Exterior Patio norte

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master the lovers

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    Por mucha pompa que le diera, en verdad no creía haberme marcado ninguna hazaña digna de elogio. A la profesora le daba bastante igual lo que hiciéramos o dejáramos de hacer. Por el bien de la conversación, sin embargo, me mantuve en aquel tren de la exageración a consciencia.

    —Bueno, es que tuve los mejores maestros —respondí, pensando, primariamente, en mi hermano y en Kohaku. Empezamos a caminar y el resto de lo que dijo me arrancó una risa breve—. Si me hubieses seguido, te habría puesto a cocinar. El precio a pagar por andar de chismosa. Y ¿no te lo dije? Soy telépata, por eso me entendiste tan bien.

    El trozo de información que le había facilitado le ayudó a comprender el motivo de haberla citado aquí, y decidí dejar el asunto estar por el momento. Luego se lamentó por su ineludible responsabilidad moral y la miré por el rabillo del ojo, con una sonrisa divertida.

    —Vaya, Lana, ¿en tan alta estima tienes a tus apuntes? —la molesté.

    Al soltarle la pregunta de rigor, me mantuve atento a su semblante como quien no quiere la cosa. Su respuesta, sin embargo, fue sencilla y mantuvo la sonrisa en mi rostro. Que estaba ilusionada, decía. ¿Hablaría en serio? Me sabía bien la de decirle a la gente algo que les llegara a gustar, algo que pudieran estar esperando de mí, con la esperanza de desviar su foco de atención y evadir cuestiones incómodas. No lo veía tan egoísta como mentir a secas, sino más bien como... una medida de defensa, tal vez. También sabía, claro, que no estaría analizando tanto su respuesta de no ser por la información que había conseguido bajo la mesa sin que ella tuviera conocimiento.

    En definitiva, como esperaba, no encontré ninguna señal de nada y lo dejé correr.

    —¿Cómo que pequeña? —le repliqué por la gracia, impostándome una ligera ofensa; fuera mentira, exageración o verdad, cedí adrede a lo que probablemente ella había esperado—. Se efectuaron grandes preparativos para esta ocasión, ¿o no? Debemos disfrutarla como corresponde.

    Alcanzamos la bifurcación y, echándole un vistazo a las edificaciones, giramos en la dirección del invernadero. La verdad, las tres instalaciones eran tan diferentes entre sí que tomaría muchísimo esfuerzo confundirse; y para terminar de hacerla, hasta había un cartelito. Avanzamos un par de segundos en silencio, y entonces Ilana hizo la pregunta del millón. La verdad, no me extrañaría que le hubiera dado vueltas en la cabeza desde la mañana. No había que ser un ángel ni un santo para atender a la crisis en la que me había pillado hundido. Le eché un vistazo breve a su perfil, pues no me estaba mirando, y esbocé una pequeña sonrisa al enderezar mi atención al frente. En otro momento, afrontar esta pregunta probablemente me habría llenado de vergüenza. Ahora... no se sentía tan terrible, suponía.

    —Estoy mejor —murmuré—. Ayer hablé con un amigo y me ayudó a tranquilizarme. Alcanzar puntos de sobrecarga no tiene que ser necesariamente malo, ¿cierto? O inútil, al menos. Si llegas a una cúspide, sólo te queda bajar; si pisas el pozo, sólo te queda subir. De una u otra forma, te obliga a cambiar la estrategia y, con el enfoque apropiado, puede ser algo bueno.

    Aún no me ocupaba de nada. No había decidido qué haría con Kou, ni qué le diría a Anna, ni cómo me acercaría a Kohaku. No había atado uno solo de los nudos que se soltaron y ¿honestamente? No me apetecía. Estaba cansado y quería tomarme vacaciones de los problemas. Además, había entendido que, al menos esta vez, mi intervención no era estrictamente necesaria o urgente. Kou podía esperar, y la información en torno a los demás sólo eran, si se quiere, crónicas históricas. La hiena la había palmado y a Kohaku ya lo habían cagado a palos.

    Agobiarme no cambiaría nada.

    —Tengo el mal hábito de preocuparme demasiado —admití, junto a una risa suave, y al relajar el tono solté el aire por la nariz—. Y si me preocuparé por algo, mejor que sea el futuro y no el pasado.

    Giré el rostro hacia ella conforme soltaba aquello último, y sostuve la mirada en su rostro hasta recibir sus ojos. Le sonreí. Críptico o lo que quisieras, pues me apeteció decirlo. A veces no se trataba de ser un libro abierto, sino de sembrar una pequeña incógnita en la mente de las personas. Además, que Dios me perdonara, me divertía un poco la idea. O me satisfacía, más bien.

    —¿Te divirtió, al menos? —agregué un poco de repente, ensanchando la sonrisa, al referirme a las tonterías que había hecho hoy para ella.
     
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    Zireael

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    Puede que no fuese necesario hacerle bombos y platillos a su actuación, pero como nos servía para hacer el tonto no vi por qué detenernos. Era una diversión bastante inocente dentro de todo, no estábamos haciéndole un mal a nadie.

    Me reí por lo de los maestros, pero acto seguido tuve que hacerme la ofendida por oír que de haberlo seguido me habría puesto a cocinar, ¡por chismosa, ni más ni menos! Qué terrible, ¿cómo se atrevía a decirme eso? La ofensa no me duró demasiado igual, porque lo de la telepatía me hizo reír de nuevo.

    —¿No era que para enviar mensajes mentales se ocupaba que las dos personas fueran telépatas? —pregunté porque genuinamente no lo recordaba—. Al final va ser que ambos tenemos un superpoder. ¡Y el mío no es ser chismosa!

    Una parte la dije de lo más seria, compenetrada con el asunto, pero la gracia me terminó ganando y al llegar a lo del chisme ya me estaba riendo. Puede que de hecho sí fuese un poco entrometida, no iba a negarlo, pero eso era problema mío y podía reírme de ello si quería.

    —De hecho sí. Están bastante ordenados, así que cuando los necesites te invito a comprobarlo por ti mismo —contesté a lo de los apuntes en algo que fue una broma y una oferta a partes iguales.

    Hasta dónde había usado mi propia emoción como un potencial deflect era cuestionable, no iría a decirle así de la nada que por la mañana me había llevado un susto y que me había durado casi mediodía. Además, poner la reunión sobre la mesa nos permitía enfocarnos en eso y la cuestión parecía más sencilla y natural, incluso si un porcentaje de lo que estábamos hablando eran tonterías, la realidad al final era que me sentía cómoda conversando con él. Lo que no esperé, eso sí, fue su réplica por el tamaño de la reunión y acabé soltando la risa que se me coló en las palabras.

    —Era mejor si tú establecías la importancia de la reunión —atajé ligeramente divertida—. Así conservo la, digamos, sutileza femenina de fingir compostura, pero reconozco los preparativos y los agradezco, no pienses lo contrario.

    Al llegar a la separación del camino descarté tomé el camino correspondiente de forma bastante automática, pues porque ya había visto el letrero unas cuantas veces, y unos segundos más tarde hice la pregunta. Me anticipé a cualquier posibilidad, total venía subida en una suerte de platillo volador de rechazos a aproximaciones como esta, pero él me contestó y me dio una respuesta algo más amplia de lo que habría esperado. En cierta forma me tranquilizó y pude respirar distinto.

    —Para nada —resolví sobre los puntos de sobrecarga—. Es la sobrecarga lo que indica que algo está mal, como una alarma, y si puedes interpretar su mensaje puedes aproximarte a lo que la activó de otra manera. Además, preocuparse también es natural, habla de la importancia de uno mismo o de los otros.

    Tomé una pequeña pausa, fue más que nada para ordenar palabras.

    —Lo que hacemos con esa preocupación es lo que importa al final, incluso si debemos tomarnos un momento para sólo alcanzar el fondo y quedarnos allí antes de pretender volver a subir. —Giré el rostro al terminar esa idea pues había percibido su mirada ya de por sí y le regresé la sonrisa—. Me alegra que pudieras hablar con alguien. También tengo el hábito de preocuparme de más y me quedé dando vueltas en el asunto, así que me tranquiliza un poco saberlo.

    Mantuve la vista en él luego de eso, así que cuando hizo la pregunta noté como su sonrisa se ensanchaba y lo mismo ocurrió con la mía. Antes de responderle regresé la mirada al frente para no ir a tropezarme o algo así.

    —¿Que un muchacho se apareciera en plenos casilleros con una margarita y me dijera algo que sólo yo entendería? —lo molesté sin mucho problema—. Fue graciosísimo. Le añadió un poco de misterio al asunto ya de paso, me gustó. Si a eso le sumamos que te saliste del salón para ir a cocinar... Yo diría que el performance en su totalidad fue un sólido diez.

    Solté mi mano para volver a traer los brazos al frente y miré las bebidas con el ceño ligeramente fruncido. Como todo, cada tontería tenía un poco de verdad en ella.

    —Aunque no está muy balanceado esto de que tú estuvieras cocinando y yo sólo me aparezca con lo de tomar. Debí pensarlo mejor cuando lo propuse.
     
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    Zireael

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    No le conferí demasiado pensamiento a la caricia, la verdad fuese dicha, y pronto me enfoqué en escuchar lo que me contestó sobre su padre y el proyecto. Fui asintiendo según me pareciera lógico, para que supiera que lo escuchaba. Oyéndolo quise regularlo, apenas me di cuenta lo intenté, pero el amargor ya me había alcanzado y no supe muy bien qué sentir. Este niño se llevaba bien con su padre y me pregunté... No pude evitar que me alcanzara la duda de qué se sentía eso. Recordé de golpe, como un latigazo, la vez que tuvieron que llamar a mi madre a la escuela porque yo me descargué con mi pobre maestra de arte y rompí la tarjeta, la que hacía cada año y tiraba al basurero apenas podía, e hice el único berrinche ruidoso que podía recordar o al menos el único que recordaba de mi niñez. Tenía diez años, diez putos años.

    Sólo me cansé, le había dicho a mi madre.

    ¿De qué?

    De esperar amor de alguien que no iba a dármelo.


    Ninguno de los pensamientos me alcanzó el cuerpo, me negué a darles ese poder, y mantuve el carácter afable que siempre tenía con este muchacho. La mención a la chica rubia también me quiso poner a pensar otras estupideces, pero arranqué un par de cables de cuajo y los dejé en el piso, cansando como estaba de mí mismo. Sí, puede que fuese lógico que las personas tuviesen mejor conexión con otros y había que dejarlo así, nada más. No era un pecado capital ni nada.

    —Me alegra que el proyecto te haya servido para eso, sentir que estabas conociendo de nuevo a tu padre. Imagino que Bleke hizo preguntas interesantes.

    Al decir lo segundo lo hice con sinceridad, no dudaba que la muchacha fuese inteligente y eso se traducía en buenas preguntas para un tipo de ciencia. ¿Yo? La verdad no me acordaba qué demonios le había preguntado a Haumann, estaba terriblemente incómodo en esa sala como para registrar algo en la memoria. Igual eso no era importante, así que ni siquiera lo traje sobre la mesa.

    Asentí cuando dijo que un dorayaki estaba bien y atendí de nuevo, esta vez a la narración de sus aventuras. Lo de siempre, Hubert tenía pasatiempos de empollón y tal, pero no me importaba escucharlo y de por sí yo no podía juzgarlo, con la de horas que gastaba jugando cuando no me estaba humeando los pulmones.

    —¿Era el de las piedras? El Go, quiero decir —atajé pues fue lo único que pude recordar, ni siquiera me sabía las reglas—. ¿Y compraste algo en Jinbōchō?

    Quizás pudieran llamarme loco, pero sentí... Volví a sentirme incómodo, pero esta vez fue por algo externo. La sensación me alcanzó entre las palabras de Hubert con algo de dificultad, como interrumpida, pero mientras pedía la comida la sensación me alcanzó con algo más de claridad aunque pretendí no reaccionar. Pedí el sándwich, el dorayaki y me giré con calma, retirándome de la fila, y allí miré el espacio aunque no fue que hiciera falta tampoco. Hubert en sí mismo delató el origen de la incomodidad, una chiquilla de pelo rosado y ojos ámbar, para variar, lo estaba mirando y creí percibir el instante de reconocimiento a pesar de que cuando me volteé la suerte de duelo de miradas terminó. Recibí la atención de Hubert, reflejé su sonrisa y asentí a su pregunta sin siquiera pensarlo. El patio nos quedaba cerca, así que lo más lógico era comer afuera.

    La chica había dejado de mirar en nuestra dirección, sí, ¿entonces por qué la sensación no desaparecía? Un nuevo mapeo me hizo dar con la mirada heterocroma de Katrina, afilada, estaba varios metros más allá, pero en el instante en que nuestras miradas chocaron sus ojos se deslizaron a Hubert y las emociones se me revolvieron, porque la conocía y porque aunque nunca dijera media palabra, un poco posesivo sí que era. Primero la chiquilla extraña, luego Katrina, ¿y este descaro? Iban a gastar a este mocoso de mirarlo nada más.

    Solté el aire por la nariz en un suspiro corto, quiso sonar a bufido, y sostuve el sándwich y el dorayaki en una mano. La otra la estiré hacia Hubert, alcancé su brazo y me enredé a él, procuré que el gesto no cargara ningún tinte ambiguo de los de antes, pero al empezar a caminar le eché un último vistazo a la cafetería, pasé por la muchacha de cabello rosado y luego volví a Katrina. La hija de puta se sonrió a pesar de que pretendí atravesarle el cráneo con los ojos y siguió comiendo, como si nada.

    Me llevé a Hubert al patio sin prisa, para no quedar como un loco, y apenas estuvimos afuera dejé ir su brazo con cuidado para no abrumarlo o incomodarlo. Mi primer impulso fue acercarme al cerezo, pero miré al chico y le sonreí.

    —Elige dónde quieres que nos sentemos. Siempre soy yo arrastrándote a todas partes.


    bueh, no soy partidaria del doble post pero hagamos una excepción porque fue de hace días y ya para arrastrarlos
     
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    Bruno TDF

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    A su comentario sobre la entrevista me limité a asentir con calma, puesto que no vi necesario sumar acotaciones. Bleke había afrontado la profesión de mi padre desde un ángulo distinto, sobre el que a mí no me había ocurrido detenerme hasta ese entonces; de modo que, tal como dijo Cayden, sus preguntas se tornaron en algo de gran interés, y través de ellas pude conocer ciertas perspectivas de Arend que, aunque siempre estuvieron ahí, me llegaron con la frescura de la novedad.

    En cuanto el resto de la conversación, confirmé con otro silencioso gesto que el Go implicaba el uso de piedras. Su pregunta fue parecida a la que formuló Jez cuando también le mencioné este juego, lo cual me obligó a reprimir una ligera sonrisa. Aunque no parecían tener un conocimiento del juego más allá del tipo de fichas utilizadas, que reconociera la existencia del Go con tanta rapidez hablaba de la difusión y presencia que el mismo tenía en esta parte del mundo. Estudiarlo, aprenderlo y mejorar en el enfrentamiento con otros jugadores en club de Toshima… Suponía que era parte del intercambio cultural que pretendí buscar al venir a Japón, aunque no niego que también se trataba de un gusto personal.

    —Un par de novelas de autores japoneses —respondí sobre mi aventura en Jinbōchō—. Las conseguí en una librería especializada en literatura moderna, es decir, del siglo XX.

    Fue en esta respuesta que hice el mapeo del lugar. Me hallaba preguntándome si Bleke o Jezebel conocían ese barrio, hasta que la mirada de la chica de las trenzas interrumpió mis pensamientos. Estuve desde ese instante condenado a padecer el peso de una intriga, al no comprender de dónde me estaba ubicando. Estaba casi convencido de que me reconocía, mientras que yo no sabía quién era ni el por qué de la brusquedad con la respondió a mi propia mirada.

    Por si no fuera suficiente, los ojos de otra chica se clavaron en mí.

    En la postura de Cay detecté la incomodidad de quien se sabe observado, de modo que no pude evitar seguir la dirección de su mirada cuando giró su cabeza, hasta terminar dando con esta segunda persona. De no ser por los mechones teñidos de rojo, la distancia me habría hecho confundirla rápidamente con Beatriz. El oscuro cabello corto enmarcando su rostro, los ojos heterocromos, la dimensión de su cuerpo; tal vez sus facciones la diferenciaban más de Luna, así como el tono de su mirada.

    Filosa.

    Recibí esta mirada de frente y sin previo aviso. Mis ojos negros encontraron los suyos, gris y azul. Me observaban de un modo diferente a la muchacha del cabello rosa… Sentí que con otro tipo de interés, ante el que no supe bien cómo reaccionar. Me mantuve en mi lugar, sereno pero sumamente intrigado, y no dejé de sostener su mirada hasta que Cayden me tomó del brazo para arrastrarme lejos de su vista. Por lo repentino del agarre, me vi forzado a mirar por dónde caminábamos para evitar tropiezos, de modo que no fui consciente del intercambio que hubo entre Dunn y esta muchacha.

    Salimos con calma, y sentir el aire del exterior me permitió ordenar mis ideas. El desconcierto embargaba mi fueron interno, pues no lograba comprender el significado de lo sucedido en la cafetería. Eran dos chicas a las que jamás hablé y que, además, vi por primera vez en todo este tiempo. ¿Qué implicancias tenían conmigo, como para quedarse mirándome de ese modo?

    Reprimí un suspiro, para acto seguido reír por lo bajo al escuchar a Cay. No sentía que me arrastrara a todas partes ni mucho menos, mas no vi por qué no tomar la oportunidad que me daba. Observé el patio un momento, advirtiendo que había más gente de lo normal ocupando mesas, lugares en el césped e incluso junto al cerezo. Una decisión debía ser tomada con rapidez, ya que el tiempo asimismo apremiaba.

    —Quizá haya algún espacio libre cerca de la valla —sugerí, sin estar muy seguro por lo rústica que sonaba la idea; aún así, me permití girarme hacia él para sonreírle— Además, me gustaría saber en qué tipo de "campañas" se halló implicado mi caballero, las aventuras que seguro tuvo.
     
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    Zireael

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    El niño afirmó a mi pregunta de las piedras y de momento dejé el asunto del Go allí porque no sabía mucho más, por ello también pregunté por los libros. No era el mejor lector de mundo ni nada, pero al menos podía decir que abría un libro de tanto en tanto y capaz podía hacer una charla un poco más decente que con juegos de mesa de estrategia. Lo escuché con atención y asentí, aunque no leía autores japoneses más que cuando me los encasquetaban en la escuela o algo así.

    Podría haber preguntado más, pero entre el pedido y la sensación de saberme observado o más bien de notar que miraban a Hubert, la neurona me quedó un poco espesa. Mi incomodidad delató la presencia de Katrina, se notaron entre sí y el desagrado me punzó el pecho, por lo que me centré en no dejarlo atravesarme el cuerpo. Desde el principio Hubert había entrado en la categoría de personas con las que procuraba mantenerme tranquilo, amable y compuesto; tomaba el miedo y lo negaba.

    Seguía sin saber si estaba bien o mal.

    La constante anulación de mí mismo.

    Saqué a Hubert de la cafetería, pero supuse que la mierda de Akaisa no se acabaría allí y la cabrona haría alguna estupidez, como hacía con Ilana, pero elegí no pensar más en eso ahora mismo. Solté al chico y continué andando a su ritmo, mantuve mi atención en él, tratando de encontrar alguna seña de confusión o incomodidad ya no por mi contacto de antes, sino por las miradas de las chicas. El pobre niño no debía estar entendiendo un carajo, porque yo tampoco entendía la mirada de la primera para empezar.

    No pude definir nada concreto, él se rio cuando le dije que eligiera y supuse que lo de arrastrarlo le habría hecho algo de gracia, por el motivo que fuese. Lo dejé observar el espacio, esperé su decisión y seguí sus pasos cuando dijo que tal vez hubiera espacio cerca de la valla; era una elección un poco curiosa, pero no iría a juzgarla en realidad.

    Que preguntara por mis... campañas me obligó a hacer un recorrido por todo lo de los últimos días. Mis charlas con Liam, los papeles que firmé para que cuando pateara el balde me dejara todo, las discusiones con él y Mad Wolf, el chasque con Arata y los motivos, la entrevista, el miércoles del caos y el viernes que acabó siendo uno de los peores parkour emocionales que recordaba. Estaba el almuerzo con Ko, la conversación y su moratón, la comida que el propio Hubert me preparó y luego la aparición del sargento, estaba mi pánico en medio del humo y el sonido de mi propio llanto.

    Las luces apagadas en casa y la manera en que me había zafado de Yuzu.

    Recordé eventos de a pedazos, le había arrojado la llave del apartamento, habían tocado al puerta, Rockefeller apareció, luego se largó y yo insistí en soltarme del agarre de la mayor de las Minami hasta que pude correr. Ni siquiera podía culparla, me había cuidado más de una vez en la vida, procuraba ayudarme a ver que no todo era un caos ni todo era tan malo o intenso como lo sentía, pero yo... Tenía visión de túnel. El caso era que no sabía qué había en todo eso que fuese lo bastante family friendly para contárselo a Hubert, no tenía ni puta idea.

    —No muchas, si te soy sincero —respondí junto a una sonrisa mientras seguíamos caminando hacia la zona más apartada de los terrenos de la escuela—. Estuve yendo casa de una amiga y también a la de un amigo, luego me regresaba a la mía y así. He pasado mucho tiempo con mis gatos, supongo, y una tarde fui a una tiendita que vendía un montón de baratijas; que stickers, llaveros y demás de varias temáticas. Igual imagino que tiene sentido que el caballero no tenga demasiadas aventuras cuando no está escoltando al príncipe.

    Lo último lo dije en tono de broma y supuse que tal vez no hiciera falta que nos fuésemos tan lejos, pues para alcanzar de verdad la valla tendríamos que caminar más allá. Igual, esperé a que él nos guiara donde ya no hubiese tantas personas, dejé que tomara asiento primero y una vez estuvo acomodado le alcancé su dorayaki para sentarme a su lado. Pensé en qué preguntar, pero mientras iba desenvolviendo el sándwich empecé a cantar más para regularme que para otra cosa, era la canción de un videojuego narrativo que me había gustado mucho en su momento. De todas formas, estar con Hubert me calmaba y lo sabía.

    Quizás ese fuera el problema, como siempre.

    I wish I knew how screamingly loud can silence be roaring —comencé aprovechando que algo lejos del gentío podía cantar algo más alto sin pasar vergüenza—. If only I knew how frightening is staying alone. A deeper search for state or reaction not everyone knows.

    El aleteó que escuché de algún lugar cercano lo delató y me sonreí al darme cuenta que había picado como seguro picaba con Sóloviov, aunque seguí atendiendo a la tarea de desenvolver la comida. A la vez seguí cantando, como si nada.

    There's never good time. They'll always be lost. —Me salté un buen fragmento de la canción y pasé casi al final—. The hearth of parents' house is what I've been yearning for.

    El chispazo albino descendió como había ocurrido el día que apareció Melinda, pero esta vez no me asusté ni nada, en algún momento sentí las garritas de Copito entre el cabello y alcé la vista a Hubert. Sabía que el cuadro era curioso y el chico debía tener dudas al respecto, pero todo lo que hice fue sonreírle y luego puse ojos de cachorro mojado. A ver, habíamos llegado muy tarde y el tiempo para comer iba a ser poquísimo, así que había que tomar medidas y yo era un aprovechado, ¿a qué sí? Sabía que Hubert era mejor estudiante que yo, era una certeza, así que jamás iría a saltarse una hora completa ni nada.

    —¿Te quedarías unos minutos más con nosotros? —tanteé, suavizando la voz a posta pues porque medio manipulador emocional sí que era—. No es para escaquearnos las clases, sólo quiero que puedas terminarte el almuerzo y seguro Copito opina lo mismo.


    que tochaco dios xddd

    bueno, por aquello cuenta como cierre y te agradezco por la interacción uvu los quiero muchito <3
     
    Última edición: 2 Abril 2025
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    Amane

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    Dejé salir el aire en una respiración pausada, estirando los brazos hacia arriba una vez paré mi caminata en una zona bien apartada del patio. La verdad sea dicha, los reveses que me había comido el viernes me habían afectado bastante y casi, casi, pensé que me iban a arruinar el fin de semana tan bonito que había preparado con Thi. ¡Pero nada de eso, señores! ¿Iba a dejar que unos chicos tontos me estropeasen unas mini-vacaciones de relax con mi mejor amiga? ¡Ni de coña!

    Así pues, había empezado aquella semana como una Riamu completamente renovada. ¡Era otra, de verdad! Me había relajado un montón con las aguas termales y masajes, así que me sentía super tranquila y en paz con todo. ¡Ri-chan en modo zen! Por eso había decidido pasar el receso en aquel lugar tan alejado del patio, claro; ¡para disfrutar de la naturaleza en su máximo esplendor! Estaba tan compenetrada que hasta me había quitado los zapatos, en pleno modo hippie. Claro que luego sentí la hierba rozándome los tobillos y me los volví a colocar a la velocidad de la luz, sin poder reprimir el escalofrío que me alcanzó la espalda.

    Bueno... tanto, tanto, no me había cambiado el fin de semana de retiro.

    post de relleno solo para canonizar la salida de las niñas a las aguas termales uwu
     
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    Bruno TDF

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    Si en la línea de tiempo estaba escrita la hora en que dejaría de ser ajeno a las realidades que se estremecían con mis preguntas, tan sencillas y cotidianas… Era seguro que ninguno de nosotros querría conocerla con exactitud.

    Una maldición, por un lado.

    Por el otro, el caos que incendiaba todo a su paso.

    En el centro, sombras que eran más densas que la propia oscuridad.

    Escurriéndose entre las piedras blancas y negras.

    Vivía ajeno a circunstancias de robusta complejidad. Tal vez podría llegar a comprender que algunos prefirieran ocultarlas para preservarse o con la finalidad proteger al prójimo. Existían diversos modos de reaccionar ante la diversidad, tal vez eso nos hacía humanos. En cualquier caso, quién sabe si yo estaría preparado para cuando llegara el momento saber la verdad…

    Si es que esa hora existía, asignada en algún punto del futuro.

    Las andanzas de Cay implicaban un movimiento constante de su parte, algo a lo que encontraba sentido según lo que conocía de su persona. Al menos conmigo, él era más desenvuelto y algo inquieto, en la mejor acepción de esta palabra. Mencionó idas y venidas en residencias de un par de amistades, además de su propia casa en donde estuvo pasando el tiempo con Cinis y Nyx. Hubo compras, además. Yo lo oía con la debida atención, la sonrisa estirándome apenas los labios mientras avanzábamos hasta una zona apartada del patio. Debido a mi naturaleza curiosa, algunas preguntas tentaron las fronteras de mis labios, como el querer saber cómo se llamaban esos amigos o qué baratijas había adquirido.

    Pero ocurrente como siempre era, Cayden terminó su relato con una broma que me hizo contener otra risa, al final de la cual emití un suspiro liviano.

    —Pocas o muchas, quiero creer que fueron buenas andanzas para ti —respondí, mirándole—. Suena a que te has movido más que yo, al menos.

    El apunte lo hice, no porque me importara esa cuestión en sí misma, sino para que no echara a menos sus experiencias diciendo que no fueron demasiadas aventuras. Era un disfrute descubrir las pequeñas experiencias del día a día de los demás, bajo el pensamiento de que a través de las mismas también podías conocer mejor a la otra persona.

    Debido al poco tiempo del que disponíamos para almorzar, elegí detenernos a unos cuántos metros de la valla para, simplemente, ocupar lugar en una zona de mullido césped sobre que se derramaban sombras otorgadas por un árbol. Mientras destapaba mi bento para dejar al descubierto unos onigiris, Cay hacía lo propio con su almuerzo…

    Y fue allí cuando su canto llegó a mis oídos como una caricia.

    Aparté la atención de mis manos para posar los ojos en su perfil. Contemplé sus facciones, tan delicadas que le conferían, con todo respeto, una apariencia muy juvenil para alguien de tercer año. Me dediqué a simplemente escucharle, sin moverme. Recordé a Verónica contándome que lo había conocido así: con su voz dibujando melodías en el aire. Cada sílaba se oyó de lo más amena, a un punto que pensé, sin temor a equivocarme, que a Cayden se le daba bien cantar. Podía entender por qué la albina se había quedado tan encantada al escucharlo esa primera vez… Y por qué, en ese preciso momento, nos llegó el susurro de unas alas.

    No quise intrigarme por la letra elegida, ni mucho menos cómo se relacionaba con mi experiencia.

    Me centré en disfrutar el momento.

    Copito descendió desde algún lugar. Había barajado la posibilidad de que el gorrión nos seguiría una vez estuviésemos en el exterior, aunque no se podía decir lo mismo del hecho de que fuera a posarse directamente sobre la cabeza de Cay. Los miré con una sonrisa donde se entrecruzaban la diversión con la incredulidad. El cuadro debía ser de lo más atípicos para todos aquellos que no supiera la existencia del gorrión.

    Fue en eso que recibí, de parte de mi senpai, una mirada que sin dudas pretendió hacerme sentir ternura, por la manera en que logró hacer brillar el ámbar de sus iris, además de suavizar las facciones. Copito también me observó desde los rizos, rojos como lo eran sus pequeños orbes. La sonrisa me tembló al verlos enfrentarme de éste modo, y no fue hasta que Cay me tanteó con su pregunta cuando, finalmente, terminé cediendo.

    Me reí.

    Fue una risa corta, tan serena como la mayoría de mis gestos. Pero en nada se comparaba a las demás, que solían ser contenidas o eran liberadas por lo bajo, contra mi cuello. Al recuperar el aliento, negué ligeramente con la cabeza, un poco sorprendido por la suerte de chantaje que Cayden se permitió aventurar. Me hacía gracia que utilizara semejante recursos para condicionar mi decisión, no me lo habría esperado de su parte. Aún así lo miré, sin dejar de sonreír.

    Me incliné apenas en su dirección, alcé la mano y acaricié a Copito, que se había puesto cómodo entre su cabello.

    —No puedo decirles que no, si me miran así —acepté con diversión; tuve mis dudas al principio, pero opté por permitirme un momento de flexibilidad y permanecer aquí unos minutos extras, no creía que al profesor le molestara si sucedía en una única ocasión—. Será sólo por esta vez, ¿de acuerdo?

    Al retirar la mano, rocé sus rizos. Si fue intencional o no, quedaría en él decidirlo.

    Un buen tocho de cierre merece otro que esté a la altura (?)

    Mil gracias por caerle a Hu, amo los suavecitos que se ponen estos muchachos cuando se juntan <3
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master the lovers

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    Mis pies me habían conducido hasta el patio norte, fui consciente al sentir la calidez del sol irradiándose justo encima de mi cabeza. Me cubrí los ojos con el dorso de los dedos y alcé la vista, siguiendo brevemente el movimiento perezoso de las nubes. Su silueta había vuelto a desaparecer tras la puerta del dojo y yo ya no sabía qué debía o podía hacer. ¿Me correspondía, para empezar? ¿Era mi responsabilidad velar por la estabilidad de las paredes que llamaba hogar? Puesto así la respuesta saltaba a la vista, era evidente y hasta necio cuestionárselo, pero ¿qué clase de autoridad ostentaba? Llevaba apenas dos años viviendo ahí. Me había adaptado, quería mucho a la tía y sabía que mi lazo con Yuta era profundo. ¿Eso me daba poder? ¿Poder frente a ella?

    No estaba segura.

    Solté un suspiro que me había hinchado el pecho hasta ahora, apesadumbrada, y me vi forzada a preguntarme cuánto me pertenecía y a partir de dónde seguía siendo una forastera. No era la casa donde había crecido ni las personas que me habían criado. Quería intervenir pues seguía siendo mi familia, pero ¿me correspondía, para empezar? La duda no encontraba respuesta.

    —¿Problemas en casa?

    La voz provino de mi espalda y el corazón me dio un pequeño vuelco de desconcierto. Kou Shinomiya, asistía a la 3-1 junto a Yuta y se encargaba de encabezar la nueva generación de Lobos en Shibuya. Provenía de la unión entre los Shinomiya y los Teruaki, familias de renombre en sus respectivos campos de trabajo; lo más interesante, sin embargo, y lo más sospechoso también, era la rama materna de su linaje. Su tío, Takeuchi Teruaki, mantenía estrechos lazos con los líderes del Yamaguchi-gumi, facción de la yakuza hambrienta de poder y en constante crecimiento. Por donde lo mirara, este muchacho había nacido en cuna de oro y probablemente cargara el peso de las expectativas consiguientes. Lo habíamos estudiado de punta a punta cuando decidíamos con qué grupos negociar la cabeza de Yoshihide.

    Pragmático, analítico y cruel. La purga había sido cruel, aún si se trataba de víctimas contra victimarios. Quizás él y sus aliados habían forjado una generación menos problemática e impredecible que la anterior, pero había un rasgo que seguía caracterizando a los lobos criados por Shibuya como una maldición hereditaria: la violencia.

    Jamás habría pretendido que desconociera mi existencia. Yuta en persona se había presentado en su club privado, así como yo me había clavado a la puerta del Paraja. Éramos conscientes de que habíamos removido el oleaje con la intención suficiente para asentar un pequeño precedente. Sólo no había esperado que me hablara... así, porque sí. Shinomiya estaba sentado en uno de los bancos, el follaje de los árboles le brindaba una sombra reconfortante que se agitaba lentamente sobre sus facciones. Su mirada y su sonrisa eran suaves, relajadas.

    —Una pregunta extraña que hacerle a una desconocida, ¿no crees? —repliqué, terminando de girar el cuerpo hacia él.

    Nos separaba una distancia moderada.

    —¿Crees que nos desconozcamos tanto? Porque yo no.

    —No esperaría haber llamado tu atención.

    —Por supuesto. De eso se encargó tu primo, pero ya sabes lo rápido que corren las noticias. —La brisa se agitó con un aroma dulzón y su sonrisa se torció apenas—. Mis condolencias, Hattori-san.

    ¿Qué pretendía con este intercambio? ¿Pretendía algo, para empezar? No me quedó más remedio que sonreír, cortés, e inclinar la cabeza levemente.

    —Te lo agradezco, Shinomiya-kun. Es muy amable de tu parte.

    —Mira, y decías que no nos conocíamos —apuntó, entretenido, y sus ojos se desviaron un instante tras mi espalda—. Tu primo va mucho ahí, ¿cierto?

    El dojo. ¿Cuántos de sus movimientos habría analizado?

    —Le gusta entrenar y mantenerse en forma —concedí, y solté una risa contenida—. Es un poco maniático de eso, de hecho.

    —¿Incluso en la hora del almuerzo? Vaya...

    Sonaba y lucía sorprendido, pero no le creía nada. Me había pescado de pie en medio del patio, era evidente que había imaginado la situación casi a la perfección. Había llegado hasta aquí siguiendo a Yuta, sí, hasta que me pregunté de qué podría servir la insistencia y mi ímpetu flaqueó. No necesitaba que alguien como Shinomiya percibiera ni una pizca de los problemas que guardábamos entre las paredes de la villa.

    —Sí —respondí—. Varias veces entrenamos juntos, de hecho.

    —Mira tú. ¿Quieres contarme un poco más de lo que hacen? —invitó, distendido, y palmeó el lugar a su lado—. Tengo entendido que en su familia son todos increíbles artistas marciales, y llevo un tiempo con algo de curiosidad al respecto.

    ¿Cómo había acabado en esta situación? Contuve el suspiro que quiso brotar de mis labios y, sin perder la sonrisa afable, accedí a su petición. No era mi plan ideal de receso, pero tal vez fuese mejor idea que seguir persiguiendo a Yuta. Quién sabe en qué momento sus hilos pudieran cortarse.


    los dados me juntaron a estos dos y bueno, se hizo lo que se pudo JAJAJA ahí quedan
     
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    Zireael

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    Los días pasaban complicados de a ratos y luego empeoraban de repente, a pesar de que seguía yendo a las citas como correspondía la semana pasada había estado sintiéndome más y más decaída y nerviosa, lo suficiente para escaquearme un par de días. Igual procuré escribirle a Jez y mis padres se aseguraron de que no me quedara atrás con la materia, haciendo un pedido expreso a la profesora o algo así. En casa repasaba, tomaba apuntes y pretendía funcionar.

    En los espacios de tiempo muerto que siempre existían había estado leyendo del kenjutsu, de cuando Yuta lo mencionó en el pasillo, y traté de ir trazando similitudes y diferencias respecto a la esgrima. Los días que fui a la escuela, al terminar la jornada, iba a un gimnasio cerca de casa para al menos no perder más condición física.

    Hacía un esfuerzo por mantenerme constante, de recuperar la disciplina que alguna vez había poseído, pero a veces cuando me detenía a mirar hacia dentro sólo veía escombros. En estos días, quizás, pudiera hacer una lista diminuta de tareas para revivir lo del club o tal vez pudiera pedirle ayuda a Verónica directamente, en vistas de que yo no era la criatura más confiable del mundo últimamente.

    Como fuese, a la hora del receso me quedé en el salón un rato y di un par de bocados sin ánimo al almuerzo antes de rendirme, porque no tenía una pizca de apetito. Guardé el bento, saqué algo de dinero del maletín y fui a la planta baja, en la máquina me compré una botella de agua; luego me quedé pensando un rato, pero al final supuse que el aire fresco me haría un poco mejor, por lo que giré y tracé el camino hacia el patio, cruzando la cafetería.

    Había dado unos pasos en el exterior cuando un muchacho casi me lleva por delante, el rubio de los tatuajes, y al alzar a mirarlo pude detectar su molestia de inmediato aunque no supe a qué se debía. Enojado o no, se disculpó conmigo por haber estado por chocarme y desapareció dentro del edificio. El cuadro fue un poco extraño, pero no le di mucha mente y seguí mi camino.

    Por un momento tuve la intención de dirigirle al camino para ir al dojo, pero al observar el patio reconocí a Kaia y a Shinomiya. Trastabillé, la verdad, pero no quería echarme la vida colegial metida en una burbuja de autocompasión e inseguridad. Con Shinomiya habíamos tenido el primer proyecto y había pasado el receso en el observatorio con los Hattori la otra vez, acercarme no tenía por qué ser raro, ¿cierto? Corté distancia en su dirección y cuando estuve frente a ambos les dediqué una sonrisa tranquila, así como una reverencia más bien informal.

    —Hattori-san, Shinomiya-kun —saludé a ambos y pretendí mirar la sombra que les brindaba el árbol—. ¿No les molesta si les hago compañía?

    A ver, dudaba que fueran a echarme, Kaia era afable de carácter y Shinomiya era educado, pero una mejor preguntaba.


    buenas tardes, sus niños y usted son víctimas de mi aparición un día más ehe
     
    Última edición: 13 Abril 2025
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master the lovers

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    El clima se me había antojado lo suficientemente agradable para buscar un banco a la sombra en el patio. Había recogido el almuerzo de casa, compré una botella de agua en la expendedora y tuve la fortuna de conseguir un lugar que cumpliera mis requerimientos. Me dedicaba a comer, tranquilo, cuando de primera mano detecté el manchón blanco y alto cruzando el espacio con cierta velocidad; o uno podría decir firmeza. Era el andar de alguien que avanza con un objetivo, ciertamente, y supuse que su destino era el dojo escolar. Jamás lo había visitado, ¿cierto? El pensamiento se formó y desapareció sin penas ni gloria, y mientras me llevaba algo de arroz con carne a la boca, apareció el segundo Hattori.

    No llamó particularmente mi atención hasta que se frenó de repente en un punto cualquiera del patio, a escasos metros de mi posición. Me daba la espalda casi en su totalidad, vi a Yuta encerrándose a lo lejos y los hombros de la muchacha decayeron. Era curioso la de escenas que uno podía presenciar en la escuela si salía a los espacios comunes. Me debatí si intervenir o no, si dejarla en paz o no, y luego me convencí a mí mismo de que algo de entretenimiento inofensivo jamás había matado a nadie. Además, aún sin quitarme el sueño de noche, sabía de la existencia de esta criatura y hasta la fecha no me había tomado la molestia de presentarme.

    Y eso estaba mal, ¿verdad?

    Me apeteció abrir el intercambio con una pequeña dosis de exposición, un trazo sutil que denotara cierto grado de poder. Tal vez siempre me moviera así y ciertamente no me importaba lo suficiente. Nunca avanzaba un paso sin antes definir que pudiera traerme algún beneficio y procurar aumentar mis probabilidades de éxito. La chica se comportó como una señorita de pies a cabeza y me hizo gracia la oposición a su primo. El tío se había plantado en el club cual muñeco de torta, diligente y amanerado, y no me tomó ni dos días de clases comprender el papel que había interpretado. ¿Él, también, había avanzado con el beneficio en mente y procurando garantizarse el éxito? La idea me divertía. Quizá nosotros no, pero al final del día sí habían conseguido que alguien comprara y dispusiera del viejo Hattori.

    Atraje a la muchacha, quien se sentó a mi lado y empezó a cumplirme los caprichos, y mientras hablaba de artes marciales y técnicas de la vieja escuela la miré largo y tendido, preguntándome cómo alguien tan aparentemente inofensivo podía haberse embarcado en el siniestro camino de un parricidio. ¿Sería sólo una puesta en escena, como la de Yuta en el club? ¿Había algo, algún detalle, alguna lectura que se escurría entre mis dedos?

    Tal vez me distraje en mis propias cavilaciones. Cuando el relato de Kaia se pausó y sus ojos viraron al frente, yo hice lo propio y encontré a Meyer deteniéndose frente a nosotros. La sonrisa y la reverencia, y lo primero que intenté discernir fue si necesitaba algo de alguno de nosotros. ¿De Hattori, quizá? ¿O de mí, relacionado a las clases? A su saludo, sin embargo, le siguió una pregunta que echó por tierra mis suposiciones.

    —¿Cómo estás, Meyer-san? —le respondió Hattori, animada y con una sonrisa bastante más genuina—. Para nada, por favor. Ven, toma asiento, hay espacio para los tres.

    Lo dijo deslizándose hacia su extremo de la banca. Me tragué la gracia y actué acorde, moviéndome un poco para dejarle espacio a Meyer en medio. ¿Lo estaría utilizando de excusa para poner distancia conmigo? La incógnita, de momento, permanecería en misterio.

    —Se está bien aquí —comenté porque sí, con una pequeña sonrisa—. La brisa no se siente fría y la sombra del árbol es agradable.

    —Aunque ya estemos en verano, se siente como un día de primavera, sí —aportó Kaia, volcando su atención en Meyer; mantenía las manos recogidas sobre su regazo y la espalda recta—. ¿Qué opinas, Meyer-san? ¿Cuál dirías que es tu estación favorita?
     
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  11.  
    Amane

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    La mañana del martes volvió a presentarse cálida y soleada, algo que por supuesto se traducía en un día de buen humor para mí. La sensación relajante del fin de semana seguía haciéndome efecto hasta aquel día, así que no dudé en aprovechar todos aquellos factores para volver a elegir el patio norte como mi objetivo para el receso. Me había comprado una ensalada en la cafetería, por aquello de que ahora era una chica que se preocupaba por su salud, y me dirigí al exterior con una meta clara: encontrar un buen sitio a la sombra. ¡No quería quemarme, claro!

    No parecía que aquella fuera a ser una tarea sencilla, pues me había tomado mi tiempo en bajar y un buen número de alumnos se me habían adelantado. No desistí, aun así, y grande fue mi sorpresa cuando distinguí la figura de Kouchii no demasiado lejos. El rostro se me iluminó con una sonrisa y me dispuse a salir corriendo hacia su posición, pero justo antes de hacerlo fue que me di cuenta que no estaba solo. Lo peor no fue eso, no; lo peor fue que era una chica y que, para colmo, apenas unos segundos después se le acercó OTRA chica.

    Había empezado a fruncir el ceño con tanta fuerza que hasta me había empezado a doler el rostro, y aun así me sentí incapaz de relajar el semblante. ¡No me lo podía creer! ¿Y con dos al mismo tiempo? ¿¡Dónde quedaba el respeto en esta escuela!? Me dejé caer en el primer banco que pillé a mi lado, sin apartar la vista de la escena en ningún momento, y la pobre ensalada que tenía delante se llevó todos los resquicios de mi mal humor, pues clavé el tenedor en el interior con tanta fuerza que hasta partí unas cuantas hojas de lechuga en el proceso.

    Es que... es que... ¿DOS CHICAS? ¿Qué clase de excusa se inventaría para justificar que estuviese en una cita con dos chicas al mismo tiempo? ¡Más le valía que fuese creíble, porque no pensaba perdonarlo! ¡Nunca jamás de los jamases!

    don't mind me (?) me hace mucha gracia rolear a riri celosa y he visto una oportunidad de oro que no he podido dejar escapar JAJAJA

    ...

    perdón, dice ri-chan que no son celos, if you wanna believe her (????)
     
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  12.  
    Zireael

    Zireael kingslayer Comentarista empedernido

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    Mi acercamiento bien pudo haber respondido a un mero capricho, a un intento por pretender normalidad para mí misma, e incluso así estuve atenta a cualquier señal de incomodidad por parte de ambos incluso si era improbable. Con mis propias cosas jamás se me habría ocurrido que esta pequeña reunión tuviera capas tan complejas y oscuras, pues de por sí escapaban a mis ojos, y a mi saber sencillamente estaba acercándome a dos compañeros de escuela.

    En cualquier caso, el recibimiento de Kaia de hecho me ayudó a que bateara la idea de ser rechazada, por lo que me sentí más tranquila y amplié la sonrisa sin darme cuenta. Me ofreció espacio y el castaño se acopló a ello, también deslizándose apenas en el banco.

    —Estoy bien, gracias, ¿y ustedes? Al menos veo que fueron más listos que yo y salieron antes, con las horas que nos quedan de encierro quedarse dentro del edificio no tiene mucho sentido —convine en tono jocoso y me senté en el espacio entre ambos. Una vez acomodada, asentí a las palabras del Shinomiya—. La sombra es buena. Además, que el día esté lindo no significa que tengamos que asolearnos, ¿o sí?

    Con el segundo comentario me permití una risa liviana, cosa de nada, y con las palabras de Hattori fui abriendo la botella de agua para darle un trago. La había mirado mientras hablaba, por supuesto, pero con lo de beber también aproveché para pensar un poco la respuesta.

    —Estos días han sido agradables, aunque de repente hace mucho calor y no me llevo mucho con eso. Me hace sentir cansada y los cambios de temperatura entre donde hay aires acondicionados y donde no a veces me irritan la garganta, no es como que me enferme, sólo me incomoda un poco —expliqué bajando la botella al regazo e intercambié la mirada entre ambos—. Diría que mi favorita es el otoño porque puedo usar ropa algo más abrigada, no siento que me derrito si tengo que salir de casa y los colores de los árboles me gustan mucho. ¿Y ustedes? ¿Cuál prefieren?
     
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  13.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master the lovers

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    Recibí a Laila en el espacio entre ambos sin mayor problema. Su repentina aparición me había provocado un alivio que, por obvias razones, no podía expresar, y también aproveché la ocasión para poner algo de distancia extra entre Shinomiya y yo. Viré el torso hacia la chica y, ante su observación de nuestra hazaña, solté una risa ligera.

    —También es astuto encontrar a alguien que comparta su tesoro contigo, así que estamos igualados —respondí, divertida, y luego llevé la mano a la coronilla de mi cabeza—. El sol no siempre son buenas noticias, no. Yo me quemo con facilidad, ¿imagino que tú también?

    Por un breve instante deslicé la atención más allá de Laila, a Shinomiya, pero no percibí en él rastro alguno de frustración o incomodidad. Se lo veía tan calmado y compuesto como siempre. Mientras Meyer hablaba, él reanudó su tarea de almorzar a ritmo pausado y yo regresé los ojos a la muchacha. Su preferencia por el otoño me hizo pensar en Yuta, pues también era su estación favorita, y no modulé la forma en que se amplió mi sonrisa.

    —Maravillosa elección, Meyer-san —afirmé, cortés—. El otoño es muy bonito, con los colores y los días de sol tibio. Poder abrigarse y beber una taza de chocolate caliente. —Pendí brevemente de las imágenes que desfilaban por mi mente, y entonces regresé los ojos a Laila—. Mi favorita podría ser el invierno, aunque no siento una gran predilección por ninguna. Las noches de verano comiendo sandía, los atardeceres en otoño caminando por un sendero de gingkos, las mañanas pálidas de invierno leyendo un libro y las tardes en primavera junto a un campo de flores, bebiendo té. Todas las estaciones evocan recuerdos que me son agradables y preciosos.

    Había llevado una mano al centro de mi pecho y cerré los ojos apenas un instante, sellando las imágenes de regreso adonde pertenecían. Shinomiya no había compartido su opinión y yo tampoco se la pediría.

    —Meyer-san —la llamé, inclinándome ligeramente en su dirección, y le sonreí—. Llevábamos un largo tiempo sin volver a vernos, ¿verdad? ¿Cómo has estado?
     
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  14.  
    Zireael

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    Lo de compartir el tesoro me vino un poco en gracia, lo suficiente para hacerme reír por lo bajo, y asentí con la cabeza. Además de eso mi comentario sobre el sol fue porque asumí que así como con Jez con Kaia pasaba lo mismo, la cantidad ideal de sol era casi cero. No que yo me salvara de ello, la verdad, pero era un poco más intenso con ella.

    —Sí, respiro y me quemé —convine estirando las manos frente a mí, sosteniendo la botella de agua entre las rodillas—. Lo que es otro punto menos para el verano, si me preguntas. Quiero poder salir sin tres litros de protector solar o miedo brillar como vampiro de Twilight.

    Con los breves intercambios Shinomiya retomó su almuerzo, mientras que a Kaia mi respuesta sobre el otoño le amplió la sonrisa y cuando respondió asentí con la cabeza con algo de entusiasmo. Digamos que el otoño era un punto intermedio bastante agradable, no me estaba muriendo de frío, pero tampoco me cocinaba el sol y mejoraba un poco mi estado de ánimo previo a la caída del invierno.

    En todo caso, atendí a la respuesta de la muchacha con atención y las imágenes que creó me hicieron sonreí de una forma parecida a ella apenas unos segundos antes. Me recordó a los ratos que compartía con Richard, los paseos que tomábamos y como cada uno, a la larga, podía asociarse a una estación. Por ello puede que la época no fuese tan importante, eran los recuerdos aunque también tenía su gracia que esta muchacha, con su esquema de color, se hubiese decantado por el invierno al principio de su respuesta.

    —En tanto esos recuerdos existan el resto pasa a segundo plano —dije aunque sonó más a pensamiento en voz alta.

    Noté que el castaño no había respondido, pero tampoco era mi intención de presionarlo ni mucho menos, sobre todo porque era yo quien había llegado a meterme entre ellos. Por demás solo esperaba que no le molestara mi presencia como a mí no me molestaba la suya.

    El llamado de Kaia me hizo recibir su mirada y reflejar su sonrisa, debido a la forma que se inclinó me di cuenta que la miré con algo más de conciencia. Tenía un aspecto educado, no, no era esa la palabra, ¿elegante tal vez? No estaba segura, pero daba lo mismo. Me inspiraba confianza y tranquilidad.

    —Sí, pasó un buen rato —confirmé con un dejo de vergüenza—. He estado bien, no recuerdo si llegué a comentarlo el día que hablé con ambos, pero tuve un ausencia prolongada de la escuela hace un tiempo y reincorporarme es un poco extraño. Hago lo mejor que puedo, eso sí, porque a fin de cuentas es mi último año y no quiero recordarlo como el año en que si acaso fui a clase.

    Fue una cuota de honestidad que, a pesar de no ser específica, me pareció normal y no me molestó compartir con ella ni con Shinomiya que a fin de cuentas era mi compañero de clase. De por sí me había desaparecido, luego volví y ahora estaba un poco intermitente, no podía hacer promesas de ser una alumna ejemplar ni nada. Como fuese, me permití una sonrisa como para hacerle entender a Kaia que no hacía falta preocuparse por el asunto.

    —¿Y tú? ¿Qué tal te va? ¿Algo interesante que contar sobre estos días perdidos en un agujero espaciotemporal?
     
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  15.  
    Bruno TDF

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    No acostumbraba a actuar en ciertas cuestiones sin dar un aviso previo. Consideraba que en asuntos así se debía guardar un mínimo de responsabilidad, y era esta perspectiva personal lo que terminó por impulsar la disculpa que extendí hacia Bleke. Al presentarme enfrente suyo con un almuerzo que también le estaba destinado, bien podía estar interfiriendo en algún plan que tuviese previamente o colocarla en un compromiso, el cual sería difícil asumir en una circunstancia como la actual: desde la cama de una enfermería. Sin querer, estaba cayendo el sendero de pedir perdón de manera innecesaria, como le había pasado a ella hace unos momentos.

    Pero ella, quizá con el fin de restar importancia estas inquietudes que escapaban de su vista, pero que a lo mejor intuía; optó por decirme que haberla encontrado era lo importante. Y que se había despertado a tiempo. Su tono de broma fue tenue pero lo detecté. Escucharla me hizo ampliar la sonrisa, justo como la suya. Volví a sentirme tranquilo, de un modo tal que me permitió advertir que en mi fuero interno prevalecían tensiones que se me aferraban a la piel. Me forcé a ponerlas a raya, a la vez que observaba a Bleke dejar la cama. Sus movimiento fueron cautelosos, tanto como el modo en que la miré, igual de atento a una posible descompensación que no trascendió.

    Me hizo una pregunta mientras acomodaba las sábanas, en el preciso instante que otra brisa hizodanzar las cortinas a mis espaldas, con su aroma primaveral.

    —El día se presta para salir a tomar un poco de aire —respondí, mirándola realizar su labor— Podemos ir al patio norte, tal vez bajo la sombra de un árbol si contamos con suerte.

    Una vez que terminó, se acercó hasta romper la distancia que, por respeto, yo había definido. Al verla más de cerca me atravesó, fugaz como una estrella caída, el recuerdo de cuando tocamos el narciso en el jardín de su mansión, el ligero roce de nuestras manos. No rememoré la imagen, sino la sensación que eso había traído consigo. A la misma no le concedí la atención pertinente, pero en cambio escuché la aceptación de Bleke y, con eso, sonreí aún más ante sus ojos. El gesto entrecerró lo míos.

    —En tal caso, pongámonos en marcha —dije.

    Dejamos la enfermería atrás y bajamos por la escalera en silencio, abrigados por la luz natural que se escurría por las ventanas de la academia. En el pasillo inferior le pedí un momento para hacernos con unas botellas de agua de la expendedora, luego de lo cual hicimos el trayecto necesario para salir al patio norte. La agradable temperatura de este día nos recibió con sus caricias.

    Señalé una banca de uno de los costados del patio, que justo se hallaba vacía. Mientras nos dirigíamos hacia allí, eché un vistazo a la mano de Bleke. Más concretamente, al libro que sostenía, con su página ya señalada.

    —Murakami —comenté, con una sonrisa tranquila que delató, eso sí, parte mi curiosidad—. De él leí solamente Sputnik, mi amor. ¿Qué tal es Tokio Blues? ¿Te llamó la atención por algo en particular? —quise saber con genuino interés.

    Un breve intercambio sobre libros, conversación tan típica entre compañeros del Club de Lectura; nos vendría bien a los dos. Quería creer.

    Me speedruneé los pasillos con tal de ahorrar algo de tiempo uvu
     
    Bruno TDF ha tirado dados de 99 caras para Total: 80 $dice
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  16.  
    Gigi Blanche

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    —Yo me la pasaba debajo de un enorme pāpale lauhala —acoté entre risas a sus quejas sobre el verano, y no tardé en aclararme—: Son unos sombreros tejidos, no recuerdo si te había comentado que soy de Hawáii. Se hacen con hojas de hala trenzadas, y son muy similares a los sombreros de paja que se ven por doquier.

    Los extensos paseos por la playa muchas veces derivaban en porciones de jungla y campos floreados, y sin falta nos deteníamos a decorar nuestros pāpale con hibiscus, plumerias y orquídeas frescas. La imagen de Yuta prácticamente coronado con un montón de flores coloridas me hacía reír hasta vaciarme los pulmones. Le quedaban preciosas y él se lo creía.

    Laila se afirmó en mis palabras y yo moví la cabeza en un asentimiento ligero, conservando una pequeña sonrisa. Su conclusión fungía como cierre de una idea que ya había elaborado, por lo que no vi necesario agregar nada nuevo. Revolver el pasado tendía a evocar emociones dispares, pero ¿no se trataba de eso la vida? ¿No éramos, acaso, un cúmulo de experiencias? Una reminiscencia pura, sin filtros ni sesgos, debería saber reflejarlo. A veces dolía, había noches que me alejaba del sueño; sin embargo, de la mano con esas angustias, existían y brillaban cientos de pequeñas alegrías. Me esforzaba por recordarlas. Recordarlo todo.

    No quería seguir perdiendo memorias.

    Mi pregunta había pretendido pedirle que, si le apetecía, me contara algo más de su día a día en el último tiempo. Lo que compartió conmigo fue una cuota de honestidad que acepté con naturalidad, pues no vi lo erróneo o extraño en ello. No quise ser invasiva, lo pensé unos pocos segundos y sonreí bastante amplio, en parte reflejando su propio gesto.

    —Porque, en tanto los recuerdos existan, el resto pasa a segundo plano, ¿verdad? —rescaté sus palabras con un dejo de entusiasmo, y luego la miré a los ojos, sin olvidar que Shinomiya debía estar oyendo todo—. Creo que puedo entenderte, Meyer-san. ¿Sabes? Llevaba un tiempo considerable sin asistir a una escuela ordinaria, por lo que este año, el último año, también me es muy importante. Desde el primer día me propuse venir aquí y pasármela bien. Tal vez suene pequeño, pero para mí es enorme.

    Al regresarme la pregunta, volví a sopesarlo unos segundos. Detrás de Laila noté que Shinomiya esbozaba una pequeña sonrisa, una a la cual no pude ni quise darle sentido, y regresé mi foco de atención a ella. Tendría que... mentirle en la cara, ¿cierto? No me apetecía ni me hacía gracia, pero había límites que sencillamente no podía cruzar. Y menos frente a alguien como este chico. Parpadeé, repasé el tono carmín de su mirada y sonreí con naturalidad. Las pequeñas alegrías. Debía esforzarme por rescatar las pequeñas alegrías.

    —Han sido jornadas escolares tranquilas —respondí, intentando construir el relato de forma tal que no faltara tanto a la verdad—. Yu se ha internado en el dojo y no he hecho mucho, pero se está bien aquí. ¡Oh! Hace pocos días topé con una niña encantadora en la entrada principal, que me saludó y me obsequió una flor que había hecho ella misma. Estaba preciosa. Era la prima de un estudiante, lógicamente

    Había recogido las manos frente a mi pecho, pudiendo alegrarme genuinamente ante el recuerdo de Angélica.

    —Hablando del dojo, ¿han avanzado los preparativos del club, Meyer-san? —indagué, con curiosidad, y volví a sonreírle—. ¿Hay algo en lo que podría ayudarte?

    Tampoco habíamos vuelto a tener novedad de Verónica, cosa bastante extraña considerando lo entusiasmada que parecía al principio, pero no vi necesidad ni motivo de verbalizarlo.


    Bleke 3.png

    Accedí a su sugerencia, y sin demoras nos retiramos de la enfermería. El suave aroma de las sábanas y el ligero antiséptico suspendido en el aire fueron reemplazados por la amalgama de olores típica de los espacios comunes. Recorrimos los pasillos, me distraje en el paisaje de las ventanas y en el ir y venir de la gente. Ante su pedido, ejecuté un movimiento afirmativo y me quedé de pie mientras Hubert buscaba las bebidas. La presencia del cerezo palpitó a mi costado, insistente, y aunque me esforcé por obviarla, acabé cediendo al impulso de girar el rostro. Detallé sus colores pálidos bajo la luz radiante, los volví a trazar en mi mente, como si pretendiera dibujarlos flor por flor. Aún no sabía qué hacer.

    No tenía idea.

    Los sonidos de la expendedora me distrajeron y regresé los ojos a Hubert en cuanto finalizó su tarea. Atravesamos el espacio y pronto estuvimos fuera. El muchacho indicó una banca vacía, asentí y reanudamos la caminata. El apellido del autor que llevaba en mi mano brotó de sus labios y lo miré de soslayo, esperando que siguiera hablando. Me senté con movimientos serenos y reposé el libro a mi lado, sobre la madera.

    —Me di cuenta que no he incursionado hondamente en la literatura japonesa, por paradójico que sea, y me propuse cambiar eso —respondí de primera mano, repasando la portada con la yema de los dedos—. Mi prima es una fiel defensora del tradicionalismo nacional y de la tragedia griega. Murakami-sensei no fue bien acogido aquí, al menos no de primera mano. Lo criticaban por la simpleza de su prosa y por la "occidentalización" de sus obras. Ser un poco de aquí y un poco de allá, permitirse ser ambas sin excluyentes... Me pregunté qué clase de historias contaría alguien así. Si resonaría con sus letras. Que se tratara de Tokio blues fue una mera casualidad. Vi el lomo del libro en la biblioteca, sentí el impulso y lo agarré. Apenas me detuve a leer la sinopsis.

    Suspendí un breve silencio que empleé para respirar; al regresar los ojos a Hubert, esbocé una pequeña sonrisa. Aún quedaban pendientes mis impresiones de la historia, pero preferí preguntarle primero.

    —¿Te gustó? Sputnik, mi amor.
     
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    Zireael

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    Las palabras que usó, lo que luego explicó era un sombrero tejido, me hizo ladear la cabeza ligeramente pues previo a su aclaración por un momento me pregunté si era una sombrilla, un sombrero o alguna otra cosa que diera sombra, valga la redundancia. Con la duda resuelta me permití una sonrisa y pude hacerme una imagen mental.

    —Me gusta cómo se ven los sombreros de paja —comenté tomando la botella de agua para darle vueltas entre las manos, luego me llegó a la mente una pregunta—. ¿Tenías un lugar favorito en Hawáii?

    Ni idea, con lo de las estaciones y los recuerdos acabé haciendo una asociación un poco repentina de que lo mismo podía ocurrir con los espacios físicos. A veces ciertos lugares podían calmarnos por los recuerdos que conservábamos de ellos, ni más ni menos.

    Más tarde le brindé mi honestidad y ella recordó mis palabras, haciéndome reír por lo bajo y lo que dijo después de alguna forma me hizo sentir comprendida. Sabía que no era algo común, que estas ausencias no eran la norma, pero así eran las cosas. Luego del... evento, me había encerrado, aterrada, y ahora había vuelto a sentir un miedo muy similar. A pesar de ello no quería perder esto, mis años de instituto, y hacía lo mejor que podía.

    —Podemos compartir este año, nuestro año importante —apañé bajando la mirada a la botella. Sabía que era inconsistente e insoportable de a ratos, que si Jez seguía siendo mi amiga era porque, bueno, era Jez. Quizás también fuese codicioso, pero quería pensar que podía acercarme a Kaia y a Verónica, sobre todo ahora que Hattori se presentaba como una figura que parecía entender mejor el asunto—. Hace un tiempo hubo un campamento y luego un evento de los chicos del club de música, si hacen algo parecido podríamos ir juntas.

    Mi sugerencia por un instante quiso terminar ahogada en mi ansiedad, pero pude pausarla a tiempo y dejar la idea allí suspendida. Habría incluido a Shinomiya, pero el chico permanecía en su asunto y no me daba el impulso para tanto.

    Atendí a la respuesta de la muchacha, pero alcé las cejas al escuchar que su primo se había internado en el dojo y mis ojos buscaron el camino de piedra, pues recordé como yo misma me había encerrado allí en algún momento, empezando con el asunto de la esgrima. No era mi momento más brillante sin duda, pero era mejor que esto.

    —¿Te gustan las flores entonces? —pregunté junto a una risa al escuchar la historia de la niña—. ¿O se te dan bien los niños? ¿O ambas?

    La manera en que el recuerdo la alegró me inspiró algo de ternura, lo suficiente para sonreír, pero su mención al dojo me hizo suspirar y dejar la botella entre mis rodillas de nuevo para rascarme la nuca. Justo venía pensando en el asunto, pero no sabía si decirle algo a ella.

    —Mi embrollo con la escuela y demás me ha hecho dejarlo relegado, pero quisiera sondear con los interesados para ver si mantenemos los horarios anteriores o pensamos en uno nuevo. Antes entrenábamos temprano los martes y viernes, antes de clase, y la tarde de los sábados —expliqué con calma, pues tampoco tenía caso hacerme un lío por ello ahora—. No sé qué días prefieres tú y cuáles preferiría Yuta, puedes preguntarle o puedo buscarlo otro día en el dojo si ha estado yendo con tanta frecuencia. Como sea, supongo que luego de eso me gustaría juntarlos a todos... Preparar una pequeña reunión, no tanto para entrenar como tal, si no para que se conozcan. Habría que ver qué planea Vero, si pudiéramos hacer algo en conjunto con los de judo. Tal vez entonces pudieras ayudarnos a ambas, para preparar algunas cosas para los demás y tal.
     
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    Bruno TDF

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    Ocupé mi sitio en la banca haciendo gala de una calma similar, con los bentos reposando sobre mi regazo junto con el libro que había traído. Bleke dejó el suyo sobre la pulcra madera y, mientras veía sus dedos rozar la portada, atendí como era debido a lo que iba a contarme sobre su elección, que comenzaba con una intención de ahondar en los autores japoneses. Saberlo me llevó a elevar tranquilamente a sus ojos, ante los cuales realicé un asentimiento de cabeza que pretendió ser, de algún modo, comprensivo. Yo mismo me había atrapado en la lectura de autores occidentales durante mis primeras semanas en este país, hasta que paulatinamente me volqué más conscientemente en el objetivo de absorber la cultura japonesa desde su plano literario. Lo mío era una parte sustancial del intercambio estudiantil, pero lo de Bleke debía responder a algo mucho más grande, siendo que su familia llevaba asentada en Japón desde hace generaciones; al menos eso interpreté al escucharla nombrar la paradoja y su propuesta personal de cambio.

    La mención de su prima vibró en mi memoria imprevistamente, tal vez por un impulso de la curiosidad. Yo podía llegar a ser tan memorioso como observador, por lo que recordé que la había mencionado con anterioridad en el campamento, la noche que nos conocimos a la luz y calor de una fogata.

    La vez que cometimos nuestro descuido con Anna.

    Reprimí un suspiro mientras seguía escuchándola hablar sobre Murakami, cuyo contexto de alguna manera se asemejaba al nuestro. “Ser un poco de allí y un poco de allá”. Hubo otro asentimiento de mi parte, cuando me habló sobre la curiosidad que le provocó un autor atravesado por una realidad como esa. Su elección de Tokio blues fue ciertamente simple y de una naturaleza tan cotidiana como espontánea, lo que para mí enriqueció aún más su respuesta.

    En la pausa que se permitió para tomar aliento, nuestras miradas se encontraron una vez más y se sostuvieron en el breve silencio que se dibujó en nuestro espacio. Detallé un instante su pequeña sonrisa, antes de corresponderle con la mía, amable y serena como siempre.

    Medité ante su pregunta unos segundos, mientras comenzaba a desatar el nudo que sostenía la envoltura de los bentos. En mi otro costado había quedado mi libro. Finalmente, afirmé.

    —Es la historia de un triángulo emocional que, con el correr de las páginas, entra en un terreno donde dejan de existir los límites entre lo real y lo sobrenatural. Esto último fue lo que me resultó atrapante, y además invita a la reflexión —dije, mirando mis manos que no cesaban sus movimientos tranquilos—. El protagonista es el narrador, de quien desconocemos su nombre. Está enamorado de Sumire, una amiga suya algo excéntrica y amante de la literatura, que sueña con ser escritora; sin embargo, Sumire ama intensamente a la elegante y prestigiosa Myu, para quien trabaja como asistente personal; y aunque esta mujer se siente igualmente atraída, no puede corresponderle porque lleva bloqueada su capacidad afectiva, debido a un trauma.

    >>El punto central de la historia se abre cuando Sumire, tras un rechazo… desaparece en una isla griega. Y Myu llama al narrador, quien viaja de Japón para ayudar a buscarla.

    Un brisa suave cruzó a lo largo de la banca, meciendo los extremos de nuestros cabellos, al mismo tiempo que el nudo era liberado y las puntas del pañuelo caían en torno a mis piernas. Me giré hacia Bleke con sutileza.

    —En cierto punto, llega un momento en que el protagonista, al no hallar a Sumire, empieza a sospechar que ella ha cruzado a “otro mundo”. Bien puede ser un mundo metafísico, espiritual o de otra índole. Murakami lo ha dejado tan abierto, que invita a un sinfín de interpretaciones. En el medio, se tocan temas como la lucha con el deseo, el amor, la identidad y la soledad.

    Tomé uno de los bentos, junto con unos palillos cuidadosamente envueltos, para extenderlos hacia sus manos. Le sonreí.

    —Por cierto, quisiera hacer un pequeño paréntesis para preguntar —dije— Tu prima, ¿cómo se llama?
     
    Última edición: 20 Abril 2025 a las 7:42 PM
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    Gigi Blanche

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    ¿Un lugar favorito? Retrocedí la espalda, relajando el cuerpo, y me dispuse a pensar. Hubieron varias imágenes que acudieron a mi mente en paralelo, empujándose y sucediéndose entre sí. El sutil aroma a incienso cuando rasgaba las cuerdas de un shamisen; el sol besando mi piel en la terraza de la escuela, junto a la vibración lenta y profunda del erhu; el zumbido del silencio y las motas de polvo deslizándose entre los haces de luz, dentro del dojo; el bullicio a mi alrededor, la suavidad del colchón de césped bajo mis rodillas y el sabor del zumo de coco, esperando a las clases de la tarde con mis compañeras en el Kapiolani. Como había evocado recién, también, las caminatas junto a Yuta, enhebrar flores en su sombrero y atiborrarnos de sandía, meciendo los pies sobre el vacío del risco. El murmullo matutino de las olas. Nuestras risas en la quietud de la noche.

    —El faro de Lēʻahi —resolví finalmente, volviendo mi mirada a Laila—. O Diamond Head, quizá la conozcas por ese nombre. Es una toba volcánica que se alza contra la costa sur de Honolulu, como un inmenso cráter que hubiese perforado y hundido la cima de una montaña. El faro se construyó sobre una de sus laderas y está muy cerca de casa. Siempre me gustó mucho ir y detenerme a ver el océano desde allí.

    Las instalaciones eran propiedad gubernamental y solían estar cerradas al público, pero, al menos, ser parte de los Hattori me facilitaba esa clase de pequeños privilegios. Era un capricho, lisa y llanamente, de los pocos por los cuales me había atrevido a insistirle a mi padre y mi hermano.

    —Igual me gustaban muchos lugares —agregué, junto a una risa—. Oahu es una isla increíblemente hermosa. No recuerdo si te lo pregunté, ¿tú eres de aquí, Meyer-san? ¿Qué sitio elegirías?

    Desconocía cuánto se asemejaba mi experiencia a la suya, pero al menos desde la superficie parecía lo suficientemente cercana para sembrar esa leve sensación de familiaridad, de entendimiento. Me propuso compartir este año y habló de eventos que había oído ser mencionados entre los estudiantes. Me pregunté si ella habría asistido a ellos o conformarían parte de sus cuentas pendientes, y por ese motivo preferí no indagar. Se trataba de la promesa, no el arrepentimiento.

    —Me encantaría, Meyer-san —afirmé, mi sonrisa se ensanchó conforme asimilaba la idea y acabé riéndome apenas—. Me encantaría. ¿Sabes si hay planes en el horizonte? Aunque, bueno, falta muy poco para el receso de verano, es probable que no...

    Tras mencionarle a Yuta y el dojo, tracé el recorrido de sus ojos sin necesidad de voltearme y aproveché su instante de distracción para ojear a Shinomiya, quien aún se limitaba a comer en silencio. Sus preguntas posteriores me arrancaron una risa divertida.

    —¡Ambas! —convine, entusiasmada, y retrocedí un poco—. Bueno, o al menos eso creo, o al menos si me comparo con Yukkun. Pero las flores sí, me gustan muchísimo. No sé casi nada al respecto y tampoco sabría decir si las mantendría con vida, pero siempre me gustó verlas y olfatearlas. Como a todos, ¿no?

    El asunto del club parecía existir en su mente, o al menos me lo pareció por su gesto. La escuché y fui asintiendo conforme lo vi necesario hasta que pude responder.

    —Martes y viernes por la mañana suena bien, ahora andamos más holgados de tiempo —puntualicé, y noté la mirada de Shinomiya sobre mí—. Los sábados quizá sea más difícil porque solemos entrenar en casa o tener otras actividades. Siendo que comparten espacio ambos clubes podrían organizar una reunión conjunta, aunque ¿eso no involucraría mucha gente? Me refiero a, quizá, gente que esté en el club de judo pero no en el de esgrima, porque creo que al revés todos los miembros son compartidos. De cualquier modo, me parece bien armar una reunión de presentación. Podríamos definir un día para... ¿la semana que viene, tal vez? Y si lo prefieres, puedo encargarme de mencionárselo a Yuta.

    Yuta a veces era un poco impredecible y no estaba pasando por una buena época. Una parte de mí prefería reducir las posibilidades de que ofendiera a Laila de alguna manera, aún si la otra se esforzaba por sostenerse en la confianza que sentía hacia él.


    Bleke 3.png

    Mi pregunta indujo un momento de reflexión en Hubert, quien enfocó su atención en desenvolver los almuerzos y yo, entre tanto, paseé la vista desde su perfil y hacia sus manos. Era uno de sus rasgos característicos, el tomarse el tiempo de analizar y resolver sus pensamientos antes de verbalizarlos, sin importar lo cotidiano que fuera el interrogante. En su parsimonia y enfoque crítico se entretejía un muchacho que, a mis ojos, era sensato, prudente y amable. Su calma me calmaba, y nuestras conversaciones ponían el ruido en suspenso. No quería pensar nada más de la cuenta. No quería recordar el color de la sangre de Joey. Los eventos, sin embargo, se apilaban, retumbaban, fracturaban el hielo y yo me preguntaba si había egoísmo en este anhelo absurdo, si me correspondía disfrutar de la calma de Hubert sin temer a las consecuencias. Si lo tocaba, ¿lo mancharía? Si lo abrazaba, ¿lo fracturaría?

    Si lo besaba, ¿lo contagiaría?

    El pensamiento fue volátil, repentino, se entremezcló con los recuerdos de Joey y lo dejé correr. Mi mente estaba cansada, después de todo. Pronto, pude distraerme en la narración de Sputnik, mi amor y permanecí allí sin demasiado esfuerzo. Me habló de sentimientos no correspondidos, de emociones selladas, y de una desaparición. Los temas concretos que mencionó, al menos en su mayoría, concordaban con los ejes alrededor de los cuales también danzaba Tokio blues. Asentí, en señal de que lo había escuchado, y bajé los ojos al bento que me extendía. Su sonrisa siempre era amable, fue lo que pensé al estirar las manos y aceptar el almuerzo con cuidado. Si lo tocaba, ¿lo mancharía?

    Procuré no hacerlo.

    Deposité la caja sobre mi regazo y volví a sus ojos.

    Blee.

    —Ophelia —respondí sin contratiempos—. Es un año menor que nosotros. Asiste aquí, al Sakura, de hecho.

    Ophelia podría estar muerta ahora mismo.

    Por un ínfimo segundo dudé si utilizar el presente o el pasado, y sentí genuina aversión hacia mí misma. Pasé saliva, respiré y apoyé la yema de los dedos sobre la tapa del bento. No lo abriría hasta que él no lo hiciera, y tampoco encontré la forma de hablarle sobre Tokio blues. No pude.

    —El amor y la soledad —retomé de sus palabras, deslizando la mirada a sus ojos—. ¿Crees que seamos demasiado pequeños para comprenderlos?
     
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  20.  
    Zireael

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    Laila2.png

    Había algo refrescante en la manera en que Kaia se tomaba el tiempo para pensar la respuesta a esa pregunta, como lo hubo en la conclusión de que lo importante no eran las estaciones si no los recuerdos, y se me ocurrió que era la simple certeza de que estaba rememorando buenos momentos. Cuando el mundo que yo observaba lucía tan manchado de miedo y carente de luz, ver que alguien podía recordar cosas buenas era a su vez un empujón para buscar mis propios buenos momentos y olvidar el incidente que había derribado todas mis piezas mentales una vez más.

    Atendí a su respuesta y lo de Diamond Head me quiso sonar, pero también era cierto que no conocía gran cosa de Hawáii. Pudiera hacer la imagen mental correcta o no, su descripción me ayudó y la idea de poder mirar el océano desde un faro me resultó agradable. Me gustaba el azul del mar y cómo podía lucir infinito, como un reflejo del cielo.

    —Igual estos paisajes volcánicos de Hawáii deben ser super imponentes —acoté junto a una risa ligera—. Suena muy bonito poder ver el mar desde un faro, además.

    Sonreí al oírla decir que le gustaban muchos lugares e iba a pedirle que me hablara más de la isla, pero ella hizo la pregunta y negué con la cabeza suavemente. Recordaba haber hablado un poco al respecto en casa de Shinomiya, así que el pobre hombre oiría lo mismo dos veces, pero con los Hattori no había llegado a mencionarlo. Sumado a eso su pregunta de qué sitio elegiría me puso a pensar y acabé llegando a recuerdos puntuales también. Había sido el impulso de Richard lo que me hizo encontrar la esgrima y todo lo posterior, por mucho que los recuerdos se hubiesen manchado allí había encontrado una de mis mejores versiones.

    Donde no era frágil ni amenazaba con romperme.

    —Nací en Alemania, pero mi padre migró conmigo cuando era todavía muy pequeña y no recuerdo casi nada de allá, incluso el idioma lo manejo un poco chueco. Es casi como si hubiese nacido aquí —contesté y al saber qué respondería a la otra pregunta tuve que tragarme una risa—. El sitio que yo elegiría es un dojo escondido entre los edificios cercanos al parque Shiba, en Minato. No hay grandes paisajes bonitos más allá de que si sales y caminas un poco acabas en el parque, pero mi hermano mayor me llevó allí para ver una demostración de esgrima y luego empecé el entrenamiento formal, él siempre iba y me esperaba fuera, luego íbamos a comer algo. Al final acabé dándole prioridad al entrenamiento del club de la escuela, pero de vez en cuando regreso al dojo de Minato. El espacio me ayuda a centrarme incluso si no soy yo quien lo utiliza.

    No había formado amistades como tal con las personas que entrenaban allí, una buena parte eran un poco mayores que yo, pero había aprendido de ellas. Quizás la respuesta a mis inquietudes ya no estuviera en el dojo del Sakura, sino de regreso en el de Minato y era hora de volver a visitarlo. Haberlo recordado tal vez fuese la señal que necesitaba.

    Poco después le extendí la suerte de invitación y ella accedió, haciendo que mi sonrisa se suavizara. Con todo, el gesto se disipó al darme cuenta que no tenía información sobre algún evento cercano y me desinflé los pulmones un poco decepcionada.

    —Creo que tendremos que esperar, de momento no tengo noticias de nada. Eso o nos inventamos nosotras el evento, claro —dije finalmente junto a una risilla.

    La respuesta a mi seguida de preguntas me hizo reír una vez más y supuse que sí, que era claro que eran ambas cosas. Encima el pobre Yuta salió rascando, obvio que el chico no tenía cara de ser el más dulce del mundo con los niños ni nada, mucho menos si lo comparábamos con Kaia que era tan amable y llevadera, pero me hizo gracia de todas maneras.

    —Una vez cuidé un cactus y se murió, fue muy triste. Dudo mucho poder mantener vivas unas flores que son más delicadas —añadí y relajé la espalda—. Pero son hermosas, obvio. Podríamos hacer flores de papel para el dojo... aunque a saber si le gustan a Yuta.

    La idea de todas formas me resultó algo simpática incluso si rompía con la suerte de solemnidad del espacio, pero no era algo que fuese a hacer de todas maneras, sólo se me ocurrió. En su defecto, Kaia me escuchó y me respondió, ante lo que hice notas mentales de sus horarios disponibles o más accesibles sin notar los intercambios de mirada entre ella y Shinomiya. Traté, además, de mapear los integrantes compartidos entre los clubes y los que no, pero eso tendría que preguntárselo a Vero de nuevo.

    —Puede que sí sea mucha gente. Tengo problemas todavía con la logística de estas cosas, no estaba en mis planes que el club quedara en mi jurisdicción —reflexioné luego de un suspiro. Si tanto trabajo me significaba habría podido dejarlo morir, sin más, pero me negaba, ¿cierto? Era casi necio de mi parte—, pero definir un día quizás sería de ayuda. Poner una meta cercana en el tiempo sirve de impulso para iniciar el resto de planificaciones, pensarlo para la próxima semana no suena mal.

    Tomé aire después, todavía debatiéndome si hablar con su primo yo misma, pero no era que tuviera que tener muchas luces para suponer algunas cosas. Al final asentí ligeramente con la cabeza.

    —Hazle saber a Yuta, por favor.


    por aquello de que este fuese mi último post, me sanó mucho el alma leer a Kaia bb a pesar de todo el DESASTRE que hay tras bambalinas JAJAJA y Kou comiéndose la conversación también me hizo gracia, así que nada, lo disfruté uvu

    ponele que fue un cierre, i did my best aaa
     
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