer los elfos para remediarlo? –volvió la cabeza para mirarlo.- Hace apenas unas horas la torre estableció comunicación conmigo. Parece que mis amigos comparten mis dudas… -desvió la vista. - No puedo dormir bien, no me siento capaz de encontrar una solución. El gran duque la miró angustiado: -Mi señora, su majestad no debe preocuparse tanto. Sus consejeros, entre los que tengo el honor de hallarme, haremos todo lo posible por aligerar la carga que soporta. No será necesario tanto esfuerzo por su parte contando con su confianza. -Soy reina, -replicó.- si sigo viva es porque he aprendido a desconfiar de los que me rodean, incluso de aquellos que dijeron quereme… –musitó de espaldas a él por lo que no pudo advertir el sufrimiento que torció el rostro del elfo al oír sus palabras. Sus ojos verdes observaban, a través del cristal, el patio de armas donde la bandera de la casa ducal del Río ondeaba entre otras tantas. -…aunque a veces duela recordarlo. –susurró para sí. El camino estaba franqueado por campos de cereal. El cielo estaba teñido de colores anaranjados y rosados, la luz del crepúsculo se reflejaba en las espigas que se inclinaban por la brisa. Angie se detuvo. Sus pies estaban machacados y sus manos llenas de pinchazos al haber tenido que apartar las zarzas cuando estas invadían el sendero. En la muñeca derecha, fuertemente anudado, estaba el jirón de la túnica del hombre que había secuestrado a su amiga. Su mirada recorrió los cultivos que flanqueaban el camino. Llevaba todo el día caminando sin detenerse, siguiendo el sendero y eligiendo unas direcciones u otras en los cruces según su intuición. Sin embargo, ahora su percepción no parecía sentirse atraída por el hecho de continuar por aquel sendero, a falta de intersecciones parecía que la única opción consistía en ponerse a andar cultivo a través. ¡Qué estupidez! ¿Qué pasaría si desobedecía a sus presentimientos? ¿Y si siempre hacía caso de sus intuiciones, adónde la llevarían sus pasos? Tal vez, a ninguna parte. Tal vez, siguiera caminando eternamente sin un destino fijo. Aquella era una posibilidad interesante, se dijo, sin embargo, no tenía tiempo para elucubraciones. Angie quería encontrar al hombre que había secuestrado a su compañera y salvarla. Por otra parte, sabía perfectamente que su don no funcionaba así y no le mostraría la forma de hacerlo simplemente con desearlo. Frunció el ceño, aquella noche, antes del ataque de Rainius había tenido un sueño o visión muy extraños, porque de algo estaba segura, todas las personas y acontecimientos que había visto eran reales. Aquello no era mera casualidad, tenía que haber una relación con lo que les había pasado en la feria. Angie se dejó caer sentada al borde del camino, un poco más allá, en el cultivo, un perro-lobo que debía ser utilizado como pastor ladró en señal de protesta. Lo ignoró. Era cierto que nunca había logrado controlar sus visiones, pero tampoco había tenido sueños de aquel tipo, tal vez si lo intentara ahora… Angie cerró los ojos y esperó. Nada, esperó unos minutos más. Tampoco, solo percibía el silbido de las espigas por la brisa, el sonido de los grillos y los ladridos de aquel desquiciante chucho. La invadió una profunda rabia. Por aquel condenado encapuchado, había perdido a su mejor amiga, a su hermana y jamás sería capaz de encontrarla. Sus dedos se engarfiaron en torno al jirón de tela, sus dientes rechinaron, si lo encontraba… si lo encontraba… lo mata… El jirón de tela se amplificó y de repente se convirtió en una túnica gris que se dirigía rauda por un pasillo oscuro y de piedra. Su sorpresa fue tanta que estuvo a punto de abrir los ojos de golpe pero se contuvo a tiempo y se esforzó por seguir concentrada. La silueta del encapuchado desembocó en una sala mucho más amplia pero igualmente pobre iluminada. Había un hombre encapuchado que vestía totalmente de negro y se encontraba de pie. En el centro de la sala, una mesa ovalada de madera y sentada a ella, fuertemente encadenada y amordazada, había una mujer elfa. Angie la ignoró y proyectó su mente hacia donde el encapuchado que había secuestrado a Vanessa estaba estableciendo conversación con el otro hombre. -Tal como queríais, vuestras órdenes han sido cumplidas. El secuestrador de Vanessa tenía la voz suave y modulada y a Angie le resultó escalofriantemente familiar pese a que sabía con certeza que solo se había cruzado con ese individuo una vez, antes. El otro encapuchado, cuyas vestimentas eran mucho más elegantes y ricas, asintió: -Como era vuestro deber. Habéis realizado un buen trabajo con la pequeña Kin-shannay. Es una pieza fundamental de nuestro plan, aunque de momento es demasiado débil. –torció la cabeza hacia la mesa. – Ahora me preocupa más ella. Angie siguió con la mente los movimientos del individuo pero no esperaba lo que pasó a continuación. El hombre extendió el brazo con la palma de la mano abierta hacia la elfa encadenada, que lo miraba desafiante. Y entonces, cerró el puño. La mujer estaba fuertemente amordazada pero Angie pudo escuchar el sonido de un inmenso grito tratando de salir de su garganta mientras su cuerpo se retorcía de dolor dentro de las ataduras. Al lado, pudo advertir como el secuestrador se estremecía. Su compañero detuvo la tortura bajando la mano antes de volverse hacia el otro encapuchado. -Esta vez, has cumplido con exactitud todo lo ordenado pero quiero que la mires y lo recuerdes. Vuestra vida me pertenece. –indicó mientras la elfa lo miraba con rabia. - Si sois demasiado orgulloso y os creéis mejor hechicero que yo como para poder obedecer mis órdenes, al igual que ella, os haré echar de menos la muerte. Angie observó asqueada como el secuestrador de Vanessa se arrodillaba ante su superior en sumisión, antes de salir de la estancia: -No os defraudaré, mi señor. El otro lo siguió por el mismo camino no sin antes sonreír repulsivamente a la prisionera. Angie lo vio alejarse y proyectó su mente hacia la mujer, aunque sabía que no podría hacer nada para salvarla y que ella ni siquiera podría verla. Cuando la distancia fue menor advirtió que sus orejas eran puntiagudas y, cuando la miró a los ojos, se dio cuenta que aquella era una de as extrañas criaturas con las que había soñado. La observó detenidamente. Aquella mujer, perteneciente a la raza elfa, desconocida por Angie, tenía una elegancia, una dignidad y un porte orgulloso que no lograrían arrebatarle aunque la cubriesen de mierda. Sus ojos almendrados, miraban al frente en un gesto claro de desprecio y desafío, su rostro era tremendamente hermoso y su larga cabellera castaña oscura caía por su espalda y sobre las ataduras como un manto. Pero la energía que desprendía la prisionera era incluso más asombrosa que su imagen. Angie podía sentirlo, con su mente. El tremendo poder que residía en aquel esbelto cuerpo. Aquel corazón bombeaba con fuerza algo más que sangre. Lo veía en sus venas, a cada latido, una tremenda energía lo recorría, una sensación de fuerza que jamás había experimentado antes. Angie podía sentir la tensión de ese poder en el interior de aquellas ataduras, su lucha por explotar, por ser utilizado y también podía, percibir la respiración tranquila de la elfa a pesar de los sentimientos de odio y rabia que la embargaban. Su cuerpo estaba en reposo, comprendió, aquella energía que percibía era la que poseía de forma natural, nada comparada con la que podría generar aquella criatura en un estado de furia descontrolada. Y Angie, que siempre había deseado ser algo más que una débil niña de la calle, no pudo evitar admirarla, no solo por ser la mujer más bella que había visto en su vida, sino porque dentro de aquel hermoso cuerpo, había otra cosa: magia, y, una magia muy poderosa. Y entonces, la elfa se volvió hacia ella y guiñó la vista como si la estuviera percibiendo. De repente, la invadió una sensación de mareo y su mente fue tragada por un torbellino. Cuando abrió los ojos, volvía a estar sentada al borde del camino rodeada de espigas de cereal y con un desquiciado chucho ladrándole. Se quedó sin respiración, pero no era por su logro, ni siquiera porque la prisionera hubiera expulsado a su conciencia sin contemplaciones sino porque acababa de reconocerla y se le había ocurrido una idea. Aquella mujer aparecía en su sueño, y al recordar ese hecho todos los acontecimientos que la rodeaban habían vuelto a su mente. Era poderosa, podría ayudarla a salvar a Vanessa pero no se podía fiar de ella ya que había traicionado a mucha gente antes. Bueno, pensó, en principio las dos odiaban a esos encapuchados, así que con un objetivo común no debería de haber problema. Solo había un gran fallo en esa idea. Que la elfa estaba prisionera y Angie no sabía donde buscarla porque para empezar ni ella misma sabía donde se encontraba. Se rascó la cabeza y consideró seriamente la idea de lanzarle una piedra al perro haber si se callaba de una vez y la dejaba pensar, pero entonces, la invadió otra visión. La joven se encontró de repente en frente de una taberna pegada la ladera pedregosa de una montaña. Parpadeó. ¿Qué demonios? ¿Es que la hechicera pensaba pasarse por allí a tomar unas cervezas? ¡Si estaba atada con cadenas en una fortaleza! Su intuición le indicó que para llegar a aquel lugar debía andar campo a través, comenzando concretamente por atravesar el campo de cereal donde aquel perro ladraba hasta quedarse afónico. Angie suspiró incapaz de verle el sentido a nada de aquello pero si yendo a esa taberna encontraba la mínima de posibilidad de salvar a su amiga, no importaba. Así que, para la desesperación del perro, se adentró en la finca. El animal se le acercó y empezó a ladrarle todavía más y la chica se volvió hacia él enfadada: -¡Ya te vale, no voy a robar nada a tus dueños, estoy de viaje! Así que… ¿Te quieres callar? Para su estupefacción el chucho dejó de ladrar en seco y la observó con algo parecido a la indignación antes de dar media vuelta. -Podías ser más amable… qué prepotencia. A Angie se le desencajó la mandíbula: -¿Qué? –logró articular atónita pero el perro ya se alejaba entre las espigas. ¿Habían sido imaginaciones suyas? Parpadeó incrédula. ¡No! Aquel animal acababa de hablar, acababa de dirigirse a ella y la acababa de llamar “prepotente”. Sin embargo, los animales no hablan. ¡Los perros no hablan! Le dieron ganas de gritar pero se contuvo. Se estaba asustando, una cosa era ver visiones desde que se tiene memoria y otra muy diferente, empezar un buen día a hablar con los animales. Eran imaginaciones suyas, tenían que ser imaginaciones suyas. Suspiró y decidió dejar el tema a un lado mientras se afanaba por andar entre los cultivos. Primero secuestraban a su mejor amiga, luego un fantasma trataba de asesinarla, a continuación, tenía una visión en la que descubría que el hombre que tenía capturada a su amiga era un sádico torturador para acabar perdiendo la cordura porque un perro le había hablado. Definitivamente todo estaba yendo de maravilla. -¿Por qué estás vivo Morderek? El joven levantó la cabeza y contempló al archimago con aborrecimiento: -Ya te lo he dicho. –gruñó después de dar un trago a la jarra que estaba en frente suya –No tengo ni la más remota idea y, no me llames así. Conrado se inclinó hacia adelante: - Está bien, Harald. ¿Pretendes hacerme creer que saltaste del Otro Lado a aquí de súbito y sin motivo y lo consideraste tan normal que ni siquiera te molestaste en investigar e iniciaste una nueva vida como estafador? -Para, para ahí. -lo detuvo. –No fue exactamente así. –se rascó la barbilla –Estaba muerto por fin, después de las horrorosas torturas que me infligió Shi-mae, pero un día, bueno no estoy seguro de que sea el término adecuado para cuantificar el tiempo en el Otro Lado… -Conrado estrechó los ojos detrás de sus gafas mostrando que estaba comenzando a perder la paciencia. –Bueno, el caso es que una especie de remolino me rodeó y me absorvió. Cuando me desperté estaba en medio del bosque, desnudo y vivo. Caminé y pronto llegué a este pueblo, donde a mejor cosa que hacer me he dedicado a estafar para sobrevivir hasta hoy, que has llegado tú, amigo mío. -No soy tu amigo. No he olvidado tu traición ni lo que hiciste a algunos de mis compañeros. –le replicó con severidad. Los ojos de Conrado habitualmente tan afables estaban ahora teñidos de odio. Morderek se echó hacia atrás en su silla y le sonrió maliciosamente: -Lo suponía. –susurró mientras lo evaluaba con la mirada. –Y sin embargo, -añadió – me sorprendes a la vez. Estás raro, Conrado… -¿Qué-Qué quieres decir? –tartamudeó Conrado perplejo y durante un instante la máscara de seguridad y soberbia del mago dejó pasar a través de ella un vestigio del antiguo aprendiz, pero fue solo un segundo porque en seguida se sobrepuso – No es asunto tuyo. –suspiró. –Bien, ahora dime: ¿Dónde están Shi-mae y Dana? Morderek se encogió de hombros: -¿Dana está muerta, no? -En principio, debería estarlo. Sin embargo, hay gente no debería estar viva y está ahora mismo en frente mía tomando una cerveza. Morderek paró de beber y alzó la jarra con guasa: -A tu salud, hermano. Conrado lo observó pensativo hasta que cayó en la cuenta de un detalle: -No has mencionado a Shi-Mae. ¿Ella está muerta? -Supongo, -se encogió de hombros-Por mi integridad física espero que lo esté. Conrado resopló no muy convencido. Esta vez fue Morderek quien frunció el ceño y lo observó con curiosidad: -¿A qué viene todo esto? ¿No te era más fácil usar el espejito de esa elfa para comunicarte con los espíritus que venirme a buscar al fin del mundo? -Ya lo he usado. –suspiró- Y me ha costado mucho. -¿Y eso?-se burló- Creía que eras el chico listo de la torre, por lo menos más que el lento de Jonás. Sorprendente que se diera sacado la túnica roja antes de morir de morir de viejo. -Deberías saber que Jonás es ahora un archimago. –replicó seriamente el hombre antes de continuar.- Tras la muerte de Shi-Mae las relaciones de la Torre con los magos elfos y en especial con algunas familias de la nobleza se volvió muy complicada y sin la intervención de la reina Nawin probablemente hubiéramos sido detenidos. -¿Por qué? –preguntó interesado el joven. Conrado lo miró con desprecio: -¡Oh, lo olvidaba! Tú te aliaste con ella así que no te perjudicaba, en principio al menos. Shi-Mae trató de hacerse con la torre y de asesinarnos a todos pero murió en el intento. Nawin, naturalmente, no podía contar en su tierra que una de las mujeres más admiradas y poderosas del reino había tratado de urdir una trama para quitarle el trono porque hubiera sido lo equivalente a una declaración de guerra contra la casa del Río y todos sus aliados. -Podría haberlos aplastado, como en otras insurrecciones. –repuso el joven. -No, en este caso –continuó en el archimago.- Si alguna familia noble tiene en el Reino de los Elfos el suficiente poder y aliados para derrocarla, esa ha sido siempre la casa del Río. Shi-Mae lo sabía, por eso quería matar a Nawin, porque si ella moría sería la siguiente en la línea sucesoria. Como una explicación así de su muerte hubiera sido la chispa que reiniciase las confrontaciones, elaboramos una especie de versión oficial. Shi-Mae habría desaparecido en una puerta interdimensional o en la realización de un hechizo complejo. Por supuesto, nadie allí se creyó eso y empezaron a elaborarse suposiciones de la cual la más extendida es que fue el propio Fenris quien la mató, ya que fue desterrado tiempo atrás y la población le tiene un odio exacerbado. Actualmente la versión dada por Nawin goza de mayor popularidad, especialmente entre los jóvenes, sin embargo, la mayoría de los magos elfos de mayor edad siguen sin darle crédito. -¿Y eso conduce a…? Conrado sonrió: -Conduce a que tras el Momento, llegamos a la conclusión de que el espejo era una fuente de problemas y decidimos devolvérselo, junto con el resto de las pertenencias de Shi-Mae que quedaban en la torre, a su padre, Shi-Yun. Pretendíamos que fuese una forma de restablecer la paz pero ocurrió todo lo contrario. Aquel hecho, reforzó en su padre, la creencia de que nosotros teníamos algo que ver con la muerte de su hija. De manera que cuando necesité el espejo de nuevo y se lo pedí, solo obtuve negativas y amenazas. –suspiró –No me quedó más remedio que contratar a un cazarreliquias elfo para que se colase en su palacio y lo birlase. Me parece que su desaparición tampoco va a ayudar a las relaciones diplomáticas. -Desde luego que no. –corroboró Morderek. Miró al archimago, pensativo. –No sé qué me asombra más, si tu repentino valor para meterte con una familia poderosa o el hecho de que todos tus compañeros apoyen esa decisión. Conrado se mordió el labio y desvió la vista: -La verdad, es que no la apoyan… Esta, es una decisión que he tomado yo. El resto no saben nada de esto. -¿Qué? –soltó Morderek estupefacto, mientras se incorporaba de súbito en la silla. Meneó la cabeza sonriendo. –No me lo puedo creer. ¡Sí que se pone interesante la cosa! -No conviene que ellos lo sepan de momento, actuarían precipitadamente. Además, estoy siguiendo elucubraciones mías, no hay nada por seguro todavía.-se apresuró a explicar. -Ya, -rió el joven. –Ahora entiendo porqué venías tan cubierto el otro día y porqué decidiste quedar conmigo hoy en la taberna a una hora tan avanzada de la noche, en la cual presupongo, toda la gente de tu escuela estará durmiendo. Conrado frunció el ceño enfadado: -La capa fue con objeto de no alertarte. -No te hubiera reconocido, de todas maneras, has envejecido demasiado. -Tú, en cambio, pareces no tener más de veinte años. Exactamente la edad que tenías cuando moriste. –replicó él hoscamente. Morderek esbozó una media sonrisa: -Sí, mi segunda vida parece continuar donde dejé la primera. -Con la diferencia de que los hechos pasados parecen haber aplacado bastante tu carácter y tu prepotencia. ¿Ya no sueñas con la inmortalidad? -¿Y bien, de qué elucubraciones hablas?–preguntó ignorando la pulla. -No es asunto tuyo. Ya te he contado bastante. –le replicó el archimago, cortante. -¡Qué pena! –repuso Morderek con ironía, mientras se ajustaba distraídamente el guante de la mano izquierda.-Con tan poca información me parece que no voy a poder ayudarte. -¿Qué es lo que necesitas saber? –lo miró hoscamente. Morderek se inclinó sobre la mesa hasta que su cara estuvo muy cerca de la de Conrado: -Necesito saber qué te lleva a pensar que pueden estar vivas. –susurró. Conrado dudó, pero al final asintió con un cabeceo: -Por motivos que no “necesitas” saber para ayudarme me vi en la obligación de contactar con Dana para pedirle ayuda. Empleé para ello el espejo, pero no fue ella la que acudió a mi llamada sino Kai acompañado de Maritta. Kai aprovechó para confesarme angustiado que hacía tiempo que no daba encontrado a Dana. Era imposible, que estuviera en otro lugar que en el Otro Lado por lo que lo recorrió entero e hizo averiguaciones. –miró fijamente a Morderek –Ya puedes imaginarte qué personas descubrió que también faltaban. El joven sonrió: -Yo, doy por hecho. –Conrado asintió y lo siguió mirando. Morderek frunció el ceño. –Espera… ¿Shi-Mae? -Sí. –Morderek palideció notablemente. –Y también, Aonia. -Vaya, -susurró el joven. –Una reunión de hechiceras poderosas. -Kai no sabe nada más, pero me comentó que tanto él como el resto de los espíritus habían percibido una serie de ondulaciones en los planos, fuera de lo normal. -¿Y eso es preocupante? -Mucho, podría deberse a alteraciones entre la vida y la muerte. Una resurrección, como es tu caso o deberse a otro motivo… -¿Otro motivo? -Eso ya no lo “necesitas” saber. Morderek volvió a recostarse en la silla y lo contempló con los brazos cruzados: -¿Y no las has podido localizar, como hiciste conmigo? -No. Utilicé un óculo para encontrarte pero no me mostró nada en ninguno de los otros casos. Morderek se encogió de hombros: -Entonces parece claro que siguen muertas. Conrado suspiró y explicó: -No, necesariamente. Son hechiceras poderosas, saben cómo evitar ser observadas. Morderek estrechó los ojos: -¿Le has preguntado a tu amigo fantasma si por casualidad estaban ausentes otros hechiceros poderosos aunque no fueran de sus conocidos? -¿Adónde quieres llegar? –se sorprendió Conrado. -A algo que debería haber supuesto Kai, aunque sea solo por su nombre. -No entiendo. -Te lo explico. Resulta que los Kin-Shannay tienen un fantasma que actúa como compañero, esto es, un kai. Los aspirantes son seleccionados por un consejo de muertos según preceptos que desconozco y finalmente tras unas negociaciones se establece cual de ellos es. Bueno, esa es una de las funciones del consejo, que se ocupa de otras cosas. Adonde quería llegar es a que está formado por los espíritus más poderosos, magos fundamentalmente, ya que las riquezas no lo acompañan a uno a la muerte. El Otro Lado es un lugar dimensionalmente pequeño para alguien que carece de cuerpo, todos lo conocemos entero. Sin embargo, cuando el consejo de los muertos está reunido, algo que no sucede casi nunca, utiliza sus propios métodos para no ser encontrado. Los ojos de Conrado brillaron: -De manera que crees que Aonia, Shi-Mae y Dana, por ser hechiceras poderosas han sido convocadas a ese consejo y por eso no podemos encontrarlas. Morderek arqueó una ceja y negó con la cabeza: -¿Sinceramente? No, no lo creo. Conrado se agitó furioso: -¿Entonces para qué me dices eso? -Bueno, -el joven se encogió de hombros- has hecho un largo viaje para solicitar mi ayuda y lo menos que podía era ofrecerte una hipótesis coherente. Esta vez fue Conrado el que arqueó una ceja. -Está bien, -concedió Morderek –trataba de que te sintieras lo medianamente satisfecho como para pedirte un favor a cambio. -¿Un favor? –se escandalizó el archimago. -Tranquilo, es algo muy sencillo. Conrado lo miró con desconfianza: -Como me has comentado tus compañeros están en la completa ignorancia respecto a este asunto. Pues que sigan en la ignorancia, al menos, respecto a mi persona. –Morderek continuó hablando lentamente mientras lo miraba fijamente a los ojos. – No tengo ningún interés en tener problemas con ellos. Si me he cambiado de nombre y vivo alojado en una posada de mala muerte en un pueblo que ni aparece en los mapas es precisamente porque no quiero volver a cruzarme con ellos en lo que me queda de mi nueva vida. ¿Entiendes? Conrado asintió: -Tienes mi palabra respecto a eso. No se enterarán de que sigues vivo por mí. Morderek asintió, a su vez, conforme: -Bueno entonces me parece que no tenemos más que hablar. –dijo incorporándose. Conrado se incorporó a su vez pero antes de dirigirse a la salida de la posada se volvió hacia él: -¿Y en serio piensas dedicar tu segunda oportunidad de vivir a pudrirte en esta posada estafando para pagar el alojamiento? Morderek sonrió con amargura: -Me parece que los acontecimientos pasados han demostrado que el destino nunca me proporcionará un futuro glorioso. Me equivoqué al pensar que podría alcanzar el poder simplemente tomándolo a la fuerza. –explicó mientras abría y cerraba la mano enguantada. -Entonces, -repuso Conrado. –por si nunca más volvemos a vernos. Te deseo de todo corazón que puedas alcanzar la felicidad, aún en ausencia de gloria y poder. Morderek, volvió a sonreír, esta vez, ampliamente: -Adiós, Conrado. -Adiós, M… Harald. –se corrigió él en el último momento, algo azorado, antes de darse definitivamente la vuelta y salir por la puerta de la posada. Morderek permaneció un rato con la vista puesta en el lugar donde había estado el archimago un instante antes. Tal vez, no hubiera estado del todo mal hablar con su compañero, se dijo. Se sentía en paz consigo mismo. Un extraño sentimiento que ya no recordaba. Suspiró y sonrió para sí, tal vez debiera celebrarlo: -¡Tabernero, tráeme otra cerveza! –gritó desde la mesa. La sonrisa se borró de su rostro de repente. Apoyada contra la barra había otra figura encapuchada que lo miraba fijamente. Lo recorrió un escalofrío. Ahora que se había dado cuenta, tenía la absoluta seguridad de que aquella persona había estado allí durante toda su conversación con Conrado, probablemente fingiendo tomar algo mientras los espiaba. La persona advirtiendo su mirada procedió a acercarse a su mesa con paso resuelto. El joven apretó los puños por debajo pero esbozó una sonrisa forzada: -¿Te conozco? -Yo a ti, sí. -Ya veo. –respondió, manteniendo la sonrisa. Hubo un silencio tenso de unos segundos antes de que la persona se decidiese de nuevo a hablar: -Morderek, -comenzó, haciendo que le helase la sangre. ¿Quién se suponía que era para saber su verdadero nombre?-Necesito hablar contigo. Morderek se contuvo para soltar una maldición Ya empezábamos, otra vez. Era ya de madrugada cuando Conrado se materializó en la escuela del Sol Poniente. La escuela del Sol Poniente centrada en el estudio del elemento fuego había sido una de las cuatro escuelas de alta hechicería de los tiempos antiguos. Sin embargo, al revés que las tres restantes, (la torre, el bosque dorado y el lago de la luna), había sido cerrada debido a los continuos accidentes y muertes que ocurrían en ella. Conrado e Iris, en su iniciativa de reabrir la escuela habían sido obligados no solo a adquirir el rango de archimagos sino a realizar reformas en el edificio y sustituir el programa antiguo de la escuela por el actual. Sinceramente, Conrado hubiera preferido construír otra escuela aparte pero el consejo había existido en que para mantener el equilibrio era necesario que se reabriera la escuela dedicada al fuego. Y así, la escuela del Sol Poniente estaba situada en una especie de excavación o barranco en el desierto de un reino del sur. Eran, por lo tanto, habitantes del sur los que acudían a ella. Si bien, algo no había cambiado respecto a la actual. Las condiciones de vida continuaban siendo mucho más duras que en el resto de las escuelas. Aunque el edificio se extendía bajo tierra y estaba aislado térmicamente no era posible realizar ejercicios en el exterior excepto en el crepúsculo. Durante el día las temperaturas eran extremadamente altas y lucía un sol abrasador y por la noche descendían tanto bajo cero que el riesgo de congelación estaba asegurado. Era por ello, que la mayoría no solía subir a la superficie e Iris no lo hacía prácticamente nunca. Conrado suspiró. La joven tenía siempre un aspecto débil, triste y enfermizo que no reflejaba el inmenso poder mágico que residía en aquel escuálido cuerpo. Cuando no daba clase se sentaba en un sillón y observaba lánguidamente el crepitar de las llamas hasta que se iba a dormir. Por ello Iris se esforzaba y trabajaba sin descanso ya que deseaba tener la mente ocupada en algo. Siempre había sido la que había manejado la escuela y había mantenido los pies en los suelos mientras Conrado, siempre tan intelectual, se alejaba del mundo enfrascándose en investigaciones y pergaminos. Sin embargo, tras tantos años y por muy en el aire que estuviese Conrado sabía perfectamente el motivo de su tristeza y sabía que no había solución para ella. Iris estaba enamorada. Y el amor puede ser una razón para vivir y un motivo de felicidad cuando se realiza pero puede convertir a una persona en un ser desesperanzado y alienado si es imposible. Con todo, Conrado conocía perfectamente que a pesar de su inercia, la joven estaba muy preocupada por él, por sus salidas y su extraño comportamiento así que trató de pasar desapercibido por los corredores, pero no lo consiguió. -Conrado. El archimago se dio la vuelta sonriendo mientras maldecía interiormente: -Buenas noches, Iris. -¿Dónde has estado? –le preguntó ella sin abandonar el tono suave pero con el ceño ligeramente fruncido. -Paseando, no podía dormir. Así que pienso en hipótesis para mi nueva tesis. –mintió con una alegría fingida. Un tremendo error, porque Iris podía estar enamorada pero desde luego no era tonta: -Pues espero que se queden en hipótesis y no lleguen a la práctica. –ironizó antes de añadir seriamente. - No trates de engañarme, Conrado. Sé perfectamente que has salido. Si no eres capaz de confiar en nosotros dínoslo pero no nos sueltes vulgares mentiras. -No sé de que estas hablando, Iris. –le contestó en tono neutro sin poder evitar sentirse totalmente culpable. -Lo sabes perfectamente. –replicó ella.- Todos sabemos que te has obsesionado con la profecía de Qeela. Salamandra asegura que deberías dejar ese tema de lado. Te está comiendo el cerebro. ¡Mírate! Este asunto te está influyendo demasiado. ¡Te está convirtiendo en otra persona! El archimago se sintió repentinamente molesto y no sometió su rabia: -Vaya, qué curisoso que me digas eso precisamente tú. ¿Qué te influye a ti demasiado? ¿Quién te come el cerebro y te causa sufrimiento en el corazón?¿No te parece que deberías superar de una vez lo de Saevin? ¿O es que acaso, ya no hay nada que superar y la niña “maldita” perdió simplemente la cabeza?” Conrado no pudo continuar porque Iris lo abofeteó con fuerza. El golpe lo hizo callar y recobrar la razón de lo que estaba diciendo. Se mordió el labio mirando al suelo incapaz de sostenerle la mirada. Tras unos segundos de silencio se atrevió a levantar la cabeza. Los ojos de Iris no reflejaban odio aunque estaban llenos de lágrimas y lo observaban con manifiesto horror. La vergüenza lo invadió y quiso disculparse por las burradas que acababa de decir a su compañera pero ella fue más rápida: -El Conrado que conocía jamás me habría dicho una cosa así. –susurró con voz temblorosa antes de dar media vuelta hacia el lado contrario del pasillo. -Iris, yo… -comenzó él, pero ella ya se había marchado sin que le pudiera pedir perdón y se sintió la persona más ruín del mundo. El Conrado de antes no perdía los nervios y no hería a sus compañeros ni amigos, además de lo cual tenía un carácter afable. Y se dio cuenta de que Iris tenía razón. El secreto que estaba guardando, lo estaba pudriendo por dentro. Morderek observaba a la persona sentada en frente de él. Tras unos segundos en silencio se decidió a hablarle: -¿Podrías quitarte la capucha? Resulta muy incómodo ser observado sin saber quien lo hace. -Como quieras. –se encogió de hombros el encapuchado. –Pero no me conoces. -Tengo muchos contactos, -le sonrió alentadoramente –así que probablemente sí. -Pues no. –reconoció sorprendido cuando el desconocido se quitó la capa. Morderek observó con curiosidad al visitante, o más exactamente a la visitante. Delante de él había una joven muchacha que le sonreía maliciosamente. Tenía una nariz pequeña y respingona, las mejillas pecosas y los bucles que formaba su cabello negro no llegaban a sus hombros. Sus ojos negros brillaban con picardía mientras lo observaba. -Te dije que no me conocías. –le señaló. Morderek ignoró su intervención: -¿Quién eres? -Soy Angie y tú eres Morderek. -Sí, gracias, eso último ya lo sabía. –replicó con sorna. -¿Se puede saber de qué me conoces? No te he visto en mi vida. -Simplemente te conozco. –susurró ella mirándolo misteriosamente. El joven resopló exasperado pero averiguó que ella no pensaba decir más al respecto así que se calló incómodo. Sin embargo, Angie parecía estar en su propia casa. Cuando el camarero pasó a su lado le pidió que le trajese una jarra de cerveza y que se la cobrase a Morderek. -¡Eh!-protestó él. –¿Quién te ha dejado darte por invitada? -Nadie. –respondió encogiéndose de hombros. -¿Y no te parece tener un poco de cara dura? –comentó molesto. -¡Mira quién lo dice! El mayor impertinente y caradura del que tengo noticia. –se burló haciendo que él la observase aún más intrigado. -No sabes si tengo siquiera dinero para pagar. –gruñó. -¡Oh, créeme! Lo sé... –rió- Lo sé todo. –susurró mirándolo a los ojos de una forma que le produjo escalofríos. Morderek observó como el camarero traía la jarra y Angie se la ventilaba de un trago antes de limpiarse los morros con la manga de la remendada blusa que llevaba. -Las damas no deberían beber así. –observó el chico. -Pero es que yo no soy una dama, -repuso ella antes de sonreírle perversamente y añadir –soy una niña de la calle, como tú antes de ir a la torre cuando eras “el perro” en vez de Morderek y tenías que servir a un viejo estafador y malabarista que se hacía llamar el “Gran Dim”. Morderek se quedó petrificado. Su rostro había perdido todo el color y sus manos temblaban de rabia: -¿Cómo te atreves a decir eso? ¿Quién te ha dicho esas mentiras? ¡Yo, soy Morderek, no un mendigo de la calle! Y por si eso no lo sabes, soy un gran hechicero. ¡Un día me convertiré en el más poderoso y toda la gente que dice infamias sobre mí se lamenterá de haberlo hecho! ¿Lo has oído? Díselo a quien te haya contado esas tonterías. ¡Os mataré a todos! –rugió de pie, totalmente fuera de control mientras Angie ponía los ojos en blanco, lo que lo enfureció aún más. -¡Y tal vez, tú, asquerosa niñata, seas la primera! Así que no tientes a tu suerte, explícame a qué has venido, márchate y no vuelvas a poner tu culo en este lugar por el resto de tu vida. –finalizó antes de volver a sentarse todavía temblando. Avergonzado de su arranque de furia miró alrededor pero en medio del jaleo de la taberna nadie más parecía haberlo advertido. Hubo un silencio tenso durante unos segundos antes de que Angie se decidiera a hablar: -Busco a Shi-Mae. -¿Qué?- soltó él mientras crispaba los puños. -Busco a Shi-Mae. –repitió ella-¿Ha pasado por aquí? ¿La has visto? -No, no la he visto. ¿La has visto tú? Ella pareció dudar: -Sí… y no… -admitió sin decidirse a explicar más. –Tengo noticia de que pretendía pasar por aquí. -¿Entonces está viva? –tartamudeó Morderek. -¿Y dices que tiene intención de venir a esta posada? ¿A aquí? ¿Para qué? Angie no respondió pero lo miró de arriba a abajo de una manera bastante elocuente y el mago comprendió. -Pues no pienso a esperar a que esa elfa se digne a posar sus pies por estos lares. –replicó pálido como la cera. -¡Ahora mismo me voy! Angie pareció no haberlo oído. Sus ojos estaban perdidos en algún punto de la pared de detrás de él, como si esta fuera algo absolutamente fascinante. Morderek ignoró a la niña en Babia y se levantó de la silla. Entonces la voz de la muchacha lo sobresaltó: -Déjalo, ya es demasiado tarde. El joven se volvió para mirarla: -¿Qué? ¿Por qué? Angie ya no parecía alienada, sus ojos miraban entornados hacia la entrada y sus labios estaban iluminados por una sonrisa entre pícara y perversa: -Porque está detrás de la puerta. Va a entrar. Morderek la miró espantado: -¿Cómo lo sabes? ¡Tienes que estar de broma! Desvió la vista hacia la entrada. Al principio no percibió nada entre las mesas repletas de bebida y las juergas de los borrachos pero un instante después se fijó en los grandes portalones de roble. Una de sus manillas se desplazaba inexorablemente hacia abajo. Alguien la estaba moviendo desde fuera.