Los muros lloran. Qué días tan hermosos viví y cuán rápido se fueron.Las risas, la complicidad, los sueños tejidos bajo las sábanas, las promesas susurradas sobre almohadas… Queda solo el eco. Permanece en mis recuerdos más preciados la música de jarana, las tardes soleadas con ropa tendida en el jardín trasero, ondeando al sol; los botones en flor con sus colores vivos y brillantes. La tierra oscurecida tras la lluvia artificial de la manguera. Aquellos vástagos que casi arrancaron, pero que al final convencieron con su verdor y el murmullo de sus hojas al viento, que eran dignos de permanecer; fueron testigos, junto a mí, de la preciosa familia que nos habitó. Pequeña y joven, pero llena de ilusiones. Él, entregado a sus planos y maquetas, midiendo de forma precisa cada detalle, esforzándose día a día. Ella, amable y dulce como pocas, devota a su marido y a su bebé, trabajando desde temprano para mantenerme en orden. Tantos planes. Tantos sueños. Extraño a la señora cantando mientras cocinaba. El aroma de sus guisos, sazonados con ajo, acuyo y epazote. La sensación de limpieza tras el mechudo cargado de lavanda. Aunque afuera hiciera calor, yo mantenía mis muros frescos para ellos. Es una ley no escrita entre nosotras, porque nos habitan decenas, pero me atrevo a decir que era mi familia y la amaba. Qué días viendo al pequeño, cada vez más grandote y rebosante de alegría, con el ocaso en sus mejillas, jugando con sus peluches en la cuna. Sus risas, sus berrinches, sus travesuras. Y, sin embargo, ahora mis muros lloran. Lloran manchados de humedad. Pintados de moho y grafiti, de hollín y dolor. Las cortinas, que antes ondeaban como banderas blancas, hoy son como tapices viejos y ennegrecidos. Tiesos luego de resistir lluvias y temporadas de zafra en un intento inútil por preservar lo poco que queda de ellos. La comida que estaba en la estufa se pudrió. Se llenó de bichos. Se desintegró. Quedó la mancha en las cazuelas y algunas moscas pululando. Los peluches y juguetes yacen empolvados. Juro que lloran cada noche. Esperan ver de vuelta al pequeño que jugaba con ellos, pero sabemos que no volverá. Queda el eco de los gritos y las súplicas. Queda el miedo y la incertidumbre. Queda mi puerta rota y humillada en el suelo. No pude resistir el ataque. No pude proteger a mi familia. Queda la marca de llantas en el pavimento y el murmullo de la gente que vio todo, pero tuvo que callar. Queda el dolor. Quedo yo, marcada por una tragedia que no se borrará, Es por eso que hoy mis muros lloran.
