Puede que la pregunta hubiese arruinado parte de la sorpresa tanto como mi afirmación, pero no creía que eso fuese importante realmente. Además, dejando eso de lado, no solía dar cosas en el White Day común y silvestre porque no quería que nadie se hiciera ideas extrañas, prefería ser claro con mis intenciones y eso colisionaba con la naturaleza real del día. Ahora se habían sacado este evento de los huevos y habían metido allí a todas las formas de relacionarse posibles, así que podía tomarme ciertas libertades. Al dejar el obsequio sobre la mesa pude ver el momento de desconcierto en su rostro, pero asumí que no era nada malo y me dediqué a esperar. Quizás era una proyección un poco atrevida, pero por su naturaleza retraída y nerviosa asumía que era posible que Bea tendiera, digamos, a sacarse de las ecuaciones en las vidas de los demás. Se imaginaba otras prioridades, que cualquier cosa bien podía ir antes que ella, ¿pero por qué debía ser así? Los hospitales me habían enseñado que a veces no debía existir nada encima de nosotros. La vi alcanzar la caja con delicadeza, como si en vez de cartón fuese vidrio, todo el contacto que se permitió con el objeto me dejó claras sus emociones. La ilusión y el cariño, la sensibilidad que existía en ella y el agradecimiento también. De cierta manera, aunque en mí era más natural, mi sonrisa fue una reflejo de la suya, cargó la misma suavidad y la sensación ayudó a limpiar el veneno que bombeaba desde mi pecho. Duraría hasta que viera el rostro de Brenn de nuevo, pero no me quejaría. —No estaríamos aquí de no ser porque tú has sido valiente —empecé en voz baja, no le llevé el apunte a su tartamudeo, tampoco al cristal en sus ojos, pero no fue que invalidara todo eso. Solo le di el espacio a existir, sin más—. Desde que nos encontramos aquí la primera vez has conseguido el coraje para hacer muchas otras cosas. Hablar con tus senpai, compartirnos las cosas que te gustan... Hacerme este regalo. No te acepté yo, Bea, te estás aceptando tú misma. Dije eso y no pasaron más que unos segundos cuando ella me extendió su propio regalo. Estiré las manos, recibí la caja dorada con su lazo blanco, pulcro; por un rato no hice más que mirar el obsequio con una sonrisa plantada en los labios y las palabras de esta niña rebotando en mis oídos. Pensé como en casa no solíamos decirnos que nos queríamos porque estaba implícito en un montón de acciones, en la manera en que mi padre cocinaba, en como mamá amanecía a mi lado cuando me revolcaba de dolor y como Brennan siempre me daba los buenos días y las buenas noches, sin importar qué tan ocupado estuviera. Sin embargo, Bea usaba tanto las acciones como las palabras. La combinación tenía poder, uno que esperaba que notara pronto. —Gracias —dije en voz baja y se me escapó una risa liviana, puede que hasta un poco infantil viniendo de un cabrón de diecinueve años—. De verdad, muchísimas gracias. Me tomé el atrevimiento de abrir la caja y se me escapó un sonido de sorpresa al ver los bombones en toda su gloria. Los escaneé todos, hasta que me decidí por uno de chocolate blanco y me lo llevé a la boca de lo más contento; resultó estar relleno de crema de avellanas. —¿Los hiciste tú? Al hacer la pregunta caí de repente que había empezado hablar con la boca llena, así que me cubrí con la mano y seguí comiendo un poco avergonzado.
Rowan me regresó una sonrisa que, intuía, era tan amplia como la que seguro yo esbozaba en este momento. Al ver cómo el gesto suavizaba sus facciones, no supe definir si eso ayudó a relajar el manantial de emociones que se había desatado en mi interior o si, por el contrario, me había dejado más cerca del desborde. El cristal en mis ojos se sentía cálido, y había conseguido detener el temblor de mis labios, pero también sabía que no podría hablar sin que mi voz temblara. Inspiré disimuladamente, en un intento por controlar esta corriente tan cálida que me endulzaba el alma… hasta que Rowan tomó la palabra, para reconocer, en mí… una cualidad con la que soñé largas noches, durante años. Valentía. Pese al tono bajo de su voz, el silencio de las flores que nos rodeaban; me permitían escucharlo con claridad. Al escucharle decir que estábamos aquí por mi valentía, mi sonrisa se amplió un poco más, el cristal se tornó más grueso… y aún así se me escapó una queda negación con la cabeza. No porque descreyera de su afirmación, sino porque pensaba que el estar juntos, en este día y esta hora… era un mérito de los dos. Pude ser valiente porque Rowan me había dado la oportunidad de serlo, al invitarme a almorzar con él incluso después del desastre del dorayaki volador. Su amabilidad fue tan determinante como mi coraje. Me habría gustado decírselo, pero la emoción que sentía era tan fuerte que me obligué a callar. Tampoco habría podido emitir una sola palabra de haber reunido la serenidad necesaria, pues las siguientes palabras de Rowan me formaron un nudo en la garganta. Sólo logré asentir, aceptando así su reconocimiento y, a la vez, el avance que había hecho a lo largo de éste último tiempo. No te acepté yo, Bea, te estás aceptando a tí misma. Esas últimas palabras volvieron más fuerte el nudo, a un punto que debí forzarme a desatarlo. Mi vista se nubló ligeramente a causa de la capa de lágrimas, que en un parpadeó se desarmó, humedeciendo mis pestañas, así como las cuencas de mis ojos; me apresuré en limpiarlas. Volví a asentir, quizá con cierto recato. Quería creer que la frase de Rowan era cierta, que poseía una buena cuota de verdad… Seguía sin tener la mejor de las autoestimas y no me consideraba una prioridad en la vida de nadie, pero también era verdad que no tenía pensamientos tan crueles o nefastos sobre mí misma, ¿tal vez? Gracias a las amistades que había forjado, entendí que no era un crimen tener defectos; también lograba ver con más claridad cosas que podría considerar una virtud, ¿tal vez? Opté por extenderle mi caja con sus chocolates. Por fortuna, el nudo de mi garganta se había aflojado lo suficiente como para poder decirle que se los había hecho con cariño, y que el acto de entregárselo implicaba un afecto igual de grande. Rowan, tras recibirlos, no dijo nada por un rato, pero la sonrisa con la que se quedó mirando la caja me fue suficiente para relajarme. La risa que dejó escapar al final, tan liviana y cristalina, me hizo sonreír con ternura, y frente a su agradecimiento volví a hacer otra negación, como diciéndole “No es nada”. No esperé que decidiera abrir la caja ahí mismo. Mi corazón dio un ligero vuelco al ver cómo la tapa era removida, quedando los bombones expuestos ante sus ojos. Los latidos retumbaron con cierta fuerza cuando, tras un escaneo, tomó uno de chocolate blanco para probarlo. Lo miré con algo de fijeza, tal vez demasiado enfocada en leer su expresión facial para saber si le estaba gustando o no. También estuve a punto de preguntarle, con demasiada rapidez, si le estaba pareciendo bueno. Pero al notar lo que contento que estaba, supuse que no haría falta, ¿tal vez? Dejé ir aire por la nariz, aliviada y complacida, ¿tal vez? Asentí a su pregunta, aunque pronto me ocupé en añadir una aclaración. —Con ayuda de mi familia —dije, jugueteando con mi dedos sobre mi propia caja de chocolate, la cual no había abierto—. Mi madre se entusiasmó al enterarse de la White Week. Se ocupó de conseguir todo lo necesario para hacerlos e incluso mis hermanos se sumaron. Preparamos chocolates entre los cuatro. Fue un poco complicado, pero nos divertimos. Sonreí sin darme cuenta esta vez, en el gesto se notó el amor por mi familia. Entonces, imité a Rowan en lo abrir mi regalo. Quité con cuidado el lazo menta y abrí mi caja. Al ver lo media docena de bombones, mi sonrisa se tornó mucho más suave aún, y las emociones volvieron a surgir. Alcé la cabeza, para buscar los ojos de Rowan. —¿También los hiciste tú? —pregunté— Se ven… muy bonitos. Tomé uno entre mis dedos. Mi semblante mostraba una expresión enternecida y moderada, no tan efusiva. Pero en mis ojos brillaba la emoción que sentía; una bastante infantil, como si fuese una niña pequeña maravillándose ante un oceáno de sus dulces favoritos. >>Me encantan —dije, tentada a probarlo, justo como había hecho él con sus bombones.
Puede que fuese necio de mi parte, pero me gustaba regresarle a los demás fragmentos de sí mismos que a veces atribuían a otros. Era la valentía de Bea y la resistencia de Tora, el amor de Brenn y mis padres o cualquier cosa similar. Lo hacía porque entendía que en algunos momentos era más sencillo ver aquello que lográbamos por otros que los que alcanzábamos por nuestra propia fuerza. Por eso hablé incluso si sabía que podía agitar más las aguas en las que descansaban las emociones de Bea, intensas. Su vista se nubló, pero mi sonrisa persistió y hice lo de siempre: dejarla ser. Puede que estuviese confiando demasiado en siluetas que no conocía o figuras que, en realidad, surgían de una oscuridad similar a la mía y la de Torahiko, pero si estaban haciendo un buen trabajo con esta niña, ¿acaso importaba? La chica albina, el cachorro del Segador y tantos otros... Estaban guiando a Bea, enseñándole la importancia de ser ella misma. Era la mejor de las enseñanzas, si me lo preguntaban. Cuando me entregó el regalo no pude evitar el impulso de abrirlo y probar los chocolates, pues surgió de la emoción genuina que había sentido al recibirlos. Ni siquiera me había dado cuenta de que en mi escaneo ella había estado mirándome hasta que le hice la pregunta, medio atiborrado con el chocolate. Mientras me respondía pasé el postre y tomé otro, habiéndome olvidado por completo del almuerzo para este punto. Y esta chica no tartamudeó una sola vez. La escuché decirme que los había preparado con su familia, así que me imaginé el cuadro y me dio algo de ternura. Ya no se trataba solo del regalo, esto de la White Week le había servido para pasar un rato en familia también y me pareció que entonces el asunto había sido un win-win. Se notaba el amor con que hablaba de ellos. —Es lindo que los hayas preparado con tu familia. ¿Se dejaron algunos para comer ustedes? Eso espero, siempre tiene que quedar algo para los cocineros —bromeé ahora sí tapando de nuevo los chocolates. Al dejar mi caja sobre la mesa la vi a ella abrir la suya, si bien su reacción no fue particularmente efusiva, noté la suavidad y ternura en sus facciones, de manera que se contagió a mí también, sobre todo al oírla decir que le encantaban. Cuando me preguntó asentí con la cabeza, también nos habían servido de distracción, a Brennan le habían gustado y fue papá el que me ayudó, mientras que mi hermano y mamá se dedicaron a tragar como reyes. —Me ayudó papá —respondí, tranquilo—. Si quieres puedes comerlos ahora o guardarlos para después. Luego de decir eso me debatí un momento con una idea que tuve, pero al final mandé todo al diablo y me levanté de la silla, arrastrándola a su lado, y me senté de forma que pude enfrentar aunque ella estaba de frente a la mesa. Posé una mano sobre sus hombros y así la insté a medio girarse y dejar ir el peso en mi dirección de manera que pude envolverla en un abrazo. La estreché con algo de fuerza y me mantuve allí en el abrazo primero en silencio. —Me hace feliz poder oír tu voz con claridad —dije en un murmuro, como si fuese una confidencia—. No imaginas cuánto. Contenido oculto: editado me acordé luego, pero como capaz sea mi último post gracias por la interacción uwu estuvo igual de bonita que siempre
Contenido oculto Creí percibir, en el semblante de Rowan, cierto indicio de ternura cuando le ofrecí el cuadro que se había producido en mi hogar en torno a los chocolates. No fue consciente de lo que se había filtrado en su expresión, de su semblante suavizado por su sonrisa. Al verlo así, me pregunté fugazmente si me habría ocurrido algo similar las veces me mencionó a Brennan… Pues el sólo imaginarlos juntos, compartiendo su día a día, me resultaba sumamente adorable, quizá porque me hacía pensar en el amor fraternal que me unía a Walter y Daniel. Además, la figura del hermano mayor de mi senpai me causaba cierta curiosidad; también admiración y respeto, debido a la carrera que estaba labrando en una universidad tan prestigiosa. Cuando Rowan dijo que era lindo haber preparado los chocolates con mi familia, no pude menos que secundar sus palabras con un asentimiento, mientras el amor seguía presente en mi mirada. No lo había pasado muy bien al principio, pues los asuntos relacionados con la cocina me causaban temor y me inspiraban un exceso de respeto; de ahí provenía la escasa experiencia que poseía en el campo gastronómico, justo como le comenté a Jez. Pero gracias a la paciencia y amor de mi madre, de mis hermanos; conseguí la fuerza necesaria para avanzar en mi objetivo. —Tenemos algunos chocolates en casa… —respondí a su pregunta; por pura vergüenza, no detallé que se trataba de los primeros bombones fallidos, a los que un mal templado había tornado quebradizos, pero conservaban un sabor decente—. Van a ser aperitivos dulces para después de cada cena, ¿tal vez? Como postres... Me permití, entonces, un breve instante para apreciar visualmente los bombones que él me había traído. Ya me había invadido una sensación extremadamente cálida por el sólo hecho de ver la caja rosa frente a mis ojos pero, ahora que contemplaba más de cerca su contenido, el sentimiento se expandía con una fuerza creciente. Avanzaba de a poco, pero con firmeza. y ganó un importante impulso a partir del momento en que Rowan respondió a mi pregunta... confirmándome que él también había hecho los bombones que tenía en mi mano, con ayuda de su padre. Otra risa, bajita y corta, abandonó mi pecho. Una parte de mí… todavía no podía creer esto. —Yo… Lo… Me gustaría probarlo ahora —afirmé ante sus palabras. Pero antes de que pudiese hacer algo más, Rowan arrastró su silla en mi dirección, distrayéndome tanto del bombón en mi mano como de los sentimientos que buscaba contener para que no desbordaran. Mi giré para mirarlo, ver cómo ocupaba asiento nuevamente, y sentí la mano sobre mis hombros. No me demoré nada en adivinar la intención que lo había a motivado a cambiar de posición, por lo que dejé el bombón en el interior de la caja y acomodé mi cuerpo para poder recibir su abrazo, en toda su plenitud. Mis brazos rodearon su cuello. No hubo ninguna queja ante la fuerza con la que me estrechó y, solamente, dejé mi mejilla apoyada en la suya mientras cerraba los ojos. Sin darme cuenta, empecé a acariciar su cabello con mimo, tímidamente. Rowan, inesperadamente, dijo que le hacía feliz poder escuchar mi voz con claridad. La mano que acariciaba su cabello se detuvo un momento, reflejando mi sorpresa y, tal vez, buena parte de la vergüenza que afloró por todo mi cuerpo. D-de hecho, el rubor ya estaba cubriendo mi rostro, imprimiéndole un calor que a lo mejor sintió Rowan en su mejilla, ya que seguíamos unidos en este abrazo. Lo estreché con algo más de firmeza. —Es gracias a ti, senpai… —le dije en voz baja, retomando la caricia sobre sus hebras rojas—. Cuando estoy contigo, me siento tranquila y en paz… Y tal como te dije la última vez, me hace feliz nuestro vínculo. Lo atesoro… como no te haces una idea… —lentamente me despegué de él, para poder mirarlo al rostro— Haberte conocido en este invernadero… Me motivó a tomar la decisión de ser valiente. Desde que me invitaste a almorzar… elegí no escapar nunca más… —le sonreí con cariño—. Mi fuerza… también es la tuya. >>Gracias por ese primer almuerzo, de verdad. Y por no dejar de cuidarme desde entonces, y permitirme hacer lo mismo por ti. —mi voz fue quebrándose a lo largo de las útlimas palabras, delatando lo emocionada que estaba. Le pedí algo de espacio, para así poder tomar el mismo bombón de antes, pues me hacía mucha ilusión probarlo. Hubo un intercambio de miradas con Rowan, tras el cual le di un pequeño mordisco. El chocolate tardó en derretirse mientras masticaba y fue una completa exquisitez para mi paladar. Se me escapó una sonrisa algo iluminada, a la vez que me llevaba otro pequeño bocado a los labios para continuar disfrutando sus sabor. Me giré una vez más hacia Rowan, contenta. Era muy dulce. Tanto el bombón, como el cariño que me había demostrado desde el primer momento. Seguía sin poder creerlo, que alguien hubiese preparado chocolates para mí. Era muy dulce. La felicidad que brillaba en mi corazón. Como un pequeño sol. Mi vista volvió a nublarse, a una velocidad más vertiginosa que antes. El cristal cedió antes de que pudiese hacer algo por evitarlo… Las lágrimas, abundantes, se volcaron desde mis cuencas, deslizándose por mis mejillas. Trazaron líneas húmedas a los costados de mi sonrisa, que ésta no se había perdido a pesar del desborde de emociones. Tragué como pude y agaché la cabeza, escondiendo el rostro detrás de la manga de mi camisa. —Pe… Perdona… —me disculpé torpemente, avergonzada— No es nada, senpai, no te preocupes… Yo… Sólo son lágrimas de alegría, ¿tal vez? Soy muy sensible y llorona, esto es normal, ¿tal vez? —alcé la vista e intenté sonreírle, en un intento por no alarmarlo— Siento tanta alegría ahora mismo… que no me cabe en el cuerpo. Por toda respuesta, Rowan me limpió las lágrimas del rostro, lo que estuvo a punto de hacerme soltar más, esta vez por la ternura que me causaba que fuese tan atento y bueno conmigo. Tomé una larga bocanada de aire, me levanté lentamente de mi asiento y, tras tomarlo de las manos, invité en silencio que se pusiera de pie. Una vez tuvimos el espacio suficiente… Fui yo quien lo abrazó. Me puse en puntas de pie para intentar envolverlo bien, para que mi cariño le alcanzara todo lo que pudiese, lo que me permitiese mi pequeñez de complexión y estatura. Hasta ahora, mi afecto se había transmitido a través de acciones y palabras. Tal vez sería redundante expresar lo que estaba a punto de decirle pero… no me importaba. Quise ser directa. Decirle lo que no me había animado a decirle la última vez. —Te quiero, Rowan —lo abracé con más fuerza—. Te quiero mucho. Contenido oculto ¡Gracias a vos por la interacción! Loquieromucho a Rowan y, sobre todo, amo los hermoso que se lleva con Bea. LARGA VIDA A LA LIL SIS Y SUS BIG BROS ª <3
No tenía tanta información ni nada, pero había algo en la imagen de Bea siendo capaz de compartir tiempo y sostén con su madre y hermanos que me tranquilizaba. Entendía de cierta forma que su ansiedad se proyectaba fuera de las paredes de su hogar más que dentro de ellas y por eso sabía que mi preocupación principal debía estar focalizada aquí en la escuela, donde yo podía ayudarla de una u otra forma. Sin quererlo acabé pensando en Hinata, que también era un crío, y como esta no sería la primera ni última vez que tomara esta decisión. En casa era un hermano menor, pero fuera de ella... Bueno, ya se veía, ¿o no? Como fuese, me respondió lo de si se habían dejado chocolates para ellos y asentí con cierto entusiasmo para secundar esto de que fueran para después de las cenas. No dije nada como tal porque no creí que hiciera falta y seguimos hacia el resto de la conversación, donde le confirmé que había hecho los chocolates y ella, en respuesta, se rio. Dijo que quería probarlos, pero entonces yo le atravesé el abrazo y ella se adaptó, la sentí rodearme el cuello, ante lo que le dediqué una caricia en la espalda. Su caricia en el cabello me resultó reconfortante. Mis palabras le regresaron la vergüenza, lo asumí por el calor que sentí en ella, pero mantuvo el abrazo y ambos también continuamos con la caricia en el otro. La escuché con calma, atesorando cada palabra y cuando pretendió separarse se lo permití, aunque arrastré el contacto por sus brazos y le dediqué una sonrisa. La voz se le fue quebrando y a mí se me encogió el corazón en el pecho. No dije nada porque sentí que invalidaba su agradecimiento y no quería hacer eso. Antes de cederle el espacio que me estaba pidiendo le di un apretón suave en los brazos, una muestra de cariño y de presencia. Ella probó el chocolate y entonces la emoción le ganó la pulseada, se le empañaron los ojos y el cristal finalmente se quebró. Sonreí, enternecido, y aunque oí todas sus disculpas y aclaraciones lo que hice fue estirar las manos para limpiarle las lágrimas con delicadeza. —Está bien llorar, Bea —le dije en voz baja—, por cualquier motivo. Así que no pasa nada, tú tranquila. Aquí estoy para las lágrimas buenas y las malas, las que sean. Me extrañó que me instara a ponerme de pie, pero le hice caso y cuando quise darme cuenta fue ella quien me abrazó. Procuré ajustar la postura, teniendo en cuenta lo pequeña que era, y la envolví también correspondiendo su iniciativa. Se me quiso formar un nudo en la garganta, salado, pues aunque siguiera comportándome como siempre seguía estando preocupado y confundido y esto... esta muestra de afecto, de repente me estaba trastocando los nervios. Encima de todo me lo dijo, me dijo que me quería y yo... Yo no solía hacer esto, no tan directo. Pero claro que la quería. Como quería a cada muchacho de Bunkyō. Como quería a Brenn e incluso a Tora. —Gracias —murmuré luego de tomar muchísimo aire y la estreché con más fuerza. Con tal de disimular mi propio revoltijo de emociones y el hecho de que no encontré la valentía para expresar mi afecto con palabras, lo que hice fue hacer la tontería de turno. Afiancé el agarre en ella, con cuidado de no tocarla de ninguna forma extraña, y la separé un poco del suelo a la vez que se me escapaba una risa. Contenido oculto no es mucho pero es trabajo honesto porque no podía dormir y yo tenía que contestar esta maravilla *llora*
De no haber sido por la siempre invaluable presencia de mi hermana, tan atenta y responsable ella; muy seguramente habría seguido de largo tras el sonido del despertador. Copito se había colado bajo las sábanas para tratar de hacerme reaccionar con mini-picotazos en la punta de la nariz, apenas consiguiendo que me hiciera más bolita sobre el colchón de mi cama. Pero fue Vali quien completó la difícil misión de hacerme dejar la cama, con su calma y firmeza tan usuales. Desayunamos, conversamos un poquito y… me hizo un par de preguntas sobre la tarde-noche anterior, ups. Ninguna fue especialmente inquisitiva y pude eludir ciertos detalles a pesar del sueño, ¡pero…! Ella era la persona que me había criado y visto crecer, por lo que me conocía demasiado bien, a mí, a mis dichos y mis silencios; así que era un hecho que se quedó con una idea clara de lo que había pasado. Es más: al final me recordó (y un poco advirtió) sobre la importancia de cuidarme y cuidar al otro en la intimidad. No me quedó otra que ignorar el sutil calor de mi rostro mientras asentía, asegurándole que nunca dejaría de hacerlo. También vale decir que yo también la conocía como la palma de mi mano: llegué a notar que se había quedado con ganas de hacer una pregunta más. Pero, fuese cual fuese, se la guardó en la punta de la lengua y seguimos con nuestra mañana hablando de los preparativos para el viaje a Tailandia. Me despidió a las puertas de la academia con el clásico beso en mi frente y subí a mi clase en soledad. Eso sí, antes de eso hice dos paradas extras: una fue en la cafetería, para pedirle a sus amables empleadas que me guardaran algo en su refrigerador. Las “soborné” con un par de chocolatitos caseros que preparé con picardía para esta ocasión, los cuales recibieron con una sonrisa encantadora en sus rostros. Esto me dejó ciertamente tranquila, ya que el calor era algo inclemente hoy. La segunda parada fue en el invernadero, donde escondí algo especial entre unas macetas. Así las cosas, pude prestar la debida atención a las clases matutinas… O eso me habría gustado decir. Lo cierto es que el cansancio pesaba sobre mi cuerpo. Fue haciéndose más denso conforme el profesor hablaba y hablaba de temas sobre los que no caché ni media palabra. Tenía un cuerpo fuerte, sí, pero estos últimos días lo había sometido a la intensidad. No me quejaría ni de lejos, la verdad sea dicha, pues cada experiencia había valido mucho la pena… Principalmente, la que tuve con Cay, que me había dejado más que contenta y satisfecha. ¡El punto es que…! Al final me retiré unos minutos antes de mi salón (o quizá media hora), aludiendo que necesitaba ir al baño. No regresé, sino que me fui derechito para la enfermería, donde dediqué algunos minutos a recobrar un poquito de energías en una de sus camas. Me había puesto otra alarma por si acaso, la cual se complementó con el sonido de la campana del receso. Me desperté con un ligero respingo, ya que había conciliado el sueño a velocidad récord. El cansancio seguía presente en mi cuerpo, claro está, ¡pero…! Se esfumó de golpe cuando me di cuenta de la hora que era. Cuando supe que ya era hora de llevar a cabo mi dulce y fantástico plan. Me levanté de un brinco, abandoné la enfermería y fui derecho para la cafetería, a recuperar lo que había pedido que me dejaran a buen resguardo: mi bolsa, en cuyo interior se hallaba un bento grande, que tenía comida extra para compartir. Además de eso, y de hecho lo más importante… había una caja rectangular blanca, envuelta en un lazo dorado, a la que añadí un moñito azul como detalle extra. Al ser consciente de que no faltaba nada para entregarla, la emoción me inundó el pecho. Tras un agradecimiento a las empleadas, me retiré del lugar para dirigirme al invernadero, con una sonrisa en mi rostro que no habría podido borrar de ninguna forma, de haberlo querido. En el exterior, bastó un rápido silbido para que Copito bajara de algún lugar para acomodarse en mi hombro; pronto fuimos rodeados por el verde salpicado de colores y diversos aromas, todos agradables. Tarareando bajito, con el gorrión dejando ir cantitos de vez en cuando, pronto dimos con la mesa y las sillas que habían al final del camino. Acomodé en lugar mi bento, además de dos botellas de agua que había comprado en el camino. Dispuse, sobre unas servilletas, dos pares de palillos envueltos en sus paquetes, y en otro rincón de la mesa coloqué la caja de semillas para Copito. Tras dar un paso atrás, observé con cierta gracia que esto, incluso si se veía tan sencillo, tenía toda la pinta de un banquete prometedor. Conteniendo una risita enternecida que me valió una mirada de Copito, le envié unos mensajes a Jez: A Jez, mi dulce lucecita: Esta usted formalmente invitada a un banquete de ensueño El mismo se celebrará en el Invernadero Ahorita mismo Te esperamos! [*emoji de pajarito blanco*] Vero ❤ Contenido oculto Zireael
Mi intento de ayer de preparar chocolates por mi cuenta fue... un chiste, la verdad. Solo después de haber empezado se me ocurrió revisar más y acabé llegando a lo del templado, pero ya era tarde para intentarlo y me faltaba con qué medir la temperatura así que aunque los bombones salieron más o menos decentes, me di cuenta que lucían opacos seguro porque me había saltado otro paso y al cabo de un rato reposando en el desayunador, me di cuenta que se estaban poniendo suaves. No resistirían un viaje a la academia. Me rendí, le dije a los niños que podían comérselos y como me había quedado sin suficiente chocolate para reintentar la faena (y también sin inspiración) fui a comprar algunas cajas de bombones bonitas. Traté de buscar chocolate europeo, que me gustaba más, y me las arreglé para sustituir las cajas de la tienda por otras más bonitas y que traté de decorar yo misma con los materiales de la escuela de Anne. No sabía en qué orden, cómo ni cuándo entregaría las cosas, pero al menos la mañana siguiente guardé los que eran de Vero y me di por servida. Cuando la campana anunció el receso vi a Cay levantarse un poco a las prisas, mientras que yo me quedé recogiendo mis cosas y en los intermedios Altan se desperezó de su asiento, algo atontado. Me preguntó si podía prestarle mis apuntes, aunque él de por sí nunca anotaba nada, y accedí a dejárselos esa tarde. Estábamos conversando todavía cuando me llegaron los mensajes de Vero, así que abrí el chat para contestarle. Llego en un momento, cariño Busqué la caja de chocolates, me levanté y vi que Altan hacía lo mismo, también cargando algo consigo. Asumí que sería para Anna, así que ni siquiera le pregunté y me limité a sonreír. Estaba por salir con Al, que se había quedado atrás un momento, porque se regresó por su móvil, cuando vi pasar a Kakeru con Ishikawa-kun y aunque fue repentino, pues los vi más con de refilón, creí notar que el segundo miraba dentro de nuestro salón. Altan había aparecido a mi lado, me avisó que podíamos ir yendo y yo, sin pretenderlo, busqué el espacio vacío de Cayden en el salón. Fue más un reflejo, siquiera pude asociarlo a nada, y al salir Al se distrajo al ver a su amigo, el rubio de los tatuajes, apostado en la pared de enfrente y me dijo que fuera bajando yo, cosa que hice. Me despedí de ambos y bajé sin prisa, hasta llegar al patio, y escudé la caja de chocolates con mi cuerpo al trazar el camino hacia el invernadero. Al llegar me detuve algunas veces a mirar alguna que otra flor, pero pronto seguí hasta la mesa donde ya Vero tenía todo acomodado. Notarlo me hizo soltar una risilla que debió delatar mi llegada tanto como mis pasos y me acerqué, ahora sí apretando el paso, hasta que estuve a su lado y le eché los brazos encima. La estrujé con mucho cariño, tuve cuidado eso sí por si tenía a Copito encima y yo no lo había notado, pero de todas formas, al retroceder le dejé el beso en la mejilla de rutina. —No me digas, ¿te escapaste de clase para venir a preparar esto? —dije señalándola con el índice de la mano libre.
Jez no demoró en responder el chat, para avisar que llegaría en un momento. Además de añadir una cuota extra a la emoción, su respuesta también significaba que los preparativos sobre la mesa no habían sido en vano. Lo cierto es que me la había jugado un poquito, con esta movida de acudir a las empleadas de la cafetería y luego escondiendo mi regalo entre las flores del invernadero; y recién ahora caía en cuenta de que alguien más podría llegar antes que Jez… ¡Pero bueno…! Ya estaba visto que volaba con mucha osadía. Tal vez demasiada, ups. Como interpreté que Jez tardaría un par de minutos en venir, me dediqué a admirar las flores que se hallaban más próximas a la mesa. Me acercaba a las mismas para inclinarme sobre sus pétalos, y cerraba los ojos en un intento por concentrarme en sus relajantes perfumes; al hacerlo, debía sostener parte de mi cabello, pues de lo contrario se derramaría cual cascada blanca sobre el pobre Copito, que se mantenía sobre mi hombro, lo más relajado el chiquitín. Un par ladeé la cabeza, para así rozarle la cabecita con mi mejilla, un gesto cariñoso que recibía encantado. Me habría provocado mucha gracia y ternura darme cuenta de que mi lucecita también contemplaba las flores, justo a mis espaldas; pero tanto Copito como yo fuimos plenamente conscientes de su llegada cuando escuchamos su dulce voz elevándose en un risita. Giré sobre mis talones, con una gran sonrisa iluminando mi rostro, y tardé menos de un segundo en elevar las manos. Quedé con los brazos estirados hacia ella mientras se aproximaba, más que lista para recibir su abrazo. La envolví con un cariño inmenso que estuvo a la altura del suyo, balanceándonos apenas un poquito hacia los costados. Jez había estado muy atenta a Copito, de modo que se brazo le dejó espacio suficiente para quedarse en mi hombro; el gorrión estiró las alas durante el abrazo y picoteó suavemente la zona del brazo de Jez que quedó a su disposición, seguro haciéndole cosquillas chiquitas. Cuando ella retrocedió un poco, acomodé el rostro para recibir su beso en mi mejilla, el cual me hizo cerrar los ojos de lo más encantada; no era novedad que los adoraba. Me reí por su acertada deducción; mientras que Copito, en mi hombro, acicalaba una de sus alas. —Las misiones más importantes requieren grandes sacrificios... así que elegí sacrificar unos minutos de clase —respondí, mirándola divertida, mientras le acomodaba un mechón níveo detrás de la oreja—. Hoy me desperté con muchas ganas de agasajar a mi linda estrella. No había apartado la mano de su oído, de modo que acuné su rostro suavemente para dejar, en su mejilla, el beso que le correspondía. Al regresarle espacio, le sonreí con inmensa dulzura. La quería mucho, se notaba a leguas. Apoyé una mano su espalda y estiré el brazo contrario en dirección a la mesa, cual gallardo caballero. —Mi señorita, permítame guiarla a su mesa —invité—. Seguro tenemos mucho con lo que ponernos al día, que no nos vemos desde… —me reí por lo bajo— El torneo del sábado, vaya. ¡Pero…! Que sepas que te estuve extrañando, eh. ¿Y mi papel de gallardo caballero? Bien, gracias.
La sonrisa de Vero al girarse para recibirme fue brillante, como siempre, y nos fundimos en el abrazo de turno. Percibí en el gesto un reflejo de mi cariño, pero lo que más gracia me causó fue notar que Copito me picoteó el brazo allí donde le quedó al alcance y volví a reírme sin darme cuenta. Al separarme de ella para darle el beso correspondiente seguía tenido cuidado de no tirar al gorrión y también recordé la caja que traía en la bolsa, solo entonces procuré que no fuese a golpearla a ella con mi movimiento. Su respuesta me hizo mirarla con las cejas alzadas, como cuestionándole si había usado también esos minutos para preparar la respuesta de que sí, se había escaqueado las clases con todo el descaro. Negué con la cabeza, como si le dijera que no tenía remedio, pero de todas formas mi sonrisa se estiró al escucharla decir que se había despertado con ganas de agasajarme. —Oh, vaya. Muchísimas gracias —atajé tragándome la risa. En su defecto, noté su intención un breve instante antes y al sentirla acunar mi rostro, cerré los ojos un momento, en lo que me dejó el beso en la mejilla. Al abrirlos de nuevo reflejé su sonrisa y llevé la mirada a la mesa que estaba señalando, pues era el agasajo en cuestión. En su defecto, claro que me dejé guiar a la mesa estaban todas las cosas acomodadas como en la mesa de un restaurante, hasta las semillas de Copito, y una risa nueva me quiso vibrar en el pecho. Eso sí, ¡ante todo era una señorita! Así que antes de decir nada dejé la bolsa con el regalo en una de las sillas libres y con movimientos delicados me senté en la otra, ajustando la falda para dejarla bien acomodada bajo mis piernas. Enlacé las manos con cuidado sobre la mesa, con la sonrisa bien puesta, y entonces alcé la mirada a Vero. —Tiene razón, señorita Medallista de Oro —convine sin dejar la suavidad de mis ademanes, estiré un poquito la sonrisa y alcé un brazo para usarlo de apoyo para mi rostro, a la vez crucé las piernas bajo la mesa—, pero ahora tengo curiosidad, ¿puede decirme con qué va a agasajarme el día de hoy? Al hacer la pregunta recorrí la mesa con la vista, antes de regresar a ella.
Jez, a estas alturas, era otra de las personas que me conocían bastante bien. El gesto de sus cejas y la negación de cabeza dieron a entender que se cuestionaba cuántos minutos de clase me había saltado en realidad, lo cual tentó una risa traviesa detrás de mis labios sonrientes. Quedó claro que la duda sobre mi responsabilidad, aunque fuera expresada en broma, estuvo bien lejos de preocuparme. ¡De hecho…! Me produjo una pequeña alegría mezclada con una pizca de satisfacción, pues me encantaba que entendiera tan bien cómo funcionaba yo. No dije nada al respecto y pasamos a lo importante, que era anunciarle que estaba a punto de ser agasajada con algo que, esperaba, le resultara rico. Esto estiró la sonrisa en el rostro de Jez, quien me dedicó un agradecimiento a la vez que se aguantaba la risa. Me reí bajito al notar su gracia, encantada con la frescura de sus reacciones, y entonces fue cuando acuné su mejilla con la mano que no había apartado de su cabello. La toqué con inmensa delicadeza. Los párpados de Jez descendieron ante el tacto de mi mano y yo, por mi parte, sentí que se me iba a derretir el corazón al verla así. Tan suave y delicada, como una hermosa flor. Estiré el cuerpo, plantándole un cálido beso en la mejilla, el cual extendí un segundito de más. La guié hasta la mesa, donde Jez dejó sus cosas en una de las sillas vacías. Al tomar asiento, observé que lo hizo con movimientos ciertamente finos y gráciles, que no hicieron sino sumar más belleza a la que, de por sí, esta chica ya poseía. Se vio como toda una dama en las vísperas de un lujoso banquete. Recibí su mirada con una sonrisita en los labios, las manos entrelazadas tras mi espalda. Copito, en mi hombro, tenía sus ojillos escarlata puestos en la caja de semillas. Pero giró la cabecita hacia mí cuando me escuchó reír por lo bajo, pues quedé de lo más encantada cuando Jez me llamó “señorita Medallista de oro”. Había tratado de recuperar mi actitud caballerosa, pero… sólo eso bastó para que mi postura y expresión quedaran por completo suavizadas, mientras posaba las puntas de los dedos en el centro de mi pecho, de lo más sonriente. Seguía feliz por el torneo y, sobre todo, por el hecho de que ella hubiese estado ahí, viéndome triunfar. ¿Cómo no me iba a calar el corazoncito la referencia al oro? Igual me forcé a recuperarme rápido, porque había que saciar la curiosidad de mi lucecita. Me acerqué a la mesa y, antes que nada, dejé a Copito junto a su mano. Tras esto, aún sin sentarme, destapé el bento con movimientos bastante galantes (o eso quería creer). Dado que el recipiente era más grande de lo habitual, quedó a la vista una cantidad generosa de arroz japonés salpicado con semillas surtidas, además de verduras fresquitas: tomatitos cherry, además rodajas de pepino y zanahorias. Pero he aquí el detalle: las rodajas de pepino tenía forma de estrellas con sus puntas redondeadas; mientras que los trozos de zanahoria imitaban la figura de corazones. ¡Y además…! La parte principal de este banquete eran unos trozos de carne de primera calidad, todos con el tamaño adecuado para ser tomados con palillos. Estaban cubiertos por una salsa del color de la mostaza. —Un banquete especial de campeonas —anuncié, sonriéndole con una diversión entremezclada con dulzura—. Ideal para medallistas de oro y para chicas hermosas con ojos dorados. Ocupé mi propia silla, y entonces le alcancéa Jez la caja de semillas de Copito, como invitándole a hacer los honores de darle de comer. Mientras que yo, por mi parte, comencé a pasar comida a la tapa del bento. —En esta velada disfrutarás de arrocito, estrellas y corazones, acompañados de tomatitos y carne de excelentísima calidad —comencé a decir, pasando cada ingrediente conforme los mencionaba; no quise pasarle tanta comida, a sabiendas de que había traído su propio almuerzo—. Este banquete es único porque tiene una salsita muy especial, de manzana y mostaza con un toque de tomate —hice una pausa dramática, mirándola con una sonrisa, y me incliné un poco en su dirección como si fuese a contarle un secreto—. Es una receta legendaria de la familia Maxwell. Dicho esto, le acerqué su porción de comida, con cuidado de no distraer a Copito.
A pesar de haberla conocido hace relativamente poco, conocía lo suficiente a Vero como para dar algunas cosas por asumidas. A pesar de su disciplina y compostura no dejaba de ser una muchacha de tercero de instituto, tampoco dejaba de ser algo intrépida y puede que hasta un poco imprudente con ciertas de sus decisiones. Escaparse de la clase algunos minutos antes no era un gran drama para ella, es lo que quería decir. Por demás, Vero siempre me tocaba con el mismo cuidado y delicadeza y no por ello dejaba de percibirlo. Cuando recibió mi mirada luego de que me hubiese sentado noté a Copito en su hombro, con la vista puesta en lo que no podía ser otra cosa que la caja de semillas; Vero estaba en modo caballera o algo así, pero mi apunte a la medalla de oro le suavizó los gestos y a mí me estiró un poco la sonrisa. Me hacía feliz que hubiese compartido algo tan importante con nosotras, la verdad. En el momento en que dejó a Copito junto a mi mano estiré el índice y comencé a dedicarle caricias entre las plumitas del pecho, pero no perdí detalles del teatro de Vero. Destapó el bento y de inmediato me puse a mirar la comida, aunque lo que más gracia me hizo fue que el pepino y la zanahoria tuviesen formas. Notarlo me hizo reír por lo bajo, enternecida, pero no dije nada para no interrumpirla. No hacía falta ser un genio para notar que lo principal era la carne, bañada en una salsa color mostaza. Cuando me acercó las semillas de Copito comprendí la intención y empecé a darle de comer, sin dejar de escucharla a pesar de que mis facciones se relajaron en una sonrisa más bien inconsciente. Ella estaba pasando comida a la tapa del bento y la dejé seguir explicándome el agasajo, aunque lo de la receta legendaria de la familia Maxwell en tono de confidencia me sacó una risa. —Gracias, cariño —le dije mientras le daba un par de semillitas más al gorrión—. Suena riquísimo. En cuanto me dejó la porción a mi alcancé sonreí de nuevo, el gesto me entrecerró los ojos y aunque no dije nada, no creía que hiciera falta, se debía notar la gratitud que sentía. A pesar de ello, antes de empezar a comer le dejé las semillas a Copito, para que comiera por sí mismo, y alcancé mis cosas. Aunque mi almuerzo no era grande, sabía que podíamos compartirlo, así que destapé el bento y lo dejé entre ambas. Era puré de papas con trozos de pescado empanizado y también algunos trozos de salchicha ahumada y algunas verduras salteadas. Con eso hecho, extraje de la bolsa la caja de chocolates de Vero y la adelanté hacia ella. Era una caja rosada sin mucha ciencia y como no tenía lazos, lo que había hecho era recortar corazones blancos y pegárselos encima. Dentro había una selección de chocolates que variaban del chocolate oscuro al blanco y estaban rellenos de menta, naranja y licor. —Para la campeona y mi amiga, Verónica Maxwell —anuncié con suavidad, esperando que aceptara su regalo.