Procuré ser claro al hablarle de la cuestión de los mensajes, con la intención de que no percibiera límites propios o ajenos al momento de querer contactarme. Quise dejar establecida una parte de la dinámica que conformaba nuestra amistad. Lo que buscaba era, precisamente, otorgarle un lugar conmigo en donde pudiese sentirse en paz. Era tan natural mi tendencia a realizar esta construcción en mis relaciones, que la mayor parte del tiempo no lo advertía conscientemente. Tan sólo fluía a mí manera, sin detenerme a pensar en los alcances del ser que era centro de mi personalidad. Ambos estábamos atravesados por palabras de Katrina Akaisa y, curiosamente, fue en nuestras sonrisas donde susurraron desde el fondo de nuestros pensamientos, dibujando ondulaciones en el océano mental. En mi caso, las sentí como un eco lejano al notar cómo Cay relajaba sus facciones y en la forma en que algo cambiaba en su expresión. Adquirió un tono más sosegado, suave, e incluso percibí que contenía un dejo de vergüenza, lo que me resultó tan intrigante como entrañable. Además de eso, me pareció que, en el instante previo a mi agradecimiento por el jugo, una pregunta suya quedó a merced del silencio. El hecho de que me hiciese girar para posteriormente llevarme por los hombros me recordó, no sin cierta gracia, al día que conocimos a Ilana, pues me había guiado de la misma forma hacia el pasillo. Me dejé llevar, lo que a su vez demostraba confianza. Fui apartado de la ventana y recorrimos el ínfimo trecho hasta la mesa de los bodegones; en el trayecto me respondió que le gustaba el jugo de uva, dato que registré con un asentimiento de cabeza. Entonces se produjo el silencio tras detenernos frente a la mesa, pero las manos de Cay continuaron afianzadas sobre mis hombros y yo, por algún tipo de intuición, opté por no girarme enseguida. Supe que en algo estaba pensando, así se percibía en el ambiente, ante lo cual lo dejé meditar sin presiones. Que había estado por llamarme una noche, dijo, porque no se sentía bien. Se frenó porque le resultaba extraño. Me volteé serenamente al percibir que sus dedos abandonaban mi cuerpo, quedando enfrentados. Negué con la cabeza, en un movimiento casi imperceptible, al escucharle decir que temía despertarme y hacer que fuera a buscarlo. Era un hecho, que si Cay me hubiese llamado, la urgencia, la angustia, habrían sido inevitables. Y con igual certeza, se habrían tratado de sentimientos lógicos y naturales. ¿Cómo no habría de preocuparme por él? ¿Por qué se suponía que mi bienestar, en un momento así, era más importante que el suyo? No obstante, saber que había llamado a otro amigo me hizo liberar sutilmente el aire, desinflando mi pecho. Conociendo tal detalle, me pude permitir una sonrisa modesta cuando me dio las gracias por lo que le dije antes, en sí me gratificó lograr dejarle claro que podía escribirme cuando quisiese, cuando al momento de decírselo no sabía lo de su incidente. Mantuve la expresión serena, también cuando me agradeció por ser su amigo. Pero vacilé un poco ante la expresión de que me había ganado su cariño muy rápidamente. No perdí la sonrisa a pesar de todo. En su lugar, mis ojos encontraron el suelo y, sin darme cuenta, me rasqué la mejilla con un índice. —Soy yo quien está agradecido —dije con sinceridad. Alcé la vista frente a su suerte de anuncio, viéndolo extraer de su respectiva bolsa una caja azul decorada con un lazo plateado, en el que además se presenciaba un papel con una cita escrita a mano. Mi sonrisa se amplió involuntariamente apenas noté que se había tomado el tiempo de buscar stickers de estrellas y planetas. Me habría encantado sentirme sorprendido por el presente, puesto que nuestros últimos intercambios de mensaje ya habían sido una clara anticipación de lo que se vendría más pronto que tarde. Aún así, se percibía en mi rostro una sutil señal de complacencia. No sabía si me alegraba el regalo en sí mismo o los detalles específicos en los que Cay había pensado, como los stickers y la cita literaria. Los bombones también se veían apetecibles, el aroma del chocolate deleitaba mi sentido del olfato. Fue cuando recibí el señalador de Jupiter, que la sonrisa me entrecerró los ojos y el entusiasmo surgió, aunque no intenso, con una claridad más visible. Tal fue la emoción, que mi comentario escapó en mi lengua natal. —Jag älskar det. Lo dejé cuidadosamente sobre la mesa para, en esta ocasión, tomar el papel entre mis dedos y leer la cita literaria, donde el amor era puesto en relación con la sangre, lo que me hizo pensar en heridas abiertas. Al mismo tiempo, Cay me arrojó una reflexión en la que habló sobre las nuevas experiencias en un tono similar, en relación al acto de sangrar. Dijo que sólo lo que corría por nuestras venas nos otorgaba la valentía para saltar de las torres y dejar las cuevas atrás. Asentí sutilmente, pensando que quizás tuviera razón. Pues seguía tratando de aprender algo del río de sangre que brotaba de mi pecho. Y de los errores cometidos aquí mismo, en esta tierra tan lejana a mis cuevas. —Suena doloroso —convine, un poco en broma—. Pero cierta persona que conocemos me enseñó que el dolor es la oportunidad de alzarse y perseverar. Quizá la fuerza no surge sin un poco de sangre. Era una metáfora a las heridas y nuestra capacidad de cerrarlas, suponía. Si Cay le otorgaba una interpretación distinta, sería igual de válida. Era el encanto de las expresiones literarias, tomaban formas distintas en el mar de personas y experiencias. En el océano de pequeños universos. Sin decir nada más, esta vez fui yo quien introdujo la mano en su bolsa. Se escuchó el quejido de la bolsa de papel madera, donde saqué la caja que había preparado para él. Era plana y rectangular, a la que había forrado con un papel que representaba imágenes de un cielo galáctico, repleto de estrellas salpicadas de nebulosas. La imagen tenía cierto realismo, por lo que un poco se sentía como sostener una porción del universo en tus manos. El lazo era blanco. El interior, por su parte, contenía ocho bombones con forma de estrellas de cinco puntas, que me habían quedado muy bien logradas. La mitad tenían rellenos de café, la otra de caramelo; había buscado ingredientes de calidad, con la esperanza de lograr un sabor que satisfaciera los gustos de Cay. Le extendí la caja, a la espera de que la recibiera. Sonreí al recibir sus ojos, sereno. —Cay —le dije—, agradezco a la casualidad, al destino o a lo que fuese; haber coincido en el mismo grupo de la prueba de valor. Quién sabe cuánto habríamos tardado en conocernos, cómo habrían sido las cosas; o si, directamente hubiese pasado. Pero me alegra estar aquí, en presencia de un amigo al que aprecio tanto. Apoyé una mano en su hombro. Al principio apoyé los dedos delicadamente, al instante hundí las yemas con cierta firmeza. —No te voy a preguntar qué te ocurría esa noche —continué, algo más serio—. Pero, por favor, la próxima vez que te sientas mal, llámame. Despiértame. Dame la oportunidad de estar para tí. Contenido oculto: Cajita de Hubby
Si bien Katrina me había buscado las cosquillas, nuestro tira y afloja había sido más basado en mis reacciones que en las palabras como tal, pues ella conocía a sus bestias. No me dijo a mí nada complicado como lo que le soltó a Hubert y aún así ambos habíamos sido perforados por los fragmentos de una de sus bombas, una que siquiera producía sonido al ser detonada. La condenada sabía dónde golpear, justo como Arata, incluso si sus aproximaciones eran abstractas. Las muestras de confianza que este muchacho me otorgaba no ayudaban tampoco, pues la cercanía colisionaba con su inminente regreso a su país y la nueva distancia con que, tarde o temprano, debería lidiar. No sería mi primera vez y no por ello la herida dejaba de escocer, una herida que se negaba a cerrarse y que a veces sangraba a borbotones. Ya lo había dicho Arata. No era bueno manteniendo contacto con aquello que no podía tocar. En cuanto aparté el tacto de su cuerpo él se giró, por lo que quedamos enfrentados y su negativa silenciosa me hizo más consciente de mi vergüenza, de lo mucho que me preocupaba pedir ayuda y refugio. El golpe en mi cara había sanado sin que mi familia lo notara, pues me había escondido de ellos hasta que la mancha se desvaneció, y cuando Ko apareció enviado por Anna saberme visto por él fue... Extraño y consolador a la vez. No podía entender cómo algo podía doler y aliviar al mismo tiempo. Sin embargo, llevaba sintiéndolo mucho tiempo. Por eso no podía trazar límites claros. Le di las gracias al niño y le dije lo del cariño, supuse que no se lo esperaba, porque sus ojos viajaron al suelo y lo vi rascarse la mejilla; era un hábito suyo, una especie de contención o gesto pensativo, puede que ambas. Me causó algo de ternura y lo que dijo finalmente me hizo ensanchar la sonrisa como toda respuesta antes de sacar su regalo. La sorpresa se había perdido por las preguntas aunque parte de ellas no eran para mí, pero a pesar de ello creí percibir la complacencia o el gusto en sus facciones. Al recibir el separador fue que la emoción fue más notoria en el siempre tranquilo Hubert y me descubrí a mí mismo repasando su rostro; la oscuridad de sus ojos, el puente de su nariz, cada pestaña. Habló en sueco. Suavicé los gestos una vez más, siquiera lo noté, y fue porque yo mismo comprendía el asunto. A pesar de haber sido criado en este país, aprendido el japonés como todos los otros, era en el inglés de mi hogar en el que expresaba mis emociones más sinceras. Amor, furia, miedo, deseo. En inglés me confesaba y en japonés, a veces, sentenciaba. —Porque lo es —convine a su apunte sobre el dolor a pesar de que tenía pinta de broma y me permití una risa sin gracia después, al escuchar el resto de lo que dijo. Dolía, sí, ¿pero habría cambiado mis decisiones para evitar este dolor? No lo creía. Sangraría de nuevo hasta volver aquí y eso era desde estúpido hasta la mayor muestra de lealtad en la que podía pensar—. No sé hasta dónde me alcance la perseverancia a veces, pero supongo que eso solo significa que debo descansar y... Quién sabe, cambiar mis aproximaciones. No gana el que se mueve primero, ¿cierto? Gana el que sabe cómo hacerlo. Suspiré al concluir la idea y seguí el movimiento de Hubert con el que sacó algo de la bolsa también. Recordé mis pensamientos estúpidos de ayer, su autocompasión tóxica y todo lo demás, ¿cómo había podido olvidar así nada más nuestro intercambio? Sacudí el pinchazo lejano de culpa, también intenté sacudir la preocupación que no me abandonaba, y estiré las manos para recibir el pequeño universo que este muchacho estaba entregándome. Noté mi propia emoción, la ilusión que me hacía el obsequio, y antes de abrirlo atraje la caja a mi pecho con cuidado de no moverla de más y hacer pelota los chocolates ni el lazo de encima. No me atreví a mirarlo, me dio ansiedad la transparencia de mis propias emociones y quizás por el revoltijo de todo, de ayer, de los mensajes de Arata y del regalo en sí mismo me quisieron arder los ojos. Volví a sostener la caja como correspondía y la abrí con cuidado, notar las estrellas junto al olor del chocolate, el café y el caramelo me sacó una risa que también fue distinta. Fue nítida, genuina y casi infantil, repicó en mis propios oídos mientras observaba las estrellas de cerca y la sonrisa, amplia, me iluminaba el rostro. Cuando me llamó atendí a sus palabras aunque seguía mirando los chocolates y sus palabras, de nuevo, quisieron aguarme los ojos y tuve que parpadear un par de veces para evitarlo. Cerré la caja con delicadeza, sentí su mano en mi hombro, primero delicado y luego algo más firme y volvió a hablar. Bueno, ¿y este ataque? Sus palabras rebotaron, hicieron eco y zarandearon las paredes de la cueva en la que, de nuevo, me había sumergido buscando sanar. Pero la sangre brotaba, me empapaba y parecía no poder detenerse. Entre la oscuridad y los cientos de ojos en las paredes, una parte de mí mismo habló en otra frecuencia, fue claro y demandante. ¿Por qué estás tan aterrado de pedir más? ¿No lo mereces tanto como cualquier otro? Miré mi regalo, el pequeño universo, y pensé en la calma que me prestaba este chico y en el afecto que comenzaba a mostrar en sus acciones y sus palabras. Me quedé unos segundos solo existiendo y deposité mis chocolates de regreso a la mesa con cuidado; todavía sentía los ojos un poco aguados y de repente el cansancio del desvelo y el resto de cosas me alcanzó multiplicado. Dudé de forma visible, pero alcancé su cuerpo de nuevo, deslicé los brazos por encima de sus hombros y los enlacé tras su nuca, me las arreglé para medio esconder el rostro entre mi propio brazo, el hueco cerca del cuello de Hubert y su mata de pelo. —¿Puedo quedarme un momento así? —murmuré y cerré los ojos. Fue contra mi voluntad como un buen porcentaje de mis pensamientos, pero recordé los comentarios en la otra escuela y de alguna forma llegué a sentirme aliviado al saber que Hubert, aunque parecía no estar acostumbrado, me permitía ser afectuoso con él sin prejuicios aparentes de por medio. Al menos aquí, de cierta manera, era algo más libre casi tan libre como me había sentido en el Hibiya en su momento. Recordé mis primeros chispazos de curiosidad, de duda, y como fueron creciendo hasta transformarse en certezas y, a la vez, me permitieron soltarme de algunas cadenas. Por eso ahora quería abrazar a este chico y podía hacerlo y ahora estaba dando el paso diminuto para poder pedirle afecto expresamente. Algo en estos pedidos, como aquel de la azotea, sanaba pequeños fragmentos heridos de mí mismo. Los que temían ser abandonados por ser demandante. O juzgados por ser un desviado. Con este montón de cosas no pude hacer más que quedarme abrazando a Hubert, absorbiendo su calma, y cuando reajusté un poco mis posición fue para alcanzar a dejarle un beso cerca de la sien. No pretendió nada tampoco, fue solo afecto genuino, y regresé a mi pequeño refugio.
Cayden reafirmó la conexión del dolor con la sangre, en un tono que no se equiparaba a la pretensión de broma con la que había realizado tal apunte. El sonido de su risa, carente de gracia alguna, me llevó a adquirir una postura más atenta al momento de oír lo que tuviese que responderme, puesto que me habían quedado claras la seriedad y la profundidad que el tema parecía tener para él. Pensé en la cita que había elegido para acompañar mis bombones y fui más consciente de que se trataba de una pista sobre toda una vida, de las experiencias que lo habían definido y traído hasta aquí. Experiencias que golpeaban, hacían brotar la sangre y que en ocasiones exigían la valentía (o temeridad) de saltar al vacío. Lanzarnos fuera de nuestras cuevas. Bien lo había experimentado yo, en mis carnes y en los hilos que tejían el alma. ¿Cuánto dolor y sangre habían traspasado a la persona frente a mí? Que dudara de los alcances de su perseverancia me sugirió cansancio, aquel que sobrevenía frente una lucha constante, de esas que parecía no tener fin. Escuchaba a Cayden con suma atención, observaba el más mínimo vaivén de sus ademanes y los interpretaba, con lo disponía de mi lado. Hubo una afirmación sutil de mi parte, con la que respondí a su consideración de que tal vez debiese tomar un descanso; a pesar de todo, tenía claro que decir eso era más sencillo que su realización, sabiendo que nuestra conversación apuntaba a algo que iba más allá de la lucha física. Habló de aproximaciones, pero fue en su frase final donde me sonreí apenas, sin perder la seriedad. La noción de ganar a través de movimientos hábiles, más que primerizos; me hizo pensar en piezas sobre un tablero, lo que a su vez me retrotrajo a la charla con Altan y sus hilos de telaraña… Debí reprimir un suspiro: no nos habíamos vuelto a encontrar desde entonces, y tenía claro lo complicado del asunto. Pues pensar en él me llevaba a la figura de Anna, sonriendo alegremente junto a la fogata, y en la manera tan lamentable con la que había respondido a su acercamiento. Seguía sin disculparme, porque la vergüenza y la pena me paralizaban. La condenada parálisis. Otra vez. —Tomar un respiro es esencial, hasta diría que obligatorio —afirmé, anulando los pensamientos como pude—. Llegan momentos donde la sangre es tanta, que hace falta detenerse. Pero estas pausas, quiero creer, también son las que nos ayudan a vislumbrar alternativas, otros modos de realizar las aproximaciones que dices. Pero lo más importante… es que el descanso no se convierta en parálisis. Lo último lo dije cerrando los ojos con cierta solemnidad, acción que respondió, más bien, a la necesidad de que no se notara la pena que estuvo a punto de alcanzar mi mirada. Me obligué a liberar aire por la nariz, suavemente, recobrando enseguida la compostura que ameritaba lo que se venía a continuación. De mi bolsa saqué el fragmento de universo que había preparado para él, que representaba la gratitud que profesaba a nuestra amistad. Entonces, observé. Una refrescante oleada de emoción e ilusión asaltó a Cay, se vio claramente en su cuerpo y sobre todo en su semblante, donde llegué a ver cómo el ámbar de su mirada parecía brillar con luz propia antes de que lo perdiera de vista. Sus ojos pronto habían escapado de mí, lo que, contrario a incomodarme o hacerme sentir compungido, me sacó una sonrisa ligera. Por lo general, veía a Dunn el más desenvuelto de los dos, por lo que notarlo así resultaba ciertamente novedoso. Cuando vi cómo abrazaba la caja contra su pecho, mi gesto se ensanchó inconscientemente, pues me hizo sentir ligeramente enternecido. Lo mismo seguí pensando cuando miró las estrellas de cerca y al escuchar su nueva risa, que fue más pura que la que había soltado antes, y un poco se me contagió al escucharla, pero disimulé la mía como mejor pude. Su alegría era muy transparente, rozaba la inocencia de un niño. Aproveché un momento para hablar, para agradecer su amistad y transmitirle, justo como hizo él hace unos momentos; mi propio aprecio, que bien podía equipararse a su cariño. Cayden no dijo nada, pero percibí que la emoción lo estaba traspasando por otros senderos, más emocionales, y yo simplemente aparté trainquilamente la vista, para que no se sintiera demasiado expuesto ante mi atención. Sin embargo, sí opté por decirle que podía contar conmigo siempre que lo necesitase; cuando lo hice, toqué su hombro, con la idea de que eso representara no sólo un gesto de apoyo, sino también un puente seguro. El tema era de vital importancia para mí porque, precisamente, involucraba a alguien que se había ganado mi afecto. Podía venir a mí, al espacio de paz que construí para él. No dijo nada. Los segundos transcurrieron en un silencio que quiso ser largo. Bajé lentamente la mano que había apoyado sobre el hombro de Cayden, respetando el tiempo que se estaba tomando para procesar mis palabras. Luego, dejó su fragmento de infinito estelar sobre la mesa, no se me pasó por alto el cuidado con el que lo hizo, incluso en un momento donde la emoción lo tenía embargado. También noté con claridad su momento de intensa duda, lo que me hizo preguntarme si estaba considerando… hablar de lo que lo hacía sangrar, quizás. Pero, cuando quise darme cuenta, sus brazos se estaban deslizando por los costados de mi cuello, rozándolo. Era especialmente sensible en esa zona, por lo que el roce previo al abrazo hizo que un latido brincara dentro mi pecho. El chico se pegó nuevamente a mi cuerpo, rodeándome por la nuca a la vez que escondía el rostro; me pareció sentir su aliento entre mi cabello, cosquilléandome la piel. Tal vez debería haber anticipado algo como esto, atendiendo a la señales previas y, sobre todo, a la sensibilidad que Cay siempre había demostrado. Por algunos segundos me quedé con los ojos más abiertos de la cuenta, las manos en el aire. Fue su pedido lo que finalmente me hizo reaccionar. Desinflé los pulmones en otro suspiro y asentí, en un movimiento imperceptible a simple vista, pero que él notaría claramente debía a esta cercanía. —Todo lo que necesites, Cay. Lo envolví como la vez anterior, con algo más de naturalidad y mayor seguridad al momento de corresponderle el gesto, movido para la sensación de que me necesitaba. Inclusive, movido por una mezcla de intuición y afecto, me permití deslizar unas caricias por su espalda, en lugar de torpes palmadas. Aunque saltaba a la vista que no estaba acostumbrado a este tipo de aproximaciones, mi experiencia no era para nada nula y entendía que algo así tenía el poder de relajar. Al menos, era lo que a mí me ayudaba: sentirme contenido. El beso en la sien, sin embargo, rompió momentáneamente el movimiento de las caricias. Dejé la mano detenida en la espalda de Cay, cohibido por lo que acababa de ocurrir. Podía fluir ante muestras de afecto como caricias en el cabello o que me tomaran de la mano; pero, si los abrazos en sí mismo me implicaban cierta cuota de energía para asumirlos, los besos, aún inocentes, eran un asunto que iba más allá. Mi mente se trasladó al día de ayer, al calor de los labios de Verónica en mi mejilla. El recuerdo de aquel beso y la sensación del actual se mezclaron, poco faltó para provocarme un rubor. Observa las reacciones de tus espectadores ante tus gestos de amabilidad y allí encontrarás un diminuto reflejo de lo que te hace especial. Suspiré y retomé las caricias. Hubo un momento de silencio. —“Si encuentras a una persona así, alguien a quien puedas abrazar y con la que puedas cerrar los ojos a todo lo demás, puedes considerarte muy afortunado. Aunque solo dure un minuto, o un día.” —recité calmadamente— Es una cita de una novela, El nombre del viento, que le gusta mucho a mi madre. La recuerdo perfectamente porque me la dice de vez en cuando, siempre que me abraza —me reí por lo bajo y volví a suspirar; detuve las manos sobre su espalda—. No puedo ver tu rostro, pero… si ahora mismo estás con los ojos cerrados y el mundo ha entrado en pausa, aunque sea por un segundo... Entonces sé que yo también podré sentirme tranquilo. >>Min vän —elevé una de mis manos, con la que deposité suaves caricias en los rizos de su coronilla— "Amigo mío", en sueco.
Contenido oculto tengo que usar una de las canciones que más me hace llorar, lo siento (? Puede que lo mejor hubiese sido seguir con el tinte jocoso del comentario de Hubert, pero entre todo había elegido la cita porque me hacía pensar en nuestra charla de hace un tiempo atrás y sabía que la noción de la sangre, de cierta forma, no era importante solo para mí. Este chico con su amabilidad sin descanso y su calma había sangrado como todos los demás y esperaba, de alguna forma, que encontrara un sentido en sus heridas. Porque a veces yo no lo encontraba en las mías. ¿Cómo era esa frase random de Instagram? A veces los sufrimientos son solo sufrimientos. No te enseñan ninguna lección, no contribuyen a ningún crecimiento. Quizás fuera mortalmente cierto, pero en la búsqueda de sentido se evitaba caer en la desesperación, el asunto yacía en que el impulso por formar algo con lógica se agotaba tarde o temprano. Todo se agotaba y no quería aceptarlo, que yo mismo estaba consumiéndome. Que puede que nada se solucionara descansando, solo cortando todo de tajo y arrojándolo a la hoguera. Mi frase de los movimientos hizo sonreír a Hubert, aunque no me detuve a imaginar por qué, y de por sí el chiquillo pronto me respondió que tomar un respiro era esencial aunque aquí estaba yo pensando en algo que no podía hacer: desligarme. Tenía razón, a veces el desastre de sangre era demasiado y había que detenerse, pero hasta entonces no me había permitido sentarme en soledad con mis propios pensamientos. Seguía avanzando, esperando olvidar el acumulado de errores o matarme en el proceso. Que el descanso no se convirtiera en parálisis. ¿Entonces qué? ¿Me largaba de aquí como un loco y luego qué? Pude ahogar esos pensamientos con el regalo de Hubert, en la genuina alegría que me causó y como allí, en esos breves instantes, pude borrar todo lo demás que sentía a la vez. El niño me esperó con la paciencia de un santo, la paciencia que ya no sabía si merecía de alguien, e incluso así quise aferrarme a sus palabras, aceptar lo que me ofrecía... pedir algo de él. Luego de abrazarlo se quedó suspendido algunos segundos, fue después de que le hablé que reaccionó. Lo oí suspirar, sentí como asintió con la cabeza y sus palabras, aunque sencillas, siguieron apuntando a mis grietas. Me envolvió con los brazos, sentí que me acariciaba la espalda y noté como mi cuerpo se aflojaba, contenido en ese abrazo. En este refugio. —Gracias —susurré. No pasé por alto que el gesto se detuvo cuando le dejé el beso en la sien, creí haber roto un límite, pero él suspiró y reinició las caricias, borrando mi miedo al menos de forma temporal y me quedé como estaba. Lo habría soltado, era mi intención, pero el calor de su cuerpo era reconfortante y... habló de nuevo. Era una cita, lo asumí incluso antes de que lo dijera, pero la noción se proyectó en todas las direcciones posibles, como el golpe de un relámpago. Pensé en mamá, en el silencio de tío Dev y la confusión de tío Finn, pensé en Ko y también en Yuzu, en como me esperaban, pero a la vez se rendían o no esperaban nada de mí aunque puede que no esperaran nada de nadie para empezar. Pensé en lo que me dolía y me aliviaba y ya no entendía nada, porque quizás debía estar en el pasillo de arriba, pero temía demasiado sentir el dolor de verdad por culpa de mi testarudez y no sabía si eso era egoísta o lógico, si no estábamos esperando cosas imposibles desde ambas vertientes. Por un momento pensé que tal vez Hubert debía contemplar cuándo callarse, porque después de que mencionó los abrazos de su madre y dijo que si yo había cerrado los ojos y el mundo se había pausado él también podía sentirse tranquilo se me desbarató todo. La cereza del pastel de golpes de softness para el que yo no me había preparado fue lo que dijo en sueco, aclarándolo después, y lo estreché con algo más de fuerza al sentirlo acariciarme el cabello. Fue cálido y tranquilizador. Sentí el montón de lágrimas acumuladas, abrí los ojos y al parpadear la primera vez el cristal se reventó. Intenté contenerlo, evitar el desborde porque este chico no tenía por qué comerse la inundación, pero las facciones se me descompusieron y al tomar aire el sollozo me rasgó la garganta contra mi voluntad. Fue ruidoso, doloroso y terriblemente humillante. En mi cabeza palpitó el recuerdo de que ayer no pude dormirme junto a Verónica y los nombres en los mensajes recientes de Arata, mi propia hipocresía e irresponsabilidad me taladró la cabeza y me sentí agotado, triste y furioso. A como pude medio liberé un brazo, busqué limpiarme el rostro y seguí llorando como imbécil. —Perdona —dije en tropel cuando pude hilar alguna palabra y sorbí por la nariz—. Perdón, Hu. Tus palabras fueron muy bonitas y yo soy un desastre últimamente, pero lo que dijiste, la cita y lo demás me hace feliz. Soy feliz con tan poco que es casi patético y aún así todo duele en cualquier dirección. A saber de dónde saqué compostura para decir todo eso, pero al final otro sollozo me cortó la voz y elegí callarme con tal de evitarme incluso más humillación. Me desperecé un poco del chico, volví a limpiarme el rostro y aunque era casi tan ridículo y humillante como todo lo demás, por un instante solo busqué hacerme pequeño en ese abrazo para rendirme al llanto del que me había privado por semanas. A pesar de todo escarbé, lo hice porque era un viejo hábito... como todos los demás. Busqué devolverle un reflejo. —Eres un buen chico y mereces personas igual de buenas a tu lado —murmuré entre mis lágrimas, con la voz hecha un nudo—. Mereces abrazos como el que acabas de regalarme. Contenido oculto lpm no dejo de ser este meme porque yo no planeé esto así