Kohaku siguió montado en el teatro de hacerse el desentendido como todo un campeón, pues ante el comentario que hice en su dirección se hizo el sorprendido, como si no se creyera que le estuviera hablando directamente a él, y después soltó tan pancho que no había que juzgar los cuerpos ajenos, lo que por supuesto me hizo rodar los ojos en un claro gesto irónico. ¿Y esa sonrisa de inocente? Pure bullshit, let me tell you. ¡Pero bueno! Yo lo había intentado, así que más valía que nadie viniera luego a decirme que excluía a los demás de mis charlas... En cuanto al albino, me permitió invadir su espacio sin oponer ninguna resistencia y, de hecho, no tardó ni un segundo en aprovechar dicha cercanía. Fue imposible no ser consciente del recorrido que su mirada hizo a lo largo de mi cuerpo, no solo porque lo estuviera viendo delante de mis narices, si no porque también mi cuerpo reaccionó por si solo ante el paseo en cuestión. Aun así, las punzadas de calor que sentí con aquello no fueron nada en comparación a la oleada que me asoló cuando me agarró de la muñeca de manera tan repentina. El gesto me pilló desprevenida, pues hasta entonces había puesto toda mi atención en su respuesta a lo de la pelea, y aunque inicialmente di un pequeño respingo por la sorpresa, no hice ningún amago por separarme tras asimilarlo. —¿Debería estar escandalizada? —cuestioné, ladeando apenas la cabeza en el proceso, y me sonreí al ver dónde se centraba su mirada justo después. Estábamos tan jodidamente cerca el uno del otro que ni siquiera necesité moverme demasiado para poder hablarle cerca del oído; de hecho, solo tuve que girar un poco más la cabeza hacia un lado para acabar rozando el lóbulo de su oreja con mis labios. El resto de mi cuerpo también acabó en contacto con el suyo, tanto que tuve que apoyar la mano que me había quedado libre en el escritorio a sus espaldas, y al hacerlo, estiré los dedos para acariciar con suavidad piel de su propia mano. >>Y si te digo que me pone mucho imaginarte en esa situación, ¿te escandalizarías tú? —añadí en un susurro, arrastrando un poco las palabras a medida que las caricias de mi mano subían por su brazo. El hecho de que Kohaku estuviera comiéndose el espectáculo en primera fila, honestamente, solo conseguía echarle más leña al fuego.
El vistazo a sus labios había sido absolutamente intencional, afiancé con suma paciencia los dedos en torno a su muñeca, como una serpiente, y regresé a sus ojos. Devolverme la pregunta tenía que ser la opción más aburrida de todas, por lo que pestañeé e imité el movimiento de su cabeza, sin decir una sola palabra. Podía hacerlo mejor, ¿verdad? Ella se inclinó, la sentí presionarse contra mi cuerpo aquí y allá, y la sonrisa me descubrió la dentadura lejos de sus ojos. Una sacudida de energía me recorrió la espalda, cosquilleó y disfruté la estupidez como un hijo de puta. El aliento contra mi oreja, la suavidad de sus pechos, el aroma liviano en su cabello y las caricias que comenzaba a repartir por mi brazo. Había bajado su otra mano, esa que aún no le soltaba, y de pura manía colé los dedos dentro del puño de su camisa. Era una cabrona más horny que la putísima mierda que siquiera me conocía, pero ¿de qué iba a quejarme yo? Su declaración fue tan abierta y osada que me arrancó una risa nasal y le eché un vistazo al tío de la camilla. Por mis huevos estaba tan pegado al móvil como quería aparentar. —¿Planeas seguir comiéndote el show, niño bonito? —busqué saber, soltando la muñeca de Alisha para enredarme a su cintura, impidiéndole despegarse o darse la vuelta. —¿Planean seguir montándolo? —respondió, tranquilo, y tras mirarme señaló la cámara de la esquina—. No seré yo quien les arruine la diversión, pero... Tenía su punto, suponía, tampoco estaba tan ido o puesto como para regalarle un espectáculo de verdad. Solté el aire por la nariz, presioné los dedos contra el cuerpo de Welsh y las hebras doradas me cosquillearon la mejilla al acercarme a su oreja. —Seguro conoces un lugar o dos aquí adentro para mostrármelo. —Me mordí el labio, tragándome el impulso acuciante de hundirme en su cuello, y la apreté con aún más fuerza, suavizando el tono adrede—. No vas a decepcionarme, ¿cierto, linda?
La naturaleza espontánea del encuentro en los casilleros fue lo que quizá necesité para amortiguar las olas de la mente. Entre los inesperados gestos de la tímida Beatriz y las respuestas de Morgan, tan enigmáticas e interesantes; conseguí no pensar en exceso en la noticia del periódico, que de todas formas permaneció orbitando a mi alrededor. Si bien no me distraje en absoluto durante de las clases, el incidente de Jenkin continuaba presente, un lejano ruido de fondo. Pues había aquí una incómoda coincidencia que conectaba, como un fantasma, con el plan que había organizado para este receso. Ante el sonido de la campana que anunció su comienzo, de entre mis pertenencias saqué primero un libro y luego… Dos bentos que, encimados, se hallaban envueltos por un pañuelo blanco y pulcro. Eran los mismos del almuerzo con Verónica y Jezebel: ovalados, de una madera oscura que brillaba sutilmente, confiriéndoles un aspecto ciertamente elegante. Como era habitual, contenía alimentos que había cocinado yo mismo. Vale recalcar que en esta oportunidad le había puesto un empeño adicional a la preparación, motivado por el hecho de que uno de estos bentos estaba destinado a otra persona. Ella no estaba al tanto, y yo era consciente de que estaba tomando algunos riesgos al no avisarle. Aún así, no vi por qué no seguir mi ocurrencia de darle una sorpresa a Bleke. No obstante, creí que el plan se anularía por completo cuando, al asomarme en el salón 2-2, noté inmediatamente su ausencia. Como había salido al pasillo con cierta velocidad, acompañando los primeros repiqueteos de la campana, era improbable que ella se hubiese retirado antes… salvo que se hallara ausente por la situación de los Middel. Fruncí el ceño, contrariado por el resurgir de mi creciente preocupación, al no tener en claro cuán afectada podría haber quedado por lo de Jenkin, a pesar de que no parecían mantener un trato especialmente ameno. Me negué a sopesar posibilidades, pues me había negado a anticiparme demasiado con los razonamientos. En su lugar, opté por preguntarle a Kashya si la había visto. La chica me respondió con una sola palabra. Enfermería. Aunque su respuesta confirmó la asistencia de Bleke el día de hoy, no contribuyó a tranquilizarme. Tras agradecer a Kashya por la información, bajé por las escaleras sin prisas, pero con ninguna intención de detener el recorrido hacia mi destino. Abrí la puerta de la enfermería, silenciosa y delicadamente. Fui recibido por la predominancia del blanco; en sus paredes, en las cortinas y en las sábanas de las camas. Parecían brillar, tenues, bajo el agradable resplandor del día que atravesaba la ventana. Un se hallaba abierta apenas unos centímetros, y las cortinas se mecían con el paso de alguna brisa escasa. La tela de una danzaba junto a la cama cercana… sobre la que reposaba Bleke. Permanecía quieta. Fui ajeno al suspiro que abandonó mi pecho, mientras aproximaba a la cama para rodearla por un costado. Con todo, a pesar de las incógnitas que me atravesaban… una pequeña sonrisa se me escapó al notar un libro abierto reposando en su pecho, bajo su rostro durmiente. Tokio Blues, de Haruki Murakami. Los dedos de Bleke lo aferraban suavemente. No dejaba ir su lectura, aunque el sueño le hubiese ganado la pulseada. Pensé en lo típico que era de su parte y cuánto nos había acercado esto: el gusto por los libros. Llevaba en mi mano uno, el que había sacado junto con los bentos. Llevábamos un tiempo leyendo juntos, y puede que el almuerzo casero le diese un toque distintivo a esta rutina. Sus ojos permanecían cerrados, su rostro calmo. Me debatí internamente qué correspondía hacer a continuación. Despertarla, desde luego, no era una opción, y mi sentido común dictaba que lo mejor sería retirarme. Era lo que correspondía, suponía, en pos de respetar su privacidad. Al mismo tiempo, me negaba a la idea. Las letras del periódico, negras y frías, se deslizaban ante mis ojos. Estaba preocupado desde horas muy tempranas y necesitaba ver con mis propios ojos si Bleke se encontraba bien. Esto no anulaba mi intención inicial de invitarla a almorzar y pasar rato ameno en algún lugar del exterior, mas todo se mezclaba sin que lo quisiera. Pero… era una actitud lógica, eso quería creer. A Jenkin le había dicho que era mi amiga. Velar por ella también era lo correcto. Decidí finalmente que la esperaría. Junto a la cama había una silla, la cual acomodé contra la pared sin hacer ruido. La ubiqué a una respetuosa distancia de Bleke, dejé los bentos entre mis pies y sobre una rodilla abrí el libro que había traído. Antes de volcar mi atención en el mismo, eché un último vistazo a la chica, al perfil de su rostro. Contenido oculto Gigi Blanche asdfgh
La sensación fue repentina, como asomar la cabeza fuera del agua. Abrí los ojos, volví a respirar, advertí la superficie plástica bajo la yema de mis dedos y parpadeé. Una, dos, tres veces. Por la apertura de la ventana se deslizaba un aroma tibio, floral, y la luz del espacio incidió con más violencia de la que habría querido. Blanco. Todo era blanco y estaba cansada del blanco. Apreté los párpados, algo ardió y empecé a removerme. Sentía el cuerpo pesado y agarrotado, y las imágenes se sucedieron y no quise recordarlas. No quería que nada de esta pesadilla ni de la anterior me perteneciera. Pero ¿era codicioso de mi parte pretender descansar? ¿Incluso ese era un derecho que le negábamos al resto? Me estaban contagiando, podía sentirlo. Y no quería afrontarlo. Un ligero quejido captó mi atención y volví a abrir los ojos, virando el rostro a mi costado. No fui capaz de filtrar a tiempo la sorpresa que sentí al encontrar a Hubert allí sentado, con un libro en su regazo. El desconcierto ayudó a espabilarme, a silenciarme también, y busqué algún reloj por mero instinto. Me había dormido, ¿cierto? ¿Qué hora sería? ¿Habría perdido más clases de las que planeaba? Aunque, si él estaba allí... Sí. Era el receso. Dejé caer el móvil junto a mis piernas y erguí la espalda lentamente, rascándome un ojo. Seguía cansada. Al separar la mano de mi rostro, la observé brevemente y la deposité encima de la colcha. En la otra aún sostenía mi propio libro, con el pulgar marcando la página donde siquiera recordaba haberme dormido. —Lo siento. —¿Por qué me disculpaba, para empezar? Busqué sus ojos y le concedí una pequeña sonrisa, carraspeando la garganta al notar mi voz algo rasposa—. Parece que me dormí sin querer. ¿Qué haces aquí, Mattsson-kun? Contenido oculto *gritito*
La brisa no cesaba en sus caricias a las cortinas, que se mecían sin descanso al son del silencio que levitaba entre los muros de la enfermería; a veces el aire conseguía traspasarlas para darme toques ligeros en la mejilla. Del otro lado de la puerta provenían los murmullos de quienes habían salido al receso, pero se oían muy tenuemente, como lejanos. El único sonido que destacaba en el espacio, era de las páginas de mi libro al ser pasadas con la delicadeza y respeto que merecían. El papel emitía un ligero quejido que irrumpía en esta extraña paz, y susurraba bajo mi dedo cuando lo pasaba, atentamente, bajo las palabras que iba leyendo. No había estimado que pasaría mucho tiempo hasta el despertar de Bleke. Y, justamente, fue tras el quejido de la segunda o tercera página que esto sucedió. En cuanto a mí, había acomodado la silla de un modo tal, que no me encontraba enfrentado a la cama. Aún así pude detectar sus movimientos por el rabillo del ojo, algo que fue más bien involuntario. Cerré el libro con calma al detectar el celeste oscuro recayendo sobre mi figura, aunque no quise girarme inmediatamente porque, al mismo tiempo, me pareció reconocer un indicio de sorpresa en su semblante; no estuve del todo seguro de esto porque la veía de soslayo apenas, pero era la posibilidad más lógica. Algo de culpa brotó en el fuero interno, de nuevo inquieto por la idea de estar siendo invasivo. Le di unos segundos para regularse, esperanzado de compensar así mi inesperado acto de aparición, y entonces sí me volteé cuando se irguió en la cama. Bleke se frotaba un ojo y, al observarla, no me dio la impresión de que hubiese descansado lo suficiente. Reprimí el impulso de suspirar, erradiqué las inquietudes hasta la zona más recóndita de mi cabeza y, en su lugar, le otorgué una sonrisa tranquilizadora apenas escuché su disculpa, que había sido más bien desconcertante e innecesaria. Ella me sonrió a su vez, con lo que me permití cierta cuota de alivio al sentirme bien recibido. Quiso saber qué hacía aquí, como correspondía a tan confusa situación. —Fui a buscarte a tu salón y, al no verte, le pregunté a Kashya. Me enteré por ella que te encontrabas aquí —dije, acariciándome la mejilla con un índice—. Admito que me he preocupado un poco. Si sonaba exagerado, no tenía la energía para darle la suficiente importancia. Sólo yo conocía el origen de esta inquietud, y no podía decirla abiertamente. Y era un sentimiento genuino, de alguien que valoraba a otra persona. Me puse de pie con movimientos calmos. A fin de evitar tropiezos, tomé los bentos que hasta entonces había dejado entre mis pies, para ubicarlos sobre la silla junto con mi libro. Di un paso hacia Bleke, siempre guardando respeto en lo que a distancia se refería. La miré a los ojos. —¿Cómo te encuentras? —pregunté; y acto seguido añadí, con una sonrisa serena— ¿Necesitas descansar un poco más?
Recibí la respuesta de Hubert sin modificar sustancialmente mi semblante; si acaso elevé las cejas unos pocos centímetros y luego, al exhalar por la nariz, relajé las facciones. Rascó su mejilla en un gesto que había aprendido a asociar con él, era el atisbo de bochorno o incomodidad cuando una situación, cualesquiera los motivos, lo dejaba en una posición indeseada. Supuse que le habría generado conflicto el tener que buscarme aquí, ya no sólo por la preocupación, sino al encontrarme dormida. ¿Habría considerado prudente marcharse? Había permanecido, sin embargo. Permaneció sentado a mi lado y la idea sopló una sensación ambigua contra mi cara. —Lo lamento —volví a disculparme, y me esmeré en dedicarle una sonrisa algo más amplia—. Amanecí con una jaqueca y me costó concentrarme en las clases. Ayer no dormí bien. Había luchado contra mí misma hasta que me supe incapaz de seguir el hilo de las lecciones, los oídos se me embotaban y la vista me pesaba. Retirarme a la enfermería me significó una derrota, aún a sabiendas de que era tonto y necio verlo así. Con todo, permitirme descansar me alivió. La serenidad de la enfermería, la brisa tibia me arroparon, y tras algunas horas rebotando entre el sueño y la vigilia, me dispuse a leer un poco. Al bajar la vista, acomodar el señalador y cerrar el libro, descubrí que había avanzado escasas páginas. Mi respuesta pretendió ser un atenuante, una justificación de por qué no debía preocuparse. Sólo era un dolor de cabeza y una noche de mal sueño, después de todo. Seguí sus movimientos sin concederle mayor pensamiento ni tener otro lugar donde abocar mi atención. Noté así los almuerzos que descansaban en el piso, entre sus pies, y la sensación extraña de antes recrudeció. El soplido se transformó en un ligero vendaval. Hasta ahora había permanecido en la creencia de que decidió aguardar pues necesitaba algo concreto de mí, pero quizá... Parpadeé y alcé la mirada a sus ojos cuando avanzó, pues me había detenido en la comida y su libro. Era nimio e inconsecuente, un detalle frágil que el tiempo arrastraría como el viento a los granos de arena. No tenía que significar nada y tal vez por eso me desconcertaba. ¿Hubert quería almorzar conmigo? ¿Por qué? Su pregunta forzó una breve introspección sobre mí. Agaché la vista un instante, enfocándome en las sensaciones. Mi cuerpo se percibía liviano, o al menos no muy pesado, y la jaqueca se había disipado. Alcé una mano, la hundí entre mi cabello y rocé con ligereza la protuberancia, pequeña, del golpe de ayer. Ya no palpitaba. —Estoy mejor —afirmé, regresando ambas manos a mi regazo, sobre la colcha, y comprendí que sus interrogantes nacían de la inquietud y la preocupación; la idea me dibujó lentamente una sonrisa en los labios y a la misma velocidad pestañeé, meneando la cabeza—. No, descuida. Igual debería aprovechar el receso para comer algo. Mis ojos se desviaron un instante a los bentos y regresaron a él. No vi problema o conflicto alguno en hacer la pregunta, así como no me habría ofendido ni molestado de recibir una negativa. —¿Me buscabas para que almorzáramos juntos, Mattsson-kun? Por qué, seguía preguntándome. Tal vez necesitara hablar algo conmigo y hubiera visto acorde organizar una comida que enmarcara la conversación. Era protocolo y etiqueta básica. De cualquier forma, no podía recibirlo desde una cama en la enfermería. Recogí el libro en una mano, y con la otra abrí las sábanas. Recogí las piernas, me desprendí de su abrigo y giré el cuerpo para sentarme al borde del colchón y enfrentarlo directamente.
Me apenó recibir una nueva disculpa de su parte, si bien ésta tuvo más sentido porque implicaba una respuesta a la preocupación que había admitido. No había sido mi intención poner que Bleke se pusiera a sí misma en la posición de pedir perdón; por lo mismo, volví a cuestionar la decisión de permanecer a su lado mientras dormía. Debía estar confundida por los resabios del sueño y… quién sabe si por lo que pudo haber pasado en la mansión de los Middel. Su explicación fue que había amanecido con una jaqueca que, además de dificultar su desempeño en clases, a su vez afectó su noche de descanso. Su sonrisa se había ampliado ligeramente, supuse que en un intento por tranquilizarme que, pese a todo, aprecié con gratitud. Si su explicación me convencía, no podía afirmarlo con certeza. Las dudas se removían, las inquietudes, se revolvían al fondo de mi mente, criaturas agazapadas que esperaban su oportunidad de arremeter. Di entonces el paso al frente. A simple vista pasaba por un acercamiento sencillo, y las reales implicancias pasaban por completo desapercibidas: quizá, en esta pequeña acción quise reafirmar ante mí mismo la decisión de haberme quedado aquí, aun desconociendo si Bleke deseaba permanecer a solas, si necesitaba procesar algunas cuestiones. En ese sentido, lo que le dije a continuación fluyó por un cauce similar. Pregunté cómo se encontraba aludiendo a su estado físico, que genuinamente me preocupaba; pero, al mismo tiempo, el interrogante iba más allá de éste espacio, buscó tantear hilos más profundos, obtener de ellos alguna señal que me permitiese corroborar qué tan bien se encontraba Bleke. Ella agachó la cabeza un momento y, por mi parte, seguí con detenimiento la mano que detuvo entre sus cabellos. Llegué a creer que la jaqueca persistía, hasta que noté que sus labios volvían a estirarse en una sonrisa, que fue tan lenta como su parpadeo. La mía se amplió sutilmente al oír su resolución de aprovechar el receso para almorzar. Ya había dormido, así que una buena comida le permitiría recobrar una buena cuota de energías para las clases de la tarde. Como se hallaba mirando los bentos, recibí sus ojos junto con su pregunta. Me detuve por un instante en el hecho de que, a estas alturas, continuaba dirigiéndose a mí por el apellido, pero consideré prudente guardar cualquier comentario en un momento como éste, con tantas cuestiones de fondo. En cambio, asentí en respuesta, mientras la veía recoger la sábana y su libro. —Puede que yo deba disculparme ahora —dije, mi sonrisa sosteniéndose con la calma de siempre—, ya que bien pude haberte avisado de esto. Me giré, para recuperar los bentos por el nudo del pañuelo que los rodeaba con prolijidad. En mi otra mano permaneció el libro que había traído, pero fueron los almuerzos lo que enseñé más de cerca. —No es sólo almorzar juntos: vine a invitarte —expliqué—. Traje algo para los dos. Me animo a decir que, con esto, regresarás del receso con energías por completo renovadas. Lo último lo añadí con un muy ligero tono de broma, que ayudase a alivianar el ambiente para ambos. No era una humorada con todas las de la ley, sin embargo. Me guardé el detalle de que los almuerzos los había cocinado yo para cuando llegara el momento de destaparlos en la tranquilidad de algún sitio despejado. Quería pensar que, si mi elaboración le hacía sentir ligeramente mejor, algo habría conseguido en mi intención de velar por ella. Una ayuda silenciosa, por muy mínima que fuese.
El hecho de que hubiera traído los almuerzos preparados de su casa denotaba una planificación que, como mínimo, se extendía a ayer. Comprendía, por ende, el origen de sus disculpas. Pensé que no eran necesarias, que mi visita a la enfermería era un incidente atípico y todo podía resumirse en una desafortunada coincidencia. Al final del día no era relevante. —Lo importante es que me encontraste —advertí, pretendiendo hacer una pequeña broma, y mi sonrisa se ensanchó un poco—. Y que yo me desperté a tiempo. Ya estaba sentada al borde de la cama cuando suspendió el envoltorio de los almuerzos entre nosotros. Me mantuve en sus ojos, capté el tinte jocoso de su última apreciación y, con movimientos cautelosos, me puse en pie. No era que temiera descompensarme, sólo por conservar una mínima precaución. Dejé mi libro en la mesilla y me dispuse a estirar las sábanas para dejar todo como lo había encontrado. —Suena bien —le respondí mientras tanto—. ¿Adónde preferirías que vayamos? Una vez acabé mi tarea, volví a tomar mi libro y avancé hasta detenerme frente a Hubert. Consumí la distancia que él había respetado, tal vez porque no la vi necesaria, y le eché un nuevo vistazo al pañuelo que pendía de su mano. Imágenes, recuerdos intentaron aferrarse con garras hirientes, pero no se los permití. Según recordaba, Hubert estaba en Japón por un intercambio y vivía solo, ¿verdad? Los tenía que haber preparado él mismo. —Con gusto acepto la invitación —afirmé tras regresar a sus ojos. Contenido oculto los podés llevar adonde te diga el corazón
—¡Ay, Thi! Ten más cuidado, por favor... —me quejé, arrugando la nariz ante el contacto frío de la pomada y haciendo que, en consecuencia, el rostro me doliera todavía más. —Lo siento, Ri, es que te has quemado muy fuerte... Bueno, las cosas estaban así. Me daba vergüenza admitirlo, pero mi (no tan) pequeño berrinche por ver a Kou con dos chicas me llevó a quedarme bajo el sol durante todo el receso y, como buena japonesa que era, mi pobre piel sufrió todas las consecuencias. ¡Me había quemado tanto! Estaba roja como un tomate y encima dolía un montón... me daban ganas de llorar cada vez que tenía que hablar o quería reírme por algo. Thi me había llevado directo a la enfermería en cuanto llegamos a la academia, sentándome en el borde de una camilla mientras ella abría cajones en busca de una crema after sun que me aliviara un poco toda aquella rojez; consiguió encontrarla con relativa rapidez y se sentó a mi lado para aplicármela. La dejé hacer sin oponerme demasiado, aunque cuando terminó con la tarea, no pude evitar hacer un mohín con los labios al notar que se quedaba mirándome un buen rato. —¿Qué pasa...? —pregunté, de repente sintiéndome un poco nerviosa con el asunto. —Ri, ¿no te parece que es un poco injusto tener celos de Shinomiya-san cuando tú también te ves con otras personas? Quizás debía agradecer que tuviera la cara quemada de por sí, porque el sonrojo que me alcanzó tras la acusación de Alethea bien podía haberme dejado del mismo tono en cualquier otra situación más normal. —N-no estoy celosa por Kou... —farfullé, cruzándome de brazos con cierto aire de orgullo—. ¡Puede hacer lo que le da la gana! ¡Por mí como si se monta una orgía en su piscina! Lo único que le pido es un poco de respeto y que no lo haga delante de mis narices. ¡No es tan difícil! —Pero Ri... estaba en el patio y ni siquiera sabía que tú estabas ahí. Dudo que lo hubiera hecho a propósito... eso contando con que de verdad hubiera estado en una cita, como tú dices. —¡Thi! ¿Tú de parte de quién estás? ¡No me gusta nada tu actitud! —No estoy de parte de nadie, es solo que... —¡No, no! —la interrumpí, subiéndome a la cama de rodillas para apuntarla con un dedo acusador—. ¡Es que no me parece justo que me estés juzgando cuando tú ni siquiera te atreves a admitir que te gusta Atkinson! ¡N-no sabes de lo que hablas! Estaba demasiado nerviosa como para filtrar bien lo que decía, eso era evidente, pero... no tenía excusa, ¿verdad? Me arrepentí al instante de soltar la acusación, pero el daño ya estaba hecho y Alethea ya se había levantado de la camilla, sin decir ni una palabra. Me extendió la crema que había estado usando y me miró con los ojos ligeramente entornados, en una expresión más bien preocupada y no tanto de enfado. —Ri, sabes que te quiero, ¿verdad? Pero que hayas estado con más personas que yo no te hace saber más sobre sentimientos. Cuídate bien la quemadura, ¿sí? Se inclinó para dejarme un beso de nada sobre la coronilla y justo después salió de la enfermería, con la misma calma con la que lo hacía todo. Sabiéndome sola en la estancia, resoplé con cierta fuerza y me dejé caer sobre el colchón con pesadez. Sabía que tenía razón y solo quería lo mejor para mí, pero... ¡era demasiado complicado! O eso pretendía creer, al menos. No quería sentir celos de Kou, por eso lo negaba con tanta vehemencia, y la simple realidad detrás de ello era que no quería que me hiciera daño. Si admitía que Kou me importaba y decidía dejarme de lado como los demás... ¿cómo iba a superarlo?
Nuestro recorrido nos escupió en el primer piso cuando vi a Ethans, de mi clase, salir de la enfermería. La chica no reparó en nuestra presencia en absoluto, de por sí no tenía por qué, y yo me valí de la ventana para detenerme y seguirla con los ojos brevemente. Kaia me miró, expectante, y al bajar la vista a ella le dediqué una pequeña sonrisa. —Ve subiendo. Tengo que hacer algo. No esperé ningún tipo de respuesta, giré los talones y avancé por el pasillo tranquilo, casi con pereza, como quien no quiere la cosa. Le eché un vistazo al cartel, a la puerta cerrada, y quité la mano derecha del bolsillo para girar el pomo. No me tomó más de un vistazo notar que había alguien dentro y estuve por descartar mis planes hasta que asocié el escupitajo rosado derretido en una de las camas con la cabellera de Riamu. Bueno, eso cambiaba las cosas, ¿no? Ingresé al espacio, cerrando la puerta detrás de mí. Con ambas manos de vuelta en sus bolsillos, avancé y le eché otro vistazo casual al mueble de gavetas donde guardaban los medicamentos. Mi intención no habría sido dedicarle más que una ojeada fugaz a la chica, pero apenas advertí el tono de su piel giré el cuello y todo el cuerpo en su dirección, arrugando el ceño. Parecía... —Te ves ridícula —le solté sin más, con una mueca entre burlona y divertida, y me acerqué a su cama para inclinarme; mi silueta proyectó una sombra sobre ella y mi sonrisa se ensanchó—. Ahora sí pareces konpecchi, pero de fresa. O tomate. ¿Te dormiste en la cama solar, Konpecchi? Contenido oculto entre seguir estudiando y caerle a Ri-chan antes de mimir decidí ser feliz
Si me plantaba con estas pintas ante Shinzo-sensei, ¿me dejaría saltarme el resto de las clases? Sabía que no tenía nada tan grave, pero se estaba tan bien tumbada en la camita... y justo mi tutor no iría a poner demasiadas quejas si le ponía ojitos de cachorrito, ¿verdad? Estaba empezando a planteármelo muy seriamente cuando, de repente, la puerta de la enfermería se abrió y me sacó por completo de mi debate mental. No pensé en darle demasiada importancia, asumiendo que sería algún alumno que también quisiera echarse una siesta o buscara alguna clase de medicamento, pero por supuesto que yo no iba a tener aquella suerte... El que entró fue Yuta, quien claramente no entendía lo que era ser oportuno, y antes de poder darme cuenta, ya tenía su cara cerniéndose sobre la mía. El comentario que soltó me hizo fruncir el ceño, siendo su desfachatez tan grande que hasta pude ignorar el dolor con tal de acentuar mi expresión de evidente molestia. —Tú te ves ridículo todos los días y nadie te dice nada —espeté al instante de escucharlo, inflando las mejillas en una mueca que solo pretendió remarcar mi humor. A su pregunta tonta no le contesté nada, claro. En su lugar entrecerré los ojos, dedicándole una mirada que quiso transmitirle todas las cosas feas que me hubiera gustado soltarle en respuesta, y al segundo dejé salir un 'hmpf' mientras me giraba para darle la espalda, cruzándome de brazos en el proceso. >>Espero que no hayas venido expresamente a molestarme... ¿o acaso eres un acosador que anda persiguiéndome? —me quejé, sin moverme de mi posición; lo único que hice fue mirarlo de reojo (con disimulo) a la espera de su respuesta. Contenido oculto yo creo que tomaste una decisión muy sabia u///u
Mi únicamente honesta observación le deformó el semblante con tanta molestia que acabó convertida en una niñita enfurruñada. A ver, qué sensibles que estábamos. Contraatacó al instante, eligió la misma arma del otro día y alcé las cejas, levemente incrédulo. Vamos, ¿no se le podía ocurrir nada mejor? ¿O era que de verdad le parecía tan feo? Sí, claro. Que yo supiera, conservaba un pequeño recuerdo dentro de esta misma enfermería de nosotros dos. ¿Debía refrescarle la memoria? —¿Y tú qué sabes si me lo dicen o no? —repliqué, tranquilo—. A quien claramente le están mintiendo es a ti, no a mí. ¿Qué te dijeron? ¿Que no se te notaba nada? Supuse que su mirada pretendió fulminarme, pero a mí me seguía pareciendo la rabieta de una cría. Conservé la sonrisa, divertido, y volví a erguirme luego de que ella rodara sobre su costado, dándome la espalda. Eso... ¿era una buena idea? Mis labios se torcieron hacia un costado conforme la repasaba con la vista, de pies a cabeza, antes de regresar a... bueno, a su cabeza. Podría haberme ignorado por completo, ¿o no? Con la suficiente indiferencia la habría dejado en paz, no tenía sentido molestar a una piedra. Habló, sin embargo, y también me miró de soslayo. Ladeé la cabeza, suavizando mi expresión a consciencia. —¿Te gustaría que fuese tu acosador? —indagué, con un dejo de inocencia.