1.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

    Cáncer
    Miembro desde:
    21 Octubre 2008
    Mensajes:
    648
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    The Legacy
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    60
     
    Palabras:
    9912
    Esa otra vida

    Se halló sola en un frío y oscuro mundo silencioso, donde no había nada más que su propia esencia, nadie más, sólo ella flotando en medio de ese vacío. No recordaba absolutamente nada de su pasado. Ya entendía, Akuma se la había tragado y ella había perdido la batalla. Estaría encerrada para siempre en ese Meikai, jamás volvería a ver a sus amigos, ni a su amado esposo, ni a su hijo. Así era estaba completamente sola… sola…

    —Kagome…

    Sola, completamente sola… nadie la ayudaría.

    —Kagome…

    Una voz la estaba llamando, pero ella lo creía producto de su imaginación, allí no había nadie.

    —Kagome, no estás sola. Aquí estoy… —de pronto, una pálida mano apareció frente a ella—. Ven… toma mi mano.

    Ella tuvo miedo ¿Quién…? ¿de quién se trataba? Llena de dudas, extendió el brazo. Repentinamente, aquella mano rodeó la suya con una fuerza férrea, como si no pretendiera soltarla por nada del mundo. Aquello la asustó y trató de liberarse, pero no pudo. La oscuridad retrocedió y entonces vio que la persona frente a ella era…

    —¿Sesshoumaru?

    Tenía… tantas preguntas, tantos sueños… pero repentinamente sintió que algo la rodeaba y la jalaba hacia atrás y, pese a su fuerza, las manos de ambos se separaron. Kagome sintió que caía hacia un pozo sin fondo, si poder moverse ni hablar, mientras aquel extraño youkai intentaba cazarla nuevamente de la mano. Pero no pudo hacerlo, porque ella estaba cada vez más hundida en ese mar negro. Kagome vio que los ojos de aquel youkai se abrían en un gesto cercano a la desesperación.

    —¡No! —gritó desesperada la dulce voz de una chica— ¡Kagome-sama! ¡No! —el eco persistía, pero ella no podía reconocer aquella voz, ni la razón de que estuviera tan angustiada.

    Y también escuchó una voz que le desgarró el alma.
    —¡No, mamá! ¡No te vayas! —lloraba desesperado un muchacho— ¡mamita, no me dejes!

    Y la mano del silencioso daiyoukai seguía inútilmente extendida hacia ella, mientras todo era absorbido por el frío y la oscuridad.
    La alarma del despertador sonó insistentemente, como si intentara gritarle una orden. Ella se dio la vuelta una y otra vez. Medio dormida, lo apagó y, cuando se sentó, se dio cuenta de lo malo…

    —¡Ay, no, no puede ser! ¡Voy a llegar tarde!

    Eran las ocho y media, llegaría casi con una hora de atraso y su jefe era extremadamente exigente con el tema de la puntualidad, la responsabilidad. Tendría suerte si no la echaban. No acostumbraba ser tan irresponsable, pero la verdad era que se había sentido sumamente fatigada en el último tiempo.
    Su hermano muchas veces le había hecho bromas por teléfono, aludiendo a un posible embarazo. Ella decía que tenía un novio viviendo en otra ciudad y que no podían verse de seguido, pero sólo lo hacía cuando alguien intentaba molestarla, no estaba interesada en tener relaciones con nadie, estaba segura de que había cosas muchísimo más importantes que eso.

    Nuevamente le había pasado, había soñado con Inuyasha y no lo hacía desde la preparatoria. Él en realidad no existía, su cabeza lo había imaginado para poder soportar la monotonía de su vida diaria. En el secundario no soportaba las clases, así que a menudo aludía tener alguna enfermedad extraña y así faltaba a la escuela y evitaba el aburrimiento. Podía leer otros libros más interesantes que los del colegio, interesarse por la historia antigua y los libros de ficción y tener un tiempo para sí misma.
    Pero ahora no, trabajaba como asistente social para una empresa y no podía perder el tiempo de esa forma, de lo contrario sería despedida.

    Saltó de la cama, sacó de su armario lo primero que vio y se vistió rápidamente mientras bajaba las escaleras. Agarró su portafolio a la pasada y salió disparada por la puerta, saludando a su abuelo y a su madre y se puso el calzado mientras corría para bajar del templo. Tal vez ese ambiente extraño y lleno de leyendas era el que había alimentado esas fantasías que la atrapaban en las noches, mientras dormía.

    Sus sueños esta vez habían sido raros y habían llegado lejos. Miró a su sombra proyectada en el suelo y no pudo evitar reírse ¿Sombras que se movían por sí mismas, sin que ningún cuerpo las proyectara? ¿Sombras que se comían a personas? ¿Entidades salidas del meikai que querían acabar con su familia y amigos? ¿Qué rayos era todo eso?

    —Debo comer menos y ver menos televisión antes de ir a dormir.

    Mientras corría apresurada por la calle, vio a una mujer que llevaba a sus dos niños. Volvió a reír. Ella no se imaginaba teniendo hijos, no le sobraba el tiempo ni el dinero para algo así. Además ¿hijos que no fueran del todo humanos? Eso sí que era una completa locura. Más le valía sacarse esas cosas de la cabeza antes de llegar al trabajo…
    …o sus compañeros envidiosos sugerirían despedirla y encerrarla en un manicomio. En un caso menos grave, se reirían de ella y la tratarían de infantil.

    Cuando subió al tren, ya había mucha gente, intentó distraerse y miró a un hombre vestido de traje sentado en un asiento cerca de ella. Iba perdido en sus pensamientos, callado, parecía hasta frío. Y junto a él había un niño bien vestido, de unos trece años, que no paraba de darle la lata y parecía inmaduro, malcriado y fastidioso. Frente a ellos, en otro asiento y cruzado de brazos, había un muchacho de unos veinte años, de sonrisa pícara y apariencia desaliñada, que lucía molesto con el niño. Le soltó un insulto y todos en el vagón voltearon a ver ¿cómo podía gritarle así al hijo de un ejecutivo?
    El niño no pareció nada enojado, por el contrario, se rió y se separó de su padre para ir a sentarse con el muchacho más grande, aludiendo que “le gustaba mucho estar con su querido primo, aunque fuera un paria”. El muchacho tampoco pareció molestarse por el mote que el niño le había dado y le dio un empujón cariñoso. El niño empujó a “su querido primo”, como le había llamado, de la misma manera. Y ambos rieron, mientras el hombre de traje los miraba feo. Era obvio que no quería a su hijo sentado cerca de esa basura. Sin embargo, al niño y al muchacho no parecía importarles eso en lo más mínimo. Mejor, se estaban divirtiendo jugando Janken.

    A Kagome la escena se le hizo familiar. ¿Por qué?

    Se quedó mirando al muchacho veinteañero. Éste aparentemente se sintió observado, porque volteó hacia ella y le sonrió ampliamente. El niño, por el contrario, estaba demasiado ocupado examinando la camiseta vieja de su primo y no se dio por aludido.
    Ella también le sonrió al muchacho, por alguna extraña razón, lo sintió “desamparado” y quiso ir a abrazarlo. Era extraño, nunca había sentido nada similar por una persona de la calle y se reprochó a sí misma. No tenía nada que ver con ese extraño, aún así, no le provocaba miedo, todo lo contrario, parecía una muy buena persona.

    Cuando bajó en la siguiente estación y corrió por la calle para apresurar el trecho que le faltaba, se cruzó con unos estudiantes de preparatoria que le silbaron y le dijeron cosas atrevidas. Ella no se molestó siquiera en contestar y siguió de largo.
    Más adelante, se cruzó con el muchacho del tren. Acompañaba al niño a la escuela.

    —No puedo creerlo ¿Ese hombre le tiene tanta confianza que deja que acompañe a su hijo a la escuela? ¿No tiene miedo de que le robe o lo lastime?

    El niño se quitó la gorra que llevaba y dio un saltito para ponerla sobre la cabeza del muchacho, que le agradeció con una reverencia un tanto exagerada.

    —Parece como si se conocieran de toda la vida, tal vez en realidad son primos esos dos… pero se ven tan opuestos… ¿Pero qué hago? ¡Eso no es asunto mío! —le faltaban sólo un par de cuadras para llegar a la oficina, corrió.

    Ni bien llegar, muchas de sus compañeras comenzaron a burlarse de su tardanza. Esto no era el secundario o la preparatoria, donde tenía buenos amigos y compañeros de estudio. Las cosas aquí eran competitivas. Podían sacarse los ojos los unos a los otros sin un poco de culpa.
    Lo cierto era que el jefe, a quien ella no conocía en persona, estaba acostumbrado a prestarle más atenciones que al resto de los empleados y a menudo acostumbraba darle ciertos beneficios. Esa era la razón por la que muchos creían erróneamente que ella compraba los favores del jefe y la miraban con recelo. Kagome siempre había odiado los rumores, pero especialmente en este caso.
    Al jefe no parecía importarle en lo más mínimo lo que los demás pensaran, simplemente ella le había gustado por su desempeño y la favorecía. Eso creía ella. Aunque también creía que, con una sola falta, como la tardanza, que llegara a sus oídos, sería más que suficiente para que él cambiara de opinión y dirigiera sus atenciones a otros empleados mejor preparados.

    —Está bien —se dispuso a sí misma—, hoy trabajaré incluso en la hora del almuerzo y así todo estará bien —la otra razón para hacer ese sacrificio era que no quería tener tiempo libre para que alguien intentara tomarle el pelo.

    Mientras trabajaba, sintió un pequeño mareo que fue aumentando hasta el punto de que no pudo ver más hacia el ordenador y tuvo que agarrarse del escritorio, pues sintió que de lo contrario se caería.
    —Maldición, tal vez… debería haber comido algo al menos… —su estómago, de acuerdo con ella, protestó también.

    Se levantó como pudo, fue a comprar un sándwich y se lo comió en el escritorio, sin dejar de escribir con la mano libre.
    Justo al momento, sonó el teléfono y ella contestó aún con la boca llena. Le hablaba un hombre realmente enojado, que le criticaba por haberle separado de su hijo. Ese era un caso especial en el que ella y varios colegas debieron inmiscuirse, puesto que se trataba de un hombre alcohólico y violento que con los demás fingía ser bueno en todo, incluso un buen padre.
    Pero a escondidas, abusaba del niño —que en realidad sólo vivía con él, sin ser realmente o legalmente su familiar— y le daba unas tremendas palizas que lo habían hecho acabar en el hospital y al hombre, en la policía.
    El hombre decía que, en realidad, quería a su hijo y que hacía eso por su bien. El niño, por otra parte, no soportaba el abuso, pero sentía que tenía que volverse lo suficientemente fuerte para soportarlo por sí mismo y sentía la necesidad y la esperanza de un día reventarse a golpes a su “querido padre”.

    Aquella historia también le había resultado familiar a Kagome. Y la sacaba de quicio.
    —Escúcheme animal, el hecho de que usted sea más grande y más fuerte no le da ningún derecho de lastimar a este niño. Si usted no se ubica, la ley se encargará de eso —gritó fuera de sí.

    Será mejor que no se meta conmigo, ni usted ni los suyos, o la mataré ¿me escuchó? —la amenazó el troglodita que estaba del otro lado de la línea.

    —¿Cree que le tengo miedo? ¡Se puede ir al infierno, yo misma lo mandaré allá!

    Se lo había tomado como algo muy personal.
    ¿Por qué?

    —Anoche soñé algo similar —recordó mientras colgaba el teléfono y buscaba el número de archivo de aquel caso, para rever los detalles.

    “Niño de trece años. Clase alta. Aparentemente autista, actitudes suicidas, xenófobo. Abandonado por su madre. Su padre, desaparecido. Víctima de abusos persistente de parte de su hermana mayor, dueña de una gran herencia. Ella aparentemente padece de trastorno de personalidad disociada, no está en capacidades de recibir su herencia. Él ha dicho que no la soporta y que quiere matarla a golpes. La acusa de la repentina desaparición de su padre debido a problemas de sucesión. Su madrastra intenta protegerlo de los abusos de su hermana. Sin resultados notorios hasta la fecha”.

    No, no eran los datos reales del informe, no tenían relación alguna pero eran los que le venían a la cabeza a Kagome.

    …¿Por qué?...

    ¿Dónde había visto u oído todo eso?

    ¿Por qué le preocupaba tanto?

    ¿Por qué le dolía?

    Levantó la bocina del teléfono…
    —Tengo que llamar al jefe y avisarle sobre ese caso… —en seguida, se deprimió—, ¡pero ni siquiera recuerdo los nombres!

    Además ¿todo eso era real o también era parte del sueño que había tenido? Era una tremenda locura. ¿Realmente había un niño que sufriera todo eso y lo soportara calladamente? Si era verdad, no podía dejarle abandonado, tenía que hacer algo al respecto, ayudarlo como fuera. Era una gran necesidad.
    Pero no lograba dar con el informe correspondiente. ¿Dónde se había metido el maldito archivo?
    Tal vez se le había mezclado con los archivos más antiguos…

    —Ni siquiera recuerdo su cara… si no puedo hacer nada…Kanta va a enojarse mucho conmigo.

    De pronto, reaccionó. No conocía nadie con el nombre de Kanta. Tal vez se lo estaba inventando. Sacudió la cabeza, estaba muy confundida, lo había estado desde la mañana, con una constante sensación de Déjà vue.

    Tranquila, Kagome —se animó a sí misma—, sólo debe ser el exceso de trabajo, tal vez algún informe se me traspapeló… —volvió a mirar con más atención.

    ***

    Aquel viernes, a la salida de su trabajo, recibió una llamada de un número que le produjo nostalgia. Era Houjou. Hacía mucho tiempo desde que no se veían. Después de la preparatoria, él se volvió novio de Ayumi y luego de seis años de noviazgo, se casaron. Desafortunadamente, todo aquello no había terminado bien. No les sentaba bien la vida en pareja y terminaron por separarse dos años después.
    Aquello había sido todo un comentario entre sus compañeros de secundaria y la noticia corrió como reguero de pólvora.
    Asimismo, muchas mujeres comenzaron a rondar a Houjou con la intención de ocupar “ese lugar vacío” que Ayumi había dejado. Él rechazó a todo el mundo, no se había sentido bien… por más de cinco años.

    Esas fueron las últimas fechas en que Kagome lo había visto y realmente lucía muy deprimido. Sin embargo, habían seguido siendo amigos y él aún parecía guardar sentimientos especiales para con ella y alguna clase de esperanza.

    Después de hablar por un buen rato aquella tarde, quedaron de verse para charlar por más tiempo en una cafetería, el domingo en la tarde. A ella le pareció bien. Con su trabajo y la necesidad de atender la casa y el templo, no tenía mucho tiempo para descansar y hacía mucho desde que no se reunía con amigos. Tendrían mucho de qué hablar.

    Su familia estuvo de acuerdo con ella, debía tomarse un descanso de vez en cuando y salir a divertirse. Houjou era realmente bueno y era todo lo que una familia podía esperar. Aún después de tanto tiempo, Kagome seguía avergonzándose por esa clase de comentarios, mientras su abuelo le ofrecía un amuleto para la buena suerte en el amor.
    Ella se lo agradeció, pero después lo dejó en un cajón de su habitación, que ahora lucía mucho más sobria de lo que era antes. Lo último que quería era pasar vergüenza frente a sus amigos después de tanto tiempo de no haberlos visto, llevando una inútil cosa como esa, que sería más buena como juguete de Buyo.

    Pero como tendría ocupado el sábado, no podría trabajar adecuadamente, así que lo mejor que podía hacer era adelantar su trabajo, así tuviera que pasar la noche en vela.
    Encendió su ordenador portátil, pero a eso de la una, se durmió profundamente. Tuvo un sueño extraño en el que era una miko con enormes poderes espirituales, capaz de ayudar a las personas con sus buenas intenciones, ¡incluso en sus sueños trabajaba a más no poder! pero también soñó con seres sobrenaturales que la ayudaban y eran sus amigos ¡o incluso partes de su familia! Algunos eran odiosos, por ejemplo, un mocoso caprichoso con ojos felinos. Pero en el fondo, la mayoría de estos youkais eran buenos también.

    Despertó sobresaltada al sentir una mano sobre su hombro y se halló con que una hoja de su informe y parte de su teclado estaban babeados. ¡Había perdido el tiempo de nuevo!

    Se golpeó la cabeza varias veces contra el escritorio y trató de comenzar de nuevo… pero al rato volvió a dormirse, estaba muy fatigada, como si hubiera corrido kilómetros y hubiera sido obligada a nadar otros tantos. Como si una manada de elefantes le hubieran pasado por encima. Debía de ser el estrés.
    Cuando quiso darse cuenta, eran las diez de la mañana del sábado ¡¿Cuánto tiempo había perdido?! Estaba furiosa consigo misma y el informe estaba a medio terminar, con muchas fallas en el argumento, huecos vacíos que no podía llenar con nada.
    Tal vez después de un día de descanso podría concentrarse mejor, así que cerró la carpeta y preparó algo delicioso para comer. Aún después de tanto tiempo, no conseguía cocinar de modo decente. Era una materia pendiente ¡cuando decidiera casarse estaría en problemas e iniciaría una batalla campal con su esposo! Y aquello no duraría mucho, ya conocía la historia, había tenido que trabajar en casos así.

    Después de alistar y dejar en orden todas sus cosas, salió aquella tarde de casa y decidió que era la hora de ir a hacer algunas compras. Era una suerte haber trabajado tanto, pues tenía suficiente cantidad de dinero. En el centro comercial, se entretuvo mirando los productos expuestos en las vitrinas y sintió que se relajaba, casi como si alguien estuviera influyendo en su estado de ánimo. Compró un bonito y elegante vestido azul cian y también unos zapatos blancos y la dueña de aquella tienda, que se parecía bastante a ella, salvo por el cabello más liso, fue muy intuitiva y entusiasta.

    —Apuesto a que irá a una cita, su novio se pondrá muy feliz al verla con este atuendo, sin duda alguna, tiene usted muy buen ojo para elegir las prendas de vestir —le dedicó una gran sonrisa que derritió el corazón de Kagome.

    No pudo evitar verla detenidamente, la muchacha parecía una princesa: iba maquillada, vestía unas ropas de buen diseño que debían ser carísimas y llevaba en la mano izquierda un anillo de caro platino. “Casada, su esposo debe ser muy feliz”.
    —Bueno… él no es mi novio, es sólo un amigo, pero… hace mucho tiempo no nos vemos y…

    —Apuesto a que debe estar tan entusiasmado de verla como usted a él, tendrán muchas cosas que contarse, suena tan romántico —la chica puso ojos soñadores—, en fin, pásenlo en grande —la saludó con la mano y con una enorme y dulce sonrisa.

    —Cielos, la energía de esa chica levantaría a un muerto —pensó Kagome mientras se marchaba—. Me parece haberla visto en alguna parte… pero no recuerdo… —también le parecía haber escuchado alguna vez esa voz…

    “¡Kagome-sama! ¡No!”

    —No, debo de estar imaginándome cosas.

    Seguidamente, fue a una joyería y pronto el encargado se acercó a ella.
    —¿Puedo ayudarla en algo, bella dama? —preguntó de forma galante y ella no pudo evitar mirarlo. En seguida se vio atrapada por los dos zafiros que él tenía por ojos.

    —Sí, busco algo especial para ir a una cita.

    Él le guiñó un ojo.
    —Si su novio le falla, yo podría reemplazarlo —ella rió nerviosamente ante aquel comentario—. Venga por aquí, por favor —la llevó por un corredor en cuyas paredes había vitrinas en las que estaban expuestas todo tipo de joyas, haciéndole diferentes sugerencias, intercaladas con algunas propuestas atrevidas.

    Ella terminó eligiendo unos pendientes y un collar con dije con forma de flores.
    —Con estas joyas se verá usted mucho más hermosa de lo que ya es, hasta le tengo envidia a su novio —comentó él mientras recibía el pago.

    Ella rió y, cuando salía, vio al encargado coquetear con una nueva clienta. Kagome rió para sus adentros, vaya atrevido.

    Cuando acabó con las compras, fue a un salón de belleza que le pareció infantil y cursi por el exceso de rosa, tanto en las paredes como en los objetos. Sin duda, el dueño debía ser muy peculiar. No había muchos clientes y el precio era moderado. En seguida, la saludaron varios estilistas apuestos a los que se les torcía la mano y unas cuantas chicas. Después de esperar un rato, una mujer la llamó y ella fue a sentarse, mientras le pedía un corte de cabello especial, algo que no fuera muy llamativo.

    —¿Será alguna ocasión especial? —le preguntó ella mientras le lavaba el cabello.

    —Una cita —no pudo evitar sonreírle, porque la encontraba agradable y familiar. A simple vista, era una muchacha sencilla, de piel sonrosada, cabello castaño, ojos rasgados y maneras muy simples—. Un amigo al que no veo desde hace mucho.

    —Entonces debe aprovechar, la vida a veces nos da oportunidades únicas —en seguida se puso a realizar un rápido trabajo con las manos en su cabello negro azulado, el cual no quería cortar mucho, porque dcía que era bonito y con un movimiento muy natural.

    Kagome se sintió muy halagada y querida, como si todas las personas que estaban dentro de ese salón fueran muy importantes para ella, aunque fueran completos desconocidos. Tuvo la misma sensación de antes, la de conocerles, pero la cabeza le dolía mucho para pensar.
    Cuando llegó a casa, recibió muchos halagos por parte de su familia, aludiendo a lo hermosa que estaba y gastándole bromas de lo mucho que llamaría la atención de aquel muchacho, ella sólo se apenó y mostró modestia.
    Para variar, aquella noche no soñó nada, fue como si se hubiera acostado para, a los minutos, levantarse, aunque ese fue un sueño reparador. Durante la mañana del domingo se encargó del templo y también realizó parte de sus tareas, pero decidió olvidarse de ellas después del medio día para no aparecer estresada frente a su amigo.

    Cuando llegó al sitio acordado aquella tarde, se avergonzó de verlo ya sentado en una de las mejores mesas. Él saludó con una cordial sonrisa y Kagome debió tomar valor para acercarse.
    —Lamento haberte hecho esperar.

    —No es nada, sólo llegué hace una hora.

    —¡¿Eh?!

    Él volvió a sonreír.
    —Era una broma, Higurashi, sólo acabo de llegar hace unos minutos. Por favor, toma asiento.

    Ella se sentó y él pidió café para ambos, luego de lo cual pasaron un rato mirándose, como si la sola presencia del otro fuera suficiente y no se necesitaran las palabras.

    Pero en un momento, Kagome se incomodó y decidió romper el silencio. Hablaron sobre sus trabajos y sus vidas en general, sobre lo que habían hecho durante esos años, las personas a las que habían conocido, los logros que habían obtenido y él se dio cuenta de que ella estaba “un poco” obsesionada con su trabajo. Eso le preocupó, pero Kagome no se dio cuenta.

    —¿Cómo conseguiste mi número? —preguntó curiosa en cierto momento Ella era muy cuidadosa de a quién le entregaba información, así que era extraño que su número se filtrara.

    —Me lo dio una de tus compañeras de trabajo que te vio muy sola —le guiñó un ojo—. Dijo que… parecía que últimamente estabas tan sobrecargada de tareas y obligaciones que te habías olvidado de ti, que sería bueno que te dieras un respiro… que alguien te bajara de las nubes.

    Ella estaba segura de que era un truco. Claro, conseguirle novio y distraerla de lo más importante para así robarle el puesto. Esas víboras trepadoras…
    —No estoy sobrecargada de tareas —negó—. Pero hay muchas cosas que necesitan ser hechas…

    Él sonrió con suficiencia.
    —Es como si llevaras el mundo a tus espaldas y eres tan indispensable para ellos que, si no estás ahí, todo se vendrá abajo.

    Ella asintió ¡él la había comprendido perfectamente!

    Él le clavó una mirada sagaz.
    —Error. Ni llevas el mundo a tus espaldas, ni eres indispensable, ni el mundo acabará por tu ausencia. Tú te morirás de estrés y todos ellos seguirán viviendo como si nada, porque nunca les importaste.

    —¿Eh? —estaba confundida.

    —La vida de uno puede irse en el trabajo y luego, darte cuenta de que realmente no viviste: solo anduviste como un ente, haciendo cosas para otros y perdiste los mejores momentos de tu vida —negó con la cabeza—. No tiene mucho sentido.

    Por supuesto que lo tenía, pensó ella.
    —Hay mucho que yo no te he dicho. El tiempo se come a aquellos que están desprevenidos, les pasa por encima. No es como si el tiempo nos persiguiera, más bien es como si nosotros persiguiéramos a los segundos, que se van escapando de nosotros —la sola idea la ponía nerviosa—. Perseguimos a ese ejército del tiempo, que va armado hasta los dientes y su amenaza es “si no nos alcanzas, nos daremos la vuelta y te mataremos”.

    —En ese caso, siempre estamos bajo amenaza, cada segundo que pasa es un instante de vida que se nos escapa de las manos, un segundo menos de vida —él negó con la cabeza—. Pero yo prefiero ver al tiempo pasado como una experiencia ganada, creo que nada es en vano. Todas las cosas tienen su tiempo y ocupan un orden.

    Vaya, increíble disertación. Ella sonrió, con la vista baja, como si estuviera intentando aguantar la risa.
    —Eres muy optimista.

    Él asintió como si esperara de antemano que ella le dijera eso.
    —Sé por qué te digo esas cosas —tenía una mirada de infinita paciencia, pero ella lo miró con más atención y se dio cuenta de que había algo distinto en él, ese no era el comportamiento habitual de Houjou. Por lo general, era tímido e ingenuo, no hubiera soltado palabras como esas, ni hubiera desafiado así sus puntos de vista.

    Levantó la mirada hacia sus ojos y lo vio. No eran azules, sino dorados, con la pacífica mirada de un Buda. Miró un instante en otra dirección y todo pareció volver a la normalidad.

    Por un instante, tuvo la impresión de que estaba con alguien diferente, alguien que la miraba con afecto secreto y la protegía. Sacudió la cabeza, pensando que esas eran ideas estúpidas, por supuesto que era Houjou.

    Él levantó una mano y le acomodó delicadamente uno de los mechones negros tras la oreja.
    —No debes preocuparte tanto por esas nimiedades, preocúpate más por ti, tienes muy preocupada a tu familia.

    —Mi familia entiende —le aseguró ella.

    —Sólo estoy intentando ahorrarte el sufrimiento. Tu salud ha estado delicada últimamente, como en la secundaria ¿recuerdas? No estaría bien que sufrieras algún accidente, debes priorizar tu salud y el bienestar de tu familia.

    —Precisamente por eso trabajo, por el bienestar de mi familia.

    Ella no entendía y él no podía decirle toda la verdad justo ahora. Houjou negó con la cabeza y le acarició el cabello una vez más.
    —Tu familia sobrevivirá aunque no trabajes por un tiempo, pero de cierto te digo que no sobrevivirán sin ti. Esto no es una broma, la vida de ellos depende de ti.

    Ella volvió a reír.
    —Creo que estás exagerando.

    Él parpadeó por un momento y ella volvió a tener la misma ilusión. Dorados, rasgados, ojos de animal salvaje… ¿pero en qué estaba pensando? ¡Eran azules, normales!
    —Deberías tener más en cuenta mis palabras —le sonrió ampliamente— puede que no vuelva a hablarte así, yo también tengo muchas ocupaciones, no tendré tiempo en el futuro para llamarte y salir contigo, no podré mantener una larga charla contigo, ni acompañarte a ver una película o ayudarte en tus tareas.

    —Pero, Houjou, no te estoy pidiendo que hagas nada de eso.

    —Lo sé —se sonrojó—. Pero me preocupo por ti, tal vez no vuelva a decirte esto… —se pasó la mano por el entrecejo—, no es normal para mi… pero siento afecto por ti, por eso te he llamado, necesitaba saber cómo estabas. Higurashi… quiero que sepas que te ofrezco más que mi ayuda, puedes pedirme lo que necesites. Si sientes que te falta la voluntad, puedes pedírmela a mí.

    —¿Qué dices? —ella ladeó la cabeza y le sonrió— ¿Tu voluntad?

    —Tú sabes que mi voluntad es fuerte, que es capaz de materializar cosas. Con sólo sostenerte de ella, sobrevivirás. No te rías, mi familia sobrevivió gracias a mi voluntad. Eso lo sabes.

    Ella volvió a reír.
    —¿Cómo puedes saber tal cosa?

    Él la miró con cierta ternura, pero no era la mirada normal en él.
    —Tienes que confiar en mí, aún si alguna vez te parezco un tremendo idiota, siempre estaré junto a ti y te ayudaré en todo lo que pueda, aún si no soy importante para ti.

    —Muchas gracias, eres un gran amigo, Houjou.

    —Por cierto… y disculpa si parezco descortés, pero parece que estuvieras embarazada, deberías dejar que un médico te viera —sugirió.

    Ella bajó la vista hacia su vientre plano.
    —Debes estar de broma —miró su reloj—, cielos, se me hace tarde…

    —Deja que te pague un taxi —ofreció él.

    —Oh, no es necesario…

    —Por favor —y le entregó el dinero. Esa fue la excusa para acercarse a ella, abrazarla y poder susurrarle al oído—. Confía en mí… —canturreó de una forma burlona, casi dulce.

    Ella estaba segura de haber escuchado antes esa clase de burla… pero no recordaba dónde, cuándo, ni de quién.

    ¡Oh! ¿Quieres morir junto a él? ¿No es tierno?

    ¡Gracias por este agradable intermedio!

    ¿Por qué tan molesto, Inuyasha? ¡Hay un millón más de donde ella salió!

    Una broma terroríficamente infantil, divertida y dulce. De repente, parecía un príncipe soberbio, inmaduro y caprichoso, pero a la vez tierno. Ella sonrió. Le recordaba mucho a Akyoushi… ¿y quién era Akyoushi?
    Se separó bruscamente de él, consternada.

    —¿Pasa algo malo, Higurashi? —él aún parecía burlarse, en esa forma tan soberbia e infantil.

    —No, es que… me recordaste a alguien —se sonrojó y bajó la vista.

    Él la volvió a mirar con cierto afecto oculto.
    ¿Te recordé a Akyoushi?

    —¿Eh? —lo miró anonadada, ¿cómo él lo sabía? ¿Y quién diablos era Akyoushi? No podía recordarlo y le dolía la cabeza.

    Él se inclinó hacia ella, para verle el rostro de cerca, podía sentir su respiración.
    —¿Te recordé a Akyoushi? ¿me parezco a él? —abrió mucho los ojos y éstos nuevamente parecieron dorados— ¿O tal vez a mí mismo cuando era un cachorro, como él?

    Kagome retrocedió aterrada y huyó por la puerta del local, paró el primer taxi que vio, le dio el dinero de Houjo y salió de ahí. Miró hacia atrás y él ya no estaba. Sentía un escalofrío, como si algo inhumano la hubiera abrazado desde atrás.

    —¿Qué diablos fue eso?

    No pudo dormir en toda la noche, pensando en esa sensación y tuvo durante todo el tiempo un extraño malestar en el estómago, como si quisiera vomitar. Al no poder dormir, se sentó en el escritorio y se puso a trabajar para adelantar sus informes. Se concentró totalmente en eso.
    Sentía algo de frío. Unas manos cálidas le frotaron los hombros, pero cuando se giró, ahí no había nadie. No tuvo miedo, le gustaba la sensación, conocía esos brazos, alguien que la amaba estaba junto a ella. Tuvo la impresión de que muchas veces había sentido esos brazos…

    —Ah, Inuyasha, tengo una sensación muy extraña… —murmuró mientras escribía.

    —No te preocupes —contestó algo lejana la voz de él, casi como si fuera real.

    Le agradaba poder sentir a Inuyasha, pero le hubiera gustado verle también, en la realidad y no que solamente hubiera sido parte de un sueño.

    Se pasó la noche en vela, estudiando y trabajando, recuperó mucho del tiempo que había perdido. Bajó a la cocina, preparó el desayuno y seguidamente, se puso a limpiar la casa. No quería descansar, no tenía tiempo para hacerlo.

    —Buenos días hija, ¿ya despertaste? —le dijo su madre sorprendida al verla cuando bajó de su habitación.

    —Buenos días, mamá, es que tenía muchas cosas que hacer, así que decidí despertarme temprano. Ya he preparado el desayuno, me he esmerado mucho.

    Y realmente el desayuno parecía espléndido, como si lo hubiera preparado el chef internacional de un restaurante de lujo. Pero ella no tenía nada de apetito, por eso mintió, diciendo que ya había tomado su propio desayuno.

    Su abuelo bajó poco después.
    —Te ves cansada, hija, deberías tomarte el día libre —le sugirió en tono amable.

    Ella negó rotundamente, sonriendo.
    —Nada de eso, estoy perfectamente bien y con muchas energías —afirmó feliz—. Además, tengo que ir a trabajar, he estado perdiendo demasiado tiempo y no me gusta sentirme inútil, quiero ayudar en todo lo que pueda. Anda, prueba el desayuno que he preparado para ti.

    El anciano sonrió.
    —Está bien —contestó no muy convencido.

    Cuando llegó la hora, ella vistió una elegante camisa con una falda de color pastel y se despidió de su familia. Le había sobrado el dinero de la tarde anterior, así que lo usó para pagar un taxi y llegó temprano, lo que disparó la envidia de algunas de sus colegas femeninas. Todas creían que estaba coqueteando con el jefe y por eso hacía todas esas cosas para intentar presionarlo. Ella los ignoró deliberadamente. Lo que debía importarle era su trabajo.
    Entregó sus informes antes que todos los demás, se sentó en su escritorio, encendió el ordenador y en seguida se puso a revisar el correo para ver cuales eran sus siguientes trabajos. De pronto, un compañero la saludó, le guiñó el ojo y le dejó en frente su siguiente informe…
    La gruesa carpeta de trabajos venía con una nota escrita a mano.

    “Eres tan buena en tu trabajo que he decidido asignarte más responsabilidades, eres mi empleada de mayor confianza”.

    La carta venía escrita de forma personal, íntima. Se sonrojó y escondió el papel. Si alguien lo veía, las molestias que recibía por parte de sus compañeros sólo empeorarían.
    Mientras más trabajaba, más cansada se sentía: estaba fatigada, agitada, sentía que le faltaba el aire y sudaba copiosamente. No entendía cuál era la manía de los jefes de dar más trabajo al que estaba más ocupado y no al que estaba libre. Se contentó con suponer que el que estaba libre era un irresponsable flojo que nunca acababa nada de lo que le pedían, mientras que el más responsable siempre sería odiosamente “más productivo”, razón por la que estaría más estresado.
    A medio día, no había podido siquiera con la mitad de su trabajo. La sensación de vómito de la noche anterior volvió y no pudo probar nada de su almuerzo, no sentía apetito y se sentía débil. Comenzó a sentir frío y a tener mucho sueño.
    Dejó la cafetería para volver a la oficina y cuando iba a cruzar la calle hacia el edificio, chocó de frente con un hombre.

    —Ah, lo siento…

    —Higurashi, pero si eres tú ¿Te sientes bien? Luces muy pálida, ¿has estado durmiendo bien? —era Houjou de nuevo.

    —Houjou-kun. He tenido mucho trabajo… —se tambaleó y perdió el equilibrio, pero él la sostuvo.

    —No luces nada bien, deberías descansar. Llama a casa, te llevaré allá, mientras tanto, ven, siéntate —la ayudó a sentarse en un banco del parque cercano—, lo mejor es que tomes algo…

    —No me siento bien, no tengo apetito.

    Él le puso una mano en la frente, para tomarle la temperatura.
    —Te dije que te cuidaras —quería sonar amable, pero ella sentía un reproche en aquellas palabras, una orden incluso. ¡Ella no era una niña para que le ordenaran y la regañaran!

    Kagome volvió a tener la sensación de la tarde anterior, como si algo inhumano la abrazara desde atrás. Ahora aquello le resultaba familiar. Tal vez tenía fiebre, estaba enferma y por eso estaba delirando. Eso era.

    —Tal vez debería llevarte conmigo —sugirió él.

    —Eso no es necesario, estaré bien, no quiero ser una molestia para ti.

    Él volvió a acariciarle el cabello, como la tarde anterior.
    —Eso no importa, tu salud es lo más importante ahora. Te dije que confiaras en mí. Te llevaré con un médico, en tu estado no podrás tomar medicamentos fuertes, así que seguramente te pedirá que guardes reposo por un tiempo.

    —Pero necesito el dinero de mi trabajo —se quejó molesta.

    Él la miró en silencio, la recostó sobre sus piernas y le puso una mano sobre la cabeza. Suspiró.
    —Higurashi, sabes que tengo razón.

    Ella lo sabía, pero tenía orgullo, no quería que la viera débil ¡ella no era débil!
    —Agradezco que te preocupes por mí, pero en verdad, esto no es necesario. Además, no estoy embarazada, esas son ideas erróneas tuyas. Y si lo haces sólo para halagarme, es necesario que sepas que no quiero mantener ningún tipo de relación contigo —de pronto, se calló—. Lo siento, no era mi intención herirte —lo miró a los ojos.

    —Te has equivocado, ni te considero débil, ni estoy tratando de que seas mi pareja —aún tenía su mano apoyada en la cabeza de ella—, simplemente estoy tratando de que uses la razón.

    —Actúas como si me conocieras demasiado, pero en realidad no es así, Houjou, apenas nos hemos visto un par de veces…

    —Puede que sea cierto, pero créeme, tengo buenas razones para hacer esto. No es por mí, es por las personas que sienten afecto por ti.

    Él se preocupaba tanto por su familia… que empezaba a considerarlo un metiche.
    Por alguna razón, esa mirada y el contacto de sus manos la hicieron sentirse mejor, era como si él lo hubiera hecho. Se sentó y lo miró de cerca, sentía cierta atracción hacia su forma de actuar, era muy gentil.

    —Espero que no estés pensando en besarme —la sacó él de aquella extraña ilusión.

    Ella parpadeó, se sonrojó y bajó la vista.
    —No, no pensaba hacerlo… mi novio se hubiera enojado.

    —Ciertamente se enojaría —rió él—. Ahora que te sientes mejor, creo que puedes acompañarme.

    —Está bien —se paró rápidamente— iré sola a casa, puedo hacerlo. Te agradezco el tiempo que me has dedicado, eres muy gentil —lo saludó con una pequeña reverencia y se marchó rápidamente, antes de que la sensación extraña volviera.

    —Kagome, espera.

    Ella se paró en seco ¿por qué la llamaba por su nombre? ¿Cómo se tomaba tanta confianza? Volteó a mirarlo suspicaz, mientras él se acercaba. Sintió su mano posarse suavemente alrededor de su cuello. Era cálida y fuerte, no recordaba haber sentido algo similar antes.
    —Dile a él que también puede confiar en mí, no le daré la espalda, ni le negaré mi ayuda, ni mi voluntad. Te aseguro que no tengo nada en contra de él.

    —Pero, Houjou, tú ni siquiera le conoces…

    —Tal vez no le conozca como lo conoces tú, pero si algo ocurre, estaré para ayudarles. Él no es una mala persona, aunque tal vez no cumpla con mis expectativas. No se merece que le abandones por tu capricho de trabajar para no sentirte sola. Hay a tu alrededor mucha gente que te aprecia, no estás sola como crees —volvió a tocarle la cabeza, de una manera protectora—. Kanta está bien, no debes temer por él.

    Kagome se quedó en blanco.
    —¿Kanta? —le sonaba familiar ese nombre y le producía dolor.
    Ella miró en otra dirección y soltó un largo suspiro.
    —Realmente disfruto de tu compañía, Houjou, pero sabes de sobra que esto no es asunto tuyo. De todas maneras, gracias por tu ofrecimiento. Se lo mencionaré —pero se marchó corriendo como la vez anterior.

    Sentía dolor cada vez que recordaba ese nombre. Kanta

    ¿Por qué?

    —Kagome, no huyas, soy yo…

    —…no, no sé quién eres y no me interesa saberlo —ya no le importaba nada, sólo seguía corriendo, intentaba alejarse de la sensación de ser abrazada por detrás por algo inhumano.

    —Kagome, te ofrezco mi voluntad… para salvar a tu bebé.

    Estaba demasiado lejos, se suponía que ya no podía oír su voz… pero aún así le oía. Y aún algo la abrazaba desde atrás.
    —¡Basta! ¡Ya te… ya te dije que no tengo ningún bebé!

    Dos días habían pasado y las cosas no cambiaban. De vez en cuando, Kagome sentía fatiga o algún dolor, pero lo ignoraba y continuaba con sus obligaciones. Varias veces su teléfono sonó, pero al ver que era el número de Houjou el que la llamaba, cortaba en el acto. No quería tener nada que ver con él. También, recibía mensajes de texto burlones.

    “¿Qué te pasa, Higurashi? ¿Me tienes miedo?”. Terroríficamente infantil, divertido y dulce, así era como sonaba. Como esos niños que protagonizaban películas de miedo. Eran monstruos con caras de angelitos. Era algo muy familiar, pero le dolía la cabeza cada vez que quería recordar… quién hablaba así… quién bromeaba así…

    “Ah... me recordaste, estoy halagado…”

    Cuando estaba cerca de él, se sentía reconfortada, pero al mismo tiempo le extrañaba que una persona pudiera transmitirle tantas cosas ¡él no parecía una persona aunque se viera como una! Eso era aterrador.

    —¿Y no será algún youkai engañándote? —le dijo en una oportunidad su abuelo.

    Pero ella se rió, no creía en youkais.
    —Abuelo, esas cosas sólo pertenecen al mundo de los sueños, no a la realidad —sin embargo se ponía nerviosa, pensando que tal vez era ella la que estaba equivocada.

    Muchas veces sentía que algo la abrazaba desde atrás, o le tocaba el cuello o la cabeza, todo el tiempo se sentía fuertemente observada por algo sobrenatural. Su abuelo le decía que tal vez se tratara de un youkai queriendo hechizarla. Pero eso era ridículo, los youkai no eran amables ni compasivos y no se preocupaban en usar sus poderes para ayudar a los inferiores humanos.
    Confundida, se miraba muchas veces al espejo, pero se veía completamente normal, no había en su cuerpo rastros de embarazo, como su amigo le había dicho. La única diferencia era que lucía algo pálida y ojerosa. Comenzaba a parecerse a un fantasma, pero luego pensaba que su visión de sí misma podía estar distorsionada por el cansancio del trabajo. Todo eso lo cubría con un maquillaje bastante recargado, al que no estaba acostumbrada y que no le sentaba bien.

    —No te queda bien ese maquillaje —se le burló alguien en la calle.

    —Óyeme tú… —pero se calló al ver quién era— ¿Houjou…?

    Antes de que pudiera escapar, él la agarró del brazo y caminó junto a ella.
    —¿Últimamente tienes la sensación de que has olvidado algo? —era ese tono cínico.

    —¿Desde cuando eres tan cínico?

    —Siempre fui así, pero todo eso acabó cuando conocí a una niñita muy especial con una sonrisa encantadora…

    Ella rió nerviosamente.
    —Ay, Houjou-kun, nunca pensé que dirías algo así —había sido demasiado directo, pero le dio la impresión de que no se refería a ella, sino a alguien más.

    —Pero no me cambies de tema. Intenta recordar eso que olvidaste, rápido —parecía reprocharle algo, pero no le dio tiempo a preguntar—. Tengo prisa, Higurashi, nos vemos.

    Pero ella decidió desistir de recordar cosas inútiles.
    Cierto día, su familia ganó en la lotería dos entradas para una función de teatro. Ella decidió que tenía muchas cosas que hacer, así que su abuelo y su madre podían asistir y ella se quedaría de casera, no le molestaba para nada el hecho de no salir a disfrutar de un espectáculo, no le parecía relevante.
    Pero en seguida se sintió incómoda estando quieta y sola y decidió ponerse a limpiar la casa para matar el tiempo. Cerca de las ocho de la noche, mientras barría, sintió una fuerte punzada en el vientre. Nunca había sentido un dolor tan fuerte, era como si los huesos de su cadera fueran a romperse. El dolor la dobló, debió sujetarse de la mesa. ¿Tendría el período justo ahora? No era esa la fecha, faltaban semanas.

    Intentó ignorarlo, tomó un calmante y siguió limpiando la sala.

    De pronto, escuchó pasos en la cocina y se congeló. Se suponía que estaba sola, no podía haber alguien más. Aquellos pasos iban descaradamente de un lado a otro. Temerosa, fue hasta la cocina dispuesta a golpear al intruso pero, al abrir la puerta, no había nadie. Entonces, tuvo la sensación de que alguien la miraba desde atrás. Alguien respiraba cerca de su sien, una mano se posó un momento en el borde de su cuello con suavidad… y nuevamente sintió que unos brazos invisibles la rodeaban desde atrás.

    —¡Detente, no lo hagas!

    Ambas sensaciones se fueron y ella volteó.
    —Fue mi imaginación —a su lado no había nadie pero al mirarse en el espejo de la sala vio que había alguien.

    Un hombre la sostenía por la cadera, un samurai todo blanco y resplandeciente. Sintió que iba a morir cuando los pálidos brazos de la aparición rodearon desde atrás a la asustada Kagome del espejo.

    Esos ojos rasgados la miraron a través del espejo.
    —Kagome, deja que te recuerde que si continúas descuidando tu salud, perderás a tu bebé.

    Kagome reaccionó. Su bebé, su bebé, estaba embarazada de unos cuantos meses y no había parado de trabajar. El dolor aumentó, se puso ambas manos en el vientre y cayó sentada en el suelo, incapaz de soportar el dolor.

    ¿No vas a contestarme? —preguntó la voz del otro lado—. ¿Acaso quieres que ese engendro que llevas se muera? Contéstame, contéstame perra, ahora.

    —¡Eres un maldito, déjame en paz! —sentía esa intención tratando de controlarla, pero no quería, no podía dejarse controlar. Tenía que levantarse, alejarse de esa voz.

    Si no quieres que se muera, conéctate a mí. Ahora

    —¡No, no quiero! —gritó asustada.

    Entonces, iré a por ti. En este mismo instante. —le contestó con determinación.

    —¡No! ¡Que alguien me ayude! ¡Auxilio! —levantó una mano y la halló llena de sangre oscura y espesa— ¡Inuyasha! ¡Inuyasha, por favor! —le sobrevinieron ganas de vomitar y sintió que iba a ahogarse.

    Volvió a sentir punzadas de dolor en la cabeza y el vientre y sintió que explotaría. La persona del otro lado no le hablaba, pero ella sabía que estaba ahí. Era como si estuviera esperando…
    Algo realmente poderoso golpeó la barrera de su mente, intentando atravesarla.

    —¡No! ¡No quiero, no vengas! ¡No quiero, déjame sola! ¡Duele! ¡Inuyasha! ¡Duele! ¡Duele!

    Abrió los ojos con brusquedad y vio el techo de la cabaña sobre su cabeza. Tenía mucho frío, le faltaban las fuerzas y había un fuerte olor metálico en el aire. Inuyasha estaba junto a ella, pálido y asustado. La sujetó fuertemente de una mano, sin saber qué decir.

    —Llama a alguien, por favor —lloró ella a gritos.

    Él respiró agitado, asustado, plegó las orejas, no quería dejarla ahí.

    —¡Corre, nuestro bebé se está muriendo! —lo presionó. Un torrente de lágrimas salía de sus ojos, intentó levantarse.

    Él la empujó contra el futón, sujetándola con fuerza de los hombros.
    —No te muevas, no vayas a levantarte. En seguida regreso —salió de la cabaña disparado como una bala. Le parecía terrible verla retorcerse de dolor en un charco de sangre y él no podía hacer nada—. ¡Que alguien me ayude, Kagome perderá al bebé!

    Los aldeanos, asustados por el grito del hanyou, comenzaron a salir de sus casas. Sango fue la primera en correr hacia él.

    Kagome se tomó la cabeza con ambas manos, mientras aquella voz persistía dentro de su mente, como algo real, tangible.
    No quería aceptar aquella conexión extraña, no podía. Lloró con fuerza, mientras otra oleada de dolor le producía un fuerte espasmo. Gritó incluso, y aunque la voz seguía ahí, intentando controlar su cabeza, ella estaba demasiado aterrada como para que pudieran conectar.

    ***

    Sus ojos dorados parecían ausentes. Miró impasible la estatuilla de cristal con la forma de Kagome, que descansaba en el centro de aquel altar mágico, rodeada de hierbas y de pergaminos dorados. Los pergaminos se quemaron debido al poder espiritual de la mujer, ella había rechazado deliberadamente su voluntad; ella sabía que su voluntad era fuerte, con sólo haberse sostenido de ella por unos segundos, las cosas hubieran sido distintas. Pero había preferido huir de él. Sesshoumaru pareció no darse cuenta, miró a Tenseiga e hizo una mueca.

    “¡No, no quiero!”

    “Entonces, iré a por ti. En este mismo instante”

    Ni aunque saliera en este mismo instante conseguiría llegar a la aldea de Inuyasha a tiempo, ni mucho menos salvar a ese engendro que era hermano de Kanta. Fue hasta una ventana y miró a su sobrino, que estaba plácidamente dormido, apoyado de espaldas contra la pared del establo, completamente ajeno a lo que les sucedía a sus padres.

    —Lo lamento. Lo intenté por ti, por tu padre… lo intenté por Rin —soltó un resoplido de enojo y volteó hacia la imagen de cristal de la miko. La golpeó con fuerza, tirándola al piso y haciéndola trizas—. ¡Mujer estúpida! ¡Tú misma le has matado! —pisó los trozos del cristal— ¿Qué creíste? ¿Qué era Akuma intentando engañarte a través de mi voluntad? ¿Cómo pudiste?

    ¿Por qué no había podido llegar hasta Kagome para controlar sus intenciones?

    Tuvo un extraño presentimiento. Si el poder de un youkai había dañado a Kagome, sólo podía preguntarle al último youkai que ella había visto a la cara.
    Cuando entró a la habitación de su hijo, éste estaba junto a una mesa en la cual descansaba un libro de la biblioteca cuidadosamente cerrado, lo cual hacía evidente que había estado estudiando antes de ser consciente de su cercanía.

    —¿Honorable padre? —cuestionó mientras lo miraba— ¿A qué se debe su honrosa visita? —aunque hacía sólo un día desde que había regresado y estaba recuperándose de las heridas recibidas en la batalla, dudaba que su padre viniera a preguntarle por su estado. El daiyoukai no hacía eso.

    —Príncipe, quiero hacerte unas preguntas.

    El joven se volteó hacia él, solícito.

    —Me dijiste que la humana que salvaste era de Kanta ¿Kanta yació con ella?

    —Sí, padre.

    —¿Tenía ella alguna relación con los humanos de Inuyasha?

    —Sí, padre. Si mal no tengo entendido, es hija del monje que le acompaña.

    —¿Deseaba ella el regreso de Kanta?

    —Sí, padre.

    El daiyoukai permaneció unos segundos en silencio, Akyoushi no parecía molesto o incómodo por sus preguntas, asintió con la mirada y recibió en respuesta una respetuosa reverencia.
    Al ver a su padre retirarse en silencio tras aquellas extrañas preguntas, lo invadió la curiosidad y la duda ¿su padre interesado en la relación de Kanta con una humana? ¿acaso algo había pasado? No había expresión alguna en el rostro de su padre que dejara nada en evidencia.
    Deseaba preguntar, pero la autoridad de un padre jamás se cuestionaba. Con una sensación molesta, volvió a estudiar, o lo intentó.

    Rin estaba sentada en la penumbra de la habitación de Sana, velándola mientras ella dormía, cuando su voz la sobresaltó.
    —Mi padre —fue todo lo que dijo.

    ¿Estaba despierta? Rin iba a preguntarle a qué se refería, cuando las siete puertas que llevaban a su cuarto de dormir se abrieron de súbito, una tras otra y el daiyoukai entró. Era evidente que le había dejado saber a Sana que iba a visitarla… ¿a tan altas horas de la noche? Rin frunció el ceño unos instantes, algo iba mal.

    —Rin, deja las dependencias de la princesa ahora, quiero hablar con ella a solas —ordenó en una voz átona, impasible y sin mirarla al rostro.

    Rin asintió y, poniéndose de pie, hizo una reverencia y se dirigió hacia fuera. Cuando pasó a su lado, quiso mirarle a la cara para intentar leer su expresión.

    —Date prisa —le dijo él sin darle tiempo siquiera de intentarlo.

    Rin salió no muy convencida. Hecho, tenía que ser algo muy malo para que se lo ocultara de esa manera. Le sobrevino una extraña sensación de vómito. ¿De qué podría tratarse? No le habría sucedido nada a ninguno de sus amigos… ¿o sí?
    Cuando el daiyoukai estuvo seguro de que ella se había marchado e acercó al borde de la cama de Sana.

    —Padre, hace sólo unas horas regresó de su viaje al sur y la Familia del Fuego no ha sido muy amable con usted, debe estar cansado. ¿Por qué no se retira con Rin, mientras yo vigilo la Casa por usted? —murmuró en su tono tranquilo y amable.

    —¿Qué relación tienes con el ataque a la hija del monje? —espetó él directamente.

    —No sé de qué me está hablando, honorable padre.

    —No intentes hacerte la ignorante, diosa. ¿Sabes que a causa de eso la hermana de Kanta y su madre están muriendo? —la aguijoneó—. Y eso no sólo le hará sufrir a él, sino también a Rin —escuchó claramente cómo el corazón de Sana daba un vuelco aunque su rostro permaneciera impasible—. Pero tú no sabes nada, así que no tiene sentido molestarte e interrumpir tu descanso por algo como eso. Me retiro —hizo ademán de marcharse.

    —Espere, padre.

    Él se detuvo en el acto, viendo su anzuelo mordido.

    —Pude ver algo, pero no quise decirlo porque pensé no merecía la pena. Kuroika está buscando un cuerpo físico para emerger de la tierra donde se ha escondido y por eso atacó a los humanos que están cerca de Kagome como centro de gravedad… —dudó en preguntar— pero ¿puede usted salvar la vida de Kagome?

    Él cerró los ojos y sus labios se curvaron en una sonrisa sin emoción.
    —No puedo hacer eso —salió en silencio de la habitación y le apagó la luz.
     
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    rin chan

    rin chan Entusiasta

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    AHHHH!!

    ha sido un muy extraño capitulo, pero demasiado exquisito ,toda una novela psicologica que tanto amoo, pobre Kagomee no quiero q pierda a su niñaaa??
    y esa persona q trataba de ayudarla era nada mass y menos q Sesshomaruu!!! nunk lo imaginee, aunq supongo q lo hizo mas por Rin
    y sana nunk dijo nadddaa diablos con esa niñaa!! XD
    Ahora kuroika quiere posser el cuerpo de kagomeee no!!, tambn amo ste tipo de historiaaS xD
    me pregunto si podran hacer algoo, ahh q gran capii :)
     
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    Pan-chan

    Pan-chan Fanático

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    OMG me mueroooooooooooooooooooooooooooooo ToT si algo le pasa a Kagome te juro que me infarto!!!!!! Ya me parecia muy raro este capitulo, desde el principio supuse que Kagome estaba teniendo una especie de ilusión, pero jamas sospeche que Sesshomaru intentaba ayudarla, espero que de alguna manera pueda salvarse. No puedo creer que me haya perdido estos dos capitulos (bueno, mi internet ha estado fatal) pero me han gustado mucho, cuando vi el final de este ultimo capitulo mi rostro quedo asi O___O ¿Como lo dejas en esa parte? sabes que sufro del corazon (ok no sufro pero uno nunca sabe) ¿Por qué sana nunca habla cuando tiene que hacerlo? -.- me está estresando esa adorable niña, me pregunto si Kagome en su estado tendrá las energías suficientes para salvarse a ella y a su bebe, aunque sea fuerte al cosa está dificil...y para colmo no creo que Inuyasha y los demás puedan hacer mucho para ayudarla. Actualiza pronto!!! me tienes comiendome las uñas xD
     
  4.  
    Fernandha

    Fernandha Maestre Usuario VIP Comentarista destacado

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    Gracias C:

    Una gran historia psicológica. ¡Fue increíble!



    Fue melancólico. Lindo, pero también triste. ¿Por qué lo dejas así? D: ¿qué pasará ahora?, ¿Kagome estará bien? :0 Quiero leer más ToT
    Ya lo sabes perfectamente pero me encanta la forma en que desarrollas todo C:

    Esperaré el siguiente capítulo con muchas ansias.

    Adiós y buen día.
    At: Fer-chan.
     
  5.  
    Asurama

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    Título:
    The Legacy
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    60
     
    Palabras:
    12454
    Supervivencia

    La tierra fría de la Luna del Cazador comenzó a enfriar también a la bella luna. Las noches comenzaron a hacerse más y más largas y las lluvias comenzaron a caer con más frecuencia. Varias veces en una semana, el cielo se cubría de gris y lloraba amargamente por la muerte próxima de su amante. Muchos ojos escudriñaban el cielo en busca de esa tenebrosa mancha negra en medio de las nubes de tormenta, pero no había nada, ningún rastro de la intención maligna.
    Akyoushi pasaba con más frecuencia entrenando y estudiando y permanecía cerca de Kanta, aún bajo la lluvia, aún aunque fuera regañado. Para desquitarse, de vez en cuando pateaba a Jaken. Era algo que no podía evitar, una conducta aprendida. Se lo había visto hacer a su padre durante toda su vida. Jaken por supuesto lamentaba tener que ser la pelota de esos cachorros revoltosos, como se refería a la pequeña generación recién nacida.

    Kanta, deprimido, miraba los árboles pelados, grises, aletargados por la pérdida de sus hojas. Cuando volvieran a tener hojas, también tendrían flores de múltiples colores, con esa imagen en sus pensamientos, se tranquilizaba. Y es que los árboles en este palacio eran de lo más exóticos y jamás los había visto siquiera en los bosques que se repartían a lo largo de las Tierras del Oeste.
    Pero las noches no le gustaban. A menudo tenía que refugiarse solo en el interior del establo, mientras los mononoke hacían escándalo. Los que no entraban en hibernación, requerían de sangre para mantenerse fuertes y a menudo eran sacados pasa alimentarse con las sobras de los habitantes. Kanta ya se había acostumbrado a las condiciones difíciles, pero ver a los animales comerse la comida que era para él, era demasiado. Paulatinamente comenzaba a enflacar y perder fuerza y rendía menos en los entrenamientos. A menudo le interrumpía alguna protesta de su estómago, lo que hacía que todos se burlaran de él. Su dolor iba más allá del simple sufrimiento físico y debía poner mucho de su voluntad para entrenar…

    Akyoushi, preocupado, aparecido un día trayéndole unas comadrejas que había cazado y traído a escondidas sólo para él. Kanta jamás se había comido a una comadreja y mucho menos cruda, pero el gentil acto de su primo, sumado al hambre que le acuciaba, le hizo disfrutar del manjar. Jamás había pensado que la carne y la sangre podían saber tan bien. Mientras comía, no dejó de llorar, pero intentó convencer al inuyoukai de que se trataban de lágrimas de felicidad. Juntó las pieles y comenzó a secarlas. Pensaba hacerse con ellas un abrigo lo suficientemente bueno como para soportar lo que pronto acontecería.

    Y así fue, la lluvia, acompañada de granizo, cayó con más y más fuerza, hasta que las gotas se congelaron y se convirtieron en polvo de diamantes, tal y como el que Akyoushi podía crear de sus manos. El agua se convirtió en brillantes espejos. El mundo se cubrió de blanco, pero pronto, lo que parecía el sueño de un paraíso se convirtió en una historia de terror.
    Los youkai que le rodeaban estaban irascibles y lo trataban con más brusquedad que la acostumbrada, pero lo dejaban pronto, puesto que no querían gastar sus energías en semejante basura.

    Como alivio del frío, cerró los ojos e intentó viajar al pasado, a los cálidos días del verano.
    Recordaba tener sólo siete años en ese entonces. Se había levantado temprano, pero su madre estaba atendiendo las heridas de un anciano y su padre se había ido junto con Miroku a realizar trabajos de exorcismo en una aldea que quedaba varias leguas al noreste y no volvería tal vez hasta el día siguiente. Cuando su madre no podía atenderlo, solía quedar al cuidado de Makoto, una de las hijas mayores de Sango, que en ese entonces contaba trece años y solía jugar con Shako, que acababa de cumplir los once y se parecía mucho a su tío, Kohaku, a quien Kanta no veía mucho.

    Cuando regresó a casa al mediodía, su madre ya estaba allí y lo miró entre enojada y sorprendida, llevando las manos a la cintura. Kanta, que escurría agua por todos lados, se empequeñeció con ese gesto.
    —Kanta ¿Qué hiciste? ¡Estás todo mojado!

    —Lo siento, mamá, Shako y yo estábamos jugando en el río, acompañamos a Makoto y nos aburríamos.

    Ella tomó una toalla y se puso a secarle el cabello.
    —No vuelvas a hacer eso, podrías pescar un resfriado. Además el río tiene partes hondas, podrías hacerte daño.

    —Pero, mamá…

    —Nada de peros, ven y siéntate junto al fuego —le quitó las ropas que tenía y le puso otras nuevas—.

    El pequeño estornudó.

    —¿Lo ves?, por eso debes cuidarte —le dijo su madre.

    Conseguir ropas y alimento no era problema para ellos, los trabajos de exorcismo de Miroku le aportaban una buena remuneración y a él no le importaba compartir un poco con la familia de Inuyasha. De todos modos, a Kanta le molestaba un poco que las ropas de “sus primos” fueran mejores que las propias.

    —¿También Shinju se metió en el agua? —preguntó muy preocupada su madre.

    Él negó con la cabeza.
    —Nos miraba desde la orilla y aplaudía, pero Makoto no la dejó meterse.

    Mientras se calentaba, Kanta vio la olla que su madre revolvía sobre el fuego y olisqueó, con una sonrisa.

    —Huele bien ¿verdad? —le preguntó su madre.

    —¿Es estofado?

    —¿Quieres probar un poco? —le dio un poco con la cuchara—. Ten cuidado, está caliente.

    Kanta sopló un par de veces y luego probó la salsa.

    —¿Sabe bien? —le preguntó su madre.

    Él asintió sonriendo. La verdad, era que estaba un poco salado y bastante picante, pero su madre era susceptible a las críticas “constructivas” hechas sobre su manera de cocinar.
    —Miroku-sama nos prometió que nos enseñaría a jugar al kemari cuando regrese —comentó sonriente, intentando cambiar el tema—. Así ya no nos aburriremos tanto cuando están fuera él y papá.

    —Te agrada jugar con el monje ¿verdad?

    Kanta la miró con algo de duda, frunciendo el ceño.
    —No tanto como con papá —concluyó finalmente.

    Su madre lucía preocupada y él sabía por qué. El día siguiente sería el primero del mes y habría luna nueva, y tanto él como su padre perderían sus habilidades, asumiendo la forma humana. Kanta se había acostumbrado ya a esconderse durante esa noche y guardar el secreto.
    La tarde pasó sin mayor novedad y se quedó con su madre por horas, preguntándole cómo era la escuela y sorprendiéndose, tratando de imaginar todo lo que ella le contaba. Asimismo, como todas las tardes, practicó leer y escribir con unos libros que su madre le había conseguido.

    Al día siguiente, se levantó a primera hora de la mañana, pero cuando Shako vino a buscarlo para jugar, él decidió quedarse, pues quería esperar a su padre. Se entretuvo jugando con unas piedrecitas que encontró en el camino de la aldea. Sin embargo, su padre y el monje llegaron cerca del mediodía.
    Kanta salió a recibirlos, junto con los otros chicos y sintió que todo volvía a estar en orden.

    —Hola tigre —lo saludó su padre con una enorme sonrisa y le acarició la cabeza, mientras él le abrazaba una pierna. Tigre era una forma cariñosa de llamarlo, debido a las marcas que tenía en el rostro.

    Inuyasha fue a la casa de Miroku para ayudarlo a descargar la mercancía que habían conseguido y luego decidió regresar a casa.

    —¿Quieres que te lleve? —le preguntó a su hijo y lo levantó sobre sus hombros, para ir a casa.

    Kagome lo recibió con un gran abrazo y un suculento almuerzo que disfrutaron entre los tres. Como todas las veces, Kanta sintió una gran calidez en el corazón y esa noche, durmió abrazado a su padre. Sintió que tenía un gran parecido a su padre y se alegró por ello, pues no era tan “diferente”, como lo acusaban algunos niños de la aldea, que no simpatizaban con él. Por supuesto, su madre siempre le decía que ser diferente estaba bien, pues él era único. Aunque ser único no siempre lo alegraba.
    Su padre permaneció en vela toda la noche, abrazándolo fuertemente contra sí. “Nunca debes quedarte dormido cuando tomes esta apariencia, debes preservarte”, le susurraba su padre. Le parecía bien que Kagome no lo oyera porque probablemente le saldría con algo como “él es un niño en etapa de crecimiento, debe descansar” y cosas similares.

    A primera hora de la mañana ambos recuperaron su apariencia normal y, después de un gran desayuno, decidieron salir. A Kanta le gustaba seguir a su padre dondequiera que fuera y aprender de él todo lo que podía. Sin embargo, su padre no quería enseñarle a pelear. Lo poco que aprendía, aprendía de observarlo. Su padre le prometía que algún día le daría a Tessaiga para que se defendiera y Kanta se mostraba entusiasmado por tal hecho. A menudo le ayudaba en todo lo que podía y al terminar con las tareas importantes, ambos iban a correr por la pradera y a veces se revolcaban en la hierba, como si su padre fuera también un cachorro juguetón. Porque en esencia, Inuyasha era así. A veces, también acompañaba a su madre a la pradera y el bosque y de ella aprendía sobre hierbas medicinales, aunque no le parecía tan divertido. También había aprendido a apreciar al Goshinboku y podía salir a pasear de día. Sin embargo, el único lugar al que tenía prohibido acercarse era un pozo vacío que había en medio del bosque y que le causaba demasiada curiosidad.

    A media mañana, sin embargo, su padre interrumpió la vigilancia por el bosque y, sin explicación alguna, lo llevó de regreso a casa y volvió a salir solo. Eso molestó a Kanta, pero no dijo nada al respecto.
    Desde la aldea, vio a su padre hablarle a un youkai todo blanco e imponente, con cara como de luna.

    —¿Y ese youkai? —le preguntó asustado a su madre.

    —Ah, él. Es Sesshoumaru, es el hermano mayor de tu padre —le dijo ella en tono tranquilo.

    Kanta procesó la información como podía, ese era su tío.
    —Sesshoumaru-sama… —había oído hablar de él en varias ocasiones pero era la primera vez que lo veía, aunque fuera de lejos. Sencillamente, las descripciones se le quedaban chicas.

    Sin embargo, a él no le pareció suficiente y sintió que debía averiguar más por sí mismo, así que burló la vigilancia de su madre y fue escondido hasta donde estaba su padre. Se metió detrás de unos arbustos, tan callado como podía y observó. No entendía nada de lo que su padre hablaba, pero estaba sorprendido por el daiyoukai, era enorme y lucía espléndido, como un dios. De pronto, escuchó murmullo de hojas cerca de él y saltó hacia atrás, asustado.
    Se miraron por largo rato.

    —¿Pero quién eres tú? —preguntó. El niño frente a él tenía su altura, era todo blanco y tenía unos ojos increíblemente claros, de una forma poco usual, se rió—. Tienes… tienes ojos como de gato. Es gracioso.

    El niño parpadeó impasible y se llevó una mano a la nariz.
    —Y tú apestas.

    —Mira quien habla, tu olor tampoco es grato… —en seguida, se dio cuenta de que el chico tenía cierto parecido con el daiyoukai—. Oye… ¿vienes con Sesshoumaru-sama?

    El niño asintió.
    —Es mi honorable padre.

    Kanta lo miró con ojos muy abiertos.
    —Vaya… nunca oí que alguien hablara así ¿qué significa? —estaba intrigado.

    —Significa que es mi padre y que le debo un gran respeto —dijo el niño entre extrañado y ofendido, había que ser muy estúpido para preguntar semejante cosa—. Me llamo Akyoushi.

    El hanyou sonrió.
    —Y yo soy Kanta.

    El pequeño youkai le caminó alrededor rápidamente, examinándolo.
    —Tú eres el hijo de Inuyasha —sonrió apenas, mostrándole los colmillos, gruñó y se agazapó—. Oye, Kanta ¿sabes pelear?

    Como dije antes, Kanta no sabía, pero era demasiado orgulloso incluso a sus siete años.
    —¡Claro! —se abalanzaron el uno contra el otro.

    Ambos salieron rodando fuera de los arbustos, frente a sus padres, que miraron con ojos muy abiertos.

    —Tú, animal, suéltalo —un golpe se escuchó y el pequeño youkai de tres años se separó de su primo con un chichón en la cabeza.

    Sesshoumaru le miró con odio.
    —¿Inuyasha, golpeaste a mi hijo? —le gruñó— ¿Te crees en derecho de golpear a mi hijo?

    Y lo estampó de un golpe contra un árbol.

    —Y tú, mocoso hanyou, apártate.

    Kanta tragó saliva y se hizo hacia atrás. Un daiyoukai de dos metros le había gritado. Y le había llamado hanyou.

    —¿Por qué me pegas? —preguntó confundido el pequeño youkai, mirando con recelo a Inuyasha.

    —Papá, no te enojes con Akyoushi —soltó Kanta, confundido y apenado, mientras su padre se recuperaba—, sólo estábamos jugando…

    Al instante siguiente, Kanta tenía un chichón en la cabeza, igual que su primo.

    —¡Chaparro del demonio, no juegues tan bruto, que me asustas! —lo regañó Inuyasha.

    —Lo siento, papá… —contestó con la cabeza agachada, mientras el otro niño lo miraba con cierta burla.

    —Príncipe, ven acá y aléjate de esa escoria —declaró el daiyoukai.

    El pequeño youkai se dio la vuelta y se puso detrás de él, sin embargo, asomó para ver a Kanta con mirada curiosa.

    Inuyasha miró furioso a su hermano.
    —Maldito, ¿cómo te atreves a expresarte así de mi hijo?

    Kanta miró confundido y asustado a su padre.
    —¿Papá, qué significa escoria?

    —Nada, no le hagas caso —lo tranquilizó él.

    El pequeño youkai miró hacia arriba.
    —Honorable padre, se llama Kanta.

    —No me importa cómo se llame —lo cortó el daiyoukai con brusquedad.

    Inuyasha le gruñó.
    —Cierra esa sucia boca —saltó para darle un golpe, pero el daiyoukai y el niño desaparecieron, para aparecer varios metros atrás—. Eres un cobarde.

    —¡Oye, viejo, no deberías hablarle así a mi padre!

    Inuyasha movió las orejas al captar esa palabra y se desfiguró la expresión de su rostro. Ese era un insulto muy grande para la boca de un niño tan pequeño. Indicó a su medio hermano.
    —Tú, deberías educar mejor a esa bola de pelo, y tú —indicó al inuyoukai en miniatura—. ¡No me llames viejo, tu padre tiene más de trescientos años!

    Impávido, el niñito levantó la vista hacia su padre, quien no le miraba.
    —Sólo trescientos años… —volvió a mirar al hanyou escoria y parpadeó—, pero si es joven.

    Inuyasha cayó de espaldas, confundido. Los youkai sin duda tenían otra idea de la vida, tenía que mantener a Kanta lo más lejos posible de estos engendros del demonio o se lo podían echar a perder.
    Mientras tanto, Kanta, al ver discutir así a su padre y su “tío”, había recibido un curioso mensaje subliminal. Que era perfectamente normal y válido insultar y golpear a un familiar para comunicarse. Miró cómo su tío levantaba por la ropa al niñito para llevárselo.

    —Vámonos de aquí, con este par de imbéciles es imposible hablar —murmuraba el daiyoukai con una mirada que daba miedo.

    —Y por mí no regresen —les dijo Inuyasha.

    Colgado en el enorme brazo de su padre, el pequeño inuyoukai miró al hanyou en miniatura. Eso había sido corto pero divertido, ni siquiera en los entrenamientos con los soldados de su padre se había divertido tanto como ahora.
    —Adiós —le dijo mientras su padre se lo llevaba, levantando vuelo.

    Kanta levantó la mano y la agitó apenas.
    —Adiós, Akyoushi. Te veo pronto...

    Al voltear a ver a su padre, se dio cuenta de que éste le dedicaba una mirada muy fea. Además, tenía un tono de espíritu maligno.
    —tú…no…vas…a…ver…a…nadie.

    Kanta se puso a sudar de los nervios, pensando en el golpe que le esperaba.

    —…y entonces, mi padre me golpeó —murmuró el niño de cabello plateado, mientras pateaba la colorida pelota hacia su dueño, el de cabello castaño y hermosos y límpidos ojos azules.

    —¿Pero de verdad estaba tan feo el youkai?

    —No, pero parecía que iba a aplastarme.

    —No, no. No me estoy refiriendo a Sesshoumaru-sama, digo el otro —volvió a patear la pelota hacia su amiguito—. De verdad no me imagino a la bola de pelo, aunque tampoco he visto nunca a Sesshoumaru-sama, pero algunos dicen que es muy malo.

    —Si no le has visto ¿cómo le conoces? —le devolvió la pelota.

    —Pues… a ver… ¿te acuerdas de Rin-sama?

    Kanta parpadeó, confundido.
    —¿Rin-sama? ¿Quién se supone que es?

    Shako suspiró.
    —Es normal que no la recuerdes, estabas muy pequeñito. Rin-sama siempre jugaba con nosotros, nos cantaba canciones y nos contaba historias. Era una dama muy hermosa, pero un día ya no vino a la aldea.

    —¿Y por qué no?

    El chico se encogió de hombros y negó con la cabeza.
    —Rin-sama a menudo hablaba de Sesshoumaru-sama y nos contaba cosas realmente increíbles. Ella era la protegida de Sesshoumaru-sama, según sé. Ella decía que… es muy poderoso, aunque gentil pero… si lo último es cierto, no entiendo por qué nos obligaban a escondernos cuando él pasaba cerca de la aldea.

    —Y aún nos obligan —agregó Kanta desinflado.

    Ambos niños suspiraron.

    A primera hora del día siguiente, Kanta intentó escapar de casa.
    —¿A dónde crees que vas, enano? —inquirió su padre deteniéndolo por el cuello del haori.

    —A jugar con Shako en la base del arroyo —se excusó.

    —¿Y no puedes esperar a que aclare más el día? ¿eh? —le espetó.

    —¿Pasa algo? —preguntó la miko despertando de súbito y arreglándose el cabello al ver a sus dos hanyous discutiendo.

    —Tu hijo intentaba escaparse —lo acusó Inuyasha.

    —No, mamá, sólo quería ir a jugar con los hijos de Sango —se quejó en un modo bastante vulgar como su padre, mientras se sacudía intentando soltarse de su agarre.

    —Está bien, puedes ir —le dijo ella con una dulce sonrisa.

    —Gracias, mamá —contestó él con una enorme sonrisa y una luz en los ojos antes de salir rápido por la puerta.

    —¡Óyeme mocoso!

    —Déjalo Inuyasha —le dijo su esposa en un tono amable.

    —Pero…

    Ella aún sonreía.
    —Él estará muy bien.

    —¡Keh!, si lo consientes tanto, lo único que lograrás será que se convierta en un malcriado y luego no te obedezca.

    —No digas eso —le acarició la cabeza.

    —¡Por enésima vez, Kagome, no soy tu mascota! —bufó—, además, estás igual que tu madre.

    —¿Qué me quisiste decir?

    Mientras ellos continuaban discutiendo, Kanta corrió rápidamente, pero no a la base del arroyo, sino fuera de la aldea y sin miedo alguno, hasta subir las colinas y entrar al bosque espeso, en el medio del cual estaba el Árbol Sagrado que destellaba luces espirituales que sólo podían ser vistas por youkais y personas con cierto nivel de poder espiritual. Decían que ese árbol detenía el tiempo en un presente perfecto, al menos así intentaban pintárselo sus padres, pero él no se creía mucho esos cuentos. Pasó de largo el dichoso árbol y se adentró más en lo profundo del bosque, encontrando al pequeño youkai del día anterior, que le saludó con un seco.

    —¿Ya peleas mejor que ayer?

    —¡Probémoslo, bola de pelo! —dijo sin preámbulos el niño de siete años, saltándole encima.

    Pero el pequeño lo eludió sin dificultad alguna, golpeándose el hanyou en el rostro.
    —¿Qué haces? —le espetó.

    —Eres muy lento, hanyou. —El youkai estaba de brazos cruzados y en una pose altiva y digna—. Si quieres el derecho de pelear conmigo, un príncipe de sangre pura, tendrás que ganártelo.

    Kanta se puso de pie, molesto por semejante altanería en un paquete tan pequeño.
    —¿Y cómo haré eso?

    El inuyoukai sonrió como el día anterior.
    —Tendrás que atraparme —echó a correr velos hacia el otro lado del bosque, alejándose de la aldea, pero eso no le preocupó a Kanta y salió a perseguirlo, aunque el niño le llevara la delantera—. Kanta es muy lento, no puede alcanzarme…

    —¡Pues ahora vas a ver, enano! —le gritó en el tono que tantas veces había escuchado en su padre.

    Iban corriendo y saltando por todo el bosque, recibiendo y esquivando golpes y patadas de vez en cuando. Antes de que se dieran cuenta, estaban en las praderas, corriendo por todos lados mientras jugaban bañados por los dorados rayos del sol de las primeras horas, cuando el hanyou se distrajo con las hierbas, mostrándole algunas que su madre le había enseñado a reconocer, aunque a su primito no pareciera importarle. Él prefería correr y saltar.
    Kanta se molestó cuando el inuyoukai se quedó quieto, con los enormes ojos claros clavados en el bosque, como si esperara algo y pareciendo haber perdido las ganas de jugar.

    —¿Qué pasa? ¿Akyoushi? —lo jalo de las ropas—, anda, vamos a jugar…

    —Cállate —le espetó con dureza y sin mirarlo—. Corre, rápido.

    —¿Eh? ¿por qué?

    Antes de que pudiera entenderlo, dos onis idénticos salieron del bosque, casi matando del susto al desprevenido Kanta.
    —Ustedes son los mocosos de ese perro, nos los comeremos vivos y después…

    Antes de que terminaran de hablar, el pequeño inuyoukai le dio una mordida venenosa a uno de ellos, quemándole el brazo.

    —¡Huye, Kanta!

    El hanyou estaba aterrado.
    —¿Y tú qué harás?

    El oni tiró a la bola de pelo al suelo con un brusco golpe y amenazó con aplastarlos a ambos como insectos, lanzándoseles encima junto con su hermano. Los niños se empequeñecieron esperando el golpe y, en ese instante, una luz plateada lo llenó todo, seguida del ruido de una explosión. Los onis cayeron hechos pedazos y ambos miraron hacia la dirección de la que provenía la luz. Kanta se sorprendió al verse salvado por el mismo youkai que le había gritado el día anterior. Era el “honorable padre” de Akyoushi ¿desde cuándo había estado ahí? Ambos le vieron acercarse, sin atreverse a moverse y el hanyou se sorprendió al ser mirado por su tío el daiyoukai con cierta… ¿indiferencia?

    —¿Qué haces aquí Inuyasha?

    Le costó encontrar su propia voz.
    —Yo… yo me llamo Kanta, Inuyasha es mi papá —estaba más que asustado.

    —Como sea, estás muy lejos de la aldea de los humanos y la pradera es peligrosa porque no hay modo de ocultarse —usaba todo el tiempo un tono impasible; miró a su vástago—. Eres un príncipe y debes cuidarte. No debes volver a salir del bosque de esa manera hasta que aprendas a defenderte. No vuelvas a escaparte y tú —volvió a ver al humano— tienes que volver con Inuyasha ahora —dicho eso, entró al bosque de nuevo y Akyoushi le siguió.

    Kanta se había quedado parado como tonto en medio de la pradera.

    Sesshoumaru le miró de soslayo.
    —¿Qué haces?

    —Rápido, ven —Akyoushi se volvió sobre sus pasos y lo jaló del brazo, arrastrándolo tras su padre, mientras el imponente daiyoukai entraba al bosque haciendo que todas las criaturas se ocultaran, temerosas.

    Inuyasha les esperaba a la entrada del bosque del camino que llevaba a la aldea, con una expresión molesta en el rostro que hacía evidente que sabía la cercanía de los youkai. Se mostró especialmente enojado con su hijo, que se escondió por instinto detrás de su tío.

    —¿Cómo entras al bosque sin avisarme? Pudiste haberte metido en un gran lío —miró al daiyoukai—. Gracias por encontrar a mi hijo —dijo en tono parco mientras indicaba con una seña de la cabeza al niño para que fuera con él.

    Sesshoumaru quería decirle que era desde un inepto para arriba, pero sólo parpadeó y se hizo a un lado para dejar paso al mocoso. Akyoushi fingió inmutabilidad también aunque sabía que recibiría una reprimenda como mínimo dura por haber andado detrás del hanyou. Inuyasha, por su parte, estaba un tanto consternado y, luego de darle un golpe en la cabeza, le dijo a su hijo que la próxima vez que saliera a perseguir a un perro pulgoso, mínimo le avisara y jamás le mintiera.
    Kanta pasó el resto del día con sus “otros primos” y no perdió oportunidad de contarle lo divertidos que podían ser los youkai, aunque éstos no golpeaban a sus hijos cuando se portaban mal, como hacía el bruto de su padre. Akyoushi le había contado que sólo daban lecciones. Kanta bufaba. Ojala y tuviera un padre “así de comprensivo”.
    Esa tarde, cuando fue a buscar a su madre al templo, la encontró arrodillada frente a un altar armado y una bandeja en la que había varias piedras rojas y brillantes de forma esférica.

    —¿Qué es eso, mamá? —preguntó curioso, sin atreverse a tocar el objeto.

    Su madre le contestó con los ojos cerrados, mientras rezaba sosteniendo una de las piedrecitas.
    —Es el rosario kotodama.

    Kanta empalideció y se congeló. El rosario kotodama era esa cosa que tenía su padre en el cuello y que le hacía enterrarse vivo cuando su madre le gritaba “¡Osuwari!”. ¿Acaso su madre estaba enhebrando ese collar para él porque se había escapado para ir a jugar con su primo? Empezó a sudar copiosamente.

    —Mamita, no hace falta que hagas eso, te juro que no me volveré a escapar —susurró casi como pidiendo clemencia.

    Kagome dejó sus oraciones y rió abiertamente mientras lo miraba.
    —No es para ponértelo a ti. Es por si hay algún problema una vez.

    Él estaba ciertamente confundido.
    —¿Un problema? ¿A qué te refieres?

    Ella le acarició la cabeza.
    —Un día lo entenderás —miró la piedrecita—. Bien, si a Inuyasha le digo osuwari, la palabra de este rosario será…

    Kanta la miró con ojos muy abiertos.

    —Ya se me ocurrirá en algún momento.

    Kanta suspiró.

    ¿Cómo estaría su madre?
    ¿Y su hermana pequeña?

    Quería saber de la aldea y de Shinju y de todos sus amigos, pero no podía aún.

    *******
    Se movió ágilmente en zigzag, describiendo en la nieve figuras de ochos con sus pálidas patas, dejando huellas que eran confusas de seguir y le protegían de youkais más grandes que pudieran convertirse en depredadores. Sigiloso, saltó sobre el tronco de un árbol caído y persiguió a la pequeña criatura blanca que intentaba escabullirse. Le rompió el cuello en seco, evitándole todo sufrimiento y la abrió para comérsela desde adentro y beber la sangre, que no era mucha, pero sí necesaria.

    —Lo siento, amiguito, pero la vida no es muy justa —clavó los colmillos y bebió rápidamente hasta drenarle la sangre al conejo. Se sentó en el tronco del árbol y comenzó a comer el resto—. Muchas criaturas no sobreviven al invierno —soltó un suspiro de tristeza.

    El tercer invierno de su vida había sido muy triste. Aunque estaba acostumbrado a quedarse solo, al refugio de su madriguera, mientras su padre y su madre cazaban, en aquella luna fría tuvo que soportar que su padre regresara a casa solo. En la luna fría el hambre que acuciaba había convertido a esa bonita kitsune en presa de otros youkai más fuertes. La pérdida de sus padres no transmutó nunca en odio, sino en buena astucia y madurez. De no ser así, se habría aunado a las filas de los que no sobrevivían al invierno de la vida… justo como el bebé de su amiga.
    Soltó otro triste y pesado suspiro.

    —Así que aquí estabas —murmuró una triste voz a sus espaldas.

    Él se limpió la boca y volteó a verlo, con parte de la sangre del conejo aún manchándole la cara.
    —Miroku. Las cosas siguen mal, ¿verdad?

    El monje suspiró también.
    —Inuyasha está destrozado —se sacó de entre sus hábitos un pañuelo—. Toma, Shippou, límpiate la cara. No tenías que venir aquí a cazar, cuando podías haberme pedido comida.

    Él tomó el pañuelo y se quitó los restos de sangre.
    —Tú y tus numerosos familiares la necesitan más que yo. Puedo valerme por mí mismo.

    —O acaso… ¿Viniste a llorar al bosque?

    —Los hombres no lloramos, somos valientes —le hubiera gustado creerse sus propias palabras, se desinfló—. Sí, vine a llorar al bosque… pobre Kagome…

    —Lamento el golpe que te dio Inuyasha.

    —No. Ambos nos dejamos llevar por la ira y el dolor.

    Todos los hombres habían estado fuera de la cabaña, confundidos, enfadados, asustados, adoloridos, incluso Inuyasha y él, que no era humano. El kitsune se había enfadado y había escupido mierda contra cada criatura existente, en especial con el hanyou, por poco mentándole a su madre.

    —Es culpa tuya —le dijo a Miroku, por no haber podido sujetar a tu hija y no haber podido salvar a los demás valiéndote de tus propios poderes y culpa de ella por dejarse llevar por sus estúpidos sentimientos… ah, pero esos sentimientos fueron dejados ahí por el inepto de tu hijo, que tiene el descaro de considerarse humano, pero abandona a todos, en especial a su madre y ni siquiera es capaz de mandar a alguien a preguntar por ella —le espetó a Inuyasha—. Si no fuera por su inconsciente decisión, Kagome no hubiera pasado por esto. Su vida se ha vuelto muy sencilla al marcharse y dejar que le domine un estúpido daiyoukai y olvidarse de todo y de todos y mira nada más lo que pasa en momentos como este…

    El hanyou explotó y lo tiró al suelo de un puñetazo, se le sentó sobre el pecho y siguió golpeándolo, sin que le importara nada, ni siquiera el olor de la sangre del kitsune, herido por todo lo que estaba pasando y encima tener que soportar la lengua suelta de un youkai engreído. Si no hubiera sido por la intervención de Miroku y los demás aldeanos, ambos hubieran estado sacándose los ojos mientras se insultaban. Fue después de eso que Shippou huyó al bosque, pero el monje no esperaba encontrárselo cerca del pozo come huesos que permanecía sellado.

    —Primero, se encuentra con que no puede regresar a su mundo porque ellos la han olvidado y ahora, el pozo ya no envía a su tiempo, sino al pasado de los padres de este hanyou, luego, una manada de youkais se llevan a su hijo como si fuera un objeto de su pertenencia y lo único que le faltaba era sufrir un aborto que no se merecía —cerró los ojos con fuerza—, si tan sólo la hubieran detenido aquí amarrándola de los pies… me gustaría tener suficientes poderes como para haber evitado algo así, sólo soy un inútil zorro de bosque.

    —No digas eso…

    —Digo la verdad. Todos tuvimos parte de la culpa… y ella con ese carácter tan benevolente que la metió en aprietos… a veces puede ser tan tonta —se golpeó la frente—. Pero no me perdonará si sabe todo lo que dije de su hijo. Quisiera quedarme, pero no lo merezco, saluda a todos de mi parte, yo regresaré a las montañas —hizo aparecer un ramo de flores frescas y se lo dio al monje.

    —¿Para mí?

    —Es para Kagome, tonto.

    —Espera…

    —Quisiera pero no puedo. Dudo que sea capaz de permanecer mucho entre las personas ahora, además no quiero seguir lastimando a nadie —se fue veloz, desapareciendo en la forma de una espiral de fuego.

    Miroku volvió a suspirar, inhaló el aroma de las flores y regresó sobre sus pasos para volver a la aldea, que estaba vestida de luto.

    *****

    Akyoushi se sentía a gusto en la nieve, no le incomodaba, no lo ralentizaba, todo parecía tan normal como siempre. Había visto catorce inviernos y este era sólo uno más. Pero era la primera vez que su padre le hacía salir con el resto de las partidas de caza. Cuando era más pequeño, le había ahorrado ese trabajo y mandaba a los perros rojos. Akyoushi había suplicado por más oportunidades y esto era lo que tenía. Estaba en Patrulla y Reconocimiento, pero también para la caza. Pronto entendió que aquello había sido un error, puesto que en esa época la caza no era abundante.

    Se paró sobre la rama de un árbol y estornudó, se pasó la manga de la ropa por la nariz.
    —De seguro Kanta se ha de estar quejando por tener que dormir en el establo ¿yo qué culpa tengo? —saltó hacia el matorral que tenía más cerca, y atrapó al conejo blanco que intentó en vano huir.

    En eso, un borrón dorado pasó junto a él. Era un perro rojo, que se llevaba su conejo en la boca, a medio comer, con la sangre manchándole la cara y los colmillos.

    —¡Oye, soy tu príncipe, me debes respeto! —él lo había visto primero.

    —¡Mis respetos, príncipe! —se burló el inuyoukai mientras corría cada vez más rápido, alejándose de él, con sólo un trozo de la carne del conejo, pues lo otro se lo había acabado ya.

    Akyoushi protestó y siguió buscando. Hacerlo en la nieve no era sencillo, también era difícil ocultar las huellas para que no lo hallara un rival. La mayoría de los youkai no querían pelear para así ahorrar energías, pero el hambre podía hacer que intentaran comerse unos a otros.
    Akyoushi lo descubrió cuando una pantera de las nieves de tamaño descomunal le saltó directo al cuello, escondida debajo de la masa blanca.
    Akyoushi giró sobre sí mismo y mordió la dura piel de la pantera, pero no llegó al paquete vascular del cuello. De todos modos, le arrancó un pedazo de carne. Sin pensarlo, se lo comió. La pantera en un estado de locura, le rasgó parte de su ropa y lo atrapó por un tobillo. Aunque le hizo daño, Akyoushi consiguió partirle el hocico con un zarpazo limpio y liberarse. Por un momento, se le vino a la mente la idea de matar a la pantera para después comérsela, pero algo lo detuvo. El rival huyó con la cara convertida en una masa de sangre y carne y juró vengarse.
    Akyoushi le rugió en protesta, nada asustado por la amenaza. Vio el rastro de sangre que dejaba y le causó nauseas su olor, pero no podía perder el tiempo siguiendo a esa cosa.

    Pateó la nieve y encontró un trozo de hierba reseca, lo arrancó y lo masticó. Su sabor era asqueroso, escupió. No por nada estaba su familia dentro del orden de los carnívoros. Siguió buscando entre los matorrales y debajo de las piedras, hasta que encontró una buena serpiente.

    Volvió a estornudar, quizás por el frío.
    Si estaba enfermo, la serpiente en seguida lo curaría.

    Pero necesitaba comer más, ¡no sabía cuándo podría volver a hacerlo!
    Siguió buscando pero no había nada. Halló otros pasos de inuyoukai, que demostraban que algunos de los suyos ya le habían ganado. Ellos habían vivido mucho más años que él y tenían más experiencia en la búsqueda. Definitivamente, no era tan fácil, ni siquiera con todo lo que le había enseñado su padre.
    Le sobrevivo una terrible sed. Entonces, bajó la vista hacia la nieve y tomó un puñado ¿podría comerla? Lo intentó, pero el frío le hirió los labios. Tiró la nieve al suelo nuevamente y subió por una pendiente elevada, desde allí seguramente podría ver mejor.
    Los miembros de las partidas de caza no sólo debían cazar para sí mismos, sino también para los demás miembros del Clan. De algún modo eran explotados. Al ser el hijo de Inu no Taishou, tenía cierta ventaja, pero eso no le aseguraba que no iba a ser castigado si no cumplía bien con su trabajo. Los ojos de su padre no estaban aquí en el bosque y no le defenderían si alguno de sus compañeros decidía tomar represalias.
    En lo alto, sólo había más árboles, aguzó los sentidos e intentó encontrar agua en la cercanía, finalmente, recordó por dónde había un arroyo en el que Kanta solía jugar, sin embargo, lo encontró congelado. Golpeó la superficie hasta romper el hielo y hacer un agujero lo suficientemente grande como para meter las manos. Bebió del agua que alivió su reseca garganta a pesar de estar muy fría. Se preguntó si Kanta resistiría salir de caza con él durante el invierno. Su primo era un idiota, pero no se atrevía a torturarle de esta manera.

    Escuchó murmullos a la lejanía. Había pasos en la nieve, otros youkais en los alrededores y posiblemente estaban cazando. Intentó parecer su padre, para que así no lo molestaran. Había unos cuantos lobos que parecían haberse separado de su manada y venían persiguiendo a un ciervo. Al pensar en el ciervo, se le hizo agua la boca, si tenía suerte, podría derrotar a los lobos y robarles la presa. Los contó, eran tres, y dos eran hembras. El ciervo corría río abajo… tal vez podría alcanzarlo antes que los lobos. Se grabó su olor y lo persiguió. De un salto, voló en esa dirección. El animal ni siquiera alcanzaba a olerlo y los lobos no eran tan rápidos.
    Consiguió hallar al animal y perseguirlo en zigzag, esquivando los árboles y los troncos ocultos por la nieve. Estaba a su izquierda. De pronto, el animal pareció ser consciente de su presencia y giró en otra dirección. Akyoushi chistó y saltó tras él, entonces, un peso enorme le cayó encima, tirándolo de espaldas. El rugido lo asustó, era uno de los lobos que había olido y lo tenía encima. Le había dicho algo como “buenas tardes”, en tono de burla, mientras le mordía. De los matorrales aparecieron los otros dos, dispuestos a saltar sobre él.
    Pateó, consiguiendo liberarse del primero y saltó sobre una de las hembras, partiéndola a la mitad. Los otros lobos quedaron paralizados en el lugar e inmediatamente reaccionaron y se fueron por donde habían venido.
    Akyoushi fijó sus sentidos en el ciervo que había dejado escapar. No estaba muy lejos y se hallaba herido. Comenzó nuevamente a perseguirlo. Cuando llegó, encontró un extenso charco de sangre sobre la nieve, nada más. Algún cabrón se le había adelantado de nuevo. Enojado, gruñó y siguió el curso del río congelado.

    Los pasos de unos animales de presa lo llevaron a un sitio que olía mucho a humano. Subió a las ramas de los árboles y comprobó lo cerca que estaba de una aldea. Podría atacar el ganado y su problema estaría resuelto. Bajó del árbol de un salto, haciendo un hueco en la nieve, que había ascendido bastantes centímetros y buscó el mejor camino para llegar. Sería regañado si algo salía mal, así que tenía que actuar rápido.
    Miró al cielo y vio lo oscuro que estaba. Sólo la enorme luna llena lo iluminaba todo. La nieve resplandecía también. Era el sitio perfecto para esconder a un inuyoukai.

    Pero no podía atacar las aldeas ¿Qué pensaría Rin?

    —¿Y qué importa lo que piense? —murmuró una voz lejana, que parecía hablarle desde el fondo de un pozo—. Ella no tiene por qué saberlo, además, será sólo hasta que encuentres presas, no costará mucho, los humanos a ti no te importan.

    Se cubrió los oídos, a sabiendas de que era inútil.

    No intentes hacerte el sordo.

    A su derecha, había un árbol y la luna plateada reflejaba una sombra junto al mismo. Ésta cambió de forma, tomando la apariencia de un lobo de tres colas.

    Akyoushi bajó las manos y retrocedió. La sombra se había movido.

    No tienes por qué asustarte, príncipe —la sombra se levantó del suelo, tomando la forma de una silueta negra, nítida, que se acercaba a él—. Ve y ataca esa aldea, está sólo a unos pasos de ti. Pocos pueden sobrevivir en un lugar como éste —Akuma miró hacia la aldea—. Sólo son humanos, son inferiores a ti, lo sabes. Ellos no son la Princesa Dama, ellos sólo son basura, sólo son un estorbo innecesario. No pienses en Rin, piensa en ti.

    —Qué estás diciendo —se arrojó contra él, pero Akuma se perdió en la nieve y apareció a sus espaldas—. ¡No! —Akyoushi se giró en el acto. El lobo era ahora más grande.

    No gastes tus energías atacándome, Akyoushi. Puedes morir aquí mismo —volvió a mirar hacia la aldea—. Mejor ve a la aldea. Y si alguien te descubre, diles que yo te indiqué que esta aldea estaba aquí. Apresúrate mocoso del demonio, no tienes mucho tiempo.

    —No los atacaré —pero tenía demasiada hambre, llevaba días enteros sin comer.

    —¿Prefieres morir de hambre? ¿o prefieres que te lleve conmigo al meikai y te destroce lentamente con los poderes que le robé a tu hermana?

    Fue como si una bomba explotara dentro de él, saltó hacia el lobo, que volvió a ocultarse en la tierra. Akyoushi golpeó el lugar con su youki concentrado y lo obligó a salir, entonces, el lobo le mordió una mano y usando su sangre, se hizo un camino* para posicionarse de nuevo a sus espaldas. Akyoushi volteó para darle la cara y defenderse. Su antagonista nuevamente había crecido, ahora al doble que antes.

    Se me está acabando la paciencia, mocoso. Me comí a tus amiguitos de la cacería, estás solo, nadie vendrá a ayudarte —volvió a mirar a la aldea—, así que baja a la aldea humana, antes de que mi paciencia se termine y te lleve al Meikai.

    El estómago del príncipe protestó.
    Miró al kageyoukai y miró en dirección a la aldea. Puso un pie sobre la primera huella que había dejado Akuma y encontró que tenía el mismo tamaño que la suya. Corrió a toda velocidad, siguiendo el camino que Akuma le había dejado marcado.

    Un aullido lastimero pero hermoso se escuchó en la profundidad del bosque. Ella se despertó entre sobresaltada y excitada. Jamás había escuchado algo tan hermoso. Sólo tenía quince años de edad y poca experiencia de la vida, pero sabía que aquel sonido no era producido por ningún animal. Salió de su casa, siguió el sonido del aullido y llegó a las afueras de la aldea.
    Cerca del bosque, la miraba una criatura especialmente hermosa, que resplandecía como la plata ¿era quien había aullado? Parecían tener la misma edad, el muchacho de los ojos extraños le sonrió amablemente. Ella no pudo evitar acercarse, deseando saber si era real. Pronto, una amiga suya apareció detrás de ella y ambas subieron esa pequeña colina. La apariencia, el aura que emanaba de aquel extraño simplemente les atraía y no podían evitarlo.
    Cuando estuvo cerca, el muchachito se acercó a su rostro como si fuera a besarla…
    Y le rompió el cuello de una mordida.
    La segunda chica despertó de alguna clase de trance e intentó huir del peligro, pero el inuyoukai la agarró por la cintura y le rompió el cuello también. Desgarró los cuerpos de las dos mujeres y se las comió enteras, jalando fuera la carne y sacándoles también las entrañas. Comió vorazmente, rápidamente y dejó sólo los huesos, huyendo del lugar.

    Regresó al bosque pisando las huellas de Akuma para borrarlas y al llegar hasta él, lo miró por sobre el hombro.
    —Gracias.

    El kageyoukai pareció sonreír.
    No me des las gracias. Si murieras ahora, no sería divertido —y se desvaneció riendo de una manera que le puso los pelos de puntas.

    Miró sus manos. Estaban manchadas de sangre humana. Rin no podía verlo así, no le parecía bien regresar, no aún. Se limpiaría y no le diría a nadie lo que acababa de hacer… completamente seguro de que lo repetiría en la cacería siguiente… y en la siguiente…

    ******
    La primera vez que Sesshoumaru había oído hablar de Kuroika, muchos de los clanes más fuertes habían sido diezmados y lo único que se sabía con certeza era que el enemigo aparecía en la forma de una negra nube de jyaki, que se comía a todo ser vivo que tuviera cerca. Por ello había creído, como otros, que aquella presencia podía ser Naraku, pues las similitudes eran evidentes. Sin embargo, no tenía ninguna base sólida que le permitiera confirmar aquello, puesto que se suponía que Kagome le había eliminado años antes. Naraku no podía salir de la oscuridad y levantarse de los muertos simplemente, Kagome no era tan débil como parecía.
    Sin embargo, sintió que no estaría tranquilo hasta averiguar qué era lo que realmente sucedía. Sin informar a nadie, salió una noche del palacio del Guardián, rumbo a las Tierras del Este, donde se decía que había ocurrido el primer violento ataque, pero era ya el segundo mes del invierno y una fuerte tormenta lo había sorprendido a mitad de la noche. No encontraba rastros de ninguna batalla, así que se ocultó bajo un barranco para proteger sus ojos, hasta que la tormenta amainara un poco.

    Esa fue la primera vez que la vio. Era bella y blanca como la nieve, extraña, etérea. Con ese cabello rubio, casi verde y esos ojos azules profundos. Caminaba en medio de la tormenta como si nada, como si formara parte de la misma tormenta. Se trataba de una pantera de nieve, pero eso no le importó. Ella, en cambio, se acercó a él y le habló de una manera provocativa, proponiéndole enseñarle lo que sabía de Kuroika y ofreciéndole refugio. Sesshoumaru accedió a acompañarla en el acto y ella se lo llevó a una vieja mansión, en la que le enseñó el secreto de Kuroika: se movía en un patrón de heptagrama, a través del cielo a oscuras.
    Sin embargo, permanecer con ella no estaba en sus planes. No quería a ninguna mujer. Ella desapareció repentinamente, del mismo modo en que había aparecido, la había traído la nieve y también se la había llevado. Preocupado por la verdadera identidad de Kuroika, Sesshoumaru siguió buscando respuestas por sus propios medios.
    Así, descubrió que el líder del Clan Yourouzoku, Kouga, había sido asesinado de una forma terrible, puesto que sus armas, sus poderes, no habían sido suficientes para luchar con esa cosa. Kuroika había asumido la forma de un gigantesco lobo negro que aterraba incluso a los verdaderos lobos. Donde antes no había encontrado nada, había ahora una tierra yerma, quemada hasta las entrañas, aire viciado, gritos de dolor, olor de la Muerte. Ese olor que sólo podía haber en el Meikai. Entonces, sus peores temores parecieron asumir una forma real.

    Al regresar a casa, tuvo que enfrentarse con una mala noticia: al no saber de él, un grupo de soldados fueron enviados en su búsqueda. Ninguno regresó. Sesshoumaru por supuesto castigó al teniente que había asesinado inútilmente a cincuenta soldados.
    No quería llamar a Kagome, ni pedirle ayuda, pero sabía que ella era la única que podía ayudarlo en esos momentos, de modo que debía hacer a un lado todas sus objeciones, todos sus prejuicios y pedirle que por una vez le prestara sus poderes. Sin embargo, sabía también que el precio sería caro, Kagome, al enterarse de lo que estaba sucediendo, no se lo guardaría para ella, se lo diría a Inuyasha, se lo diría a todos. A Sesshoumaru no le importaba en lo más mínimo que todo el mundo supiera lo que sucedía realmente, pero no quería que Rin se enterara, porque no deseaba que sufriera. Mucho había sufrido ya en la soledad y el silencio, en un mundo al que creía no pertenecer, en el dolor del infierno, en aquellas batallas en las que se había visto involucrada por culpa suya. No hacía falta seguir.

    Kagome se reunió con cronistas, cartógrafos y astrólogos frente a él. Era la primera vez que ella debía trabajar de esa manera con tantos youkais, pero no parecía incómoda. Confeccionaron una serie de mapas, de acuerdo a lo que la bruja de la nieve le había dicho.
    En ese Clan se confeccionaban extensos mapas del Cielo, pero era la primera vez que Sesshoumaru les prestaba tanta atención. Fue así como, al hacer coincidir todos los mapas, se hallaron con que, efectivamente, Kuroika no atacaba de forma deliberada, sino que seguía un patrón muy concreto. Desde entonces, preparó una división especial dedicada a predecir a Kuroika. Sin embargo, las cosas no eran tan sencillas. Cuando la comida escaseaba, las reglas y leyes eran olvidadas. Muchos youkais se saldrían de los límites establecidos, sin importarles lo que fuera a ocurrirles.

    A Sesshoumaru le aterraba la idea de que los grupos de caza pudieran salirse de dichos límites y eventualmente se encontraran cara a cara con Akuma. En especial porque ahora Akyoushi había salido con esas partidas de caza. Le aterraba la idea de que Akuma lo viera solo y se le cruzara por su retorcida mente la idea de destruirlo o peor aún, de poseerlo e inducirlo a hacer alguna locura, como había hecho con Sana.
    Sin embargo, sabía también que no iba a protegerlo toda la vida y debía dejarlo salir, por lo menos una vez, para que el príncipe tomara confianza y eventualmente no saliera huyendo en plena noche, burlando a la guardia, como había hecho en otras oportunidades, a causa de su rebeldía.
    Trataba de no pensar en eso, por temor a que Akuma captara sus temores y los convirtiera en algo real. Si realmente Akuma llegaba a corromper a Akyoushi, sabía que no podría vivir con eso.
    De seguro, la pantera de las nieves todavía era capaz de encontrar a Kuroika por sus propios medios, igual que hacía veinticinco años y podía decirle con certeza en dónde se encontraba ahora, podía decirle si había algún peligro. Pero ella había regresado a las montañas, no la había vuelto a ver, ni tampoco le hablaba, no desde el sacrilegio que ella había cometido. Por otra parte, dudaba que ella fuera a cooperar, ni aunque le dijera que la vida de Akyoushi estaba en juego.

    Después de todo ¿cuándo demonios le había importado a ella la vida de Akyoushi? Para ella, Akyoushi sólo era un desecho. Y tal vez, para Akyoushi sería una deshonra ser ayudado por ella.

    Pero el príncipe estaba allá abajo, cazando, y solo.

    Salió a mirar las Tierras por enésima vez, intentando percibir a los suyos.
    —No me parece bien estar aquí, mientras él está en problemas allá abajo.

    ¿Realmente estaría en problemas?

    —Pero no podrás protegerlo siempre, Sesshoumaru.

    Entrecerró los ojos. Eso lo sabía bien.
    —Aún así le falta mucho para percibir su propia fuerza, hasta que no lo logre, estará en peligro.

    —¿Pero cómo quieres que perciba realmente su fuerza si no le das oportunidad de hacerlo? Así nunca saldrá de su crisis —la inuyoukai negó con la cabeza—, nunca podrá convertirse en daiyoukai.

    Sesshoumaru se dio la vuelta y la miró. Su madre lucía tan altiva como siempre y sin dudas, sabía mucho más que él. Pensó por unos instantes en su padre ¿Quién le decía que, de seguir vivo, él jamás hubiera logrado percibir su propia fuerza, su voluntad… y mucho menos que era un daiyoukai? Mal que le pesara, sabía que su madre tenía razón.

    Volvió a mirar hacia abajo, hacia las Tierras del Oeste. Cerró los puños. Akuma… Akuma podía estar ahí abajo acechando y él estaba allí arriba, seguro y protegido en el Templo del Viento y sin hacer nada.

    —No importa cuánto mires, eso no hará que regrese más rápido, ni le evitará problemas —le advirtió su madre.

    Él volteó a mirarla otra vez y luego miró hacia el pedestal, donde Sana estaba acostada como dormida. Conectó con ella y ella le respondió. Estaba igualmente preocupada, haciendo lo que podía, aunque no podía “ver” a Akuma u otro peligro en la dirección de la Tercera Partida de Caza.
    Sana se guardó un secreto para ella misma, Akuma ni siquiera estaba en las Tierras, posiblemente estaba dormido en la profundidad de la tierra en otra región junto a sus otros kage. Sin embargo, ella había visto con sus propios ojos a Akuma y podía crear ilusiones semejantes a él y jugar con ellas como si fueran marionetas. Ya las había probado antes, atacando a un grupo de cazadores de youkai, cerca de una aldea humana ¡y casi los había matado… si no hubiera sido por Kagome! Era divertido, como jugar a las muñecas.

    No iba a dejar que Akyoushi muriera de hambre, no iba a dejarle sufrir. No podía llegar hasta él, pero intentaba cuidarlo, aún a la distancia. ¡Era su hermanito!
    Por supuesto, no estaba bien atacar a los seres humanos, ella lo sabía ¡pobre Rin! pero Akuma, el verdadero, le había quitado a la princesa algo más que su youryoku, le había robado una de las sensaciones más básicas para la supervivencia: la culpa. Sana no podía sentir culpa, ni aunque lo intentara. Su hermano tenía que sobrevivir a cualquier costo, eso era todo lo que sabía y lo único que le importaba.

    Alguien se acercó a ella, y la miró. Su abuela. Sana parpadeó y giró la cabeza en su dirección. Se lamentaba de encontrarse en un estado tan deplorable.

    —¿Te encuentras bien, Sana?

    —Sí, abuela.

    La inuyoukai se inclinó sobre ella y Sana ni siquiera se movió.
    —Estás mirando a tu hermano menor, ¿verdad?

    —Sí, abuela. Le he encontrado.

    —¿Y también estás intentando ayudarlo?

    Sana permaneció un largo rato en silencio.
    —No, abuela. Si le ayudo, su entrenamiento no le servirá de nada y no podrá aprender nada.

    La dama la miró en silencio por largo rato, como si no le creyera. Sana contuvo la respiración e intentó parecer tan débil como podía.

    —Tienes mucha razón, querida mía. —le dijo finalmente la dama—. Creo que entiendes la situación mejor que tu padre.

    —¿De verdad lo piensa, abuela?

    La inuyoukai se volteó a mirar a su hijo, que observaba intrigado a ambas. Luego, miró de vuelta a la princesa.
    —De verdad, es lo que pienso.

    —Me alegro, abuela —de verdad se alegraba de que la hubiera creído. ¡Que su hermanito siguiera cazando a los humanos! ¡a nadie le importaría!

    No pasó mucho tiempo antes de que las puertas principales se abrieran y los youkai enviados a la caza comenzaran a llegar con olor a sangre en sus cuerpos y con las presas que habían cazado para aquellos que allí vivían. Algunos traían cuerpos de youkais, otros traían todo tipo de animales salvajes, desde serpientes y aves hasta jabalíes y osos. Otros traían criaturas deformes y despellejadas que serían irreconocibles, si no fuera por el olor a humano que desprendían. El maestro salió a recibirlos y no miraba de manera muy amable a los youkai que traían dichas presas. De enterarse, a Rin le caería más que pésimo, aunque fuera saber general. Los youkai que iban a la cabeza de los grupos le informaban sobre lo que sucedía en las tierras mientras cazaban, algunos contándole todos los pormenores.
    Akyoushi llegó casi último y se sintió duramente observado. Se había lavado pero… ¿bastaba eso para pasar la prueba exitosamente? Mantuvo cara de máscara Noh mientras se entrevistaba con su padre. Las preguntas fueron breves y concisas y no concernieron al origen de sus presas, sólo fue regañado por haber llegado tarde, ya que un príncipe debía regresar primero para dar ejemplo.
    La tensión no pasó aún cuando fue llevado con su abuela. Esta vez sí se sintió mas observado y, estando también su hermana ahí ni siquiera osó respirar.

    —¿Sucede algo malo, querido? —le preguntó su dignísima abuela.

    Él la miró de reojo nada más.

    —Parece como si extrañaras a alguien —inquirió ella.

    La tensión del chico decreció un poco. Por supuesto que extrañaba a alguien, a Rin. Pero no iba a decirlo, porque era bochornoso. Además no podía acercarse a Rin habiendo hecho… lo que había hecho.
    —No en realidad, abuela.

    —Tiempo de no verte, creces muy rápido —caminó a su alrededor examinándolo—. Te pareces mucho a tu padre cuando tenía tu edad… pero debes estar cansado ¿no te gustaría entrar a casa y beber algo mientras descansas y nos cuentas qué viste de bonito allá afuera?

    —No, gracias.

    Aquellos ojos, tan claros como los suyos, parecían querer averiguar algo a costa de lo que fuera.
    —También veo que eres de pocas palabras, justo como tu padre.

    —Abuela —pidió Sana en su tono tranquilo y la Dama Perra volteó hacia su trono para mirar a su nieta— ¿podría por favor dejarme a solas con mi hermano un momento?

    En aquellos hermosos labios púrpuras, se dibujó una sonrisa que el príncipe no pudo interpretar. Por alguna razón, nunca le habían gustado las sonrisas de su abuela, no siempre auguraban cosas buenas…

    —Como tú quieras, Sana —se volteó hacia su nieto y le susurró—. Akyoushi, espero saques buen provecho de esta oportunidad —y volvió a hablar en voz alta—. Después de todo, tengo unas preguntas que hacerle al padre de ustedes, con permiso.

    El príncipe la miró con ojos abiertos.
    —Abuela, yo también tengo que preguntarle algo a mi padre —si le retiraba el régimen de esclavitud de su hermana.

    La hermosa inuyoukai lo tomó del brazo.
    —Pequeño, recuerda tus modales, sé más gentil con tu hermana, un día te casarás con ella —le sonrió—, así que has caso a tu abuela y quédate aquí con ella.

    —¿Está usted segura de que sabe lo que esta diciendo? —lo pensó, pero no se atrevió a ponerlo en palabras. Sólo vio cómo la Dama se alejaba lentamente y con su gracia natural, dejándolo sin opciones.

    Sesshoumaru daba algunas vueltas en la plaza, con ojo avizor hacia las Tierras allá abajo, mientras pensaba en alguna solución para un problema de litigio. Tenía la ventaja de muy pocos clanes de que el siguiente heredero estaría dentro del clan, sin necesidad de aliarse con nadie más de esas tierras o de otras, pero a su vez aquello era un problema que inquietaba a los clanes poderosos, esos que eran capaces de decir “nunca te daré una mano porque el poder de los tuyos es un problema para mí”. Él no necesitaba ayuda de nadie, claro… pero tampoco necesitaba ni quería enemigos por meras cuestiones de líneas de sangre.
    La mayoría de los clanes de todas las tierras temían aunque fuera de manera oculta a los inuyoukais, considerándoles posibles amenazas.
    Esos youkais habían sido de todo, menos amables. La familia del sur estaba llena de hijos e hijas locos que querían llegar a algún tipo de “acuerdo” con los herederos del Oeste. Lo cual era llanamente una locura. Sesshoumaru no sabía ni quería saber a qué tipo de “acuerdo” apuntaban ésos.
    Es que en el Sur se creía que el retorno de Kuroika era una mala estrategia de dominación fraguada por los del Norte y Oeste… y los del Sur querían hallar algún buen árbol que les sirviera para treparse al Templo del Viento y sus dueños para posteriormente subyugarlos.
    Ni loco metería a sus hijos en ese atolladero, que ya de por sí tenían sus propios problemas.

    —Así que… la Familia del Fuego quiere conocerlos, a los poderosos herederos del clan y es por eso que los trajiste con su abuela —su altiva madre caminó hacia él y se paró a su lado, un poco molesta porque él no la mirara—. Sin embargo, no creo que debas temer a las acciones que pudieran tomar los integrantes de la Familia del Fuego, por muy aguerridos que sean, ellos no son ningunos tontos, no desafiarían al poderoso Guardián del Viento.

    Pretendió ignorarla, porque tanto halago le sonaba desagradable y falso, en especial viniendo de ella.

    —Por otra parte, ellos son orgullosos, no temen a Kuroika y, por mucho que sus tierras fueran atacadas años atrás, jamás se dignarían a reconocer las bajas entre sus habitantes y sus ejércitos —continuó ella—, de modo que tenderían a pesar que la alerta por la reaparición de Kuroika no es más que un farol por parte de los nuestros ¿verdad?

    Como toda madre, era bastante intuitiva.

    —Exactamente.

    —Oh, Sesshoumaru, lamento que no hayan sido amables contigo. Tú careces de modales, pero hay youkai que te superan.

    Él pretendió ignorar tal comentario.

    —Y por cierto, tus hijos no tienen muchos mejores modales que tú, no importa si les pones a cargo de todos los instructores que haya en las Tierras. Si ellos son como tú a esa edad, en menos de una semana acabarían todos dementes.

    Ahora entendía de dónde había sacado Sana lo insidiosa y ácida.
    —Tienes un humor bastante peculiar.

    Ella sonrió.
    —Deberías escucharte a ti mismo —retrucó.

    —Les he traído contigo como cada Luna Fría —la miró a la cara—, no por un comentario estúpido de un youkai insensato del Sur.

    La Dama Perra entrecerró los claros ojos.
    —Pero me ha dado la impresión de que esta vez tuviste tus recaudos, que estabas intentando protegerles de… algo.

    —Sandeces…

    —Eres como tu padre…

    —¡No soy como mi padre!

    —Lo tomaré como un sí —sonrió con suficiencia en una forma que a él le recordó a Sana, aunque ellas físicamente no se parecieran.

    Se reservó los comentarios.
    —Y a todo esto ¿no deberías estar con Sana ahora?

    —Ah, eso —dijo de modo casual—. Me retiré para darle su espacio, es que me pidió que la dejara a solas con su hermano menor…

    Sesshoumaru entrecerró los ojos.
    —Nunca dejes solos a esos dos.

    Ella ladeó la cabeza.
    —¿Por qué no habría de hacerlo?

    El daiyoukai tuvo una visión de sí mismo estrangulando a su molesto hermanito, el hanyou.
    —Tengo un extraño presentimiento —se separó de su madre y fue hasta donde había dejado a Sana, mientras la blanquísima inuyoukai le miraba con cierta curiosidad.

    Akyoushi permanecía de pie en su lugar, sin siquiera parpadear, sin pensar, sin intención de emitir comentario, incómodo con tal silencio.

    —Acércate, hermanito —susurró Sana en un tono suave, sin siquiera moverse.

    El se acercó con cuidado al borde del trono de la Dama, donde su hermana estaba recostada.

    —Acércate más —le pidió ella y él se sentó en el borde, inclinándose un poco sobre ella—, más… —el príncipe se inclinó más aún, quedando frente a frente los rostros de ambos y sólo separados por escasos centímetros, podía sentir su respiración con toda claridad. Para tener una espina bífida, o sea que dos colas, su hermana no estaba nada fea vista de cerca.

    Ella susurró en un tono que sólo él alcanzó a escuchar.
    —Yo maté al hermano de Kanta.

    —¿Qué?

    —Bueno, en realidad no. Eso fue sólo un accidente, de verdad que quise evitar que eso pasara, lo intenté. Yo sólo quería matar a esa, la perla mellada, tú sabes, eran sus únicos pensamientos “ojala Kanta volviera y no se quedara en ese lugar lleno de monstruos que sólo lo torturan”, “no puedo creer que en vez de a mí prefiera a esos animales de sus primos, esa perra de ojos fríos y perro asesino serial. Y además está ese daiyoukai maldito que le obligó a olvidarnos, ojala y no existieran”. Me estaba poniendo un poco “nerviosa”. Intentaba hacer algo… Si solo ciertos humanos y cierto youkai no hubieran intervenido…

    ¿Entonces ella había mandado a todos esos youkai a buscar a Shinju?
    —¿Y por qué me ayudaste?

    —Anda… no iba a dejar que unos youkai estúpidos dañaran a mi lindo hermanito —hizo aparecer como por arte de magia una moneda de oro, porque a él le encantaban las monedas de oro, sentía que podía comprarlo.

    Akyoushi tenía que reconocer algo, la novia de Kanta era molesta.

    —Pero podemos cambiar las cosas para que Kanta esté siempre aquí con nosotros y no tenga motivos para regresar… yo puedo simular un ataque al Este y entonces tú vas a “solucionar el problema” y haces pasar todo por un accidente: te acercas a la aldea, te haces amigos de todos ellos, buscas a ésa y, cuando todos estén desprevenidos… —aplastó la moneda con la sola fuerza de su mano.

    Él asintió, pero reaccionó casi en el acto.
    —No podemos hacer eso ¿crees que padre lo pasará por alto? Además, si Kanta se enterara nos odiaría para el resto de su vida.

    —No tiene por qué enterarse…

    — …Además, ya asesinaste a su hermana, no tienes escrúpulos, eres como Akuma —le sonó una bofetada, dejándole la mano en la mejilla.

    —¿Qué haces? —susurró ella en una voz átona.

    —Es que tenías un mosco en la mejilla, pero se me escapó.

    —No puedo creer que no te atrevas a matar a una humana, además a una que te insultó a ti y a tu familia… ¿o es que tú y Kanta están tan unidos que comparten hasta la novia? —le golpeó la mejilla y luego le mostró la mancha en su mano—. Ah, mira, maté al mosco. Es muy raro el clima aquí, en mi habitación no hay moscos.

    —Sí, es verdad —ignoró aquello—. Pero no te preocupes, tu hermano menor jamás se fijaría en una asquerosa humana. Deja eso a tu lindo primito…

    —¿Qué están haciendo? —los sobresaltó la voz de su padre.

    —Sólo estábamos conversando, padre —murmuró Akyoushi.

    El daiyoukai se acercó hasta ellos y, tomándolo del cuello del hitoe, lo puso de pie, separándolo de Sana.
    —No necesitan estar tan cerca para conversar.

    —Qué falta de confianza, querido padre —murmuró Sana con su voz suave—, ¿acaso me creería capaz de hacerle daño alguno a mi hermano pequeño?

    —De ti puedo esperarme cualquier cosa.

    —Le decía a mi hermano que es interesante salir de caza en invierno ¿o no?

    El príncipe miró a su hermana y a su padre y luego asintió.
    —Puedo hacerlo bien.

    —Claro, claro, cuando primero elimines esa torpeza que tienes y que compartes con tu primo el hanyou —murmuró la princesa con cierta sorna.

    —No intentes insultar a tu hermano —la frenó Sesshoumaru.

    —No intento insultarlo, sólo digo algo que es un hecho, la única diferencia entre ellos es que Akyoushi es más fuerte —ladeó la cabeza— sólo porque tiene sangre de youkai —lo último sonó con lástima.

    Lo que a Sesshoumaru le reventaba era “oírse a sí mismo insultando a Inuyasha” cada vez que Sana hablaba así de su hermano.

    —Pero no deberías preocuparte, Akyoushi. Yo, tu hermana mayor podría enseñarte a cazar entre la nieve si tuviera mi preciado poder…

    —Eso no —volvió a frenarla Sesshoumaru. Ellos nunca habían cazado juntos y nunca lo harían.

    Algún día ellos tendrían que dirigir el clan cuando él ya no pudiera hacerlo, sabía que tenía que hacerlo, que su madre le había dicho que les diera una oportunidad… pero mientras más retrasara esa oportunidad, mejor para él.
    _____________________________________________
    Sé que les hice sufrir y les comí la cabeza, y que además estuve a punto de infartar a unos cuantos, haciendo una psicológica digna de la clase de este fic. Pero yo soy así, la vida no es nada sin emociones fuertes. Aún así prometo compensación.
    Sesshoumaru es un personaje reservado con un mundo interno muy rico y está rodeado de disparatados. El pobre tiene un imán para atraer cosas indeseadas y castigos gratis. Su enorme inteligencia es sólo superada por su orgullo. Creo que toda su familia debería tener al menos un mínimo de estas características.
    La Familia del Sur, como dije en capítulos anteriores, está conformada por aves de fuego multicolor y he notado que en la serie, los de esta clase —las aves de fuego—, están bastante atolondraditos de cerebro, Abi incluida.
    Como dato de cultura general para el que no lo sepa, Akyoushi dice que su hermana tiene “dos colas”. Espina bífida es el nombre que recibe una afección congénita de graduación variable en que la columna vertebral no se cierra durante la formación fetal. Sus consecuencias son retraso mental, paraplejia, disfunción de los sentidos… y en definitiva todas esas cosas que tiene Sana. Los que padecen esta malformación tienen una muy corta esperanza de vida que raya en los catorce años. Por cierto, su esporádica psicopatía poco tiene que ver con su enfermedad.
    Bueno, ese es al castigo de Rin por haber matado a sus dos bebés. Se lo merecía.
     
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    Fernandha

    Fernandha Maestre Usuario VIP Comentarista destacado

    Acuario
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    Gracias por invitarme.

    Me gustó la continuación. Fue sorprendente como desarrollaste todo de una manera increíble, ¡de verdad, algún día tienes que enseñarme! Fue magnífico: Triste pero a su vez fue tan no-sé-qué. Me has dejado sin palabras.

    Esperaré la continuación.

    Adiós y buen día.

    At: Fer-chan.
     
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    Wish

    Wish Iniciado

    Acuario
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    Sé que no me has invitado a leer tu fic, pero de verdad tenía bastante curiosidad. Así que al fin, aquí está mi humilde comentario: primeramente, debo decir que tu historia es única. De verdad, y eso me ha encantado. No es para nada convencional. Es un soplo de aire fresco luego de tanto cliché que hay en el fandom (no critico el cliché, porque yo he escrito mucho CLICHÉ en mi transcurso como escritora de fics. Es algo inevitable). La construcción de los personajes me parece muy buena, me han encantado (sobre todo Akyoushi, es mi favorito *.*), y el formato con el que cuentas la historia es súper interesante, parece como si cada capitulo fuera dependiente o independiente del otro. Los saltos en el tiempo me parecen muy bien elaborados, a veces me confundo un poco con estos, pero puede que sea parte de estilo de escritura y eso está muy bien.
    Bueno, no alargo más la liga que terminaré por escribir un testamento. Me ha fascinado tu fic! Muchísimo! Y espero leer más sobre esta historia pronto!
    Nos leemos!
    Bye!
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    rin chan

    rin chan Entusiasta

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    Sannaa es una desgraciaaddaa, aunque asi la amo , tiene ese humor tan peculiar dijera Sesshomaru xD Y mira que gracias que sesshomaru sabe lo que tienne, me gusto que apareciera la dama
    perra, me encanta su personaje y como manejaste su personalidad, por otro lado akyoushi no puedo creer que se haya atrevido a matar humanos, bueno el hambre es hambre
    pero aun asi no es muy de el , espero no lo repita y que sesshomaru no se entere aunque casi siento que lo hara.

    Buen capiii niña me ha encantadoo, lo que si no me gusto fue volver a leer a la vieja esa zorra , gattaa xD, Y como conocio a sesshomaru, ciertamente no me interesaaaa jumm!! xD ok disculpa mi momento de iraa
    spero el prox. ansiossaa :D
     
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    Asurama

    Asurama Usuario popular

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    Pluma de
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    Título:
    The Legacy
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    60
     
    Palabras:
    5890
    Recuerdos Importantes

    Jadeó un par de veces, disfrutando de la sensación de tenerle cerca, con el olor de su piel, de sus clarísimos cabellos, de sus claros ojos rasgados. Ambos cobijados por la cálida habitación cerrada, iluminada por la sola luz de una lámpara de papel. Murmuró algo que ninguno de los dos llegó a entender y le contó su placer al momento de tenerle dentro, con esos suaves labios y esas fuertes manos por todas partes.
    Danzaron en espiral, mientras sus cabellos se entrelazaban. Cobijó la cabeza del youkai entre sus pechos, sobre su corazón, donde había una clara cicatriz con olor de inuyoukai y suspiró a la espera de ese golpe tan doloroso pero a la vez tan placentero.

    —Ya no estás fría —murmuró antes de poner su cara contra su pecho— qué bien.

    Ella soltó un grito al sentir la mordida y se abrazó más a él, mientras le sentía cada vez más profundamente, aquella sensación que le nublaba los sentidos y le restaba todo control sobre sí misma. Gemía cada vez más fuerte, sin preocuparse de quién pudiera oír a través de esas paredes llenas de dibujos vivos.
    Al sentir la deliciosa sensación de los labios del inuyoukai sobre uno de sus pechos, ella echó la cabeza hacia atrás y su mirada se encontró con la de unos claros ojos que observaban curiosos a través de la puerta entreabierta. Una enorme sonrisa se dibujó en los sensuales labios de Rin. Con una mano entre esos cabellos claros, empujó al daiyoukai a que apoyara el rostro contra su pecho, para que así no le viera. Levantando la mano libre, hizo un gesto de saludo y movió los labios sonrientes sin emitir sonido “adiós, príncipe”. Su espalda se arqueó más y profirió un grito al sentir la enorme oleada de placer que le provocó el calor del daiyoukai derramado dentro de ella. Perdió los sentidos y permaneció flotando fuera de los límites de su cuerpo por algún tiempo.
    Cuando volvió a abrir los ojos, la puerta estaba cerrada y aquella presencia se había alejado. El inuyoukai que estaba sobre ella permaneció inmóvil por unos minutos y luego, alcanzó la altura de su rostro y apoyó la mejilla contra la de ella, soltando un suspiro.
    Ella volteó el rostro para mirarlo y se encontró dándole un beso accidental. En seguida, volvió a desviar la vista. Él se levantó un poco para poder verla y frotó su mejilla contra la de ella, le agradaba sentir que ya no estaba fría, por el contrario, ardía. Ojala pudiera permanecer así por tiempo indefinido. Sintió que su propio cuerpo también ardía y se endurecía de repente. Esa necesidad se tradujo como algo parecido a un hambre, un deseo de comerse algo delicioso, de buen aspecto, textura y sabor. Puso ambos brazos debajo de la cabeza de ella, apoyándose en sus codos.

    —¿Sesshoumaru-sama? —cuestionó abriendo muchos los ojos por unos momentos y tocó uno de sus torneados brazos para luego darle una caricia leve.

    —Ya estás bien… —murmuró con los ojos entrecerrados y la cabeza inclinada, parcialmente cubierta por sus blancos cabellos.

    Frase con significado profundo. Por unos instantes, por unas horas, ella volvía a vivir.

    —Sí… —susurró ella con una expresión similar en su propio rostro y una sonrisa en los labios, principalmente porque sentía con toda claridad que el inuyoukai estaba aún excitado.

    Apoyó su frente contra la de ella y permanecieron en silencio por un rato. Cerró los ojos.
    —Ese mocoso… cuando lo agarre…

    —Sesshoumaru-sama, por favor, no lo regañe —pidió con cierta nota de diversión en el tono de su voz.

    —¿Cómo que no? —cuestionó—. ¿Te parece que está bien semejante falta de respeto?

    —Yo lo llamaría curiosidad —rió.

    —La curiosidad tiene límites —adquirió un tono serio—. No le sigas defendiendo o pensaré que…

    —Sesshoumaru-sama, yo no respondo al chantaje —levantó una ceja, poniendo expresión curiosa—, menos si viene de niños.

    —Cómo me gustaría creerte —sonrió lacónicamente.

    Ella levantó una mano para acariciarle el sedoso cabello.
    —Podemos discutirlo más tarde.

    —Con que sí, ¿eh? —sujetándola por la cintura, giró sobre su espalda con ella en brazos.

    Todo fue muy rápido. Cuando Rin abrió los ojos, se encontró con que ambos estaban sobre las esteras, ella de bruces y él sobre su espalda.
    Abrió mucho sus brillantes ojos y sólo atinó a decir
    —Guau…

    Luchó contra la necesidad de tocarle que le sobrevino al sentirse llena de él y sólo pudo estirar la mano hacia atrás para apoyarla sobre su mejilla. Le hubiera gustado decir algo pero esa sensación electrizante volvió para cortarle las palabras y ponerle en la boca unos cuantos gemidos y jadeos. Miró hacia la puerta y, al encontrarla cerrada, cerró los ojos y se permitió perderse en aquella danza en espiral.

    Se sentó rápidamente luego de haber sido limpiada, colocándose un kosode que estaba doblado junto a su futon y, tomando el kosode del maestro, se puso de pie cerca de él y lo ayudó a vestirse, prestando cuidadosa atención a cada vuelta de la seda. También le puso la hakama negra y se la ató a la cintura y a los tobillos y le colocó su fino haori negro, sin dejar de sonreír durante su labor. No quería reconocerlo, pero no le gustaba que lo tocaran las sirvientas. Además, realizar aquello le resultaba placentero.
    No se percataba de que él la seguía con la mirada, igualmente complacido, mientras ella daba vueltas a su alrededor, vistiéndolo. Es que, mientras muchas de las youkai de la casa lo miraban con lujuria y concupiscencia, Rin seguía mirándole con aire inocente aún después de… veinticinco años haciendo aquello.
    Ella acabó de atarle el obi y, de pie detrás de él, apoyó la cabeza en su espalda por unos momentos.

    —Tengo asuntos que atender fuera, intentaré regresar antes del anochecer para preparar la ceremonia de mañana —murmuró mientras se separaba de ella—. Mi madre te ayudará a poner las cosas en orden, visítala en sus dependencias tan pronto como puedas.

    Rin asintió animada y, sentándose en el tatami, lo miró salir. Ojala y pudiera quedarse más tiempo, aquello era muy divertido como para darle un corte abrupto, pero un general era un general… soltó un suspiro de admiración mientras la puerta de sus dependencias se cerraba. La hermosa esencia del daiyoukai había quedado impregnada allí y le había dejado el regalo de sus recuerdos humanos.

    Ella estaba feliz de poder tener esa apariencia tan viva pero, mucho antes de que sus sirvientes llegaran, había recuperado nuevamente su apariencia de fría muñeca de porcelana y así la encontraron ellos. Les acompañó y dejó que la vistieran con esas suntuosas ropas que el maestro le regalaba y se sentó frente a su espejo, sin querer reconocerse en el reflejo, mientras otras sirvientes la maquillaban.

    Cuando casi habían terminado, una de ellas esbozó una sonrisa, sin poder contener el orgullo.
    —Se ve tan perfecta, Rin-sama está muy hermosa…

    Ella no pareció oír el comentario, perdida en sus pensamientos. Veía los ojos dorados del maestro fijos en su rostro “estás muy fría…”
    Fría… fría…

    —¡No, no lo estoy!

    —Le ruego que me disculpe —dijo la youkai postrándose ante ella—, haré lo mejor que pueda —balbuceó nerviosa.

    Rápidamente, ante el desconcierto de ella, le limpiaron el rostro y le aplicaron otra clase de maquillaje, más recargado, intentando realzar sus facciones. Debían poner todo su empeño en que luciera como la más hermosa de las damas del palacio.
    Ella volvió a mirarse y, si antes no se reconocía, ahora menos. Una extraña youkai de apariencia bellísima le dedicaba una confundida mirada desde el espejo.

    —Necesito otro espejo —murmuró—, no me reconozco en este.

    Las sirvientas se apresuraron para llevarse el espejo dorado y buscar otro. Aquella escena era tan poco común ¿qué le pasaba a la Dama, que lucía tan confusa?

    —¿Qué me pasa? —se cuestionó cuando se quedó sola, ocultando su rostro y una extraña sonrisa se dibujó en sus labios— ¿Es porque vio mi rostro Akyoushi-sama? —de pronto, el rostro le ardía.

    Sin saber por qué, se preguntó qué tantas veces había él visto su rostro con esas expresiones, se preguntó también si las habría disfrutado, si le habría gustado ver esa piel sonrosada y esos ojos llenos de vida. Esa apariencia tan humana. Estaba teniendo pensamientos profanos, ni siquiera los reconocía como propios, pero no podía reprimirlos. Le producían cierta excitación y le gustaban, un placer morboso. Negó rotundamente e intentó volver a la realidad.

    —Mejor dejo de pensar tonterías, antes de que Sesshoumaru-sama se coma vivo al príncipe —murmuró mientras intentaba suavizar con sus manos ese exceso de maquillaje.

    Por supuesto, no podía sentir interés por su propio hijo. Lo que la excitaba era haber sido vista, haber hecho partícipe a otra persona de todo lo que sentía y deseaba para el maestro y del milagro que conseguía la voluntad de él: devolverle su apariencia humana por una hora, una hora que se asemejaba al paraíso que le había relatado alguna vez Miroku-sama. Compartir ese “presente perfecto” era tentador. Se tocó el rostro y éste le seguía ardiendo.

    Basta, déjalo ya —se exigió a sí misma—. ¿Qué pasa con mi cabeza?, es como si estuviera borracha… no puedo dejar de pensar…

    Intentó pensar en Sesshoumaru para aferrarse a su voluntad y hallar equilibrio, pero solo vinieron a su mente más pensamientos confusos, más imágenes impúdicas.
    Pudo recordar con toda claridad el momento en que decidió atar su destino al destino del Clan. No lo hizo sola, sino de mutuo acuerdo con Sesshoumaru. De algo así no podía arrepentirse. El maestro había tardado mucho en tomar aquella decisión, pero finalmente, aceptó estar con ella, bajo cualquier consecuencia que eso pudiera traer. Él sólo le había pedido que se cuidara pero, a pesar de habérselo prometido, ella rompió su palabra. Intentando “ayudarlo” escapó de la protección del palacio. Tuvo un momento de duda, un momento que fue suficiente para cambiar su vida por completo.

    La primera noche que había pasado con él, había tenido un sueño extraño, donde entraba en un palacio con miles de puertas que enseñaban trozos del pasado de ambos. En la última puerta, una pálida youkai de cabello negro la atrapó, intentando jalarla hacia su mundo. Rin gritaba, pero nadie venía en su ayuda. “Abriste esta puerta y ya no la puedes cerrar”, le dijo la youkai en tono burlón. No era más que ella misma, reflejada en un oscuro futuro, convertida a una naturaleza diferente.
    El sueño había sido real, había sido una advertencia “no abras esta puerta”, ella no había escuchado. Abrió la puerta, la puerta por la que entró Kuroika.
    En aquel tiempo, a Rin le había asustado la idea de permanecer viva por los siglos de los siglos, mientras las personas a las que amaba, aquellos que la habían criado, morían uno tras otro. Ella había visto agonizar a sus padres y a su hermano y no quería ver muertes. Ahora, simplemente lo aceptaba con resignación, como parte de algo natural, aunque doloroso. Las palabras de Jaken, que una vez le habían herido sólo ahora cobraban sentido.

    Rin no pudo evitar imaginarse a sí misma viajando en el tiempo, intentando advertir a la torpe chica que había sido “no abras esta puerta o te arrepentirás”. La niña humana simplemente habría huido de ella, asustada por su apariencia de muerta, sin entender. Daba igual, el pasado no podía cambiarse.

    Pero las noches de su pasado no eran solamente para tener pesadillas. En una de aquellas noches, el maestro no pudo o no quiso extender más su separación en el tiempo e hizo lo que un youkai jamás debería hacer a un humano: se quedó con ella.
    Al ser uno con un youkai, la embargó la sensación de poder, la sensación de infinidad. Entró a un lugar cálido y lleno de luz, un sitio sin miedo y sin dudas, en medio de una danza en espiral y allí permaneció por tiempo indefinido, conectada a la mente del maestro con un lazo verdaderamente fuerte. Sentimientos, pensamientos, recuerdos, todo fluía de la mente de uno al otro, sin barrera alguna. No sabía que todos los youkai que compartían un lazo estaban acostumbrados a este tipo de comunicación y que la consideraban “sagrada”. ¡Cuán especial debía ser la persona que compartía tu mente!
    Desde entonces, el mundo adoptó otra apariencia. De día, tenía miedo de que alguno de los sirvientes intentara tomar represalias con ella por se la consentida. De noche, se sentía segura, pues estando con el maestro, era imposible que alguien le hiciera daño.
    Se guardó el secreto para sí, no le habló a Kagome, ni a ninguno de los otros de lo que había sucedido con el maestro. Ellos construyeron sus propias conclusiones y lamentablemente, acertaron. Ellos creyeron que la decisión que habían tomado era la correcta, más allá del peligro que representaba. Por supuesto, sus amigos humanos se basaban en sus emociones, no en la lógica. La lógica la habría obligado a separarse de Sesshoumaru para siempre y ella estaba completamente segura de que jamás habría querido aceptar algo así. Qué ironía, la falta de sentido común parecía ser una opción buena y agradable.

    Las historias que se contaban de Akuma sugerían que éste había ido creciendo cada vez que se abría una puerta hacia el meikai. Era verdad que las criaturas eran arrastradas por aquella oscuridad, absorbidas, atrapadas por ese viento infernal. Pero asimismo, algunas partes de Oscuridad entraban al mundo de los vivos.
    Muchas eran las maneras de abrir puertas hacia el otro mundo, pocas eran las criaturas que lo habían logrado gracias a la ayuda de herramientas: armas de ominoso poder que podían provocar caos en las manos equivocadas.
    Rin pensaba que era un error abrir aquellas “puertas”. El mundo de los vivos y el de los muertos no podían, no debían mezclarse, así como la luz y la oscuridad tampoco podían hacerlo. A causa de ese error, muchos estaban sufriendo.

    —Fue mi culpa, esa concentración de Oscuridad me atrajo, yo rescaté el huevecillo de ese engendro demoníaco —se cubrió el rostro—. Yo abrí la puerta a esta amenaza, perdón a todos.

    Pero echar la culpa a otros o a sí misma ya no servía de nada. Repentinamente, la euforia se había tornado en dolor.

    ¿Por qué?

    Embargada por la pena y la vergüenza, se dejó caer sobre el futón, cerró los ojos e intentó dejar la mente en blanco, para no pensar más. Pronto, su cuerpo se relajó y su mente fue olvidando todo, cada preocupación, cada temor... Su alma pareció sutilizarse y desprenderse del cuerpo corrupto que le había dejado Akuma, para recuperar la pureza que había tenido años atrás. Su alma se fue lejos, hacia otros mundos extraños y hermosos, viajó y viajó, hasta llegar a un paisaje completamente distinto.

    —¿En dónde estoy? —se preguntó mientras miraba a su alrededor.

    Estaba segura de que momentos antes había estado en sus dependencias, en el Palacio del maestro, pero ahora estaba afuera, en el frío y la oscuridad, un viento filoso soplaba y bajo sus pies había nieve. ¿Qué había pasado? ¿Cómo había llegado hasta aquel lugar? ¿En dónde se suponía que estaba? Tenía que regresar pronto a casa, encontrar el camino más rápido, al maestro no le gustaba que estuviera afuera sin la compañía de nadie, porque temía por su seguridad. Se enfadaría si tardaba, incluso era probable que mandara un escuadrón completo a buscarla.

    Ya se sentía como Akyoushi, que escapaba de casa cada vez que se le presentaba la oportunidad. Pero no, ella no era así, no había deseado ir tan lejos, algo la había arrastrado en contra de su voluntad.

    —¿Hay alguien aquí? —sólo su eco le respondió—. Demonios, de verdad estoy sola…

    Sola… sola…

    Caminó en el interior del bosque. Sus pasos ligeros apenas dejaban marcas en la nieve, hacían ruido detrás de ella. Todo estaba silencioso, tan sólo algunas aves y pequeños animales rondaban por allí, pero intentaban por todos los medios alejarse de ella, como si la consideraran intuitivamente un peligro.
    Miró los árboles, recordaba el lugar, sus recuerdos se volvían más nítidos a medida que se familiarizaba con el terreno y la vegetación, mientras iba memorizando los pasos que daba.
    Aquel era el lugar donde a los doce años la habían arrojado los sirvientes rebeldes de su maestro, después de tenderles una emboscada a ella y a Kohaku. Allí, en esa tierra desolada, lejos del palacio, lejos de la aldea de Kaede.
    Se abrazó a sí misma. En esa oportunidad, llevaba la túnica de la rata de fuego que Inuyasha le había prestado para aquel viaje al Oeste… al menos hasta que los soldados se la arrancaron.
    Se paró al borde de una pronunciada pendiente. Abajo, había un grueso árbol de tronco espinoso, con la base cubierta de nieve. Por esa pendiente había caído, intentando liberarse de las amarras que le habían puesto los soldados youkai y había chocado de espaldas contra ese árbol, maldiciendo al mundo por el dolor que esto le había provocado.
    Se inclinó y tocó la nieve. Estaba tan fría como esa vez. Bajó deslizándose delicadamente por la pendiente, dejando un surco en la nieve. Se acercó al árbol espinoso y tocó su tronco, luego se sentó sobre las raíces. Allí la había sorprendido una tormenta, semidesnuda y muerta de miedo y de frío. Allí la había atacado una manada de yourouzoku y, aún amarrada como estaba, había intentado luchar contra ellos. Se llevó una mano al cuello, donde había llevado colgado el rosario que también le había prestado Inuyasha y que la había protegido en cierta medida de aquellas bestias hambrientas.
    Se levantó y siguió caminando en medio de los árboles.
    Por ese camino habían entrado a lo profundo del bosque, por allí la habían llevado los yourouzoku, hacia una cueva donde la habían tenido como rehén.
    Levantó la vista hacia el cielo donde las estrellas titilaban con encanto, iluminando la tierra cubierta de nieve. Todo parecía bueno y puro, ahora que Akuma no estaba. El bosque guardaba misterios, los árboles la rodeaban como gigantes silenciosos. Recordó también la travesía que había hecho con el sirviente que le había salvado la vida, un kitsune, como Shippou. Recordó la aldea en la que había permanecido por un mes, los rumores que había provocado el maestro al buscarla en toda la región, el miedo que había sentido por la posibilidad de que él la abandonara, la promesa que se hicieron. Parecía como si lo estuviera reviviendo todo. Los momentos de dolor y también los de placer.
    El cumpleaños del maestro y sus deseos, que después de todo eran fuertes, aún bajo esa capa de indiferencia. Sus secretos, sus historias, sus temores y sus sueños.

    Miró las ramas de los árboles cubiertas de nieve, el curioso entramado que formaban, caminó hasta llegar a una roca enorme. Usó todos sus sentidos para conectarse a ese mundo salvaje al que los humanos nunca pertenecerían. Sintió como la tierra de las montañas gritaba ante las batallas de clanes, que se sucedían con frecuencia en este mundo. Pudo ver las siluetas de los youkai que cruzaban el bosque, sin prestarle atención, como si ella no fuera más que una sombra. Vio las luces espirituales que de vez en cuando cruzaban el cielo. No intentaban comérsela, como lo hubieran hecho si ella hubiera seguido siendo una niña indefensa.
    Recordó entonces algunas de las palabras de Sango. “Los youkai que tienen una forma humana son los más peligrosos de todos. Ocultan su verdadera naturaleza, pero son completamente salvajes, amorales, violentos. Mientras más humanos parezcan, menos corazón poseen”. Eso tenía mucho que ver con el poder, pues mientras más fuerza tuvieran, más fácilmente podían construir una imagen falsa de sí mismos, para engañar a sus presas. Intentar razonar con uno de estos, era un caso perdido. Sólo se escuchaban a sí mismos y, en todo caso, escuchaban sólo a aquella persona con la que compartieran el Lazo.

    Y eso era verdad, ya que Rin vivía rodeada de muchos youkai con forma casi humana, que eran realmente crueles. Sin embargo, Sesshoumaru o Akyoushi, que podían asumir una forma humana aún siendo perros, tenían buen corazón. Al igual que el zorro Shippou, que era uno de sus mejores amigos y tenía buen corazón, a pesar de su condición.

    —Sólo se salvan… los que comparten un Lazo —soltó un largo suspiro.

    Los youkai no se unían por amor, muchas veces lo hacían sólo por poder, por arreglo, por necesidad. Sin embargo, algunos pocos tenían la suerte “conectarse”, esa conexión nada tenía que ver con el amor, pero no podía romperse. Simplemente le habían llamado “lazo”.

    ¿Cuántos conocía que tuvieran un lazo?

    Ella tenía un lazo con su maestro, Shippou tenía un lazo con Kagome; Sango tenía un lazo con el Hiraikotsu, que ahora ya no usaba, pero antes había sido su eterno compañero de batalla y tenía alma propia. Sí, esa parecía ser una característica de las armas youkai.
    Jaken tenía un indiscutible lazo con Sesshoumaru y Kohaku… no había permanecido con ellos el suficiente tiempo como para desarrollar un lazo verdadero, pero le era leal a Sesshoumaru, estaba enamorado de su poder, Rin estaba segura de ello. Y ese amor no era nada cuestionable, estaba bien, por muy extraño que pudiera parecer ante algunos ojos humanos. Para ella, estaba bien.

    Akyoushi parecía tener un lazo con Kanta, aunque Rin no estaba muy segura de ello. Discutían a menudo y no habían dado muestras de comunicarse mentalmente o de actuar como Uno… O tal vez eran lo suficientemente cuidadosos como para que nadie los viera. Por otro lado, Akyoushi era demasiado joven como para desarrollar tal conexión, tal vez con el tiempo se sabría quien sería la persona que compartiría su mente. El chico había manifestado que quería unirse con ella. Se metería en graves problemas con su padre, si eso llegaba a ser cierto.
    Sesshoumaru y Akyoushi se pelearían como dos perros por un hueso y el premio sería ella. Si algo tan malo llegaba a suceder, Rin no quería estar para verlo, preferiría que se la tragara la tierra. ¡El clan tenía que unirse, no dividirse!

    Se sacudió aquellos pensamientos de la cabeza mientras buscaba el mejor camino para volver a casa.

    ¿Realmente crees que es muy malo? —susurró un eco en lo profundo de su mente— ¿Crees que estaría mal que el clan se destruya por ti?

    Admito con pesar que mucho de lo que ha pasado al clan ha sido en parte mi culpa, he atraído las desgracias, sólo por haber nacido humana —se lamentó en silencio.

    Entonces, si eso fuera cierto, no mereces vivir, deberías desaparecer.

    Ella asintió, adolorida por sus recuerdos.
    —Lo sé.

    —Entonces, desaparece —sonrió una voz frente a ella.

    Rin levantó la vista con los ojos muy abiertos, para ver a la criatura que se parecía tanto a ella, igual de pálida, con los mismos ojos vidriosos. No, no era verdad, no se parecían en nada.
    —Akuma —espetó.

    El kage levantó una mano abierta.
    —Ah, qué bien, me recuerdas —sonaba como si se estuviera burlando.

    Ella saltó hacia atrás y movió la mano como lanzando algo. Ese “algo” se condensó en una esfera de jyaki rojizo, que él esquivó sin problemas. Y arrojó la respuesta.
    Ella volvió a saltar hacia atrás, esquivando el ataque y lanzando una segunda esfera, más grande que la anterior.
    Él saltó también, quedando justo sobre ella y le arrojó un ataque en forma de lanza. Rin reaccionó rápido y se ocultó bajo la tierra, justo como haría un kageyoukai. Apareció justo detrás de él y lo empujó con una oleada de jyaki.

    —No soy tan débil —se impuso ante el kage.

    Él se recuperó en seguida.
    —Si no, no sería divertido —se arrojó contra ella y ella comenzó a correr río abajo, tratando de no ser alcanzada. Akuma cambió de forma en el aire, asumiendo la apariencia de lobo y se arrojó hacia ella con mayor velocidad.

    Cuando Rin volteó a ver hacia atrás, lo tenía encima. Apoyó sus manos contra el monstruo y liberó una gran cantidad de jyaki, que sólo sirvió para hacerlo aumentar de tamaño. ¡No podía herirlo!
    —¡Maldito! —se sujetó a la masa negra que era Akuma y soltó una descarga de poder espiritual, quemándolo y logrando que Akuma retrocediera espantado.

    La sombra se retorció en el suelo y volvió a asumir forma humana. Estaba sorprendido ¿cómo conservaba ella tales poderes? ¿No se había corrompido acaso?
    —Este lugar te trae recuerdos ¿verdad? Es donde casi moriste —la aguijoneó.

    —¡Calla, bastardo! —le escupió ella, sin saber realmente qué hacer.

    Morir, ella siempre había estado en peligro de muerte, la seguía la pútrida muerte.

    —Así es, y ahora va a alcanzarte —avanzó hacia ella.

    Y ella retrocedió.
    —Un kage no puede morir —sonrió Rin con suficiencia— ¿crees que no lo sé?

    —¿Entonces no deberías agradecerme, Rin-chan? No intentes hacerte la valiente, tú fuste la que intentó asesinar a los tuyos, tú, por tu propia voluntad, con tus propias manos.

    Un impulso extraño empujó en su mente con aquellas palabras… pero rebotó.

    —¡Ja! —lo miró con el ceño fruncido, desafiándolo—. Tal vez eso te sirva con un par de niños inocentes ¡pero no va a funcionar conmigo! —juntó ambas manos y soltó otra descarga de jyaki en forma de esfera, haciendo un hueco enorme en la tierra, que se quemó hasta las entrañas—. ¡No voy a caer en tus viles engaños!

    Cuando el kageyoukai saltó esquivando el ataque, ella lo sorprendió agarrándolo de un brazo y soltando nuevamente una descarga de energía espiritual. Él creía que ella no podría sostenerse a sí misma si usaba la energía sagrada… ¡pero ahora mismo con esa energía lo estaba convirtiendo en algo insustancial, que desaparecía! Cuando su brazo quedó destruido, se liberó de ella y formó densos tentáculos negros a partir del agujero, cambiando de forma mientras tanto.

    Rin no se esperaba eso. Por mero instinto de supervivencia, giró sobre sí misma, pero no alcanzó a huir, pues los tentáculos la agarraron de un tobillo, luego de la pierna y la cintura, luego del cuello… no importaba cuánto luchara, aquella sombra la estaba absorbiendo cada vez más, mientras la rodeaba, mientras esos tentáculos intentaban introducirse en ella. Cerró los ojos y reprimió el deseo de gritar.

    Iba a desaparecer, iba a convertirse en la nada. Akuma se reía cruelmente de ella, haciendo su voz eco en la distancia. Se burlaba de su indefensión, de que nadie acudiera en su ayuda. Contándole cómo Sesshoumaru y todo su clan la habían traicionado.

    Despertó sobresaltada, estaba en su cuarto, sobre su futón. ¿Todo eso había sido solamente una pesadilla? Miró a su alrededor, incapaz de creérselo, intentando recuperar el aliento.
    Había alguien detrás del panel que dividía su cuarto de dormir del resto de las dependencias.

    —¡No! —tomó un joyero que tenía al alcance de la mano y lo lanzó en dirección a la oscuridad.

    Una pálida y huesuda mano asomó, atrapando con facilidad la caja. Él salió de la oscuridad, donde ella podía verlo.
    —¿Por cuánto tiempo has permanecido dormida?

    —Sesshoumaru-sama —ella lo miró y bajó la vista—, algunas horas, creo.

    —Levántate, entonces, hay muchos preparativos que hacer para el día de mañana.

    Ella asintió, se levantó y salió tras él.

    —¿Tenías pesadillas? —preguntó mientras iban a la sala.

    Ella lo negó.
    —Sólo venían a mi mente recuerdos… recuerdos importantes.

    —¿Estabas tan cansada? Ni siquiera te quitaste las ropas de corte.

    Ella sorprendida, miró su vestido de varias capas, en las cuales primaban diferentes tonos de azul, con bordados intrincados y coloridos. Luego le sonrió de manera divertida. Sabía que era una broma, pues los kage no se cansaban ni tenían necesidad de dormir. Podían hacer muchas cosas… durante tantas horas como quisieran…

    Recuerdos importantes…

    La miró por sobre el hombro ¿Qué recuerdos eran importantes para ella? Había pasado por muchas alegrías y grandes vicisitudes, había vivido varias vidas en tan pocos años, había pasado por mundos diferentes y esos ojos habían visto mucho, incluso para un youkai.
    A los trece años, había tenido la desgracia de conocer a quién mas tarde intentaría asesinarla. Akuma la había poseído del mismo modo en que había hecho con Sana, corrompiéndola, y había intentado seducirla, pero Kagome la había salvado, arriesgándose. Aún así, mucho tiempo después de eso, Rin sufrió pesadillas y escribía y pintaba cosas realmente perturbadoras, que ponían los pelos de puntas a sus profesores.
    Sesshoumaru se encerró con ella varias noches seguidas para que le enseñara sobre Akuma y su naturaleza, con la esperanza de aprender algo útil que lo ayudara a salvarla.

    —La luz y la oscuridad luchan constantemente no solo en este mundo y fuera de él, sino en todos los niveles, dentro de las almas y corazones de las criaturas, en las sociedades… son los dueños de las noches, de las pesadillas, de todo aquello que no puede verse y a lo que le tememos. Lo que pasó con la Shikon no Tama, con Naraku, no es ni siquiera una milésima parte de lo que hay afuera —le había dicho la chica en una oportunidad—. La luz y la oscuridad no pueden unirse, por eso constantemente luchan por desplazar a la otra, yo no puedo decirle si primero fue la Luz o la Oscuridad, o si ambas existen desde siempre, tampoco tengo la autoridad de un dios para decir cual de ellas es la que “tiene derecho a existir”.

    Él frunció el ceño.
    —¿Estás sugiriendo que Akuma tiene derecho de existir?

    —Él cree que es la luz, nuestro mundo, el que interfiere e intenta acabar con su mundo oscuro —reconoció con la vista baja, sentada a los pies de él—. Es por eso que él y sus criaturas atacan este mundo y se alimentan constantemente de él.

    —Él no tiene un propósito sino aplastar este mundo —espetó el inuyoukai.

    Ella le refutó.
    —Éste mundo no tiene otro propósito sino expandirse, suprimiendo el de ellos…

    El inuyoukai se hizo hacia atrás ¿ella los estaba defendiendo? ¿Qué era lo que Akuma le había hecho? La había poseído pero ¿no la había liberado Kagome de esas ataduras? ¿acaso había vestigios de Akuma allí, en ese frágil cuerpo humano? ¿acaso Akuma la seguía corrompiendo? ¿Acaso estaba compartiendo la vida con el enemigo?

    —¿Qué te han hecho?

    Rin recibió esa pregunta como una profunda puntada de dolor. Sin quererlo, acababa de herir a la persona que era más importante para ella y así se había dado cuenta de que, entre todos sus engaños, Akuma le había la verdad: que él, su esencia y los suyos no podían ser eliminados, ni por la luz espiritual de alguien como Kagome. Y amenazaban con regresar en cualquier forma y en cualquier momento.
    Ella siempre se había sentido protegida por aquel daiyoukai que consideraba cercano a un dios pero ahora, tenía una enorme sensación de desprotección, de vacío. Tal vez ni siquiera la fuerza de ese daiyoukai fuera suficiente.

    —¿Qué te han dicho?

    —Me mostraron cómo en el mundo se multiplica la oscuridad, las muchas cosas malas que la humanidad ha hecho, tantas que sólo merecería desaparecer —la chica mostró un gran pesar.

    Él entrecerró los dorados ojos.
    —Aunque todos sobre este mundo desaparecieran, tú aún merecerías estar aquí.

    Ella levantó la vista y la sorpresa se reflejó en su rostro al ver una expresión conocida.

    —Tú no eres ni serás nunca culpable de lo que ellos hayan hecho. Tú aún merecerías estar aquí. No eres como la oscuridad que él quiso hacerte ver, por el contrario, tú eres una luz muy brillante —prosiguió en tono calmo y sus ojos parecían sonreír—. Tampoco eres el frío, eres como un sol. Y si no me crees a mí, puedes preguntárselo a cualquiera y así verás que no te miento.

    —Sesshoumaru-sama tiene un gran corazón.

    —Yo sólo te digo la verdad. Nunca aceptaré que una cosa como esa se haya enamorado de ti. Y jamás le dejaré tenerte —puso una rodilla en el suelo para estar más cerca de la altura de ella—. Me perteneces a mí.

    Y curiosamente, aún así ella era libre.

    Eso lo juro, esa cosa jamás te tendrá.

    Sin entender por qué, se preguntó si acaso ella era capaz de recordar eso también, a pesar de que hubieran transcurrido veinticinco años.
     
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    Fernandha

    Fernandha Maestre Usuario VIP Comentarista destacado

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    Gracias por el aviso C:

    Me encantó.
    El toque que tienes (es decir la fácilidad y escencia que impregnas en tus escritos) es increíble. Es como una marca permanente, la manera en que manejas todo y lo vuelves algo sumamente...¿cómo decirlo?, ¿magnífico? Tal vez no encuentre ahora una palabra exacta, pero realmente eres alguien súper cuando se trata de redactar.



    Súper~
    Fue simplemente hinoptizante.

    Esperaré el siguiente capítulo.
    Adiós y buen día.

    At: Fer-chan.
     
  11.  
    rin chan

    rin chan Entusiasta

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    Nose , nose fueron muchos sentimientos los que tube al leer esto...
    me encanto lo de la danza en espiral, bonita manera de decirle al sexo xD
    jjaja la vdd ahora dudo si de vdd tieenes fobia a esos temaas? xD

    Me gusto el tema que tocaste con akyoshi y rin, que ella se habia exitado por el simple hecho de verla, eso fue tan humano y profundo...
    En fin dejando las perveciones de un lado, al comenzar al leer :

    ¿Realmente crees que es muy malo? —susurró un eco en lo profundo de su mente— ¿Crees que estaría mal que el clan se destruya por ti?
    me dieron ganas de horcartee D:, despues te digo porkk, pero al seguir leyendo todo eso se calmo un fue un muyyyy profundo uff para mi almaaa :)

    me gustoo , cuando Rin defiende el mundo del mekai ,lo que dijo ella es vdd, ese mundo esta siendo aplastado por los de arriba...mm no recuerdo donde aprehendi eso xD

    Este capi me gusto mucho por tratarse de mis personajes favoritoss :)

    y pork profundisaste mas sobre la condicion de Rin


     
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  12.  
    Whitemiko

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    hola amiga!!!

    Fui despues de leer tu sabes que...que me hizo llorar como condenada y sentir una rabia inmensa en contra de...ciertas personas que no vale la pena nombrar (como me gustaria tener una enfrente aqui mismo) para decirle un par de cosas sobre la vida, pero bueno, es obvio que no vine a hablar sobre ello y primero quiero pedirte disculpas por no haber comentado dos capis!!!gomeneee!!es que cuando llevaba la mitad del comentario actualizabas y se iba a la chin...ita todo, volvia a leer y me ponia a hacer tonterias, venia a comentar y ya habias actualizado de nuevo!!!quisiera tener tu velocidad para actualizar!!!fuck, despues de desahogarme animicamente, viene el comentario sobre el capi, realmente no me esperaba que este capi estuviera dedicado unicamente a Rin, por la que siento una serie de emociones poco agradables, como tu comprenderas, jejeje pero supongo que explicaste de manera mas detallada el punto de vista de rin respecto a akuma, y me dejo bastante satisfecha la descripcion del conflicto y dolor interno de Rin, me sorprendio de sobremanera la revelacion acerca de sesshomaru me quede o.o con que el compartió sus recuerdos y pensamientos con Rin???que coso, y luego eso de que dibujaba cosas perturbadoras, yo me quede WTF! pues que dibujaba como para asustar a youkais!

    Esperare pronto la continuacion e intentare no olvidarlo y comentar con prontitud!!
    XOXO
     
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  13.  
    Wish

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    Gracias por avisarme! Debo decir que me gustado muchísimo este capítulo. Eres una excelente narradora, y los sentimientos y emociones los plasmas en tu narración perfectamente! Bueno, no tengo mucho que decir, porque se supone que debo estar trabajando XD, así que culmino escribiendo que espero con ancias el próximo capítulo!
    Nos leemos, bye!
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  14.  
    Whitemiko

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    The Legacy
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    Drama
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    Palabras:
    8211
    CAPITULO 57 ASURAMA ME PIDIO QUE LO SUBIERA EN SU LUGAR

    Mal presagio

    —¡Toma esto! —arrojó la bola de nieve, que se estrelló contra un árbol. Su blanco de ataque había desaparecido, como si nunca hubiera estado ahí.

    De pronto, algo lo golpeó en el centro de la espalda y lo hizo caer al suelo.

    —¿Te referías a eso, hanyou? —se burló el joven príncipe inuyoukai a sus espaldas—. Debes ahorrar energías. Cuanto más la comida escasea ahora y no he encontrado buenas presas en semanas. Algunos en el clan han atacado aldeas humanas, pero no han salido de las Tierras… aún.

    No quería confesar que él era uno de esos.

    Kanta se levantó y se sacudió la nieve.
    —Se supone que en el invierno deberíamos divertirnos un poco ¿no?

    —Mi honorable padre no querrá que mueras.

    —¡No exageres!, he sobrevivido otros inviernos aquí. Uno más no me hará daño —se acercó y lo empujó—. Naciste en el norte, deberías amar la nieve.

    El inuyoukai, de brazos cruzados, miró a su alrededor y no sintió nada. Ver aquella masa blanca que había transformado el jardín no le causaba felicidad ni tristeza, simplemente le era indiferente.
    —No entiendes.

    —¿Qué debería entender?

    —Que cuando llega el invierno, esta Casa se hunde en el frío —suspiró y su aliento se volvió escarcha—. Tu padre cumple años y tu honorable abuelo acaba de morir, Kanta.

    Sí, Akyoushi le martilleaba con eso todos los inviernos, desde que vivía allí con ellos. Desde que tenía memoria, en casa, todo era fiesta en aquel día, pero aquí, en la casa de su tío, todo se volvía bastante deprimente.

    Akyoushi sólo le exigía un poco de respeto.

    —Oye, oye, yo tampoco estoy muy feliz —Kanta le dio deliberadamente la espalda. La guardia le había traído noticias de su familia. Lamentablemente, no noticias agradables. Su madre había tenido complicaciones con su embarazo —aparentemente se había esforzado más de la cuenta— y eventualmente, había perdido al bebé. Kanta ni siquiera había conocido a su hermano, pero ya lo amaba—. Feliz de ti que tienes una hermana.

    —Depende de a qué le llames “feliz” —contestó Akyoushi con tono parco, quieto y fundido con el paisaje blanco que le rodeaba.

    De pronto, se anunció la llegada de varios youkai y ambos miraron en dirección a la entrada.
    —¿Visitas en esta época del año?

    —Es por la ceremonia —le explicó Akyoushi. Se refería a la ceremonia en honor al anterior Inu no Taishou.

    —Supongo que en vez de participar, tendré que meterme por ahí para que no me molesten —suspiró—, en fin, que tengas buenas noches, príncipe —lo saludó levantando la mano y enfiló hacia el establo.

    —Duerme bien —lo saludó Akyoushi, antes de entrar con paso lento.

    —Espera —lo detuvo el hanyou, repentinamente ansioso.

    —Y ahora qué quieres.

    —Príncipe, debe darse prisa, su padre requiere su presencia —lo llamó Rin desde la plataforma exterior de la casa y ambos la miraron.

    —Adiós, Kanta.

    —Espera, quiero entrar a escondidas.

    —¿Qué? —el inuyoukai no entendía.

    El hanyou se encogió de hombros.
    —Me causa curiosidad.

    Akyoushi entró a la casa y subió a la plataforma con Rin, mientras Kanta lo perseguía, aún seguía instigándolo, a sabiendas de que el príncipe tenía muy poca paciencia.

    —Kanta, te vas a meter en problemas si te metes en una habitación llena de youkais y no es un ambiente al que estés acostumbrado —le dijo Rin en el tono más amable que pudo—. Además, puede que al maestro le incomode.

    —Soy parte de la familia, también tengo derecho.

    Rin se cubrió el rostro.
    —Está bien… déjame pensar qué puedo hacer al respecto.

    —No estarás hablando en serio —intervino el príncipe.

    —Príncipe, me sorprende. Aunque lleve sangre humana, Kanta tiene derechos…

    —No tiene los derechos de un príncipe, no sabe nada del protocolo, es sucio y carece totalmente de modales.

    Muy a su pesar, Rin sabía que el chico estaba en lo cierto. Miraba a ambos y no encontraba una salida. Ella era compasiva, no quería que Kanta se sintiera deliberadamente rechazado, no quería herirlo, pero tampoco quería incomodar al príncipe ni al maestro.
    —Está bien —le sonrió—. Kanta, vamos a la habitación de Akyoushi-sama…

    —No —dijo el aludido.

    —…y te prestaré algunas ropas de él…

    —Absolutamente no. Este engendro no llenará mis pertenencias con su asqueroso y repulsivo olor.

    —¡Óyeme! —se quejó Kanta.

    —Akyoushi-sama —suplicó Rin, con una pequeña reverencia a sus espaldas—, será sólo por esta vez…

    —No volveré a usar una ropa que se haya puesto esta bestia, Rin.

    —¿Y cuándo has usado tú dos veces la misma ropa? —lo aguijoneó Kanta, sabiendo de los lujos que tenía el joven.

    —Siempre podemos quemarla —agregó Rin, que no era muy afecta a destruir objetos personales.

    El príncipe se mordió la lengua, para evitar la salida de una queja e inhaló profundamente.
    —Sólo esta vez. ¿Oíste bien, hanyou podrido?

    A pesar del frío, Kanta sudó de los nervios.
    —Como tú digas, príncipe.

    Akyoushi caminó escaleras arriba hacia su cuarto y guió allí a Rin y Kanta. El hanyou se empequeñeció, pues la habitación era mucho más de lo que él había esperado, enorme, lujosa, con tesoros por doquier. Las paredes en azul y blanco mostraban increíbles paisajes —según sabría después, las había pintado Rin, con ayuda de otros artistas—. Vio la armadura de Akyoushi, hecha con piel de dragón azul, compleja, prodigiosa, la cual jamás le había visto usar, con un heko obi igual de complejo. También había una espada hecha de colmillo, pero no tenía la voluntad de Akyoushi.

    —No te quedes ahí, entra —le dijo su primo de forma brusca.

    Kanta entró mientras Rin iba hasta el gigantesco armario y sacaba una caja lacada, decorada en negro y plateado. Dentro, había un traje ceremonial verde oscuro, hecho de una seda fina y poco común. También, tomó un haori oscuro con las insignias del Clan bordadas en plata. Ambas, prendas que Akyoushi no usaba porque no le gustaban.
    Él solía vestir con ropas de Corte, en tonos de tierra o en azul y usaba insignias doradas sobre fondos blancos, como la mayoría de los soldados. Aún así era mezquino con sus pertenencias, como dictaban los parámetros de los youkai de la especie.

    Kanta se colocó aquellas prendas y se sintió extraño, jamás había vestido algo similar.

    Miró a Rin, ella llevaba vestido de varias capas doradas y verdes, realmente hermoso y muy elaborado. La capa que llevaba sobre el vestido era de un rojo realmente muy llamativo. La ropa de Rin tenía también las insignias del Clan, que consistían en seis sellos hexagonales que contenían caracteres formales y que rodeaban al diseño central de un inuyoukai en su verdadera forma. El diseño se repetía en los hombros, en la espalda y en las mangas. Tanto en la ropa de ella, como la de su primo y la propia.

    —Ahora, sólo un par de reglas —le dijo Rin—. Te servirán para que no te metas en problemas allá abajo. Trata de permanecer con la boca cerrada, en especial si te hablan de algo sobre lo que no entiendas. Y compórtate con altura —miró a Akyoushi—. Un príncipe youkai jamás pierde su temple, ni muestra sus debilidades.

    Akyoushi, con los brazos cruzados y su aire de superioridad, la miró de reojo.
    —Es inútil, Rin, Kanta jamás será un príncipe youkai, ni aunque se vista como uno.

    Kanta se tragó la protesta y respiró profundamente, sin moverse de lugar, ni decir nada.

    —Creo que lo ha entendido bastante bien —le dijo Rin—. Ahora ya podemos bajar.

    Dicho esto, los tres salieron de la habitación. La sorpresa de Kanta fue mayor cuando entraron a la sala principal. Todo era igualmente lujoso y había unos cuantos youkai, todos ellos con forma humana y todos bien vestidos. Kanta se sentía menos que un campesino.
    En seguida pudo ver a su tío, parado cerca de un youkai de piel morena y ojos oscuros. Pensó que lo intimidaría con la mirada, como solía hacerlo al pasar lista a la guardia, pero sólo lo miró impasible y sin emitir juicio, a la distancia, como si le restara importancia al asunto. Suspiró de alivio.
    Siguió recorriendo la habitación y sus ojos se pararon en una puerta que se abría. Dos guardias a quienes él conocía bien hicieron entrada y, tras ellos, una sirviente que acompañaba a Sana. Ella se separó de su cortejo y caminó hasta donde estaba su padre, haciéndole una reverencia. Era extraño verla salir de su habitación y más extraño aún no verla vestida como hombre. Llevaba un vestido azul, con un bordado sencillo, con varias capas blancas y plateadas debajo. Encima, llevaba una capa de piel, que se asemejaba a la mata plateada que a Akyoushi le cruzaba siempre el pecho y la espalda desde el hombro izquierdo, aunque era mucho más pequeña que ésta.
    La princesa lucía fría, como de costumbre. Rin abandonó su posición de neutralidad y, quebrando el protocolo, fue hasta ella y le habló. Nadie dijo nada al respecto.

    La Dama Perra sonrió de manera lacónica, con más ganas de retirarse que nunca y apoyó un dedo en su mejilla.
    —Así que, Sesshoumaru, has traído a esa aberración que se hace llamar miembro del clan —no dejaba de sonreír ni de usar su tono dulce—. ¿Qué pensaría tu padre si le viera?

    Sesshoumaru se reservó la opinión. Por esta vez, podía perdonárselo.

    —Entonces, se puede decir que esa chiquilla se toma incluso más libertades que yo —hace tiempo que no era “una chiquilla”, pero su madre seguía diciéndole así—, es muy eficiente al hacer las cosas aunque no pierde las cualidades que tienen los humanos, además, guarda un gran respeto hacia Touga-sama como ha aprendido de ti según veo. Será muy interesante ver qué logra esta vez.

    Sesshoumaru le dedicó a Rin una sonrisa cálida por unos segundos y su madre sonrió ante el gesto. En seguida, el daiyoukai pisó tierra, realmente quería decir que “no era como él”, pero no podía mentir tan feo. Dejó a un lado a su madre antes de que empezara con preguntas insidiosas, ya luego hablaría con Rin sobre eso de haber dejado entrar a Kanta a la Casa Principal ¿Pero había sido idea de Akyoushi? ¿de Kanta? Sus ojos rasgados fueron hacia la inuyoukai cómodamente sentada junto a Rin.

    —Sana.

    Ella sonrió por unos instantes y se puso de pie para cambiarse de lugar a un sitio más tranquilo. Rin la siguió.
    La Dama Perra volvió a reír ante la escena, al parecer su hijo era un poco lento a veces para entender cómo sucedían las cosas. No podía decir que estaba feliz de que su nieta se fijara en un zaparrastroso hanyou… pero ya nada le sorprendía, había visto de todo en su larga vida. Soportaría la peste.

    —Todo sea por mis amados nietos.

    —Con que sí —murmuró Sesshoumaru por lo bajo, del lado contrario de la sala, pero sus palabras llegaron con toda claridad a los oídos de su madre, que sólo esbozó una sonrisa, antes de volver a su parquedad.

    —Rin.

    La Dama se volteó lentamente hacia su suegra, a la que había tenido que halagar y servir en las últimas doce horas, mientras “hacían los preparativos” para la ceremonia. Le sonrió. Pero no una sonrisa falsa, sino una de las suyas, las auténticas.

    —¿Gran Señora?

    —Cuando mi nieta —miró a la joven, y luego al príncipe que hablaba con el hanyou— y también mi nieto sean los absolutos gobernantes ¿tú qué serás?

    La Dama le contestó sonriendo amablemente.
    —Rin sólo será Rin y en ese entonces, la princesa tendrá todo poder cuanto merezca. No podría asumir el poder de la Gran Señora.

    La inuyoukai jugó con su cabello.
    —Ya veo —miró a algunas de las cortesanas que estaban reunidas “tranquilamente” en los costados—. “Algunas personas” deberían seguir tu ejemplo.

    Muchas de las youkai hicieron fuerza mayor por no fruncir el ceño.

    Rin en su estado natural tenía el perfil bajo y jamás soñaría con sacarle el poder a la Dama Perra, lo único que ella quería era ser la mamá de Sana y Akyoushi y acompañar para siempre a Sesshoumaru-sama, no pedía mucho de la vida, sino que las circunstancias mismas la habían llevado a ese lugar, no la ambición. A diferencia de esas otras.

    No podía creerlo, estaban enojadas por el simple hecho de que la madre del maestro le hubiera dedicado una sonrisa ¿acaso eso era un pecado? En seguida, buscó refugio cerca de él para evitar ser mirada.

    Akyoushi, en susurros, le habló a Kanta sobre los youkai que estaban presentes. Quienes eran, de dónde venían, a qué Clan pertenecían, qué rango ostentaban, cuál era su relación con Sesshoumaru y cosas así.
    De pronto, una pareja hizo entrada sin haber sido anunciada antes. Uno era un youkai fornido, de pelo negro, vestido de negro, con una mata de pelo rodeándole la cintura. La otra era una hermosa youkai rubia de profundos ojos azules.

    Kanta la miró extrañado.
    —Una pantera de las nieves… creí que a tu padre no le agradaban las panteras… ¿Akyoushi?

    El príncipe no le respondió, se quedó quieto y callado, con una expresión poco común en el rostro ¿Sorpresa? ¿Susto?

    —¿Akyoushi? ¿Sucede algo malo?

    —No te acerques a ella —le advirtió.

    —¿Quién es ella?

    El príncipe suspiró.
    —No sé —pero no le agradaba, de pronto sentía dolor, rechazo. Se sentía incómodo, fuera de su elemento, a pesar de ser la primera vez que la veía.

    La Dama Perra frunció levemente el ceño.
    —¿Esa bruja? ¿Cómo se atreve a aparecer por aquí? —y además en el aniversario de su venerado esposo—. Guardia...

    Los guardias se revolvieron intranquilos, listos para cumplir cualquier orden de la Señora o del Maestro.

    —Hola, Rin —saludó la youkai rubia, mirando de reojo a la princesa Dama.

    Ésta le dedicó una mirada fría y la saludó por obligación con una leve inclinación de cabeza, cuando lo que quería hacer esa salir de detrás de la espalda del maestro y huir a sus dependencias… o golpear a la recién llegada con toda la fuerza de la que era capaz.
    La mirada de la pantera fue hacia Sana y la cabecita de la princesa inuyoukai siguió el recorrido de esos ojos azules. Pudo leer claramente sus intenciones, pues esa youkai les profesaba odio. A ella, a Rin, a su padre…

    ¿De verdad estaba considerando la absurda idea de atacarlos?
    ¿De verdad, de verdad creía que podía contra su padre?

    Algunos empezaron a murmurar. Rin se puso delante de Sana y la hizo retroceder y Akyoushi hizo lo mismo con Kanta.
    De pronto, Kanta experimentó una sensación rara, como si hubiera otra mente dentro de la suya, intentando comunicarse. Al principio, rechazó la conexión, asustado pero esta mente, más fuerte que la suya, rompió las barreras. ¡Era Akyoushi!
    Lo miró sorprendido y él príncipe le devolvió una rápida mirada. Akyoushi quería que se mantuviera lejos de quien consideraba un inestable peligro, lo estaba protegiendo.

    —Oyakata-sama —saludó la youkai rubia con una reverencia.

    Se hizo un incómodo silencio.

    El rostro de Sesshoumaru perdió su temple.
    —¿Qué haces tú aquí? —murmuró.

    Ella le sonrió de una manera dulce.
    —Vengo a rendirle honores a su gran padre.

    Pero el daiyoukai sintió que estaba allí por mucho más que sólo eso. Ella era alguien de mal espíritu, alguien dañino. Sesshoumaru miró a todos los que le rodeaban, preocupado.
    —Te expulsé de mis tierras, debería darte vergüenza. Sal de mi casa.

    —Pero… no puede echarme de esa manera, oyakata-sama… —levantó la vista y se quedó muda. A su derecha, a varios pasos de distancia, había un inuyoukai alto y blanco, con ojos felinos. Esos ojos los conocía—. ¿Es su hijo, oyakata-sama? —preguntó sorprendida.

    Sesshoumaru se hizo hacia atrás e intentó conectar con Akyoushi. La mente del joven parecía confundida, asustada. Sesshoumaru quiso llegar hasta él para estabilizarlo, pero no encontraba hilo de conexión. A través de él, pudo sentir débilmente a Kanta. Era como si Akyoushi y Kanta fueran uno, pero ambos estaban paralizados, no iban a defenderse.

    Y la youkai lo seguía mirando. Pareció perder interés en Sesshoumaru y caminó hacia el jovencito.
    —Hola príncipe, yo soy… —se acercaba a él.

    —Sal de aquí, pájaro de mal agüero —una fría mirada dorada la congeló, a ella, a ella que vivía en la tierra más yerma y fría.

    —Príncipe… —lucía anonadada—. No me conoces… pero… pero yo sí te conozco —se acercó a él, invadiendo deliberadamente su espacio personal y acercando su rostro al de él, hasta que su boca estuvo a la altura del oído del príncipe—. Sólo venía a ver lo que trajo la nieve —susurró.

    Akyoushi se separó de ella con brusquedad, invadido por una sensación horrible.
    —No te acerques a mí ¡bruja! —perdió su temple y le mostró los blancos colmillos en una advertencia.

    Kanta instintivamente se hizo hacia atrás, pálido y con los ojos muy abiertos. Sentía cómo mentalmente ella le mostraba los colmillos, detrás de esa cara falsa de inocencia. Era la primera vez que hacía uso de todos sus instintos ante la tensa situación.

    —No me llames bruja —suplicó consternada en el suelo, donde él la había dejado.

    Los youkai que estaban a su alrededor comenzaron a reír. Ella los miró. Siempre era respetada y admirada por sus habilidades ¿cómo se atrevían a reírse de ella?

    —Akyoushi tiene razón —dijo una suave voz a su lado, ella volteó el rostro y se encontró ante unos fríos y vidriosos ojos oscuros.

    —Tú… ¿eres la hija de Rin? —le preguntó sorprendida la pantera.

    Se estableció una fuerte tensión en el aire.

    —¿Tú eres la madre de Akyoushi? —susurró la princesa y sonrió con frialdad—. Akyoushi tiene razón, eres un pájaro de malagüelo. Lo veo. Veo lo mismo que ve él. Tú sabes dónde aparecen los kageyoukai y hacia donde van. Márchate de la casa de mi padre —se separó lentamente de ella.

    La pantera no estaba dispuesta a aceptar que una niñita la amenazara.
    —Eso que dijiste no es verdad —dijo en voz alta, para que todos la escucharan.

    —¿Qué no es verdad? —dijo una voz a sus espaldas.

    La youkai miró por sobre el hombro y vio a Sesshoumaru. Retrocedió asustada.
    —Yo no sé nada de eso, oyakata-sama —se defendió la youkai—. Akyoushi es mi hijo y vine a por él, me lo llevaré conmigo a las montañas.

    —¿Así que es tu hijo? —la miró despectivamente y luego miró al chico—. Príncipe ¿es verdad lo que ella dice?

    El joven inuyoukai giró la cabeza en dirección a la dama de su padre. Los ojos de Rin se encontraron con la mirada de esos claros ojos felinos. Luego, él se dirigió con frialdad a la pantera de las nieves.
    —Mi honorable madre está ahí —se refirió a Rin.

    La youkai volvió a congelarse. ¿Había sido rechazada? ¿No podría acaso valerse de los poderes de este príncipe? Miró a Rin y su rostro se llenó de furia. Ahora ya no parecía tan hermosa como al principio.

    —Ya escuchaste —le dijo Sesshoumaru con la misma frialdad—. Márchate, a la soledad de tus montañas, no tienes nada que hacer aquí. Ni siquiera traerme malos presagios.

    —El príncipe estará a salvo conmigo en las montañas.

    Akyoushi y Sana se enojaron, nadie se imponía más alto que su padre ¡eso no!

    —Este príncipe inuyoukai estará a salvo con su padre —la calló el chico.

    Akyoushi no quería alejarse de su padre ni aunque la tierra fuera a romperse y desaparecer. No quería estar con alguien a quien ni siquiera conocía, una bruja que traía malos presagios a su familia, ni con alguien que podría llegar a herirlo profundamente. Su voluntad ya era fuerte, no iba a dejarse utilizar por alguien así.

    La youkai lo miró a los ojos y sonrió con malicia, con cierta crueldad.
    —Podrías arrepentirte, príncipe.

    Akyoushi seguía impasible en apariencia.
    —De cierto te digo que no me arrepentiré.

    —Vete, ya no tienes nada que hacer aquí —repitió el daiyoukai.

    La pantera, indignada, demudó la expresión de su rostro y le dedicó una sonrisa dulce pero retorcida. Se puso ambas manos en el pecho…
    —De hecho, sí tengo algo que decirle —instintivamente Akyoushi y Sana perdieron su temple y mostraron los colmillos— tengo que decirle que después de…

    —Suficiente —dijo la Dama Perra antes de dejarla terminar, ya había visto y oído suficiente—. Si respetaras a mi hijo le obedecerías. Guardia, sáquenla del palacio y sus inmediaciones. Ahora.

    Todos los guardias se abalanzaron sobre la pantera y su acompañante y los sacaron a la fuerza antes de que ellos fueran capaces de utilizar sus poderes mágicos. Algo les había imposibilitado. Ese algo era la voluntad de Sesshoumaru.

    La Dama Perra levantó la cabeza.
    —Las cosas que tengo que soportar —pero nunca dejaría que una youkai de esa casta maldijera a su hijo. Ni a sus nietos.

    El ambiente se sentía tenso aún después de que la pantera de las nieves hubiera hecho una escandalosa salida. El hanyou intentó tocar la mente de su primo a través de aquella extraña conexión, preguntarle acerca de lo que había acontecido, pero Akyoushi no reconocía a aquella youkai como su madre. De hecho, ni siquiera sabía quién era, lo único que el príncipe sabía era que ella odiaba Rin y a Sesshoumaru y que eso no lo toleraría.
    Kanta salió de detrás de su primo, por fin consciente de lo que sucedía y del peligro al que había estado expuesto. Todos lo miraban extrañado, no era común la presencia de un hanyou en aquella ceremonia. Algunos murmuraban acerca del hijo de Inuyasha, del escandaloso parecido con el anterior Maestro y de cómo Sesshoumaru le había permitido deliberadamente estar ahí, a pesar de la impureza de su sangre. Kanta intentó cerrar sus oídos.
    En silencio, se acercó a Sana por detrás y pensó que ella voltearía con brusquedad ante la sorpresa, pero no lo hizo.

    —Sana… ¿es verdad lo que dijiste? —estaba nervioso, muy nervioso—. ¿Ella es la madre de Akyoushi? ¿su verdadera madre?

    La inuyoukai ni le contestó ni volteó a verlo. Deliberadamente le estaba dando la espalda, sin embargo, tampoco dejó que su séquito hiciera retroceder a Kanta.

    —¿Qué hacía aquí en un momento como este? —volvió a preguntar el hanyou— ¿Cuáles eran sus verdaderas intenciones?

    La youkai se separó de él y le indicó a su cortejo que se mantuviera alejado, con un movimiento de la mano.
    Salió de la sala y caminó por la plataforma exterior, en la intemperie. Sintió la fría nieve que caía como cristales y le habría gustado poder verla. Se apoyó en uno de los pasamanos, con la mirada enfocada al vacío, hacia la nieve.

    —Quería hacer daño, quería preocupar a mi padre con sus malas noticias. Esa es una bruja, tiene la capacidad de predecir el futuro, como yo —parpadeó, impávida—, pero no puede controlarlo, aunque quiera hacer creer eso a los demás.

    Kanta estaba a sus espaldas, pero ella no estaba preocupada.

    —Leí las intenciones de mi padre. La conocía desde antes, desde mucho antes de que nosotros naciéramos. Ella le trajo algún mal presagio, alguna desgracia. Mi padre parece no querer recordarlo, nunca me habló de ella, ni de esto.

    —Tu hermano pudo saber sus intenciones por su lazo de sangre ¿verdad?

    Ella permaneció en silencio por un largo rato.
    —Es posible.

    —¿Cómo te encuentras? —deliberadamente acercó su rostro al de ella, excusándose por el frío.

    —Estoy bien. Ya no tengo pesadillas. Pero los demás aún las tienen.

    —Nos tenías muy preocupados —susurró y tomó valor, rodeándola con un brazo—. Aquella vez creí que ibas a morir, no hubiera podido vivir con eso.

    —Les hice mucho daño, lo siento —se disculpó ella.

    Él se acercó más, pegando su cuerpo al de ella, rodeándola más y se dio cuenta de que su contacto era aceptado.
    —Echa un vistazo hacia el futuro. ¿Crees que no volveremos a ser amenazados? Me refiero al Clan.

    A ella le alegraba que él se considerara parte del Clan, pero…
    —Creo que empezaremos una de las eras más sangrientas jamás antes vistas... Nuestro abuelo nos legó mucho poder como para que podamos retenerlo.

    —Hace frío afuera —dijo Sesshoumaru a sus espaldas y ambos voltearon, sorprendidos.

    Sesshoumaru tenía la curiosa habilidad de ocultar completamente su presencia si así lo deseaba y les había dado un buen susto. Cosa que consideraba justa, ya que ellos se creían con las libertades de romper reglas y hacer lo que les viniera en ganas. Sus hijos entablando relaciones con hanyous y rompiendo todo tabú, toda tradición que los Antiguos hubieran instaurado, sin importarles lo que fuera a ser del destino del Clan mismo. Metiéndose deliberadamente en su cabeza para sustraerle información que él había considerado importante ocultar. Hablando de derramamientos de sangre en la familia como si fuese lo más natural del mundo, como si matarse entre hermanos estuviera bien ¡Qué vivan la sangre y la muerte! ¡La Oscuridad no asusta a nadie!
    …¿Y él qué podía opinar al respecto? Aplastando la moral de Inuyasha cada vez que podía, en venganza por lo que no había podido tener. A veces, tendía a olvidar que, tiempo atrás, él había sido exactamente como eran sus hijos. Y no confraternizaba con hanyous… pero sí con humanos.

    “Que tus palabras sean dulces, puede que tengas que tragártelas”

    —Shiroi Hana, entra a la casa —ordenó.

    Ella se sorprendió, puesto que no era llamada por su nombre excepto cuando su padre estaba… ¿enojado? ¿Y qué iba a contestarle? ¿“Kanta vino y me abrazó”?

    —Como ordene, padre —y se fue cerca de Rin.

    Cuando Kanta se quedó a solas con su tío, no pudo controlar los nervios y por poco huyó.

    —¿Qué creías que hacías?

    —Nada, oyakata-sama —su corazón parecía querer salírsele por la boca.

    —Tu padre permanece como dormido en otra tierra, entre humanos cuyas vidas se extinguen rápido, mientras tú aquí osas robar el privilegio de un Príncipe Inuyoukai. Y además, luego de haberte ensuciado tocando a una humana —su tono fue despectivo.

    ¿Cómo era posible que Sesshoumaru supiera eso?

    Avergonzado, Kanta bajó la cabeza y retrocedió, como correspondía ante Inu no Taishou.

    —Pocos sobreviven al invierno y tu hermana no sobrevivió. Cuando tú hayas muerto, será como si jamás hubieses existido para este Clan y tu sangre se perderá —el hanyou asintió—. Tienes suerte de que esta bruja no te haya maldecido, mi hija no te mintió.

    Kanta no pudo evitar levantar la mirada.

    —Mucho tiempo antes de que tú nacieras, ella me dijo lo que pasaría y me hizo creer que era un ser irreal. Quiso aprovecharse de la situación para destruirnos. Quiso mi poder. Osó burlarse de mí —Kanta lo escuchaba atónito ¿su tío creía que sólo intentaba aprovecharse de Sana? ¡Eso no era verdad!—. Kanta, mientras permanezcas aquí, no dejes que el Clan se destruya, no hagas lo mismo que tu padre, no traiciones a tu familia —entonces, le dio la espalda y se metió en la casa.

    El hanyou entendió el mensaje. Su tío lo había puesto a prueba. Si realmente algo malo llegaba a suceder, él debería permanecer allí y proteger a sus primos o al menos intentarlo.
    Pero estaba confundido. Sesshoumaru-sama se sabía poderoso ¿Creía en los malos presagios de la bruja de las nieves? ¿Temía que algo pudiera ocurrirle? ¿Creía que el Clan del Inuyoukai podía quedar abandonado a su suerte?

    Sana le había dicho que se derramaría sangre ¿se refería a la sangre de su propio padre?

    Kanta permanecía con la vista fija en el cielo, allá donde se perdía la luna, abrazándose a sí mismo. Tenía demasiadas cosas en la mente y no podía quitárselas. Hoy su padre cumplía años y lo extrañaba más que nunca, incluso extrañaba sus reprimendas y sus golpes. Sin darse cuenta, se frotó la cabeza.

    —Te ves triste —dijo la princesa, apareciendo repentinamente a sus espaldas.

    Kanta se sorprendía de que ella “lo viera triste”, ¿acaso estaría leyendo sus intenciones? ¿Y de dónde había salido ella? ¿Habría escapado de su diligente madre y su exigente padre sólo para ir a verlo? La princesa quería verlo, se sentía honrado. No le prestó demasiada atención, no volteó a verla, ni le respondió. Se frotó los brazos.

    —Pareces tener frío —ella se puso en cuclillas cerca de él, hizo un hueco en la tierra, apartando la nieve y luego sacó algo de paja seca del establo. Puso la paja en el hoyo, colocó las manos encima, se enfocó y poco después, ambos estaban junto a una bonita hoguera.

    Kanta se alegró de no sentir tanto frío, pero volvió a perderse en sus pensamientos.
    —¿Por qué?

    Ella lo miró extrañada.
    —¿”Por qué” qué?

    —¿Por qué todo? ¿Por qué tengo que estar aquí solo y sin mi padre? ¿Por qué me tratan así esos youkai que ni siquiera me conocen? ¿por qué tantas batallas? ¿Por qué tanto odio hacia los humanos? —inhaló profundamente— ¿Por qué tuvo que morirse?

    Ella pareció valorar una a una sus palabras. El fuego crepitaba, llamándoles a ambos.
    —Desde tiempos inmemoriales, nosotros los youkai habitamos estas tierras y se las obsequiamos a nuestros dioses, los daiyoukai. A aquellos que establecieron su poder y su sabiduría por encima de los demás les llamamos Antiguos. Ellos establecieron las reglas que rigen la vida de todo youkai y llegaron a vivir miles de años, gobernando a los señores de los youkai —ella aumentó el brillo del fuego y extrañas imágenes se dibujaron en él. Kanta estaba viendo el pasado con sus propios ojos—. Hace algunos miles de años, los humanos llegaron a estas tierras y pronto demostraron ser débiles e inferiores a nosotros. Los youkai, para defender sus territorios cazaron a los humanos. Por otra parte, nuestras leyes nunca estuvieron en contra de cazar y devorar seres humanos, mientras esto no generara ningún conflicto entre clanes.

    —¿Pero que fue lo que pasó?

    Ella bajó la vista y pensó por un rato.
    —Los youkai debieron permanecer ocultos por años. En los tiempos de nuestro abuelo, los humanos estaban reunidos en grandes clanes, en ciudades vastas como las nuestras y les regía un solo gobernante con una línea de sangre pura y antigua —las imágenes del fuego simularon una guerrilla—. Pero los clanes humanos se dividieron y comenzaron a pelear unos contra otros, a pesar de pertenecer a la misma especie. El poder de la “nobleza” humana cayó, los humanos se volvieron más tontos y débiles y huyeron a las montañas y bosques, invadiendo a los youkai una vez más.

    Las imágenes dibujadas en el fuego eran cada vez más violentas.

    —Las energías malignas expulsadas por las intenciones de estos seres humanos, las invasiones y la sangre derramada en los campos de batalla hicieron que los youkai salieran de su refugio y reclamaran nuevamente estas tierras —fijó la vacía mirada en él—. Pero algunos youkai se opusieron a que los humanos fueran masacrados, y fueron asesinados por sus congéneres —Kanta miró a la imagen del fuego, entre las llamas, un enorme dragón se levantaba y lanzaba una bola de fuego al corazón de un perro que le doblaba en tamaño—. Eso fue lo que le sucedió a nuestro abuelo.

    Kanta estaba horrorizado.
    —Entonces, si los humanos no se hubieran negado al dominio de los youkai, nada de esto habría ocurrido, ¿verdad?

    —No es sólo por los humanos —los ojos vidriosos de Sana parecían brillar, parecía estar conmovida—. Nuestro abuelo renunció a su vida para proteger la vida de tu padre. Si nuestro abuelo no se hubiera sacrificado, tú no existirías.

    —Y eso sería una suerte —dijo una voz a unos pasos de distancia.

    —¿Cómo te atreves a decir eso? —inquirió la princesa enojada, volteando hacia su hermano, que se acercaba con paso lento, aún vestido con las ropas de la ceremonia.

    —Por supuesto, nos hubiéramos ahorrado muchos problemas, Kanta no andaría por la vida metiéndose en líos.

    Ella lo indicó con un dedo.
    —Pero tú aún estarías aquí para ponerle los pelos de puntas a nuestro padre, o tal vez… —parpadeó—, tal vez no.

    Y tú de seguro no te metes en problemas, quiso murmurar el príncipe.
    —¿A qué te refieres, hermana mayor?

    Ella pareció dudar.
    —No estoy segura. Veo el futuro, no el pasado. Hay muchas cosas que yo no sé. Pero sólo pienso que tal vez nuestro padre no te hubiera tenido, ni por accidente.

    —¿Cómo te atreves a decir que soy un accidente?

    Ella lo ignoró y se volteó hacia su primo.
    —Porque es la verdad.

    —Oigan, oigan, no vayan a pelear frente a mí —trató de tranquilizarlos Kanta.

    —Nosotros no peleamos —murmuró ella.

    Sesshoumaru en miniatura apretó la mandíbula.
    —Además, lo que dice es cierto —agregó—. Ea, Kanta, te traje algo de comer… —sacó un gran trozo de carne cruda, lo extendió sobre el fuego y lo dejó caer en medio de las llamas. La carne comenzó a quemarse, quedaría incomible— …ups, se me resbaló.

    Kanta miró espantado cómo su cena se consumía.

    Sana metió la mano en el fuego, sacó la carne y se la dio.

    —¿No te duele? —preguntó incrédulo el hanyou.

    —Me duele, pero no tanto —dijo ella en su natural tono sereno—. El jyaki de Akuma es peor.

    Kanta frunció el ceño, no quería traer ese tipo de temas a colación. Clavó la carne en un cuchillo y la puso a asar sobre la fogata, mientras su primo se sentaba también frente a él. Ni bien el delicioso olor a carne asada comenzaba a invadir el ambiente, los príncipes se hicieron hacia atrás, con sendas expresiones de repugnancia y tapándose la nariz.

    —Qué asco —murmuró la chica.

    Akyoushi seguía con la nariz tapada.
    —Otra vez echando a perder la comida.

    —¡Cállense las malditas bocas! —Kanta se sintió ofendido— ¡Si Rin hubiera sido la que cocinaba, hubieran comido sin protestar!

    —¡Pero Rin es Rin! —replicaron los hermanos.

    Todo quedó en silencio mientras Kanta probaba la cocción de la carne.

    —¿Cómo está la noche? —preguntó la niña.

    Akyoushi abrazó sus piernas.
    —Todo está cubierto de nieve, hace frío y la comida escasea.

    A Kanta eso le molestó.
    —Ah, las estrellas titilan como brillantes joyas, parecen cantar allá arriba. La luna se ve brillante y hermosa y refleja su luz sobre la nieve, que resplandece como la plata. Los estanques parecen bellos espejos de hielo y el palacio luce majestuosamente iluminado, con las luces de sus habitaciones… es como un conjunto de estrellas doradas, flotando en medio de un cielo oscuro rodeado de nubes de cristal. Hay trozos de cristal colgando en los árboles dormidos de los jardines —le sonrió a su prima.

    Akyoushi lo miró con el ceño fruncido.

    Ella sonrió.
    —Se oye bien. Me gustaría poder verlo.

    —Ya sé, chicos, juguemos un juego —dijo repentinamente entusiasmado el hanyou.

    —¿Qué tipo de juego? —cuestionó la princesa con ciertas dudas.

    —Bueno, pues yo les haré unas preguntas y ustedes tienen que decirme la verdad. Primero Akyoushi —lo miró a los ojos—. Si el castillo se estuviera incendiando y sólo pudieras salvar a una persona ¿a quién salvarías?

    El chico permaneció en silencio, parpadeó…
    —¿No puedo regresar para salvar a alguien más?

    El hanyou bufó.
    —No, no, nada de eso, sólo una persona… en lo que tú descifras eso… Sana, misma pregunta.

    Ella se mordió los labios.
    —Pues primero ayudaría a mi padre pero… —giró la cabeza hacia su hermano, luego hacia Kanta, luego hacia su hermano…

    Ese era el tipo de pregunta que nunca había que hacer a un inuyoukai. Un inuyoukai no podía escoger a quien proteger, sino que protegía por instinto y no a alguien en especial, sino a todo aquel que fuera mínimamente importante, desde Jaken hasta su mismísimo padre.

    —Pues yo ayudaría a toda mi familia —murmuró Sana finalmente.

    —Y yo —la secundó su hermano un poco avergonzado.

    Kanta suspiró y miró a la luna, que ahora lucía más bonita que antes, no estaba seguro de cuál era la razón. Se miró “disfrazado” de príncipe, acompañado de sus dos primos frente a la cálida, luminosa y mágica fogata. Cerró los ojos y aspiró el olor de la carne asada. Sintió placer y una sonrisa fue dibujándose en su rostro.
    —Ah, parece como si estuviera en un campamento.

    —¿Campamento? —murmuró la princesa.

    —Mi madre dice que, cuando ella y los demás eran jóvenes, viajaban mucho —sonrió ampliamente, se sentía bien al poder contarles algo de su vida o la de sus padres, era la primera vez que lo hacía a pesar de que llevaba mucho tiempo allí—, cenaban lo que conseguían pescar y lo que cazaba mi padre, jugaban a las cartas y contaban historias y a menudo dormían bajo las estrellas.

    Sana dejó caer el mentón sobre sus blancas y delicadas manos, denotando interés. Al contrario de Rin, amaba las historias largas.
    —¿Y qué historias contaban?

    —Pues… mi madre contaba unas historias bien raras.

    Akyoushi entrecerró los ojos.
    —¿Y de cuál se fumaba?

    Kanta le tiró una brasa.
    —No insultes a mi madre.

    El príncipe iba a pararse para golpearlo por aquel acto, pero su hermana lo agarró del brazo y le transmitió con señas que se sentase y escuchara. Él lo hizo.
    —¿No te aburre escuchar las historias de los humanos, hermana mayor?

    —No —Sana tenía esa sonrisa dibujada—, Rin me cuenta muchas historias de los humanos.

    Kanta se aclaró la garganta.
    —Bueno… mi madre decía que venía de una aldea realmente enorme…

    —Una ciudad —corrigieron los dos príncipes a la vez.

    “El Palacio del Clan” era en realidad una enorme ciudad amurallada y oculta, importante por la cantidad de habitantes y el complejo sistema socio-político y económico por el que se ordenaba. Allí había de todo, desde médicos y adivinos hasta magistrados y militares. Había pequeños mercados, grandes almacenes y depósitos, armerías, establos, casas secundarias, un templo —pequeño en comparación al templo del Viento—, jardines, plazas, sitios de esparcimiento, bibliotecas, escuela, bases de datos, tesorería y enormes casas para los integrantes de la Corte, las cuales se hallaban unidas formando partes de las dependencias de la Casa Principal, cuyo último piso estaba reservado al gobernante absoluto, actualmente, Sesshoumaru.
    La verdad era que ninguno de ellos necesitaba salir de la ciudad amurallada —las diferentes divisiones del ejército se encargaban de las importaciones y exportaciones, la caza, la patrulla y demás actividades— y resultaba difícil creer que, en un espacio tan grande, el príncipe Akyoushi se pusiera claustrofóbico e intentara escapar. Pero a veces, esas cosas suceden.
    Ah, era verdad, Sesshoumaru decía que a ellos “no debía de sucederles nada”.

    —Bueno —continuó el hanyou—, una ciudad, repleta de enormes casas, ubicadas unas sobre otras…

    —Complejos de departamentos —corrigieron ellos.

    —Bueno, “complejos de departamentos”. Y allí había enormes tiendas, donde se vendían todo tipo de cosas, desde comida hasta ropa, y en grandes cantidades…

    —Cadenas de mercado —aclararon ellos.

    —Ya basta ¿van a contar la historia ustedes o la voy a contar yo?

    Sana levantó la vista sorprendida.
    —¿Tus institutores nunca te explicaron cómo es la estructura y el funcionamiento interno de la política y economía de una ciudad?

    Kanta la miró como si le estuviera hablando en otro idioma.

    —No le pidas eso, hermana mayor. Este pobre diablo se crió en un pueblucho cualquiera, lleno de humanos inferiores y apenas sí aprendió a leer y a escribir gracias a un monje de segunda, en un idioma que ni siquiera es el nuestro. Nunca sabrá lo que es la educación de un príncipe. Nosotros seremos grandes estadistas, él será un arrastrado.

    Kanta comenzó a devorar un trozo de su carne asada y lo fulminó con la mirada. Sabía que tenía razón. Eso le dolía y estaba avergonzado. No sabía si tenía caso seguir hablando con ellos. Quería darles unas sorpresitas, pero el plan le había salido mal. Era evidente que el nivel cultural e intelectual de estos niños superaba por mucho al suyo, si seguían hablando, sólo aumentaría su complejo de inferioridad. Estaba a punto de cumplir veinte años y se sentía una bola de estiércol comparado con estos mocosos.

    Sana inclinó la cabeza.
    —Kanta, no te pongas mal. Nosotros nunca sabremos qué se siente ser criado por tus padres y crecer jugando y riendo con tus amigos.

    Kanta los miró perplejo.
    —¿Pero qué dices? Ustedes tienen a su padre, fueron criados por él.

    Los hermanos rieron.

    —Nos criaron los sirvientes y fuimos educados por nuestros instructores —le dijo Akyoushi—, nuestro honorable padre no tiene tiempo para eso. Él sólo ha vigilado nuestro entrenamiento y educación desde lo alto —miró a su hermana, al menos Sana había tenido la oportunidad de ser entrenada personalmente por él en lo que a sus habilidades respectaba.

    Con razón a veces se mostraban tan desapegados de su padre, le llamaban fríamente “honorable padre” y le trataban de “usted”.
    Kanta seguía perplejo, pues no se imaginaba a sí mismo siendo educado por un completo desconocido, mientras su mamá y su papá se dedicaban… a quién sabe qué cosas. Él le decía a su padre “¡oye, viejo!” pero sus primos jamás tendrían esa clase de libertad… Tampoco se imaginaba vivir sin amigos.

    —Pero, y Rin…

    —Rin es Rin —repitieron ellos. Rin les acompañaba más de cerca, porque había tenido una vida semejante a la de Kanta. Aunque habían algo que no podían reclamarle ni a su padre ni a Rin. Siempre estaban ahí cuando ellos los necesitaban.

    —Además, Rin es la Dama de nuestro padre —Sana se cruzó de brazos—, su tiempo es para nuestro padre, no para nosotros.

    Akyoushi se cruzó de brazos también.
    —Mi hermana tiene razón, no importa cuanto intentemos llamar su atención.

    —Además —Sana usó un tono serio—, no puede estar con ella ningún hombre que no sea mi padre.

    Al príncipe se le cortó la respiración, era una clara reprimenda por meterse sin permiso en las dependencias de Rin, a sabiendas de que estaba prohibido.

    Kanta sonrió con algo de maldad.
    —Pues no pareces muy educado, querido primo, debido a tu falta de modales.

    El chico miró en otra dirección.
    —No necesito mostrarme educado con un miserable, ignorante y apestoso hanyou.

    Sana le dio un codazo.
    —Ya sé —levantó una mano.

    Su hermano le sujetó de la mano, se la bajó y no la dejó terminar.
    —Hermana mayor, estás mal, Kanta sería incapaz de poder hacer eso.

    El hanyou ladeó la cabeza.
    —¿Hacer qué?

    —Aprender cómo vive un príncipe —le dijo la chica.

    Kanta se sonrojó.
    —¿Yo?

    —Olvídalo, hanyou —sentenció su primito—, las esperanzas están perdidas antes de empezar.

    Él se puso de pie.
    —¡No hables antes de tiempo!

    —No hace falta gritar, Kanta —le aclaró su prima—. Esto puede arreglarse, pidámoslo formalmente a mi honorable padre. Es difícil, lo sé perfectamente, pero tal vez me tomará en cuenta por ser la heredera a las Tierras.

    Akyoushi la miró.
    —Hermana mayor, sobre ese tema…

    Ella ya se había puesto de pie y había tomado de la mano a Kanta para llevárselo a la Casa Principal.
    —Anda, Akyoushi, ven tú también conmigo.

    Él príncipe entrecerró los ojos. Se estaba conteniendo, intentando mantener la compostura, como correspondía a un príncipe, porque realmente quería matarse de la risa.
    —Esto tengo que verlo —se puso de pie—. Andando. A ver a Oyakata-sama.

    AHI TERMINA EL CAPITULO ^^
     
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  15.  
    Fernandha

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    x`D Hola Whitemiko-san :') también saludos a Asurama-sama.

    Me gustó, gracias por la invitación.

    Naciste para esto, verdaderamanete. Tienes un don para la redacción y la manera en que manejas los géneros. Me parece suave pero a su vez directa la forma en que narras todo, especialmente las emociones de cada uno de los personajes.

    Kanta, como lo adoro. Verdaderamente su actitud me encanta. La "determinación" de Akyoushi y la sabiduría de Sana, si se puede decir así x`D

    Esperaré el próximo :'3

    Gracias por la continuación y a Whitemiko-san por publicarlos ^^

    Adiós y buen día.

    At: Fer-chan.
     
  16.  
    Whitemiko

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    holi!!!!

    Bueno, sabes a pesar de haberlo leido antes, me paso a leerlo de nuevo, que tiene!!xDDDD, jajaja ok, ya sabes como soy de simplona, pero pues, ayyy me causa mucha gracia cuando Kanta dice que si Rin lo cocinara se lo comerian sin chistar y ellos de idiotas, pero Rin es Rin!!y yo LOL que gracioso!!, pero sobretodo, me hiciste maldecir por haber puesto que la hermanita de Kanta se murio!!!T_T, pero bue...ya me explicaste aquello y n_n estoy conforme xDD siempre me ha parecido curioso, como a pesar de que Akiyoushi, le quiere, lo friega de esa manera, jojo supongo que asi se llevan los hombres.

    En la parte donde aparece la madre de Aki digo FUCK!, y luego ashh es tan hipócrita la maldita!!!, como se atreve!!see lo se, sueno muy contradictoria, cuando te digo que esa vieja me gusta mucho el dibujo que hiciste, pero es que ashh la maldita esta bien bonita!!, como quisiera ser ella, aunque me parece rematadamente estupido el hecho de que se haya deshecho de Akiyoushi, si después buscaba hacerse del poder de él, si, fue estupido, pero más estupido fue que haya ido al castillo de Sesshomaru, se metió en boca de lobo xDD

    Supongo que asi debe de sentirse Kanta, yo me sentiría mierda de ser él, y andar ahí, pues porque técnicamente si es un campesino, pff cuando Inuyasha pudo haber escogido algo mejor, pero pues recordemos que Inuyasha no se deja ser el tapete de nadie, pero lo que me hace que me de tanta risa, es cuando llego asustando de muerte a Sana y a Kanta yo me hubiera infartado en ese momento.

    Me parece gracioso como Sessho se regaña a si mismo cuando ve a sus hijos, haciendo amistad con Kanta, y luego el se repite que el era peor porque lo hacia con humanos, LOL eso me mato!!!al menos es autocritico!!

    PERDON POR NO COMENTARTE EN TU CONTINUACION ANTERIOR!!!ES QUE SE ME VA LA ONDA!!O SI COMENTE???AYYY YA NI SE!!
    bueno, espero de ahora en adelante, ir al corriente con tus capis, porque por lo que hablamos la otra ves, se pondra la mar de interesante!!!viene el dramaaa!genial!!mi parte favorita!!XDDD

    XOXO
     
  17.  
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    Bueno bueno! Se me puso el corazón chiquito cuando leí que Kagome perdió el bebe. Me dio bastante risa cuando Sesshomaru cachó a Kanta con Sana, ja! En fin! Súper interesante el capítulo, me ha encantado! Espero el próximo!
    Nos leemos!!
    Wish!
     
  18.  
    Asurama

    Asurama Usuario popular

    Cáncer
    Miembro desde:
    21 Octubre 2008
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    648
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    The Legacy
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    60
     
    Palabras:
    13763
    Divertido intermediario

    Los tres llegaron a una de las entradas laterales de la sala de reuniones y Sana entró primero, quedándose junto a la puerta. Su padre estaba hablando con un estadista, pero al darse cuenta de la presencia de ella, la miró, primero de reojo, luego más atentamente y finalmente, le pidió disculpas al youkai y salió. Le molestó ver a sus hijos acompañados del hanyou.

    —Princesa, Príncipe, ¿qué hacen con ese hanyou?

    —Lamento interrumpirle, honorable padre, pero quería pedirle un gran favor —empezó la princesa—. Deseaba saber si existe alguna posibilidad de que Kanta, como miembro del Clan que es, pueda recibir por algunos días la educación signada a un príncipe.

    Hubo un incómodo silencio. El daiyoukai comenzó a reír, no se había divertido tanto desde que había conocido a su hermanito, el hanyou.
    Kanta se hizo hacia atrás, esa no era una risa de diversión, no. Se estaba burlando de él.

    —Princesa, este no es momento para este tipo de bromas.

    —Ah… pero, padre… no es ninguna broma. De verdad, solicito su beneplácito para ponerle un instructor a Kanta.

    A sus espaldas, Akyoushi ya apenas podía contener las ganas de reírse.

    —¿De qué hablas, Princesa? un inferior hanyou como este jamás tendrá los privilegios de un príncipe —miró a su sobrino—. Hanyou, eres flojo en tu entrenamiento y débil comparado a cualquiera de mis guardias ¿Te crees capaz de cambiar tu deplorable situación de la noche a la mañana?

    ¿Qué se suponía que era esta clase de caprichos? Sana empezaba por pedirle esto ¿y luego, qué le pediría? ¿Casarse con Kanta? ¿Tener hanyous? ¿tenía que tolerarlo?

    Kanta hizo una profunda reverencia y se mantuvo así.
    —No lo defraudaré, oyakata-sama.

    Ante su sorpresa, el daiyoukai volvió a reírse.
    —Compórtate como el hanyou que eres —dijo seriamente—. Y tú, Princesa, compórtate como la daiyoukai que eres, con dignidad. No puedes rebajarte a esto.

    Ella siguió tratando de parecer lo más seria posible.
    —Padre, por favor, tomaré mis responsabilidades.

    Sesshoumaru miró de manera despectiva al hanyou.
    —He pasado por muchas tribulaciones, me vendría bien un divertido intermediario. Pondré sobre aviso a los instructores de Akyoushi —dicho esto, se metió de vuelta a la sala.

    Sana juntó las manos.
    —¡Sí!

    Akyoushi la miró no muy convencido.
    —Hermana mayor, no festejes antes de tiempo —miró de reojo al inferior hanyou—. Creo que esta semana tendré razones para divertirme.

    Un nuevo miembro en la Corte del Inuyoukai

    Soñaba que estaba comiendo la picante comida de su madre, cuando un olor diferente a la sopa de miso le despertó. De pronto, se hallaba rodeado de guardias ¡¿Qué había hecho esta vez?!

    —Kikoushi-sama, síganos por favor —dijo formalmente y en tono de mucho respeto uno de ellos.

    Kanta miró en todas direcciones y, luego, se indicó a sí mismo, incapaz de creer que le estuvieran hablando así a él. Confundido, les siguió y se pellizcó para ver si despertaba pero, oh, sorpresa, estaba despierto, muy despierto y el toque de queda apenas acababa de sonar. ¿A dónde lo llevaban tan temprano?

    Los guardias entraron en la casa y pidieron que se abriera la puerta para kikoushi-sama, cuando ellos entraron a la Casa, él se detuvo.
    —N-no puedo entrar a la Casa Principal, e-está prohibido.

    —Es una orden de Oyakata-sama —le dijo uno de los guardias.

    Al entrar, Kanta vio a otros guardias que le esperaban y lo guiaron por varios pasillos, escaleras arriba. Pensó que tal vez vería a Oyakata-sama, pero se equivocó, pues lo llevaron a una habitación parecida a la de Akyoushi, pero con motivos verdes en las paredes y con muchos menos objetos en los rincones. Se encontró a varios sirvientes allí que lo llamaron y, con asco en sus expresiones, le quitaron las ropas y lo llevaron desnudo hasta un cuarto de baño. Estaba rojo de la vergüenza, ¡jamás había estado desnudo ante tantos desconocidos! ¡Y además habían mujeres! pero se dejó bañar de todas maneras. Luego, fue sumergido en una tina con agua perfumada, lo secaron y le colocaron un kosode gris.
    Los sirvientes eran demasiado amables, tanto que creyó estar en un mundo paralelo o una especie de pesadilla.

    —¿Qué me van a hacer? —preguntó finalmente cuando un grupo de sirvientas se pusieron a lavarle, aceitarle, perfumarle y peinarle el largo cabello, haciéndole daño. Cuando acabaron, le recogieron el cabello en una cola alta mientras hablaban entre sí y lo llevaron a otra habitación, donde otro grupo de sirvientas se abocaron a la tarea de maquillarle el rostro, o lo que a él más le pareció jugar con su cara.

    —¡Suéltenme! ¡No, no quiero! —discutía con ellas.

    Ellas reían o a veces mostraban disgusto, pero no lo soltaron.

    Cuando acabaron, lo llevaron frente a un espejo de marco dorado y Kanta se petrificó.
    —¿Ese soy yo? —preguntó mientras, desde la brillante superficie, le devolvía la mirada un inuyoukai moreno de hermoso, liso y brillante cabello plateado, con definidas aunque irregulares líneas púrpura en los lados de un rostro perfilado, ojos oscuros con gruesas pestañas negras y unos párpados igualmente oscuros y bordeados de un rojo profundo.

    “Se parece horrores al anterior amo” murmuró por lo bajo una de las youkai que lo habían convertido en eso. Eran hábiles, habían utilizado maquillaje para imitar las marcas faciales naturales de un inuyoukai.

    También quisieron “pintarle” una luna creciente con maquillaje chino hecho de piedras preciosas.

    —¡Ah, no! ¡Eso no! —y no se dejó.

    Finalmente, lo llevaron a otras dependencias, donde le quitaron aquel kosode y le pusieron uno dorado y ricamente bordado, sobre el cual le colocaron un hakama de azul oscuro y un hitoe de diferentes tonos azules, todo bordado. Era una ropa mucho menos sobria que la que había usado la noche anterior, pero también más rica y cómoda.

    —Me siento un muñeco —se quejó para sí, pensando en el modo en que lo llevaban y lo traían.

    Después, unos sirvientes lo escoltaron fuera de las dependencias y lo condujeron nuevamente hacia abajo, donde se cruzó con otro cortejo… que venía acompañando a Akyoushi, quien lucía tan altivo y prolijo como siempre.

    —¿Tú eres Kanta? ¡Casi no te reconozco! —bromeó con cinismo—, es que casi pareces una criatura civilizada, tal vez ese atuendo es demasiado para ti.

    Kanta aún estaba demasiado confundido como para responderle, así que sólo lo siguió.

    ¡Es el protocolo, estúpido!

    Se pararon frente a unas puertas… que no tenían nada de espacial y un hombre sobriamente vestido de negro, con un abanico en las manos permanecía junto a ellas, con la mirada en el suelo.

    Un de los del cortejo se paró junto al príncipe.
    —El joven príncipe Akiyoushi del Clan Inuyoukai —presentó.

    Kanta no estaba nada sorprendido. Estaba acostumbrado a oír su nombre completo Inu no Akiyoushi Ouji-sama. Pero sí se sorprendió cuando otro hombre igual al primero se paró junto a él, desprendiendo un olor que, para su sorpresa, le resultaba agradable.

    —El joven Kanta, hijo del Joven Maestro, el príncipe Inuyasha del Clan Inuyoukai —presentó.

    Kanta se quedó atónito. Ni siquiera tenía idea de que tenía un título pero, como era algo orgulloso, fingió saberlo.

    —Así que este es el hijo del honorable maestro Inuyasha —había cierto tono de sorna oculta en la voz de aquel sujeto que les recibía—. Si no fuera por su rostro moreno y… su aroma, hubiera creído estar ante un verdadero gran príncipe del honorable Clan Inu. Muy bien, pasen adelante, por favor —se inclinó para permitir que los dos pasaran.

    Kanta vio que había tres cojines en el centro de la habitación.

    El hombre se paró junto a Kanta y, con el abanico que llevaba, lo golpeó en el hombro y en el centro de la espalda, hasta que Kanta se paró derecho, bien erguido. Se quedó así, como una estatua, sin atreverse a moverse. El instructor caminó un poco alrededor de ambos.
    —Como instructores de la familia, nuestro deber es convertirle a usted en un príncipe a cualquier coste —pronunció en un tono duro—. Yo le enseñaré a comportarse adecuadamente. Esta es la clase de Protocolo y Ceremonial, la favorita del su alteza, el joven príncipe Akiyoushi ¿verdad, alteza? —inquirió en tono mordaz.

    Akyoushi asintió con un leve movimiento de cabeza pero Kanta, que le conocía, pudo notarlo algo incómodo.

    —Los modales son las normas de conducta que demuestran educación y refinamiento en quienes las aplican. Por lo tanto, como integrante de la nobleza que usted es, no puede ignorar estas normas, será muy importante que aprenda buenos modales y los códigos del protocolo…

    —¿Los códigos del protocolo?

    —¡Silencio! No puede hablar en cualquier momento, ni para decir cualquier cosa, sin importar que sea kikoushi-sama.

    Kanta estaba acostumbrado a que le gritaran, pero esta vez le dolió de veras, porque este hombre le había regañado sin faltarle el respeto, de modo que no podía contradecirlo. Kikoushi era como se llamaba a un joven noble, así le decían a su primo y, según sabía, así le decían también a Sesshoumaru antes de que fuera daiyoukai. ¡Este hombre le había corregido con altura y dureza! ¡Y sólo estaba comenzando! ¿Akyoushi tenía que enfrentar esto todos los días de su vida?
    De todas maneras, menudo maleducado había sido. De estar presente su madre, le habría regañado, por supuesto que le habían enseñado a comportarse en casa, bajar la cabeza —aquí era subirla— y guardar silencio, pero ante la Corte, ahora podía dar la sensación de que sus familiares y amigos eran todos unos maleducados, cuando la realidad era opuesta.

    —Siéntense, por favor.

    Akyoushi en silencio, se sentó en uno de los cojines, mientras su primo miraba callado, para luego sentarse en el cojín que estaba varios pasos atrás, a la derecha. El instructor volvió a pasar detrás de él y le dio un golpe en la espalda para que se sentase derecho y sin mover los hombros.

    —El joven Kanta se sentará detrás de su alteza en todas las clases, puesto que es inferior en rango y su alteza, el príncipe, tiene más antigüedad en todas ellas. Nunca deberá pasar por delante de él, ni pedirle permiso, evitará cualquier clase de contacto físico y guardará silencio frente a él, respondiéndole sólo si él le habla y refiriéndole con su honorífico y del modo más formal —puso un tono muy duro—, pues he escuchado, joven Kanta, que se ha atrevido a llamar a su alteza por su nombre y sin honorífico. Eso se ha acabado. Está usted frente a su superior, no con un amigo íntimo.

    Kanta asintió serio, con un leve movimiento de cabeza, aunque aquel tono “de relajo” seguía poniéndolo nervioso. Una gota de sudor bajó por su sien y él intentó quitársela.

    —Joven Kanta, está prohibido tocarse el rostro o el cabello, va completamente en contra del protocolo y es signo de inseguridad —le regañó el tipo ese.

    Kanta se irguió rígido y abrió mucho los ojos.

    —Joven Kanta, no puede demudar la expresión de su rostro de esa manera. El rostro de un joven noble debe permanecer sereno, quieto e inexpresivo —con un suave movimiento, indicó hacia la pared que estaba a sus espaldas, donde había colgadas varias máscaras de teatro, entre ellas, las de un kikoushi, un joven noble—. Hierático como una máscara de teatro Noh. Un príncipe es como un dios y es esa la impresión que debe dar.

    Kanta frunció el ceño y apretó la mandíbula y el instructor lo miró duramente.

    —¿Acaso no me he explicado con claridad? —miró al príncipe— Akiyoushi-sama.

    El joven inuyoukai tomó aire, se sentó erguido, quieto, con las manos en el regazo y la mirada fija hacia delante, fría, inexpresiva, con un aire digno, todas sus facciones lisas. Ni siquiera parpadeaba.
    Aunque lo había visto muchas veces así, Kanta se sorprendió de todos modos. Su primo acababa de convertirse en una estatua.

    El instructor asintió y luego, miró al hanyou.
    —Kanta-sama, siga el ejemplo de Akyoushi-sama. Si se clama usted como noble, debe actuar como uno, de acuerdo a su posición—miró de nuevo al príncipe—. Eso me lleva, por cierto, a reclamarle al príncipe su falta de sentido en la ceremonia de su honorable abuelo. Aún en frente de una persona tan poco educada como esa, bien sabe que, como príncipe, no debe responder a la agresión. Sus profesores de Diplomacia están muy disgustados con su falta. Y su lenguaje se ha vuelto vulgar ¿qué dirán sus profesores de Oratoria? Tampoco debió salir de esa manera luego de la ceremonia, no es propio de un príncipe deambular por los establos, ni mucho menos permitir la entrada a sus dependencias de una dama, mucho menos Rin-sama. Tampoco debió haberse reído abiertamente, mucho menos de su honorable hermana mayor, ni en frente de su honorable padre. Además, ambos príncipes llegaron últimos a la ceremonia, siendo que deberían haber sido los primeros luego de su honorable padre ¿se ha olvidado de la puntualidad? ¿se ha olvidado del deber? ¿Debo seguir remarcándole todos sus errores?
    »Tal vez debo recordarle que un príncipe no puede cometer un fallo de protocolo que puede llevar a conflictos diplomáticos y a dañar su reputación, su imagen pública. Le ha causado problemas a su honorable padre y eso no es admisible.

    Kanta tragó saliva, así que era por eso que su primo estaba nervioso, sabía que le esperaría una reprimenda. Una reprimenda que le recordó mucho a las de su mamá cuando hacía alguna travesura o molestaba a alguien ¿Pero un reproche por reír? ¿un reproche por salir a pasear, por defenderse de una ofensa? ¿En qué clase de mundo vivía su primo? Y aún a pesar de eso, permanecía completamente inmutable, como si las palabras de ese tipo no le afectaran para nada ¡a su primo, que era tan orgulloso! De seguro estaba comiéndose por dentro.

    —¿Está nervioso, Kanta-sama? —preguntó el instructor nuevamente en ese tono mordaz—. Me ha dicho el Maestro que es usted el causante de las muchas faltas de Akyoushi-sama y de Shiroi Hana-sama también. No está bien que los herederos del Clan rompan reglas y tradiciones, es una total falta de respeto a los Antiguos. Creo que tendremos que trabajar muy duro.

    Akyoushi le habló sin mirarle.
    —Aprenderás a amar el protocolo —dijo de manera mordaz.

    —Lo sé, Akyoushi-sama —respondió Kanta por lo bajo, con el mismo tono, intentando ponerse en la misma pose y con el mismo rostro inexpresivo.

    —Así es —asintió el instructor, mirando al inuyoukai—. Amará el protocolo tanto como usted, ¿verdad, alteza?

    —Sí, señor.

    A Kanta le habían dicho que los miembros del ejército aprendían códigos, pero él no formaba oficialmente parte de las filas, así que se había visto libre de tal presión hasta el momento. Andar con cara de palo no era tan fácil como parecía.

    —Un príncipe no puede mostrar emociones: ni enojarse, ni reír, mucho menos llorar. Debe estar impasible siempre. También debe hablar de manera justa y precisa, sin titubeos, con buen tono, jamás levantar la voz. Debe mantener distancia de aquellos de inferior rango y no permitir que lo toquen, le miren a la cara o le dirijan la palabra a menos que él lo solicite. No puede permitir que le hagan bromas, que le hablen sin honorífico o se le igualen de cualquier manera. Las formalidades deben guardarse siempre. Debe llevar su investidura con naturalidad, mostrar quien es, el poder que tiene. Jamás debe mostrar ninguna clase de debilidad.

    Kanta se ponía cada vez más nervioso, aunque intentara ocultarlo.
    —¿Puede respirar? —cuestionó.

    —Eso sí puedo hacerlo —contestó el muchacho aún en su papel de estatua perfecta.

    El instructor siguió explicándole cómo debía tratar con altura a sus superiores y con desdén a sus inferiores, sin pedir, sino ordenando. Los sirvientes debían ser tratados como si nada valiera, al igual que los de casta baja y los humanos.

    Y muchas cosas semejantes.

    Sí, empezaba a “amar” al protocolo. Se relajó cuando fue invadido por el hermoso aroma de su prima… pero eso era imposible, porque ella vivía confinada bajo sellos y permanecía descansando para recuperar sus fuerzas ¿o tal vez…?
    Olvidándose de todo, corrió hasta la puerta exterior de la habitación, mientras el instructor, furioso, le regañaba por aquella falta.

    —El instructor tiene razón, deberías comportarte mejor —le dijo dulcemente su prima desde el pasillo—. No quieres dañar un precioso traje de tela de Kaikoyoukai, ¿verdad?

    —¿Qué carajo es un kaikoyoukai? —preguntó confundido, mientras recibía un golpe en la cabeza por parte del instructor.

    Su prima lo miró ladeando la cabeza.
    —Es un youkai de cuerpo fusiforme blanco que, luego de alimentarse de morera durante la primera etapa de su vida, se envuelve en un capullo del cual, al ser hervido y desarmado, se obtiene un hilo fino, de alta calidad, utilizado para tejer una tela resistente, suave, brillante y delicada.

    Él se le quedó mirando como si le hablase en otro idioma.

    —Es decir, un gusano de seda —le soltó parcamente su primo, parándose a su lado.

    —¿Tanto escándalo por un mísero gusano de seda? —se encogió al ver al instructor levantar el abanico.

    —No es cualquier gusano de seda —le dijo el sujeto—, es un youkai especialmente criado para la elaboración de las ropas de o-yakata-sama.

    —Ah —no le veía el caso.

    —¿Y qué hace usted aquí? —preguntó Akyoushi, recibiendo un golpe en la cabeza, al igual que Kanta.

    Ella fingió distracción.
    —Ah, nada… sólo pasaba.

    Esa no se la creía nadie. El inuyoukai se impacientó y el hanyou se sonrojó, acudiendo al instante al recurso de esconder las emociones que acababa de aprender. Sin embargo, se alegraba de verla, y mucho aunque no pudiera decírselo.

    —Pero… no se preocupen por mí —ella sonrió—, hermano pequeño, Kanta, sigan con sus estudios, supongo que yo he de seguir con los míos…

    Kanta estaba a punto de decirle que no se fuera, que no los dejara a solas con ese monstruo…

    —La princesa tiene razón —dijo amablemente aquel sujeto, cerrando delicadamente la puerta y rompiendo el encanto… sólo para seguir torturando con su “clase de comportamiento perfecto”.

    No hables en la mesa

    Al acabar la molesta clase, el instructor condujo a ambos a través de un largo pasillo hasta una habitación semejante a donde habían estado antes, la cual tenía una hermosa vista a los jardines. Varios sirvientes les esperaban y les invitaron a tomar asiento en el centro de la sala. A Kanta le pareció una sala de reuniones semejante a las que había en los restaurantes, pero era mucho más grande y lujosa.

    —Los jóvenes tomarán aquí sus alimentos —comentó el instructor formalmente y, al rato, aparecieron varias sirvientes trayendo sendas bandejas repletas de comida y bebida de apariencia inusual.

    Supuso que, si lo tomaba el príncipe, no le harían beber veneno.
    Las criadas se sentaron junto a ellos y les sirvieron.
    Kanta iba a tomar su plato, cuando el maestro le detuvo.

    —No. Un príncipe no puede comer ni beber antes de que los sirvientes prueben la comida y la bebida —le dijo duramente—. Si se mueren los sirvientes, se buscará al culpable y se cambiará la comida. Si se mueren los príncipes, nuestras cabezas rodarán.

    El hanyou tragó saliva. Entonces sí podía ser envenenado durante la cena…
    Las sirvientes probaron todo y nada pasó. Entonces, volvieron a servirles y Kanta nuevamente iba a tomar su tazón cuando el irritante maestro lo detuvo para indicarle los modales correctos.

    Como no podía hablar a su primo antes de que éste le dirigiera la palabra, lo miró de reojo.

    —¿Sucede algo, Kanta? —preguntó éste, entendiendo la seña.

    —Ya, dime la verdad —susurró de modo suspicaz el hanyou—, apuesto a que cuando no te ven comes como bestia.

    Akyoushi entrecerró los ojos.
    —Sí, como como bestia fuera de casa, pero aquí, sigo siendo un príncipe.

    Aunque el instructor seguía dándoles la lata con “las formas correctas”, Akyoushi lucía mucho más tranquilo que en la clase anterior, complacido incluso ¿Por qué?
    De pronto, se oyó un ruido semejante a una explosión, seguida de gritos histéricos, golpes y vajilla rota en un sitio cercano, luego, se oyeron pasos que se acercaban corriendo hacia esa sala y dos hombres con armaduras entraron de forma intempestiva.

    —Gen-sama, ayúdenos por favor, Gin-sama ha perdido los estribos nuevamente.

    El instructor los miró.
    —Por favor, quédense aquí y compórtense hasta mi regreso —el tipo salió por la puerta como una bala, sin olvidar cerrarla con delicadeza.

    Ambos escucharon los pasos alejarse con velocidad. Akyoushi miró a su primo.
    —Rápido, come.

    Los dos empezaron a tragar directamente desde los platos, rápido y sin ningún tipo de modales, como si fuera la última vez que comían, como bestias, tal como había dicho el hanyou.
    Kanta pudo sentir que sus alimentos estaban semicocidos a diferencia de los de Akyoushi, sin embargo, la bebida caliente le supo rara.

    —Es sangre —le explicó Akyoushi y el hanyou quiso vomitar—. No vomites, nosotros los inuyoukai necesitamos alimentarnos de la sangre para ganar fuerzas.

    Akyoushi le contó que le pagaba a Gin, el hermano de Gen, para que fingiera locura a la hora de la comida —y a los sirvientes para que mintieran— y así poder ingerir sus alimentos sin ser molestado.

    —Me extraña que antes no les hayas amenazado con comerlos a ellos —comentó con cierta sorna el hanyou.

    —Me gustaría pero prefiero no atenerme a un reproche de mi padre —aseveró su primo.

    Cuando Gen regresó, ellos estaban sentados como niños buenos, limpios y ordenados y sus platos vacíos. Claro que sospechaba, pero no podía acusarlos sin pruebas.
    —Veo que ya han comido, entonces es hora de que pasen a su siguiente clase.

    Dejen los escritos a los calígrafos

    En los viajes que hacía con su papá y con su “tío”, Miroku-sama, a grandes templos o mansiones “atacadas por nubes de la desgracia”, había visto bibliotecas llenas de escritos, pero jamás había visto unas tan grandes como las que había aquí. Debía haber miles de ejemplares, sobre los temas más diversos. No era afecto a la lectura, pero esto había despertado su curiosidad.
    No pasó mucho tiempo antes de que entrara un calígrafo, se presentara formalmente y sacara algunos escritos y unos pergaminos en blanco para extenderlos sobre la mesa que usarían los jóvenes. Era muy simple, había que transcribir párrafos de aquellos escritos, Kanta pensó que sería fácil porque había aprendido la importancia de la buena caligrafía con Miroku-sama, pero cambió de opinión al ver palabras que no conocía y no podía leer ¿de qué dialecto se trataba? Suspirando, el calígrafo le fue explicando los significados de algunos ideogramas.
    Cuando Kanta completó tres oraciones, Akyoushi llevaba ya una hoja. Él escribía con movimientos rápidos y gráciles y su caligrafía le recordaba mucho a las negras hebras del cabello de su madre. El hanyou suspiró.

    —Para ser la primera vez que escribes en formal, no lo haces nada mal —usó un tono semejante al de su abuela—, así que un monje de segunda te ha enseñado a escribir con buena caligrafía, buen intento, Kanta.

    —Es… interesante —el hanyou se mordió la lengua.

    —Si tanto te interesa aprender, ¿por qué no asistes a la escuela? —comenzó la charla mientras continuaban escribiendo a diferentes ritmos.

    Kanta bufó.
    —Estás loco, no tengo nada para pagar las clases, además sería el hazmerreír, el único hanyou entre las castas puras. Eso es sólo para cortesanos y niños de mami que no tienen nada que hacer aquí.

    —Los niños de mami te arrancarían la cabeza sin problemas, forman parte de la Primera Escuadra, por si no lo sabías.

    —Por supuesto que lo sabía —claro, los jóvenes soldados tenían más méritos y privilegios que la media. Por supuesto Akyoushi también formaba parte de la Primera Escuadra —su padre no lo pondría con cualquier soldado— y también podía considerarse un niño de mami.

    Akyoushi lo fulminó con la mirada.
    —Vas a ver a la salida.

    —Uy, mire cómo tiemblo.

    Mierda con el idioma

    El calígrafo salió y, en seguida, entraron allí cuatro sujetos muy bien vestidos. Los cuatro saludaron formalmente a ambos.

    —Nuestros respetos, Joven Kanta, esta es la clase de lengua y oratoria. Nosotros intentaremos enseñarle a hablar, entonar y expresarse correctamente, primero que nada, en la lengua usada en esta Corte —dijo el que parecía dirigir a los otros—. Seguidamente, una vez haya manejado las formalidades básicas, intentaremos también enseñarle a expresarse en otros idiomas bases.

    De pronto, Akyoushi habló con voz gutural en una lengua cerrada, muy tonal y casi sin mover los labios. Kanta sólo entendió que había pronunciado su nombre. Nunca antes había escuchado nada semejante. Tardó en entender que su primo traducía a su propio idioma todo lo que el profesor decía.

    Respiró profundamente. Esta era la versión ridícula de la clase de “idiomas” de su madre.
    —¿Es realmente necesario hacer esto?

    El profesor pareció ofendido.
    —El idioma es muy importante porque, vaya donde vaya, todos se comunicarán de manera distinta y será su obligación entenderles —miró a Akyoushi— ¿Príncipe?

    Kanta se giró expectante.

    Su primo soltó una rápida “oración” con muchas flexiones y tonos, varios triptongos, muchas bhe y phe, sonidos tipo gl y algunas palabras terminadas en t o k. Tampoco se parecía a nada que hubiera oído antes.

    —Parece como si acabara de hablar en chino —murmuró confundido el hanyou.

    —Es que acaba de hablar en chino —aseveró el profesor—, un chino arcaico hablado en el tiempo de su honorable abuelo, para ser precisos. Inu no Taishou conoce y maneja sin dificultad la mayoría de las lenguas altaicas. El príncipe sabe hablar y escribir ocho idiomas y cinco dialectos y usted, joven, debe aprender al menos cuatro de ellos.

    Al escuchar eso, Kanta sintió que se convertía en piedra. Algo subió por su columna con la impetuosidad de un rayo.
    What the hell is this?! It’s a joke? Are you kidding? What the fuck do you think I am? I’m not your scapegoat, are you listening to me? It isn’t my fault that you can’t hold up the Master’s rules that you need someone stupid and more unfortunate than you to bother him…!

    De pronto, los profesores y el príncipe lo miraban con sendos rostros de asombro y consternación.

    —¿Qué fue eso? —articuló finalmente Akyoushi.

    Ni siquiera esos cuatro youkais, que habían vivido bastante y eran expertos en idiomas humanos y youkais, estaban seguros de entender.

    Kanta se cruzó de brazos, ofuscado.
    —Para que veas que no eres el único que sabe idiomas —lo miró de reojo, intentando evitar fruncir el ceño—. Y a la próxima, te insulto en francés.

    —¿Acabas de insultarme? —frunció levemente el ceño también—. Ni creas que me interesan los dialectos humanos —pero la verdad, era que el príncipe era curioso por naturaleza—. Un día deberías enseñarme eso.

    —Dudo que puedas aprenderlo —murmuró Kanta por lo bajo.

    —El príncipe se aprendió el japonés humano en una semana —murmuró el profesor más bajito.

    Kanta levantó una ceja, absteniéndose de preguntar si le estaban tomando el pelo y la silenciosa pregunta fue comprendida en el mudo idioma de la familia.
    —Lo hizo para poder hablar con usted —agregó otro.

    El hanyou se quedó duro de la sorpresa ¿lo había hecho por él?

    —No tiene nada de novedoso —dijo el profesor más alto, en un tono digno—, el gran Inu no Taishou hizo lo mismo para poder hablarle a su hermano menor, vuestro honorable padre, joven Kanta. Por eso permitió que los príncipes aprendieran varios dialectos usados por humanos también.

    Los otros tres profesores se aprestaron y, postrándose frente al joven youkai, se inclinaron varias veces, tocando el suelo con sus frentes. Temblaban y sudaban, parecían muy nerviosos.
    —Lo sentimos mucho, su alteza y le suplicamos que nos perdone. No hemos sido capaces de darle todas las herramientas para comunicarse con este joven, como usted nos pidió. Nos informaremos a la menor brevedad posible para satisfacerle.

    Al inuyoukai aquello no pareció molestarle en lo más mínimo. Ya había empezado a entender que todo lo “raro” venía de “la madre”, así que no le extrañaba que esa miko le hubiera enseñado a su hijo idiomas raros para comunicarse con humanos más raros todavía. Si es que algo así existía, lo cual era factible. Sus profesores no tenían modo de saber eso, claro.

    Los profesores en seguida enseñaron al hanyou las formalidades más básicas: saludar, presentarse y hablar de sí mismo. Le explicaban, por partes, cómo estaban compuestas las oraciones, luego, le pedían al príncipe que se las repitiera y Kanta intentaba repetirlo después, pero se hacía una mezcla en su cabeza y un trabalenguas al hablar, mientras sus profesores empezaban a cuestionarse qué tan grave era su retraso mental. Ellos intentaban, cada vez con menos paciencia, enseñarle a modular adecuadamente su tono y acento.
    Después de un largo rato de recibir críticas y varazos en la cabeza, el hanyou fue capaz de mantener con su primo una fluida conversación… de quince segundos.
    Seguidamente, le enseñaron cómo debía ser la oratoria de un príncipe. Debía hablar con seguridad, de una manera asertiva, concisa, sin apenas mover la boca y sin variar nunca la posición de su cuerpo o la expresión de su rostro.

    La dinámica de la clase de lectura era “sencilla”. Los profesores leían en voz alta una pieza de algún escrito para el príncipe y él debía recitarla y, luego, comentarla de manera correcta, con la formalidad y modos que correspondieran al tipo de texto. En este caso, fragmentos de crónicas militares. Kanta debía estar atento, porque luego, debía intentar hacer lo mismo, recibiendo en el proceso unos cuantos varazos más.
    En la segunda parte de la clase, los textos eran dados a los jóvenes y ambos debían leerlos, con la entonación correcta y de manera fluida.
    Los profesores dieron un espacio, para que Kanta intentara enseñarle “ese dialecto raro” al príncipe. Avergonzados, se hicieron hacia atrás y expresaron sus silenciosos respetos, mientras Kanta escribía.

    —Mira, esto es “A” —murmuró Kanta escribiendo.

    —“A” —repitió Akyoushi y la escribió correctamente en su propio papel.

    El hanyou asintió, nada mal para ser la primera letra.
    —Esto es “I”.

    —“I”… enséñame las sílabas completas, puedo aprenderme cuarenta de una sentada.

    —Pues esto no se escribe con sílabas, sino con letras.

    —¿Letras?

    —Sí, mira, esto es “A…, B…, C…, D…, E…, F…, G…, H…”

    Akyoushi abría cada vez más los ojos y aguzaba los oídos.
    —¿Qué dia… —los profesores lo miraron, golpeteando las varas en las palmas de sus manos— digo, ¿qué cosas más extrañas se suponen que son esas? ¡y sus nombres…!

    —Eso no es nada —sonrió con orgullo de ser por fin mejor en “algo”—, si quiero presentarme, simplemente tengo que decir “My name is Kanta Higurashi”

    En respuesta llegó un varazo.
    —Kikoushi-sama no puede usar el nombre de una familia humana. ¡Jamás! —le regañó fuertemente uno de los sujetos.

    Kanta se aguantó las ganas de frotarse la cabeza y pegarle al viejo.
    Ok, ok! Then… I’m Kanta, young prince from the Phantom Dog Clan
    ____________________________________________________________________
    (Nota: sobre lo que dice Kanta, para el que no tenga un buen manejo del inglés: “¿Qué mierda es esto? ¿Es un chiste? ¿Me están tomando el pelo? ¿Quién carajo creen que soy? ¡No soy su chivo expiatorio!, ¿me están escuchando? ¡No es mi culpa que ustedes no puedan soportar las reglas de Oyakata-sama, que necesitan a algún estúpido más desafortunado que ustedes para molestar!”)

    Déjense de historias

    Cuando los profesores de idiomas salieron, ambos se quedaron solos, conversando sobre trivialidades. Kanta era el que más hablaba, mientras Akyoushi respondía con monosílabos. Ambos miraron hacia la puerta cuando esta se abrió, pues no habían sentido su presencia al llegar.

    —¡Hora de la clase de Historia! —anunció con entusiasmo.

    —¿Pero qué haces tú aquí? —preguntó Kanta confundido y con ojos como platos.

    —¿Cómo que qué hago? Vengo a enseñar al príncipe, por supuesto —le sonrió ampliamente.

    Aquella expresión dejó al hanyou boquiabierto.
    —Pero… pero si los escribas son hombres…

    —Bueno, Sesshoumaru-sama no tiene ningún problema en que yo escriba y ordene las crónicas —cerró la puerta con cuidado y les hizo a ambos una reverencia—. Joven Kanta, Rin será su profesora de Historia e intentará hacerle entender cómo han vivido los youkai durante todos estos siglos ¿le parece bien?

    Kanta asintió idiotizado, casi notando cómo se le caía la baba. Dentro de la casa, ella no se cubría el rostro, apenas llevaba maquillaje y tenía un suntuoso vestido de varias capas de tonos rosas y rojos. Parecía esas muñecas que les regalaban a las niñas.

    —Rin-sama, Rin-sama, su belleza es inconmensurable, no debería cubrirse el rostro, pues impide a los pobres mortales deslumbrarse con la belleza de sus facciones.

    Rin trató de no reflejar consternación, era notorio que el chico en algún momento se había criado cerca de Miroku-sama. Se le vinieron a la mente ciertos recuerdos incómodos de su adolescencia… que incluían propuestas indecorosas y manos en lugares equivocados. Pobre Kanta.

    Akyoushi le dio un codazo.
    —Deja de mirarla así.

    —Yo la miro como quiero.

    —¿Crees que puedes mirar el rostro de una dama como es Rin? —levantó la voz.

    —Mira quién habla —levantó la voz más que su primo— ¿ser príncipe te da más derechos? ¿y todavía piensas que puedes sobrepasar a tu padre? Tú eres el atrevido…

    —El atrevido eres tú, porque…

    —Príncipe —lo detuvo ella en tono suave y cautivante.

    Él se calló y la miró como hipnotizado.

    —Un príncipe no pierde su temple de esa manera ¿cree que es necesario gritarle a un hanyou? —no perdía su tono dulce y le sonreía.

    El joven recuperó en seguida su aire digno y, en consecuencia, Kanta también se calmó. Sin dudas, ella tenía un don natural para domar a las bestias.

    Ella asintió conforme.
    —Eso está muy bien. Ahora… mientras yo busco los escritos, el príncipe me contará lo que aprendió antes de ayer… —caminó hacia las estanterías y se puso a mirar entre los escritos de memorias.

    El hanyou guardó silencio mientras Akyoushi mostraba un amplio y preciso conocimiento de nombres, fechas, lugares y hechos. Era como si recitara las páginas de un libro. Kanta sabía mucho de historia gracias a los conocimientos dados por su madre, pero poco sabía de youkais.
    Finalmente, la Dama sacó un escrito grueso y, sentándose en la mesa frente a ellos, lo desenrolló y comenzó a leerles. Kanta se abstrajo en seguida, concentrándose más en la voz de ella que en lo que le decía, porque se aburría.

    —Kanta… —le llamó ella varias veces—. Kanta, haz el favor de bajar de las nubes y escucha lo que estoy diciendo, esto es sumamente importante.

    —Ah, lo siento —se disculpó él y la vio sonreír.

    Aquello continuó sin problemas, porque Rin era muy buena contando historias.
    —Oigan, admito que yo también me aburría en las clases de historia y nunca escuchaba nada de lo que me contaban.

    —Si los youkai tienen tanta memoria y tantas vidas para vivirlas, no necesitan registrarlas todas, por supuesto que es aburrido —concluyó Kanta—. Tus cuentos de hadas son más interesantes, y las historias de mamá. Y Shako y los otros siempre habla de ti y tus historias, pero yo no me acuerdo —se sonrojó avergonzado.

    —¿Así que Shako me recuerda? —ella lucía repentinamente muy feliz—. Bueno, es natural que los cuentos sean más sencillos y… ¿por qué crees que los instructores pidieron a Sesshoumaru-sama que me enseñara?

    Kanta se quedó completamente boquiabierto y se inclinó hacia delante.
    —¿De verdad él te enseñó personalmente?

    Ella asintió con tranquilidad, sin que pareciera molestarle la invasión a su espacio personal.

    —¡Qué envidia! —murmuraron los dos muchachos.

    La “clase de Historia” se convirtió en una charla amena y ella acabó contándoles todo tipo de anécdotas, cosas divertidas o sorprendentes y las comparaba con cosas que había leído en todos aquellos libros. Kanta sentía que estaba flotando en un sueño hermoso y entendió por qué su primo se había aprendido sin dificultad todos esos datos. Hablaban o reían libremente, porque ella no les ponía ninguna clase presión y los modales tampoco eran muy importantes; sin regaños, sin críticas, sin golpes.
    Ella parecía contenta de responder sus inquietudes.

    —Oye, tú que sabes tanto —cuestionó Kanta con una sonrisa y una voz embelezadora que solía usar con las aldeanas— ¿puedes contarme cómo se conocieron mis papás y los otros? ¿o por qué viajaban tanto?

    Rin se quedó en blanco.
    —Bueno… eso es porque… —Naraku… Naraku… miró hacia un incienso que marcaba que la hora de la clase se había acabado—. Por todos los cielos, se me hace tarde, debo ir a ver a la Princesa. Que tengan muy buenas tardes, Príncipe, Kanta —los saludó con sendas reverencias y salió de la biblioteca como alma que lleva el diablo, dejándolos con las preguntas en la boca.

    —Es inútil —le dijo Akyoushi—. Hay cosas que Rin no responde. Cosas que nadie responde. Del mismo modo que no se puede ver nada a través de un sendero oscuro, tampoco podemos ver el pasado de nuestros padres. Descuida, Kanta, nosotros tampoco sabemos por qué.

    Kanta bufó.

    Inmediatamente después de Rin, entró un cartógrafo que les dio clases de Geografía, y luego, hubo clases de Filosofía. En matemáticas, Kanta sufrió, porque era tan malo como su madre, mientras su primo hacía cálculos en el aire con números de más de seis cifras.
    La clase de Gobierno, que era una clase avanzada, fue un asco y la que le seguía, Economía, que era una clase avanzada también, no fue mucho mejor. La clase de Diplomacia era corta, complicada y dictada por cuatro profesores distintos, uno de los cuales era el del Protocolo. El hanyou quería… arrojarse por una ventana, golpearse de cara contra una pared ¿Cuánto le quedaba al inuyoukai de neuronas para meterse todo eso en la cabeza? ¿Y cuánto faltaba que le metieran todavía? ¿Se trataba de algún tipo de lavado de cerebro? ¿alguna clase solapada de sesión de torturas?

    ¿Era legal?

    Kanta terminó… bastante mareado y preguntándose cómo Akyoushi entendía. Él simplemente le dijo que llevaba algo de tres años con “eso de las clases avanzadas”.
    Aparentemente, había otras clases para cortesanos, que eran opcionales, como música, pero su primo no las tomaba por considerarlas aburridas e inútiles, lo cual el hanyou agradeció.

    Educación física. O sea, golpes

    Al salir de la biblioteca, les esperaban unos guardias que anunciaron la hora del entrenamiento militar. La primera parte de dicho entrenamiento era “Estrategia” y era teórica, y luego era seguida por una ardua práctica.

    —Al fin, algo bueno para hacer… —murmuró Kanta, desperezándose de una manera desvergonzada.

    El inuyoukai le miró, le escupió y el escupitajo se convirtió en una capa de hielo y escarcha cubriendo el rostro de Kanta de una manera chistosa.
    —Eso no se hace, y más te vale entrar altivo al entrenamiento. Te voy a dejar en ridículo frente a toda la guardia.

    —¡Keh! Ya veremos quién deja en ridículo a quién —se sacudió para quitarse el hielo—. Me pregunto qué dirán esos tontos cuando vean a su todopoderoso príncipe en el suelo —sonrió de manera sardónica—. Además, todas esas lecciones… creo que se me agarrotaron todos los músculos, pero se recuperarán cuando te dé una golpiza.

    —Cállate o voy a vomitar —anunció despectivamente.

    —Nunca has vomitado.

    —Acabo de escupirte, ¿no es suficiente? —habló sin mirarle.

    Kanta se encogió de hombros y ambos se apresuraron hasta llegar a la plaza de armas, donde varios youkai con armadura les esperaban. En el almacén contiguo, ambos cambiaron sus ricas ropas por las rústicas de un soldado que, sin embargo, seguían siendo mejores que la ropa de aldeano.

    Uno de los youkai que les esperaban se apostó frente a ellos.
    —Yo vigilaré de cerca el entrenamiento de los jóvenes.

    Kanta suspiró y levantó la vista hacia el cielo.
    —Resulta que hasta para esto me vigilan…

    —Príncipe —dijo el instructor en tono solemne.

    —¿Sí?

    —El gran Inu no Taishou ha ordenado que, cada vez que el joven Kanta se equivoque, le de usted diez golpes en la cabeza.

    Kanta se quedó de piedra al oír esas palabras, comenzó a sudar de los nervios y escuchó cómo su primo hacía crujir las articulaciones de los dedos. Ah, su grandioso y venerable tío… tenía unas ideas muy interesantes sobre impartir educación. Ya podía sentir los golpes incluso antes de recibirlos.

    —Akyoushi-sama —murmuró entre dientes, enojado, intentando no equivocarse—, esta me las pagarás.

    —Eso lo veremos, Kanta-kun —respondió el príncipe en el mismo tono solemne y, en lo profundo, Kanta podía sentirle reír.

    Los youkai comenzaron por entregarles a ambos alabardas enjoyadas y afiladas, ambos se enfrentaron, saludaron con una pequeña inclinación de cabeza y, casi en el acto, se pusieron en guardia, describiendo lentamente un círculo, buscando una falla en la guardia del otro. Esta vez, omitieron las provocaciones verbales y saltaron uno contra el otro, golpeando, bloqueando, esquivando y devolviendo ataques.
    El inuyoukai tuvo un momento de sorpresa al ver la destreza del hanyou, al que nunca le había visto usar armas, pero peleaba como el mejor de los guardias. Se tomó la cosa en serio cuando mechones de su preciosa melena clara sufrieron un corte a la altura del cuello.

    Comenzaron a pelear como si quisieran decapitarse.

    —Miserable hanyou, nunca has levantado un arma en tu vida, tu inepto padre no te ha enseñado —saltaba y se movía esquivando los ataques.

    —Pero me crié entre taijiyas. ¡Y tú no estás en mejores condiciones!

    —¡Pagarás caro ese insulto! —hizo un movimiento trampa, sujetó la alabarda de Kanta y, dejándole indefenso, le llenó la cabeza de chichones—. No es nada personal, Kanta, fue una orden de mi honorable padre.

    Kanta lo remedó y siguieron peleando a manos vacías. Cuando la cosa se empezaba a poner fea, el instructor ordenó que les pasaran espadas y, así, el entrenamiento siguió con varias armas y estilos. Ambos habían olvidado los ojos que les observaban y los demás youkai que entrenaban también a su alrededor. Aquél era su mundo propio.

    La batalla había dejado plácidamente exhausto a Kanta, sin embargo, Akyoushi había sido más duro que de costumbre y le había herido una mano, provocando que la venda de protección que usaba se manchara de su sangre. Entró al depósito y calentó una olla con la nieve, consiguiendo así agua. Akyoushi no tenía que preocuparse de ese tipo de cosas, ya que sus sirvientes se encargaban de llevarle el agua.
    Cuando la nieve se hubo derretido, echó las vendas dentro y esperó que se humedecieran. ¿Por qué tenía que preocuparse de hacer este tipo de cosas siempre? Incluso ahora, que estaba viviendo cerca de esas criaturas cercanas a dioses.
    Suspiró y recordó las historias que “el abuelito Myouga” le contaba de niño sobre ese clan. “Los Señores del Cielo son todos blancos y resplandecen en la noche, controlan el viento y adoran al poder de la luna. Son muy poderosos y su resplandor atrae a cualquiera que los mire”. Creería que todo eso se trataría de una broma, un cuento de hadas, de no haberlo vivido por cuenta propia. ¿Pero cómo reaccionaría un humano común al acercarse a estas criaturas?

    —Shinju, según entendí tú viste de cerca de mi primo Akyoushi —comenzó a frotar la venda intentando limpiarla— ¿Qué sentiste? ¿Viste su luz? ¿Llegó a deslumbrarte? ¿podrías llegar a sentirte más atraída por un inuyoukai que por mi?

    Una lanza entró volando y, de no haberla esquivado, Kanta habría tenido un agujero en medio de la cabeza. La lanza le rozó el borde del rostro y se clavó en una pared.

    —Cierra la boca, maldito hanyou, no soy un cerdo como tú, no me atrevería a acercarme a una estúpida humana.

    El hanyou bufó, no podía creer que Akyoushi tuviera tal oído que viniera sólo para reclamarle aquello. Era tan inoportuno…
    El youkai sabía que, en efecto, la muchacha le había mirado de manera especial al haber sido salvada por él, pero él sólo la había ayudado porque sentía que se lo debía a Kanta, no había otra razón. Además, sabía que tenía un compromiso con su clan y no pensaba romperlo, tampoco le interesaba robarle la novia a Kanta.

    —Y todavía te atreves a soñar con mi hermana mayor después de lo que hiciste —la repugnancia se hizo evidente en su rostro.

    Kanta estaba harto, arrojó su venda húmeda y bufó.
    —¡Keh! ¿Acaso piensan estigmatizarme toda la vida por haber yacido con una humana?

    —Es lo menos que te mereces por cerdo —volteó para salir y lo miró por encima del hombro—. Date prisa que aún tenemos muchas cosas que hacer.

    Ahora sí estaba enojado.
    —¡Mocoso, tú no puedes decirme nada, eres virgen!

    El inuyoukai lo fulminó con la mirada.
    —Yo no… —por supuesto que era virgen… y así estaría hasta que se casase.

    Kanta le sacó la lengua. Aunque sabía que por haber hecho lo que había hecho, tenía una gran deuda con Shinju y con Miroku y Sango, puesto que había huido de sus responsabilidades, ignorando la obligación de tomar votos como esposo de Shinju.
    —Lo siento, pequeña Shinju, te he deshonrado, pero prometo que un día pagaré esa deuda que tengo contigo y tu familia —claro, si Miroku no intentaba exorcizarlo antes.
    La imagen de su padre se apareció como un fantasma detrás de él, provocándole escalofríos “…Y lo tendrías bien merecido…”.

    Diversión Cortesana

    —Creí que un príncipe hacía todo el tiempo lo que quería pero veo que me equivoqué llanamente —Kanta mostró sus colmillos mientras ambos permanecían sentados en la plataforma exterior—. Te pediría disculpas, pero sería como faltarte el respeto. Además no todos los días me arrojan una lanza en el depósito… ah, de eso sí eres libre, de desquitarte con un pobre hanyou que nada tiene que ver por no acabar de llevar tu vida.

    —Y como tú quieras, con una vida miserable y revolcándote con una humana —susurró con repulsión en la voz—. Eres un cerdo.

    Kanta asintió, muy consustanciado. ¿Cuántas veces le había dicho cerdo ya?
    Akyoushi miró de reojo a su primo y luego, fingió no haberlo hecho.
    Hubo un largo silencio.

    —¿Y qué se siente?

    Kanta le dio una palmada en la espalda al inuyoukai por atreverse a soltar semejante pregunta y perdió la vista a lo lejos. Tenía una sonrisa que no podía esconder con nada y se le encendían los ojos de sólo pensar en Shinju.
    —Créeme. No hay nada que se sienta mejor —rememoró lo que había hecho con su prometida humana y se sintió excitado.

    Akyoushi entrecerró los ojos, como si no le importara.
    —Nunca lo sabré.

    —Feliz de ti, podrás follarte a tu hermana —bufó.

    —¿Se supone que es algo por lo que deba alegrarme? —murmuró en su normal tono parco. Se puso de pie y caminó por la plataforma rumbo al norte.

    Kanta, sorprendido de su velocidad, le siguió. A medio camino, se cruzaron sorpresivamente con Sana que, como nunca, daba un paseo por los jardines, de los que sólo podía disfrutar a través de su olfato, acompañada por el inútil de Jaken, que apenas daba señales de existir.

    —Oh, mi honorable prima —murmuró Kanta.

    Ella intentó fingir indiferencia, aunque era imposible decir que “pasaba por allí”. Era más que obvio que no había pasado sólo por pasar.
    Ella, que quería ser la más fría para no meter en problemas a nadie, pero que no lo estaba logrando, ya que tenía cerca dos atrayentes machos de buen porte.

    —Oh, el joven príncipe y… —se giró completamente hacia ellos— el nuevo miembro de la Corte. Parece que le sienta bien el papel.

    Jaken, a sus espaldas, bufó en desacuerdo.

    Kanta utilizó hacia su prima el tono de respeto que le habían enseñado.
    —Admito humildemente que no lo merezco y que no es fácil… esos extenuantes días de entrenamiento…

    —Sólo fue un día —murmuraron Akyoushi y Jaken, dándose cuenta de que al hanyou se le empezaban a subir los humos más de la cuenta.

    —Es que debe ser un cambio brusco para ti —lo excusó en seguida la princesa.

    El hanyou asintió.
    —Ah… recuerdo cuando estaba tirado junto a los establos, como un pordiosero y muriéndome de frío —inhaló profundamente—, parece que fue ayer.

    —Fue ayer —dijeron al unísono los príncipes y el sirviente verde.

    —Como sea… —Kanta bostezó abiertamente y, en seguida, se cubrió la boca para evitar recibir un golpe—. Es buena esta vida…

    Jaken frunció el ceño y se adelantó.
    —¡No te creas tanto, a ti te falta demasiado para llegar a ser un príncipe! ¡Si fuera por mí, te echaría a golpes! ¡Eres sólo un maldito mocoso de sangre sucia que nada tiene que hacer aquí…! —se calló al sentir una presencia amenazante a sus espaldas.

    —¿Y cuestionar las órdenes de tu princesa? —dijo Sana en un tono calmado.

    Jaken volteó hacia ella, dispuesto a hacerle una respetuosa reverencia.

    —Deberíamos jugar al kemari con él —murmuró el hanyou.

    —¿Al qué? —cuestionaron sus primos.

    Kanta levantó las cejas.
    —¿De verdad no saben lo que es el kemari?

    Ellos negaron. Jaló a su primo de la ropa y le susurró algo al oído.
    El joven príncipe se volteó repentinamente hacia el pequeño sirviente y éste retrocedió al verlo sonreír. Porque no sonríe el perro cuando muestra los dientes. De pronto, Jaken salía volando por los aires.

    —¡Yo lo atrapo! —dijo el hanyou entusiasmado y saltó hacia los jardines, llegando justo a tiempo para devolver de una patada la pelota en la que acababan de convertir al pequeño youkai.

    —Para ser hijo de una miko, no tienes puntería —dijo Akyoushi bajando al jardín y buscando un punto para atrapar a Jaken.

    —¡No me dejen afuera! —gritó Sana y se arrancó las ropas.

    Pero, para la sorpresa de Kanta, llevaba debajo de sus vestidos el atuendo por el que todos la confundían con un hombre cuando la veían por primera vez. Hitoe y hakama negros y una gruesa faja de color rojo punzó. Recibió el tiro de su hermano, le dio a Jaken dos patadas y le pasó el tiro a Kanta.

    —¡No puedes andar tirando vestidos, Sana-sama! —le “devolvió” a Jaken, mientras éste no paraba de gritar.

    —Soy la princesa, hago lo que quiero —le pasó el tiro a su hermano.

    —¿Ah, sí? —murmuró el hanyou— ¿Eres travesti como tu padre? —de pronto, Kanta tenía a Jaken estampado en la cara. Mareado, el sirviente cayó al suelo.

    —¿Cómo te atreves a faltarle el respeto a mi honorable padre? —le dijo Akyoushi furioso.

    Kanta, enojado, pisó la cabeza de Jaken, como si este fuera una pelota.
    —No le falto el respeto, sólo digo la verdad —se defendió.

    —Te estás equivocando, maldito engendro podrido.

    El hanyou le mandó a Jaken, ya inconsciente.
    —No. No me equivoco.

    —Pues vas a ver…

    Rin, que caminaba tranquilamente por el piso de las dependencias de Sana, los escuchó, se inclinó sobre la balaustrada y vio lo que los chicos estaban haciendo allá abajo en el jardín.
    —¡Jaken! —miró hacia un lado y otro, pero los guardias estaban quietos como estatuas, ignorando completamente la situación—. ¡Princesa! ¡Príncipe! —Escuchó cómo el trío seguía jugando al kemari a expensas del mareado youkai, ignorándola completamente y burlándose— ¡Princesa! —ya no aguantaba más—. ¡Shiroi Hana-sama, Akyoushi-sama! ¡Vais a escucharme ahora!

    Los tres dejaron de jugar y miraron hacia arriba.
    —¡Rin! —soltaron al unísono.

    Cuando eran llamados por sus nombres, era porque se venía una reprimenda de las buenas…

    Se sorprendieron cuando ella bajó a saltos desde el cuarto nivel hasta llegar al jardín y ponerse en medio de los tres, separándoles. Se inclinó en el suelo y levantó al inconsciente Jaken en brazos.
    —¿Jaken? ¿te encuentras bien?

    —¿Alguien vio a la manada que me atropelló? —contestó el youkai, bien perdido.

    Rin se levantó y miró enojada a los príncipes.
    —Princesa, príncipe, me decepcionan —usó el tono formal y respetuoso que les debía, pero dejando entrever una nota de reproche— ¿qué se suponía que estaban haciendo? ¿Cómo se atreven a maltratar a un sirviente de su honorable padre? ¿Es eso lo que han aprendido?

    —Kanta fue el que empezó —se apresuró en señalar Sana.

    Rin volteó hacia ella.
    —No me importa quién empezó, no debieron hacer eso ¿es así como se comporta la futura guardiana? —se giró hacia Kanta—. Y tú, señor, ¿cómo puedes llegar tan bajo? ¿te gustaría que te trataran así? ¿Cómo es que te aprovechas de alguien inferior a ti? ¿es esa la educación que te ha dado Kagome-sama? Ella estaría muy decepcionada de ti.

    Kanta bajó la vista, avergonzado. Hacía mucho desde que no lo regañaba una mujer.
    —Lo siento, Rin, no quería ofenderte.

    Ella inhaló de súbito.
    —¿Que no querías ofenderme? Discúlpate con Jaken.

    —Lo siento, me he equivocado…

    —¿Qué dijiste? —le preguntó su primo, mirándolo con ansiedad mientras hacía crujir los nudillos— ¿Que te equivocaste?

    Kanta se quedó de piedra.

    Todos los guardias voltearon hacia el jardín al escuchar el escandaloso grito de dolor de un hanyou. Kanta, sentado al borde de la plataforma exterior, suspiraba con diez dolorosos chichones en la cabeza.

    Rin se exasperó más.
    —Akyoushi-sama.

    Él levantó ambas manos, en signo de inocencia.
    —Fue una orden de mi honorable padre.

    Ella pareció tranquilizarse repentinamente y olvidarse de su enojo.
    —Ah —pronunció en un tono sereno y algo cantarín. Delicadamente, depositó a Jaken en el suelo y luego, se incorporó con la misma delicadeza. Miró a los príncipes, sonriéndoles con benevolencia y les habló con serenidad—. Sean buenos príncipes y compórtense con altura —seguidamente, se marchó con paso lento, corto y altivo, sin mirar a ninguno de los tres.

    Jaken se recuperó de repente.
    —¡E…espérame Rin! ¡Yo también quiero hablar con Sesshoumaru-sama! —salió corriendo detrás de ella, antes de que a esos mocosos se les volviera a ocurrir usarlo de pelota.

    Pronto, Rin dio la vuelta en dirección a la armería y encontró al maestro.
    —¿Sesshoumaru-sama es verdad que le dijo a Akyoushi-sama que golpeara en la cabeza al joven Kanta? —no pudo esconder el tono de reproche que aún conservaba.

    Él pareció sonreír.
    —¿Y qué si así fuera?

    —¿Le parece que está bien? —caminó rápidamente y se paró junto a él— ¿Torturarlo por el sólo hecho de ser un hanyou? ¿no tiene ya suficiente con ser repudiado por todos, luego de haber decidido voluntariamente estar aquí por usted? ¿es el castigo que se merece por estar…?

    —No te atrevas ni a decirlo, Rin —volteó hacia ella.

    —¡Y ese mocoso no tiene ningún derecho a desquitarse conmigo! —venía protestando Jaken desde atrás, con la cabeza deformada por los golpes— ¡Sesshoumaru-sama, póngales límites a esos mocosos, antes de que sea tarde… —se calló al ver cómo le miraba el maestro y empezó a retroceder, nervioso—. Quiero decir… este… mejor regreso más tarde —huyó.

    Rin lo miró con ojos muy abiertos.
    —¿Sabía usted que Kanta se desquitó incitando a los príncipes a usar a Jaken como pelota de kemari?

    Él la miró impávido, como siempre… pero a ella no podía ocultarle que se estaba riendo.
    Ella tomó aire y miró exasperada en otra dirección, intentando parecer impasible, no le parecía divertido.

    —¿Y después me preguntas por qué mando golpearlo? —soltó él con parquedad.

    Ella lo miró de reojo, pretendiendo estar desconcertada.
    —¿De verdad esa parece una buena excusa para que le maltraten? Pobre Kanta. Si va a tratarlo así, mejor devuélvaselo a Kagome-sama, que lo necesita o tal vez… —comenzó a girar lentamente alrededor de él, de manera grácil y seductora—, tal vez no quiere devolverlo porque siente…

    —Silencio —la siguió con la mirada, hasta que ella se paró del lado contrario—. Te he dicho que no te atrevas a decirlo. Es una deshonra para un youkai tener relación alguna con un despreciable hanyou.

    —Sesshoumaru-sama, esta discusión la tuvimos hace veinticinco años —se encogió de hombros, medio sonriendo—, no hace falta empezar de nuevo. Usted entiende la situación mejor que yo, hay cosas que… un youkai no puede evitar, entonces, no tiene caso que obligue al príncipe Akyoushi a…

    —¿No entiendes lo que significa silencio? —se inclinó sobre ella, con una mirada que pretendía ser “severa”.

    Ella ya no podía esconder la sonrisa y negó con la cabeza.
    —Aún sigo temiéndole al silencio —murmuró, notando que cada vez lo tenía más inclinado sobre sí.

    —Cuando digo silencio, pretendo que… ocupes tu lugar y mantengas la boca cerrada —las últimas palabras sonaron incitantes, sugerentes.

    Ella tragó saliva al notar que tenía su boca a sólo centímetros de la suya y podía sentir su cálida respiración.

    —¡Oyakata-sama! —lo llamó un soldado de rango medio— ¡El teniente de la tercera escuadra está listo para darle el informe!

    El daiyoukai se volteó hacia él.
    —Muy bien, que comparezca ante mí de inmediato —dijo en tono sereno y fue caminando hacia la plaza de armas, dándole la espalda a la Dama, como si nada.

    El guardia se arrodilló al verla, expresando sus respetos, Rin lo miró y le sacó la lengua. Ojala no hubiera llegado.

    La ceremonia jodida

    Kanta miró confundido y callado cómo Sana entraba y se dirigía sola hacia el camino que la llevaría seguramente hacia sus dependencias. Tal vez no se sentía bien por el reproche de Rin, y lo comprendía, a él también le había molestado, especialmente porque le habían dicho que su madre se avergonzaría de él ¡Él no quería avergonzar a sus padres! ¡Todo lo contrario!
    Pero Sana se iba y se perdía dentro de la casa.

    —Deja de mirarla —le espetó el príncipe.

    Kanta sólo le bufó.

    A la entrada, les esperaba a ambos un maestro de apariencia joven.
    El hanyou siguió a su primo y al otro youkai través de intrincados pasillos, puertas y escaleras, hasta llegar a una sala que era “pequeña” en comparación con las demás y de un estilo antiguo y llamativo, semejante al de la sala principal de audiciones, como una miniatura de la misma. Los paneles eran completamente de oro y plata y estaban completamente labrados al detalle, con imágenes de criaturas imponentes. Había unas veinte criadas ricamente ataviadas apostadas junto a las paredes, que bajaron la cabeza a su entrada. Kanta no pudo evitar poner ojos de plato.
    Akyoushi se sentó en un cojín en el centro de la sala, frente al maestro y Kanta a su derecha, varios pasos atrás. Luego de que el maestro diera dos palmadas, las sirvientas comenzaron a ir y venir, rápidamente y en silencio, colocando alrededor de la habitación varios incensarios labrados y metiendo dentro de ellos carbones, polvos y hierbas molidas de diferente color, aroma y textura. Rociaron también perfumes.
    Poco después, el delicado humo comenzó a levantarse y a remolinear.
    El hanyou observó atentamente, alerta y un ridículo pensamiento cruzó por su mente: “me ahogaré”. Miró a Akyoushi pero, desde donde estaba, no podía verle la cara, ni la expresión, aunque era probable que siguiera con esa cara de palo.

    —Huele eso —murmuró Akyoushi por lo bajo.

    —Este aroma es conocido como “el aroma de todas las tierras” y se le atribuye la facultad de despertar los sentidos de los inuyoukai —le explicó tranquilamente el maestro.

    Kanta parpadeó, se sentó erguido y con una expresión formal y muy digna, como le habían enseñado sus padres y “tíos”. Ya lo captaba. Una ceremonia del té, en versión para inuyoukais de olfato delicado. Aspiró profundamente, sin apenas mover el cuerpo y cerró los ojos. Ante su sorpresa, entró en él un olor dulzón… en realidad, la mezcla de varios olores, que se parecían más al mundo salvaje de allá afuera que el que había allí dentro.

    —Es el aroma favorito de mi padre —murmuró el príncipe.

    Era como si acabara de abrirse una puerta sobrenatural. Con los ojos cerrados, Kanta se imaginó a sí mismo corriendo por los bosques de la región de Musashi. Un curioso recuerdo llegó a su mente. Se imaginó tirado junto con Shinju a la orilla del río, en cálido verano, con luciérnagas iluminando el mundo oscuro contemplado por la luna. Y repentinamente, podía incluso sentir a Shinju, su olor de lluvia, el sonido de su voz templada, su calor… ¿a eso se le llamaba el despertar de los sentidos?
    Inspiró más profundamente y, de pronto, todo su cuerpo se endureció. No pudo evitar sonrojarse. De verdad que la sentía con nitidez, casi podía jurar que estaba dentro de ella…
    Un fuerte golpe lo despertó de su ensoñación, iba a gritar, pero se contuvo porque los “príncipes” no levantaban el tono de voz ni demudaban la expresión de su rostro. Maldita sea…

    —No puedes tener un orgasmo en medio de la sala —murmuró su primo entre dientes, sentado dignamente.

    —Tú tienes la culpa por hacerme oler esa porquería —murmuró él en el mismo tono, reprimiendo las ganas de devolver el golpe.

    Ambos inspiraron profundamente.
    —Se siente bien —murmuraron a la vez y Kanta volvió a sonrojarse.

    Varios minutos más tarde, el maestro volvió a aplaudir y las criadas nuevamente comenzaron a entrar y salir, regresando al rato con bandejas, una botella y tres copas. Kanta olfateó extrañado y se sorprendió, porque aquello no era una bebida que conociera. ¿Entonces qué era?

    Akyoushi tomó su copa y miró de reojo a Kanta.
    —Ten cuidado con esto. Por su culpa, mi hermana casi me viola —bebió un trago rápido y permaneció con la vista fija hacia delante.

    Kanta volvió a tragar saliva y bebió lentamente. Era una bebida extraña, que parecía una miel muy dulce y le producía una sensación parecida a la del aroma, la potenciaba incluso.
    Hecho, era una ceremonia del té en versión para inuyoukais. Al menos era relajante, a diferencia de las otras prácticas.

    El servicio

    Al acabar la ceremonia, varios guardias, criados y criadas hicieron entrada en la sala, reverenciando a los dos jóvenes.

    —Joven, síganos por favor —le pidió una de las criadas.

    Kanta lo hizo con gusto y fue conducido hacia las dependencias donde lo habían llevado en la mañana. Allí, lo desvistieron, lo bañaron, le pusieron perfumes que ocultaban parte de su esencia de hanyou, lo vistieron con una ropa “sencilla”, de una tela clara, suave y sin ningún brocado o insignia, sin ninguna clase de adorno o bordado. Volvieron a perfumarle, peinarle y recogerle el cabello.
    Dos guardias lo escoltaron en silencio a través de los pasillos, hasta llegar a una puerta exterior, donde Akyoushi le esperaba, impecablemente vestido de blanco. Ambos caminaron por un largo corredor que, Kanta sabía, conducía hacia los templos y, aunque muchas veces los había visto, no conocía su interior, aunque no había nada que le impidiera la entrada. Salvo los seis guardias de las puertas. Aquello le causaba curiosidad, pero también sentía ansiedad, por cierto olor que se percibía desde lejos.
    Ni bien entrar, el hanyou se sorprendió por la riqueza de aquellos recintos, completamente cubiertos de paneles y láminas de oro, cada pared, cada columna trabajada con ricas imágenes y adornada con piedras preciosas. Estaba viendo los Siete Tesoros reunidos en un mismo lugar.

    Como su olfato había anunciado, su tío les esperaba.
    —La cabeza baja y de rodillas —ordenó, y ambos obedecieron al instante—. Príncipe, es tu primera vez, así que intenta hacerlo bien —sentenció.

    —Sí, padre —se limitó a contestar él.

    Ambos se levantaron en silencio y siguieron al daiyoukai hacia el interior. En el fondo, había un altar enorme, completamente hecho de oro, igualmente trabajado y enjoyado como el resto del lugar. Sobre él, había varias láminas de oro, que hacían las veces de tablillas, pero Kanta no podía leerlas, no eran nombres budistas, ni de ningún silabario que le hubieran enseñado. Era lengua arcaica, como las que Akyoushi aprendía, asumió.

    Su tío en seguida se paró frente a ellos y le pasó algo a Akyoushi, una esfera blanca, brillante, que era apenas mayor que la palma de su mano, como una pelota pequeña y, seguidamente, le arrojó a él otra esfera de tamaño similar, pero roja.

    El hanyou abrió mucho los ojos.
    —¿Y esto qué es?

    —Es una perla —contestó el daiyoukai.

    Kanta seguía sorprendido.
    —¿Tan grande?

    —A los inuyoukai macho, cuando nacen, se les regala una perla como ésta. Muchas pasan de una generación a otra.

    Kanta intentó sustraerse, no quería pensar en las connotaciones que tenía aquella joya.
    El daiyoukai se sentó frente a aquel altar, miró por un rato una de las “tablillas” y finalmente, cerró los ojos, manteniendo la mano derecha en un mudra sencillo y sosteniendo una esfera roja, parecida a la de Kanta, en la izquierda. Akyoushi y Kanta se sentaron a su derecha e izquierda respectivamente, con las cabezas bajas e intentando copiar todo lo que el daiyoukai hacía. Kanta sabía que honrar a los ancestros era algo de suma importancia, aún sabiendo que aquello era sólo una representación ¿pero cuantas generaciones de Dioses había habido allí antes de Sesshoumaru? ¿Cuántas voluntades y poderes eran los que dirigían el destino de aquel Clan? Kanta no podía dejar de maravillarse y además se sentía orgulloso. Un día, sus primos serían eso, Dioses. Y él se quedaría allí para siempre, sirviendo a Dioses.
    Era el primer servicio realizado en el día siguiente al aniversario de su abuelo y acababa de recordar que no hacía mucho de que Akyoushi cumpliera sus quince años. Aunque éste era el servicio de la tarde, posiblemente el único al que debían asistir por obligación, el líder hacía tres. Tres veces al día haciendo eso.

    Los tres permanecieron así por un largo rato, cuando el daiyoukai rompió el silencio.
    —No lo haces nada mal, Inuyasha.

    Su tío a menudo se olvidaba de su nombre y le llamaba como a su padre.
    —Mi madre es una miko —contestó con humildad y abrió los ojos por unos momentos, notando que su primo le miraba de reojo. Al instante volvió a concentrarse y hubo otro largo silencio.

    —Te ha enseñado bien —murmuró el daiyoukai.

    Aunque intentó ocultarlo, Kanta se quedó pasmado. Era la primera vez que Sesshoumaru le decía algo tan lindo. No pudo evitar que se le hinchara el pecho.
    El daiyoukai comenzó a murmurar en voz baja una especie de sutra y Kanta comenzó a mover los labios sin hablar, intentando grabarse el orden de los cortos sonidos, pronto, se dio cuenta de que su primo hacía lo mismo.
    Esto no era muy diferente a los servicios realizados por su madre y Miroku-sama y le agradó que hubiera cosas con las que podía sentirse familiarizado y a gusto. Honrados fueran los dioses que habían estado antes de Sesshoumaru. Y Sesshoumaru también.

    El secreto de la luna

    Al acabar con el servicio de la tarde, el daiyoukai les dejó libres y Akyoushi se apresuró en ir a sus dependencias, siguiéndole su primo de cerca y haciéndole protestar porque todo apestaría a hanyou. Kanta admitió que “no olía tan mal” porque lo habían bañado y perfumado dos veces, pero el youkai no oyó su excusa. Ya en la habitación, ambos se relajaron y Kanta había dejado de sorprenderse de que hubiera guardias y sirvientes hasta en el baño, comenzando a parecerle invisibles. Supuso que, a lo largo de los años, Akyoushi se había acostumbrado a ser “malcriado”, del mismo modo en que él se había acostumbrado al maltrato.
    Ya estaba oscuro y los sirvientes habían encendido las antorchas y velas en todas las habitaciones y pasillos. Todo estaba tranquilo, silencioso y pacífico. Era la tranquilidad que transmitía Sesshoumaru con su voluntad.

    —¿Y mañana haremos esto otra vez?

    Akyoushi miró el árbol que asomaba por su ventana.
    —Cada día.

    Kanta suspiró de hastío y resignación.

    —¿Qué? ¿Ya te rindes?

    El hanyou se puso rudo.
    —Nada de eso, ya verás cómo aprenderé y saldré airoso. Seré tan bueno como un verdadero príncipe —afirmó.

    Akyoushi lo ignoró olímpicamente.
    —Sería un hito para un hanyou.

    Kanta ignoró el insulto y le hizo más preguntas sobre la vida de un príncipe, recibiendo respuestas vagas. Sabía que Akyoushi había experimentado ya un poco de la vida en una aldea, pero igualmente, le contó más cosas, que la gente no escondía sus emociones, tenían vidas pacíficas pero sufrientes y sus aspiraciones no eran muchas. Era más común la humildad que el orgullo, un mundo completamente opuesto.

    —Sé que eres todo un muchachito aristócrata, pero serías más feliz en una aldea.

    —Lo dudo —respondió él en tono despectivo.

    De pronto, la conversación fue interrumpida.

    Un sirviente entró e hizo una reverencia.
    —Akyoushi-sama.

    Él lo miró.
    —¿Sí?

    —La luna asciende.

    Él se levantó y caminó fuera, Kanta se quedó unos segundos sin entender su comportamiento, pero luego, lo siguió. El príncipe y el hanyou caminaron hasta uno de los balcones y se apoyaron en el pasamano dorado. El cielo estaba abierto y la noche era espléndida.
    El príncipe levantó la vista y perdió su mirada en un solo punto fijo en el cielo. Kanta observó hacia arriba y pudo ver que su tío igualmente había salido de sus dependencias y miraba hacia el cielo también. El hanyou siguió la mirada de los dos inuyoukai. Estaban mirando la luna. Kanta levantó una ceja, incrédulo. Muchas veces había visto a su tío quedarse como colgado, viendo la luna, pero no sabía que su primo tenía la misma costumbre.

    Frunció el ceño.
    —¿Te vas a quedar aquí mirando la luna? —dijo en tono de burla—. Es demasiado cursi para mí, lo siento, me voy…

    Akyoushi lo cazó del brazo y lo jaló hasta hacerlo volver al borde del balcón.
    —Te quedas aquí y la miras.

    —¡Keh! ¿Qué tiene de interesante la luna? Sólo es una… cosa blanca que flota allá arriba.

    Akyoushi lo miró como si pensara que era un total inepto, pero, al rato, pareció olvidarse completamente de él, enfocando toda su atención en esa luna grande. Kanta volvió a bufar, su primo parecía ido.

    —La luna tiene su secreto —murmuró el príncipe.

    Kanta negó rotundamente, pero la verdad, era que lo sabía. En las noches de luna nueva, tanto él como su padre perdían los poderes heredados de su sangre youkai ¿pero cómo era posible que Akyoushi supiera eso? Repentinamente, se sentía indefenso, como si lo hubieran descubierto diciendo una mentira.

    —No sé de qué me hablas —fingió su ignorancia.

    Akyoushi le contestó sin quitar la vista del astro nocturno.
    —¿Es que acaso tu padre no te enseñó a mirar la luna? ¿no te ha contado su secreto? Es más inepto de lo que pensaba —Kanta iba a quejarse, pero Akyoushi siguió hablando—. La luna controla nuestro Clan. Es la fuente de nuestro poder, nuestra protectora y la que nos da energía. Podemos sobrevivir meses enteros con sólo mirarla. Necesitamos mirarla y alimentarnos de ella. Nosotros los inuyoukai nacemos con la luna en los ojos.

    Kanta, que al principio la miraba con desgano, ahora parecía completamente atrapado por su brillo. Se sentía como un insecto atraído por la luz de una vela.
    —¿Es por eso que todos nacen con una marca de luna en la frente?

    —Nosotros los inuyoukai vivimos en la noche, bajo su protección, pero dependemos de nuestro propio poder cuando la luna desaparece. Sin embargo, tú que llevas la débil sangre humana y no puedes controlar tu sangre youkai, pierdes completamente los poderes que hay en ella y quedas… eclipsado.

    Kanta se quedó callado ¿Entonces ese era el secreto de la luna? ¿era algo que todos los inuyoukai sabían? Ahora que lo pensaba, recordó que, cada vez que se sentía triste o deprimido, le bastaba con poner sus ojos en la reina plateada nocturna y ésta le devolvía fuerzas. Era algo que hacía de forma instintiva, sin pensarlo.
    De pronto, sintió una presencia, levantó la vista y vio a su prima afuera.

    —¿Ella también…? Pero si ella… no puede ver… y aún sin su youryouku…

    —No necesita de sus ojos. Kanta, mira la luna, báñate con su luz y olvídate por un día de que tienes sangre impura, también hay un inuyoukai ahí dentro.

    Príncipe —le decía su padre, incluso con pocos meses de vida—, aprende a mirar la luna, como nuestros ancestros hacían.

    Soltó un suspiro, sin atreverse a bajar la vista a donde sabía que estaban su hijo y el inepto de su sobrino. Tarde o temprano tendría que aceptar que Kanta era un príncipe por derecho, por tener la sangre de su padre. Y aún sabiéndolo no era fácil de aceptar, pues Kanta nunca tendría la fuerza de un inuyoukai, sólo viviría para ser un vástago de Inuyasha, una especie de sombra.
    Y al mirar hacia abajo, le vio resplandecer como la plata y por unos instantes recordó a su majestuoso padre, porque incluso ahí dentro había un inuyoukai y tal vez, la luz también aparecía incluso en medio de la más densa oscuridad, incluso en medio de la sombra.
    Aquella sola idea le llenó de esperanza.
    ____________________________________________
    Al fin al fin al fin, al fin he podido publicar algo y aquí estoy para ustedes, ya un poco recuperada, espero que disfruten con este divertido intermediario. Aclaraciones no creo que deba hacer muchas, sólo pensé como sería la vida de Kanta comparada a la de estos niños. He aquí el resultado.
    Tener la luna en los ojos. Los inuyoukai se llenan de fuerza al mirar la luna.
     
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  19.  
    Fernandha

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    Gracias por la invitación.

    Me ha tomado tiempo -más de lo previsto porque estoy enferma- pero lo he leído. Este comentario lo borré tres veces ;__; no sabía que decirte con exactitud (como expresarlo).

    Primeramente, me pareció muy interesante y me gustó el capítulo. Me dio un poco de risa "Mierda con el idioma" y "Educación físca. O sea, golpes" x`D en el primero Kanta y sus "insultos y reclamos" en ingles x`D fue cómico y entretenido; sobre el segundo sub-tema: me mató, literalmente, lo que le gritaron a Kanta al último, es virgen. Ok, pero tampoco lo tenían que gritar LOL

    Finalmente, "El secreto de la Luna" fue uno de los sub-temas que más me interesó. Con franquesa no sabía eso e.eU pero ahora lo dejaste una parte sumamente interesante ~! A mi parecer lo último se sintió como una reflexión :')

    Esperaré el próximo.

    Adiós y buen día ^^

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  20.  
    rin chan

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    jejej recuerdo cuando me contaste sobre un capii sobre clases de protocolo, debo suponer q es estte hahaha me ha encantadoo xD
    en varios ocasiones rei como locaa, Rin me parecio un poco mas caprichosaa, aun asi me gusto mucho este capii
    sanna al parecer tiene sus días buenos jejeje, me gustaron varias partes de este capii, como cuando utilizaron a jaken de pelota xD
    o cuando akyoushi le dice a kanta que ya se arreglaran a la hr de la salida
    jajaja eso es un clasico muy bien utilizado. pero sin dudas mi parte favorita fue cuando kanta lo insulta en ingles jajaja
    Apesar de que ya son unos hombres, los imagine como unos niños en especial a kanta, y mira q es el mas viejo xD
    gran trabajo amiga has logrado q me distraiga de mis abrumantes pensamientos x)
    cuidathe mucho :)
     

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