Long-fic de Inuyasha - El Último [Sesshômaru x Kagome]

Perdonen a mi Internet por este retraso. Espero les guste lo que sigue ( :

CAPÍTULO DIECINUEVE: SUPERVIVENCIA ​

[Segunda Parte]​

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— ¿Por qué no me llamaste, querida? —Se oyó una voz con un toque paternal, pero, a la vez, resentida—. Tal vez yo hubiese podido ayudarte...
— No, no hubiera podido, doctor. Créame... Aquello fue más sobrenatural que otra cosa —le respondió ella, colocando una mano en el hombro del anciano—. Además, perdóneme pero no quería asustarlo. ¿Recuerda aquella vez que casi le da un infarto en el hospital, cuando creyó que yo estaba dormida pero no era así?​

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Casey asintió con la cabeza, comprendiendo la situación. Incluso Julianne le dirigió una mirada comprensiva a la chica, como agradeciéndole que se preocupase de tal manera por su marido.​

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— Bueno, el caso es que Sesshômaru está despierto.
— ¿Cómo? —August quedó perplejo.
— Así es. Después de purificar la esencia de la que les hablé, él continuó con los ojos abiertos; pero esta vez, se veía tranquilo.
— ¿Cómo se encuentran sus signos vitales?
— Estupendos, doctor —respondió Kagome, con entusiasmo—. Aunque... sigue sin poder moverse y quizás no pueda hablar, no sé.​

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Después de discutir detalles y demás, el mismísimo médico se dirigió al departamento de la joven con el corazón latiéndole más rápido que el de un caballo galopando. ¡Al fin podría comenzar a estudiar más a fondo al youkai! Un sueño —el suyo— hecho realidad. Claro, admitía con mucha franqueza que también le había tomado cierto cariño a su paciente. Su entusiasmo daba de brincos cuando entró.​

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Su paciente lo miró con ojos de desconfianza, y con una actitud de defensa, también (aunque, claro, no fuese capaz de defenderse en ninguna manera). Sin embargo, el alterado estado del demonio pareció disminuir notablemente cuando Kagome se situó al lado del desconocido anciano. ¿Qué iban a hacerle? Lo que fuese, ¿la humana lo permitiría? Pero, sobre todas las cosas, ¿por qué diablos no podía moverse? Su boca se abrió, jalando una bocanada de aire para poder preguntar sobre su situación; pero, al momento en el que intentó vocalizar, su garganta sólo emitió un gemido.​

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Al observar la lucha de Sesshômaru por comprender su situación, la chica pensó en qué le diría, cómo le explicaría. Le tranquilizaba un poco pensar, al menos quería confiar, que el youkai le tenía, aunque fuese, un poco de confianza. Caminó hacia él lentamente y, con cariño, le acarició un poco el rostro... Temiendo un poco, claro, pero no de lo que pudiese hacerle, sino de su mirada gélida.​

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— Sesshômaru, tu corazón falló —comenzó, tratando de explicarle en el lenguaje más sencillo que pudiese ocupar—. Por éso, te desmayaste y... tuviste un shock —sin saber el porqué, discretas y tímidas lágrimas salieron de sus ojos marinos—. ¿Recuerdas cuando comenzaste a agitarte mucho? Eso le hizo daño a tu cerebro... Así que te quedaste dormido, digámoslo así... Sólo que así te quedaste: no despertaste. ¿Recuerdas, también, que no querías ir al hospital? Tuve que llevarte, te pusiste muy mal... —Suspiró—. Okay, en pocas palabras: él es el doctor August Casey; él sabe bastante de youkais. Bueno, al menos más que cualquier médico. Está aquí para atenderte —dijo, señalando al viejo—. ¡Oh! Ya estamos en Tokio, Japón... En mi departamento; es decir, sólo yo vivo aquí, contigo... Un apartamento es...​

— Querida, no creo que abrumarlo con tanta información sea lo más adecuado.
— Yo... Lo siento. Es que él está acostumbrado a saberlo todo y...
— Pero, niña, ¡ahora es él quien tiene que ser paciente! Ya habrá tiempo de que aprenda muchas cosas nuevas; por ahora, creo que le diste la información básica.​

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Kagome respiró honda y profundamente, puesto que sabía que debía tranquilizarse. El doctor a su lado comenzó a revisar a Sesshômaru con extrema precaución, como siempre se caracterizaban sus atención; aun así, el youkai no podía suprimir la mirada de desconfianza que aún portaba en su rostro. Ella se sentó junto a él, repitiéndole una y mil veces que todo estaba bien. Tratando de distraerlo, la chica le relató la razón del porqué la mayoría de su cabello se había ido y él no tuvo más que cerrar los ojos con fuerza y sentirse el más débil de los seres. ¿Qué quedaba de él, del guerrero poderoso que siempre había sido? Sólo una sombra, se dijo a sí mismo.​

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Aunque, pensándolo bien y con mucho trabajo para admitirlo, de pronto reconoció que podía estar peor: podría seguir "dormido", como le había dicho la humana... Incluso podría estar bien despierto, pero no ser capaz de pensar en nada coherente. Con todo y el consuelo que trató de buscar en ello, seguía sintiéndose inútil. Entonces, involuntariamente, le dirigió una mirada de cuestionamiento —y, sólo tal vez, de súplica— a la muchacha junto a él. ¿Sabría ella que él era aún capaz de pensar?, ¿o pensaría que él era ahora más tonto que un vegetal?​

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A la joven le impactó la intensidad en el oro de los ojos de Sesshômaru. Jamás lo había visto de esa manera. Súbitamente, percibió la inmensa duda en él... Y la comprendía, desde su muy único punto de vista. Para un demonio de la clase de él, sería una tortura quedarse en cama por el resto de su vida y, quizás, no sólo para él.​

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— Te mejorarás, Sesshômaru, ya lo verás —le dijo, suavemente—. Muchas de las personas que entran en coma, o se quedan dormidos, como te dije, duran años así... Pero tú duraste sólo unos meses y estás respondiendo muy bien.​

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Ante la mirada perpleja de él, fue Casey quien le habló ahora.​

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— Sí, entendemos que estás consciente. No sólo no somos tontos, pero sabemos de Medicina —sonrió amistosamente, intentando inspirar un poco de confianza—. La orientación y dirección de tu mirada dicen muchas cosas de tu cerebro.
— Además, me di cuenta del gesto que hiciste cuando te conté de tu cabello —rió ella.​

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El resto del día fue una verdadera lucha. Una vez que August Casey se hubo retirado (prometiendo volver al día siguiente, como siempre lo hacía), Kagome no sólo tuvo que explicarle al youkai todo lo que le hacía o todos los cuidados que le aplicaba —todo ésto, mientras le practicaba dichas acciones—, sino que debía lidiar con la mirada de incomodidad de éste. Ella comprendía lo ridículo que debía sentirse al tener que ser atendido en todas las maneras posibles, pero algo bueno había salido de la evidente vergüenza de Sesshômaru: pequeños movimientos se hicieron presentes en unos de sus intentos de alejarse del cuidado de ella; evidentemente, él los realizaba con gran esfuerzo, aunque sólo resultaran como agitaciones o tensiones de sus músculos.​

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— Sesshômaru, me alegra que puedas moverte —le había dicho ella—, pero así me dificultas las cosas. ¿Crees que yo me siento cómoda desvistiendo y dándole masajes abdominales a una persona que intentó matarme? Sin mencionar que casi nunca hablamos... Bueno, sólo si querías que me quitara de tu camino —rió—. Pero, cuando te encontré... Aunque hablamos un poco y hasta vivimos juntos... Ni siquiera sé si confías en mí.​

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¿Qué había hecho él? Quedarse quieto y voltear al lado opuesto de donde se encontraba ella, con la esperanza de no escucharla más.​

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EDITADO: Por cierto, ya le puse portada a este fanfic (la cual está permitida, según las "reglas y políticas del sitio", en la sección de "sobre la calidad del fanfic"). Para verla, vayan a la página 1 de esta discusión. A ver qué tal les parece. ¿Creen que refleja la narutaleza de este escrito?

Tal y como lo prometí, aquí el capítulo 20. Por favor, no me odien, ja.

CAPÍTULO VEINTE: EN CAÍDA LIBRE​

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Los días pasaban tan rápido como la arena se movía en un reloj primitivo. Pero tan rápido... A Kagome le parecía que el tiempo volaba al ser absorbido por una y mil cosas: su nueva carrera, a la que había comenzado a amar desde el primer momento; las constantes visitas a su madre ahora que no vivía con ella; la convivencia con su novio Kino... Y las horas que invertía junto al doctor August en el cuidado de cierta reliquia de la época feudal. ¿Que cuántas horas diarias dormía? Cinco o menos; sin embargo, no se veía ojerosa, cansada o muy pálida, lo cual no había podido explicarse; tal vez sería adecuado atribuírselo a la motivación que sentía alrededor de los acontecimientos diarios, ¿qué importaba?​

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En uno de esos tantos días, se encontraba la chica almorzando con su pareja. Últimamente, habían tenido una convivencia algo apresurada, pero la determinación de ella y la paciencia de él mantenían a flote la sana relación que llevaban.​

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—Oh, rayos, lo siento. Quedé de verme con Casey en quince minutos —se disculpó la pelinegra—. Me tengo que ir. ¿Nos vemos mañana? Te llamo luego, ¿sí?​

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Kagome se acercó a su novio para darle un beso rápido, pero éste la tomó del brazo, deteniéndola.​

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—Kagome, yo no tengo problema por llevarte.​

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Ella sonrió. Pero qué buen novio se había conseguido, ¿ah?​

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Un anciano médico se encontraba asistiendo a cierto paciente. En las últimas semanas, su ánimo se había disparado hasta Neptuno, su corazón se sentía más joven... Hasta había tenido románticos detalles con su esposa. ¿Quién lo pensaría? ¡A su edad! Y enamorado como un mocoso.​

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—Ah, ya sé que no confías en mí; lo adivino por tu expresión —le dijo al youkai, mientras revisaba sus niveles de tono muscular—- Pero, ¿qué más da? Aún con éso te revisaré.​

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En un momento, le descubrió el cuerpo y su análisis se volvió más exacto, sin perder nunca la seria actitud que dicha actividad requería. Al acercarse a la ingle, sintió una mano en la suya, apretándolo con la poca fuerza que tenía.​

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—Basta, no soy un pervertido —aclaró—. Parece que tu pudor alienta a tu movimiento. Entonces, está bien que sientas vergüenza, si te ayuda a moverte. Pero, yendo al punto original, ¿tienes algún problema para orinar?​

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Sesshômaru enfocó su mirada dorada en el doctor, mas de pronto la puerta del apartamento se abrió, dando paso a una muy conocida chica y a un antes visto joven. Cerró los ojos con fuerza... ¿Podía caer más bajo aún?​

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— ¿Cómo está, doctor? —Se escuchó la voz de Kagome.​

—Bien, querida. Estaba revisándolo. Dime tú, ¿su orina presenta alguna turbulencia?​

—Poca en verdad, doctor.​

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Con la intención de despedirse de su novia, Houjo se acercó y no pudo impresionarse un poco al ver en tal estado de vulnerabilidad al imponente hombre con el que había discutido hacía ya meses.​

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— ¡Kino! El pobre Sesshômaru está desnudo y no creo que le guste que más personas de las necesarias lo vean así —reclamó la joven—. Ve a la entrada y espérame ahí, iré en menos de un minuto para despedirme.​

—Cielos —murmuró el aludido, recorriendo la figura del demonio, incrédulo. De pronto, respondió—. Sí, sí. Perdón —se retiró.​

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Sesshômaru le dirigió una mirada a Kagome que, aunque claramente estaba llena de arrogancia, mostraba una leve chispa de gratitud. Ella le sonrió y le tocó el hombro.​

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—Ya vuelvo, no tardo —les dijo a él y al médico antes de alcanzar a su pareja—. Gracias por todo —esta vez logró despedirse de él como era debido.​

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Pronto, Kino Houjo ya no se encontraba en el departamento de la joven. Esta última retomó su puesto al lado del doctor, que seguía batallando con su paciente quien, al parecer, no pensaba revelarle dato alguno sobre sus funciones urinarias. August Casey miró a la pelinegra, como pidiéndole ayuda.​

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—Sesshômaru —lo llamó ésta y él la miró forzadamente—, el doctor necesita saber si estás orinando bien... —Cuando éste no contestó, ella rodó los ojos antes de respirar hondo y tranquilizarse—. Sé que nada de ésto te grada, de verdad. Pero, oye, cuando estabas inconsciente yo tenía que averiguar si orinabas bien... inspeccionándote —batalló para encontrar una palabra que intimidase un poco al youkai. Levantó una ceja para añadirle impacto al asunto—. No creo que te guste que tenga que hacer éso de nuevo. Vamos, sé que no puedes hablar, pero puedes abrir y cerrar los ojos, por lo menos. Anda, dime. Puedes cerrarlos si tienes problemas con ya sabes qué.​

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Sintiéndose peor que toda la escoria, Sesshômaru hizo un esfuerzo no con sus ojos, sino con su cabeza: negó dos veces. La estudiante de Medicina sonrió y volteó a ver, entusiasmada, al anciano; éste le correspondió y se dirigió a su paciente.​

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—A que no era tan difícil, ¿verdad?​

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El youkai bufó mientras terminaban de revisarlo.​

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Al anochecer, ya con pijama de shorts puesta, Kagome se dirigió al hermano de Inuyasha por última vez en el día.​

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—Bueno, ya cenaste. Buenas noches, Sesshômaru... ¡Oh! Casi lo olvido... —Se sentó al lado de él—. Por favor, colabora con el doctor Casey como lo haces conmigo. Bueno, las pocas veces que lo haces. ¿Sabes? Yo estudio Medicina para convertirme en médico... Pero él ya es un experto. Si ​

aprovechas éso, puede que te mejores más rápidamente. ¿Puedes hacerlo?​

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Sesshômaru tardó en responder, pero cuando lo hizo, movió la cabeza afirmativamente, con determinación. En su época, pensó él, los que quedaban en su actual estado no tenían esperanza alguna, sino que se les dejaba morir; mas en este tiempo todo parecía ser distinto. ¿Sería que en verdad tuviese oportunidad de curarse? En ese momento, el antiguo lord tomó una decisión: haría todo lo que estuviese en su ahora limitadísimo poder para volver a ser, tan siquiera, la mitad de lo que era antes. Si no lo conseguía y lo que quedaba era tan sólo la sombra de él mismo, entonces buscaría la forma de morir y acabar con su deshonor.​

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Por su parte, la joven creyó ver verdadera fuerza de voluntad en las orbes de oro del youkai. ¿Cómo no iba a ser así?, se reprendió mentalmente. Es hijo del padre de Inuyasha, el Gran General, como se le conoce en las leyendas. Y por primera vez en bastante tiempo, a Kagome le golpeó levemente la nostalgia que sentía por sus amigos y por aquél que había sido su primer amor. Recordó tantas cosas que estuvo a punto de llorar en frente del demonio; de hecho, no sabía si una lágrima hubiese sido tan osada como para aventurarse fuera de sus ojos, ya que la tristeza misma la distraía como nada. ¿Algún día podría llegar a amar a Kino tanto como había amado a Inuyasha? Creyó escuchar un sollozo, pero le desconcertó oírlo tan lejano que casi podía asegurar que no era suyo.​

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Sesshômaru se extrañó: ¿por qué la joven olía tanto a sal? ¿Sería que iba a llorar?, ¿no estaba satisfecha con la respuesta que le había dado? Quién sabía, quizás lloraba por otra cosa. Después de todo, él no le importaba en realidad, seguramente. ¿Por qué habría de ser de otra manera?​

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—Ésas son buenas noticias, Sesshômaru —oyó el youkai, de pronto, viéndola frotar una mano contra su rostro—. Confío en ti y sé que lo harás bien. Perdóname... Ya me iré a dormir. ​

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Sin una palabra más, la chica en pijamas se levantó de su sitio con rapidez, apagó la luz de la estancia y se dirigió a su recámara.​

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Esa noche, ninguno de los dos dormiría bien.​

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Al día siguiente, Kagome alimentó al demonio por la mañana y partió rumbo a la universidad. Se sentía realmente mal por haber llorado la noche anterior cuando hacía ya tiempo que no derramaba lágrimas por Inuyasha.​

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— ¡Hola, Kagome! —Oyó las voces de sus amigas de la facultad de Biología, su antigua recámara.​

—Ey, parece que alguien se levantó con el pie izquierdo esta mañana —dijo una de ellas, señalándole su suéter rojo, puesto al revés.​

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La pelinegra sonrió y se reacomodó la mencionada prenda, alegando lo estresada que se había encontrado últimamente. De lejos, pudo divisar a su novio y lo saludó con la mano; a continuación, le hizo una señal que indicaba que indicaba se le hacía tarde para su primera clase.​

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Sesshômaru tenía sed. La tenía desde hacía horas. Ojalá se hubiese tragado su orgullo y le hubiese pedido a la humana algo de agua... ya que ni éso podía hacer él mismo. ¿Tan patética era ya su existencia? No, no. Él no podía ser capaz de tan poco o de nada. Fue entonces cuando ni pensó en dar no un paso, sino en correr mucho antes que caminar. El youkai decidió ir él mismo en busca de un vaso con agua.​

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— ¡Pero quédense a cenar!​

—No, mamá. Te lo agradecemos, pero ya será la próxima vez. ¿Por qué no invitas a la señora Julianne? Estoy segura que le encantará venir —su madre sonrió al recordar que ella y la esposa del médico ya podían comunicarse mucho mejor, pese a la diferencia de idiomas—. Ya nos vamos. Gracias por todo, mamá.​

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Mientras se encontraba en el asiento del copiloto del auto de Houjo, la joven se hundía cada vez más en sus pensamientos, tanto que ni siquiera reparó en lo tarde que era o que ya habían llegado a donde ella residía. Lo que la hizo volver a la realidad fue la repentina cercanía de su novio.​

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Aún algo distraída, Kagome observó y sintió como el chico la besaba. De poco en poco, el gesto se tornó más intenso, hasta que él le acarició el cuello. Fue entonces cuando ella dejó escapar un quejido.​

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—Kino... No... No es tiempo para ésto —titubeó.​

— ¿Qué pasa? —Cuestionó él, preocupado.​

—Nada, en verdad —se aclaró la garganta y se sacudió el pelo—. Ya es tarde. Tengo que darle de cenar a Sesshômaru.​

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Su novio resopló.​

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—Él puede esperar un poco, creo... —Su oración comenzó con un tono determinante, pero acabó con la típica timidez que lo caracterizaba.​

—No, lo siento. Debe estar muy hambriento.​

— ¿Te acompaño arriba?​

—Hoy subiré por mi cuenta —se apresuró a decir—. Gracias, Kino. Te veo mañana.​

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Cuando abrió la puerta, respiró profundamente y trató de olvidar la situación en la que se había visto envuelta anteriormente. Sabía que no estaba lista para intimar con Kino Houjo. Por otro lado, ojalá él no terminara ofendido.​

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— ¡Sesshômaru, llegué!​

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Pero no hubo respuesta. Kagome volteó a ver a la camilla que descansaba en la estancia, pero no había nadie ahí. Más alarmada que un paramédico ante el desastre, la joven se movió por la pequeña sala antes de buscar en la cocina. Lo que encontró en la sala le llenó los ojos de lágrimas contenidas: el youkai estaba en el suelo, tirado boca abajo y desconectado de todas las sondas, algunas de éstas todavía enredadas en sus extremidades.​

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— ¡Sesshômaru, no! —Corrió hacia él y se dejó caer de rodillas—. ¿Qué hiciste...? ¿Estás bien?, ¿te duele algo? —Preguntó, nerviosa como nunca, volteándolo y buscándole alguna herida.​

—Déjame.​

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El demonio hizo movimientos torpes que indicaban exactamente lo que quería: que lo dejase en paz. Pero no fue éso lo que desconcertó a la antigua sacerdotisa.​

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— ¿Qué? —Dijo, perpleja—. ¿Desde cuándo puedes hablar? —Él negó con la cabeza—. ¿Por qué no me lo dijiste? —Reclamó.​

—Es que no puedo caer más aún —susurró él, en contra de su voluntad, con un hilo de voz.​

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Kagome sintió un fuerte tirón en donde se encontraba su corazón. Se quedó sin palabras. Tratando de tragarse el agua salada de sus ojos, la pelinegra no supo qué más hacer sino abrazar al albino y estrecharlo contra sí. Éste no se opuso, sólo cesó todo movimiento.​

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—Te prometo, Sesshômaru, que haré todo lo posible para que seas tú de nuevo —murmuró ella.​

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Él no contestó; cerró los ojos con fuerza.​

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