Pasillo (Primera planta)

Tema en 'Primera planta' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

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    Me hizo algo de gracia que la chica dijera que su padre prefería un café que algo de comer, porque me imaginé al pobre tipo matándose a tazas de café todos los días. Habían trabajos que requerían cafeína, alcohol o drogas para mantener a la gente funcionando, o todas juntas, pero digamos que no sentía tanta pena por los policías.

    Of course I am —apañé a lo que dijo Sasha, divertido.

    La duda del espacio la resolvimos rápidamente, bueno, resolvimos sonaba a manada, Sasha fue la que revisó que la sala. Tocó la puerta, esperó y finalmente coló la cabeza, confirmado que estaba vacía. Abrió la puerta del todo, Ilana se acercó al umbral y giró el cuerpo para mirarnos.

    —Me gusta la idea, así tenemos como una fiesta de té en vez de una entrevista —dijo con entusiasmo.

    —Claro, no me alcanzarían las manos si voy solo de por sí —contesté a la oferta de Sasha junto a una risa floja—. ¿Quieres café o té, Ilana?

    —Té, gracias. ¿Seguros que no necesitan ayuda?

    Negué con la cabeza, pues no creía que fuese necesario que hiciéramos una comitiva. En ese mismo espacio de tiempo Tora carraspeó la garganta y nos despidió a los tres.

    —Suerte. Recuerden pasar a interrumpir mi preciosa siesta —bromeó antes de retirarse.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Mientras bajábamos hacia la planta baja, Rowan puso sobre la mesa la posibilidad de tener que despertar a su amigo con un beso y yo me reí en voz baja, encogiéndome de hombros.

    —Quería dormir con los dos, yo digo que lo besemos los dos —correspondí a la broma, sin darle un gramo de importancia real a nada del asunto.

    En la cafetería pedimos tres café con un té, pagamos mitad y mitad, y mientras esperábamos oí la mini update de su vida. Aunque nuestros trabajos fuesen bastante diferentes, suponía que en materia de ritmos, rutina y ambiente se parecían. Bueno, lo del ambiente era relativo; desconocía si Tekné era un bar en todas las de la ley o se asemejaba a una disco.

    —Rascar dinero de los vicios ajenos, deberían arrestarnos a todos —bromeé con una risa floja, y me acerqué a recibir los vasos.

    Le agradecí a la señora de la cafetería, nos repartimos las bebidas, pillé algunos sobres de azúcar por si acaso y Rowan hizo referencia a mi huida del otro día. Lo miré brevemente y comenzamos a caminar de regreso, con cuidado de no volcar líquido.

    —Estoy bien, sí. Sobre eso... fue porque me llamaron del hospital, un amigo tuvo que operarse de urgencia. —No me gustaba soltar piezas de información que sonaran tan densas, le sonreí para mitigar el asunto y volví la vista al frente—. Fue bien, así que nada de qué preocuparse.
     
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    Bruno TDF

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    Al igual que mi acompañante, noté de reojo que Annita andaba por acá cerquita nomás, postrada en la entrada de su salón y distraída con el teléfono. Comúnmente habría alzado la voz para saludarla y, por supuesto, preguntarle si tenía ganas sumarse al par de apuestos muchachotes que estábamos hechos. La tentación fue bastante grande, pero al final me le terminé tragando con papitas porque, hay decirlo, verla bajar desaforada por las escaleras me recordó un poco a los días que ensayamos para el evento de baile. Aquellas veces, en el salón de actos, había andado con la cara larga, afectada por algo sobre lo que no terminé preguntando; aquí y ahora, flotaba en el aire una sensación bastante parecida a la de aquella vez, y pues no me dio el alma para meterme. Tampoco noté el modo en que Kakeru la miró. ¡Y bien por él, que me habría puesto bien chismoso!

    —Ah, los nobles onigiris. Apoyo la moción —dije ante su propuesta, de lo más sonriente y con un pulgar arriba.

    Annita quedó atrás, no nos quedó más remedio que dejarla con sus cosillas, y nos fuimos derecho para el piso de abajo. En el camino escuché, sonrisa mediante, las andanzas de Kakeru descubriendo el mundo del mate de la mano de Anna. Ah, ¡cómo deleitaban mis oídos esta clase de historias! Se me hacía divertido y genial cómo culturas tan distintas (y distantes) podían encontrarse con el sólo contacto entre dos personas, apareciéndose de ratos en cosas de lo más pequeñas, como el mate.

    Para el caso de Kakerucito en particular, pareció que un poco le ganaron por cansancio. El señor aquí presente terminó entregándose frente a la insistencia de Annita y Mamá Annita, y terminé reprimiendo una risa ligera cuando admitió que le había dado cosa compartir la bombilla con la segunda. Era una reacción bastante típica fuera de Argentina y Uruguay, y sobre todo en un país como éste, que tenía costumbres que se me hacían medio rígidas de a ratos. Kakeru terminó de relatarme su epopeya matera, un poco me quedé patinando en la sensación de que se estaba refiriendo a otra escuela a la que iba con Annita, lo que explicaba que fuesen amigos cercanos.

    —Y así fue como te metieron en un mundo del que no se puede salir —dije con una sonrisa y asintiendo—. El matecito es un viaje de ida para todo el que lo prueba, tanto como el dulce de leche.

    Me habría gustado hablarle de las maravillas de esa segunda delicia, pero fue entonces que Kakeru preguntó si era argentino. Negué con la cabeza entre risas, sin una pizca de burla.

    —Italiano, mio caro signor Fujiwara —corregí, tirándole un par de palabras en mi idioma natal sólo por la gracia—. Pero cuando era más peque, viví algunos años en Buenos Aires, la capital de Argentina. Ahí adoptamos el mate, junto con otras cosas como la pasión por el fútbol y su rock nacional —me reí—. Digamos que vengo de una familia de artistas que maneja una muy pequeña empresa de espectáculos, con mi papá y mis tres tías a la cabeza. Cada tanto elegían mudarse de país, por trabajo u oportunidades, y pues mis primitos y yo nos íbamos con ellos. Igual, mi viejo y las tías se las tienen que apañar con trabajos extras.

    Lo miré y alcé las cejas, divertido.

    —Espero que eso explique por qué estás ante un italiano que toma una bebida argentina en Japón —bromeé—. Mi amigo Gaspar, el que tocó la trompeta el día del evento de baile, diría que soy todo un remix.
     
    Última edición: 6 Octubre 2024
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    Bruno TDF

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    El asuntillo de la liga se iba a estirar un poquito más, lo supe por la forma en que Cay puso una carita de decepción exagerada… que un poquito se le diluyó en la sonrisa que terminó danzando en sus labios. Me alegró mucho saber que mis apelativos lograban traspasar la barrera de su personalidad recatada y terminaban llegando a su corazoncito. En mis palabras expresaba un cariño sincero, siempre. Y era maravilloso cuando alguien lo recibía de buena gana, era algo que se sentía como una dulce caricia para mi alma confianzuda.

    Logró conservar parte de la compostura inicial y, en una adorable queja, alegó que mi amuleto de la suerte debía ser un objeto más genial que la liga. Bien podría haberle replicado con que para genial ya lo tenía a él, poniéndole ojitos tiernos en el proceso, pero temí que el pobre no resistiera el Vero attack y terminara con las mejillas ardiendo de vergüenza. Como siempre digo, jamás hacía que las personas se ruborizaran con intención, eso me salía sin querer. Así que simplemente lo dejé ser, con mi propia sonrisa bailándome en la carita.

    Por otro lado, sus observaciones sobre el enfrentamiento del dojo fueron muy acertadas. Las respondí con asentimientos ligeros que hacían ondear mi blanco cabello, mientras me concentraba en cambiarme los zapatos. El comentario que hizo al final sobre mi tamaño y fuerza, lejos de incomodarme o algo por el estilo, me obligó a contener una risita enternecida en la que también, sin querer, se me coló una pizca bien diminuta de orgullo (¡nada excesivo, eh…!). Pero si no dije nada, fue porque Cay se había puesto un poco nervioso de repente. Para cuando terminé de acomodarme el calzado escolar y cerré mi casillero, observé que se rascaba la nuca con cierto apremio, y me pregunté si eso se debía a lo que dijo sobre mi complexión. Honestamente no tenía por qué preocuparse, que a una confianzuda como yo le caían muy bien los “excesos” de confianza de los demás. ¡Pero en fin…! Lo esperé con paciencia, sin meterle presión de ningún tipo y manteniendo mi suave sonrisa, la que al final pareció servirle para reaccionar… Aunque no me esperé para nada lo que hizo a continuación…

    Me extendió su brazo, como todo un galante caballero.

    Una sonrisa me iluminó el rostro, fue mucho más amplia y radiante que las demás, y en mis ojos hubo un destello de ilusión, sobre todo cuando escuché su voz toda formal llamándome “señorita” y ofreciéndose a escoltarme hasta el piso superior. Debo decir que también me confundió muchísimo que se dejara alcanzar de esta manera, considerando que hasta el momento había evitado incursionar demasiado en su espacio personal, por respeto a los límites que parecía tener al respecto. ¡Pero…! Fue mucho más poderosa la oleada de calidez que me recorrió el cuerpo, me embargó tanta emoción que tuve que llevarme una mano a la mejilla para absorber una buena parte de mi reacción.

    —Ah, pero qué dama tan dichosa soy ahora mismo —suspiré en un tono igual de formal, sin dejar de sonreír—. Cuide bien de mí, estimadísimo Lionheart.

    Enlacé mi brazo con el suyo, posando la mano en su antebrazo. Como no podía creer que de repente estuviésemos así de pegaditos, se me escapó otra risita contenida, donde se vislumbraba lo alegre que me tenía toda la situación. Apoyé brevemente mi mejilla sobre el hombro de Cay y, a la vez, le di una caricia liviana cerca de la muñeca. Ya que me habían dado esta oportunidad… había que aprovecharla bien, eh.

    —¿Vamos? —le dije, tras regresarle un poco de espacio, sin soltar su brazo.

    Recorrimos el pasillo inferior, subimos las escaleritas y aquí estábamos ya, en el piso de los kohais de primero.

    —¿Qué puede contarme mi caballero sobre sus últimas aventuras? —le pregunté entonces, que ya habíamos hablado mucho de mí— ¿Siguió haciendo rondas hasta altas horas de la noche, o el deber le ha permitido descansar más temprano? —bromeé, en referencia su mensaje de las tres de la mañana.

    Dije que iba a darle forma de cierre pero no se pudo, lo siento (?)
     
    Última edición: 15 Octubre 2024
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    En casa solía hablar de mis amigos con relativa frecuencia, en especial si cierto día pasaba tiempo con ellos. Estos días había vuelto a hablar de Altan, desde que lo llevé a casa para que habláramos, había mencionado a Anna también hablando con Nani y a Kakeru por el libro de comic y a Vero del día del dojo. Tío Vic, aunque callado, parecía contento cuando le conversaba de ellos. Era diferente cuando les mandaban saludos directamente, todos parecían alegrarse.

    Continuamos la conversación mientras caminábamos, entre los chismes y las risas Vero se acopló a mis intenciones cuando me enganché a su brazo. Sus caricias me hicieron sentir tranquila y mientras avanzaba mantuve una sonrisa en el rostro. Dijo que me tomaría la palabra, que ya había pensado en soltar las manos un poco y me reí por lo bajo. No parecía que fuese a rechazar a Vero en lo más mínimo, así que si él estaba dispuesto a ceder, ella tampoco tendría que contenerse todo el rato. Sonaba como un buen trato.

    —Parece ser muy sensible —dije respecto a Beatriz, también suspiré—. Le viene bien tener amigos que le den sorpresas pequeñas y cosas así o amigos y ya. Quién sabe cómo la habrá pasado en años anteriores.

    No había que usar mucho la cabeza para asumir, luego de su sinceridad, que recién ahora tenía amistades que incluso le hacían regalos y por mi propia experiencia, incluso podía llegar a pensar que en su momento podrían haberla molestado sus ademanes nerviosos y sensibilidad. Los niños podían ser crueles.

    De todas formas, no dije nada al respecto y me reí por el comentario de que me tenía a mí e incliné la cabeza para apoyarla en la suya un momento, Vero solía decir esta clase de cosas con normalidad. No por ello dejaban de ser muestras de la dulzura de su carácter. No contesté nada sobre eso en específico, seguimos nuestro camino y recibí la calidez de su sonrisa antes de que me respondiera.

    —Nos podemos apiñar como un par de pajaritos —comenté, divertida y se me escapó una risa por lo de acomodarme el cabello—. El dojo será entonces, si es lo que necesitas. ¿Volviste en estos días? Luego de que estuvimos con Laila, Koemi-chan y Ryuuji-kun.
     
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    Gigi Blanche

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    Andar con Kohaku a cuestas no era precisamente mi plan de viernes, pero al menos no era tan terrible. El chico era delgadito y bastante más bajo que yo, había lidiado con cosas peores en otros escenarios. Hacerle de guardaespaldas a Frank más valía poner la palabra entre varias comillas, que no recordaba haberle salvado la vida ni una vez. Sólo me llamaba para cargar cosas de acá para allá, y quien dice "cosas", dice "personas".

    El pasillo parecía libre de obstáculos, y al salir del baño me cayó un poco de vergüenza encima. La gente iba a mirar, obviamente, así fuera por mera curiosidad, eso no quitaba que a mí me pusiera un poco incómodo. Alisha parecía estar tomándoselo con bastante calma e incluso humor, quizá por lo que ella también hubiera fumado. Me había dicho que ya lo había encontrado así de puesto, cosa de la cual no dudaba, y me pregunté si llevaría metiéndose hierba de a ratos toda la jodida mañana. ¿Cómo lo había hecho, para empezar?

    Seguí a Alisha hasta las escaleras, aunque en el proceso eché un vistazo dentro de la 3-1 y por un momento conecté miradas con Kou, quien frunció un poco el ceño al ubicarnos. Kohaku se removió en mi espalda, fue mínimo y lo miré de soslayo, pero seguía con los ojos cerrados.

    —O no causas ningún problema en absoluto o te desmayas en medio del receso —murmuré en voz baja, soltando una risa floja—. Nunca se sabe contigo, Ko.

    Recordé la preocupación de Rei cuando el imbécil había desaparecido de su casa cerca del aniversario de la muerte de su hermana y me pregunté si esta vez tenía motivos. Tenía que tenerlos, ¿cierto? Siempre existían, por mucho que se empeñara en fingir demencia. Existían y lo desbordaban tarde o temprano.

    La voz de Alisha me distrajo, quien giró el rostro y soltó el comentario de turno. Efectivamente el único pasándola mal aquí era yo, ¿eh? El halago, cumplido o lo que fuese me pilló bastante desprevenido y volví a acomodar a Kohaku con un brinco, no pudiendo evitar desviar la mirada. Sentí el calor en las mejillas.

    —¿Qué pasó? —pregunté, con la esperanza de desviar los tiros—. O sea, no qué estaba pasando en los baños, más bien... ¿te mencionó algo por lo que pueda haberse puesto así?

    Ko cuando fumaba tendía a parlotear un poco más, así que con suerte... Alcanzamos el pasillo de la primera planta y me detuve junto a la puerta de la enfermería, esperando que ella abriera para entrar.
     
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    Amane

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    Al parecer, mi asombro fue tan repentino que a su vez logró sorprender al muchacho, dejándonos a los dos en medio del pasillo en una escena que debía ser bastante cómica a ojos de alguien más. Por suerte para todos, estuve demasiado centrada en mi propio susto como para darle importancia a cualquiera otra cosa y, lo que era todavía más importante, me recuperé de la impresión inicial con bastante rapidez, lo que me había permitido acabar saludando al chico con (relativa) normalidad.

    —¡Me gusta como piensas! —exclamé tras escuchar su propuesta, incluso dando una palmadita que me dejó las manos unidas frente al pecho—. ¡Te voy a ascender de puesto, Kakeru! La gente con iniciativa recibe lo que merece en mi empresa —solté, repentinamente seria, y me crucé de brazos mientras asentía con total convicción.

    Era obvio que solo estaba soltando tonterías por soltar, y fue cuestión de segundos antes de que relajara de nuevo el cuerpo y renovara la sonrisa en su dirección. Lo invité a almorzar y él aceptó, haciendo que mi expresión se iluminase todavía más mientras empezábamos a bajar las escaleras. Estaba un poco nerviosa y un montón emocionada, y es que... ¡bueno! No todos los días podía pasar tiempo con un amigo de Kou. Akira no contaba por un montón de razones, ¡así que aquella era una oportunidad de oro!

    >>Uhm... —murmuré, llevándome una mano al mentón en gesto pensativo—. No estoy segura... siempre acabo comprándome un montón de postres y no me fijo casi nada en las opciones de comida —admití, dejando salir una risilla culpable al mismo tiempo, y poco después giré la cabeza para mirarlo con una nueva sonrisa—. ¿Tú sabes lo que te vas a pedir? ¿Tienes alguna recomendación que puedas hacerme~?
     
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    Gigi Blanche

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    De repente estábamos trabajando y al parecer mi propuesta le había agradado a la pequeña CEO de la empresa, vaya giro afortunado de los eventos. Su improvisación me hizo la suficiente gracia para reír, pero en su lugar contuve el impulso con tal de poder seguirle el juego.

    —Parece una empresa de grandes principios —afirmé, en un tono más formal—. Si le ha gustado esa sugerencia, señorita, quizá le agraden otras de las que tengo en mente.

    La verdad, no había esperado que su resolución del almuerzo fuera usualmente "un montón de postres", pero en cierta forma me hizo gracia porque... bueno, le pegaba, ¿no? Toda rosita y energética, como si fuese un algodón de azúcar. Al buscar mis ojos, alcé las cejas para recibir su pregunta y lo ponderé unos segundos, regresando la vista al frente. Para comer aquí no solía correrme de lo típico, fuese un sándwich, unos onigiris o alguno de los bento baratos. ¿Había algo que valiera la pena recomendarle a Riamu?

    —No soy un gran experto en la cafetería escolar —admití, desviándome por una ruta más segura—. Mi pequeña jefa, en cambio, suena a que sí se conoce la sección de postres al derecho y al revés...

    El tono sugerente de la pseudo acusación dejó bastante en claro mis intenciones.
     
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    Amane

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    Kakeru no pareció tener mayor problema a la hora de acoplarse a la tontería que me había montado en medio segundo, detalle que por supuesto solo logró que me emocionara todavía más con el teatro. Además, imaginarme de repente siendo la jefa de una gran empresa era bastante divertido; quería decir, ¿acaso no sería una jefa maravillosa? ¡Y bien linda, también! Le sonreí con orgullo a Kakeru, pues, y asentí un par de veces con la cabeza mientras lo escuchaba hablar, todavía cruzada de brazos en aquel momento.

    —¡Seguro que sí! Estoy convencida de que esta va a ser una comida de empresa tremendamente productiva.

    Después de eso le pedí recomendaciones para el almuerzo, y aunque pareció pensarlo durante un buen rato, al final admitió que no era experto en la comida de la cafetería y dirigió la conversación hacia mi supuesta experticia en los postres del lugar. Bueno, de supuesta nada... ¡era una gran experta en ellos! Tanto así que no me molestó ni un poquito que desviara los tiros de la charla; más bien todo lo contrario, para qué mentirnos.

    >>¡Claro que sí! ¡Los he probado todos y todos están riquísimos! Ah, ¡ya sé! ¿Qué tal si hacemos mi receso favorito? ¡Almuerzo de postres! —propuse, sin esconder una pizca de la emoción que estaba sintiendo ante la idea—. Consiste en pedirnos una tanda de todos los postres que queramos probar y comerlos. Mi recomendación personal es el warabimochi, los daifukus de melón y el tiramisú. Oh, ¡te invito a lo que quieras, por cierto! Pero a cambio me tienes que contar cosas de Kouchii que sepas. ¿Sabes lo difícil que es saber lo que le gusta? ¡Es un poco frustrante! Él lo tiene muy fácil para saber lo que me gusta a mí...

    No hacía falta ni aclarar que lo último había acabado sonando más a berrinche que otra cosa, y es que de nuevo había acabado haciendo un mohín de molestia al terminar de quejarme de aquello que era tan absolutamente válido para quejarse.

    el post del pasillo de abajo es mío con ri de la mañana so se siente raro hacer doble post ahora (?)
     
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  10.  
    Gigi Blanche

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    La niña me prestó la atención usual y asentí junto a una sonrisa satisfecha cuando repitió mis palabras. Hizo la pregunta directa, mis ojos se estrecharon un poco más y me permití alcanzar las puntas de su cabello, acariciándolas con suavidad antes de empujarlas ligeramente hacia atrás.

    —Claro, lass.

    Siquiera había pedido la opinión de Kenneth al respecto y era algo polémico estar invitando a su hermanita luego de la escenita de la 3-1 y el rellano, pero vaya, ¿qué más daba? Kashya me aceptó en su espacio, respondió y jalé suavemente de su mano. Al girar el cuerpo, busqué los ojos de Kenneth y le sonreí, apoyando la palma en su pecho. Tras eso empecé a caminar.

    —¿Por qué lo dices? —indagué, refiriéndome al motivo de que fuera tan evidente que esa película me gustara.
     
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    Zireael

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    Verme meter ropa amontonada en un casillero escolar debía ser el peor estándar para hacer otro tipo de proyecciones, la verdad, en la casa y con la materia de la escuela era peligrosamente ordenado, incluso con las asignaturas que me costaban, ya lo de seguir mal los procedimientos era porque de verdad los números no se me daban muy bien, pero procuraba no romper la coherencia del asunto. El punto era que en este desastre donde me veías sin encontrar el freno de mano, también era un obseso del orden en ciertos espacios. Si faltaba materia era porque me había desvanecido un par de veces, el resto estaba en regla.

    Craig leyó la materia por encima, luego volvió a mirarme detrás de los lentes y al escucharlo cerré el cuaderno antes de acomodármelo bajo el brazo. Al regresar la atención al casillero para cerrarlo sacudí un poco la cabeza como si eso fuese a hacer algo por lo abrumados que percibía los sentidos. Estaba seguro de que el murmullo de la gente por la mañana no era tan molesto como lo sentía ahora, ni la luz tan brillante ni otra lista de cosas.

    —No pienso subir a clase, quiero dormir aunque sea una hora más —advertí mientras levantaba la mochila del suelo y me la regresaba a la espalda ya cerrada—. Voy a la enfermería.

    En otro momento habría pensado que tenía libre albedrío, pero ahora ni se me ocurrió porque de por sí el día del observatorio había tenido que llevarlo yo a él, así que no iría a morirse por acompañarme cinco minutos. Empecé a caminar dando por asumido que me seguiría, observé la línea de casilleros una última vez solo por reflejo y entonces guie la marcha a la escaleras, tampoco iría a pescar el ascensor por un piso. Por un segundo estuve al borde de preguntar si no debía seguir en su casa, viendo el cuadro del otro día, pero me guardé la duda existencial.

    —¿Luego me prestas tus apuntes del rato que me la pase durmiendo? —pregunté cuando íbamos llegando al pasillo de arriba—. Así el intercambio es justo.

    los teletransporté pues pa economizar posts (?
     
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  12.  
    Insane

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    Mencionó que no subiría a clase, al menos no las primeras horas, lo que no me sorprendió debido a su aspecto y tampoco era de juzgar a las personas, cada quien hacía y lideaba con su vida como le pareciese. Lo acompañé hasta donde sus pasos nos guiaron, era la enfermería su objetivo. Miré mi reloj de mano para validar la hora, fue entonces que saqué el pastillero de la mochila y tomé una de las pastillas blancas, ya en dos horas más debía tomar un fotosensible para lo que restase del día escolar.

    —¿Un intercambio equivalente? —murmuré en lo que asentía ligeramente—, aunque mi letra es cursiva y suelen decir que parece de médico, si la entiendes será algo para destacar.

    Tenía la percepción de haber escuchado su voz en algún momento, sin embargo con todas las visitas al médico, la cantidad de voces cuestionándome, realizando seguimientos, chequeos... se había perdido entre la multitud; por lo que mi cerebro terminó atribuyéndolo a alguna participación en clase. Me giré ya estando en la puerta de la enfermería y sin pensarlo lo verbalicé:

    —Tengo la sensación de haber hablado contigo en algún momento —me sonreí al darme cuenta que lo había dicho en voz alta—. Gracias por los apuntes, buen descanso.

    Retorné hacia las escaleras para dirigirme al salón de clase, encontrándome a Paimon en ella, quien echó un vistazo desinteresado por el pasillo.
     
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    Zireael

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    Sabía que el sueño en el que iba a caer era pesado que te cagas, pero no contemplé terminar pasando de la alarma porque casi siempre lograba despertarme. Si apagué el sonido lo hice sin darme cuenta, ni siquiera guardaba el recuerdo en la memoria, y aunque dormí de corrido en el momento en que el timbre del receso me trajo de regreso al mundo de los vivos sentí que había soñado algo. Los sueños de porro eran un poco más vívidos que los demás hasta cuando la cantidad apenas alcanzaba para dormir sin interrupciones, pero incluso así no logré alcanzar un recuerdo sólido y lo que llegó a mí fue una emoción, mezcla de calma y tristeza.

    Me enderecé para sentarme al borde de la cama, me quedé mirando el vacío un sólido par de minutos y la sensación de sobriedad no me gustó mucho si debía ser sincero. El silencio mental desapareció y el monólogo interno volvió con la velocidad usual, incluso si se trataba de cosas sin importancia. Pensé en que me habría atrasado de más con las clases de la mañana lo que significaba otro vacío en los apuntes, en que le había contestado los mensajes a Verónica hasta hoy justo antes de ponerme la alarma que no me despertó y luego pasé sin escalas a recordar que debía regresar a casa, ya que era eso o soportar a Reaper yendo a buscarme a los apartamentos donde me escondía, pues tampoco había un mar de opciones.

    Recogí el móvil que estaba bajo la almohada, lo guardé y me llevé las manos al rostro, enjuagándome los ojos. Dios, me estaba muriendo de sed de repente, incluso si el efecto se había pasado me había quedado la boca como una pelota de algodón, ni sabía si era culpa de la resaca o del fact de que llevaba quemándome los pulmones ya unos días, porque también me dolía la garganta. En plan, dolor no por una gripe, era diferente y lo reconocía.

    Tuve que usar las neuronas a conciencia un momento para detener mi propia voz rebotando en la cabeza, no pensar en llegar a casa, quedarme y lo que implicaba ni en lo que había implicado hacer la escena de la mañana en la entrada. Intenté forzar el apagado, pero solo me dieron ganas recurrir a la técnica que no fallaba y me sentí extraño, aunque sabía que tenía su razón de ser.

    Enfrentar el mundo con los sentidos intactos era una mierda, ¿no?

    Respiré, bateé la idea con algo de dificultad y me puse los zapatos en cámara lenta antes de levantarme para agarrar la mochila. Suponía que podía ir a dejarla a clase para no tenerla conmigo todo el receso, pero daba igual en realidad. Caminé hacia la salida de la enfermería, me enjuagué los ojos una vez más y el bostezo que me alcanzó me quiso zafar la quijada. ¿Debería comer? Tal vez, si me seguía saltando tiempos de comida de aquí a diciembre iba a quedar como una hoja seca.


    Bruno TDF no escapas de esta narrativa sin fin porque no quieres (? ahí te dejo al pelotudo

    Edit: cambié una cosa insignificante del post porque oxigené neuronas hasta ahora
     
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    Bruno TDF

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    Torahiko había aceptado subir conmigo a clases. La ansiedad me había vuelto a alcanzar en el instante que se lo propuse, entremezclada con la angustia de saber que Rowan la estaba pasando mal. Sin querer, me estuve preparando mentalmente para ser rechazada, en vistas de su personalidad seria y desapegada… y porque sabía bien que no estaba obligado a tener ningún compromiso conmigo. Lo mío fue cortesía y, a la vez, otro intento por cimentar algo entre nosotros. Las futuras amistades comenzaban así, ¿verdad? Con cosas tan simples y pequeñas, ¿tal vez? Por eso, me habría dado un gran alivio escuchar la aceptación de Torahiko, de no ser porque en medio me calificó como la “querida Bea” de Rowan. Su comentario inesperado me arrojó color al rostro. Como no encontré palabras para responder, terminé adelantándome un poco para que mi bochorno no quedara tan expuesto. Subimos rodeados de silencio, porque tampoco encontré más temas de los que hablar. En la puerta de mi salón, lo despedí con otra formal reverencia, dándole las gracias por acompañarme.

    Las clases tuvieron su curso habitual. Presté la correspondiente atención a las lecciones matutinas, distrayéndome no obstante en ocasiones. En algún momento, dibujé un pequeño sol en el margen de mi cuaderno. La ínfima acción me fue suficiente para lograr centrarme durante un rato, tras el cual necesité volver a trazar algo. Esta vez, una nube. Pude llegar al final de las primeras clases sin haberme perdido detalles importantes, la campana cruzó el aire con su característico sonido.

    Lo primero que hice, antes que cualquier cosa, fue revisar mi móvil. Suspiré al comprobar que, en mi chat con Rowan, los últimos mensajes seguían siendo los míos… El último en particular le enviaba un abrazo… Había dudado mucho al momento de escribirlo, porque a mis ojos sonaba demasiado atrevido; por lo general, cerraba mis mensajes con algo más formal, o a veces stickers. Tal vez… sí quería abrazarlo en persona y decirle que todo estaría bien. Cuidarlo. Al menos, esperaba que mi mensaje le diera una pequeña alegría. Decidí que pasaría el día con esa esperanza.

    Salí del aula con la cabeza gacha, esquivando a las personas que iban y venían, sin mirarlas. En una mano llevaba el bento que había preparado mi madre, con una ración extra de comida y palillos adicionales; como siempre, me instaba a compartirlos con alguien, eran su modo de invitarme a socializar, a superar mis dificultades. En la otra mano llevaba el estuche de la Switch, a la que aseguraba contra mi cuerpo para que no cayese; los stickers estaban a la vista.

    Mi intención era almorzar sola, en el invernadero. En el fondo sabía que la idea no era la mejor, ya que la soledad desataría pensamientos inoportunos, alimentaría algunas inseguridades. Ahora mismo estaba distraída, justamente, en mis preocupaciones. Por eso, no vi a tiempo a la persona que en ese momento atravesó el umbral de una puerta. Sólo fui consciente de su presencia cuando interrumpí su bostezo con un certero choque. Mi rostro dio de lleno contra su hombro; el impacto no fue tan brusco como para me doliera, pero sí acabé parpadeando con cierta fuerza al retroceder por la inercia, con una incómoda sensación de cosquilleo en mi rostro, sobre todo en la nariz.

    La estruendosa seguidilla de disculpas no se hizo esperar.

    —¡P-p-perdón! ¡Perdón! —me puse a exclamar, con los ojos aún cerrados— E… ¿E-e-e-estás bien? ¡¿Te lastimé?! ¡L-Lo s-s-siento! Yo… no estaba mirando y… Uh…

    Me froté el rostro con el dorso de la mano que sostenía el estuche, como mejor pude, para quitarme así la incómoda sensación de hormigueo. Las mejillas ya estaban sonrojadas para este momento. El temor, por su lado, se hallaba invadiendo mi mirada en el momento que, lentamente y encogida sobre mí misma, abrí los ojos.

    El temor se transformó en sorpresa.

    —¡Cayden! —exclamé, acto seguido me avergoncé por no modular el desconcierto, así que intenté arreglarlo— Ho… Hola… —al final apreté los labios, sumamente apenada, y terminé inclinándome en una sentida reverencia— La… Lamento haberte chocado. ¿Te dolió?

    Era obvio que no le dolía. Aparte de ser pequeña, carecía de fuerza. Un proyectil de algodón haría más daño que yo. Pero ya se había visto con Jez que me afectaba mucho el chocar a la gente por accidente.


    BASTA CAY (re que yo roleo a Bea (?))
     
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    Al final el bostezo no me zarandeó tanto la quijada como la persona que chocó conmigo, haciéndome soltar una maldición en inglés que no pude filtrar a tiempo. Noté que el golpe se lo comió mi hombro por lo que el choque tuvo que venir de alguien más bajo que yo, una chica casi de seguro, no fue particularmente fuerte ni nada, pero yo venía todavía procesando el trauma de despertar y tener que lidiar con el mundo estando sobrio, así que no estuvo muy divertido. Me puso de malhumor o ya estaba de malhumor de antes, como siempre, ni idea.

    La manera en que fruncí el ceño, genuinamente fastidiado, fue una reacción tan visceral como la seguidilla de disculpas que escuché en la que pronto identifiqué como la voz de Beatriz. Ni ella pensó antes de hablar ni yo antes de arrugar la cara e incluso cuando supe que no tenía que molestarme con ella no pude relajar las facciones a tiempo, ahora más por confusión que por otra cosa. Fue todo tan estrepitoso que me costó entenderle y ella no se dio cuenta de quién era hasta después.

    Ya la pobre estaba hecha un desastre, el caos fue tal que pude usar el tiempo en respirar, ahora sí aflojar los gestos y ponerme una expresión más normal. Se había frotado el rostro con el dorso de una mano, en la que pronto detallé cargaba el estuche de una Switch con los... ¿Eran los stickers? Ahí toda la molestia, que no estaba dirigida a ella de por sí, acabó diluyéndose un poco contra mi voluntad aunque seguía un algo adormilado.

    —Yo salí sin fijarme, no es culpa tuya y no me dolió —contesté luego de lograr poner algunas neuronas en funcionamiento y no lo pensé antes de estirar la mano para apartarle algo del flequillo de la frente, solo para estar seguro de que no se había hecho daño—. ¿Tú estás bien? Te golpeaste la cara y no es que yo tenga mucho con qué amortiguar un golpe, tienes que haberte dado de lleno con un hueso o algo.
     
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    Mi reverencia fue muy marcada. Detallaba el nivel de arrepentimiento que sentía por el choque accidental, como si mis caóticas disculpas no lo hubiesen dejado tan claro. Duró apenas un suspiro, pronto recuperé la postura erguida con una evidente tensión consumiendo mis músculos. Al principio no me animé a mirar a Cayden al rostro, mis ojos encontraron algún punto de suelo, muy próximo a sus zapatos. La culpa me carcomía.

    Porque había notado una expresión de contrariedad en sus facciones.

    S-se había molestado conmigo, ¿verdad? ¿Al final… le había dolido? Mi puño se cerró en torno al nudo del pañuelo que envolvía mi bento, abracé el estuche contra mi pecho, sintiendo la suavidad de los stickers bajos mis dedos. Las dos posibilidades me comprimían el corazón, al creer que por culpa de mi personalidad estaba arruinando todo. Otra vez. Siempre torpe. Siempre.

    No podía ver cuánto me estaba equivocando al procesar los pensamientos de esta forma, llevándolos a una intensidad que rozaba el ridículo y la exageración. Mi deseo de hacer las cosas bien era tan grande… que otorgaba la misma dimensión a los castigos que me propinaba a mí misma, cada vez que sentía que fallaba.

    Cayden afirmó que la culpa era suya, ante lo cual sacudí la cabeza para quitarle ese peso. Mi pecho, por su parte, se desinfló con algo parecido al alivio en cuanto supe no padecía dolor alguno. Lo agradecí internamente. A nadie la conté que, en el pasado, choqué accidentalmente a una chica justo como ahora… Con la diferencia de que hice caer y lastimarse, al punto de sangrar. Jamás olvidaría el inmenso desprecio con el que me miró, cuando rechazó mi intento por socorrerla, llorando y profiriéndome insultos. Fue traumático, mi alma tan frágil y sensible no ayudó en nada a procesar el hecho. Desde entonces, los choques accidentales me daban pavor.

    No había alzado la mirada en ningún momento, temerosa de volver a hallar la molestia de su semblante. Esto impidió que notara el acercamiento de su mano, porque además seguía muy inmersa en mis pensamientos instrusivos. Sólo fui plenamente consciente… cuando el tacto de sus yemas ya había alcanzó mi frente, haciéndome abrir los ojos con sorpresa y confusión. Alcé la cabeza en el preciso momento Cayden que me corría el flequillo para… p-para observar mi rostro c.c-c-con detenimiento. Mi corazón dio un salto dentro de mi pecho, latiendo con tanta fuerza que bien podría haberlo escuchado él, de ser físicamente posible. Pronto el bochorno hormigueó por mis músculos tensados y acabé con las mejillas teñidas.

    Mi mente se había quedado en blanco por un momento, pero logré responder como una persona funcional, ¿tal vez? Asentí con rapidez cuando preguntó si estaba bien, luego sacudí la cabeza para negar que me hubiese lastimado con un… ¿un hueso? En el medio de esto, seguía luchando internamente para dominar la vergüenza que me había invadido.

    —¡D-d-descuida! —respondí con la vista clavada al suelo— ¡N-no me duele nada…! C-creo que los dos podemos… Eeeh… Estar tranquilos, ¿tal vez?

    Terminé llevando el bento a mi pecho, sumándolo al estuche, y rodeé ambos objetos con mis brazos. Terminé en esta posición, como si me abrazara a mí misma. Pequeña, tímida y dubitativa. Se produjo un silencio breve, pero que se me hizo muy incómodo. Un poco apremiada por esta situación, me animé a mirar a Cayden, muy lentamente. Primero lo busqué de reojo, y acto seguido alcé el rostro.

    Noté la mochila en su hombro y el cartel de la puerta frente a la que nos chocamos: Enfermería. Leer esa palabra me llevó nuevamente al malestar de Rowan, lo que no ayudó mucho a mi fuero interno.

    —¿Has… faltado a las primeras clases? —pregunté a Cayden; mis ojos se posaron involuntariamente en su cabello, porque ahora fui consciente de que estaba ligeramente despeinado, como si hubiera dormido— ¿Te encuentras mejor?

    No podía evitar la preocupación.
     
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    Incluso a mí me pareció exorbitada su reacción, a pesar de que era yo el que había puesto cara de culo sin siquiera procesarlo, ¿pero no parecía que me hubiese arrollado con un coche en vez de solo darse un golpe en mi hombro? Era bastante incómodo, quizás ahora lo noté más que el otro día, pero las emociones de esta muchacha eran muy ruidosas. Puede que por el mismo ruido de las mías las sintiera colisionar directamente, por un lado quería que no se angustiara y por el otro de repente sentí que había que acomodarle las ideas de una buena zarandeada o algo. Tenía que parar la carrera de sus ideas aunque fuese para tomar aire.

    Era fácil quedarse sin oxígeno a esas velocidades.

    La manera en que se desinfló el pecho cuando le confirmé que no me dolía nada siguió haciéndome pensar que esto era excesivo y raro, pero la idea se revolvió un poco cuando vi la manera en que sus gestos cambiaron luego de que le apartara el cabello. La forma en que construía la confianza con los demás era un extraña, puede que medio caótica incluso si lo veíamos desde afuera, pero luego de que esta criatura me viera lloriquear dudaba que hubiese algo peor en vistas de que me daba vergüenza hasta llorar frente a Ko. Como resultado de haber alcanzado el epítome del bochorno ya nada me parecía tan significativo, pero pensé que igual a ella sí.

    Retrocedí la mano en silencio, a ella el sonrojo le asoló la cara y luego asintió. La pulseada que se estaba echando contra la vergüenza debía ser peor que cualquier pelea del Dragon Ball, pero fue cuando habló de nuevo que sentí que tenía que hacer algo, aunque fuese cagarla más o yo qué sabía.

    —Bea —llamé a su nombre con firmeza, aunque no tuvo el tono de un regaño en sí—. Pausa la cabeza y respira un segundo, ¿puedes hacer eso por mí? Respirar y ya.

    Pedirlo así sonaba codicioso, pero daba lo mismo. Esperé, dejé el silencio suspendido y me limité a simplemente ocupar el espacio, ni siquiera califiqué el silencio de incómodo, solo fue y ya. Recibí su mirada una vez más, momento en que relajé más las facciones para ahora sí desaparecer cualquier rastro de molestia. Habría alcanzado a sonreírle, pero me di cuenta de que sus ojos se desviaban al cartel tras de mí y me preparé para la pregunta.

    —Estaba cansado y no me sentía bien, preferí dormir un rato. Pasa que el rato se convirtió en toda la mañana —contesté con sinceridad aunque sin entrar en detalles, no hacía falta. Luego le contesté algo parecido a lo que le había dicho a Jezebel el día de la entrevista, que también me había saltado las clases de la mañana (y con mis santos huevos juzgaba a Beatriz)—. Me siento mejor, gracias por preguntar.

    Parecía una máquina contestadora.

    Suspiré algo sobrepasado con la situación y estiré las manos para alcanzar los hombros de la chica y apartarla junto conmigo de la entrada de la enfermería, cosa de que no estorbáramos. Una vez liberamos el espacio rompí el contacto, volví a mirarla y me enjuagué un ojo con los nudillos.

    —¿Ibas a almorzar? —le pregunté al reparar en el bento—. ¿Te gustan los dulces? Te puedo comprar algo en la cafetería para compensar que por despistado te activé toda la ansiedad de golpe. Además necesito una botella de agua, a este paso me voy a morir de sed en los próximos cinco minutos.
     
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    La firmeza con la que pronunció mi nombre me obligó centrarme en su persona. Aunque hubo ímpetu en su llamado, no me pareció que tuviese el tono de una reprimenda o algo similar. Poder dar cuenta de esto fue casi milagroso, viendo cómo se me habían desordenado las ideas y cómo lo fuerte de mis latidos ahogaba la voz más racional de mi mente. La voz de Cayden había conseguido quitarme de mis pensamientos el tiempo suficiente para absorber sus palabras, con las que me pidió que los detuviera y respirara. Recordé que algo similar me dijo en la sala de arte, donde también fui presa de mi propio caos.

    Respira despacio.

    Con un tímido asentimiento, le aseguré que lo haría por él, justo como pedía… Respirar, solamente eso… Inspiré largamente por la nariz y exhalé, lo más pausado que pude. El silencio continuaba suspendiéndose sobre mi cabeza. Traté de no pensar en la incomodidad y volví a respirar, una, dos, tres veces. Miraba a sus zapatos, hasta que llegó un punto en el que hacer esto me sirvió para detener parte del torbellino mental, y animarme a mirarlo nuevamente a la cara.

    Esto… funcionaba un poco, ¿no? Pausar y respirar por algunos segundos… ¿Sería lo que necesitaba para mis peores momentos? L-lo intentaría hacer por mi cuenta de ahora en adelante…

    Mis nervios lograron aminorar levemente. No obstante, la vergüenza permaneció insertada en mi cuerpo… por el toque de su mano sobre mi flequillo. Era irónico que reaccionara de esa forma, ya que en nada se comparaba al abrazo que nos dimos en la Sala de arte. Jamás habría concebido la posibilidad de terminar en una situación semejante, encima con un chico. P-pero estaba allí, precisamente, el motivo de mi reacción: me moría de vergüenza toda vez que recordaba ese instante, al punto de que, muy al contrario de Cayden, cualquier otro gesto físico que proviniese de él ganaba algo más de peso.

    Para colmo, no era consciente de cuánto se podía malinterpretar todo esto, a ojos de los demás.

    El chico llegó a sonreírme antes de recibir mis preguntas, cosa que me ayudó tanto como la respiración pausada. Pero había pasado de la vergüenza a la preocupación, por lo que escuché con cierto apremio. En su caso, sólo se trató de un mal descanso, el cual reparó con unas horas de sueño. Agradeció que preguntara.

    —N-no es nada… —le respondí.

    Suspiré al mismo tiempo que él, a causa de lo automático de la conversación. Hasta que la respiración se me cortó acto seguido, al sentir que apoyaba las manos sobre mis hombros. El toque volvió a tensionarme. Recordé lo de la respiración, así que inspiré lentamente para conseguir estabilizarme. Gracias a esto, otro rubor fue atajado a tiempo, no así el bochorno.

    Asentí cuando preguntó si iba a almorzar, y parpadeé por la pregunta de los dulces. Lo miré con tímida curiosidad antes de volver a responderle con la cabeza que sí, que me gustaban. Escuché el resto antes de contestarle. Me habría gustado pedirle que no se culpara y remarcarle que yo era responsable de manejar mi ansiedad, pero… no me sentí con ánimos de hablar de eso. Preferí, en cambio, tratar de centrarme en lo más sencillo.

    —Gracias… —respondí, intercambiando la mirada entre él y las escaleras, preguntándome si debía abrir yo la marcha o dejárselo a él; mis ojos se encontraron con los suyos— Planeaba almorzar en… en el invernadero. I-Iré allí después de acompañarte a la cafetería y…

    Me detuve. Intercambié el peso entre mis pies, perdida en una idea repentina.

    —¿Quieres… almorzar conmigo? —pregunté tímidamente— Mi madre hizo comida… para dos personas. Para compartir…

    Intenté sonreírle. Pero no me salió del todo, frenada por la vergüenza.
     
    Última edición: 6 Diciembre 2024
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    La alegría que le alcanzó el rostro cuando pregunté por el examen de judo fue toda la respuesta que necesitaba y me reí cuando señaló eso mismo, asintiendo con la cabeza. Explicó que promocionó a cinturón marrón, que iba antes que el negro, y en medio de sus palabras tomé un momento para ajustarme el almuerzo a la muñeca para poder aplaudirle.

    —Me alegró mucho, Vero, ¡felicidades! —dije cuando terminó de hablar—. ¿Me dejas invitarte a algo de tomar para celebrar? Una celebración bastante inocente, eso sí.

    Eso fue antes de la aparición de Katrina, que hizo referencia a lo mismo de siempre y no supe bien qué hacer ya con esta dinámica. Alegaba ser una girl's girl, lo que no parecía descabellado, pero su insistencia volvía el asunto incómodo y desde su primera aproximación me sentía un poco acosada e intimidada, a pesar de que la chica no debía llegar al metro con sesenta. Ni siquiera me había detenido a pensar por qué parecía, ni idea, tener más datos que yo.

    Igual esa era la primera señal de alerta.

    Una parte de mí deseaba decirle que no se metiera en lo que no le importaba y la otra, por alguna razón, esperaba por el momento en que sus palabras tomaran la naturaleza de una profecía. Era desechable, ¿cierto? Era eso lo que Katrina quería dejarme claro, pero también que existía otra opción, una que quizás ya se había puesto en funcionamiento: la atadura, el pacto mutuo, era el equivalente a disecar bichos.

    ¿Pero dónde quedaban mis alas?

    No tenía la menor idea.

    Verónica despidió a Akaisa deseándole un bonito día, creí notar que el comentario le estiraba una sonrisa antes de que desapareciera y yo omití cualquier comentario, retomando lo que nos concernía. Me quedó una sensación de inquietud en el pecho, algo que debía parecerse a la ansiedad, pero la albina eligió seguirme el juego de no dar explicaciones y me dediqué a escucharla, soltando una pequeña risa cuando insinuó que era mi turno.

    —Mi nombres es Ilana Rockefeller y también soy de Estados Unidos, solo que yo sí me crié allí. Nací en Pennsilvania y crecí en un pueblo, lo que llaman un lugar designado por censo, en el condado de Blair en los Apalaches, que se llama Northwood y tiene menos de trescientos habitantes. Cumpliré los dieciocho en noviembre. No práctico nada, pero me gusta la música y el baile. —Fui diciendo mientras caminábamos ya hacia la otra planta—. El año pasado me fui algunos meses de intercambio a Canadá y antes iba a una escuela femenina, quiero decir, antes de transferirme aquí. No soy tan dulcera, pero tengo una amiga que sí, seguro te llevarías bien con ella.

    Repasé las cosas que ella me había dicho un momento, por lo que pude formular una pregunta. No tenía pinta de que fuese a morderme por ello.

    —¿Qué otras cosas te gustan además de las disciplinas que practicas?
     
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    La escuché con devota atención, sumamente interesada. Desde que Hubby nos hubo presentado la mañana que subimos a clases junto con Al, por algún motivo había guardado la pequeña sospecha de que Ilanita también provenía del exterior de Japón, como yo. Por eso mi sonrisa danzó en mis labios, entre satisfecha y emocionada, cuando la chica me confirmó que se había criado en Estados Unidos. Si bien crecimos en países vecinos, abracé la certeza y placer de estar charlando con otra norteamericana; para mí, le daba un toquecito especial a lo nuestro. Mi lady en particular venía de Northwood, un pueblito de Los Apalaches que, ¡wow!, tenía pocos habitantes. Asentí al recibir este dato, con mi interés incrementado, tratando de imaginar cómo sería vivir en un lugar que, por sus dimensiones, contrastaba con la desbordante Vancouver. Visualicé el pueblo de mi lady como un sitio rodeado de naturaleza, su dulce silencio salpicado de cantos de aves y otros animalitos.

    Obviamente, guardé en mi memoria que cumplía años un mes antes que yo; faltaba mucho, sí, igual nunca estaba de más tenerlo en consideración desde ya. Mi lady añadió que le gustaba la música y el baile; éste último ya lo tenía asumido… pues había una pequeña promesa entre nosotras, aunque no dije nada de momento. Eso sí, lo que no me esperé fue que hubiese estado en Canadá, alcé las cejas con cierta expectativa, y dejé que terminara de hablar antes de preguntarle.

    —¿Así que de intercambio en mi querida Canadá? Espero que fuese una experiencia fructífera y que mi tierra te haya tratado bien —le dije, con una manito en el corazón, sonriéndole con inmensa dulzura; y hablando de dulzura…— Y tú amiga, ¿cómo se llama? Ahora necesito presentarme ante ella, llevando en mis manos el dulce más exquisito que exista.

    Me reí de mi propia broma (no tan broma) y atendí a su siguiente pregunta.

    —A veces dibujo y pinto —respondí—. No lo hago muy seguido por estar tan ocupada con los entrenamientos, y quizá por eso lo disfruto mucho siempre que se me da por hacerlo. Me han dicho que me defiendo bien en el tema —hice una pequeña pausa—. También adoro hablar con la gente. Conocerla, compartir ratos lindos y, de ser posible, entablar amistad. Eso sí, peco mucho de confianzuda.

    Me reí sin ningún tipo de vergüenza. No rechazaba esa faceta de mi personalidad, si bien me había traído algún que otro momento desafortunado en el pasado. Confiaba plenamente en mi modo de conectar con las personas y, a su vez, creía que tenía cierta capacidad para respetar límites.

    Mi parloteo se detuvo por otro leve instante, en el que miré a mi lady a los ojos. Mi sonrisa se suavizó.

    —Dijiste que te gusta bailar —señalé—. Y a mí me gustaría bailar contigo, ¿recuerdas que te lo sugerí el día que nos conocimos? Que habíamos hablado del evento que hubo aquí, en la academia... No estuvimos presentes allí, pero podemos tenernos la una a la otra para desquitarnos lo no bailado —me reí—. Podríamos hacerlo hoy, o mañana… O todos los días, ¡por qué no…!

    Sonreí ampliamente, lo último dicho en broma. Para este punto, ya había entrado en completa confianza.
     
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