Condena (NaruHina)(Romance)(Drama)(Tragedia)

Tema en 'Fanfics Abandonados de Naruto' iniciado por xmaktubx, 6 Julio 2010.

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    xmaktubx

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    Condena (NaruHina)(Romance)(Drama)(Tragedia)

    Pido que no sean muy exigentes conmigo. Hace mucho que no escribo y estoy algo oxidada.


    Capitulo uno: Ella sin corazón.


    En los confines de Asia, entre el país de la tierra y el país de los pájaros. En los campos de ciruelos blancos cerca de un claro rodeado de bosques de coníferas, píceos y bellos abetos. Una parvada de pájaros de distintas especies salieron volando emitiendo estrepitosos sonidos y varios roedores curiosos salieron de sus madrigueras atraídos, así como, asustados por el fuerte relinchido de un caballo. La razón: Tomoe Ikeda tenía un pequeño brete con su fiel caballo Miso.

    Tomoe no era una chica bella ni bien dotada. De hecho, era una joven que gustaba de tomar largas caminatas recolectando hierbas medicinales o alguna que otra extraña curiosidad que encontraba en su camino. Una actividad que, terminaba por opacar toda su belleza al dejar su cuello en un asqueroso tono rojizo debido al ataque de los mosquitos, y su rostro lleno de tierra en honor a sus descuidos. Es de entender entonces, el por qué su rostro más que atractivo simulaba al de un bufón de algún feudal acaudalado. Sin embargo, si algo podría atribuírsele a esa joven no mayor de diez y seis años, era su infinita paciencia. Por qué de ser de distinto modo, otra persona ya hubiera castigado a su nada noble corcel de cobrizos cabellos por su obstinación. Aunque no es que realmente estuviese molesta por su actitud, sino le extrañaba. Miso había sido un caballo perezoso nunca rebelde.
    —“Si tan solo Miso hubiera elegido otro día para ser rebelde”—Se lamentaba la joven en silencio.

    Había un motivo por el cual de verdad detestaba el comportamiento de Miso. Ella pretendía estar lista para partir de regreso a su cómoda cabaña un poco más cerca de la comunidad, alejarse de las fastidiosas paredes de bambú tejido de la casa de su abuela; de los misteriosos fetiches en las paredes que sinceramente le ponían nerviosa, del color fúnebre que recientemente había adquirido la casa y el penetrante hedor a humedad que ésta posada emanaba. Así mismo, deseaba ver a su humilde, pero orgullosa familia que desde hace tiempo no veía.

    Debía admitir que en más de una ocasión se sorprendió así misma recordando las cómicas y fastidiosas peleas con sus hermanos; los gemelos Yumi y Yuki. Ellos eran sumamente atractivos. Ambos tenían ojos tan verdes como la aceituna, cabello brillante de color azabache y piel tan blanca y delicada como la porcelana. No obstante, solo bello el rostro tenían esos monstruos. Ellos no desperdiciaban la oportunidad para hacer su vida miserable e inculparla por bromas que ella no había cometido. Y, aunque ciertamente esos bellos demonios no lograban engañar a sus padres, eso no la libraba del resto de las personas. Ahora que lo pensaba, tal vez la única razón por la que quería regresar a casa era por hacerles pagar por su última broma, aún tenía el moretón del zapato de la señora Kotone cuando ésta pensó que ella había destruido sus flores.

    También extrañaba a los dos seres que le trajeron al mundo, sobre todo a su madre. Cuando terminaba cansada de hacer las tareas del hogar, extrañaba su deliciosa comida, así como, su infinita dulzura y delicadeza al hablar. Ella era una dama. No una dama muy hermosa, pero sin duda comprensiva, cosa que justificaba su falta de belleza y le hacía —según las palabras textuales de su padre —una mujer interesante. Su padre, era otro asunto más delicado. Con él tenía una relación complicada, pero al menos había logrado pensar en él durante su “exilio”. Tan solo deseaba que hubiese sido de otra manera…

    Recientemente cuando rezaba a los espíritus para que se llevaran el alma de su abuela, por un breve momento imagino el rostro exigente de su padre, y la reprimenda que seguro tendría por haber permitido que su abuela muriera. No había sido una situación grata, empero había logrado recordarlo al fin y al cabo.

    Es necesario explicar el motivo por la que se vio tan repentinamente separada de sus padres y hermanos. Su abuela contrajo una terrible fiebre y ella siendo la más joven, como dicta la tradición, tuvo que hacerse cargo de ella hasta que mejorara o bien muriera. Era una lástima que hubiese sido la última opción. Tuvo que ser testigo de la agonía de la dulce y terca anciana hasta su fallecer hace menos de una semana.

    El sepelio fue largo y triste. Tenía bolsas oscurecidas bajo sus ojos por la falta de sueño. Pero a pesar de que todo ya había terminado, un temor irracional helaba sus venas. Algo le perturbaba más allá de la rara muerte de la anciana. Podía sentirlo...

    Una brisa poco común movió sus maltratados cabellos castaños, hizo danzar sus delicadas y suaves prendas claras y erizó su piel toscana. — “¿Qué seria?”— Se cuestionó en sus cavilaciones, mientras sus ojos color chocolate miraban el oscurecido cielo debido a extrañas nubes de tormenta. He inevitablemente acudió a ella como los peces nadan hacia la peligrosa carnada del pescador, el último día de la vida de su abuela.



    ---
    Los bosques de coníferas eran roseados por tenues luces naranjas, amarillas y rojas, señal irrefutable que estaba venidero el crepúsculo y, a su vez, la confidente noche. Los animales se ocultaban en sus madrigueras, unos al pie del árbol, otros en las copas de los mismos; y unos cuantos comenzaban su vida nocturna. Mientras, la miembro de la familia Ikeda caminaba a paso silencioso por los senderos en los que no alcanzaba la luz del atardecer, para regresar a la vieja casa de su abuela donde la susodicha debía estar esperándola paciente y con un reproche, puesto que ya se le había hecho bastante tarde para la cena.

    En sus movimientos se podía admirar claramente el reflejo de su cansancio, mas ella a pesar de lo entumido que estaba su cuerpo por haber andado todo el día en busca de hojas de té, sonreía abiertamente tal cual niña a quien se le promete un obsequio. Pues estaba feliz, este día le habían pasado dos cosas buenas. Y, en la vida del hombre humilde, del desgraciado; eso es bastante para llenar las patéticas ilusiones de una vida placentera.

    La primera de esas cosas llego a su despertar, cuando un delicioso aroma le hizo abandonar su más reciente rutina de mirar el techo mohoso antes levantarse de la cama y descubrir que el aroma provenía de la cocina donde su abuela —aparentemente sana— cocinaba vigorosamente un exquisito desayuno para ambas. Recordaba haberla abrazado y derramado las lágrimas de la esperanza devuelta después de meses en la insufrible expectativa de saber si vivía o moriría. Con este despertar milagroso, estaba segura que viviría.

    La segunda recién le sucedió. La sonrisa de Tomoe se ensancho un poco al recordarlo. Justo cuando creía que no encontraría las hojas de té necesarias para preparar el medicamento de su abuela, se topó con una hermosa joven quien amablemente se las regalo al suponer porque andaba a altas horas por esta zona del bosque buscando hierbas. Tomoe no se extrañó ni se asustó porque ella había adivinado que hojas necesitaba. Era bien sabido que en esta parte del bosque solo se encontraban esas hojas de té, aunque eso no libraba de la dificultad de hallarlas. Así que, esa joven había sido muy útil y considerada al dárselos. Esperaba volverla a ver otro día.

    En su andar, no pudo evitar pensar en ella. —“Sí que era hermosa…” —Meditaba sintiendo lastima por los cabellos que, enredaban entre sus delgados dedos. Y, posteriormente cuando se hubo percatado de la naturaleza de sus pensamientos, soltó una risotada. Ella no era la clase de chica que se preocupaba por lucir bien. Sin embargo, no pudo evitar deprimirse al pensar en la posibilidad de parecerse a la mujer, y como al verse más linda atraería a algún chico de vez en cuando. —“Atraer a un chico…Lucir como la dama” — La joven de castaños cabellos rio, se burló y se mofo de sí misma bajo la recién aparecida luna llena; junto a los ojos de la noche y tan fuerte que resonó a lo largo de los senderos solitarios del bosque. Y, continúo con su labor, riendo hasta devorar por completo su dignidad, dejando en lugar de risas sólo amargo llanto.

    Cómo podría alguien como Tomoe ser tan bella. Jamás se acercaría a lo cautivadora que es la joven. Pero, aun en la oscura situación ella sonrió dulcemente y seco sus lágrimas. —“Podría ser que no era tan linda como aquella misteriosa joven, pero podía imaginar que lo era” —Entonces con los ánimos revividos, como si se tratara de un viejo juego de niños; empezó tratar de citar las cualidades de la joven. —“Ella tenía una bella melena…”—.

    Conforme daba cada paso por los senderos de hojas revueltas, los nuevos ánimos iban muriendo. Primero, con una tenue arruga en su ceño y la quijada levemente apretada, pero todavía luciendo la blancura de sus dientes y brillo de sus labios. Luego, con el ceño ligeramente fruncido y una media sonrisa que ya no mostraba sus perlas blancas. Hasta que finalmente, la poca voluntad de sonreír era demasiado evidente, y su frente estaba tan repleta de arrugas que era casi imposible admirar sus ojos color chocolate.
    — “¿Ella tenía melena?, ¿En qué momento y porqué pensó que era hermosa?, ¿Ella era realmente una mujer?”

    Los ánimos de Tomoe no desaparecieron debido a una nueva depresión respecto a su apariencia, sino por la silenciosa confusión que no vio venir. No estaba segura de la apariencia de la joven, no estaba segura siquiera porque pensaba que era bella. No recordaba el color de sus cabellos, la profundidad de sus curvas, la altura, las prendas que vestías o color de sus ojos. Su confusión fue tal, que ya no estaba segura si se había topado con una mujer. No obstante, de lo único que tenía la plena seguridad es que, sea lo que sea que le dio las hojas de té; era sumamente hermoso.

    Mareada por abrumadora barahúnda, decidió que por el bien de su salud mental, era mejor pasar el tema. Después de todo, era un tema sin importancia. Al menos, eso mismo se repitió incontables veces de camino de regreso, cada momento que la terca curiosidad hacia acto de aparición.

    Una vez que vio un pequeño bonsái en el claro de una colina poco elevada, supo que recibiría su reprimenda, pues al fin había llegado a la casa y seguro su abuela estaría angustiada. Mas cuando advirtió la presencia del viejo Wataru en la puerta, trago saliva.

    El señor Wataru era amigo de Nanako (su abuela). Podía apostar que sentía algo por la anciana, pero era muy tímido y caballeroso para confesarse. Un contraste total con Nanaku. En consecuencia, el verlo tan noche por estos rumbos, significaba problemas. Él era un hombre de rutina, pasaba todos los días a las cinco de la tarde a saludar y se iba una hora después, alegando que era impropio para un hombre quedarse en la casa de dos mujeres en la noche. Comprendió que tenía razón, en el instante que él fue a recibirla con la cara demacrada y los ojos hinchados. Y, entonces vino la mala noticia. Su abuela fue hallada muerta por Wataru a las cinco de la tarde, una hora después de que ella se marchara en busca de las hierbas medicinales…Nueve horas posteriores al ameno desayuno que compartieron ambas.

    Gritó herida por el amor de nieta; confundida y asustada entre las amargas lágrimas que no dejaban de brotar de sus ojos. Mientras aquel destrozado hombre trataba de ser más fuerte de lo que realmente era y la apretujaba por los hombros para que se tranquilizara. Todo sin éxito.
    En medio del dolor, hizo una pregunta que llevaba atorada en su garganta desde el momento en que se le dijo la triste noticia:
    — ¿Cómo? — El anciano parpadeo sorprendido y luego negó como que él no quiere la cosa. — ¡¿Cómo?! —Grito furiosa.

    Wataru medito unos segundos, cabizbajo ante la mirada atenta de la chica. Y, finalmente susurró —Asesinato.


    ------

    El anciano nunca quiso darle detalles respeto al asesinato sin importar cuan insistente fue. Él solo se limitaba a ignorar la pregunta, cambiar de tema u obligarle a trabajar tan duro en los campos de arroz que difícilmente podía articular palabra alguna ,una vez que terminaba. Al principio creyó que se debía al dolor por la pérdida o puede que le incomodaba el tema. Quiso creer eso y así lo hizo, por eso dejo de preguntar. Ella del mismo modo estaba herida, y preguntando lo único que conseguía era dallarse a sí misma. Pero en el pequeño funeral de Nanako, mientras rogaba para que el dolor cesara, le pareció ver un Ninja Ambu del país de la tierra hablando con Wataru. Concluyó rápidamente que era inusual ver un Ninja de ese rango por estas zonas y que no podían estar conversando de cosas triviales. Era un interrogatorio. No cualquiera, era aquel sobre los misteriosos detalles del homicidio de su abuela.

    Entonces, la verdadera razón de la indiferencia del viejo, no tenía que ver con el dolor de la perdida. Él quería protegerla de la verdad. De la verdad marcada en el cuerpo de su abuela, y la misma que jamás sabría por el silencio y el desconocimiento de sus ojos chocolates. Por un segundo supuso que su deber como nieta, tendría que ser, investigar lo que le había pasado. No obstante, ella no era un héroe, no era fuerte, no tenía por qué si un equipo Ambu ya estaba investigando. Su único deber ahora, era volver a casa y tratar de recuperar su vida. Y, eso hacía…

    Ikeda inhalo con regocijo el aroma de las Camelias del jardín de su madre. Siempre se podía disfrutar su exquisito aroma a metros de distancia de la casa. Observó con alegría que bajando la colina estaba su casa de madera de una sola planta. Y, suspiró repentinamente eufórica. — “¡Vaya, le había costado!” — Pensó mirando con fastidio las cuerdas tensas de Miso. El caballo aun insistía con querer regresar, mas no se lo permitiría, había esperado mucho para esto.

    Hecho otra mirada a su casa, los pisos de madera, la azotea de paja, las pequeñas ventanas, las Sakuras que le rodeaban; asegurándose que todo estuviera tal como lo había dejado. Notó que hacía falta una pequeña estatua del dios de la buena suerte Zashiki Warashi, pero lo ignoró. Su padre había mencionado que quería vender esa figura a falta de dinero; así que, imaginaba lo había hecho.

    Esperó a que el viento tocara su cara y corrió colina abajo en dirección a su dulce hogar.
    Sentía el golpeteo desembocado de su corazón, la brisa chocando con fiereza sobre sus pómulos y las lágrimas acumulándose bajo sus pupilas. Mientras sus piernas corrían entre los arbustos, abetos, telarañas y bellas flores. Todo para llegar ahí. Y, cuando estaba a tan solo un metro de casa, se detuvo de improvisto. Fue tan rápido que sus largos cabellos castaños desfilaron unos centímetros enfrente de su cara como brisa salina. Otra vez, algo estaba mal…

    —“¿Por qué estaba la puerta abierta?” —Su padre, nunca permitía que la puerta estuviera abierta, aun si su madre insistía con dejarla así para disfrutar el bello paisaje.

    Dio un paso al frente, tratando de converse que era imaginación suya el terrible presentimiento que helaba sus manos. Pero, se detuvo de nuevo en el momento que un hedor metálico arremetió contra su nariz violentamente. —“Sangre” —. Su hogar olía a sangre. Sabía reconocerlo porque de similar forma, detecto un olor metálico cuando Wataru le explicaba lo de Nanako.

    Tomoe retrocedió, sintiendo la falta de aire de pronto, negando impulsivamente la cabeza hasta que casi tropieza con un objeto de punzo cortante. Viro y observo el objeto. Era la daga de Yuki y estaba ensangrentada. Todo su mundo se estaba desmoronando.

    De repente escucho un grito desgarrador desde dentro de la casa. Le costó reconocer la voz porque jamás la había escuchado gritar con tanta desesperación, mas no había duda que era la voz de su madre. Se echó a correr rumbo a dentro, ignorando todo pronóstico y raciocinio. Después de todo, era la vida de sus seres queridos las que peligraban. Que sería de ella sin ellos.

    La chica se abrió paso a través de los largos pasillos de madera gastados; por las evidencias de la resistencia de su familia, por las puertas corredizas manchadas de sangre, solo para este momento. Donde la chica hacia acopio de todo el coraje que poseía y abría la última puerta, ignorando los gritos terribles de ellos. Y, como el niño nace, como el ave se alza al vuelo, supo que había llegado tarde.

    Cayó sobre sus rodillas, súbitamente débil sin saber que hacer más que observar. Lo hermoso que no recordaba y le restó importancia: La dama. Esa hermosa mujer de cabellos azabaches los cuales daban la impresión de tener un brillo azulado; labios de melocotón, mejillas levemente sonrojadas, profundas curvas, ojos de un maravilloso color perla; y quien relamía sus labios con la sangre de su madre muerta. Fue quien le dio las hojas de té.

    Miro a su alrededor, y se percató que los cuerpos de sus dos pequeños hermanos estaban en un lejano rincón a poca distancia de un padre asesinado. También estaban muertos, y dolía verles. La expresión del rostro de ambos gemelos sería algo que nunca olvidaría. Tan llenos de terror, la mirada verde aceituna vacía y sus mejillas bañadas de su propia sangre.

    Tomoe cerró sus ojos con fuerza, creyendo que podría despertar una pesadilla. No obstante, no despertó de ningún mal sueño, pues ella no estaba durmiendo. Lo que veían sus ojos era real, Yuki, Yumi, padre y madre; huecos y muertos.

    La ultima Ikeda, apretó los nudillos aferrándose a sus prendas con sumisión. Estaba aturdida, atrapado, bofeteada por la velocidad de las circunstancia y humillada por la veracidad de la vida. No se daba cuenta del peligro en el que estaba e ignoraba su exterior murmurando palabras indelebles. Para cuando reaccionó, era tarde de nuevo, la hermosa joven ya estaba enfrente de ella. Trató de retroceder, sabiendo que pronto moriría, pero su cuerpo le fallo. No movía musculo más el de sus ojos, esperando su inevitable y precipitada partida.

    Lo siento— .Susurró la hermosa joven luego de ponerse en cuclillas justo al frente de Tomoe para que viera la sinceridad de su disculpa.

    La de ojos color chocolates quedo muda. — “¿Lo sentía?, ¿No le iba a hacer daño?, ¿Qué significaba eso?” —. Se cuestionaba incrédula.
    Enserio parecía que la de ojos alvinos no pretendía hacerle daño, por que tan pronto se disculpó, salió por la puerta dispuesta a marcharse.

    Tomoe escucho la puerta correr y cerrarse con un sonido hueco. La joven asesina ya se había marchado. Quedo en silencio unos segundos y entonces lloró. Las lágrimas fluyeron libremente de sus ojos al piso de madera, haciendo dulces sonidos sordos cuando estas caían. Ahora, ya no tenía sentido nada. Todo lo que importaba estaba derramados sobre las paredes y suelos. La desconsiderada dama le había dejado viva a ella para que solo ésta sufriera...

    —Tu amor y tus lágrimas… —Le dijo la hermosa joven en el lóbulo de la oreja de Ikeda. —Son tan dulces — Seco sus lágrimas con la punta de su lengua y le tomo bruscamente del cuello antes de que ella pudiera gritar por su repentina aparición.

    La chica intento huir, golpear o alejarse, pero la presión que estaba ejerciendo sobre su cuello era demasiado fuerte. Difícilmente podía hacer algo sin temor a ser decapitada. Mientras, la bella criatura le observaba con una terrible sonrisa y los ojos envenenados por la gula. Hastiada de solo observarla, con su otra mano toco su hombro suavemente y la acaricio hasta llegar a su codo. Luego sonrió otra vez junto aquella perversidad que desencajaba con su dulce naturaleza, y de un tirón suave rompió los huesos de su brazo. Ikeda grito. Le infringió tanto dolor que salieron más gotas amargas de sus ojos. Y, ella gustosa bebió de ellas con morbo y placer.

    Tomoe probablemente no había experimentado esa cantidad de dolor en toda su vida. Ni había vivido en carne propia humillación como aquella. Solo en ese momento, por primera vez en toda su vida, deseo estar muerta para terminar con su dolor físico, la herida de la perdida de sus seres queridos y el bochorno. Con esa inusual idea en su cabeza, dejo de luchar por su vida en busca de una muerte rápida.


    Consumida por la necesidad y el fuego, la dama no pudo soportarlo ni un momento más. Retiró su mano del codo de la chica y la alzo a la altura del pecho de ella. Y, con un movimiento rápido le despojo de su corazón para engullirlo de una sola mordida. Ella no era un fantasma, ni vampiro. Ella no era de tener clemencia como esos monstruos, simplemente devoraba lo que le parecía dulce: el corazón de personas honestas y las que guardan el amor sincero. Por tal motivo, ella no merecía nombre alguno. Ella era una bestia terrible que, solo cumplía con su despreciada condena.




    Sé que no es muy interesante ahora, pero prometo que mejorara. Próximo capitulo:
    Capitulo dos: La razón. Parte 1- El mudo.


    Además quería decirles que los próximos tres capítulos son en pasado para que no se confundan.
    Comenten así podre subirles el proximo capitulo sin temor a hacer spam.
     
  2.  
    Sea Lady

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    Re: Condena (NaruHina)(Romance)(Drama)(Tragedia)

    Esta muy bien narrado , me gustó mucho , pero al principio no parece ser Naruto...
    Bueno...espero de que en el proximo capitulo sea mas interesante.

    Me encantó mucho tu forma de narrar , y por lo que veo, no tienes faltas de ortografia , que bueno xD

    Esta muy interesante , a mi me gustó ;P

    Espero de que lo sigas prontito para resolver mis dudas...xD

    Te veo en la conti ;)
    Adios
     
  3.  
    xmaktubx

    xmaktubx Iniciado

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    Condena (NaruHina)(Romance)(Drama)(Tragedia)
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    Re: Condena (NaruHina)(Romance)(Drama)(Tragedia)

    Ella era una criatura de envidiar. Su cabello era tan bello como el firmamento de una noche plagado de estelas. Sus ojos eran blancos e intensos, tan bellos eran que sus víctimas cedían a ella por sólo mirarlos. Su cuerpo, había sido esculpido en nieve blanca y espesa a la imagen del paisaje más exótico e inhóspito del planeta: las montañas que crecían y bajaban eran sus senos y caderas; su vientre eran las laderas de arena blanca y sus lágrimas eran las cascadas claras de un amargo corazón. Al más prodigioso de los poetas le faltarían palabras para describir a tan sublime mujer. No obstante, ella no era de envidiar como se creía. Su pureza fue arrebatada en aquel momento que su nueva travesía comenzó; aquel primer momento que despojó de la vida a alguien y sus labios fueron manchados del líquido de su crimen.

    Es difícil imaginar como la tímida Hyuga Hinata ha terminado de esta manera, lavando con frenesí sus manos llenas de Tomoe que, había sido su última inocente víctima. Pero Kami-sama lo sabe, lo ha visto desde su cómodo asiento de detalles dorados y tercio pelo rojo. La razón de la condenada, es una historia un tanto larga…



    Capitulo dos: La razón. Parte 1- El mudo.


    Era la décima tercera vez que, suspiraba tras la puerta de madera de una de las oficinas contiguas de la oficina del Hokage. Estaba nerviosa, era claramente perceptible por el sudor de sus manos, el juego incesante de sus dedos chocando uno contra otro y el rebote desembocado de su corazón. Se supone debería estar a dos puertas de la que actualmente se ocultaba, presentando el informe de una de sus misiones en el país del viento, una misión relativamente fácil que había consistido en escoltar al señor feudal del país de la tierra para mejorar las relaciones exteriores; pero el hecho de que fuera a él y precisamente él a quien debía entregar el informe, le estaba complicando la cosa.

    Por un instante maldijo los planes de sus jóvenes alumnos. Ellos usualmente distraían la atención del soberano para con ella, pero este día que ellos iban a ir a comer en casa de Kurenai para el cumpleaños de su hijo Sumoi de ocho años de edad; no habría quien lo distrajera, y toda la atención estaría situada sobre ella.
    Pese a que tenía la ligera sospecha que Rin, Dairuko y Mishuja le habían mentido, y su verdadera intención desde el principio había sido dejarla apropósito a solas con el Hokage, para que ambos “conversaran” tranquilamente. No podía molestarse con ellos. El gesto lo habían hecho con la mejor de las intenciones, pues sabían que sentía algo por él. Tan solo anhelaba que no fueran tan inocentes.

    Suspiro amargamente. Lo cierto es, que no le hacían ningún bien. Todo lo contrario, hace ochos años que había estado retrasando este preciso momento. Ocho largos años de acontecimientos tanto buenos como malos. Desde su confesión en campo de batalla a la pelea entre Sasuke y Naruto; de esa batalla a la en contra de Madara y su dichoso demonio de diez colas; y posteriormente el glorioso ascenso de Naruto como Hokage de la aldea oculta entre las hojas. Sin embargo, en ninguno de esos momentos hubo espacio para hablar sobre “eso”.

    Bien, no era necesario. Ella ya conocía lo que venía. Algo seguramente terrible para que la Hyuga heredera del clan, lo retrasará tanto tiempo. Ella ya conocía la repuesta a su sacrifico, sabía que la indiferencia de él no había sido en vano. También estaba consciente que la cercanía entre él y Sakura no eran coincidencia, y tenía la plena seguridad que el silencio que había guardo por los largos años, se debían a aquello que no quería escuchar de sus dulces labios morenos y ver en su hermosa mirada azulada. Ella iba a ser rechazada.

    Por eso, temblaba tras la puerta de madera con la fragilidad de una mujer que conoce lo inevitable; por esa misma razón, las lágrimas amenazan con salir antes de tiempo; por eso, la perilla no se abría a pesar de que al otro lado un Ninja, tocaba con insistencia. Y es que, simplemente no podría salir y ser rechazada sin más. No cuando ella lo amaba tanto.

    Perdió la noción del tiempo tras la puerta de madera; agobiada por los recuerdos escritos en su pecho: las miradas fugaces, las sonrisas sinceras, la picardía en su mirada y la admiración que nunca dejo de sentir por él. Y, cuando se hubo recuperado, se percató de lo tarde que era en verdad, ya había vestigios del atardecer colándose por la ventana. Así mismo, se dio cuenta que la puerta dejo de dar resistencia. El Ninja en algún lapso de tiempo dejó de tocar la puerta. No obstante, Hinata advirtió que de igual forma todo volvía en calma, su voluntad de resistir lo inevitable flaqueaba por fin. Iba a llegar sin importar lo que hiciera. Entonces en un tiempo relativamente corto, se vio justo enfrente de la oficina del Hokage, dudando por girar la perilla.

    —Pase… —Hinata ahogó un grito cuando escucho la voz del soberano del fuego hablarle desde a dentro. Obviamente se había dado cuenta de su presencia. Luego bajo la mirada repentinamente apenada, mientras un color carmesí fuerte se apoderaba de sus mejillas.

    — “Naruto-kun” — Fue inevitable su reacción. A pesar de lo terrible que resultaba estar a solas con él, su ser se llenó de júbilo con sólo oírlo dirigirse a ella, aun sí éste desconocía con quien hablaba. Además, su voz…Había madurado. El color de las mejillas de la Hyuga se atenuó. No se percató de lo mucho que había cambiado su voz; puesto que, hace demasiado que no la escuchaba. Su voz ya no era chillona y descuidada, sino era poderosa, soberbia, comprensiva, empero sin perder el timbre optimista que lograba sacarle estas ridículas reacciones.

    El por qué se vio privada de escucharlo, era completamente su culpa. Suponía que le resultaba incomodo estar con ella desde lo que dijo. Después de su confesión, él se tornó distante con ella, y a partir de su nombramiento hace seis años él enmudeció frente a ella. De tal forma que siempre que acudía para la asignación de una misión, él se limitaba a entregarle el pergamino con los detalles de lo que debían hacer, más no hablaba. Incontables eran las ocasiones en las que por azares del destino, no lo había escuchado nunca más. Habían sido muchos y tortuosos los segundos sin su encantadora voz, así que; era sumamente reconfortante percibirlo una vez más, aun sí el único motivo de admirarlo de nuevo tuviera relación con su inminente desprecio.

    — “Naruto-kun… Es bueno escucharte de nuevo” —Dedicó al cielo sus amargos pensamientos con una sonrisa triste, al tiempo que se decidía a abrir la puerta.
    La puerta rechino fuertemente cuando hubo girado la perilla y empujadla. A ella le pareció largo el tiempo mientras lograba vislumbrar algo entre las garrafales figuras de la puerta de madera. Posteriormente, a provecho para enfocar su opalina mirada al centro de la habitación. Fue justo cuando sintió que su pecho se inflaba de regocijo al verlo. Él estaba detrás de su escritorio, escribía incesante sobre una pila de papeles y se le notaba cansado. Pero para ella fue la imagen más deslumbrante que había visto. Seguía siendo la persona del cual erróneamente se enamoró. Sus esplendorosos cabellos rubios, caían rebeldemente hasta sus mejillas; la profundidad del mar seguía guardada en su mirada un tanto oscurecida por la experiencia; las marcas en la mejillas estaban ahí, solo que ya se notaban burdas sobre su piel, en este momento le estilizaban el rostro; la madurez corporal que había alcanzado con los años y entrenamiento, estaba bajo una polera negra y una capa blanca que apenas ocultaban la sensualidad cuerpo. Todo bajo los afortunados rayos de sol que amenazaba con meterse tras la colina.

    Hinata se ahogó ahí mismo, consiente de la calidez de su pecho y temblar de su frágil cuerpo. Y, luego cuando recuperó levemente el aliento, pronuncio su nombre en una caricia suave, al mismo tiempo que sus dedos deambulaban por sus labios entreabiertos como si hubiera hecho algo prohibido; como si al pronunciar su nombre hubiera cometido su hermoso pecado.

    Al actual Hokage le pareció escuchar que alguien lo llamaba enfrente de él, y como acto de reflejo viro su azulada mirada hacia quien le hablaba. Fue ese mismo instante que se cohibió; que sus labios se secaron, su corazón se detuvo y se sintió sobrecogido ante la intensa mirada de ella. No esperaba ver a Hinata sola enfrente suyo, ni tampoco esperaba verla tan… — “Linda”. De pronto no sabía qué hacer; de improvisto su ser experimento lo que jamás había sentido en su vida. Al mirar amor en los ojos blancos de ella, sintió necesidad por ser visto así todos los días. En ese instante, acompañando su sobrecogimiento, sintió una sed endemoniada por los labios que Hinata mantenía entreabiertos, y prometían ser irresistiblemente suaves. Tuvo, muy a su pesar, que sostenerse en el escritorio para no lanzarse sobre ella, convencido que lo sentía por ella no era más que la falta de sueño.

    —Hokage-sama… Traigo el informe de la misión del viento— Le dijo ella atropelladamente, entregándole un pergamino y bajando la mirada para alivio de él.

    —Está bien Hinata. Puedes retirarte —Contestó él causando que ella abriera los ojos evidentemente sorprendida. Naruto se extrañó por esta actitud, pero luego tuvo que reprenderse mentalmente al recordar que hace bastante tiempo que no le había dirigido a Hinata una sola palabra por no saber cómo entablar una conversación. Seguro pensó que había estado enojado con ella. Iba a disculparse, pero justo cuando iba hacerlo alguien entro por la puerta y se lanzó contra él, sorprendiendo no sólo al Hokage, sino también a la Hyuga.

    — ¡Claro que si, Baka! ¡Acepto! ¡Acepto! —Gritaba Sakura llorando de felicidad sobre sus piernas y llenaba al soberano de apasionados besos.

    — ¡Ah! ¡Sakura me sorprendiste! —Dijo este alegre y acariciando sus mejillas repletas de lágrimas. Todo esto, ajeno que para cierta chica, la escena había arrancado su corazón henchido de ilusión.

    El primer impulso de la hermosa joven de cabello azabache fue arrancar de los brazos de Naruto a aquella chica que lo besaba con arrebato. Sin embargo, su primer deseo fue obstaculizado al percatarse de la debilidad que inesperadamente atrofiaban sus músculos y el ahogo que experimentaban sus frágiles pulmones. Su segunda pretensión fue llorar y rogar por ser amada, pero poseía la dignidad de su clan. Jamás podría hacer eso. Igualmente, no habría servido de nada, ellos se amaban. Podía verlo en la sonrisa maja de él, en sus ojos azules envenenados de gentileza, la manera como la tocaba como si fuese a romperse y el amor de él al corresponder lo de Sakura. También lo percibía a través de su inmaculada mirada de Sakura, las lágrimas de felicidad de ella y sus susurros de amor. Ella había sufrido por el amor de Sasuke y pensó que jamás se repondría de la traición del azabache. Más ahora que la observaba besando a la persona que ella amaba, se daba cuenta que todo el sufrimiento había sido curado, sin importar que fuese a acosta de su propia felicidad. Fue cuando se sintió estorbosa.

    Entonces, a pesar de que Hinata quiso luchar por aquel corazón que lentamente cavaba su tumba, por mucho que las palabras de amor quedaron atoradas en su garganta, y por ese deseo llorar. Ella atino a hacer una sola cosa: Dijo lo más diplomática que su voz desquebrajada le permitió —Hokage-sama, veo que soy inoportuna… Lo siento. — Hizo una solemne reverencia, viro hacia la puerta y tuvo la intención de marcharse antes de que las lágrimas se aglutinaran en sus pupilas….

    — Hinata…. Espera ahí, por favor. Necesito hablar contigo. —Le dijo el soberano de fuego deteniéndola en el acto. —Sakura… ¿Podrías salir por favor? Necesito hablar a solas con Hinata— .Aclaro éste apartándola de sí y adoptando una actitud seria. La joven de cabellos rosados se sorprendió al escuchar el nombre de ella, notado que había cometido un grave error. Realmente no había notado su presencia. Si hubiera sabido que ella estaba en la oficina del Hokage, no lo hubiera besado enfrente de ella. No cuando conocía el sentimiento de amar y no ser correspondida.

    —Hinata…yo…—Sakura balbuceo tratando de excusarse. Pero al mirar la frágil postura que adoptó la chica de ojos opalinos, percibió que sin importar lo que dijera el daño ya estaba hecho, así que; salió de prisa de la oficina con la esperanza de que Naruto resolviera todo. No sin antes susurrar un— “Lo siento”.

    Ambos: Hokage y Hyuga. Permanecieron en silencio e inmóviles hasta que el atardecer se extinguió por detrás de la montaña Hokage. Estaban exactamente como los había dejado la chica de ojos jade. Hinata seguía en el umbral de la puerta dándole la espalda al rubio. El rubio continuaba detrás de su viejo escritorio con el ceño fruncido, quizá, buscando las palabras adecuadas para no herirla demasiado. Pero al final desistió de su pretensión. No había manera de ser suave con esto.

    — He estado saliendo con Sakura-chan desde hace dos años. Y este misma tarde, le pedí que se casara conmigo —Confesó el rubio. Hinata tembló. —Creo que es hora de que trates de hacer tu propia vida —Le dijo él intentando ser amable con ella, y le hablo con la verdad, porque eso es lo que quería. Sabía que no podía amarla y era justo para tan dulce mujer que tratara de ser feliz.

    La hermosa joven, no quiso verlo, no contestó, no reacciono sólo suspiro. Más claro no podía ser posible. No la amaba, así que; en ese momento, Hinata hizo lo que tenía que hacer. Se marchó. Esa misma noche, abandono la oficina del Hokage y se hundió entre los sinuosos senderos del bosque, diciendo adiós a su equipo y todas aquellas personas que le importaban. Y, sobre todo, se despidió de su corazón y fortaleza; del brillo en el sol cada día; su aliento y su voz, las ideas que profesaba entre sus alumnos, la amargura de la noche y aquella espalda que no fue capaz de alcanzar. Para estar un paso más cerca de su destino.

    Esa noche, Hinata Hyuga se fue de la aldea incapaz de ver a la persona que amaba fervientemente ser feliz con otra persona.



    Proximo capitulo: Capitulo dos. Parte 2- La anciana de la montaña.


    Por favor díganme como quedo. Creo que me quedo peor que el anterior. T-T.
    Para quien no se ha dado cuenta el capítulo dos es en pasado. Lo que significa que la parte 2 y 3 también lo serán. Es importante porque se ven los eventos que desataron la condena de Hinata.
    PD. No duden en preguntarme por lo que sea respecto al fic y gracias por los comentarios. De veras me hacen feliz.



     
  4.  
    Kobato

    Kobato Guest

    Re: Condena (NaruHina)(Romance)(Drama)(Tragedia)

    Tu fic esta bueno, pero tengo una pregunta que me tiene loca desde que lo comenze a leer, ¿has publicado este fic en algun otro foro antes?
     
  5.  
    Nahi Shite

    Nahi Shite Usuario popular

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    Re: Condena (NaruHina)(Romance)(Drama)(Tragedia)

    GUAU!
    me encanta este fic...
    tu forma de narrar es muy envolvente e interesante.
    me pierdo totalmente en cada palabra que leo...
    es muy interesante lo que pasa...
    la verdad que me encanta el naruhina!
    espero que no sea tan triste porque soy muy sentimentalista,
    y si Naruto no acepta a Hina-chan lo mato con mis propias manos jeje

    Errores ortograficos no tienes, o al menos no los note jaja
    Eres una escritora estupenda y estoy ansiosa por leer el proximo capitulo
    bye
     
  6.  
    xmaktubx

    xmaktubx Iniciado

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    Condena (NaruHina)(Romance)(Drama)(Tragedia)
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    Re: Condena (NaruHina)(Romance)(Drama)(Tragedia)

    «“Numen de fantasías,
    He aquí a este desgraciado, estropeado y frustrado hombre.
    He aquí a quien lejos de su inusitada belleza está.

    Musa de desidias,
    Le maldigo benevolentemente, por qué de vuestra propiedad es este pedazo de hombre.
    Porqué este mono, ha quedado prendado de sus susurros añejados de dolor,
    De su desamor, de su mirar perdido en los canales oscuros de averno.

    Como le odio…Belleza de poesías.
    Sus labios veneno son,
    Indiferentes a mí ha de ser al igual que su ser.

    Traidora de indolencias,
    Cuantas veces estos oídos y ojos han sido víctimas de sus ponzoñas lagrimas…
    Púas de fuego sus lágrimas son,
    Y yo bastardo maldito he de caer ante sus oscuros deseos,
    No. En mis sueños y anhelos he de caer.

    Pútrida mujer de injurias,
    Si algo ha de desear este poco hombre que le observa desde la distancia,
    Ha de ser secar sus lágrimas, de callar sus heridas silenciosas,
    De ser aquel que a su lado este cuando sucumba su amor por él.

    Porqué, le amo numen y traidora mujer.
    Siempre ha de ser así”…»








    Capitulo dos. Parte 2- La anciana de la montaña.



    Pasados los segundos, las horas, los días, y las semanas desde que dejó que toda esperanza se perdiera entre los senderos de bosque espeso. Se le había hecho una costumbre andar entre las aldeas, con la mirada perdida y los labios entreabiertos. Mientras las personas no podían evitar poner la mirada en los vestigios de su viejo ser e inmediatamente apartarla sin saber con exactitud la razón. Al menos, no lo comprendían los jóvenes provistos de aquella inocencia que la vida aún podía permitirles, pero los ancianos que la observan caminar con taciturna, suspiraban entristecidos por no poder salvarla de aquel vacío reflejado en sus ojos. Porqué la bella joven de cabellos azabaches y piel de nieve, era una pieza vacía o una muñeca sin alma. Ella se hallaba entre la frágil línea de la vida y la muerta. El cómo llego a esa precaria situación era sencillo de explicar: Al alba, una parte de sí murió. Esa parte murió en aquel momento que los labios de su esplendoroso sol, se tocaron con los pétalos de la Sakura y los susurros de amor fueron dichos en aquella apacible danza.

    «“Hinata…
    Le pedí que se casara conmigo…”
    “Creo que es hora de que trates de hacer tu propia vida”.»

    Otra vez su tormento. He ahí las palabras que habían estado taladrando su frágil corazón y haciendo baches en la poca cordura que aún le quedaba.

    Cómo si no hubiese sido sufriente verlo con alguien más hermosa que ella; observarle susurrar palabras de ternura a alguien que no era ella; reparar en su amor y besos hacia esa persona, totalmente ajeno a ella que podía amarlo más, que podía entregar sus orgullos ojos si es lo que quería, su esencia y hasta su propia vida si fuese necesario. No obstante, eso no importaba. Ellos se tenían en una al otro y se amaban muy tiernamente…

    Hinata tuvo que sacudir la cabeza para alejar esa imagen de su mente en vano. Lo hizo con tanto fervor que ella misma se causó daño, y dos lágrimas solitarias resbalaron de sus pálidas mejillas.
    « Como dolía. Hería el amor, pues éste fácil llena e igual arrebata».

    — ¿Se encuentra bien, señorita? —Le preguntó un anciano mientras le extendía la hogaza de pan que ella misma había pedido.

    La bella mujer de ojos opalinos, miro hacia ambos, y parpadeó sorprendida de hallarse en una tienda. Estuvo tan sumida en sus memorias que no recordaba haber entrado siquiera, menos haber pedido algo para satisfacer su apetito. Aunque debía admitirlo: tenía hambre. Ya su estómago comenzaba a emitir sonidos como prueba de su hambruna. Que lastima que todos sus fondos se habían agotado hace un par de días. No tenía un sólo centavo consigo, así que; justo ahora se encontraba en un dilema: Robaba o se quedaba sin comer.

    — ¿Señorita? —Llamo de nuevo el anciano. Fue en ese instante que la Hyuga reparo en él. Él era un anciano corpulento, pero no gordo. Tenía una barba canosa de tres semanas que lucían bien con sus pequeños y lagrimosos ojos negros, y vestía con una sencilla Yukata de color gris con un obi negro.

    — Estoy bien, no se preocupe — Contestó dulcemente en un tono apagado poco convincente.

    El encargado escudriño a la hermosa mujer durante un prolongado tiempo, consiguiendo que ella se pusiera muy nerviosa por aquellos lagrimosos ojos que no se apartaban de ella. Durante ese lapso, a Hinata le pareció que el anciano podía ver a través de su piel, advertir su sentir y traspasar su alma, logrando que se desesperara, que se sintiera temerosa y atrapada. Entonces, opto por adoptar otra postura, de tal manera que él ya no pidiera observar en ella la verdad reflejada en sus orbes. Esa verdad que le parecía humillante.

    El hombre corpulento le miro durante unos segundos más advirtiendo el cambio en ella, pero luego de unos instantes que para la azabache fueron milenios, dejo escapar un sonoro suspiro, cediendo a sus intensiones
    Está bien. —Dijo él y la Hyuga finalmente pudo aspirar un poco del aire faltante. —Señorita, su pieza de pan. —Le recordó demandante sosteniendo entre sus arrugados dedos una bola de canela recién hecha.

    Si alguna vez, se ha sufrido tanta hambre como para percibir que el estómago ha empequeñecido; si en algún desgraciado momento se ha tenido tanta necesidad y la tentación al frente: una pieza humeante, bañada en las tentadoras partículas de polvo de canela, mismas que llenaban cada una de sus fosas nasales. Se comprendería el sentir: el vacío en hacer lo correcto, aun cuando la insatisfacción le arrastrara a cometer el delito.
    No. —Que amarga salió la palabra— No. Yo ya no tengo… apetito— Dijo.

    Se despidió cortésmente de viejo dueño del lugar- evitando a toda costa el pan- y avanzo con paso firme hacia la puerta de entrada, dispuesta a salir. Hasta que un desafortunado incidente la delato…

    Hyuga Hinata, ex-heredera del clan más poderoso de la orgullosa aldea de Konohagakure no Sato. Estaba sufriendo el segundo momento más bochornoso de toda su vida, por eso ante las curiosas miradas de todos los comensales, lo único que se le ocurrió hacer después de que su estómago emitiera tremendo sonido: fue retomar su antiguo habito de ponerse tan roja como un tomate, y disculparse a los cuatro vientos por su ignominiosa actuación. Sólo entonces se marchó.

    La pequeña campana de la puerta tintineo una vez ida la roja joven. El longevo señor negó con el cabeza, tanto preocupado por ella, así como reprochándose por aquello que planeaba hacer. Tomó la bola de canela, y salió de la tienda dejando a uno de sus ayudantes a cargo. [/i]
    [/i]
    Fudo Suzuki era el nombre del anciano. Un hombre noble con una tienda y dueño de varias pequeñas hectáreas. Un hombre complicado. Él había sufrido una dura vida. Antes de naciera, su familia ya había padecido los terribles sellos de la primera guerra, y en su niñez tuvo que aprender las rígidas lecciones de la segunda guerra Ninja. Por todo eso, y por aquello que los jóvenes todavía no logran entender, estaba tan renuente a dar ayuda. No es que le hiciera falta el dinero, -si ya se había dicho que el viejo vivía cómodamente- sino era exactamente el acto lo que le molestaba. No era tan bueno ayudar sí con la ayuda se creaba dependencia y pereza. Sin embargo, quizá, tan solo quizá, haría una excepción esta vez.






    Tan pronto como se hubo alejado de la tienda, empezó a relajar su apretado paso hasta apenas arrastrar los pies. Posteriormente diviso una banca de madera desgastada por los años, y se sentó en ese trozo de tiempo, sintiéndose extrañamente agotada por la caminata. Se acomodó sobre el respaldo y removió su dedos incomoda.
    «Que vergonzoso había sido»—Se dijo mentalmente, conservando el rubor en sus pequeñas mejillas. —«Aunque fue divertido»— Sonrió un poco, contagiándose de algo abrumador, para luego empezar a reír con la torpeza de una alegría que hace mucho no experimentaba. Y, rio más, ahogándose ligeramente y apretando su vientre con fuerza, sintiéndose tan dichosa de poder hacerlo justo cuando creyó que ya no podría sonreír. Pero…
    «Naruto-kun»

    Le recordaba a él. El bochorno y la alegría le recordaban demasiado a él. Y, puesto que, su antiguo amor era la fuente de su felicidad, tal como su miseria, en aquel momento murió envenenado su buen humor, entrando el desventurado mirar en aquellos ojos perla que antes vieron con apego.

    No existe cosa más horrenda en el mundo que, ver a una dulce mujer padecer por algo de intransigencia —Hinata alzo la mira y vio sorprendida al viejo encargado de la tienda tendiéndole el riquísimo pan de canela con sonrisa arrugada que deformaba su rostro.

    Yo no…—Balbuceo.
    Acepta niña, seria descortés negarse — Puntualizó Fudo en tono autoritario que no aceptaba replicas.
    Gracias— Expresó y tomo la bolita.

    Cuando la ojos albinos se hecho el primer bocado a la boca, le dolió tragar sin importar cuan rico sabia la pieza. No obstante, pasados los segundos, pudo comer tranquilamente con Suzuki esperándole a lado. Sabia delicioso. Alguien debió haber tomado excesiva dedicación en elaborar algo tan sencillo, y estaba sumamente agradecida por ser quien estaba disfrutando de tan sublime manjar. Inclusive, una vez terminado de comer, se relamió los dedos discretamente para quitar los residuos que en ellos pudiera haber quedo.
    ¿Bueno? —Le preguntó distraídamente el senil hombre.
    Estuvo muy rico, ¿Señor…? —Su respuesta fue entusiasta, aunque repentinamente cayó en cuenta que no sabía el nombre de la persona que había sido tan amable con ella.

    Suzuki, apoyando las decrepitas manos sobre sus rodillas, se puso de pie enfrente de la hermosa mujer; hizo una reverencia y exclamo claramente—Mi nombre es Suzuki Fudo, a sus servicios —. Una actitud anormal en hombre asiático de esa edad.
    Conservando el desconcierto en rostro, la joven imito al hombre. — Mi nombre es Hyuga Hinata. Gracias por el pan —. Enseguida rieron siguiendo el juego. El viejo en una estruendosa carcajada, muy fuerte para sus viejos pulmones. Hinata con una ligera risa.

    Transcurrido los minutos de regocijo entre dos recién conocidos. Sobrevino un silencio capaz de ser cortado con el filo de una hoja de papel.

    ¿Por qué…?— Soltó de repente el matusalén, captando su atención. — ¿Por qué una perla maja derrama su dolencia en la mudez? — Preguntó inquisitivamente como si al viento estuvieran dirigidas las palabras, pero mirándole fijamente a los ojos, dándole a entender con ese simple acto que, de alguna manera él había logrado ver sobre sus barreras, y que la consideraba como algo demasiado valioso como para llorar de esa manera.

    Hinata se sobrecogió entristecida al verse descubierta y sentirse indefensa al mundo. Tal vez, al ser revelada su debilidad ante aquel hombre, hacia más latente el desamor; más real la pena que hasta el momento había guardado con tanto cuidado. Por esa razón, por extraño que parezca, sintió un golpe bajo en su pecho comparable en dolor con “aquel instante”. Y debido a esa herida abierta, enmudeció frente a ese cuestionamiento.

    El vendedor de pan se percató de la reacción de la joven: el temblor ligero en sus hombros y el mirar perdido en algún sitio lejano, oscuro e imposible de alcanzar. En aquel momento, comprendió que debía callar las interrogaciones sobre su pasado, y en cambio construirle un futuro remoto a esta realidad tan terrible que le acosaba. Después de todo, ella era como «su flor de loto». Hinata se parecía a la hija que fallecida hace demasiados años, más no los suficientes para olvidar.
    «Padre, creo que mamá regresara a nosotros de alguna manera. Tengo la seguridad que así será…. Lo nuestro siempre ha de regresar algún día ».

    Puede que las palabras de su hija en la sepultura de Kana (su esposa) tuvieran algo de certeza, y recibía la ocasión de cuidar a su hija nuevamente

    Esperó paciente una señal de vida de su acompañante, pues el tiempo le enseño a ser siempre paciente en situaciones tales como estas. Hasta que lo obtuvo: un pestañeo ligero y un poco de color a sus mejillas. Decidido a no perder la oportunidad que tenía, expresó las palabras que venía formulando desde hace rato. — No es necesario que me diga nada. Pero ha de saber usted que no hay herida que sea imposible de desaparecer en esta aldea. Tiene su magia — Dijo soñador a una aturdida joven. — Por eso, le ofrezco refugio y trabajo—.






    Bajo el abrazador sol, su mano era una hoja de papel traslucida, y a veces el calor le recordaba un poco a la cuidad de Gaara,- « amigo de él»- empero a lo que eso significaba, todo resultaba tal como había dicho el amable señor Fudo, ahora su patrón. La aldea realmente era especial, sentía la magia llenar sus pulmones cada mañana e incluso el cansancio por encargarse de la siembra arrojaba satisfacción viéndolo desde cualquier ángulo. Se podía decir que estaba cómoda. La gente se acostumbraba a verla pasar por las calles de piedra, e incluso ya conocía grandes personas a quienes les tenía tanta estima que secretamente los consideraba su familia. En particular al viudo Suzuki a quien le debía su nuevo propósito de vida, y Kyoshi a quien cuidaba de ella, tal como lo haría su primo Neji.
    Cómo los amaba a ambos. Los amaba como padre y hermano; como algo más a pesar de que siempre trataban de avergonzarla. Daría lo que fuera por ellos, siendo ellos su nuevo motivo para continuar.

    Detuvo la recolección de duraznos blancos, al divisar a su jefe a unos metros, haciéndole señales para que se acerque. Depositó el fruto que tenía en la mano, acomodo la canasta en su brazo y parte de la cintura, y se acercó a él con una sonrisa. Sabía por qué le estaba hablando, pero le encantaba que él se lo recordara como si de su padre se tratase.
    Hinata. ¿Qué haces aquí todavía? — Dijo Suzuki con fingida indignación. — Apresúrate, sabes que la amargada Aika se molesta conmigo si llegas tarde—.
    Lo siento, lo había olvidado. —Mintió sonriendo tras un ligero matiz rojo en sus mejillas —Voy, en cuanto termine de recolectar el árbol—.
    Está bien. Apresúrate —Demando antes ir a supervisar al resto.






    El joven suspiro una vez más. Éste era el soplo — «Olvidado» —Se dijo mentalmente después de haber perdido la cuenta de cuantos llevaba. Se removió incomodo en el asiento improvisado que se había hecho con un tronco de árbol espinado, y la miró a la distancia con el fervor de un hombre encantado.

    «Ella», la bella extranjera estaba recolectando plantas para el viejo Fudo para quien trabajaba. Lo hacía desde que llego, cada mañana hasta altas horas de la tarde. Y, él como buen empleado de Fudo también estaba ahí, observándola cada que tenía la oportunidad; cada que se distraía. Porqué aunque fue reacio al principio; pese a que lo negó cientos de veces antes de perderse en sus bellos ojos. Sabía la verdad: estaba enamorado de esa dulce mujer. No había duda.

    Muchas veces se preguntó de quien había sido el plan, es decir; a quien maldito en el cielo, se le ocurrió haberle hecho esto. Él no era tonto, pero estaba al tanto que los hombres se convertían en tontos una vez encantados por una mujer. Por todo aquello, constantemente se cuestionaba si todavía debía serle fiel a su dios, porqué era su dios en primer lugar quien lo había dejado en esta precaria situación. Al final, comprendió que ni el mismo Kami podía haberle impedido que se enamorara de ella. Nadie pudo haberlo evitado, pues ella era…
    Indescriptible —.

    El joven cerró los ojos, saboreando las palabras ocultas en su descripción sobre ella, y los anhelados secretos que tenía hacia la bella mujer. Pero de la abrazadora sensación de calor que lo embriago al pensar en esa joven que era víctima de sus deseos más profundos, acudió casi tan rápido como la anterior, una fría sensación capaz de asesinar su momentáneo buen sentir. Tenía miedo ahora. Un miedo grande. No, un terror grande, fundado por las heridas del pasado y el nerviosismo de todo ser humano ante la incerteza. Estaba receloso por entregarle cada parte de sí, sin saber si era la correcta. En ese instante era víctima de una sombra que trajo consigo un centenar de dudas. No obstante, cuando Kiyoshi se creía perdido en la profundidad de sus propios temores. Abrió los ojos y le vio a ella…

    Ella era tan hermosa a los propios ojos de él. Sus cabellos eran de color un azabache maltrecho, sus tristes mejillas eran cual ceniza blanca de un poderoso incendio; su piel era tan blanca y exquisita como la leche o como el néctar de un fruto blanco; y sus curvas eran un huracán en asecho.

    ¡Oh! Como ansiaba sus cuervas, el suave balanceo de sus caderas y el manso rebote de sus senos cuando removía las yerbas de Fudo. Sin embargo, lo que más amaba de ella, sin duda, serían sus bellos orbes blancos. Aquellos mismos orbes que le dejaron paralizado a él que nunca había derramado lágrima alguna por una persona; a él un mercenario que había matado a sangre fría a familias enteras por un poco de dinero. Mas ella con una mirada a través del infinito que eran sus ojos, lo desmoronaban, tomaban su corazón y hacían fuego con él hasta volverlo pavesa e insatisfecha por su proeza, le volvían a la vida para convertirlo en su esclavo… esclavo de una numen.
    «Su opacada numen de una historia de proezas, siendo él valiente guerrero que le salvaría del hechizo inmortal».

    «Eran perfectos» —se repetía constantemente, repasando las cualidades de ambos: ella frágil a modo de flor de piel, bella, de cabellos azabaches y ojos de luna; él de cabello castaño, ojos de aguamarina, lo suficientemente fornido para protegerla, empero sin dañarla al abrazarle.

    El mercenario retirado estaba existiendo al igual que cualquier otro hombre: llenando su vida con las esperanzas que había más allá de su alcance, creyendo en la fantasía y viendo a ojos cerrados la realidad que no era la deseada. En este caso, él se había auto impuesto una misión de superior valía a cualquiera que hubiera hecho antes. Anhelaba ser aquel hombre salvador de su musa. Por qué podía ver también como el señor Fudo que ella sufría pese a que ellos trataban de hacerla dichosa. ¡Maldita sea! Añoraba ser él quien curara cada una de sus heridas, llenar de nuevo sus mejillas pálidas con el dulce color a melocotón, secar sus lágrimas de desamor, saborear sus dulces labios jamás tocados y llevarla al éxtasis que solo él debía darle. Sentía el deseo de hacerla llorar de amor, de llenar una cabaña con hijos que ambos pudieran disfrutar, y luego cuando la vejez los hubiera alcanzado morir en el lecho juntos… Satisfechos de haber sobrellevado todo juntos.

    Si tan solo se diera cuenta que él era la persona que podía amarla más, entregar sus orgullos brazos si es lo que deseaba, su esencia y hasta su propia vida si fuese necesario. Si tan solo lo viera. Pero no importaba, este día seria el día que le diría cuanto podía hacerla feliz.
    ¿En qué diablos piensas muchacho? Otra vez, fantaseando con mujeres, otra vez—. Le dijo socarrón una voz muy familiar para el joven Kiyoshi.

    ¿Pero qué…? ¡Viejo! — Chilló con las mejillas encendidas. Era cierto, estaba pensando en una mujer, precisamente la mujer que Fudo le había prohibido tocar. Pobre de sí, cuando el vejete se enterara.
    «Que buena noticia era el saber que el vejete ignoraba que estaba enamorado de su “hija”»

    En el vivo momento que se dio cuenta de aquel duro mirar del anciano, con sus ojos negros irradiando un misterio que él no era capaz de comprender, y que le aparecían esas arrugas en la frente que no eran propias del viejo señor. Entendió su terrible error: había dicho las palabras de voz alta en lugar de quedarse a modo de reflexiones.

    En ese instante, experimentó el miedo de hallarse separado de ella. Se cuerpo tembló apretando los puños, —«No lo separarían de ella a menos que su musa así lo quisiera»— pero de inmediato calmó el ímpetu. Si bien era cierto que no había manera de que le alejaran de Hinata, igual apreciaba mucho al senil hombre enfrente de él, y quería la aprobación de ese hombre que era importante en su vida. Siendo así, intuyó su papel en el asunto: él tal inepto jovencito, y al señor Fudo a manera del sabio mayor.
    Kiyoshi trago duro. — ¿Viejo? Yo…Déjame explicarte… —.

    No necesito que me expliques nada. Es obvio lo que está sucediendo —. Le contesto ácidamente el barbudo señor.

    Esta vez, Kyoshi se encogió esperando un bien merecido reproche. Después de todo no le convenía amar a alguien quien era cuatro años menor que él, ni tener esos pensamientos tan oscuros sobre Hinata que el anciano había acogido como su propia hija desde que llego a la aldea. No, el no debió haberse encantado. Sin embargo, el reproche nunca llego y en lugar de eso vio aceptación en los ojos de Fudo, además de sentir un cálido apretón en el hombro.
    Fudo…—Se le ahogaron las palabras en la boca. Qué podía comentar al verse agotadas las palabras del diccionario para explicar lo que advertía inflarse en su pecho.

    Calla de una vez pervertido muchacho. Ve por ella — Le sonrió y el joven de ojos gema correspondió su aceptación con una sonrisa de medio lado.

    Kyoshi, se levantó de su tortuoso asiento sacudiéndose las espinas del trasero; listo para enfrentar lo que ambiciono desde el primer momento que la vio en los campos, con ese ceñido vestido de color blanco y sus juguetones cabellos danzando al viento. Lástima que al voltear en dirección de la susodicha ya había desaparecido…

    ¿Pero qué…?— Antes de formular la pregunta llego la respuesta.
    Esta con Aika. —Explico como si fuera obvio. —Sabes que esa vieja mujer ama a Hinata, por eso le obliga a ir cada quince días a revisarla, porque supuestamente está enferma.
    Maldita señora— Masculló frustrado. — ¡La alcanzaré! —Gritó corriendo en dirección a la maltrecha cabaña de esa fastidiosa mujer, percibiendo a la lejanía la voz del sabio aliado. — ¡Chico, te he dado permiso para tratar de conquistar su corazón, pero ya debes saber que esa no será una tarea sencilla! —.





    Siempre le parecía graciosa la forma tan hábil con la que la señora Aika mentía para que se quedara unos segundos más; siempre inventando historias sobre extraños demonios en la montaña. Hoy no había sido la excepción. Después de que corriera a velocidad Ninja para llegar a tiempo a la casa de la añosa amiga, y de haber pasado el resto de la tarde atendiendo las sospechosas dolencias más extrañas que en su vida había conocido, anocheció muy rápido, fue en ese momento que la anciana uso su última carta para tratar de convencerla de que durmiera en su casa…
    «La Yamaba... Una mujer más desgastada que ésta decrepita mujer ronda en la montaña. ¡Cuidado si te ve! Ninguno hombre, por diestro que sea, vivirá si ella lo ve, menos una frágil mujer. ¡No vayas por favor! ¡El sol ha muerto en el cielo, y viene la hora de su banquete! ¡Quédate te lo ruego! ¡Por favor, tu padre no me perdonará si algo te pasa! »

    Esas habían sido sus palabras. Admitía que una vez escuchadas, y observarle llorar en una soberana actuación que mantuvo aún posterior a su partida, por poco la convence a dormir esa noche en la cabaña, pero optó por irse para despreocupar a Fudo y Kyoshi. Inclusive en ese instante que andaba entre las largas sombras de los árboles, los ojos de la noche y la falta de luz lunar por ser noche de luna nueva, estaba considerando seriamente en regresar al hogar de Aika todavía si era una insensatez. Por qué aun sí lo negara fervientemente, una parte de sí misma, comenzaba a ponerse muy nerviosa a falta de los habituales ruidos del bosque.

    «Si, mejor regresaba»— meditó dando la vuelta rumbo al antedicha cabaña, consiente que podía ser peligroso incluso para un Ninja experimentado andar con tan poco luz, sobre todo frente a un grupo numeroso de Ninjas. Además estaba segura que Suzuki entendería.

    ¡Misericordia para la mujer que ha abierto los ojos ante su testarudez en el momento justo! Mas como toda suplica, el ruego no llego al ser indicado, ni hubo piedad en el minuto adecuado. Pronto se vio envuelta entre las sádicas risas crispaduras de piel, y las adustas sombras que no dejaban escapatoria hacia ningún lado por mucho que intentase huir del inminente peligro. Activó su orgullosa línea consanguínea víctima de su desesperación, en el segundo antes de ser golpeada por el rostro más abracadabrante que había visto a su corta vida. Entonces, la cabeza se golpe contra la dura rama de frondoso árbol y perdió la conciencia, no sin antes escuchar su sentencia.

    Una Kunohichi…Que aperitivo exquisito—.



    Comentarios de autor. Fue difícil, pero creo que he tenido buenos resultados.
    La pregunta es: ¿muy malo o terrible?
    Al primer comentario que me responda le agradeceré mucho, porque de esa persona dependerá el nombre del siguiente capítulo. Para quien me conoce, es bien sabido que tengo la costumbre de dejar el nombre del siguiente capítulo, por eso necesito la respuesta.
    Avísenme sin ven errores fatales, please. Sayonara.
     
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