Sala de arte

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Bruno TDF

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    Procuré ser claro al hablarle de la cuestión de los mensajes, con la intención de que no percibiera límites propios o ajenos al momento de querer contactarme. Quise dejar establecida una parte de la dinámica que conformaba nuestra amistad. Lo que buscaba era, precisamente, otorgarle un lugar conmigo en donde pudiese sentirse en paz. Era tan natural mi tendencia a realizar esta construcción en mis relaciones, que la mayor parte del tiempo no lo advertía conscientemente. Tan sólo fluía a mí manera, sin detenerme a pensar en los alcances del ser que era centro de mi personalidad.

    Ambos estábamos atravesados por palabras de Katrina Akaisa y, curiosamente, fue en nuestras sonrisas donde susurraron desde el fondo de nuestros pensamientos, dibujando ondulaciones en el océano mental. En mi caso, las sentí como un eco lejano al notar cómo Cay relajaba sus facciones y en la forma en que algo cambiaba en su expresión. Adquirió un tono más sosegado, suave, e incluso percibí que contenía un dejo de vergüenza, lo que me resultó tan intrigante como entrañable. Además de eso, me pareció que, en el instante previo a mi agradecimiento por el jugo, una pregunta suya quedó a merced del silencio.

    El hecho de que me hiciese girar para posteriormente llevarme por los hombros me recordó, no sin cierta gracia, al día que conocimos a
    Ilana, pues me había guiado de la misma forma hacia el pasillo. Me dejé llevar, lo que a su vez demostraba confianza. Fui apartado de la ventana y recorrimos el ínfimo trecho hasta la mesa de los bodegones; en el trayecto me respondió que le gustaba el jugo de uva, dato que registré con un asentimiento de cabeza. Entonces se produjo el silencio tras detenernos frente a la mesa, pero las manos de Cay continuaron afianzadas sobre mis hombros y yo, por algún tipo de intuición, opté por no girarme enseguida. Supe que en algo estaba pensando, así se percibía en el ambiente, ante lo cual lo dejé meditar sin presiones.

    Que había estado por llamarme una noche, dijo, porque no se sentía bien.
    Se frenó porque le resultaba extraño.

    Me volteé serenamente al percibir que sus dedos abandonaban mi cuerpo, quedando enfrentados. Negué con la cabeza, en un movimiento casi imperceptible, al escucharle decir que temía despertarme y hacer que fuera a buscarlo. Era un hecho, que si Cay me hubiese llamado, la urgencia, la angustia, habrían sido inevitables. Y con igual certeza, se habrían tratado de sentimientos lógicos y naturales. ¿Cómo no habría de preocuparme por él? ¿Por qué se suponía que mi bienestar, en un momento así, era más importante que el suyo? No obstante, saber que había llamado a otro amigo me hizo liberar sutilmente el aire, desinflando mi pecho.

    Conociendo tal detalle, me pude permitir una sonrisa modesta cuando me dio las gracias por lo que le dije antes, en sí me gratificó lograr dejarle claro que podía escribirme cuando quisiese, cuando al momento de decírselo no sabía lo de su incidente. Mantuve la expresión serena, también cuando me agradeció por ser su amigo. Pero vacilé un poco ante la expresión de que me había ganado su cariño muy rápidamente. No perdí la sonrisa a pesar de todo. En su lugar, mis ojos encontraron el suelo y, sin darme cuenta, me rasqué la mejilla con un índice.

    —Soy yo quien está agradecido —dije con sinceridad.

    Alcé la vista frente a su suerte de anuncio, viéndolo extraer de su respectiva bolsa una caja azul decorada con un lazo plateado, en el que además se presenciaba un papel con una cita escrita a mano. Mi sonrisa se amplió involuntariamente apenas noté que se había tomado el tiempo de buscar stickers de estrellas y planetas. Me habría encantado sentirme sorprendido por el presente, puesto que nuestros últimos intercambios de mensaje ya habían sido una clara anticipación de lo que se vendría más pronto que tarde. Aún así, se percibía en mi rostro una sutil señal de complacencia. No sabía si me alegraba el regalo en sí mismo o los detalles específicos en los que Cay había pensado, como los stickers y la cita literaria. Los bombones también se veían apetecibles, el aroma del chocolate deleitaba mi sentido del olfato.

    Fue cuando recibí el señalador de Jupiter, que la sonrisa me entrecerró los ojos y el entusiasmo surgió, aunque no intenso, con una claridad más visible. Tal fue la emoción, que mi comentario escapó en mi lengua natal.

    Jag älskar det.

    Lo dejé cuidadosamente sobre la mesa para, en esta ocasión, tomar el papel entre mis dedos y leer la cita literaria, donde el amor era puesto en relación con la sangre, lo que me hizo pensar en heridas abiertas. Al mismo tiempo, Cay me arrojó una reflexión en la que habló sobre las nuevas experiencias en un tono similar, en relación al acto de sangrar. Dijo que sólo lo que corría por nuestras venas nos otorgaba la valentía para saltar de las torres y dejar las cuevas atrás. Asentí sutilmente, pensando que quizás tuviera razón.

    Pues seguía tratando de aprender algo del río de sangre que brotaba de mi pecho.

    Y de los errores cometidos aquí mismo, en esta tierra tan lejana a mis cuevas.


    —Suena doloroso —convine, un poco en broma—. Pero cierta persona que conocemos me enseñó que el dolor es la oportunidad de alzarse y perseverar. Quizá la fuerza no surge sin un poco de sangre.

    Era una metáfora a las heridas y nuestra capacidad de cerrarlas, suponía. Si Cay le otorgaba una interpretación distinta, sería igual de válida. Era el encanto de las expresiones literarias, tomaban formas distintas en el mar de personas y experiencias. En el océano de pequeños universos.

    Sin decir nada más, esta vez fui yo quien introdujo la mano en su bolsa. Se escuchó el quejido de la bolsa de papel madera, donde saqué la caja que había preparado para él. Era plana y rectangular, a la que había forrado con un papel que representaba imágenes de un cielo galáctico, repleto de estrellas salpicadas de nebulosas. La imagen tenía cierto realismo, por lo que un poco se sentía como sostener una porción del universo en tus manos. El lazo era blanco. El interior, por su parte, contenía ocho bombones con forma de estrellas de cinco puntas, que me habían quedado muy bien logradas. La mitad tenían rellenos de café, la otra de caramelo; había buscado ingredientes de calidad, con la esperanza de lograr un sabor que satisfaciera los gustos de Cay.

    Le extendí la caja, a la espera de que la recibiera. Sonreí al recibir sus ojos, sereno.

    —Cay —le dije—, agradezco a la casualidad, al destino o a lo que fuese; haber coincido en el mismo grupo de la prueba de valor. Quién sabe cuánto habríamos tardado en conocernos, cómo habrían sido las cosas; o si, directamente hubiese pasado. Pero me alegra estar aquí, en presencia de un amigo al que aprecio tanto.

    Apoyé una mano en su hombro. Al principio apoyé los dedos delicadamente, al instante hundí las yemas con cierta firmeza.

    —No te voy a preguntar qué te ocurría esa noche —continué, algo más serio—. Pero, por favor, la próxima vez que te sientas mal, llámame. Despiértame. Dame la oportunidad de estar para tí.

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    Si bien Katrina me había buscado las cosquillas, nuestro tira y afloja había sido más basado en mis reacciones que en las palabras como tal, pues ella conocía a sus bestias. No me dijo a mí nada complicado como lo que le soltó a Hubert y aún así ambos habíamos sido perforados por los fragmentos de una de sus bombas, una que siquiera producía sonido al ser detonada. La condenada sabía dónde golpear, justo como Arata, incluso si sus aproximaciones eran abstractas.

    Las muestras de confianza que este muchacho me otorgaba no ayudaban tampoco, pues la cercanía colisionaba con su inminente regreso a su país y la nueva distancia con que, tarde o temprano, debería lidiar. No sería mi primera vez y no por ello la herida dejaba de escocer, una herida que se negaba a cerrarse y que a veces sangraba a borbotones. Ya lo había dicho Arata.

    No era bueno manteniendo contacto con aquello que no podía tocar.

    En cuanto aparté el tacto de su cuerpo él se giró, por lo que quedamos enfrentados y su negativa silenciosa me hizo más consciente de mi vergüenza, de lo mucho que me preocupaba pedir ayuda y refugio. El golpe en mi cara había sanado sin que mi familia lo notara, pues me había escondido de ellos hasta que la mancha se desvaneció, y cuando Ko apareció enviado por Anna saberme visto por él fue... Extraño y consolador a la vez. No podía entender cómo algo podía doler y aliviar al mismo tiempo.

    Sin embargo, llevaba sintiéndolo mucho tiempo.

    Por eso no podía trazar límites claros.

    Le di las gracias al niño y le dije lo del cariño, supuse que no se lo esperaba, porque sus ojos viajaron al suelo y lo vi rascarse la mejilla; era un hábito suyo, una especie de contención o gesto pensativo, puede que ambas. Me causó algo de ternura y lo que dijo finalmente me hizo ensanchar la sonrisa como toda respuesta antes de sacar su regalo. La sorpresa se había perdido por las preguntas aunque parte de ellas no eran para mí, pero a pesar de ello creí percibir la complacencia o el gusto en sus facciones. Al recibir el separador fue que la emoción fue más notoria en el siempre tranquilo Hubert y me descubrí a mí mismo repasando su rostro; la oscuridad de sus ojos, el puente de su nariz, cada pestaña.

    Habló en sueco.

    Suavicé los gestos una vez más, siquiera lo noté, y fue porque yo mismo comprendía el asunto. A pesar de haber sido criado en este país, aprendido el japonés como todos los otros, era en el inglés de mi hogar en el que expresaba mis emociones más sinceras. Amor, furia, miedo, deseo. En inglés me confesaba y en japonés, a veces, sentenciaba.

    —Porque lo es —convine a su apunte sobre el dolor a pesar de que tenía pinta de broma y me permití una risa sin gracia después, al escuchar el resto de lo que dijo. Dolía, sí, ¿pero habría cambiado mis decisiones para evitar este dolor? No lo creía. Sangraría de nuevo hasta volver aquí y eso era desde estúpido hasta la mayor muestra de lealtad en la que podía pensar—. No sé hasta dónde me alcance la perseverancia a veces, pero supongo que eso solo significa que debo descansar y... Quién sabe, cambiar mis aproximaciones. No gana el que se mueve primero, ¿cierto? Gana el que sabe cómo hacerlo.

    Suspiré al concluir la idea y seguí el movimiento de Hubert con el que sacó algo de la bolsa también. Recordé mis pensamientos estúpidos de ayer, su autocompasión tóxica y todo lo demás, ¿cómo había podido olvidar así nada más nuestro intercambio? Sacudí el pinchazo lejano de culpa, también intenté sacudir la preocupación que no me abandonaba, y estiré las manos para recibir el pequeño universo que este muchacho estaba entregándome.

    Noté mi propia emoción, la ilusión que me hacía el obsequio, y antes de abrirlo atraje la caja a mi pecho con cuidado de no moverla de más y hacer pelota los chocolates ni el lazo de encima. No me atreví a mirarlo, me dio ansiedad la transparencia de mis propias emociones y quizás por el revoltijo de todo, de ayer, de los mensajes de Arata y del regalo en sí mismo me quisieron arder los ojos.

    Volví a sostener la caja como correspondía y la abrí con cuidado, notar las estrellas junto al olor del chocolate, el café y el caramelo me sacó una risa que también fue distinta. Fue nítida, genuina y casi infantil, repicó en mis propios oídos mientras observaba las estrellas de cerca y la sonrisa, amplia, me iluminaba el rostro. Cuando me llamó atendí a sus palabras aunque seguía mirando los chocolates y sus palabras, de nuevo, quisieron aguarme los ojos y tuve que parpadear un par de veces para evitarlo.

    Cerré la caja con delicadeza, sentí su mano en mi hombro, primero delicado y luego algo más firme y volvió a hablar. Bueno, ¿y este ataque? Sus palabras rebotaron, hicieron eco y zarandearon las paredes de la cueva en la que, de nuevo, me había sumergido buscando sanar. Pero la sangre brotaba, me empapaba y parecía no poder detenerse. Entre la oscuridad y los cientos de ojos en las paredes, una parte de mí mismo habló en otra frecuencia, fue claro y demandante.

    ¿Por qué estás tan aterrado de pedir más?

    ¿No lo mereces tanto como cualquier otro?

    Miré mi regalo, el pequeño universo, y pensé en la calma que me prestaba este chico y en el afecto que comenzaba a mostrar en sus acciones y sus palabras. Me quedé unos segundos solo existiendo y deposité mis chocolates de regreso a la mesa con cuidado; todavía sentía los ojos un poco aguados y de repente el cansancio del desvelo y el resto de cosas me alcanzó multiplicado. Dudé de forma visible, pero alcancé su cuerpo de nuevo, deslicé los brazos por encima de sus hombros y los enlacé tras su nuca, me las arreglé para medio esconder el rostro entre mi propio brazo, el hueco cerca del cuello de Hubert y su mata de pelo.

    —¿Puedo quedarme un momento así? —murmuré y cerré los ojos.

    Fue contra mi voluntad como un buen porcentaje de mis pensamientos, pero recordé los comentarios en la otra escuela y de alguna forma llegué a sentirme aliviado al saber que Hubert, aunque parecía no estar acostumbrado, me permitía ser afectuoso con él sin prejuicios aparentes de por medio. Al menos aquí, de cierta manera, era algo más libre casi tan libre como me había sentido en el Hibiya en su momento.

    Recordé mis primeros chispazos de curiosidad, de duda, y como fueron creciendo hasta transformarse en certezas y, a la vez, me permitieron soltarme de algunas cadenas. Por eso ahora quería abrazar a este chico y podía hacerlo y ahora estaba dando el paso diminuto para poder pedirle afecto expresamente. Algo en estos pedidos, como aquel de la azotea, sanaba pequeños fragmentos heridos de mí mismo.

    Los que temían ser abandonados por ser demandante.

    O juzgados por ser un desviado.

    Con este montón de cosas no pude hacer más que quedarme abrazando a Hubert, absorbiendo su calma, y cuando reajusté un poco mis posición fue para alcanzar a dejarle un beso cerca de la sien. No pretendió nada tampoco, fue solo afecto genuino, y regresé a mi pequeño refugio.
     
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    Cayden reafirmó la conexión del dolor con la sangre, en un tono que no se equiparaba a la pretensión de broma con la que había realizado tal apunte. El sonido de su risa, carente de gracia alguna, me llevó a adquirir una postura más atenta al momento de oír lo que tuviese que responderme, puesto que me habían quedado claras la seriedad y la profundidad que el tema parecía tener para él. Pensé en la cita que había elegido para acompañar mis bombones y fui más consciente de que se trataba de una pista sobre toda una vida, de las experiencias que lo habían definido y traído hasta aquí. Experiencias que golpeaban, hacían brotar la sangre y que en ocasiones exigían la valentía (o temeridad) de saltar al vacío. Lanzarnos fuera de nuestras cuevas. Bien lo había experimentado yo, en mis carnes y en los hilos que tejían el alma.

    ¿Cuánto dolor y sangre habían traspasado a la persona frente a mí?

    Que dudara de los alcances de su perseverancia me sugirió cansancio, aquel que sobrevenía frente una lucha constante, de esas que parecía no tener fin. Escuchaba a Cayden con suma atención, observaba el más mínimo vaivén de sus ademanes y los interpretaba, con lo disponía de mi lado. Hubo una afirmación sutil de mi parte, con la que respondí a su consideración de que tal vez debiese tomar un descanso; a pesar de todo, tenía claro que decir eso era más sencillo que su realización, sabiendo que nuestra conversación apuntaba a algo que iba más allá de la lucha física. Habló de aproximaciones, pero fue en su frase final donde me sonreí apenas, sin perder la seriedad.

    La noción de ganar a través de movimientos hábiles, más que primerizos; me hizo pensar en piezas sobre un tablero, lo que a su vez me retrotrajo a la charla con Altan y sus hilos de telaraña… Debí reprimir un suspiro: no nos habíamos vuelto a encontrar desde entonces, y tenía claro lo complicado del asunto. Pues pensar en él me llevaba a la figura de Anna, sonriendo alegremente junto a la fogata, y en la manera tan lamentable con la que había respondido a su acercamiento.

    Seguía sin disculparme, p
    orque la vergüenza y la pena me paralizaban.

    La condenada parálisis.

    Otra vez.

    —Tomar un respiro es esencial, hasta diría que obligatorio —afirmé, anulando los pensamientos como pude—. Llegan momentos donde la sangre es tanta, que hace falta detenerse. Pero estas pausas, quiero creer, también son las que nos ayudan a vislumbrar alternativas, otros modos de realizar las aproximaciones que dices. Pero lo más importante… es que el descanso no se convierta en parálisis.

    Lo último lo dije cerrando los ojos con cierta solemnidad, acción que respondió, más bien, a la necesidad de que no se notara la pena que estuvo a punto de alcanzar mi mirada. Me obligué a liberar aire por la nariz, suavemente, recobrando enseguida la compostura que ameritaba lo que se venía a continuación. De mi bolsa saqué el fragmento de universo que había preparado para él, que representaba la gratitud que profesaba a nuestra amistad. Entonces, observé.

    Una refrescante oleada de emoción e ilusión asaltó a Cay, se vio claramente en su cuerpo y sobre todo en su semblante, donde llegué a ver cómo el ámbar de su mirada parecía brillar con luz propia antes de que lo perdiera de vista. Sus ojos pronto habían escapado de mí, lo que, contrario a incomodarme o hacerme sentir compungido, me sacó una sonrisa ligera. Por lo general, veía a Dunn el más desenvuelto de los dos, por lo que notarlo así resultaba ciertamente novedoso. Cuando vi cómo abrazaba la caja contra su pecho, mi gesto se ensanchó inconscientemente, pues me hizo sentir ligeramente enternecido. Lo mismo seguí pensando cuando miró las estrellas de cerca y al escuchar su nueva risa, que fue más pura que la que había soltado antes, y un poco se me contagió al escucharla, pero disimulé la mía como mejor pude.

    Su alegría era muy transparente, rozaba la inocencia de un niño.

    Aproveché un momento para hablar, para agradecer su amistad y transmitirle, justo como hizo él hace unos momentos; mi propio aprecio, que bien podía equipararse a su cariño. Cayden no dijo nada, pero percibí que la emoción lo estaba traspasando por otros senderos, más emocionales, y yo simplemente aparté trainquilamente la vista, para que no se sintiera demasiado expuesto ante mi atención.

    Sin embargo, sí opté por decirle que podía contar conmigo siempre que lo necesitase; cuando lo hice, toqué su hombro, con la idea de que eso representara no sólo un gesto de apoyo, sino también un puente seguro. El tema era de vital importancia para mí porque, precisamente, involucraba a alguien que se había ganado mi afecto.

    Podía venir a mí, al espacio de paz que construí para él.

    No dijo nada. Los segundos transcurrieron en un silencio que quiso ser largo. Bajé lentamente la mano que había apoyado sobre el hombro de Cayden, respetando el tiempo que se estaba tomando para procesar mis palabras. Luego, dejó su fragmento de infinito estelar sobre la mesa, no se me pasó por alto el cuidado con el que lo hizo, incluso en un momento donde la emoción lo tenía embargado. También noté con claridad su momento de intensa duda, lo que me hizo preguntarme si estaba considerando… hablar de lo que lo hacía sangrar, quizás.

    Pero, cuando quise darme cuenta, sus brazos se estaban deslizando por los costados de mi cuello, rozándolo.

    Era especialmente sensible en esa zona, por lo que el roce previo al abrazo hizo que un latido brincara dentro mi pecho. El chico se pegó nuevamente a mi cuerpo, rodeándome por la nuca a la vez que escondía el rostro; me pareció sentir su aliento entre mi cabello, cosquilléandome la piel. Tal vez debería haber anticipado algo como esto, atendiendo a la señales previas y, sobre todo, a la sensibilidad que Cay siempre había demostrado. Por algunos segundos me quedé con los ojos más abiertos de la cuenta, las manos en el aire.

    Fue su pedido lo que finalmente me hizo reaccionar. Desinflé los pulmones en otro suspiro y asentí, en un movimiento imperceptible a simple vista, pero que él notaría claramente debía a esta cercanía.

    —Todo lo que necesites, Cay.

    Lo envolví como la vez anterior, con algo más de naturalidad y mayor seguridad al momento de corresponderle el gesto, movido para la sensación de que me necesitaba. Inclusive, movido por una mezcla de intuición y afecto, me permití deslizar unas caricias por su espalda, en lugar de torpes palmadas. Aunque saltaba a la vista que no estaba acostumbrado a este tipo de aproximaciones, mi experiencia no era para nada nula y entendía que algo así tenía el poder de relajar. Al menos, era lo que a mí me ayudaba: sentirme contenido.

    El beso en la sien, sin embargo, rompió momentáneamente el movimiento de las caricias. Dejé la mano detenida en la espalda de Cay, cohibido por lo que acababa de ocurrir. Podía fluir ante muestras de afecto como caricias en el cabello o que me tomaran de la mano; pero, si los abrazos en sí mismo me implicaban cierta cuota de energía para asumirlos, los besos, aún inocentes, eran un asunto que iba más allá. Mi mente se trasladó al día de ayer, al calor de los labios de Verónica en mi mejilla. El recuerdo de aquel beso y la sensación del actual se mezclaron, poco faltó para provocarme un rubor.


    Observa las reacciones de tus espectadores ante tus gestos de amabilidad
    y allí encontrarás un diminuto reflejo de lo que te hace especial.

    Suspiré y retomé las caricias. Hubo un momento de silencio.

    “Si encuentras a una persona así, alguien a quien puedas abrazar y con la que puedas cerrar los ojos a todo lo demás, puedes considerarte muy afortunado. Aunque solo dure un minuto, o un día.” —recité calmadamente— Es una cita de una novela, El nombre del viento, que le gusta mucho a mi madre. La recuerdo perfectamente porque me la dice de vez en cuando, siempre que me abraza —me reí por lo bajo y volví a suspirar; detuve las manos sobre su espalda—. No puedo ver tu rostro, pero… si ahora mismo estás con los ojos cerrados y el mundo ha entrado en pausa, aunque sea por un segundo... Entonces sé que yo también podré sentirme tranquilo.

    >>Min vän elevé una de mis manos, con la que deposité suaves caricias en los rizos de su coronilla— "Amigo mío", en sueco.
     
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    tengo que usar una de las canciones que más me hace llorar, lo siento (?

    CaydenDU.png

    Puede que lo mejor hubiese sido seguir con el tinte jocoso del comentario de Hubert, pero entre todo había elegido la cita porque me hacía pensar en nuestra charla de hace un tiempo atrás y sabía que la noción de la sangre, de cierta forma, no era importante solo para mí. Este chico con su amabilidad sin descanso y su calma había sangrado como todos los demás y esperaba, de alguna forma, que encontrara un sentido en sus heridas.

    Porque a veces yo no lo encontraba en las mías.

    ¿Cómo era esa frase random de Instagram? A veces los sufrimientos son solo sufrimientos. No te enseñan ninguna lección, no contribuyen a ningún crecimiento. Quizás fuera mortalmente cierto, pero en la búsqueda de sentido se evitaba caer en la desesperación, el asunto yacía en que el impulso por formar algo con lógica se agotaba tarde o temprano. Todo se agotaba y no quería aceptarlo, que yo mismo estaba consumiéndome. Que puede que nada se solucionara descansando, solo cortando todo de tajo y arrojándolo a la hoguera.

    Mi frase de los movimientos hizo sonreír a Hubert, aunque no me detuve a imaginar por qué, y de por sí el chiquillo pronto me respondió que tomar un respiro era esencial aunque aquí estaba yo pensando en algo que no podía hacer: desligarme. Tenía razón, a veces el desastre de sangre era demasiado y había que detenerse, pero hasta entonces no me había permitido sentarme en soledad con mis propios pensamientos. Seguía avanzando, esperando olvidar el acumulado de errores o matarme en el proceso.

    Que el descanso no se convirtiera en parálisis.

    ¿Entonces qué? ¿Me largaba de aquí como un loco y luego qué?

    Pude ahogar esos pensamientos con el regalo de Hubert, en la genuina alegría que me causó y como allí, en esos breves instantes, pude borrar todo lo demás que sentía a la vez. El niño me esperó con la paciencia de un santo, la paciencia que ya no sabía si merecía de alguien, e incluso así quise aferrarme a sus palabras, aceptar lo que me ofrecía... pedir algo de él.

    Luego de abrazarlo se quedó suspendido algunos segundos, fue después de que le hablé que reaccionó. Lo oí suspirar, sentí como asintió con la cabeza y sus palabras, aunque sencillas, siguieron apuntando a mis grietas. Me envolvió con los brazos, sentí que me acariciaba la espalda y noté como mi cuerpo se aflojaba, contenido en ese abrazo. En este refugio.

    —Gracias —susurré.

    No pasé por alto que el gesto se detuvo cuando le dejé el beso en la sien, creí haber roto un límite, pero él suspiró y reinició las caricias, borrando mi miedo al menos de forma temporal y me quedé como estaba. Lo habría soltado, era mi intención, pero el calor de su cuerpo era reconfortante y... habló de nuevo. Era una cita, lo asumí incluso antes de que lo dijera, pero la noción se proyectó en todas las direcciones posibles, como el golpe de un relámpago. Pensé en mamá, en el silencio de tío Dev y la confusión de tío Finn, pensé en Ko y también en Yuzu, en como me esperaban, pero a la vez se rendían o no esperaban nada de mí aunque puede que no esperaran nada de nadie para empezar. Pensé en lo que me dolía y me aliviaba y ya no entendía nada, porque quizás debía estar en el pasillo de arriba, pero temía demasiado sentir el dolor de verdad por culpa de mi testarudez y no sabía si eso era egoísta o lógico, si no estábamos esperando cosas imposibles desde ambas vertientes.

    Por un momento pensé que tal vez Hubert debía contemplar cuándo callarse, porque después de que mencionó los abrazos de su madre y dijo que si yo había cerrado los ojos y el mundo se había pausado él también podía sentirse tranquilo se me desbarató todo. La cereza del pastel de golpes de softness para el que yo no me había preparado fue lo que dijo en sueco, aclarándolo después, y lo estreché con algo más de fuerza al sentirlo acariciarme el cabello. Fue cálido y tranquilizador.

    Sentí el montón de lágrimas acumuladas, abrí los ojos y al parpadear la primera vez el cristal se reventó. Intenté contenerlo, evitar el desborde porque este chico no tenía por qué comerse la inundación, pero las facciones se me descompusieron y al tomar aire el sollozo me rasgó la garganta contra mi voluntad. Fue ruidoso, doloroso y terriblemente humillante. En mi cabeza palpitó el recuerdo de que ayer no pude dormirme junto a Verónica y los nombres en los mensajes recientes de Arata, mi propia hipocresía e irresponsabilidad me taladró la cabeza y me sentí agotado, triste y furioso. A como pude medio liberé un brazo, busqué limpiarme el rostro y seguí llorando como imbécil.

    —Perdona —dije en tropel cuando pude hilar alguna palabra y sorbí por la nariz—. Perdón, Hu. Tus palabras fueron muy bonitas y yo soy un desastre últimamente, pero lo que dijiste, la cita y lo demás me hace feliz. Soy feliz con tan poco que es casi patético y aún así todo duele en cualquier dirección.

    A saber de dónde saqué compostura para decir todo eso, pero al final otro sollozo me cortó la voz y elegí callarme con tal de evitarme incluso más humillación. Me desperecé un poco del chico, volví a limpiarme el rostro y aunque era casi tan ridículo y humillante como todo lo demás, por un instante solo busqué hacerme pequeño en ese abrazo para rendirme al llanto del que me había privado por semanas. A pesar de todo escarbé, lo hice porque era un viejo hábito... como todos los demás.

    Busqué devolverle un reflejo.

    —Eres un buen chico y mereces personas igual de buenas a tu lado —murmuré entre mis lágrimas, con la voz hecha un nudo—. Mereces abrazos como el que acabas de regalarme.


    lpm no dejo de ser este meme porque yo no planeé esto así
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    Bruno TDF

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    Asentí sutilmente a su agradecimiento, tanto para responderle, como para reafirmar mi intención de que permaneciera conmigo el tiempo que le fuese necesario. Cayden se había relajado entre mis brazos al sentir las primeras caricias que deposité en su espalda, lo cual me daba la tranquilidad de que, al menos en principio, mi intento de contención estaba siendo efectiva. Lo cierto era que me encontraba internamente movilizado por el dato de que se había encontrado en una situación posiblemente delicada en la calle, a un punto en que hasta había considerado llamarme en plena noche. Esto, además, dejaba a la vista el hecho evidente de que no nos conocíamos por fuera de los muros de la academia, es decir, que no sabíamos sobres los entornos donde pasábamos nuestros días, ni la situación familiar del otro, tampoco si nos rodeaban problemas o preocupaciones difíciles de pronunciar. No obstante, quizá no necesitara saber todo eso ahora, ni siquiera sabía si estaba en derecho de hacerlo. Él se había sentido mal, y con eso me era suficiente para otorgarle algo de mi apoyo, con lo que sólo yo podía ofrecerle… Así fuese poco…

    ¿Qué motivó la frase que le dije a continuación, pasado el beso que desacomodó momentáneamente mi pensamiento? Como siempre, fue algo con lo que busqué reforzar ese espacio de paz del que le había hablado a Katrina, acción que nacía de la amabilidad y de una bondad que no reconocía plenamente en mí ser, en la insistencia que tenía en no atribuirle nada de especial ni extraordinario. Alzaba ese pequeño mundo alrededor de Cay para se sintiera contenido, tanto si lo necesitaba como si no, y también porque necesitaba poder sentirme tranquilo yo mismo… Porque lo cierto era que… no sabía qué tan bueno era con este tipo de cosas.

    En Suecia no tenía amigos cercanos de mi edad.

    Esa distancia no me afectaba, pero sí me había definido.

    Quizá era aquí, en Japón, que había logrado acercarme más a los demás, casi sin pretenderlo activamente. Prueba de ello era, por ejemplo, la calidez que me alcanzó al ver la sonrisa honesta de Bleke, la refrescante alegría que produjo la reacción de Verónica ante sus chocolates; en lo contento que me sentí cuando Beatriz afirmó, por su propia voluntad, que éramos amigos. Y aquí mismo, sentí que el Min vän que pronuncié para Cayden surgió directo del corazón, porque desde allí sentía la amistad que nos conectaba.

    Sus brazos me estrecharon con más fuerza, no pude determinar si a partir de mis palabras o en reacción mis dedos recorriendo sus rizos rojos. Entonces, un sollozo brotó de su garganta, rompiendo bruscamente el silencio que flotaba en la sala de arte. No detuve las caricias sobre su cabello, quizá porque algo dentro de mí había anticipado que esto podría ocurrir. No me extrañaba que fuese emocional, era algo que había notado a lo largo de todas nuestras interacciones; en las cosas que me decía, en su visión del mundo y en cómo reaccionaba ante situaciones como la presencia de Copito o mi malestar.

    Apenas noté que buscaba liberar un brazo, me acomodé los centímetros necesarios para que lograse moverse fluidamente. Guardaba profundo silencio mientras tanto, en mi postura no había un mínimo de tensión, y tan sólo me aseguraba de que el abrazo no se rompiese, negándome a soltarlo. Cayden entonces me pidió perdón por estar llorando. Dijo que mis palabras fueron bonitas y que todo esto lo hacía feliz, pero en el medio admitió que últimamente era, según sus palabras, un desastre.

    Soy feliz con tan poco que es casi patético y aún así todo duele en cualquier dirección.

    En este punto, las caricias en su cabello se detuvieron mientras a él se le rompía la voz en otro sollozo, al que siguió su llanto. Aunque seguía viéndome en calma, aquello no significaba que la angustia no me hubiese alcanzado al escuchar cómo se le quebraba la voz, y sobre todo al tratar de comprender todos los alcances posibles de sus palabras. Llegó un punto en el que Cayden, tras enjugar su rostro, volvió acomodarse en el abrazo de un modo tal que… se vio pequeño. Un largo y lento suspiro desinfló mi pecho, tras el cual afiancé el cercanía del abrazo y, con una mano, lo insté a esconder el rostro en mi hombro. Así, sentí la humedad de sus ojos en parte de mi cuello y yo… Lo único que atiné a hacer fue apoyar mi cabeza contra la suya, para retomar las caricias.

    Entre lágrimas, Cay consiguió hablar. Para decirme que era un buen chico… Que merecía tener a mi lado personas igual de buena, así como abrazos como el que le estaba dando. Aunque él no lo pude ver, aquello me sacó una sonrisa suave.

    —Me encuentro en uno de esos abrazos, Cay —dije, retomando las caricias en su cabello; por algunos segundos, dejé que el silencio se elevara sobre nosotros, que él soltara sus lágrimas—. Quizá sea un buen chico, pero… también puedo ser muy torpe al interpretar a los demás, y tengo una mala tendencia a paralizarme ante situaciones inesperadas…

    Como cuando fui incapaz de detener a Effy.

    Después de que me diera la espalda entre lágrimas.

    >>No creo ser especial —admití, mis caricias se habían detenido—. Pero me alegra que pienses algo así de mí, que merezco personas buenas y un abrazo como este.

    Pero, ¿era justo para mí y para ellos construir una cercanía hasta este punto?

    ¿Qué nos quedaría el día después de volver a mi hogar?

    Nunca me pregunté si dolería.
     
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    Zireael

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    A ver, estos estallidos nunca me hacían sentir especialmente orgulloso ni nada y ahora incluso llegaba a cuestionarme cómo había cedido tan fácil mientras que a Verónica le había tirado una jaula encima ante el menor atisbo de simpatía. Quise pensar que era porque había sido más directa, porque había tenido que hablar del hijo de puta de Liam sin planearlo o la cosa que fuera, pero también mi mente resbaló en otras posibilidades y quise ignorarlas.

    Recordé mi confesión con mamá y tío Dev, lo que había dicho de los espacios de confianza y respecto a lo demás... Mujeres o hombres, no importaba en ciertos momentos, pero estaba seguro de que tenía una tendencia más marcada. Era allí donde la balanza de la confianza y la seguridad caía, donde yo me quebraba y podía mirar mis fracturas. Además, bromas a un lado, tenía estos ojos y no me habían fallado una vez en la vida. Había mirado cada detalle en el rostro de este chico y, lentamente, quizás sería capaz de reconocer su presencia incluso en un cuarto oscuro.

    No era momento de venir a tener estas epifanías.

    No tenía por qué, solo lo empeoraba todo.

    Sin embargo, este muchacho me contuvo incluso si no le correspondía y las costillas me aplastaron el corazón, algo pinchó y los ojos se me llenaron todavía más de lágrimas. Sus caricias en mi cabello no se detuvieron a pesar del destrozo, me dejó libertad de movimiento cuando quise limpiarme la cara y sus brazos no me soltaron, negándose a dejarme ir. Algo en eso fue reconfortante y angustiante a la vez, por la certeza de que este muchacho se iría, pero no me quedaban fuerzas ya.

    Regresé al abrazo y más que escucharlo sentí la forma en que suspiró, fue poco después que su mano me instó a refugiarme en su hombro y cedí como un imbécil, como el estúpido que siempre había sido bajo las manos correctas. La intensidad de mis sollozos mermó en cierto grado, cuando dejé de resistirme al llanto y tomé aire mejor. Sentí que apoyaba su cabeza en la mía, que volvía a acariciarme y una nueva correntada de lágrimas me empapó el rostro contra mi voluntad antes de que le hablara.

    Su respuesta me deformó los gestos de nuevo y agradecí que no pudiera mirarme, aunque el resto de lo que dijo me hizo consciente de que este muchacho, de cierta manera, era tan consciente de sus faltas como lo era yo. Padecíamos el mismo defecto, según como él lo describía, y entendía lo difícil que era navegar el mundo así. Atendí a sus siguientes palabras, a la terquedad que manifestaban y suspiré de forma entrecortada por las lágrimas.

    El que afirmaba no ser especial era idéntico al que afirmaba no ser elegido.

    Era necio y casi ridículo.

    Durante un rato guardé silencio, tanto silencio como me lo permitieron mis lágrimas quería decir, y cuando consideré estar un poco más compuesto retrocedí de nuevo sin zafarme del abrazo de Hubert. Me limpié el rostro con la manga de la camisa, también la mano y aunque no busqué mirarlo, mis manos se posaron en sus hombros y las deslicé por sus brazos, separándolo con delicadeza de mí. Sujeté sus muñecas y luego, aunque dudé dentro de mi cabeza, bajé hasta hacerme con sus manos. Lo sujeté con cuidado y cariño, negándome a limitar algo como eso.

    —Para mí eres especial —murmuré luego de haber sorbido por la nariz, la voz me salió gangosa, pero ya no se me cortó tanto—, fui dándome cuenta en el campamento y luego en los recesos compartidos y los mensajes. En la forma que te tomé cariño tan rápido y como me alegraba poder compartir contigo y conocerte mejor. Te vi reconocer tus faltas, te veo hacerlo de nuevo, y te vi también explicarme sobre ajedrez y prestarme tu abrazo ahora. Eres muy inteligente, terriblemente amable y paciente... Aquí conmigo no te paralizaste y ojalá lo recuerdes.

    Iba a dolerme, ¿cierto?

    Me dolería muchísimo y ya no había nada que hacer.

    —Para mí eres especial —repetí presionando sus manos y la risa que se me escapó luego se deformó cuando otro cristal me cubrió los ojos. Lo siguiente que dije fue... la rendición absoluta—, lo seguirás siendo con el paso del tiempo y cuando debas volver a casa va a doler justo por eso y está bien. Si es lo que significa poder estar contigo durante ese tiempo, entonces está bien.

    Dejé ir sus manos suavemente, alcancé su mata de cabello oscuro y le acomodé algunos mechones con mimo. Pude sonreír, fue un gesto un poco amargo, pero no por ello perdía el tinte afectuoso. Le peiné el cabello con mucho cariño aunque siquiera hacía falta y al terminar, busqué una de sus manos de nuevo para acercarlo a la mesa. Me senté primero, pues de por sí era algo más baja que las mesas comunes, y lo insté a hacer lo mismo porque de por sí buscar un banco no tendría mucho sentido, ya que eran más altos por estar a la altura de los caballetes.
     
    Última edición: 2 Agosto 2025
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    Bruno TDF

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    Aunque los sollozos de Cayden se habían atenuado en determinados instantes, aún lograba percibir los intensos vaivenes de sus emociones. Se desataban bajo el suave trato de mis manos o en gestos como lo fue el apoyar mi cabeza en él, una acción con la que pretendí reconfortarlo. Y hacerle saber que tenía alguien en quien podía sostenerse y volcar todo lo que guardaba dentro de sí; sin temor, sin tener que dar explicaciones. Era consciente de que esto debía estar siendo en extremo complicado para él, pues no éramos pocas las personas que renegaban de dejar expuesta su vulnerabilidad. Yo mismo me había negado a llorar delante de mis padres, en aquellos fatídicos días posteriores a la ausencia de Effy; cargué mi dolor emocional en soledad, escondido entre las estanterías de la biblioteca, fingiendo que leía… Y así… sólo había incrementado el daño ya recibido.

    Mi intuición susurraba que Cayden atravesaba un caos similar.

    Por eso, me negaba a dejarlo ir aunque no hubiese resistencia alguna de su parte. Permití que llorara, seguí acariciándolo y respondí a cada una de sus palabras con calma y paciencia, hablándole en un tono conciliador. Fue de este modo que terminé expresando que no era especial, tal vez algo influenciado por la conversación de los casilleros; lo mío, sin dudas, se debía a una sólida terquedad que se mezclaba con un carácter humilde. Nunca pretendía vanagloriarme y, mucho menos, buscaba ser el centro de algo.

    Cayden no respondió a mis palabras. Permanecimos abrazados, rodeados por este silencio que era sutilmente quebrado por los sonidos, cada vez más leves y controlados, de su llanto; hasta que alcanzó un punto en el que consiguió mantenerlo relativamente controlado. Me acoplé a él apenas sentí que retrocedía, para volver a otorgarle el espacio suficiente para limpiar sus lágrimas. Cay evitó mirarme cuando quedamos cara a cara, pero aún así le dediqué una sonrisa leve y tranquila, a la espera de lo que decidiese hacer o decir.

    Apoyó las manos en mis hombros, para luego deslizarse suavemente a lo largo de mis brazos. Retrocedí un paso al captar el mensaje que sus movimientos transmitían, separándonos del abrazo. Pero Cay mantuvo el contacto entre nosotros. Mis ojos descendieron hacia el agarre en torno a mis muñecas, en mi semblante se distinguió un fugaz destello donde se mezclaban la curiosidad y el desconcierto…

    Hasta que él me tomó de las manos. Me quedé observando sus dedos, fui consciente de lo suave que eran estas manos y, sobre todo, me alcanzó el cariño que transmitían en absoluto silencio. El gesto me resultó reconfortante, pero también me dejó al borde de la vergüenza.

    Sólo alcé la vista cuando Cayden me dijo, sin rodeos, que era especial. Me dediqué a escucharlo, sin saber muy con qué rostro recibir cada una de sus palabras. Todo lo que pude hacer fue oír como la persona frente a mí volvía a remarcar no sólo la rapidez con la que me gané su cariñó, sino también reconociendo que le causaba alegría compartir conmigo, conocerme mejor. Destacó que sabía reconocer mis faltas, rememoró lo del ajedrez y reconoció en mí lo que él veía como cualidades a destacar, y sobre todo mencionó el abrazo.

    Aquí conmigo no te paralizaste y ojalá lo recuerdes.
    Afirmé con la cabeza, despacio. Esbocé una sonrisa tan modesta como tímida. La sinceridad con la que me había hablado impedía cualquier tipo de réplica o duda, no dejó lugar para que insistiera con mi terquedad, de haberlo querido. Seguía sin ver nada a destacar en mí, pero era lo suficientemente sensato para reconocer y aceptar las emociones positivas que otros llegaban a experimentar conmigo. Y al hacerlo justo ahora, al escuchar cómo era frente a los ojos de Cay… me alcanzó la vergüenza, tal vez abrumado por este reconocimiento.

    Un suave rubor me encendió las mejillas, por lo que me vi obligado a agachar la cabeza para ocultarlo.

    Èl volvió a decir que era especial, que lo seguiría siendo con el paso del tiempo… Y cuando confesó que era especial porque mi regreso a casa le dolería, sentí que mi pecho se comprimía. Contuve el aliento sin darme cuenta e, inconscientemente, afiancé con fuerza el agarre de nuestras manos; mientras otras palabras asomaban a la superficie, susurrantes.

    …hasta la aventura más extensa y los versos más dulces llegan a su fin.

    El final se halla escrito en todos lados

    Si es lo que significa poder estar contigo durante ese tiempo, entonces está bien.

    Apreté los labios. En ese momento, por primera vez en mucho tiempo… no supe qué decir. Tampoco tenía claro si esta sensación de presión en el pecho se debía a la consciencia que había tomado sobre su inminente dolor o… a la incógnita de si yo pasaría por lo mismo, ya que hasta entonces creía tener aceptadas todas las implicancias de mi partida, una vez terminado el intercambio.

    Distraído en la fugaz marea de pensamientos, Cayden dejó ir mis manos. En la punta de mis dedos cosquilleó un deseo inconsciente de volver a alcanzar las suyas, ¿pero eso estaría bien? Intenté no dejarme llevar por este tipo de pensamientos, en cierta medida tuve que librar mi propia lucha; fue Cay quien, sin saberlo, me ayudó a detener el oleaje. Al acomodarme los mechones, se desvaneció levemente la sensación incómoda entre mis costillas, y pude regresarle la sonrisa que me dedicó; en la mía también se vislumbró con claridad el afecto, aunque se entrecruzó en ella un tinte apenado.

    ¿Realmente estaba bien si les dolía?

    Me dejé llevar a la mesa, donde me senté con cuidado. Pensativo, sin decir una palabra, saqué el bento de mi bolsa y lo abrí con calma. Al cabo de unos segundos en los que simplemente permanecía con los ojos puestos en el almuerzo, mirándolo sin verlo en lo absoluto, me giré para mirar a Cayden. Dejé un largo suspiro, antes de posar una mano en su brazo, y le sonreí.

    —No sé muy bien cómo sentirme —confesé— Pero, sin lugar a dudas, saberme así de querido y valorado… es especial, y me considero afortunado de tener tu cariño, de habérmelo ganado tan rápido. Es recíproco —dije, apartando la mano para rascarme la mejilla; hubo un momento de silencio— Gracias, Cay, de todo corazón.

    Me llevé un bocado de arroz a la boca, que mastiqué lentamente. Me estaba dando tiempo para pensar mis próximas palabras.

    —Sé que mi regreso será duro, no sólo para tí —continué, mirándolo— Hasta ahora, no me había preguntado qué tanto me afectaría, y sin lugar a dudas costará. O a lo mejor, costará lo indecible… Pero, ¿sabes una cosa, Cay…? —le sonreí con afecto— Aunque el dolor me atraviese de lado a lado... jamás hará que me arrepienta de cada momento vivido aquí, contigo y con los demás.

    Como siempre, mis cierres brillan por su ausencia porque se me viene el tiempo encima ª

    Aún así, estoy agradecido por este otro momento de Gayden y Homobert (?), estuvo extra-potente. Losquiero mucho <3
     
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    Zireael

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    Las muestras de vulnerabilidad no se me daban bien, eso ya estaba visto, e incluso ahora a sabiendas de que Hubert no preguntaría por qué estaba llorando y de habérmelo preguntado no sabría darle forma a la cosa, que era un compilado de desastres y miedos bastante confuso, todavía sentía molestia y vergüenza conmigo mismo. ¿Cuándo todo se me había salido tanto de control? ¿Era desde el golpe en el rostro? ¿El segundo momento en que busqué a Liam, convencido de que no soltaría a mis personas aunque ahora mismo no tenía ni puta idea de nada? ¿Cuándo lo de la piscina? ¿El día que me llevé a Verónica al Maharaja?

    Trataba de encontrar la primera caída y no lo lograba, solo identificaba las piezas que conformaban la cadena y como yo, testarudo y aferrado, me negaba a soltar los eslabones aunque me estuvieran hiriendo las manos o, peor todavía, estuviera encadenando a otros conmigo. Los encadenaba a mi silencio y a mi desborde, a mis exigencias disfrazadas. Llevaba mucho tiempo siendo así, ¿no? La conexión que ansiaba se me escapaba una y otra y otra vez.

    Y me conformaba con los ojos hambrientos de cuerpos sin rostro.

    Al separarme de Hubert y tomar sus manos, aunque no lo miré, creí sentir en el aire su curiosidad, el desconcierto también y luego... el filo de la vergüenza. Pude mirarlo cuando le hablé y esperé, como esperaba con todos los demás, que mi afecto pudiera alcanzarlo mejor que mis defectos. Quería alcanzar a este muchacho, hacerle saber que para mí era especial y que, pasara lo que pasara, quería que siguiera siendo así. Él afirmó despacio y su sonrisa, la timidez que noté en ella, logró hacer que a mí me alcanzara el mismo gesto con una suavidad distinta incluso en medio de los escombros de mi llanto.

    Mis palabras entonces hicieron que el resto de la vergüenza cayera y noté cómo el rostro se le enrojecía, su reacción fue agachar la cabeza y a mí se me escapó una risa baja que no cargaba nada de malicia en ella. Contuve el impulso que me rayó la cabeza, el de inclinarme para buscar su rostro y dejarle un beso en la mejilla, porque me pareció demasiado pasado de confianza en este caso, pero mantuve el agarre en sus manos y le di un apretón suave, cariñoso.

    No tenía que responderme nada de regreso, nadie debía hacerlo, pero noté que él también afirmaba el agarre en nuestro punto de unión y le dediqué una caricia liviana en el dorso de las manos. Había traído sobre la mesa un tema escabroso, puede que el siempre calmado Hubert siquiera hubiese pensado en su partida, pero yo sí. Yo siempre lo hacía, pues en el pasado no había podido despedirme y era lo que no quería repetir nunca más.

    Creí poder notar que él estaba zambullido en su cabeza, como me pasaba a mí, pero de haber externalizado que quería volver a tomar mis manos se las habría otorgado sin chistar, pues tampoco era que yo quisiera soltarlo en realidad. A pesar de todo, mi contacto con él no se rompió pues le acomodé el cabello y creí que en ese gesto algo dentro de Hubert pudo relajarse un instante. Me devolvió una sonrisa y entre los ecos de sí mismo, el tinte de su sonrisa y el recuerdo de su bochorno sentí que podía centrarme. Había personas que me necesitaban aunque no lo dijeran, ¿verdad? Estaba este muchacho teniendo que pensar qué mierda pasaría cuándo se fuera y arriba estaba el necio que no escuchaba cuando le pedía que se cuidara a sí mismo, pero que se relajaba bajo mi tacto.

    Tomé aire, nos guie para sentarnos en la mesa y Hubert se dejó hacer, ya sentado lo vi alcanzar su bento a sabiendas de que a mí ahora mismo no me apetecía almorzar. Lo observé mirar sin ver nada y le dejé su tiempo para pensar, para hablar también si le parecía necesario, y abrí mi jugo para darle un sorbo que me ayudara a calmarme. Me sentía mejor que de lo que llevaba sintiéndome hace varios días, un poco más liviano y despejado, lo suficiente para pensar con algo más de coherencia.

    En cierto momento sentí el móvil vibrar en mi bolsillo, fue una única notificación por lo que asumí que no era ninguna emergencia y con ella dejé caer el ancla de que ahora no era cuándo yo debía hacer algo, no lo haría por el bien de mi propio corazón y porque sabía que la tristeza que sentía dentro de mí, mutando en enojo, podría cegarme. Era injusto para todos y quizás, aunque fuese por un instante, debía soltar uno de los eslabones de la cadena.

    De todas formas miré a Hubert cuando se giró, noté su mano en mi brazo y le sonreí con cariño atendiendo a sus palabras, no pude evitar suavizar las facciones. Me estaba poniendo muy difícil la tarea de no apachurrarlo con toda la ternura que me estaba causando, pero tampoco quería matarlo de vergüenza, o no por completo quería decir. Cuando lo vi llevarse la mano a la mejilla para rascarse dejé el jugo a un lado y lo alcancé. Lo pensé la módica suma de un segundo, pero atraje su mano en mi dirección y le dejé un beso liviano en el dorso, con el aire caballeresco que indicaba que era parte del teatro. Más o menos.

    —Soy yo quien debe darte las gracias hoy —murmuré dejándolo ir para que siguiera con su almuerzo y, aún sentado, hice un remedo de reverencia con los ojos cerrados—. Gracias, mi querido y dulce príncipe.

    El resto de sus palabras me sacó una risa baja y luego inhalé profundamente. No contesté, en su lugar alcancé la caja de chocolates que me había obsequiado, saqué uno antes de dejarla a un lado de nuevo y probé el bombón. El chocolate relleno de café me alivió parte del corazón y se me aguaron un poco los ojos de nuevo, así que me limpié con el antebrazo mientras seguía comiendo.

    Sí, a lo mejor costaría lo indecible.

    Ya conocía el dolor que venía de algo como eso.

    Con los resto del chocolate derritiéndose en mi boca me deslicé un poco en su dirección, busqué apoyarme en su costado y descansé el peso en su hombro, estaba tibio, olía a él y quizás no debía tranquilizarme tanto como lo hacía, pero a lo mejor debía dejar de resistirme y punto. Lo dejé comer tranquilo un rato, yo me terminé el jugo, me comí otro par de bombones y cuando no debían quedar más que algunos minutos de receso, todavía acurrucado en su costado, le quité el bento del regazo para dejarlo a un lado y volver a tomar su mano con el mismo afecto de antes . Sentía los ojos irritados y me dolía la cabeza, pero no había mucho que hacer.

    —Para lo callado y paciente que te comportas, también eres un poco intensito con tus metáforas, eh, y mira que te lo diga yo de toda la gente posible —bromeé en voz baja—. Por eso te puse la quote de la sangre.

    Tomé aire de nuevo.

    —Te haré una fiesta de despedida y te daré muchos souvenirs para que te lleves a casa y haré más recuerdos contigo para que no te atrevas a olvidarme, ¡qué ni se te ocurra o tendré que mandarle un mail a tu padre diciéndole que su hijo es un ingrato que se olvidó de su caballero! —A pesar de que lo dije con algo más de volumen, la verdad era que seguía hablando bastante bajo. Dejé morir la tontería para guardar silencio unos segundos, solo confiriéndole caricias livianas a su mano y entonces repetí sus palabras—. Aunque el dolor me atraviese de lado a lado. Hasta entonces, formemos esos recuerdos y conozcámonos un poquito más en cada almuerzo, también puedes venir a mi casa cuando quieras e incluso quedarte. Podemos tener la pijamada más friki de la historia, tú me hablas de libros y yo de pelis y videojuegos, y nos pedimos un montón de porquerías del McDonald's.

    Hay una pizca de verdad en cada cuento de hadas.

    El amor y la sangre. Ambos tienen un gran poder.

    Hechiceros y sabios se han estado partiendo la cabeza al respecto por años, pero no han concluido nada más que-

    ¿Que qué?

    Debe ser amor verdadero.
    —Y la próxima vez que digas una tontería como que no eres especial, en vez de darte un discurso, ¡lo que voy a darte es un golpe en el centro de toda la cabeza! ¿Tan inteligente, leyendo un montón y para qué? You sure know how to get on my nerves, dear Lord. —Me quejé en voz baja todavía, antes de suspirar de nuevo—. Gracias de nuevo, Hu, y si alguna vez tú me necesitas a mí sabes que estoy para ti. Basta una palabra para que vaya contigo.

    anyway, con esta biblia aplicó la que capaz vaya a aplicar al One Piece y digo que los cierres son los amigos que hicimos en el camino

    GAYDEN Y HOMOBERT FOR THE WIN *era un desastre* i insist, no era esto lo que planeaba pero no me arrepiento JAJAJ gracias Brunito por un día más de homosexualidades de Schrödinger (??) losquieromucho x2
     
    Última edición: 5 Agosto 2025
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