de Inuyasha - Polvos de diamante [Sesshômaru/Kagome]

Polvos de diamante [Sesshômaru/Kagome]

Polvos de diamante

Introducción​

Escuchaba cada murmullo, en su habitación. El sonido de las agujas del reloj, el suave vibrador de su celular; aquellos pájaros fuera del lugar, cuyos arrullos penetraban dentro. A veces se sentía sola, alejada del mundo. Sus padres habían dedicado diecinueve años a protegerla de todo. Pero ello no le permitía vivir, ser libre. Angustiosamente debía soportar todo aquello…debía…

–Ver el mundo –se repetía. –Eso no es muy posible –se repetía divertida. Si toda su vida había sido así. ¿Por qué ahora cambiaría?

Pero aún así, lo deseaba con toda el alma.

Necesitaba creer, que cuando abriera sus ojos vería el verde resplandeciente de los árboles, aquel amarillo dorado del Sol, y demás tonalidades multicolores de las flores. Mas sin embargo, no era posible. Sólo podía oír de todo aquello.

Era ciega.

Ella no podía ver esos colores, las luces. No, por más que quisiera era imposible. Estaba presa. Presa en su calabozo de dolor.

Necesitaba irse, huir de ahí. Pero… ¿cómo hacerlo? Lo necesita… lo deseaba, anhelaba. Pero estaba encerrada en su torre de cristal.

–––––––​

A veces necesitaba estar solo. Le gustaba pensar. Esta vez había decidido ir a un pueblo tranquilo, sin demasiadas complicaciones, y ruidos molestos. En pocas palabras: ‘un lugar pacífico para descansar’.

Su trabajo no le estaba dejando mucho tiempo libre. Aún así, no le importaba. Unas vacaciones nunca venían mal. Además, él si quería salir, lo hacía y punto. No le gustaba rendir cuentas a nadie.

Frío, calculador, algo seco en varios aspectos. Así era él.

Deseado por montones de mujeres, se lo podía llamar un conquistador, un ‘cazamariposas’. Mas sin embargo no era así. A él no le interesaban para nada las mujeres, ni nadie. Sólo pertenecían al montón de gente normal. No tenían nada en particular. Eso lo odiaba. Despreciaba a la gente común.

Un hombre de hielo. Un hombre cubierto con polvos de diamantes.



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Muy bien, esta es una historia sencilla, de varios capítulos. Hace mucho que no publico un Long Fic, así que volveré a esto. No seá muy largo, así que espero poder terminarlo pronto.
Dentro de unos días pondré la continuación. Se aceptan todo tipo de comentarios, críticas y demás.

Muchísimas gracias a todos. :*w*:

 

Re: Polvos de diamante [Sesshômaru/Kagome]

Ejemmm, sólo dejo este pequeño mensaje porque recibí varias quejar por ahí. xD
Si, lo seguiré, este viernes habrá continuación de seguro. Lo que pasa es que mi beta personalizado (?) tuvo una disputa conmigo así que demoramos en ponernos de acuerdo. (?) Ok, no tan así, sólo que yo me demoré en escribir y él con corregir.
Viernes de seguro. Perdón la demora, en serio.

(No lo abandonaré, lo juro. ToT )

 

Re: Polvos de diamante [Sesshômaru/Kagome]

Pateenme, matenme, lo que sea. Me lo merezo. ._. Después contestaré post, gracias a quien me tenga paciencia.

Capítulo uno.
Lo sé, es el momento de conocerte, reina de aquellos diamantes puros…

–Buenos días –saludó efusiva aquella mujer anciana. Sus ropajes eran sencillos y a su vez elegantes.

Ella miraba al recién llegado con algo de curiosidad. Era extraño que alguien de ese porte pisara su humilde hogar.

–Vine por el aviso. Usted alquila una pequeña habitación. ¿No? –preguntó el joven secamente. No parecía tener ganas de hacer amigos.

–Si, pasa –y le señaló la habitación. Luego lo condujo ahí, con suma cautela. Parecía un joven de buena familia, sin embargo, se encontraba en una sencilla casa, sin lujo alguno. No, no era nada normal… – y… ¿a qué se dedica? –preguntó como para intentar entablar una conversación.

Él sólo la miró, y apoyó su dedo índice en los labios de la mujer en señal de silencio.

–Eso es un secreto –susurró. Y sin agregar ningún otro comentario, entró al cuarto.

El lugar era simple, no tenía nada en especial. Solo había una cama, un escritorio, una mesita de noche y dos sillas. La pintura era de un verde claro, debido a que anteriormente esa habitación había pertenecido a un adolescente y aún se conservaban partes de ‘pósters’ de antiguos grupos de rock. Tenía una ventana con vista a la vereda del frente, al menos era algo bastante pasable la vista hacia afuera…

–Si necesita algo, por favor avíseme, señor Taisho.

–Muchísimas gracias, señora.

Y ella se retiró. Evidentemente no podría sacarle más información…no ahora, al menos.

Por fin se quedó solo. Eso era lo que necesitaba: tranquilidad. Sí, ya se había cansado de todo… Ser el mejor no le había servido de nada, él aún no estaba totalmente satisfecho con su vida. A pesar de todo, estaba vacío, sentía que no tenía grandes sentimientos… que sólo estaba muerto.

Había decidido irse de ahí, por el sencillo motivo que no soportaba más a su padre. Éste, el hombre más exitoso en sus empresas, estaba totalmente obsesionado con que sus hijos fueran igual que él. Uno de ellos, había huido tiempo atrás para seguir su sueño de una carrera universitaria. Y el otro, quien ocupaba aquella habitación de la casa de la anciana, ya hacía tiempo que trataba de ganarse la vida haciendo lo que le gustaba… Porque él si tenía talento para los negocios. Pero no había nacido para estar encerrado en una oficina, diez horas al día. No, él quería simplemente vivir…

Tomó sus maletas y las colocó sobre la cama. Abrió una de ellas y tomó un pequeño bolsito de paño negro. Lo depositó en el escritorio y buscó una mochila blanca, la cual contenía pequeñas herramientas, junto con varios instrumentos de ampliación de objetos, como diferentes tipos de lupas. Empujó una silla frente a la mesadita y se sentó. Le quitó el lazo que cerraba el bolso de paño y volcó el contenido sobre una seda blanca –extraída también de la mochila más clara-.

El brillo y esplendor que se podía deleitar ante aquellas rocas era inigualable. ¿Quién diría que un hombre así portaría esas increíbles joyas? Cada una más bella que la otra. Tenían un tamaño bastante pronunciado, debían valer millones.

Lentamente agarró una especie de cuchilla, pero también hecha con ese material tan distinguido con el cual se habían formado las rocas anteriores. Ya no era difícil saber lo que pasaría. El hombre cumpliría con su trabajo, aquello que en verdad la gustaba. Tallaría diamantes.



Mientras tanto, aquella casona brillaba de esplendor. Muebles antiguos, caras pinturas, decoración envidiabda por todos. No tenía ningún defecto. Mas sin embargo a ella no le importaba mucho. Necesitaba salir un poco. Le vendría bien.

–Mamá, iré a caminar afuera –murmuró por lo bajo la hermosa mujer pelinegra.

No obtuvo respuesta. Su madre hablaba con el médico por teléfono…

–Cual grande es su obsesión por casarme con el doctor Taisho… Cree que no me doy cuenta –se decía para sus adentros. –Madre, no estoy ciega de corazón…yo sé sentir…

En silencio penetró la sala principal, hasta encontrarse con la puerta de salida. Tomó fuertemente su bastón, tanteó el lugar del tapete de la entrada, para no caer, y salió cuidadosamente por la puerta.

Sentía un poco de adrenalina al escapar de las manos de su madre protectora y de su médico de cabecera. Se sentía libre, feliz. El aire fresco rozaba su rostro, sin querer sus ojos se llenaron de lágrimas, debido a esa fuerte y fría corriente de aire. Pero ya era tarde para volver. Sin haberse dado cuenta, había recorrido unas tres cuadras.

Reconocía una plaza cerca de ahí, decidió encontrarla y acomodarse un rato en uno de sus asientos. Con la esperanza que ahí no pudieran encontrarla más.

Sumida en sus pensamientos, en su momento de felicidad, no sintió cuando golpeó contra algo.

–¿Qué…? –murmuró desconcertada.
–Oh, disculpe –sintió una voz varonil que se dirigía hacia ella con delicadeza. Seguramente ya había descubierto su condición.
–Está bien, no soy una inválida, joven… –espetó.
El hombre la miró unos segundos. Nadie podía negar la belleza de la chica. Aún así, había algo que le llamaba mucho la atención… un brillo especial en sus ojos, o algo así… no estaba seguro.

–Yo nunca dije que lo fuera –susurró él, con un tono neutro.
–¿Qué dice? ¿Acaso usted no se dio cuenta?
–¿Cuenta de qué…? –por fin comprendió – ¡Lo siento muchísimo! –no dudó en exclamar. – Perdón, en verdad no sabía…

Ella no pudo más que reír. Le gustaba el tono de culpabilidad de esa persona. Al menos no era piedad…

–Hagamos de cuenta que aún no sabe –propuso la muchacha – así la relación será mejor. Iba para una plaza cercana, ¿usted podría acompañarme?
–Claro que si… –y la tomó del brazo – Mi nombre es Sesshômaru, ¿y el tuyo?
–Kagome, vivo cerca de aquí… ¿y usted?

Sesshômaru la miró y sonrió, por primera vez, le había desagradado que alguien lo tratara de ‘usted’. No sabía por qué, pero la joven invidente le inspiraba una gran confianza.

–Trátame de ‘tú’ y sólo dime Sesshômaru, Kagome.
–De acuerdo.

Y se dirigieron hacia ese lugar sencillo. Él la ayudó a hubicarse sobre uno de aquellos bancos azul claro, que tiempo atrás se encontraban hermosamente pintados y decorados. Pero que el tiempo había deshecho su belleza poco a poco…

–Este lugar es áspero –se quejó divertida la mujer. – ¡Deberían hacer asientos acolchonados! –agregó con gracia.

Sin querer la tarde pasaba rápidamente. Diferentes charlas sobre cosas sencillas hacían pasar todo apresuradamente. A ella le gustaba el modo de pensar de él, no era nada materialista, además pareciera como si a él no le importara en lo más mínimo la ceguera como un defecto… En cambio, él amaba la sencillez de ella. La calidez que desprendía de cada palabra. Le dieron ganas de ser amigo de ella… sin saber por qué…

En uno de esos momentos, pasó un coche color plateado frente a la plaza. Un joven de ojos ambarinos, miraba con odio a la pareja que reía plácidamente.