Exterior Invernadero

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    Bueno, bueno, ¿habían problemas en el paraíso de repente? Por un lado bastaba tener ojos en la cara para notar el balde de emociones negativas que le habían caído encima a Beatriz con la brevísima historia familiar de Cayden, por otro bastaba tener oídos para notar que Verónica se había quedado callada luego de notar a Copito reaccionar al embrollo emociona debajo de sus patas y ante el límite trazado con fuego en mi dirección. A mí no me sorprendía, no.

    Pero se notaba que era el primer rodeo de esta pobre muchacha.

    Recordé que había pensado que esta chica podía volar, pero jamás se me ocurrió que diera un aletazo que activara el malgenio de Cayden, en lo absoluto, porque se doblaba ante la amabilidad... Pero un tipo específico al parecer. El pensamiento de las jaulas volvió y entonces los barrotes descendieron, cortando el aire, y la jaula rebotó contra el suelo al pretender encerrar a Verónica ya no para mantenerla a su lado, sino para que se quedara lejos de él. La imagen mental fue oscura y cruel.

    Nadir.

    No debía olvidar que los maestros de ceremonias encerraban a los animales.

    Habiendo retrocedido y desviado el foco para permitirle al pelirrojo enfriar sus ideas, también vi como era Beatriz quien lograba calmarlo de verdad. Le sonrió sin esfuerzo, le habló con tranquilidad y comió de la paella; Verónica había seguido callada hasta que yo volví el reflector a ella. Que Mr. No-me-toques, ya con los sistemas algo reseteados, le dijera lo de su triunfo y eso pareció hacer que ella recuperara algo de luz en el semblante, pero sin dudas seguía atendiendo a la señal de mantener cierta distancia porque no comentó nada particular ni dijo ninguna tontería aunque su sonrisa pareció sincera.

    —Sé que lo harás —convino él, ya comiendo de su propio bento. También se oyó honesto.

    Beatriz, que de repente creí que también podía notar la disonancia o sólo tuvo un timing glorioso, le dio unas curitas a Vero y surtió un efecto similar al de la comida con Cayden. Me hizo algo de gracia, pero no dije nada y pronto me distraje con esto de que la albina había mandado a volar a un tipo de nuestro grado. Es que a ver, ¿cuánto medía esta muchacha? ¿Metro sesenta como mucho?

    Ante nuestra sorpresa ella amplió la anécdota dando el contexto del enfrentamiento, las reglas y como le ganó usando técnicas de judo. Igual me sorprendía que el tipo hubiese volado, pero ella lo contó con humildad y terminé soltando la risa.

    That's pretty cool anyways —dije—. ¡Espero que con algo así de increíble ganes tu torneo del fin de semana!

    Cuando terminó de ponerse las curitas le dijo a Beatriz que ya no le dolía nada, que seguro no era verdad, y luego preguntó si siempre las traía. Eso desembocó en que ella contara que era un hábito enseñado por su madre ya fuera que las necesitaran ellos o con quienes estaban; en ese momento noté que a pesar de sus nervios, la niña parecía sonreírle a Cay con más frecuencia y él alimentaba el gesto reflejándolo. Como un espejo.

    Yo, por mi parte, había compartido la mirada enternecida con Vero.

    —La mía es una de esas —soltó Cay junto a una risa que le aligeró el cuerpo, al hablar de nuevo su tono se tornó muy suave, de una forma que me resultó conocida: por amor—. Una madre fuerte como castillo o como muralla. Cuida de todos y lo hace muy bien.

    Cayden observó a Bea, pero luego vio el bento y también creí que le echaba un vistazo a las curitas que ahora cubrían las heridas de Verónica. Su mirada también lucía más cálida y sus facciones habían adquirido cierta dulzura, creí que estaba perdido en sus pensamientos y aunque no creí que lo hiciera, eligió compartirlos con nosotras. Seguí atenta al sonido de las tablas bajo mis pies, incluso si todavía no había vuelto a moverme.

    —Tú también cuidas a las personas —dijo regresando el ámbar tibio de su mirada a la menor, sonriéndole—. Compartes tu comida y tienes curitas contigo, por si alguien las necesita. Cuidas y atiendes a los demás con el mismo afecto que te han cuidado a ti; es lo que aprendemos de las madres muralla, es lo que nos enseña a hacer su amor. Estamos marcados por aquellos que nos han amado.

    Escucharlo decir semejante cosa con tal certeza quiso hacerme reír, pero contuve el impulso para que no se entendiera mal y luego de unos instantes, comí un bocado más y me levanté de mi lugar. Rodeé la mesa con cuidado, me coloqué detrás de Cayden y le acomodé los rizos allí donde había estado Copito. Giré uno de los bucles en mi dedo y él alzó la mirada un segundo, ante lo que le dediqué una sonrisa. Me dejó hacer y entonces separé uno de sus rizos más amplios en tres, para empezar a formar una pequeña trenza al costado de su cabeza.

    La tabla no rechinó y yo avancé un paso.

    —Por cierto, Vero, también vimos a Copito con Gaspar hace unos días —dije mientras contemplaba pescarle más cabello a Cay para pegarle la trenza al cráneo.

    —Gaspar, el rubio de la 3-1 del club de música —aclaró él, divertido—. A Lana le gusta.

    That's not it! —Me defendí de inmediato y le tironeé un rizo sin fuerza real.

    —¡Dijiste que es atractivo! —soltó riéndose.

    Un paso más.

    God forbid I have eyes in my face! ¿Vas a decirme que no lo es? Are you blind by any chance?

    —No lo estoy, ¿pero no es terriblemente serio?

    Oh, shut up, baby face.

    —Hey, la cara de bebé me ha llevado a muchos lugares, ¡respétame! ¡A mí y a mi cómplice! —dijo señalando a Copito y luego medio giró la cabeza para mirar a Bea, por lo que yo me incliné siguiendo el movimiento de su cuerpo para poder seguir con misión de peinarlo, porque sí—. Ahora Vero y yo le estamos intentando enseñar una nueva canción a Copito. Bueno, eso suena a manada, yo se la enseñé a Vero para que a practique con él más bien.

    —Cay, quédate quieto —refunfuñé.

    I'm sorry~


    de repente clavé un comic relief para balancear el quilombo *meme de thanos*
     
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    Bruno TDF

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    Llevaba notando las lastimaduras de Verónica desde que ocupamos nuestros lugares en la mesa. La piel despellejada de sus nudillos, enrojecidos, me daba algo de impresión. Al tener a la albina tan cerca de mi vista, también pude darme cuenta, un poco conteniendo el aliento, que algunos de sus raspones eran profundos. Ha… Había… ¿Ha-Había s-sangrado…? ¿Por una caída, tal vez? ¿Padeció algún tipo de accidente? Aunque en cierto punto me ahogué en mi tormenta de dolor y luego me dejé alcanzar por la fraternal dulzura de Cayden; en ningún momento dejé de preguntarme si a Verónica le dolerían sus heridas, por muy mínimas que fuesen; ¿y que si se le infectaban por tenerlas expuestas al aire?. No me había animado a hablarle a sobre esto, por inseguridad, por temor y por creer que tal vez la incomodaría, pero… Lo de las artes marciales me ayudó a comprender la naturaleza de esas marcas, aunque no por eso dejó de ser menos impresionante porque… ¿C-cuánta era la intensidad de sus entrenamientos? M-me daba un poco de miedo de sólo pensarlo, sin embargo me resultaba admirable.

    Se esforzaba hasta sangrar y admitía el dolor físico.

    Pero eso no aplastaba su espíritu amable, sino que lo hacía alzarse más fuerte.

    Conseguí el impulso para dejar en su mano la curitas de mi bolsillo. No me animé demasiado a mirarla, pues Verónica realzaba mi lado más tímido debido su modo tan desenvuelto de ser, al punto de que no tuvo reparos en dirigirse a mí con un apodo que, literalmente, significaba “Belleza”, el cual me hacía morir de vergüenza (agradecía que se hubiese adaptado al Moony; sobrenombre con el que me sentía más a gusto, ¿tal vez). Reconocía, sin embargo, la dulzura y bondad que había en sus ademanes, en eso se parecía mucho a Jez, y fue lo me llegó con más fuerza cuando me sonrió con ternura tras recibir las curitas.

    Mientras se las colocaba, Cayden mencionó que esta chica había hecho volar por las aires a otro senpai de tercer año, ante lo cual abrí mucho los ojos en conjunto con la voz escandalizada de Ilana. Imaginé que ninguna cabía en sí del asombro, y en mi caso particular se acentuó esta sensación mientras escuchaba a Verónica relatar sobre un… ¿e-e-enfrentamiento amistoso en el dojo…? ¡¿A-arrojarse al suelo?! Y según se dio a entender, el mencionado Matsuo era corpulento y alto como Ilana. No… No podía creer que Verónica hubiera logrado hacerse con la victoria en dos rondas. Encima… Nos decía todo esto sin dejarse llevar por la arrogancia o el orgullo. Me sentí profundamente admirada por su valor y fuerza, y sólo supe que me había quedado mirándola, embobada, cuando recibí sus ojos.

    La vergüenza me bañó el cuerpo, a lo que se sumaron un poco de nervios porque la pregunta sobre las curitas de mi bolsillo me dejó momentáneamente en blanco, debido a lo inesperada que fue. Antes que nada, volví a tomar un poco de la comida del bento de Cayden para ayudarme a ordenar mentalmente la respuesta. Ya que la tuve clara desde el comienzo…

    Hablar de esta costumbre de los hermanos Luna implicaba mencionar a nuestra madre Lucía.

    No quise explayarme demasiado sobre el origen de la idea de las curitas, porque era vergonzoso. A decir verdad, Walter y yo solíamos lastimarnos seguido. Èl porque desde pequeño fue problemático y osado; y yo por torpeza, en cosas como caídas o golpearme por caminar sin mirar. A veces me apenaba pensar en cuántos disgustos le dimos. Sin embargo, ella nos dio las curitas; a día de hoy seguía preguntando si habíamos usado algunas, para darnos más.


    Sin dudas, la haría muy feliz saber que su “pequeña niña” (como siempre me decía) le había dado las suyas a una chica del colegio.
    En una mesa donde estaban acompañadas por más personas.

    Cuando di la explicación de las curitas, intercambié una tímida mirada con el grupo y… B-B-Bueno, me avergonzaría saber que se me escapó una sonrisa al encontrar los ojos de Cayden, lo cierto es que no me di cuenta, ni siquiera cuando él me reflejó. Fue un brote más natural del aprecio que le tenía, menos retenido por mi habitual recato e inseguridad.

    Verónica dijo que mi madre era una hermosa persona. Me llenó el corazón que dijera algo así, porque la quería. La quería muchísimo y amaba abrazarla. No hubo casi dudas cuando concedí su nombre completo y expliqué lo que su apellido significaba. No ya en su traducción al japonés o el inglés, sino más profundamente.


    Bea, Wal, Dany; son mis pequeños soles.
    Mientras me quede una sola gota de aliento por respirar, jamás estarán solos.
    Los amo, mis vidas.
    No necesito más, porque ustedes lo son todo.


    Una sonrisa cargada de profundo afecto floreció en mí semblante, libre de ataduras, mientras pensaba en mi madre, en estas palabras. Siempre fue así. Amorosa hasta el infinito, ¿tal vez? Valiente y fuerte, se alzó sobre el dolor de una separación. Sobre todo, era fuerte y siempre estaba lista para protegernos, para ser nuestro refugio en medio de nuestras tormentas. Esto fue lo que planteé a Cayden, Verónica e Ilana.

    Una madre fuerte que nos daba refugio con su infinito amor. Un castillo.

    Quizá sonara exagerado, pero… Me sentí feliz cuando Cay dijo que su madre era igual. Castillo y Neve. La imagen no tardó en trazarse en mi mente: un castillo cubierto por suave y amable nieve que brillaba bajo la luz de una luna llena. Custodiado por un caballero con corazón de león, ¿tal vez?

    Mi sonrisa se suavizó por el cuadro que sólo yo veía. Fue entonces cuando noté que Cay me observaba, luego mirando hacia el bento y las manos de Vero, que intercambiaba una mirada enternecida con Ilana mientras le daba de comer unas semillas a Copito. Notamos pensativo, así como lo tierno de su semblante, el amor presente en su sonrisa. Cuando finalmente decidió hablar, no esperé para nada que reconociera en mí algo que, a juzgar por cómo lo dijo, se trataba de una cualidad. El corazón se me aceleró un poco, nuevamente consciente de la presencia de las chicas, pero estos nervios no pudieron ponerle freno a lo que sentí por su reconocimiento. No sólo me reconocía a mí; también valoraba a Lucía Castillo en su mención a las “madres muralla".

    Verónica e Ilana estaban presente, pero… ¿Qué podía hacer ante tanta gratitud y emoción que desbordó mi corazón sensible? Porque yo era terriblemente sensible, tal vez eso era lo que me daba fuerza para cuidar de los demás. Mi rostro quiso comprimirse por estos sentimientos, y de alguna forma logré impedirlo, haciendo que me temblaran los labios y los pómulos. Inspiré hondo mientras la visión se me nublaba, en otra capa de lágrimas que volvió vidriosos mis ojos. Le sonreí como pude a Cay, antes de bajar la vista a mis rodillas con tal de esconderme.

    Pero busqué su mano debajo de la mesa y la sostuve. Sorbí por la nariz, cuidando de hacer el menor ruido posible.

    —No soy la única… —dije por lo bajo, apretando su mano— Quiero decir… la única que cuida de los demás… Y que tiene una madre valiosa…

    Lo solté, algo sobresaltada, al notar movimientos a nuestro alrededor. Fingí rascarme la nariz para secarme los restos de lágrimas con disimulo, y al final terminé alzando la vista al mismo tiempo que Cayden, encontrándonos con la mirada de Ilana que se había ubicado detrás de él. La chica le estaba tocando el cabello y Verónica los miraba, con los brazos apoyados en la mesa, el mentón reposando en sus manos. Balanceaba las piernas bajo la mesa y sonreía, al parecer entretenida por el cuadro… Parecía querer decir algo, pero seguía respetando su repentino silencio.

    Mencionaron a Gaspar, reconocí en el nombre al peculiar senpai de la guitarra eléctrica y las gafas oscuras. Verónica dio muestras de reconocer de quién hablaban, ya que en en el azul de sus ojos hubo una cuota de entusiasmo, aquel que tanto la caracterizaba. Los dejó seguir hablando, sin embargo, y yo no pude evitar mirar repentinamente a Ilana cuando Cayden afirmó que Gaspar le gustaba. La defensa de la chica y el posterior intercambio me hicieron avergonzarme. Me sentí tonta por haber creído de buenas a primeras que realmente le gustaba, al punto de ruborizarme. Que hablaran del atractivo del músico no me ayudó a sentirme mejor.

    Porque me hicieron pensar en Hubert.

    Me parecía lindo; me gustaba; me atraía.

    Por suerte me distraje cuando Cay defendió su… ¿cara de bebé…? Y además habló de Copito como su cómplice, algo a lo que tampoco supe darle forma porque carecía de las referencias. Ladeé la cabeza al mirarlo, confundida, en tanto la diversión se volvía mucho más palpable en la sonrisa de Vero. Entonces mencionó que con ella le estaban enseñando una canción al gorrión, frente a lo cual comprendí algo.

    Miré a la albina.

    —Eeeh… ¿Es la canción que estabas cantando… cuando llegué aquí…?

    La chica esbozó una sonrisa suave. Antes de responderme, intercambió una mirada con Cayden. Al verlo, su sonrisa se amplió un poco más, hasta cerrarle los ojos un momento. Hubo un suspiro al final, casi inaudible.

    —En efecto, Moony —dijo, enternecida; acercó la mano a su hombro para que Copito se posara en su palma, y empezó a acariciarlo contra su pecho—. Le canto a este chiquitín todos los días. Mejor dicho, empecé a cantarle hace poco, porque antes tarareaba —se rio; su índice pasaba por la cabeza de Copito, que entrecerraba los ojos relajado; me dio mucha ternura— La verdad es que… Antes de llegar a mí, Copito tenía una vida horrible de la que…—una pausa— lo rescaté, hace más de dos años. Pero había dejado de cantar debido al trauma… Al principio no dejaba escuchar para nada su voz de pajarito, e incluso hoy le sigue costando un poquito. Yo le estoy alentando a volver a hacerlo, ¿no crees que el canto de un ave es una de las músicas más bellas que existen?

    La pregunta sonó ciertamente profunda, ¿tal vez? Asentí lentamente, mirándola. Esperando a que siguiera hablando.

    —Como digo, tarareaba. Y ha servido, los progresos fueron muy lentos, pero están dando sus frutos —sonrió— Pero, ¿sabes qué, Moony? Este chico aquí presente me hizo descubrir que cantarle es más efectivo. A Copito, además, le gusta mucho la última canción que nos enseñó, es con la que más me acompañó.

    El gorrión dormitaba contra su pecho, habiendo saciado su apetito de semillas. Una sonrisa, mucho más pequeña, inocente y enternecida; surgió en mi rostro. Y con la misma me giré hacia Cayden.

    —Cay-senpai… ¿Significa que… también le cantas a Copito? —aunque mantuve los labios cerrados, del fondo de mi pecho surgió un sonido que, al mismo tiempo, me cerró los ojos. Una risa pequeñita, como yo misma— Eso es… hermoso.
     
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    Zireael

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    Gigi Blanche la respuesta de Ilana a Sasha está abajo, donde está la narración de ella uvu también fastidié a Kakeru cuz the boy can run and hide but he cant escape from me her
    Cayden2A.png
    En medio del chispazo de incomodidad y furia luego se sumó la culpa al ver cómo Vero se había quedado callada, pero había lanzado al disparo al aire, a las cadenas que suspendían los barrotes, y los había dejado caer sobre ella. Incluso si comprendía de dónde venía su reacción, darle vuelta a todo el sistema para meterme eso en la cabeza me estaba costando más de lo que me gustaría admitir y necesitaba esa suerte de time-out, de pausa de su parte, para enfriarme las ideas.

    Fui brusco con Ilana, pero quien pareció más afectada fue Verónica y es que, de nuevo, nunca había definido un límite real con ella. La dejaba hacer, decir las tonterías y luego la dejé acercarse físicamente, pero no había enfrentado como tal a otros escenarios, no había chocado con pared. Lo agresivo de la línea de fuego que me separaba de las personas pareció dejarla neutralizada, casi anulada, y en el cuerpo me picaron los fantasmas. Era esto lo que Liam hacía, ¿verdad? Meternos a todos en jaulas para que no traspasáramos sus límites.

    Pero las bestias aladas que encarcelaba siempre tenían más fuerza que los barrotes.

    Pateé la idea que surgía del mismo lugar oscuro que varias desde hace semanas. La conversación nos llevó del asunto de Matsuo a las heridas en las manos de Vero, de eso a las curitas y de las curitas a Lucía Castillo. No conocía a la mujer, pero el significado de su nombre y el amor que parecía profesar a sus hijos bastaba. Mi madre era una de esas, su amor no conocía límites, tampoco se quebrantaba con facilidad y creía haber aprendido de ella, Liam lo reconocía de hecho.

    Keane, deformación de Ó Catháin, Cathán. Batalla.

    Posees la resistencia de toda alma rebelde y la gentileza desgarradora, ciega, de los corazones que te criaron.
    La sonrisa que surgió en Beatriz fue distinta, lo noté de inmediato, expresaba el amor que sentía hacia su madre y de alguna forma también la libertad de manifestarlo que encontraba en su figura. Nuevamente encontré retazos de mí en esta muchacha que no debía alcanzar el metro sesenta, pequeños reflejos como los que se ven en las gotas de agua. Por ello sentí la necesidad de regresarle una imagen también.

    Mis palabras fueron sinceras, como lo habían sido en la sala de arte, y de la misma forma di de lleno con el costado más sensible de esta pobre chica. Noté el temblor en sus labios y los pómulos, lo que debió ser un resabio de la forma en que sus gestos se habrían comprimido de habérselo permitido, y no hice más que darle tiempo, dedicándole una sonrisa tranquila. Se le empañaron los ojos, pero me sonrió y... Buscó mi mano bajo la mesa de nuevo, de forma que la sujeté con delicadeza-, acariciando con cuidado su dorso.

    No estimé que dijera nada, pero también me regresó una imagen y me reí por lo bajo algo avergonzado, traté de quedarme con eso, con sus palabras, y no ir más allá para no acabar arruinando un comentario bonito con mis ideas nefastas. Casi al mismo tiempo apareció Ilana que me acomodó el cabello antes de empezar a peinarme y alcé la vista a ella, que me sonrió. Se me ocurrió que este era su comeback, su latigazo, y que mientras Vero seguía mirando la vida pasar desde atrás del metal que le había caído encima de repente, esta chica tentaba los límites.

    La verdad no tenía muchas fuerzas ya para revolverme y el contacto, lo que se parecía en un mimo en el cabello, me ayudó a calmarme. La piqué un poco con Sóloviov aunque sabía que debía darle más bien igual o eso intuía cuando noté que no se había avergonzado a pesar de cómo lo dije. Me defendí, eso sí, cuando me llamó cara de bebé y seguimos en la tontería. Ilana había seguido peinándome con la cuidado y lentitud suficiente para no enredarme los rizos.

    Alcé un poco las cejas al escuchar que Vero había estado cantándole a Copito la canción que le había enseñado antes de que yo llegara y me quedé mirando cómo acariciaba al gorrión, ahora contra su pecho, mientras hablaba. Entre tanto me puse a comer de nuevo, oyendo la historia, y escuché a Ilana suspirar casi encima de mí.

    ¿No crees que el canto de un ave es una de las músicas más bellas que existen?

    La frase tan sencilla se revolvió con varias cosas, como había pasado con las palabras de Melinda, y me quedé callado. Ilana seguía su labor, sin prisa, y alcé una mano para tantear lo que hacía, de forma que di con una trenza que se me pegaba a la cabeza y me recogía una buena parte del cabello del costado, o yo tenía que cortarme el pelo o ella era más hábil de lo que parecía. De cualquier manera apartó mi mano, regañándome de nuevo.

    —Una vecina metía los pajaritos en jaulas —comentó un poco al aire—. Era una mujer como de cincuenta años, yo que sé. Tenía un nieto pequeño, de siete u ocho, que se subía a un banco y abría las puertas. La mujer se echaba la vida refunfuñando que sus pájaros se escapaban y yo sólo me reía viendo al niño dejarlos irse. Es una lástima que Copito pasara por algo que le provocara un trauma tan grande, pero es bueno ver que se siente mejor ahora.

    La rubia suspiró de nuevo, dejó mi cabello quieto y anunció de lo más campante que ya había terminado. Pareció que volvería a su asiento, pero revisó el móvil y se excusó con nosotros un momento, alejándose de la mesa en dirección a la entrada del invernadero, seguro para poder hacer una llamada o escuchar un audio o lo que fuese. Bea había preguntado si le cantaba a Copito y soltó una risa, pequeña, pero risa y me dio algo de vergüenza, pero al menos no me alcanzó el rostro.

    —Conocí a Vero cuando le tarareaba... ¿Recuerdas que te mencioné el Laberinto del Fauno? Ella le tarareaba la canción de cuna de la que te conté, bromeé que tal vez Copito cantara si tenía toda la banda sonora porque mi mejor amigo canta y toca la guitarra, de hecho es el presi del club de música. —Fui contando sin prisa y no me di cuenta de que, como siempre, no había regulado el afecto en mi voz—. Obvio no tenía la banda sonora allí mismo, entonces improvisé. En sí me gusta cantar, ¿recuerdas que te dije que lo hago para calmarme también? So there's that. También cantaba el día que conocí a Meli, Copito llegó al oírme, luego apareció ella.

    Tomé una pausa, miré a Bea y luego a Copito, dormido en las manos de Vero.

    —Es un hábito familiar. Mi madre canta cuando está trabajando o cuando se está preparando para irse a la cama, mis tíos a veces también lo hacen. En mi cabeza la música es sinónimo de tranquilidad y donde hay música... tal vez nada pueda tocarme, como en una cueva, dentro de la roca. Sé que suena raro, pero para mí parece reconfortable. Hace algunos días recibí una noticia un poco jodida y recordé una canción diferente. En realidad es un lamento irlandés, caoineadh —conté sin saber muy bien a qué respondía el impulso.

    Tomé aire de nuevo, llevé mi mano una vez más a la trenza que había hecho Ilana y esta vez pude recordar las palabras, mamá había seguido cantando días después y yo escuchaba. Pasé saliva un momento y alcancé las mismas líneas que había recordado cuando Arata me contó por teléfono que su viejo estaba muerto, las canté siguiendo el recuerdo de la voz de mi madre y así, sin pretenderlo, arrastré algo de su pesar.


    buscando mi propio post me di cuenta que en ese entonces me habías leído cuando lo del lamento irlandés JAJAJA anyways es este, lástima que Malinda no tiene full version chale

    no te ofrezco la letra en hincha de Boca y van a ser las 3 am así que no me carbura la neurona, tonces te dejo el link que trae la traducción en inglés (?) las líneas específicas son las del segundo "párrafo" que son las que puede recordar Cay y medio pronunciar


    y terrible parkour emocional, sí, por eso el parkour de cintas también

    Ilana3.png

    Estaba por volver a sentarme cuando recordé que en algún momento me había vibrado el móvil en el bolsillo, por lo que husmeé la notificación y vi que era un audio de Sasha. Asumí que podría tener que ver con el asunto de los chocolates que habíamos hablado temprano, así que para poder oírlo sin oídos chismosos me excusé un momento con los tres y me retiré siguiendo el camino hacia la entrada el invernadero. Una vez allí le di play al audio y me lo acerqué para escucharlo.

    ¿Kakeru todavía tenía la llave?

    Suspiré con algo de pesadez porque sí, era cierto que estaba ausente, y teniendo en cuenta cómo eran las cosas no sabíamos qué tan posible era que también mañana se ausentara. No quería ser paranoica además, luego de cómo me lo había encontrado quería pensar que quizás necesitara un respiro de tanto en tanto, pero si las ausencias se apilaban... ¿Qué tanto derecho podía tener yo, la desconocida, de escarbar? Él me había dicho que podía contarle si alguien me molestaba, pero eso era distinto a que yo me pusiera a entrevistarlo.

    Escuché el segundo audio entonces, que me dejaba el poder de decisión, y antes de contestarle me quedé plantada golpeteándome el mentón con el teléfono. Además, ¿esto no como que me dejaba en super ultra evidencia? Ah, ni modo. Así capaz me servía para sondear cómo andaba él en sí. Antes de responderle a Sasha entonces busqué el chat de Kakeru.

    Buenos días América, aunque ya es hora de almuerzo
    Acuérdate que te ofrecí mis apuntes cuando necesites! Y si necesitas cualquier otra cosa pues también me dices ♥
    Igual la escuela está aburrida, no te pierdes de nada


    Enviados esos mensajes me quedé mirando la pantalla unos segundos, después tomé aire y aunque me cuestioné si quedaba raro, bueno, tenía una compañía que salvar. Igual si me decía que no podía o no me contestaba, no pasaba nada. Sólo atrasábamos un poco la entrega de chocolates y todo eso, aunque claro que eso significaba atrasar el regalo para él, ni modo. Secretos de Estado eran esos.

    —Perdona que te grabe un audio encima de los mensajes, pero mejor así para no hacerte tanto spam. Me pasaron el chisme (ejem, la chismosa me dicen, sí) de que todavía tienes la llave de la cocina y como que la necesito por motivos ultra hiper mega secretos. La idea era usar el espacio mañana con una compañera, pero si no puedes venir no pasa nada, eh, puedo pasar el plan a la otra semana. Me preocupa más que te quedes en casa si lo necesitas que cualquier otra cosa —dije hablando con la suavidad usual, dando vueltas en un pequeño cuadrante mientras grababa—. Me chiflas cómo te sientes, ¿sí? ¡Digo, si quieres! No sé por qué habrás faltado, pero eso, que me preocupa un poquito. Cuídate y de nuevo, si necesitas algo me dices.

    A ver, ¿y el podcast tan de gratis? Me dio algo de vergüenza, pero tampoco me pondría a borrar los mensajes ni nada. Simplemente esperaría. Con eso hecho, volví al chat de Sasha y ahora sí le grabé un audio a ella.

    —Este percance es gravísimo —exageré porque sí y luego me desinflé los pulmones—. Or maybe it isn't. Sucede y acontece que hace poco comencé a hablar con Kakeru y nos intercambiamos números, así que le dejé algunos mensajes para sondear lo de la llave. No sé si me contestará, pero pues démosle unas cuantas horas, si me dice que va a faltar mañana también o no me contesta del todo, lo dejamos para la próxima semana, ¿qué te parece? En el peor de los casos resolvemos de otra manera. Quisiera pensar que no se va a ausentar dos días seguidos, pero nunca se sabe, ¡ni siquiera sé si tengo que pagar un rescate! Para la llave o para él, oh dear. En fin, te aviso cualquier novedad y luego tomamos decisiones.

    Di por terminada la grabación que se envió y me regresé el teléfono al bolsillo para volver con Cayden y las chicas. En el camino de regreso vi una pequeña flor en el suelo, que se había desprendido de una de las plantas cercanas, seguro cuando pasé cerca de ellas. Me acerqué para levantarla y me resultó parecida a una margarita, pero tenía un tinte rosado. Suponía que eran de la misma familia.

    Regresé a la mesa con la flor girando entre los dedos, el canto lejano, en otro idioma, me había alcanzado a mitad del audio a Sasha. Sonaba... triste, sin duda, incluso si no entendía ni una pizca de lo que decía. Sonaba similar al gaélico de Morgan, eso fue todo lo que pensé, y aunque no entendía la letra, me sumé a tararear la melodía o algo así. Intuía que estaba cantándole a Copito, aunque quizás no fuese el caso.
     
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    Se me hacía sumamente reconfortante escuchar a Bea y Cay hablando sobre sus madres, Lucía y Neve. También había imaginado el castillo vestido de nieve bajo la luna, con la diferencia de que, en lugar de un caballero, pensé en un pequeño león con frondosa melena roja, muy tierno y de ojos dorados, cuidando valientemente su puerta. Me habría encantado compartir la imagen con los demás, tal vez haciendo énfasis en este muchachito, y disfrutar de la coincidencia con Moony. Fue otra de las cosillas que preferí dejar guardadas.

    Controlaba los vaivenes de mi alma confianzuda, sus impulsos. Pues ahora mismo no era una opción dejarme llevar, con tal de evitar caer en otro descuido que incomodase a mi leoncito delante de las chicas. O peor: provocarle malestar, justo como antes.

    La culpa habitaba mi pecho.

    Brotaba en cada latido.

    La presencia de Beatriz me daba algo de consuelo en medio de tanta incertidumbre. Agradecía la paz que esta chica le traía a mi leoncito y cómo despertaba en él su llama más cálida y protectora, convirtiéndolo en una fogata junto a la cual todas podíamos sentirnos seguras. Adoré presenciar la sinceridad con la que reconoció la gran bondad que contenía el corazón de esta chica, presente en la paella compartida, las curitas y las palabras de amor hacia su madre. Apenas noté las lágrimas de emoción haciendo brillar los ojitos de cielo de Bea, me limité a posar la atención en mi bento para comer otro par de bocaditos, así le daba una mínima privacidad para regular sus emociones. Noté de soslayo que se tomaban la mano debajo de la mesa (ya que fueron de lo más obvios, los muy bonitos), y escuchar la retribución de Bea hacia él y Neve me hizo sonreír para mí misma.

    La manera en que mi lady se puso a tocar su cabello, parada detrás de él, me hizo gracia. Pero eso sí… debía admitir que sentí ganas de pasar las manos por los rizos rojos de Cay, acomodar un mechón detrás de su oreja. Él se había calmado bajo las manos hábiles de Lanita, a pesar de la brusquedad con la que había hablado antes, así que preferí respetar esa tranquilidad y quedarme con las cosquillas en la punta de mis dedos. Eso sí, no logré contener las sonrisas divertidas al escucharlos hablar de Gaspy, el altísimo flautista de la 3-1 y (quizá a estas alturas) músico personal de Copito. Otros comentarios me quedaron haciendo cosquillas en la punta de la lengua, sobre todo los referidos al chiste de que a mi lady le gustaba el rubio. Pero Cay, en una suerte de defensa, apuntó su dedo hacia Copito, para luego mencionar la canción que le estábamos enseñando. Sentí en esa intervención que se esfumaba un poco de la lejanía que se había alzado entre nosotros, invisible.

    Pero cuando hizo una aclaración con la que pretendió dejarse fuera de la cuestión… Respondí a eso con una negación de cabeza que, aunque fue suave, no estuvo exenta de firmeza, de actitud.

    Esto es de los tres, mi leoncito lindo.

    Moony fue bastante ágil al adivinar que se trataba de las melodías que me oyó cantar al llegar al invernadero. Su pregunta abrió la puerta para soltarme un poquito, porque se trataba de hablar de mí misma. Antes que nada le dirigí una mirada a Cay, a su carita tan adorable, y no pude evitar que la sonrisa, cariñosa, se me estirara hasta cerrarme los ojos... Pues… Nos visualicé tarareando en el patio frontal de la academia, lo que chistosamente podríamos contar como nuestro primer diálogo oficial. Ese recuerdo tan bonito se me mezcló sin querer con la incertidumbre de ahora y con la imagen de Copito alarmándose sobre sus rizos, de modo que un suspiro casi silencioso escapó de mi pecho.

    Entonces conté a las chicas la historia de mi lucha por recuperar la voz de Copito.

    Mientras hablaba, sostuve al gorrión contra mi pecho, cerca de este corazón que tanto lo quería, a este divino compañero de alas brillantes. Este gesto, este abrazo chiquito, fue lo que más lo tranquilizó durante nuestras primeras semanas juntos… tras la noche en que arriesgué todo… Copito desde el principio se sintió cómodo en mi cercanía, porque sus instintos me había marcado como su salvadora. Pero fue un pajarito muy nervioso en nuestros comienzos, mucho, porque en su cabecita debían seguir resonando los gritos de aquel horrible hombre y los violentos golpes contra la jaula. Cuando lo notaba estresado, hacía esto, lo acariciaba contra mi pecho, en un abrazo chiquito. Copito se tranquilizaba hasta quedarse dormido, justo como ahora. Pero hoy se trataba de un acto de inmenso afecto, más que de contención.

    Me había quedado mirándolo, pero la voz de Lanita me hizo alzar la cabeza en su dirección al escuchar la mención de las jaulas. La historia del nieto que liberaba los pajaritos que su abuela metía entre barrotes me hizo reír, con mezcla de diversión y satisfacción, y no pude menos que afirmar con la cabeza, en un gesto aprobatorio. Para mí, ese niño era un pequeño héroe. Le sonreí con gratitud a la chica, cuando dijo que era bueno ver que Copito se encontraba mejor.

    —Gracias, linda —el apelativo se me escapó, pues me dejé llevar por mi emoción una vez más—. Está infinitamente mejor; ya sólo le falta cantar a este chiquitín —hice una pausa, pensativa, sin dejar de acariciarlo, y añadí:—. La verdad es que yo… hice lo mismo que ese niño.

    Dejé la idea flotando en el aire, sin más, y continué hablando sobre los tarareos. Le conté a nuestra kohai que Cay me hizo descubrir la magia de cantar con nuestra palabras y entonces ella, tan ágil de mente, se dio cuenta de lo que eso realmente implicaba. Hubo en su sonrisa una emoción tan, tan tierna e inocente, que otra vez me dieron ganas de comérmela a besitos en las mejillas. Le preguntó a Cay si le había cantado, y el comentario final me hizo asentir con ternura, al tiempo le decía a Ilana que la esperaríamos mientras atendía sus asuntos. La chica se retiró un momento hacia la entrada del invernadero, y en la mesa seguimos hablando

    Continué con las caricias mientras Cay le contaba a Bea sobre cómo nos conocimos. Guardé silencio, evitando intervenciones inoportunas, y a lo sumo asentía para reforzar algunos de sus dichos, aunque se me escapó una sonrisa enternecida en el momento que le tocó mencionar a Ishi, el famoso “Ko-chan” al que tanto demostraba querer sin darse cuenta. Mi pobre leoncito no habría reparado en este dulce desliz de su afecto... de no ser porque Beatriz se le arrojó una miradita rebosante de inocente curiosidad. Le noté la tentación de hacer una pregunta, pero al parecer se atajó cuando Cay continuó hablando. Al escucharlo yo, me quedé pensativa un punto en particular.

    Que cantar le ayudaba a calmarse.

    Beatriz asintió en respuesta, al parecer guardaba recuerdo de una conversación previa en el que el muchachito le dijo esto. Mencionó una anécdota del patio que también involucraba a la misteriosa Meli, luego de lo cual nos comentó que su gusto por el canto nacía de un hábito familiar. Quizá de ahí provenía la tranquilidad, de asociar la música al amor de su familia. Pero también…

    …donde hay música... tal vez nada pueda tocarme, como en una cueva…

    Beatriz negó con la cabeza, diciéndole en voz baja que la imagen no le parecía rara. Sería grosero sacar suposiciones tan pronto pero, en vistas de cuán nerviosa parecía ser la primera vez que hablé con ella, imaginé que a veces podía llegar a encerrarse en sí misma. Entonces recordé aquella vez que lo saludé en el patio norte, cuando vinimos con Jez a ese invernadero

    Cómo lo vi enterrado bajo sus propios pensamientos, unos que tenía la esperanza de alcanzar algún para acercarme a él, comprenderlo y acompañarlo. Cuidarlo.

    Pero… ¿sería capaz? ¿Me correspondía, después de lo que hice?

    Tampoco dije nada al oír sobre la funesta noticia que había recibido, guardé solemne silencio mientras sentía mi corazón comprimiéndose una vez más. Copito abrió los ojos y asomó la cabeza por sobre mis dedos, para mirar al muchachito, casi como si buscara sus ojos ambarinos. Beatriz se mantuvo tan silenciosa como nosotros. Fue como si entre los tres le hubiéramos dado el espacio para elevar su voz.

    En un lamento irlandés.

    El canto, suave, nos fue envolviendo con lentitud. Sus notas se alzaron por fuera de la mesa, para ir a rozar las hojas verdes y acariciar cada pétalo de flor. En mis manos, Copito se removió más suavemente, casi pude sentir el aire palpitar en su pecho. Beatriz y yo escuchamos, sólo escuchamos las primeras notas con un gesto respetuoso.

    Sintiendo el pesar.

    Cerré los ojos y, como pude, comencé seguirle el ritmo, en un delicado tarareo. Aunque no entendía las palabras, sí percibía la carga emocional. Abrí las manos para darle más espacio de movilidad a Copito, quien también se puso a acompañar con cantos largos, solitarios. Incluso Beatriz hizo un primer intento por amoldarse a nosotros, mas su voz se desvaneció prontamente, agobiada por su propia timidez. En su lugar, la chica dejó caer parte de su peso en el hombro de Cay, con cuidado de no moverlo demasiado; su brazo, delgado y más pequeño que el mío, lo abrazó por la espalda, aprovechando que yo no estaba mirando. Ilana también se sumó, lo supe por su voz melodiosa acercándose, y juntos elevamos esta cueva para nuestro león. Para que se sintiera tranquilo.

    No supe cuánto duró. Sólo cuando el silencio volvió a abrirse paso sobre los restos de nuestras voces, abrí los ojos. Copito había saltado sobre la mesa y se había posado en la mano que Cay había dejado allí. Bea había recuperado su posición erguida en la silla, y me pareció que reprimía un hondo suspiro.

    Busqué los ojos del muchacho, aunque mi mirada luego se desvió hacia la trenza que le había hecho Ilana. Aproximé mi silla algunos centímetros, con cuidado de no hacer demasiado ruido, y estiré la mano para acariciarle esa zona del cabello con cuidado, con cariño. Era una buena trenza.

    —Tantas veces te escuché cantar, y no recuerdo si alguna vez te lo dije —sonreí suavemente—. Posees una linda voz. Es fuerte en muchos sentidos, al punto que alcanza hasta el corazón de un pequeño gorrión. Nunca dejes de cantar, ni de buscar la calma que la música te trae.

    Lamentaba mucho saber que había recibido malas noticias.

    —A… A mí me gusta mucho… ¡c-cómo c-cantas, quiero decir…! —dijo Bea atropelladamente mientras volvía a acalorarse por la vergüenza— C-cuando cantaste la canción de cuna la otra vez, me sentí muy tranquila… Y-yo… Yo… —hubo una pausa, en la que se permitió verlo a los ojos, entregándole la bondad y solidaridad de su mirada— Lamento mucho que hayas recibidos malas noticias. E-espero que te haya hecho bien… cantar todos juntos.

    Asentí, acompañando esas palabras. Unas que, sin dudas, expresó mucho mejor de lo que lo habría hecho yo.
     
    Última edición: 2 Junio 2025
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    Zireael

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    Verónica seguía callada dentro de su jaula y no sabía si me molestaba esa falta de reacción, no decía que esperaba que irrespetara mis límites porque eso era una estupidez, era... ¿Por qué no se revolvía? Algo en lo quieta, callada y falta de reacción que lucía se parecía a la resignación y allí, entonces, encontré un diminuto cristal roto que me devolvió un reflejo. Ya de por sí venía sintiendo culpa de antes, incluso cuando mi trazado de límites ni siquiera fue con Vero, fue con Ilana que parecía inalterable a mi carácter, pero esto sólo lo empeoraba.

    Ilana me estaba tocando, Vero debería querer hacer lo mismo y permanecía allá, contenida, justo como los idiotas hacíamos. La culpa y la molestia confluían, pero traté de seguir con las ideas más o menos frías, y me distraje hablando y con la sensación de los dedos de Ilana en mi cabello. Vero había negado cuando quise dejarle la responsabilidad de enseñarle la canción a Copito y una parte de mí se preguntó si algún día, más temprano que tarde, se daría cuenta en verdad de la inconsistencia de mi carácter.

    De cómo aflojaba las manos, incapaz de aferrarme a nada.

    Creí que pude oír a Ilana sonreír ante lo que dijo la albina, pero no añadió nada más y me quiso hacer gracia como en la figura de esta chica existía una rebeldía silenciosa, discreta, que se revolvía con la delicadeza de su figura y la calidez de su personalidad. Ilana parecía la clase de persona que, así como Vero, abría la puerta de las jaulas para salvar una vida. Quise decírselo, pero me guardé el pensamiento y seguimos en el tema de los tarareos. Ilana se retiró entonces, cuando respondía lo de si le cantaba a Copito.

    Fui hablando y fui terriblemente consciente de la forma en que mi voz se había quebrado hacia el afecto cuando sentí la mirada de Bea encima, curiosa, y recordé a Ilana en el tren señalando justamente eso. La vergüenza que sentí de milagro no me alcanzó el rostro, pero supo amarga de todas maneras y una parte de mí quiso, ni idea, dejar de doblarse como silla de playa. Últimamente me sentía agotado por la manera en que quería a las personas y la manera en que los demás me querían a mí, yo les exigía de más y a la vez no lograba dar la talla para ellos. La balanza está horriblemente calibrada.

    De todas formas sonreí al ver a Bea negar, diciendo que mi idea no le parecía rara y supuse que tenía sentido, pues era casi una certeza que esta muchacha también se encerraba al no saber qué más hacer. La cueva era fría cuando el fuego se apagaba, pero sabía a casa, podía sosegarme el corazón al menos de forma temporal. No era el mejor curso de acción, pero aseguraba la supervivencia.

    Luego vino el lamento, había sido cuando la noticia del viejo de Arata, su intoxicación posterior, pero ahora se sumaba lo padre de Ilana apareciendo en casa de Yuzu y el pánico que me había inducido la marihuana; sin embargo, a mitad de los versos me alcanzó también algo más y puede que de allí hubiese surgido el pesar real de la tonada. La mezcla de ira y tristeza que no podía definir hace días, la emoción que cada vez se amalgamaba más y más. El lamento nos envolvió, Vero cerró los ojos y me siguió con un tarareo, Copito se sumó con cantos largos, solitarios e incluso Bea pretendió intentarlo, aunque la timidez le ganó la pulseada.

    A pesar del tono de la melodía sonreí apenas al notar su peso en el costado, sentí también el peso de su cabeza en el hombro y su brazo, pequeño, rodearme la espalda. No detuve el canto, pero dejé caer la cabeza en dirección a la menor y cerré los ojos unos segundos. La siguiente voz que surgió detrás de las nuestras como una armonía fue la de Ilana, su tono había bajado y aunque su voz era naturalmente suave, me pareció que incluso en ese tarareo el tono que alcanzó adquirió otra profundidad. Densa, quizás algo oscura.

    Abrí los ojos al sentir a Copito en la mano, ya cuando el lamento se había diluido hacia el cielo, y me desperecé de Bea para permitirle erguirse. Noté a Ilana acercarse a ella, le pidió "Permiso" en un tono muy quedo y acomodó con muchísima delicadeza detrás de su oreja, entre el cabello, una pequeña flor rosada que traía consigo.

    —Para ti, linda —le dijo casi en voz baja, dedicándole una sonrisa cálida antes de regresar a su asiento.

    Me centré entonces en acariciar a Copito, sonriendo, y aunque seguía sin soltar la lengua, aunque hablaba en código o no lo hacía en absoluto, me sentí un poco más liviano. Había notado a Vero mirarme, luego noté que acercaba la silla y sentí que me acariciaba en la zona en que Ilana había hecho la trenza. Oí sus palabras, mi sonrisa se estiró un poco y traté de encontrar la pizca de lógica y decencia que poseía. Estaba Ilana presente, sí, pero necesitaba... Debía quitarle la jaula de encima.

    Porque era una crueldad encerrarlos así.

    Fuese para atarlos a mí o para no dejarlos acercarse.

    Escuché a Bea también, sonreí de nuevo y pensé en aquella vez en que Anna llegó a contarme que se le había soltado la lengua con Aleck, que le había contado que vendía hierba, recordé cómo había llegado a mí y cómo terminó después, más tranquila, más como ella misma. Recordé también cuando Ko me contó de Chiasa y como le había ofrecido mi fuego, sin más, recordé que aunque fuese tarde me permitía sostenerlo entre mis brazos y lucía más tranquilo allí.

    —Me hizo bien, Moony. Muchas gracias —respondí y dejé de acariciar a Copito un momento para estirar la mano y ajustarle mejor la flor que le había dejado Ilana en la oreja—. Gracias por tu abracito, también. Fue muy agradable.

    Tomé aire, pretendí seguir acariciando a Copito y entonces dejé el peso caer en dirección a Vero, a su hombro. La había arrastrado conmigo el domingo, el miércoles del Maharaja, me la llevaba puesta una y otra vez. Al menos algo de claridad merecía.

    —¿No crees que el canto de un ave es una de las músicas más bellas que existen? —repetí sus palabras en voz baja, no porque pretendiese que fuese secreto, sólo me salió así. Siquiera me quedó claro qué pretendí de la frase—. Perdona si te hice sentir mal. Yo... soy malo con las muestras de contención o afecto cuando tengo que abrirme a otros, sobre todo si son muy marcadas. Me hacen sentir incómodo o molesto, incluso cuando puedo entender la intención de la persona, incluso cuando sé que no provienen de la condescendencia. No te quedes atorada allí.

    Me desperecé de ella con cuidado.

    —No soy fácil de tratar, pero tampoco quiero sentir que soy una bomba de relojero.

    ¿Pero no lo era?

    —No creo que las tres nos sintiéramos tranquilas y seguras contigo si lo fueras —reflexionó Ilana en voz baja, acababa de estar mirando su móvil y habló con algo que se le pareció al alivio, como si de repente se quitara una preocupación de encima. Incluso con el numerito enfrente a ella, sonaba genuinamente tranquila—. No niego que tengas mal genio, pero no es un pecado. No si lo sabes y procuras balancearlo.

    Estiró la mano luego de hablar, dejando el móvil en la mesa, y acarició a Copito que seguía en mi mano. Su sonrisa se tornó suave y entonces buscó mirar a Bea.

    —Tu voz, te escuché apenas un instante antes, cuando acompañamos a Cay, pero me gustó oírte.
     
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    Bruno TDF

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    No me había quedado ajena a la margarita que Ilana sostenía con delicadeza, pues las flores me gustaban tanto como las aves y atraían siempre mi atención, sin excepción. Se trataba de una peculiar margarita de tono rosáceo, que se me hizo de lo más bonita. Imaginé que se había precipitado naturalmente desde alguna maceta, habiendo cumplido parte de un ciclo, y que la chica optó por rescatarla. Pero… no sólo eso, sino que eligió para esta flor un mejor destino.

    Bea se había quedado sumida en sus pensamientos, con la mirada baja. En sus ojos percibí un dejo de tristeza con el que me sentí acompañada, pues a ninguna nos dejó indiferente el lamento irlandés surgiendo en la voz de Cayden. Sólo cuando tuvo a Ilana junto a ella fue que reaccionó, alzando la cabeza para recibirla con parpadeos rápidos, nacidos de la confusión y una pequeña chispa de sorpresa. Aunque llegó a ver la flor que estaba destinada para ella, igualmente se estremeció ligeramente al notar las manos de la chica acercarse a su rostro. Con una sonrisa en mis labios, vi a la menor cerrar los ojos frente a los primeros roces delicados sobre su oreja, además de en el costado del cabello; mientras sus mejillas se encendían lentamente.

    Pudo, eso sí, recibir las palabritas de Ilana mirándola a los ojos. Con la punta de sus dedos rozó la flor que ahora la embellecía; su toque fui en extremo cuidadoso, lo que demostraba que no quería dejarla caer.

    —G-g-gracias, Ilana-senpai —dijo con un hilo de voz mientras la miraba, aún ruborizada; hubo un amague de reverencia, que Moony al final no la hizo porque, qué se yo, habrá pensado que así la flor se caería.

    No dije nada más, o quizá era correcto decir que me lo guardé para más adelante. Lo que sí hice fue acercar la silla al muchacho, quebrantando así una parte de la inesperada distancia que se había formado entre nosotros. Silenciosa, invisible y confusa; frente a la estuvimos tratando de posicionarnos de algún modo, de entender qué era lo que ocurría con el otro. Lo mío podía verse como anulación, pero desde mi perspectiva se trataba de una instancia de respeto e intento de comprensión, a la vez que buscaba no dejarme condicionar en exceso por la culpa que sentía. Era… complicado, sí. Pero confié en que todo saldría bien, ya fuese aquí o más adelante.

    Fue como si algún calor regresara a mis dedos cuando acaricié su cabello, algo parecido a tocar un fuego suave. Me deseo fue era sólo esto: tocarlo, como tanta deseé las primeras veces, y al hacer esto era como empezar a rebelarme contra los barrotes. Busqué sus ojos para verme reflejada en ellos… y, un poco de la nada, me pregunté si él se vería a sí mismo ahora, como una flamita roja en el centro del mar azul. Hubo un poco de todo en mi cabeza, que volvía a respirar pensamientos atrevidos, aventureros, pero entonces caí en cuenta de que no le había hablado nunca sobre su voz, que no le había dicho que me era otra cosa me encantaba de él.

    Recibí a cambio su sonrisa. La mía también se estiró, calma, y dejé ir mi mano cuando Beatriz tomó la palabra. Pero, eso sí, le rocé la mejilla con la punta de mis dedos, como si fuese una caricia accidental.

    Cay le respondió a Moony, a quien a estás alturas ya deberíamos ir nombrando como su Lil Sis. Así que bueno: cuestión que el muchachito le ajustó la flor detrás de la oreja y su Lil Sis volvió a cerrar los ojos por el tacto en la zona, aunque aquí su timidez fue mucho menos marcada que con mi lady. Se hizo chiquita en su asiento, compungida y al mismo tiempo con una sonrisita cálida en su rostro. Le había hecho bien al corazón que su big bro del alma valorara un abracito que no llegué a ver, seguro durante el lamento. La choca negó levemente con la cabeza, y susurró algo que sólo mi leoncito pudo oír.

    Sentí que lo necesitabas.

    Pese a que no me enteré de nada, me había llevado una mano a la mejilla de todos modos, porque no podía dejar de contemplar lo lindos que eran estos dos cuando se juntaban. Me pregunté qué tanta softness habría visto Jez cuando almorzaron con ella en la piscina, seguro le preguntaría en pleno arranque de ternura.

    Fue entonces cuando Cay… Mi lindo leoncito, rompió por completo la distancia, dejando caer su peso en mi hombro. Yo le correspondí en un movimiento natural, afianzando este contacto e inclinando la cabeza hacia un lado, para reposar mi mejilla en su hombro. No es que hubiese estado nerviosa o angustiada desde mi descuido, pero sin dudas sentí mucha paz mientras recibía el calorcito de su cuerpo, al punto que cerré los ojos. Que parafraseara mi frase sobre el canto de las aves me provocó una sonrisa más amplia, involuntaria, y la calidez siguió sumándose.

    Fue, aquí, donde tuvo un momento de sinceridad que me permitió... comprender.

    Quizá me sentí contrariada por su disculpas, pues sentía que era yo la que debía pedirle perdón. Pero escuché con atención, centrada sólo en su voz que nos decía cuánto le costaba recibir muestras de afecto cuando se abría. Debí reprimir el impulso de suspirar o apretar los labios, ya que, tal como temí a lo largo de la velada, confirmó que acciones como la mía llegaban a incomodarlo o molestarlo aún si comprendía la intención proveniente del otro lado.

    No te quedes atorada allí.

    Negué con la cabeza, lentamente. Antes de que se despegara de mí, mi brazo subió su espalda. Un poquito debí pescarlo por la tela de la camisa, sostenida entre mis dedos, para hacerle un pedido silencioso de que se acercara un poco más a mí. Le dejé un besito entre los rizos, a un costado de la trenza.

    Perdóname tú a mí —me disculpé en voz muy baja; quizá para él no hacía falta, pero yo lo necesitaba, porque lo quería y lamentaba haber hecho que se sientiera así—. Y doy gracias a tu honestidad. No me quedaré atorada, puedes estar tranquilo. Mi leoncito.

    Nos devolvimos nuestro espacio, momento donde el chico añadió que no era fácil de tratar, pero que tampoco era… una bomba. Lo cierto es que yo había visto parte de esa intensidad en el Maharaja, cuando quiso apartar con la brusquedad de su voz a la persona que se me había acercado, pero el acto estuvo cimentado en mantenerme protegida, cosa que siempre valoraba. En la escuela siempre lo vi siendo dulce, y recientemente un muchachito atrevido y tentador. Pero no había motivos para sorprenderme por esta faceta quizá más conflictiva, o snetirme inquieta o condenarla. Ninguno en esta mesa era perfecto, e incluso me tranquilizaba más conocerlo más por esto. Me ayudaría a comprenderlo y cuidarlo mejor

    A aceptar el pequeño universo de Cayden, con sus virtudes y defectos.

    En eso consiste querer a otra persona.

    Secundé con un asentimiento solemne a las palabras con las que mi lady le respondió, pero fue Beatriz quien habló tras su intervención. No lo sabíamos, pero Cay le había ofrecido otro reflejo que se le revolvió con sus propios recuerdos, y le respondió con una palabras que guardaba en su corazón. Provenientes de una lucecita preciosa:

    —N-no eres díficil… de tratar, Cay-senpai —le dijo, mirándose a la carita el uno al otro—. S-sólo eres…

    >>Eres Cayden Dunn, y estamos bien aquí, contigo.

    Se ruborizó un poquito, consciente de su pequeño arranque. Apartó la mirada y, con tal de regular el bochorno, se permitió rozar la margarita en su oreja con la yema del índice. La miré con ternura, antes de mirar a Cayden a los ojos. Otra vez, mi mano atravesó los barrotes, partiéndolos; la deposité suavemente sobre la del chico.

    —Por favor, no olvides todo lo demás que tienes.

    Acaricié su mano con mimo, a la vez que mis ojos se detuvieron un instante fugaz en sus labios. Luego tuvimos que poner nuestra atención en Bea, cuyo intento por regular su bochorno tuvo un traspié cuando Ilana dijo que le había gustazo su voz. Disfruté, en primera fila, de uno de los sonrojos más adorables que había visto en mucho tiempo, aunque la pobre se hizo bolita de nervios en su silla.

    —¿E-E-e-E-eeh…? ¿D-de ve… verdad…? —bajó la mano cual latigazo, porque se había puesto a rozar la flor con más rapidez y temió que se le cayese; me parecía muy dulce que quisiera conservarla en su lugar, a toda costa— N-no soy b-buena en esto, ¿tal vez…? M-me da mucha vergüenza cantar, ¡perdón…! Y… Uh… Gra… Gracias, Ilana-senpai. Eres… muy dulce y linda… ¡D-digo, que tu voz es linda! ¿C-cantas seguido, tal vez?

    Intercambié una miradita con Cay, enternecida… e hice un asentimiento. Ilana era guapísima y cantaba bonito, y a eso debíamos sumar la gracilidad de sus bailes. El comentario me lo guardé, claro está; pues, aunque las cosas quedaron más claras, eso no me corrió de mi intención de empezar a… seguir volando, sí, pero adaptándome mejor a los vientos que recibía.

    Sin herirlos accidentalmente con mis alas.
     
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    Si debía ser sincero conmigo mismo, lo cierto era que ya no sabía qué hacer respecto a nada. Podía volver a casa arrastrándome como perro regañado, pero sabía que al final del día seguiría huyendo de los ojos de mi madre y de sus potenciales preguntas, sabía que no buscaría romper el silencio de tío Dev y que en algunos días, cuando tío Finn cumpliera años, fingiría la más absoluta demencia. Era lo que había hecho por años luego de la muerte de Kaoru, tenía práctica y el hábito se había arraigado con demasiada fuerza. No sabía enfrentar a las personas que apreciaba y, por rebote, tarde o temprano les impedía tocarme.


    Ni siquiera estaba seguro de que haber cantado el fragmento del lamento hubiese sido correcto, a las pobres desgraciadas les había dejado un mood espantoso, pero lo hecho, hecho estaba y no había mucho que hacer. Sin embargo, la aparición de Ilana con la flor pareció balancear aquella carga negativa cuando la depositó sobre la ojera de Bea, que por supuesto se sonrojó.

    —Es un gusto, cariño —respondió Ilana con suavidad, el apelativo me hizo pensar en Jezebel que los usaba a diestra y siniestra.

    Había una fragilidad que era sólo aceptable en niñas pequeñas.

    Por eso yo elegía el camino de la rebeldía.

    Porque era más aceptable un arrebato que una crisis de llanto.

    El pensamiento era hasta machista, suponía, y me jodía porque por obvias razones los estereotipos de género me rompían un poco (bastante) las pelotas. Me iban los tíos que no tenían aspecto hosco, iba por la vida abrazando algunos de mis amigos varones sin importarme un carajo cómo pudiera verse, me gustaba usar pendientes tirando a girly de tanto en tanto y cuando tuve el pelo algo más largo usaba los pines como el que le compré a Vero el domingo, ¿por qué iba a importarme qué clase de vulnerabilidad tenía permitido mostrar por ser un hombre entrando a la adultez? Pero importaba por alguna razón. Había importado desde que era muy pequeño.

    Por eso había hecho pedazos la tarjeta en vez de decir lo que sentía.

    El tacto de Vero quiso detener el tren de pensamiento un segundo, quizás logró bajar algo de la velocidad, aunque no acabó de lograr meterle los frenos. Choqué con el azul de su mirada, pero no pude pararme a pensar más en reflejos que los que ya había alcanzado a ver en fragmentos desperdigados de cristal. Su mano me rozó la mejilla y supe que no fue accidental como pudo haber parecido.

    Como fuese, le ajusté la flor a Bea, contesté con sinceridad y le regresé una sonrisa similar, cálida y genuina. Quizás no fuese bueno visto desde cierta arista, pero me gustaba sentirme útil y por eso habían algunas cosas que eran tan frustrantes, por eso había una distancia que siempre pretendía cortar y nunca lo conseguía. Me quedaba fuera una y otra vez, por más en que insistiera en ser usado como apoyo.

    —Es posible que sea cierto —admití también en confidencia y le piqué la mejilla con cuidado. En determinado momento que no recordaba había dejado de acariciar a Copito para poder liberarme las manos—. Sabes observar, así que entrena esos ojitos.

    La dejé quieta entonces y busqué quitarle los barrotes a Verónica, pasaba que para hacerlo también debía señalar dónde pulsaba una herida y quería resistirme, pero se lo debía. La sentí recostarse a mí, algo insistía decirme que no tenía por qué estar dando explicaciones, que sólo podía irme a la mierda y quedarme en paz, pero quise girar la rueca por una maldita vez. En consecuencia también quise tensarme cuando su brazo me alcanzó la espalda, pero regulé la reacción a tiempo y aflojé el cuerpo de manera consciente, parpadeando lentamente al dejarla darme el beso en el costado de la cabeza.

    ¿Por qué eran algunos eran tan indulgentes? De repente el más lógico era Fujiwara, quería incomodarme menos la disculpa rechazada que la que giraba en redondo para transformarse en "perdóname tú a mí". ¿Por qué exactamente debía perdonarla, para empezar? ¿Por tenerme la paciencia de una santa? Al final no pude hacer más que suspirar en una mezcla extraña de alivio y resignación.

    —Gracias —le dije en voz baja, incluso si sonó algo dubitativo fue honesto.

    La intervención de Ilana siguió una línea más pragmática, tal vez, o al menos más firme a pesar de su tono y por alguna razón empezaba a molestarme sentirme más cómodo con eso que con el exceso de suavidad. Algo estaba desajustado, pero ya no sabía el qué y quise pensar que se me pasaría más tarde, como tantas otras cosas. Para cuando Bea intervino, el sonido de mi propia voz abrió un surco distinto.

    Cuando me miras y hablas conmigo solo existo en tu cabeza como Cay.
    Insistía demasiado en lo que sangraba.

    —Sólo Cayden —corregí en un murmuro que no fue brusco ni nada, pero ahora quería borrar el apellido del otro estúpido de esta ecuación.

    Visto de fuera casi podía pasar por ecolalia, como una repetición de un sonido, pero yo sabía el peso que tenía la cosa para mí. En cualquier caso, recibí la mano de Vero sin tanto problema mental como la otra caricia y de hecho la volteé para poder envolverla con delicadeza. Le acaricié el dorso con aire distraído y aunque noté el instante en que su mirada se desvió, elegí ignorarlo del todo. No tenía el mejor timing, pero tampoco iría a condenarla por ello.

    Me quedé sujetando su mano en todo caso y me comí en vivo y en directo el colapso de Bea por el cumplido de Lana. La rubia, que demostraba una capacidad peligrosa para adaptarse a las personas, siquiera reaccionó a lo desastroso de la reacción, de hecho afirmó con la cabeza y se rio cuando la menor le devolvió el cumplido a su manera. Beatriz se corrigió, sí, pero Ilana parecía de lo más encantada por haber sido llamada linda por una kohai. La vi cruzar la pierna bajo la mesa y balancearla, casi como un gato que mueve la cola ya no por disgusto sino por diversión.

    —Está bien que te dé vergüenza, a mí me pasaba. En realidad puede que me siga dando vergüenza si alguna vez tuviera que cantar frente a personas que luzcan groseras o algo así, pero aquí todos parece que se ponen suavecitos muy fácil, ¿no te parece, Bea-chan? —dijo con la tranquilidad de siempre, pero sin duda estaba pisando tablas. Esta mierda parecía ya un arte, visto desde fuera sorprendía más que cuando uno era el conejillo de indias—. Aquí donde me ves, me gustaba escaparme al bosque con mis vecinos y cantar allí. ¡Era muy divertido! Ahora lo hago menos, pero pues me gusta oír música haciendo los deberes y canto sin darme cuenta, me gusta hacerlo.

    —¿No se te ha ocurrido entrar al club?

    —¿De música, dices? Quizás, me sé unos cuantos acordes de guitarra también y vi que es de música ligera, así que imagino no será tan rígido como el de mi otra escuela. Anyway, para eso tu amigo tendría que aceptarme, ¿o no? —Lo dejó ir así como si nada, no varió el tono, pero seguía balanceando la pierna bajo la mesa y entonces la diversión pareció algo más premeditada y a mí se me iluminaron algunas cuantas neuronas. Bueno, me lo llevaba por idiota—. We'll see.

    Hasta entonces había estado girando el móvil en su mano, pero husmeó la hora y se puso a cerrar el bento por lo que asumí que el receso se estaba terminando por lo que dejé ir la mano de Vero y me dispuse a levantar campamento también. Había otra cosa que había pensado, pero no quería hacerla como que tan... en el ojo público por el bien de la pobre criatura involucrada. Por eso intercambié una mirada con Ilana, la deslicé brevemente a Bea y luego de darle tiempo a Vero a recoger, entonces me acerqué a ella pretendiendo levantarme y aproveché eso para disimular.

    —¿Me dejas un momento con Bea? Lana ya pescó las señales también —le dije en secreto.

    Ilana se activó entonces, como si tuviera todo cronometrado, y llamó a Vero.

    —¡Hay unas flores muy bonitas que quería enseñarte! —le dijo con ánimos renovados y la invitó a ir con ella, adelantándose por el camino de piedra—. Son blancas como tu cabello.

    Era posible que fuese verdad, pero la señorita Artes Dramáticas sin duda hizo un buen trabajo. Las vi retirarse y esperé a que Bea se levantara también, con intención de que nos fuéramos, y antes de decir nada estiré mi mano hacia el gorrión que estaba en la mesa para que subiera allí. Volví a dejar al cabroncito que había pegado el peor chivatazo de la historia sobre mi cabeza y entonces me acerqué a la niña envolviéndola en un abrazo suave, tuve que ajustar la postura por la diferencia de altura, claro, y vigilé tener el cuidado suficiente de no aplastar la flor que Ilana le había dejado entre el cabello.

    La sostuve algunos segundos, acaricié su espalda con mimo y al retroceder volví a ajustarle la flor. Lo pensé entonces, pero así como la trenza era una muestra de la atención y afecto de Ilana.

    —Podemos cantar juntos cuando quieras y te enseñaré otra canción para Copito, así tal vez algún día también lo atraigas con música —ofrecí dedicándole una sonrisa—. Gracias por tus palabras y perdona si lo que conté sobre mi familia te activó alguna cosa personal, jamás fue mi intención. Si hay algo que quieras contarme alguna vez, lo que sea, puedes hacerlo.

    Otra idea se me ocurrió a medio camino y estuve prácticamente seguro de que iba a matarla de vergüenza, pero sentí que era más o menos necesario. Aún así, antes de decirlo husmeé para estar seguro que no fuesen a oírnos por accidente y entonces volví la atención a ella.

    —Si vas a prepararle algo a Hubert para la otra semana y necesitas ayuda de alguna clase me dices, ¿sí?


    vivo en tocholandia perdóname xdddd llevo acá dos horas

    also asumí un vergo de cosas para cerrarlo en condiciones por una vez en la vida, si hice alguna pelotudez me chiflas nomás y ya que estoy, no me pude acordar si Bea se intercambió número con Cay, así que si no lo han hecho puedes asumir que lo intercambian ahora saliendo del invernadero (???) en fin, gracias por aguantarte siempre a los mismos pendejos de siempre JASHAJ pero la interacción estuvo muy divina, así que gracias uwu
     
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  8.  
    Amane

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    Sacudí el paraguas en cuanto llegué a la entrada del invernadero, dejando caer todas las posibles gotas sobrantes sobre al pavimento de piedra, y una vez consideré que estaba lo bastante seco, lo plegué hasta cerrarlo por completo. La verdad es que era una suerte que hubiera decidido guardar un paraguas de repuesto en mi casillero, porque no sabría qué habría hecho de no haberlo tenido. Bueno... era muy probable que hubiera hecho el camino bajo la lluvia aun así, ¡pero eso no hubiera sido muy saludable!

    —Buenas tardes, bonitas —saludé a las flores a medida que iba avanzando por el camino central, sonriendo con ánimo—. Está haciendo un día bastante feo afuera, ¿sabéis? Así que os voy a hacer algo de compañía aquí dentro.

    Llegué a la mesa del final no mucho después, donde pude dejar el paraguas y mi almuerzo para acomodarme en una de las sillas. También había traído un libro conmigo, por lo que mi plan para aquel receso era bastante evidente: leer un poco mientras comía, aprovechando lo tranquilo que era estar ahí dentro mientras las gotas repiqueteaban con suavidad sobre el cristal exterior. ¡Tenías muchas ganas de empezar aquella novela, además! Era un romance ligero que me había recomendado Kashya, ¡y sus recomendaciones siempre habían acertado conmigo!
     
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    Gigi Blanche

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    Le venía dando vueltas al asunto de las llaves desde la mañana. Mi descuido se había solapado con el silencio de Emily y bajo ningún concepto creería que a ella se le había olvidado, lo cual me dejaba con la única posibilidad de que llevara esperándome desde el lunes. Sabía que no era un pecado terrible, eso no quitaba que estuviera mal. ¿Se habría... enfadado conmigo? ¿Por eso no me las había pedido de regreso? ¿O sólo no habría querido pecar de insistente? En cualquier caso, debía hablar con ella.

    Al pasar por el pasillo de segundo no la vi, y mientras husmeaba la lluvia desde adentro, después de comprarme un café, me pareció notar a una morena ingresando al invernadero. Los cálculos daban, ¿cierto? Estaba por moverme cuando noté... cuando una sensación me atenazó levemente el estómago y, al girar el rostro, vi a Kou pasar detrás de mí. Fue extraño, pues no demostró el menor indicio de haber reparado en mí, y aún así... ¿Era yo? ¿Me sentía demasiado consciente de mí mismo? Exhalé por la nariz y giré los talones, preguntándome cuánto tiempo me aguantaría esta farsa.

    Y qué pasaría al caerse.

    Crucé el patio norte a velocidad, cuidando de no salpicarme el café, y me detuve apenas alcancé el resguardo del invernadero. Me palpé el cabello y hundí los dedos para sacudirlo un poco. Al alzar la vista, reparé en el repiqueteo tan sutil de la lluvia contra el cristal. Avancé, despacio, y vi a Emily leyendo. Bueno, la interrumpiera o no, ya estaba allí y sería demasiado extraño pegar la vuelta. Aguardé a recibir su atención para sonreírle y me detuve frente a ella, junto a la mesa.

    —¿Qué lees? —inquirí, apoyando el café a mi lado.
     
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