¡Entren y sonrían! Esto es Risalandia.

Como ya dije aunque me quedé fuera la participación en el concurso de relatos de horror aquí os dejo mi aporte. Buenas fiestas a todos.

Nº palabras: 1.292
Género: Horror / Suspense.
Advertencia: Muerte de un personaje.

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Alba es una más de un gran movimiento que últimamente se ve mucho: es una amante del miedo.

Seguramente os estéis preguntando qué es eso. Es sencillo, es una chica a la que le gusta pasar miedo. Le gusta sentir la adrenalina de lo desconocido, lo peligroso y lo siniestro. Es la típica chica que se recluye en su habitación donde tiene de todo en relación al horror: desde libros de vampiros a películas de zombies pasando por pequeñas figuritas de acción de sus personajes preferidos. Alguien a quien le gusta jugar a la ouija o meterse en sitios abandonados a ver si es cierto lo que cuentan las leyendas urbanas acerca de misteriosas sombras, ruidos y situaciones que se viven dentro.

Ahí es donde nos dirigimos. Un buen día de lluvia, Alba –que ya estaba de vuelta de todo, o eso pensaba- se enteró por parte de un conocido de la existencia de un pueblo que quedaba a una hora y cuarenta minutos de allí. Era un sitio por lo visto de lo más normal, el típico cementerio –de los que ella había visto cientos ya-, las típicas casas bajas abandonadas con aspecto roído por la humedad y sobre todo, el típico vacío que deja la gente cuando un pueblo está abandonado. La peculiaridad de la zona es que había un viejo circo. Un lugar que antaño había sido para el gozo, la risa y la diversión de mucha gente y que ahora no era más que un sitio muerto y pútrido en un lugar infecto dejado de la mano de Dios.

No se lo pensó dos veces. Se puso sus pequeñas gafas redondas y su grueso abrigo color verde y salió disparada al coche. No podía creerse la suerte que tenía, jamás había estado en un circo abandonado. Lo veía como una ironía perfecta, el sitio donde la gente siempre va a ser feliz transformado drásticamente en un lúgubre parque abandonado.

Y condujo. Condujo lo más aprisa que pudo para llegar cuanto antes a su destino. Con la emoción del momento jamás se habría acordado de coger la cámara de fotos, así que, para esas situaciones siempre llevaba una pequeña polaroid en la guantera del coche.

El camino al pueblo era complicado. Se metía serpenteando entre las montañas –unas grandes montañas de pinos silvestres altos como torres- y no hacía más que girar. Era el último tramo, sí, pero un tramo de unos ochenta kilómetros. Desesperada por haber tenido que bajar el ritmo tamborileaba con sus dedos en el volante. Se miró en el espejo retrovisor y este le devolvió su cara. Una cara regordeta enmarcada entre un pelo pelirrojo y rizado demasiado escardado. Sonrió. Empezaba a ponerse nerviosa y a sentir ese pequeño ramalazo de conciencia que todos tenemos cuando andamos por un callejón oscuro a altas horas de la noche diciéndonos: no lo hagas… es un atajo, sí, pero coge la avenida grande e iluminada.

Pero era una adicta. Había tenido esa misma sensación tantas veces antes que había logrado aprender a desatender su instinto más primario. Entornó los ojos disfrutando al máximo del cosquilleo que le producía el temblor de la espalda. Se imaginaba a sí misma mirando una noria grande completamente oxidada y una caseta de tickets corroída por el tiempo. Y sonreía. En menos de lo que tardaron en írsele los síntomas de la excitación llegó al pueblo, y efectivamente allí estaba: el gran circo.

Bajó del coche y cogió la cámara. Para su sorpresa la verja estaba abierta. Una gran verja gris que sostenía a sus espaldas el letrero: RISALANDIA. Continuó, ignorando de nuevo a su pequeña vocecilla interior que la instaba a huir. En el camino en coche la lluvia había cesado lo que le dejaba ahora mismo un cielo grisáceo de nubes amenazadoras perfecto como telón de fondo de su aventura. Alba entró. Caminaba y caminaba y se metía en todas partes. Recorrió desde la carpa principal de actuaciones hasta el puesto de los coches de choque. Estuvo dentro de la caseta de tirarle agua a los payasos y vio la zona donde suponía pasaban sus ratos libres los artistas circenses. No parecía impresionarle demasiado. El efecto que tanto le gustaba estaba empezando a irse, y ella no quería eso. Miró más y echó a andar entre un par de carpas pequeñas. Dejó atrás un par de barracas y entonces lo vio: la casa de los espejos. El sitio más lúgubre que un circo abandonado puede tener. Tanto es así que esta vez, incluso sólo de pensarlo, se paralizó. La voz le decía ahora más que nunca que corriese y a punto estuvo de hacerlo. Saboreó el momento. Con calma se acercó a la gran puerta negra que tenía un dibujo de una careta sonriente mirándose en un espejo el cual la reflejaba triste. Aquello era lo más a lo que se había enfrentado. Con esfuerzo logró empujar la puerta hasta que se entreabrió chirriando. No había luz dentro. Alba maldijo por lo bajo y mientras la luna salía ya entre las nubes.

“Ya que he venido a pasar miedo qué menos que entrar sin luz…” se dijo. Estaba demasiado asustada, era verdad. No le habría gustado reconocerlo, pero era así, así que para tranquilizarse un poco abrió la puerta del todo. La vista era espectacular. Todos los espejos reflejaban su silueta negra con la luna de fondo y mandaban la imagen rebotando de un sitio a otro. Su corazón simplemente no podía ir más deprisa. Muy lentamente entró dentro del pequeño hangar y empezó a caminar entre los cristales. Sus pupilas se iban acostumbrando a la oscuridad, pero aun así distinguía muy poco en derredor. Continuó indagando y cada vez el reflejo de la luna llegaba más débil hasta que finalmente no llegó. Aquello empezaba a ser superior a ella e incluso se dio la vuelta un par de veces, pero no volvió. Siguió andando una docena de pasos y paró. Recordó que siempre llevaba un pequeño mechero en el bolsillo trasero del pantalón. Tanteó, y, en efecto, ¡allí estaba! Aquel simple objeto logró tranquilizarla de sobremanera. ¡Tenía luz! Pequeña y tenue, pero tenía. Sonrió y soltó una pequeña risa nerviosa. Después suspiró. Más calmada ya lo encendió y se vio reflejada frente a uno de los espejos. Su cara se volvió del color de la cera y sus pupilas estuvieron a punto de salirse de los ojos de lo dilatadas y temblorosas que estaban. Tras ella había un payaso. Un payaso de cara blanca y pelo azul con una gran nariz roja. Un payaso con la cara desencajada en una horrible mueca sonriente.

El payaso estalló con la risa de un loco descompuesto y entonces todo se apagó.

Lo último que se supo de ella fue lo que rezaba el informe policial.

“Alba Mateo Guadaira: Mujer blanca. 21 años.

Fallecida el día 31 de Octubre de 2008​

• Hechos: Muerte dentro de un circo abandonado. Se presupone un psicópata ya que la víctima había sufrido graves vejaciones tanto sexuales como físicas. La víctima no tiene signos de haber intentado oponer resistencia.

• Causa de la defunción: Desangramiento debido a un corte en la arteria aorta a la altura del cuello. La víctima presentaba además hematomas y marcas propias de violación sexual. Le habían cortado el epitelio facial y se lo habían dejado superpuesto encima de los músculos desnudos de la cara.

• Otros: Junto a ella se encontró una vieja cámara polaroid rota, una foto del cuerpo muerto con la “careta de piel” ya puesta en la víctima con una mueca –suponemos “sonrisa”- y un mechero. En la última pared –la única desnuda de la estancia de los espejos- podía leerse escrito con la sangre de la difunta: Sonríe, preciosa. Esto es Risalandia”.