ALMAS ERRANTES (Kagome&Sesshomaru)

Re: ALMAS ERRANTES (Kagome&Sesshomaru)

[FONT=&quot]Hola[/FONT]
Antes que nada, me diculpo por la demora. Para enmendar mi falta, les traje hoy un capitulo màs largo.

Espero sea de su agrado. Espero leerlos pronto.



ALMAS ERRANTES

Continuación
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[/FONT] A pesar de las diferentes ocupaciones y el reducido tiempo que tenía, Kagome consiguió tenerlo todo listo para el regreso de Kikyou e Inuyasha. En la preciosa casa que Inuyasha había comprado, les aguardaba un reducido, pero eficiente equipo de sirvientes. Las habitaciones habían sido pintadas del color en el que Kikyou quería, los muebles estaban en su sitio, en fin, todo se encontraba en perfecto orden.

—Desde luego, tu hermana sabe llevar una casa, ¿eh? —comentó Inuyasha al día siguiente de su vuelta.

Kikyou le miró sonriendo. Se alegraba de que estuviera contento. Temía que se enojara con ella por dejarlo todo en manos de Kagome, pero, si está lo sabía hacer tan bien, ¿por qué no hacerlo? Inuyasha estaba de acuerdo.
Esa misma noche, Kikyou e Inuyasha acudieron a cenar a la mansión Higurashi. No fue una cena muy emocionante. El abuelo se la pasó despotricando sobre la comida y el servicio. De vez en cuanto comentaba con Kagome e Inuyasha temas relacionados con política y economía, mientras Kikyou pateaba no muy sutilmente la pierna de Inuyasha como signo de su desesperación y aburrimiento.

Después de un rato más de charla, los recién casados decidieron irse, con la excusa de que las conversaciones de política le habían dado dolor de cabeza a Kikyou. Pero, en un aparte, Kikyou aprovecho la ocasión de contarle su secreto a Kagome. Esperaba un hijo para Mayo. Kagome se alegró muchísimo al pensar que iba a ser tía. Pero por otro lado pensó que Kikyou, tendría veintiún años cuando naciera el niño…, veintiún años y todo lo que había soñado. Ella, en cambio, a los veinticinco, no tenía nada en absoluto.

Empezó a deprimirse cuando llegaron las épocas de lluvias y con ellas la casi llegada del bebé, por lo mismo, no le quedaba demasiado tiempo para la tristeza, tenía un montón de cosas por hacer, comprar la canastilla del bebé, preparar su habitación, contratar a una niñera y encargarse de todo lo que su hermana no podía hacer debido a su estado. El día en que el abuelo cumplía ochenta y un años, nació el niño, un saludable y rollizo bebé que no le causo demasiados problemas a su madre. Luego, Kagome de que en la casa todo estuviera a punto cuando Kikyou y su hijo abandonaran el hospital, dos semanas más tarde.
Un día, Kagome se encontraba en el cuarto del niño, doblando un montón de mantitas azules cuando Inuyasha apareció en la puerta.

—Pensé que te encontraría aquí —le dijo, clavando los ojos en los de su cuñada, como si quisiera confesarle algo; Kagome apartó el rostro, confusa—. ¿Nunca te cansas de hacerle las cosas? —preguntó, mientras ella dejaba a un lado las mantas, sacudiendo la cabeza y sonriendo.

—Pues la verdad es que no. Llevo mucho tiempo cuidando de todo.

—¿Y qué? ¿Piensas seguir haciendo eso siempre Kagome?

La pregunta era tan extraña como el tono de voz. Al verle acercarse, Kagome se preguntó fugazmente si estaría bebido.

—Nunca lo he pensado. Me gusta ocuparme de las cosas de Kikyou.

—¿Ah, sí? —Inuyasha enarcó una ceja y se le acerco tanto que Kagome sintió su aliento en el rostro. De repente, él extendió la mano y le acarició una mejilla. Después, le rozó los labios con un dedo y trató de estrecharla en sus brazos. Por un instante, Kagome se desconcertó y no le rechazó; después, se apartó rápidamente para esquivar sus labios, pero éstos le rozaron el sedoso cabello. En el momento en que intentaba escapar, él la asió las muñecas con sus fuertes manos.

—¡Ya basta, Inuyasha!

—No seas mojigata. Tienes veintiséis años, ¿es que piensas interpretar toda la vida el papel de la solterona?
Las palabras la ofendieron más que sus manos. Su cuñado le tomó la cabeza y la inclinó hacia un lado para poder besarla. De nada sirvieron las protestas de la joven. Al final, Kagome logró rechazarle.

—¡No, Inuyasha! —se apartó de el casi sin resuello y se dirigió instintivamente al otro lado de la habitación; la cuna del niño se interponía entre ambos—. ¿Estás loco?

—¿Acaso es una locura quererte? Hubiera podido casarme contigo, ¿sabes?
Pensó que ojalá lo hubiera hecho, a pesar de su difícil carácter, de sus malditas ideas políticas, de los libros que leía y de su refinada educación. Él le hubiera dado otras cosas en que pensar. Por lo menos Kagome tenía más temple que su mujer. Ya estaba harto de Kikyou y de sus constantes gimoteos infantiles. Lo que Inuyasha necesitaba era una mujer. De las de verdad. Como Kagome.

—Estás equivocado —dijo la joven, mirándole con dureza—. Te casaste con mi hermana y nunca hubieras podido casarte conmigo.

—¿Por qué no? ¿Te consideras demasiado superior a mí, señorita Sabelotodo? ¿Demasiado inteligente quizá? —Inuyasha se enfureció al pensarlo. Le constaba que su cuñada era mucho más inteligente que la mayoría de las personas que él conocía, tanto hombres como mujeres, pero esa idea no le gustaba nada—. No eres más que una mujer que espera al hombre adecuado, cometiste un gran error al rechazarme Kagome Higurashi.

—Puede que sí — Kagome lo lamento por Kikyou, su cuñado era un completo imbécil—. En cualquier caso, ahora estás casado con mi hermana y tienes un hijo precioso. Te aconsejo que te comportes como un padre de familia, no como un pobre insensato o un Don Juan de vía estrecha.

Mirándola con rabia, Inuyasha le asió por un brazo desde el otro lado de la cuna.

—Eres una estúpida… —dijo. Y tras una pausa, habló con la frialdad del hielo; — ¿Sabes que estamos solos en la casa, Kagome? Todos los criados están fuera.


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