Interior Pasillo (Planta baja)

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 10 Abril 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

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    —Absolutamente —convine, metido en el papel—, aún tenemos que definir los inversionistas del próximo proyecto, ¿y qué mejor forma de tomar decisiones que comiendo?

    Conservaba la esperanza de que Riamu me permitiera desviar el cauce de la conversación, y así fue. Además, parecía muy emocionada por tener la posibilidad de hablar de sus conocimientos... reposteros, y se veía bastante tierna. Procuré mantener mis ojos en ella la mayor parte del tiempo sin irme de boca al suelo ni chocar con nadie, y al oír la flamante propuesta alcé las cejas, entre curioso y divertido. ¿Almuerzo de postres? Vaya, eso sonaba... dulce.

    No creía que me diera la billetera para pedir una unidad de todo y definitivamente no podía aceptarle que me invitara, sería muy vergonzoso. Estaba pensando de qué forma negociar un punto intermedio cuando me soltó sus verdaderas intenciones y giré el rostro hacia ella. La sorpresa mutó en una risa de genuina diversión. Conque intentaba sobornarme, ¿eh? Bueno, yo tampoco estaba libre de pecado.

    —Hasta yo ya sé lo que te gusta... —murmuré al aire, incapaz de contenerme al ver su puchero, y al instante le concedí una sonrisa amable para aplacar cualquier posible molestia de su parte—. Bueno, la tengo un poco difícil negándole solicitudes a mi jefa, ¿no? Aunque... invitarme todos los postres de la cafetería es un montón, ¿podríamos achicar un poquito las dimensiones de la degustación?


    La última sugerencia la acompañé aproximando los dedos pulgar e índice junto a mi rostro.
     
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    Amane

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    Me sorprendió un poco que Morgan quisiera invitarme a su supuesta aventura con Kenneth cuando parecía que la intención inicial había sido que solo ellos dos fueran a ella, pero lo cierto era que tampoco tenía un motivo de peso para rechazar la oferta. Ken se encogió de hombros con indiferencia y Morgan confirmó que querían que fuese, así que no vi razón para debatir al respecto y simplemente acepté, asintiendo con la cabeza sin más.

    La cercanía de Morgan nunca me había molestado, por lo que no tuve mayor problema en aceptarla en mi espacio ni tampoco en que me cogiera de la mano antes de empezar a caminar por el pasillo. Ken nos siguió en silencio, quién sabía por qué motivo, y mientras caminábamos miré de nuevo a la chica, pues me preguntó por qué sentía que aquella película era tan adecuada para ser su favorita.

    —Tiene un estilo gótico, da un poco de miedo y trata de fantasmas... esas son cosas que te gustan, ¿no? —argumenté con bastante tranquilidad, pues estaba convencida que eso era cierto a pesar de haber buscado aprobación por su parte.

    —¿Te acuerdas lo que me dijiste cuando terminamos de comentar del todo la película? —intervino Kenneth apenas un rato después, haciendo que girara la cabeza para mirarlo durante un breve segundo.

    —Ah —dije, volviendo a centrarme en la chica sin cambiar mi expresión—. También a ti te gusta mi hermano y nosotros vivimos los dos solos en casa, así que me pareció curioso que una trama así fuera tu favorita. Claro que nosotros no tenemos esa clase de relación ni pretendemos envenenarte...
     
    Última edición: 24 Noviembre 2024
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    No había tenido un ataque de ansiedad formal en mi vida, pero a veces pasaban muchas cosas o todo se sentía que ocurría demasiado rápido desde mi perspectiva, por eso de alguna forma cuando esta niña tenía los pensamientos y las palabras corriendo a velocidades estrepitosas, pero obviamente descoordinadas la una de la otra, me daba la sensación de que se estaba ahogando. Al menos era así como yo me sentía cuando los pensamientos y las palabras o acciones no sucedían al mismo ritmo.

    Asintió, siguió mi indicación y respiró incluso si eso la obligaba a lidiar con el silencio entre nosotros. Se quedó mirando el suelo en mi dirección, en algún momento el torbellino tan siquiera disminuyó de intensidad y pudo mirarme ante lo que murmuré un "Gracias" bastante quedo. Con su desastre neutralizado creí sentir que el choque de emociones propias y ajenas era menos incómodo.

    Algo de lo que no estuve del todo seguro fue de si a ella le molestó, incomodó o desconcertó la parte automática del intercambio, pero en su defecto no era mi problema. Mi límite ya había quedado trazado desde la mierda de la sala de arte, no tenía intenciones de volver a lloriquear frente a nadie en la escuela, mucho menos ella, y tampoco requería de más explicaciones.

    La ventaja era que a Beatriz no la tenía que obligar a retroceder.

    Su miedo le impedía escarbar.

    Habiéndonos apartado de la enfermería mi atención se ocupó demasiado en ella como para atender a nada más, había notado la tensión en su cuerpo y tuve que hacerme una nota mental, para dejar de invadir su espacio. Me estaba pasando de confianzas, mejor la dejaba quieta de ahora en más.

    Afirmó a mi pregunta del almuerzo, también a lo de los dulces y me dio las gracias, pero cuando me dijo dónde planeaba almorzar algunas conexiones del cerebro se me entrecruzaron sin permiso. Me sentí un poco incómodo, no supe bien por qué o más bien no quise reconocer por qué, y no contesté a nada en el momento. Moví el peso de un pie al otro, algo inquieto, y hundí las manos en el bolsillo donde choqué con el dinero que me había dado Liam temprano y el encendedor, que me hizo desviar los ojos en dirección a los baños de ese pasillo.

    Su pregunta, tímida, me alcanzó un poco embotada por mis propios pensamientos y sensaciones de tensión y cuando volví a verla me sentí todavía un poco desconectado del espacio. Recordé a Liam diciéndome que hoy no tenía la comida de casa y la inquietud no mejoró, me rasqué el muslo desde el interior del bolsillo y giré el cuerpo, todavía indeciso, pero al menos pude sonreírle.

    —Está bien —murmuré ya empezando a caminar.

    Esperé por ella para acoplarme a su ritmo, comenzamos a bajar las escaleras y por un segundo quise preguntarle por los stickers, pero me acordé de cuando le pregunté a Hubert por las galletas me atravesé en su intención de decírmelo después, luego que Anna me agradeció, con Sasha hablé de inmediato, Arata lo mencionó como no sé cuántos días más tarde y que... Ahí parábamos de contar. No hacía las cosas buscando un agradecimiento, pero ser repentinamente consciente de ello entre todo lo demás me hizo sentir raro.

    Creí que estaba trepando por ideas incoherentes y sin darme cuenta mientras caminaba escarbé en la mente, casi desesperado, hasta que pude recordar una canción. Resultó ser la misma melodía que le había escuchado tararear a Vero el día de lo de Copito, el primero quería decir. Tarareé, la acción detuvo parte del tren de pensamiento y oxigené neuronas con algo más de eficacia.

    —¿Qué te preparó tu mamá? —pregunté cuando ya íbamos llegando abajo, para hacer conversación.

    Guie la marcha a la expendedora, busqué el dinero para comprar la botella de agua y luego de que cayera miré a Beatriz ya abriendo el envase.

    —Si quieres algo pídelo, yo lo pago —le dije antes de pegar un trago de agua inmenso.


    me los fui arrastrando

    ya tú sabes cuál y te la linkeo iwal
     
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    Bruno TDF

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    Mi atención se había diluido por la idea repentina de invitarlo a almorzar. En la breve detención donde me dediqué internamente a decidir si seguir este impulso, otras señales provenientes de Cayden pasaron desapercibidas ante mi percepción, de modo que quedé algo ajena a la incomodidad que lo había invadido sin previo aviso. Aquel momento que transcurrió, entre que le dije mi destino y la posterior invitación que le hice, contuvo más silencio de nuestra parte. En mi caso, esperé su respuesta con una mezcla de indecisión y expectativa, resistiendo la tentación de añadir apresuradamente que podíamos dejarlo para otra ocasión, si no podía o quería acompañarme…

    No supe en qué momento había bajado la mirada, sólo lo supe al oír que aceptaba. Alcé la cabeza, dando cuenta de la sonrisa que había esbozado en mi dirección. En mi semblante cruzaron diversas sensaciones, aunque ninguna las comprimía. Mi gesto se había suavizado por el alivio, porque hasta este momento me sentía muy apenada por el escándalo que hice por el choque. También hubo una alegría muy sutil, demasiado tímida para cambiarme el brillo de los ojos. Pero allí estuvo, presente; la lograría notar cualquiera que fuese un agudo observador.

    Podría compartir la comida de mi madre, ayudar a Cayden a recuperar energías.

    Había logrado generarme la oportunidad para… agradecerle.

    Deseaba darle las gracias como correspondía. Por la contención que me brindó en la sala de arte, tras guardar mi… secreto. Y por el regalo que ahora sentía bajo los dedos que aferraban el estuche de la Switch, el suave tacto de los stickers. Más allá de la vergüenza causada por el abrazo, no se me arrepentía de éste. Quería llevarme bien con Cayden. Nuestros primeros encuentros no estuvieron desprovistos de escándalos por mi parte, pero trataría de redimirme ahora, en lugar de seguir lamentándome.

    Caminamos en silencio. A mi lado, Cayden mantenía su silencio y, esta vez sí, creí notar de soslayo las sutiles señales de la ansiedad, de los pensamientos excesivos. Mas, antes de que pudiera seguir dándoles forma… El chico se puso a… ¿tararear?

    Lo miré, entre desconcertada y curiosa. Su entonación contuvo melodías extendidas, que cruzaron el aire con mucha delicadeza. Escucharlo era… relajante, ¿tal vez? Al ser suave, como la respiración con la que me había controlado hace unos momentos, mis propios pensamientos también frenaron, aunque fuese ligeramente. Cuando Cayden terminó, me volteé rápidamente tras ser consciente de que lo estaba mirando muy atentamente, y a su vez para prestar atención a las escaleras que nos condujeron a la planta baja.

    —A… Arroz, con piezas de zanahoria y brócoli al vapor —respondí a su pregunta—. Y… también unas albóndigas de res con… con salsa española… —lo miré con cierta duda, pues esto último rompía con lo que se podía esperar de un bento tradicional japonés— M-mi madre es española, a veces hace combinaciones d-de platillos de aquí y allá… Quiero decir, lo típico de España, ¿tal vez? Yo… Eeeh… —me froté ligeramente los dedos, bajando la mirada con timidez— E-Espero que te guste…

    Llegamos a la máquina expendedora del pasillo, en donde Cayden se proveyó de una botella de agua de la bebió un largo trago. Miré las botellas al otro lado del vidrio, pensando en si debía tomar su ofrecimiento. También, sin querer, recordé que aquí mismo conocí a Hubert y… q-q-que él también me había comprado algo...

    —¿E-estás seguro? —quise corroborar, antes de responderle— Entonces… Quizá… ¿Un jugo de manzana, tal vez?

    Era mi favorito, y su suave sabor me evitaba hacer muecas, como me sucedía con los sabores cítricos. Hubert también me la había comprado en su momento, aunque a él… le bastó ver mis gestos, hacia dónde miré, para darse cuenta de lo que quería. Era increíblemente observador.

    Y lindo…
     
    Última edición: 9 Diciembre 2024
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    Supuse que Verónica estaba acostumbrada a la ciudad por lo que cualquier pregunta relacionada acabé por descartarla, igual un poco sentía que la vida citadina pegaba con ella a pesar de que practicaba artes marciales, algo que parecía más tradicional. A lo que iba era que en las ciudades se vivía más rápido y esta muchacha parecía tener la energía suficiente para ello.

    —La familia que me recibió me trató muy bien y en general fue una gran experiencia —contesté a lo del intercambio en su Canadá.

    No habría tenido sentido entrar en detalles, en que me había ido porque creí que me sentiría más conectada a algo al estar un poco más cerca de la tierra que habíamos dejado atrás y me había equivocado, volviendo a Japón con la sensación de naufragar en cualquier lugar. Además, era cierto que las personas me habían tratado bien y no tenía una sola queja respecto a eso, por lo que al menos no era mentira.

    —Mi amiga se llama Mei —contesté enlazando las manos tras la espalda—, es fanática de los cafés helados super dulces. ¡Seguro te la ganas con algo así!

    En lo que caminábamos siguió respondiendo mi siguiente pregunta, me sorprendió saber que pintaba y dibujaba, aunque no lo hacía seguido por los entrenamientos, pero no importaba. Después dijo que adoraba hablar con la gente lo que me hizo reír, porque un poquito sí que era obvio y lo de las confianzas también, que solía ser un problema por muchos motivos.

    —Conocer a la gente es muy bonito, también me gusta —secundé con una sonrisa en el rostro—. Siempre se aprende algo nuevo, ¿no? Como ahora, que me cuentas lo del dibujo y la pintura, tienes que enseñarme algún dibujo tuyo algún día.

    Ella después retomó lo del baile, me recordó su sugerencia y oírla me amplió la sonrisa a pesar de que no contesté nada de inmediato. Ya en la planta baja me adelanté un paso, tranquila, antes de girar par quedar frente a ella y luego empezar a rodearla sin prisa.

    —¿Está invitándome a bailar, señorita? —pregunté desde su costado izquierdo, divertida—. ¿Y se puede saber dónde planea sacarme a bailar para empezar?
     
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    Almorzar con Kakeru y su amiga, Vólkov, siquiera había entrado en mis planes más remotos, pero al recibir la invitación sentí cumplirse una suerte de profecía. No se trataba exactamente de presionarle los botones adrede para arrancarle reacciones concretas, al menos no en la cotidianeidad. El asunto se basaba en que nuestras formas de ser y de proceder tendían a contrastar y a mí no me apetecía mucho amoldarme a él y a sus líos mentales. Cuidar mis modos o modificar mi comportamiento con el supuesto objetivo de mantenerlo tranquilo sería tan prepotente como hipócrita. Delataría que lo veía inferior, y no quería eso. No quería que Kakeru se creyera inferior, pues alguna vez lo había visto capaz de situarse a mi lado.

    La gente se ablandaba demasiado cuando consentías sus puntos débiles.

    Al final acepté porque no tenía nada mejor que hacer y la niña, aunque tímida y algo nerviosa, no se veía insoportable. El asunto se cerró con un par de mensajes y, al tocar el receso, los chicos aparecieron en lo que terminaba de guardar mis cosas. Recogí el bento de casa y fui hasta ellos, empezando a caminar tras oír su elección de destino. Claro que necesitábamos un banco disponible, ¿qué se suponía que hiciera? ¿Mancharme el pantalón en el césped? ¿Sentarme por donde los demás caminaban?

    Lideré la marcha y pocos metros después regulé el ritmo hasta acompasarme a ellos. Había comprobado que me siguieran, por lo que llegué a ver de refilón que Vólkov le tocaba el brazo y Kakeru le sonreía, empezando a caminar. Se sentía un poco extraño, aunque no terminaba de definir los motivos. ¿La falta de costumbre, quizá? Aún no me habituaba a esto de... volver a pasar tiempo con Kakeru, básicamente.

    —Supongo que me compraré un té helado —analicé al aire, y aunque no me interesara particularmente y, de hecho, estuviera a punto de comprobarlo con mis propios ojos, miré a la albina y agregué—: ¿Ustedes?

    Algo de esfuerzo no me mataría y así funcionaba esto de conocer gente, ¿no?

    —Para la dama, un agua fresca —respondió Kakeru desde mi otro lado y volteé a verlo; él alzó las cejas y se estiró para mirar a Vólkov—. Si la dama no cambió de parecer, claro. Yo... aún no lo sé, ¿tienes alguna recomendación particular, Kou?

    —¿De bebidas de expendedora? —repliqué al instante, con una leve sonrisa torcida—. No.

    Kakeru se rió y apoyó una mano en mi hombro.

    —Compraré la que te haga poner más cara de asco y te insistiré hasta que la pruebes. ¿Cómo era esta que odiabas con todo tu ser? ¿La soda de frutilla?

    Resoplé ligeramente, viéndome forzado a evocar recuerdos desagradables.

    —De por sí las cosas de frutilla saben muy artificiales, ¿pero eso? Es como la soda de uva.

    —O el juguito de manzana... o el matcha embotellado... o el café en lata...

    —Ya ves, y me pedías recomendaciones de la expendedora.

    —¿Tú tienes alguna bebida que no puedas ni ver, Jez? —preguntó Kakeru a la chica, volviendo a inclinarse para verla.

    Entre toda la charla, ya íbamos alcanzando la dichosa expendedora y saqué el monedero, disponiéndome a comprar primero.
     
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    Bruno TDF

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    Era comprensible que guardara para sí misma el anhelo que la llevó a hacer el intercambio en Canadá, además de la sensación con la que regresó a esta tierra en la que actualmente vivíamos. Siendo un tema tan personal para mi lady, era muy pronto para que considerara la idea de compartirlo conmigo, una chica parlanchina a la que recién estaba conociendo y descubriendo un poquitito más. ¡Pero…! Si algún día se daba la ocasión de hablar del asunto, puede que se abriera un interesante espacio de diálogo entre nosotras, ya que me daría la oportunidad de compartirle mi propia experiencia: el cómo vine aquí por decisión propia, acompañada sólo por Copito; con apoyo de mi familia y de los Takemori; dejando atrás Canadá, pero con la voluntad de crecer y construir algo nuevo para mí misma, con mis propias manos. Mis comienzos en Japón fueron difíciles y por eso podía llegar a entederla. Ahora... me sentía feliz con lo que había conseguido este último tiempo y, sobre todo, con las personas que se habían hecho un lugar en mi corazón.

    El amor, el cariño que me daban, era el cimiento de un nuevo hogar.

    Si este intercambio de historias se daba algún día con Ilana, sin duda aprenderíamos la una de la otra. Y mi lady me tendría cerquita, comprendiéndola y acompañándola en su proceso.

    —Mei, ¿eh? —repetí cuando me dijo el nombre de su amiga, que era fanática de los cafés helados cargaditos de cosas ricas; me reí por la bajo cuando dijo que seguro me la ganaba con algo así— Tengo una amiga a la que le digo así, “Mey” pero con Y griega, Laila Meyer es su nombre. Así que… Si algún día me presentas a tu amiga, espero que esté preparada para que le diga Sweet Mei, será mi toque distintivo para su nombre —me reí por lo bajo. Quién sabe si algún pasaría, pero la posibilidad era, justamente, dulce.

    Luego hablamos sobre mis ratitos de arte y, lo que más me gustaba, el tema de conocer personitas. Ilanita afirmó que eso era bonito, que era un gusto compartido, y que siempre aprendías algo nuevo al hacerlo. A modo de ejemplo remarcó mi gusto por el dibujo y me dijo de mostrarle uno algún día.
    La miré con aire pensativo, antes de responderle.

    —Sobre eso, se me acaba de ocurrir algo —dije mientras seguíamos andando— Allá en Northwood, ¿había algún animalito que te gustaba mucho? Si me dices uno, me gustaría dibujartlo para tí. ¡Le pondré todo mi empeño...!

    ¡Y finalmente…! Llegamos a lo del baile, momento de la charla en la que no tuve reparo alguno en expresarle mi deseo de danzar juntas. Era algo que tenía ganas de hacer, desde que surgió la idea, tan espontáneamente, la mañana que subimos a clases. Logré ver cómo se le ampliaba su sonrisa, antes de que se detuviera para empezar a rodearme con aires divertidos. Me detuve en posición recta, las manitos sobre mi regazo, para seguirla con la mirada. Sonriendo con igual amplitud. Preguntó a modo retórico si la estaba invitando, ante lo cual respondí de todas maneras:

    —Oh, mi lady, es mi deseo desde que la conozco —confesé en un tono teatral, para luego responder a su siguiente pregunta— Por aquí cerca tenemos el Salón de actos. Una bella dama como usted merece que la lleven a bailar a un gran escenario. ¿Le concedería tan grande honor a esta señorita entusiasmada? Pero antes, permita que la invite a una botella de agua.

    Dicho y hecho, nos dirigimos a la máquina expendedora, donde pagué las bebidas para las dos. Con una sonrisita emocionada en los labios, dejé la botella de Ilanita en sus manos y avanzamos por el pasillo, hacia donde recordaba que se hallaba la puerta del salón.

    ¡Eso sí…! Tras avanzar unos cuántos pasos, se me dio por echar un vistazo al pasillo. Cuando mis ojitos volvieron recorrer la zona de la máquina expendedora, reconocía a dos personitas maravillosas, el sólo verlas me llenó de calidez. Jez y Fuji estaban conversando animadamente, acompañados por un muchachote de cabello castaño al que no reconocí, lo que provocó que lo mirara con transparente (y para nada disimulada) curiosidad. Esperé un momentito por si alguno de los dos me veía y, cuando creí que mi lucecita reparaba en mí, les dirigí una sonrisa amorosa. Les lancé un besito desde la distancia y saludé con la mano, tras lo cual regresé mi atención para sonreírle a Ilana y, ahora sí, dirigirnos al salón de actos.

    Y ya que estaba, enlacé un brazo al de la chica, en un movimiento suavecito. Ya que me había puesto confianzuda, ¡lo sería con todas las de la ley…!
     
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    No me había detenido a pensar que la opción de sentarnos en el suelo se cancelaba por la presencia de Shinomiya, pero en sí tampoco me parecía algo tan importante, pues yo me adaptaba un poco a lo que viniera, fuese por voluntad o para no incomodar, eso no me detenía a pensar todo el tiempo. En fin, que no le conferí una cuota de pensamiento.

    El muchacho se acompasó a nuestro ritmo después, me contestó la pregunta y luego la regresó, Kakeru fue el que contestó. Lo de la dama me hizo reír por lo bajo y negué suavemente con la cabeza, confirmando que no había cambiado de opinión, hoy no tenía ganas de beber algo con azúcar. Kakeru no se había decidido, le pidió recomendaciones a su amigo que respondió de inmediato. ¿La conclusión? Que se compraría lo que lo hiciera poner la mayor cara de asco y le insistiría que lo probara.

    Al escuchar eso me incliné un poco, apenas para poder mirarlo, y lo miré con el ceño un poco fruncido, pero incluso así no pude evitar que algo de diversión se me colara en las facciones. El asunto resultó en otro intercambio, a mí la soda de esos sabores me gustaba de vez en cuando, también las otras cosas que fue listando Kakeru... No, un momento.

    —El matcha embotellado no sabe bien, ¿vas a decirme que sí? —dije un poco de la nada antes de atender a la pregunta de Kakeru, que fue cuando me puse a usar neuronas—. Sobre lo otro, hace unas semanas me dieron a probar de un café en lata con caramelo o yo qué sé, estaba... ¿La verdad? Asquerosamente dulce. Ahora veo las latas y mejor paso de largo.

    Definirlo de esa manera me hizo hasta poner una cara de angustia, sabía muy empalagoso, el gusto a café estaba perdido entre el caramelo y pues para la gracia casi era mejor comprarse un té con leche azucarado. Se tenía que sentir menos pesado en el paladar y menos artificial, ¿pero quién era yo para juzgar? De todas formas, en esa divagación uní algunos pensamientos ya cuando el castaño había buscado el monedero para comprar primero y estiré el brazo para apuntar a Kakeru con el índice, imitando un regaño de lo más serio.

    —No vas a conseguir café en lata con caramelo e insistirle a Shinomiya-kun que lo pruebe, te estoy viendo. Ni tú deberías probarlo para empezar, ¿te imaginas que luego te descompensas por un pico de azúcar? ¿Qué haremos nosotros? ¿Llevarte a rastras?

    Estaba en pleno regaño cuando creí detectar un chispazo blanco, mi reacción automática fue buscar su origen y di con Vero, que ya nos estaba mirando. Por si no la había notado, volví a llamar la atención de Kakeru y fue cuando ella nos lanzó el beso y nos saludó con la mano, gesto que reflejé. Noté que estaba con Ilana y pronto siguieron su camino.

    —Bueno, momento de distracción —acoté regresando a los muchachos—. A este paso nos van a ganar la batalla de buscar asiento.

    iba a llevármelos de una, but me hizo más sentido postear acá e igual ya estamos cerca a
     
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