Bunkyō Apartamento Mattsson [Casa]

Tema en 'Ciudad' iniciado por Amane, 15 Octubre 2025.

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    Amane

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    Piscis
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    En una zona tranquila de Bunkyō, muy cerca del Santuario Nezu, se alza el bloque de apartamentos donde reside temporalmente Hubert. Se trata de un edificio de cuatro pisos, con tres viviendas en cada uno que dan a la calle, conectadas por un pasillo exterior, escaleras y hasta un sencillo ascensor

    El joven vive en un extremo de la planta más alta, en un apartamento de dos ambientes. Es lo bastante amplio como para una persona, además de ser acogedor en su diseño. Está debidamente amueblado y equipado, de modo que no le falte nada para sobrellevar una vida como estudiante de intercambio de la mejor forma posible.

    Barrio de Tokio: Bunkyō

    Apartamento Mattsson.png
     
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    Zireael

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    Lo primero que supe al recuperar la conciencia fueron dos cosas: era de día y seguía borracho. Entreabrí los ojos, pero antes de identificar nada volví a cerrarlos y gruñí por lo bajo. La habitación daba vueltas lentamente, tenía el estómago revuelto, sentía el rostro hinchado, la cabeza me palpitaba y sentía la garganta irritada. ¿Cuánto había bebido? No tenía la menor idea, pero el estado de mi garganta me decía que había fumado muchísimo, hierba y tabaco indiscriminadamente, pero más de lo primero. Sí, bueno, no era ningún maestro del control de impulsos y eso ya estaba visto. Era cuestionable y sancionable, pero me había apagado a la fuerza durante algunas horas.

    La caída había disminuido de velocidad por fin.

    Destrabé las articulaciones con dificultad, pues estaba prácticamente hecho una bola, y al hacerlo noté la cobija que tenía apiñada entre mis brazos. Algo en su olor me resultó familiar, pero mi ropa apestaba a hierba y las neuronas derretidas me impidieron unir puntos de la clase que fueran. Me fui sentando en el borde de la cama y entonces, por fin, abrí los ojos solo para darme cuenta de que esta no era la habitación de Hikkun. La angustia se me encajó entre las costillas y traté de alcanzar las respuestas en mi memoria, pero todo era un parchón negro inmenso desde incluso antes de que llegara al apartamento de Hikari.

    Joder, ¿quién me mandaba a mí a aceptarle las pastillas al imbécil de Tajima? Recordaba haberme bajado dos con un trago inmenso de Coca-Cola, saliendo de su casa, y algunos minutos más tarde los pensamientos se me habían tornado espesos, lentos, y el vacío que sentía había empeorado. Estuve horas en un banco del Hibiya o eso creía recordar hasta que me fui en metro a Taitō. Al llegar donde Hikari lo único que podía sacar de mi mente era que había pretendido llenarme con alcohol, humo y porquerías que habíamos mandado a traer del 7-Eleven.

    Dios, no, no. No otro, no otra vez, no así.

    Ya había quemado a Kohaku, no podía quemar a otro más.

    Apágate de nuevo.


    Hikari soportaba, Arata también, estaban hechos para eso, jamás podría derribarlos con este incendio, pero cualquier otro… Mierda, mierda, mierda. Me bajé la cremallera de la chaqueta que ya había perdido cualquier resabio del olor a Verónica y allí me di cuenta que tenía puesta una camiseta que no era mía. Negra, algo desgastada, supuse que era de Hikari y poco más. Escarbé en los bolsillos de la sukajan, encontré la billetera y saqué el teléfono con manos temblorosas, al desbloquearlo me fui a los chats. Por fortuna no le había escrito a nadie, pero había una llamada y me cayó el alma a los pies cuando vi el nombre: Hubert. Alcé la mirada despacio, repasé la habitación y vi la silla con la manta encima; allí surgieron los primeros recuerdos, entrecortados, como frames de un videojuego laggeado.

    Viniste por mí.

    ¿Preferirías quedarte conmigo?

    Mi mano cayó hacia mi regazo, sosteniendo el teléfono todavía, y seguí mirando el espacio. La computadora, los libros y… la foto en la repisa del escritorio, ambos de cabello negro, pero el hombre sin duda era el que se le parecía más. Pasé saliva, tragándome así la culpa, y como si no pudiera terminar de creerme la clase de desastre en la que yo mismo me había metido, atraje la cobija hacia mí y respiré contra ella, inhalando su aroma. Hubert, olía a Hubert o al menos al jabón que debía usar para su ropa. Era un estúpido y un irresponsable, ¿pero por qué? Estaba aquí con una camiseta de Hikari, el pantalón del uniforme y la peor resaca que podía recordar, en la cama del niño de segundo que había tenido la desgracia de hacerse amigo mío. ¿Hikkun se había deshecho de mí o acaso yo le había llorado y llorado para que llamara a Hubert? Ya no lo sabía, pero ninguno de los escenarios era mejor que el otro. Mucho menos porque seguía recuperando memorias fragmentadas y extrañas.

    ¿Me darías un abrazo?

    No me dejes solo.

    Podía recordar el sonido de la voz del niño, pero no lo que yo le había dicho ni lo que él me habría contestado. No sabía ni siquiera qué tanto le habría asustado recibir una llamada así a las… Alcé el teléfono de nuevo para ver la hora de la llamada y marcaba las dos y cuarenta de la madrugada. Lo había sacado de la cama casi a las tres de la mañana, me había ido a buscar y me había traído a su casa, porque seguro yo me había negado a volver a la mía. Frustrado y avergonzado con la envergadura del espectáculo guardé otra vez el móvil y me llevé las manos al rostro, enjuagándome los ojos con brusquedad, y arrastré los dedos hasta el cabello hecho una maraña. Esperaba algún día poder contar que había terminado en la cama de Hubert (dobles sentidos a un lado) luego de una borrachera y partirme de risa por ello, pero ahora mismo quería reventarme la cabeza contra la pared y sentía muchísimas náuseas, fuese por el alcohol o la vergüenza.

    ¿Cuántos días iban ya? ¿Tres? Era un amigo y un hijo de mierda, tenía que parar esto de una vez. Sacarme el corazón del pecho y resetearme para arreglar lo que yo había echado a perder, si es que podía. No podía solo llorar, llorar y llorar, por más que quisiera. No podía anularme a mí mismo, pero tampoco podía seguir anulando a los demás.

    —Qué asco. —Me lamenté en voz baja.

     
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    Bruno TDF

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    Al momento en que Cayden enfrentaba su despertar, me encontraba en el sector de la cocina con una taza de café en la mano, mientras masajeaba mi clavícula con la que había quedado libre, una tenue mueca de dolor surcando mi semblante. En mi garganta se hallaba agazapado un bostezo que me vi en la obligación de reprimir más de una vez, puesto que algo como aquello podría ser oído en el silencio que reinaba en el apartamento. Me avergonzaría emitir cualquier sonido, aún si tenía serias dudas de que Cay despertase pronto. En general, no me encontraba con las energías extremadamente bajas, pero eso era tan cierto como el hecho de que mi descanso fue irregular e incómodo, repartido entre el escritorio y la silla que había acomodado frente a la cama.

    No me arrepentía, en todo caso.

    Suspiré por lo bajo, contra mi cuello. Con las luces matutinas que ingresaban cual caricia por una ventana, todavía me encontraba asimilando los repentinos eventos de la madrugada. La llamada rozando las tres, el choque de intranquilidad que me despertó por completo al saber la situación por la que me requerían, y la escena a la que me enfrenté en Taitō. El llanto de Cay prevalecía en mis oídos, así como la humedad de sus lágrimas en medio del abrazo con el que lo contuve, imponiendo mi paciencia y serenidad por sobre todas las cosas, a pesar de la angustia que me había generado el verlo en su estado. De igual forma, estaba ciertamente sorprendido. En mi mente, no concebía que Cayden llegaría a un extremo como aquel, ahogando su consciencia bajo alcohol y humo; mas, ¿no era hasta lógico descubrir estas caras?

    Para bien o para mal, uno nunca conocía por completo a las personas.

    Con todo esto se entremezclaba, muy a mi pesar, una instintiva desconfianza hacia la figura de Hikari Sugino. Quizá debiera avergonzarme el juzgamiento a partir de su apariencia, cuando él había tenido la amabilidad de indicarme cómo cuidar de Cay y hasta se ofreció pagar el Uber de regreso, oferta que decliné con amabilidad. Me había mantenido atento a él, casi atravesándolo con estos ojos malditos, pero Sugino no me permitió leer nada de sí mismo, pude darme cuenta del muro que hábilmente levantaba a su alrededor. Fue el motivo por el que me guardé cualquier pregunta que tentó la punta de mi lengua, sobre todos las vinculadas al tipo de relación que mantenía con Cay.

    Era amigo de esta persona, ¿no?

    Su voz me llegó ahogada desde la habitación, haciéndome girar la cabeza en dirección a la pared del fondo, contraria a la entrada del apartamento. Del lado derecho se veía la puerta de mi habitación, mientras que la izquierda daba al otro sector, dividida en baño y depósito. No llegué a escuchar lo que dijo, pero no costaba nada imaginarse que no debía sentirse contento de encontrarse aquí. En lo que mí respectaba, me tranquilizaba más tenerlo conmigo que dejarlo en aquel sitio en Taitō; por muy inadecuado que esto pudiese sonar.

    Antes que nada, apuré mi taza y luego llené un vaso con agua mineral. Acto seguido, rodeé la barra que separaba la cocina del living-comedor, el cual atravesé con paso sereno, calzado con mis pantuflas. Sorteé la mesa donde comía, sobre cuya superficie se encontraba mi tablero de ajedrez con una partida en su clímax, además de un libro que reposaba a su lado, que mostraba en su portada un pequeño remolque iluminado por una luna llena. Pasé entre el televisor (que rara vez encendía) y el sillón de dos cuerpos sobre el que preferí no dormir para mantenerme cerca de Cay. Finalmente, me detuve en el umbral de la puerta, con el vaso en mi mano.

    Aunque en mis labios asomó una sonrisa serena, la oscuridad de mis ojos lo observó con suma atención. Reprimí un suspiro al corroborar que, tal como me advirtió Sugino, su estado no había mejorado del todo. Pero al menos parecía más consciente de sus alrededores… a juzgar por su postura derrotada.

    —Cay… —hablé con suavidad, ingresando con paso calmado. Dejé el vaso de agua sobre el escritorio, desde donde lo miré de frente— ¿Cómo te encuentras?

    Evidentemente, no se trataba de una pregunta rutinaria. Si él lo comprendía, a lo mejor podría indicarme qué molestia física tenía, para así permitirme obrar en consecuencia.

    Abajo dejo el outfit hogareño de Hubert (?). Consideremos que está usando pantuflas y que para Cay también hay otro par, junto a la cama. Sus calzados están en la entrada, como en toda casa japonesa :P

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    Zireael

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    Era cierto que este chico había dicho que podía despertarlo, que podía llamarlo, pero eso ni de chiste significaba llevarlo a la práctica de esta manera. Tenía recuerdos desbaratados también de la noche en que Rockefeller apareció, de hecho tenía memorias cortadas de las noches por semanas y semanas hacia atrás. No llegaba a casa, me escondía, fumaba y me dormía en un sillón o en otro o en el suelo. Sin embargo, era muy distinto guardar la imagen resquebrajada del contacto de Hubert frente a mis ojos que saber que la llamada se había materializado y yo ni siquiera podía recordarla.

    A la larga daba igual, pues lo que era una certeza era que Hikkun se había deshecho de mí y que Hubert lo había visto. Que mi ilusión se quebraba y los trozos, inmensos, hacían muchísimo ruido al caer. Era tiempo de dejar de resistirme de verdad, de rendirme y que pasara lo que tuviera que pasar en todas direcciones. Contarle a mamá todo, disculparme con ella y lo mismo con mis tíos. Soltar todo lo que le había dicho a Nozomu ya de por sí, pero ahora el problema central era que Hubert se había comido todo el show.

    ¿Había pacto de silencio que valiera, si el niño me había recogido drogado, ebrio y llorando de la casa de un tipo lleno de tinta? La idea me rasguñó la cabeza, pero estaba tan avergonzado por haber terminado aquí para empezar que siquiera me detuve a pensar en ello más tiempo. Dejé la cabeza prácticamente hundida entre mis manos y tragué grueso, esperando que eso me bajara las náuseas aunque no tuve mucho éxito. Traté de recordar, también, qué le habría dicho a Hikari y a la chica aquella, Kafuku, a la que sin dudas le habría arruinado el polvo de viernes por la noche. Estaba en blanco a excepción por un eco extraño, distante, de la voz de la chica. Me había llamado okama, ¿cierto?

    Sí, bueno, ¿y qué quería, un premio por descubrir el agua tibia acaso?

    Ocupado como estaba tratando de regular mi cuerpo y de recuperar algo de mi mente fragmentada no escuché el movimiento. Me temblaba todo, a pesar de que había vomitado gran mayoría del alcohol una parte ya había hecho su trabajo y ahora era un destrozo. Me dolían los músculos por haber botado las tripas en el baño de Hikkun.

    Cuando la silueta de Hubert se materializó en el umbral de la puerta me enderecé de un respingo y al pobre lo miré con algo que se pareció mucho al miedo, no por él, sino por mí. Siempre era por mí. Me había sonreído, pero sentí que sus ojos me podían perforar el cráneo y batallé con la necesidad de huir de su mirada así como había huido de la de Vero y, de alguna forma, también de la de Ko. Bajé las manos en cámara lenta y empuñé las mangas de la chaqueta al verlo entrar, avanzó al escritorio, dejó el vaso que traía allí y me miró desde esa distancia. Su pregunta era una pregunta de mierda, pero suponía que podía contestarla con algo sencillo y honesto, ¿no? ¿No?

    —Me duele la cabeza y el cuerpo —contesté ya a un volumen que él pudiera escuchar y la voz me salió ronca, supuse que de verdad me habría quemado la garganta con el humo—. Tengo el estómago revuelto, también. Sigo borracho, estoy mareado.

    Alcé una mano para enjuagarme el rostro con la manga de la sukajan, pero la bajé de inmediato para controlar la temblorina que tenía. No me di cuenta, pero arrastré la cobija de nuevo y la empuñé entre mis manos, ahora sí bajando la mirada. El pobre desgraciado estaba hasta vestido a las, ¿qué hora era? No me había fijado, pero no debía haber dormido un carajo entre cuidarme y...

    Levanté la vista una vez más, aturdido, y encontré sus ojos. Seguía sin poder acordarme qué le habría dicho entre la sarta de mierdas que habría hablado y por las que había llorado, pero recordé su tacto. Me había dormido porque se quedó conmigo, porque me había acariciado hasta que caí noqueado. La vergüenza me subió de golpe y atraje la manta al pecho, abochornado, huyendo de sus ojos otra vez.

    —Lamento todas las molestias —susurré.
     
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    Bruno TDF

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    Pese al tono suave que impuse en mi voz al pronunciar su nombre, el efecto de mi presencia tomó una dirección enredada. Cayden irguió la espalda con brusquedad sin quitar las manos de sus rizos que ahora me parecían frágiles y quebradizos, como una llama débil. Lo súbito de su reacción no consiguió que alterara mi postura ni mi semblante calmado. Pero poco faltó para que eso sucediera cuando sus ojos casi estrellaron contra los míos. Lo vi allí presente, en sus iris ámbar, con una transparencia que rozaba lo crudo.

    Su miedo.

    Al entrar al cuarto, navegué de soslayo su silueta desgastada, una vez más. ¿Desde dónde se originaba el temor que se manifestó con tanta fuerza en sus ojos? La pregunta no obedecía a la intriga, que de por sí sentía desde la noche anterior por diversos factores. Jamás sería así de egoísta en un momento como el presente. Lo que quería era ayudarlo. Tranquilizarlo. Hacerle entender que aquí estaba a salvo y que no tenía nada que reprocharle, pues me había escuchado en la sala de arte.

    En su momento de vulnerabilidad, acudió a mí.

    No obstante, por supuesto, ninguno esperaba que tal escenario llegase como un feroz torrente. La corriente en la que nos vimos arrastrados también dejó expuestas algunas lagunas. Es decir, huecos en la información que me imposibilitaban alcanzar a una comprensión aproximada del contexto que rodeaba a Cay. La sombría presencia de Sugino junto con la mentira que parecía latir detrás de sus palabras; su relación con él; el presentimiento de que Cay se había hundido en su ebriedad a partir del dolor, y quizá por el miedo que se escabulló de sus ojos.

    Volví a pensar en las lagunas cuando vi cómo estrujaba las mangas de su chaqueta, en donde quedaron levemente expuestas esas costuras brillantes que me resultaban tan familiares. Estaba claro como el agua que debía haber un sinfín de chaquetas de dragón dorado en esta ciudad, era lo lógico. Sin embargo, cada una podía ser única a su manera, por las razones que fuesen.

    Al encontrarme anoche con su dragón dorado, se sintió como hallarme ante un viejo conocido.

    Había una fuerte confianza entre nosotros, lo de anoche era una muestra contundente del vínculo que nos unía. ¿Pero eso me abría camino para indagar sobre el significado de esa chaqueta y por qué la vestía Verónica hace poco? Lo dudaba enormemente, aún si la situación se prestara para tocar el tema con la idea de molestarlo o bromear al respecto. Incluso tratándose de dos amigos queridos y ciertamente cercanos, no era de mi incumbencia. Al menos, así lo quería dictar un sentido de responsabilidad.

    Pero ¿qué debía hacer con lo demás?

    Mi pregunta no fue especialmente feliz, tan bien lo supe antes de soltarla. Saltaba a la vista su malestar, que no era sólo físico, y también tuve claro que cualquier palabra que dijese serían sombras escondiendo algo más grande. No iba yo a juzgarlo ni reclamar. Cayden parecía estar asustado y, además de frágil, se había vuelto a empequeñecer, en un sentido metafórico. Si tenía dificultades para contestarme algo tan simple, lo comprendería a la perfección. Aún si no sabía nada, tenía claro que estaba en una posición difícil.

    Asentí al escucharle decir que tenía dolor de cabeza, de cuerpo. Algo de preocupación se filtró en mi expresión al saber que posiblemente seguía padeciendo náuseas. Quizá me habría sorprendido saber que la ebriedad seguía afectándolo tras tantas horas, pero Sugino ya me había avisado de esto. También me había puesto las soluciones a mano, por lo que me tuvo nuevamente oscilando entre la culpa y la desconfianza.

    De pronto, la vergüenza se manifestó en el rostro de Cay y se abrazó a la manta con la que lo había cubierto anoche, como si ésta le sirviera de sostén. En este breve lapso de tiempo, se dedicó a escapar de mis ojos, ya sea por el mencionado bochorno o por la culpa. Que me perdonara, pero todo en él me hizo rememorar el apodo con el que Altan lo interpeló en la prueba de valor. De verdad parecía un cachorro.

    Perdido, asustado y avergonzado.

    Su disculpa, esta vez, me hizo soltar el aire en un suave suspiro. Cerré los ojos con mi solemnidad usual.

    —Creo que ya te has disculpado lo suficiente anoche —respondí, conciliador. Me pidió perdón repetidas veces, antes, durante y después del traslado a Bunkyō—. Pero no tengo problema en repetirte mi respuesta, todas las veces que sean necesarias.

    Dos pasos, y quedé a una respetuosa cercanía. Acerqué una mano con lentitud para apoyarla en su hombro, al hacerlo tuve que inclinarme ligeramente y eso me arrojó un relámpago de tenue dolor en la parte alta de la espalda. Mi gesto se comprimió por un fugaz segundo, pero pronto volví a sonreírle a Cay con honestidad.

    —Para esto están los amigos —afirmé, dándole un ligero apretón. Entonces, le acerqué el vaso de agua que sostenía en la mano contraria—. Trata de beber un poco, de a sorbos pequeños. Por ahora debes hidratarte, Cay, eso al menos mitigará tu mareo —me erguí entonces, retrocediendo un paso, y hurgué en un bolsillo del pantalón, de donde saqué una píldora envuelta en su blíster. Era un analgésico y antiácido, que también le extendí— No sé en qué momento deberías de tomar esto, espero no estar dándotelo pronto. Pero tenlo a mano, por favor; dejo la decisión en tus manos.

    Regresé al escritorio, desde donde volví a mirarlo. La fotografía de mis padres quedó a un costado de mi cabeza. Los tres le sonreíamos.

    —Tantas disculpas no son necesarias —insistí—. Más bien, agradezco que me hayas llamado cuando lo necesitabas. O mejor dicho… —hubo una pausa— Sugino se contactó conmigo, pero fue con tu consentimiento. Me llamó porque aceptaste que lo hiciera.
     
    Última edición: 16 Octubre 2025
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    Zireael

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    No lo pude modular, tenía los sentidos atrofiados y consumidos, así que no hubo manera de que filtrara el miedo en mis ojos. Era la emoción que nunca lograba dominar, la que me condenaba, y a la vez la más genuina que tenía además del amor real que sentía por mis personas. Puede que ese fuera el problema de hecho, la certeza de que ambas fluían en paralelo y yo estaba en medio de ambas.

    Hubert había ido a buscarme, me había cuidado y se había desvelado por mí, agradecía eso, pero me angustiaba muchísimo. Me angustiaba más que antes, porque ahora... No podía definir hasta cuándo la amabilidad y paciencia de los otros soportaría; quería dejar de tentar sus límites de todas maneras, pero era un nuevo miedo a la lista. Uno de tantos, pero todos estaban unidos por el mismo hilo.

    Entre todo, pude responderle y es que en verdad le habría contestado cualquier cosa que me preguntara y eso tampoco me ponía muy contento. Encontraba los puntos en común en todas estas figuras, en su benevolencia, su cuidado y su suavidad y estaba harto de ceder a ellas, ¿pero acaso podía ser de otra manera? O, en su defecto, ¿podía ceder en realidad, más allá de la manera superficial en que mi actitud se doblegaba? Si no me hubiese resistido, si hubiese sido sincero desde el principio, nada de esto habría pasado.

    Tenía que dejar de resistirme.

    Haber recordado los pedidos infantiles y desconsolados que le había hecho, así como las condiciones en que había logrado dormirme no me sirvió de nada más que para morirme de vergüenza, ¿pero qué caso tenía ya? Había forzado a este chico a ver lo que procuraba esconder de todo el mundo, lo frágil y herido que me sentía, ya casi nada debía importar lo suficiente. A pesar de eso me quedé abrazado a la manta tratando de ignorar lo mucho que me ardía la cara.

    ¿Además qué era eso de que anoche me había disculpado lo suficiente y que no tenía problema en repetir la respuesta? ¡No ayudaba nada! El bochorno se me empeoró y sentí las orejas calientes. Tampoco me dieron las reacciones para contener la forma en que me hice pequeño allí, al borde de la cama, cuando lo sentí acercarse y si no vi cómo había arrugado los gestos, fue porque me tomó unos segundos encontrar el valor o la decencia para alzar la mirada a él.

    Su mano en mi hombro estaba tibia, pude sentirlo incluso con la chaqueta puesta, y asentí levemente a sus palabras siguientes. Todavía no encontraba fuerzas para regresarle la sonrisa, algo que no sabía si era bueno o malo en vistas de que desde que todo se fue la mierda me alegraba cuando lograba sacar de mí sonrisas automatizadas. Todo lo que supe fue que solté lentamente la cobija y recibí el vaso de agua mirándolo como si fuese la cosa más interesante de esta habitación.

    De pronto también me estaba dando unas pastillas y contra mis ojos vibró el recuerdo del blíster que me había dado Tajima, pero lo recibí al escuchar la explicación del niño y siquiera terminó de decir que lo dejaba en mis manos cuando ya estaba abriéndolo para zamparme la medicina. Me bajé medio vaso de agua de tirón y luego la otra mitad incluso antes de que él volviera al escritorio.

    Sentí la ausencia del tacto en mi hombro, pero ya le había pedido demasiadas cosas a este muchacho como para pedirle una más apenas levantarme de mi borrachera, así que regresé los ojos al vaso luego de dejar el blíster a un lado en la cama, las gotas en los bordes se deslizaban hacia abajo por mis temblores. Descansé las manos sobre la cobija, asentí a lo de las disculpas y traté de buscar en mi vocabulario algo que no fuese una disculpa, aunque los pensamientos se me interrumpieron al oír que fue Hikari quien lo llamó porque, supuestamente, yo accedí. No me acordaba de un carajo, Dios mío, pero como eso saltaba a la vista supuse... Le debía honestidad, ¿cierto? A él y a todos.

    —Hikkun es un viejo amigo, de cuando tenía trece o catorce años. Él y algunos chicos más, dos de ellos van al Sakura también —expliqué en voz baja y al final me confesé de cierta manera—. Suelo ir a quedarme donde Hikkun cuando no quiero estar en casa. Me deja dormir allí y por la mañana me voy a la escuela o en la madrugada regreso a casa cuando mamá está dormida ya. Ayer, bueno, eso ya contaba como hoy, se me fue la mano. Somos amigos, pero él no es muy cuidadoso ni nada, es más bien brusco, imagino que mi desastre era de tal magnitud que no supo qué más hacer.

    Separé una mano del vaso y me rasqué la nuca, luego el nacimiento del cabello y las raíces hacia arriba. Era demasiado penoso e inmaduro todo lo que había hecho.

    —Me dijiste que te despertara, ¿o no? Ojalá hubiese sido menos estrepitoso —continué y bajé la mano para volver a enjuagarme los ojos—, pero quiero... Quiero intentar romper la distancia que me separa de los otros sin que me dé cuenta. Así que gracias, Hu, por ser tan buen amigo y recoger a un borracho como yo. Gracias por ponerme a dormir en tu cama, ya de paso.

    Un suspiro más y esta vez pasé saliva porque me seguía muriendo de sed, aunque todavía estaba mareado.

    —Dormiste en la silla —apunté con los ojos suspendidos allí y luego lo miré a él con cierta timidez—. Ni sé si llamarlo dormir. ¿Estás muy cansado? ¿No te duele algo? Puedo irme pronto, si no me morí hace unas horas, no creo morirme ahora.
     
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    Quizá debería haber elegido mejor las palabras con las que repliqué a su disculpa. La vergüenza que asoló su rostro fue avasallante, incluso llegó a invadirle las orejas, pero ya no hubo mucho que se pudiese hacer al respecto. Al menos, guardé la esperanza de haber sido claro y contundente con mi respuesta, pues me sabía mal que Cay se colocara en una posición como aquella, cuando yo no le estaba reclamando nada. Era mi amigo, y por lo tanto estaba dispuesto a ofrecerle mi mano siempre que la necesitara.

    No siguió mi indicación de beber paulatinamente. De hecho, hice un amague de detenerlo detenerlo apenas vi cómo vaciaba medio vaso de un trago. En un parpadeo éste quedó prácticamente vacío, cosa que me hizo advertir cuán arrasadora era su sed.

    Antes que nada, opté por remarcar una vez más que las disculpas no eran necesarias, ya que aún vislumbraba el pedido de perdón en sus ojos, en su postura estremecida. Incluso le agradecí con sinceridad por haberme tenido en cuenta. Eso sí, en este punto debí matizar un poco más sobre los acontecimientos de la noche, al mencionarle quién quién me llamó en realidad. Fue, si se quiere, otra ayuda que le ofrecí: poner sobre la mesa los fragmentos de memoria que le faltaban.

    Pronuncié por primera vez el nombre de Sugino.

    Con el vaso empañándose entre sus manos, Cay me contó que era una vieja amistad, desde hace unos cuatro o cinco años. No supe muy bien cómo tomarme tal detalle. Por un lado, debería haberme tranquilizado que se tratara de un vínculo que había perdurado a través del tiempo. Debía servirme como pista de que, pese a mi receloso, si Cay confiaba en esta persona era por algo… y ahí estaba, precisamente, el punto que consideraba disruptivo.

    Si Hikari Sugino era amigo de Cayden, ¿por qué no me dejó esa impresión?

    Se lo había quitado de encima. Como si nada, sin un atisbo de pena ni culpa.

    Cay prosiguió, respondiendo las preguntas que no me había animado a formularle. Lo escuché con atención y en respetuoso silencio. El apodo “Hikkun” daba muestra de que le tenía afecto. Pero no fue este el punto en el que me detuve, sino en el motivo que lo llevaba a estar con esta persona: dijo que paraba en donde vivía… cuando no quería estar en su casa. Esa fue la frase que merodeó dentro de mi cabeza, ondeando en los pensamientos. También mencionó a su madre, una vez más, y otras interrogantes surgieron. Más preocupantes.

    Cuando Cay apuntó a la faceta descuidada y brusca de Sugino, torcí una comisura de mis labios. La mueca fue milimétrica, casi imperceptible. Mi primer pensamiento fue que no justificaba el acto de deshacerse de Cay, tratándose de un amigo de hace años, pero de igual manera tuve que aceptar que me faltaban muchas piezas del trasfondo de ambos para llegar a una conclusión. O, peor, a un juicio.

    Me sonreí ante el apunte de que ojalá esto hubiese sido menos estrepitoso, y negué con la cabeza, algo resignado. Puede que no hubiese una manera correcta ni indebida de actuar en una circunstancia así. Tan solo ocurrían, y en ellas quedaba expuesta una verdad: nuestra humanidad.

    Ya fuese en la debilidad o la fortaleza. En el miedo y el amor.

    De hecho, Cay mencionó que quería romper distancias que había construido sin darse cuenta. Supe que la respuesta tan sincera que me estaba dando respondía a este deseo; aún si estaba asustado y consumido para vergüenza, eligió no esconderse ante mis ojos. Asentí con cierta modestia cuando me dio las gracias por ser tan buen amigo, recogerlo y ofrecerle mi cama.

    —He obrado de esta manera porque también eres un buen amigo —apunté, manteniendo la sonrisa—. Es natural querer velar por el bienestar de aquellos a los que guardas afecto. Contra viento y marea.

    Entonces fue mi descanso el centro de la conversación. Volví a tomar consciencia del entumecimiento de mis músculos. Con otra negación silenciosa le di a entender que no estaba cansando; no en exceso, al menos. Pero cuando me preguntó se me dolía algo, me llevé una mano a la clavícula, la cual masajeé suavemente. Iba a responderle, hasta que deslizó que podría irse pronto.

    —No tengo derecho a impedírtelo, si ese es tu deseo —respondí, algo apenado—. Pero te pido que lo reconsideres, Cay. En mi opinión, deberías quedarte a descansar un poco más, no importa si son algunas horas. En cuanto a mí…

    Bajé la cabeza. Ciertos recuerdos acudieron a mi mente. Los de aquellas dolorosas noches. Recostado contra las estanterías de la biblioteca de mi hogar, leyendo y leyendo. Sólo leyendo. En un intento por ahogar la mente con papel y tinta, detrás de altas murallas de libros, mientras el río de sangre ya estaba brotando.

    —He estado peor, créeme —dije, tratando de que sonara como una broma—. Lo que quiero decir es que mi dolor no es grave ni me va impedir tener un día normal. A lo sumo, tendré que cuidarme de hacer movimientos bruscos —miré a Cay, procuré tranquilizarlo con una sonrisa y, entonces, le hice una seña para que me aguardara—. Dame un segundo.

    Me retiré de la habitación. Se oyó el sonido de la nevera al ser abierta y cerrada. Pronto retorné, con una botella de agua grande entre mis manos. Esta vez me senté en la silla, desde donde le pedí el vaso a Cay para volver a llenárselo.

    Al extendérselo, busqué sus ojos.

    —Me disculpo por la pregunta que voy a hacerte —anuncié con calma y, a la vez, respetuoso. Elevé una pausa para darle tiempo de asimilar lo que vendría— ¿Por qué no quieres estar en tu casa?
     
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    Zireael

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    Sabía que las palabras de este chico nunca tenían la intención de empeorarme la vergüenza ni nada, pasaba que ahora el cuadro era un desastre de proporciones astronómicas y si me daban la opción de hacer un agujero en la tierra para meter la cabeza, seguro la tomaba. Que hablando de tomar, no seguí para nada su indicación de beber de a sorbos y me empiné el vaso como si llevara un día entero bajo el sol. La realidad era que llevaba horas en el vicio y eso se le parecía mucho.

    Le hablé de Hikkun, pero mi estado mental no era la cosa más brillante y en mi intento por dejar de quemar los hilos que me unían a las personas, acabé soltando la lengua de más. Igual era lo que correspondía, ¿no? Si esto no era tocar fondo ya no sabía qué esperar y aquí solo... Solo me quedaba una opción. Debía doblegarme, reconocer las correas sobre mi cuerpo y confiar en que a quienes les otorgaba ese poder, de hecho, podían soportar el desborde. Que si abría la boca antes del punto de sobrecarga de hecho quizás evitara justo eso: el colapso. ¿Pero entonces cómo? ¿Cómo balanceaba eso con mi necesidad de soledad? Seguía sin saberlo.

    A pesar de que estaba lento y mareado, mis ojos empezaban a funcionar con algo más de precisión y atendí a las reacciones y movimientos del niño en tanto ocurrieran dentro de mi rango. Su sonrisa, la negación con la cabeza y antes de eso creí vislumbrar algo más, algo en sus facciones cambió por un instante.

    Don't get mad, love.
    Quizás por eso estuviera en estas condiciones, por olvidar el cariño real que las personas me tenían hasta que veía sus reacciones quebrarse frente a mis ojos y comprendía que así como yo, sentían sobre ellos lo que me ocurría. Puede que fuese opuesto, también, y que justo por eso me reservara todo para mí mismo y les impidiera cargar con ello hasta que la bomba explotaba y todo ardía sin distinción. Tal vez era cierto y no hubiese correctos o incorrectos en algunos casos, aunque en otros sí y yo los había borroneado.

    Me dijo que había hecho lo que había hecho porque yo también era un buen amigo y posé la mirada en el vaso, me cuestioné si seguiría opinando eso si se enteraba de la mitad de la mierda, si se destapaba lo de la hierba, las armas y por qué conocía a gente como Hikari y Arata. Los buenos amigos no mentían como yo lo había hecho en la cara de Ko, ¿verdad? Ni se abusaban de la confianza como había hecho con Vero. Lo único en lo que tenía razón era en la segunda parte, porque reconocía dentro de mí mismo la necesidad de cuidar a los otros. Sin embargo, mi corazón había sido el pequeño sacrificio para esa tarea y ahora pagaba el precio.

    ¿No le pasaría lo mismo a él algún día?

    Preferí no responder nada y seguí mirando el vaso antes de preguntarle por su propio estado, alegando que podía irme pronto. Suspiré cuando me negó amablemente la posibilidad, porque aunque él lo desconociera ahora mismo no podía decirle que no. Asentí en silencio y lo escuché responderme cómo estaba, el remedo de broma me sacó una risa sin gracia que me hizo toser por culpa de los pulmones cocinados.

    Iba a decirle que igual podía tomarse algo si veía que estaba demasiado tieso, pero se excusó y cuando me di cuenta estaba solo de nuevo en su habitación. En el rato que le tomó volver sentí el cansancio encima y deseé solo poder volver a dormir, pero en su lugar subí las piernas a la cama, dejando las manos en medio con el vaso, y alcé el brazo izquierdo un momento para oler la chaqueta. La peste a humo de ambas clases se habría pegado a las sábanas por culpa de la sukajan y el resto de mis cosas o yo como concepto, antes de irme lo mínimo que tenía que dejarme hacer era ponerle la ropa de cama a lavar.

    Reapareció, me rellenó el vaso y lo acepté. Su aviso antes de la pregunta me hizo buscar sus ojos, pero de nuevo miré el agua y esta vez sí le di un sorbo. La pausa me dejó tiempo de reacción, pero era inútil ya de por sí. No sabía por dónde empezar, pero yo se lo había dejado en bandeja y se lo debía. Él me había cuidado con la paciencia de un santo.

    Dobla la espalda de una vez.

    Ya basta de esto.

    El silencio que guardé me pareció infinito, me distraje con las olas del agua por el temblor de mis manos y parpadeé con lentitud, procesando qué tan mareado me sentía y el revoltijo en mi estómago. Bebí de nuevo y luego tomé muchísimo aire, también lo solté y supuse que daba igual el inicio. La amalgama de cosas no tenía sentido ya.

    —Cuando estoy angustiado por algo prefiero no hablarlo, no me gusta recibir preguntas ni admitir que algo me duele o sentir que fuerzo a los otros a lidiar con mis emociones, que siempre son desproporcionadas —empecé retomando el hilo de las mierdas que le había soltado a Vero. En mí ya no quedaban ecos ni lágrimas, quizás por fin hubiese tirado todo en el inodoro de Hikkun—, pero sé que algunas cosas se me notan demasiado en la cara y a mamá no se le escapa nada ni a mis tíos. Entonces para evitar la pregunta y la respuesta... Para evitar la mentira del todo, elijo desaparecer donde sé que no se me cuestionará nada. Donde no se espera nada de mí y yo no espero nada de los otros.

    Otra inhalación.

    —Y por eso terminé bebiendo como idiota y por eso apesto a humo y no me acuerdo de casi nada —continué—. No tengo idea de cuándo empezó, puede que dé igual. Creo que a ti nunca te lo conté, no es como que sea muy divertido de contar igual, mis padres se divorciaron cuando yo tenía tres años y no tenía contacto con él desde entonces, aunque me envía regalos en Navidad y cumpleaños. A mediados de mayo lo busqué, hemos tenido contacto de forma intermitente desde entonces y supongo que estoy enojado. Llevo enojado desde que puedo recordar, pasa que nunca quise admitirlo tampoco.

    Me salté la parte de contarle otras cosas, otras más escabrosas. Lo que me dijo la primera vez y los contratos, ya firmados, que estipulaban que una vez que muriera todo sería mío. El resto, Dios mío, ¿cómo era que llegaba a esto? ¿Cómo se suponía que fuese sincero con Hubert cuando había tenido también un insight alrededor de su figura? No era ni de cerca igual de intenso o importante, pero existía.

    —El amor y la sangre, ambos tienen un gran poder —reflexioné junto a una respiración profunda, casi derrotada, y solté una risa que tuvo el mismo tinte—. Puede que dejara evolucionar demasiado un sentimiento que tenía que quedarse limitado. Mutó, se deformó y se desbarató. Era demasiado pesado para no caer como lo hizo, no había base que fuese a soportarlo y yo lo sabía.

    Estaba destinado a caer y romperse así.

    —En fin, en casa conocen a mis amigos más cercanos y tal, lo conocen a él y sabía que también iban a preguntar a la larga así que seguí huyendo. —Me di cuenta tarde de que no me había censurado en lo más mínimo y otra vez alcé los ojos teñidos de miedo hacia Hubert, pero no dije por qué. El okama que había dicho Kafuku rebotó en mi cabeza y traté de ignorarlo—. Estaba todo mezclado, así que al final ni estaba seguro de lo que huía, solo lo hacía. Mamá dejó de esperarme despierta y uno de mis tíos no me habla, pero tampoco los puedo juzgar. Yo los forcé a eso.


    desde ya perdona la biblia (?
     
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    Bruno TDF

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    No hubo una respuesta inmediata, ante lo cual opté por no enfocarme por completo en él para que no se sintiera presionado por mi mirada, por estos ojos iguales a los suyos. Esto me llevó a detenerme en sus manos sin proponérmelo, notando así las ondas que el temblor de éstas desplegaba en el agua que aún conservaba en el vaso. La habitación quedó embargada por un silencio contundente, que era apenas cortado por el lejano rumor de cantos de aves; sus melodías se estrellaban contra la ventana cerrada y quedaban así amortiguadas, sin alcanzarnos del todo.

    Elevé la mirada al escucharle hablar, buscando nuevamente el ámbar esquivo. Comenzó hablando de una dificultad que para mí era conocida, la cual radicaba en el hecho de hablar de nuestras angustias. Cay dejó entrever que se cerraba en sí mismo, o eso interpreté del hecho de que no le gustaba admitir que algo le dolía o recibir preguntas. Asentí, fue el único movimiento que dejé denotar. Por eso yo había optado por disculparme antes de darle la mía, sobre la ausencia en su casa: tuve esa intuición desde nuestra conversación en la sala de arte.

    Allí también me había admitido que algo le dolía.

    Pese a que, tal como expresaba ahora, no le gustaba hacerlo.

    En ese sentido, me aliviaba haber obrado con cautela y, asimismo, saber que Cayden también me tenía la suficiente confianza para abrirse de esta forma. Claro está, esto implicaba ver ciertas aristas de su vulnerabilidad, que me arrojaban cierto desasosiego. Empezando por la noción de “forzar” a los demás a lidiar con emociones que él identificada como desproporcionadas. Pensé en el miedo con el que me había mirado cuando entré a esta habitación.

    Admitió que huía de su casa para evitar preguntas por parte de su familia, sobre la que supe allí mismo sobre unos tíos suyos. Pero el centro de la cuestión, para mí, recaía en la figura de su madre. Desde que Cay dijo que no quería estar en su casa, no pude evitar sentir preocupación sobre la relación que llevaban, si acaso ésta no era del todo buena. De ella sólo sabía que era bióloga, la había mencionado en el primer almuerzo que celebramos tras el campamento. Bien pensado, casi no hablamos sobre nuestras familias, y era esa falta de datos la que necesitaba cubrir para buscar ayudarlo, como fuese, a lidiar con su angustia. Guardé cierta esperanza en el detalle de que Cay elegía desaparecer con tal de no mentirle del todo, pues eso me daba pista de que no faltaba cierto amor allí, sino que existía una distancia invisible y compleja que debía ser resuelta...

    Al menos, ese fue el deseo inconsciente que surgió en mí.

    Habló, entonces, sobre la génesis de su malestar. Trató de ubicarla en el tiempo sin éxito alguno, pero en el proceso me contó algo más: que sus padres se habían divorciado cuando tenía apenas tres años. Me sorprendió que hubiese retomado el contacto con su figura paterna hace tan poco tiempo, aunque sí tuve la decencia de conservar la serenidad en mi semblante mientras escuchaba esta parte de su historia. No hice ningún ademán muy notorio, sólo fui respetuoso oyente, incluso cuando dijo con cierta contundencia que, desde entonces, estaba enojado. Un sentimiento que, junto con la angustia, escondió de los demás.

    No pude evitar pensar en nuestros almuerzos. Las bromas, las confianzas que nos permitíamos, incluso ciertos gestos físicos como las caricias en el cabello. Caí en cuenta de que nos conocíamos aproximadamente desde esa época… Entonces pensé en que este chico, cuando hablaba, a veces dejaba ver cierta sensibilidad. Me parecía… impactante, ciertamente, tener le certeza de que llevaba sufriendo desde entonces, lejos de todos.

    Exhalé por la nariz, en silencio. Fue un suspiro mitigado, con el que me quité de encimas unas pocas porciones de la angustia que me venía acompañando desde anoche, desde que recibí la llamada de Sugino. Desde que me encontré de frente con las lágrimas de Cay, con su dolor terriblemente transparente…

    No.… En realidad, llevaba cargando esto desde la sala de arte.

    Cayden había callado por otro instante. Yo sabía que estaba dispuesto a recibir las palabras que pretendiese decirle, de la misma forma que era consciente de que éstas sacudirían su fuero interno porque, aquí y ahora, estaba muy frágil. Volví a posar la mirada en sus manos… E hice ademán de hablarle, hasta que su siguiente mención me hizo guardar silencio, atento.

    El amor y la sangre.

    Habló de un sentimiento; uno que era imposible limitar, por mucho que nos lo propusiéramos. No existía en es mundo nadie capaz de controlar algo así de grande e incomprensible. Para Cay, creció hasta perder su forma, hasta que el peso rompió la base sobre la que trataba de sostenerse. Yo… asentí sin darme cuenta, comprensivo. Entendía perfectamente el por qué lo planteaba de esa forma, y también las consecuencias que podía traer consigo.

    En fin, en casa conocen a mis amigos más cercanos y tal…

    lo conocen a él…

    A él.

    Mi semblante no mutó en ninguna dirección en específico, me mantuve sereno ante el terrible miedo con el que dirigió los ojos hacia mí. Fue el momento en el que entendía una buena parte de su huida: el miedo comprensible a ser juzgado por su identidad. Me habría gustado esbozar una pequeña sonrisa para tranquilizarlo, pues incluso si me hubiese sorprendido… Tenía el corazón y la mente para aceptarlo. No me contrariaban estas cuestiones que, en verdad, debían otorgar libertad a las personas. Me guardé mi gesto, porque la situación no lo ameritaban. Había mucha intensidad en el miedo de Cay.

    Todo se había mezclado, como dijo él, y estalló.

    Hasta dejar rastro de humo, de incendio.

    Suspiré, sin disimular mi preocupación, al saber que su madre ya no lo esperaba, que uno de sus tíos no le hablaba. Cayden volvió a hablar de forzamiento, algo con la que no estaba plenamente de acuerdo. Para forzar debías imponerte, y no creía que él hubiera querido que las cosas terminaran así. El sólo hablarme del tema demostraba su preocupación. Que le importaba.

    Sus manos seguían temblando, muy ligeramente, en torno al vaso. Las miré un momento; fue esto otro anuncio para Cay, puesto que, acto seguido, acerqué un poco la silla. Tomándolo por los antebrazos lo insté a alzarlas hasta que quedaron a la altura de nuestros pechos, y fue allí cuando imprimí mis dedos sobre los suyos. Así, detuve el temblor, mientras lo miraba al rostro.

    —Aquí no debes sentir miedo, Cay —le dije— No conmigo.

    Esbocé una sonrisa ligera, fugaz, con la intenté reforzar mi punto. Con esto, estaba respondiendo a la mirada que me dirigió cuando se dio cuenta que no había filtrado del todo sus palabras, al hablar de “él”, el amor y la sangre. Acercarme y tocarlo implicaba reafirmar la confianza que nos unía, no dejar espacio para pensar en distancias o cambios en nuestra amistad.

    —Me alivia profundamente que hayas elegido ser sincero conmigo —dije, afianzando el contacto por un segundo, antes de dejar ir lentamente sus manos—. Desde que me contaste sobre la noche en que quisiste llamarme, cuando mencionaste que algo te duele; pensé mucho en la cuestión, sabes. Mejor dicho, me preocupé —alcé una mano, a sabiendas de que la confesión podría provocarle culpa—. Y está perfecto que así sea, Cay. Es normal preocuparse por alguien a quien quieres, ¿no te parece?

    Le sonreí otra vez, más afectuosamente. Aunque, luego, entrelacé los dedos sobre mis rodillas, con una mirada sumamente meditativa.

    —Lo que quiero decir es que… es angustiante darte cuenta del sufrimiento de aquel al que aprecias… pero no tener certezas del origen, del motivo —continué, para luego mirarlo—. Agradezco que me tengas la confianza suficiente para hablarme de estos asuntos que, a mi ver, son tan delicados e importantes para ti. No deja de ser angustiante, pero puedo entenderlo y, sobre todo, acompañarte. Porque algo como esto no deberías cargarlo en soledad ni en silencio…

    >>Ahora tienes, en mí, un hombro en el que apoyarte, Cay. Honraré tu confianza manteniéndome fuerte para ti.

    Me permití una pausa para llenar su vaso nuevamente, esta vez pidiéndole que lo mantuviera firme al momento de servirle. Estuve atento por si el temblor de sus manos persistía.

    —Huir no es lo ideal, mas creo que es una reacción natural. Todos tenemos diferentes formas de hacerlo —continué; no estaba siendo condescendiente, pues Cay se dañaba durante sus huidas, entre el humo y el alcohol; además de terminar en el apartamento de un amigo que, con pesar, juzgaba como cuestionable—. Lidiar con la propia fragilidad es en extremo difícil; asusta ver esas aristas de nosotros mismos. Diría que también evito hablar de mis problemas, con la misma necedad con las que minimizo mis cualidades…Pero nuestros entornos se dan cuenta que algo pasa. Sobre todo las madres. Jamás de los jamases debemos subestimar el poder de ellas —me sonreí, fue un intento por alivianar el ambiente con una broma ligera.

    Desvié la vista hacia la fotografía del escritorio, a mi madre que sonreía desde aquella fracción de espacio y tiempo, con sus suaves ojos aguamarina expresando amor hacia el camarógrafo. Yo les había sacado esta foto.

    —Tu madre… ¿Cómo es ella? —pregunté entonces, regresando la mirada a Cay— Recuerdo que la mencionaste en nuestro primer almuerzo post-campamento, me dijiste que es bióloga.
     
    Última edición: 19 Noviembre 2025
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    Zireael

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    ya se sabía, no calza en las vibes pero me musicalizó toda la wea
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    ¿Era Hubert la figura más neutral que podía encontrar? Se me ocurrió de pronto entre mis palabras, el vaso de agua, mis temblores y su paciencia. No era ciego ni tonto, por mucho que a veces lo pareciera o me empeñara en no ver, sabía que este niño me guardaba afecto, pero en sí él no estaba cruzado por el desastre. No en su totalidad quería decir. Si debía hablar con alguien, ¿era Hubert el más indicado? ¿Entonces por qué seguía sintiéndome tan incómodo? ¿Por qué abrir la boca se sentía siempre de esta manera?

    A pesar de eso, poco a poco, había sido sincero con él. No por completo, pero era algo. Era mejor que nada, mejor que el silencio en el que me ahogaba y en el que anulaba a los demás sin querer, en mi afán por no alejarlos lo único que conseguía era nunca conectar con nadie. Con Hubert fui honesto por momentos, por partes y así lentamente había podido admitir que habían cosas que dolían, que había querido llamarlo y que, de alguna forma, lo necesitaba.

    Aunque, ¿le haría daño a él también cuando le mintiera?

    No, ya lo hacía. Ya le mentía.

    A él también... ¿Lo perdería antes de tiempo?

    La duda no tuvo la fuerza para sortear más allá de lo que le estaba contando ya, lo de Liam y la salida del armario que para nada planeaba. Era Hubert, me había cuidado con una paciencia infinita, e incluso así tuve miedo, muchísimo miedo. Vi esa emoción reflejada en los ojos ajenos, como un vidrio negro, y aún así no la pude regular como no pude regularla en la sala de música, era cruda y visceral. Me aterró saberme expuesto, la posibilidad de que... el amor de Hubert, como el de todos, tuviese un límite y fuese este.

    ¿Tu amigo el okama está lloriqueando por esto?

    No lo llames así.

    No estoy defectuoso, te lo juro. No estoy defectuoso.

    No me dejes.


    Los recuerdos entrecortados y otros pensamientos rebotaron, necios, y no pude evitar ver que mi incendio había avanzado sin tregua y que este niño estaba cubierto de hollín, que este espacio estaba lleno de humo y cenizas. Pasé saliva, guardé silencio y rehuí su mirada oscura de nuevo, demasiado aterrado ante la posibilidad diminuta de encontrar rechazo en sus ojos. Que la amabilidad de su mirada tomara otra forma, yo no quería... Que los ojos de Hubert me vieran distinto o los ojos de nadie. Temía que entonces no fuese merecedor de su amor.

    Su suspiro me tensó sin que pudiese disimularlo y como no lo miraba no noté el nuevo aviso. Acercó la silla, me hice pequeño en mi lugar al borde de la cama y se me aguaron los ojos contra mi voluntad, el estómago se contorsionó y aferré los dedos al vaso. Sus manos me resultaron tibias incluso sobre la sukajan y lo dejé hacer aunque seguía aterrado, alzó nuestras manos y yo seguí el punto de contacto con la vista, ansioso. Sus dedos eran cálidos y en los restos de mi memoria creí reconocer su tacto en otros lugares de mi cuerpo. El abrazo que le pedí, en la mano que me sostuvo y me acarició hasta que me dormí. Me di cuenta de que no estaba parchando nada.

    No era un parche y eso no me alivió en lo absoluto, no ahora, sobrio.

    Sus manos detuvieron mis temblores y solo entonces pude buscar sus ojos, el intento fue esquivo incluso así, dubitativo y manchado de miedo. No poseía control alguno sobre esa emoción, algo que me frustraba y enojaba casi a partes iguales, porque entre todo pretendía tener el control de lo que me rodeaba. De los potenciales espacios negativos, de los peligros y las mentiras.

    Aquí no debes sentir miedo, Cay.
    No era un parche.

    No conmigo.


    Y era peligroso por ello.

    Honraré tu confianza manteniéndome fuerte para ti.

    Fue una afirmación simple, pero el okama de Kafuku y de los chicos de la otra escuela seguía rebotando, el motivo de mi transferencia también e incluso el Gayden de Alisha. Recordé como pensé que las lágrimas eran aceptables en niñas pequeñas como Bea, pero no en un idiota de dieciocho de este tamaño y que era mejor si me callaba o solo seguía siendo el rebelde de siempre, pero entonces en casa usaba pines para el cabello o me ponía pendientes largos durante las noches o cómo miraba el cabello morado y rosa de Tajima. ¿Tanto temía ser juzgado incluso si luego me llevaba a Ko de la mano por los pasillos y abrazaba a Hubert a los ojos de todo Dios? Era un desastre.

    Hubert le hablaba a mi miedo, pero aunque no pude responderle con palabras, asentí con la cabeza suavemente y suspendí la vista en nuestras manos. El miedo retrocedió, pero ahora me sentía avergonzado a secas y, de nuevo, no quería que me soltara, pero me negué a pedírselo. No encontré las palabras para hacerlo ni la valentía necesaria.

    Es natural preocuparse por alguien a quien quieres, ¿no te parece?

    Sí, pero ahora yo no tenía ni idea del tema Shinomiya, por mi culpa, por mi egoísmo y mi incendio, pero eso no era algo de lo que pudiese hablar. Volví a asentir, todavía con los ojos empañados, y despegué una mano del vaso para enjuagarme la vista y hacer retroceder el cristal. Tenía algo pegado en la garganta, si no lo decía iba a ahogarme.

    —Te quiero mucho —le dije con un hilo de voz—, y quiero ser un buen amigo. Quiero intentar serlo, al menos. Perdona por haberte preocupado al dejarte todo a medias y porque anoche también te debí angustiar muchísimo. Veo cómo me miras-

    Tuve que pasar saliva o habría empezado a llorar de verdad.

    —Y cómo me sonríes y oigo el tono de tu voz al hablarme, veo el aprecio que me tienes.

    El temblor no se me pasaba, pero alcé el vaso que me llenó de nuevo y bebí otra vez buscando acomodarme el nudo en la garganta. Había escuchado sus palabras, le puse atención y usé mis segundos de silencio para regularme de nuevo. A pesar de todo el comentario de las madres era una verdad absoluta y por eso yo huía de la mía, de su mirada, de su amor y su angustia. Me enjuagué los ojos de nuevo y estiré las piernas por el borde de la cama, de forma que doblé la espalda y dejé el vaso de agua en el suelo en un lugar donde no fuésemos a patearlo por error. Hubert había mirado la foto de sus padres.

    Me preguntó por mamá y se me anudó la garganta de nuevo mientras me enderezaba lentamente por temor a botar las tripas aunque el mareo se me iba reduciendo. Con las manos libres las suspendí en mi regazo, jugueteé con mis dedos con ansiedad y miré las manos del niño y batallé con la necesidad de contacto, con el deseo de tocarlo y mi propio egoísmo. Estiré la mano hacia él y retrocedí, avergonzado, sentí el rostro caliente y preferí no pensar en el nivel del sonrojo que tendría en la cara.

    ¿Cómo podía pedirle más de lo que ya me daba? A él o a cualquiera.

    —Mamá es paciente, amorosa y protectora —comencé en voz baja, reiniciando los movimientos ansiosos—. Su carácter es dulce y le gusta que las personas se sientan bienvenidas y tranquilas. Tiene muchísimo amor para dar y es un amor comprensivo y paciente, aunque eso no significa que no tenga un carácter fuerte. Migró a Japón con sus hermanos menores, mis tíos Finnian y Devan, luego de la muerte de mis abuelos cuando los tres eran muy jóvenes todavía y se encargó de cuidarlos.

    Tomé aire, lo solté y busqué mirar a Hubert.

    —Es la mejor mamá del mundo, lo es para mí. Cuando estaba pequeño me llevaba con ella a todas partes, me ayudaba a peinar esta maraña de pelo y recuerdo cómo me abotonaba las camisas. Es una muralla y sé que haría cualquier cosa para protegerme, pero yo también quiero cuidarla a ella. La amo muchísimo. —Tragué con dificultad—. Me conoce como nadie más, sabe incluso lo que nunca puedo decirle y algo en eso me da miedo. Muchas cosas me dan miedo en realidad.
     
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    Bruno TDF

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    No me extrañó que la tensión se pronunciara en su cuerpo al oír mi suspiro, lo cual no significaba que no hubiese lamentado internamente mi acción. Había quedado fuera de la mirada de Cay puesto que insistía en huir de mis ojos, atenazado por un miedo que, a la vez, parecía estar condicionando su percepción. Esto denotaba cuánta significancia tenía la confesión involuntaria sobre su identidad y me daba una pista de lo que debió estar sufriendo alrededor de este aspecto. No conocía su historia personal, pero me figuraba hechos que, aún en este siglo, eran tristemente comunes: discriminación, habladurías, comentarios maliciosos, incluso dificultades para aceptarse a sí mismo.

    No estaba dispuesto a permitir que aquellos posibles fantasmas lo ahogaran en mi presencia. Por lo que avancé, seguro de que no encontraría otro tipo de resistencias más allá de sus ojos esquivos Mis manos se habían hundido en el humo que lo rodeaba, sobre los restos del incendio. Al rodear sus manos, intenté ponerle freno al temblor, el físico y el interno. Había hablado a su miedo buscando construir otro pequeño mundo para él. Un lugar en el que pudiese sentirse en paz consigo mismo y conmigo, libre de ataduras; una tierra donde posar los pies cuando se sintiera arrastrado por sus tormentas. Mis palabras tal vez no detuvieran un miedo tan grande desde el comienzo, pero confié en la idea de que serían como semillas destinadas a germinar en algo en lo que Cay pudiera sostenerse, o simplemente descansar.

    Él había buscado mi mirada en algún momento, exhibiendo el cristal que empañaba el ámbar, para luego suspender los ojos en mis manos que se apartaban de las suyas. No le di un significado concreto a esto último, más concentrado en hablarle y, al mismo tiempo, distraído por sus lágrimas. Al menos, me pareció que parte del miedo se había retirado, no así la vergüenza, por lo que pude permitirme una buena cuota de alivio. Me limité a mirar con calma cómo enjugaba la humedad de sus ojos, concediéndole tiempo y paciencia al notar que unas palabras parecían querer brotar de él, como atrapadas en su garganta.

    Me dijo que me quería.

    La frase fue directa y concisa. Quizá por eso me sentí sorprendido al recibirla, a pesar de que tenía claro que esta persona me guardaba el mismo afecto que le expresé hace un instante, con algo más de rodeo quizás. Tenía el cuerpo ligeramente inclinado en dirección la botella de agua que descansaba en el suelo pero, al llegar esto a mis oídos, me obligué a enderezarme. Cay continuó, asegurando que quería ser un buen amigo; entendí por qué dijo esto, cuando se disculpó por no haber sido más claro en la sala de arte y por lo de anoche. Negué con una leve sonrisa, ya resignado a continuar escuchando pedidos de perdón al respecto. Sin embargo, me detuve cuando añadió que notaba cómo lo miraba, sin perder mi expresión. Otra vez, pareció que estaba por llorar, pero tuvo la energía para completar su idea: de qué notaba mis miradas, el cómo le sonreí y el tono mi voz al hablarle. Que veía el aprecio que le tenía.

    Mi sonrisa se ensanchó, serena. Sin embargo, bajé ligeramente la cabeza al momento, y otra vez exhibí el reflejo de rascarme la mejilla con un índice, suavemente. Entre que me había dicho tan directamente que me quería, y que daba a entender que era especial por mis ademanes… Bueno, estaba claro que aún me costaba lidiar con afectos tan directos y sin filtros. Y eso que tenía trato regular con Cay y Vero.

    —Si se me nota tanto, entonces me alegra —bromeé, bajando la mano, ahora sí, a la botella—. Ahora estamos aquí, y haces el esfuerzo por contarme lo que te pasa. Por eso, te pido nuevamente que no te disculpes. Al fin y al cabo, estaba dispuesto a esperarte, Cay.

    El agua fue servida, ya que no olvidaba la importancia de rehidratarlo. Él bebió aún embargado por sus emociones, por lo que esperé que lo ayudara de relajar la garganta, el nudo que sin dudas estaría oprimiendo allí. Lo observé un momento, pensativo, hasta que quise saber un poco más sobre su madre.

    Con mi pregunta, pretendí determinar algo esencial.

    La pregunta provocó otra conmoción, se notó con claridad. Lo miré enderezarse en la cama, educadamente atento, paciente como ninguno. Tras otros ademanes nerviosos, mostró toda la intención de buscar una de mis manos, las cuales tenía descansando sobre mis rodillas. Seguí su movimiento, lo que me permitió atestiguar el retroceso y luego… la forma en que el color de sus orejas se fundía con el cabello rojo. Al ver cómo se estaba comportando, prácticamente desde que despertó, por mi cabeza cruzó un pensamiento bastante inoportuno para el contexto: recordé a Verónica hablándome de los sonrojos de Cay, derretida de pura ternura, y me pareció que algo de razón debía darle a su afirmación de que era adorable.

    Parecía un cachorrito.

    Apenas comenzó a responderme sobre su madre, supe enseguida que no había nada más que temer. No me llevó ni un segundo confirmar lo que necesitaba saber.
    Describió a su madre con hermosas cualidades. Una mujer dulce a la que le gustaba llevar tranquilidad a todos, que tenía mucho amor para dar, además de una personalidad firme. Yo asentía a pesar de que no me miraba directamente. Supe de los nombres de sus tíos, Finnian y Dev. Me alegró que buscara mirarme en un momento, por lo que recibí sus ojos con una cálida sonrisa. Mi gesto se ensanchó cuando dijo que era la mejor madre del mundo y que la amaba muchísimo.

    Su respuesta, sin embargo, terminó con la noción que flotaba en el ambiente como una sombra: el miedo.

    Cerré los ojos con solemnidad. El sol entraba lentamente por la ventana, entre las cortinas descorridas, derramando un cuadro de luz dorada en el suelo. Seguía sonriendo, sin embargo, porque era bello oír a un hijo hablando con tanto amor sobre su madre.

    —¿Cuál es su nombre? —pregunté, elevando los párpados— Mi madre se llama Alice LeBlanc. Ella también tiene una naturaleza dulce y amorosa, y sé que te miraría con cariño por el sólo hecho de ser mi amigo —sonreí—. Como se crió en un ambiente estricto, es sumamente suave y educada con los demás. Creo que mi formalidad la heredé en parte de ella, además del amor por la lectura. Administra la biblioteca donde vivimos, de la que también es dueña.

    Entonces, gentilmente, estiré mi mano para dejarla al alcance de las suyas. Busqué sus ojos, esperando que se aferrara a mí.

    —Las madres tienen un gran poder, y su amor es inigualable —pronuncié—. Sé que lo que te pido es difícil, comprendo lo mucho que puede costarte: con ella tampoco deberías sentir miedo —mi rostro se tornó más melancólico— Aunque haya silencio… Aunque las luces estén apagadas en tu casa… Ella te sigue esperando. Y nunca dejará de hacerlo. Puedo afirmarlo con seguridad, porque tus palabras me dejan claro el enorme cariño entre ustedes. ¿Qué hay más poderoso que el amor entre una madre y un hijo?

    >>Yo… —guardé silencio; esta vez, fue en mis ojos donde la duda cruzó— Yo… en un pasado no tan lejano, callé un dolor; un dolor muy profundo. Y fue cuando hablé con mi familia, que pude empezar a avanzar... Por eso, creo que puedo darte este consejo.

    >>No tengas miedo —seguí, con calma—. Que mi afecto te sirva de guía, y sea el amor de esa madre a la que tanto quieres; lo que te de fuerzas. Yo te estaré apoyando, siempre.
     
    Última edición: 22 Noviembre 2025 a las 7:06 PM
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    Zireael

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    Corría todo el tiempo en direcciones contrarias, mantenía distancia y a la vez parecía empeñado en no soltar a nadie. Temía ser yo mismo y me negaba a ceder, a ser una versión reducida de mí. El esfuerzo era agotador y de pronto estaba Hubert aquí, levantando el búnker que yo había intentado erguir para otros. Estaba frenando la velocidad de la caída con la intención de hacerme descansar de una vez por todas. No sabía si yo estaba accediendo a ser sostenido porque estaba desgastado o porque era él y temía encontrar la respuesta, así que no escarbé de más en el asunto. Lo pausé y lo archivé.

    A pesar de ello le dije que lo quería, porque era una verdad absoluta, y me disculpé de nuevo aunque no quise quedarme solo en eso, fue ese el motivo de que le dijera que podía ver su aprecio. Su sonrisa se me antojó cálida y pensé en que en su silencio, su amabilidad y paciencia este niño era adorable a su propia manera. Se había rascado la mejilla y la idea de detener su reflejo y dejarle un beso allí me rayó la cabeza una vez más, pero obviamente no hice nada al respecto. Tampoco tenía energías para bromear ni deseos de molestarlo.

    Estaba dispuesto a esperarme.

    Sí, ¿pero hasta cuándo?

    —Gracias, Hubby —respondí en un murmuró algo cohibido.

    Fue sincero aunque no encontré algo más que decir, además puede que no fuese necesario. No sabía qué tan obvio era en verdad, solo que para mí lo era y ya, y no tenía energías para dar muchas vueltas en nada tampoco, ya mucho hacía pensando en paralelo a esta charla. Todavía tenía alcohol en sangre y sabía que el día que me esperaba era una mierda, todo náuseas y debilidad física.

    La pregunta sobre mi madre desató la otra serie de cosas y elegí no pensar en qué habría causado en el chico mi intención de tocarlo de nuevo, una que claramente había limitado a conciencia. Lo mismo con el bochorno que me causó mi gesto. Me limité a responder lo de mamá e incluso a mis propios oídos soné mimado, como sonaba al hablar de otras personas. El salto de ser mimado a ser malcriado era diminuto.

    El pensamiento, invasivo, retrocedió cuando al buscar mirar a Hubert lo que encontré en su rostro fue una sonrisa cálida aunque el sonrojo se me reavivó ligeramente y lancé la mirada al piso. Que tuviera piedad de mi alma, por Dios.

    —Alice es un bonito nombre —apañé en voz baja—, y si la describes así, creo que puedo ver qué tienes de ella.

    Al decirlo busqué con la vista la foto de sus padres. Estaba mirando la fotografía cuando percibí el movimiento del niño y entendí... que me ofrecía el contacto del que yo me había privado. Miré su mano, fue entre vergonzoso y tranquilizador, mi miedo siguió retrocediendo, pero se apuñó en otros lugares de mi mente. Sentí la mirada ajena encima y entonces yo estiré la mano, el gesto siguió siendo dubitativo; las puntas de mis dedos encontraron las suyas, la sensación fue un poco extraña sabiendo que había sido por iniciativa mía y ahora estaba sobrio, bueno, más sobrio que hace unas horas. A pesar de ello no tardé mucho en envolver su mano y el contacto pronto me aflojó el cuerpo.

    —Mamá se llama Neve, Neve Keane. Seguro se llevaría bien con la tuya, también ve con cariño a mis amigos, en esencia porque no tengo demasiados y se alegra cuando conoce a alguno —confesé luego de unos segundos, aferrado a su mano—. Le gustan los libros, también, y la música.

    Las palabras siguientes del muchacho me hicieron arrugar los gestos, incómodo, sabía que no debía sentir miedo con mi madre o mis tíos, pero aborrecía la idea de apuntar dónde me dolía, dónde sangraba y por qué. Era repelente, incómodo y angustiante.

    ¿Qué hay más poderoso que el amor entre una madre y un hijo?

    El amor y la sangre.

    La maldición entre un padre y un hijo.

    Ambos tienen un gran poder.

    Vete a saber por qué, pero bastó el inicio de la siguiente frase para que alzara a mirarlo y en mis ojos en los que hasta ahora había miedo y confusión vibró otra cosa. No fue curiosidad en sí, quizás fue comprensión o preocupación a secas, pero rebotó en una sinfonía distinta, más centrada, más madura también. Conocía esta vibración... esa que existía separada de mis errores y mis angustias, el afecto genuino que le había mencionado a Vero en el salón de actos.

    El amor de los Keane era de esta naturaleza.

    No dije nada, sabía que el consejo que me daba Hubert era el correcto, que era lo decente y lo prudente, pero en los ecos de mis recuerdos oí mi propia voz diciendo que cualquier cosa era mejor que llevar tres putos días llorando y pensé que si hablaba con mamá o con mis tíos volvería a llorar un mar. No quería repetir el numerito y tampoco quería sentir que los estaba quemando como a todos últimamente.

    Aunque ya lo había hecho.

    —El contacto físico me consuela —admití un poco de pronto, había ajustado su mano para poder sostenerla y dedicarle una caricia en el dorso con el pulgar—, por eso a veces soy un poco insoportable con eso. Por eso en la sala de arte y anoche...

    No terminé la frase, la cerré con un suspiro pesado y le di un apretón a su mano. El punto de ancla me ayudaba a centrarme o al menos así lo sentía ahora, en este contexto puntual.

    —Entiendo lo que dices y sé que es lo que debería hacer, pero... No puedo hacer promesas.

    No espero nada concreto de ti.

    >>No puedo decirte ahora que sí, que volveré a casa y hablaré, porque no sé si pueda hacerlo. Lo pensaré, eso sí te lo puedo decir.

    Otra respiración pesada. Esta vez alcé con cuidado la mano del chico y aunque dudé mentalmente, deposité un beso en su dorso. No cargó ninguna intención extraña, ninguna pretensión ni nada. Fue ligero y breve y al volver a bajar su mano, no la solté, pero le dejé margen de liberarse si así lo quería.

    —Gracias por decirme —susurré—. Lo del dolor que callaste. Es abstracto y todo, pero gracias por la confianza. Espero que ahora te sientas mejor.

    Tremendo viajecito *abre otra cerveza*

    Mentira me caigo de sueño, tengo casi 30 años (???)
     
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    Bruno TDF

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    Su rostro había vuelto a encenderse tras encontrar la sonrisa que esbocé al escucharla hablar su madre. Si bien tenía la referencia de Verónica antes mencionada, me resultaba ciertamente inusual presenciar esta faceta de Cay, que se volcaba con tanta facilidad hacia el bochorno. Lanzaba la mirada al suelo con una rapidez que me hizo equipararlo, casi sin intención, con la figura frágil e insegura de Beatriz. Quizás eran más parecidos de lo que podían aparentar a simple vista, lo que explicaba que parecieran ser tan buenos amigos.

    Le conté un poco sobre mi madre para seguir llevando la conversación y a la vez ayudarlo a regular el brote de vergüenza. El tema fue dulce a su manera; mis palabras eran suaves como un mar calmo, pero en ellas se podían percibir mi amor como hijo, con una pizca de admiración, pues era una mujer valiente, tan valiente como debía serlo la madre de Cay. Él respondió diciendo que su nombre era bonito y que entendía por qué me parecía tanto a ella, lo cual me hizo cerrar los ojos con una sonrisa serena, asintiendo, tras lo cual le ofrecí mi mano.

    Las dudas no abandonaban su cuerpo, tampoco la vergüenza. Observó mi mano, como un cachorro deseando el contacto, pero temeroso de avanzar demasiado deprisa. Comenzó por la punta de mis dedos, para luego envolver mi mano lentamente. Yo cerré los dedos con suavidad. El vaso había dejado algo fría la piel de su mano, por lo que mi ancla vertió lentamente calidez en la zona. Noté cómo algunas resistencias abandonaban sus músculos, mostrándolo relajado, y Cay pudo seguir hablando para decirme el nombre de su madre: Neve Keane. Tal como mi madre, se alegraba por los amigos que hacía; asentí comprensivo, cuando dijo que nunca había tenido muchos, y sonreí con una pizca de interés cuando dijo que, entre otras cosas, le gustaban los libros.

    —Si un día llegara a conocer a Neve en persona, entonces ya contamos con un buen tema de conversación —dije.

    Fue apenas un paréntesis, ya que luego le ofrecí mi perspectiva y consejo para la situación que lo tenía tan aquejado. Tal como intuía, no le vino en mucha gracia mi planteo inicial, pues sus gestos se arrugaron en evidente incomodidad. No podía culparlo... Pero también pensaba en el sufrimiento de Neve, pues yo había hecho sufrir a mi madre cuando callé, amurallado entre libros, creyendo que con un poco de tiempo podría detener por mi cuenta algo que era mucho más grande que yo, que me ahogaba… Algo en mi mente susurraba que había cierto paralelismo…

    Por eso mencioné mi dolor… Con dificultad, lo puse como ejemplo… Para mostrar la importancia de hablar y, quizás, hacerle entender que lo comprendía más de lo que parecía, pese a que sólo contaba con mi intuición… Las dudas atajaron mis palabras, por lo que lo pronuncié de la forma más abstracta posible. Sentí que dar detalles habría sido egoísta de mi parte, porque ahora se trataba del dolor de Cay.

    Fue en este punto cuando me miró, sin dudarlo siquiera. Le devolví la mirada, encontrando en sus ojos un tinte diferente, que lo hacía verse más seguro de sí mismo. Me pareció que en sus ojos existió algo mucho más fraternal y protector, lo cual me llevó a sonreírle con algo de pena. Por un segundo fugaz, me sentí el cachorro de la conversación; tras lo cual terminé de ofrecerle mi consejo.

    Otro silencio donde esperé sin prisas. Seguía sosteniendo su mano, la cual Cay ajustó para iniciar caricias en mi dorso con el pulgar. No era asiduo a este tipo de cosas, pero no iba a negar lo relajante que podían llegar a sentirse. Cuando habló, fue para admitir que el contacto físico le servía de consuelo, llegando a un punto que él definía como “insoportable”.

    Su frase se interrumpió con un pesado suspiro, pero yo respondí: alcé mi otra mano para posarla sobre la suya, envolviéndola. Le devolví así el apretón que me dio.

    —Lo sé.

    Regresé la mano, conservando la otra en el punto de unión, mientras escuchaba su respuesta. Fue escueto, pero claro. Lo que dijo demostraba las resistencias que prevalecerían un tiempo más, pero entre las cuales esperaba haber plantado la semilla que permitiera agrietarlas paulatinamente. Acepté sus palabras cerrando los ojos, con un solemne asentimiento.

    —Está bien, Cay. No busco que ates una promesa a mí —lo miré y le dediqué una sonrisa tranquilizadora—. Me es suficiente con que lo pienses.

    Hubo otra respiración pesada de su parte, un nuevo instante de duda. Lo que hizo fue acomodar mi mano para plantar allí un beso suave, como un caballero. Fue lo mismo que en la sala de arte, no opuse resistencia mas tampoco supe muy bien qué decir. Tal vez me cohibió un poco. Si bien no era asiduo a los contactos físicos, había algunos que sobrellevaba mejor que otros. Sin embargo, no solté su mano cuando me dio la chance, en cambio escuché…

    Me agradeció por decirle sobre mi dolor

    Me sonreí y agaché la mirada, pensativo. Sin darme cuenta, con la yema del índice empecé a golpetear la mano de Cay, en un compás extremadamente suave. Con la punta de mis pies, empecé a trazar igual ritmo contra el suelo, sin arrancarle un sonido excesivamente alto. Pensaba, y pensaba. Sentí que mi confianza no se equiparaba a la que él mi había dado, por lo que consideré que podría ser un poco más justo al respecto.

    Tal vez lo necesitaba.

    Detuve mis movimientos, con la vista puesta en nuestras manos.

    —Ese dolor... Es la primera vez que lo menciono fuera de las paredes de la biblioteca… —confesé; alcé mis ojos hacia los suyos, mostrándole una mirada calma— Yo no tuve amigos con todas las de la ley… Me he llevado bien con los compañeros de primaria y secundaria que me han tocado en Estocolmo, pese a lo cual existió una distancia que no nos permitió aspirar a más —hice una pausa—. Me sobreestimaban por mis calificaciones; la admiración se transformaba en muro y provocaba el recelo de otros. Reconozco que he tenido parte de responsabilidad, pues adoptaba costumbres solitarias, incluso poco comunes para la edad. Lo del ajedrez que viste en la piscina es uno de esos hábitos

    Me reí por lo bajo, a labios cerrados, el sonido contenido. El tema me lo tomaba con liviandad, pues no me había afectado en demasía. Desvié la mirada hacia la ventana, desde la cual se seguía viendo parte del paisaje urbano, y el terreno del Santuario Nezu a pocas calles de distancia. Tragué saliva.

    —Sin embargo, hubo alguien… —continué, dejando en el aire otro silencio— Ella y yo nos conocimos en un parque que frecuentábamos por distintas razones. Con el tiempo, fuimos más cercanos, tras cada encuentro. Nos vimos crecer en cuerpo y alma, y… nuestro vínculo dejó de parecer una amistad, aunque jamás nos animamos a ponerle otro nombre…

    >>Hasta que un día, súbitamente, se terminó. Y vivo condenado a no saber el por qué…

    Parpadeé, como si hubiera despertado de un trance. Un suspiro suave abandonó mi pecho.

    —Ya he dicho demasiado… —dije, negando ligeramente; miré a Cay, con una sonrisa indescifrable en los labios— Creo que hablarlo con un amigo como tú me vendría bien, pero no estoy listo todavía. Será una tierna y triste historia para más adelante —cerré los ojos solemnemente e incliné la cabeza en señal de disculpa—. Lo siento, Cay, y gracias.
     
    Última edición: 24 Noviembre 2025 a las 4:00 PM
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    Zireael

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    Había fracciones diferentes en este escenario respecto a otros, pero podía ver las similitudes, los paralelismos que siempre habían existido, y aunque ahora no podía siquiera alcanzar a mi espejo... Entendía por qué las cosas habían sido de cierta manera hasta ahora, hasta el primer quiebre y ahora con el segundo. Incluso en mi intensidad había algo que vibraba en una secuencia demasiado similar y podía verlo en los vidrios rotos a mis pies. Solo necesitaba tiempo, estaba dispuesto a hacer algo al respecto, pero necesitaba hacerlo a mi tiempo.

    —Eso si tienes tiempo de hacerle conversación entre todas las atenciones que volcaría encima de ti —dije respecto a mi madre en el primer remedo de broma que pude hacer desde que abrí los ojos.

    Su consejo y mi reacción no se salieron de lo esperado, lo demás no hacía falta que lo dijera en voz alta. Sabía que lastimaba a mi madre, porque la había lastimado ya una vez de esta manera, porque cuando todo se fue a la mierda con la muerte de Yako y yo seguí con mi performance sin fin a la pobre no le quedó más que llamar a Yuzu. Porque Arata había tenido que regañarme y yo cedí entonces, fui a casa y dejé denescapar.

    Pero no hablé en realidad.

    Te pareces a tu padre.

    En los ojos oscuros de Hubert encontré otro tipo de espejo, incluso con el mareo y los sentidos aturtidos pude ver la ausencia de miedo, el quiebre de mis emociones para darle prioridad a las suyas, y me cuestioné de qué manera balancear esto, si existía alguna forma de equilibrar el cuidado hacia los otros sin anularme a mí mismo. No tenía una respuesta, pero tampoco importaba ahora mismo, al menos no tanto. Quería ser capaz de tener siempre esta fuerza, eso era todo lo que sabía.

    Noté el dejo de pena en su sonrisa y me quiso hacer gracia la forma en que los papeles se invertían, aunque no dije nada al respecto. Seguí con la confesión de pecados, ante lo que él simplemente dijo que lo sabía y alzó la otra mano para envolver la mía. Esta vez no hubo bochorno alguno, pero mis facciones se suavizaron y parpadeé con lentitud, a gusto con el pequeño gesto.

    Su respuesta a mi negativa y lo que básicamente fue un "No te puedo prometer nada" tampoco se salió de lo esperado y lo agradecí, porque no sabía con qué fuerzas podía seguir resistiéndome si alguien se me volvía a plantar a decirme mis verdades y a pedirme que hiciera algo al respecto, esta vez tan pronto como fuese posible. No contesté, todo lo que hice fue asintir con la cabeza y después le dejé el beso en la mano. Él no me soltó aunque le dejé vía para hacerlo.

    Atendí al ritmo que había comenzado a marcar en mi mano, luego en el suelo y se me ocurrió que así estaba dándole orden a sus pensamientos. Guardé silencio, claro, y afiancé el agarre en su mano como si me anticipara. No sabía qué diría o si lo haría, pero algo estaba pasando en la mente de este chico y no tenía problema en esperar por él... De hecho, la espera nunca había sido el problema, ¿cierto? El compás se detuvo y con ello inició el movimiento de algo más.

    Una suerte de voto de confianza.

    Recibí su mirada sin una pizca de duda sin importar mi estado, el cansancio, los mareos y los ojos hinchados y lo escuché con cuidado. Entre la primera parte de la narración, digamos, me permití una sonrisa al escuchar que lo del ajedrez era parte de esos hábitos poco coherentes con su edad. A ver, nadie negaría que parecía un señor, ¿pero era eso un pecado? Yo me divertía pasando tiempo con él. Lo que hice fue reiniciar las caricias en su mano, atento.

    —A mí me gusta pasar tiempo contigo —convine, adelantando un poco el cuerpo en su dirección aunque él seguía con la vista en otro lado—. Con todo y el ajedrez.

    Se había suspendido otro silencio y al continuar hablando, bastó la mención a alguien para que pudiera entender hacia dónde iba esto. Pensé en que los parques igual eran un regalo o una maldición, pero no dejé que mis pensamientos salieran a la luz y dejé que Hubert siguiera hablando. Otro sentimiento que había crecido, condenado a morir, lo había hecho incluso de peor manera. En realidad no sabía si era peor la caída estrepitosa y ruidosa que la silenciosa... No, en verdad era indiferente y ahora lo entendía.

    El primer colapso había ocurrido en un silencio de muerte que nunca me atreví a romper, aunque sabía a dónde acudir para ello.

    Recibí la nueva mirada de Hubert y su sonrisa a la que no pude clasificar de alguna forma particular, ladeé la cabeza con un dejo de curiosidad y finalmente le dediqué una sonrisa suave, paciente y puede que un poco dulce. El gesto me entrecerró los ojos. La disculpa y la justificación eran innecesarias. A pesar de ello no dije nada de primera entrada, en su lugar me tomé el atrevimiento de estirar también la otra mano para tomar la suya y presioné ambas con cariño antes de levantarme despacio de la cama. Ver el mundo desde mi altura completa por fin me dejó algo aturdido, pero hice retroceder la sensación a la fuerza.

    —Tal vez sería bueno que reescribamos los recuerdos que tenemos de los parques —solté por fin con una sonrisa sin gracia y balancée suavemente sus manos en el espacio entre nosotros—. Es muy doloroso, en silencio o lleno de ruido, la caída siempre duele mucho. Y a veces lo que duele no sirve de nada, es solo dolor y ya. Así como puede que el fin de algo no tenga un gran motivo detrás de sí o que el motivo sea tan grande que las personas elijan irse sin decir nada, al final... Todo lo que nos queda es el día en que despertamos, supongo, el mundo no se detiene por más que nos encerremos en una torre o en una cueva esperando que la herida deje de sangrar. Por otro lado, ¿quién soy yo para juzgarte por no estar listo para hablar?

    Me reí, fue la primer risa que me permití y volví a sonreírle. Presioné sus manos de nuevo, dejé de balancearlas y las solté con delicadeza. Puede que fuera uno de tantos excesos de confianza, pero acuné su rostro con las manos y me incliné para dejarle un beso en la cabeza, entre el flequillo negro. Antes de retroceder por completo hablé desde allí, casi encima suyo.

    —Cuando quieras o te sientas listo puedes hablar conmigo, Hu. Puedes llamarme a cualquier hora, enviarme un mensaje, buscarme en la escuela, lo que sea. Por ahora, te agradezco de nuevo por la confianza, la aprecio muchísimo y no hace falta que lo sientas por algo como eso. —Al retroceder le acomodé el cabello con mimo—. Te habría dado un abrazo, pero apesto a todo el humo del país, my bad!

    Olisqueé la chaqueta, en parte para darle espacio para procesar mi contacto y mis palabras, y me reí otra vez en un intento por aligerar cualquier tensión restante. Al final dejé caer los brazos y me encogí de hombros, las pastillas que me había zampado también empezaban a ayudar a mi malestar, aunque me parecía que se estaban tomando una eternidad.

    —Ya que me tienes aquí secuestrado... ¿Me prestarías tu baño? Para asegurarme que al menos no se note tanto que anoche casi me muero conservado en alcohol y porros.

    Y pastillas.
     
    Última edición: 24 Noviembre 2025 a las 7:22 PM
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    Bruno TDF

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    Desde el momento que había empezado a marcar el ligero compás de mis pensamientos, se produjo en la habitación un silencio que no definiría como pesado, pero sí imponente en su presencia. El ritmo de mi mente acalló les sonidos que llegaban ahogados del exterior y hasta borroneó los contornos de la habitación, llegando a un punto en que sólo veía mi mano sosteniendo la de Cayden. Sus dedos se arraigaron con suavidad sobre mi piel, otorgándome esta vez el calor que habían recuperado. El movimiento fue una señal de su anticipación y, sin que él lo supiese, sirvió como un pequeño impulso para permitirme hablar.

    No era mi costumbre hablar de mí mismo, no a un nivel tan personal.

    Para entender por qué fue tan determinante y doloroso el vínculo que le confié, fue necesario hacer primero hincapié en la peculiar soledad que me había acompañado desde la niñez, en entornos donde me rodeaba de otras personas de mi edad sin pertenecer realmente a ella. No me incomodaba revelar tal cosa, afirmando que yo mismo había contribuido a esa soledad pues no me resultó dañina en su momento. Fue por eso, que pude hablarle a Cay mirándolo los ojos y hasta terminé devolviéndole la sonrisa que esgrimió cuando apuntalé lo del ajedrez.

    Sin embargo, aunque no estaba especialmente tenso, sí me vi algo más relajado al escucharle decir que disfrutaba el tiempo a mi lado. La sonrisa que le mostré entrecerró mis ojos, a la vez que reflejaba mi silencioso agradecimiento mientras sentía su caricia en mi mano. Saberlo me alegraba de verdad, más de lo que podría haber calculado en principio. Me resultaba sumamente gratificante que su caso no fuese como el de todos mis compañeros de Suecia: que no alzara un muro que nos separara, por verme de cierta forma. Yo no sabía que Cay había admitido frente a Beatriz que a veces le preocupaba no ser lo suficientemente inteligente, ni que ella le había respondido con algo que le habría dicho yo, de enterarme: que lo apreciaba tal como era.

    Con sus virtudes y defectos.

    Di unas suaves palmadas en el dorso de su mano, con la que yo aún tenía libre… Tras lo cual suspendí otro silencio que llenó la habitación con mayor abundancia, como arroyo calmo pero indetenible. Esta vez no pude mirarlo a los ojos, ya que mi atención se perdió al otro lado de la ventana, mientras buscaba las palabras con las que hablar a continuación. Las mismas se enredaron en mi aliento… Ante mis ojos podía verla con claridad, en recuerdos que parecían aferrados cual fuego a mis retinas.

    Las puntas de su cabello rubio acariciando sus hombros blancos.
    Sus ojos, de profundo azul.

    Aquella sonrisa confiada y rebelde
    Como ella misma.

    Quise pronunciar el apodo con el que cariñosamente la había llamado tantas veces: Effy. Fui incapaz de decirlo en voz alta, y debí proseguir sin eso. No miré a Cay al hablar de ella. Quería pensar que me había perdido brevemente en el pasado, que no estaba huyendo de sus ojos; pero no podía estar seguro de ninguna de las dos opciones. Fui consciente de su silencio, así como de la firmeza de sus dedos sosteniéndome en el presente. Aunque no lo estaba viendo directamente, volvió a embargarme la impresión de que la debilidad se había desvanecido del cuerpo de Cay y que de él provenía una energía diferente, más atenta y protectora.

    Mi hablar fue breve, pero largos los recuerdos que se derramaban con un sabor agridulce. Los sentimientos atropellados terminaron mezclándose en la sonrisa que le dirigí al cortar abruptamente mi relato, mi gesto terminó siendo indescifrable. Encontré en él algo parecido a la curiosidad; me habría sentido incómodo por esto, hasta que me encontré con su sonrisa, la cual entrecerró sus ojos. Se la regresé un poco por reflejo, pues temía haber puesto alguna expresión indebida. Tuve que disimular lo apenado que me sentí, y por lo mismo no registré que tomó mi otra mano hasta que comenzó a balancearlas en el espacio entre nosotros. Debí alzar la cabeza, pues Cay se había puesto de pie para responderme.

    No tuve la certeza de estar de acuerdo con su primera frase, pero me limité a mostrar una sonrisa suave y un semblante reflexivo, mientras le permitía continuar. Cada recuerdo en aquel parque era una memoria llena de luz. El brillo era cegador y me quemaba, no podía negar tal realidad, pero tampoco habría que desmerecer la belleza de aquellos momentos. Quizá esta era mi reescritura, de modo que mi noción no estaba tan lejos de la de Cay.

    Estaba aprendiendo a caminar con el dolor y el miedo a cuestas.

    Aún tenía mi mirada baja, reflexionando sobre mi acto de hablarle de mi dolor, de arrojarle una referencia directa hacia la figura de Effy, por ahora misteriosa, y aprehendiendo lo que él me respondía. Tuve que asentir cuando dijo que el dolor sólo era eso, y que el mundo no se detenía por mucho que nos encerráramos en una torre o en una cueva a la espera de que el sangrado se detuviera. Esa era la realidad yo la había visto podido ver con el inestimable diálogo de mi padre, y era precisamente eso por lo cual trataba de seguir adelante aunque sangrara un río. Buscaba moverme con el mundo, volver a hallarme a mí mismo.

    Esa herida me trajo aquí, y me había acercado a personas a las que empezaba a querer.

    Alcé la cabeza, lentamente, al escuchar su risa por primera vez en el día. Brotó desgastada por el estado de su cuerpo, como si se arrastrara con desgano hacia el ambiente de la habitación. Esto no importó de ninguna forma, ninguna variante cambiaría el hecho de que era reconfortante escucharlo así, su risa me tranquilizó de cierta forma. Poco me faltó para corresponderle con alguna palabra, la que fuese, para que mi diálogo no se detuviera en otro largo silencio...Pero entonces acunó mi rostro.

    Abrí los ojos al sentirme rodeado por el calor de sus manos, sorprendido por el gesto. Creí que me aliento se detuvo algunos segundos al recibir el beso en mi flequillo. El aliento de Cay me cosquilleó en la frente.

    Yo... No era bueno con este tipo de contactos, tan pronunciados. Apreciaba, sí, el afecto que transmitían, mas me embargaba la vergüenza. Algo abochornado por esta expresión de Cay, terminé agachando la cabeza, la vista detenida en mi calzado, y su aire volvió a acariciar mi cuero cabelludo cuando habló desde allí, sin despegarse. Todo cuanto logré hacer fue responderle con un asentimiento quedo, y el índice nuevamente deslizándose por mi mejilla. Ahora tenía más por procesar.

    Pero, principalmente, me costaba pensar en la posibilidad de contar mi historia con Effy ante alguien, mas tampoco se trataba de algo destinado a no suceder. Su agradecimiento había conseguido que sonriera, aunque luego me ruboricé ligeramente cuando remarcó que no hacía falta que lo sintiera: fui consciente de que había caído en disculpas innecesarias, justo como las suyas anoche. Menos mal que seguía con el rostro apuntando al suelo.

    Por suerte, la broma que soltó cuando pidió por mi baño; consiguió que me riera por lo bajo. Tuve que cubrirme la boca con el dorso de la mano; el sonido que emergió de mí fue suave, y ayudó a esfumar de un plumazo el sonrojo. Suspiré para darme algo de aire con el que responderle, y finalmente me digné a alzar la vista.

    —Claro, sígueme. Ten cuidado —le dije mientras me ponía de pie, temeroso de que algún movimiento brusco lo mareara; no olvidaba que persistían resabios de ebriedad en su cuerpo.

    Hice que Cay me acompañara hasta la puerta de la habitación. Desde el umbral, pudo ver el living-comedor del apartamento. Era un espacio de apariencia cálida y acogedora; con una dimensión modesta pero no muy pequeña. Estaba amueblado con un sofá de dos cuerpos, más uno individual; dispuestos en torno a un televisor que rara vez encendía. Más allá se veía una pequeña mesa rectangular de madera con sus respectivas sillas; sobre la misma, descansaban el tablero de ajedrez armado, un libro y la taza de café que dejé allí cuando sentí el despertar de Cay. Una barra separaba el espacio de la cocina, la cual era pequeña.

    Le señalé una puerta que quedaba contigua a la de mi habitación: el baño quedaba al lado de esta. Al abrirla, había un primer espacio que servía como depósito, donde se veía un lavarropas; y más allá, la puerta corrediza que daba al baño, que tenía buena iluminación natural.

    —Tómate el tiempo que necesites —le sonreí— En el lavamanos hay un paquete sellado: tiene un cepillo plegable para ti, de esos que se llevan en viajes —me llevé el índice a la mejilla, pensativo— Admito que dudé si adquirirlo, puede que se trate de un detalle excesivo de mi parte. Pero mi abuelo paterno siempre decía que lo que abunda no daña.

    Hice ademan de retirarme para concederle su privacidad, pero me detuve en menos de tres pasos. Aún más pensativo que antes, me giré hacia Cay, con una mano en el mentón.

    —Si necesitas ducharte, no hay problema con ello. Dispongo de toallas extras —como tampoco tenía claro si era común decir algo como esto, opté por usar una broma para disimular mi desconcierto; le sonreí con gracia a Cay, para luego dedicarle una reverencia principesca con una mano en el pecho—. Mi casa es su casa, estimado Caballero.
     
    Última edición: 26 Noviembre 2025 a las 3:45 PM
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    Zireael

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    No había que ser un iluminado para darse cuenta que Hubert tampoco era que hablara mucho de sí mismo si no se lo pedían y yo sabía muy bien cómo se extendía esa clase de comportamiento, el dolor, aquello demasiado personal, acababa en otro plano. Si a eso le sumábamos el hecho de que a pesar de todo, de mis desastres y confianzas, todavía nos conocíamos hace relativamente poco, comprendía que tampoco fuese algo que quisiera contarme de una sentada. ¿Quién querría hacer algo así, para empezar?

    Por eso esperé, lo dejé hablar tanto como a él le pareciera cómodo y de cierta forma me alegró notar que mi apunte de que me gustaba pasar tiempo con él dio en el clavo. Era una proyección, pero incluso yo que disfrutaba del tiempo que pasaba solo en casa con mis gatos mirando series, jugando videojuegos o acomodando las fotos de la pared, entendía que a veces... Bueno, se sentía la soledad. Por eso quise hacerle saber que a mí me traía sin cuidado si hablaba como un viejo de hace dos siglos o si jugaba ajedrez para ordenar sus ideas o si prefería quedarse en su casa leyendo que irse a hacer las locuras que yo cometía. Hubert era él y lo quería tal cual era.

    Quería a todos de esta forma.

    Por eso luego, cuando algo en su comportamiento me hería, no sabía balancearlo.

    Incluso cuando sentía que yo era demasiado tonto para sostener una conversación con él o que era demasiado intenso en comparación, esperaba que al menos mi sinceridad lo alcanzara. A mis ojos era un niño como cualquier otro, uno al que incluso quería cuidar sobre todo ahora que estaba aprendiendo de la mierda que había tenido que comerse y como cierta mocosa a la que no me interesaba tener en estima lo había dejado esperando como estúpido. Era simple, cuando uno apreciaba a alguien deseaba ahorrarle los fiascos, pero no era posible. No teníamos control alguno sobre nada, ¿cierto? Por eso lo que debía ceder al caos, cedía.

    En la manera en que sus ojos no volvieron a encontrar los míos en el siguiente silencio, de nuevo, me vi a mí mismo como me había visto al enfrentarme a la fragilidad de Bea. Dolía, era frustrante y hasta patético, ¿no? La manera en que los recuerdos estaban marcados con hierro caliente contra la piel, la forma en que ardían y en la que, a pesar de todo, seguían siendo tan brillantes y hasta reconfortantes. Si nos daban a elegir... ¿Seríamos capaces de pedir olvidarlo todo? El vacío que sentía en mis manos desde hace días era mi respuesta.

    No quería olvidar en verdad.

    Fingí no ver lo apenado que lucía, dije lo de los parques y fue porque se me ocurrió que en verano, quizás, podríamos ir a pasar el rato a alguno, el que fuese. No se trataba de borrar los recuerdos originales, jamás me atrevería a tocar mis memorias o las de Hubert, pero sí podíamos forjar juntos otros recuerdos y no veía nada malo en eso. Si acaso nos serviría de consuelo a ambos y confiaba con una seguridad ridícula en que este chico iba más adelantado que yo en el tema de aprender a vivir con lo que dolía. Era más maduro, menos volátil... y menos rencoroso, también.

    Noté la manera en que alzó a mirarme al oírme reír por primera vez y me pregunté si era la primera vez que me reía desde que todo se fue la mierda, ni siquiera me pude acordar, tampoco le di más vueltas. Acuné su rostro, creí sentir su vergüenza en mis manos y lo percibí bajar la cabeza. A él las muestras de afecto tan directas se le daban bastante mal, aunque era tierno a su manera. Parecía un perrito, en sí no lucía incómodo, simplemente un poco sobreestimulado.

    Caí en cuenta de que de nuevo había llevado el índice a la mejilla le pesqué la mano un momento y le di un apretón suave aunque no dije nada más. Su sonrojo, aunque menos estrepitoso que el mío, saltaba a la vista y me descubrí a mí mismo observando el pobre más de la cuenta, con las facciones relajadas. Mi broma tonta lo hizo reír, el sonido fue agradable y me di cuenta que haberse reído lo liberó del sonrojo.

    Me dijo que lo siguiera, que tuviera cuidado y me reí por lo bajo, si de alguna manera había podido medio coordinar las piernas para que Hikari y él pudieran maniobrar conmigo, suponía que ahora podía caminar perfectamente. De todas formas me tomé un par de segundos, porque sí que seguía algo nauseabundo, y entonces lo seguí luego de levantar el vaso del suelo para beberme lo que quedaba del agua.

    Al salir lo único que miré a conciencia fue el sofá y me pregunté porque el Señorito Amabilidad no me puso a dormir allí en vez de en su cama, pero me habría muerto de vergüenza al preguntárselo, así que me callé. También me pregunté por qué no se acostó allí en vez de quedarse tieso en la silla, pero había sido yo el que le pidió que no me dejara solo y por esto también cerré la boca.

    —Se te enfrió el café —dije en algo que pareció más un pensamiento en voz alta.

    En todo caso, atendí a la puerta que abrió y lo miré cuando mencionó el cepillo de dientes. Si bien en la mochila y en el casillero tenía un montón de mierdas porque nunca se sabía cuándo me iría a casa o cuando no, la verdad no tenía idea de su habría un cepillo allí, así que lo agradecí en voz baja. No me parecía excesivo, en casa teníamos cepillos extra por si de repente alguien aparecía... Aunque el único que había aparecido siempre, al menos a quedarse, había sido Ko.

    —En casa siempre tenemos algún cepillo extra, nunca se sabe —solté para sacar de la ecuación el tema del exceso y dejé el vaso vacío en la mesa—. Gracias por todo, de nuevo.

    La oferta de la ducha me avergonzó, pero también lo agradecí porque si no no tenía idea de cómo iba a quitarme esta peste y al final lo de que su casa era mi casa me aflojó una risa. Opté por dejar de preocuparme por tonterías y le pregunté dónde había dejado mi mochila, también le dije que agradecía si me prestaba una toalla. Habiendo reunido las cosas tuve toda la intención de meterme al baño ahora sí, pero me detuve antes de cerrar la puerta.

    —Eres bastante adorable cuando te avergüenzas —solté luego de medio girar el cuerpo hacia él.

    Lo dejé ir así, sin más, y cerré la puerta de forma algo repentina. Ya en el baño, a solas, me sentí tonto y para callar mi propia mente me puse a escarbar en la mochila. Estaban los chocolates que elegí ignorar, la pluma de lechuza, la bolsa que al abrir resultó tener mi camisa del uniforme... en un estado bastante asqueroso y entre todo, al menos el Cayden del pasado (sobrio) había elegido cargar siempre una camiseta extra y ropa interior cuando estaba en su período de huidas.

    A pesar de ello me eché algunos minutos sentado sobre el sanitario cerrado, esperando que el asco se me terminara de pasar, y cuando me sentí un poco mejor empecé la misión de asearme. En los bolsillos de la chaqueta dejé todo lo importante que ya había en ellos, me duché a velocidad de caracol y me tomé el atrevimiento de robarle shampoo al niño, porque tenía días sin hacer nada por la maraña de pelo que cargaba. No supe cuánto tiempo estuve solo desenredándome el pelo ni tampoco cuánto me lo había estado dejando crecer hasta que estaba allí tratando de deshacer nudos como un loco en un baño ajeno. Al pobre le iban a quedar pelos pelirrojos por todas partes, convivir media hora conmigo era peor que tener un gato.

    Al terminar me sequé a la misma velocidad de tortuga, atontado, y me vestí de igual manera, con la camiseta y los pantalones de la escuela, porque no cargaba otro par. Me peiné los rizos con las manos y a falta de la crema de peinar, no me quedó más que darles forma y rezar porque al secarse mantuvieran la forma. El agua me había despertado y me sentía mejor, menos inflamado y adolorido en general, pero tampoco era ningún milagro. Mi estómago no valía nada.

    Me cepillé los dientes y entonces salí cargando la mochila y la toalla, ya que había zambullido hasta la chaqueta en el salveque. Busqué a Hubert con la mirada y al encontrarlo, le dediqué una nueva sonrisa como agradecimiento. Dejé mis cosas en un lugar donde no fuesen a estorbar y bajé la vista a la toalla.

    —¿Qué hago esto? —le pregunté—. Ah y también quería lavarte la ropa de cama, por el tema del olor a humo. No voy a irme de aquí dejándote esa peste.
     
    Última edición: 26 Noviembre 2025 a las 7:12 PM
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