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Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Yami Jigokuno, 20 Junio 2011.

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¿Qué tal?

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    Yami Jigokuno

    Yami Jigokuno Iniciado

    Leo
    Miembro desde:
    10 Septiembre 2008
    Mensajes:
    12
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    I love you
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    1110
    I: Otra despedida​
    Él ya había abordado el avión, nuevamente se iba lejos de casa, lejos de mi, puede notar como su uniforme en tonos verdes se perdía entre los demás, había tantas personas en ese momento que estaban pasando por lo mismo que yo, aquella despedida difícil de la cual no tenias la certeza si iba a ser la ultima o no, cerré mis ojos por algunos segundos, oía los llantos a mi alrededor, sabía que era difícil demasiado difícil, pero no había mucho que nosotros podíamos hacer, ellos habían decidido ese camino, él lo había hecho.

    Empecé a caminar lentamente mientras apretaba con fuerza el borde de mi blanca blusa, quizás yo no estaba llorando como los demás, pero me dolía y mucho, esta no era mi primera despedida pero todas eran iguales, eran dolorosas y te llenaban el corazón de angustia, ya que sabias perfectamente a donde se dirigían, a un infierno y no todos eran tan afortunados para salir de allí, esperaba con todas las esperanzas del mundo que él si lo hiciera, sano y salvo, como siempre.

    La mañana era calida, el sol le quema esa delicada piel de leche que tenía mientras sus largos cabellos negros se balanceaban con el viento, era una mujer hermosa y sencilla, con una sonrisa que iluminaba mil días pero con una mirada triste y vacía. Llevaba las bolsas del supermercado en esos delicados y finos brazos, estaban pesados pero con ella eso parecía todo lo contrario, la esposa perfecta dirían algunos, bueno, lo era… Cuando su marido estaba en casa, cosa que durante meses no se cumplía.
    Su andar era lento pero con una elegancia natural, quizás por su estatura, era una mujer alta y de cuerpo esbelto, había tenidos tantos pretendientes, su madre estaba orgullosa de ella y de su belleza, tantos hombres le había prometido una vida feliz y llena de dicha, pero ella había elegido a un hombre que le advirtió lo contrario, con él no seria feliz.
    Suspiro suavemente mientras subía las escaleras que daban a la puerta principal de su casa, una casa sencilla de dos pisos pero muy acogedora, como a ella le gustaba. Bajó una de las bolsas y buscó las llaves del lugar en su bolso color marrón.
    Entró, un aire a jazmines choco contra la cara de la joven, su casa siempre olía a jazmines, como a ella, el lugar era increíblemente cálido pero solitario, durante meses solo la ocupaba ella y sus ocurrentes visitas que iban y venían, pero nunca se quedaban, una situación muy triste que apresaba el corazón.
    Su madre le había advertido, aquel hombre no era para ella, no le convenía, pero... ¿Qué podía hacer? Era el amor de su vida.
    Empezó a guardar las cosas que había traído, las cosas que le gustaban a ella y las cosas que le gustaban a él, ya que no perdía la esperanza de que ese teléfono sonaría y a través de el mismo le pedirían que vaya al aeropuerto a buscarlo a él, siempre estaba preparada.
    Sonrió suavemente mientras guardaba algunos chocolates en la heladera, a su marido le encantaban mientras a ella le daba mal de estómago, eran completamente diferentes, tanto interna como externamente, ella era una mujer delicada, dulce y tierna, mientras que él era un hombre fuerte, serio y directo, pero aún así, ella lo adoraba, aunque no coincidieran en muchas cosas, ella estaba feliz de tenerlo a su lado, aunque fuera por poco tiempo. Nunca se acostumbraría pero lo soportaría.

    Termino de hacer eso, y se puso a limpiar la cocina, no estaba sucia pero le gustaba ese olor a limpieza a su alrededor, la casa siempre estaba ordenada y lista para las visitas, que casi nunca tocaban la puerta de su casa, después de todo, él venia de una familia rota, cuyo padre había muerto hace mucho y su madre había empezado una nueva vida, lejos de su hijo a quien nunca le dio el placer de una simple llamada, siempre había sido así desde que él era muy pequeño, quizás esas cosas habían endurecido completamente su corazón y lo hicieron el hombre que es ahora. Firme y honrado, que no dejaría que los errores de sus padres dominaran su vida, pero la vida nunca era justa con nadie, y le estaba pasando lo que no quería, tenía una familia que colgaba de un hilo, pero aunque lo quisiera, no podía hacer nada, aunque… Realmente si podía, podía haber elegido un camino menos duro, un camino que le permita pasar tiempo con su esposa, tener hijos, pero el amor que sentía por su patria era mayor, quizás más grande que el que sentía por su esposa.
    Ella en cambio venia de una familia unida y amorosa, donde ayudarse y apoyarse mutuamente era lo primero que le enseñaban, la familia estaba sobre todas las cosas. Eso había formado en ella ese carácter dulce y hogareño, con un corazón calido pero fuerte, eso era lo que le hacia capaz de aguantar tantas despedidas, tantas noches llenas de terror, sin saber si estaría bien o no, si lo habían herido o no, ella aguantaba todo, aunque cada segundo su corazón se rompía un poco más, pero cuando finalmente podía verlo de nuevo, abrazarlo de nuevo, todo se curaba milagrosamente, pero luego cuando se volvían a despedir todo comenzaba de nuevo.
    El único deseo egoísta que aquella mujer llevaba en su corazón era tenerlo junto a ella, despertar cada mañana y poder sentirlo a su lado, poder respirar siempre era aroma varonil y encantador cerca de ella, poder ver esos ojos azules que la enamoraron desde el primer segundo, desde el primer contacto visual que tuvieron en ese caluroso verano en el parque, nunca olvidaría ese día.
    Un día como cualquiera pero increíblemente mágico a su parecer, un día en el cual no existían las despedida, ella ni siquiera se había imaginado eso… Solo recordaba esos ojos azules, tan profundos como el mar y quizás tan misterioso y profundos como el mismo, y esa brillante pero pequeña sonrisa que le había regalado, recordaba que le había sacado un sonrojo casi al instante, así había empezado todo, con una sonrisa y un sonrojo, sin nada de despedidas.
    Unas naranjas se habían caído al suelo, ella se agacho a recogerlas pero pronto se encontraba aguantando las lágrimas, estos habían sido más fuertes que ella, llevo una mano a sus labios, le dolía, el pecho le dolía, le dolía recordar que los días de verano, que los sonrojo y las sonrisa se habían terminado y que solo quedaban las despedidas, las múltiples e interminables despedidas.
     
  2.  
    Yami Jigokuno

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    1393
    II- Olor a pino y mar.​
    Era domingo, lo sabía perfectamente porque podía oír el silencio de una mañana de primavera. El suave viento se colaba por mi ventana, la cual miraba fijamente mientras sentía como unas gotitas saladas se escapaban de mis ojos, de nuevo estaba llorando, siempre lloraba cuando despertaba, creo que se me había convertido en una triste rutina, pero… Yo sabía bien que era porque mis sueños seguían siendo sueños.
    Lleve la suave y acogedora sabana hasta mis labios, estos temblaban ligeramente y a contra de mi voluntad. Era un hermoso día pero comenzaba otra maratón para mi, le había enviado una carta ayer por la tarde, pero se que para poder leer la respuesta tenía que esperar varios días, semanas quizás, pero al menos me respondía y eso le daba un poco de alivio a mi corazón.
    Me moví un poco, buscando una calidez, unos brazos fuertes y firmes que sabía que no estaban allí, pero… Creo que no perdía nada con intentarlo, quizás esto era una pesadilla de la cual no podía despertar y él si estaba a mi lado, protegiéndome como siempre. Reí con un poco de amargura, estaba teniendo pensamientos tontos y poco realistas, él en esos momentos se encontraba en un lugar seco y árido, lejos del país, dejos de la casa, lejos de la cama, lejos de mí.
    Me di otra vuelta y abracé el almohadón que normalmente usa cuando estaba por aquí, ese olor a pino y mar estaba presente, era lo más cercano a su presencia que tenía.

    Adoraba ese aroma, tan fresco y único, nos combinaba a ambos, mientras que yo venía de un lugar lleno de árboles y verde, él venía del mar y del azul, se notaba en esos ojos azules y profundos mientras que los míos eran verdes y risueños.

    Ella se encontraba haciendo algunas galletas, le salían riquísimas, estaba tatareando una canción, estaba feliz, tendría visita, su amiga de la infancia venía desde Italia, solo para visitarla a ella. Loretta había sido su amiga desde siempre, todo empezó cuando se mudó desde Florencia con su familia a los barrios de una cuidad de Sudamérica, se conocieron en la escuela primaria, vivieron la adolescencia juntas, hasta fueron a América a estudiar en la misma universidad, Loretta siempre estuvo enamorada de su mejor amigo, un chico torpe pero de buen corazón, italiano como ella, por esa razón apenas se casaron tuvieron que volver a su terruño, donde ahora tenían una hermosa familia, dos preciosos niños y una adorable niña de un año. Todo lo contrario a ella, su amiga siempre tuvo la vida planificada mientras los de ella cambiaron radicalmente al toparse con un joven que tenía olor a pino y mar. Todo cambio en ese momento, Loretta y su madre le avisaron que no le convenía que debía volver con su familia a Sudamérica, pero ella decidió quedarse en América, donde casi no conocía a nadie, buscando su propia felicidad.
    El timbre estaba sonando, dejo las galletas en el horno y se limpio las manos contra el delantal rojo que llevaban, fue dando gracioso saltitos hasta la puerta principal, la abrió, sus ojos verdes se llenaron de emoción
    -¡Loretta!- Dijo muy emocionada, su voz era dulce y amable, como ella
    -Cada día esas más linda- Dijo la mujer de cabellos rubios y cortos, sus ojos eran marrones pero llenos de vida y de juventud -¿Cómo has estado Annette?- Pregunto mientras besaba la mejilla de su amiga para luego abrazarla tiernamente
    -He estado bien- Sonreía mientras se separaba y tomaba la valija de su amiga, no era muy grande, lo necesario para aguantar una semana fuera de casa, ese era el tiempo máximo que podía estar lejos de su familia y de su trabajo. –Me alegra que hayas podido venir- Decía con total sinceridad, hace más de un mes que su marido se ido.
    -Te dije que vendría y hacia lo hice- Riendo un poco mientras entraba a la casa, tan calida como siempre pero más vacía que nunca, lo había notado, apenas había hecho contacto visual con su adorada amiga supo que él no estaba en casa de nuevo, suspiro suavemente -¿Por cuánto tiempo se fue esta vez?-
    -Seis meses…- Dijo tranquilamente, pero aunque su voz sonara tranquila su corazón estaba apunto de morir –Fue a África esta vez- Comento mientras subía las escaleras hacia la habitación de huéspedes
    La rubia la seguía, le miraba la espalda, su cabello estaba más largo de lo que recordaba, y aunque le quedaba muy bien corto, sabía que a Sean le gustaba largo, suspiro de nuevo, muy levemente para que su amiga no la escuche, odia a ese hombre, odia como hacía completamente infeliz a aquella joven que no merecía eso –Huele tan rico- Decía para dispersar el ambiente -¿Estás haciendo galletas?-
    -Así es, te hice tus favoritas de coco- Sonrió –Creo que serían ricas con un poco de chocolate-
    -Eres un ángel Annette- Dijo mientras entraba a la habitación de huéspedes, estaba exactamente como la recordaba, con esas cortinas blancas y translucidas, que dejaban entrar el brillo del sol por la mañana, esa cama rustica de sabanas en tonos cielos que combinaban con el armario y la mesa de luz, y también recordaba ese baño de apariencia antigua, de azulejos azules y blancos, todo perfectamente limpio y con un inusual aroma a lavanda, todo estaba como si él nunca se hubiera ido o como si nunca hubiera llegado, el tiempo en ese lugar sencillamente se detenía.
    -Muy bien, dejare que te acomodes, iré a terminar de preparar la merienda- Dijo la de largos cabellos negros saliendo de la habitación, su paso era lento como siempre pero no tenía apuro y mucho menos en ese lugar, donde ese olor a pino y mar se escapa de la habitación principal para llegar hasta ella y abrazarla.

    La merienda fue encantadora, su amiga era una excelente repostera, todo lo contrario a ella, era su marido quien cocinaba mientras ella trabaja en la oficina, la seguía con la miraba, estaba lavando los trastes usado –Siempre tienes ordenado este lugar-
    -Así es, me gusta tenerlo limpio y ordenado- Riendo un poco mientras el agua tibia tocaba sus delicadas manos
    -No, es porque Sean es un maniático de la limpieza- Se mordió la lengua, hablar mal de él no estaba en sus planes, pero su naturaleza directa le había decir las cosas antes de pensar las consecuencias
    -Quizás, pero además es más bonito a la vista cuando todo esta ordenado-
    La rubia suspiro pesadamente, aquella joven era extremadamente fuerte, la admiraba si ella estuviera en su lugar moriría de la soledad y de la desesperación, para suerte y sin importarle que sonara egoísta, ella había sido bendecida con un esposo torpe pero que siempre estaba presente y con tres hijos maravillosos, los gemelos de dos años y una pequeña que había nacido no hace mucho, era enormemente feliz y le dolía que aquella morena no lo fuera, aún no entendía como se había terminado enamorando de ese hombre, si, Sean era un hombre muy atractivo, de gran estura, de hombros anchos y espalda fuerte, el sueño de cualquier chica pero, era serio, muy callado y cerrado, todo lo contrario a su Annette, no era del tipo romántico y ponía a su trabajo antes que a su propia esposa, haciendo que esta pase días, semanas e incluso mese en absoluta soledad, pero allí estaba, ella lo seguía esperando firmemente y con una sonrisa en sus labios, nunca le reclamaba nada, nunca le pedía nada
    -¿Cómo va tus estudios? Yo por fin finalice los míos y conseguí un buen trabajo no muy lejos de casa-
    -Van bien- Dijo mientras seguía con su labor –Los exámenes han pasado, por suerte y tenemos unas pequeñas vacaciones-
    -Pues ven a Italia conmigo, aunque estamos en otoño, todo es tan fresco y agradable allí-
    -Me encantaría aceptar pero sabes que no puedo ir ¿Y si llega de improvisto?-
    Y allí estaba de nuevo, siendo la esposa perfecta poniéndolo a él enfrente de su felicidad de nuevo, como odia a ese hombre que olía a pino y mar mientras que la mujer que tenía frente a ella lo adoraba.

     

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