Long-fic Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

Tema en 'Fanfics Abandonados de Inuyasha Ranma y Rinne' iniciado por Ayumi Kuran, 5 Marzo 2010.

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    Ayumi Kuran

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    Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    Hola!! :P Bien, después de un largo período sin escribir nada, decidí hacer este pequeño proyecto. Para quienes no se les hace familiar el título, Orgullo y Prejuicio es una novela romántica de la fantástica Jane Austen, y tb existe una película que lleva el mismo nombre. Pues bien, decidí hacer una adaptación de esta novela con los personajes de Inuyasha, pero respetando el lugar en el que se desarrolla la novela, así que no se sorprendan al leer personajes japoneses en Inglaterra XDXD

    Obviamente cambiaré algunas cosas, suprimiré algunos personajes, y pondré ideas de mi cabeza, pero recuerden: la trama central no es mía, yo solo la adapto, así que espero no recibir comentarios ofensivos que digan que copio libros y los pongo aquí.

    La pareja principal es de Sesshomaru con Kagome, en el libro, Darcy y Elisabeth Bennet, pero tb hay muchas otras parejas además de las que puse en el título.

    Ya sé que tenía dos fics en proceso, pero lamentablemente no los voy a seguir por el momento, tal vez más adelante me anime... no lo sé U.u

    Eso sería. Con todo lo anterior aclarado, espero disfruten de la lectura, y para quienes no han leído el libro, pues tal vez leyendo esto se animen ^^

    Bye!

    Orgullo y Prejuicio

    [Sesshomaru/Kagome; Inuyasha/Kikyo]


    CAPÍTULO 1

    Para Hiroko Higurashi, la mayor meta de su vida era casar a sus cinco hijas y, si se podía, posicionarlas en la clase social más alta de la época ofreciendo su mano a ricos y apuestos caballeros.

    - Querido Higurashi – le dijo cierto día - ¿Te enteraste de que se ha alquilado el parque de Netherfield por fin?

    - No, no he oído nada de eso – respondió su esposo.

    - Pues es así – le volvió a decir – Todos lo comentan – el señor Higurashi guardó silencio, lo cual impacientó a la señora - ¿No quieres saber quién lo ha arrendado?

    - Si deseas contármelo, yo no me opongo, querida.

    - Pues has de saber, esposo mío, que Netherfield ha sido arrendado por un joven muy rico que viene del norte de Inglaterra; vino a ver la propiedad en un coche muy lujoso y quedó encantado con ella. Acordó con el señor Jaken que vendrá la próxima semana, pero algunos de sus criados llegarán antes.

    - ¿Cuál es su nombre?

    - Inuyasha Takesima. Y es soltero, querido, y eso, sumado a su gran fortuna, ¡Lo convierte en un candidato perfecto para una de nuestras hijas!

    - Dudo que el señor Takesima se establezca por un tiempo en este lugar precisamente para contraer matrimonio con alguna de las niñas.

    - ¡Cómo puedes decir algo como eso! Ya verás que se enamorará de alguna de ellas, y para eso debes ir a visitarlo en cuanto llegue. Sabes que no podemos ir a visitarlo si tú no vas primero.

    - Puedes ir tú perfectamente con las muchachas; yo le escribiré unas líneas dando mi consentimiento para que se case con una de ellas, aunque elogiaré más a mi Kagome que a las demás.

    - No puedes hacer eso, me niego. Kagome no es la mejor de todas, no es ni la mitad de atractiva que Kikyo, ni la mitad de alegre que Ayame. Pero tú siempre la prefieres a ella.

    - Si las miras bien, ninguna es muy recomendable – replicó él – Kagome posee mucha más agudeza que sus hermanas; las demás solo actúan como muchachas comunes y corrientes.

    - ¡Querido! ¿Cómo hablas así de tus hijas? No tienes compasión de mis nervios.

    - Te equivocas, los respeto mucho. Han sido mis compañeros por lo menos por veinte años.

    - ¡No sabes cuánto me haces sufrir con tus comentarios!

    - Te repondrás, ya lo verás, y llegarás a ver a muchos jóvenes como el señor Takesima con cuatro mil libras de renta.

    - ¿De qué sirve que vengan si no los visitas?

    - Puedo asegurarte que iré a visitarlos en cuanto lleguen.


    *-*-*-*-*-*-*-*​


    El señor Higurashi fue uno de los primeros en visitar a Inuyasha en cuanto este llegó al pueblo. Siempre había pensado hacerlo, aunque le asegurara a su esposa que no lo haría, y hasta la tarde después de la visita ella no se enteró de nada. Solo lo supo cuando el señor Higurashi hizo un comentario sobre el sombrero que adornaba su hija.

    - Está quedando precioso, Kagome. Espero que al señor Takesima le guste.

    - No veo cómo conoceremos los gustos del señor Takesima – dijo su esposa algo resentida - si no vamos a visitarlo.

    - Te estás olvidando de las reuniones, mamá – dijo Kagome – De seguro ahí lo veremos.

    - Pero no es lo mismo verlo en reuniones que tu padre vaya y se presente – refutó Hiroko – ¿Cuándo es tu primer baile, Kagome?

    - Dentro de quince días más.

    - Así es – exclamó la madre – y no podremos ver al señor Takesima hasta ese entonces, por lo que no tendremos ninguna relación con él antes de eso. ¿Por qué te burlas, Higurashi?

    - Porque quince días de amistad es en verdad muy poco. No se puede saber bien, al cabo de tan poco tiempo, qué clase de persona es. Pero si no nos aventuramos lo harán otros, así que yo los presentaré.

    Las muchachas se quedaron mirando fijamente a su padre, y la señora Higurashi se limitó a decir:

    - ¡Qué tontería!

    - ¿Qué significa esa enfática exclamación? – preguntó él - ¿Te parecen necias fórmulas de presentación? No estoy de acuerdo ¿Qué dices tú, Eri? ¿Tú, que lees y resumes grandes libros?

    Eri quiso decir algo importante, pero en ese momento nada llegó a su cabeza.

    - Mientras Eri aclara sus ideas, volvamos al señor Takesima.

    - ¡Estoy harta de Inuyasha Takesima! – gritó su esposa.

    - ¿Ah, si? Lástima no haberlo sabido antes; si lo hubiese sabido esta mañana, no habría ido a visitarlo. Pero ya lo visité, y no podemos renunciar a su amistad.

    El asombro que estas palabras causaron en la familia fue tal como él deseaba, pero, obviamente, el de la señora Higurashi sobrepasó al de sus hijas, aunque una vez terminado el alboroto, aclaró que era lo que ella siempre había esperado.

    - ¡Mi querido esposo, qué bueno eres! Amas demasiado a tus hijas para perder una amistad tan valiosa.

    - Bueno, yo las dejo – dijo el señor Higurashi, y salió del cuarto fatigado por el entusiasmo de su mujer.

    - ¡Qué padre más excelente, niñas! – dijo ella una vez cerrada la puerta – No sé cómo podrán agradecerle todo esto. Ayame, querida, aunque eres la menor, apuesto lo que quieras a que el señor Takesima bailará contigo en el próximo baile.

    - Estoy bastante tranquila, madre – afirmó Ayame – Soy la menor, es verdad, pero soy la más alta.

    El resto de la tarde, madre e hijas se la pasaron haciendo conjeturas sobre cuando devolvería la visita Inuyasha Takesima, y qué día lo invitarían a cenar.


    *-*-*-*-*-*-*-*​


    A pesar de que atacaron al señor Higurashi con diversas preguntas, éste no les reveló nada acerca de Inuyasha ni de su forma de ser, por lo que Hiroko tuvo que conformarse con enterarse a través de Lady Wakeshima y Sir Bankotsu. Este había quedado encantado con Inuyasha. Era joven, muy atractivo, extremadamente agradable, y no solo eso: asistiría al próximo baile con un grupo de amigos, y todos coincidían que a la hora de enamorarse un baile siempre era un gran estimulante.

    - Si pudiera ver a una de mis hijas instalada cómodamente en Netherfield, y a las otras igual de bien casadas, no pediría más en la vida – le dijo la señora Higurashi a su marido.

    Unos días después, Inuyasha le devolvió la visita al señor Higurashi y estuvo con él diez minutos en su despacho. Él tenía la esperanza de que se le permitiese ver a las jóvenes de cuya belleza había oído hablar mucho, pero solo vio al padre. Las muchachas fueron más afortunadas, puesto que pudieron comprobar desde una ventana alta que el señor Takesima era tan apuesto como decían todos.

    Poco después le enviaron una invitación para cenar, y cuando la señora Higurashi ya tenía planeado lo que se iba a servir, el señor Takesima se excusó diciendo que se veía obligado ir a la ciudad al día siguiente, por lo que no podía aceptar el honor de su invitación. La señora Higurashi se desconcertó. ¿Qué asunto podía requerir a Inuyasha en la ciudad tan poco tiempo después de su llegada a Hertfordshire? Empezó a temer que iba a estar siempre de un lado para otro sin establecerse jamás en Netherfield, pero la señora Wakeshima la consoló diciendo que tal vez iba a buscar a un grupo de amigos para el baile. Pronto corrió el rumor de que iba a traer a doce damas y a unos cuantos caballeros para el baile. Las muchachas se afligieron por tal número, pero cuando el día de la fiesta llegó, solo eran tres en total: Inuyasha, su hermana y otro joven.

    Inuyasha era apuesto, tenía aspecto de caballero, semblante agradable y modales sencillos. Su hermana era una mujer muy hermosa y elegante. Pero fue su amigo, el señor Sesshomaru Taisho, el que centró la atención del salón por su personalidad, su talla y sus bellas facciones. Pronto comenzó a circular el rumor de que su renta era de diez mil libras al año. Los señores declaraban que tenía mucha clase, mientras que las mujeres admiraban su belleza y decían que sobrepasaba a Inuyasha en muchos aspectos, además del dinero. Fue admirado durante casi toda la fiesta, hasta que sus modales opacaron cualquier aspecto positivo de su persona: era un hombre orgulloso, que pretendía estar por encima de todos.

    Inuyasha Takesima, en cambio, trabó amistad por doquier; era muy alegre, no se perdió ni un solo baile, lamentó que la velada acabase tan temprano y habló de dar una él en Netherfield. ¡Qué diferencia entre él y su amigo! El señor Sesshomaru bailó una vez con la señorita Sara Takesima, y se negó a que le presentasen a ninguna otra dama. El resto de la velada deambuló por el salón, hablando de vez en cuando con alguien de su grupo, pero su carácter ya había tomado forma para los demás. Era orgulloso y antipático y todos esperaban que no pasase mucho tiempo allí.

    Había tan pocos caballeros que Kagome Higurashi se había visto obligada a sentarse durante dos bailes; en ese tiempo Sesshomaru estuvo tan cerca de ella que Kagome escuchó una conversación entre él e Inuyasha, quien había dejado el baile unos momentos para tratar de convencer a su amigo de que se les reuniera.

    - Ven, Sesshomaru, tienes que bailar – le decía – No soporto verte solo aquí, con esa estúpida actitud.

    - No pienso hacerlo. Sabes como lo detesto, a no ser que conozca a mi pareja. Tu hermana está comprometida, y bailar con alguna mujer de este salón sería un castigo para mí.

    - No deberías ser tan exigente y aburrido – se quejó Inuyasha – Nunca había visto a tantas muchachas guapas en un solo lugar, además de encantadoras.

    - Tú estás bailando con la única chica guapa del salón – dijo Sesshomaru mirando a Kikyo, la mayor de las hermanas Higurashi.

    - ¡Oh! ¡Ella es la mujer más hermosa que he visto en mi vida! Pero justo detrás de ti está una de sus hermanas que es muy bonita y apostaría que muy agradable. Deja que le pida a Kikyo que te la presente.

    - ¿Qué dices? – volviéndose, miró por un momento a Kagome, hasta que sus miradas se cruzaron. Él apartó rápidamente la suya y dijo fríamente – No está mal, pero no es lo suficientemente hermosa como para tentarme. Es mejor que desistas en convencerme, Inuyasha; mejor vuelve con tu encantadora pareja y disfruta de sus sonrisas, en vez de estar aquí perdiendo el tiempo conmigo.

    Inuyasha hizo caso de su consejo y el señor Taisho se alejó. Kagome se quedó ahí con no muy amistosos sentimientos hacia él. Sin embargo, contó a sus amigas la historia con mucho ingenio, puesto que era una joven alegre que sabía hacer divertidas las cosas ridículas.

    La velada transcurrió de manera agradable para toda la familia. La señora Higurashi vio como Kikyo había sido admirada por los de Netherfield. Inuyasha Takesima bailó con ella dos veces, y la hermana de éste estuvo muy atenta con ella. Kikyo estaba más que satisfecha. Eri había oído como la señorita Sara Takesima decía que ella era la muchacha más culta del vecindario, y Abi y Ayame habían tenido la suerte de no quedar nunca sin pareja, que era lo único que deseaban en los bailes. Así que volvieron contentas a Longbourn, el pueblo donde vivían y del que eran los principales habitantes. Encontraron despierto al señor Higurashi, ansioso por saber lo que había sucedido.

    - Mi querido señor Higurashi – dijo su esposa al entrar a la habitación – Hemos tenido una velada estupenda. Kikyo despertó tanta admiración. Todos comentaban lo guapa que estaba, y el señor Inuyasha la encontró bellísima y bailó con ella dos veces. Claro, aunque también bailó con otras muchachas, como…

    - No necesito saber con quién bailó el señor Takesima, querida – la interrumpió su marido, impaciente.

    - ¡Dios mío, me tiene fascinada! Es muy guapo, y su hermana es encantadora. Era la mujer más elegante que he visto en mi vida. Su vestido…

    Aquí el señor Higurashi la interrumpió de nuevo, protestando contra toda descripción de atuendos, por lo que ella se vio obligada a pasar a otro capítulo del relato, y contó, con gran amargura y algo de exageración, la ofensiva rudeza del señor Sesshomaru Taisho.

    - Te aseguro que Kagome no pierde nada. Es desagradable y feo, y tan vano y engreído… Se paseaba como un pavo real. Ni siquiera es tan guapo como para bailar con él. Me hubiese gustado que hubieras estado ahí. Opinarías lo mismo que yo.
     
  2.  
    Marchiiqiita

    Marchiiqiita Entusiasta

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    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    holaa!
    Encontre tu fic y me encanto! wuau Sessh imponiendoo su frialdad como siempre!quiero saber que pasara ahora que Inuyasha "eligio" a kikio?:)Sabes como relatar una historia y eso esta muy bueno.
    espero y pongas contii pronto
    Mucha suertee !
     
  3.  
    sesshoyasha

    sesshoyasha I, Ore, Je... yo

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    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    muy bella...
    me encanta la manera de historia en que relatas...
    creo que esta entre el siglo xiv al xvi...
    aunque en realidad ese afan de casarse...
    y ese machismo, esa sed de dinero y
    de matrimonios arreglados...
    pero esta bien...
    espero que lo continues...
    SAYONARA!!!!
     
  4.  
    Hikari Azura

    Hikari Azura Usuario común

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    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    hola

    bueno es interesante tu ff, la verdad me llamo mucho la atencion y sobre todo que trata de una epoca colonia
    esos son los ff que me gustan, la verdad si que me sacastes de nda con la actitud del señor Higurashi, pero en fin
    eso es lo interesante.

    pero me gustaria que me exlicaras sobre eso de la renta anual¿? fue algo confuso para mi >.<, y por otra parte kyyya
    has respetado la personalidad de sesshomaru y eso me gusta .

    bueno espero tu ff que me ha gustado demasiado.
    bessos
    sesshogriss
     
  5.  
    Ayumi Kuran

    Ayumi Kuran Iniciado

    Escorpión
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    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    Muchas gracias por sus coments, chicas ^^ Me alegra mucho que les haya gustado el fic :P

    Quería poner la continuación hoy pero no alcancé a terminar el capi U.u Mañana sin falta, lo prometo ^^

    Y sesshogriss, la renta anual es lo que en esa época se ganaba al año, anualmente, la cantidad de ingresos que producía el fundo del cual eras dueño... ¿me explico? Espero que sí XD

    En fin... hasta mañana, chicas! ^^
     
  6.  
    Ayumi Kuran

    Ayumi Kuran Iniciado

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    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    Ahora sí les traigo el capítulo 2 :P Espero les agrade ^^

    Y de nuevo, muchas gracias por leerme y por sus bellos post!! ^^

    Saludos!


    CAPITULO 2

    Cuando Kikyo y Kagome se quedaron solas, la primera, que había disimulado cuanto admiraba al señor Inuyasha, confesó a su hermana todo lo que de él pensaba.

    -Es todo lo que un hombre joven debería ser – dijo ella – Sencillo, alegre y con buen humor; de finos modales, naturalidad y excelente educación.

    - Y también es guapo – replicó Kagome – lo que no está de más en un joven. Es un hombre completo.

    - Me sentí orgullosa cuando me sacó a bailar por segunda vez. De verdad no me lo esperaba.

    - ¿Cómo que no te lo esperabas? Yo sí. Es lo más natural que te sacase a bailar de nuevo. No pudo pasarle inadvertido que eras cinco veces más guapa que todas las demás mujeres que había en el salón. No le agradezcas eso. Pero verdaderamente es muy agradable y apruebo que te guste. Te han gustado ya muchos tontos.

    - ¡Kagome!

    - Sabes que eres muy dada a que te gusten todos. Nunca hablas mal de un ser humano.

    - No quiero ser imprudente al censurar a alguien; pero siempre digo lo que pienso.

    - Ya lo sé, y es eso lo que lo hace asombroso. Estar tan ciega para las locuras de los demás, con el buen sentido que tienes. Ser cándida sin ostentación ni premeditación, quedarse solo con lo bueno de cada uno, sin decir nada de lo malo, eso solo lo haces tú. Y también te gusta su hermana, ¿verdad? Sus modales no son como los de él.

    - Al principio no, pero cuando conversas con ella es muy amable. La señorita Sara va a venir a vivir con su hermano y a ocuparse de su casa. Y, o mucho me equivoco, o estoy segura de que encontraremos en ella una vecina encantadora.

    Kagome escuchó en silencio, pero sin convencimiento. La conducta de la hermana de Inuyasha no había sido a propósito para agradar a nadie. Más juiciosa y observadora que si hermana, y menos flexible que ella, se mostraba poco dispuesta a dejarse influir por los halagos y aprobar a Sara Takesima. Era, en efecto, muy fina cuando quería, pero orgullosa y engreída. Era bonita, había sido educada en uno de los mejores colegios de la capital y poseía una fortuna de veinte mil libras; gastaba más de la cuenta y se relacionaba con gente de alto rango. Por ello se creía con el derecho de tener una buena opinión de sí misma y una pobre opinión de los demás.

    Inuyasha había heredado unas cien mil libras de su padre, quién ya había tenido la intención de adquirir una mansión pero no vivió para hacerlo. El hijo pensaba de la misma forma y a veces parecía decidido a hacer la elección dentro de su condado; pero como ahora disponía de una buena casa y de la libertad de un propietario, los que conocían bien su carácter tranquilo dudaban de que no pasase el resto de sus días en Netherfield dejando la compra para la generación venidera.

    Su hermana ansiaba que él tuviera una mansión. Pero aunque a la sazón no fuese más que arrendatario, la señorita Sara no dejaba por eso de estar deseosa de presidir su mesa.

    A los dos años escasos de haber llegado Inuyasha a la mayoría de edad, una casual recomendación le indujo a visitar la posesión de Netherfield. Le agradó la situación, y se dio por satisfecho con las ponderaciones del propietario, alquilándola inmediatamente.
    Ente él y Sesshomaru existía una firme amistad a pesar de tener caracteres tan opuestos. Inuyasha sabía el respeto que Sesshomaru le tenía, por lo que confiaba plenamente en él, así como en su buen criterio. Entendía a Sesshomaru como nadie, y aunque Inuyasha no era nada tonto, Sesshomaru era mucho más inteligente.

    Era al mismo tiempo arrogante, reservado y quisquilloso, y aunque era muy educado, sus modales no le hacían nada atractivo. En lo que a esto respecta su amigo tenía toda la ventaja, Inuyasha estaba seguro de caer bien dondequiera que fuese, sin embargo Sesshomaru era siempre ofensivo.

    El mejor ejemplo es la forma en la que hablaron de la fiesta de Meryton. Inuyasha nunca había conocido a gente más encantadora ni a chicas más guapas en su vida; todo el mundo había sido de lo más amable y atento con él, no había habido formalidades ni rigidez, y pronto se hizo amigo de todo el salón; y en cuanto a la señorita Kikyo, no podía concebir un ángel que fuese más bonito. Por el contrario, Sesshomaru había visto una colección de gente en quienes había poca belleza y ninguna elegancia, por ninguno de ellos había sentido el más mínimo interés y de ninguno había recibido atención o placer alguno. Reconoció que la señorita Kikyo era hermosa, pero sonreía demasiado. La señorita Sara estuvo de acuerdo en eso, pero aun así le gustaba y la admiraba, dijo de ella que era una muchacha muy dulce y que no pondría inconveniente en conocerla mejor. Quedó establecido, pues, que la señorita Kikyo era una muchacha muy dulce y por esto el hermano se sentía con autorización para pensar en ella como y cuando quisiera.

    *-*-*-*-*-*-*-*

    A poca distancia de Longbourn vivía una familia con la que los Higurashi tenían especial amistad. Sir Bankotsu Wakeshima había tenido con anterioridad negocios en Meryton, donde había hecho una regular fortuna y se había elevado a la categoría de caballero por petición al rey durante su alcaldía. Esta distinción se le había subido un poco a la cabeza y empezó a no soportar tener que dedicarse a los negocios y vivir en una pequeña ciudad comercial; así que dejando ambos se mudó con su familia a una casa a una milla de Meryton, donde pudo dedicarse a pensar con placer en su propia importancia, y desvinculado de sus negocios, ocuparse solamente de ser amable con todo el mundo. Porque aunque estaba orgulloso de su rango, no se había vuelto engreído; por el contrario, era todo atenciones para con todo el mundo.

    La señora Wakeshima era una buena mujer aunque no lo bastante inteligente para que la señora Higurashi la considerase una vecina valiosa. Tenían varios hijos. La mayor, una joven inteligente y sensata de unos veinte años, era la amiga íntima de Kagome.

    Que las Wakeshima las Higurashi se reuniesen para charlar después de un baile, era algo absolutamente necesario, y la mañana después de la fiesta, las Wakeshima fueron a Longbourn para cambiar impresiones.

    - Tú empezaste bien la noche, Yuka – dijo la señora Higurashi fingiendo toda amabilidad posible hacia la señorita Wakeshima –. Fuiste la primera que eligió Inuyasha.

    - Sí, pero pareció gustarle más la segunda.

    - ¡Oh! Te refieres a Kikyo, supongo, porque bailó con ella dos veces. Sí, parece que le gustó; sí, creo que sí. Oí algo, no sé, algo sobre el señor Jaken.

    - Quizá se refiera a lo que oí entre él y el señor Jaken, ¿no se lo he contado? El señor Jaken le preguntó si le gustaban las fiestas de Meryton, si no creía que había muchachas muy hermosas en el salón y cuál le parecía la más bonita de todas. Su respuesta a esta última pregunta fue inmediata: «La mayor de las Higurashi, sin duda. No puede haber más que una opinión sobre ese particular.»

    - ¡No me digas! Parece decidido a... Es como si... Pero, en fin, todo puede acabar en nada.

    - Lo que yo oí fue mejor que lo que oíste tú, ¿verdad, Kagome? – dijo Yuka –. Merece más la pena oír al señor Inuyasha que al señor Sesshomaru, ¿no crees? ¡Pobre Kagome! Decir sólo: «No está mal. »

    - Te suplico que no le metas en la cabeza a Kagome que se disguste por Sesshomaru. Es un hombre tan desagradable que la desgracia sería gustarle. La señora Kamiya me dijo que había estado sentado a su lado y que no había despegado los labios.

    - ¿Estás segura, mamá? ¿No te equivocas? Yo vi al señor Sesshomaru hablar con ella.

    - Sí, claro; porque ella al final le preguntó si le gustaba Netherfield, y él no tuvo más remedio que contestar; pero la señora Kamiya dijo que a él no le hizo ninguna gracia que le dirigiese la palabra.

    - La señorita Sara me dijo – comentó Kikyo - que él no solía hablar mucho, a no ser con sus amigos íntimos. Con ellos es increíblemente agradable.

    - No me creo una palabra, querida. Si fuese tan agradable habría hablado con la señora Kamiya. Pero ya me imagino qué pasó. Todo el mundo dice que el orgullo no le cabe en el cuerpo, y apostaría a que oyó que la señora Kamiya no tiene coche y que fue al baile en uno de alquiler.

    - A mí no me importa que no haya hablado con la señora Kamiya – dijo Yuka –, pero desearía que hubiese bailado con Kagome.

    - Yo que tú, Kagome –agregó la madre –, no bailaría con él nunca.

    - Creo, mamá, que puedo prometerte que nunca bailaré con él.

    - El orgullo – dijo la señorita Yuka – ofende siempre, pero a mí el suyo no me resulta tan ofensivo. Él tiene disculpa. Es natural que un hombre atractivo, con familia, fortuna y todo a su favor tenga un alto concepto de sí mismo. Por decirlo de algún modo, tiene derecho a ser orgulloso.

    - Es muy cierto – replicó Kagome - , podría perdonarle fácilmente su orgullo si no hubiese mortificado el mío.

    - El orgullo – observó Eri, que se preciaba mucho de la solidez de sus reflexiones –, es un defecto muy común. Por todo lo que he leído, estoy convencida de que en realidad es muy frecuente que la naturaleza humana sea especialmente propensa a él, hay muy pocos que no abriguen un sentimiento de autosuficiencia por una u otra razón, ya sea real o imaginaria. La vanidad y el orgullo son cosas distintas, aunque muchas veces se usen como sinónimos. El orgullo está relacionado con la opinión que tenemos de nosotros mismos; la vanidad, con lo que quisiéramos que los demás pensaran de nosotros.

    - Si yo fuese tan rico como el señor Sesshomaru - exclamó un joven Wakeshima que había venido con sus hermanas –, no me importaría ser orgulloso. Tendría una jauría de perros de caza, y bebería una botella de vino al día.

    - Pues beberías mucho más de lo debido – dijo la señora Higurashi – y si yo te viese te quitaría la botella inmediatamente.

    El niño dijo que no se atrevería, ella que sí, y así siguieron discutiendo hasta que se dio por finalizada la visita.

    *-*-*-*-*-*-*-*

    Las señoras de Longbourn no tardaron en ir a visitar a la señorita Takesima, y ésta devolvió la visita como es costumbre. El encanto de Kikyo aumentó la estima que Sara sentía por ella; y aunque encontró que la madre era intolerable y que no valía la pena dirigir la palabra a las hermanas menores, expresó el deseo de profundizar las relaciones con ellas en atención a las dos mayores. Esta atención fue recibida por Kikyo con agrado, pero Kagome seguía viendo arrogancia en su trato con todo el mundo, exceptuando, con reparos, a su hermana; no podía gustarle. Aunque valoraba su amabilidad con Kikyo, sabía que probablemente se debía a la influencia de la admiración que Inuyasha sentía por ella. Era evidente, dondequiera que se encontrasen, que Inuyasha admiraba a Kikyo; y para Kagome también era evidente que en su hermana aumentaba la inclinación que desde el principio sintió por él, lo que la predisponía a enamorarse; pero se daba cuenta, con gran satisfacción, de que la gente no podría notarlo, puesto que Kikyo uniría a la fuerza de sus sentimientos moderación y una constante jovialidad, que ahuyentaría las sospechas de los impertinentes. Así se lo comentó a su amiga, la señorita Yuka.

    - Tal vez sea mejor en este caso – replicó Yuka – poder escapar a la curiosidad de la gente; pero a veces es malo ser tan reservada. Si una mujer disimula su afecto al objeto del mismo, puede perder la oportunidad de conquistarle; y entonces es un pobre consuelo pensar que los demás están en la misma ignorancia. Hay tanto de gratitud y vanidad en casi todos, los cariños, que no es nada conveniente dejarlos a la deriva. Normalmente todos empezamos por una ligera preferencia, y eso sí puede ser simplemente porque sí, sin motivo; pero hay muy pocos que tengan tanto corazón como para enamorarse sin haber sido estimulados. En nueve de cada diez casos, una mujer debe mostrar más cariño del que siente. A Inuyasha le gusta tu hermana, indudablemente; pero si ella no le ayuda, la cosa no pasará de ahí.

    - Ella le ayuda tanto como se lo permite su forma de ser. Si yo puedo notar su cariño hacia él, él, desde luego, sería tonto si no lo descubriese.

    - Recuerda, Kagome, que él no conoce el carácter de Kikyo como tú.

    - Pero si una mujer está interesada por un hombre y no trata de ocultarlo, él tendrá que acabar por descubrirlo.

    - Tal vez sí, si él la ve lo bastante. Pero aunque Inuyasha y Kikyo están juntos a menudo, nunca es por mucho tiempo; y además como sólo se ven en fiestas con mucha gente, no pueden hablar a solas. Así que Kikyo debería aprovechar al máximo cada minuto en el que pueda llamar su atención. Y cuando lo tenga seguro, ya tendrá tiempo para enamorarse de él todo lo que quiera.

    - Tu plan es bueno – contestó Kagome –, cuando la cuestión se trata sólo de casarse bien; y si yo estuviese decidida a conseguir un marido rico, o cualquier marido, casi puedo decir que lo llevaría a cabo. Pero esos no son los sentimientos de Kikyo, ella no actúa con premeditación. Todavía no puede estar segura de hasta qué punto le gusta, ni el porqué. Sólo hace quince días que le conoce. Bailó cuatro veces con él en Meryton; le vio una mañana en su casa, y desde entonces ha cenado en su compañía cuatro veces. Esto no es suficiente para que ella conozca su carácter.

    - No tal y como tú lo planteas. Si solamente hubiese cenado con él no habría descubierto otra cosa que si tiene buen apetito o no; pero no debes olvidar que pasaron cuatro veladas juntos; y cuatro veladas pueden significar bastante.

    - Sí; en esas cuatro veladas lo único que pudieron hacer es averiguar qué clase de bailes les gustaba a cada uno, pero no creo que hayan podido descubrir las cosas realmente importantes de su carácter.

    - Bueno – dijo Yuka –. Deseo de todo corazón que a Kikyo le salgan las cosas bien; y si se casase con él mañana, creo que tendría más posibilidades de ser feliz que si se dedica a estudiar su carácter durante doce meses. La felicidad en el matrimonio es sólo cuestión de suerte. El que una pareja crea que son iguales o se conozcan bien de antemano, no les va a traer la felicidad en absoluto. Las diferencias se van acentuando cada vez más hasta hacerse insoportables; siempre es mejor saber lo menos posible de la persona con la que vas a compartir tu vida.

    - Me haces reír, Yuka; no tiene sentido. Sabes que no tiene sentido; además tú nunca actuarías de esa forma.

    Ocupada en observar las atenciones de Inuyasha para con su hermana, Kagome estaba lejos de sospechar que también estaba siendo objeto de interés a los ojos del amigo de Inuyasha. Al principio, el señor Sesshomaru apenas se dignó admitir que era bonita; no había demostrado ninguna admiración por ella en el baile; y la siguiente vez que se vieron, él sólo se fijó en ella para criticarla. Pero tan pronto como dejó claro ante sí mismo y ante sus amigos que los rasgos de su cara apenas le gustaban, empezó a darse cuenta de que la bella expresión de sus ojos oscuros le daban un aire de extraordinaria inteligencia. A este descubrimiento siguieron otros igualmente mortificantes. Aunque detectó con ojo crítico más de un fallo en la perfecta simetría de sus formas, tuvo que reconocer que su figura era grácil y esbelta; y a pesar de que afirmaba que sus maneras no eran las de la gente refinada, se sentía atraído por su naturalidad y alegría. De este asunto ella no tenía la más remota idea. Para ella Sesshomaru era el hombre que se hacía antipático dondequiera que fuese y el hombre que no la había considerado lo bastante hermosa como para sacarla a bailar.

    Sesshomaru empezó a querer conocerla mejor. Como paso previo para hablar con ella, se dedicó a escucharla hablar con los demás. Este hecho llamó la atención de Kagome. Ocurrió un día en casa de sir Bankotsu donde se había reunido un amplio grupo de gente.

    - ¿Qué querrá el señor Taisho – le dijo ella a Yuka –, que ha estado escuchando mi conversación con el coronel Hideki?

    - Ésa es una pregunta que sólo el señor Sesshomaru puede contestar.

    - Si lo vuelve a hacer le daré a entender que sé lo que pretende. Es muy burlón, y si no empiezo siendo impertinente yo, acabaré por tenerle miedo.

    Poco después se les volvió a acercar, y aunque no parecía tener intención de hablar, Yuka desafió a su amiga para que le mencionase el tema, lo que inmediatamente provocó a Kagome, que se volvió a él y le dijo:

    - ¿No cree usted, señor Taisho, que me expresé muy bien hace un momento, cuando le insistía al coronel Hideki para que nos diese un baile en Meryton?

    - Con gran energía; pero ése es un tema que siempre llena de energía a las mujeres.

    - Es usted severo con nosotras.

    - Ahora nos toca insistirte a ti – dijo la señorita Yuka –. Voy a abrir el piano y ya sabes lo que sigue, Kagome.

    - ¿Qué clase de amiga eres? Siempre quieres que cante y que toque delante de todo el mundo. Si me hubiese llamado Dios por el camino de la música, serías una amiga de incalculable valor; pero como no es así, preferiría no tocar delante de gente que debe estar acostumbrada a escuchar a los mejores músicos – pero como Yuka insistía, añadió –: Muy bien, si así debe ser será – y mirando fríamente a Sesshomaru dijo –: Hay un viejo refrán que aquí todo el mundo conoce muy bien, «guárdate el aire para enfriar la sopa», y yo lo guardaré para mi canción.

    El concierto de Kagome fue agradable, pero no extraordinario. Después de una o dos canciones y antes de que pudiese complacer las peticiones de algunos que querían que cantase otra vez, fue reemplazada al piano por su hermana Eri, que como era la menos brillante de la familia, trabajaba duramente para adquirir conocimientos y habilidades que siempre estaba impaciente por demostrar.

    Eri no tenía ni talento ni gusto; y aunque la vanidad la había hecho aplicada, también le había dado un aire pedante y modales afectados que deslucirían cualquier brillantez superior a la que ella había alcanzado. A Kagome, aunque había tocado la mitad de bien, la habían escuchado con más agrado por su soltura y sencillez; Eri, al final de su largo concierto, no obtuvo más que unos cuantos elogios por las melodías escocesas e irlandesas que había tocado a ruegos de sus hermanas menores que, con alguna de las Wakeshima y dos o tres oficiales, bailaban alegremente en un extremo del salón.

    Sesshomaru, a quien indignaba aquel modo de pasar la velada, estaba callado y sin humor para hablar; se hallaba tan embebido en sus propios pensamientos que no se fijó en que sir Bankotsu Wakeshima estaba a su lado, hasta que éste se dirigió a él.

    - ¡Qué encantadora diversión para la juventud, señor Taisho! Mirándolo bien, no hay nada como el baile. Lo considero como uno de los mejores refinamientos de las sociedades más distinguidas.

    _ Ciertamente, señor, y también tiene la ventaja de estar de moda entre las sociedades menos distinguidas del mundo; todos los salvajes bailan.

    Sir Bankotsu esbozó una sonrisa.

    - Su amigo baila maravillosamente – continuó después de una pausa al ver a Inuyasha unirse al grupo – y no dudo, señor Taisho, que usted mismo sea un experto en la materia.

    - Me vio bailar en Meryton, creo, señor.

    - Desde luego que sí, y me causó un gran placer verle. ¿Baila usted a menudo en Saint James?

    - Nunca, señor.

    - ¿No cree que sería un cumplido para con ese lugar?

    - Es un cumplido que nunca concedo en ningún lugar, si puedo evitarlo.

    - Creo que tiene una casa en la capital - El señor Sesshomaru asintió con la cabeza.

    - Pensé algunas veces en fijar mi residencia en la ciudad, porque me encanta la alta sociedad; pero no estaba seguro de que el aire de Londres le sentase bien a lady Wakeshima.

    Sir Bankotsu hizo una pausa con la esperanza de una respuesta, pero su compañía no estaba dispuesto a hacer ninguna. Al ver que Kagome se les acercaba, se le ocurrió hacer algo que le pareció muy galante de su parte y la llamó.

    - Mi querida señorita Kagome, ¿por qué no está bailando? Señor Taisho, permítame que le presente a esta joven que puede ser una excelente pareja. Estoy seguro de que no puede negarse a bailar cuando tiene ante usted tanta belleza.

    Tomó a Elizabeth de la mano con la intención de pasársela a Sesshomaru, quien, aunque extremadamente sorprendido, no iba a rechazarla, pero Kagome le volvió la espalda y le dijo a sir Bankotsu un tanto desconcertada:

    - De veras, señor, no tenía la menor intención de bailar. Le ruego que no suponga que he venido hasta aquí para buscar pareja.

    El señor Sesshomaru, con toda corrección, le pidió que le concediese el honor de bailar con él, pero fue en vano. Kagome estaba decidida, y ni siquiera sir Bankotsu, con todos sus argumentos, pudo persuadirla.

    - Usted es excelente en el baile, señorita Kagome, y es muy cruel por su parte negarme la satisfacción de verla; y aunque a este caballero no le guste este entretenimiento, estoy seguro de que no tendría inconveniente en complacernos durante media hora.

    - El señor Taisho es muy educado – dijo Kagome sonriendo.

    - Lo es, en efecto; pero considerando lo que le induce, querida Kagome, no podemos dudar de su cortesía; porque, ¿quién podría rechazar una pareja tan encantadora?

    Kagome les miró con coquetería y se retiró. Su resistencia no le había perjudicado nada a los ojos del caballero, que estaba pensando en ella con satisfacción cuando fue abordado por Sara Takesima.

    - ¿Desea que adivine por qué está tan pensativo?

    - No creo que pueda.

    - Está pensando en lo insoportable que le sería pasar más veladas de esta forma, en una sociedad como ésta; y por supuesto, soy de su misma opinión. Nunca he estado más enojada. ¡Qué gente tan insípida y qué alboroto arman! Con lo insignificantes que son y qué importancia se dan. Daría algo por oír sus críticas sobre ellos.

    - Sus conjeturas son totalmente equivocadas. Mi mente estaba ocupada en cosas más agradables. Estaba meditando sobre el gran placer que pueden causar un par de ojos bonitos en el rostro de una mujer hermosa.

    La señorita Sara le miró fijamente deseando que le dijese qué dama había inspirado tales pensamientos. El señor Sesshomaru, intrépido, contestó:

    - La señorita Kagome Higurashi.

    - ¡La señorita Kagome! Me deja atónita. ¿Desde cuándo es su favorita? Y dígame, ¿cuándo tendré que darle mis felicitaciones?

    - Ésa es exactamente la pregunta que esperaba que me hiciese. La imaginación de una dama va muy rápido y salta de la admiración al amor y del amor al matrimonio en un momento. Sabía que me daría la enhorabuena.

    - Si lo toma tan en serio, creeré que es ya cosa hecha. Tendrá usted una suegra encantadora, de veras, y ni que decir tiene que estará siempre en Pemberley con ustedes.

    Él la escuchaba con perfecta indiferencia, mientras ella seguía disfrutando con las cosas que le decía, haciendo gala de su sarcasmo, y al ver, por la actitud de Sesshomaru, que todo estaba a salvo, dejó correr su ingenio durante largo tiempo.
     
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    Marchiiqiita

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    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    Sabia que Sesshomaru le gustaria kagome muy pronto ja :)
    me gusta como va la historia.
    Que bien que kagome lo haya dejado con las ganas de bailar a Sessh se lo merecia, pero no me lo hagas sufrir mucho xD
    Mucha Suertee !
     
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    Ayumi Kuran

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    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    Ñam... ya sé que llevo una semana sin aparecer por aquí U.u (por el fic XD)

    Pero bueno... el punto es que vengo a decir que actualizaré esta semana, ok? Así que ya viene la conti ^^

    Sería... Gracias Marchiiqiita por tus coments ^^

    Bye!
     
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    Ayumi Kuran

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    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    Ahora traigo el capítulo 3. La vdd no tiene mucha acción (XD) pero este tipo de capítulos son necesarios para comprender lo que viene... van a haber algunos que las van a dejar con la boca abierta... sobre todo en la parte clave del libro... ya... mejor no digo nada XD

    Aquí dejo el capi 3. Nos vemos!!


    CAPITULO 3


    La propiedad del señor Higurashi consistía casi enteramente en una hacienda de dos mil libras al año, la cual, desafortunadamente para sus hijas, estaba destinada, por falta de herederos varones, a un pariente lejano; y la fortuna de la madre, aunque abundante para su posición, difícilmente podía suplir a la de su marido. Su padre había sido abogado en Meryton y le había dejado cuatro mil libras
    .

    La señora Higurashi tenía una hermana casada con un tal señor Erizawa que había sido empleado de su padre y le había sucedido en los negocios, y un hermano en Londres que ocupaba un respetable lugar en el comercio.

    El pueblo de Longbourn estaba sólo a una milla de Meryton, distancia muy conveniente para las señoritas, que normalmente tenían la tentación de ir por allí tres o cuatro veces a la semana para visitar a su tía y, de paso, detenerse en una sombrerería que había cerca de su casa. Las que más frecuentaban Meryton eran las dos menores, Abi y Ayame, que solían estar más ociosas que sus hermanas, y cuando no se les ofrecía nada mejor, decidían que un paseíto a la ciudad era necesario para pasar bien la mañana y así tener conversación para la tarde; porque, aunque las noticias no solían abundar en el campo, su tía siempre tenía algo que contar. De momento estaban bien provistas de chismes y de alegría ante la reciente llegada de un regimiento militar que iba a quedarse todo el invierno y tenía en Meryton su cuartel general.

    Ahora las visitas a la señora Erizawa proporcionaban una información de lo más interesante. Cada día añadían algo más a lo que ya sabían acerca de los nombres y las familias de los oficiales. El lugar donde se alojaban ya no era un secreto y pronto empezaron a conocer a los oficiales en persona.

    El señor Erizawa los conocía a todos, lo que constituía para sus sobrinas una fuente de satisfacción insospechada. No hablaba de otra cosa que no fuera de oficiales. La gran fortuna de Inuyasha, de la que tanto le gustaba hablar a su madre, ya no valía la pena comparada con el uniforme de un alférez.

    Después de oír una mañana el entusiasmo con el que sus hijas hablaban del tema, el señor Higurashi observó fríamente:

    - Por todo lo que puedo sacar en limpio de vuestra manera de hablar debéis de ser las muchachas más tontas de todo el país. Ya había tenido mis sospechas algunas veces, pero ahora estoy convencido.

    Abi se quedó desconcertada y no contestó. Ayame, con absoluta indiferencia, siguió expresando su admiración por el capitán Hamada, y dijo que esperaba verle aquel mismo día, pues a la mañana siguiente se marchaba a Londres.

    – Me deja pasmada, querido – dijo Hiroko –, lo dispuesto que siempre estás a creer que tus hijas son tontas. Si yo despreciase a alguien, sería a las hijas de los demás, no a las mías.
    - Si mis hijas son tontas, lo menos que puedo hacer es reconocerlo.

    - Sí, pero ya ves, resulta que son muy listas.

    - Presumo que ese es el único punto en el que no estamos de acuerdo. Siempre deseé coincidir contigo en todo, pero en esto difiero, porque nuestras dos hijas menores son tontas de remate.

    - Mi querido señor Higurashi, no esperarás que estas niñas tengan tanto sentido como sus padres. Cuando tengan nuestra edad apostaría a que piensan en oficiales tanto como nosotros. Me acuerdo de una época en la que me gustó mucho uno, y la verdad es que todavía lo llevo en mi corazón. Y si un joven coronel con cinco o seis mil libras anuales quisiera a una de mis hijas, no le diría que no. Encontré muy bien al coronel Hattori la otra noche en casa de sir Bankotsu.

    – Mamá – dijo Lydia - la tía dice que el coronel Hattori y el capitán Hamada ya no van tanto a su casa como antes. Ahora los ve mucho en la biblioteca del pueblo.

    La señora Higurashi no pudo contestar al ser interrumpida por la entrada de un lacayo que traía una nota para la señorita Kikyo; venía de Netherfield y el criado esperaba respuesta. Los ojos de la señora Higurashi brillaban de alegría y estaba impaciente por que su hija acabase de leer.

    – Bien, Kikyo, ¿de quién es?, ¿de qué se trata?, ¿qué dice? Date prisa y dinos, date prisa, cariño.

    – Es de la señorita Sara – dijo Kikyo, y entonces leyó en voz alta:

    «Mi querida amiga:
    Si tienes compasión de mi, ven a cenar hoy conmigo, si no, el aburrimiento vendrá a mi abruptamente. Ven tan pronto como te sea posible, después de recibir esta nota. Mi hermano y los otros señores cenarán con los oficiales. Saludos,
    Sara Takesima.»

    – ¡Con los oficiales! – exclamó Ayame –. ¡Qué raro que la tía no nos lo haya dicho!

    – ¡Cenar fuera! – dijo la señora Higurashi –. ¡Qué mala suerte!

    – ¿Puedo llevar el carruaje? – preguntó Kikyo.

    – No, querida; es mejor que vayas a caballo, porque parece que va a llover y así tendrás que quedarte a pasar la noche.

    – Sería un buen plan – dijo Kagome –, si estuvieras segura de que no se van a ofrecer para traerla a casa.

    – Oh, los señores llevarán el landó del señor Inuyasha a Meryton.

    – Preferiría ir en el carruaje.

    – Pero querida, tu padre no puede prestarte los caballos. Me consta. Se necesitan en la granja. ¿No es así, querido?

    – Se necesitan más en la granja de lo que yo puedo ofrecerlos.

    – Si puedes ofrecerlos hoy – dijo Kagome–, los deseos de mi madre se verán cumplidos.

    Al final animó al padre para que admitiese que los caballos estaban ocupados. Y, por fin, Kikyo se vio obligada a ir a caballo. Su madre la acompañó hasta la puerta pronosticando muy contenta un día pésimo.

    Sus esperanzas se cumplieron; no hacía mucho que se había ido Kikyo, cuando empezó a llover a cántaros. Las hermanas se quedaron intranquilas por ella, pero su madre estaba encantada. No paró de llover en toda la tarde; era obvio que Kikyo no podría volver...

    – Verdaderamente, tuve una idea muy acertada ––repetía Hiroko.

    Sin embargo, hasta la mañana siguiente no supo nada del resultado de su oportuna estratagema. Apenas había acabado de desayunar cuando un criado de Netherfield trajo la siguiente nota para Kagome:

    «Mi querida Kagome:
    No me encuentro muy bien esta mañana, lo que, supongo, se debe a que ayer llegue calada hasta los huesos. Mi amable amiga no quiere ni oírme hablar de volver a casa hasta que no esté mejor. Insiste en que me vea el doctor; por lo tanto, no os alarméis si os enteráis de que ha venido a visitarme. No tengo nada más que dolor de garganta y dolor de cabeza. Tuya siempre,
    Kikyo.»

    – Bien, querida – dijo el señor Higurashi una vez Kagome hubo leído la nota en alto –, si Kikyo contrajera una enfermedad peligrosa o se muriese sería un consuelo saber que todo fue por conseguir al señor Inuyasha y bajo tus órdenes.

    – ¡Oh! No tengo miedo de que se muera. La gente no se muere por pequeños resfriados sin importancia. Tendrá buenos cuidados. Mientras esté allí todo irá de maravilla. Iría a verla, si pudiese disponer del coche.

    Kagome, que estaba verdaderamente preocupada, tomó la determinación de ir a verla. Como no podía disponer del carruaje y no era buena amazona, caminar era su única alternativa. Y declaró su decisión.

    – ¿Cómo puedes ser tan tonta? - exclamó su madre –. ¿Cómo se te puede ocurrir tal cosa? ¡Con el barro que hay! ¡Llegarías hecha una facha, no estarías presentable!

    – Estaría presentable para ver a Kikyo que es todo lo que yo deseo.

    – ¿Es una indirecta para que mande a buscar los caballos, Kagome? –dijo su padre.

    –No, en absoluto. No me importa caminar. No hay distancias cuando se tiene un motivo. Son sólo tres millas. Estaré de vuelta a la hora de cenar.

    – Admiro la actividad de tu benevolencia – observó Eri –; pero todo impulso del sentimiento debe estar dirigido por la razón, y a mi juicio, el esfuerzo debe ser proporcional a lo que se pretende.

    – Iremos contigo hasta Meryton – dijeron Abi y Ayame. Kagome aceptó su compañía y las tres jóvenes salieron juntas.

    – Si nos damos prisa – dijo Ayame mientras caminaba––, tal vez podamos ver al capitán Hamada antes de que se vaya.

    En Meryton se separaron; las dos menores se dirigieron a casa de la esposa de uno de los oficiales y Kagome continuó su camino sola. Cruzó campo tras campo a paso ligero, saltó cercas y sorteó charcos con impaciencia hasta que por fin se encontró ante la casa, con los tobillos empapados, las medias sucias y el rostro encendido por el ejercicio.

    La pasaron al comedor donde estaban todos reunidos menos Kikyo, y donde su presencia causó gran sorpresa. A la señorita Sara le parecía increíble que hubiese caminado tres millas sola, tan temprano y con un tiempo tan espantoso. Kagome quedó convencida de que la menospreció por ello. No obstante, la recibieron todos con mucha cortesía, pero en la actitud del hermano había algo más que cortesía: había buen humor y amabilidad. El señor Sesshomaru habló poco; fluctuaba entre la admiración por la luminosidad que el ejercicio le había dado a su rostro y la duda de si la ocasión justificaba el que hubiese venido sola desde tan lejos.

    Las preguntas que Kagome hizo acerca de su hermana no fueron contestadas favorablemente. Kikyo había dormido mal, y, aunque se había levantado, tenía mucha fiebre y no estaba en condiciones de salir de su habitación. Kagome se alegró de que la llevasen a verla inmediatamente; y Kikyo, que se había contenido de expresar en su nota cómo deseaba esa visita, por miedo a ser inconveniente o a alarmarlos, se alegró muchísimo al verla entrar. A pesar de todo no tenía ánimo para mucha conversación. Cuando Sara las dejó solas, no pudo formular más que gratitud por la extraordinaria amabilidad con que la trataban en aquella casa. Kagome la atendió en silencio.

    Cuando acabó el desayuno, la señorita Sara se reunió con ellas; y a Kagome empezó a parecerle simpática al ver el afecto y el interés que mostraba por Kikyo. Vino el médico y examinó a la paciente, declarando, como era de suponer, que había cogido un fuerte resfriado y que debían hacer todo lo posible por cuidarla. Le recomendó que se metiese otra vez en la cama y le recetó algunas medicinas. Siguieron las instrucciones del médico al pie de la letra, ya que la fiebre había aumentado y el dolor de cabeza era más agudo. Kagome no abandonó la habitación ni un solo instante y Sara tampoco se ausentaba por mucho tiempo. Los señores estaban fuera porque en realidad nada tenían que hacer allí.

    Cuando dieron las tres, Kagome comprendió que debía marcharse, y, aunque muy en contra de su voluntad, así lo expresó.

    La señorita Sara le ofreció el carruaje; Kagome sólo estaba esperando que insistiese un poco más para aceptarlo, cuando Kikyo comunicó su deseo de marcharse con ella; por lo que la señorita Sara se vio obligada a convertir el ofrecimiento del carruaje en una invitación para que se quedase en Netherfield. Kagome aceptó muy agradecida, y mandaron un criado a Longbourn para hacer saber a la familia que se quedaba y para que le enviasen ropa.

    A las cinco Sara se retiró para vestirse y a las seis y media llamaron a Kagome para que bajara a cenar. Ésta no pudo contestar favorablemente a las atentas preguntas que le hicieron y en las cuales tuvo la satisfacción de distinguir el interés especial del señor Inuyasha. Kikyo no había mejorado nada; al oírlo, su hermana repitió tres o cuatro veces cuánto lo lamentaba, lo horrible que era tener un mal resfriado y lo que a ella les molestaba estar enferma. Después ya no se ocupó más del asunto. Y su indiferencia hacia Kikyo, en cuanto no la tenía delante, volvió a despertar en Kagome la antipatía que en principio había sentido por ella.

    En realidad, era a Inuyasha al único del grupo que ella veía con agrado. Su preocupación por Kikyo era evidente, y las atenciones que tenía con Kagome eran lo que evitaba que se sintiese como una intrusa, que era como los demás la consideraban. Sólo él parecía darse cuenta de su presencia; la señorita Sara estaba absorta con el señor Sesshomaru. Cuando acabó la cena, Kagome volvió inmediatamente junto a Kikyo. Nada más salir del comedor, Sara empezó a criticarla. Sus modales eran, en efecto, pésimos, una mezcla de orgullo e impertinencia; no tenía conversación, ni estilo, ni gusto, ni belleza. Luego añadió:

    ––En resumen, lo único que se puede decir de ella es que es una excelente caminante. Jamás olvidaré cómo apareció esta mañana. Realmente parecía medio salvaje. Cuando la vi, casi no pude contenerme. ¡Qué insensatez venir hasta aquí! ¿Qué necesidad había de que corriese por los campos sólo porque su hermana tiene un resfriado? ¡Cómo traía los cabellos, tan despeinados, tan desaliñados! ¡Y las enaguas! ¡Si las hubieseis visto! Con más de una cuarta de barro. Y el abrigo que se había puesto para taparlas, desde luego, no cumplía su cometido.

    – Tu retrato puede que sea muy exacto, Sara – dijo Inuyasha –, pero todo eso a mí me pasó inadvertido. Creo que la señorita Kagome Higurashi tenía un aspecto inmejorable al entrar en el salón esta mañana. Casi no me di cuenta de que llevaba las faldas sucias.

    – Estoy segura de que usted sí que se fijó, Sesshomaru – dijo la señorita Sara –; y me figuro que no le gustaría que su hermana diese semejante espectáculo.

    – Claro que no.

    – ¡Caminar tres millas, o cuatro, o cinco, o las que sean, con el barro hasta los tobillos y sola, completamente sola! ¿Qué querría dar a entender? Para mí, eso demuestra una abominable independencia y presunción, y una indiferencia por el decoro propio de la gente del campo.

    – Lo que demuestra es un apreciable cariño por su hermana ––dijo Inuyasha.

    – Me temo, señor Sesshomaru – observó Sara a media voz –, que esta aventura habrá afectado bastante la admiración que sentía usted por sus bellos ojos.

    – En absoluto – respondió Sesshomaru –; con el ejercicio se le pusieron aun más brillantes.

    A esta intervención siguió una breve pausa, y Sara empezó de nuevo.

    – Le tengo gran estima a Kikyo Higurashi, es en verdad una muchacha encantadora, y desearía con todo mi corazón que tuviese mucha suerte. Pero con semejantes padres y con parientes de tan poca clase, me temo que no va a tener muchas oportunidades. Creo que te he oído decir que su tío es abogado en Meryton, y tiene otro que vive en algún sitio cerca de Cheapside. ¡Cheapside! ¡Imagíense! – terminó con una carcajada.

    – Aunque todo Cheapside estuviese lleno de tíos suyos – exclamó Inuyasha –, no por ello serían las Higurashi menos agradables.

    – Pero les disminuirá las posibilidades de casarse con hombres que figuren algo en el mundo – respondió Sesshomaru.

    Inuyasha no hizo ningún comentario a esta observación de Sesshomaru. Pero Sara asintió encantada, y estuvo un largo rato divirtiéndose a costa de los parientes de su querida amiga.

    Sin embargo, en un acto de renovada bondad, al salir del comedor pasó al cuarto de la enferma y se sentó con ella hasta que las llamaron para el café. Kikyo se encontraba todavía muy mal, y Kagome no la dejaría hasta más tarde, cuando se quedó tranquila al ver que estaba dormida, y entonces le pareció que debía ir abajo, aunque no le apeteciese nada. Al entrar en el salón los encontró a todos jugando a los naipes, e inmediatamente la invitaron a que les acompañase. Pero ella, temiendo que estuviesen jugando fuerte, no aceptó, y, utilizando a su hermana como excusa, dijo que se entretendría con un libro durante el poco tiempo que podría permanecer abajo.

    – La señorita Kagome Higurashi – dijo Sara – desprecia las cartas. Es una gran lectora y no encuentra placer en nada más.

    – No merezco ni ese elogio ni esa censura - exclamó Kagome –. No soy una gran lectora y encuentro placer en muchas cosas.

    – Como, por ejemplo, en cuidar a su hermana – intervino Inuyasha –, y espero que ese placer aumente cuando la vea completamente repuesta.

    Kagome se lo agradeció de corazón y se dirigió a una mesa donde había varios libros. Él se ofreció al instante para ir a buscar otros, todos los que hubiese en su biblioteca.

    – Desearía que mi colección fuese mayor para beneficio suyo y para mi propio prestigio; pero soy un hombre perezoso, y aunque no tengo muchos libros, tengo más de los que pueda llegar a leer.

    Kagome le aseguró que con los que había en la habitación tenía de sobra.
    – Me extraña – dijo la señorita Sara – que mi padre haya dejado una colección de libros tan pequeña. ¡Qué estupenda biblioteca tiene usted en Pemberley, Sesshomaru!

    – Tiene que ser buena – contestó –; es obra de muchas generaciones.

    – Y además usted la ha aumentado considerablemente; siempre está comprando libros.

    – No puedo comprender que se descuide la biblioteca de una familia en tiempos como éstos.

    – ¡Descuidar! Estoy segura de que usted no descuida nada que se refiera a aumentar la belleza de ese noble lugar. Inuyasha, cuando construyas tu casa, me conformaría con que fuese la mitad de bonita que Pemberley.

    – Ojalá pueda.

    – Pero yo te aconsejaría que comprases el terreno cerca de Pemberley y que lo tomases como modelo. No hay condado más bonito en Inglaterra que Derbyshire.

    – Ya lo creo que lo haría. Y compraría el mismo Pemberley si Sesshomaru lo vendiera.

    – Hablo de posibilidades, Inuyasha.

    - Sinceramente, Sara, preferiría conseguir Pemberley comprándolo que imitándolo.

    Kagome estaba demasiado absorta en lo que ocurría para poder prestar la menor atención a su libro; no tardó en abandonarlo, se acercó a la mesa de juego y se colocó entre Inuyasha y su hermana para observar la partida.

    – ¿Ha crecido la señorita Rin Taisho desde la primavera, Sesshomaru? – preguntó la señorita Sara –. ¿Será ya tan alta como yo?

    – Creo que sí. Ahora será de la estatura de la señorita Kagome, o más alta.

    – ¡Qué ganas tengo de volver a verla! Nunca he conocido a nadie que me guste tanto. ¡Qué figura, qué modales y qué talento para su edad! Toca el piano de un modo exquisito.

    – Me asombra – dijo Inuyasha – que las jóvenes tengan tanta paciencia para aprender tanto, y lleguen a ser tan perfectas como lo son todas.

    – ¡Todas las jóvenes perfectas! Mi querido Inuyasha, ¿qué dices?

    – Sí, todas. Todas pintan, forran biombos y hacen bolsitas de malla. No conozco a ninguna que no sepa hacer todas estas cosas, y nunca he oído hablar de una damita por primera vez sin que se me informara de que era perfecta.

    – Tu lista de lo que abarcan comúnmente esas perfecciones – dijo Sesshomaru – tiene mucho de verdad. El adjetivo se aplica a mujeres cuyos conocimientos no son otros que hacer bolsos de malla o forrar biombos. Pero disto mucho de estar de acuerdo contigo en lo que se refiere a tu estimación de las damas en general. De todas las que he conocido, no puedo alardear de conocer más que a una media docena que sean realmente perfectas.

    – Ni yo, desde luego – dijo la señorita Sara.

    – Entonces - observó Kagome – debe ser que su concepto de la mujer perfecta es muy exigente.

    – Sí, es muy exigente.

    – ¡Oh, desde luego! - exclamó su fiel colaboradora, Sara –. Nadie puede estimarse realmente perfecto si no sobrepasa en mucho lo que se encuentra normalmente. Una mujer debe tener un conocimiento profundo de música, canto, dibujo, baile y lenguas modernas. Y además de todo esto, debe poseer un algo especial en su aire y manera de andar, en el tono de su voz, en su trato y modo de expresarse; pues de lo contrario no merecería el calificativo más que a medias.

    – Debe poseer todo esto – agregó Sesshomaru –, y a ello hay que añadir algo más sustancial en el desarrollo de su inteligencia por medio de abundantes lecturas.

    – No me sorprende ahora que conozca sólo a seis mujeres perfectas. Lo que me extraña es que conozca a alguna – comentó Kagome.

    – ¿Tan severa es usted con su propio sexo que duda de que esto sea posible?

    – Yo nunca he visto una mujer así. Nunca he visto tanta capacidad, tanto gusto, tanta aplicación y tanta elegancia juntas como usted describe.

    La señorita Sara protestó contra la injusticia de su implícita duda, afirmando que conocía muchas mujeres que respondían a dicha descripción, cuando el señor Inuyasha las llamó al orden quejándose de que no prestasen atención al juego. Como la conversación parecía haber terminado, Kagome no tardó en abandonar el salón.

    – Kagome – dijo la señorita Sara cuando la puerta se hubo cerrado tras ella – es una de esas muchachas que tratan de hacerse agradables al sexo opuesto desacreditando al suyo propio; no diré que no dé resultado con muchos hombres, pero en mi opinión es un truco vil, una mala maña.

    – Indudablemente – respondió Sesshomaru, a quien iba dirigida principalmente esta observación – hay vileza en todas las artes que las damas a veces se rebajan a emplear para cautivar a los hombres. Todo lo que tenga algo que ver con la astucia es despreciable.

    La señorita Sara no quedó lo bastante satisfecha con la respuesta como para continuar con el tema. Kagome se reunió de nuevo con ellos sólo para decirles que su hermana estaba peor y que no podía dejarla. Inuyasha decidió enviar a alguien a buscar inmediatamente al doctor; mientras que su hermana, convencida de que la asistencia médica en el campo no servía para nada, propuso enviar a alguien a la capital para que trajese a uno de los más eminentes doctores. Kagome no quiso ni oír hablar de esto último, pero no se oponía a que se hiciese lo que decía el hermano. De manera que se acordó mandar a buscar al doctor del pueblo temprano a la mañana siguiente si Kikyo no se encontraba mejor. Inuyasha estaba bastante preocupado y su hermana estaba muy afligida. Sin embargo, más tarde se consoló cantando, mientras Inuyasha no podía encontrar mejor alivio a su preocupación que dar órdenes a su ama de llaves para que se prestase toda atención posible a la enferma y a su hermana.

    Kagome pasó la mayor parte de la noche en la habitación de su hermana, y por la mañana tuvo el placer de poder enviar una respuesta satisfactoria a las múltiples preguntas que ya muy temprano venía recibiendo, a través de una sirvienta de Inuyasha; y también a las que más tarde recibía de las dos elegantes damas de compañía de la hermana. A pesar de la mejoría, Kagome pidió que se mandase una nota a Longbourn, pues quería que su madre viniese a visitar a Kikyo para que ella misma juzgase la situación. La nota fue despachada inmediatamente y la respuesta a su contenido fue cumplimentada con la misma rapidez. La señora Higurashi, acompañada de sus dos hijas menores, llegó a Netherfield poco después del desayuno de la familia.

    Si hubiese encontrado a Kikyo en peligro aparente, la señora Higurashi se habría disgustado mucho; pero quedándose satisfecha al ver que la enfermedad no era alarmante, no tenía ningún deseo de que se recobrase pronto, ya que su cura significaría marcharse de Netherfield. Por este motivo se negó a atender la petición de su hija de que se la llevase a casa, cosa que el médico, que había llegado casi al mismo tiempo, tampoco juzgó prudente. Después de estar sentadas un rato con Kikyo, apareció la señorita Sara y las invitó a pasar al comedor. La madre y las tres hijas la siguieron. Inuyasha las recibió y les preguntó por Kikyo con la esperanza de que la señora Higurashi no hubiese encontrado a su hija peor de lo que esperaba.

    – Pues verdaderamente, la he encontrado muy mal ––respondió la señora Higurashi –. Tan mal que no es posible llevarla a casa. El doctor dice que no debemos pensar en trasladarla. Tendremos que abusar un poco más de su amabilidad.

    – ¡Trasladarla! – exclamó Inuyasha –. ¡Ni pensarlo! Estoy seguro de que mi hermana también se opondrá a que se vaya a casa.

    – Puede usted confiar, señora – repuso la señorita Sara con fría cortesía –, en que a la señorita Kikyo no le ha de faltar nada mientras esté con nosotros.

    – Estoy segura – añadió – de que, a no ser por tan buenos amigos, no sé qué habría sido de ella, porque está muy enferma y sufre mucho; aunque eso sí, con la mayor paciencia del mundo, como hace siempre, porque tiene el carácter más dulce que conozco. Muchas veces les digo a mis otras hijas que no valen nada a su lado. ¡Qué bonita habitación es ésta, señor Inuyasha, y qué encantadora vista tiene a los senderos de jardín! Nunca he visto un lugar en todo el país comparable a Netherfield. Espero que no piense dejarlo repentinamente, aunque lo haya alquilado por poco tiempo.

    – Yo todo lo hago repentinamente – respondió Inuyasha –. Así que si decidiese dejar Netherfield, probablemente me iría en cinco minutos. Pero, por ahora, me encuentro bien aquí.

    – Eso es exactamente lo que yo me esperaba de usted – dijo Kagome.

    – Empieza usted a comprenderme, ¿no es así? – exclamó Inuyasha volviéndose hacia ella.

    – ¡Oh, sí! Le comprendo perfectamente.

    – Desearía tomarlo como un cumplido; pero me temo que el que se me conozca fácilmente es lamentable.

    – Es como es. Ello no significa necesariamente que un carácter profundo y complejo sea más o menos estimable que el suyo.

    – Kagome – exclamó su madre –, recuerda dónde estás y deja de comportarte con esa conducta intolerable a la que nos tienes acostumbrados en casa.

    – No sabía que se dedicase usted a estudiar el carácter de las personas – prosiguió Inuyasha inmediatamente –. Debe ser un estudio apasionante.

    – Sí; y los caracteres complejos son los más apasionantes de todos. Por lo menos, tienen esa ventaja.

    – El campo – dijo Sesshomaru - no puede proporcionar muchos sujetos para tal estudio. En un pueblo se mueve uno en una sociedad invariable y muy limitada.

    – Pero la gente cambia tanto, que siempre hay en ellos algo nuevo que observar.

    – Ya lo creo que sí – exclamó la señora Hiroko, ofendida por la manera en la que había hablado de la gente del campo –; le aseguro que eso ocurre lo mismo en el campo que en la ciudad.

    Todo el mundo se quedó sorprendido. Sesshomaru la miró un momento y luego se volvió sin decir nada. La señora Higurashi creyó que había obtenido una victoria aplastante sobre él y continuó triunfante:

    – Por mi parte no creo que Londres tenga ninguna ventaja sobre el campo, a no ser por las tiendas y los lugares públicos. El campo es mucho más agradable. ¿No es así, señor Inuyasha?

    – Cuando estoy en el campo – contestó – no deseo irme, y cuando estoy en la ciudad me pasa lo mismo. Cada uno tiene sus ventajas y yo me encuentro igualmente a gusto en los dos sitios.

    – Claro, porque usted tiene muy buen carácter. En cambio ese caballero – dijo mirando a Sesshomaru – no parece que tenga muy buena opinión del campo.

    – Mamá, estás muy equivocada – intervino Kagome sonrojándose por la imprudencia de su madre –, interpretas mal a Sesshomaru. Él sólo quería decir que en el campo no se encuentra tanta variedad de gente como en la ciudad. Lo que debes reconocer que es cierto.

    – Ciertamente, querida, nadie dijo lo contrario, pero eso de que no hay mucha gente en esta vecindad, creo que hay pocas tan grandes como la nuestra. Yo he llegado a cenar con veinticuatro familias.

    Nada, si no fuese su consideración por Kagome, podría haber hecho contenerse a Inuyasha. Su hermana fue menos delicada, y miró a Sesshomaru con una sonrisa muy expresiva. Kagome quiso decir algo para cambiar de conversación y le preguntó a su madre si Yuka Wakeshima había estado en Longbourn desde que ella se había ido.

    – Sí, nos visitó ayer con su padre. ¡Qué hombre tan agradable es sir Bankotsu! ¿Verdad, señor Inuyasha? ¡Tan distinguido, tan gentil y tan sencillo! Siempre tiene una palabra agradable para todo el mundo. Esa es la idea que yo tengo de lo que es la buena educación; esas personas que se creen muy importantes y nunca abren la boca, no tienen idea de educación.

    – ¿Cenó Yuka con vosotros?

    – No, se fue a casa. Creo que la necesitaban para hacer el pastel de carne. Lo que es yo, señor Inuyasha, siempre tengo sirvientes que saben hacer su trabajo. Mis hijas están educadas de otro modo. Pero cada cual que se juzgue a sí mismo. Las Wakeshima son muy buenas chicas, se lo aseguro. ¡Es una pena que no sean bonitas! No es que crea que Yuka sea muy fea; en fin, sea como sea, es muy amiga nuestra.

    – Parece una joven muy agradable – dijo Inuyasha.

    – ¡Oh! sí, pero debe admitir que es bastante feúcha. La misma lady Wakeshima lo dice muchas veces, y me envidia por la belleza de Kikyo. No me gusta alabar a mis propias hijas, pero la verdad es que no se encuentra a menudo a alguien tan guapa como Kikyo. Yo no puedo ser imparcial, claro; pero es que lo dice todo el mundo. Cuando sólo tenía quince años, había un caballero que vivía en casa de mi hermano Yagami en la ciudad, y que estaba tan enamorado de Kikyo que mi cuñada aseguraba que se declararía antes de que nos fuéramos. Pero no lo hizo. Probablemente pensó que era demasiado joven. Sin embargo, le escribió unos versos, y bien bonitos que eran.

    – Y así terminó su amor – dijo Kagome con impaciencia –. Creo que ha habido muchos que lo vencieron de la misma forma. Me pregunto quién sería el primero en descubrir la eficacia de la poesía para acabar con el amor.

    – Yo siempre he considerado que la poesía es el alimento del amor –dijo Sesshomaru.

    – De un gran amor, sólido y fuerte, puede. Todo nutre a lo que ya es fuerte de por sí. Pero si es solo una inclinación ligera, sin ninguna base, un buen soneto la acabaría matando de hambre.

    Sesshomaru se limitó a sonreír. Siguió un silencio general que hizo temer a Kagome que su madre volviese a hablar de nuevo. La señora Higurashi lo deseaba, pero no sabía qué decir, hasta que después de una pequeña pausa empezó a reiterar su agradecimiento al señor Inuyasha por su amabilidad con Kikyo y se disculpó por las molestias que también pudiera estar causando Kagome. Inuyasha fue cortés en su respuesta, y obligó a su hermana ser cortés y a decir lo que la ocasión requería. Ella hizo su papel, aunque con poca gracia, pero Hiroko quedó satisfecha y poco después pidió su carruaje. Al oír esto, la más joven de sus hijas se adelantó para decir algo. Las dos muchachitas habían estado cuchicheando durante toda la visita, y el resultado de ello fue que la más joven debía recordarle al señor Inuyasha que cuando vino al campo por primera vez había prometido dar un baile en Netherfield.

    Ayame era fuerte, muy crecida para tener quince años, tenía buena figura y un carácter muy alegre. Era la favorita de su madre que por el amor que le tenía la había presentado en sociedad a una edad muy temprana. Era muy impulsiva y se daba mucha importancia, lo que había aumentado con las atenciones que recibía de los oficiales, a lo que las cenas de su tía y sus modales sencillos contribuían. Por lo tanto, era la más adecuada para dirigirse a Inuyasha y recordarle su promesa; añadiendo que sería una vergüenza ante el mundo si no lo mantenía. Su respuesta a este repentino ataque fue encantadora a los oídos de la señora Hiroko Higurashi.

    – Le aseguro que estoy dispuesto a mantener mi compromiso, en cuanto su hermana esté bien; usted misma, si gusta, podrá señalar la fecha del baile: No querrá estar bailando mientras su hermana está enferma.

    Ayame se dio por satisfecha:

    – ¡Oh! sí, será mucho mejor esperar a que Kagome esté bien; y para entonces lo más seguro es que el capitán Hamada estará de nuevo en Meryton. Y cuando usted haya dado su baile – agregó –, insistiré para que den también uno ellos. Le diré al coronel Hattori que sería lamentable que no lo hiciese.

    Por fin la señora Higurashi y sus hijas se fueron, y Kagome volvió al instante con Kikyo, dejando que Sara y el señor Sesshomaru hiciesen sus comentarios acerca de su comportamiento y el de su familia. Sin embargo, Sesshomaru no pudo compartir con ella la censura hacia Kagome, a pesar de la agudeza de la señorita Sara al hacer chistes sobre ojos bonitos.
     
  10.  
    Marchiiqiita

    Marchiiqiita Entusiasta

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    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    Holaa Amiga
    Me encanto este capitulo, esa Kagome irse para ver a su hermana, bue yo no lo haria xD jaa.
    en verdad me gusto mucho y mas mi querido Sesshomaru, de apoquito le esta gustando Kagome ii me encanta xD hahajaja.
    Felicitaciones por este capitulo.
    quiero contii pronto :)




    Marchiiqiitaa !♥
     
  11.  
    Ayumi Kuran

    Ayumi Kuran Iniciado

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    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    Vengo a avisar que publicaré la conti dentro de estos días :P

    Es solo para que estén al tanto, ya que había abandonado el fic por mucho tiempo (de hecho, pensé en no continuarlo) debido a mis deberes U.u Pero trataré de poner la conti pronto... Si sé que eso dije la última vez XD Pero ahora sí va, así que... esperen la conti para este fin de semana o dentro de la próxima semana! ^^

    Saludos! :P
     
  12.  
    Ayumi Kuran

    Ayumi Kuran Iniciado

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    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    Yap... al fiin! XD
    Después de más de un mes, actualizo XD

    Y todo gracias a StarAcua... ella me dio ánimos para seguir con este fic ;D

    Gracias liindaa! ^^
    Este capi va dedicado a tu persona ^^

    Espero te guste :P


    CAPITULO 4


    El día pasó igual que el anterior. La señorita Sara había estado por la mañana unas horas al lado de la enferma, que seguía mejorando, aunque lentamente. Por la tarde Kagome se reunió con ella en el salón, pero no se dispuso la mesa de juego acostumbrada. Sesshomaru escribía y la señorita Sara, sentada a su lado, seguía el curso de la carta, interrumpiéndole repetidas veces con mensajes para su hermana. Inuyasha, en cambio, caminaba por el salón.

    Kagome se dedicó a una labor de aguja, y tenía suficiente entretenimiento con atender a lo que pasaba entre Sesshomaru y su compañía. Los constantes elogios de ésta a la caligrafía del peliplateado, a la simetría de sus renglones o a la extensión de la carta, así como la absoluta indiferencia con que eran recibidos, constituían un curioso diálogo que estaba exactamente de acuerdo con la opinión que Kagome tenía de cada uno de ellos.

    – ¡Qué contenta se pondrá la señorita Taisho cuando reciba esta carta!

    Él no contestó.

    – Escribe usted más deprisa que nadie

    – Se equivoca. Escribo muy espacio.

    – ¡Cuántas cartas tendrá ocasión de escribir al cabo del año! Incluidas cartas de negocios. ¡Cómo las detesto!

    – Es una suerte, pues, que sea yo y no usted, el que tenga que escribirlas.

    – Le ruego que le diga a su hermana que deseo mucho verla.

    – Ya se lo he dicho una vez, por petición suya.

    – Me temo que su pluma no le va bien. Déjeme que se la afile, lo hago increíblemente bien.

    – Gracias, pero yo siempre afilo mi propia pluma.

    – ¿Cómo puede lograr una escritura tan uniforme?

    Sesshomaru no hizo ningún comentario.

    – Dígale a su hermana que me alegro de saber que ha hecho muchos progresos con el arpa; y le ruego que también le diga que estoy entusiasmada con el diseño de mesa que hizo, y que creo que es infinitamente superior al de cualquier otra.

    – ¿Me permite que aplace su entusiasmo para otra carta? En la presente ya no tengo espacio para más elogios.

    – ¡Oh!, no tiene importancia. La veré en enero. Pero, ¿siempre le escribe cartas tan largas y encantadoras, señor Sesshomaru?

    – Generalmente son largas; pero si son encantadoras o no, no soy yo quien debe juzgarlo.
    – Para mí es como una norma, cuando una persona escribe cartas tan largas con tanta facilidad no puede escribir mal.

    – Ese cumplido no vale para Sesshomaru, Sara – interrumpió Inuyasha –, porque no escribe con facilidad. Estudia demasiado las palabras. Siempre busca palabras complicadas de más de cuatro sílabas, ¿no es así, amigo?

    – Mi estilo es muy distinto al tuyo – contestó seriamente.

    – ¡Oh! – exclamó Sara –. Inuyasha escribe sin ningún cuidado. Se come la mitad de las palabras y emborrona el resto.

    – Las ideas me vienen tan rápido que no tengo tiempo de expresarlas,
    de manera que, a veces, mis cartas no comunican ninguna idea al que las recibe – comentó sonriente.

    – Su humildad, señor Inuyasha – intervino Kagome –, tiene que desarmar todos los reproches.

    – Nada es más engañoso – dijo Sesshomaru – que la apariencia de humildad. Normalmente no es otra cosa que falta de opinión, y a veces es una forma indirecta de vanagloriarse.

    – ¿Y cuál de esos dos calificativos aplicas a mi reciente acto de modestia?

    – Una forma indirecta de vanagloriarse, es más que obvio, porque tú, en realidad, estás orgulloso de tus defectos como escritor, puesto que los atribuyes a tu rapidez de pensamientos y a un descuido en la ejecución, cosa que consideras, si no muy estimable, al menos muy interesante. Siempre se aprecia mucho el poder de hacer cualquier cosa con rapidez, y no se presta atención a la imperfección con la que se hace. Cuando esta mañana le dijiste a la señora Higurashi que si alguna vez te decidías a dejar Netherfield, te irías en cinco minutos, fue una especie de elogio, de cumplido hacia ti mismo; y, sin embargo, ¿qué tiene de elogiable marcharse precipitadamente dejando, sin duda, asuntos sin resolver, lo que no puede ser beneficioso para ti ni para nadie?

    – ¡No! – exclamó Inuyasha –. Me parece demasiado recordar por la noche las tonterías que se dicen por la mañana. Y te doy mi palabra, estaba convencido de que lo que decía de mí mismo era verdad, y lo sigo estando ahora. Por lo menos, no adopté innecesariamente un carácter precipitado para presumir delante de las damas.

    – Sí, creo que estabas convencido; pero soy yo el que no está convencido de que te fueses tan aceleradamente. Tu conducta dependería de las circunstancias, como la de cualquier persona. Y si, montado ya en el caballo, un amigo te dijese: «Inuyasha, quédate hasta la próxima semana», probablemente lo harías, probablemente no te irías, y bastaría sólo una palabra más para que te quedaras un mes.

    – Con esto sólo ha probado – dijo Kagome – que Inuyasha no hizo justicia a su temperamento. Lo ha favorecido usted más ahora de lo que él lo había hecho.

    – Estoy enormemente agradecido por convertir lo que dice mi amigo en un cumplido – dijo Inuyasha - Pero me temo que usted no lo interpreta de la forma que mi amigo pretendía; porque él tendría mejor opinión de mí si, en esa circunstancia, yo me negase en rotundo y partiese tan rápido como me fuese posible.

    – ¿Consideraría entonces el señor Sesshomaru reparada la imprudencia de su primera intención con la obstinación de mantenerla?

    – No soy yo, sino Sesshomaru, el que debe explicarlo.

    – Quieres que dé cuenta de unas opiniones que tú me atribuyes, pero que yo nunca he reconocido. Volviendo al caso, debe recordar, señorita Kagome, que el supuesto amigo que desea que se quede y que retrase su plan, simplemente lo desea y se lo pide sin ofrecer ningún argumento.

    – El ceder pronto y fácilmente a la persuasión de un amigo, no tiene ningún mérito para usted. El ceder sin convicción dice poco en favor de la inteligencia de ambos.

    – Me da la sensación, señor Sesshomaru, de que usted nunca permite que le influyan el afecto o la amistad. El respeto o la estima por el que pide puede hacernos ceder a la petición sin esperar ninguna razón o argumento. No estoy hablando del caso particular que ha supuesto sobre el señor Inuyasha. Además, deberíamos, quizá, esperar a que se diese la circunstancia para discutir entonces su comportamiento. Pero en general y en casos normales entre amigos, cuando uno quiere que el otro cambie alguna decisión, ¿vería usted mal que esa persona complaciese ese deseo sin esperar las razones del otro?

    – ¿No sería aconsejable, antes de proseguir con el tema, dejar claro con más precisión qué importancia tiene la petición y qué intimidad hay entre los amigos?

    – Perfectamente – dijo Inuyasha –, fijémonos en todos los detalles sin olvidarnos de comparar estatura y tamaño; porque eso, señorita Kagome, puede tener más peso en la discusión de lo que parece. Le aseguro que si Sesshomaru no fuera tan alto comparado conmigo, no le tendría ni la mitad del respeto que le tengo. Confieso que no conozco nada más imponente que Sesshomaru en determinadas ocasiones y en determinados lugares, especialmente en su casa y en las tardes de domingo cuando no tiene nada que hacer.

    El señor Sesshomaru sonrió, pero Kagome se dio cuenta de que se había ofendido bastante y contuvo la risa. La señorita Sara se molestó mucho por la ofensa que le había hecho a Sesshomaru y censuró a su hermano por decir tales tonterías.

    – Conozco tu sistema, Inuyasha – dijo su amigo –. No te gustan las discusiones y quieres acabar ésta.

    – Quizá. Las discusiones se parecen demasiado a las disputas. Si tú y la señorita Kagome posponéis la vuestra para cuando yo no esté en la habitación, estaré muy agradecido; además, así podréis decir todo lo que queráis de mí.

    – Por mi parte – dijo Kagome –, no hay objeción en hacer lo que pide, y es mejor que el señor Sesshomaru acabe la carta.

    Sesshomaru siguió su consejo y acabó su escrito. Concluida la tarea, se dirigió a Sara y a Kagome para que les deleitasen con algo de música. La señorita Sara se apresuró al piano, pero antes de sentarse invitó cortésmente a Kagome a tocar en primer lugar; ésta, con igual cortesía y con toda sinceridad rechazó la invitación; entonces, la señorita Sara se sentó y comenzó el concierto.

    Mientras Sara cantaba y tocaba el piano, Kagome no podía evitar darse cuenta, cada vez que volvía las páginas de unos libros de música que había sobre el piano, de la frecuencia con la que los ojos de Sesshomaru se fijaban en ella. Le era difícil suponer que fuese objeto de admiración ante un hombre de tal categoría, y aun sería más extraño que la mirase porque ella le desagradara. Por fin, sólo pudo imaginar que llamaba su atención porque había algo en ella peor y más reprochable, según su concepto de la virtud, que en el resto de los presentes. Esta suposición no la apenaba. Le gustaba tan poco, que la opinión que tuviese sobre ella, no le preocupaba.

    Después de tocar algunas canciones italianas, la señorita Sara varió el repertorio con un aire escocés más alegre, y al momento el señor Sesshomaru se acercó a Kagome y le dijo:

    – ¿Le apetecería, señorita Kagome, aprovechar esta oportunidad para bailar?

    Ella sonrió y no contestó. Él, algo sorprendido por su silencio, repitió la pregunta.

    – ¡Oh! – dijo ella –, ya había oído la pregunta. Estaba meditando la respuesta. Sé que usted querría que contestase que sí, y así habría tenido el placer de criticar mis gustos; pero a mí me encanta echar por tierra esa clase de trampas y defraudar a la gente que está premeditando un desaire. Por lo tanto, he decidido decirle que no deseo bailar en absoluto. Y, ahora, critíqueme si se atreve.

    – No me atrevo, se lo aseguro.

    Ella, que creyó haberle ofendido, se quedó asombrada de su galantería. Pero había tal mezcla de dulzura y malicia en los modales de Kagome, que era difícil que pudiese ofender a nadie, y Sesshomaru nunca había estado tan ensimismado con una mujer como lo estaba con ella. Creía realmente que si no fuera por la inferioridad de su familia, se vería en peligro.

    Sara vio o sospechó lo bastante para ponerse celosa, y su ansiedad porque se restableciese su querida amiga Kikyo se incrementó con el deseo de librarse de Kagome.

    Intentaba provocar a Sesshomaru para que se desilusionase de la joven, hablándole de su supuesto matrimonio con ella y de la felicidad que esa alianza le traería.

    – Espero – le dijo al día siguiente mientras paseaban por el jardín – que cuando ese deseado acontecimiento tenga lugar, hará usted a su suegra unas cuantas advertencias para que modere su lengua; y si puede conseguirlo, evite que las hijas menores anden detrás de los oficiales. Y, si me permite mencionar un tema tan delicado, procure refrenar ese algo, rayando en la presunción y en la impertinencia, que su dama posee.

    – ¿Tiene algo más que proponerme para mi felicidad doméstica?

    – ¡Oh, sí! Deje que los retratos de sus tíos sean colgados en la galería de Pemberley. Póngalos al lado del tío abuelo suyo, el juez. Son de la misma profesión, aunque de distinta categoría. En cuanto al retrato de su Kagome, no debe permitir que se lo hagan, porque ¿qué pintor podría hacer justicia a sus hermosos ojos?

    – Desde luego, no sería fácil captar su expresión, pero el color, la forma y sus bonitas pestañas podrían ser reproducidos.

    En ese momento, por otro sendero del jardín, salió a su paso Kagome.

    – No sabía que estaba paseando – dijo Sara un poco confusa al pensar que pudiesen haberles oído.

    – Me dieron ganas de tomar un poco de aire fresco – respondió la pelinegra.

    Sara hizo caso omiso a su presencia y siguió paseando con Sesshomaru. En el camino sólo cabían dos, y el peliplatado, al darse cuenta de tal descortesía, dijo inmediatamente:

    – Este paseo no es lo bastante ancho para los tres, salgamos a la avenida.

    Pero Kagome, que no tenía la menor intención de continuar con ellos, contestó muy sonriente:

    – No, no; quédense donde están. Forman una pareja encantadora, está mucho mejor así. Una tercera persona lo echaría a perder. Adiós.

    Se fue alegremente regocijándose al pensar, mientras caminaba, que dentro de uno o dos días más estaría en su casa. Kikyo se encontraba ya tan bien, que aquella misma tarde tenía la intención de salir un par de horas de su cuarto.

    *-*-*-*-*-*


    Cuando se levantaron de la mesa después de cenar, Kagome subió a visitar a su hermana y al ver que estaba bien abrigada la acompañó al salón, donde Sara le dio la bienvenida con grandes demostraciones de contento. Kagome nunca la había visto tan amable como en la hora que transcurrió hasta que llegaron los caballeros. Hablaron de todo. Describieron la fiesta con todo detalle, contaron anécdotas con mucha gracia y se burlaron de sus conocidos con humor.

    Pero en cuanto entraron los caballeros, Kikyo dejó de ser el primer objeto de atención. Los ojos de Sara se volvieron instantáneamente hacia Sesshomaru y no había dado cuatro pasos cuando ya tenía algo que decirle. El se dirigió directamente a la señorita Kikyo y la saludó cortésmente, pero la efusión y el calor quedaron reservados para el saludo de Inuyasha, que estaba muy contento y lleno de atenciones para con ella. La primera media hora se la pasó avivando el fuego para que Kikyo no notase el cambio de un habitación a la otra, y le rogó que se pusiera al lado de la chimenea, lo más lejos posible de la puerta. Luego se sentó junto a ella y ya casi no habló con nadie más. Kagome, enfrente, con su labor, contemplaba la escena con satisfacción.

    Cuando terminaron de tomar el té, Sesshomaru cogió un libro, la señorita Sara cogió otro, mientras Kikyo e Inuyasha platicaban cerca de la chimenea.

    Sara prestaba más atención a la lectura de Sesshomaru que a la suya propia. No paraba de hacerle preguntas o mirar la página que él tenía delante. Sin embargo, no consiguió sacarle ninguna conversación; se limitaba a contestar y seguía leyendo. Finalmente, angustiada con la idea de tener que entretenerse con el libro que había elegido solo por ser el segundo tomo del que leía Sesshomaru, bostezó largamente y exclamó:

    – ¡Qué agradable es pasar una velada así! Bien mirado, creo que no hay nada tan divertido como leer. Cualquier otra cosa en seguida te cansa, pero un libro, nunca. Cuando tenga una casa propia seré desgraciadísima si no tengo una gran biblioteca.

    Nadie dijo nada. Entonces volvió a bostezar, cerró el libro y paseó la vista alrededor de la habitación buscando en qué ocupar el tiempo, cuando al oír a su hermano mencionarle un baile a la señorita Kikyo, se volvió de repente hacia él y dijo:

    – ¿Piensas seriamente en dar un baile en Netherfield, Inuyasha? Antes de decidirte te aconsejaría que consultases con los presentes, pues o mucho me engaño o hay entre nosotros alguien a quien un baile le parecería, más que una diversión, un castigo.

    – Si te refieres a Sesshomaru – le contestó su hermano–, puede irse a la cama antes de que empiece, si lo prefiere; pero en cuanto al baile, es cosa hecha, y tan pronto como lo haya dispuesto todo, enviaré las invitaciones.

    – Los bailes me gustarían mucho más – repuso su hermana – si fuesen de otro modo, pero esa clase de reuniones suelen ser tan pesadas que se hacen insufribles. Sería más racional que lo principal en ellas fuese la conversación y no un baile.

    – Mucho más racional sí, Sara, pero entonces ya no se parecería en nada a un baile.

    La señorita Sara no contestó; se levantó poco después y se puso a pasear por el salón. Su figura era elegante y sus andares airosos, pero Sesshomaru, a quien iba dirigido todo, siguió enfrascado en la lectura. Ella, desesperada, decidió hacer un esfuerzo más, y, volviéndose a Kagome, dijo:

    – Señorita Kagome, déjeme que la convenza para que siga mi ejemplo y dé una vuelta por el salón. Le aseguro que viene muy bien después de estar tanto tiempo sentada en la misma postura.

    Kagome se quedó sorprendida, pero accedió inmediatamente. Sara logró lo que se había propuesto con su amabilidad; Sesshomaru levantó la vista. Estaba tan extrañado de la novedad de esta invitación como podía estarlo la misma Kagome, y de manera inconciente cerró su libro. Seguidamente, le invitaron a pasear con ellas, a lo que se negó, explicando que sólo podía haber dos motivos para que paseasen por el salón juntas, y si se uniese a ellas interferiría en los dos. «¿Qué querrá decir?» Sara se moría de ganas por saber cuál sería el significado y le preguntó a Kagome si ella podía entenderlo.

    – En absoluto – respondió - pero, sea lo que sea, es seguro que quiere dejarnos mal, y la mejor forma de decepcionarle será no preguntarle nada.

    Sin embargo, Sara era incapaz de decepcionar a Sesshomaru, e insistió, por lo tanto, en pedir que les explicase los dos motivos.

    – No tengo el más mínimo inconveniente en explicarlo – dijo tan pronto como ella le permitió hablar–. Ustedes eligen este modo de pasar el tiempo o porque tienen que hacerse alguna confidencia y hablan de sus asuntos secretos, o porque saben que paseando lucen mejor su figura; si es por lo primero, al ir con ustedes no haría más que importunarlas; y si es por lo segundo, las puedo admirar mucho mejor sentado junto al fuego.

    – ¡Qué horror! – gritó la señorita Sara –. Nunca he oído nada tan abominable ¿Cómo podríamos darle su merecido?

    – Nada fácil hacerlo, si está dispuesta a ello – dijo Elizabeth –. En todo caso, todos sabemos fastidiar y mortificarnos unos a otros. Búrlese, ríase de él. Siendo tan íntima amiga suya, sabrá muy bien cómo hacerlo.

    – No sé, le doy mi palabra. Le aseguro que mi gran amistad con él no me ha enseñado cuáles son sus puntos débiles. ¡Burlarse de una persona flemática, de tanta sangre fría! Y en cuanto a reírnos de él sin más mi más, no debemos exponernos; podría desafiarnos y tendríamos nosotros las de perder.

    – ¡Que no podemos reírnos del señor Sesshomaru! – exclamó Elizabeth –. Es un privilegio muy extraño, y espero que siga siendo extraño, no me gustaría tener muchos conocidos así, puesto que me encanta reír.

    – La señorita Sara – habló Sesshomaru – me ha dado más importancia de la que merezco. El más sabio y mejor de los hombres o la más sabia y mejor de las acciones, pueden ser ridículos a los ojos de una persona que no piensa en esta vida más que en reírse.

    – Estoy de acuerdo – respondió Kagome –, hay gente así, pero creo que yo no estoy entre ellos. Espero que nunca llegue a ridiculizar lo que es bueno o sabio. Las insensateces, las tonterías, los caprichos y las inconsecuencias son las cosas que verdaderamente me divierten, lo confieso, y me río de ellas siempre que puedo. Pero supongo que éstas son las cosas de las que usted carece.

    – Quizá no sea posible para nadie, pero yo he pasado la vida esforzándome para evitar estas debilidades que exponen al ridículo a cualquier persona inteligente.

    – Como la vanidad y el orgullo, por ejemplo.
    – Sí, en efecto, la vanidad es un defecto. Pero el orgullo, en caso de personas de inteligencia superior, creo que es válido.

    Kagome tuvo que volverse para disimular una sonrisa.

    – Supongo que habrá acabado de examinar al señor Sesshomaru y le ruego que me diga qué ha sacado en conclusión. – le dijo Sara a Kagome.

    – Estoy plenamente convencida de que el señor Sesshomaru no tiene defectos. Él mismo lo reconoce claramente.

    – No – dijo Sesshomaru –, no he pretendido decir eso. Tengo muchos defectos, pero no tienen que ver con la inteligencia. De mi carácter no me atrevo a responder; soy demasiado intransigente, en realidad, demasiado intransigente para lo que a la gente le conviene. No puedo olvidar tan pronto como debería las insensateces y los vicios ajenos, ni las ofensas que contra mí se hacen. Mis sentimientos no se borran por muchos esfuerzos que se hagan para cambiarlos. Quizá se me pueda acusar de rencoroso. Cuando pierdo la buena opinión que tengo sobre alguien, es para siempre.

    – Ése es realmente un defecto – replicó Kagome –. El rencor implacable es verdaderamente una sombra en un carácter. Pero ha elegido usted muy bien su defecto. No puedo reírme de él. Por mi parte, está usted a salvo.

    – Creo que en todo individuo hay cierta tendencia a un determinado mal, a un defecto innato, que ni siquiera la mejor educación puede vencer.

    – Y ese defecto es la propensión a odiar a todo el mundo.

    – Y el suyo – respondió él con una sonrisa – es el interpretar mal a todo el mundo intencionadamente.

    – Oigamos un poco de música – propuso la señorita Sara, cansada de una conversación en la que no tomaba parte.

    Como nadie la contradijo, abrió el piano; a Sesshomaru, después de unos momentos de recogimiento, no le pesó. Empezaba a sentir el peligro de prestarle demasiada atención a Kagome, a todo lo que ella era y significaba.

    Sacudió la cabeza para alejar el rumbo que habían tomado sus pensamientos. Ahora sí temía dejarse llevar por aquellos ojos que lo atraían sin dificultad alguna.
     
  13.  
    StarAcua

    StarAcua Usuario común

    Escorpión
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    Pluma de
    Escritora
    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    jajajajajajaja me ENCANTAAAAA
    me encanta como Sesshomaru
    y Kagome discuten, no paro de
    reir cuando lo hacen. Son una
    pareja de lo mas divertida. Y los
    celos de Sara son igual de divertidos
    hace de todo por llamar la atención de
    Sesshomaru pero este ni caso; mas al
    incluir a Kagome para que este la mire
    solo mira a Kagome y ella queda en 2do
    plano de nuevo.
    Muchas gracias por continuar la historia,
    seguire al pendiente. Cuenta conmigo;)

    Besosss y animosss!!!
     
  14.  
    Candeela

    Candeela Entusiasta

    Cáncer
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    Pluma de
    Escritora
    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    Esta buena la historia, es de esas que te atrapan y no podes dejar de leer hasta el final...
    Pero la veo muy copia de la historia original, en cuanto a los dialogos y a las situaciones.
    Tal vez quiza te convendria darle algun escenario mas original y obviamente modificar los dialogos, que se acentuen mas a nuestros personajes.

    Saludos y espero la continuacion =)
     
  15.  
    sesshoyasha

    sesshoyasha I, Ore, Je... yo

    Leo
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    Pluma de
    Escritora
    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    inteligente eleccion....
    orgullo y prejuicio...
    de la gran Jane Austen....
    haces todo al pie de la letra....
    en el libro de ella.....
    cuando vi la pelicula completa...
    me di cuenta que era perfecta....
    para esta pareja tan maravillosa...
     
  16.  
    Artemisa

    Artemisa Usuario VIP

    Tauro
    Miembro desde:
    12 Marzo 2008
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    Pluma de
    Escritora
    Re: Orgullo y Prejuicio [Sessh/Kag;Inu/Kikyo;Ayame/Kouga;etc]

    ¡Amé la conti! Ojalá la pongas
    más seguido. No puedo parar
    de pensar en lo que piensa
    Sesshômaru xD, y que Kikyô
    se enferme de nuevo para que
    Kag se quede, jaja. Bueno,
    sé que eso no es posible.

    ¡Muy bien!
     
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