PARA ELISE Si se afeitó, es lunes. Si huele mucho a perfume, es martes. Si lleva playera y tenis, es miércoles. Si lleva el cabello duro como casco y zapatos bonitos, es viernes. Si viste de negro, es domingo. Por cada cuatro lunes, hay un domingo libre, pero ten cuidado y observa, porque esta regla se rompe tres veces. Doce domingos libres hacen un año. Veltesta, Tretesta y Drittesta prefieren que les acaricies tras las orejas antes que el lomo. Veltesta juega más que Tretesta. Drittesta es más impaciente. A Tretesta le encanta comer. Cuando salgas recuerda el orden: pasillo, sala, comedor, recibidor, jardín. Y cuando llegues al jardín, corre hasta que tus piernas no puedan más. Mamá me hacía repasar aquellas palabras todo el tiempo: si estaba aburrida, si estaba jugando, si me daba sueño… Me dijo que era demasiado importante que lo supiera y me lo enseñó como si fuera una canción. Solo me pidió que no la cantara frente al doctor. Si tu piel se eriza y tu estómago se hace pequeño, hay peligro. Si la casa está en silencio un día que no debe, hay peligro. Si escuchas golpes secos, agudos y fríos, como si golpearas una lámina… Ten mucho, mucho cuidado. Escóndete bajo la escalera. No hagas ruido. Y si te encuentra… «No llores. No grites. No te opongas. Mientras más rápido termine, más pronto se irá», dije para mí misma mientras miraba el rincón con la manta roja. Las cadenas seguían ahí, como si estuvieran tristes. Pensé que quizá la extrañaban tanto como yo, solo que ellas no lloraban. Cuando mamá se fue tenía lágrimas en sus ojitos. Creo que le preocupaba que no me supiera cuidar yo misma, por eso le prometí que sería obediente, que no olvidaría ninguna de sus instrucciones y que algún día saldría de aquí. No sonrió. No dijo nada. Fue como si algo se hubiera apagado adentro de ella. Como cuando las velas se terminan y la flama ya no tiene nada más para quemar. No se parecía a la persona con la que inventábamos historias de viajes por el mundo. No era como la mamá que me hablaba de bosques, ríos, montañas y animales maravillosos. No era la que reía cuando yo le contaba de los animales que quería conocer y que dibujaba para ella. Más recuerdos vinieron a mí, como el día que me habló de los pájaros: el pájaro carpintero, los pájaros pescadores... —¡Mira, mami! — me había levantado con una hoja de papel en una mano y un lápiz morado en la otra. Mamá dibujaba mapas raros. Flechas, rayas, letras que no podía comprender. Los hacía en cada domingo libre, los doblaba con cuidado y luego me los daba para colarlos entre las rendijas de lo que, según ella, solían ser "ventanas". —¡Qué bonita ave! —respondió sin dejar de escribir en los mapas. — Me encantan sus colores, es como un arcoíris. ¿Cómo se llama? —Es un pájaro pintor —dije como si fuera una experta en pájaros pintores. —, cambia de colores cuando canta y hace que todo alrededor se pinte. —Es muy hermoso, Elise. Me abrazó con fuerza mientras lloraba. Las cadenas lastimaban mucho sus muñecas, pero ya antes me había dicho que no me preocupara. Que el dolor se le pasaba. Besó mi frente y peinó mi cabello echándolo hacia atrás, aunque mis chinos siempre han sido complicados y no se quedaban quietos. —Mami, cuando salgamos, ¿podemos buscar un pájaro pintor? —Claro que sí. No descansaremos hasta encontrar uno y verlo pintar todo con su canto. Ya verás. Mi dibujo del pájaro pintor había quedado guardado entre todos los otros dibujos que mamá hizo para mí. Acaricié el cuero del maletín y sonreí mientras recordaba el calor de sus besos y sus caricias. Deslicé mis dedos sobre la placa de metal. —¿Qué dice, mami? — pregunté cierto día mientras mamá caminaba tocando la pared, pero la cadena no le permitía avanzar tanto. —Dice Für Elise. Para Elise. —¿Para mí? —Ahora es tuyo. —me sonrió — Es el maletín en el que solía llevar mis libros de la escuela. Lo traía conmigo el día que... conocí al doctor. Siempre que mencionaba al doctor hacía esa pausa, como si fuera algo que cuesta mucho tragar. Escuché las patas de los perros yendo y viniendo en todas direcciones. Volví a mi realidad. Algún invitado acababa de llegar. —Pase, por favor. Tome asiento de aquel lado. — oí decir al doctor. El rechinido de algo pesado sobre la madera… —Le agradezco, doctor. —era una voz vieja y rasposa. Como cansada — No cualquiera atiende en su domicilio particular… Me apena mucho. Esta persona era diferente a la que había oído los últimos días. Era menos agresiva. Además, hablaba de cosas distintas, como el clima y que si las cosas eran o no "más caras cada día". El hombre de la vez anterior, el agresivo, había llegado preguntando por “Lilian”. Yo conocía ese nombre. Ese señor decía que el doctor había sido el último en verla y que debía saber algo, pero él negaba todo. Sé que el doctor se alteró porque su voz se escuchaba dura, pero no como cuando se enoja. Parecía como si quisiera tapar el temblor en sus palabras, más o menos como hago yo cuando tengo miedo y no quiero que sepa. ¿Quién podía ser tan malo como para hacerlo reaccionar así? En aquella ocasión los perros también se habían puesto agresivos. Ladraban como si quisieran irse sobre esa persona, pero la voz de ese hombre ni siquiera había bajado de intensidad. Me resultaba algo increíble, porque cuando yo vi por primera vez a Veltesta, Tretesta y Drittesta, tuve demasiado miedo. Tienen las orejas picudas como sus dientes, el hocico afilado, el cuerpo delgado y duro… Mamá decía que eran perros muy inteligentes y que no me lastimarían. Ella les enseñó varios trucos: a dar la pata, sentarse, echarse, pararse en dos patas… Aunque el doctor los dejaba con nosotras para asustarnos, mamá nunca se dejó de ellos. Ni dejó que me hicieran nada. Me divertía mucho jugar con los tres cuando el doctor se iba y los dejaba encerrados con nosotras. Mamá me enseñó a darles órdenes. Mi favorita era “aquí”, porque corrían hasta mí sin importar lo lejos que estuvieran y se ponían a mi alrededor. Era como jugar al escondite con ellos. Me daba la impresión de que sonreían cuando tenían su lengua larga de fuera. Pero no jugaban con el hombre de la voz dura. El hombre que nos visitaba ahora tosió con fuerza y luego se disculpó. Los perros jadeaban con alegría. —Son unos canes hermosos. —seguía diciendo el hombre amable— De campeonato, sin duda. A veces venía gente así, hablando bonito del doctor y sus perros. Decían que el doctor era muy bueno y que los perros eran muy obedientes. Tanta gente que llegó a pasar tan cerca de nosotras… Y nunca, ninguna de ellas, se dio cuenta de que estábamos aquí. Alguna vez mamá intentó gritar por ayuda, pero nos fue muy mal. El doctor la golpeó tanto que no pudo moverse por muchos lunes. No… por muchos domingos libres. Tenía su rostro muy hinchado y le dolía moverse. Después de eso, aunque la inflamación bajó y su piel volvió al color normal, jamás pudo ser la misma. Le daban ataques de frío. Se estremecía sin importar que la abrazara con todas mis fuerzas. Comenzó a ponerse muy flaquita y unas sombras se pintaron bajo sus ojos. Elise… No creo que llegue al último domingo del año. Necesito que seas fuerte y no te rindas. El mundo allá afuera es precioso y hay gente esperándonos. Papá y mamá, tus abuelos, deben seguir buscándome. Querrán conocerte. Prométeme que vas a ser fuerte y vas a salir de aquí en cuanto veas la oportunidad. Eres Elise Castillo, hija de Lilian Castillo. Repítelo cada día para que no lo olvides. Los días pasan muy lentos. Desde que mamá se fue, el doctor me alimenta todos los días. No siempre está rica la comida, pero es mejor que aguantarse el hambre. Y si no me gusta, se lo doy a Tretesta. Es viernes. Hoy el aire se siente cargado de algo… Como cuando frotas una cobija en tu cabello y se levanta, pero en todo el cuerpo. Escuchó un auto llegando. Su sonido es diferente a los que he oído antes. Los perros ladran como locos y escucho los pasos del doctor yendo apresurados de aquí para allá, seguido por el golpeteo de las uñas de sus tres mascotas. Chillan de vez en cuando. Están asustados, puedo notarlo en su tono. Siento mi estómago hacerse pequeño… Quizá el día ha llegado. Corro a levantar el maletín. Me aseguro de tener todos los dibujos y notas de mamá en él. Me escondo bajo la escalera. —¡Salga con las manos en alto! —¡Es el hombre enojón! Reconocería su voz en cualquier parte. Está más furioso que nunca. No viene solo, se escuchan más pasos. Demasiados. —No me van a llevar. No vivo, al menos. —dice el doctor. Escucho un ruido diferente, como un click metálico. Algo que parece pequeñito, pero peligroso al mismo tiempo. —¡Veltesta! ¡Tretesta! ¡Drittesta! Los perros corren hacia la entrada de la casa, escucho sus pasos y sus gruñidos. La puerta se abre con un golpe que deja eco por cada rincón. Y entonces... Golpes como de lámina. Fríos, secos, agudos… Van en todas direcciones. Mi corazón comienza a latirme en las orejas y el cuello. Mis manos se ponen heladas. Mi piel se eriza. Uno de los perros chilla, luego otro y otro. Alguien abre la puerta y baja por las escaleras muy lentamente. Yo sigo escondida, abrazando el maletín de cuero. Veo a un hombre que lleva una de esas cosas como la del doctor, eso a lo que mamá llamaba “pistola”. Aguardo en silencio hasta que deje libre el paso y me escabullo de puntitas. La madera rechina en el último escalón, cuando casi he llegado a la puerta. El hombre se gira hacia mí apuntándome con esa cosa y salgo corriendo. Corro. Corro con todas mis fuerzas. Aunque jamás había pasado la puerta, me parece todo tan familiar… Es como en los dibujos de mamá, exactamente las mismas decoraciones, los colores, el mismo orden: pasillo, sala… ¿Tretesta? Lo veo tirado en un charco gigante de sangre oscura. Me detengo sin darme cuenta. Levanto la vista... Más adelante está Drittesta. Más a la orilla está Veltesta. Drittesta es el único que todavía se mueve un poco. Respira agitado y chilla. —¡Niña! — se asoma el hombre enojón. Tiene pelo en la cara, como el doctor. Los hombros más anchos, es más alto y joven. Y, por supuesto, debe ser más malo también. El doctor jamás ha herido a sus perros, pero este hombre no se ha detenido un segundo a pensar en que los lastimaría. —¡Elise! —Me grita el doctor, oculto detrás de una silla enorme, blanca y acolchonada. Está de rodillas, con su pistola en las manos. Si el doctor le tiene tanto miedo como para esconderse es porque debe ser un monstruo peor. Vuelvo a correr con todas mis fuerzas, abrazando el bolso de mamá. Cruzo lo que falta: comedor, recibidor, jardín… La luz es demasiado intensa. Me lastima los ojos. El foco de la habitación donde vivía jamás habría iluminado con tanta fuerza. No puedo seguir corriendo. Me cubro el rostro. Siento ganas de llorar… Entonces escucho el canto de las aves y siento un aire fresquito que me revuelve el cabello. Siento cosquillas en los pies… ¡El suelo es verde y peludito, como mamá lo dibujaba! Levanto la mirada: todo es enorme. Lleno de verde, azul, amarillo… ¿Es lo que mamá llamaba “bosque”? Los árboles hacen ruidito cuando el aire se mueve entre ellos. —¡Elise!— escucho al doctor llamándome poco antes de que suenen otros dos golpes de lámina. No alcanzo a voltear cuando algo me empuja con tanta fuerza, que me voy de frente contra el suelo. Mi pecho comienza a sentirse caliente, muy caliente… Corre algo que pronto se extiende por todo mi cuerpo. Un zumbido en mis oídos. Después, silencio. Y luego, sin más, me siento muy tranquila. Me levanto y no me duele nada. Mi vestido está más limpio que como lo recuerdo. Mis pies tampoco están sucios, ni mis manos. Cuando miro a mi alrededor, todo es más inmenso brillante, pero ya no me lastima los ojos. Escucho un canto muy hermoso, casi mágico. ¡Pájaros pintores! ¡Están cantando y pintando los árboles! Cambian el color de sus plumas según su canto. Me rio porque sí existen, ¡y yo que pensé que me los había inventado! Sigo girando sobre mis talones y observando cada cosa tan hermosa… Hasta que veo una sombra hacerse más y más grande. No tiene forma, solo ojos y la voz del doctor. Quiere alcanzarme. Estira lo que parece una mano con uñas largas. —¡AQUÍ! — grito antes de poder entender lo que pasa. Veltesta, Tretesta y Drittesta aparecen junto a mí, le gruñen a la sombra-doctor. Le ladran hasta que se hace tan pequeña que desaparece. Abrazo a los perros, mis buenos amigos. Me hace tan feliz verlos a salvo. Chillan asustados. Me lamen la cara. Intento tranquilizarlos. —Elise… Esa voz… Conozco esa voz. Es dulce, melódica, llena de amor… —¿Mamá? —Escapaste. Ella está aquí, tan hermosa y perfecta como jamás antes la había visto. Sin las sombras oscuras bajo sus ojos, sin la mirada triste, sin las marcas moradas en su cuerpo… Me sonríe. Corro a sus brazos y la aprieto con fuerza. No quiero que vuelva a irse. No puedo contener mis lágrimas. —¡Mamá, te extrañé! Ma, ¿viste los pájaros pintores? ¡Eran muchos! — tantas cosas que quiero decirle… Pero hay una que me preocupa más —Mamá, ¿podemos quedarnos con los perros? Están muy asustados. ¡Prometo que serán buenos y que yo me haré cargo! Ella me sonríe y me acaricia el rostro. Peina mis chinos hacia atrás y besa mi frente. Mueve su cabeza de arriba abajo, me toma la mano y caminamos. Solo caminamos. Los perros nos siguen, moviendo sus diminutas colas. No necesito nada más. No sé a dónde voy, solo sé que estoy con mamá y que no hay cadenas, ni oscuridad, ni dolor.
¡Buenas! Vi el prefijo de suspenso y me asomé a ver qué se cocía por aquí. Debo decir que me ha gustado mucho tu forma de narrar esta historia. Elegir hacerlo desde la perspectiva de una niña siempre es un recurso muy bueno para evitar dar muchos datos y dejarlo todo en un espectro más ambiguo. Aparte te hace empatizar más con su situación y velar porque todo salga bien y pueda estar a salvo para ver sus queridos pájaros pintores. Me rompió el corazón saber que su madre no pudo aguantar lo suficiente para salir con ella, pero a su vez me hace admirar aún más la fortaleza que tienen las madres para velar por la seguridad de sus hijos más que por la suya propia. Que le diese las instrucciones a seguir para sobrevivir y escapar cuando llegase la policía como si fuese un juego de niños... brillante. Tengo muchos sentimientos encontrados con el final. Deseaba con todas mis fuerzas que al menos la niña viviese, que encerrasen al doctor como se merecía y que ella pudiese vivir su vida por las dos. Que también muriese me hizo sentir como que todo el esfuerzo de la madre durante todos esos años no sirvió para nada. Aparte siento que si viese a su niña en el cielo no se alegraría, se entristecería porque aún no era su momento. Ella quería que viviese. Pero al menos están ahora todos juntos, hasta los perros maltratados, y podrán ser felices sin la influencia del doctor. Solo espero que él de verdad pague por todo lo que ha hecho. Es menos de lo que se merece. En cualquier caso muy buena historia, ha sido muy interesante de leer y me has tenido enganchada de principio a fin por saber qué pasaba. Espero que subas más de tus historias por aquí, ¡un saludo!
Muchas gracias, Andysaster Me alegra mucho saber que te ha hecho sentir algo. Es, hasta ahora, el escrito que más me ha gustado entre los que he trabajado en el taller. Ojalá los próximos escritos también sean de tu agrado.