La Perfección Imperfecta

Tema en 'Relatos' iniciado por pomy, 20 Junio 2008.

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    La Perfección Imperfecta
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    La Perfección Imperfecta

    este es el cuento que hice para los Bonaerences, lo hice esta medianoche y tardé 4 horas en terminarlo. por suepuesto, esta noche no dormi y ahora son las 5 de la mañana, veremos si vale la pena. me gustaría saber su opinion...





    La Perfección Imperfecta.

    Y de pronto estaba allí. De la nada y sin razón alguna, la luz se había hecho presente. Y sus ojos se lastimaron y cerraron sus compuertas ante tal hecho. Una corriente de bella pero malgastada y roñosa corriente izo erizar su cuello y muy pronto las puntas de sus finos y largos dedos se estiraron tal y como pícaro afilando sus zarpas.

    Sus pensamientos despertaron retorcidos, y con un movimiento brusco e instintivo, se convenció a si mismo de que los había torcido y enredado aun más. Trató de abrir sus ojos una ves, pero solo logró agarrarse su cabeza con ambas manos… la corriente parecía apagar su ingeniosa mente. Su cuerpo pesado y malgastado ya, ahora era tan solo una débil y poco aceitada herramienta, que solo servía para rechinar a cada movimiento.

    Movió sus piernas con desdén, dejándolas llevar por lo que a sí mismo se dijo que era la fuerza del mundo contra él… sus pies cayeron como peso muerto, y pronto una daga entró por su sien y se clavó en la parte mas delicada de su confusa mente. Y el dolor llego más fuerte, y la corriente fue más intoxicante.

    Suspiró… suspiró y movió una ves más su cabeza… no olía a flores lo que fuera que su delicado olfato percibiera.

    Separó sus manos de su cabeza, en un halo de realidad sobre su fantasioso infierno debía ya dejar de dar vueltas en sus penurias y buscar algún arreglo siquiera. Apoyó entonces sus brazos en la dirección en que estaba sentado, y sus manos se hundieron en el delicado y cómodo colchón. Con sus ojos cerrados, sintió su cuerpo rechinar de golpe, y se vio a sí mismo parado en la habitación paralelo a las altas y elegantes estanterías.
    El frío en sus manos y torso le izo imaginar a alguien espiando por una abertura en su cuarto, como si de una caja de juegos tratase y él fuese el objeto de diversión. Tal idea lo hacía sentir más incómodo y enfermo. Y si ese alguien existiera, la mente paralizada pero a la vez acelerada de quien trataba de no caer, hubiera jurado que ese otro aquel ser estaba agitando el lugar.

    El suelo se movió, las paredes resplandecieron, y de a poco la imagen de una cámara cayendo rápidamente al suelo mientras giraba fue lo que creyó ver. Él mismo chocó entero contra el frío pavimento que determinaba la existencia de un suelo para las cosas que hacía tanto tiempo coleccionaba. Y se quedo allí, observando, perdido, enfrascado. ¿Qué razón tenía levantarse? ¿Valía acaso la pena el esfuerzo?

    Pensó entonces en que tal ves con un poco más de descanso, su cuerpo cedería al dolor de las fuertes y crueles puntadas, y eso le daría un poco de paz. El dolor se alivió lentamente, pero lo suficiente para que su confusa mente lograra de a poco apagarse y con esta, todo su cuerpo logró caer en un inmenso y quisquilloso sueño.




    Y entonces despertó, ahora su cuerpo se notaba más libre, más liviano. Levantó su rostro y un intenso ardor izo picar su oreja izquierda. Levantó su peso, y las rodillas le sonaron sutilmente como lastimándose del repentino esfuerzo. Se ayudó con sus manos y pronto alcanzó su objetivo, aunque esto no había resuelto sus problemas. Abrió sus ojos pero la luz, que ahora parecía aún más intensa y molesta, volvió a catapultarlos. Decidió retomar la misión que durante unas cuantas horas –calculó cansinamente –había abandonado, y caminó hasta la puerta. Apoyándose torpemente en las paredes y en el marco mismo, empezó a sisear y reptar hasta llegar a una segunda puerta.

    Ingresó y giró unas perlas que se ajustaban a su puño. Un ruido, como el dulce ronroneo de los felinos, llamó y ladeó su cabeza, indicando que recibía la perfecta señal de que sus esfuerzos estaban llegando a algo. Entonces una espesa pero ligera nube comenzó a subir por la habitación y llegó al techo cuando se sintió más fuerte el siseo y gorgoteo del agua. En el blanco suelo se divisaron de pronto colores oscuros y humeantes de horroroso hedor alcohólico.

    El agua estaba fría en un principio, lo cual inhibió el cuerpo que luego al momento se vigorizó, como alentándose a sí mismo para seguir bajo la ducha. Estuvo allí un buen rato, hasta que sintió que la pestilencia de pronto desaparecía y sus fosas volvían a respirar vida.

    Su cuerpo se estremeció ante el frío que de golpe agitó su alma, pero su desnudez era la obvia causa. Caminó entonces despreocupadamente, y aún torpe se dirigió al cuarto. Ahora arduos pero abiertos, sus ojos mostraban la claridad del mediodía en la desarreglada habitación.
    Él, que siempre había sido tan ordenado y prolijo, miraba ahora cómo las cosas que hacía años había recolectado estaban esparcidas por todos lados, y de un mundo a no acabar, los espacios vacíos estaban donde el los creaba de momento. Se sentó en la cama, y una mueca llena de ironía y gracia se desprendió borrando unas cuantas y numerosas arrugas con las que esa mañana había despertado. Pasó sus manos por su rostro, y sintió la suavidad de las mismas.

    Las miró y las retiró de su vista. Él sabía por qué estaban así, y no tenia él mismo la culpa de este hecho, nunca había elegido su vida. No había escogido su familia, ni tampoco el monto de dinero en el banco con el que ellos oportunamente cargaban desde mucho antes de que él naciera. Nunca pidió su ropa, ni su casa, ni sus juguetes, ni su auto, y mucho menos las mujeres, los besos, las caricias. Él nunca jamás pidió nada de eso. Pero solo queriendo ser él no podía llegar a encontrarse en ningún lado. Y es que él… él como nadie, solo se podía ver reflejado a través de un espejo, del alto y enmarcado espejo que decoraba el gran comedor de la mansión.

    Sabía y estaba al tanto que muchos hombres tenían la suerte de tener a muchos más en sus mismas situaciones. Hombres que vivían experiencias cercanas entre sí, de manera que se podían reconocer y sentir cómodos, cobijados ellos mismos entre ellos.

    Pero él no tenía a nadie con quien reflejarse, porque no había nadie con tan buena, tan especial o tan mala suerte como él mismo.




    Y sumiso y ya aceptado a ese terrible estilo de vida, que libre de precariedades, sufriese la peor de las suertes, el sufría el peor de los males, él… estaba aburrido.

    Era entonces que había aceptado esa realidad y había llegado a la conclusión de que debía cambiar. Pero bajo la tutela de sus fracasos por entrar en círculos de gente distinta, al ser rechazado por los demás por tan solo ser lo que él era, por la discriminación e incomprensión de todos y todo, simplemente llegó a una salida que originalmente era la más fácil y obvia. Si los demás no lo aceptaban por ser como era, entonces debía cambiar, y había encontrado la manera de pasar de un extremo a otro. A través de la gloriosa y dulce bebida.

    Desde aquel tiempo, él se dedicaba a salir por las noches y viajar de lugar en lugar buscando un leve respiro, un furtivo escape. Buscando a veces aventuras y a veces la tranquilidad, siempre terminando confundido y con jaqueca. Esa mañana no era diferente, no habiendo recordado nada de la noche anterior. Solo se dignó a tomar un café en la cocina, disfrazado ya del ejecutivo gubernamental que era.

    Entonces salió una vez más de su casa, y agitando entre las yemas de los dedos sus ojos cerrados, ingresó en su auto y volvió al trabajo. Una ves más, sin interés siquiera, tuvo los éxitos de cada día, esos que tenia asegurado sin desearlo siquiera, a causa de su gran educación recibida con perseverancia a lo largo de numerosos años.

    Los esfuerzos y numerosas horas de entrega habían logrado tal desarrollo de su inteligencia que ya no necesitaba siquiera pensar sus actos, ya sus actos le eran obvios. Y las situaciones que se le presentaban, por más complicadas que para los demás fuesen, para él era un juego de niños.

    Ese día llegó como todos los demás días. Su asistente cantándole con su aguda y resonante voz unas líneas de unas desordenadas hojas que cargaba contra sus pechos y de a rato miraba cuando sus estrofas engañaban su memoria. Pronto él, como todos los días, se vio sentado detrás de su escritorio, rápido se vio a sí mismo aburrido y desinteresado, y entonces mientras cortaba los bordes de unas hojas que firmadas por las correctas personas pronto tendrían gran valor financiero, levantó su vista descuidadamente y al ver la brillante luz del sol reflejado en un vidrio de su escritorio, movió torpemente su mano y cortó su yema.

    En ves de afligirse o quejarse, al sentir el punzante pinchazo miró lenta y calculadoramente la herida. Al ver su profundidad y determinar que no era grave, se fijó en el hecho de que de pronto sus hombros eran más livianos. Afinó su mirada y siguió mirando intensamente la herida, ahora apretándola, viendo su sangre fluir. Levemente sintió un alivio progresivo que se apoderó de todo su ser. A medida que la sangre fluía, mas aliviado se sentía.

    Comprendió que al mirar la herida podía comprenderla e imaginar su cicatrización, minimizándola. Pero en el momento en que el dolor intenso se hacía presente, era de la misma intensidad que el dolor que sentía dentro de su corazón y estómago al vivir esos días pesados. Se preguntó si la facilidad con la que había logrado este lazo entre su sufrimiento y su dolor, podría llegar a maximizarse.

    Miró con una nueva tonalidad este hecho, su mente se concentró en este nuevo dolor, y de pronto abrió sus ojos como plato al notar la paz que esto le producía. De golpe encontró una manera de relajarse y pensar en otra cosa. Tomó la tijera y levantó histéricamente el dobladillo de su camisa. Dejando al descubierto su antebrazo, miró la blanquecina piel, y de ella salió un hilo fino de sangre, el filo de la tijera era letal para cualquiera, pero para él era una salvación, era señal de vida.

    Cortó una y otra vez, los cortes le producían una leve corriente, pero ésta era distinta a todas las demás. Esta corriente se apoderaba de sus capilares, le erizaba sus delgados cabellos, le doblaba y arrugaba la frente en señal de éxtasis, el gozo que estos cortes causaba, la distracción, el color… ese color a rojo vivo, esa sangre fluyendo, era hermosa, divina, riquísima.









    La frialdad de la sociedad era un estándar a cumplir para que la perfección estuviera cercana a sus acciones.

    Sus pasos debían ser leves para que el sonido de sus pies no molestase y para que su porte fuese aceptable. Sus manos debían ser pulcras para que no ensuciasen los tesoros que en su hogar pudiera tener que atrapar. Su cuerpo debía ser delgado para que los pliegues de sus ropas tuvieran la gracia necesaria. Era ella y debía ser perfecta para los demás, mientras en silencio recorría la gigante mansión, de cuarto en cuarto buscando la aceptación de quienes debía.

    Muchos años había vivido en ese mundo, de hecho había nacido en ese plano y sus virtudes de cuna eran ahora las que la galardonaban como la mejor. El orgullo y la sabiduría parecían haber elastizado con el paso del tiempo su rostro, que poseía una piel pulcra y suave, blanquecina como las paredes mismas.

    Esa mañana era especial, lo sabía mientras caminando, pasaba los pliegues transparentes de las cortinas y la luz se reflejaba rojiza sobre sus cabellos. Detrás de su leve roce contra el suelo, los sonidos perceptibles de las nerviosas doncellas le dibujaban una dulce sonrisa de ves en cuando.

    Su orgullo y honor la colocaban en pedestales altos de oro alado, pero de todos modos ella tenía una leve simpatía con las demás personas empleadas bajo su mano. Y era tal vez por esto que ella realmente disfrutaba esa mañana… sus dramas no iban más allá de los odios de ajenos.

    -mi señora –saludó una voz trémula a la cual ella accedió con una mirada de soslayo –si me permite, me han mandado esto –dijo entonces un hombre de edad media que se dibujó delante de ella.

    Esta, delineando el perfil de quien le hablaba y tomando en cuenta los alrededores del iluminado cuarto, tomó una carta de entre sus manos y con el silencio que solía mantenerla cómoda, ordenó que se fuera.

    -mi señora, tome asiento –invitó una de las doncellas que la seguían, llevando con ella una especie de velo violáceo –por favor, tómelo –suplicó con tono amable mientras se arrodillaba ante la imponente postura.

    -ya… esta bien –dijo ella sonriendo y tomando el velo para colocárselo encima de su regazo acomodado a una silla delante de un escritorio largo, de color blanco –¿podrían… llamar a mis hijos? –preguntó seria y las demás corrieron a obedecerla con la lealtad que solo ellas podían emitirle.

    Mientras acomodaba su larga y estrecha figura en el lugar para poder acceder al papel entre sus manos, cruzó sus piernas torneadas y los pliegues del vestido ceñido a su cintura se deslizaron, dejando el velo graciosamente colocado.

    La mirada de la mujer poseía un tinte verdoso, pero los tonos dorados estaban cercanos cuando ella se enojaba o lloraba mucho. Así, a través de los años había descubierto muchas peculiaridades de ella cuando, al terminar de leer y enderezarse, notó que ahora brillaban con la luz del sol los ojos en su rostro.

    Tomó el espejo y elevándolo a la altura de su semblante, lo recorrió con su manos de uñas largas y pulidas. Un sentimiento de angustia y tristeza la golpeó cuando las doncellas volvieron a arrodillarse ante ella.

    -de pie-ordenó bruscamente con el rostro compungido –díganme que saben de mis hijos –agregó luego, con un tono mucho más apacible, sonriendo al instante en que notó el suspiro de las chicas.

    -me temo que no hemos podido encontrar al menor, mi señora –dijo una que estaba delante de la mano derecha de la mujer. Sus cabellos negros y lacios solían encandilar la mirada crítica de la dama, a la cual le fascinaba la belleza natural de sus cabellos como si de un fetiche se tratase. Y aunque no la hubiera contratado por eso, era algo que no evitaba apreciar.

    -el mayor dijo que vendrá cuando pueda –dijo otra que estaba en el extremo contrario de la fila, de rojizos cabellos. Su color no era natural, pero sus bucles le eran agradables de trazar mientras la miraba fijamente.

    Su respiración solía volverse un compás de música tranquila al momento en que se concentraba en soluciones a sus problemas.

    -mi hija… -susurró y quien estaba en medio izo una reverencia.

    -la encontraré si lo desea.

    -no, no es necesario. Solo quiero que… sepan donde está –dijo mirándolas a todas con un rostro de súplica. El mediodía estaba cercano y la luz era más fuerte, dándole a sus facciones movimientos dignos de alguna deidad.

    -yo me encargaré –respondió entonces la que primero había respondido, una esbelta y mediana damisela de joven edad.

    -muy bien, mientras ustedes pueden llamar a mi esposo. Avísenle que no iré esta noche a su reunión, y díganle que –titubeó por un momento y estrepitosamente se puso de pié, tocándose el estómago-que lo lamento.

    -si-respondieron al unísono, yéndose todas las mujeres y dejándola sola, inmóvil de pie como estatua consagrada se tratase.

    -me temo que la importancia de esas palabras superan por mucho a mi decisión personal –dijo en voz alta luego de unos minutos –es una lástima que estas noticias lleguen a entristecer mi existencia, tan plena que supe verla.

    Dicho esto, caminó y se alejó de la habitación cerrando varias puertas de distancia, cuando una figura sentada detrás de los pilares que daban las sombras del lugar, se adelantó al escritorio y tomó la carta.







    El núcleo de la familia se logra a través del control de posiciones de cada integrante. Si como de un juego de fichas se tratase, cada uno pudiese mantenerse en su posición y cumplir con sus movimientos, entonces la familia estaría en un balance total.

    Los pensamientos de una gran mente como la de él debieran pensar de ésta manera, o así lo suponía el chico que lo miraba desde el otro lado de la habitación.

    -el dinero es una ilusión, una representación palpable de lo que tenemos. El poder es lo que realmente parece tener un valor que valga la pena, y eso no se puede comprar – la grave y lenta voz hablaba con tal constancia que el eco en el cuarto hacia llegar las palabras como si de lo más común y obvio se tratase –pero el poder es egoísta desde su concepción. Se basa en el poder sobre otros, por lo tanto hay escalones que subir y bajar en esta clase de juego.

    Un hombre de aproximadamente cuarenta años se dibujaba sentado y cómodo en una oficina de tonos grises y plateados. Su cabeza estaba cabizbaja y entre sus manos poseía una libra antigua, una especie de balanza de dos hojas. En estas hojas, colocaba y dejaba caer unas especies de hierbas secas que tenía en un envase largo y bajo de color negro sobre la cual toda la balanza se extendía.

    Los cabellos entre negros y grisáceos, se aplanaron cuando su mano los estilizó, y quien lo escuchaba pudo notar el largo del mismo. El brillo y la aparente sedosidad denotaban una gran salud en sus cerdas, y de hecho la musculosa y firme postura que había sostenido al estrecharle de pie su mano, le había indicado más de su salud. Ese hombre, mucho más grande que él, estaba en un estado envidiable de fortaleza.

    Y eran sus cuerdas vocales una de las cosas que más atención le llamaban, aunque el temblor leve en sus manos y algunas arrugas entregasen su edad en bandeja. Su voz era juvenil y sin rastros de titubeos algunos.

    Las notas cesaron cuando la explicación de su ideología de detuvo y la mirada de ambos se cruzaron. La balanza quedó estática, perfectamente balanceada. Por primera ves el chico notaba que del lado derecho de la misma habían dos perlas blancas y era del otro lado que estaban las hierbas.

    -señor, reconoce sus acciones como egoístas, pero no siento culpa en su voz.

    -¿debiéramos avergonzarnos o arrepentirnos de ser egoístas? ¿No es una tontería rechazar nuestra naturaleza como humanos? –Preguntó exageradamente, levantando ambas manos de la superficie del escritorio ocre –aunque si es una acción que los demás puedan criticar, yo lograré demandarlos por tener hambre.

    -no veo la relación, señor –dijo apagado ante la exuberancia repentina y la energía en los movimientos del hombre, que ahora habiéndose puesto de pie nuevamente lo superaba por una cabeza o más.

    -¿no la ves, o no querés notarla? Somos hombres –dijo señalándolo a un lado de su silla, con la otra mano en su bolsillo izquierdo –pero… siendo hombres, somos criaturas. Somos seres, una especie más. Y somos instintivos. Aceptamos muchos de nuestros instintos porque estos son más fuertes y no podríamos vivir sin ellos. Las luchas, las discrepancias, el amor, el odio. La supervivencia del día a día, el enfrentar los problemas, el buscar un hogar mejor. La diferencia es que nuestra inteligencia es superior –dijo ahora recorriendo el lugar sin quitarle la vista al ya atemorizado empleado- y nos permite llegar a niveles que los demás no imaginan. Las casas… las armas, las historias, los modelos a seguir, los campos, el refinamiento de los alimentos… ¿aún no ves mi punto?

    El chico negó con su cabeza sin mover un instante la vista del hombre a quien temía ofender en cualquier segundo.

    -el alimento –dijo y carraspeó inmóvil un segundo, afinando su dorada mirada. Retornando, se volteó y esquivó atléticamente unas estanterías –el hombre necesita comer y, conseguir alimentos es un instinto que todos los animales tienen. Sé que esto lo comprendes, ahora bien… ¿no es el egoísmo tomado como otro instinto? Y dicen que es uno de los más primarios… pero que yo sepa… -se acercó al muchacho – ¿no están entonces en el mismo nivel ambas cosas?

    -de todos modos, la gente no aceptaría el concepto –dijo él mirando sus apuntes mientras el hombre se sentaba a su lado.

    -no es que no lo acepte, parte de la mentalidad del hombre es aceptar cosas rechazando otras –dijo meneando su mano y tocándole la muñeca al chico –no te preocupes, de todos modos es un concepto que jamás entendería alguien como vos –se acercó al escritorio y vació de un movimiento la hoja izquierda de la balanza- cuando salgas, llama al siguiente.

    El muchacho se puso de pie observando la espalda del hombre corvado sobre el escritorio. El negro del traje, el color de su blanca piel y sus cabellos, formaban una espeluznante imagen gótica del perfecto hombre de negocios, despiadado, impulsivo, energético, invencible. El muchacho salió y resignado dio el mensaje de que el siguiente pasara.









    La tarde había llegado cuando una llamada subió a su habitación y la despertó con estruendo. Mirando molesta el blanco del teléfono sobre su cómoda, se puso de pie y lo alcanzó tomando con sus manos su delicado estómago.

    -hable –ordenó cordial como acostumbraba –oh, cariño. Lamento no poder ir hoy, pero no me siento bien. Mándales mis saludos –dijo con un tono alegre, mientras se sentaba y arreglaba un poco su camisón.

    Una vez que la voz del otro lado de la línea concluyó su consejo, ella cerró el teléfono y lo dejo a un lado de su cabeza, mientras enrollaba fetalmente su figura y palmeaba la almohada. Su mirada estaba perdida inconsciente en la pared blanca que tenía frente a ella, donde nacía un espejo que luego abarcaba un gran perímetro de la habitación. Mirándose, encontró de repente muchos detalles en ella, muchos detalles que varias lágrimas hicieron caer.

    -¿señora? –llamó una de las chicas a la puerta, abriéndola.

    -¿si? –dijo ella mientras levantaba costosamente parte de su torso.

    -ya será medianoche, debe tomar…

    -ven –la interrumpió mirando lo que la chica traía entre manos –disculpa que no bajé, me dormí.

    -no es molestia –concedió la chica al instante, algo sonrojada por la bondad de la ama con ella. Sentada, esperó a que terminara de tomar la medicación y cuando recibió el vaso de vuelta, no se movió –su hijo mayor ah venido a verla –dijo respondiendo a la clara curiosidad de la mujer.

    -hazlo pasar –respondió la mujer algo perpleja por la noticia.

    Cuando la dama se acercó a la puerta, titubeó unos segundos mirando hacia fuera, como si el ser que la miraba del otro lado la intimidase.


    Una altísima figura con forma atlética, de espalda ancha pero de cintura bastante marcada ingresó con paso veloz y pesado al cuarto. Los cabellos rubios y la fría mirada no podrían haber dejado más en claro a la mujer de quién se trataba, mientras terminaba de sentarse en la cama.

    -Ángel, mi hijo –saludó y extendió sus brazos. Él pareció dudar, pero se acercó y la abrazó estrechamente –es una alegría volver a verte –respondió melodiosa mientras él se sentaba y la escudriñaba con la vista.

    -estás pálida –sentenció al instante la grave voz del joven.

    -tal ves haya dormido demasiado –dijo sonriente –pero vos tampoco te ves muy sano, ¿porqué esa palidez?

    -nunca tuve un tono muy oscuro en mi piel –dijo y certeramente la madre entendió la ironía.

    -hace mucho no te veo pero rumores de tu estado me han llegado –dijo y al ver la réplica del chico venir, prosiguió haciendo resonar su poderosa y femenina voz por la habitación- tus salidas no parecen de los más inteligentes, Ángel. Mírate, no sos la sombra de lo que eras –sentenció, amable pero con el mismo estilo cortante que su hijo.

    Ninguno de los dos parecía salir de su personaje ante el otro, mientras sus miradas se disputaban. Ella lo conocía y él a ella, lo suficiente como para adivinar la condición del otro.

    -¿desde cuando? –preguntó finalmente él, causando un suspiro de la mujer.

    -no mucho… pero es grave. Los estudios revelan que no tengo muchas posibilidades…

    -tal ves con un experto en el campo podamos resolver algo más práctico con todo el asunto –comenzó a divagar el chico, mirando de reojo sus manos blancas y las de ella, tan iguales, sin saber cuales estaban más sanas.

    -no lo creo, yo ya acudí a los mejores y es la cuarta ves que llego al mismo punto –dijo ante el tono de su hijo. Lo miraba con cierta curiosidad y con mucho cariño, él era su hijo preferido, aquel que había cumplido al pie de la letra sus ideales y quien la había ido a ver el mismo día en que lo había llamado. –Ángel, tu padre no sabe nada.

    Él la miro acusadoramente, pero la mujer corrió su mirada. La tensión creció ya que ninguno se dignaba a decir ninguna palabra demás, hasta que ella en un descuido de su hijo, le tomó las manos. Éste la miró sorprendido y luego expectante, esperando alguna clase de reto o desespero, pero inesperadamente ella lo miró con remordimiento y besó los cortes que tenía.

    -es una lástima… no sabes cuanto lo lamento.

    Su hijo no comprendía las palabras de su madre y la miró dándoselo a entender. A veces solía molestarle la sonrisa de ella, tan perfecta y armoniosa como su propia personalidad, porque lo hacía sentir incómodo. Los demás accedían a este medio como una muestra de amistad o de simpatía, pero él que la conocía como nadie más, había descubierto los tantos significados que una simple mueca lograba tener en tan inteligente y astuta dama.

    -lamento que hayas sufrido tanto la carga que te dejamos, mi hijo –reconoció y soltó ambas manos, apoyándose sobre el respaldo de la cama- el dolor de ser uno solo en la vida es el peor de los augurios para una persona, la soledad es un veneno que no tiene cura más que la compañía. Pero… ¿Quién podría hacernos compañía? Aunque no quisiéramos, los intereses de los demás nos afectarían… no concierne si no quisieran dinero o poder –dijo acariciándole el rostro –es la belleza la tercera opción y alguien que no te ame por eso, no existe. Estas bajo la misma maldición que a mi me catapultó todos estos años –dijo y una lágrima escapó de entre sus verdosos y ahora dorados ojos.

    Su hijo tomó sus manos, y se acercó a ella.

    -siempre fuiste mi compañía –dijo y la miró de cerca, muy cerca –mi padre jamás me entendió, ni a vos. Pero vos siempre me entendiste, ¿cierto? –dijo y el tono esperanzado y la mirada brillante conmovió e incomodó aun más a la madre

    -¿qué decís, mi Ángel?

    -solo –se apresuró a explicar mientras se sentaba más cerca de ella-que nunca me atrajo nadie porque encerrados en quien somos, madre, estamos a tal nivel que nadie jamás podría comparársenos. Nuestro desinterés por las cosas que poseemos naturalmente, nuestro desprecio por el interés… simplemente nos aleja de los demás. Y el que pensemos igual solo me hace pensar algo, madre.

    Ella lo miró atemorizada, la belleza y juventud de su hijo era peligrosa para ella, quien tanto tiempo amor había añorado y ahora él era quien parecía dispuesto a dar.

    -pero no es correcta nuestra unión, jamás lo sería –dijo la madre, quieta, hablando alto pero distante, como señalando la continuación de un hecho metafórico –porque soy tu madre y de mí saliste.

    -si, lo sé. Pero de vos salí y por eso soy igual a vos, ¿no somos perfectos entonces? El uno para el otro…

    La mirada de ambos volvió a fundirse, ambos quietos en su lugar, cerca pero tan separados. Con la misma sangre, las mismas costumbres y gracias. Ella una alta dama de la sociedad y él un varón con un único objetivo de vida recién concretado, encontrar a quién amar luego de haber logrado todo.

    El ruido ensordecedor en medio de la paz y silencio de la situación pareció alarmar a ambos de sobremanera, cuando otra figura apareció en la puerta. El hombre que estaba vestido de negro avanzó y a un lado del otro chico, tomó asiento en una silla.

    La dama miró estupefacta a ambos, eran el divino retrato del otro con la diferencia del tiempo sobre sus facciones.

    -Ángel –saludó el hombre.

    -padre –contestó fríamente el chico, mirándolo amenazador y recibiendo la total ignorancia del otro, que observaba a la rubia dama.

    -¿Cómo estás? –preguntó mirándola y acercando su rostro al de ella. Cuando sus labios estaban por unirse, el agarre de las manos de se hijo se rompió y ella, abriendo sus ojos de golpe corrió su rostro y se hundió débilmente en las sábanas.

    El silencio volvió a establecerse, cuando el chico estaba de pie a un lado de su padre.

    -los dejaré solos… -sentenció gravemente mientras comenzaba a girar y caminar hacia la puerta.

    -Ángel –llamó la madre, sumergida en profundo e insonoro llanto. El hijo se detuvo y la miró por sobre su hombro –mi Ángel, no te vayas… -suplicó y miró con miedo al hombre que en silencio observaba las lágrimas de la mujer. Ella sabía que el hombre debía adivinar lo que sucedía pues no era nada tonto, y aún sabiendo que estaba a punto de sepultar a su hijo, no pudo evitar dejarse llevar por la desesperación y permitir que el llanto la controlara.

    -¿necesitas algo? –preguntó la voz a su lado, más ella solo miraba la espalda y el perfil de su hijo, sin dejar de sentir las cálidas lágrimas rodar por ella. El tono de voz del hombre había dejado muy en claro a los otros dos su conciencia de los hechos, pero ninguno decidió comentar nada más mientras el hijo, suspirando y odiándose por la profunda pena que acababa de insertar en el corazón de su madre, se dirigía a la puerta.

    El hombre de negocios, el fuerte, el preponderante, también estaba de pie. Ella lo miró y una nueva chispa surgió en su mirada, una que con sorpresa el hombre notó mientras ella se sentaba y ponía de pie temblorosamente y corría sumergida en penas fuera de la habitación.

    Él, que estaba por salir macerado en sus pensamientos, no escuchaba más que el silencio de la habitación cuando vio los colores de las delgadas y suaves telas volar por los aires y delante de ellas corriendo la silenciosa figura de la alta dama.

    Sintió su pecho cerrarse y luego sin notarlo, estaba corriendo detrás de ella. Sus pasos parecían estar acompasados por zapatos de acero mientras trataba de darle alcance y chocaba con todas las doncellas, cuando finalmente la encontró en el jardín de la casa, al pie de un árbol.

    Ella no dijo nada y él, sabiendo la realidad de los hechos, se sentó a su lado y sin emitir ruido alguno, la acostó encima de él y percibió su aroma.

    Él miraba la luz de la luna mientras ella dormía encima de su regazo cuando el padre decidió mirarlos por la ventana y dibujar una sonrisa malévola en su rostro.

    El chico bajó su miraba y volvió a olfatear los suaves cabellos de la dama, mientras esbozaba una melancólica sonrisa.

    -él nunca nos entendería pero… nos predijo. –dijo finalmente él cuando sentía el cuerpo de su madre cada vez mas frío -¿Cómo hiciste para ignorar el hecho de que esto sucede por él?

    -cómo hice… -repitió ella al aire, con su voz perdida en la oscuridad de sus ojos- no podría culparlo por salvarme- dijo ella y sonriendo, despidió su vida entre los brazos del hijo, quien la abrazó a su cuerpo tratando de asimilar que ella finalmente se había ido.

    Miró la luna una ves más, alta y brillante. Sonrió irónicamente.

    -si no fuera yo, no podría comprender que este mundo no era para vos y que la muerte era tu salvación divina… lamentablemente las ansias de poder de mi padre no me darán el mismo destino… y el tiempo será lo que decida mi final. Madre… -dijo mientras cerraba sus ojos y se sumergía en un trémulo sueño, en uno donde repasaba una y mil veces la suerte de la dama y la de él, ella libre por la eternidad, y él atado al cuerpo sin vida de ella.

    Finalmente comprendió la disculpa de su madre, y despertó en su cuarto mirando directamente la luz de las ventanas, recordando que ella… sabía a la perfección como predecir a su esposo.





















    Pomy.












     
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    Re: La Perfección Imperfecta

    Valdría la pena que le dieras una chequeada a tu escrito, al menos por la parte ortográfica.

    "no olía a flores lo que fuera que su delicado olfato percibiera. "

    ¿Qué quisiste decir con esta frase?

    "Abrió sus ojos pero la luz, que ahora parecía aún más intensa y molesta, volvió a catapultarlos."

    Catapultar es lanzar con fuerza. Entiendo que cuando una luz es molesta lo único que se quiere hacer es cerrarlos. Tal vez quisiste decir que los cerró con fuerza (¿entornar o fruncir, quizás?).

    "elastizado"

    Diccionario de la lengua española - Vigésima segunda edición
    Será "estilizado".

    "-mi señora, tome asiento –invitó una de las doncellas que la seguían, llevando con ella una especie de velo violáceo –por favor, tómelo –suplicó con tono amable mientras se arrodillaba ante la imponente postura."

    Si ella es la señora de la casa solamente se tendría que sentar sin más permisos ni ofrecimientos de las doncellas, que no creo que tengan la autorización jerárquica para hacerlo y menos aún ella debería ceder, si no quiere sentarse no se va a sentar y si quiere hacerlo no necesita ofrecimientos si es su casa.

    "ella cerró el teléfono"
    Curioso.

    "Estas bajo la misma maldición que a mi me catapultó todos estos años - dijo y una lágrima escapó de entre sus verdosos y ahora dorados ojos."
    Lo mismo que la anterior vez, esa palabra no cuadra. Si es una maldición más que "impulsarla" debió detenerla o hasta aprisionarla, por eso es que llora y se arrepiente de ello.


    La trama en general del relato está bien. Al final es cuando se concretan y unen los hechos aunque siento que son demasiadas descripciones, que si bien no son innecesarias tampoco son imprescindibles. Tal vez eso podría acortar el relato pero sería conciso y más llevadero.

    El final, no me cuadró...
    Ella dejó la carta (de amor) sobre la mesa, obviamente, fue el esposo quien la tomó así que: "recordando que ella… sabía a la perfección como predecir a su esposo."
    No lo creo. Al menos, ne debió ser tan descuidada si no quería que la descubrieran.

    Me gustó, pero recomiendo encarecidamente una segunda o tercera chequeada para pulir el escrito y entrelazar los hechos con mayor precisión.

    Eso es todo.

    Saludos.
     
  3.  
    NatsuKo

    NatsuKo Iniciado

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    Re: La Perfección Imperfecta

    Estoy de acuerdo con Yuzuriha, hay errores ortográficos y frases que no concuerdan con lo dicho perdiendo el hilo de la historia, pero para verlo hecho en 4 horas me parece buen trabajo, solo falta una pequeña pulida :)
    El titulo si que llama la atencion xD

    P.D. Es algo cansado leer con fuente azul, preferible la negra, lo digo como consejo =)
    [FONT=&quot]Saludos [/FONT]
     
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