Bunkyō Apartamento Mattsson [Casa]

Tema en 'Ciudad' iniciado por Amane, 15 Octubre 2025.

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    Amane

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    En una zona tranquila de Bunkyō, muy cerca del Santuario Nezu, se alza el bloque de apartamentos donde reside temporalmente Hubert. Se trata de un edificio de cuatro pisos, con tres viviendas en cada uno que dan a la calle, conectadas por un pasillo exterior, escaleras y hasta un sencillo ascensor

    El joven vive en un extremo de la planta más alta, en un apartamento de dos ambientes. Es lo bastante amplio como para una persona, además de ser acogedor en su diseño. Está debidamente amueblado y equipado, de modo que no le falte nada para sobrellevar una vida como estudiante de intercambio de la mejor forma posible.

    Barrio de Tokio: Bunkyō

    Apartamento Mattsson.png
     
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    Zireael

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    Lo primero que supe al recuperar la conciencia fueron dos cosas: era de día y seguía borracho. Entreabrí los ojos, pero antes de identificar nada volví a cerrarlos y gruñí por lo bajo. La habitación daba vueltas lentamente, tenía el estómago revuelto, sentía el rostro hinchado, la cabeza me palpitaba y sentía la garganta irritada. ¿Cuánto había bebido? No tenía la menor idea, pero el estado de mi garganta me decía que había fumado muchísimo, hierba y tabaco indiscriminadamente, pero más de lo primero. Sí, bueno, no era ningún maestro del control de impulsos y eso ya estaba visto. Era cuestionable y sancionable, pero me había apagado a la fuerza durante algunas horas.

    La caída había disminuido de velocidad por fin.

    Destrabé las articulaciones con dificultad, pues estaba prácticamente hecho una bola, y al hacerlo noté la cobija que tenía apiñada entre mis brazos. Algo en su olor me resultó familiar, pero mi ropa apestaba a hierba y las neuronas derretidas me impidieron unir puntos de la clase que fueran. Me fui sentando en el borde de la cama y entonces, por fin, abrí los ojos solo para darme cuenta de que esta no era la habitación de Hikkun. La angustia se me encajó entre las costillas y traté de alcanzar las respuestas en mi memoria, pero todo era un parchón negro inmenso desde incluso antes de que llegara al apartamento de Hikari.

    Joder, ¿quién me mandaba a mí a aceptarle las pastillas al imbécil de Tajima? Recordaba haberme bajado dos con un trago inmenso de Coca-Cola, saliendo de su casa, y algunos minutos más tarde los pensamientos se me habían tornado espesos, lentos, y el vacío que sentía había empeorado. Estuve horas en un banco del Hibiya o eso creía recordar hasta que me fui en metro a Taitō. Al llegar donde Hikari lo único que podía sacar de mi mente era que había pretendido llenarme con alcohol, humo y porquerías que habíamos mandado a traer del 7-Eleven.

    Dios, no, no. No otro, no otra vez, no así.

    Ya había quemado a Kohaku, no podía quemar a otro más.

    Apágate de nuevo.


    Hikari soportaba, Arata también, estaban hechos para eso, jamás podría derribarlos con este incendio, pero cualquier otro… Mierda, mierda, mierda. Me bajé la cremallera de la chaqueta que ya había perdido cualquier resabio del olor a Verónica y allí me di cuenta que tenía puesta una camiseta que no era mía. Negra, algo desgastada, supuse que era de Hikari y poco más. Escarbé en los bolsillos de la sukajan, encontré la billetera y saqué el teléfono con manos temblorosas, al desbloquearlo me fui a los chats. Por fortuna no le había escrito a nadie, pero había una llamada y me cayó el alma a los pies cuando vi el nombre: Hubert. Alcé la mirada despacio, repasé la habitación y vi la silla con la manta encima; allí surgieron los primeros recuerdos, entrecortados, como frames de un videojuego laggeado.

    Viniste por mí.

    ¿Preferirías quedarte conmigo?

    Mi mano cayó hacia mi regazo, sosteniendo el teléfono todavía, y seguí mirando el espacio. La computadora, los libros y… la foto en la repisa del escritorio, ambos de cabello negro, pero el hombre sin duda era el que se le parecía más. Pasé saliva, tragándome así la culpa, y como si no pudiera terminar de creerme la clase de desastre en la que yo mismo me había metido, atraje la cobija hacia mí y respiré contra ella, inhalando su aroma. Hubert, olía a Hubert o al menos al jabón que debía usar para su ropa. Era un estúpido y un irresponsable, ¿pero por qué? Estaba aquí con una camiseta de Hikari, el pantalón del uniforme y la peor resaca que podía recordar, en la cama del niño de segundo que había tenido la desgracia de hacerse amigo mío. ¿Hikkun se había deshecho de mí o acaso yo le había llorado y llorado para que llamara a Hubert? Ya no lo sabía, pero ninguno de los escenarios era mejor que el otro. Mucho menos porque seguía recuperando memorias fragmentadas y extrañas.

    ¿Me darías un abrazo?

    No me dejes solo.

    Podía recordar el sonido de la voz del niño, pero no lo que yo le había dicho ni lo que él me habría contestado. No sabía ni siquiera qué tanto le habría asustado recibir una llamada así a las… Alcé el teléfono de nuevo para ver la hora de la llamada y marcaba las dos y cuarenta de la madrugada. Lo había sacado de la cama casi a las tres de la mañana, me había ido a buscar y me había traído a su casa, porque seguro yo me había negado a volver a la mía. Frustrado y avergonzado con la envergadura del espectáculo guardé otra vez el móvil y me llevé las manos al rostro, enjuagándome los ojos con brusquedad, y arrastré los dedos hasta el cabello hecho una maraña. Esperaba algún día poder contar que había terminado en la cama de Hubert (dobles sentidos a un lado) luego de una borrachera y partirme de risa por ello, pero ahora mismo quería reventarme la cabeza contra la pared y sentía muchísimas náuseas, fuese por el alcohol o la vergüenza.

    ¿Cuántos días iban ya? ¿Tres? Era un amigo y un hijo de mierda, tenía que parar esto de una vez. Sacarme el corazón del pecho y resetearme para arreglar lo que yo había echado a perder, si es que podía. No podía solo llorar, llorar y llorar, por más que quisiera. No podía anularme a mí mismo, pero tampoco podía seguir anulando a los demás.

    —Qué asco. —Me lamenté en voz baja.

     
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    Bruno TDF

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    Al momento en que Cayden enfrentaba su despertar, me encontraba en el sector de la cocina con una taza de café en la mano, mientras masajeaba mi clavícula con la que había quedado libre, una tenue mueca de dolor surcando mi semblante. En mi garganta se hallaba agazapado un bostezo que me vi en la obligación de reprimir más de una vez, puesto que algo como aquello podría ser oído en el silencio que reinaba en el apartamento. Me avergonzaría emitir cualquier sonido, aún si tenía serias dudas de que Cay despertase pronto. En general, no me encontraba con las energías extremadamente bajas, pero eso era tan cierto como el hecho de que mi descanso fue irregular e incómodo, repartido entre el escritorio y la silla que había acomodado frente a la cama.

    No me arrepentía, en todo caso.

    Suspiré por lo bajo, contra mi cuello. Con las luces matutinas que ingresaban cual caricia por una ventana, todavía me encontraba asimilando los repentinos eventos de la madrugada. La llamada rozando las tres, el choque de intranquilidad que me despertó por completo al saber la situación por la que me requerían, y la escena a la que me enfrenté en Taitō. El llanto de Cay prevalecía en mis oídos, así como la humedad de sus lágrimas en medio del abrazo con el que lo contuve, imponiendo mi paciencia y serenidad por sobre todas las cosas, a pesar de la angustia que me había generado el verlo en su estado. De igual forma, estaba ciertamente sorprendido. En mi mente, no concebía que Cayden llegaría a un extremo como aquel, ahogando su consciencia bajo alcohol y humo; mas, ¿no era hasta lógico descubrir estas caras?

    Para bien o para mal, uno nunca conocía por completo a las personas.

    Con todo esto se entremezclaba, muy a mi pesar, una instintiva desconfianza hacia la figura de Hikari Sugino. Quizá debiera avergonzarme el juzgamiento a partir de su apariencia, cuando él había tenido la amabilidad de indicarme cómo cuidar de Cay y hasta se ofreció pagar el Uber de regreso, oferta que decliné con amabilidad. Me había mantenido atento a él, casi atravesándolo con estos ojos malditos, pero Sugino no me permitió leer nada de sí mismo, pude darme cuenta del muro que hábilmente levantaba a su alrededor. Fue el motivo por el que me guardé cualquier pregunta que tentó la punta de mi lengua, sobre todos las vinculadas al tipo de relación que mantenía con Cay.

    Era amigo de esta persona, ¿no?

    Su voz me llegó ahogada desde la habitación, haciéndome girar la cabeza en dirección a la pared del fondo, contraria a la entrada del apartamento. Del lado derecho se veía la puerta de mi habitación, mientras que la izquierda daba al otro sector, dividida en baño y depósito. No llegué a escuchar lo que dijo, pero no costaba nada imaginarse que no debía sentirse contento de encontrarse aquí. En lo que mí respectaba, me tranquilizaba más tenerlo conmigo que dejarlo en aquel sitio en Taitō; por muy inadecuado que esto pudiese sonar.

    Antes que nada, apuré mi taza y luego llené un vaso con agua mineral. Acto seguido, rodeé la barra que separaba la cocina del living-comedor, el cual atravesé con paso sereno, calzado con mis pantuflas. Sorteé la mesa donde comía, sobre cuya superficie se encontraba mi tablero de ajedrez con una partida en su clímax, además de un libro que reposaba a su lado, que mostraba en su portada un pequeño remolque iluminado por una luna llena. Pasé entre el televisor (que rara vez encendía) y el sillón de dos cuerpos sobre el que preferí no dormir para mantenerme cerca de Cay. Finalmente, me detuve en el umbral de la puerta, con el vaso en mi mano.

    Aunque en mis labios asomó una sonrisa serena, la oscuridad de mis ojos lo observó con suma atención. Reprimí un suspiro al corroborar que, tal como me advirtió Sugino, su estado no había mejorado del todo. Pero al menos parecía más consciente de sus alrededores… a juzgar por su postura derrotada.

    —Cay… —hablé con suavidad, ingresando con paso calmado. Dejé el vaso de agua sobre el escritorio, desde donde lo miré de frente— ¿Cómo te encuentras?

    Evidentemente, no se trataba de una pregunta rutinaria. Si él lo comprendía, a lo mejor podría indicarme qué molestia física tenía, para así permitirme obrar en consecuencia.

    Abajo dejo el outfit hogareño de Hubert (?). Consideremos que está usando pantuflas y que para Cay también hay otro par, junto a la cama. Sus calzados están en la entrada, como en toda casa japonesa :P

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    Zireael

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    Era cierto que este chico había dicho que podía despertarlo, que podía llamarlo, pero eso ni de chiste significaba llevarlo a la práctica de esta manera. Tenía recuerdos desbaratados también de la noche en que Rockefeller apareció, de hecho tenía memorias cortadas de las noches por semanas y semanas hacia atrás. No llegaba a casa, me escondía, fumaba y me dormía en un sillón o en otro o en el suelo. Sin embargo, era muy distinto guardar la imagen resquebrajada del contacto de Hubert frente a mis ojos que saber que la llamada se había materializado y yo ni siquiera podía recordarla.

    A la larga daba igual, pues lo que era una certeza era que Hikkun se había deshecho de mí y que Hubert lo había visto. Que mi ilusión se quebraba y los trozos, inmensos, hacían muchísimo ruido al caer. Era tiempo de dejar de resistirme de verdad, de rendirme y que pasara lo que tuviera que pasar en todas direcciones. Contarle a mamá todo, disculparme con ella y lo mismo con mis tíos. Soltar todo lo que le había dicho a Nozomu ya de por sí, pero ahora el problema central era que Hubert se había comido todo el show.

    ¿Había pacto de silencio que valiera, si el niño me había recogido drogado, ebrio y llorando de la casa de un tipo lleno de tinta? La idea me rasguñó la cabeza, pero estaba tan avergonzado por haber terminado aquí para empezar que siquiera me detuve a pensar en ello más tiempo. Dejé la cabeza prácticamente hundida entre mis manos y tragué grueso, esperando que eso me bajara las náuseas aunque no tuve mucho éxito. Traté de recordar, también, qué le habría dicho a Hikari y a la chica aquella, Kafuku, a la que sin dudas le habría arruinado el polvo de viernes por la noche. Estaba en blanco a excepción por un eco extraño, distante, de la voz de la chica. Me había llamado okama, ¿cierto?

    Sí, bueno, ¿y qué quería, un premio por descubrir el agua tibia acaso?

    Ocupado como estaba tratando de regular mi cuerpo y de recuperar algo de mi mente fragmentada no escuché el movimiento. Me temblaba todo, a pesar de que había vomitado gran mayoría del alcohol una parte ya había hecho su trabajo y ahora era un destrozo. Me dolían los músculos por haber botado las tripas en el baño de Hikkun.

    Cuando la silueta de Hubert se materializó en el umbral de la puerta me enderecé de un respingo y al pobre lo miré con algo que se pareció mucho al miedo, no por él, sino por mí. Siempre era por mí. Me había sonreído, pero sentí que sus ojos me podían perforar el cráneo y batallé con la necesidad de huir de su mirada así como había huido de la de Vero y, de alguna forma, también de la de Ko. Bajé las manos en cámara lenta y empuñé las mangas de la chaqueta al verlo entrar, avanzó al escritorio, dejó el vaso que traía allí y me miró desde esa distancia. Su pregunta era una pregunta de mierda, pero suponía que podía contestarla con algo sencillo y honesto, ¿no? ¿No?

    —Me duele la cabeza y el cuerpo —contesté ya a un volumen que él pudiera escuchar y la voz me salió ronca, supuse que de verdad me habría quemado la garganta con el humo—. Tengo el estómago revuelto, también. Sigo borracho, estoy mareado.

    Alcé una mano para enjuagarme el rostro con la manga de la sukajan, pero la bajé de inmediato para controlar la temblorina que tenía. No me di cuenta, pero arrastré la cobija de nuevo y la empuñé entre mis manos, ahora sí bajando la mirada. El pobre desgraciado estaba hasta vestido a las, ¿qué hora era? No me había fijado, pero no debía haber dormido un carajo entre cuidarme y...

    Levanté la vista una vez más, aturdido, y encontré sus ojos. Seguía sin poder acordarme qué le habría dicho entre la sarta de mierdas que habría hablado y por las que había llorado, pero recordé su tacto. Me había dormido porque se quedó conmigo, porque me había acariciado hasta que caí noqueado. La vergüenza me subió de golpe y atraje la manta al pecho, abochornado, huyendo de sus ojos otra vez.

    —Lamento todas las molestias —susurré.
     
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    Bruno TDF

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    Pese al tono suave que impuse en mi voz al pronunciar su nombre, el efecto de mi presencia tomó una dirección enredada. Cayden irguió la espalda con brusquedad sin quitar las manos de sus rizos que ahora me parecían frágiles y quebradizos, como una llama débil. Lo súbito de su reacción no consiguió que alterara mi postura ni mi semblante calmado. Pero poco faltó para que eso sucediera cuando sus ojos casi estrellaron contra los míos. Lo vi allí presente, en sus iris ámbar, con una transparencia que rozaba lo crudo.

    Su miedo.

    Al entrar al cuarto, navegué de soslayo su silueta desgastada, una vez más. ¿Desde dónde se originaba el temor que se manifestó con tanta fuerza en sus ojos? La pregunta no obedecía a la intriga, que de por sí sentía desde la noche anterior por diversos factores. Jamás sería así de egoísta en un momento como el presente. Lo que quería era ayudarlo. Tranquilizarlo. Hacerle entender que aquí estaba a salvo y que no tenía nada que reprocharle, pues me había escuchado en la sala de arte.

    En su momento de vulnerabilidad, acudió a mí.

    No obstante, por supuesto, ninguno esperaba que tal escenario llegase como un feroz torrente. La corriente en la que nos vimos arrastrados también dejó expuestas algunas lagunas. Es decir, huecos en la información que me imposibilitaban alcanzar a una comprensión aproximada del contexto que rodeaba a Cay. La sombría presencia de Sugino junto con la mentira que parecía latir detrás de sus palabras; su relación con él; el presentimiento de que Cay se había hundido en su ebriedad a partir del dolor, y quizá por el miedo que se escabulló de sus ojos.

    Volví a pensar en las lagunas cuando vi cómo estrujaba las mangas de su chaqueta, en donde quedaron levemente expuestas esas costuras brillantes que me resultaban tan familiares. Estaba claro como el agua que debía haber un sinfín de chaquetas de dragón dorado en esta ciudad, era lo lógico. Sin embargo, cada una podía ser única a su manera, por las razones que fuesen.

    Al encontrarme anoche con su dragón dorado, se sintió como hallarme ante un viejo conocido.

    Había una fuerte confianza entre nosotros, lo de anoche era una muestra contundente del vínculo que nos unía. ¿Pero eso me abría camino para indagar sobre el significado de esa chaqueta y por qué la vestía Verónica hace poco? Lo dudaba enormemente, aún si la situación se prestara para tocar el tema con la idea de molestarlo o bromear al respecto. Incluso tratándose de dos amigos queridos y ciertamente cercanos, no era de mi incumbencia. Al menos, así lo quería dictar un sentido de responsabilidad.

    Pero ¿qué debía hacer con lo demás?

    Mi pregunta no fue especialmente feliz, tan bien lo supe antes de soltarla. Saltaba a la vista su malestar, que no era sólo físico, y también tuve claro que cualquier palabra que dijese serían sombras escondiendo algo más grande. No iba yo a juzgarlo ni reclamar. Cayden parecía estar asustado y, además de frágil, se había vuelto a empequeñecer, en un sentido metafórico. Si tenía dificultades para contestarme algo tan simple, lo comprendería a la perfección. Aún si no sabía nada, tenía claro que estaba en una posición difícil.

    Asentí al escucharle decir que tenía dolor de cabeza, de cuerpo. Algo de preocupación se filtró en mi expresión al saber que posiblemente seguía padeciendo náuseas. Quizá me habría sorprendido saber que la ebriedad seguía afectándolo tras tantas horas, pero Sugino ya me había avisado de esto. También me había puesto las soluciones a mano, por lo que me tuvo nuevamente oscilando entre la culpa y la desconfianza.

    De pronto, la vergüenza se manifestó en el rostro de Cay y se abrazó a la manta con la que lo había cubierto anoche, como si ésta le sirviera de sostén. En este breve lapso de tiempo, se dedicó a escapar de mis ojos, ya sea por el mencionado bochorno o por la culpa. Que me perdonara, pero todo en él me hizo rememorar el apodo con el que Altan lo interpeló en la prueba de valor. De verdad parecía un cachorro.

    Perdido, asustado y avergonzado.

    Su disculpa, esta vez, me hizo soltar el aire en un suave suspiro. Cerré los ojos con mi solemnidad usual.

    —Creo que ya te has disculpado lo suficiente anoche —respondí, conciliador. Me pidió perdón repetidas veces, antes, durante y después del traslado a Bunkyō—. Pero no tengo problema en repetirte mi respuesta, todas las veces que sean necesarias.

    Dos pasos, y quedé a una respetuosa cercanía. Acerqué una mano con lentitud para apoyarla en su hombro, al hacerlo tuve que inclinarme ligeramente y eso me arrojó un relámpago de tenue dolor en la parte alta de la espalda. Mi gesto se comprimió por un fugaz segundo, pero pronto volví a sonreírle a Cay con honestidad.

    —Para esto están los amigos —afirmé, dándole un ligero apretón. Entonces, le acerqué el vaso de agua que sostenía en la mano contraria—. Trata de beber un poco, de a sorbos pequeños. Por ahora debes hidratarte, Cay, eso al menos mitigará tu mareo —me erguí entonces, retrocediendo un paso, y hurgué en un bolsillo del pantalón, de donde saqué una píldora envuelta en su blíster. Era un analgésico y antiácido, que también le extendí— No sé en qué momento deberías de tomar esto, espero no estar dándotelo pronto. Pero tenlo a mano, por favor; dejo la decisión en tus manos.

    Regresé al escritorio, desde donde volví a mirarlo. La fotografía de mis padres quedó a un costado de mi cabeza. Los tres le sonreíamos.

    —Tantas disculpas no son necesarias —insistí—. Más bien, agradezco que me hayas llamado cuando lo necesitabas. O mejor dicho… —hubo una pausa— Sugino se contactó conmigo, pero fue con tu consentimiento. Me llamó porque aceptaste que lo hiciera.
     
    Última edición: 16 Octubre 2025
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    Zireael

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    No lo pude modular, tenía los sentidos atrofiados y consumidos, así que no hubo manera de que filtrara el miedo en mis ojos. Era la emoción que nunca lograba dominar, la que me condenaba, y a la vez la más genuina que tenía además del amor real que sentía por mis personas. Puede que ese fuera el problema de hecho, la certeza de que ambas fluían en paralelo y yo estaba en medio de ambas.

    Hubert había ido a buscarme, me había cuidado y se había desvelado por mí, agradecía eso, pero me angustiaba muchísimo. Me angustiaba más que antes, porque ahora... No podía definir hasta cuándo la amabilidad y paciencia de los otros soportaría; quería dejar de tentar sus límites de todas maneras, pero era un nuevo miedo a la lista. Uno de tantos, pero todos estaban unidos por el mismo hilo.

    Entre todo, pude responderle y es que en verdad le habría contestado cualquier cosa que me preguntara y eso tampoco me ponía muy contento. Encontraba los puntos en común en todas estas figuras, en su benevolencia, su cuidado y su suavidad y estaba harto de ceder a ellas, ¿pero acaso podía ser de otra manera? O, en su defecto, ¿podía ceder en realidad, más allá de la manera superficial en que mi actitud se doblegaba? Si no me hubiese resistido, si hubiese sido sincero desde el principio, nada de esto habría pasado.

    Tenía que dejar de resistirme.

    Haber recordado los pedidos infantiles y desconsolados que le había hecho, así como las condiciones en que había logrado dormirme no me sirvió de nada más que para morirme de vergüenza, ¿pero qué caso tenía ya? Había forzado a este chico a ver lo que procuraba esconder de todo el mundo, lo frágil y herido que me sentía, ya casi nada debía importar lo suficiente. A pesar de eso me quedé abrazado a la manta tratando de ignorar lo mucho que me ardía la cara.

    ¿Además qué era eso de que anoche me había disculpado lo suficiente y que no tenía problema en repetir la respuesta? ¡No ayudaba nada! El bochorno se me empeoró y sentí las orejas calientes. Tampoco me dieron las reacciones para contener la forma en que me hice pequeño allí, al borde de la cama, cuando lo sentí acercarse y si no vi cómo había arrugado los gestos, fue porque me tomó unos segundos encontrar el valor o la decencia para alzar la mirada a él.

    Su mano en mi hombro estaba tibia, pude sentirlo incluso con la chaqueta puesta, y asentí levemente a sus palabras siguientes. Todavía no encontraba fuerzas para regresarle la sonrisa, algo que no sabía si era bueno o malo en vistas de que desde que todo se fue la mierda me alegraba cuando lograba sacar de mí sonrisas automatizadas. Todo lo que supe fue que solté lentamente la cobija y recibí el vaso de agua mirándolo como si fuese la cosa más interesante de esta habitación.

    De pronto también me estaba dando unas pastillas y contra mis ojos vibró el recuerdo del blíster que me había dado Tajima, pero lo recibí al escuchar la explicación del niño y siquiera terminó de decir que lo dejaba en mis manos cuando ya estaba abriéndolo para zamparme la medicina. Me bajé medio vaso de agua de tirón y luego la otra mitad incluso antes de que él volviera al escritorio.

    Sentí la ausencia del tacto en mi hombro, pero ya le había pedido demasiadas cosas a este muchacho como para pedirle una más apenas levantarme de mi borrachera, así que regresé los ojos al vaso luego de dejar el blíster a un lado en la cama, las gotas en los bordes se deslizaban hacia abajo por mis temblores. Descansé las manos sobre la cobija, asentí a lo de las disculpas y traté de buscar en mi vocabulario algo que no fuese una disculpa, aunque los pensamientos se me interrumpieron al oír que fue Hikari quien lo llamó porque, supuestamente, yo accedí. No me acordaba de un carajo, Dios mío, pero como eso saltaba a la vista supuse... Le debía honestidad, ¿cierto? A él y a todos.

    —Hikkun es un viejo amigo, de cuando tenía trece o catorce años. Él y algunos chicos más, dos de ellos van al Sakura también —expliqué en voz baja y al final me confesé de cierta manera—. Suelo ir a quedarme donde Hikkun cuando no quiero estar en casa. Me deja dormir allí y por la mañana me voy a la escuela o en la madrugada regreso a casa cuando mamá está dormida ya. Ayer, bueno, eso ya contaba como hoy, se me fue la mano. Somos amigos, pero él no es muy cuidadoso ni nada, es más bien brusco, imagino que mi desastre era de tal magnitud que no supo qué más hacer.

    Separé una mano del vaso y me rasqué la nuca, luego el nacimiento del cabello y las raíces hacia arriba. Era demasiado penoso e inmaduro todo lo que había hecho.

    —Me dijiste que te despertara, ¿o no? Ojalá hubiese sido menos estrepitoso —continué y bajé la mano para volver a enjuagarme los ojos—, pero quiero... Quiero intentar romper la distancia que me separa de los otros sin que me dé cuenta. Así que gracias, Hu, por ser tan buen amigo y recoger a un borracho como yo. Gracias por ponerme a dormir en tu cama, ya de paso.

    Un suspiro más y esta vez pasé saliva porque me seguía muriendo de sed, aunque todavía estaba mareado.

    —Dormiste en la silla —apunté con los ojos suspendidos allí y luego lo miré a él con cierta timidez—. Ni sé si llamarlo dormir. ¿Estás muy cansado? ¿No te duele algo? Puedo irme pronto, si no me morí hace unas horas, no creo morirme ahora.
     
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    Quizá debería haber elegido mejor las palabras con las que repliqué a su disculpa. La vergüenza que asoló su rostro fue avasallante, incluso llegó a invadirle las orejas, pero ya no hubo mucho que se pudiese hacer al respecto. Al menos, guardé la esperanza de haber sido claro y contundente con mi respuesta, pues me sabía mal que Cay se colocara en una posición como aquella, cuando yo no le estaba reclamando nada. Era mi amigo, y por lo tanto estaba dispuesto a ofrecerle mi mano siempre que la necesitara.

    No siguió mi indicación de beber paulatinamente. De hecho, hice un amague de detenerlo detenerlo apenas vi cómo vaciaba medio vaso de un trago. En un parpadeo éste quedó prácticamente vacío, cosa que me hizo advertir cuán arrasadora era su sed.

    Antes que nada, opté por remarcar una vez más que las disculpas no eran necesarias, ya que aún vislumbraba el pedido de perdón en sus ojos, en su postura estremecida. Incluso le agradecí con sinceridad por haberme tenido en cuenta. Eso sí, en este punto debí matizar un poco más sobre los acontecimientos de la noche, al mencionarle quién quién me llamó en realidad. Fue, si se quiere, otra ayuda que le ofrecí: poner sobre la mesa los fragmentos de memoria que le faltaban.

    Pronuncié por primera vez el nombre de Sugino.

    Con el vaso empañándose entre sus manos, Cay me contó que era una vieja amistad, desde hace unos cuatro o cinco años. No supe muy bien cómo tomarme tal detalle. Por un lado, debería haberme tranquilizado que se tratara de un vínculo que había perdurado a través del tiempo. Debía servirme como pista de que, pese a mi receloso, si Cay confiaba en esta persona era por algo… y ahí estaba, precisamente, el punto que consideraba disruptivo.

    Si Hikari Sugino era amigo de Cayden, ¿por qué no me dejó esa impresión?

    Se lo había quitado de encima. Como si nada, sin un atisbo de pena ni culpa.

    Cay prosiguió, respondiendo las preguntas que no me había animado a formularle. Lo escuché con atención y en respetuoso silencio. El apodo “Hikkun” daba muestra de que le tenía afecto. Pero no fue este el punto en el que me detuve, sino en el motivo que lo llevaba a estar con esta persona: dijo que paraba en donde vivía… cuando no quería estar en su casa. Esa fue la frase que merodeó dentro de mi cabeza, ondeando en los pensamientos. También mencionó a su madre, una vez más, y otras interrogantes surgieron. Más preocupantes.

    Cuando Cay apuntó a la faceta descuidada y brusca de Sugino, torcí una comisura de mis labios. La mueca fue milimétrica, casi imperceptible. Mi primer pensamiento fue que no justificaba el acto de deshacerse de Cay, tratándose de un amigo de hace años, pero de igual manera tuve que aceptar que me faltaban muchas piezas del trasfondo de ambos para llegar a una conclusión. O, peor, a un juicio.

    Me sonreí ante el apunte de que ojalá esto hubiese sido menos estrepitoso, y negué con la cabeza, algo resignado. Puede que no hubiese una manera correcta ni indebida de actuar en una circunstancia así. Tan solo ocurrían, y en ellas quedaba expuesta una verdad: nuestra humanidad.

    Ya fuese en la debilidad o la fortaleza. En el miedo y el amor.

    De hecho, Cay mencionó que quería romper distancias que había construido sin darse cuenta. Supe que la respuesta tan sincera que me estaba dando respondía a este deseo; aún si estaba asustado y consumido para vergüenza, eligió no esconderse ante mis ojos. Asentí con cierta modestia cuando me dio las gracias por ser tan buen amigo, recogerlo y ofrecerle mi cama.

    —He obrado de esta manera porque también eres un buen amigo —apunté, manteniendo la sonrisa—. Es natural querer velar por el bienestar de aquellos a los que guardas afecto. Contra viento y marea.

    Entonces fue mi descanso el centro de la conversación. Volví a tomar consciencia del entumecimiento de mis músculos. Con otra negación silenciosa le di a entender que no estaba cansando; no en exceso, al menos. Pero cuando me preguntó se me dolía algo, me llevé una mano a la clavícula, la cual masajeé suavemente. Iba a responderle, hasta que deslizó que podría irse pronto.

    —No tengo derecho a impedírtelo, si ese es tu deseo —respondí, algo apenado—. Pero te pido que lo reconsideres, Cay. En mi opinión, deberías quedarte a descansar un poco más, no importa si son algunas horas. En cuanto a mí…

    Bajé la cabeza. Ciertos recuerdos acudieron a mi mente. Los de aquellas dolorosas noches. Recostado contra las estanterías de la biblioteca de mi hogar, leyendo y leyendo. Sólo leyendo. En un intento por ahogar la mente con papel y tinta, detrás de altas murallas de libros, mientras el río de sangre ya estaba brotando.

    —He estado peor, créeme —dije, tratando de que sonara como una broma—. Lo que quiero decir es que mi dolor no es grave ni me va impedir tener un día normal. A lo sumo, tendré que cuidarme de hacer movimientos bruscos —miré a Cay, procuré tranquilizarlo con una sonrisa y, entonces, le hice una seña para que me aguardara—. Dame un segundo.

    Me retiré de la habitación. Se oyó el sonido de la nevera al ser abierta y cerrada. Pronto retorné, con una botella de agua grande entre mis manos. Esta vez me senté en la silla, desde donde le pedí el vaso a Cay para volver a llenárselo.

    Al extendérselo, busqué sus ojos.

    —Me disculpo por la pregunta que voy a hacerte —anuncié con calma y, a la vez, respetuoso. Elevé una pausa para darle tiempo de asimilar lo que vendría— ¿Por qué no quieres estar en tu casa?
     
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    Zireael

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    Sabía que las palabras de este chico nunca tenían la intención de empeorarme la vergüenza ni nada, pasaba que ahora el cuadro era un desastre de proporciones astronómicas y si me daban la opción de hacer un agujero en la tierra para meter la cabeza, seguro la tomaba. Que hablando de tomar, no seguí para nada su indicación de beber de a sorbos y me empiné el vaso como si llevara un día entero bajo el sol. La realidad era que llevaba horas en el vicio y eso se le parecía mucho.

    Le hablé de Hikkun, pero mi estado mental no era la cosa más brillante y en mi intento por dejar de quemar los hilos que me unían a las personas, acabé soltando la lengua de más. Igual era lo que correspondía, ¿no? Si esto no era tocar fondo ya no sabía qué esperar y aquí solo... Solo me quedaba una opción. Debía doblegarme, reconocer las correas sobre mi cuerpo y confiar en que a quienes les otorgaba ese poder, de hecho, podían soportar el desborde. Que si abría la boca antes del punto de sobrecarga de hecho quizás evitara justo eso: el colapso. ¿Pero entonces cómo? ¿Cómo balanceaba eso con mi necesidad de soledad? Seguía sin saberlo.

    A pesar de que estaba lento y mareado, mis ojos empezaban a funcionar con algo más de precisión y atendí a las reacciones y movimientos del niño en tanto ocurrieran dentro de mi rango. Su sonrisa, la negación con la cabeza y antes de eso creí vislumbrar algo más, algo en sus facciones cambió por un instante.

    Don't get mad, love.
    Quizás por eso estuviera en estas condiciones, por olvidar el cariño real que las personas me tenían hasta que veía sus reacciones quebrarse frente a mis ojos y comprendía que así como yo, sentían sobre ellos lo que me ocurría. Puede que fuese opuesto, también, y que justo por eso me reservara todo para mí mismo y les impidiera cargar con ello hasta que la bomba explotaba y todo ardía sin distinción. Tal vez era cierto y no hubiese correctos o incorrectos en algunos casos, aunque en otros sí y yo los había borroneado.

    Me dijo que había hecho lo que había hecho porque yo también era un buen amigo y posé la mirada en el vaso, me cuestioné si seguiría opinando eso si se enteraba de la mitad de la mierda, si se destapaba lo de la hierba, las armas y por qué conocía a gente como Hikari y Arata. Los buenos amigos no mentían como yo lo había hecho en la cara de Ko, ¿verdad? Ni se abusaban de la confianza como había hecho con Vero. Lo único en lo que tenía razón era en la segunda parte, porque reconocía dentro de mí mismo la necesidad de cuidar a los otros. Sin embargo, mi corazón había sido el pequeño sacrificio para esa tarea y ahora pagaba el precio.

    ¿No le pasaría lo mismo a él algún día?

    Preferí no responder nada y seguí mirando el vaso antes de preguntarle por su propio estado, alegando que podía irme pronto. Suspiré cuando me negó amablemente la posibilidad, porque aunque él lo desconociera ahora mismo no podía decirle que no. Asentí en silencio y lo escuché responderme cómo estaba, el remedo de broma me sacó una risa sin gracia que me hizo toser por culpa de los pulmones cocinados.

    Iba a decirle que igual podía tomarse algo si veía que estaba demasiado tieso, pero se excusó y cuando me di cuenta estaba solo de nuevo en su habitación. En el rato que le tomó volver sentí el cansancio encima y deseé solo poder volver a dormir, pero en su lugar subí las piernas a la cama, dejando las manos en medio con el vaso, y alcé el brazo izquierdo un momento para oler la chaqueta. La peste a humo de ambas clases se habría pegado a las sábanas por culpa de la sukajan y el resto de mis cosas o yo como concepto, antes de irme lo mínimo que tenía que dejarme hacer era ponerle la ropa de cama a lavar.

    Reapareció, me rellenó el vaso y lo acepté. Su aviso antes de la pregunta me hizo buscar sus ojos, pero de nuevo miré el agua y esta vez sí le di un sorbo. La pausa me dejó tiempo de reacción, pero era inútil ya de por sí. No sabía por dónde empezar, pero yo se lo había dejado en bandeja y se lo debía. Él me había cuidado con la paciencia de un santo.

    Dobla la espalda de una vez.

    Ya basta de esto.

    El silencio que guardé me pareció infinito, me distraje con las olas del agua por el temblor de mis manos y parpadeé con lentitud, procesando qué tan mareado me sentía y el revoltijo en mi estómago. Bebí de nuevo y luego tomé muchísimo aire, también lo solté y supuse que daba igual el inicio. La amalgama de cosas no tenía sentido ya.

    —Cuando estoy angustiado por algo prefiero no hablarlo, no me gusta recibir preguntas ni admitir que algo me duele o sentir que fuerzo a los otros a lidiar con mis emociones, que siempre son desproporcionadas —empecé retomando el hilo de las mierdas que le había soltado a Vero. En mí ya no quedaban ecos ni lágrimas, quizás por fin hubiese tirado todo en el inodoro de Hikkun—, pero sé que algunas cosas se me notan demasiado en la cara y a mamá no se le escapa nada ni a mis tíos. Entonces para evitar la pregunta y la respuesta... Para evitar la mentira del todo, elijo desaparecer donde sé que no se me cuestionará nada. Donde no se espera nada de mí y yo no espero nada de los otros.

    Otra inhalación.

    —Y por eso terminé bebiendo como idiota y por eso apesto a humo y no me acuerdo de casi nada —continué—. No tengo idea de cuándo empezó, puede que dé igual. Creo que a ti nunca te lo conté, no es como que sea muy divertido de contar igual, mis padres se divorciaron cuando yo tenía tres años y no tenía contacto con él desde entonces, aunque me envía regalos en Navidad y cumpleaños. A mediados de mayo lo busqué, hemos tenido contacto de forma intermitente desde entonces y supongo que estoy enojado. Llevo enojado desde que puedo recordar, pasa que nunca quise admitirlo tampoco.

    Me salté la parte de contarle otras cosas, otras más escabrosas. Lo que me dijo la primera vez y los contratos, ya firmados, que estipulaban que una vez que muriera todo sería mío. El resto, Dios mío, ¿cómo era que llegaba a esto? ¿Cómo se suponía que fuese sincero con Hubert cuando había tenido también un insight alrededor de su figura? No era ni de cerca igual de intenso o importante, pero existía.

    —El amor y la sangre, ambos tienen un gran poder —reflexioné junto a una respiración profunda, casi derrotada, y solté una risa que tuvo el mismo tinte—. Puede que dejara evolucionar demasiado un sentimiento que tenía que quedarse limitado. Mutó, se deformó y se desbarató. Era demasiado pesado para no caer como lo hizo, no había base que fuese a soportarlo y yo lo sabía.

    Estaba destinado a caer y romperse así.

    —En fin, en casa conocen a mis amigos más cercanos y tal, lo conocen a él y sabía que también iban a preguntar a la larga así que seguí huyendo. —Me di cuenta tarde de que no me había censurado en lo más mínimo y otra vez alcé los ojos teñidos de miedo hacia Hubert, pero no dije por qué. El okama que había dicho Kafuku rebotó en mi cabeza y traté de ignorarlo—. Estaba todo mezclado, así que al final ni estaba seguro de lo que huía, solo lo hacía. Mamá dejó de esperarme despierta y uno de mis tíos no me habla, pero tampoco los puedo juzgar. Yo los forcé a eso.


    desde ya perdona la biblia (?
     
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    Bruno TDF

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    No hubo una respuesta inmediata, ante lo cual opté por no enfocarme por completo en él para que no se sintiera presionado por mi mirada, por estos ojos iguales a los suyos. Esto me llevó a detenerme en sus manos sin proponérmelo, notando así las ondas que el temblor de éstas desplegaba en el agua que aún conservaba en el vaso. La habitación quedó embargada por un silencio contundente, que era apenas cortado por el lejano rumor de cantos de aves; sus melodías se estrellaban contra la ventana cerrada y quedaban así amortiguadas, sin alcanzarnos del todo.

    Elevé la mirada al escucharle hablar, buscando nuevamente el ámbar esquivo. Comenzó hablando de una dificultad que para mí era conocida, la cual radicaba en el hecho de hablar de nuestras angustias. Cay dejó entrever que se cerraba en sí mismo, o eso interpreté del hecho de que no le gustaba admitir que algo le dolía o recibir preguntas. Asentí, fue el único movimiento que dejé denotar. Por eso yo había optado por disculparme antes de darle la mía, sobre la ausencia en su casa: tuve esa intuición desde nuestra conversación en la sala de arte.

    Allí también me había admitido que algo le dolía.

    Pese a que, tal como expresaba ahora, no le gustaba hacerlo.

    En ese sentido, me aliviaba haber obrado con cautela y, asimismo, saber que Cayden también me tenía la suficiente confianza para abrirse de esta forma. Claro está, esto implicaba ver ciertas aristas de su vulnerabilidad, que me arrojaban cierto desasosiego. Empezando por la noción de “forzar” a los demás a lidiar con emociones que él identificada como desproporcionadas. Pensé en el miedo con el que me había mirado cuando entré a esta habitación.

    Admitió que huía de su casa para evitar preguntas por parte de su familia, sobre la que supe allí mismo sobre unos tíos suyos. Pero el centro de la cuestión, para mí, recaía en la figura de su madre. Desde que Cay dijo que no quería estar en su casa, no pude evitar sentir preocupación sobre la relación que llevaban, si acaso ésta no era del todo buena. De ella sólo sabía que era bióloga, la había mencionado en el primer almuerzo que celebramos tras el campamento. Bien pensado, casi no hablamos sobre nuestras familias, y era esa falta de datos la que necesitaba cubrir para buscar ayudarlo, como fuese, a lidiar con su angustia. Guardé cierta esperanza en el detalle de que Cay elegía desaparecer con tal de no mentirle del todo, pues eso me daba pista de que no faltaba cierto amor allí, sino que existía una distancia invisible y compleja que debía ser resuelta...

    Al menos, ese fue el deseo inconsciente que surgió en mí.

    Habló, entonces, sobre la génesis de su malestar. Trató de ubicarla en el tiempo sin éxito alguno, pero en el proceso me contó algo más: que sus padres se habían divorciado cuando tenía apenas tres años. Me sorprendió que hubiese retomado el contacto con su figura paterna hace tan poco tiempo, aunque sí tuve la decencia de conservar la serenidad en mi semblante mientras escuchaba esta parte de su historia. No hice ningún ademán muy notorio, sólo fui respetuoso oyente, incluso cuando dijo con cierta contundencia que, desde entonces, estaba enojado. Un sentimiento que, junto con la angustia, escondió de los demás.

    No pude evitar pensar en nuestros almuerzos. Las bromas, las confianzas que nos permitíamos, incluso ciertos gestos físicos como las caricias en el cabello. Caí en cuenta de que nos conocíamos aproximadamente desde esa época… Entonces pensé en que este chico, cuando hablaba, a veces dejaba ver cierta sensibilidad. Me parecía… impactante, ciertamente, tener le certeza de que llevaba sufriendo desde entonces, lejos de todos.

    Exhalé por la nariz, en silencio. Fue un suspiro mitigado, con el que me quité de encimas unas pocas porciones de la angustia que me venía acompañando desde anoche, desde que recibí la llamada de Sugino. Desde que me encontré de frente con las lágrimas de Cay, con su dolor terriblemente transparente…

    No.… En realidad, llevaba cargando esto desde la sala de arte.

    Cayden había callado por otro instante. Yo sabía que estaba dispuesto a recibir las palabras que pretendiese decirle, de la misma forma que era consciente de que éstas sacudirían su fuero interno porque, aquí y ahora, estaba muy frágil. Volví a posar la mirada en sus manos… E hice ademán de hablarle, hasta que su siguiente mención me hizo guardar silencio, atento.

    El amor y la sangre.

    Habló de un sentimiento; uno que era imposible limitar, por mucho que nos lo propusiéramos. No existía en es mundo nadie capaz de controlar algo así de grande e incomprensible. Para Cay, creció hasta perder su forma, hasta que el peso rompió la base sobre la que trataba de sostenerse. Yo… asentí sin darme cuenta, comprensivo. Entendía perfectamente el por qué lo planteaba de esa forma, y también las consecuencias que podía traer consigo.

    En fin, en casa conocen a mis amigos más cercanos y tal…

    lo conocen a él…

    A él.

    Mi semblante no mutó en ninguna dirección en específico, me mantuve sereno ante el terrible miedo con el que dirigió los ojos hacia mí. Fue el momento en el que entendía una buena parte de su huida: el miedo comprensible a ser juzgado por su identidad. Me habría gustado esbozar una pequeña sonrisa para tranquilizarlo, pues incluso si me hubiese sorprendido… Tenía el corazón y la mente para aceptarlo. No me contrariaban estas cuestiones que, en verdad, debían otorgar libertad a las personas. Me guardé mi gesto, porque la situación no lo ameritaban. Había mucha intensidad en el miedo de Cay.

    Todo se había mezclado, como dijo él, y estalló.

    Hasta dejar rastro de humo, de incendio.

    Suspiré, sin disimular mi preocupación, al saber que su madre ya no lo esperaba, que uno de sus tíos no le hablaba. Cayden volvió a hablar de forzamiento, algo con la que no estaba plenamente de acuerdo. Para forzar debías imponerte, y no creía que él hubiera querido que las cosas terminaran así. El sólo hablarme del tema demostraba su preocupación. Que le importaba.

    Sus manos seguían temblando, muy ligeramente, en torno al vaso. Las miré un momento; fue esto otro anuncio para Cay, puesto que, acto seguido, acerqué un poco la silla. Tomándolo por los antebrazos lo insté a alzarlas hasta que quedaron a la altura de nuestros pechos, y fue allí cuando imprimí mis dedos sobre los suyos. Así, detuve el temblor, mientras lo miraba al rostro.

    —Aquí no debes sentir miedo, Cay —le dije— No conmigo.

    Esbocé una sonrisa ligera, fugaz, con la intenté reforzar mi punto. Con esto, estaba respondiendo a la mirada que me dirigió cuando se dio cuenta que no había filtrado del todo sus palabras, al hablar de “él”, el amor y la sangre. Acercarme y tocarlo implicaba reafirmar la confianza que nos unía, no dejar espacio para pensar en distancias o cambios en nuestra amistad.

    —Me alivia profundamente que hayas elegido ser sincero conmigo —dije, afianzando el contacto por un segundo, antes de dejar ir lentamente sus manos—. Desde que me contaste sobre la noche en que quisiste llamarme, cuando mencionaste que algo te duele; pensé mucho en la cuestión, sabes. Mejor dicho, me preocupé —alcé una mano, a sabiendas de que la confesión podría provocarle culpa—. Y está perfecto que así sea, Cay. Es normal preocuparse por alguien a quien quieres, ¿no te parece?

    Le sonreí otra vez, más afectuosamente. Aunque, luego, entrelacé los dedos sobre mis rodillas, con una mirada sumamente meditativa.

    —Lo que quiero decir es que… es angustiante darte cuenta del sufrimiento de aquel al que aprecias… pero no tener certezas del origen, del motivo —continué, para luego mirarlo—. Agradezco que me tengas la confianza suficiente para hablarme de estos asuntos que, a mi ver, son tan delicados e importantes para ti. No deja de ser angustiante, pero puedo entenderlo y, sobre todo, acompañarte. Porque algo como esto no deberías cargarlo en soledad ni en silencio…

    >>Ahora tienes, en mí, un hombro en el que apoyarte, Cay. Honraré tu confianza manteniéndome fuerte para ti.

    Me permití una pausa para llenar su vaso nuevamente, esta vez pidiéndole que lo mantuviera firme al momento de servirle. Estuve atento por si el temblor de sus manos persistía.

    —Huir no es lo ideal, mas creo que es una reacción natural. Todos tenemos diferentes formas de hacerlo —continué; no estaba siendo condescendiente, pues Cay se dañaba durante sus huidas, entre el humo y el alcohol; además de terminar en el apartamento de un amigo que, con pesar, juzgaba como cuestionable—. Lidiar con la propia fragilidad es en extremo difícil; asusta ver esas aristas de nosotros mismos. Diría que también evito hablar de mis problemas, con la misma necedad con las que minimizo mis cualidades…Pero nuestros entornos se dan cuenta que algo pasa. Sobre todo las madres. Jamás de los jamases debemos subestimar el poder de ellas —me sonreí, fue un intento por alivianar el ambiente con una broma ligera.

    Desvié la vista hacia la fotografía del escritorio, a mi madre que sonreía desde aquella fracción de espacio y tiempo, con sus suaves ojos aguamarina expresando amor hacia el camarógrafo. Yo les había sacado esta foto.

    —Tu madre… ¿Cómo es ella? —pregunté entonces, regresando la mirada a Cay— Recuerdo que la mencionaste en nuestro primer almuerzo post-campamento, me dijiste que es bióloga.
     
    Última edición: 19 Noviembre 2025 a las 4:35 AM
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    Zireael

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    ya se sabía, no calza en las vibes pero me musicalizó toda la wea
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    ¿Era Hubert la figura más neutral que podía encontrar? Se me ocurrió de pronto entre mis palabras, el vaso de agua, mis temblores y su paciencia. No era ciego ni tonto, por mucho que a veces lo pareciera o me empeñara en no ver, sabía que este niño me guardaba afecto, pero en sí él no estaba cruzado por el desastre. No en su totalidad quería decir. Si debía hablar con alguien, ¿era Hubert el más indicado? ¿Entonces por qué seguía sintiéndome tan incómodo? ¿Por qué abrir la boca se sentía siempre de esta manera?

    A pesar de eso, poco a poco, había sido sincero con él. No por completo, pero era algo. Era mejor que nada, mejor que el silencio en el que me ahogaba y en el que anulaba a los demás sin querer, en mi afán por no alejarlos lo único que conseguía era nunca conectar con nadie. Con Hubert fui honesto por momentos, por partes y así lentamente había podido admitir que habían cosas que dolían, que había querido llamarlo y que, de alguna forma, lo necesitaba.

    Aunque, ¿le haría daño a él también cuando le mintiera?

    No, ya lo hacía. Ya le mentía.

    A él también... ¿Lo perdería antes de tiempo?

    La duda no tuvo la fuerza para sortear más allá de lo que le estaba contando ya, lo de Liam y la salida del armario que para nada planeaba. Era Hubert, me había cuidado con una paciencia infinita, e incluso así tuve miedo, muchísimo miedo. Vi esa emoción reflejada en los ojos ajenos, como un vidrio negro, y aún así no la pude regular como no pude regularla en la sala de música, era cruda y visceral. Me aterró saberme expuesto, la posibilidad de que... el amor de Hubert, como el de todos, tuviese un límite y fuese este.

    ¿Tu amigo el okama está lloriqueando por esto?

    No lo llames así.

    No estoy defectuoso, te lo juro. No estoy defectuoso.

    No me dejes.


    Los recuerdos entrecortados y otros pensamientos rebotaron, necios, y no pude evitar ver que mi incendio había avanzado sin tregua y que este niño estaba cubierto de hollín, que este espacio estaba lleno de humo y cenizas. Pasé saliva, guardé silencio y rehuí su mirada oscura de nuevo, demasiado aterrado ante la posibilidad diminuta de encontrar rechazo en sus ojos. Que la amabilidad de su mirada tomara otra forma, yo no quería... Que los ojos de Hubert me vieran distinto o los ojos de nadie. Temía que entonces no fuese merecedor de su amor.

    Su suspiro me tensó sin que pudiese disimularlo y como no lo miraba no noté el nuevo aviso. Acercó la silla, me hice pequeño en mi lugar al borde de la cama y se me aguaron los ojos contra mi voluntad, el estómago se contorsionó y aferré los dedos al vaso. Sus manos me resultaron tibias incluso sobre la sukajan y lo dejé hacer aunque seguía aterrado, alzó nuestras manos y yo seguí el punto de contacto con la vista, ansioso. Sus dedos eran cálidos y en los restos de mi memoria creí reconocer su tacto en otros lugares de mi cuerpo. El abrazo que le pedí, en la mano que me sostuvo y me acarició hasta que me dormí. Me di cuenta de que no estaba parchando nada.

    No era un parche y eso no me alivió en lo absoluto, no ahora, sobrio.

    Sus manos detuvieron mis temblores y solo entonces pude buscar sus ojos, el intento fue esquivo incluso así, dubitativo y manchado de miedo. No poseía control alguno sobre esa emoción, algo que me frustraba y enojaba casi a partes iguales, porque entre todo pretendía tener el control de lo que me rodeaba. De los potenciales espacios negativos, de los peligros y las mentiras.

    Aquí no debes sentir miedo, Cay.
    No era un parche.

    No conmigo.


    Y era peligroso por ello.

    Honraré tu confianza manteniéndome fuerte para ti.

    Fue una afirmación simple, pero el okama de Kafuku y de los chicos de la otra escuela seguía rebotando, el motivo de mi transferencia también e incluso el Gayden de Alisha. Recordé como pensé que las lágrimas eran aceptables en niñas pequeñas como Bea, pero no en un idiota de dieciocho de este tamaño y que era mejor si me callaba o solo seguía siendo el rebelde de siempre, pero entonces en casa usaba pines para el cabello o me ponía pendientes largos durante las noches o cómo miraba el cabello morado y rosa de Tajima. ¿Tanto temía ser juzgado incluso si luego me llevaba a Ko de la mano por los pasillos y abrazaba a Hubert a los ojos de todo Dios? Era un desastre.

    Hubert le hablaba a mi miedo, pero aunque no pude responderle con palabras, asentí con la cabeza suavemente y suspendí la vista en nuestras manos. El miedo retrocedió, pero ahora me sentía avergonzado a secas y, de nuevo, no quería que me soltara, pero me negué a pedírselo. No encontré las palabras para hacerlo ni la valentía necesaria.

    Es natural preocuparse por alguien a quien quieres, ¿no te parece?

    Sí, pero ahora yo no tenía ni idea del tema Shinomiya, por mi culpa, por mi egoísmo y mi incendio, pero eso no era algo de lo que pudiese hablar. Volví a asentir, todavía con los ojos empañados, y despegué una mano del vaso para enjuagarme la vista y hacer retroceder el cristal. Tenía algo pegado en la garganta, si no lo decía iba a ahogarme.

    —Te quiero mucho —le dije con un hilo de voz—, y quiero ser un buen amigo. Quiero intentar serlo, al menos. Perdona por haberte preocupado al dejarte todo a medias y porque anoche también te debí angustiar muchísimo. Veo cómo me miras-

    Tuve que pasar saliva o habría empezado a llorar de verdad.

    —Y cómo me sonríes y oigo el tono de tu voz al hablarme, veo el aprecio que me tienes.

    El temblor no se me pasaba, pero alcé el vaso que me llenó de nuevo y bebí otra vez buscando acomodarme el nudo en la garganta. Había escuchado sus palabras, le puse atención y usé mis segundos de silencio para regularme de nuevo. A pesar de todo el comentario de las madres era una verdad absoluta y por eso yo huía de la mía, de su mirada, de su amor y su angustia. Me enjuagué los ojos de nuevo y estiré las piernas por el borde de la cama, de forma que doblé la espalda y dejé el vaso de agua en el suelo en un lugar donde no fuésemos a patearlo por error. Hubert había mirado la foto de sus padres.

    Me preguntó por mamá y se me anudó la garganta de nuevo mientras me enderezaba lentamente por temor a botar las tripas aunque el mareo se me iba reduciendo. Con las manos libres las suspendí en mi regazo, jugueteé con mis dedos con ansiedad y miré las manos del niño y batallé con la necesidad de contacto, con el deseo de tocarlo y mi propio egoísmo. Estiré la mano hacia él y retrocedí, avergonzado, sentí el rostro caliente y preferí no pensar en el nivel del sonrojo que tendría en la cara.

    ¿Cómo podía pedirle más de lo que ya me daba? A él o a cualquiera.

    —Mamá es paciente, amorosa y protectora —comencé en voz baja, reiniciando los movimientos ansiosos—. Su carácter es dulce y le gusta que las personas se sientan bienvenidas y tranquilas. Tiene muchísimo amor para dar y es un amor comprensivo y paciente, aunque eso no significa que no tenga un carácter fuerte. Migró a Japón con sus hermanos menores, mis tíos Finnian y Devan, luego de la muerte de mis abuelos cuando los tres eran muy jóvenes todavía y se encargó de cuidarlos.

    Tomé aire, lo solté y busqué mirar a Hubert.

    —Es la mejor mamá del mundo, lo es para mí. Cuando estaba pequeño me llevaba con ella a todas partes, me ayudaba a peinar esta maraña de pelo y recuerdo cómo me abotonaba las camisas. Es una muralla y sé que haría cualquier cosa para protegerme, pero yo también quiero cuidarla a ella. La amo muchísimo. —Tragué con dificultad—. Me conoce como nadie más, sabe incluso lo que nunca puedo decirle y algo en eso me da miedo. Muchas cosas me dan miedo en realidad.
     
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