Vasallaje Imperial: Los ojos de Darío. Desclaimer: Los personajes de pokémon no me pertenecen. Summary: Darío observa todo diferente, con un matiz gris incomparable. Sus padres lo criaron para el bien, para la paz. ¿Qué es el bien y el mal? ¿Existen los tonos grises? La manipulación y el poder, son armas; la astucia, el medio para lograrlos. Es un contrato a ciegas. Capitulo I.- La observación. Grises. Los ojos de Darío son como el acero; son fríos, astutos y dentro de su negra pupila, tratando estratégicamente de esconderse a la vista ajena, se encuentra el sentimiento más común de los hombres: el dominio. Desde su nacimiento jamás dejó de entreabrir los ojos, buscando a su alrededor algún objeto extraño, algo qué, comparado con lo demás, lograra saciar su curiosidad; ese merodeo insaciable. Él quería saberlo todo, conocer profundamente lo que le interesaba. Darío era el rey de mamá y papá. Un rey era dominaba, ordenaba y obtenía lo que creía conveniente para sí mismo; no lo entendió al leer algunos libros de príncipes a los seis años, terminó de comprenderlo cuando pedía algo y lo obtenía. Así debía ser. ÉL demandaba y ellos obedecían, se doblegaban ante él. Al niño de cabello negro y ojos grises, le encantaba ese hecho. Sus padres lo amaban, por ello le servían, sin embargo; también lo regañaban, lo reprendían. A los nueve años, Darío entendió que un rey podía ser amado pero también reprochado. Odiaba ser acusado, entonces encontró el significado de la manipulación. Ser un buen niño, tener valores, ir la escuela, ser el mejor; Darío era inteligente. Muy inteligente, no obstante, más astuto. Fue el mejor en la guardería, en la academia, donde sea. Entonces sus padres obedecían cualquier capricho, petición o deseo que saliera en forma de palabras de sus labios rosados. Darío sonreía ante ello. Disgustaba el poder, la autoridad que era capaz de obtener y la facilidad con que las personas podían doblegarse ante sus sonrisas, sus palabras bonitas y sus gestos amables. Él había contemplado todo aquello con sus ojos: en dos personas, en sus padres, en su maestra, en los humanos. Bastó analizarlos, mirarlos hasta que su mente procesara adecuadamente cada uno de los movimientos, de las palabras, de cualquier signo vital que correspondiera a una reacción en la gente. Todos eran tan predecibles, tan comunes. Él no era igual, no era normal; Darío creía que él estaba elevado, iba más allá del nivel de los demás, ¿acaso ellos no se veían así mismos siendo manipulados? ¿No se daban cuenta? Él sí. Sabía que cuando su madre sonreía cálidamente lo mandaría a recoger sus juguetes, que su padre mantenía un semblante sereno antes de pedirle que buscara ropa limpia, escondiendo su impaciencia; ellos pretendían que los obedeciera al instante. El niño lo intuía, entonces obedecía sin objetar, porque después obtendría un beneficio: El hijo obediente tiene preferencia. El hijo obediente y responsable obtiene juguetes nuevos, mejores ropas, dulces que jamás se acabarían y platillos nuevos para comer. Entonces cumplió diez años. —Es hora de tu viaje pokémon —dijo su padre, con los ojos verdes atestados de seriedad. El gran árbol aquel, alentaba la conversación con la sombra que proyectaba esa mañana; ambos permanecían sentados a la orilla del rio cercano al puerto de Ciudad Carmín—, terminaremos de pescar y hablaremos en casa Darío detestaba pescar. Su padre era pescador, no ganaba mucho, sólo lo suficiente para sobrevivir los tres; el mayor alardeaba todo el tiempo de lo maravilloso que era recorrer el mar sobre un barco, hallando diferentes especies de peces, aparte de fuertes y peligrosos pokémon. No encontraba la gracia a lanzar una caña y aguardar hasta que un estúpido pez cogiera el anzuelo. La palabra estúpido era su favorita. No muy larga y con un buen significado, su madre le decía que no debía repetirla, que un niño educado como él no debía hablar de esa peculiar manera. —Me parece bien, padre. En lo absoluto. Su voz sonó ideal, con un tono entusiasmado ante la idea de iniciar un viaje como cualquier entrenador; si su padre hubiese puesto mucho más atención en sus ojos grises, podía haber estudiado el destello de ira en sus pupilas. Los Pokémon. Darío tenía planes, muchos sueños y anhelos. Las criaturas de ese tipo no se incluían en ellos; no les hallaba utilidad, aunque, jamás había visto uno en batalla, ni en ninguna otra actividad. No le interesaban. En la academia pokémon hablan de esos pequeños monstruos, pero él simplemente se entretenía leyendo libros de su interés personal. Su mano involuntaria cruzó su cabello negro en un gesto de molestia, no deseaba hacer un estúpido viaje. — ¡Vaya! Los peces hoy están dormidos, ¿será que es domingo?, mejor vámonos, hijo —habló Alejandro, su padre. Darío se parecía a él, eso decían sus amigos. Ambos tenían el cabello negro, los ojos grises, pero él usaba lentes a diferencia de su familiar. Dos características; eso compartían. Alejandro tenía el cuerpo ancho, era robusto y conservaba una panza chistosa por los años, Darío no divisaba otra semejanza. —Tal vez están huyendo de ti padre, ya te conocen —intentó bromear, con éxito. Alejandro rió, presenciando aún más el movimiento de arriba debajo de su barriga. Se levantó del césped con la caña de pescar. —Trae lo demás. Asintió. Sostuvo la caja de carnada y la cubeta para peces. Dio gracias por no encontrar los dichosos animales, no quería siquiera pensar en quitarle las escamas. —Hoy tu madre tendrá que preparar otra cosa, espero no se moleste —comentó, caminando por las calles de la ciudad. —No lo hará. No porque le preguntó a su madre si prefería hacer platillos distintivos, que no tuvieran pescado como ingrediente principal, respondió. En realidad, comer pescado diariamente no era saludable, dijeran lo que dijeran. No le agrava esa obsesión de sus padres con el marisco. Darío quería caminar hacia la puerta de su habitación, ignorar los comentarios alusivos al viaje, encerrarse a leer los libros de utilidad y no salir de su cuarto hasta la mañana siguiente. No obstante, se vio a si mismo sentado en la silla de madera, siendo observado por sus padres. —Mi amor, mañana irás en busca de tu primer pokémon —mencionó su madre, con un mechón de cabello rubio, casi plateado, cayéndole por la mejilla. Era hermosa, de ojos profundamente azules. —No es necesario madre, no quiero hacer un viaje. Negación, incomprensión y sorpresa, fue lo que vio en ambos. —¿Qué? — Preguntó alterado Alejandro—,¿qué estás hablando muchacho? ¡Es lo mejor que puede sucederte! Rebelarse, estar en contra de la obediencia. Dejar de dominarlos, de tenerlos contentos, abandonar el poder sobre ellos; abstenerse de la manipulación. Le asustaba, Darío quería controlarlos hoy, mañana, durante muchos años. ¿Quién controlaba a quién? ¿Realmente él los tenía siempre o alguna vez ellos lo dominaban? Un coste, toda dominación tenía un coste. Un coste también puede ser un viaje. Un viaje puede ser una oportunidad. ¿De qué? —Perdón padre, no sé qué me sucedió. Estoy ansioso por iniciar mi viaje —sonrió presumiendo los blancos dientes. Clarisa, su madre, lo abrazó con propiedad. —¡Ese es mi muchacho! Mañana te compraré todo lo que creas necesario para tu viaje. Tu dime hijo mío, que yo obedeceré —decía, orgulloso de que al fin su retoño comenzara la aventura de su vida, tal vez así, se interesaría más por los pokémon, ¡oh, los pokémon, criaturas más bellas! Obediencia y gustos. Ceder también traía consecuencias, buenas y malas. Darío obtuvo ambas, más buenas que malas; porque el bien y el mal era algo relativo: todo lo que obtenía era algo bueno, algo digno, y lo que desechaba, ignoraba, lo malo. Entre más se adentraba a lo bueno, lo magnifico, lo dulce, su pensamiento se acercaba a lo oscuro, lo indiferente, lo que los demás consideraban malo. Darío tenía ojos grises. Darío no veía lo blanco o lo negro, lo bueno o lo malo, el veía lo relativo. Observaba los tonos grises. __________________- El fic sólo tiene tres capítulos. Es la historia de un niño que tiene un punto diferente de todo lo demás.
Capitulo II.-Conocimiento. Nadie que no tenga idea hacia dónde va, es mejor que no comience a caminar. Darío sabía mucho de aquello, con apenas diez años de existencia, poseía la seguridad suficiente de que él estaba destinado a mejorar el mundo, en todos los aspectos. Aquel conformismo absurdo o la fácil manipulación que encontraba en las personas era sólo la causa de una educación no satisfactoria. —El mundo necesita ser cambiado, reformado. —susurró, con los ojos más grises que nunca. Las mentes humanas son influidas con poca dificultad, demasiado de algo puede ser fastidioso. Darío, con diez años de edad, no conocía características fundamentales del planeta, no al menos en ese momento de su vida. Sus padres habían cambiado su perspectiva, su plan exacto de aquí a veinte años. Un viaje pokémon no estaba en sus planes; el destino había mezclado cartas que no correspondían, ahora le tocaba a él jugarlas adecuadamente. —¿Qué pokémon escogerás? —preguntó Céfiro, un niño de su misma edad. A primera impresión no demostraba destacada inteligencia, era dueño de unos ojos azules demasiados ingenuos y el cabello más castaño que nunca antes había visto. Ambos iban en el mismo autobús hacia el Centro Pokemon de la ciudad, donde les entregarían las criaturas. —No me interesa realmente, sólo escogeré un bicho y ya —habló, levantado la ceja izquierda ante cualquier reacción burlista por parte de su acompañante. Se dedicó a mirar por la ventana al no escuchar replica alguna. Le gustaba el mar, Darío creía firmemente que el agua era el recurso más importante y al que se debería aprovechar de una mejor manera mucho más astuta. El mar le traía tranquilidad, le permitía relajarse al sonido de las olas, analizando estratégicamente las posibilidades que tenía de lograr éxito en su vida. —¡Llegamos! —exclamó Céfiro, bajando con rapidez del autobús, empujando en el proceso a muchas personas. ¿Se suponía que él debía tener esa actitud? Se sonrió a sí mismo en son de burla, ¡que estupidez! Un niño como no mantendría esa personalidad en público, a menos que fuera necesaria. ÉL no era así, otra prueba más de que Darío Black era especial. —Bienvenidos al Centro Pokémon —saludó la enfermera con un deje de sonrisa, parecía cansada pues tenía los ojos hinchados. Llevaba el cabello rosa en dos coletas bajas—, ¿puedo ayudarlos? —¡Si, venimos por nuestros amigos! —respondió adelantadamente el niño de piel morena. Darío comprendió que Céfiro no conservaba el complejo de amistad pokemaniaca muy elevada, cosa de la cual él carecía. Amigos. Reflexionó el número de amistades que giraban a su alrededor, siendo sincero sólo atesoraba uno y era suficiente, no le apetecía tener camaradas que tuviera que arrastrar a sus espaldas, necesitaba compañeros que estuvieran a su lado, como su igual. Un pokémon no podía pertenecer a ese círculo. Rayaba lo absurdo. —¡Por supuesto! El profesor Gary Oak me ha mandado los únicos dos pokémon disponibles para ustedes: Squirtle y Charmander. Esperen un momento. Vio a la enfermera alejarse rápidamente hacia un lugar que no conocía. No tenía mucho interés a decir verdad, sólo quería obtener el pokémon y quedarse en algún lugar a acampar para meditar la manera en que aprovecharía ese viaje. —Yo quiero a Charmander, ¡ya es mío! Ante la hiperactividad, Darío sólo asintió y se arto. Bufó, alejando de un manotazo a su compañero y continuó caminando. La enfermera Joy se acercaba por el pasillo, y el niño la interceptó al instante: —¿Cuál no es Charmander? —exigió, porque él demanda, ordena, no pide. La miró con expresión seria, impasible, superior. Porque entre ella y él se daría una gran diferencia que le gustaba llamar, dominio. —Esta, pero… Se la quitó. No le importó mucho el que dijera que debía esperase para darle su pokédex, pokebolas o información. Tampoco le interesó escuchar los alaridos de Céfiro rogándole por una batalla, sólo corrió. Correr no era huir, no para Darío. Su paciencia tenía un límite, una frontera que al tratar de sobrepasarla comenzaba a hostigarlo; por ello lo hizo. Entonces lo vio. Su abuelo una vez le dijo que el conocimiento era poder, un bien que debías adquirir al máximo porque el único mal existente en el planeta era la ignorancia, el desinterés. Darío lo comprendió. En esa tarde de otoño, en ese día exclusivo del año donde iniciaba su viaje pokémon, entendió el poder. No él que poseía sobre sus padres, sobre sus vecinos o personas conocidas, no. Los contempló a ellos, a los pokémon; las criaturas salvajes que no le proyectaban un beneficio alguno…hasta ahora. Porque su hermoso mar, tan lleno de respuestas y bellezas únicas, se lo presumían. Una serpiente, no. Es algo más allá, tenía un nombre y un aspecto distinto: Una criatura, una bestia. Media más de dos metros, tan grande que podría comerlo, y tan azul como el mismo mar. —¡Es un Gyarados! Gritos. Los humanos gritaban, temor. La serpiente les infundía miedo, desconsuelo, los dominaba; un pokémon marino atestado de poder, de astucia, de ferocidad. De actitud. Ojos rojos mirándolo directamente y un escalofrió bajando por su espalda. Respeto, ese sentimiento le ofrecía al pokémon. Su abuelo, como siempre, tenía razón. El conocimiento es buscar, comprender y analizar el mundo, los seres vivos que habitan. Los pokémon. Gyarados no era débil, y el hombre puede dominarlo, una bestia a su mandato. Sin embargo, las criaturas desconocen, traicionan. Un Vasallaje, eso necesitaba Darío; un contrato entre un mozo y su amo, algo que lo respaldara, que pudiera otorgarle la tranquilidad de manipularlos. ¿Qué podía pedir un pokémon?, él quería el poder de cambiar el mundo. Los utilizaría, hallaría la manera, con su fuerza, su instinto, llegaría al objetivo: Quería un imperio. Un Reinado, un emporio. Algo más allá con los pokémon, algo imperial… Un Vasallaje Imperial. Un contrato no hablado, dividido a su favor. Los vasallos a su disposición y él ascendiendo. Darío sonrió. Gyarados salvaje mató a un hombre. El poder llegaría sin límites.
Capitulo III. —Ambición. La felicidad es el principio de la ambición, ¿no es eso cierto? Lo es. Y aquella palabra tan rehuida por algunos, ¿qué significaba? ¡El anhelo, obviamente! Esa engañosa herramienta con la que se debía tener cuidado al usarla, pues si te amigabas demasiado a ella, podrías llegar a dominarte hasta hacerte cómplice de males eternos. Pero a Darío le encantaba; la ambición era desear más allá de lo que posees, y al humano entero le faltaba justamente ese delicioso vicio, arrastrarse hacia la altura. Lastimosamente seguía en Ciudad Carmín, necesita adquirir mucho conocimiento acerca de los pokémon. Era sabido por todo mundo, que se debían de elegir bien a los enemigos y a los sirvientes, porque podía terminar pareciéndose a ellos. —¡Hola, muchacho!¿Iniciando tu viaje ya? —lo interrogó un anciano, vestido con una camisa blanca y un short gris; lo más resaltante y por lo que Darío lo había reconocido, era ese enorme sombrero de paja. —Así es viejo sombrerero —contestó, recordando inmediatamente el oficio de su nuevo acompañante: persona que hacia sombreros de paja, ideales para los pescadores o personas que trabajaran en el campo—, ¿se enteró del incidente? —¡Quién no! —Tosió un momento, entrecerrando los ojos negros—; ¿Lo has visto? Nunca antes un pokémon había atacado a un hombre, al menos no en mis ochenta años de vida —prosiguió con una expresión pensativa en el rostro. —¿Enserio?, disculpe Sombrero Jake, ¿podría ayudarme con una inquietud? —preguntó, con falsa amabilidad en los ojos grises. El tono de voz que utilizaba era tranquilo, lo suficiente para enredar al anciano en una burbuja de manipulación discreta. —Chiquillo, ya sabes que este viejo puede ayudarte en lo que quieras —accedió, cargando con más cariño su costal de maíz; al parecer, no llegaría esa tarde para sembrar en el terreno. No podía evitarlo, Darío Black tenía una manera única de convencerlo de todo, ¡Un niño tan educado y servicial! —Quisiera aprender mucho más sobre los pokémon, en especial de los legendarios y los fuertes —dijo cuidadoso, eligiendo las palabras indicadas, que no dijeran sus sombrías intenciones —¿me recomendaría algún libro o una persona que los conozca lo suficiente? —Se nota que quieres ser el campeón de la liga Kanto, hay muchas criaturas poderosas en esta región —mencionó, rascando su calva cabeza con nerviosismo—, sin embargo; hay uno en especial, niño. Un pokémon que dicen es un clon de otro, y que, anda vagando buscando venganza. Aunque, según me contaron, se ha ido muy lejos con sus pokémon aliados. Mewtwo, le llaman. Pero no me hagáis mucho caso, quizás ni siquiera existe —sonrió, remarcando las arrugas en las mejillas—. Hay un libro en la biblioteca de la ciudad, escrito por el profesor Oak, búscalo, trae mucha información tal cual pokédex. Darío se acordó del simple hecho de no ser dueño de una pokedex…ni de pokeball. Esas son las consecuencias al no interesarle los pokémon, debía conseguir los objetos y eso significaba volver al Centro Pokémon. —Se lo agradezco, viejo Jake. Y por supuesto, yo seré el campeón —habló, presumiendo toda la arrogancia que se alberga en su ser. No era mentira, seria el ganador, no de la liga, pero obtendría un mejor trofeo. El sombrerero lo miró escéptico y Darío sonrió elocuente con los ojos grises brillando. —Muy bien, nos vemos pequeño, que tengas buen viaje. —Igualmente —Darío Black se dirigió a la biblioteca, y leyó. Interpretó como nunca los manuscritos del distinguido profesor Oak, ese hombre había escrito lo mejor de sus pensamientos en las hojas impresas, enseñándole los secretos más codiciados del mundo pokémon. ¿Alguna vez los entrenadores leerían esos libros? Seguramente no, tal vez estaban mas concentrados atrapándolos o dejándose guiar por una simple pokédex, ¿les enseñaría lo mismo? Las estrategias y puntos clavel del libro era impresionantes. Descubrió con ahínco los diferentes tipos de monstruos, prefiriendo los dragones sobre los demás. —Ciertos pokémon se encuentran escondidos en lugares exclusivos, siendo muy difíciles de hallar —recitó en voz baja, sabiendo que era observado por la Señorita Lisa, la bibliotecaria. Ella lo contemplaba curiosa, incluso sorprendida por el repentino interés de Darío por esos libros, el pequeño siempre gusto por leer algo más…notable. Matemáticas, filosofía, sociología. Volvió a su postura inicial, escondida detrás de la ancha mesa de madera, olvidándose por completo del niño. Tampoco es que ella fuera una chismosa. —Se han conocido pokémon que se han revelado contra sus entrenadores, también, existen los que odian a los humanos y los hombres que intentan dominarlos para fines lucrativos —leyó. El desprecio por las criaturas aún permanecía en él, pero la utilidad que encontraba en sus sobrenaturales poderes era ciertamente más atractivo que su injustificado desinterés. Lanzó silente la pokeball de su inicial. La esfera roja y blanca se abrió al instante, haciendo un poco de ruido al caer al piso. Agradeció por la poca habilidad auditiva de la Señorita Lisa, y esperó a que el resplandor blanco dejara de opacar la figura de su pokémon. —Squirtle —susurró. La alegre tortuga lo analizaba en silencio, con las manos muy juntas, al parecer era tímido. ¡Estúpida timidez! Ya le enseñaría al pokémon a no dejarse guiar por algo así, la timidez y el miedo sólo detenían a las personas con los objetivos. Las marcas en el pecho amarillo del pokémon le recordó vagamente a los balones de futbol; la extraña cola azul le gustó, le donaba un toque divertido a Squirtle —, tipo agua. Las batallas los hacen más fuertes, entonces, batallaras, porque te necesito en tu ultima forma. Squirtle lo miró con intereses, asintiendo con la cabeza. Para después, en un arrebato de impulsividad, saltar al pecho del entrenador, abrazándolo. Inferior, la entidad que lo abrazaba era débil, apenas un bebé en la etapa evolutiva, como él. Apenas era un niño, aún le faltaba llegar a la adultez para realmente comenzar con sus planes. No obstante, el Profesor Oak le compartió el conocimiento, pequeñas semillas que crecían dentro de su cabeza; sólo faltaban las acciones, esas batallas correspondientes para alcanzar el nivel óptimo en Squirtle. Una vez que lo alcanzara, comenzaría a dominar a más pokémon. Seria la autoridad entre los suyos, porque por supuesto, un pokémon salvaje no podía compararse con uno entrenador. Ese Gyarados debería saberlo, por su inseguridad atacó a ese hombre; había querido atraparlo. Darío también quería hacerlo y lo haría. Necesitaba pokémon dragón, los que tuvieran mejores estadísticas en sus periodos de evolución. Por supuesto, necesitaba a Mewtwo. El profesor hablaba sobre él en sus escritos, alegando que era un pokémon legendario que al principio había odiado a los humanos, pero que vivía en paz lejos de ellos. Darío lo quería de vuelta. Lo encontraría, lograría que aborreciera a los humanos, porque obviamente, era superior a ellos. Aunque para ello, debía aprender mucho más sobre él. Cuando tuviera las conexiones y los pokémon necesarios, lo hallaría. Porque Darío deseaba un contrato con Mewtwo. Un Vasallaje imperial, donde ambos ganaran algo. Y lo obtendría, pues Darío Black llegaría a la cima, y se reiría de todas las tragedias acontecidas para los humanos, donde él seria el protagonista. —Iremos a conseguir algunas batallas para ti, mi querido Squirtle —declaró, abandonando la biblioteca. La tortuga estaba a su lado —, conseguiremos las medallas, los contactos necesarios en la Liga Pokémon y evidentemente, el dinero suficiente para movernos. Su voz era fría, seria, carente de cualquier remordimiento al pensar en sus próximas acciones. Squirtle lo veía impasible, de acuerdo con todo lo que decía, ¿qué va a saber un bebé? Sólo quería agradarle a su amo y ser su amigo. Darío lo comprendía, esa constante muestra de cariño del pokémon hacia a él. Añoraba su amistad; para que se la diera, debía ganarla. Su amistad no dependería del tiempo, sino de la vida misma. Prefería los aliados, pero tener alguien en que confiar era bueno. Si lo traicionaba, lo destruiría. Squirtle se abalanzó nuevamente a su pecho, Darío lo cargó. No apreciaba a su pokémon, pero lo toleraba; aunque intuía, que llegaría a apreciarlo. Primero debía cambiar algunas actitudes estúpidas en la pequeña tortuga, y tal vez de esa manera, comenzarían a crear lazos de amistad. Sonrío camino al Centro Pokémon, alcanzaría sus objetivos a largo plazo. Sus ojos grises resplandecieron con ambición. ¿Quiénes se interpondrían en su camino? No lo sabía, pero trataría de elegir bien a sus enemigos. No quería parecerse a ellos. En ese instante, iniciaba su viaje de mil millas, comenzando con sorprendente inquietud, para finalizar, con un nuevo poderío por un hombre poseedor de ojos de acero. Un par de iris grises qué mezclaban su alma oscura con su cuerpo inocente. FIN.D: En realidad Vasallaje Imperial son historias cortas de Darío, desde su infancia, su adolescencia, enemigos, y el camino al poder. Bueno, esta parte, los ojos de Darío, sólo es una pequeña introducción; los demás Vasallajes, se irán publicando mucho después. Gracias por leer.
Wow, Fey... tengo varios comentarios en mente -w- 1- La narración y la ortografía perfectos... salvo porque escribes el verbo "degustar" como "disgustar" y otro errorcito que vi por ahí pero no me acuerdo xD. En fin, casi perfecto igual :3 2- Veo que te encanta tener protas con cierto nivel de morbo y oscuridad... primero Paul, luego Harley, luego Nieth (el pendejo ese del Litwick, que al final no supe qué ocurrió con él), Zakion (me gustaría verlo muerto, en serio) y ahora Darío... En serio, ¿Tan atraída al lado oscuro estás? Creo que te llamaré "Miss Vader" desde ahora xD. Me gustaría que me dijeras el por qué estás tan atraída por eso... 3- Me calienta y me RECALIENTA (no de la forma perver que me gusta, sino de la MALA forma) que tu lindo fanfic haya recibido CERO comentarios. Eso achuncha a cualquiera, en verdad... eres valiente al seguir escribiendo sabiendo que pocas personas son lo suficientemente inteligentes como para darte bola si no pones arrumacos y besitos. Eso me enferma y mucho... menos mal que mi salud es de hierro :p Bueno, espero podamos chatear este fin de semana :B. Te veo luego Atte. Nathan, el Cordero Metalero \,,/ °w°
lo termine de leer y dije, perfecto, como bien dice nathan, te gustan los personajes oscuros, pero eso esta bien, los personajes oscuros son por lo general, mis favoritos ya que siempre deseo que el malo gane y el bueno pierda, pero ahora en el fic, hubiera preferido que hubiera elegido a charmander, pero bueno, es tu fic tu decides, no puedo esperar para los demas vallasajes, en fin, como siempre un fic perfecto, y como bien dice nathan, el fic debio haber recibido mas comentarios.
Gracias por eer, y opinar. Nathan: Extrañas a Nieth, yo sé. Todos esos fics serán terminados en diciembre, menos el juego del ifrit obviamente, xD ese es mas largo. Y yes, ando atraida al lado oscuro, me gusta mucho una personalidad asi en un personaje, ya me cansé un poquito de los protagonistas dulces, aunque son encatadores xD. No comentan, pero leen yo sé, lo dice la estadistica (?), es que mis lectores son timidos los entiendo,xD a veces nos surgen otras cosas y nadamas leemos, sin comentar. Silver: Muchas gracias por la perfeccion. xD. Yo tambien he deseado que gane el malo, tiene mejor actitud que el bueno que solo se vasa en la amistad, el amor, y el las cosas consideradas buenas. Pensaba ponerle a Charmander, sin embargo, se me hizo demasiado tipico xD en mi, xD porque me agrada el pokémon de fuego, así que elegí a Squirtle que tiene una apariencia mas tierna, muy distinta a Dario, que es frio. El siguiente Vasallaje será escrito pronto, LOOl sí, en diciembre, xD todo es diciembre. Nuevamente, gracias por leer, <.< y disculpas por los errores.