Una calida noche de invierno

Una cálida noche de invierno.​

Era una noche como cualquier otra, el extenso y oscuro manto del cielo azulado cubria toda la ciudad, las pequeñas estrellas blancas adornaban el cielo junto a una hermosa luna llena color miel.
La suave y delicada brisa refrescaba mis mejillas a lo largo del camino a casa, aplacando el calor que me proporcionaba mi abrigo.
Sabia en lo mas profundo de mi alma que esta noche no seria especial, por mas que pareciese perfecta, por mas que el mismo aire susurrara por mis oídos una dulce invitación a lo prohibido, nada de eso pasaría, porque como siempre, el había desaparecido, como acostumbraba hacerlo de vez en vez, aveces eran días, otras veces eran horas pero ya se tornaba algo habitual.
Era tan habitual como la sensaciones perdidas que se encontraban en mi cuerpo, hacia mucho ya que solo me conformaba pasando las noches sobre mi cama recordando aquellos días donde tus labios, tus caricias me volvían una mujer, donde nuestras voces se unían a un solo ritmo y donde sentía que yo era todo lo que necesitaba. Donde me hacía sentir la mujer mas hermosa y deseada del mundo, donde yo podía sentir fervientemente la necesidad de tan solo darme un beso, pero ahora.....Ahora parece que mis labios se encuentran marchitos, y un simple te quiero es tan escaso como el agua en el desierto, donde una caricia tuya es un milagro de navidad o un ruego concedido por los ángeles.
Había ya hace mucho perdido la idea de lo que se sentía ser deseada, necesitada, había sido hace mucho que deje de pensar que era bonita o atractiva, comenzando a sentir que cada mirada sobre mi podría ser solo milagros del destino.
Ya estaba llegando a mi casa cuando una sorpresa se avecino ante mis ojos, no, por desgracia no era mi amado esperando en el pórtico, era mi mejor amigo adormilado sobre la puerta del mismo, como si estuviese hace horas esperando mi regreso, como si supiese que no habría nadie esperándome mas que el.
Me acerque a el y con un suave toque sobre su hombro lo desperté, y acompañada de una suave sonrisa lo invite a pasar a la casa.
Pude notar que estaba frió, lo que me ayudo a deducir que llevaba tiempo ahí sentado, guiada por la empatia camine hacia la cocina para preparar algo que lo hiciese entrar en calor, pero de un extraño modo la situación se reviro, puesto que sus manos se encontraban rodeando mi cintura, recorriendo de forma ascendente por mi piel, mientras sus labios susurraban de un forma profunda y seductora sobre mi oído las palabras te deseo.
Sus feroces y apasionados besos sobre mi nuca, me transmitieron toda esa sensación que creía perdida, por un momento me sentí poderosa al notar toda la lujuria que corría por su cuerpo.
Como poco a poco desgarraba con sus dientes y sus manos cada prenda que encontraba a su paso, mientras veia como yo cada segundo caía en la sensación de sentirme deseada. Todo aquello se tornaba como un juego, un placer casi tortuoso donde nuestros cuerpos y nuestras voces iban al mismo compás.
Todo esto era algo prohibido, algo oculto algo secreto donde la lujuria domaba nuestras almas y nuestros cuerpos, convirtiendonos en animales salvajes, guiados por nuestros instintos mas bajos.
El sabor de lo indebido, la locura del deseo, y el salvajismo de la pasión, todo eso era lo que nos rodeaba, lo que nos envolvía, lo que cualquiera llamaría el dulce sabor del pecado.
Si el infierno tenia que ser una tortura, no había mejor tortura que sus manos acariciando mi piel, jugando con cada parte llevándose de mi un sin fin de suspiros y gemidos.
Y asi me encontraba yo, hipnotizada tras la sensación de pertenencia que el me daba, sintiéndome hermosa, poderosa, necesitada, con una descarga de adrenalina y excitación sobre mi cuerpo, bebiendo del elixir de la lujuria que impregnaba tu cuerpo sobre el mio.
Su cuerpo ya no estaba frio, y esto ya no era mas que una cálida noche de invierno.