Exterior Patio norte

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master the lovers

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    —Lo son, sí —convine, riéndome ligeramente; no quería apabullarla con información, por lo que me limité a rescatar un único dato extra—. Hay un parque en Big Island donde incluso puedes ver volcanes en erupción, es una cosa increíble.

    Sobre la belleza del mar desde lo alto de un faro, le bajé dos rayitas al entusiasmo para asentir más suavemente. Lo recordaba con nostalgia y con cariño, cada detalle. Desde el viento aullando por los recovecos de la torre hasta el aroma salado impregnando el aire. El agua se transformaba en un manto profundo que viajaba y viajaba hasta fundirse con el cielo.

    —Japón también es una isla, y sin embargo se siente diferente —reflexioné brevemente—. Hay una mezcla de consuelo y desasosiego al saberte en un minúsculo punto de tierra perdido en el océano. Tu mundo es pequeño, los límites son tan claros que llegan a abrumar, pero al mismo tiempo... no hay nada de malo en ello. No es un pecado ni una desdicha llevar una vida diminuta y tranquila.

    La ambición ajena me excedía. Por eso, quizá, siempre había sentido tan arduo construir un vínculo con mi padre y mi hermano, y puede que fuera el mismo motivo que me acercaba a Yuta. No ansiábamos habitar castillos fundidos en oro ni observar el mundo desde su cúspide, sólo vivir con calma. Era consciente de lo terriblemente hipócrita que llegaba a sonar en contraposición a los eventos recientes, sin embargo ¿qué habíamos hecho, más que deshacernos de nuestro demonio?

    —Curioso oír eso viniendo de un Hattori. —La voz de Shinomiya se alzó de improviso, serena, y conecté con su mirada de soslayo—. ¿No lo crees?

    —Lo creo —afirmé, sin demorarme ni titubear.

    Esperaba que encontrara en mi firmeza el nulo deseo que sentía por continuar ese tipo de conversación, y más que eso, que se apiadara de mí. Él sonrió, el gesto me resultó bastante indescifrable y empezó a ordenar sus cosas. Entre tanto, regresé mi atención a Laila, quien empezó a hablarme de uno de sus lugares favoritos. Su referencia a cómo se llevaba con el alemán me estiró una sonrisa en los labios, mezcla de diversión y de ternura, y fui asintiendo poco a poco. Escogió un dojo, pero, más que eso, creí que escogía esos recuerdos con su hermano. Sentí la idea cálida en el pecho y, ante la consciencia de lo que iba a hacer, mi sonrisa se amplió.

    —Maravillosa elección, Meyer-san —repetí, la gracia me permeó brevemente la voz y luego recobré la compostura—. Los dojo transmiten una energía especial, ¿verdad? Son lugares donde aprendemos a centrarnos y relajarnos, a afilar la mente y el cuerpo, y a vaciarnos de lo pasajero. Es curioso. Sin importar el tiempo que pase en soledad adentro de un dojo, nunca me siento sola.

    Luego pasamos a los eventos escolares y la idea de inventarnos uno nosotras me generó una cadena fugaz de reacciones. De primera mano me reí, pero al instante consideré la propuesta y me hizo ilusión. Junté las manos frente al pecho y abrí la boca, lista para hablar, cuando me pregunté cuántas autorizaciones necesitaríamos para llevar adelante algo del estilo y me desinflé. Ahora que lo pensaba, ¿éramos un club oficial?

    —Bueno... ¡Algún día lo haremos! —resolví tras mi contienda mental, más que convencida, y volví a reírme—. Suena muy divertido.

    En una línea similar, la idea de decorar el dojo con flores de papel también me llenó el cuerpo de entusiasmo. La mención de Yuta aplacó parte del envión y me pregunté, en un impulso, por qué nos habría de importar su opinión. Reconocí algunos hilos provenir de lugares que no me gustaban e intenté alejarme del pensamiento. Estaba enfadada con él, o al menos una parte de mí. Lo sabía.

    —Necesitaré un tutorial de YouTube —bromeé, para mantener la liviandad de la conversación y descomprimir mis propias emociones.

    En ese momento, Shinomiya se incorporó con su bolsa pendiendo de su muñeca.

    —Ya acabé, así que me adelanto —anunció mientras giraba el cuerpo en nuestra dirección y nos sonreía, cortés—. Meyer-san, Hattori-san.

    —Adiós, Shinomiya-kun.

    Se despidió con la etiqueta digna de un caballero y se retiró. Bueno, eso me quitaba un peso de encima. Me llené el pecho de aire y lo liberé con disimulo, lentamente. Tras su ausencia retomamos la conversación, Laila me habló de los clubes y el detalle de que no hubiera planeado acabar de presidenta captó mi curiosidad. ¿El líder anterior se habría graduado? ¿O alguien inesperado habría abandonado el club? En cualquier caso, sentí que no era prudente indagar y asentí.

    —La próxima semana, entonces —afirmé, recogí las manos sobre el regazo y, antes de incorporarme, le sonreí—. ¿Te parece si vamos subiendo, Meyer-san?

    Tendría que hablarle a Yuta de esto cuando ni siquiera sabía cómo dirigirle la palabra en absoluto, pero algo se me ocurriría. Me quedaban varios días por delante.


    aaa gracias por caerme, estuvo muy bonico <3 por primera vez en eones creo que pude cerrar una interacción en condiciones, fa
     
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    Bruno TDF

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    Ophelia.

    Tal era el nombre de su prima, por la que me había sobrevenido esta intriga ciertamente imprevista. Había captado mi atención su vínculo con la tragedia griega porque de allí surgía Antígona, obra de la que Bleke me había hablado la noche del campamento y sobre la que aún teníamos una charla pendiente para intercambiar opiniones, junto con Los crímenes de la Rue Morgue. Me guardé para mí mismo la pregunta de si Ophelia tuvo influencia en su lectura de la obra de Sófocles, y en cambio alcé algunos milímetros la cejas al enterarme que asistía a esta academia. La revelación me supo interesante y tentativa, pero volví a callar.

    Mis ojos se detuvieron en su gesto, en cómo respiró antes de posar los dedos en la tapa del bento.

    Creía que, a modo de devolución, recibiría su relato y reflexión sobre la historia de Tokio blues. Lo que recibí fue una pregunta de gran peso y profundidad.


    El amor y la soledad. ¿Crees que seamos demasiado pequeños para comprenderlos?


    Otra brisa, ligeramente más pronunciada, recorrió nuestro espacio, revolviendo ligeramente las puntas de nuestros cabellos. Las palabras de Bleke, sin embargo, permanecieron con firmeza en el aire, levitando. No dejábamos de mirarnos a los ojos. Pero al cabo de unos pocos minutos dejé caer mis párpados lentamente, giré el rostro y lo alcé hacia el cielo, para así permitir que la calidez del día se derramara sobre mis facciones. Los recuerdos llegaban con la misma suavidad, algunos sintiéndose como lágrimas de la memoria.

    Porque, por sobre todo, pensé nuevamente en Effy.
    Ella y yo, a nuestra manera, fuimos solitarios, distantes del resto de la gente de nuestra edad. Y nos habíamos querido con intensidad. Largas veladas donde sólo vestimos la luz de la luna; palabras torpes y temerosas de dos almas que se descubrían a sí mismas; y una paz que no sabíamos que existía. Sólo entonces, cuando padecí la devastación que me provocó su ausencia, tan súbita; me pregunté por vez primera si mi “querer” no había sido en realidad un “amar”.

    Asimismo, pensé en Arend y Alice, mis padres. Se conocieron a nuestra edad, cuando mi padre comenzó a asistir a la biblioteca donde actualmente vivíamos, en calidad de estudiante… de universidad, ya que se había graduado anticipadamente de la secundaria. Mi madre la admiró desde un comienzo, y su carácter afable y parlanchín despertó la curiosidad de él. El resto, simplemente sucedió larga y naturalmente, atravesaron conflictos que sólo los fortalecieron. Nunca dijeron enfrente mío que se amaban, y por ellos aprendí que era algo que no hacía falta leer en palabras.

    También llegué a pensar en la mirada de Verónica sobre Jezebel. Así como en la propia devastación de Altan luego de lo del pasillo, en cómo se deterioraba frente a mis ojos sin que pudiese alcanzarlo porque se había aislado de todos. Pensé, navegué y divagué mucho en cosa de un segundo; fue una meditación fugaz pero muy cargada. Y sólo llegué a la evidente.

    Que amor y soledad existían de formas tan diversas, que la respuesta jamás sería clara.

    Mis labios esbozaron una pequeña sonrisa, seguida de un suspiro.

    —Quizá no baste una vida entera para llegar a entenderlos —aventuré— Tienen tantas formas de manifestarse y de significar algo para cada uno de nosotros, que ninguna respuesta sería correcta o incorrecta. Las personas, me gusta decir, somos como pequeños universos: complejas, rebosantes de constelaciones, en constante movimiento y cambio —abrí los ojos y me giré, para regresar lentamente a los suyos—. Por eso, no sé si somos demasiado pequeños para entender algo tan grande como pueden ser el amor y la soledad. Sólo somos, en este presente. El tiempo nos permitirá descubrir, y luego darles el significado que sea el centro de nuestro universo interior.

    Reprimí otro suspiro, al reparar que mi respuesta estaba recayendo nuevamente en la complejidad, quizá una que era demasiado elevada para que saliera una persona de mi edad, precisamente. Eso siempre fue un dilema para mí, lo que me provocaba cierta distancia con los demás a pesar de que no tenía dificultades para socializar. Una soledad que no obstante no incomodaba, así como tampoco lo hacía la oscuridad de los espacios. Aquí en el Sakura, no obstante, era un caso distintos, los vínculos con las personas eran más firmes, se sentían más cercanos. Sobre todo con Bleke, a cuyo lado encontraba una mayor comodidad y con quien sentía una afinidad más pronunciada.

    Observé las manos de Bleke. Blancas, de apariencia delicada y elegante. Como no hacía amague de quitar la tapa de su bento, asumí que me estaba aguardando para imitarme. Por lo que, tras dedicarle una sonrisa, expuse ante nuestros ojos lo que íbamos a degustar.

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    La mitad bento contenía una porción generosa de arroz japones condimentado con semillas de sésamo negro, mientras que del lado contrario se podía aprecia una pequeña variedad de verduras cocinadas al vapor y al horno, en su punto justo de cocción. Los ingredientes principales eran una buena ración de salmón al horno, acompañado de un rodaja de tamagoyaki.

    —Espero que lo disfrutes —dije hacia Bleke con sinceridad—. Todo lo que ves aquí, lo he cocinado y preparado. No te avisé de antemano, obviamente, para que fuese una sorpresa; puede que la fuerza de lo inesperado haga que adquiera un mejor sabor —bromeé con ligereza, tranquilo; pero al instante la miré a los ojos y mi voz adquirió, entonces, un tono más suave—. Y ojalá te ayude a sentirte mejor de tu cansancio y te de fuerzas. Me alegra poder hacer esto por ti.

    Los amo tanto que me ha dolido no poder responder más seguido lpm (Demasiados quilombos y problemitas de salú unu)

    Por acá dejo este cierre, espero que haya quedado a la altura. Muchas gracias por aceptar rolearlos porque, me repito, LOS AMO FUERTE asfg bebitos *snif*
     
    Última edición: 22 Abril 2025 a las 10:26 PM
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    Gigi Blanche

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    Una cadena de sucesos extraños pero bastante cotidianos me había traído hasta aquí, era lo que pensaba mientras me agachaba a recoger el zumo de la expendedora. Los estudiantes apenas comenzaban a circular desde los casilleros y hacia los pasillos cuando yo ya había hecho todo el proceso reglamentario y vagado un poco por ahí. Giré sobre mis talones y fijé mi mirada en el exterior, mordisqueando el sorbete conforme bebía de a poco. Hacía calor, pero era temprano y el sol aún no pretendía derretir a nadie. Y tenía unos minutos.

    Me había despertado como media hora antes de la alarma, ese fue el primer suceso extraño, y en una nota aún más misteriosa, había decidido levantarme. Siquiera le presté mucha atención al móvil. Me preparé un desayuno copioso, lo comí con ganas y tomé el tren temprano, lo suficiente para no encontrarlo abarrotado. El viaje fue sereno, la caminata también, y el silencio que me recibió en los casilleros me forzó a detenerme un momento e inspirar hondo. Me gustaba la tranquilidad de vez en cuando.

    Acabé cediendo al capricho y salí al patio norte, donde seleccioné una banca bastante al azar y relajé el cuerpo. Me deslicé hasta apoyar la cabeza en el borde del espaldar y me quedé allí, contemplando el cielo y pestañeando cada vez más despacio. El zumo descansaba entre mis dos manos, sobre mi estómago, y crucé un talón encima del otro. De a ratos cerraba los ojos y me enfocaba en la caricia de la brisa, el murmullo del follaje. Sentía que la vida se había desacelerado.

    Y lo agradecía.


    lo dejo ahí because why not
     
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    Haber pasado el receso de ayer con las chicas de cierta manera me había ayudado con los rescoldos de miedo que me rebotaban en el cuerpo desde el viernes y aunque fuese un poco vergonzoso, los comentarios de una niña de primero también habían colaborado a que purgar algunos de los pensamientos más quebrados que me negaba a dejar ir. No me llevaba un premio ni nada, tres cuartos de mi vida seguían igual de desordenados que antes y no tenía mucho interés en colapsar ninguna torre para volverla a construir, pero algo era algo.

    Al menos eso quería pensar.

    Para ser las ocho de la mañana hacía calor, obvio, pero tampoco iba a prender fuego y luego de entrar al edificio y hacer el cambio de zapatos recorrí el pasillo sin prisa. Escarbé el bolsillo del pantalón, saqué un caramelo de varios que me había comprado previo a subirme al tren esa mañana, y me lo eché a la boca. Al guardar la envoltura para tirarla luego caí en que estaba siguiendo el camino al patio norte.

    Respiré, nada más que eso, y tarareé muy bajo el cacho de una canción de un videojuego. Apenas di un paso fuera de la cafetería noté la silueta en la banca y reconocí al dueño del cabello oscuro sin demasiada dificultad. Me debatí si irme a la mierda o no, pero recordé que en medio de mis arrebatos alguien siempre salía rascando tarde o temprano y ya hace algunos días había reflexionado que a este chico no le había hablado muy bonito, que de hecho puede que le debiera una disculpa. ¿Se merecía mi actitud siquiera? Qué va. Encima era amigo de Ko y Anna, ¿quién me mandaba a mí a ser tan insoportable?

    Mi tarareo se había detenido ya, por lo que tomé un montón de aire y busqué en el bolsillo otro dulce, esta vez uno de fresa. Miré el caramelo unos segundos, todavía dándole vueltas a mi idea, y entonces retomé la marcha en su dirección porque entre todo no parecía tan inaccesible como para mandarme a freír espárragos apenas verme la cara, aunque no es que tuviera mucho para establecer una línea base, el día del observatorio Kohaku lo había traído medio muerto y se había quedado sentado con Jezebel.

    —Buenos días —le dije habiendo alcanzado un costado de la banca y alcé el caramelo en el espacio que nos separaba—. Vengo con intenciones pacíficas, te lo prometo. ¿Tienes un momento, Fujiwara?


    cuántas veces le caeré a kakeru yahoo respuestas
     
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    En la vida todo tenía un final, eso era un hecho, sin importar lo grande o lo pequeño que fuera. Interpretar los eventos y el correr de los días como ciclos que empezaban y acababan, encastrándose unos dentro de otros, servía para establecer límites, amargarse o recargar energía. Pero, como cualquier cosa inevitable, sólo había una cosa realmente sabia por hacer: aceptarlo. Así, de tanto en tanto, me encontraba a mí mismo repasando fragmentos aislados de mis conversaciones con Frank. Era un hecho innegable que le prestaba atención, y si cualquiera me acusaba probablemente ni me molestara en buscar excusas. Era consciente de los matices de nuestra relación, así como reconocía los defectos en el temperamento de Kou, en mi noviazgo fallido con Anna, en los vaivenes de Hayato.

    Mi vida se plagaba de personajes cuestionables y acciones condenables, y ¿qué iba a hacer? ¿Con qué criterio distribuiría a unos sí y a otros no en los platos de la balanza? Ya estaba. No sabía si daría mi brazo por ellos, pero tampoco me apetecía arrancarlos de raíz. Dolería, sangraría, y no estaba en el negocio de volver a infligirme daño. No de momento.

    Rumiaba en torno a esas y demás cuestiones cuando oí movimiento a mi lado, muy cerca. Abrí los ojos un poco, cegado por la luz ambiente, e identifiqué a Cayden, primero, su mano después. Me ofrecía un caramelo y me pidió un momento. Mi semblante no se modificó, fui consciente de que no pretendí sonreírle, y conforme me erguía para sentarme como un ser humano normal, también me permití vaciarme los pulmones.

    —¿Eso es un soborno? —pregunté, con un resquicio muy, muy vago de jocosidad, y tras un segundo de silencio abrí la mano en su dirección—. Cómo no, toma asiento.

    Lo dije con la mirada al frente. ¿Me apetecía hablar con Dunn? La verdad era que no. Con la convivencia neutral en el salón de clases me alcanzaba y sobraba, pero no era una persona a la cual me interesara acercarme ni conocer. No desacreditaba mi parte de responsabilidad en el conflicto que habíamos tenido, por nimio que fuera, y era consciente de que se llevaba bien con varias personas de mi círculo. No cambiaba nada. Había tomado mis decisiones, y mi vida se plagaba de personajes cuestionables y acciones condenables; eso no significaba que anhelara coleccionarlos como cromitos.
     
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    Zireael

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    ¿De dónde nacía el impulso? ¿El altruismo, la decencia humana mínima o algún otro sentimiento menos agradable? No estaba seguro, había perdido claridad de mis propias emociones ya hace semanas y un poco estaba cansado de ello, del ir y venir, pero tampoco me quedaban muchas ganas de batallar tanto conmigo mismo ya. La aceptación que alcanzaba entonces se parecía bastante al aburrimiento y lo que hacía en consecuencia al mero entretenimiento; las buenas acciones acababan perdidas allí, en ese vacío.

    Fujiwara reaccionó, claro, pero ninguno de los dos hizo el amago siquiera de sonreír. No me importaba demasiado, si debía ser sincero, incluso si ponía cara de cachorro mojado con frecuencia no era que lo hiciera indiscriminadamente, respondía a una necesidad o al afecto, pero ya. Mi carácter fuera de los círculos de confianza era bastante más plano hasta que me encontraban las cosquillas.

    —Lo sería si supiera de qué sabores te gustan los dulces, pero se trabaja con lo que hay —apañé sin cambiar mucho el tono incluso si fue un remedo de broma en respuesta a lo suyo.

    Deposité el caramelo en su mano y me senté en la banca, pues porque ni modo que me quedara de pie como estatua. Incluso si me decía abiertamente que no quería hablarme era poco probable que me ofendiera, digamos que ya había abierto la boquilla del gas ayer con Alisha y lo dicho, estaba aquí para al menos dejar claro que no me enorgullecía por mi comportamiento con él. ¿Esperaba que eso cambiara algo? La verdad era que no.

    Porque nada cambiaba nunca.

    —Nuestro primer intercambio no fue ninguna genialidad —empecé y relajé la postura en el espaldar—, diría que si no te interesa hablarme o lo que sea es hasta lógico, ¿quién querría luego de eso? Aún así, ahora me cuestiono si el espectáculo fue verdaderamente necesario.

    Yo lo había llamado lesser, ¿no? Y él le había mandado saludos a mi viejo de parte del Krait, llamándome de la misma manera. ¿Qué éramos, sino la sombra de un cuerpo? En todo caso, era indiferente, para este momento algo como eso no podía dar más igual. Habitaba el espacio de Liam a conveniencia, porque me servía, ¿pero cuál era el costo que estaba pagando?

    —Es casi una idiotez que me tomara tanto tiempo, pero llevo pensándolo algunos días, seguro más de los que debería. Sólo quería disculparme por haber sido tan... supongo que podemos llamarlo pedante. No es como si me hicieras algo en realidad para que me comportara así, un par de preguntas no iban a matarme.
     
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    —Imagina ponerte quisquilloso por el sabor de un caramelo —murmuré, sonriendo apenas, y el resto se decantó.

    Sentir la presión en la palma de mi mano me hizo volver el rostro y cerré el puño, regresándolo a mi espacio. Mi movimiento había pretendido indicarle que podía sentarse, no aceptar el caramelo, pero ahora veía cómo las intenciones se habrían solapado a sus ojos. Le resté importancia, Dunn se acomodó a mi lado y yo le eché un vistazo más atento al dulce, girándolo entre mis dedos.

    A decir verdad, no había pretendido ni anticipado recibir una disculpa formal respecto a lo ocurrido; ni siquiera habría creído que lo recordaría. Cosas mucho peores había oído y escupido en la calle, y ¿por qué habría él de adivinar lo que fuera capaz de herirme y lo que no, para empezar? Sin embargo, aquí estábamos. Lo escuché con calma, aún atento al movimiento del caramelo, a la textura del papel plástico entre mis dedos. ¿De qué le servía la disculpa? ¿De qué me servía a mí? Incluso antes de pedir perdón ya había abierto el paraguas de "entiendo que no quieras verme ni en el periódico". Cosas peores habría oído y escupido en la calle, ¿no? ¿Debía creer que el corazón no le resistía de la agonía por llamar lesser a un desconocido? Porque no lo hacía. No lo creía.

    —"Entiendo que no quieras hablarme, aún así, déjame que te suelte esto" —parafraseé, tranquilo, y alcé la vista al cerezo—. ¿Por quién se supone que haces esto, Dunn? ¿Por ti o por mí?

    La respuesta saltaba a la vista.

    —No lo necesito, honestamente. No necesito que te disculpes. Estoy bastante seguro de que mi existencia te importa un rábano, así como la tuya a mí me da igual. Puede clasificarse de mera decencia, sí, pero otra vez: ¿es por ti o por mí? Quizá te apetezca aliviar alguna culpa, o verte mejor frente al espejo, o sentirte más merecedor de ciertas cosas, o quizá quieras limpiar tu consciencia a secas, como los fieles en un confesionario. ¿Me importa? La verdad es que no.

    Una cuota de resignación se me filtró en el tono al esbozar una sonrisa torcida y fugaz. Estaba siendo mortalmente honesto, y me seguía sorprendiendo ser capaz de hacerlo sin que los latidos se me disparasen dentro del pecho.

    —Por otro lado, podría aceptar tu disculpa y ya. Qué me cuesta, ¿no? Te doy el gusto y dejamos la fiesta en paz. Pero... ¿por qué habría de hacerlo? —Respiré hondo y liberé el aire poco a poco, echando la espalda hacia atrás—. Me llamaste lesser y no sé cuán certeras fueran tus intenciones, con cuánto ahínco hayas apuntado al centro de la diana, pero le diste. Le diste, y ya me cansé de la gente que se empeña en recordarme que sólo soy el hermano del Krait. No tengo intenciones de hacerle ninguna clase de favor a esas personas.

    Deposité el caramelo sobre la banca, entre nosotros, con movimientos calmos, y por primera vez busqué sus ojos.

    —Tienes pintas de ir por la vida pidiendo perdón y consiguiendo lo que quieres por poner cara de niño bueno —arriesgué, y una sonrisa ligera, sencilla, me asomó en los labios—. No acepto tus disculpas, Dunn. Vive con eso, al menos para variar. Sigue adelante con la disculpa atorada en la boca y fíjate qué haces, en qué la conviertes o dónde la metes. Tal vez descubras algo que te sorprenda.

    Una vez terminé de hablar, no me moví de mi lugar. Al fin y al cabo, yo estaba aquí de antes disfrutando el solcito. Y si quería decirme algo más, pues tampoco se lo negaría.
     
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