Kioto Mizayu

Tema en 'Prefecturas' iniciado por Amelie, 1 Diciembre 2024 a las 5:49 PM.

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    Amelie

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    Una vieja herbolaria se levanta en en este rincón olvidado de Kioto; cubierta de telarañas y distintos animales; es un sitio que se considera maldito; un puerto que generalmente se evita; pues las rutas comerciales mejor se dirigen a Kyoutanabe; el puerto más grande de la prefectura.
     
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    Costa de Mizayu
    [Matahachi; Eiji; Kohaku; Reijiro; Oshin; Tamura]

    Durmieron un poco, de vez en cuando abrían los ojos esperando ver la luz del sol. Sus cuerpos les decían que era la hora de levantarse pero el cielo les insistía volver a cerrar los ojos, descansar más. Creer que aquella noche era parte de un sueño eterno.

    Eiji negó; sabía que la luna se ocultaba en el oeste; ya lo había hecho. Pero el sol no resplandecía en el este. Eiji miró a las estrellas eran la única luz que irradiaba en el cielo. La obscuridad total comenzó a abrumarlo. Siguió navegando algo confundido, comenzaba a marearse. Y sin previo aviso, un golpe detuvo el barco abruptamente, lanzando a los tripulantes entre las paredes del interior mientras que Eiji volaba hasta caer en una playa de arena y rocas, hiriéndolo.

    Matahachi apretó la mandíbula para no gritar por el dolor que aquel golpe causó en su hombro.

    Reijiro se quejó —¿Qué ha pasado? ¿Están todos bien?

    —Estoy bien, sólo fue el primer golpe y el susto, no me he lastimado — habló la única voz femenina a bordo.

    —También estoy bien— respondió Tamura — a menos que sea el único que no vea nada. Si ustedes ven significa que no estoy tan bien como creía.

    —De..debemos revisar a Eiji— logró decir Matahachi mientras sostenía su hombro — No le escucho, ya debería habernos avisado lo que sucedió — se levantó con dificultad —Kohaku ¿Dónde estás? —preguntó preocupado al no escucharlo; pero si escuchaba los chirridos de Chiasa.

    Gigi Blanche
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    Las palabras que Yume susurró a mi oído me hicieron sonreír, y al encontrar sus ojos asentí. Me alegraba que hubiera decidido aprovechar aquel pequeño y último instante, por muy confundido que dejase al pobre Tamura. Ya lo ayudaríamos a ordenar sus ideas durante el viaje. Permanecí un poco más atento a él, asumiendo que su despedida era bastante más dolorosa que la de algunos de nosotros, y conforme Yume se alejaba, apoyé una mano en el centro de su espalda. Le sonreí también. No dije nada, sólo la acaricié despacio y le dejé su espacio al ver a Reijiro y Oshin llegar.

    Un atisbo de expectativa permaneció en mi pecho, y aún sabiendo que no era lo ideal, mi atención se dispersó en la dirección del bosque conforme abordábamos el barco. Pero nadie más llegó, nadie de los Minamoto. Recosté los brazos en la barandilla y, a medida que nos alejábamos, solté un suspiro un poco pesado. Suponía que esto significaba que había tomado la decisión correcta al reemplazar a Rengo.

    Pero, a decir verdad, dolía un poco.

    Intenté alejarme de esos pensamientos. Me acerqué a Fukuro, Chiasa se quedó con él y luego busqué a Tamura, que probablemente le viniera bien algo de apoyo emocional. El viaje se diluyó entre conversaciones y somnolencia intermitente. Sobre el silencio repetí en mi mente fragmentos de la charla con Rengo, buscando alguna respuesta que se escondiera a simple vista, pero no arribé a nada. Un poco frustrado, decidí dejarlo estar.

    Una violenta sacudida me despertó de repente. Rodé hacia un costado y me golpeé la cabeza contra algo, donde la herida del día anterior palpitó. Tensé la mandíbula y tardé un poco en darme cuenta que, aún con los ojos abiertos, no veía nada. Las voces de los demás se sucedieron mientras intentaba comprender la situación.

    —Estoy aquí —murmuré con cierta dificultad, aún esperando que el relámpago de dolor mitigara—. Buscaré a Eiji.

    Me incorporé con cuidado y apoyé las manos en la pared, guiándome así hasta la escotilla. La brisa marina inundó mi nariz y alcé la vista al cielo cargado de estrellas. No estaba seguro, pero... ¿no debería haber amanecido ya? Di algunos pasos dentro de la cubierta, Chiasa se trepó a mi hombro y la recorrí con la mirada, entrecerrando los ojos. Mi visión se acostumbró a la penumbra poco a poco.

    —¿Eiji-san? —lo llamé, sumamente confundido al no encontrarlo.

    Fui hasta la barandilla y por fin vi a Eiji, caído en una playa cercana. Lo llamé con apremio, pretendiendo alertar a los de adentro mientras buscaba la forma de bajar. Hice todo lo más rápido que pude y me reuní junto a él para comprobar su estado.

    —Eiji-san, ¿cómo te encuentras?
     
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