Suspenso Monstruos de sangre azul

Tema en 'Relatos' iniciado por John Whitelocke, 28 Junio 2025.

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    John Whitelocke

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    Título:
    Monstruos de sangre azul
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3975
    Monstruos de sangre azul


    Apagamos lo último que nos quedaba para vernos las caras, y quedamos sumidos nuevamente en la oscuridad. Cuando nos dimos cuenta de que no había mucho más que hacer, simplemente nos lanzamos a la aventura del sueño.


    Hace tiempo que les servimos. Ellos, los que nos mandan, parece que siempre han estado ahí, pero no es así, sé que no es así. El hombre mayor me contó el otro día la historia, esos monstruos un buen día llegaron a nuestra tierra, y nos dominaron. Nosotros vivíamos en armonía, con algún que otro problema, es verdad, hay que decirlo, pero en una relativa calma y paz. Cuando ellos llegaron, todo se terminó.


    Reconocerlos es fácil, aunque tienen similitudes con nosotros, reinan las diferencias. Dicen incluso que esos monstruos sangran color azul, la joven con la que suelo hacer el servicio me lo contó:


    “Estuve en uno de esos viajes increíbles que hacen por lo desconocido, nunca había viajado a esa velocidad, y menos aún imaginé que existía tecnología de ese tipo. Son claramente superiores a nosotros. A pesar de ello, parece que compartimos una característica, porque pueden sangrar, así que como todo ser vivo deben seguir las leyes de la naturaleza y morir si sangran mucho. Puedo jurar que era de color azul, incluso aunque no estaba lo suficientemente cerca y no se veía bien, había algo raro en esa sangre. Estoy segura”, relató la joven.


    Según el hombre mayor, la chica era algo exagerada, proclive a aportar con su imaginación más de la cuenta. Un tiempo después, escuchamos comentarios similares, acerca del color de su sangre, por parte de otros testigos oculares, así que debía ser verdad.


    Era innegable que esos monstruos dominaban la tecnología y la ciencia. Nosotros, al parecer, no éramos tan malos en eso, pero cuando ellos llegaron la diferencia se hizo sentir. Somos como hormigas para ellos, poco más.


    En sus naves, las cuales exhiben siempre que pueden ante nosotros, despliegan toda esa tecnología que apenas podemos soñar con recrear, aunque sea imaginariamente. Sus símbolos son tan raros, y suelen a menudo manejar un lenguaje difícil de entender. La inteligencia superior de estos monstruos es probable que sea la razón del dominio que han ejercido, eso, y su cercanía con Dios.


    “¿Es posible que Dios se les haya revelado a ellos como a nosotros? ¡Ellos ni siquiera sangran como nosotros! ¡No es justo!”, mi hermana no se había dormido.


    “Ya calla”, le espeté. Pero tenía un punto: si Dios nos había hecho a su imagen y semejanza, y nosotros éramos lo máximo de su creación, ¿por qué se les ha revelado a ellos también? ¿Por qué Dios nos ha engañado? ¿Lo mismo le hizo a Lucifer? ¿Lo engañó antes de desterrarlo del Paraíso?


    Quizás era suficiente, mañana sería un nuevo día, y tendría que ir a atender a uno de ellos.


    Al parecer estos monstruos suelen ser bastante belicosos, algunas facciones han entrado en guerra con otros. El hombre mayor relató cómo las naves chocan en el oscuro horizonte, y presentan un espectáculo digno de ver, con fuego por doquier. Tanta tecnología que podría llevarnos a los confines del infinito desperdiciada para que estos engendros se maten entre ellos.


    Tras una noche de buen sueño, al otro día ahí estaba, listo para servir al invasor. Podía verlo de lejos, rodeado con una seguridad especial, portando objetos que jamás podría soñar tener.


    No había duda que ellos eran avanzados, y nosotros estábamos varios pasos por detrás. Aun así no entendía por qué debíamos servirles. Conocemos mejor nuestro terreno, nuestros campos, herramientas, debilidades y fortalezas, somos los que conocemos realmente este mundo. Ellos no conocen, han llegado desde lejos y se han encerrado. Solo aparecen para dar órdenes, para mostrarse, para dominarnos, pero no conocen realmente el mundo como lo conocemos nosotros. También salen para matarse entre ellos, ya que parece que nuestra tierra no se ha dividido entre suficientes, por lo cual buscan determinar quién será el que nos explote hasta el cansancio. Encima muchos de nosotros terminamos reclutados para servir en sus guerras fratricidas.


    Uno de mis amigos volvió de una de esas guerras y me contó que había tenido que aprender a operar una máquina que jamás había visto en su vida. Me dijo lo impresionante que era, como sus proyectiles hacían estragos que jamás habría pensado posible. Y él había aprendido a operar la máquina, si bien no creía que ninguno de nosotros pudiera ser lo suficientemente inteligente o avanzado como para diseñar algo así, al menos estaba claro que podíamos aprender a operarlas.


    En eso escucho que me llaman. “Ven, será tu primera vez allí”, me dijo un hombre, otro servidor más, de bigote, algo orgulloso de sus cadenas.

    Con “mi primera vez” al parecer se refería a la nave. Sí, la nave del monstruo, esa que hasta ahora solo había podido divisar de lejos. Allí estaría.


    Cuando entré fue algo especial, no tanto como hubiese esperado, pero definitivamente se sentía distinto de otras experiencias cotidianas a las que me tenía acostumbrado el día a día.


    Los espacios no eran amplios, pero la idea de la nave era que fuese lo suficientemente ligera para recorrer todo eso que algunos llaman “lo desconocido”. Cuando nos adentramos en ese espacio inmenso, profundo, y oscuro, fue cuando tuve consciencia de lo que significaba estar viajando por el medio de la nada. El silencio de “lo desconocido” reinaba. También la oscuridad, con la salvedad de unas pocas luces de la nave, ya que la mayoría iban apagadas durante el viaje, y la luz de las estrellas, que muy a lo lejos, se iban acercando. La velocidad de la nave variaba, y yo pude arrimarme lo suficiente para intentar mirar a través de la oscuridad. Objetos moviéndose en direcciones impensadas, mi presencia ahí, en la nave del monstruo, junto a otros de los míos, listos para servir, pero admirando lo vasto del infinito, lo mucho que nos depara el horizonte con todo aquello que jamás hemos alcanzado, y que probablemente jamás llegaremos a conocer.


    Pero estos monstruos al parecer vienen de muy lejos, para ellos “lo desconocido” no es tan desconocido, parece ser. Aunque me han dicho que muchos de ellos no han puesto un pie nunca en una de estas naves, ya que, al igual que cualquier ser vivo, se reproducen, y muchos han encontrado cómodamente su lugar en nuestra querida tierra, sin sentir la necesidad de volver por donde han venido. Al fin y al cabo nacieron acá, quizás sientan que su lugar es el que es nuestro, por derecho.


    Me puse a limpiar, para eso había sido llamado. No lo apreciaba, pero jamás olvidaría lo que ha significado para mí esto.


    El mismo hombre del bigote estaba conmigo en la nave. “¿Has visto lo que es esto? Ellos pueden darnos esto, mi querido amigo”, y señaló hacia la oscuridad. “Pueden darnos el infinito. Nunca seremos uno de ellos, está claro, pero podemos sacar provecho de su avanzada tecnología, de su poder, para tener aventuras que ningún otro mortal pueda soñar”, me decía, convencido de que había algo de positivo en todo esto. Quizás tenía razón, quizás… era una perspectiva tentadora, resolvería mis conflictos de odio con los monstruos, y me permitiría entablar una visión menos pesimista de la vida, y de la dominación que sufrimos.


    Volvió a señalar con el dedo. Esta vez se trataba de otra nave.


    Tragamos saliva, no sabíamos si se trataba de una nave amiga, o de uno de esos monstruos con los que el nuestro, nuestro amo, luchaba a menudo.


    Esta nave era mucho más grande, mucho más imponente, y parecía acercarse a gran velocidad por el vacío infinito de la oscuridad.


    Unos ruidos extraños comenzaron a escucharse. ¿Se estaban comunicando las naves en un idioma desconocido para nosotros? Difícil de saber.


    Cuando la nave pasó de largo, en dirección a nuestra tierra, me relajé. Solo a medias, porque mi hermana se quedó allí, en casa, sola. Tenía algo de papa y zanahoria para pasar la noche y comer bien, y un poco de pan de centeno, pero no me gustaba que estuviera sola. Deseaba con todo mi ser que esa nave no fuera hacia donde ella.


    Me fui a dormir. Este viaje llegaría a su fin. Supuestamente, según el hombre del bigote, no se trataba de otra cosa que explorar un poco, recorrer el infinito, para luego volver a lo conocido, a lo que genera menos incertidumbre: el hogar. Aunque para el monstruo de esta nave su hogar era muy diferente al mío, eso estaba claro.


    Al otro día volvimos. Al descender de la nave pensaba en lo mucho que amaría mi pequeña hermana las historias que le contaría. A decir verdad no eran tantas, pero una primera bocanada del infinito valían por mil días monótonos de nuestra rutina. Exageraría un poco también, eso ayudaría a hacer todo más impresionante. Y mencionaría lo de la inmensa nave que nos cruzamos, así le pondría una cuota de misterio al asunto.


    Pero mi hermana estaba ahí, esperándome, no en casa, sino a mi arribo. “Hermano, me han dicho que te ayudaría ahora en ese sitio, luego de que volvieras”. ¿Ese sitio? No sé a qué se refería, la nave no podía ser.


    “¿Dónde?”, le pregunté. “Donde vive el monstruo, ¿dónde más?”. Interesante. Primero se me ha revelado la nave con la que ellos viajan y recorren las distancias más largas jamás imaginadas, y ahora el sitio en dónde viven, descansan y hacen los quehaceres de su día a día.


    Mi hermana tenía entusiasmo, pero no solo era eso, también tenía algo de miedo. No soltaba mi mano, al fin y al cabo, era poco más que una niña. Mis padres me dejaron a su cargo al morir. No fue algo natural, ya que murieron sirviendo a este monstruo. ¿Pero qué es lo natural en estos tiempos? Mis padres no han sido los únicos en morir sirviendo en guerras ajenas, en guerras de monstruos que no tienen nada que ver con nuestra raza, con nosotros.


    Llegamos a la puerta de lo que el hombre que me trajo llamó “su morada”. “Así que le dicen la morada, sin más”, pensé. Seguramente tenía otros nombres, más genéricos, pero era útil, porque el lugar donde este monstruo vivía no era nada parecido al nuestro.


    Nuestro hogar era rudimentario, simple. Paredes, techo, sillas.

    Su morada en cambio era lo complejo, lo avanzado, lo magnánimo, lo poderoso. Era una arquitectura desconocida, no era obra de una mente inferior, era algo evidentemente superior.


    Mi odio por ellos se llevaba muy mal con mis pizcas de orgullo al admitir la superioridad de todo eso, es que mis ojos no podía negar aquello que era evidente. Jamás había visto algo semejante. “¿Cómo es posible que esto se mueva solo?”, pensé. Cuando yo llegaba a mi casa debía abrir la puerta. En la morada de este monstruo, parece que no hacía falta nada de eso. El invasor dominaba tecnologías que podían operar todo esto sin necesidad siquiera de que ellos se moviesen.


    “Telequinesis”, dijo mi hermana. Le callé la boca, poniendo mi mano sobre su cara. Quería taparle la boca, pero terminé tapándole toda la cara. Mientras menos dijera mejor.


    Cuando estábamos dentro lo primero que pensé fue: “demasiado espacio”. El contraste con la nave era notorio. Diseñada aquella para moverse rápidamente, su espacio interior era limitado. En cambio, diseñada esta morada para vivir, su espacio interior parecía ilimitado.


    Al rato me informaron que solamente debía llevar cosas, de un lado para otro. “Ja, ¿para esto no tienen la tecnología que les hace falta? Que extraño”, dije en voz alta, a lo que esta vez fue mi hermana quien me hizo callar. ¿Para qué molestarse en diseñar algo que pueda trasladar de un punto a otro las cosas que el monstruo necesita? Si para eso estamos nosotros. Somos su tecnología heredada, el diseño de Dios, ¿qué mejor?


    Así arrancamos, con mi hermanita. Llevamos una cosa, y luego otra. Las íbamos dejando, en una mesa, encima de una cama. “Duermen como nosotros”, decía mi hermana muy sorprendida. “No, nosotros no tenemos ni cama”, le refregué, en tono burlón. Al parecer ese comentario desanimó a mi hermana, quien emocionada recordaba nuestra realidad.


    Pudimos descansar, cerca del atardecer, para comer algo en la gran cocina. Allí había de todo. Me pregunté si el monstruo que era amo y señor de esta morada comería lo mismo que nosotros, o tendría su propio alimento, algo propio de su mundo digamos, del lugar del cual realmente había venido.


    Mientras comía me puse a pensar en todo lo que había estado llevando. En su mayoría eran cosas conocidas, pero un artefacto en particular me llamó la atención. Claramente no era algo nuestro, demasiado avanzado y diferente. Era pequeño, pero muy llamativo. Según el hombre del bigote se trataba de tecnología cuyo funcionamiento parecía mágico, debido a los efectos visuales que generaba, y las utilidades que se le podía dar. Me dijo que luego me explicaría cómo se usaba, ya que él había aprovechado un momento de ocio y aprendió a usarlo.


    El sol ya había caído, y tuve la oportunidad de acercarme a la habitación del monstruo. Allí dormía, pero una mujer me detuvo.


    “Esta no es una buena hora para husmear”, me dijo, reprochándome. “Solo estaba pasando, tengo un trabajo y debo…”, antes de terminar la respuesta, me cortó en seco.


    “No lo digo por ti, sino por él. Lo que hace a estas horas… lleva a otras mujeres, como yo, jóvenes, y se encierra con ellas por horas. Algunas entran llorando, y salen aún peor. ¿Sabes lo que hace con ellas? ¿me entiendes no?”


    Mi odio volvía, el conflicto renacía. No solo que estos monstruos nos dominaban, nos explotaban, sino que también perpetraban abusos a las mujeres de nuestros pueblos.


    Ya había oído sobre esto, pero quise creer que no era verdad. El hombre mayor que sabía muchas cosas sobre estos monstruos me lo había advertido. Incluso me había asegurado que de estas prácticas salvajes podían procrear. “¿Cómo es posible?”, pensé en su momento. Pero parece ser que es verdad. Las criaturas que nacen producto de esa concepción maldita están destinadas a vagar por la tierra sin hogar. Despreciados por los nuestros, despreciados por esos monstruos, despreciados hasta por Dios. Son criaturas, hombres mitad bestia, fruto de lo más vil. Representan todo lo que está mal, y lo que no debería ser. Un recuerdo constante de la humillación, de que incluso pueden meterse con nuestro legado, contaminarlo, e invadirlo. Se les suele llamar bastardos, porque no son el fruto legítimo desde ningún punto de vista. La plena existencia de estos me genera repulsión, y presenciar el momento en que estos se conciben, así sea puertas para afuera, me produce aún más náuseas.


    “Quisiera hacer algo, para detener esto. Me da mucha bronca”, le dije a la chica.


    “No hay nada que se pueda hacer. Lo mejor es esperar que no pose sus ojos en ti, y que si lo hace, se aburra rápidamente antes de dejarte preñada”, miró escaleras abajo antes de seguir. “Tu hermanita, alejala de su vista, o estará en su habitación muy pronto, y será demasiado tarde”. Me heló la sangre.


    “Mi hermana es apenas del tamaño de un fósforo”, exageré. “¿Cómo se te ocurre pensar que podría fijarse en una niña?”. Mi desesperación era evidente, pero estaba claro que no había límite alguno para esta clase de monstruos.


    Es verdad que nuestra gente también podía cometer atrocidades, pero cuando pasaba algo así en el mismo pueblo podíamos buscar al culpable y ajusticiarlo. Esa era nuestra ley.


    En este caso no hay justicia para ellos, porque ellos son quienes sostienen el arma, y nosotros no tenemos más que la palabra. La palabra es un golpe de aliento, que cualquier filo corta fácilmente. El que sostiene el arma, no tiene un arma, tiene nuestra vida. Y si estos monstruos tienen todas las armas, entonces tienen no solo el poder de la muerte sobre nosotros, sino el poder sobre cómo nacemos.


    Ignoro si del lugar que ellos vienen hay ley, si hay una justicia justa, o una justicia solo para los que tienen el poder de llamarse justos. Ignoro todo eso, pero algo sé: no permitiré la injusticia con mi hermanita. Si alguna forma de justicia puedo hacer en este mundo dominado por estos monstruos de sangre azul, será proteger a mi hermana de lo que ellos puedan hacerle.


    Esperé abajo, junto a la chica que me había detenido, mi hermana, y otros trabajadores que servían en la morada del monstruo. Al rato pasó una chica, no llorando, pero su rostro denotaba que había conocido los círculos del infierno.


    La luna estaba en lo más alto, había un patio cerca donde podía respirar y mirar el firmamento. Además de eso podía pensar, pensar en qué hacer. Matar al monstruo, derramar su sangre azul en su propia morada, para asegurarme que no pueda derramar la sangre roja de mi hermana, ni mancillar su honor y cuerpo, jamás.


    Esperé. Las noches y días pasaron. Mi repetitivo trabajo no me permitía acercarme demasiado. Mi hermana, a salvo, en la cocina, se mantenía alejada. Nos veíamos poco, ya que no nos cruzábamos mucho en la morada.


    Al monstruo apenas se lo veía. Un par de veces saliendo para ir a su nave. Otras veces saliendo a vaya saber uno qué. Siempre desde lejos, pero mis ojos estaban puestos en él.


    A medida que las mujeres pasaban por su habitación, mi impaciencia aumentaba. Pensaba que cada noche era una oportunidad desperdiciada, y que cada noche se acrecentaba la posibilidad de que mi hermana cayera en sus garras.


    Sin embargo, una idea sobrevoló mi mente y se asentó con firmeza. Era arriesgado, pero ese día había terminado mis quehaceres tempranamente. Notifiqué que me iría a “por unos tragos”, a lo cual ya esperaba tener que debatir un poco, pero sorprendentemente me dieron el visto bueno, por lo cual mi ausencia ya estaría justificada hasta la mañana siguiente.


    Era el momento, y cuando la noche llegó, ya me hallaba encerrado en su habitación, esperando que el monstruo llegase con la guardia baja, y yo entonces podría actuar. Ya estaba preparado con una navaja bien afilada. Si a los rumores escuchados podía dar crédito, la piel de estos monstruos se abre fácilmente. Solo tenía que dar en el punto débil, y lograrlo en medio de la oscuridad, si es que ninguna luz acompañaba.


    Mis ojos se habían adiestrado mucho a ver en medio de lo oscuro, con poca luz para ayudarme, así que confiaba en que podría llevarlo a cabo.


    ¿El resultado? Si fallaba en hacerlo rápidamente, podría armar un alboroto. Incluso logrado mi objetivo, me atraparían y ejecutarían. En cambio, de hacerlo como esperaba, me escabulliría para llegar a la taberna de mi pueblo donde estaría tomando unos tragos, como efectivamente había notificado. Con unos cuantos testigos bien embriagados que no pudieran decir con certeza el momento de mi llegada sería más que suficiente para mi coartada.


    Entré a su habitación tempranamente, cuando la luz me permitía aún hallar el punto adecuado de escondite. No tardé demasiado, y pude notar que una puerta daba a un cubículo cerrado contiguo. Pude meterme ahí. Apenas algo de luz entraba por una pequeña abertura arriba. ¿Qué finalidad tendría esta habitación minúscula? Pude notar que una de las paredes tenía un tipo de trampa, y al empujar un poco entendí que se trataba de un pasadizo, o lo que podría ser una salida secreta. Si lo hubiera sabido antes, habría estudiado hasta donde llegaba, para volver y entrar por aquí, pero ya estaba ahí, no haría falta.


    Cerré la puerta del cubículo donde me hallaba, y esperé.


    Creí que me había quedado dormido, ya que al cerrar los ojos comencé a recibir imágenes del más allá, pero no mucho después un golpazo me trajo de nuevo, se trataba del monstruo.


    Entró a la habitación con una de las tantas chicas a las que ya había sometido. Podía oír como la pobre chica se debatía, su voz cortante denotaba lo incómodo de su situación.


    Me sorprendí cuando la dejó ir, quizás no le gustó, quizás se arrepintió. Estos monstruos no piensan como nosotros, eso está claro.


    Le trajeron otra chica. Para mi sorpresa había algo raro en esta, ya que parecía estar gozando de la situación. Me repugnó, y me llevó a pensar que quizás no todas sufren ante esto, y puede que reciban beneficios, al menos eso dejaba entrever ella con sus palabras: “Mañana espero volver a lucir el mismo atuendo del otro día, como recompensa”, manifestó ella.


    Las mujeres eran seres extraños también. Pensé que sería mejor que terminara su trámite con ella, antes de salir del cubículo hacia la habitación para llevar a cabo mi trabajo.


    Para mi nueva sorpresa, el monstruo la echó a la brevedad. Parecía insatisfecho. Entonces le trajeron una nueva, una más joven, más pura e inocente.


    Cuando oí la voz de mi hermana, mi corazón se paralizó por un momento tan corto que me hizo cuestionarme si la eternidad no estaría contenida en instantes.


    Mi pesadilla se estaba materializando, todo lo que quería evitar estaba a punto de ocurrir.


    Escuché el grito de mi hermana, y el sonido de la cama.


    El forcejeo entre ellos, los gritos de mi hermana y las risas del monstruo generaron algo en mí muy fuerte. Me lancé sobre la puerta, era ahora el momento, o podría arrepentirme por el resto de mi vida. Navaja en mano, abrí la puerta y… ¿abrí la puerta? Se trabó, se atoró, ¡no abre! ¡¿Cómo es posible?! Tanta tecnología en esta morada para que esta puerta se atore justo ahora. ¿Es un castigo? Quizás. Sigo forcejeando, con desesperación. Escucho los gritos de mi hermana cada vez más fuertes. Las risas del monstruo más imponentes. ¡Comienzo a gritar! Grito con desesperación y locura mientras la puerta me niega mi deseo.


    Grito, grito, y lucho. Llamo el nombre de mi hermana. Grito el nombre de mi hermana con desesperación. La puerta no cede, sigo encerrado, y ella sigue encerrada ahí con esa cosa.


    Grito, grito y grito. Pero el silencio se apodera del ambiente.


    Otro instante eterno, silencio absoluto. Dejé de forcejear, porque nada se oía. “La mató”, pensé.


    Escucho como se destraba la puerta, y se abre. Finalmente puedo abalanzarme sobre la habitación. Solté la navaja al ver la escena. Mis ojos eran testigos.


    Mi hermanita me miraba, con su ropita hecha jirones, pero todavía vestida, aún intacta, inocente, al menos su cuerpo no había sido mancillado. Su horror parecía manifestarse de otra forma, no por lo que casi había vivido, sino por lo que veía. Lo señalaba con el dedo y miré hacia el punto indicado.


    La sangre brotaba, y bañaba las alfombras de seda traídas del Oriente. Sangre tan roja como la nuestra, roja y espesa.


    Las velas iluminaban cada rincón de la habitación. La piedra fría del castillo contenía el silencio desolador de la escena. El monstruo, el señor de nuestro feudo, se hallaba en el suelo, con una cuchara clavada en el cuello, algo que jamás habría imaginado posible pero que mi pequeña hermana había logrado.


    Las almenas que en tiempos de asedio estaban repletas de guardias, ahora se hallaban vacías. Un carcaj con flechas había sido salpicado con la sangre en fuga, y un cuadro del primer gran señor de este feudo nos apuntaba con sus ojos juiciosos, testigo atemporal del fin de su legado.


    Miré hacia afuera, y la oscuridad no podía disimular ante la luz de la luna la nave flotante en el horizonte, con la bandera que exhibía el escudo y emblema de la familia señorial, motivo de orgullo para el monstruo que yacía a mis pies.
     
    Última edición: 4 Julio 2025
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