Mala Cosa

Mala Cosa

Mala Cosa
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—Suspiras.
—¿Ah?
—Suspiras.
—¿Y qué con eso?
—Odio que suspires.
—¿Por qué?
—Lo odio.

El apartamento estaba ciertamente desordenado, con montones de basura acumulada por todo el lugar, toda la basura en bolsas negras eso sí. La ropa tirada por sobre el sofá y sobre la cama rebatible, que solo se dejaba ver descubierta sin siquiera un cubrecamas sobre el dejando ver nada mas que un colchón amarillentos con algunos resortes salidos.

—Estoy hundido en deudas, déjame suspirar al menos coño—chillaba el tipo como queriendo desgañitarse por el resto de su vida.
—Deudas un carajo, tu lo que estas es loco.
—Y tú vives conmigo así que te jodes.
—Idiota —mascullaba entre dientes el otro sujeto.

Tampoco es que el lugar fuese bonito cuando estaba ordenado, es un apartamento de mierda por decirlo vulgarmente, el tapizado se estaba cayendo, el techo se desmoronaba con el paso del tiempo y las filtraciones eran por demás exuberantes dándole un ambiente húmedo a todo el apartamento, maldita humedad, hasta musgo tenia ese apartamento.

Las tuberías se rompían incesantemente, así que debe de quedar claro: apartamento de mierda no es una metáfora.

Obviamente todo esto no era más que algo extrínseco para aquellos personajes.

»Entonces, ¿planeas acabar con todo esto?
—Efectivamente.
—¿Cuál es tu plan?
—Este.

Con su siniestra aquel tipo levanto un arma lo suficientemente vetusta como para haber sido usada por su bisabuelo en sus años mozos, oxidada por donde se viera y llena de polvo grisáceo que se disperso un poco en el aire por la velocidad a la que se elevo.

—Idiota —mascullaba de nuevo el otro, pero esta vez entre gimoteos.

De la silla cayo hasta tocar suelo, todo ambientado por un ruido seco que se extendió por cada arista de la sala, sonido que el nunca pudo ir pero que llamo la atención del encargado del lugar que sin mayor atraso subió por las escaleras.

—¿Qué carajo habrá pasado ahora? —decía a todas luces enojado aquel corpulento ente.

Se llamaba Toribio, no es que tenga mayor importancia, lo mismo podría llamarlo ‘sujeto 1’, ‘carajo’ o ‘pendejo’ y daría exactamente lo mismo para la historia y para él también. Lo menciono por lo extraño y feo que suena a los oídos que me parece digno de alusión.

Era un tipo corpulento, de aspecto chapucero y con unos inicios de calvicie preocupantes para un tipo de entre treinta y cuarenta años, generalmente vestía camisas de cuadros con machas de aceite de motor y en tiempos de calor —como estos jodidos meses de agosto— solía vestir únicamente una camiseta que debió ser diáfana cuando la compro, pero ahora era de un color amarillento que resultaba repugnante, además de mantener en ella manchas de grasa y salsa de los distintos alimentos que consumía a lo largo del día.

—A la mierda… —vociferaba al ver la habitación totalmente desordenada y con un desgraciado tirado en el piso bañado en su propia sangre.

Rápidamente saco de su bolsillo un celular bastante anticuado, de los de pantalla verde y de gráficos monocromáticos, marco un número que por la rapidez de su digitado debe ser muy conocido por Toribio.

—Miguel, la puta madre, paso de nuevo.
—¿Qué? ¿De nuevo? La puta madre.
—Sí.
—Voy para allá.

Sin mucha demora suena el timbre y Toribio abre rápidamente, era un sujeto de gabardina marrón y sombrero de copa como ese estereotipo ingles de los que corren bajo la lluvia, corriendo escondidos detrás del cuello de la gabardina sujetando las alas del sombrero para empujarlo hacia abajo.

Pero estoy divagando, a lo importante. Miguel era un policía y se notada por su expresión algo decaída, sus facciones marcadas y las arrugas alrededor de sus ojos. Era un paco y parecía uno, y uno de esos que piden a gritos una balacera en el rostro de lo hijos de puta que se nota que son con solo verles.

—Miguel como te dije, volvió a pasar.
—Esta juventud de mierda…

Con un zapateo sonoro suben bastante rápido ambos y Toribio abre la puerta de la ‘escena’ con una extraña expresión triunfante en su rostro, de alguna forma ni el mismo creía que eso fuera capaz de pasar tantas veces en un mismo lugar y ya la situación hasta se le hacia entretenida, jocosa y no le sorprendían en absoluto.

Tampoco es que le sorprendiera la primera vez, definitivamente no; realmente dudo que le afectara en algo lo que le pasara al resto de la gente, estoy seguro que no bromeo al primer día sobre eso porque a otras personas si parecía importarles, pero no debe verse a Toribio humano, el tipo era un guasón y como todo guasón es un autentico bastardo insensible.

—Sí, suicido —señalaba cortante Miguel.
—Sí, de nuevo.
—Lo notificare desde auto, vendrán a recogerlo en un rato.
—Sorprendente cuantos suicidios suceden aquí, ¿no?
—Mala cosa, supongo —decía en un forzado tono conciliador Miguel, para luego darse la vuelta e irse a su hora del almuerzo.

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Tiempo sin publicar algo aquí, se agradecen las opiniones como de costumbre.