Azotea

Tema en 'Cuarta planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

    Zireael kingslayer Comentarista empedernido

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    Que soltara que no se había golpeado la cabeza me hizo alzar las cejas, esperando el resto del argumento, pero acabó cediendo y solté la risa al escucharlo llamarle Lana-sensei, ya que encima de eso cerró el asunto con una reverencia. Después respondió mi comentario de que mataría a todos menos a él, la risa se le coló al hablar y cuando se puso a decir que lo pondría a estudiar plantas y aves hasta que se convirtiera en una fruncí el ceño, aunque la ofensa fue tan fingida como de costumbre.

    Excuse me? —apañé llevándome la mano al pecho—. ¿Cómo hablaría contigo si te transformas? ¡No me puedo permitir eso!

    Siquiera me molestaba en pensar en la manera que cruzábamos de un tema al otro y de cierta manera a ambos nos servía como distractor e incluso si yo no tenía la gran cosa de la que distraerme, lo que disfrutaba era la sensación de que él al menos parecía tranquilo conmigo y mis tonterías. Desde el día que lo encontré había lanzado una línea hacia él, esperando que le sirviera de algo, y si estas conversaciones suplían a esa función me daba por servida.

    Eso a un lado, dijo que le gustaba el aroma de mi shampoo y se me escapó una risa suave. Él no le dio importancia a su propio comentario, la verdad fue que yo tampoco y lo que hice fue girar el rostro para dedicarle una sonrisa calmada. No vi necesario añadir nada más, tampoco se me ocurrió el qué y entonces seguimos la conversación en la siguiente línea, que apuntara que estaba pequeñita me sacó una risa directo del pecho.

    —¿Crees que tu mamá me invite a comer el revuelto con tocino? —pregunté porque las idioteces no tenían fin—. Diez de- ¿De marzo? Oh shit, de verdad tendré que hacer el No Cumpleaños, no puedo creerlo.

    Lo dije como si me hubiese llevado tremenda decepción, aunque como traía los chocolates al final la cosa acabaría siendo cierta, pero claro que me reservé la idea mientras en la azotea me dedicaba a elegir dónde acomodarnos. El comentario del techo lo hizo reír y se me contagió, pero me concentré en la importantísima tarea de elegir nuestro espacio. Nos sentamos, él se quedó delante de mí y me puse a sacar las cosas. Mi duda acabó solapada con lo descolocado que se quedó él y me dio más vergüenza que antes, también más nervios, y me quedé callada tratando de regular eso, aunque cuando buscó mis ojos luego de leer la tarjeta le sonreí como si nada.

    El sonido de la puerta me hizo terriblemente consciente de las características de la escena y aparté la vista de Kakeru para dirigirla allí, reconocí de inmediato al muchacho de cabello celeste que había pasado a buscar a Cayden hace unos días y varias nociones conectaron de forma un poco brusca. El otro chico, el de cabello negro, no lo reconocí, pero Kakeru le deseó feliz cumpleaños y supuse que le habríamos robado la idea a alguien al estar aquí. Entre la breve interrupción, mi repentino exceso de conciencia y los nervios que habían escalado, cuando Kakeru me habló de nuevo regresé la vista a él de forma algo repentina y la vergüenza, por fin, se me salió de los contenedores y me alcanzó el rostro. No tenía dónde meterme, así que solo me hice la loca.

    —Es un No Cumpleaños no planeado —afirmé aunque las palabras me salieron algo atropelladas y mi propia vergüenza acabó un poco revuelta con sus reacciones. Su segunda pregunta me hizo asentir con la cabeza—. No los hice sola. Me ayudó Sasha, ¿conoces a la pelirroja de la 3-1? Como sea, yo estaba preocupada porque no sé muy bien hacer cosas en la cocina, pero ella me ayudó muchísimo y fue muy amable.

    A medio camino me di cuenta que parecía salido de la nada, así que me apresuré a explicarme. Ni siquiera me detuve a pensar que parecía que, en efecto, Kakeru no estaba ni enterado de lo de los chocolates.

    —Alguien pegó un letrero en el tablón para celebrar una White Week toda esta semana y al verlo me acordé de cuando me llevaste el almuerzo el día del invernadero. Me hizo muy feliz —contesté en una mezcla de ansiedad y sincericidio—, ese día fue muy lindo. La comida que me compartiste estaba rica, me escuchaste hablar de las cosas que me gustan aunque puedas acabar muerto de aburrimiento o convertido en planta y me ofreciste tu ayuda, me dijiste que podía buscarte si alguien me molestaba de nuevo. Así que cuando vi el anuncio supe que quería traerte algo, que quería poder alegrarte aunque fuese un poco... Cuando te pedí las llaves de la cocina era para esto. Por eso lo de despistado en la tarjeta, pero God bless, porque no sé qué habría hecho si se me jodía la sorpresa.
     
    Última edición: 5 Julio 2025
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    Gigi Blanche

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    —Si encuentras la forma de convertirme en planta, creo que podrías ingeniártelas para que sea una planta que habla —respondí, entretenido—. Tu madre se sentiría muy orgullosa de semejante obra... si es que no la matas antes, claro.

    No había olvidado lo que me había contado de sí misma, del posgrado de su madre, el pueblo donde había crecido y la elección tan vaga como brillante de su nombre. En el momento no fui consciente, pero le había prestado una atención que no siempre ostentaba y me sorprendí recordándolo todo en los días venideros. La duda que me asaltó más tarde, tras soltar la estupidez de su shampoo, fue tan breve y débil que siquiera alcanzó una capa de consciencia relevante. Ella se rió al oírme, me dedicó una sonrisa serena, y pensé que, al menos, no parecía disgustada. Era un comienzo, ¿no?

    La idea del revuelto hecho con mis restos pegados al pavimento era increíblemente desagradable, y allí radicaba su gracia. Su réplica, o su duda, más bien, activó en mi mente una respuesta primordial que censuré al instante. Todo bien con la chica, pero no creía contar con la suficiente confianza para preguntarle si acaso le apetecería comerme. Había un límite en las cosas.

    —Yo creo que sí —afirmé, y mi sonrisa se ensanchó brevemente—. Mamá es bastante cariñosa con mis amigos. Le gusta saber que me la paso bien en la escuela, que tengo personas para pasar el rato y todo eso. Si le entregas mis restos en mano, definitivamente te invitaría a cenar. Aunque... tendrías que disculpar la calidad de la comida. —Me llevé una mano al pecho y suspiré—. La amo con todo mi corazón, pero la cocina nunca fue lo suyo.

    Si lo analizaba en retrospectiva, probablemente hubiese sido uno de los principales motivos por los que empecé a cocinar yo, y de ahí vino todo lo demás. No había mal que por bien no viniera, decían. Al darle mi cumpleaños, se dio cuenta que ahora tenía una nueva responsabilidad y su reacción me hizo reír en voz baja. Podría haberle dicho que no debía preocuparse, que no tenía que ocuparse de celebrarme nada, pero... a veces era algo codicioso. Me daba curiosidad ver qué se sacaba de la manga. Puede que lo anhelara, incluso.

    Que alguien hiciera algo por mí.

    La interrupción de Ko y Sugawara había generado una suerte de time-out al que, aparentemente, ambos regresamos con consciencia renovada del asunto. Ilana también lucía avergonzada, notarlo me tranquilizó un poco, y asentí quedo al preguntarme si conocía a la tal Sasha. Pierce, ¿cierto? Emily me la había mencionado la semana pasada y, además, la recordaba del campamento, de la carrera que había jugado contra Kenta en el lago. Las palabras seguían enredándose en mi garganta, y mis dedos seguían jugando en los bordes de la caja, negándose a soltarla. Al parecer había una... ¿White Week? corriendo. Intenté hacer memoria del dichoso cartel sin éxito, y entonces ella siguió hablando.

    Era bastante información para procesarla a tiempo real, pero me las apañé. Valoraba sus intenciones y me ponía contento que se hubiese tomado el tiempo de prepararme algo, sin embargo, en la noción de concebirlos como un mero agradecimiento reconocí dentro mío una sensación algo más vacía y amarga. Se parecía a la decepción. No era su culpa, era yo quien no había prestado atención ni estaba enterado de la dichosa White Week. Eran mis ojos los que buscaban las siluetas oscuras en las esquinas. Eran mis manos las que presionaban gargantas ajenas. Era en mi nuca donde la tinta negra se enroscaba, siseaba. ¿Qué veía ella? ¿Un muchachito tranquilo y amable? Adorable, sin duda. ¿Quería alegrarme, decía?

    Iba a alegrarme, entonces.

    —¿Todo esto justo bajo mis narices? —Me reí en voz baja, bajando la vista a los bombones—. Gracias, Lana.

    Reparé en el que tenía forma de corazón y lo pillé entre dos dedos. Movido por un impulso más indefinido, lo alcé junto a mi rostro y miré a la chica con las cejas alzadas, en una suerte de pregunta silenciosa. No pretendía nada concreto, sólo... medir sus reacciones, quizá. Lo sostuve un par de segundos y acabé arrojándolo dentro de mi boca. Era de chocolate semi amargo y su relleno parecía... ¿algo de frambuesa? Mastiqué con calma, me lamí apenas la yema del dedo y estiré mi veredicto para molestarla. De hecho, antes de eso me incorporé un poco y me acomodé a su lado, apoyando la espalda en la reja. Mantuve las piernas flexionadas y apoyé los codos en mis rodillas, dejando las manos colgar del pequeño vacío. ¿Qué sentía, exactamente? No lograba definirlo. Quería que fuera un sentimiento puro, honesto e inocente, quería alegrarme de corazón, pero también quería ahorrarle la decepción. Estaba condenado a entender las expectativas ajenas.

    Si no podía sentirlo, podía fabricarlo.

    —Están muy ricos —murmuré, mirándola, y le ofrecí—. ¿Quieres alguno? Te dejo comer el postre antes que el almuerzo, es una excepción extraordinaria de tu senpai.

     
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    Zireael

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    —Pasó de genocidio a parecerse demasiado a Alicia en el País de las Maravillas con esto de las plantas hablando. Orgullosa o no, creo que mi pobre madre se moriría de un infarto por la planta parlanchina —dije con el ceño ligeramente fruncido, aunque se me notó la diversión en el tono—. Además, ¿por qué querría volverte planta? Think harder! Prometo no matarte de aburrimiento ni transformarte en una lechuga que habla, me gustas tal cual.

    Sacado de contexto debía sonar rarísimo, me di cuenta luego de haberlo dicho, y elegí ignorar mi selección de palabras. A veces pecaba un poco de no conectar lengua con cerebro hasta que era tarde, así que lo mejor era que la gente pensara que simplemente no me daba cuenta de mis deslices del todo. Mejor pasar por ingenua que por bocona, suponía.

    Lo que me contestó sobre su mamá, aunque en el escenario anormal y oscuro de comer sus restos o de entregarlos para empezar, acabó sacándome una sonrisa más suave de la que no fui del todo consciente. Me hizo gracia lo de la calidad de la comida, porque me acordé del omurice y supuse que al pobre chico le habría tocado balancear. También apañé sobre la marcha el apunte de que la señora era cariñosa con sus amistades y estuve por abrir la boca para decir algo, pero al final me reservé el impulso más por inseguridad que por otra cosa.

    —No pasa nada —atajé junto a una risa—. Mi madre tampoco es experta en cocina, tengo práctica con el asunto.

    Luego el Míster Cumplo-el-diez-de-marzo me dejó sin posibilidad de celebrarle el cumpleaños en este año y me dio pena genuina, porque así me hubiese dicho que cumplía en diciembre, pues habría tenido tiempo de pensar en algo, ¿y ahora? A poner en funcionamiento la improvisación, cosa que ya vería de hacer posterior al colapso por exceso de conciencia.

    Él había asentido cuando le pregunté si ubicaba a Sasha y luego le dejé caer encima toda la información de golpe, al pobre hombre. Había algo en el... digamos el retraso de cualquier reacción que empezó a encenderme sirenas en la cabeza, distantes, y recordé que justo por esta posibilidad había llegado a dudar de los chocolates en general. ¿Parecía muy intensa? ¿Daba la sensación de salir de la nada? ¿Parecía un simple trámite? Las dudas se apilaron y las sentí amalgamarse entre sí para luego presionar el gatillo que me hacía hablar, haciendo que disparara las palabras.

    Asentí cuando preguntó si todo eso había ocurrido bajo sus narices y sonreí ante su agradecimiento, pero estaba repentinamente atorada. Ni siquiera concebía la magnitud de las sombras que rodeaban a este chico y las que, a su vez, surgían de él, como no lo hacía respecto a los demás. Incluso así creía sentir la respiración pausada de un monstruo dormido, existía por preguntas como las de Shimizu y el agotamiento de papá, por pedidos de silencio como el de Cayden y cosas tan salidas de la nada como chicas aventado cuchillos en una azotea escolar, o por la simple corazonada de que algo se me escapaba siempre. La inquietud de que había algo más.

    —No tienes por qué agradecer —contesté entonces, dedicándole una sonrisa y dejando las manos sobre el regazo. Metí todas mis dudas en un cajón, pues me negaba a dejarlas alterar los espacios—. Estamos empezando a ser amigos después de todo, ¿o no? Y me gusta hacerle regalos a mis amigos.

    Bueno, ¿y la puntería mortal de este chico? Lo vi tomar justo el bombón de corazón y se me ocurrió que la contramedida para evitarnos complicaciones más bien iba a salirnos al revés, porque entre un montón de chocolates de otra clase, el que era distinto acabaría resaltando, pero ya era tarde para esas cosas. Recibí su mirada aunque me sentía avergonzada todavía y se me escapó una risilla algo nerviosa aunque finalmente me encogí de hombros.

    —Esa fui arrastrándote a tu inevitable destino de no librarte de mí —apañé por la pura tontería—. Siempre que estés dispuesto a aceptar mi compañía, quiero decir.

    Eso de lado, mi pobre corazón atascado de inseguridades repentinas no iba a soportar esto de que no diera un veredicto. Me le quedé mirando, a la espera, pero antes de hablar se acomodó a mi lado y estuve a punto de decirle que no podía tener a una señorita esperando de esta manera y aunque no lo dije, sí que arrugué un poco los gestos, ligeramente enfurruñada. Uno de los latidos que me golpeó el pecho se sintió más ansioso de lo que me habría gustado.

    ¿Qué habría preferido?

    ¿La honestidad cruda del que corta el hilo?

    ¿O la noción fabricada con tal de no arrojar el tajo?

    Al final dijo que estaban muy ricos y amplié la sonrisa, logrando deshacer uno de los nudos en mi cabeza. No conté con que me ofreciera, pero al verlo hacerlo negué con la cabeza y miré la caja. Allí relajé las facciones y mi sonrisa también se diluyó en un gesto más sosegado.

    —Son tuyos, yo probé bastante mientras los hacíamos. Ya sabes, para estar segura de que no iba a provocarte una intoxicación —recalqué y me acordé de repente de lo del No Cumpleaños, por lo que di un pequeño respingo en mi lugar—. Pero esto del postre antes de la comida, ¡por eso se me pegan tus hábitos!

    Fue una referencia directa a lo de la mañana, pero en sí no me detuve mucho en ello y giré el cuerpo para poder verlo sin tener que voltear la cabeza. Con eso hecho, a pesar de mi negativa, estiré la mano para agarrar uno de los bombones y lo sujeté entre mis dedos.

    —Ahora te va a tocar usar la imaginación y pensar que cada uno de estos es un cupcake del sabor que más te guste. ¡Y que están decorados bien bonitos! —Regresé el chocolate a su lugar y con la vista busqué la tapa de la caja para señalarla—. Y que allí pone Feliz No Cumpleaños, obvio. Imagina que tiré la casa por la ventana y decoré a la azotea con tus colores favoritos. You know, big big party, diría que te imagines un montón de comida rica, pero hasta el momento solo podría replicar los chocolates sin temor a equivocarme mucho.

    Al haber pintado el cuadro me permití una risa y alcancé el bento. Me había traído el más grande que teníamos en casa, pues porque de verdad había aplicado el go big or go home, y lo dejé frente a mí en el espacio entre nosotros. Mis movimientos no perdieron la fluidez y aparente calma.

    ¿Había sido demasiado?

    No podía oír si las tablas rechinaban bajo mis pasos.

    —También traje comida para compartir —comenté bajando un poco la voz y mis ojos se quedaron suspendidos allí, en el bento cerrado—, pero obvio puedes seguirte comiendo el postre. Es el privilegio del senpai no cumpleañero. Te cantaría el Happy Birthday aunque en día de no cumplir años, pero admito que eso sí me daría vergüenza ahora mismo.

    No sabía si eran los nervios, pero sentí que de repente no había parado de hablar y el sonido de mi propia voz me resultó un poco abrumador, así que me tomé una pausa que disimulé abriendo el almuerzo para comer un poco de arroz. También aproveché para volver a mi lugar a su lado, usando la reja de apoyo para la espalda.
     
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    Gigi Blanche

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    —¿Acaso intentas convencerme de votarte en las elecciones para que ganes, cometas un genocidio y me perdones sólo a mí la vida, confiando en que no me utilizarás en experimentos ilegítimos de creación de plantas parlantes? —recapitulé, fingí ponderarlo algunos segundos y asentí—. Está bien, te creo.

    Eso del "me gustas tal cual" había rebotado en una frecuencia diferente, pero se lo atribuí de inmediato a una interpretación propia y le resté importancia. Además, ¿qué tenía de maravilloso que afirmara preferirme por encima de una... planta? La vara no podía caer más bajo que eso y reprimí la sonrisa, amarga, que quiso estirarme los labios.

    Posterior a mi agradecimiento por los bombones, la oí decir que empezábamos a ser amigos y mis ojos viajaron de los chocolates a los suyos. Fue un movimiento sereno, al igual que la sonrisa que esbocé, y asentí. Esa idea, al menos, me reconfortaba un poco. Era cierto que estaban Kohaku y Emily además de Anna y Kou, pero todos se enredaban de una forma u otra a personas o escenas del pasado que no siempre me gustaba evocar. Conocer gente completamente ajena a mí, a mi historia y a mis errores, era una bocanada de aire fresco. Fuera un placebo, un sedante temporal o una ilusión, daba igual; me recostaría allí y disfrutaría del silencio, pues a sus ojos era un muchacho ordinario.

    No un suicida.

    Al recoger puntualmente el corazón, noté que sus nervios se dispararon un poco más y me dio una mezcla de compasión y ternura. Se las arregló para contestar una tontería y, frunciendo levemente el ceño, me acerqué el bombón a la oreja. ¿Tantas cosas significaba un chocolate así de chiquitito?

    —Pero ¿tengo o no tengo opción, entonces? —repliqué, por molestarla, y fingí que escuchaba al chocolate, asintiendo de tanto en tanto—. El pequeñín de aquí me ha contado otra historia... Tendremos que eliminar la evidencia.

    Y lo lancé dentro de mi boca, encargándome del asunto. Luego me acomodé a su lado, relajé la espalda contra la reja y, antes de decirle por fin que estaban ricos, llegué a notar su semblante enfurruñado de soslayo. Tuve que tragarme la sonrisa para darle lo que esperaba y, aunque rechazó mi oferta, no terminé de retirar los bombones del espacio entre nosotros. Oírla decir que se le pegaban mis malos hábitos me arrancó una risa más natural y desprevenida.

    —Al menos se te pegan los no tan malos —rescaté, valiéndome de un chiste interno que no podía ser más oscuro—. Yo digo que puedes seguir siendo una buena niña.

    Noté su movimiento de reojo, la forma en que giró el cuerpo, y volteé el rostro para brindarle mi atención por completo, asumiendo que tenía alguna otra idea en mente. La noción de los bombones siendo cupcakes me estiró la sonrisa por otros motivos, pues recordé a Frank seleccionando un cupcake viejo que tenía perdido en su habitación para el pobre Sugawara y pensé que los prefería imaginarios a duros y secos, así que punto para Ilana. Por fuera de esa breve distracción, desde la primera palabra noté sus intenciones de construir un escenario, de armar una suerte de teatro de marionetas, y en mi semblante se imprimió una sutil mezcla de ilusión y expectativa. Miré los bombones uno a uno y los fui convirtiendo en pequeños pastelillos con nata, glaseado, e incluso chispitas de colores. Al oírla decir que estaban decorados bien bonitos, también aparecieron franjas de arcoíris con estrellas y corazones.

    Una risa baja me vibró en el pecho y entonces recorrí la azotea con la vista, imaginando las cintas, guirnaldas y decoraciones en azul y verde. Por la gracia, colgué un cartel atado de punta a punta que rezaba "Feliz no cumpleaños, Kakeru". ¿Podía agregarle una piñata al costado? Nadie me lo impediría, ¿verdad? El castillo de naipes era entrañable y no ignoraba su fragilidad, pero en la consciencia de cuán sencillo me había resultado imaginarlo detecté un anhelo dormido, empujado a los bordes de mi memoria. El último diez de marzo había sido un martes ordinario. Mamá y papá habían trabajado, Hayato no se había acercado a la casa y yo había permanecido encerrado en mi habitación, jugando videojuegos e ignorando el mundo adrede. Algunos mensajes de texto, un pastel de la tienda de la esquina luego de la cena, y eso fue todo. Si fingía que me daba igual, si me comportaba frente a los demás con indiferencia, otro diez de marzo ordinario no dolería. Al menos no mucho.

    Sentí una brisa suave entre el cabello mientras permanecía atado a la fiesta que allí no había, sin darme cuenta de la forma en que me había abstraído. Pasados varios segundos solté una risa nasal y regresé los ojos a Ilana. Sabía que ella se lo había sacado de la manga porque sí y que era una tontería en toda ley. Lo sabía. Sólo había decidido dejar de resistirme, así fuera brevemente, al constante oleaje de emociones que golpeaba a la puerta. Ahora mismo era una marea suave, pálida y serena. Triste, quizá, pero que prometía no hundirme.

    —Es la primera fiesta de no cumpleaños que me hacen —murmuré, parte de aquella ilusión me amplió la sonrisa y volví a reírme; el sonido se me antojó algo infantil—. Está muy bonita.


    Volví a guardar silencio para, una vez más, atender a sus movimientos. Ella se ocupó del bento y, mientras tanto, yo tapé la caja de los bombones y busqué una sombra que proyectara mi cuerpo, por pequeña que fuera, para protegerlos allí. Su voz me alcanzó, sonó más baja que antes y me pregunté si estaría alucinando o si había algo de todo esto que le causaba ansiedad. ¿No me había adecuado bien a sus expectativas? ¿No había logrado fabricar una reacción suficiente? No quería... No quería ser un ingrato. Estaba agradecido, de verdad, pero ¿cómo se lo demostraba? ¿Cómo... se suponía que lo sintiera?

    Cuando no sentía casi nada en absoluto.

    Recogí las piernas, las crucé entre sí y giré todo el cuerpo hacia ella. Tomé aire de forma disimulada antes de hablar.

    —El postre puede esperar —murmuré, dándole unos golpecitos a la tapa del bento—. Acabo de decidir intentar ser un buen chico, como tú, y comer la comida primero.

    ¿Cómo lo revertía? ¿Cómo lo subsanaba? Ilana abrió el bento, se llevó algo de arroz a la boca y regresó la espalda a la reja. Reconocí el apremio en mi interior, el oleaje se agitó y me empujó lejos de la puerta, impidiéndome cerrarla.

    —Ah. —Modulé mi tono de voz para que sonara casual mientras recogía algo de comida con los palillos—. El muchacho que apareció recién, el de cabello celeste, era uno de los amigos que te comenté la otra vez, Ko. O sea, Kohaku. O sea, Ishikawa Kohaku. —No supe hacia dónde encauzar la información ni cómo podría servirle a ella, por lo que agregué antes de comer—: ¿Has estado bien, Lana? Creo que no te lo pregunté, perdona.

     
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    Zireael

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    Cuando se puso a enumerar desde las votaciones yo me puse a contar con los dedos, eran cuatro cosas bastante estrafalarias y lo del genocidio posterior a las votaciones era particularmente oscuro, pero siquiera le llevé el apunte a eso desde que lo dijo así que tampoco lo hice ahora. Me quedé con los dedos que había contado levantados y asentí, afirmando que intentaba convencerlo de todo eso. Encima accedió a creerme sin una pizca de resistencia y no pude evitar reírme.

    —¿No serás tú el seguidor más fiel de toda mi campaña? —lo molesté en voz baja—. Campaña sin extorsión ni sobornos, debo señarla. Todo muy legal.

    Al intentar esquivar la cuestión del corazón acabé tropezando con mi plan yo sola de nuevo, porque frunció el ceño, se acercó el bombón al oído y al escuchar lo que dijo mis nervios, aunque todavía presentes, se quebraron para fingir indignación. Me llevé la mano al pecho y arrugué las facciones de nuevas cuentas.

    —No se puede confiar en nada últimamente, yo le dije que mantuviera el secreto. Ahora mis intenciones quedaron expuestas por un bombón que no supo mantener su promesa.

    Contuve la risa al verlo eliminar la evidencia y pretendí persignarme como señal de respeto al pobre chocolate sacrificado que ya no podría contar la historia. Escucharlo reírse por lo de los malos hábitos quiso palear las preocupaciones al fondo de mi cabeza, por lo que no pude hacer más que reírme por eso de que según él podía seguir siendo buena niña y me las arreglé para hacer un remedo de reverencia a pesar de estar sentada.

    —Gracias, gracias.

    Después pinté la fiesta para él y a la vez la pinté para mí; los cupcakes, la decoración, el cartel y todo lo demás. Botellas de refresco, bolsas de papitas como para un ejército y si nos poníamos creativos podía colar un ingrediente de contrabando aquí también, ¿a qué sí? La idea quiso hacerme gracia pues recordé a Sasha mostrándome el licor, pero me guardé la risa. También habían bolsas de caramelos y una pistola de esas de confeti que al reventarla amenazaban con causarle un infarto a cualquiera.

    Hubo algo en su risa, en la diferencia en su sonido, que también quiso disipar algunas de mis inquietudes y sin darme cuenta sonreí, el gesto fue amplio, estuvo a poco de entrecerrarme los ojos incluso. Quise confiar en que habría imaginado una fiesta de verdad, como él la quisiera, y que quizás sirviera de algo aunque fuese una imagen mental, una ilusión.

    Una parte de mí vivía de ellas, también.

    Llenaban los vacíos.

    —Luego hay que hacer una donde la fiesta no sea narrada por mí —sugerí en otro impulso de no saber cerrar la boca, en modo metralla como había quedado—. Estaría todavía más linda si pudiera decorar de verdad y explotar una cosa de esas de confeti que también te quieren explotar un tímpano.

    Al menos pude reservarme el comentario de que su risa había sido bonita también, porque ya mucho desastre estaba haciendo parloteando sin detenerme y con la forma en que mi propia voz rebotaba en mi cabeza. No estaba condenando la intención que ignoraba de acoplarse a mis expectativas, aunque ni yo sabía cuáles eran del todo, pero sí mi propia angustia salida de ninguna parte. Temí abrumarlo, saturarlo y cansarlo, ¿pero ese miedo era culpa suya? No lo creía.

    Surgía de las alas que me habían arrancado de la espalda al llegar a esta ciudad.

    Mi pausa para dejar de oírme quizás fue algo brusca, se me ocurrió con retraso, pero dejar de escucharme por unos segundos me ayudó a dejar de pensar tan rápido y de forma tan fatalista, pude reiniciar mis sistemas y tratar de escuchar con más claridad las señales que él me estaba dando. Por ello me reí al escucharlo decir que intentaría ser un buen chico y comer el almuerzo primero, así que luego de haberme bajado el bocado de arroz le acerqué un poquito más el bento.

    Se refirió entonces al muchacho de cabello celeste y así, después de varios días, pude ponerle un nombre a la cara que incluso antes de adquirir, digamos, materialidad física en el mundo existía más como un concepto repetitivo. Kakeru había dicho que era callado, también medio cabrón lo que era un poco gracioso en sí y luego estaba Cay mencionándolo con cariño, así que lo que ni sabía que era un círculo acabó de completarse de repente.

    —Ah —solté con la vista en la puerta por la que el muchacho había desaparecido—. No sabía que era él, si resalta un montón con el pelo de cielo, tendríamos que haber empezado por ahí. Es el presidente del club de música, ¿cierto?

    Me detuve bastante poco en la manera en que toda la información proveniente de distintos lugares se había entrelazado y lo que me significaba o no, justo como había hecho en el invernadero con Beatriz y los demás. Con todo, había vuelto a mirarlo luego de que me preguntara cómo había estado y le dediqué una sonrisa, ya algo más calmada, y sin darme cuenta procuré aunque fuese con mi lenguaje corporal transmitirle a él esa misma calma. Si bien otra vez empecé a hablar hasta por las orejas, me di cuenta de que lo hice bastante más despacio.

    —Realmente yo tampoco te pregunté a ti, así que no pasa nada. Si te fijas no solemos empezar las conversaciones así —apunté junto a una risa mientras me preparaba otro bocado de comida—, pero sí. No tengo quejas ni nada, la verdad, pero eso es de esperarse porque como ya bien sabes soy buena chica y me porto extremadamente bien. Debo hasta haber olvidado cuándo fue el último día que estuve fuera de casa después de las nueve de la noche. A ver... Lo más emocionante de mi vida es que papá vino a dejarme a la escuela hoy, así que me ahorré venir en tren y tus chocolates viajaron como reyes, habría sido tristísimo si me empujaban saliendo del metro y se apachurraba la caja o algo.

    Tomé una pausa para comer, pero luego de eso le di vuelta a los palillos y le piqué la mejilla suavemente con el lado que estaba limpio, con el gesto quise relajarnos a los dos, pues sentí que antes había mencionado a Kohaku out of nowhere y eso respondía a algo. Al hacerlo amplié mi sonrisa, luego retrocedí y busqué alcanzar la botella de té helado para dejarla más cerca del bento, por si le daba sed.

    —¿Y tú? Lo último que supe es que Frank te molestaba a horas indecentes de la madrugada, la una y media de la tarde, por donjuán y que te golpeaste con el aire y olvidaste que tenías que darme una llave —recapitulé ligeramente divertida y el tomar algunas verduras del bento relajé los gestos.
     
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    Al ver los dedos que había levantado, agarré su índice apenas de la punta y lo sacudí suavemente. Mi sonrisa se había ensanchado con la inocencia que creía haberle copiado a Ko y asentí, muy tranquilo.

    —Soy tu fan número uno —bromeé, en voz baja, haciendo énfasis en el dedo que sostenía, y luego la solté.

    Ya en la azotea, recibí su indignación mientras masticaba el bombón, por lo que no pude hacer gran cosa más que permitir que una risa vibrara en mi pecho. Se persignó por la pobre víctima desaparecida, me tragué la evidencia y, con eso, quedamos limpios. A la fiesta imaginaria le siguió una oferta concreta y parpadeé despacio, exhalando por la nariz. Esta chica tendía a venirse encima, ¿cierto?

    —Si es mi no cumpleaños, también puede ser el tuyo, ¿no? —sugerí, alzando las cejas con una chispa de ilusión—. Hacemos un no cumpleaños doble y matamos dos pájaros de un tiro.

    Por supuesto era una frase hecha, pero al reparar en la fijación que traíamos sobre las aves, las plantas y la muerte arrugué el ceño, primero, y luego todo el semblante. Fue teatro, o quizá fue mi puesta en escena de la impresión que, suponía, debería tener ella. Mi humor era oscuro, o al menos más oscuro de lo que solía dejar ver, y en un breve desliz mental me pregunté si Ilana bromearía tan tranquila conmigo de todas estas cosas si supiera mis antecedentes. No, ¿verdad? Interpretaría los chistes como señales de alarma, y entonces tendría que callarme. Era curioso y, al mismo tiempo, absurdamente obvio.

    Llevaba encima una marca de por vida.

    Tras empezar a comer, intenté rellenar el silencio trayendo la aparición de Ko sobre la mesa y ella pareció ubicarlo. Su apunte de que debería haber empezado por su cabello me estiró una sonrisa de disculpa; era, de hecho, un argumento bastante válido. Luego alcé las cejas, entre sorprendido y curioso, y asentí.

    —Sí, lo es. ¿Conoces a algún miembro del club?

    El "presidente" del club, bueno. La verdad que nunca lo veía hacer una mierda, pero me reservé el comentario. Al preguntarle cómo estaba, sentí que algo en ella comenzaba a tranquilizarse y, con ello, mi propia marea se estabilizó. Avancé contra corriente, mis piernas se esforzaron paso tras paso, y finalmente alcancé el pomo de la puerta. La cerré con un vaivén lento y fluido conforme oía su respuesta y el rugido del océano, así, se amortiguó.

    —¿Te trajeron hasta aquí? Eso sí es lujo —bromeé, en un pequeño silencio, y me detuve en sus ojos—. Bah, creo que no te pregunté en qué barrio vives.

    Mis dedos llevaban un rato jugueteando con el dobladillo de mi pantalón. Ilana se detuvo para comer y el toquecito de sus palillos me hizo sonreír y agachar la mirada, levemente avergonzado. Suponía que ambos habíamos notado el cambio en el ambiente y su acercamiento, así como mi conversación improvisada, respondieron a una misma intención. Busqué sus ojos desde abajo, vi su sonrisa ampliarse y tomé bastante aire, soltándolo lentamente. Al regresarme la pregunta, trajo a colación los eventos del jueves y solté una risa en voz baja.

    —Ya me había olvidado, ¿cómo se atrevió? —murmuré, y luego me dispuse a juntar un bocado de comida decente en los palillos—. Ha estado bien, normal. Eso de ser buen chico no me sale tan natural como a ti, me pasé del viernes al domingo fuera de casa después de las nueve. Ah, pero ayer junté algo de consciencia y me volví temprano. Relativamente temprano. Lo suficientemente temprano para dormir como corresponde. Por fuera de eso, lo de siempre. Hice algo de tarea, cociné, me duché. Ayudé a mamá a podar los arbustos.

    Algo que había notado era que, por parlanchina que resultara, no tendía a inmiscuirse demasiado en los temas que pudieran tornarse escabrosos; como si tuviera una especie de sensor y se le diera bien fingir demencia. Esa pequeña garantía me permitía confiarle una dosis de honestidad que le sirviera a ambos. Yo no tenía que mentirle, y ella no tenía que comerse las verdades desagradables. No tenía que saber, por ejemplo, del codazo entre las costillas que me había comido el sábado, ni del moretón que se oscurecía bajo mi camisa, ni del miedo en los ojos ajenos que lentamente comenzaba a naturalizar. ¿La estaba engañando? Me creía capaz de ser ambas cosas, la verdad. ¿Era ingenuo de mi parte?

    Quizá.

    Pero ¿importaba?

    Aproveché el tiempo que masticaba para organizar mis pensamientos y echar por la borda cualquier mínimo rastro de preocupación. Al regresar a sus ojos, sonreí. Si me detenía en ello era... interesante, embriagante, incluso. Podía hacerlo, ¿cierto? Engañarlos. Podía ser el muchacho amable y sereno de toda la vida y nadie oiría la tormenta.

    —Está muy rico, por cierto —indiqué, señalando el almuerzo con los palillos—. ¿Lo preparaste tú?

     
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  7.  
    Zireael

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    Al verlo sujetar mi índice para decir tan pancho que era mi fan número uno sonreí, el gesto fue suave y aunque era una tontería como todas las que decíamos a diestra y siniestra, se me antojó bastante agradable. La cosa no regía mi vida, no buscaba atención en sombras ni cualquier rastro de la luz de un reflector, no siempre quería decir, pero de cierta manera ser elegida por alguien... Ni idea, calmaba algo, aunque no sabía el qué.

    Eso sí, con su comentario di esa sección del conversación por terminada y seguimos con el bombón soplón y mi siguiente oferta. Con este hábito de adelantarme de golpe a los hechos más bien no me sentía mal con la suficiente frecuencia, si me sentaba a pensarlo, pero también era cierto que modulaba mi carácter en función de lo que los otros me ofrecieran. Avanzaba, escuchaba las quejas de la madera y retrocedía buscando otros caminos o me quedaba quieta.

    Su oferta del doble no cumpleaños me sacó una risa del pecho, fue cristalina y liviana, y siquiera me detuve a pensar en lo monotemático de nuestras estupideces, no tenía por qué. A fin de cuentas, la muerte me respiraba encima de una forma distinta, ¿no? Quizás tampoco debiera bromear con ella, no cuando a papá podía pasarle de todo en cualquier momento y nos había preparado para ello desde que yo era pequeña. De cualquier manera asentí con la cabeza ante la idea, si finalmente el No Cumpleaños era todos los días menos el día de tu cumpleaños (duh) así que para hacerlo doble teníamos un montón de tiempo.

    —No puedo decirle que no a mi fan número uno, ¿cierto? Así que doble No Cumpleaños será —bromeé agarrándome de lo de antes.

    Mi pregunta sobre Kohaku siendo el presidente del club lo hizo mirarme en una mezcla de curiosidad y sorpresa. De hecho no tardó en preguntarme si conocía algún miembro del club, que era cierto, pero no era de ahí de donde ubicaba a la criatura de todas maneras. Eso y que ya se sabía que era un poco chismosa, ¿a qué venía la sorpresa?

    —He hablado un par de veces con Gaspar, el rubio de la 3-1 —expliqué, lo que dije después me sacó una risa—. El que es terriblemente serio. Igual el club me llama un poco la atención, so there's that.

    Entre la sarta de cosas que hablábamos, incluso las que eran un poco más serias, llevaba razón en que no me había preguntando dónde vivía y yo no lo había mencionado. Igual lo del lujo tuvo su gracia y murmuré un para nada modesto "I know" acompañado de un movimiento de cabello, por la tontería nada más, inmediatamente después volví a mis ademanes usuales para responder lo otro.

    —Vivo en Chiyoda, cerca del límite con Minato.

    La forma en que agachó la mirada luego de sonreírme, cuando lo piqué con los palillos, fue una afirmación en sí misma de que los dos habíamos estado trepando por las paredes hace algunos segundos. Mantuve la sonrisa tranquila, esperé a recibir sus ojos de nuevo y me limité a esperar su respuesta, pues no corría ninguna prisa. Lo escuché decir que el fin de semana se la había pasado fuera tarde, pero que recuperó conciencia ayer y se regresó temprano.

    —Bueno, quizás no te salga tan smooth, ¿pero lo ves? También los buenos hábitos se contagian... A veces —apañé respecto a eso en particular, inclinándome apenas en su dirección—. Tal vez deberíamos balancear nuestros hábitos entre los dos. Las balanzas existen por algo a fin de cuentas. ¿Qué tal se te da podar arbustos, ya que estamos? ¿Tienes dotes de jardinería o no?

    Por otro lado, no esperaba sinceridad ciega ni nada similar, pero si encontraba una pizca de libertad en el hecho de que yo no tuviera pista alguna de, bueno, nada… Estaba en él utilizar ese espacio cómo le apeteciera. En las personas no existía una sola versión ni una sola forma de sí mismos, puede que lo tuviera tan mortalmente claro que por eso había hablado con Gaspar de amor y caos como si nada y aceptaba la certeza casi condenatoria en la que se me afirmaba que dos versiones existían, profundamente entrelazadas la una con la otra. No todo se limitaba a la gentileza que observaba, pero tampoco a la contundencia de la distancia y el aislamiento.

    Cénit.

    Nadir.

    Recibí la sonrisa de Kakeru, comí un poco más y al escuchar su pregunta negué con la cabeza, permitiéndome una risa. No era que quemara el agua que ponía a hervir ni nada, pero dudaba poder hacer algo lo bastante rico y por eso me había robado comida de la que había preparado papá, al pobre le dejé menos por rellenar este bento y ahora debía estar en una oficina mirando su topper medio vacío y cuestionándose cómo había podido criar una ladrona tan descarada. A pesar de ello, si más tarde o mañana le contaba que había sido para comer con un amigo seguramente se quedaría contento.


    —Papá suele encargarse de los almuerzos, así que me robé más comida de la cuenta. Le diré que apruebas sus dotes culinarias y ya verás como olvida que su almuerzo tenía menos comida.
     
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  8.  
    Gigi Blanche

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    Apenas accedió a celebrar el no cumpleaños doble, asentí muy convencido y le estiré el meñique para, otra vez, sellar la promesa. Luego le pregunté por Ko, me mencionó a un tal Gaspar que no ubicaba, y admitió sentirse interesada en el club. Recordé súbitamente que el otro día, en el invernadero, me había preguntado de la nada si me gustaba la música, y sentí los hilos rozarse.

    —¿Tocas algún instrumento? —inquirí, obviando la culpa que me pinchó al darme cuenta que, quizá, debería habérselo preguntado ese mismo día.

    Al bromear con el nivel de privilegio de su padre trayéndola a la escuela, su respuesta me estiró la sonrisa y volví a seguir brevemente el movimiento de su cabello. Conque Chiyoda, ¿eh? Vaya, vaya. Mi gesto adquirió cierta suavidad burlona y alcé las cejas.

    —Niña buena, acomodada y de papá —anoté, buscando molestarla—. ¿Debería preocuparme?

    La idea se encadenó con el evidente contraste en nuestros fines de semana y, por la gracia, la figura de su padre adquirió aún más rigurosidad y poder de intimidación. ¿No era demasiado rata de alcantarilla para estar siendo invitado a almorzar por la niña a quien traían a la escuela? La idea de los buenos hábitos contagiándose me hizo encogerme de hombros y luego me reí brevemente. ¿Cómo se suponía que balanceáramos nuestras conductas?

    —¿Tú saliendo más y yo menos, dices? —pregunté, con la gracia colada en la voz, y respecto al podado alcé una mano a un costado de mi rostro, abriéndola y contrayéndola; aún sentía los músculos algo resentidos, pero nada serio—. Bastante... ¿bien? Se rompió la podadora eléctrica y tuve que usar la tijera manual, que es todo risas hasta que llevas una hora cortando hojitas. Por eso me pidió ayuda. Si a mí me quedó doliendo un poco, a ella se le habrían convertido los brazos en goma.

    El gimnasio ayudaba, claro, y fue, de hecho, su principal argumento para robarme la siesta del sábado.

    —Pero ¿dotes de jardinería? Nah. Podar un arbusto cuadrado sólo requiere paciencia, por fuera de eso no hago nada. —Se me ocurrió una tontería a medio camino y esbocé una sonrisa apenas torcida—. Además, ¿alardear de plantas frente a la experta? Jamás me atrevería.

    Su padre volvió a aparecer en la conversación, y estar comiendo el que debía ser su almuerzo, sumado a mi ya consolidada imagen mental de él, me hizo alternar la mirada entre Ilana y el bento con gran consternación. Lo exageré por el bien del chiste, claro, aunque a una pequeñísima parte de mí sí le preocupó un poco.

    —¿Estoy comiéndome el almuerzo del señor Rockefeller? —inquirí, con la voz casi ahogada.
     
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  9.  
    Zireael

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    Con mi respuesta afirmativa a la celebración doble cuando quise acordar estábamos sellando otra promesa de meñique, así que bromas a un lado, de verdad ya no se escapaba del asunto. Para cuando fuese nuestra fiesta esperaba, al menos, poder cocinar algo yo misma además de chocolates, pero prefería guardarme también esa potencial sorpresa por si no me salía como quería.

    El tema del club de música lo hizo preguntarme si tocaba algún instrumento, ante lo que asentí con la cabeza porque tenía la boca llena aunque dudé e hice un gesto de más o menos con la mano libre. No era una mente maestra, había aprendido de las chicas en las juntadas y ellas mismas habrían aprendido de otras, así que incluso algunos malos hábitos se habrían transferido de una a la otra sin que nos diéramos cuenta, pero en tanto funcionara, ¿qué importaba?

    —Algo de guitarra —expliqué cuando me bajé la comida y dejé los palillos sobre la tapa del bento para buscar el móvil—. También me gusta la kalimba, pero en el pueblo no fue que pudiera conseguirla y aquí no he buscado alguna.

    Lo del móvil fue para buscar un short de YouTube, lo tenía guardado y todo, así que pronto lo reproduje y le extendí el teléfono para que pudiera verlo y escucharlo. De nuevo, no era gran jugadora de videojuegos, pero me gustaban las bandas sonoras de tanto en tanto y de hecho tenía un poco en loop en la cabeza You Were There, la que me había pasado de ICO.

    Con todo y el breve desvío por lo de la kalimba, no significó que pasara por alto su apunte que se veía tuvo toda la intención de molestarme, alcé una ceja, curiosa y luego entrecerré los ojos con cierto aire juzgador. Todo el teatro fue para acompasarme al tinte de sus gestos.

    —¿Algún problema, señor Fujiwara? —lo reté porque sí—. No lo sé, tú dime si deberías preocuparte, jovencito.

    Al decirlo había vuelto a buscar los palillos para darles vuelta y al final de mis palabras le di un toquecito en la punta de la nariz, todavía con el aire acusador en la mirada. No tardé en suavizar los gestos, en realidad me los aflojó la risa que se me escapó y asentí con la cabeza a lo siguiente.

    —Algo como eso. Podría dejarme arrastrar por una de mis amigas más seguido y ver qué pasa —dije respecto a lo de que yo saliera más y él menos, pero luego le presté atención a lo de podar los arbustos—. ¿Con tijeras dices? ¡Habrás durado una eternidad!

    Me quejé como si hubiese sido yo la que podó los arbustos por más de una hora y estiré la mano para tomar la suya, para investigarla como si al pobre pudiese hacerle radiografía y ver que, en efecto, le había quedado doliendo. Lo solté unos segundos después, volví a comer y asentí para secundar que puede que tuviera razón, podar no requería tanta ciencia. Se habría quedado en eso de no ser porque sacó la carta de "Experta en plantas" una vez más y lo miré con el ceño algo fruncido.

    —¡Tú estás buscando que te convierta en arbusto y te haga un corte de pelo, para que hables por algo! —lo amenacé como si eso implicara algo—. ¿Cómo me volví experta en plantas por una margarita?

    Entre todo, por el tema de la comida había mencionado a papá de nuevo y la manera en que intercambió la vista entre el bento y yo me hizo ladear la cabeza, algo confundida. La pregunta que hizo finalmente me sacó una risa directo del pecho y me tomó algunos segundos calmarme, de hecho, para contestarle lo más seria que pude por el bien de la broma.

    —Bueno, pues sí, pero las cosas no son del dueño, son de quien las necesita —señalé alzando los palillos con otro poco de comida, obviamente mastiqué antes de hablarle de nuevo y me reí por lo bajo—. No pasa nada, el almuerzo del señor Rockefeller es el almuerzo de los amigos de la señorita Rockefeller, ¿ahora qué te parecen mis privilegios de ser niña de papá? Una maravilla. No parezcas tan preocupado y sigue comiendo o tendré que darte de comer yo, que aquí no se puede desperdiciar un grano de arroz.

    el videito en cuestión de la kalimba
     
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  10.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Al oír que tocaba la guitarra mi sonrisa se amplió, pero percibí sus intenciones de seguir hablando y esperé antes de meter bocadillo. No tenía idea lo que era una kalimba, de por sí era la primera vez que la escuchaba nombrar, y mientras ella hacía su búsqueda en el móvil aproveché el espacio.

    —Ko toca la guitarra —anoté, juntando comida con los palillos—, y andaba en modo sensei porque estaba enseñándole a tocar a Anna, una de las chicas que te mencioné de segundo. —Me encogí ligeramente de hombros—. Si te interesa o te divierte, podría comentárselo. Sé que te dije que era medio cabrón, pero también tiene mucha paciencia y creo que esto se lo toma bastante en serio. El club, quiero decir.

    Acepté su móvil, entonces, y me lo acerqué al rostro para vislumbrar algo debajo de tanta luz natural. Era un instrumento pequeñito y que su sonido recordaba al xilófono. Me resultó bonito y adorable, y escuché la melodía de principio a fin con una pequeña sonrisa en los labios.

    —Aquí tendrías que conseguir una. Es Tokio, después de todo. —Le regresé el aparato—. No sabía de la existencia de este instrumento, en mi vida lo había oído nombrar. ¿Cómo llegaste a él?

    La desfachatez se me empezaba a agotar habiéndole dicho mojigata y malcriada en la cara, pero obviamente no tenía una pizca de seriedad y ella lo entendía. La vi enarcar una ceja, entrecerrar los ojos y todo lo demás con cara de no matar una mosca, y ante su apunte me encogí de hombros, indiferente. El toque de los palillos me hizo arrugar la nariz. La cuestión cargaba una porción de humor y otra de realidad, y como llevaba ya un tiempo haciendo, me entretuve balanceándome en los puntos de equilibrio. No era la peor calaña que uno podía toparse en la calle, pero tampoco era trigo limpio. Ya no.

    —Tal vez —respondí—, pero no parece que quiera hacerlo, ¿verdad?

    Cuando sopesó la posibilidad de salir con su amiga me limité a reír en voz baja, pues no era mi intención ni de mi incumbencia incentivarla a cambiar sus hábitos. Había un límite para las malas influencias, ¿no? Se quejó de las tijeras y le permití manipular mi mano, distrayendo la mirada en el punto de contacto, en sus yemas tanteando mi piel. No las tenía en el mejor estado, la verdad. Olvidaba ponerme crema con frecuencia y manipular las pesas me formaba callos en la base de los dedos. Además, me comía las uñas y de tanto en tanto se me infectaban los pellejos. Al menos, supuse, llevaba un tiempo sin tener que... bueno, que golpear a nadie, así que mis nudillos estaban sanos. Resecos, pero sanos.

    —Estuve un rato, sí —murmuré mientras ella hacía su minuciosa inspección, tranquilo—, pero no fue tan terrible. Me gusta el solcito, ¿recuerdas? Y mamá me esperó con un té y bizcochos. Estaban muy ricos. —Al volver a verla indignada, solté una risa que me echó el cuerpo brevemente hacia atrás y me llevé una mano a la cabeza por... ¿por precaución?—. ¡No lo sé, tú dime! Yo ni sabía lo que era un halcón peregrino, ¿o ya te olvidaste? Claramente eres la experta aquí. Pero, por favor, déjame el cabello como está, que me gusta así.

    ¿Me gustaba? No, en realidad me era indiferente. En algún punto de mi vida mamá había decidido ese corte de cabello y me quedé atorado allí, sin replantearme nuevas opciones. De por sí no podía ponerme muy creativo con lo liso que era. Anna había solido quejarse de que los mechones se le escurrían entre los dedos cuando intentaba hacerme trencitas. El recuerdo, súbito, punzó ligeramente.

    —¿Tú alguna vez lo llevaste corto? —le pregunté, echándole un vistazo a su cabello.

    Mi evidente, absoluta y para nada exagerada aprehensión respecto a comer el almuerzo del señor Rockefeller le arrancó una risa tan genuina que, por un instante, el sonido quedó rebotando en mi mente y se disipó, persistiendo una sensación agradable.

    —Eso diría Robin Hood, ¡y era un ladrón! —me quejé, alarmado, y por contrarrestar mi punto me mandé otra porción de comida; reí en voz baja antes de contestar, tapándome la boca con el dorso de la mano que sostenía los palillos—. ¿Se supone que eso es una amenaza?

    Mi tono cargó una pizca de incredulidad, pero obedecí y seguí comiendo. Había notado sus intenciones cuando depositó la botella de té entre ambos, sin embargo preferí asegurarme. Le di unos golpecitos a la tapa con los palillos. Existía la posibilidad de que accediera por mera cortesía, pero mis poderes no llegaban tan lejos. Contaba con su franqueza.

    —Señorita Robin Hood, ¿le molesta si bebo un poco?
     
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  11.  
    Zireael

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    En lo que buscaba el vídeo Kakeru habló de nuevo y la forma en que esta charla estaba solapándose con la del invernadero empezaba a ser casi simpática, conectaba por partes y luego aparecía una nueva información. Alcé un poco las cejas al escuchar que el muchacho estaba enseñándole a Anna y luego suavicé los gestos cuando se ofreció a comentárselo, sumado a lo de que se tomaba eso en serio. Habría podido pedirle a Cay el favor, era consciente de eso, pero el día del invernadero había sido todo un poco messy y aunque lo molesté con que su amigo tendría que aceptarme el asunto no pasó de ahí. A medio camino de esos pensamientos se me ocurrió que la pregunta de que si no se me había ocurrido entrar al club era, de hecho, su invitación a hacer de conexión, pero el tonto daba muchas vueltas en sus intenciones y pues yo no era adivina.

    —Si no te molesta hacerlo te lo agradecería —contesté con los ojos en el móvil, por lo del vídeo—. Tal vez volver a conectar con eso me venga bien.

    Al extenderle el móvil él lo aceptó, tuvo que acercarlo para pretender ver debajo de este sol y me quedé esperando por si quería decir algo. La sonrisa en su rostro se me contagió sin que me diera cuenta de ello en realidad.

    —Si te soy sincera no tengo idea, mi algoritmo me lo tiró encima un día de la nada —confesé recibiendo el teléfono de regreso—, pero me gustó mucho, es como tranquilizante. Así que quizás retome la búsqueda y si lo consigo, ya tengo de que parlotearle a Kohaku, ¿qué dices?

    La noción de agarrar a la pobre criatura con quien todavía no intercambiaba media palabra en uno de mis monólogos me hizo reír ligeramente, era más una realidad que una broma y para este punto creía que Kakeru lo tenía bien claro, si lo tenía aquí como si yo fuese una cacatúa. Incluso así también sabía adaptarme, la lógica era la misma con que esquivaba los posibles temas complicados con este muchacho.

    De la manera que fuese, luego quebramos hacia el asunto que yo era una niña de papá y todo lo demás, él escuchó mis reclamos con cara de no romper un plato y al picarlo con los palillos arrugó la nariz. El descaro en su respuesta logró hacer que se me escapara un sonido de sorpresa y la risa solté después fue baja, pero no por ello perdió el tinte de diversión. De hecho por alguna razón más bien pareció acentuarse.

    —No parece, no —secundé—. Tampoco parece que me preocupe a mí después de todo.

    No sabía la cuota de verdad que existía en todo este intercambio.

    Luego me quejé de las tijeras y revisé su mano, a pesar de haberlo tocado sin aviso ni nada, como solía hacer, estaba atenta a cualquier señal suya de incomodidad por si debía echar hacia atrás. Sin embargo, me dejó ser y aunque parecía muy concentrada, tampoco fue que usara tantas neuronas en ello más allá de los callos, pues sabía que se formaban por el esfuerzo y fricción repetitiva. La observación me la guardé para mí misma y seguí atendiendo a sus palabras previo a soltarlo con cuidado.

    —Me acuerdo porque quitarte el color de camarón va a necesitar de mis cremas —lo piqué en voz baja—, pero admito que los bizcochos no suenan mal. Luego de podar con tijeras la comida no va al estómago, va al corazón.

    Mi reclamo, regaño, la cosa que fuera lo hizo reírse y hasta se llevó una mano a la cabeza como si yo fuese a materializar unas tijeras para hacerle un pelón en el centro de la cabeza. Todo el espectáculo me hizo reír a mí también mientras oía sus parámetros para definir mi tan famosa experticia. A la vez estiré una mano y pretendí colarla bajo la suya para alcanzarle la cabeza como si de verdad tuviera las tijeras en cuestión.

    —¡Nunca sabrás cuándo te podría dejar un calvo! —amenacé con la risa colada en la voz y al retroceder lo miré, ya sin intención de seguirlo molestando—. Tu cabello está a salvo, pero reevalua tus criterios para definir expertos, por favor.

    Con la tontería superada, más o menos, su pregunta me hizo ladear la cabeza y negué casi de inmediato. Desde hace mucho solo me hacía recortes para evitar que las puntas se me resecaran mucho y el daño se esparciera, obligándome a cortar más, así que había ido creciendo y creciendo. A veces me lo cortaba alguna pulgada extra porque empezaba a quedarse atorado en lugares random, la gente me lo pillaba sin querer y de un tirón accidental me quería sacar las ideas y cosas así, pero hasta donde podía solucionaba todo atándolo y ya.

    —Quiero decir cuando era niña lo tenía más corto, pero tampoco era tanta la diferencia —contesté y tomé un mechón para echarle un vistazo—. Prefiero el cabello largo incluso si tardo media vida secándolo o si tengo que hacerme algún peinado medio elaborado.

    Que rebotara que lo que había dicho era algo propio de Robin Hood apuntando que era un ladrón estiró mis risas algo más, encima de todo se zampó otro poco de comida y me pregunté que hacía entonces con todo este argumento de la ladrona. Bien, bien, podía juzgar mis métodos, pero no mis resultados porque aquí estábamos comiendo un buen almuerzo y si tuviera que repetirlo, lo haría antes de conferirle un segundo de pensamiento. ¡Papá podía salir a comprarse algo en el 7-Eleven si quedaba con hambre! Yo tenía algo importantísimo que hacer, imagina nada más el nivel de urgencia de la misión "Almorzar con Kakeru" como para repetir el robo.

    —Oh, ¿te parece una amenaza? —repliqué preparando un bocado de comida.

    Por el bien del teatro lo dejé suspendido entre nosotros hasta que obedeció mi pedido y siguió comiendo, ante lo que yo asentí de lo más complacida y me comí el bocado que de por sí había sido la intención desde el principio. Ya estaba satisfecha, así que dejé los palillos a un lado y cuando me llamó señorita Robin Hood me reí, negando con la cabeza.

    —Lo traje para ti —dije y alcancé la otra botella también, dejándola en el mismo espacio—. También traje agua, así que toma lo que prefieras.

    Con eso hecho alcé los brazos para estirar la espalda, solté el aire con pesadez y me sujeté a la reja para mantener las manos arriba unos segundos. En ese momento también miré el cielo, con toda la tontería la verdad es que yo también estaba disfrutando el solcito y, más importante, había logrado calmarme.

    —¿Tienes planes para el verano? —pregunté al bajar los brazos.
     
    Última edición: 11 Julio 2025
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  12.  
    Gigi Blanche

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    Murmuré un sonido afirmativo, sellando mi compromiso de hablarle a Ko. En parte, pensé, esto quizá me fuera útil para ponerme los putos pantalones y ocuparme de la mierda que venía postergando. Anna aún no estaba seguro, pero respecto a Kou y mini Ishi ya sabía qué hacer. Sólo tenía que juntar el coraje. Después me mostró la kalimba y la escena mental de Ko escuchando a Ilana hablar hasta por los codos me aflojó una risa.

    —Si serás su alumna, yo digo que está moralmente comprometido a escucharte —afirmé, muy convencido.

    Mi respuesta a si debía preocuparme por la existencia de su padre fue algo ambigua, o al menos yo lo sentí así, y en el tono de su risa y sus palabras vibró algo que me pregunté si se aproximaría a mis propias intenciones. No por conocimiento de causa, sino por lisa y llana indiferencia. Quizás algo oliera, por indefinido y abstracto que resultara. Quizá no debiéramos tener cara de criminal para emanar algún tipo de peste. Pero, al mismo tiempo, puede que sólo fuese yo divagando. No respondí nada, le sostuve la mirada con una pequeña sonrisa danzando en mis labios y la conversación se desvió hacia otros derroteros. Que el sábado de poda, que las tijeras y que los bizcochos. Su apunte me estiró la sonrisa y le di unos toquecitos a la caja de bombones que permanecía al resguardo del sol en la escasa sombra que pudiera darle.

    —Como esto —anoté, refiriéndome a que también era comida para el corazón.

    Sin embargo, pronto debí proteger mi cabello de sus tendencias capilares-homicidas. Todo el asunto me tenía el cuerpo atravesado por un ataque de risa y, en cuanto pretendió colar su mano, la envolví con la mía antes de que alcanzara a tocarme ni un pelo.

    —Recuérdame dormir con un ojo abierto de ahora en más —solté, y regresé su mano lentamente a su propio espacio antes de soltarla—. O, como mínimo, cerrar la ventana de noche.

    Me comentó que siempre había usado el cabello largo, a lo que asentí y, luego, regresamos al almuerzo de su pobre padre.

    —Me parece que quisiste hacerlo sonar como una amenaza —rebatí, sin dar el brazo a torcer.

    De una forma u otra seguimos comiendo, ella dejó los palillos a un lado y me fui acabando el bento poco a poco. Me pregunté si ella preferiría el agua o el té, pero no tenía pista alguna siendo que en el invernadero había bebido un zumo. Al final pillé la botella por la cual le había preguntado y, mientras bebía, noté de refilón que se desperezaba. Enrosqué la tapa y dejé el envase entre mis manos, sobre mi regazo. Planes para el verano, ¿eh? Mis planes se limitaban al futuro inmediato desde hacía ya varios meses. Era un logro en sí mismo llegar a una racha de una semana haciendo las cuatro comidas, duchándome todos los días y durmiendo sin pesadillas. El terapeuta me había hablado de los diferentes tipos de motivación, aquellos donde hacía agua y cómo debería trabajarlos. Pero, en sí mismo, a veces era una auténtica odisea el simple hecho de vivir un día ordinario, haciendo las cosas ordinarias. A veces me agotaba al punto de lo absurdo. A veces sólo quería desaparecer completamente, así fueran un par de horas, y la certeza de saberlo imposible acentuaba el anhelo. Era un deseo egoísta.

    Pero tan, tan tentador.

    —No realmente —admití, girando lentamente la botella entre mis manos—. Tanto papá como mamá trabajan mucho, y de todos modos no tiramos manteca al techo. Quizá... quizá podría convencer a mi hermano de pirarnos a algún lado, así sea un fin de semana, pero últimamente él también está muy ocupado.

    Y la negativa apremiaba, ¿verdad?

    Me rasqué el cabello de la nuca, un poco avergonzado, y solté el aire por la nariz.

    —Supongo que seguiré haciendo lo de siempre, sólo que con cinco o diez grados arriba, y eso si evito la escuela de verano. —El escenario me resultó tan aburrido y patético que no perdí tiempo en girar el rostro hacia ella—. ¿Y tú?

    Apenas lo dije, guardé sus cosas, recogí mis chocolates con cuidado y, al haberme puesto en pie, le ofrecí una mano para ayudarla a levantarse. Una vez lo hizo, sin embargo, me negué a soltarla y afiancé suavemente el agarre, esperando a captar su atención y recibir sus ojos. Era prácticamente una certeza que habíamos logrado sortear la incomodidad del principio, eso no quitaba que quisiera reafirmarme en mis intenciones iniciales. Se lo debía, ¿cierto? Y ella también lo merecía por el gesto.

    —Gracias por los bombones, Lana —murmuré, con toda la honestidad de la que fui capaz, y le concedí una sonrisa suave—. Lamento si no fui muy efusivo, no lo soy en general, pero me puso muy contento que prepararas esto para mí. De verdad.

    Le apreté un poquito más la mano y me incliné para colocarme a la altura de sus ojos, como había hecho a la salida del invernadero. Siempre estábamos bromeando, se sentía extraño acabar el almuerzo en una nota tan seria.

    —Me crees, ¿verdad? —insistí, y sin importar lo que respondiera seguí hablando—. Sí me crees, ¿no? Hasta que no digas que me crees no te dejaré ir. ¿Qué dices? ¡No te oigo! ¡Hay mucho viento!


    El domingo me voy de viaje, así que voy apuntando a cerrarlo JAJAJA. Poooor si no llego a poder postear otra vez, mil gracias por la interacción, estuvo re bonita uwu
     
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    Zireael

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    No pude evitar reírme al oírlo decir que su amigo estaría moralmente comprometido a escuchar mi monólogo y asentí casi con el mismo convencimiento que él al respecto. Al chico debían estarle picando las orejas con todo eso, pero la verdad no me preocupaba tanto. Con toda la tontería, cuando me tocara hablar con él al menos ya llevaba las suficientes referencias para sentirme tranquila.

    Bromas un lado un segundo, puede que papá tuviera razones para reñirme cuando lo hacía, cada vez diminuta en que elegía tomar algún riesgo que quizás no era tan calculado como le gustaría. No era particularmente impulsiva, pero como toda persona de mi edad a veces me las arreglaba para deslizarme fuera del control de mi familia. Me iba con Mei y volvíamos tarde, ayudaba personas antes de saber sus nombres e incluso cuando algo palpitaba a una sintonía distinta elegía escuchar en vez de retroceder. Allí reposaba la ambigüedad de nuestro intercambio.

    En la manera, sutil, en que yo balanceaba mi existencia en el mundo.

    Con mi apunte de que los bizcochos iban al corazón noté que su sonrisa se ampliaba y vi los toques que le dio a la caja de bombones, el gesto me suavizó las facciones y no me molesté en disimularlo. No había pretendido que ambas cosas entraran en ese paralelo, pero tampoco me quejaría.

    —Como eso —secundé en un murmuro.

    Al final la estupidez de convertirlo en arbusto y someterlo a un makeover extremo nos tenía a los dos riéndonos como idiotas, porque a mí se me había acabado contagiado el ataque. Cuando me pescó la mano para detenerme me reí con más ganas, él me regresó a mi espacio y tuve que tomarme una pausa para controlar la risa que seguía rebotándome en el cuerpo.

    —¿Me crees capaz de colarme por tu ventana? —Me defendí aunque no soné para nada convincente y luego de oír su siguiente respuesta picoteé entre sus palabras—. ¡Con razón todo te suena a amenaza! That's on you.

    Mi pregunta del verano fue sencilla, no creí que nos llevara ningún tema demasiado complejo o de hacerlo tampoco creí que fuésemos a ponerlo sobre la mesa como quien tira encima un cubo de basura. Muchos de los problemas discurrían en silencio bajo nuestros pies o dentro de nosotros, como fantasmas que otros no podían conocer, no del todo. El punto fue que, como siempre, esperé su respuesta y atendí a ella con cuidado luego de beber algo de agua, sin darme cuenta que había comenzado a pasar el dobladillo de la falda entre mis dedos apenas tuve las manos libres.

    La pizca de vergüenza que le noté me hizo sonreírle, entendía que quizás no era la cosa más divertida de admitir, pero yo también vivía con personas que estaban muy ocupadas para mí a veces. Por eso aprendía a vivir en silencio, quieta y mayoritariamente bien portada. No quitaba que me sintiera sola o perdida, que era lo que había motivado esta transferencia y tantas otras cosas.

    —Podemos estudiar juntos si te hace falta —ofrecí aunque él ya me había regresado la pregunta, por lo que luego me encogí de hombros antes de repetir sus palabras con una pequeña sonrisa resignada en los labios—. No realmente. Mis padres también están ocupados siempre, no recuerdo las últimas vacaciones en que tuvieron tiempo para que hiciéramos un viaje juntos ni nada. Mis amigas a veces hacen planes a última hora, pero no mucho más y esta vez siquiera han dicho nada del verano.

    Normal, las gemelas habían quedado asustadas al ver a mi padre aparecer en su casa a mitad de la noche.

    Se me ocurrió soltar una de mis ofertas de siempre, repentinas, pero recuperé el exceso de conciencia por lo que mejor no abrí la boca y él se puso a guardar mis cosas, ante lo que le di las gracias. Tomé el bolso con una mano, que ya de por sí solo cargaba el bento vacío y las botellas, y estaba por levantarme cuando vi que me ofrecía su mano para ello, así que la acepté.

    Creí que me soltaría, pero no lo hizo y notarlo de inmediato causó que buscara mirarlo. Su agradecimiento me agarró un poco en frío, lo siguió una disculpa y solté el aire por la nariz, ajustándome el asa del bolso al hombro para liberarme esa mano con tal de no soltar la suya. Sus movimientos se solaparon con mi propia intención de acariciarle el cabello cerca del flequillo. En efecto, temí que se le estuviesen tostando las ideas al sentir el calor que había absorbido.

    —También puedes ser sincero conmigo si te parece que me estoy pasando de confianzas, no suelo tomarme eso personal —añadí sin sonar ofendida, preocupada ni nada. De hecho le dediqué una sonrisa amplia, devolviendo la mano a mi espacio aunque permití que un mechón liso escurriera entre mis dedos en el retroceso—. Y no estaba esperando una gran y ruidosa reacción tampoco, de hecho no sabía qué esperaba como tal. A fin de cuentas quiero conocerte, ¿eres consciente de eso? Igual, yo lamento haberte contagiado mis nervios.

    Quizás fue una respuesta demasiado honesta, ni idea, tampoco fue que tuviera mucho tiempo de procesarlo porque lo sentí presionar un poco mi mano, ya que ni él tuvo intención de soltarme ni yo de zafarme, y cuando quise darme cuenta estaba en medio de un interrogatorio/secuestro/coacción o solo Dios sabría qué. Di un pequeño respingo que fue de sorpresa simplemente y afiancé el agarre en su mano sin darme cuenta. ¿Qué decía este chico del viento? ¡No había ninguna ventisca!

    —¡Te creo, te creo! —apañé alzando la voz como si de verdad no se me fuese a oír nada y estiré la mano del lado del bolso para pellizcarle la nariz como si fuese un niño—. ¿Quieres un comunicado oficial sellado y todo? ¡Puedo hacer eso, pero no te inventes ventiscas que no existen!

    Solté su nariz de repente, pero ahora era yo quien se negaba a dejar ir su mano. Le dediqué una caricia suave con el pulgar, contrastó un poco con el teatro de idioteces que nos manejábamos, pero buscó reafirmar que sí, que le creía. Lo liberé despacio, pero deslicé el contacto a su brazo y empecé a llevármelo hacia la puerta.

    —Vamos entrando, creo que tus neuronas ya empezaron a derritirse y no tengo la espátula para despegarlas.


    aaaa ten buen viaje. Gracias a ti por prestarme al muchacho uwu estuvo muy lindo, lo disfruté mucho
     
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    Gigi Blanche

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    —Robin Hood se metería por mi ventana, ¿a que sí? No necesito más argumentos —le respondí entre las risas, sin darme cuenta que había alzado el tono por encima del volumen usual para... ¿reafirmar mi punto?

    Igual me hizo gracia imaginarla pasando una pierna por la ventana y luego la otra, lo suficiente para replicar mis carcajadas un rato más. Por algún motivo, así pareciera tan correcta y femenina, la veía capaz de una tontería similar si la situación lo ameritaba. Más tarde salió el tema del verano y al oírla proponerme de estudiar juntos esbocé una pequeña sonrisa; el murmullo afirmativo vibró en mi garganta con algo de delay. No era una mala idea, pero tampoco me entusiasmaba la sensación de repentinamente estar dependiendo de ella para tantas cosas. No nos conocimos demasiado, para empezar.

    En cualquier caso, su escenario para las vacaciones se parecía al mío. Apenas la escuché repetir mis primeras palabras volteé el rostro y la miré, y sabía que acababa de imponerme una restricción a voluntad, pero esto era diferente, ¿verdad? Era más sencillo salir de mí mismo si creía ver la necesidad en alguien más.

    —Tendremos que salir a tomar un helado, al menos para no quedar vegetativos en nuestras casas —sugerí, y se me aflojó una risa—. Y así no nos usas de ratas de laboratorio.

    Siempre lo había sido.

    No se trataba de bondad ni abnegación, y si así lo fuera, ¿qué sentido tenía cuando no podía replicarlo hacia adentro? Aquel que no se amaba a sí mismo, ¿cómo amaría al mundo? Había leído la frase en un videojuego y el recuerdo palpitó, amargo.

    Al incorporarme, tomar su mano e inclinarme, ella estiró el brazo y parpadeé al sentir sus dedos entre mi cabello. No reaccioné visiblemente, sólo una sonrisa pequeña, relajada, permaneció en mis labios. Me mantuve sobre sus ojos y en cuanto empezó a hablar meneé la cabeza despacio. Tal vez ella lo viera como excesos de confianza o imprudencias, y posiblemente frente a otras personas lo fueran, pero yo nunca había sido receloso de mis límites físicos.

    —No me molesta, tranquila —alcancé a aclarar antes de que siguiera hablando; oírla decir que quería conocerme me pilló en frío, mas me limité a asentir. ¿Me daba cuenta?—. Creo que nos contagiamos los nervios mutuamente, así que estamos a mano.

    Ilana quería conocerme, ¿era una declaración que había internalizado? No realmente. ¿Yo quería conocerla a ella? La pregunta repiqueteó y su eco se perdió en la lejanía, sin atreverse a formular una respuesta. Tapé las voces de mi cabeza con la estupidez de turno, insistí en que me creyera aún sabiendo que lo hacía y nos reímos, como siempre. El pellizco en la nariz me sorprendió y la miré con los ojos bien abiertos, y al abrir la boca mi voz salió tan gangosa que se me atravesó una carcajada. Mi mano se había deslizado para sostener la suya con más cuidado, no como si efectivamente planeara secuestrarla.

    —Quiero un comunicado oficial —dije, y recién después me soltó la nariz—, sellado y todo.

    El contacto me resultó agradable y fui absolutamente consciente de su caricia, más de lo que me atrevería a admitir. Exhalé por la nariz, calmándome del show, y le sonreí con tranquilidad. No puse pegas cuando se soltó, y aún menos al notar que se deslizaba por mi brazo.

    —Es muy osado de tu parte asumir que este no es simplemente mi estado natural —rebatí, aparentemente orgulloso por mi nivel de estupidez, mientras empezábamos a caminar—. Pero no pasa nada, puedo adelantarte el regalo de cumpleaños así no sigues sin espátula tanto tiempo. Eso sería una tragedia.

    bueno ahora sí JAJAJA i managed to postear una vez más. Once again, thank u <3
     
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    Zireael

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    Al oírlo soltar que Robin Hood se metería por su ventana abrí la boca antes de pensar el contraargumento, por lo que fue obvio que me quedé con la cabeza en blanco y fruncí ligeramente el ceño. Bueno, ni modo, ¡si tenía razón, tenía razón! Me tocaba llevar mi nueva identidad a mucha honra, quería decir, con más honra que antes.

    —Hay que admitir que no usaría la puerta —dije bajando la voz y soné un poco enfurruñada, pero fue por el teatro nada más porque su risa reinició la mía.

    Además, si podía subirme a un árbol y no matarme en el proceso (o al menos podía hace un par de años), una ventana no debía significarme un gran reto. Igual no iba a meterme por ninguna ventana, pero ojo, de que podía, seguro que sí. Invasión de la propiedad privada o no, le ofrecí estudiar juntos y su afirmación llegó un poco más tarde; en sí dudaba que acudiera a mí para eso, pero no hacía daño la oferta o a mí no me lo pareció. Debía ser la más corriente de todas las ideas que le soltaba porque sí a este pobre hombre y para lo poco que me importaba la mayoría del tiempo, la verdad ni me molesté en filtrarle el pensamiento cuando me alcanzó.

    Al responderle con mi escenario de verano, que no parecía diferir mucho del suyo, noté que volteaba el rostro y recibí su mirada. Bajo el sol y luego ya de un par de recesos juntos me descubrí a mí misma reparando en la oscuridad de sus ojos, con los destellos más dorados o algo tibios del bronce. Mi discreta e involuntaria inspección acabó sucediendo al mismo tiempo que su sugerencia y suavicé los gestos sin darme cuenta, aunque lo de las ratas de laboratorio me sacó una pequeña risa.

    —Todo plan que incluya helado es bueno —respondí con la sonrisa plantada en el rostro—. Aunque no iba a usar a nadie de rata de laboratorio, ¿es porque dije que te convertiría en arbusto para cortarte el pelo? ¿Me perdonas?

    Un poco sí que le puse ojos de cachorro mojado un par de segundos, pero dejé el asunto ir y levantamos campamento. Todo lo demás ocurrió, noté que en su rostro había permanecido una pequeña sonrisa ante mi toque y al hablarle negó con la cabeza, lo que me permitió anticiparme a la naturaleza de su respuesta y reí por lo de contagiarnos los nervios mutuamente, porque era cierto. ¿Ambos lo habíamos pensado demasiado, tal vez? Quién sabe, al final logramos sortear el bache. Lo mío rozaba el sincericidio, pero al menos no me reactivó la ansiedad aunque sin querer estaba haciendo que su propia voz rebotara en su cabeza.

    Habló cuando todavía tenía su nariz prensada y acabamos riéndonos por lo mismo, aunque lo que más gracia me hizo fue escucharlo pedir el comunicado sellado y toda la cosa. ¿Y se podía saber qué haría con él? ¿Enmarcarlo? Pues cada quién con su cosa.

    —Lo recibirá en la brevedad posible, señor Fujiwara —afirmé muy seria, todavía sin dejar ir su mano.

    Pausando el espectáculo reflejé su sonrisa, dejé ir su mano y usé su brazo para llevármelo antes de que alzáramos fuego aquí. Igual dejé de arrastrarlo activamente apenas se puso a caminar, pero no lo solté y busqué mirarlo con una ceja alzada al escucharlo decir eso tan fresco lo de que este fuese su estado natural.

    —¿Por qué suenas tan orgulloso al respecto? ¿Y cómo me deja eso a mí si me porto igual en pleno uso de mis facultades mentales? —lo reñí tironeándole un poco el brazo aunque tuve que tragarme las ganas de reír—. Usaría la espátula para despegar tus neuronas del suelo y para hacerme el desayuno. Multiusos, ¿qué te parece?

    Se me escapó la risa por la tontería, claro, pero ya entrando al edificio volví a dejar al teatro de lado y mientras bajábamos no fui del todo consciente de que murmuré bien bajito una canción. Puede que fuese ingenuo de mi parte, pero quería pensar que al menos sí habíamos pasado un buen rato juntos.


    háblame de compromiso con la causa JAJAJA thank u soooo much really uwu
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Algo en mi pecho se sacudió al levantar la vista y ver a Kakeru apostado bajo el umbral de la 3-3. Nuestras miradas siquiera se cruzaron, no hubo indicio ni advertencia, sólo una quieta y vaporosa certeza condensándose lentamente. Al recoger mis cosas, al ponerme de pie, al recibir el foco de su atención como si hubiese fingido no verme hasta ese momento. Su sonrisa, distinta a las de siempre. La certeza adquirió forma, flotaba tras su espalda en un tono oscuro, y no me gustaba. No era él el problema, pero esta mañana lo había visto con Shinomiya y de repente sentía que no había escapatoria. No la tenía.

    Y no me llevaba bien con eso.

    Lo alcancé, pero no reflejé su sonrisa. La suavidad en las facciones de Kakeru tambaleó por un breve instante y creí poder comparar lo que sentía al hastío. ¿Acabaría metido en sus problemas? Jamás había sido una serpiente, para empezar, y a duras penas me consideraba un viejo chacal. El incidente de enero prefería verlo como una cagada aislada, una que procuraba no repetir. Por ello había obedecido, había callado y arrastrado conmigo a Cayden al pozo de silencio. ¿Qué querían ahora? ¿Por qué no me dejaban en paz?

    —¿Qué ocurre? —indagué, sin alzar demasiado el tono, y al ver que él evidenciaba un dejo de sorpresa agregué—: Lo tienes escrito en la cara, Kakeru. Me necesitas para algo, ¿cierto?

    Su sonrisa se ensanchó brevemente y liberó una risa nasal, floja e incrédula.

    —Cierto es que nada se te escapa —cedió, retrocediendo un paso; seguí el movimiento de su cuerpo, pero seguía sin saber a libertad—. Está bien. ¿Vendrías conmigo a la azotea? Creo que hay algo que necesita ser resuelto.

    Eché un vistazo por el pasillo, controlando los nervios que comenzaban a agitarse en la boca de mi estómago. La azotea... ¿Por qué la azotea? ¿Por ser un espacio apartado? ¿Por evitar interrupciones u ojos indeseados? Pero... también era un lugar sin cámaras, ¿cierto? ¿O lo estaba pensando demasiado? Kakeru era mi amigo. ¿Haría algo...? ¿Podría hacer algo contra mí? La certeza oscura tras su espalda se opacó aún más. "Se conocen desde la media". Rei me lo había comentado un par de veces. "Al principio eran inseparables, después no sé bien qué pasó y entonces, el estallido final". Era mi amigo, sí.

    Pero era aún más amigo de Shinomiya, ¿verdad?

    —¿A qué te refieres? —pregunté, subiendo a sus ojos.

    —Si te lo dijera, ¿vendrías? —replicó al instante, y suavizó el tono—. Ya sabes de qué va esto, ¿no? Soy yo, Ko. No me mires así, no pasará nada malo. Te lo prometo.

    Parpadeé, adquiriendo consciencia de mi propio semblante, y me relajé a la fuerza. El miedo era infundado, era irracional y exagerado, me lo repetí a mí mismo como un obsesivo.

    —¿Nosotros tres? —inquirí, y Kakeru asintió.

    —Creo que es mejor así, para poder hablar todo lo que deba hablarse.

    Sabía que probablemente fuera una estupidez mía, una idea surgida de los recuerdos deformados y las sensaciones expandidas, pero de a ratos la figura de Kakeru se fundía con la del lobo y no me gustaba. No me gustaba en absoluto. No entendía el vínculo que los unía ni la profundidad de la ruptura, sólo contaba con la información sesgada de Rei y los rumores oficiales de la calle. Que Shinomiya había traicionado a las serpientes para regresar a Shibuya, que los había vendido con tal de ganarse el favor de los lobos. Que, por su culpa, Kakeru casi había muerto. Nunca me había molestado en indagar, y el Shinomiya que había conocido en la disco de Roppongi no me dio motivos para cuestionar mis ideas. Todo lo contrario.

    ¿Qué estaba haciendo Kakeru, entonces?

    Lo dudé, fue visible, y me esmeré en combatir las sensaciones corporales. El miedo era infundado, era irracional y exagerado, ¿debía permitirme escucharlo? ¿Ignorarlo? Repasé el color en los ojos de Kakeru y finalmente asentí, suspirando. Su sonrisa supo a gratitud, pero su brazo envolvió mis hombros y, de costado, alcancé a ver las serpientes negras que se enroscaban en su nuca; el contacto fue opresivo, no reconfortante. Era un muchacho tranquilo y amable, siempre lo había sido. Sin embargo, tras su espalda latía una oscuridad quieta y vaporosa condensándose lentamente. ¿Qué forma adquiriría? ¿Se volvería contra él mismo o contra los demás? Ya lo había atacado. Una, dos veces. Si aprendía a dominarla, si le enseñaba a obedecerle...

    Podía volverla un arma.

    Su brazo era pesado, y conforme recorríamos el pasillo mis ojos viajaron al interior de la 3-2. Sabía lo que buscaba, pero aún de haberlo encontrado ¿qué habría significado? ¿Qué habría cambiado? Cayden no estaba, de todos modos, y terminé de convencerme; de resignarme, también. Subimos las escaleras, Kakeru abrió la puerta y me permitió pasar primero. Shinomiya ya estaba allí, apoyado contra la pared y resguardado bajo la escasa sombra del edificio. Sus ojos se clavaron en mí y la mano de Kakeru se apoyó entre mis omóplatos, instándome a avanzar. No quería, no necesitaba hacer esto. No lo necesitaba... ¿verdad?

    —Hace un par de días, Kou finalmente me contó lo que ocurrió en enero —empezó Kakeru tras haberse ubicado entre medio de nosotros, como una suerte de árbitro, y me miró a mí—. Lo siento, Ko. Sé que no es conmigo, pero no haber tenido idea durante tantísimo tiempo... Es pesado, y quería pedirte disculpas.

    Me dejó espacio a responder, pero nada salió de mi boca y esta vez fue Shinomiya quien habló tras un breve y ligero suspiro.

    —Yo también. Me ensañé contigo por motivos que no te correspondían, lo que hice fue cruel y exagerado, y te pido disculpas por ello.

    Arrugué el ceño, contrariado, y el estómago se me quiso dar vuelta. Alterné la mirada entre ambos, ya no sabía si molesto, asqueado o sorprendido, y pasé saliva. ¿Qué era esto? ¿Cómo se suponía que reaccionara? ¿Me traían aquí a la fuerza, se limpiaban la consciencia y cada quien a su casa? Que Shinomiya se lo había contado, decía. ¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué a Kakeru? "Al principio eran inseparables".

    ¿Qué estaba ocurriendo?

    —¿Y? —fue todo lo que pude decir.

    Kakeru parpadeó y compartió un vistazo con Shinomiya antes de hablar.

    —Sé que te pesqué en frío, pero no sé si hay una forma ideal para hacer esto —admitió, rascándose la nuca con un dejo de bochorno—. No tienes que decir nada ni mucho menos aceptar las disculpas, claro, puedes tomarte el tiempo que necesites para-

    —¿Por qué habría de necesitar disculpas? —cuestioné, y regresé los ojos al lobo—. ¿Qué se supone que resuelva?

    —Nada —afirmó, sereno—. Sé que una disculpa vacía es inútil y hasta grosera, por eso no es todo lo que traje. La restricción que te impuse, ¿recuerdas?

    —La amenaza —corregí, y en sus labios danzó una sonrisa.

    —Sí, esa. Puedes considerarla levantada. Sé que ya pasó tiempo, pero puedes hacer lo que quieras con la información. Contárselo a tu madre, denunciarme con las autoridades, hacer un posteo viral en Twitter... Lo que tú quieras.

    Me mantuve en sus ojos, serio, por temor a filtrar cualquier fragmento de información en mis reacciones. No quería darle la más remota corazonada de que ya había abierto la boca, pues lo creía totalmente capaz de atar cabos y reconstruir el escenario. Y quería mantener a Cayden fuera de esto, lejos de él. Era un lobo, y los lobos eran peligrosos. Me lo habían enseñado desde que empecé a merodear las calles de noche y me importaba una mierda el cambio de mandato.

    Los vicios se heredaban.

    Bajé la vista, pensativo. ¿Me servía de algo esta... libertad adquirida? No era como si de repente fuera a bajar al pasillo para anunciarlo a los cuatro vientos. El tiempo había pasado, la carne abierta había cicatrizado. Si algo, había sólo una cosa que aún me pesaba. Regresé a los ojos de Shinomiya y me esmeré por reprimir la sensación casi instintiva que me causaba. Quería dejar de tenerle miedo. Necesitaba juntar el coraje.

    —Rei —murmuré, y su semblante se mantuvo impasible; Kakeru, sin embargo, abrió un poco más los ojos. Lo sabía, ¿cierto? Lo recordaba—. Fueron amigos, al menos por un tiempo. Deberías decírselo tú, ¿no crees? Como se lo dijiste a Kakeru.

    Se habían congregado en la habitación del hospital, yo había despertado hacía unas horas y Rei me sostenía la mano con fuerza. La angustia y la ira le deformaron la voz, como si un puño cerrado le comprimiera las cuerdas vocales. Kakeru, apoyado contra la pared junto a la puerta, permanecía de brazos cruzados. Todos lo escuchamos.

    Algún día, Ko, algún día sabré quién te hizo esto. Lo sabré.

    Y Dios deberá tenerle piedad, porque yo no.

    Miré a Kakeru de soslayo, la inquietud le removió el cuerpo de forma visible, pero al final no intervino. Shinomiya, tras pensarlo un rato, suspiró. No sabía nada, ¿verdad? Probablemente lo oliera o lo anticipara, era fácil de imaginar conociendo a Rei, pero no lo sabía. No lo había oído, no había estado en esa habitación. No había pensado, como el resto de nosotros, que por una vez en la vida su promesa de sangre había sonado inquietantemente seria.

    —Me parece justo —accedió, cruzando los brazos bajo el pecho, y esbozó una sonrisa tintada de sorna—. Mírate nada más, tan osado. ¿Es tu intento de regresarme el golpe, Ishikawa? Ya deberías saber que no funcionará.

    —Eso no lo decidiré yo. —Retrocedí un paso, y le eché un vistazo a Kakeru antes de regresar a Shinomiya—. A ti también te trajeron de los pelos, ¿o no? Jamás habrías hecho esto por tu voluntad, por eso me importa una mierda tu disculpa. Lo único que me interesa es que tengas los huevos de asumir la responsabilidad de tus acciones. Sus consecuencias, también.

    Soltó una risa breve, de plena suficiencia.

    —Como quieras, niño —respondió.

    Más tarde me gustaría tener una palabra con Kakeru, pero no frente a este imbécil. Seguí retrocediendo hasta abandonar la sombra, el sol me impactó en la espalda y me giré en dirección a la puerta. No dije más nada y ellos tampoco, y entonces me fui.
     
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