Dementofobia

Tema en 'Relatos' iniciado por Reiko_T, 20 Mayo 2009.

  1.  
    Reiko_T

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    Dementofobia
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    Dementofobia

    Después de un tiempo me enteré de que este concurso había terminado. Sí, lo sé, vivo en otro planeta. Y bueno, decidí colocar mi one-shot aquí. No gané ni nada pero al menos tuve una buena calificación.

    Nota: Dementofobia es el miedo y/o temor a volverse loco.


    Dementofobia​



    No, nuevamente no.

    Ahí está de nuevo aquella mirada perdida en un horizonte solamente visible para ella. De nuevo su cuerpo está flácido, manejable, como si no tuviese alma. Sus pensamientos están lejos de mí, lejos de su cuerpo, de ella. Sé que se ha vuelto a irse, a excluirse en lo más profundo de su imaginación, a ver, escuchar y sentir cosas que sólo ella puede.

    Y yo vuelvo a pederla.

    No, no quiero. No es justo, no debería pasar. Ya ha sucedido dos veces en esta semana… ¡no es justo! ¿Por qué? Se supone que es una vez al mes, que es sólo cuando el viento está indomable, que es sólo los aniversarios de la muerte de su madre. Pero ya no ¿verdad? Ahora será siempre. A partir de aquí todo será una caía en picada. De mí, de ella, de su cordura.

    —Laura, ¿qué pasa? —pregunto, aunque ya sé la respuesta.

    —Mírala, mírala. Está ahí. Me está mirando.

    —Yo no veo nada, es sólo el espejo.

    Pero ella no lo escuchaba. Su mirada estaba nuevamente posada en aquel espejo que nada tenía fuera de lo común. Sus ojos, antes llenos de vida y color, estaban opacos, fúnebres. Instintivamente la abrazo más, intentado alejarla de aquello que tanto mal le hacía, que tanto miedo le daba.

    —Vamos arriba, cariño. Tal vez dormir te haga bien.

    Pero lo dudaba.

    Aun así la ayudé a levantarse del sofá y fui caminando con ella lentamente por el suelo frío. Laura iba junto a mí como una zombi, sin arrastrar los pies apenas. Sus ojos claros y sin vida se movían de un lado a otro por la habitación, aterrados. Me apretaba el brazo con fuerza y susurraba cosas que sólo ella entendía.

    Seguimos caminando hasta llegar a nuestra habitación. Allí la desnudo y le pongo su pijama favorito. Sé que no servirá de nada, sé que no despertará pero, ¿qué más puedo hacer? Tal vez aquello la despierte. Tal vez vea que nada es real, que ella no se volverá loca, que nada le ocurrirá.

    Tal vez.

    De repente me aprieta fuerte el brazo y me mira directamente a los ojos. Sé que no es a mí a quien ve, sé que no me reconoce pero aun así yo le sonrío y le paso la mano delicadamente por la cara.

    —No dejes que me lleve… no dejes que me lleve… no dejes que me lleve… no dejes que me lleve…

    Y esa frase se repite interminablemente, una y otra vez. Sus piernas pierden fuerzas y cae al suelo, repitiendo nuevamente aquella frase desolada, llena de miedo. Me mira y aprieta mi brazo más fuerte. Todo ella tiembla... y yo la abrazo, impotente. Lágrimas caen de mis ojos y repito su nombre tanto como ella repite aquella frase. Ella tiene miedo a su locura y yo tengo miedo a que no puedo resistirlo, ¿quién de los dos estará más enfermo?

    La separo de mi cuerpo y la miro, luego vuelvo a apretarla contra mí para separarla nuevamente y zarandearla con fuerza. Le grito fuerte, la muevo con violencia pero nada funciona. Ella no vuelve a mí.

    Finalmente me levanto y a ella conmigo, que por fin ha dejado de decir esa frase que ahora odio. Pero sé que no está bien, sé que no ha vuelto. Sigue agarrándose de mi cuerpo con fuerza, temblando inconteniblemente en mis brazos.

    Lentamente nos acuesto en la cama y la abrazo, esperando que aquella crisis pase más rápido que las otras. Deseando poder convencerla cuando despierte, cuando nuevamente vuelva a mí, de ir al médico. Pero sé que ella no querrá, sé que me gritará que no está loca y posiblemente se vuelva a sumergir en su mundo.

    Dos minutos de tranquilidad en la cama es el único receso que su traicionera enfermedad le da. Rápidamente se sienta en la cama y se queda mirando atentamente un punto fijo de la pared, aunque ella no ve nada… o tal vez lo ve todo.

    El tiempo pasa lentamente, mucho más lento de lo normal. Al final, ya no aguanto más.

    —¿Qué pasa, cielo?

    —¿Tú no lo oyes?

    —¿Oir qué? Es el viento, amor. Ven…

    —Shhhhh. Escucha, ¿no lo oyes? Me está llamando. Es ella ¿sabes? Me llama. Está muy cerca —se voltea hacía mí y me mira con sus hermosos ojos, que ahora están escalofriantemente claros, con la pupila dilatada, mirándome sin verme—. ¿Es que no lo oyes?

    Me levanto lentamente, dejándola en la cama, mirando nuevamente aquella pared que ya comienzo a odiar. Busco entre cajones alguna pastilla para hacerla dormir. Tal vez, con un poco de suerte, mañana esté totalmente recuperada y -¿quién sabe?- No recuerde lo que ha pasado hoy.

    Le hago beber el medicamento y me acuesto con ella, abrazándola. Está fría, por lo que le paso constantemente las manos por los delgados brazos, intentando traspasarle mi calor y algo de mi cordura. Finalmente, el sueño y el agotamiento también me vencen a mí y me sumerjo en un profundo e intranquilo sueño.

    No sé después de cuántas horas me despierto. Lo primero que hago es extender el brazo hacia su lado, como siempre. Pero ella no está. Con eso termino de despertarme y salto de la cama en su búsqueda. No puede estar sola, no puede. Sus crisis son peor si está sola.

    Sólo hay una parte de la casa que tiene luz: la cocina. Apuro el paso intentando no pensar en lo peor hasta que por fin llego a donde ella está.

    Su pálido y pequeño cuerpo está tirado en el suelo, con un cuchillo en la mano. Susurra algo por lo bajo y mira a ninguna parte. Se mueve, una y otra vez, sobre sí misma, mientras el preciado líquido rojo sale de sus muñecas.

    Me acerco a ella, pálido de miedo, y verifico sus manos. Por suerte, no ha perdido mucha sangre. Rápidamente busco algo para cortar el flujo de sangre antes de que tenga consecuencias. Voy al baño, a por el botiquín de emergencias, y al volver ella está en el mismo lugar, de la misma forma… en el mismo pésimo estado.

    Me le acerco y curo lentamente sus manos. Por suerte, se recuperará. Y yo doy mentalmente gracias Dios por haber despertado a tiempo, por haber detenido su locura. Me juro, también, cuidarla mejor. Es mi esposa, mi responsabilidad. Debo protegerla, amarla y cuidarla y Dios es testigo de que he hecho todo lo que he podido, pero Laura sigue así, empeorando día con día.

    —¿Tú no lo oyes? —repentinamente, y con una fuerza que desconocía en me toma de la muñeca y me mira directamente a los ojos—. Viene a por mí, como con mi madre. Está en todos lados, ¿no la ves? ¿No la escuchas? ¿No la sientes? Está tan cerca. Me quiere…

    —Amor —acerco su cara a la mía y le doy un suave beso en los labios que seguramente ella no nota—, no hay nadie aquí, sólo estamos tú y yo. No te volverás loca.

    —Loca… ¡no, no! —Me aprieta más fuerte de la muñeca— ¡No dejes que me lleve! Por favor, por favor… —luego calla. Se queda mirándome fijamente, muy fijamente, y se acerca a mi cara con lentitud. Su mirada es tan penetrante ¿qué estará pensando?— ¿No la ves? Está en ti. En tus ojos.

    Después de eso siento un dolor agudo en el costado. Miro sus manos y veo el cuchillo clavado en mi cuerpo, de donde brota sangre, mi sangre. La miro, nuevamente, pero ella se ha vuelto a ir, ya no me ve, aunque sus ojos estén posados en mí.

    —Cariño…

    El pánico se apodera de mí. Dios mío, debo llegar al teléfono. Debo pedir una ambulancia, pero cada vez duele más y ya no me siento lo suficientemente fuerte como para levantarme. Una especie de neblina comienza a inundar mi cuerpo y no puedo detenerla. Intento respirar, pero me duele. La sangre mana de mi cuerpo sin control, el cuchillo todavía está íntimamente clavado en mí. Si lo saco, moriré desangrado, lo sé. Si lo dejo, entonces caeré inconsciente y moriré de todas formas.

    Y si muero ¿qué pasará con mi bella Laura? ¿Quién cuidará de ella? ¿Quién la defenderá de ella misma? ¡Estará sola! Sola, triste, abandonada a su suerte y a su locura. Si yo muero ¿qué pasará con ella?

    —Laura…

    Pero ella no me escucha. Se levanta y camina lentamente por la cocina, tatareando una canción que nunca había escuchado. Yo intento seguirla con la mirada pero todo comienza a ponerse negro, muy negro y aunque intento no resistirme, no puedo. La vida se me escapa de las manos.

    —Mi amor… ¡Laura!

    Y entonces, ella parece reaccionar. Se detiene y me mira y poco a poco se da cuenta de lo que pasa. Vuelve en sí.
    —Laura…

    —¡Drake!

    Pero ya es demasiado tarde. Ya no puedo luchar más. Ahora sólo hay una pregunta que inunda mi mente; ¿quién cuidará de ti, mi dulce Laura? Si yo me voy, tu miedo se convertirá en realidad. Si yo me voy, estarás sola.

    Y ni el ruido a mí alrededor puede despertarme de mi profundo ensoñamiento. Siento que me mueven, siento que me levantan. Pero nada de eso me importa.

    ¿Quién, dime, Laura? ¿Quién cuidará de ti? ¿Quién te protegerá de tu propia locura? ¿Quién, cielo?

    ¿Quién…?
     
  2.  
    Miss_Hanari

    Miss_Hanari Usuario común

    Leo
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    Pluma de
    Escritora
    Re: Dementofobia

    /me llora en silencio.
    Dios.¿Estas segura de qué no ganaste?
    Paramí es la mejor de las fobias que han publicad.Es tan... tan... emotiva,fuerte,romantica. Y es uan amnera tan diferente de ver la dementofobía.
    SImplemente perfecto.
     
  3.  
    Aleph

    Aleph Iniciado

    Géminis
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    30 Agosto 2008
    Mensajes:
    48
    Pluma de
    Escritora
    Re: Dementofobia

    Ay Reiko, está precioso tu escrito. Secundo a la señorita de arriba al preguntarte: ¿quién ganó, entonces?

    Es muy bello, no puedo entender que un cuento tan corto me haya mantenido tan intrigada todo el tiempo. Pero más increíble aún me parece el hecho de que lograste sorprenderme en grande con varias cosas: la personalidad del tipo, su muerte, etcétera... Te felicito por lograr algo así, me encantó.

    Detecté unos errores de dedo al principio, nada más.
     
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  1. Saya Tyrs
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