Long-fic Resplandor entre Tinieblas

Tema en 'Crossover' iniciado por WingzemonX, 21 Junio 2017.

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    WingzemonX

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    Resplandor entre Tinieblas
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    Misterio/Suspenso
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
    WingzemonX


    Capítulo 141.
    Nuevo Truco

    Lily siguió moviéndose desesperada por aquel paraje cubierto de neblina, siendo acosada por los sonidos del combate de las dos bestias a escasos metros de su espalda. Atrás ya habían quedado los árboles y el resto de la vegetación, y había prácticamente caído en lo que parecía ser una desolada área de juegos; con sus toboganes, columpios, barras e incluso una caja de arena.

    —¿A dónde crees que vas? —le gritó la voz de Emily detrás de ella con sorna—. ¿No has entendido que no hay a dónde huir, tontita?

    Lily la ignoró y se movió rápidamente hacia los juegos. Se metió presurosa debajo de uno de los toboganes, sentándose en la tierra y ocultándose de la vista de sus perseguidores. O, quizás no de todos.

    —Oh, vamos, ¿cuánto en verdad crees que podrás esconderte aquí? —le susurró Emily de pronto, que prácticamente se había materializado a su lado. Lily se sobresaltó sorprendida por su presencia.

    —¿Por qué eres tan molesta? —le cuestionó Lily, exasperada.

    —Pregúntatelo a ti misma —rio Emily, divertida—. Soy parte de tu sueño, duh. Pero ya en serio, si crees que este sencillo escondite te protegerá de esos dos, pues…

    Si acaso pensaba decir más, no tuvo oportunidad pues en ese momento el estruendo de las dos criaturas acercándose cruzó el aire, retumbando en sus oídos. Lily extendió su mirada, y pudo ver los enormes cuerpos del lobo y la serpiente surgir de la niebla, forcejando entre ellos hasta caer contra el área de juegos, aplastando unos columpios en el proceso.

    —Maldita sea —soltó Lily al aire, y salió rápidamente de su escondite para volver a correr. Sin embargo, en cuanto puso un pie fuera del área de juegos, se encontró de frente con una reja de malla de acero, con la que casi se estrelló de narices—. ¿Qué? ¡No!

    Tomó la reja entre sus dedos y la sacudió, como si en verdad pensara que podría derribarla con tan sólo intentarlo, pero por supuesto sin obtener ningún resultado. Comenzó a correr a un lado de la reja, buscando en donde terminaba, pero parecía no haber un fin. Era como si rodeara toda aquella zona, sin siquiera una mísera puerta de acceso.

    —Ay, qué mal —pronunció Emily con tono calmado, andando detrás de ella—. A la otra diseña mejor tu sueño, querida.

    —¡Cállate! —le gritó furiosa. A su grito le siguió de inmediato el intenso rugido de una de las criaturas que luchaban a la lejanía. O, quizás, no tan lejos en realidad.

    Desesperada, comenzó a intentar escalar, colocando sus dedos y la punta de sus pies en los agujeros de la reja. No tenía idea de que tan alta era, pero a pesar de haber subido al menos un par de metros, no lograba ver el final. ¿Acaso se alargaba hasta el maldito infinito?

    Su pie se resbaló al intentar meterlo en uno de los agujeros, y su cuerpo entero se precipitó hacia el suelo. Cayó sobre su costado derecho, golpeándose fuerte el hombro. Dejó escapar un fuerte alarido de dolor al aire, pues sueño o no, aquello se sintió bastante real.

    —Te dije que si te lastimabas te iba a doler de verdad —comentó Emily con falsa tristeza, de pie a su lado.

    Lily gimoteó, soltó un par de maldiciones (la mayoría no las conocía antes de comenzar a convivir tanto con Esther), e intentó ponerse de pie con bastante esfuerzo de por medio. Los sonidos de golpes, rugidos, destrozos y arañazos de la pelea entre los dos monstruos retumbaban en el aire. En un momento, logró captar como todos estos se acrecentaban de golpe, un rugido más fuerte que todos lo demás sobresalió, llegando a parecerse más a un intenso grito de desesperación. Luego, un sonido grotesco húmedo de carne machucada, algo grande rompiéndose como un tronco, y entonces… nada.

    Todo se sumió de un momento a otro en absoluto silencio. Y eso no hizo más que alterar aún más a Lily.

    La niña se puso rápidamente de pie y se giró en la dirección que había escuchado por última vez los sonidos. Por unos momentos no vio más que pura neblina, ni escuchó nada más. Un temblor le recorrió la espalda, y un sudor frío le impregnó la frente, mientras aguardaba.

    Y entonces la vio, esa sombra negra aproximándose, materializándose centímetro a centímetro entre la neblina, hasta que Lily fue capaz de identificar íntegramente su forma: alargada, delgada, de cabeza ancha y ojos rojizos. Era la serpiente. Y no había rastro alguno del lobo.

    —No —susurró Lily despacio, incrédula. Retrocedió rápidamente, claramente asustada, hasta que su espalda chocó directamente contra el cuerpo de Emily.

    —Creo que tenemos un ganador —pronunció aquella visión con tono festivo, y rápidamente la tomó firmemente de sus brazos con ambas manos.

    —¿Qué haces? —exclamó Lily, confundida. Se zarandeó intentando liberarse de su agarre, sin conseguirlo.

    La serpiente siguió avanzando hacia ellas, lentamente.

    —Ven y reclama tu premio, grandote —comentó Emily en alto.

    Aquel monstruo siguió acercándose.

    —No, no, no… —masculló Lily, apenas logrando darle forma a sus palabras.

    —¿Qué pasa? —murmuró Emily despacio, agachando su cabeza hasta colocarla a un costado de su oído, y poder entonces susurrarle en voz baja—: ¿No se supone que no le tienes miedo a nada?

    Lily no respondió. Su atención estaba fija únicamente en el horrible monstruo erguido ante ella, preparándose para engullirla entera como había sido su deseo dese un inicio…

    — — — —
    Esther se irguió con cuidado, apoyándose en el mueble de recepción, prácticamente con su cuerpo pegado contra éste para poner la mayor distancia entre ella y Owen; o lo que fuera aquello que tenía la apariencia del hombre al que le había metido tres tiros en el pecho, y luego visto como Eli le rompía el cuello. Éste la observaba desde su posición, con su postura relajada, y sus ojos totalmente carentes de alguna emoción clara que Esther pudiera descifrar. Casi parecía una simple estatua de cera, y por unos momentos de hecho se mantuvo tan inmóvil como una.

    —¿Cómo es posible? —masculló Esther, con la mayor firmeza que la impresión del momento le permitía—. Tú estabas…

    —¿Muerto? —exclamó Owen, cortándola. Soltó luego una perturbadora carcajada, pero no tanto como la sonrisa que se congeló en sus labios al instante siguiente—. Creo que ya lo estaba desde hace mucho —señaló, mientras se acomodaba sus anteojos con una mano—. Sólo que no me había enterado.

    Esther en un inicio no comprendió a qué intentaba referirse con aquello. Recordó poco después lo que Eli le había comentado con respecto a que, a veces, lo que ella llamaba la “infección” no se activaba en algunas personas hasta que éstas morían. ¿A eso se refería? ¿Acaso ya estaba infectado desde hace tiempo sin que lo supiera? La inquieta mente de Esther comenzó a imaginarse las diferentes formas en las que ese contagio pudo haberse dado, y ninguna era una imagen del todo agradable para tener en la cabeza.

    La expresión de Owen se endureció de pronto, y al momento comenzó a avanzar lentamente hacia ella.

    —¿Dónde está Eli? —le cuestionó con tosquedad.

    —¿Y yo cómo voy a saber? —masculló Esther con una sonrisa burlona, al tiempo que retrocedía lentamente, arrastrando sus pies por el suelo.

    En cuanto lo vio conveniente, se dio media vuelta y corrió en dirección a la puerta trasera de la recepción, aquella que daba al patio central. Sin embargo, de un segundo a otro el cuerpo de Owen se movió a una velocidad increíble, alcanzándola antes de que pudiera siquiera tocar la puerta. La tomó de su brazo derecho, apretándolo como fuerza entre sus dedos, lo que por supuesto le provocó un fuerte dolor. La alzó entonces en alto del brazo, separando sus pies del suelo lo suficiente para que su rostro quedara a la altura del suyo. No le costó ningún esfuerzo hacerlo; como si la mujer no pesara ni un kilo.

    —¿Crees que te puedes hacer la bromista conmigo? —escupió Owen con rabia—. Ya no soy el mismo de anoche.

    —A mí me pareces el mismo imbécil —le respondió Esther, ofuscada. Y a pesar de su incómoda posición, logró alzar el puño de su brazo libre, estampándolo contra la cara de Owen con la suficiente fuerza para romperle el cristal de su lente derecho.

    Owen gruñó, pues uno de esos trozos de cristal le había provocado un largo corte en su ceja. Arrojó a Esther con tanta fuerza contra el suelo, que su cuerpo incluso rebotó un poco contra éste. Se golpeó principalmente en la nariz, que comenzó a sangrarle, y en su pecho, sacándola casi todo el aire. No había siquiera intentado levantarse cuando Owen le propinó un fuerte puntapié en su costado, arrojándola hacia el frente, estrellándola contra una de las sillas de la sala de espera, rompiendo está con la fuerza del impacto.

    Esther se quedó unos segundos en el suelo entre los resto de la silla, adolorida y aturdida por todos los golpes. Pasó una mano por su nariz, limpiándose la sangre con el dorso de su mano, y giró como pudo su cuello en dirección a Owen. Éste se estaba retirando por completo los anteojos, tirándolos al suelo con brusquedad. Pasó una mano por su ceja, contemplando poco después sus dedos cubiertos con su sangre. Los contempló fijamente unos segundos, como si se tratara de lo más fascinante o raro que hubiera visto en mucho tiempo. Y de pronto, acercó los dedos su boca, comenzando a lamerlos y chuparlos con algo de apuro.

    Esa definitivamente no era una imagen agradable de ver.

    Esther intentó pararse, pero en cuanto se sentó un dolor punzante en su costado la inmovilizó un momento. Al girar su mirada en ese punto, logró ver un largo y puntiagudo pedazo de madera de la silla, que se le había clavado.

    —Mierda —masculló despacio.

    Tomó entonces el pedazo de madera con ambas manos, y se lo retiró de un fuerte tirón. El dolor salió de ella en la forma de un fuerte chillido, pero luego de eso logró menguar. Cuando se giró de nuevo hacia Owen, éste la contemplaba desde su posición, al parecer hasta cierto punto fascinado. Y Esther se maldijo a sí misma, pues lo único que logró pensar era lo realmente apuesto que se veía en esos momentos sin sus anteojos.

    —¿Qué demonios eres con exactitud? —inquirió el hombre de barba con frialdad—. No eres un vampiro, pero tampoco eres una niña, ¿verdad?

    No podía llegarse a una conclusión más lógica que esa. Igual Esther no le dio el privilegio de una respuesta. En su lugar, comenzó de nuevo a levantarse, presionando la herida de su costado con una mano. Sentía como poco a poco se iba curando, pero no lo suficientemente rápido. Su otra mano, mientras tanto, se dirigió al arma oculta en su espalda.

    —Da igual —pronunció Owen en alto, pero de seguro aquello era más para sí mismo.

    Se movió entonces con la misma velocidad de hace un rato, reapareciendo casi en un parpadeo justo delante de Esther. Ésta se hizo hacia atrás e intentó jalar su arma hacia adelante, pero no fue lo suficientemente rápida. Owen la tomó con una mano de su cuello, volviéndola a alzar, mientras con la otra agarraba firmemente la muñeca de la mano que tomaba al arma, apretándola tan fuerte que Esther sintió sus huesos crujir. Sus dedos se abrieron por sí solos, y el arma se escapó de ellos hacia el suelo.

    Una vez desarmada, Owen la tomó y la agitó hacia un lado, pegándola contra el muro con tanta violencia que la parte trasera de la cabeza de Esther se golpeó contra éste, y la mujer sintió al instante siguiente el líquido caliente resbalando por su nunca.

    —Ahora respóndeme —exigió Owen mientras la sostenía contra la pared—. ¿Dónde está Eli?

    Esther hizo el intento vano de forcejear, pero lastimosamente tuvo que darse cuenta de lo realmente débil que se encontraba tras la pelea de la noche anterior, más todo el ajetreo de ese día, sumado a lo poco que había podido comer y descansar. Ciertamente no estaba en su mejor condición, y aunque lo estuviera de seguro no habría podido hacer mucho contra un hombre grande que le doblaba en tamaño y peso, mucho menos con esas monstruosas habilidades de vampiro.

    A pesar de su penosa situación, Esther se las arregló para alzar su mirada desafiante hacia su captor, y con una sonrisa burlona responderle:

    —La maté… La arrojé al sol y se prendió como una hoguera…

    Los ojos de Owen se abrieron grandes, estupefactos ante aquella posibilidad.

    —Mientes —declaró con voz carrasposa, su rabia claramente a punto de estallar. Pero eso no la intimidó.

    —Sal al patio, y puede que aún veas sus cenizas esparcidas por la nieve —murmuró mordaz, acrecentando aún más el enojo de Owen.

    —¡Mientes! —espetó el hombre con ferocidad. Alzó entonces el cuerpo de Esther aún más alto, la agitó en el aire, y la estrelló de espaldas contra el mueble de la recepción haciendo que éste crujiera. Colocó su cuerpo sobre ella, prácticamente agazapándose encima del mueble para someterla.

    Esther abrió los ojos, y contempló el rostro de aquel apuesto hombre, flotando en el aire a unos centímetros sobre el suyo. Su mano seguía firme contra su cuello, a sólo un poco más de fuerza de comenzar a estrangularla. En otras circunstancias, aquello podría resultarle incluso excitante.

    —¿Por qué estaría yo viva si no es así? —soltó de pronto con la mayor calma posible. La incertidumbre y la duda se hicieron visibles en la expresión de su captor.

    Owen se alzó un poco, contemplándola en silencio. Pareció a simple vista algo más tranquilo, pero Esther presintió que aquello no era para nada el caso. Desde ahí podía percibir como su mente se aceleraba, imaginando todas las diferentes formas en las podría despedazarla ahí mismo, con sus propias manos.

    La soltó de pronto, pero no fue por mucho. Rápidamente con una mano la tomó de su cabeza, ladeando está hacia un lado, mientras la otra la colocaba en su hombro, jalándolo hacia abajo con todo y su chaqueta. De esta forma, dejaba claramente expuesto el costado derecho del delgado y pálido cuello de Esther, y sus venas palpitantes.

    —Siempre quise saber cómo se sentía hacer esto —murmuró Owen de pronto, abriendo grande su boca, lo suficiente para que Esther pudiera ver por completo los largos y afilados colmillos que sobresalían del resto de su dentadura. Los colmillos que perforarían con suma facilidad su piel y carne para alimentarse de ella.

    Y aquella horripilante visión en verdad espantó a Esther. Comenzó a forcejar con más desesperación que antes, pero siendo incapaz de apartar ni un centímetro las pesadas y fuertes manos de Owen. El hombre se inclinó hacia ella, dirigiendo su rostro hacia el cuello sin menor miramiento. Esther apretó con fuerza los ojos, esperando la inevitable mordida. Pero antes de que los colmillos la alcanzaran, la voz de una tercera persona los interrumpió.

    —¿Oskar? —susurró la pequeña intrusa, desde el umbral de la puerta trasera.

    Ninguno de los dos se había dado cuenta de su presencia, pero rápidamente se giraron en su dirección, contemplando la delgada y desalineada figura de Eli. Detrás de ella, era apreciable que el sol aún no había bajado del todo, pero al parecer sí lo suficiente para que se atreviera a salir de su escondite. Esther no pudo evitar echar un vistazo a sus muñecas, que se encontraban rojas por el roce de las sogas, pero en especial por el esfuerzo que había significado romperlas.

    «Así que en verdad sí habría podido romperlas en cualquier momento…»

    Por su parte, la niña vampiro los contemplaba azorada, con sus ojos bien abiertos, fijos en especial en su amigo.

    —Eli —masculló Owen, o más bien Oskar, sorprendido. Rápidamente se olvidó de Esther, apartándose de ella de un salto, dejándola ahí de espaldas contra el mueble de recepción. Su sorpresa se convirtió rápidamente en alivio—. Eli, estás bien…

    Eli no dijo nada de momento. Solamente comenzó a avanzar lentamente en su dirección. Oskar se agachó rápidamente, pegando una rodilla al suelo. Eli se paró justo delante de él, quedando sus rostros a la misma altura, uno frente al otro. La niña alzó tímidamente una de sus manos, posándola dulcemente sobre la mejilla del hombre. Éste cerró sus ojos, y pegó su rostro aún más contra la palma de la pequeña mano. Sin embargo, los volvió a abrir casi de inmediato, notándose sorprendido.

    —No puedo sentirte —murmuró despacio—. No como antes…

    —Ay, Oskar… —susurró Eli, agobiada por un profundo pesar—. ¿Qué te he hecho?

    El hombre de barba negó frenético con la cabeza.

    —Oye, está bien, todo está bien —pronunció con firmeza, tomando el pequeño rostro de la vampiro entre sus manos con suma delicadeza—. Soy yo, mírame. Volví.

    Sus labios se estiraron en una amplia sonrisa que intentaba sobre todo parecer alegre. Eli, sin embargo, claramente no compartió el sentimiento.

    —¿Cómo pasó? —susurró la vampiro, confundida—. Yo… yo te…

    —No estoy seguro. Pero no importa, ¿o sí?

    Oskar tomó en ese momento las manos de Eli entre las suyas y las acercó a su rostro, recorriendo sus palmas y sus dedos delicadamente con sus labios. Igual que el roce en su mejilla, apenas lograba percibir su piel contra él, como si lo hiciera por encima de varias prendas de ropa. ¿Así era como ella sentía? ¿Tan superficialmente? ¿Tan gris…? Pero eso no importaba. Lo único que le interesaba era que ella estaba ahí, y él también.

    —Ahora podremos estar juntos, por siempre —declaró con desbordante alegría—. Cazar juntos, alimentarnos juntos… empezando por esa pequeña zorra.

    Al pronunciar aquello, se giró a mirar sobre su hombro en dirección a Esther. Ésta se había bajado de encima del mueble, e intentó aproximarse lentamente hacia donde su arma había caído, aprovechando que ambos estaban distraídos; o, al parecer, no tanto como ella creía.

    —Ni se te ocurra moverte ni un centímetro más —le amenazó Oskar—. O veremos que tanto puedes curarte con un cuello roto.

    Esther sabía por experiencia propia que podía hacerlo, pero igual no tenía deseos de tentar a su suerte más de la cuenta. Apenas y había logrado lidiar con una de esas criaturas la noche anterior; enfrentarse ahora a dos, y en el estado en el que se encontraba en esos momentos, no era su escenario ideal ni de cerca.

    —Oskar —susurró Eli despacio, tomando en ese momento el rostro de su amigo con dulzura entre sus manos, acariciándolo con delicados roces—. Mi hermoso, hermoso, Oskar —pronunció en voz baja. Se inclinó entonces hacia él, besándolo con cuidado en su frente, haciendo poco después lo mismo en cada uno de sus parpados, en su nariz, y mejillas. El hombre cerró sus ojos, intentando sentir lo mayor posible los apenas apreciables roces de los pequeños labios de Eli contra su rostro—. Siempre quise que esto ocurriera. Que tú y yo pudiéramos estar juntos por siempre; para siempre. Sin que nada ni nadie se interpusiera. Sólo nosotros contra el mundo entero…

    Eli se dirigió en ese instante directo a los labios de Oskar, presionando los suyos contra ellos con mayor fuerza que los besos anteriores. Aquello resultó en una sensación mucho más viva para Oskar, que la rodeó rápidamente con sus brazos, atrayéndola contra él. Ambos se fundieron en aquel profundo, y hasta cierto punto apasionado beso, ante la mirada incrédula de Esther. Aunque en realidad no estaba del todo sorprendida de enterarse de que ambos tenían ese tipo de relación.

    De pronto, sin embargo, se le ocurrió que quizás aquello pudiera ser algo diferente a lo que se veía a simple vista, pues el recuerdo del otro beso que había presenciado en la habitación con Lily se le vino a la mente.

    Eli y Oskar se separaron tras unos segundos. Ambos abrieron los ojos al mismo tiempo, y contemplaron con atención al otro. Y aunque el rostro de Oskar radiaba de emoción y alegría, fue evidente incluso para él el sentimiento frío, totalmente apartado, que acompañaba a Eli.

    Justo como Esther había adivinado, aquel beso había sido con más intención que sólo ser un acto de pasión o de amor. Había sido un intento de Eli para echar un vistazo al interior del alma de su amigo, y ver lo que ahí se ocultaba. Y lo que vio, bien o mal, confirmó lo que se temía desde el momento en que lo vio.

    —Pero eso nunca podrá ser —sentenció con dureza, tomando por sorpresa al hombre delante de ella.

    Sin dar alguna otra explicación, Eli se apartó rápidamente, jalando su brazo derecho hacia atrás, y al instante siguiente empujando su mano con tremenda fuerza hacia el frente, directo al lado izquierdo del pecho de Oskar. La fuerza y velocidad que llevaba deberían ser más que suficientes para atravesar su carne y hueso, e ir más allá hasta su corazón, y así destrozarlo con sus propias manos. No sería la primera vez que lo hiciera; ni siquiera la primera vez que lo hiciera contra el cuerpo de uno de sus amigos.

    Sin embargo, quizás había subestimado lo débil que se encontraba debido a sus heridas, falta de sangre y sueño. Pues no fue capaz de alcanzar su objetivo lo suficientemente rápido, antes de que la mano izquierda de Oskar se alzara, prácticamente por sí sola como un reflejo ante el inminente peligro, y se cerrara como un grillete fuerte en torno a su muñeca. Su mano se detuvo en seco, con sus dedos presionándose contra la tela de la chaqueta del hombre, pero a milímetros de alcanzar su piel.

    Oskar se giró a mirar la mano de Eli contra su pecho, horrorizado al instante por aquella imagen. Rápidamente la empujó con su otra mano hacia atrás, haciéndola deslizarse un par de metros lejos de él, hasta que su espalda chocó de lleno contra el muro. Luego se paró y retrocedió alarmado, asustado, y algo asqueado.

    —¡¿Qué… qué estabas tratando de hacer?! —exclamó en alto, presionando sus dos manos contra el área de su corazón—. ¿Acaso querías…? ¡¿Cómo pudiste?! ¡¿Por qué?!

    —Porque tú no eres Oskar —respondió Eli con tosquedad, alzando su mirada sombría hacia él—. Ya no más. Oskar murió anoche. Tú no eres más que un cadáver, movido por la infección como una vil marioneta. Justo como le pasó a Hakan…

    —¿Qué tontería estás diciendo? —soltó el hombre de barba con mofa, aunque la rabia volvió rápidamente a apoderarse de él—. ¡Por supuesto que soy yo! ¡¿Qué no me ves?!

    Eli se quedó callada, e incluso su mirada se desvió por instinto hacia otro lado; lejos de la horripilante imagen de su viejo amigo que se erguía ante ella. Esto a Oskar no hizo más que exasperarlo aún más, por lo que se le aproximó apresurado y la tomó violentamente de su brazo, alzándola de un jalón.

    —¡Mírame! —le exigió con agresividad, sonando casi como un rugido.

    Eli soltó un agudo gemido de dolor. Oskar la alzaba tan alto que tenía que pararse en las puntas de sus pies.

    —Oskar… me lastimas —masculló con un tono empapado de sufrimiento, y eso pareció despertar algo en Oskar pues de inmediato abrió su mano para soltarla. El cuerpo delgado de la vampiro se desplomó al suelo, sin fuerzas.

    —No quise hacerlo —pronunció Oskar, su voz casi templando por la preocupación y la vergüenza—. Tú… ¡Tú me fuerzas a hacerlo! ¿Por qué me haces esto…?

    Esther, que había estado contemplando todo aquello con una curiosa combinación de fascinación y aprensión, aprovechó ese momento en el que claramente la atención de ninguno de los dos estaba en ella para lanzarse de lleno hacia el arma en el suelo a unos metros. Su movimiento brusco jaló de inmediato la atención de Oskar, que giró su cuello como un látigo hacia ella, en el momento justo en el que su mano se aproximaba al mango del arma.

    Oskar se precipitó hacia ella con increíble velocidad. Esther, en el suelo, se giró de lleno hacia él, apuntando con su arma. Su dedo presionó el gatillo, pero no logró hacerlo por completo antes de que Oskar desviara el cañón con un manotazo hacia un lado, y la bala saliera disparada directo contra el techo. De un golpe más, Oskar logró arrebatarle el arma de las manos, y el tercero lo propinó directo en el costado derecho de la cabeza de Esther, haciendo que su cuerpo entero se precipitara contra el piso.

    No la dejó ahí. Pues antes de que intentara recuperarse, Oskar la tomó de su nuca, la alzó y le restrelló la cara contra la pared, provocando el sonido pastoso de algo quebrándose. Eli incluso tuvo que desviar su mirada hacia un lado para no ver aquello.

    Esther siguió consciente tras ese horrible golpe, pero apenas. Su nariz estaba rota y sangraba abundantemente al igual que su labio. Su mirada estaba borrosa, incapaz de centrarla en absolutamente nada. Sus brazos y piernas colgaron flácidas, estando únicamente sostenida por la fuerte mano de Oskar en su nuca. El nuevo vampiro la giró hacia él, y contempló con curiosidad su rostro magullado. La acercó más a su rostro, y sin miramiento comenzó a recorrer su lengua por el mentón, mejilla y nariz de Esther, lamiendo con bastante apetito la sangre que brotaba de ella. A pesar de su estado, Esther percibía sin problema la sensación húmeda de su lengua, así como su aliento o el olor mismo de su piel. Sin embargo, le fue imposible reaccionar o hacer algo para detenerlo, si acaso en verdad quería hacerlo.

    Una vez que terminó de saborear ese pequeño bocado, Oskar se relamió sus labios, y luego se los limpió con la manga de su chaqueta. Se viró de regreso hacia Eli, aun teniendo el pequeño cuerpo de Esther bien sujeto. Eli se encontraba de rodillas en el suelo, con su mirada agachada y sus cabellos oscuros cayendo sobre su rostro.

    —Siempre dijiste que esto era como una maldición —indicó Oskar, llamando su atención—. Pero… esta nueva fuerza que recorre mi cuerpo es increíble. Este poder, estas sensaciones. Puedo verlo todo, oírlo todo, olerlo todo. Ya no siento temor alguno. Es como si estuviera vivo por primera vez. No me digas que tú no sientes lo mismo.

    Eli siguió sin responder. La dureza con la que lo veía resultaba casi dolorosa

    —Lo que necesitas es alimentarte —señaló Oskar, indiferente. Comenzó entonces a caminar hacia ella, prácticamente arrastrando a Esther por el suelo. Ésta intento tomar la poderosa mano que la oprimía para librarse de ella, pero sus débil y delgados dedos no lograron mucho.

    Una vez de pie frente a Eli, Oskar alzó a Esther, y luego la azotó contra el suelo para que quedara pecho a tierra.

    —Te sentirás mucho mejor en cuanto des un primero bocado.

    Colocó una mano atrás de la cabeza de la mujer, empujándola contra el piso, haciendo que su mejilla se apretujara contra éste. Con la otra jaló la chaqueta y el cuello del vestido de Esther hacia un lado, casi rasgándolo, dejando totalmente al descubierto su cuello justo enfrente de Eli.

    —Anda, sabes que quieres —ronroneó Oskar, sonando casi como una coqueta provocación.

    Los ojos de la vampiro se abrieron grandes, incapaces de ocultar el hambre y el anhelo que aquello imagen le provocaba. Oskar sonrió complacido al notarlo.

    — — — —
    La serpiente se fue abriendo paso en la neblina, hasta erguirse portentosa y fuerte ante Lily, tan alta como un edificio. Aun teniéndola tan cerca y no oculta en la niebla como hasta ese momento, seguía siendo sólo una masa negra volátil y ambigua, sin ninguna característica distinguible más allá de sus brillantes ojos rojizo, que Lily sintió clavados enteramente en ella. Podía sentir además vívidamente el hambre y el ansía con la que aquella cosa la miraba, deseosa de devorar cada milímetro de su ser, sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo.

    «Esto no es real» se dijo a sí misma mientras forcejaba contra las manos de Emily que la seguían sujetando con fuerza de los brazos. «Esto es sólo un sueño, una ilusión. ¡Nada esto está pasando!»

    Y en parte estaba segura de que así era, pero igual lo estaba que, aun así, en verdad poco importaba. Y por más que lo repitiera, aquello sí era de cierta forma real. Al menos lo suficiente como para que el miedo que la carcomía estuviera más que justificado.

    Nada de eso tenía sentido para ella. ¿Cómo podía todo eso ser real si era un sueño? Y encima era su sueño, un espacio en el que ella siempre había tenido el control absoluto de todo lo que ocurriese. ¿Cómo podía esa cosa hacer lo que le diera la gana, reptando por su cabeza como si fuera suya?

    «¿De eso trata esto?» pensó, lo mejor que su mente atormentada le permitía. «¿Todo esto ahora es tuyo? ¿Yo soy tuya? ¡¿Qué maldita porquería es ésta?!»

    ¿Qué era lo que le pasaría si esa serpiente o lo que fuera la comía como tanto lo deseaba? ¿Qué era lo que quedaría en su lugar…? ¿Esa cosa se apoderaría por completo de todo lo que la hacía ser ella?

    ¿Y qué era eso que la hacía ser ella, en realidad? Emily había dicho que la otra criatura, el lobo era su verdadero ser, aquello que había llegado a ese mundo dentro de ella desde el momento mismo de su nacimiento. Y en ese instante, estando su cuerpo prácticamente petrificado ante la inminente amenaza de aquella serpiente, la mente de Lily comenzó a recorrer sus memorias más arraigadas y guardadas. Cada momento en el que, aun no teniendo a nadie a su alrededor, sabía que no estaba del todo sola. Siempre estaba presente esa pequeña presencia, haciéndola saber cosas que no debería, convenciéndola de hacer lo que normalmente no se le hubiera ocurrido, dándole las fuerzas para hacer lo que no habría podido lograr en otras circunstancias.

    Estuvo con ella cuando se encontraba atrapada en aquel horno, indicándole que todo estaría bien; que todo era parte del plan. Estuvo en ella cuando el vehículo de Emily se precipitaba al río, diciéndole qué debía hacer. Cuando Esther le disparó, cuando Samara le hizo aquello a su pierna, cuando aquel sujeto la molestó en la fiesta, cuando Damien casi la estranguló… incluso cuando aquella niña la había mordido (logró recordarlo en ese instante). Eso siempre había estado con ella, de alguna u otra forma.

    Pero para Lily aquello no era en realidad una persona, mucho menos un enorme lobo, susurrándole palabras al oído. Eran simples pensamientos, un instinto primario que siempre había pensado que simplemente era parte de ella. Pero siempre, quizás de forma inconsciente, había intentado mantenerlo algo apartado de ella, a una distancia segura, como detrás de una puerta de madera a través de la cual pudiera escucharla, pero nada más. Y Lily siempre había tenido la opción de abrir esa puerta y dejar que aquello entrara, que se sentar a su lado, que la viera a los ojos, que su voz se volviera mucho más nítida y tangible.

    Pero nunca lo había hecho. Tener esa puerta cerrada siempre le había resultado más cómodo y seguro, ya que… sí, le tenía hasta cierto punto miedo a lo que se ocultaba al otro lado; ahora podía admitirlo con mayor claridad.

    “Todos le tienen miedo a algo.” Le había dicho Doug, el psiquiatra amigo de Emily. “Trabajando en nuestros miedos, conquistándolos, es como mejoramos. Así que quiero que me digas: ¿qué te da miedo?”

    Y Lily recordaba claramente cuál había sido su respuesta: “Yo.”

    Le temía a lo que estaba del otro lado de la puerta, a su verdadero ser. Temía en lo que podría convertirse, en lo que podría provocar. Pero ya no más…

    “Trabajando en nuestros miedos, conquistándolos, es como mejoramos.”

    —Levántate —pronunció de pronto—. ¡Levántate! —gritó con fuerza al aire, mientras permitía al fin que la puerta se abriera por completo—. ¡¡Levántate!!

    La serpiente abrió grande sus fauces, soltando un agudo y estruendoso siseo al aire, y se abalanzó de golpe hacia Lily. Su quijada estaba totalmente abierta, lista para engullirla de un sólo y certero mordisco. Pero un instante antes de que lograra alcanzarla y cerrar su boca en torno a ella, algo la jaló reciamente hacia atrás, haciendo que el cuerpo entero de la criatura se precipitara al suelo con un fuerte estruendo.

    El cuerpo entero de la serpiente fue arrastrando de regreso hacia la neblina mientras gimoteaba, perdiéndose de nuevo de su vista. Aun así, Lily mantuvo su mirada quieta, observando el punto justo en que había desaparecido. Los rugidos y los ajetreos volvieron a hacerse presentes, y discretas siluetas comenzaron a hacerse notar entre la niebla, forcejeando entre sí. El estridente bramido de uno de ellos hizo retumbar el escenario entero, seguido después del distinguible sonido de carne siendo perforada, arrancada y aplastada. Era un sonido grotesco, pero al mismo tiempo hipnótico.

    Todo duró sólo unos cuantos segundos, y luego todo volvió a sumirse en silencio como antes. Pero en esa ocasión Lily no supo identificar si ese silencio era angustioso como el anterior, una buena señal, o quizás algo muy diferente.

    —Bien hecho, pequeña —escuchó que Emily pronunciaba a sus espaldas con orgullo; el orgullo desbordante de una madre. Sus manos la soltaron en ese momento, y Lily se giró por mero reflejo sobre su hombro. Emily ya no estaba ahí detrás de ella, y no había rastro alguno de a dónde se había ido.

    Lily se viró de nuevo hacia el frente, aguardando y observando paciente hacia la neblina, hasta que de nuevo una enorme silueta negra comenzó a moverse, aproximándose en su dirección. Su forma ya no era la alargada de la serpiente, sino una incluso más enorme que la del lobo; como la sombra de una gran montaña proyectándose.

    Lily se puso tensa, expectante sobre lo que se avecinaba. Sin embargo, lo que surgió de entre la niebla no fue el enorme lobo que esperaba, sino una figura mucho, mucho más pequeña.

    —¿Qué? —pronunció Lily, sorprendida al ver la apariencia de aquel ser. Y mientras más se aproximaba hacia ella con ese paso tranquilo, casi juguetón, más verificaba que su primera impresión había sido la correcta.

    Era ella, o más bien algo con una apariencia bastante similar a la suya; su misma estatura y complexión, con sus mismos rasgos, su mismo cabello castaño largo y suelto cayendo a sus espaldas. La diferencia, sin embargo, era que la piel de su rostro era totalmente pálida, tan blanca como la neblina o incluso más, además de que unas marcas negras similares a venas recorrían sus mejillas y su frente. Pero la mayor diferencia eran sus ojos, que eran totalmente negros, sin pupila, cornea, iris ni nada. Sólo eran dos grandes agujeros totalmente negros, decorando ese rostro pálido, casi muerto. Pero la sonrisa confiada y juguetona que se dibujaba en sus labios… esa ciertamente sí le era familiar.

    —¿Ya dejemos al fin de lloriquear, Lilith? —masculló aquel ser, sonando en su cabeza como su propia voz interna, mientras caminaba a su lado y la observaba sobre el hombro. Lily la siguió con la mirada mientras caminaba a su alrededor.

    —¿Eres el lobo? —susurró despacio, desconcertada—. ¿Eres… yo?

    —Creí que ya lo habías entendido —susurró con voz burlona aquel ser con su cara—. ¿En serio necesitas que te lo explique?

    Lily no respondió, pero en su interior supo que no era necesario. Ella lo comprendía, o al menos casi todo, pues aún había un único punto que no le quedaba del todo claro.

    —¿Qué soy? —soltó Lily con voz firme—. ¿Soy en verdad un demonio?

    —¿Quién sabe? —respondió risueña aquel ser, encogiéndose de hombros—. Demonio, monstruo, abominación… Son conceptos bastante ambiguos, creados por los humanos para nombrar a todo aquello que les asusta. Y tú, eres la materialización de todos ellos, capaz de descubrir el ideal de Infierno de cada individuo, y hacer que lo viva en carne propia. Así que, ¿en verdad importa si eres humana, demonio… u otra cosa?

    —A mí me importa —inquirió Lily, aunque no sonando del todo convencida—. ¿Para qué viene a este mundo entonces? ¿Qué se supone que debo hacer?

    —No tengo idea —rio aquel ser—. No sé mucho más de lo que tú siempre has sabido en el fondo de tu ser. Yo soy , después de todo. Y esto es sólo un sueño. Pero el mundo de allá afuera te espera, y definitivamente aún hay mucho que debes hacer.

    El ser se detuvo justo enfrente de ella, encarándola muy cerca, a sólo unos cuántos centímetros de separación entre sus narices. Desde esa distancia, Lily pudo ver de más los dos pozos sin fondo que eran sus ojos.

    —Basta de charla —declaró el ser con elocuencia—. ¿Lista para continuar con lo que sigue?

    —¿Qué es lo que sigue? —susurró Lily, confundida.

    El ser sonrió, divertida.

    —Eso también ya lo sabes… Es hora de que te quites tus ataduras y… “mejores”

    Lily guardó silencio unos instantes, reflexiva.

    —Entiendo… Adelante, entonces.

    De un parpadeo a otro, la niña delante de ella, se transformó de nuevo en aquella inmensa figura negra con forma de lobo. Lily la observó fijamente desde su posición, pero no sintió miedo alguno en realidad. Si acaso había alguna sensación que la acompañaba, esa podía ser curiosidad. Curiosidad por saber lo que vendría.

    El lobo abrió grande sus fauces y arremetió contra Lily, atrapándola y envolviéndola entera en la oscuridad.

    — — — —
    Recostada en la cama de la habitación 303, los ojos de Lily se abrieron de golpe, siendo jalada abruptamente al mundo real. De inmediato se sintió incapaz de respirar, como si tuviera algo atorado en la garganta que se lo impidiera. Se sentó rápidamente en la cama, se inclinó hacia un lado y comenzó a toser con fuerza. Tras unos segundos de insistencia, comenzó a vomitar, soltándolo todo en la alfombra. Pero no era un vómito común, y no sólo por su cantidad, sino porque lo que salió de su cuerpo fue un líquido espeso y oscuro como alquitrán, que pudo sentir como le quemaba mientras le subía por la garganta.

    Una vez que todo pareció salir, Lily permaneció sentada en su sitio, respirando agitadamente intentando recobrar el aliento. Se limpió la boca con la manga de su chaqueta, e inevitablemente desvió su mirada hacia el charco oscuro y maloliente que se había formado en el suelo entre las camas. Para su horror, vio en el centro de éste algo sólido, alargado y deforme, como la cola magullada de alguna rata. Lo que fuera, tras unos segundos a Lily le pareció ver claramente cómo se movía, como si un espasmo lo recorriera de punta a punta.

    Se sobrepuso de golpe a la debilidad de su cuerpo, y empujada por el mero instinto se puso de pie y salto hacia el charco, estampando la suela de su bota al menos diez veces contra aquella cosa, hasta que todo lo que quedó fue una plasta grumosa flotando en aquel líquido oscuro.

    —Qué… asco… —soltó en voz baja, sintiendo casi como si el sólo hecho de hablar le resultara agotador.

    Se dirigió tambaleándose hacia el baño del cuarto. Se apoyó en el lavabo firmemente con sus dos manos para evitar caer, y abrió por completo la llave de agua. Tomó algo del líquido en su mano, y la llevó a su boca repetidas veces, enjuagando y escupiendo, hasta que aquel molesto sabor ácido desapareció lo más razonablemente de su boca. Se echó justo después agua en la cara para lavársela, y ya para ese punto comenzaba a sentirse mejor.

    Al alzar la mirada, sus ojos se enfocaron en el espejo delante de ella, y en su propio reflejo. Su cabello era una maraña sin forma, su cara estaba notablemente pálida, y unas marcadas ojeras decoraban sus ojos. Pero pese a todo, debía aceptar que se veía bien. A simple vista no parecía haber nada diferente en ella, pero… podía sentir que eso no era del todo cierto. Algo había cambiado, algo profundo. Podía sentirlo tan vívidamente como los latidos de su propio corazón.

    De pronto, su vista se desvió sólo un poco hacia un lado, centrándose fugazmente en el reflejo en el espejo de la silueta negra en el rincón, y en sus brillantes ojos que la veían de regreso. Lily se sobresaltó y su respiración se cortó. Sin embargo, al siguiente parpadeo, aquella silueta desapareció, tan rápido como había aparecido.

    Se talló la cara con la mano húmeda, e intentó despejar de su cabeza la repentina sensación de alerta que aquel desliz le había provocado. Aunque, por otro lado, eso le había ayudado a aclarar la mente y recordar mejor lo que había ocurrido antes de desmayarse: el área de juegos, el baño… esa mocosa encima de ella, la herida de su cuello…

    «Mi cuello» pensó sorprendida, y reparó en ese momento en el vendaje que le rodeaba dicha área.

    Comenzó rápidamente a retirarse las vendas para echar un vistazo debajo de ellas. Su costado se veía amoratado, pero en el centro de aquella mancha purpurea sobresalían dos heridas punzantes, circulares y rojas.

    «Esa perra era un vampiro» concluyó una vez que su mente estuvo lo suficientemente clara. «Un vampiro me mordió… como en las leyendas. Entonces, ¿la serpiente era…?»

    Mientras pensaba en todo aquello, lo último que había presenciado antes de perder la consciencia se volvió claro en su mente: aquella habitación, ese hombre de barba muerto, aquella chica… y Esther.

    Volvió presurosa al cuarto y miró a su alrededor, esperando ver a Esther en algún lado. Pero aunque el cuarto era claramente muy parecido al que les habían asignado al llegar, no tardó en darse cuenta de que no era el mismo. Y no había rastro alguno de su compañera de viaje.

    Divisó entonces un pedazo de papel sobre el buró, por lo que rápidamente se acercó a él y lo tomó. El mensaje en éste era corto:

    Seguiré mi camino hacia donde habíamos dicho. Si sobrevives, puedes seguirme, volver a tu casa, o hacer lo que quieras.
    E.


    Lily releyó la carta un par de veces y luego alzó su mirada pensativa hacia un lado; en dirección a la ventana del cuarto, en ese momento con la cortina cerrada. Y tras un rato de observar en silencio hacia ese mismo lado, lo tuvo bastante claro. Esther no estaba en realidad muy lejos de ahí.

    — — — —
    Eli se aproximó hacia donde Esther yacía en el piso, hasta colocarse a su lado, con su rostro suspendido sobre su cuello. Oskar la seguía sujetando con firmeza, expectante e incluso emocionado porque hiciera lo que debía. Los labios de Eli se separaron, dejando a la vista sus letales colmillos, que se alargaron hasta casi sobresalir por completo de su boca. Esther, debido a su posición, no lograba verla, pero de alguna manera podía sentirla. Era como un molesto, casi doloroso cosquilleo en la piel expuesta de su cuello, como si aquellos filosos colmillos ya la estuvieran rozando.

    Podría intentar forcejar, seguir peleando, pero la verdad era que su cuerpo carecía de cualquier tipo de fuerzas. De hecho, su mente se inclinaba más a la inconsciencia tras aquellos últimos golpes, y por un momento deseó poder desmayarse a voluntad. Y así no sentir nada, y que pasara lo que tuviera que pasar.

    Eli dejó escapar de pronto un agudo y disonante chillido, como el de algún tipo de animal rastrero. Esther se preparó para sentir sus colmillos penetrándola, pero de nuevo aquello no ocurrió como lo esperaba.

    La figura de la pequeña vampiro saltó de pronto desde su sitio, no hacia Esther sino directo hacia Oskar. Se agazapó a éste con sus piernas y brazos, aferrándose a él con todas sus fuerzas. El hombre de barba se sobresaltó, confundido. Retiró sus manos rápidamente de Esther, y se paró. Antes de que pudiera enderezarse por completo, Eli clavó enteros sus colmillos en el costado izquierdo de su cuello, desgarrando por completo su carne en el acto.

    Oskar gritó a todo pulmón lleno de dolor y confusión. Por mero reflejo tomó el pequeño cuerpo que lo aprisionaba con ambas manos y comenzó a empujarlo para apartarlo de él. Eli, sin embargo, se sujetó aún más fuerte, al tiempo que succionaba y bebía con desesperación de su cuello. Oskar se tambaleó por todo aquel espacio, rebotando por las paredes, dejando rastros de sangre pintados por ellas. En su desesperación, sus puños se cerraron, y por mero reflejo propinó un fuerte golpe a un costado de la cabeza de Eli. El impacto fue tan fuerte que la cara de la vampiro fue prácticamente arrancada de la parte que había aprisionada con sus colmillos.

    Una vez que tuvo su cuello libre, y Eli estuvo aturdida por el golpe, la tomó de nuevo con sus manos y ahora sí pudo apartarla de él, para luego arrojarla con violencia al suelo. El pequeño cuerpo de la vampiro azotó contra éste, y rodó un par de metros hasta quedar boca abajo, agitada y apenas consciente.

    Oskar presionó una mano contra la herida de su cuello, que para cualquier otro ser vivo hubiera sido de seguro mortal. Llevó su mano frente a su rostro, mirando incrédulo su palma totalmente roja. En verdad lo había hecho; Eli deliberadamente lo había mordido. Pero eso no había sido como la noche anterior que él se había ofrecido a ella por completa voluntad; ella había intentado asesinarlo.

    —Tú… —masculló con voz carrasposa, alzando su mirada iracunda hacia donde yacía. La rabia se apoderó de él, y rápidamente se aproximó hacia ella—. ¡¿Cómo pudiste?!

    Alzó en ese momento su pie, golpeándola con todas sus fuerzas en su costado. Eli pudo sentir como sus costillas se rompían por el impacto. Soltó un fuerte alarido al aire, pero no tuvo ni un segundo para intentar recuperarse. Oskar rápidamente la tomó del cuello, apretándola con sus dedos y la alzó de un jalón para encararla de frente. Eli lo miró de regreso con ferocidad, su cara manchada por segunda vez con la sangre de su querido amigo.

    —¡Luego de todo lo que he hecho por ti! —espetó Oskar, inundado de coraje y de odio—. Dejé mi vida entera, a mi madre, mi país, ¡todo por ti! ¡Porque te amaba! Porque creí que tú me amabas…

    Eli no respondió nada, y ese silencio resultó aún más doloroso.

    Algo lo distrajo un instante. Por el rabillo del ojo, pudo notar como el cuerpo de Esther comenzaba a arrastrarse con debilidad hacia la puerta del patio, apoyándose en el suelo con sus manos y codos. Oskar soltó a Eli con brusquedad, dejándola caer al suelo. Se giró de inmediato hacia Esther, y antes de que lograra llegar a su cometido, le plantó de forma contundente la planta de su pie contra su espalda, presionándola como una prensa contra el suelo. Esther se quedó estática en su sitio, incapaz de seguir avanzando. No gimió ni dio seña alguna de dolor por la sensación de aquel pie aplastándola, más allá de una mueca en su rostro.

    —Eres bastante resistente —indicó Oskar, y al segundo siguiente comenzó a mover su pie de un lado a otro sobre su espalda—. En otras circunstancias admiraría tu notable deseo de vivir, y hasta consideraría brindarte el don que acabo de obtener, en parte gracia a ti. Pero de ninguna manera te daré la oportunidad de ser como nosotros. En lugar de morderte, te partiré en dos y beberé lo que brote de ti…

    —No, Oskar —exclamó Eli con debilidad a sus espaldas. Estaba en esos momentos incorporándose, apoyándose en la pared más cercana—. No lo hagas…

    —¡¿Por qué no?! —espetó Oskar furioso, girándose hacia ella—. ¿Por qué te empeñas tanto el protegerla después de todo lo que nos ha hecho?

    —No lo hago por ella —aclaró Eli con mayor firmeza—, sino por ti. Tú… no eres así. No eres un monstruo como yo…

    —¿Qué dices? —bufó Oskar, soltando entonces una sonora risotada sarcástica—. ¿Qué no soy un monstruo? ¿Sabes acaso a cuánta gente he matado por ti todos estos años? ¿Has llevado al menos la cuenta de cuantos hombres, mujeres, niños, ancianos he colgado de cabeza y cercenado sus gargantas para poder llevarte su sangre? ¿Cuántos cadáveres he tenido que esconder, quemar o enterrar? Y todo lo hice por ti, Elias… Me convertí en un monstruo mucho antes que esto, sólo por ti…

    Esther desvió su mirada ligeramente hacia atrás, mirando un tanto confundida al hombre que la pisoteaba.

    «¿Elias…?»

    Por su parte, Eli no tuvo otra alternativa que agachar su mirada, avergonzada por las palabras de reclamo de su joven amigo. Ya que ella sabía, después de todo, que eran ciertas.

    —Lo sé —susurró tan bajo que si no fuera por el oído agudizado, de seguro Oskar no hubiera sido capaz de escucharla—. Y lo siento…

    Un fuerte golpe hizo retumbar las paredes de toda la recepción, poniendo en alertar a todos. Un segundo después, miraron atónitos como la puerta trasera que daba al patio salió volando de su marco, arrancada de sus bisagras, y se dirigió como un proyectil directo hacia Oskar. Éste tuvo que reaccionar haciéndose rápidamente hacia un lado, retirando su pie de la espalda de Esther. La puerta siguió de largo delante de él, estrellándose contra la pared y prácticamente estampándose contra ésta.

    —¿Qué demonios…? —masculló Oskar atónito. Él, al igual que Eli, y Esther en el suelo, se giraron hacia el agujero en el muro donde hasta hace unos segundos se encontraba la puerta. Y los tres pudieron ver claramente como una pequeña figura entraba con suma tranquilidad por él, plantando sus pies con firmeza.

    La niña recién llegada recorrió su mirada rápidamente por el cuarto, esbozó una amplia sonrisa alegre, y extendiendo sus brazos a los lados exclamó el alto y con voz cantada:

    —Cariño, ya llegué.

    —¿Lily? —susurró Esther, atónita, intentando alzar su torso del suelo apoyada en sus brazos. Era sin lugar a duda ella, pero… por un motivo, no estaba del todo segura.

    —¿Estás viva? —exclamó Oskar, confundido.

    Lily giró de inmediato su atención hacia él, observándolo con más detenimiento.

    —Tú también… o algo así.

    Esther se apoyó como pudo en sus rodillas para intentar alzarse, pero sólo logró llegar hasta ahí. Levantó su rostro, mirando con aprensión a Lily. Algo no estaba bien, podía sentirlo.

    —¿Acaso tú…? —susurró en voz baja, haciendo que Lily se virara hacia ella. Al sentir esos ojos fríos posados en ella, una sensación más agobiante le recorrió el cuerpo entero—. ¿Ahora eres…?

    No terminó su pregunta, pero ésta quedaba bastante implícita. La sonrisa en los labios de Lily se ensanchó aún más hacia los lados, tomando incluso una forma casi grotesca.

    —Así es —susurró en voz baja, intentando a toda vista que sonara enigmática—. Ahora… soy… un horrible… ¡vampiro!

    Alargó en ese momento su rostro en su dirección abriendo su boca grande para enseñar un par de largo y filosos colmillos, así como el brillo rojizo y letal de sus ojos. Esther se sobresaltó sorprendida por esto, haciéndose hacia atrás e irremediablemente cayendo de sentón al suelo.

    Lily soltó una aguda carcajada, y de un parpadeó a otro los colmillos y los ojos rojos se esfumaron. Había sido sólo una ilusión.

    —Es broma —indicó, agitando una mano despreocupada en el aire—. Estoy bien.

    Esther parpadeó, confundida. Hasta hace menos de una hora estaba agonizando en una cama… ¿y ahora entraba ahí a hacer bromas?

    —¿Derrotaste a la infección? —pronunció Eli, totalmente atónita.

    Ella podía sentirlo sin lugar a duda con tan sólo verla: una de las dos criaturas que había visto al entrar en ese espacio de su mente se había ido. Pero… ¿y la otra?

    —Es imposible —declaró, escéptica.

    —¿Qué más da? —dijo Oskar con voz amarga—. Sólo es más alimento.

    Comenzó entonces a caminar presuroso hacia aquella niña. Lily se giró lentamente hacia él, notablemente calmada. Lo miró fijamente mientras se le aproximaba, y cuando estuvo lo suficientemente cerca soltó con voz apacible y clara:

    —Si fuera tú no me acercaría más, cerdito

    Oskar se detuvo por completo al escucharla, estupefacto en especial ante esa última palabra.

    —¿Qué dijiste? —le cuestionó con brusquedad. Lily se limitó a sólo mirarlo en silencio, sonriente.

    Aquella mirada por algún motivo no hizo más que exasperarlo más, y por mero reflejo se lanzó hacia ella con la intención de taclearla, tirarla al suelo, y desgarrarle su cuello con sus colmillos, asegurándose de que no volviera levantarse otra vez. Sin embargo, para su sorpresa, su cuerpo terminó chocando con mero aire, precipitándose justo después de narices al piso. Pero lo extraño fue que no chocó contra el duro suelo laminado, sino que su cara se hundió de lleno contra la nieve.

    Se irguió presuroso, apoyándose en sus rodillas, y pasó su mano rápidamente por su rostro para quitarse los rastros de nieve de la cara. ¿Cómo había pasado eso? ¿Se había salido por la puerta sin que se diera cuenta?

    Y de pronto, pudo percibir algo extraño. La sensación de su mano contra su rostro, no estaba bien. Y cuando logró abrir los ojos y echarle un vistazo, vio por qué: tenía puestos unos guantes oscuros de tela. Pero, él estaba seguro de que hace un segundo no estaba usando guantes. Y eso no era todo, pues la forma de la mano que se ocultaba bajo el guante también le resultó ajena; era más pequeña, y algo regordeta.

    No era lo único fuera del lugar. Al alzar su rostro y echar un vistazo alrededor, se dio cuenta que no estaba en la recepción, tampoco en el patio. Estaba de rodillas en la nieve frente a un edificio, que le resultó dolorosamente familiar. Estaba en el patio central de un complejo de departamentos; su complejo de departamentos. A su diestra se encontraba la estructura de tubos, la misma en la que hace muchos años recordaba haber visto a Eli por primera vez, y a su izquierda aquel árbol que solía usar a veces como su víctima sustito para probar su navaja, imaginando que era Conny Forsberg o alguno de sus estúpidos amigos. Todo estaba tal y como lo recordaba la última vez que lo vio… hace treinta y seis años…

    «¿Qué carajos es esto?» pensó confundido y claramente alterado.

    Escuchó pisadas en la nieve, pesadas y numerosas, a sus espaldas. Se paró y se giró rápidamente, y entre las sombras del patio contempló como surgían varias figuras, al menos unas diez, de diferentes tamaños y formas, pero todas en general parecían tener la complexión de niños. Todos usaban chaquetas, gorros, bufandas y guantes. Sin embargo, sus rostros eran como sombras nebulosas, de las que Oskar sólo lograba distinguir un par de ojos enteramente blancos, que aun así podía sentir que lo miraban solamente a él mientras avanzaban en su dirección.

    Oskar retrocedió por reflejo. La manera en la que se acercaban denotaba hostilidad. Y conforme más se acercaron, pudo notar que en sus manos cargaban tubos de PVC y palos de madera. Pero lo otro que llamó su atención era que, a pesar de que claramente todos eran niños, le parecieron de su misma estatura o incluso más altos.

    —Aléjense —demandó Oskar con fuerza, y se sorprendió de la voz que surgió de él; más aguda, temblorosa, cobarde… La voz de un niño de doce años muerto de miedo.

    Las figuras siguieron avanzando hacia él, y en cuanto la primera estuvo lo suficientemente cerca, alargó la vara que traía consigo, y le propinó un fuerte latigazo en su mejilla. Oskar sintió como su piel se abría por el fuerte golpe, dibujándole una larga línea rojiza en dicha área.

    Llevó su mano a su mejilla, presionándola, y comenzó a retroceder con más desesperación a trompicones. Otro de aquellos niños lo golpeó con fuerza en su brazo derecho, provocándole un dolor intenso. Pero no tanto como el tercer golpe, que le dio directo en el costado derecho de su cabeza, destrozándole el oído.

    Oskar gimió de dolor, y se precipitó al suelo sobre su costado. Las figuras comenzaron a rodearlo, y sus sombras lo engulleron rápidamente.

    —Chilla como cerdo —pronunció en alto uno de ellos, sonando con un intenso eco. Al instante siguiente arremetió con su arma contra él, y los demás le siguieron. Todos comenzaron a golpearlo al mismo tiempo en diferentes partes de su cuerpo. Oskar no pudo más que hacerse ovillo en el suelo, intentando cubrirse inútilmente con sus brazos—. ¡Chilla como cerdo, mariquita!

    —¡Basta! —gritó Oskar con todas sus fuerzas, alzándose de golpe con los ojos cerrados, y extendiendo su mano con la intención de tomar a alguno de sus atacantes. Su mano en efecto tomó algo, pero al abrir sus ojos le sorprendió ver que estaba de nuevo en la recepción del hotel, y su mano de adulto estaba firmemente aferrada a la chaqueta de aquella niña que acababa de entrar, que lo miraba de regreso con indiferencia—. Tú… ¿qué me hiciste?

    —Aún estoy comenzando —susurró Lily con tono confiado, Oskar pudo percibir como algo intentaba penetrar de nuevo en su cabeza, casi como si fuera de forma física.

    Apretó sus ojos, e intentó bloquearse, repelerla por completo. Lily lo percibió, similar a lo que aquella otra chiquilla había intentado la otra noche. Pero estaba preparada para ello.

    —Eso no funcionará ahora —declaró con sorna, y entonces empujó con aún más fuerza, rompiendo en pedazos ese muro que intentaba colocar entre ambos.

    Oskar fue arrojado de golpe de regreso a la misma ilusión, cayendo de espaldas en la nieve mientras todas aquellas figuras de niños lo golpeaban con mayor intensidad. Podía sentir como le laceraban la piel y le rompían los huesos, sin que él pudiera levantarse siquiera.

    —¡Chilla como cerdo! —gritaban como un rugido—. ¡Chilla!

    Mientras él se hundía más y más en aquella pesadilla, Lily observaba complacida a su lado como se retorcía y gimoteaba en el suelo, envuelto en sus brazos temblorosos. Tras un rato, notó por el rabillo del ojo que Esther se le acercaba por un lado, cojeando, con una mano aferrada a su costado mientras la otra colgaba a su lado, pero sujetaba firmemente entre sus dedos su arma de fuego perdida.

    —Te ves horrible —señaló Lily, hiriente.

    —No tanto como se verá este imbécil —declaró Esther con ofuscación en su voz. Caminó entonces hacia Oskar, y apunto su arma directo hacia su cabeza. Su intención era vaciarle el cartucho entero hasta llenarle su cabecita de agujeros, y ver si después de eso aún podía levantarse.

    —¡No! —escucharon como Eli gritaba a todo pulmón, y en un abrir y cerrar de ojos se lanzó hacia Oskar, cubriéndolo lo mejor posible con su cuerpo, sirviendo de escudo contra el inminente disparo.

    Esther la miró confundida.

    —¿De qué maldito lado estás? —le cuestionó con irritación. Aquello resultaba confuso, si hace un momento estaba más que dispuesta a matarlo ella misma.

    —¿Qué esperas? —exclamó Lily a su lado, impaciente—. Dispárale a esta perra, o lo haré yo.

    Lily hizo el ademán de querer quitarle el arma, pero Esther rápidamente jaló su brazo hacia un lado, alejándola de ella.

    —Espera un segundo, ¿quieres? —le respondió de forma tosca. Lily no entendió a qué venía eso, pero le hizo caso.

    —Oskar —murmuró Eli con suavidad, sacudiendo un poco a su amigo que lloraba y gemía. Él no reaccionó en lo absoluto.

    Eli lo observó con pena. Destruirle la cabeza a tiros no iba a matarlo, sólo haría que terminara como un zombi sin consciencia, siendo movido únicamente por los deseos de la infección que lo carcomía; como había pasado con Hakan. Oskar no merecía terminar así; no se merecía nada de lo que le había pasado, incluida la desgracia de conocerla. Lo único que podía hacer era intentar terminar con aquello lo más rápido posible, el último acto de amor que podía hacer por él.

    Alzó un brazo en el aire, estirando sus dedos. Sus garras se alargaron, convirtiéndose prácticamente en letales cuchillas. Un movimiento rápido y perforaría su pecho, atraparía su corazón y se lo arrancaría, con todo y el núcleo de la infección que ahí yacía. Eso debía bastar para al menos inmovilizarlo, hasta conseguir la manera de prenderle fuego al cuerpo.

    De pronto, antes de que pudiera realizar su letal ataque, Oskar alzó abruptamente su mirada, y sus ojos casi desorbitados se fijaron en ella. Y lo que vio en ellos fue algo totalmente apartado de la mirada cálida y amable que siempre había visto en su querido amigo, incluso en su último momento de vida. Lo que la miró de regreso a través de esas dos ventanas azules, profundas como pozos sin fondo, era otra cosa totalmente distinta.

    —¡Aléjate! —gritó Oskar de pronto, y rápidamente agitó un brazo en el aire, golpeándola con fuerza y arrojándola precipitadamente contra la pared.

    Esther se sobresaltó al ver esto, y rápidamente alzó su arma. Sin pensarlo dos veces disparó tres veces, pero Oskar reaccionó rápidamente, saltando hacia los lados para esquivar cada uno de los disparos. Se dirigió entonces a gran velocidad hacia la puerta principal, atravesando con el cuerpo entero el cristal de ésta hacia el exterior.

    —¡Oskar! —gritó Eli alarmada, e intentó ponerse de pie para seguirlo. Sus piernas sin embargo le fallaron debido todas sus heridas, y terminó desplomándose de narices al suelo.

    Quien logró avanzar con mayor solidez hacia la puerta fue Esther. El frío del exterior le goleó la cara en cuanto se paró en el agujero de la puerta. Con pistola en mano, se asomó hacia afuera, pero no logró percibir nada más que la oscuridad de la carretera. El tal Owen u Oskar había desaparecido.

    Soltó una maldición silenciosa, y luego pateó algunos de los cristales rotos en el suelo. Lily no tardó mucho en llegar y pararse a su lado, mirando también hacia la noche, aunque con bastante más calma.

    —¿Lo soltaste apropósito? —le cuestionó Esther, exasperada. Era una deducción evidente, pues de un momento pasó de estar ahí tirado sumido en su pesadilla, a pararse y salir y corriendo.

    Lily sonrió y se encogió de hombros, indiferente.

    —Para ver qué le hacía a esa impertinente harpía.

    —Pues felicidades, se escapó —exclamó Esther, apuntando a la carretera con su arma—. Y te puedo asegurar que no será la última vez que lo tengamos prendado de nuestros cuellos.

    —Pues ya ni modo —exclamó Lily con tono hiriente. Se giró entonces sobre sus pies e ingresó de nuevo al interior del edificio. Esther resopló y la siguió, resignada.

    —Estás bastante normal, o lo que para ti es normal, considerando que hasta hace poco estabas muriéndote, convirtiéndote en vampiro, o lo que sea. ¿Tienes idea de lo que tuve que pasar por aquí mientras tú dormías tranquilamente?

    —¿A eso le llamas dormir tranquilamente? —le contestó Lily con dejo defensivo—. No tienes ni idea de la locura de sueño que tuve.

    Ambas se encontraron irremediablemente de nuevo con Eli, que seguía sentada en el suelo con su cabeza agachada, aunque cuando las tuvo justo frente a ella alzó su mirada hacia ellas, notándosele desafiante.

    —Y todo por tu culpa, Abby o cómo te llames —carraspeó Lily con marcada molestia. Eli se mantuvo inmutable.

    —¿Qué le hiciste a Oskar? —preguntó la vampiro con voz serena.

    —¿Lo de hace rato? —susurró Lily, señalando con su mentón hacia donde Oskar había estado tirado, lloriqueando como un bebé—. Lo mismo que te haré a ti por haberme mordido, bruja. Y en esta ocasión no te será tan fácil dejarme fuera. Aunque tal vez debería perdonarte, y además agradecerte, pues si no fuera por eso no habría sabido que podía hacer todas estas cosas interesantes… Nah, definitivamente no haré tal cosa.

    Lily se paró firme delante de ella, mirándola hacia abajo, imponente. Su mirada de agudizó, centellando de ira, pero también de emoción.

    —Dime, ¿cuál es tu idea de cómo es el Infierno?, ¿eh? —le preguntó con voz grave, aunque algo juguetona—. Porque te haré vivirlo en carne viva.

    Eli se mantuvo serena, e incluso logró sostenerle la mirada sin mucho esfuerzo. Y manteniendo su máscara de hielo inamovible, le respondió con voz fría y ausente:

    —Yo ya vivo en él…

    Lily esbozó una media sonrisa al escuchar esa respuesta. Comenzó entonces a enfocar su mente, a proyectarse en la de Eli para indagar en lo más profundos de sus miedos. Una parte de ella se sentía preocupada por lo que podría encontrar ahí dentro, pero al mismo tiempo estaba intrigada. ¿Cómo funcionaría la mente de un ser como ese? ¿Su castillo mental sería como el de Mabel, quizás? Lo descubriría muy pronto…

    —Espera —pronunció Esther de pronto, apoyando una mano en su hombro. Lily volteó a verla, impaciente.

    —¿Qué?

    —No lo hagas —le contestó con seriedad—. No todavía.

    —¿Por qué no?

    —Aún nos puede ser de utilidad. Y… —Esther miró de reojo a Eli, que las observaba en silencio desde el piso—. Creo que se lo debo. Me salvó la vida hace un momento, aunque lo que no entiendo es por qué.

    Observó en silencio a la susodicha, esperando que se dignara a dar alguna respuesta, pero no fue así. Siguió en silencio, aguardando.

    —Pues yo no le debo nada —respondió Lily con brusquedad, quitándose la mano de Esther del hombro con un manotazo—. ¿Recuerdas esto? —añadió señalando la fea herida expuesta de su cuello—. En verdad no sabes el suplicio por lo que tuve que pasar por su culpa.

    —Y por eso tendrás el privilegio de hacer con ella lo que quieras —le respondió Esther con un tono gentil, bastante disonante—. Pero no ahora.

    —Como quieras —bufó Lily molesta, y se dirigió entonces a una de las sillas de espera aún de pie, dejándose caer de sentón en ella.

    Esther se giró de nuevo a Eli. El desafío en su expresión se había esfumado, y ahora parecía en efecto más una niña, aliviada de no recibir un castigo, pero aún preocupada por lo que había hecho.

    —Gracias… —susurró despacio sin mirarla.

    —No agradezcas tan pronto —indicó Esther con severidad—. Sólo retrasé lo inevitable.

    La dejó de momento ahí en el suelo y se alejó de ella. Si era lista, podría salir corriendo en ese momento por la puerta rota, y desaparecer al igual que su amigo. Eso en efecto les ahorraría muchos problemas. Sin embargo, Eli no parecía tener intención alguna de huir, y en su lugar se quedó ahí en el suelo como si esperara que le dijeran que podía pararse.

    «Quizás nos sirva como mascota» pensó Esther, divertida.

    Se aproximó entonces a dónde Lily se había sentado. La niña de Portland miraba con aburrimiento y molestia hacia el muro. Aunque de cierta forma parecía estar muy fija en una de las manchas de sangre que Esther había dejado en la pared con su pelea con Oskar, si podía llamarla de esa forma.

    —Oye, ¿estás bien? —le preguntó con voz seria, notándose ligeramente preocupada.

    Lily se giró a mirarla, y le sonrió de esa forma prepotente que Esther bien le conocía, y tanto le molestaba.

    —¿No me veo bien? —le respondió de forma juguetona.

    —Te ves… diferente. ¿Qué fue lo que te pasó?

    —No lo tengo muy claro aún —contestó Lily, enigmática, parándose de la silla de un salto ágil—. Pero sí, me siento diferente. Al parecer lo que estuvo dormido dentro de mí al fin despertó, y mis poderes ahora son mucho más grandes que antes.

    —¿Des… pertó? —murmuró Esther, incapaz de ocultar la inquietud que esas palabras le causaban.

    —De hecho —exclamó Lily en alto, girándose por completo hacia ella—, creo que aprendí un nuevo truco. ¿Recuerdas cuando dijiste que necesitábamos un adulto para pasar más desapercibidas? Pues bueno…

    Retrocedió entonces un par de pasos, haciendo una prudente distancia entre Esther y ella. Estiró sus brazos hacia los costados, cerró los ojos, y entonces… Esther no sabría bien como describir lo que pasó a continuación. Fue como si el cuerpo entero de Lily se estirara y deformara hacia los lados y hacia arriba, aunque también parecía como si “algo” estuviera moviéndose dentro de su piel, estirándose para intentar salir al exterior. Lo que fuera, resultaba algo difícil de ver, pero aun así Esther no desvió su mirada ni un instante. Incluso Eli en ese momento se había puesto de pie, y se aproximó hasta pararse a un lado de Esther, contemplando también confundida tan extraño fenómeno.

    «¿Ella también lo ve?» dedujo Esther, sorprendida. «¿No es una ilusión?»

    O al menos no una como las que había visto anteriormente.

    El proceso sólo duró unos cuantos segundos, y cuando terminó, el resultado final fue ciertamente interesante. Ante ellas se encontraba ahora una chica alta y delgada, posiblemente en sus veintes, de larga cabellera castaña, ojos grandes claros, rostro delgado, y usaba una versión para adulto de la misma ropa exacta que Lily usaba. De hecho, toda ella, su rostro, sus ojos, su cabello… todo era una versión veinteañera de Lily Sullivan.

    La chica sonrió divertida mostrando sus dientes, de la misma forma exacta que Lily lo hacía. Y Esther lo tuvo claro: esa chica era Lily. Pero no sólo eso, pues en efecto tuvo la certeza de que aquello era más que una simple ilusión.

    —Creo que resolví nuestro problema —comentó la Lily adulta, sonando incluso su voz distinta—. ¿Qué te parece?

    Esther tardó en poder reaccionar para darle una respuesta. Cuando logró salir de su impresión, lo primero que hizo fue esbozar una amplia sonrisa llena de maravilla. Y por último, pronunciar un escueto pero sincero:

    —Genial…

    FIN DEL CAPÍTULO 141
    Notas del Autor:

    Y aquí queda de momento este pequeño nuevo arco de Esther y Lily viajando, y al parecer peleando con vampiros. ¿Qué les pareció el regreso de estas dos? ¿Y qué les pareció la introducción de Eli y Oskar? Como ven me tomé varias libertadas en la caracterización de ambos, pero siento que encajaron bien con el tono de la historia. Y por supuesto, no será la última vez que veamos a cualquiera de los dos. Sin embargo, ahora nos toca viajar a otro rincón de este mundo, y a ver a otros personajes. Estén pendientes pues lo que viene a continuación será explosivo. ¡Nos leemos!
     
  2. Threadmarks: Capítulo 142. VPX-01
     
    WingzemonX

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    Resplandor entre Tinieblas
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    Misterio/Suspenso
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
    WingzemonX

    Capítulo 142.
    VPX-01

    Hace 5 años…

    Annie la Mandiles, como la conocían sus hermanos del Nudo Verdadero desde hacía poco más de medio siglo, se paró a un lado de la carretera, con la mirada perdida en el lejano horizonte. Ante ella sólo se erguía el amplio y despejado monte, cubierto de hierba seca, y sólo unos cuantos árboles casi pelones esparcidos por aquí y por allá. Las montañas más cercanas eran unas manchas grisáceas en la lejanía que prácticamente se mezclaban y perdían con el cielo. Un aire cálido y seco le golpeaba la cara, y agitaba levemente sus cabellos oscuros. A sus espaldas, las voces de Doug el Diésel y Phil el Sucio le llegaban escuetamente, mientras ambos seguían discutiendo la noticia que les acababan de dar.

    Barry el Chino, Jimmy el Números, Andi Mordida de Serpiente, El Nueces… y ahora también Papá Cuervo. Sus hermanos, a los que se suponía iban en camino a ayudar como sus refuerzos, todos estaban muertos. Y lo peor era que la mayoría había sucumbido ante la mano de la vaporera que se suponía era su presa. ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo había ocurrido algo tan horrible como eso en tan corto tiempo?

    Aquello resultaba simplemente surreal. No sólo tenían esa enfermedad carcomiéndolos por dentro, sino que ahora una simple vaporera podía eliminar a varios de ellos así como así; como si fueran sólo moscas perturbándola.

    Annie nunca había sido la más fuerte o inteligente del Nudo Verdadero. Pocas cosas la distinguían de los demás, salvo su cualidad de poder soltarse a llorar a voluntad; habilidad que resultaba útil en ocasiones, pero la mayoría del tiempo era opacada por las cosas increíbles que otros miembros del Nudo podían hacer como Andi, Mabel, y por supuesto la propia Rose. Incluso alguien como Sarey, que podía ocultar su presencia incluso del más observador, dado el momento podía ser de mucha más utilidad que alguien que simplemente podía llorar cuando se lo pedían.

    Y lo más gracioso del asunto, por decirlo de una manera, es que en esos momentos no le era posible soltar ni una sola lágrima por sus hermanos caídos. No podía, o quizás en el fondo no quería.

    —Es sólo una paleta —recalcó Doug con severidad.

    —Los mató a todos —repitió Phil con insistencia, su voz temblándole un poco—. Incluso a Papá Cuervo. No sé qué clase de monstruo fue el que encontró Rose, pero es claro que no somos rivales para ella.

    —No sabemos lo que pasó realmente. Quizás los síntomas de la enfermedad se presentaron y todos estaban demasiado débiles; quizás se confiaron; quizás los tomaron por sorpresa, o quizás la niña tiene algún tipo de ayuda.

    —Demasiados “quizás”, Doug. La única verdad es que no tenemos ni puñetera idea de nada. Y no sé ustedes, pero yo no estoy dispuesto a tirarme a la boca del lobo sin tener claro a qué me voy a enfrentar.

    —¿Y qué otra alternativa tenemos? —cuestionó Doug tajante—. Igual no importa. Rose quiere que demos media vuelta y volvamos, así que será mejor que nos movamos de una vez.

    —¿Y volver para qué? —rio Phil, incrédulo—. ¿Oíste lo que dijo El Lamebotas? Rose no quiere soltar esto. Piensa vaciar todos los termos y que vayamos todos en contra de esa chiquilla. Aún si no terminamos muertos, terminaremos alertando a toda la maldita policía del estado de nuestra presencia. Rose ha perdido totalmente la cabeza.

    —No —exclamó Annie de pronto en alto, llamando la atención de ambos hombres. Hasta ese momento se había quedado bastante callada.

    La Mandiles se giró lentamente hacia ellos, mirándolos con seriedad en la mirada.

    —Lo que está es dolida, herida —masculló despacio—. Por la muerte de su amado, y también por su orgullo roto.

    —Y por eso mismo no puede pensar con claridad ni oír razones —señaló Phil con insistencia—. Aceptémoslo, hasta ahora siempre hemos creído ciegamente en sus planes, pero la verdad es que últimamente todos han terminado en un desastre. Ya no es la grandiosa e imponente Rose la Chistera que siempre hemos conocido. No lo ha sido desde que por su culpa todos nos contagiamos de esta enfermedad. Y mientras esté al frente del Nudo Verdadero, no tendremos futuro.

    —¿Y qué sugieres? —preguntó Annie, más curiosa que molesta, aproximándosele con cautela—. No la podemos “derrocar” si eso es lo que piensas. Es muy poderosa. Además, no es así como funciona elegir un nuevo líder.

    Y en realidad Annie no tenía claro cómo funcionaba, pero sabía que no era tan fácil como que uno renunciara y otro más tomara su sitio.

    —No, claro que no podemos hacer algo contra ella —murmuró Phil, con voz ausente—. Pero tampoco tenemos que seguir haciéndole caso.

    Doug y Annie lo miraron, desconcertados.

    —¿A qué te refieres? —masculló Doug despacio.

    La Mandiles permaneció en silencio todo el rato siguiente, mientras Doug y Phil discutían la propuesta de este último. Su opinión no fue requerida, y ella tampoco la expuso abiertamente. Pero aún sin ella, al final los tres tomarían el camino totalmente opuesto al que Rose les había ordenado. Ese día, los tres abandonarían para siempre el Nudo Verdadero. Y no serían los únicos.

    * * * *
    Los últimos días habían sido bastante extraños para el Nido en general, y en especial para el Dr. Russel Shepherd. Había demasiado que hacer, demasiado que supervisar, demasiado en qué pensar. Y aunque habitualmente se mostraba ante su equipo con una actitud jovial y enérgica, lo cierto era que ya para esos momentos comenzaba a sentir sobre los hombros el peso del verdadero cansancio.

    Quizás ya era hora de que se tomara unos días libres; no recordaba la última vez que lo había hecho. Lamentablemente, dudaba que el trabajo se lo fuera a permitir. Además, ya casi era Acción de Gracias y al menos un tercio del personal de planta había solicitado su semana libre justo en esos días, así que con más razón no podía dejar las cosas sin supervisión. Quizás para Navidad todo estuviera mejor; igual él prefería más esas fechas que Acción de Gracias.

    Aquella mañana, muy temprano, Russel se presentó en la sala de observaciones en donde el equipo médico había estado monitoreando el progreso de su segundo prisionero más reciente. Y aunque estos ya le habían informado con anterioridad de lo que vería, ciertamente le fue imposible no contemplar con una combinación de asombro y espanto el rostro dormido de Damien Thorn a través del cristal de la cámara hiperbárica; un rostro totalmente sano, sin rastro alguno de quemadura en él, ni siquiera una sola cicatriz. Con su cabeza totalmente cubierta de su grueso y brillante cabello negro, tan limpio y pulcro como si acabara de lavarse. Todo totalmente en su sitio, como si el horrible y deplorable estado en el que había llegado nunca hubiera ocurrido.

    Russel sintió como un sudor frío le recorrió la frente, y se apresuró rápidamente a secarse con un pañuelo antes de que fuera muy evidente. ¿Por qué aquello lo ponía tan nervioso? No lo tenía claro, pero así era. Contemplar ese rostro dormido y calmado, le causaba todo menos tranquilidad. Temía que en cualquier momento esos ojos se abrieran repentinamente, se fijaran en él, y entonces…

    —Increíble, ¿no le parece? —masculló la voz del Dir. Sinclair, justo cuando se paró a su lado para mirar también hacia el chico inconsciente—. Sólo unos cuántos días, y se regeneró totalmente de todas sus heridas, sin necesidad de ningún tratamiento adicional. ¿Con qué estamos lidiando, Dr. Shepherd? ¿Algún progreso con eso?

    Russel carraspeó un poco y se acomodó discretamente el nudo de su corbata. Respiró hondo intentando recobrar por completo la compostura antes de responderle.

    —Me temo que no, señor. Los análisis que hemos logrado realizarle confirman que su bioquímica no es como la de los UX, ni siquiera parecida. En general, todos sus exámenes de sangre salieron casi normales.

    —¿Casi? —inquirió Lucas, curioso.

    —Sí. Al parecer hay cierta… estructura inusual en su sangre. Su ADN, para ser exactos, es un poco diferente al de un ser humano convencional.

    —¿Qué me está diciendo, Russel? —susurró Lucas, cruzándose de brazos—. ¿Acaso no es un ser humano? ¿Qué entonces?, ¿un extraterrestre?

    —Bueno, no tan diferente como para estar cómodo con ponerlo en esa clasificación. La estructura de su sangre sigue siendo similar a la que uno esperaría de un ser vivo de este planeta, sólo que no precisamente la que se suele ver en un ser humano. Según algunos miembros de mi equipo, se asemeja más a la que verías en… la sangre de un animal.

    Lucas arqueó una ceja, claramente desconcertado con esa explicación que lo dejaba con aún más preguntas que antes.

    —O en una hipotética cruza, más bien —añadió Russel con voz serena—. Me temo que no puedo darle más información de momento. Necesitamos seguir investigando. Pero de todas formas, no hay nada que nos indique que la inusual estructura de su sangre pudiera estar relacionada directamente con este acelerado y milagroso ritmo de recuperación. Al parecer debe haber algo más. Pero, repito, necesitamos seguir investigando.

    —Tendrán todo el tiempo y recursos que necesiten para realizar esa investigación —recalcó Lucas con firmeza—. Pero eso será hasta que pueda interrogarlo de frente. Luego de eso, será todo suyo.

    —¿Interrogarlo? —exclamó Russel, su voz temblando ligeramente—. ¿Quiere decir que… piensa despertarlo?

    —Esa es la idea —asintió Lucas—. Hay muchas cosas que necesito saber de él, empezando por la identidad de las personas que lo protegen.

    Miró sobre su hombro a los demás en la sala; sólo otros dos miembros del equipo médico. Lucas tomó a Russel discretamente del brazo y lo jaló hacia un lado de la sala para poder hablar con un poco más de privacidad.

    —No puedo darle mayores detalles, pero sospechamos que podría haber incluso gente dentro del DIC que deliberadamente lo ha estado escondiendo de nosotros. Recuerda lo que estuvimos hablando con Douglas aquel día en la videollamada, ¿cierto?

    Russel lo recordaba. Era difícil olvidar a un hombre adulto siendo reprendido de esa forma.

    —Creía que había sido sólo un error —masculló Russel con ligera preocupación.

    —Yo estoy casi seguro de que no fue así. Pero ese muchacho puede tener la clave para poder al fin estar seguros de eso, o no. Además, necesito también que nos diga todo lo que sepa de sus cómplices, empezando por la tal Leena Klammer, Lilith Sullivan, y una mujer que estuvo detrás de la muerte de… una vieja conocida en Los Ángeles, que parece ser que también trabaja para él. Así que sí, en vista de que ya está completamente recuperado, lo despertaremos para poder interrogarlo sobre todo eso. Ya hablé con McCarthy y el Sgto. Schur ayer sobre esto, y se está preparando una sala especial para ello. En cuanto esté listo, ocuparé que se encargue de llevarlo y despertarlo. Y claro, de volverlo a dormir en cuanto terminemos. ¿De acuerdo?

    —De acuerdo, señor —asintió Russel, aunque en el fondo no se sentía precisamente muy convencido. Si ese chico le causaba tanta incomodidad estando dormido… no podía imaginarse cómo sería verlo despierto.

    —Luego de ese interrogatorio tendré que retirarme —informó Lucas con seriedad—. He estado ya bastante tiempo aquí, y mi esposa me matará si no estoy en casa para Acción de Gracias. Confío en que podrán encargarse de todo ustedes solos.

    —Claro —respondió Russel escuetamente.

    Lucas sonrió satisfecho con su respuesta, y le dio un par de palmadas amistosas en su brazo, y luego se giró a la salida con la aparente intención de irse de la sala. Antes de alejarse demasiado, sin embargo, se detuvo un momento y se giró de nuevo hacia él.

    —Apropósito, ¿en qué terminó la negociación con la química externa que logró despertar a Gorrión Blanco? —preguntó con marcado interés—. La Srta. Mathews, ¿cierto? ¿Aceptó al final nuestra propuesta o no?

    —Me temo que no —respondió Russel, negando con la cabeza—. Lo ocurrido en aquel quirófano la alteró demasiado. No cree que este tipo de ambiente de… alto riesgo, se podría decir, sea lo suyo. Y me temo que podría tener razón.

    Lucas asintió.

    —Es una lástima. Logró en unos cuántos días lo que muchos otros no lograron en cuatro años. En fin, encárguese entonces de los preparativos para su traslado.

    —Sí, señor.

    Y sin más que agregar, Lucas se dirigió ahora sí a la puerta. Russel, por su lado, permaneció unos momentos en el mismo sitio, pensativo, admirando desde su posición a la cámara hiperbárica y a su inusual ocupante.

    * * * *
    Hace unos meses…

    Aquel había sido para variar un buen día, y Annie la Mandiles sabía que en serio les hacía falta uno. Doug, Phil y ella habían ido tras la presa que Mabel la Doncella les había conseguido, mientras ésta iba por otra en compañía de James, Hugo, y un muy enfermo Marty. Aún desconocía como les había ido a ellos, pero el grupo de Annie ciertamente estaba muy contento con el resultado.

    El niño paleto al que habían ido a buscar, un escuincle lleno de mocos, delgaducho y sucio, resultó ser un muy buen botín. No de los mejores que hubieran visto en sus años en el Nudo Verdadero, ni de cerca. Pero considerando los tiempos de escases por los que habían pasado, ciertamente poder llenar más de la mitad del cilindro con un vapor puro y lleno de energía, era algo digno de celebrar. Y Annie lo notaba vívidamente en el buen humor de sus dos acompañantes. Ella, por su parte, no podría decir que compartiera su sentir del todo. Más que alegría, a lo mucho lo que debía sentir es algo de alivio pero… ni siquiera estaba segura de sentir eso.

    Cuando llegaron al punto de encuentro, un claro boscoso con sólo un camino de acceso, no había aún rastro alguno de sus demás compañeros. Los campers de Doug y Annie, y el de Hugo y Marty, se encontraban justo donde los habían estacionado, pero no había rastro del de Mabel y James, que era en el que se habían ido los cuatro a cumplir su respectiva misión.

    —Aún no llegan —señaló Annie en voz baja, al tiempo que se bajaba de la camioneta de Phil, seguida de cerca por Doug.

    —Ya deben estar en camino —indicó Phil despreocupado, apeándose también del lado del conductor—. Y si les fue tan bien como a nosotros, hoy comeremos como no lo hemos hecho en mucho tiempo. ¡Al fin!, ¡carajo!

    Phil el Sucio estaba que no cabía de su excitación. Aquello resultaba un poco contagioso, incluso para Annie, aunque sólo podía limitarse a sonreír levemente.

    —Voy a guardar esto —informó Phil, alzando el termo medio lleno que cargaba en su mano—. Y voy a traer un par de cervezas para celebrar, ¿de acuerdo? ¡Ni se les ocurra moverse!

    Y antes de que alguno pudiera responder realmente algo, Phil corrió presuroso hacia el camper de Doug y Annie, en donde estaban guardando los termos de reserva.

    Annie lo observó en silencio hasta que entró en la casa rodante, con sus brazos cruzados y su mirada un tanto distraída. Alzó luego su mirada al cielo, contemplando el cielo azul que los árboles dejaban a la vista, percibiendo además algunos de los rayos del sol que se filtraban entre las ramas y las hojas. Annie respiró profundo por su nariz. El olor de los bosques como ese solía parecerle agradable, incluso relajante. Pero hacía mucho tiempo que ya no sentía lo mismo; ni con los bosques, ni con nada. Como si en verdad se hubiera quedado vacía, desde aquel horrible día hace cinco años en el que el Nudo Verdadero dejó de existir.

    Sintió entonces como unas grandes y fuertes manos se posicionaban en sus hombros, acariciándola con una delicadeza que parecería casi impropia de las manos que lo hacían.

    —¿Un centavo por tus pensamientos? —murmuró la voz de Doug el Diésel muy cerca de su oído.

    —Te costará más caro que eso —respondió Annie bromeando, apoyando su cuerpo hacia atrás para pegar su espalda contra el amplio y fuerte pecho de su pareja—. No es nada, sólo me siento un poco cansada.

    —¿Cansada? —masculló Doug con preocupación, y de inmediato dirigió una mano a la frente de la mujer, temeroso de percibirla más caliente de lo debido.

    —Estoy bien —rio Annie, apartando la mano de Doug—. No es la enfermedad, en serio. Es sólo que tuvimos que conducir casi toda la noche. Te diré si me comienzo a sentir mal, te lo prometo.

    —De acuerdo, yo te creo —asintió Doug, y se permitió entonces rodearla con sus gruesos brazos, y apoyó su barbilla contra su hombro—. Sé que siempre has tenido tus dudas con todo esto, y no te culpo. Pero las cosas parece que mejorarán. Y si seguimos así, dentro de poco podríamos incluso darnos el lujo de reclutar a nuevos miembros. Otro rastreador, quizás. Y así podremos conseguir mejores presas y estar más fuertes.

    —¿Crear un nuevo Nudo? —masculló Annie, volteándolo a ver sobre su hombro con evidente escepticismo—. ¿De eso estamos hablando?

    —¿Y por qué no? —respondió Doug con total seguridad—. Ya hemos pasado demasiado tiempo preocupados en sólo sobrevivir. ¿No es ya momento de comenzar a pensar en el futuro?

    —Sí, por supuesto —respondió Annie, sonriente.

    Doug se inclinó hacia ella y le dio un sonoro beso en su mejilla, y luego bajó a su cuello, causándole un poco de cosquillas.

    —Por lo pronto, esta noche abriremos uno de los cilindros, y nos pondremos fuertes antes de emprender de nuevo el viaje. ¿Quién sabe? Quizás incluso Marty se ponga mejor.

    Annie asintió como respuesta a su comentario, y Doug se apartó entonces de ella caminando en dirección al camper, quizás para reunirse con Phil y tomar una de esas cervezas que había sugerido. Ella, por su lado, se quedó de pie en el mismo sitio, con su mirada de nuevo alzada hacia el cielo.

    Tomar una buena dosis de vapor, crear un nuevo Nudo… eran ideas que hace tiempo la hubieran podido emocionar, pero ahora eran sólo otras de esas cosas que la hacían sentir vacía con tan sólo pensar en ellas. Y aunque no se atrevería a decirlo en voz alta, la verdad era que incluso Doug se encontraba también como uno más de esa lista.

    Descubrió de mala manera que, así como se le hacía fácil llorar a voluntad aunque no lo sintiera, parecía tener la misma cualidad de fingir o imitar otras emociones; como la felicidad, la excitación, o incluso el deseo. Pero lo cierto era que ya no creía ser capaz de sentir nada de eso. Pero sabía que no era culpa de algo que Doug o alguien más hubiera hecho mal. Ni siquiera se trataba de resentimiento reprimido por haberla convencido de abandonar a Rose, como el que Mabel claramente sentía hacia James y a veces era incapaz de esconder.

    No, eso era algo que estaba totalmente en ella. Algo había muerto en su interior la noche en que Rose y los demás lo hicieron. Y ahora se sentía como un simple caparazón hueco, incapaz de sentir o desear nada, mucho menos poder pensar en el futuro como Doug le había sugerido. ¿Qué futuro podía tener un ser vacío como ella?

    Bajó su mirada al escuchar el lejano sonido de un motor, resaltando enormemente en la casi absoluta quietud del claro. Al mirar hacia el camino que llevaba hacia donde se encontraban, le pareció percibir el lejano punto de un vehículo aproximándose.

    —Creo que ya vienen llegando —pronunció con fuerza para que los otros dos la escucharan.

    Doug y Phil salieron en ese momento del camper, cervezas en mano. Alzaron sus miradas en dirección del camino y… sus miradas no era precisamente de alivio.

    —¿Son ellos? —masculló Doug, aprensivo, volteando a ver a su amigo.

    Phil corrió en ese momento de regreso a su camioneta, hacia una de las maletas de la parte trasera de la que sacó rápidamente un par de binoculares. Los alzó y enfocó para poder distinguir con más claridad el vehículo que se acercaba.

    —¿Qué demonios? —exclamó totalmente exaltado.

    Annie se giró a mirarlo, y en cuanto Phil bajó los binoculares, pudo ver claramente su rostro pálido y sus ojos llenos de asombro… por no decir terror. Y al mirar de nuevo hacia el camino, y a pesar de no tener la vista tan aguda, le bastó para poder darse una idea de lo que tanto había espantado a su amigo.

    Aquello no era el camper de James y Mabel. De hecho, no era un sólo vehículo, sino varias camionetas negras todo terreno, aproximándose a gran velocidad directo a su encuentro.

    * * * *
    Lisa contempló en silencio los cinco ratones muertos sobre su bandeja metálica. Todos habían convulsionado y sufrido una abundante hemorragia, creando charcos rojos bajo sus pequeños cuerpos, antes de perecer y quedarse completamente quietos. Una escena que era prácticamente una repetición de lo que habían sido sus primeros días en el Nido. ¿A cuántos ratones inocentes había asesinado desde que llegó a ese sitio? Y además de formas tan horrendas. Temía lo que pasaría cuando ese karma se le regresara.

    Había estado toda esa mañana jugando con las dosis del Lote Diez, variando un poco las proporciones que habían logrado despertar a Gorrión Blanco. Sin embargo, no había podido replicar otro resultado favorable como los de aquel día. Era casi como si simplemente el Lote Diez hubiera decidido dejar de funcionar justo cuando Lisa creía haberlo comprendido, lo que resultaba muy, pero muy frustrante, por decirlo menos.

    Desvió su mirada hacia un lado, de los ratones muertos a las radiografías sobre la pantalla de luz; las mismas del cerebro de Gorrión Blanco que el Dr. Shepherd le había mostrado la otra noche, y que mostraban claramente las nuevas lesiones que habían surgido en él. Había considerado que tal vez podría encontrar una nueva combinación que pudiera servir para volver a regenerar el cerebro de Gorrión Blanco, quizás incluso de forma permanente en esa ocasión. Pero comenzaba a pensar que quizás aquello había sido un simple golpe de suerte (si es que la muerte de toda esa gente, en la que por poco ella misma estuvo incluida, podía llamarse suerte de alguna forma).

    Quizás el curarla lo suficiente para despertarla era lo más lejos que ella podía llegar. Y aunque no lo fuera, si tenía verdadera suerte no estaría ahí el suficiente tiempo para averiguarlo.

    El sonido del candado electrónico de la puerta abriéndose captó su atención, sacándola de su cavilación. La puerta se abrió un instante después, y no le sorprendió ver aparecer del otro lado a Russel. De hecho, le parecía extraño no haberlo visto más últimamente.

    —Srta. Mathews —le saludó el Dr. Shepherd, cerrando la puerta detrás de él. Miró discretamente hacia la charola de metal delante de ella, y luego la observó con una discreta sonrisa—. Imagine mi sorpresa al escuchar que ha estado solicitando más ratones de prueba y muestras de los compuestos del Lote Diez. Luego de nuestra conversación, creí que seguir haciendo estos experimentos sería lo último que querría hacer.

    Lisa entornó los ojos y se giró al instante a los recipientes transparentes sobre su área de trabajo, tomando con una jeringa pequeñas dosis de cada uno para colocarlos en un tubo de ensayo nuevo.

    —Y no está equivocado —le respondió mientras continuaba concentrada en lo suyo—. Sólo pensé que, ya que estaré encerrada aquí hasta quién sabe cuándo, al menos podría intentar hacer algo de provecho.

    —¿Y eso es…? —inquirió Russel con curiosidad, parándose a su lado.

    —Ver si puedo encontrar una mejor combinación del Lote Diez que pudiera serles de utilidad para… bueno, eso —señaló entonces con la jeringa en sus dedos hacia las radiografías en la pantalla de la pared—. O al menos dejarle en mis notas al que sea mi remplazo algo de camino por dónde empezar.

    Russel miró un momento hacia la radiografía, no ocupando mucho para reconocerlas.

    —Creía que tampoco sentía mucha simpatía por Gorrión Blanco.

    —No es por simpatía —respondió Lisa de forma mordaz—. Sólo… no quiero que haya dudas de que hice un buen trabajo.

    —No las habrá —señaló Russel con firmeza, y eso tomó a Lisa un poco por sorpresa.

    El científico acercó en ese momento la silla que no hace mucho le pertenecía al Dr. Takashiro, y la estacionó cerca de ella. Tomó asiento, se giró por completo en su dirección, y la observó fijamente a través del cristal de sus anteojos.

    —Estuve pensando en lo que hablamos —musitó el Dr. Shepherd con una seriedad que a Lisa le resultó inusual viniendo de él—. Es una química excepcional, Srta. Mathews. Inteligente, trabajadora y muy responsable. Sería una increíble adición a mi equipo, y una verdadera perdida si se va. Pero tiene razón en lo que me dijo: no me sirve de nada tener trabajando para mí a alguien que no desea hacerlo.

    Hizo una pequeña pausa reflexiva, y entonces pronunció al final:

    —Es por eso que he decidido finalizar nuestra relación de trabajo como usted desea. Con toda mi satisfacción y gratitud por el grandioso trabajo que hizo, por supuesto.

    —¿De verdad? —preguntó Lisa, notándosele algo suspicaz. Russel asintió con afirmación.

    —Pero me temo que tendrá que esperar un par de días para poder irse.

    —¿Por qué?

    —Bueno, por simple logística. Esta semana será Acción de Gracias, y como ha de suponer muchos pedirán su semana de descanso a partir de este momento. Así que será más sencillo para todos transportarla de nuevo al mundo real junto con los demás miembros del personal que dejarán la base pronto. Usted lo entiende, ¿cierto?

    Lisa no respondió, pero en efecto lo entendía. No era la situación ideal, pero lo entendía. Y al menos eso significaba que podría estar en casa para Acción de Gracias, y eso ciertamente no le molestaba.

    —Está bien —masculló Lisa despacio—. Gracias, Dr. Shepherd.

    Russel asintió, y le sonrió con gentileza; otra expresión que a Lisa le resultaba extraña en él pues sus sonrisas no solían sentirse tan… sinceras. De hecho, toda su presencia se sentía diferente; más seria, pensativa, incluso algo cansada.

    El científico se paró en ese momento de su silla, y sin pronunciar alguna despedida se dirigió hacia la puerta para salir.

    —¿Sabe? —pronunció Lisa de pronto en alto para llamar su atención antes de que se fuera—. La clave de todo esto ha sido siempre el VPX-01 —declaró, alzando uno de los franquitos de vidrio, en esos momentos ya casi vacío—. Es el compuesto central y más importante del Lote Diez, como bien usted sabe; además de ser responsable de hacer que éste logre tener un efecto tan agresivo en el cuerpo del sujeto, pero a la vez tan efectivo. Pero no sólo me refiero a eso pues, como se lo había mencionado antes, uno de los mayores problemas que tuve al realizar las pruebas fue mi desconocimiento total de qué es exactamente esta sustancia. Si quiere tener mejores resultados la siguiente vez, creo que va a ser importante que sea mucho más comunicativo con mi remplazo sobre qué es exactamente, de dónde se obtiene, cómo es que puede hacer lo que hace…

    —Me temo que ese es uno secreto institucional mucho más allá de lo que abarca su Autorización de Seguridad —indicó Russel, volviendo a su más conocido tono burlón, mientras se giraba hacia ella—. Pero habría podido compartírselo sin problema si hubiera decidido quedarse. Aunque… —calló un momento, y observó pensativo hacia un lado—. Es probable que no hubiera resultado muy sencillo de entender para usted.

    —¿Por qué lo dice? —inquirió Lisa, confundida pero también curiosa—. ¿No le he demostrado en este tiempo que soy bastante capaz de entender incluso las cosas más complicadas?

    —No me refiero precisamente a eso —respondió Russel, negando con la cabeza—. Pero ya no importa. ¿Necesita un poco más de él? —preguntó de pronto, señalando al frasquito que Lisa aún sostenía en la mano.

    —Si fuera posible, sí —respondió Lisa, dudosa—. Pero si es algo tan especial, no quisiera que lo desperdiciaran en alguien que ya va de salida.

    —Le conseguiré un poco para que pueda seguir con sus experimentos el tiempo que le quede aquí —indicó Russel sin vacilación alguna—. Un pequeño regalo de despedida, ¿de acuerdo?

    —Supongo —murmuró Lisa, encogiéndose de hombros—. Gracias.

    Russel asintió, y ahora sí salió de la sala.

    * * * *
    Hace unos meses…

    Los vehículos negros se acercaban rápidamente por el camino, y la indecisión de Annie, Doug y Phil resultó ser fatal. Sin saber exactamente quienes eran o cuál era su cometido, ¿qué era lo que debían hacer? ¿Intentar enfrentarlos?, ¿o quizás mejor huir? Y cada segundo que pasaban sin tomar una decisión, el peligro se aproximaba más.

    Al final, el primero en reaccionar fue Phil el Sucio, que en cuanto sus piernas se lo permitieron se dirigió corriendo de nuevo hacia la parte trasera de su camioneta, sacando su rifle de asalto de la misma bolsa de la cual había sacado los binoculares. Y antes de que Annie o Doug pudieran decirle algo, Phil colocó el arma contra su hombro, apunto hacia los vehículos a la distancia y abrió fuego repetidas veces.

    Las balas rebotaron contra el chasis reforzado de la camioneta negra que iba al frente de la formación, creando unas pequeñas chispas. El vehículo giró un poco, quedando en diagonal en el camino y se detuvo. Los demás autos lo hicieron también, pero prácticamente lo hicieron ya en la mera entrada del claro, lo suficientemente cerca para que sus ocupantes se bajaran presurosos: al menos quince hombres con trajes de asalto color negro, armas largas, cascos y caretas que cubrían por completo sus rostros. Los quince se dirigieron presurosos hacia ellos en formación militar, y los que iban más adelante alzaron sus armas y abrieron fuego mientras avanzaban.

    Los tres verdaderos se refugiaron rápidamente detrás de la camioneta de Phil, y las balas de los atacantes chocaron contra ésta, haciéndole profundos agujeros en su armazón.

    —¡¿Quién jodidos son?! —exclamó Annie, respirando con agitación. Sentía su corazón casi a punto de explotarle bajo el pecho.

    —¡¿Y yo qué mierda voy a saber?! —exclamó Phil, asomándose rápidamente por el capot de la camioneta para disparar contra los extraños y que se disiparan un poco—. ¡Tenemos que largarnos de aquí!

    Phil señaló con su arma hacia el camper de Hugo y Marty, que era el más cercano a su posición.

    —¡No sin los termos! —exclamó Doug con fiereza.

    —¡Hagan lo que quieran, entonces! ¡Yo me largo! —señaló Phil desdeñoso, y sin más se dirigió corriendo hacia el camper.

    —No, Phil —exclamó Annie con inquietud—. Debemos estar juntos…

    —¡Olvídalo! —gritó Doug con voz de mando, tomándola del codo con algo de brusquedad—. ¡Vamos a nuestro camper! Debemos recuperar los termos e irnos.

    Doug no esperó ninguna confirmación de su parte, y sin más comenzó a correr en dirección a su casa rodante. Annie vaciló unos momentos, mirando hacia Phil y hacia Doug sin estar segura de a quién seguir. Al final, su cuerpo se inclinó a seguir a su pareja, y se apresuró a salir del refugio de la camioneta e ir detrás de él.

    Las balas volaban por los aires, y Annie casi le pareció sentir como le pasaban sobre su cabeza o le zumbaban en el oído. Al sonido de los disparos, sin embargo, se sumó de golpe el de una fuerte y estridente explosión que lo sacudió todo.

    Instintivamente Annie se detuvo un momento y se giró hacia atrás, sólo para ver que el camper de Hugo y Marty comenzaba a prenderse en llamas, y un denso humo oscuro emanaba de él. ¿Qué había pasado? ¿Le habían arrojado una granada? ¿El tanque de gasolina había estallado? No tenía idea. Pero lo que le pareció más alarmante fue distinguir la figura de Phil en el suelo, de espaldas a algunos metros del camper, aturdido. Al parecer había sido arrojado hacia atrás por la explosión, e intentaba recuperarse.

    ¿Debería ir y ayudarlo…?

    —¡Annie! —escuchó que le gritaba Doug, ya prácticamente en la puerta de su camper, haciéndole un ademán con su mano de que siguiera avanzando.

    La Mandiles comenzó a correr hacia él, pero justo a mitad del camino sintió un dolor punzante y ardiente en su pierna derecha. Una bala acababa de entrarle por un costado de su pantorrilla, atravesándola de lado a lado. Annie gritó de dolor y se desplomó al instante pecho a tierra. Se giró a ver su pierna, que empezó a sangrar abundantemente, y luego se giró hacia Doug. Éste la miraba desde la puerta del camper, con sus ojos pelones y desconcertados.

    Annie extendió una mano hacia su pareja, suplicándole en silencio que la ayudara. Doug titubeó un instante, y al final… se dirigió hacia el interior del camper, dejándola ahí tirada. Y por primera vez en mucho tiempo, Annie fue capaz de sentir algo en su pecho vacío, aunque no fue para nada un sentimiento agradable.

    Se giró como pudo en el suelo para ver a Phil. Éste avanzaba tambaleándose hacia su camioneta, aturdido y golpeado tras aquella explosión. Como pudo abrió la puerta del conductor y se subió casi arrastrándose, intentando encenderla a tientas con las llaves que estaban aún en el arranque. Antes de que pudiera lograrlo, Annie vio también a uno de los hombres de negro, posicionándose justo delante de la camioneta, alzar su arma, apuntar directamente hacia él y disparar; todo en menos de un segundo.

    Desde su ángulo Annie no fue capaz de verlo con total claridad, pero lo sintió en cada fibra de su cuerpo. La bala atravesó el parabrisas, y siguió de largo hasta la frente de Phil, atravesándola también de adelante hacia atrás. Restos de cráneo y sesos volaron de su parte trasera, manchando el vidrio posterior de la camioneta; eso Annie sí lo pudo ver. Pero igual las manchas de sangre no duraron mucho, pues casi al instante el Sucio entró en ciclo y su cuerpo se esfumó por completo, dejando detrás sólo sus ropas contra el asiento del piloto, y rastros de vapor grisáceo que Annie pudo ver cómo se escapaba por la ventanilla y se alzaba hacia el cielo.

    Phil estaba muerto. Esos sujetos lo acababan de ejecutar sin el menor miramiento, y dentro de poco ella sería la siguiente.

    Escuchó en ese momento como el motor del camper de Doug y ella se encendía, al igual que sus luces. Por mero instinto, Annie comenzó a arrastrase hacia allá por el suelo, jalando su pierna herida detrás de ella y dejando un rastro de sangre en la tierra. No logró llegar muy lejos, antes de que unas manos enguantadas la tomaran con fuerza de los brazos y la alzaran con brusquedad, causándole un fuerte respingo de dolor.

    Dos soldados la sujetaron con fuerza de cada brazo, sometiéndola y obligándola a quedarse de rodillas en el suelo. Escuchó más disparos, y como pudo alzó su mirada al frente, sólo para ver como más de esos hombres de negro disparaban contra su camper mientras éste comenzaba a avanzar y abrirse paso. Incluso estando en movimiento dos de esos hombres lograron introducirse por la puerta abierta de un costado hacia el interior. Annie escuchó más detonaciones y golpes provenientes de adentro, y el camper dejó de moverse abruptamente, acompañado de un fuerte rechinido.

    Y aunque no lo vio, también lo supo; fue como una terremoto formándose en su propio pecho, que luego le recorrió el cuerpo entero hasta los pies. Doug también estaba muerto…

    De nuevo, otro sentimiento logró aflorar en ella, exteriorizándose en la forma de una pequeña lágrima que le recorrió su mejilla.

    Todo lo que siguió resultó confuso, pues para esos momentos la mente de Annie la Mandiles prácticamente se había ido a pasear, dejando su cuerpo totalmente solo. Ya ni siquiera sentía el dolor de su pierna, o las manos que le apretaban los brazos. Ya no sentía nada…

    El motor del camper se apagó, y poco después los dos hombres que habían ingresado salieron de él con un salto. De un momento a otro, todo el sitio se llenó de esos hombres de negro, yendo y viniendo, revisando todo el lugar. Annie estaba tan perdida en sí misma que no supo qué tanto tiempo estuvo ahí, pero en algún punto al alzar su mirada de nuevo, se vio rodeada por todos aquellos hombres armados que la miraban hacia abajo como a un insecto.

    —Ella es la única que queda, todos los demás fueron neutralizados —escuchó como informaba uno de ellos con voz fría.

    Uno de los soldados se aproximó hacia ella, se posicionó justo delante y alzó su rifle, pegando la punta del cañón de éste contra al frente de la mujer. Annie sintió el frío del acero contra su piel, y le resultó casi agradable. Cerró sus ojos, y simplemente aguardó.

    —Espera —pronunció con fuerza otro más, y el cañón se retiró rápidamente de su frente—. Nos dijeron que lleváramos al menos a uno de ellos con vida.

    Aquella afirmación desconcertó a Annie, más de lo que ya estaba. Abrió sus ojos de nuevo, sólo el instante correcto para alcanzar a ver la culata de uno rifle dirigiéndose de lleno contra su rostro. Después, todo se volvió negro.

    * * * *
    El nivel más bajo del Nido era el -20, ubicado en el subsuelo, cinco niveles por debajo de la enorme montaña que albergaba el resto de la base. Esos niveles eran los más restringidos de todos, con gruesas capas de acero que los convertían en uno de los bunkers más seguros, y el sitio ideal para proteger los secretos mejor guardados del DIC. Muy pocas personas tenían acceso a esas áreas; sólo las de más alto rango dentro del departamento como el Dr. Sinclair, el Cap. McCarthy y, por supuesto, el Dr. Shepherd como cabecilla de la unidad científica.

    Tras su conversación con Lisa, Russel se dirigió por el ascensor hacia dicho nivel, pasando su tarjeta por el escáner de éste, seguido de un código de seguridad que tuvo que teclear en el tablero. Una vez que llegó al nivel deseado, fue admitido por un recibidor totalmente alumbrado con luz blanca, y una única puerta reforzada con dos soldados armados apostados en ella, además de un tercero ubicado tras un módulo y un cristal. Russel tuvo que dirigirse justo hasta éste último, y especificar en voz alta ante una pantalla con micrófono y cámara su nombre, puesto, y la sala a la que se dirigía.

    —Dr. Russel Shepherd, Jefe de Investigación, sala 217.

    Además de la información dada, la pantalla se encargó también de escanear su rostro entero, y el guardia pudo ver toda esa información en su pantalla para comprobar su identidad y autorización. Todo aquello era mera formalidad, pues los soldados que custodiaban ese nivel sabían muy bien quién era el Dr. Shepherd, así que no hubo problema en comprobar su información y darle acceso.

    La puerta de acero se abrió al instante, dejando a la vista al otro lado un largo pasillo, también alumbrado con esa pulcra luz blanca. Russel avanzó por éste con paso decidido. A cada lado había puertas numeradas, y delante de varias de ellas (la que se encontraban ocupadas en esos momentos) había algún soldado adicional apostado, de pie firme en su posición. Al llegar a la sala con el número 217, el soldado delante de ella le ofreció un saludo respetuoso, mismo que Russel respondió con un ligero asentimiento de su cabeza. El soldado se hizo a un lado, y usando su respectiva tarjeta la pasó por el escáner de la puerta para que ésta se abriera.

    Muchos pasos, mucha seguridad, pero nada era demasiado considerando que lo que varias de esas salas guardaban eran algunos de los bienes más preciados del DIC, incluyendo lo que se escondía en la sala 217.

    En el interior de esa sala, había dos miembros del equipo médico y dos del equipo científico, monitoreando una serie de pantallas que mostraban los signos del espécimen que tenían ahí recluido. Había adicionalmente dos soldados más en cada extremo de la sala, de pie sólo observando. Y en el centro de la sala, dentro de un largo cilindro de grueso vidrio que se extendía desde el suelo al techo, se encontraba justamente el espécimen en cuestión.

    Su cuerpo, cubierto con una simple bata blanca, se encontraba atado de piernas y brazos a lo que parecía ser una camilla colocada de forma vertical, de tal forma que el individuo permaneciera prácticamente de pie. Además de los aparatos conectados a su cuerpo para medir sus signos vitales, tenía dos tubos pequeños conectado a cada brazo, cada uno conectado a su vez a una máquina distinta colocadas en lados contrarios de la inusual celda de contención.

    Russel avanzó hacia el cilindro, sin que ninguno de los presentes reparara demasiado en él, pues su presencia resultaba bastante común para ellos. Se paró justo delante de éste, y contempló al espécimen. Éste tenía en ese momento la cabeza agachada, y sus largos cabellos oscuros caían al frente. Parecía inconsciente, o al menos lo suficientemente débil para que se le dificultara mantener su cuello erguido. De hecho, todo su cuerpo delgado se veía flácido, incapaz de sostenerse si no fuera por las gruesas correas que lo sujetaban.

    Russel acercó una mano hacia un botón colocado en la parte exterior, que activaba el sistema de comunicación con el interior del cilindro. Un pequeño pitido resonó en el interior, haciendo que el espécimen se estremeciera un poco, quizás sacudido fuera de su letargo.

    —Buenos días, Annie —pronunció Russel con seriedad, su voz sonando en la bocina interna del cilindro por la cual el espécimen lograba escucharlo.

    La persona al otro lado del cristal alzó débilmente su rostro, enfocando de forma difusa su mirada en el hombre delante de ella. Russel, por su lado, fue capaz de contemplar con total claridad el rostro demacrado y cansado de Annie la Mandiles, del infame Nudo Verdadero. Su espécimen UX, como dentro del DIC conocían a los verdaderos como ella.

    —¿Cómo te sientes? —preguntó Russel, sin que su expresión severa se mutara ni un ápice.

    —¿Cómo me siento…? —masculló Annie con voz carrasposa—. ¿Cómo crees que me siento?, ¡estúpido paleto! —gritó de golpe, zarandeándose además, logrando que sus correas rechinaran un poco.

    —Veo que estamos con más energía que de costumbre —pronunció Russel con elocuencia—. Quizás eso significa que no necesitas tu dosis de hoy.

    Hizo entonces el ademán de querer darse la media vuelta y retirarse, y eso provocó un repentino golpe de terror en su prisionera.

    —No, no, espera —susurró Annie casi suplicante—. Por favor… la necesito… me siento realmente mal… por favor…

    Russel se giró de nuevo a verla, y pudo apreciar la desesperación desbordando de la mirada de Annie. La misma desesperación de un adicto consumado sufriendo de varios días de abstinencia, lo cual era de hecho bastante parecido a lo que debía sentir.

    —Bueno, esa actitud me agrada más —indicó Russel con tono burlón. Se giró en ese momento hacia uno de los miembros del equipo científico, y con un pequeño ademán de su cabeza le indicó que podía proceder.

    No se necesitó más explicación, pues estaba más que claro. El hombre de bata blanca se dirigió a su terminal, y tras presionar algunas teclas, la máquina conectada al brazo derecho del espécimen comenzó a zumbar. Y un segundo después, un líquido transparente comenzó a viajar por el delgado tubo transparente, lentamente hasta introducirse directo al cuerpo de Annie la Mandiles.

    En cuanto aquel líquido, una mezcla muy especial y única del Lote Nueve, ingresó dentro del cuerpo de Annie, el cuerpo de ésta se estremeció, y su rostro se alzó por completo. Un pequeño quejido de dolor, o quizás incluso de placer, surgió de la boca de aquel ser con forma de mujer. Como todas las veces anteriores, sus ojos resplandecieron con ese mismo fulgor plateado, y poco a poco sus brazos delgaduchos, casi esqueléticos, comenzaron a cubrirse de nuevo de músculos. La fuerza volvía a su cuerpo, la claridad de su mente también. Poco a poco volvía a parecerse más a aquella mujer que habían aprehendido hace meses en aquel bosque, y que desde entonces había sido su prisionera… por no llamarla sujeto de estudios.

    Sin embargo, el proceso siempre se detenía justo antes de que dicha fuerza llegara a ser demasiada, aplicando sólo la dosis suficiente cada cinco días para que su espécimen no muriera; una dosis que ya estaba más que medida. Y cuando llegó a ese punto, la máquina que le suministraba el Lote Nueve dejó de zumbar, y el líquido dejó de correr. El cuerpo de Annie se relajó de golpe, y el fulgor de sus ojos se desvaneció. El pico de energía que había sentido por un instante, rápidamente fue menguando, y la debilidad se apoderaba de nuevo de ella.

    —Maldita sea… ¡maldita sea! —exclamó Annie casi llorando, cargada de una gran frustración. Volvió a zarandearse con desesperación, pero sus correas no permitieron que sus extremidades se movieran ni un centímetro de su posición.

    Cada ocasión sentía por un momento que estaba a punto de recuperar sus fuerzas, de volver a ser ella misma, pero cada vez lograba apenas rozar la superficie para de nuevo sumergirse en esas aguas oscuras que habían sido su existencia todos esos meses. Esa sustancia, ese químico extraño que su cuerpo procesaba como algún tipo de vapor sintético, era lo único que la había logrado mantener apenas con vida ese tiempo. Pero así como le hacía bien, le hacía también un tremendo daño; podía sentirlo cada vez que entraba en su cuerpo, como le quemaba por dentro como si le desgarraran sus venas y sus entrañas con ácido. Y, aun así, añoraba con ansías que llegara el momento de su próxima dosis. Se había vuelto totalmente dependiente de ella; era lo único que podía hacerla sentir que aún estaba viva, y que ese no era un maldito infierno en el que había caído.

    Aunque claro, esas personas no la mantenían con vida sólo porque sí. Y ese proceso de administrarle su horrible químico lo hacían por sus propios motivos.

    —Sigan con la extracción —ordenó Russel, y justo entonces otro de los miembros de su equipo hizo lo debido en su consola.

    La máquina conectada al brazo izquierdo de Annie se encendió, y al instante ésta gimió adolorida. Un claro rastro de sangre comenzó a brotar de su brazo, abriéndose camino por el delgado tubo, hasta llegar a la máquina, donde era vertida gota a gota en el interior de una bolsa almacenadora.

    Esa sangre, extraída del cuerpo del UX, sería luego pasada por un proceso meticuloso para separar sus componentes, y aislar uno en específico. Un compuesto que el cuerpo de los UX, incluida Annie, producía de manera natural una vez que asimilaba el vapor de sus víctimas o, en este caso, esa combinación única del Lote Nueve que simulaba bastante bien las propiedad de dicho vapor. El mismo compuesto desconocido, o uno muy similar, que días antes los analistas de laboratorio del hospital detectarían en los exámenes de sangre realizados a Mabel la Doncella cuando ésta estaba en coma. El mismo compuesto que el DIC llamaba como nombre clave VPX-01…

    Ese era el secreto que Russel acababa de mencionarle a Lisa que no podía compartirle, y que quizás no hubiera sido capaz de entender. El VPX-01 era el compuesto desconocido, casi mágico, que Russel y su equipo teorizaban le daba a los UX su aparente inmortalidad y capacidad de regenerar las células de su cuerpo. Y, desde que lo descubrieron, era el elemento más importante que conformaba al Lote Diez. Y era extraído directamente de la sangre de su prisionera en la habitación 217 del Nivel -20 del Nido.

    Esto era algo que muchos no conocían, ni siquiera el Sgto. Francis Schur a pesar de haber participado meses atrás en los primeros experimentos del Lote Diez, del que él resultaría el único sobreviviente. Pero quizás, gracias a los nuevos descubrimientos realizados por la Srta. Mathew en su trabajo en el proyecto Gorrión Blanco, aquel desastroso resultado podría ser corregido. Esa era la mayor expectativa de Russel con todo ese trabajo.

    —¿Por qué me siguen haciendo pasar por esto? —escuchó de pronto como la voz de Annie mascullaba con debilidad, sonando incluso casi como sollozo—. ¿Por qué no me matan de una buena vez…?

    —Todo es por un bien mayor, Annie —le respondió Russel con voz tranquila, mientras la bolsa de sangre se seguía llenando—. Con tu ayuda, podremos al fin entender la naturaleza de los UP, y la mejor manera de usarlos en beneficio de la seguridad de nuestro país. Si me lo preguntas, el pasar por esto, es un castigo bastante indulgente en comparación con todos los crímenes que has cometido. Todos los niños inocentes que has asesinado a lo largo de… ¿cuánto tiempo, Annie? ¿Un par de siglos?

    Annie no respondió nada. Su cabeza volvió a caer hacia el frente, y posiblemente se estaba acercando de nuevo a la inconsciencia.

    —Como sea, a mí no me corresponde juzgar eso —añadió Russel encogiéndose de hombros—. Mi interés es meramente científico. Así que mientras no descifremos la forma de replicar el VPX-01 sin requerir de alguien como tú, serás nuestro huésped de honor.

    Se dio en ese momento la vuelta, dirigiéndose a uno de los gabinetes ubicados a un lado de la sala, en donde guardaban bajo llave las muestras recién elaboradas del Lote Diez y, por supuesto, las del VPX-01 en su estado puro. Russel tomó una pequeña botellita de éste último para llevársela a Lisa, justo como se lo había prometido, y se dirigió al momento a la puerta para llevárselo. Antes de irse, sin embargo, la voz de Annie volvió a resonar entre todo el agotamiento que la inundaba.

    —Si no me matan ahora, cuando salga de este maldito tubo… juro que los destriparé vivos a todos; a cada uno de ustedes…

    Alzó en ese momento su rostro, clavando directamente en Russel su mirada repleta de furia, la emoción más real que era capaz de sentir desde que estaba ahí.

    —Y ni siquiera lo haré para alimentarme, pues no hay nada de provecho que pueda extraer de vejestorios inútiles como ustedes… Lo haré por mero gusto… Y lo disfrutaré como no tienes idea…

    Soltó en ese momento una sonora y estridente risotada, que retumbó con fuerza en toda esa sala, y dejó visiblemente desconcertados a todos los presentes; incluso al propio Russel. Sin embargo, éste no pronunció palabra alguna, y en su lugar optó por irse de una vez por donde vino, dejando atrás a Annie que seguía riendo cuando la puerta de la sala 217 se cerró a sus espaldas.

    FIN DEL CAPÍTULO 142
    Notas del Autor:

    Annie la Mandiles es un personaje perteneciente a la novela y película de Doctor Sleep o Doctor Sueño de Stephen King, siendo un miembro más del Nudo Verdadero. En la novela y en su respectiva adaptación no se dieron muchos detalles sobre ella, salvo algunas referencias y que fue parte de uno de los grupos que dejó el Nudo Verdadero tras la muerte de Papá Cuervo. Por ello, gran parte de lo expuesto en este capítulo con respecto a su apariencia y personalidad, se basan mucho en mi propia interpretación del personaje. El mismo caso aplica para Doug el Diésel y Phil el Sucio.

    —Los flashbacks mostrados en este capítulo son un complemento de lo que anteriormente se contó en el Capítulo 75, solamente que en aquel entonces fue narrado desde la perspectiva de Mabel y James, pero ahora toca mostrar lo ocurrido en el campamento desde la perspectiva de Annie. Si alguno no recuerda del todo aquello, le sugiero darle una leída rápida a dicho capítulo para poder comprenderlo mejor, pero tampoco es obligatorio.
     
  3. Threadmarks: Capítulo 143. Propiedad Privada
     
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    Título:
    Resplandor entre Tinieblas
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    159
     
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    8949
    Resplandor entre Tinieblas

    Por
    WingzemonX


    Capítulo 143.
    Propiedad Privada

    La travesía de Cody Hobson y Lucy para descubrir el misterioso paradero de Lisa Mathews, había resultado más extenuante y agotador de lo que ha Cody le hubiera gustado. Para empezar, Lucy no aceptó subirse a un avión, sino que en su lugar prefirió que recorrieran todo el largo camino desde Dakota del Norte hasta Maine a bordo de su New Beetle, un viaje que en situaciones normales tomaría al menos unas treinta horas; en su caso, Cody intuía que serían afortunados si sólo les tomaba eso.

    —Cómo ya te dije, no tengo aún una idea clara de dónde está ese sitio —le había explicado Lucy con una calma que parecía casi robótica, estando sentados ambos en la sala de ella, bebiendo cada uno una taza de té—. En estos momentos sólo tengo la dirección a la que debemos ir desde este punto en el que estoy ahora. Y conforme nos vayamos acercando al lugar, poco a poco, es probable que la ubicación exacta se vuelva más clara en mi cabeza. Pero para poder lograrlo, necesito ir avanzando a mi ritmo, siguiendo la brújula que tengo en mi cabeza. Si me subo a un avión y cambió en un santiamén mi punto de referencia de una forma tan abrupta, lo más probable es que pierda por completo mi rumbo, y no te puedo asegurar que lo pueda recuperar. He hecho esto muchas veces, y conozco bien cómo funcionan mis habilidades de rastreo. Te aseguro que no sólo es la mejor forma, sino la única.

    Cody se mantuvo escéptico ante tal explicación. No estaba seguro qué tanto de aquello era cierto, y qué tanto era que simplemente le daba miedo subirse a un avión. Como fuera, no le quedó más que aceptar a regañadientes. Después de todo, sabía bien que sin Lucy no sería capaz de encontrar a Lisa.

    El viaje por carretera resultó en efecto largo y cansado. Tuvieron que parar algunas noches para descansar en alguna ciudad o pueblo de paso. A veces en algún motel (haciendo Cody uso de sus pastillas mágicas para dormir y prevenir cualquier pesadillas indeseada), y a veces simplemente estacionando su vehículo en algún área de descanso.

    A pesar de que Cody no acostumbraba conducir muy seguido, y menos en carretera, no le quedó más remedio que turnarse con Lucy para hacerlo, no sólo para que ambos estuvieran más descansados, sino para que su compañera pudiera calibrar mejor la “brújula que tenía en su cabeza” para asegurarse de que iban por el camino correcto, y no hubiera surgido algún cambio en el paradero de Lisa. Hasta el final, la poca información que tenían los seguía dirigiendo hacia Maine.

    En un momento durante el último tramo del viaje, pasaron bastante cerca de Boston, y Cody se preguntó si acaso Matilda ya habría vuelto a su casa. Lo más probable era que no. La última vez que se vieron en Oregón, ella se dirigía hacia Los Ángeles para descansar la herida de su hombro en casa de su madre, así que lo más seguro era que optara por quedarse allá hasta después de Acción de Gracias. Igual se sintió tentado a llamarla, sólo para hablar con ella y saber cómo seguía, pero desistió al último momento.

    «De seguro si se le dijera lo que estoy haciendo, me daría un discurso entero para convencerme de que diera media vuelta y me regresara a casa»

    Y el sólo hecho de sacar él mismo esa conclusión debería bastar para que tomara la decisión de hacerlo por su propia cuenta, pero no fue así. El sentimiento apremiante de que algo no estaba bien con toda la partida tan repentina de Lisa pudo más que su sentido común.

    Cody pensó que una vez que llegaran a Maine, todo lo demás sería mucho más simple. Sin embargo, para su mala suerte no fue así. Al estar ya tan cerca del punto que Lucy había logrado detectar en el mapa, sólo le confirmaba que en efecto “algo” la bloqueaba. Pero no todo estaba perdido, y sorprendentemente Lucy se mantenía optimista. Estaba convencida de que podrían dar con el sitio correcto… a su tiempo.

    Comenzaron a prácticamente cada día recorrer cada carretera y camino alterno de Maine, y poco a poco Lucy sentía que podía ir ubicando con más claridad hacia donde tenían que ir. Hasta ahora todo parecía indicar que tenían que ir hacia el norte; ¿qué tanto?, eso sólo el tiempo lo diría, y ciertamente esa última parte estaba tomando bastante más tiempo del que cualquiera de los dos hubiera querido. Aunque Lucy parecía bastante tranquila al respecto.

    —¿Segura que puedes tomarte más días libres del trabajo? —preguntó Cody en algún momento mientras conducían por una carretera secundaria, rodeados de un paraje boscoso.

    —Soy freelancer —se explicó Lucy—. Significa que no trabajo formalmente para una empresa, sino que lo hago por proyecto. Ellos me contactan directamente, y…

    —Sé lo que freelancer significa —le cortó Cody, algo abrupto.

    —Sí, bueno… al final tengo mayor flexibilidad con mis horarios y días libres. Antes de irnos entregué el último trabajo que tenía pendiente, así que estaré bien si me ausento un par de días más.

    «Si es que esto en verdad dura sólo un par de días más» pensó Cody con desgano.

    —¿Qué hay de ti? —preguntó Lucy con curiosidad—. ¿Puede el profesor de biología seguirse ausentando por más tiempo?

    —Para eso están los profesores suplentes —respondió Cody con tono burlón—. Dije que tenía una emergencia familiar, y que necesitaba ausentarme un par de semanas.

    —Qué mentiroso.

    —Oye, no es precisamente… una mentira.

    —Si no estás casado con la Srta. Mathews, no es legalmente tu familia. Y ni siquiera sabes si realmente hay una emergencia. Así que sí… eres un mentiroso.

    Cody no estaba seguro si lo decía en broma o en serio, pero decidió mejor sólo reír como respuesta. A pesar de todos esos días que llevaba conviviendo con la rastreadora, seguía sin lograr acostumbrarse del todo a ella. Las cosas que decía o hacía le resultaban inusuales, aunque no tan ajenas en realidad. Había visto conductas parecidas en algunos de sus alumnos antes, y al menos uno de ellos se había comprobado que estaba dentro del espectro. No sabía si era el caso de Lucy, y tampoco sintió correcto el preguntarlo. Pero como fuera, de lo que estaba seguro es que era una persona “especial” en más de un sentido.

    Esa noche durmieron en su vehículo a un lado de la carretera solitaria, al pie de los árboles. Lucy no tuvo reparó en señalar lo peligroso que esto era, y cómo un asesino podría simplemente acercarse a ellos en la oscuridad y dispararles a través del cristal mientras dormían, y no había mucho que pudieran hacer para evitarlo. Por suerte aquella idea no provocó que Cody tuviera alguna pesadilla esa noche, y no hubo nadie cerca para ver las imágenes de sus sueños que muy seguramente pintaron el páramo mientras dormía.

    Fue justo al día siguiente en el que dieron con el área que tanto habían buscado.

    Temprano en la mañana se dirigieron al norte, Cody al volante, mientras Lucy, sentada en el asiento del copiloto, se concentraba con sus ojos cerrados en percibir su entorno, y los lentes de Lisa bien sujetos entre sus manos. El cielo estaba despejado, y no habían visto ni un sólo vehículo por la zona desde que comenzaron el día. Pasó quizás una hora sin que Lucy diera ninguna instrucción a Cody, más allá de que sólo siguiera conduciendo sin desviarse.

    De pronto, Lucy abrió sus ojos grandes como platos y soltó al aire un estridente:

    —¡Detente!

    Cody reaccionó asustado por el exabrupto, y pisó a fondo el freno. Las llantas rechinaron, y el vehículo se descontroló un poco, quedando al final ladeado a mitad del camino. Por suerte no venía ni un vehículo. Cody se giró hacia ella, agitado por la conmoción. Pero antes de que pudiera preguntarle qué pasaba, Lucy se quitó el cinturón de seguridad, salió apresurada del vehículo y comenzó correr con apuro algunos metros más adelante. Cody se apresuró a bajarse para ir detrás de ella.

    Lucy se paró firme a mitad de la carretera y comenzó a girar lentamente, recorriendo su vista por todo su alrededor. Lo único que había en toda dirección eran árboles y más árboles, altos y frondosos. Estaban en una parte elevada cerca de las montañas. Todo se sentía muy silencioso y casi desolado. El suelo de asfalto sobre el que se encontraban, y la señalética a un lado del camino, eran las únicas muestras de civilización a la redonda.

    —Lucy, ¿qué ocurre? —le cuestionó Cody con preocupación.

    La rastreadora siguió en silencio, contemplando reflexiva a todas direcciones. Sus dedos se encontraban aferrados a los anteojos de Lisa, hasta casi estar a punto de romperlos. Tras unos minutos, respingó con violencia y centró su atención en un punto en específico.

    —Es por ahí —indicó con firmeza, señalando con un dedo hacia los árboles—. O eso creo…

    Cody miró con aprensión hacia donde ella señalaba.

    —¿Estás segura?

    —No, por eso dije “eso creo” —respondió Lucy con ligera irritación—. Pero es la sensación más fuerte que he tenido hasta ahora.

    Cody avanzó con apuro en la dirección que Lucy le indicaba. Bajó de la carretera, pisando la gravilla con la suela de sus zapatos, e inspeccionó entre los arbustos y los troncos que bordeaban el camino. A sus oídos sólo llegaron los sonidos de agua corriendo, el revoloteó de algunas aves, y el crujido de las ramas de los árboles al ser agitadas por el viento. Un paisaje bastante pacífico a simple vista, y aun así no le transmitía en lo absoluto dicha sensación.

    —Creo que hay un camino de tierra más adelante —escuchó que Lucy comentaba a sus espaldas. Al girarse, vio que la rastreadora había avanzado más por la carretera, y sostenía su teléfono celular con una mano, intercalando su mirada entre la pantalla y el frente—. Debe ser uno privado pues no aparece en el GPS.

    —Veamos a dónde nos lleva, entonces —indicó Cody con convicción, y de inmediato regresó hacia al vehículo. Esperaba que Lucy le respondiera alguna negativa a la propuesta, pero para su sorpresa no mencionó nada. Sólo se subió de regreso al asiento del copiloto, y se colocó rápidamente el cinturón de seguridad.

    Ya ambos a bordo y listos, se pusieron en camino tomando el camino adyacente que Lucy había encontrado, que los introdujo por el bosque, hasta que todo lo que podían ver a su alrededor eran árboles, y apenas un poco del cielo azul sobre ellos. Tuvieron que avanzar con cuidado, pues el camino irregular y algo inhóspito puso a prueba al pequeño vehículo de Lucy. Cody temía que se fuera a quedar estancado en cualquier momento, o que alguna llanta se ponchara, pero pareció aguantar lo suficiente.

    Luego de una media hora de lento avance, el camino topó abruptamente con una barda de malla de apariencia descuidada y vieja, con un cartel oxidado que mostraba en letras grandes y rojas:

    PROPIEDAD PRIVADA
    NO ENTRAR

    Cody detuvo el vehículo frente a la barda, y ambos bajaron del vehículo y se aproximaron a ésta.

    —Parece que hasta aquí llegamos —señaló Lucy, al tiempo que observaba con curiosidad el cartel.

    —¿El lugar que buscamos está más adelante? —preguntó Cody, pensativo.

    Lucy se encogió de hombros.

    —Segura, segura, no lo estoy. Pero… supongo que hay una forma de verificarlo.

    Cody quiso preguntarle cuál era esa forma, pero entonces Lucy se acercó hacia la barda y colocó rápidamente sus dedos contra la malla. El profesor se sobresaltó un poco, temeroso de que estuviera electrificada o algo así, pero por suerte no pareció ser el caso.

    Lucy cerró sus ojos, respiró hondo, estrujó los anteojos de Lisa con su otra mano, e intentó entonces extender su mente hacia el frente, en la dirección fija a la que su brújula interna le señalaba, hacia donde estaba convencida que Lisa Mathews se había ido. Sin embargo, no logró avanzar mucho más de donde se encontraba, pues en cuanto intentó ver qué o quién se encontraba más allá de esa barda, sufrió el equivalente psíquico de estrellarse de narices contra una pared. Y, de hecho, su cuerpo reaccionó como si físicamente eso fuera justo lo que le ocurrió, y se precipitó de sopetón hacia atrás, hasta incluso caer de sentón a tierra.

    —¿Estás bien? —susurró Cody acongojado, y rápidamente se agachó a su lado para ayudarla a levantarse.

    —Es aquí —respondo Lucy con asombrosa calma, mientras él la ayudaba a pararse. No parecía haberle perturbado su caída en lo absoluto—. Ese punto ciego al que mis poderes no pueden entrar, es justo detrás de esta barda. O unos metros más delante de ella, para ser exactos.

    Cody desvió su mirada inquisitiva hacia el páramo boscoso que se extendía del otro lado de la barda. A simple vista no había nada extraño, excepto una cosa de la que Cody no fue consciente hasta ese momento. Esos sonidos propios de la naturaleza que había captado anteriormente, en ese punto habían desaparecido por completo. El viento, el agua, los animales… nada de eso parecía estar presente. Lo que los rodeaba era un casi sepulcral silencio.

    «¿Qué lugar es éste?» pensó intrigado, y por supuesto preocupado por la idea de que Lisa hubiera ido a un sitio así.

    —¿Qué hacemos ahora? —le preguntó Lucy, al parecer más curiosa que preocupada.

    Sin responderle, Cody se apartó de ella y volvió al vehículo, en específico a la parte trasera en dónde traían un par de mochilas de acampado que habían adquirido días atrás con comida, agua, y varias herramientas de supervivencia; quizás más de las necesarias, pues el vendedor en cuestión claramente les vio cara de que no sabían con exactitud qué ocuparían, y claro que aprovechó la ocasión para vender de más. Cody se colocó la mochila en la espalda y caminó de nuevo hacia la barda.

    —¿Quieres traspasar la cerca de propiedad privada? —le preguntó Lucy incrédula. Y al momento siguiente, pudo ver cómo Cody comenzaba a intentar escalar la malla con sus manos y pies—. Oh, sí lo harás.

    —No tienes que seguirme —indicó Cody con seriedad mientras escalaba—. Entenderé si quieres volver.

    Lucy pareció vacilar un instante, pero luego se dirigió también hacia su vehículo, tomando la otra mochila.

    —Ya llegué hasta aquí —concluyó con simpleza, y se apresuró a seguir los pasos de su acompañante mientras se colocaba también su mochila a los hombros—. Pero ayúdame, ¿sí?

    Cody le extendió una mano desde su posición más elevada para jalarla y darle un poco más de impulso. No fue tan sencillo, pues en realidad ninguno de los dos era precisamente muy fuerte, pero entre ambos lograron de alguna forma saltar la oxidada y vieja cerca, sin que ninguno se cortara o tuviera que preocuparse por el tétanos. Sin embargo, aunque su escalada fue más o menos aceptable, su descenso al otro lado fue más una caída menos solemne. Por suerte ninguno salió demasiado herido, y tras limpiarse un poco sus pantalones, pudieron alzarse y comenzar a andar siguiendo los vestigios de lo que claramente en algún momento fue un sendero.

    —Debo admitir que me sorprende que hayas querido venir hasta aquí, Lucy —bromeó Cody, intentando aligerar un poco el ambiente mientras avanzaban con paso prudente—. Espero no ofenderte, pero no me pareces del tipo… bueno, aventurero.

    —Usted tampoco es precisamente Indiana Jones, profesor Hobson —señaló Lucy con ligera tosquedad.

    —Definitivamente no lo soy —masculló Cody—. Pero necesito saber que Lisa está bien.

    —Y yo en verdad quiero saber qué es lo que se oculta aquí que puede mantenerme alejada de esta forma —añadió Lucy, algo abstraída—. Me resulta preocupante, ¿sabes? Desde niña siempre he podido ver y oír lo que ocurre en prácticamente cualquier sitio que yo quiera. Se podría decir que no estoy acostumbrada a que se me cierren las puertas. Aunque no sabría decir si la curiosidad vale en realidad una intrusión como ésta.

    —Aún puedes volver.

    Lucy se encogió de hombros.

    —¿Qué es un arresto por invadir propiedad privada entre amigos?

    —¿Ahora ya somos amigos?

    —¿Quién dice que hablaba de ti?

    Cody rio divertido. De nuevo no sabía si aquello era una broma o no, pero prefería pensar que sí.

    Ambos siguieron andando por el camino, sin tener claro con qué exactamente se encontrarían más adelante.

    — — — —
    Un par de kilómetros más adentro del punto por el cual Lucy y Cody ingresaron, se alzaba la alta montaña que componía las instalaciones del Nido. Y para esas horas, la actividad regular de sus ocupantes ya estaba más que empezada.

    Como de costumbre, el despertador de Gorrión Blanco la sacudió violentamente de su sueño esa mañana, haciéndola estremecerse y sentarse de golpe en su cama. Sin embargo, a pesar de lo impetuoso de su despertar, su siguiente acto fue quedarse totalmente quieta, ida con su mirada fija en la pantalla plana postrada en el muro delante de ella, en donde lograba vagamente captar la silueta de su propio reflejo, gracias a la leve luz de la lámpara de buró a su lado.

    Y así se quedó un rato, quieta y contemplando a la nada, con su cerebro intentando arrancar como el testarudo motor de una lancha, sin mucho éxito. Cuando al fin logró reaccionar, extendió su mano derecha a tientas hacia el buró hasta poder presionar con sus dedos el despertador y así hacer que su estridente sonido cesara al fin. El silencio que le siguió resultó más agitador para ella que el estrepitoso retumbar que la había levantado.

    Tras lograr desperezarse lo suficiente para levantarse de la cama, se retiró sus ropas de dormir y se atavió con uno de sus atuendos de entrenamiento, pues su intención siguiente era ir un rato al gimnasio como lo había estado haciendo cada mañana de los últimos días.

    Justo como le habían ordenado, Gorrión Blanco tomó como descanso los días siguientes a su misión en Los Ángeles, para así poder recuperar fuerzas. En ese tiempo no había hecho en realidad gran cosa, más allá de leer algunos de los libros disponibles en la pequeña biblioteca de la base, ver algunas películas en el catálogo restringido que se podía acceder desde el televisor de su cuarto, además de caminar y recorrer la base (al menos las partes que tenía permitido ver). Y claro, ir al gimnasio a hacer un poco de ejercicio, aunque le habían indicado que no se excediera demasiado.

    Todas aquellas actividades más mundanas en general le eran entretenidas, además de novedosas. Aun así, no lograban hacer que su mente se despejara por completo de las preocupaciones que la acosaban. No estaba segura de si aquel descanso le estaba sirviendo o no. De entrada, no sabía cómo se suponía que debía sentirse. A la mañana siguiente de volver a la base, ella creía ya sentirse bien; un poco débil, pero bien en general. Y no sentía que ese estado hubiera mejorado o empeorado desde entonces.

    Y lo peor era que las extrañas visiones que había tenido en aquel pent-house en llamas, no habían desparecido tampoco. No habían sido tan frecuentes, ni tampoco tan vividas y violentas como las de aquel momento. Se presentaban más que nada como pequeños destellos que le llegaban de golpe sin avisar, a mitad de una película o mientras caminaba por algún pasillo. No duraban más que unos cuantos segundos, y entre ellos lograba ver fugazmente rostros y lugares que no le resultaban conocidos. Pero eran más comunes los sonidos: gritos, risas, música, frases que por sí sola no tenían ningún sentido y, en especial, nombres que Gorrión Blanco no lograba captar o entender por completo, pero aun así identificaba que eso eran. Y había uno que parecía repetirse más que los otros, pero a sus oídos llegaba como un sonido incomprensible; como mera estática.

    No había comentado con nadie más acerca de esto desde la conversación que tuvo con la Dra. Mathews hace unos días. Lo que ésta había comentado sobre que podrían ser partes de su memoria perdida, ciertamente la había intrigado e interesado. Y temía que si se lo decía al Dr. Shepherd o a alguien más que las seguía teniendo, harían algo para suprimirlas. Y de ser así, no podría obtener de ellas las pocas pistas que pudieran darle. Quizás era un poco irresponsable de su parte, pero al menos de momento lo prefería así.

    Además de aquel nombre que no lograba captar enteramente, había podido identificar algunas cosas que se repetían en sus visiones: los pasillos, salones, gimnasio, alberca y demás locaciones de lo que parecía ser una escuela; un crucifijo, o más específico la cara de Jesús en la cruz, demacrada y sangrante, con sus penetrantes ojos mirándola fijamente; una combinación de rostros borrosos, sonidos dispersos, risas, y fuego… el fuego solía estar muy presente, envolviéndola por completo en todas direcciones. No sabía qué tanto de eso era real y qué tanto lo estaba creando su propia cabeza. Pero tenía esperanza en que, igual que las piezas de un rompecabezas, si lograba encontrar la forma de hacer que todas encajaran, cobrarían sentido.

    Antes de salir de su habitación, se recogió su cabello rubio en una cola hacia atrás de su cabeza, y se inspeccionó detenidamente en el espejo. Esto no resultaba muy sencillo, pues ciertamente no se consideraba muy fan de su propio reflejo. Si quizás se le permitiera usar un poco de maquillaje o algo similar. Aunque… no recordaba si acaso era algo que solía hacer antes de despertar de su coma. De hecho, esa idea se le había pegado más por los libros y películas que había visto en esos días, pero a ella el concepto le resultaba un tanto ajeno.

    «Quizás por mi trabajo como soldado nunca acostumbré usar maquillaje» concluyó mientras se observaba su rostro, siendo más consciente de las marcas y granos presentes en él, en especial en el área de su frente y nariz. Pero si era así, deseaba en esos momentos que no fuera el caso. Pues, de hecho, había otro motivo por el que había optado por ir cada uno de sus días de descanso al gimnasio, y que no tenía que ver exactamente con un deseo de mantenerse sana y en forma. Y ese motivo tenía nombre y apellido: Francis Schur.

    El sargento había sido realmente amable con ella desde que despertó, y la había cuidado a cada paso de su recuperación, sin mencionar que le había salvado la vida durante la última misión. Y había además estado a su lado todo el camino de regreso a la base en el avión y los helicópteros, sujetando su mano y hablándole para mantenerla tranquila y despierta.

    Era atento, caballeroso y muy apuesto… Gorrión Blanco no podía evitar preguntarse si sus atenciones eran sólo por su trabajo, o si había algo más. Después de todo, en las películas que había visto siempre que un chico se portaba así con una chica, era porque le interesaba como algo más que una compañera o amiga. Y el comenzar a sopesar esa posibilidad hacía que su corazón entero se agitara debajo de su pecho. Y el que cada mañana pudiera verlo en el gimnasio, con sus ropas de entrenamiento firmemente ajustadas a sus marcados músculos, su rostro sudoroso y respiración agitada… no ayudaba tampoco a calmar el temblor en su pecho. Y esa mañana no fue la excepción.

    Al llegar al gimnasio, Gorrión Blanco divisó a Francis en el área de pesas, de espaldas sobre un banco de entrenamiento, mientras subía y bajaba lentamente con sus brazos una pesada barra desde su pecho hasta lo alto, exhalando lentamente con cada esfuerzo. Su vista estaba fija en el techo, aunque de seguro su mente estaba totalmente concentrada en el ejercicio. Esa profunda seriedad de su rostro perlado lo hacía ver aún más atractivo.

    Gorrión Blanco respiró hondo, pasó una mano distraída por su cabello y avanzó en dirección del soldado con una dulce sonrisa.

    —Buenos días, sargento —masculló despacio, parándose a su lado. Francis se mantuvo enfocado en su ejercicio, pero igual le respondió.

    —Buenos días, Gorrión Blanco. ¿Cómo te sientes?

    —Muy bien, gracias por preguntar. Creo que hoy también me ejercitaré un poco.

    —Adelante. Si necesitas algo avísame.

    —Es muy amable, gracias.

    Se dirigió entonces a la estantería donde se encontraban las pesas, tomando dos de tamaño mediano. Se suponía que no eran de hecho tan pesadas, pero sólo una resultaba bastante para sus brazos delgados, y casi la jalaron por completo contra el suelo. Lo ideal sería tomar de las más pequeñas, pero lo que menos quería era parecer una debilucha frente a Francis. Así que, haciendo un poco de trampa, se apoyaba un poco en su telequinesis para poder alzar y bajar ambas pesas, haciendo que el proceso se volviera mucho más sencillo. Quizás no era justo, pero… de cierta forma ejercitaba también su telequinesis, así que, ¿por qué no?

    Se paró entonces no muy lejos del banco de Francis y comenzó con sus series con una pesa en cada mano. Le resultaba curioso como con sus brazos le era tan complicado levantar una de esas, pero con su telequinesis no parecían pesar casi nada; sentía que incluso podría arrojar una de esas por todo ese espacio como si fuera una simple pelota, y quizás la arrojaría mejor que a una verdadera pelota. ¿Qué determinaría esa diferencia?

    Miró de reojo hacia Francis. Éste continuaba totalmente enfocado en lo suyo.

    —Y… ¿cuándo cree que tendremos nuestra siguiente misión, sargento? —pronunció Gorrión Blanco de pronto, intentando llamar un poco su atención.

    —No te precipites —pronunció Francis, notándose en su voz el esfuerzo que involucraba para él levantar la pesa—. De momento debes enfocarte únicamente en recuperarte.

    —Lo sé, lo sé. Es sólo que no me gustaría quedarme tanto tiempo más encerrada. Fue divertido viajar hasta allá y luchar… los dos juntos, ¿no?

    Francis no respondió de inmediato. Permaneció callado casi un minuto entero, y luego apoyó la pesa en el reposabarras y se sentó. Respiraba agitado, y pasó una mano por sus cabellos húmedos.

    —Cinco personas murieron en esa misión, Gorrión Blanco —murmuró Francis, no sonando del todo como una reprimenda pero sí bastante cerca—. Decir que fue divertido no es apropiado.

    La muchacha se sobresaltó, un poco sorprendida por el comentario, aunque también apenada.

    —Lo siento —murmuró cabizbaja—. Tiene razón. Es sólo que… creo que hicimos un buen equipo allá, y me gustaría que se repitiera.

    —Es probable que no nos toque volver a trabajar juntos en el campo —soltó el Sgto. Schur de pronto, tomando a Gorrión Blanco totalmente por sorpresa.

    —¿Qué?, ¿por qué no? —exclamó sorprendida, olvidándose por unos instantes de sostener las pesas con su telequinesis, haciendo que sus brazos fueran jalados abruptamente hacia abajo, lo que la hizo apresurarse a recuperar la compostura y volverlas a alzar—. ¿Hice algo incorrecto?

    Francis se había parado para ese momento del banco y pasaba una toalla por su cabeza y rostro para limpiarse el sudor.

    —En lo absoluto —indicó, negando con la cabeza—. Pero mi responsabilidad primordial es la seguridad del Nido, por lo que no suelo salir a misiones fuera de la base. Lo de la otra noche fue un caso especial, que dudo se vuelva a repetir pronto.

    —Entiendo —masculló Gorrión Blanco despacio, decepcionada—. Será un poco raro no tenerlo cerca para cuidarme la espalda, pero supongo que debí de haber hecho varias misiones así… antes de caer en coma, ¿no?

    Alzó su mirada hacia él, esperando algún tipo de respuesta, aunque ésta no llegó. Francis le daba la espalda mientras se seguía secando, y Gorrión Blanco tuvo una vista casi directa de sus hombros anchos, sus gruesos brazos al descubierto, y la forma fornida de su espalda con la tela de su angosta camiseta gris pegada a su cuerpo.

    Gorrión Blanco se mordió ligeramente el labio inferior, y se atrevió a avanzar un poco más en su dirección, hasta pararse a menos de un metro detrás de él.

    —Al menos… podremos vernos seguido aquí en la base, ¿verdad? —indicó con una tímida sonrisa—. Quisiera que pudiéramos pasar un poco más de…

    Sus palabras fueron cortadas de tajo en cuanto a su mente llegó abruptamente uno de esos destellos repentinos, yendo y viniendo como el parpadeo de la luz de alerta de un semáforo. En un momento se encontraba en ese gimnasio, rodeado del equipo de ejercicio, los espejos y demás accesorios, y al siguiente se encontraba de pie frente a una casa, de color blanco, con hierba crecida en la parte superior. Conforme un flashazo iba o venía, la casa se acercaba más o, más bien, ella se acercaba a la casa.

    Gorrión Blanco soltó un alarido al aire, y las pesas se soltaron abruptamente de sus manos, precipitándose al suelo y creando un sonido estridente al golpearlo. Llevó sus manos a su cabeza, sintiendo de pronto un dolor punzante en ésta, y su cuerpo se dobló ligeramente hacia el frente. Apretó los ojos con fuerza, y al abrirlos de nuevo la visión de la casa a la que se dirigía, y de la acera por la que caminaba, se hicieron presentes y se quedaron ahí más tiempo que antes. Sí, ella caminaba hacia esa casa, esa casa que por primera vez le resultó familiar… pero no le provocaba precisamente una sensación agradable.

    Pero entonces su atención se desvió a algo más; al otro lado de la calle, a una camioneta azul que se había estacionado frente a la casa, y al chico alto y moreno de chaqueta azul y blanca que se había bajado de ella y comenzado a caminar hacia la entrada.

    Gorrión Blanco sintió como su corazón se aceleraba con aprensión, e instintivamente sus pies comenzaron a moverse con mayor apuro para interceptarlo.

    —¡¿Qué haces aquí?! —pronunció una voz (¿su voz?) casi aterrada.

    El chico se volteó a verla. No lograba distinguir su rostro con claridad; toda su imagen entera era como una masa deforme que se movía, y de la que lograba captar por momentos sólo pequeños pedazos. Aun así, creyó percibir que la miraba y le ofrecía una sonrisa; una cándida y hermosa sonrisa.

    —Qué suerte encontrarte —comentó aquella persona con entusiasmo—. ¿No vas a invitarme a pasar?

    —¡Claro que no! —respondió Gorrión Blanco con severidad, y se paró rápidamente delante de él, interponiéndose entre aquel muchacho y la casa blanca a sus espaldas. Aquella figura era más alta que ella; casi igual que el Sgto. Schur le parecía—. ¿Qué quieres? Debes irte.

    La mirada de la chica se turnaba entre el chico y la calle, preocupada de… ¿de qué exactamente? ¿De qué alguien los viera? Pero… ¿quién? ¿Quién le provocaba esa sensación de pavor que casi hacía que se le cerrara la garganta?

    —Directo al grano, ¿eh? —masculló el chico entre risas, y en un momento su voz le pareció extrañamente parecida a la de Francis, pero también a otras más mezcladas—. Ya sabes porque estoy aquí. Es sobre el baile.

    —Ya te lo dije, no... no puedo —masculló Gorrión Blanco nerviosa, con un ojo puesto en él y otro en un vehículo que se acercaba por la calle.

    —Lo sé, pero esperaba que quizás podrías haber cambiado de opinión.

    Gorrión Blanco no respondió. Su atención se fijó en el vehículo, temerosa de que se detuviera delante de ellos, o girara para meterse en el camino de la cochera. Pero en su lugar siguió de largo y se alejó. Esto le ayudó a respirar con mayor normalidad.

    Se giró entonces de regreso al muchacho de pie delante de ella, y por primera vez logró distinguir claramente su rostro, pero… era el del Sgto. Schur. Sus serios ojos azules, sus cabellos rubios en corte militar, su rostro de facciones toscas, su cuerpo fornido y grueso… sólo que aquella chaqueta de equipo deportivo no parecía concordar. Todo ese escenario a su alrededor no parecía ser el correcto.

    —¿Por qué haces esto? —pronunció Gorrión Blanco con cierta reticencia—. ¿Qué es lo que quieres?

    —Lo único que quiero es llevarte al baile —respondió aquel chico, y aunque los labios que se movían eran los de Francis, su voz era la de alguien más.

    Gorrión Blanco negó frenética con su cabeza.

    —Tienes que irte —insistió, pero él se mantuvo firme en su sitio.

    —No me iré hasta que me digas que sí —declaró el muchacho, esbozando una amplia y juguetona sonrisa. Una expresión que definitivamente nunca había visto en el rostro del sargento, pero que la hizo simplemente estremecerse, y sonreírle de regreso—. Gorrión Blanco —pronunció de pronto, su voz sonando de repente abrumadoramente diferente—. ¡Gorrión Blanco!

    Sintió en ese momento como la tomaba de los brazos y la agitaba un poco. Los flashazos volvieron a bombardearle la cabeza un par de veces más, pero al final el escenario ante ella volvió de nuevo a ser el gimnasio del Nido, y el chico delante de ella era el Sgto. Schur, pero vistiendo sus ropas de entrenamiento, y con la misma expresión seria de siempre, aunque cargando en esos momentos una marcada preocupación mientras la observaba.

    —Gorrión Blanco —repitió con tono más calmado—. ¿Estás bien? Mírame, ¿me escuchas?

    Sí, lo escuchaba claramente.

    —Estoy bien —le respondió despacio, y hasta ese momento notó que le faltaba el aliento y que su respiración se había acelerado, intentando jalar algo de aire a sus pulmones lo mejor que le era posible.

    —¿Qué fue lo que pasó? —cuestionó Francis con temor—. ¿Fue otra visión?

    —Eso creo —respondió Gorrión Blanco con extraña tranquilidad. Se volteó a verlo directamente a sus ojos azules, y una pequeña sonrisita alegre se dibujó en sus delgados labios—. Perdón por preocuparte —murmuró de pronto en voz baja, al tiempo que extendía sus brazos hacia él, rodeándole el cuello lentamente. Francis pareció desconcertado por esto—. Siempre has sido muy bueno conmigo. No sé qué haría sin ti para cuidarme…

    Y en ese momento jaló a Francis hacia ella, al tiempo que extendía su rostro hacia él, cerrando los ojos y dirigiendo sus labios sin menor espera hacia los del apuesto soldado. Sin embargo, antes de que ese anhelado beso fuera al fin sellado, sintió como el Sgto. Schur se resistía a su acercamiento, y además como con sus manos en sus brazos la hacía un poco para atrás, apartándola con sólo un poco de brusquedad.

    Gorrión Blanco abrió de nuevo los ojos, confusa, y se encontró de frente con el rostro serio como piedra de Francis, aunque debajo de éste logró percibir cierta… aversión brotar de él, hacia ella.

    —No, Gorrión Blanco —murmuró despacio, apartando sus manos de ella y dando un paso hacia atrás—. Me temo que has… malinterpretado las cosas.

    —¿Mal… interpretado? —masculló la muchacha despacio, como si la palabra le resultara desconocida—. Yo creía que usted… ¿Es que… no le gusto? —susurró, asomándose algo de desesperación en su voz. Sus dedos se dirigieron por sí solos hacia su fleco, intentando nerviosa bajarlo como si quisiera cubrirse el rostro con él—. ¿Tan fea soy…?

    —No se trata de eso —se apresuró Francis a pronunciar con firmeza—. Yo… no puedo explicártelo, pero hay cosas que no entiendes.

    —No, no lo entiendo, ¡no lo entiendo! —exclamó con fuerza de golpe, girándose hacia un lado.

    Francis notó en ese momento como los espejos del lugar temblaron un poco, y las pesas que Gorrión Blanco había soltado, aún en el suelo, se agitaron un poco. Aquello provocó que por mero reflejo diera un paso atrás, y todos sus sentidos se pusieran en alerta ante el inminente peligro.

    —¿Por qué te has portado tan amable conmigo? —cuestionó Carrie, su voz casi quebrándose—. ¿Por qué me has hecho sentir así?

    —Gorrión Blanco, cálmate… —musitó Francis con el tono más calmado que le fue posible.

    —¡No quiero calmarme! —exclamó la chica con furia, girándose de lleno hacia él, y de nuevo todo se sintió como si temblara de golpe. En la mirada de Gorrión Blanco se percibía una profunda ira que Francis no había visto en ella… desde aquella noche en el quirófano—. Si no te gusto, ¡¿por qué me invitaste al estúpido baile?!

    Como respuesta a su ferviente cuestionamiento, las pesas en el suelo salieron volando como proyectiles hacia un lado, estrellándose de lleno contra dos de los espejos, rompiéndolos en pedazos al instante. Fragmentos de vidrio volaron por el aire, y Francis se apresuró a cubrirse el rostro con los brazos. Sintió alguno de ellos picándole la piel, pero ninguno le provocó ningún daño aparente.

    Una vez que logró recuperarse, miró de nuevo a Gorrión Blanco. Ésta lo observaba aún con la rabia apoderada de su expresión entera, y respiraba agitadamente. Francis consideró rápidamente sus opciones, y qué tan viable sería alcanzarla y neutralizarla como lo había hecho en el quirófano. A simple vista parecía poco viable, pues sabía muy bien que antes de que pudiera acercársele lo suficiente, ella fácilmente podría empujarlo a un lado con su telequinesis, y bien podría no salir bien librado del golpe.

    Sin embargo, no tuvo que tomar el riesgo, pues poco a poco el enojo que la había invadido pareció menguar, aunque no precisamente siendo remplazado por calma.

    —¿Qué? —masculló Gorrión Blanco, girándose hacia un lado y sujetando su cabeza con una mano—. ¿Qué fue lo que dije…? ¿Baile? ¿Qué… baile?

    ¿Por qué había dicho eso? No le encontraba sentido, aunque… en esa visión, aquel chico dijo también algo de un baile, ¿no es cierto? ¿Quién era esa persona? ¿De qué baile estaban hablando…?

    Sin que fuera del todo consciente, sus pies comenzaron a moverse por sí solos hacia la salida del gimnasio con relativo apuro.

    —Gorrión Blanco —pronunció Francis con cautela, extendiendo una mano para intentar detenerla del brazo.

    —¡No me toques! —exclamó la chica con fuerza un instante antes de que sus dedos la alcanzaran. Francis sintió al instante como tu su cuerpo se paralizaba, como oprimido de cada extremidad por una gruesa cuerda invisible.

    Aquello duró unos cuantos segundos, en los que el sargento ciertamente se sintió nervioso. Estaba totalmente a su merced, y ella podría hacer con él lo que quisiera a continuación. Por suerte, aquello pareció ser más un acto reflejo que un verdadero deseo de hostilidad hacia él, pues al momento en el que se volvió consciente de lo que estaba haciendo, Gorrión Blanco lo soltó.

    —Yo… lo siento —murmuró la muchacha, apenada—. Yo sólo…

    Su lengua se trabó, incapaz de completar su frase, así que sólo se dio media vuelta y comenzó a andar hacia la salida con el mismo apuro de antes. Y esta vez Francis no hizo intento alguno de seguirla.

    Gorrión Blanco avanzó por el pasillo sin rumbo fijo, sólo queriendo alejarse lo más posible de aquel sitio. Sin embargo, su cabeza le daba vueltas, y sentía que sus piernas le temblaban un poco, por lo que su huida resultaba más complicada de lo que le gustaría. Tras unos minutos, además, otra visión la golpeó de pronto, haciéndola detenerse y doblarse de dolor como la vez anterior.

    —¿Qué me está pasando…? —soltó al aire, asemejando demasiado a un gemido de dolor.

    Y al momento en que pudo incorporarse y alzar de nuevo su mirada al frente, de nuevo ya no vio el mismo sitio en el que se encontraba hace un momento. El pasillo había desaparecido, y en su lugar lo que veía era… árboles, césped, el cielo azul, y más allá una calle iluminada por el brillante sol de la tarde.

    Se dio cuenta además de que se encontraba sentada en lo que parecía ser una banca de madera. ¿Era acaso un parque?

    —No puedo decidir por ti, ****** —pronunció una voz a su lado, jalando su atención. Se dio cuenta en ese momento que no estaba sola en la banca. Había alguien sentad a su lado, que igual se mostraba ante ella como una silueta sin forma fija, pero le pareció que era una mujer; su voz al menos así le sonaba—. Tú debes de elegir si quieres o no aceptar esa invitación. Sólo puedo decirte que no debes tenerle miedo a tomar riesgos. La vida está llena de ellos, y si te quebrantas ante todos, puedes perderte de ver muchas cosas hermosas.

    Gorrión Blanco entornó un poco los ojos, intentando ver a aquella persona con mayor claridad. Y poco a poco logró descifrar la forma que se ocultaba entre toda esa neblina metal que la rodeaba. Y el rostro que se asomó desde el otro lado, fue sorpresivamente el de la Dra. Lisa Mathews, que la miraba a través de sus grandes anteojos, y le sonreía. Aun así, la voz que provenía de ella no se parecía a la suya, y tampoco le resultaba conocida.

    —Y, sobre todo, debes dejar de permitir que tu madre te impida poder disfrutar de dichas cosas. Te lo dije antes, pero tarde o temprano tendrás que aprender a volar sin ella. Será todo mejor para ti cuando logres hacerlo.

    «¿Mi madre?» pensó Gorrión Blanco desconcertada, agachando su cabeza hacia sus propios pies, que vestían unos botines gastados, asomándose de debajo de la larga falda de su vestido. Y por algún motivo, pensar en la idea de su madre, la oprimió el pecho tan fuerte que se le dificultó respirar. Aun así, escuchó como su propia voz pronunciaba, con una inusual alegría en ella:

    —Creo que… aceptaré… Creo que iré al baile…

    De nuevo un baile. ¿Qué baile era ese y por qué todo el mundo hablaba de él? O, más bien, ¿por qué ella seguía recordando cosas sobre un baile…?

    Sintió que la mano de aquella mujer se posaba en su hombro, y Gorrión Blanco alzó por reflejo su mirada de nuevo en su dirección. El rostro que la miraba en esa ocasión, sin embargo, no era más el de Lisa, sino el de una mujer de cabello castaño y ojos azules que ella nunca había visto antes… ¿o sí? Quien quiera que fuera, le esbozó una pequeña sonrisa, y pronunció despacio y claro:

    —Sé que la pasarás muy bien… Carrie

    Sintió como si la hubieran empujado con violencia hacia atrás, y su espalda terminó chocando contra la pared detrás de ella. Sus ojos pelones bien abiertos estaban fijos al frente de ella, que volvía a ser el mismo pasillo del Nido en el que se había encontrado hace un momento. Ningún rastro de aquel parque o de la mujer que estaba sentada con ella. Sin embargo, las palabras que había pronunciado se quedaron muy bien marcadas en ella, en especial esa última; ese nombre…

    —¿Carrie? —pronunció despacio con voz ausente, y hacerlo le causó una singular sensación de familiaridad, incluso de nostalgia—. Carrie… —repitió una vez más, sintiéndolo aún más natural que antes.

    Ese nombre… ¿acaso era…?

    — — — —
    En un extremo casi contrario al camino que Cody y Lucy habían tomado para adentrarse al bosque, un camper Peugeot Rocket One, comprado de segunda, se abrió paso por un camino rocoso e irregular en desuso, ayudado por sus grandes llantas todo terreno, aplastando arbustos y maleza a su paso, y ahuyentando a algunos ciervos y pájaros. El vehículo se detuvo entre los árboles, a unos quince metros de la misma reja oxidada y vieja que rodeaba toda aquella inmensa área. Desde ese punto, el vehículo se mantenía bastante oculto de la vista de cualquiera, incluso de alguien que se parara al otro lado del cercado y mirara en esa dirección. La pintura de tonos verdes, similares a los colores del camuflaje de un cazador, ayudaba mucho a lograr ese efecto.

    Sentada ante el volante de la casa rodante, Mabel la Doncella apagó el motor y contempló pensativa la cerca, pero en especial el terreno que se extendía detrás de ella.

    Las cosas habían mejorado para ella desde su escape de Los Ángeles, pero no por ello se habían vuelto más tranquilas. Siguiendo las instrucciones que Verónica le había dado, logró salir de la ciudad oculta en la caja de carga de un tráiler de Thorn Industries, que la había llevado a salvo hasta Las Vegas. Ahí se bajó antes de que el camión entrara a la ciudad, y siguió en teoría por su cuenta. Para el conductor, Jacob, o cualquier persona dentro de Thorn que pudiera haberse enterado de aquel extraño movimiento, ahí concluía sus asuntos con la misteriosa fugitiva. Sin embargo, eso no concluía los asuntos de ésta con la tal Verónica Selvaggio. Después de todo, ambas habían hecho un trato, y una de ellas ya había cumplido su parte.

    Por supuesto, Mabel había considerado seriamente no respetar su palabra y aprovechar que ya estaba a salvo para perderse y seguir su propio camino. Sin embargo, sin entender aún si Thorn estaba o no detrás de las acciones de esta chica, de momento obedecerla parecía el accionar más seguro. O al menos eso se repetía que era su principal motivo, pues en el fondo sabía que había algo más, que aún no sabía como descifrar. Algo que se derivaba de los recuerdos de Rose, que habían llegado a ella al momento de terminar de su consumir su vapor.

    Aún no tenía claro cómo funcionaba aquello. Se suponía que además de sus poderes y fuerza, ahora tenía varios de los conocimientos y recuerdos que en alguna ocasión pertenecieron a la antigua cabecilla del Nudo Verdadero, o al menos varios de ellos. Sin embargo, no había aprendido bien cómo acceder o hacer uso de todos ellos. Y en el caso de este asunto con la tal Verónica y el sitio al que la estaba mandando, tenía el presentimiento de que Rose sabía algo que tenía que ver con todo eso. ¿Qué con exactitud?, no tenía idea. Pero lo que fuera, era algo importante que necesitaba comprender, y esa había sido su mayor motivación para seguirle el juego a esa paleta.

    Tomó del asiento del copiloto un par de binoculares de largo alcance, y los usó para enfocar su mirada en el frente, intentando divisar algo del terreno más allá de la cerca. No logró ver nada en especial, más que árboles que cubrían toda la vista. Ningún movimiento aparente o algo fuera de lo común.

    Salió entonces del vehículo y se dirigió a la parte trasera, en donde usando una escalera ahí instalada se montó hasta la parte superior. Se acostó pecho a tierra contra el techo de la camioneta, y utilizó de nuevo los binoculares, obteniendo un resultado similar. No parecía haber ningún edificio ni nada construido por el hombre en las cercanías, salvo claro esa barda de malla.

    Mabel resopló y dejó los binoculares a un lado. Respiró hondo, cerró los ojos, y aunque supuso que el resultado sería el mismo de las veces anteriores, intentó enfocarse y extender su mente más allá de su ubicación actual, intentando detectar cualquier presencia o mente a su alrededor, en especial al frente más allá del límite de aquella cerca. Similar a como le pasó a Lucy, no logró avanzar demasiado antes de ser repelida hacia atrás como la patada directa de un caballo en la cara. Abrió de nuevo los ojos, y pasó rápidamente el dorso de una mano por la nariz. El efecto físico de aquello fue de hecho más intenso que antes, tanto que incluso un poco de sangre le brotó de la nariz.

    Lo que fuera que se escondiera en ese sitio, no era capaz de verlo con sus poderes. Y era más que evidente que no era una coincidencia que justamente la hubiera hecho ir hasta ese sitio en específico.

    Estando aún recostada sobre el techo del vehículo, introdujo su mano en el bolsillo de su pantalón, y sacó de éste aquel teléfono con el que se había estado comunicando con su extraña benefactora. Marcó entonces el teléfono listado como V.S. y lo colocó en altavoz delante de ella.

    —Al fin llegaste, ¿eh? Justo a tiempo —masculló la juguetona voz de Verónica al otro lado de la línea, sin preocuparse mucho por saludar siquiera. Pero estaba bien, pues Mabel tampoco tenía interés en hacerlo.

    —¿Qué demonios es este sitio? —exclamó, claramente molesta—. ¿Por qué no puedo proyectarme o ver más allá de este punto?

    —Esa es una buena pregunta —murmuró Verónica, reflexiva—. No estoy segura si sea por algo natural de esas montañas o por alguna de las curiosidades que el DIC esconde en su sótano; yo creo que es lo segundo. Pero lo que sea, no deja que ningún tipo de proyección psíquica entre en el área, o salga. Imagínate, es como un gran punto ciego en tu habilidad de proyección y rastreo, querida Doncella. Los secretos que podrían esconderse de ti en ese lugar. Pero bueno, no tendrás mucho tiempo de explorarlo, pues necesito que entres, busques lo que necesito, y salgas lo antes posible.

    —Sobrestimas de lo que soy capaz —carraspeó Mabel, levantándose y dirigiéndose a las escaleras para bajar del techo—. Estás hablando de que me infiltre en una jodida base militar a robar aún no sé qué.

    —No te preocupes, dentro de poco habrá una pequeña distracción que te facilitará las cosas. Pero dependerá de ti aprovecharla como se debe.

    Mabel había ya plantado sus pies en tierra en cuánto Verónica mencionó aquello, y ciertamente la desconcertó un poco.

    —¿Qué distracción? —inquirió con marcadas reservas.

    —Lo sabrás cuando la veas —respondió Mabel con voz risueña, y frustrantemente enigmática—. Mientras tanto, prepárate para tu excursión, deja el camper en dónde estás, y salta la barda. Necesito que te vayas encaminando en la dirección que te indiqué lo más discreta posible. ¿Crees poder hacerlo?

    —¿Con quién crees que estás hablando?

    —Sí, porque lo que hiciste aquí en el hospital fue muy discreto.

    —Esa fue tu maldita culpa —exclamó la Doncella con irritación.

    —¿Para qué seguir culpándonos una a otra por cosas pasadas? Hay que ver hacia el futuro, ¿no estás de acuerdo?

    Mabel no respondió nada, pero sus labios se movieron en la forma de una clara maldición silenciosa. Abrió en ese momento las puertas traseras del camper, dejando a la vista el área de carga con todo lo que ahí traía, resaltando enormemente una larga maleta negra.

    Colocó el teléfono aún en altavoz en la alfombra de la cajuela y abrió el zíper de la maleta. En el interior se encontraba un largo rifle de asalto, municiones, granadas, un par de cuchillos de caza… todo lo mejor que el dinero de las cuentas del Nudo Verdadero podían comprar, incluyendo ese nuevo camper. Una ventaja de que los números y contraseñas de cada una de las cuentas fuera uno de los recuerdos que más vívidamente vinieron a ella del vapor de Rose, así que ese no sería más un problema para ella.

    Adicional a las armas, había traído consigo también un traje militar de asalto color negro, por lo que empezó rápidamente a quitarse ahí mismo de pie a mitad del bosque su atuendo de aventurera campista, para vestirse más acorde a lo que se ocuparía a continuación. Eso incluía botas de combate de suela gruesa, guantes de cuero, una bufanda, chaleco antibalas y demás instrumentos que en el Nudo le habían enseñado a usar, pero que nunca había ocupado tan directamente, pues su mayor protección casi siempre había sido el camuflarse como persona corriente.

    —Pero dejemos las bromas de lado, que necesito que me escuches con mucha atención —pronunció en alto la voz de Verónica por el altavoz del teléfono mientras Mabel se alistaba—. Una vez que cruces a esa área, la señal de tu teléfono dejará también de funcionar, así que no podré comunicarme contigo de nuevo hasta que salgas. Por lo que será muy, muy importantes que memorices las instrucciones que te voy a dar y las sigas al pie de la letra. ¿Está claro?

    —Muy claro, paleta —murmuró Mabel con seriedad, mientras se abrochaba los pantalones, y luego se sentó para colocarse las botas—. Y que a ti te quede claro que éste será el único favor que te haré, y luego de eso estaremos a mano. Y no quiero volver a saber de ti otra vez. ¿Entendido?

    —Entendido —respondió Verónica con simpleza—. Pero tengo el presentimiento de que no será así.

    —¿A qué te refieres?

    —Hablaremos de eso una vez que salgas con mis paquetes —masculló Verónica, de nuevo con esa irritable voz que intentaba ser ambigua—. Ahora cállate y escúchame con atención. Esto es lo que harás, paso por paso. Haz algo fuera del lugar, y estarás muerta, y eso complicará las cosas para mí más de lo que quiero.

    Mabel terminó de atarse con firmeza las agujetas de sus botas. Se puso de pie, y se tomó un momento para inspeccionar el rifle, a armarlo verificando que cada parte estuviera bien, y a colocarle un cargador completo. Sentir el peso del arma en sus manos le resultaba tranquilizador. Aunque sabía que en esos momentos la mayor arma que tenía estaba en su cabeza. En especial ahora que contaba con el impulso que le había dado el vapor de Rose.

    —Bien, habla de una maldita vez —sentenció con dureza, volteando de reojo hacia el teléfono—. ¿Qué es lo que tengo que hacer?

    FIN DEL CAPÍTULO 143
    Notas del Autor:

    ¿Se acuerdan de Cody y Lucy? Espero que sí porque no veíamos a ninguno desde el Capítulo 86, pero ya los tenemos aquí de regreso. Y no de la mejor manera, pues están por meterse a la boca del lobo, y no serán los únicos. ¿Qué está por ocurrir en el Nido? Lo veremos dentro de poco, así que estén pendientes del siguiente capítulo.
     
  4. Threadmarks: Capítulo 144. Base Secreta
     
    WingzemonX

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    Resplandor entre Tinieblas
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
    WingzemonX


    Capítulo 144.
    Base Secreta

    Similar a como había sido su rutina en el Nido hasta entonces, esa mañana Lisa Mathews se despertó y acudió al gimnasio para correr un poco en la caminadora. Le sorprendió encontrarse con el equipo de mantenimiento limpiando los vidrios rotos de un par de espejos, y reemplazando estos con unos nuevos. Tuvo curiosidad de preguntar qué había pasado, pero una parte de ella le dijo que en verdad no quería saberlo, así que se enfocó únicamente en su ejercicio.

    Luego de ejercitarse, ducharse y desayunar, se dirigió sin mucho ánimo a la sala de investigación que había estado ocupando desde su llegada a la base. En el comedor escuchó decir a algunos otros miembros del equipo científico que los transportes para aquellos que habían solicitado días libres esa semana comenzarían a partir esa misma tarde. A Lisa no le habían informado aún nada al respecto, pero esperaba en serio que en la lista de personas que dejarían la base ese día, estuviera el suyo.

    Hasta que eso ocurriera, ocuparía la mañana en un par de pruebas más que había dejado pendiente del día anterior, se encargaría de poner totalmente en orden sus notas para que no hubiera ningún problema para que la persona que la reemplazara lograra entenderlas, y más tarde se encargaría de empacar todo lo que había llevado consigo, que en realidad no era mucho. Suponía que no le dejarían llevarse nada de lo que le habían dado ahí (incluida la vestimenta), pero esperaba que le regresaran su computadora y teléfono intactos como habían prometido.

    Cuando bajó del elevador en el nivel —5 y comenzó a caminar por el pasillo en dirección a la sala 5016, iba muy concentrada listando en su cabeza todo lo que haría. Tanto así que no reparó en la persona sentada en el suelo del pasillo, justo delante de la puerta a la que se dirigía, hasta que estuvo a unos cuántos centímetros de chocar con ella. Aquella persona tenía sus brazos rodeando sus piernas, pegadas estás contra su cuerpo. Su rostro se ocultaba contra sus rodillas, y en los largos cabellos rubios que le caían a su alrededor. Y aunque no veía su rostro directamente, su complexión delgada, su cabello rubio lacio y que le llegaba a los hombros, o incluso su propia presencia, le resultaron bastante familiares… para su pesar.

    —¡Ah! —exclamó en alto sin proponérselo inspirada por la impresión. Su voz retumbó en el eco del pasillo.

    Gorrión Blanco se sobresaltó al escuchar su gritito, y alzó lentamente su mirada adormilada en su dirección. Parpadeó un par de veces, intentando enfocar mejor su mirada, y soltó entonces un agudo bostezo.

    —Hola, Dra. Mathews —murmuró con voz aletargada, mientras se tallaba un ojo—. Lo siento, ¿acaso la asusté?

    —¿A mí? —musitó Lisa, nerviosa—. No, no… claro que no… Pero, ¿qué haces aquí?

    —Quería hablar con usted —se explicó Gorrión Blanco, al tiempo que se ponía de pie—. Creí que estaría en su oficina, pero… creo que esta tarjeta no abre esa puerta —susurró apenada, alzando su tarjeta de acceso y señalando con ella justo a la puerta delante de ella—. Así que sólo esperé a ver si salía o llegaba, y creo que me quedé dormida unos minutos. ¿Estuvo mal?

    Había angustia en su voz al pronunciar aquella pregunta, como si en verdad le preocupara el hecho de haber hecho algo incorrecto.

    —No, supongo que no —le respondió Lisa, encogiéndose de hombros—. Pero, ¿de qué querías hablar? —le preguntó con voz cauta, mientras se aproximaba lentamente hacia la puerta de la sala, con su espalda casi pegada a la pared para no acercarse de más a la joven de cabellos rubios—. Creí que había quedado claro el otro día que yo no podía ayudarte con… tus problemas de memoria.

    —Lo sé —asintió Gorrión Blanco—. Pero sólo deseo hablar un poco con usted. Después del Sgto. Schur, usted es la única persona en esta base con la que me siento en completa confianza. Y bueno —susurró apenada, girándose hacia otro lado, y acomodando discretamente un mechón de cabello detrás de su oreja—. Con él… ocurrió algo hace rato y no puedo hablarle en estos momentos.

    Había algo sospechoso en la forma en la que se había referido al Sgto. Schur, mas Lisa no se fijó demasiado en ello, pues su atención se había quedado en el comentario que había hecho con respecto a ella.

    —Espera… ¿conmigo? —masculló Lisa, señalándose con un dedo—. ¿Te sientes en confianza conmigo…?

    —Sí —asintió Gorrión Blanco, efusiva—. Usted fue la que me logró despertar, y además… no lo sé, siento que siempre ha sido sincera conmigo.

    Su rostro se ensombreció de pronto, y agachó su cabeza, como si se sintiera de alguna forma avergonzada.

    —Aunque sé bien que mi presencia le incomoda. O incluso puede que me odie un poco, ¿verdad?

    La miró de reojo, como si sinceramente esperara expectante escuchar su respuesta a aquella pregunta. Lisa, sin embargo, permaneció en silencio. No sabía qué le sorprendía más, enterarse de que aquella muchacha en verdad era consciente de la inquietud que la invadía cuando estaba en su presencia, o que aun así le dijera que sentía “confianza” estando con ella. Para Lisa una cosa debería contradecir a otra, pero al parecer en la mente de esta muchacha las cosas funcionaban distinto.

    Por supuesto que se sentía incómoda cuando se encontraba cerca, por decirlo menos. ¿Cómo no estarlo frente a alguien que había sido capaz de lastimar y asesinar a tantas personas ante sus ojos con tan sólo pensarlo? Pero… ¿odiarla? ¿La odiaba de alguna forma? Eso era difícil de decir. En especial en ese instante, en el que se veía tan delgada e indefensa, temerosa y vacilante, sin lugar a duda en busca de alguien que le tendiera una mano.

    Como una jovencita normal y corriente, y no la máquina asesina que era en realidad.

    Aunque quizás una cosa no quitaba lo otro.

    Lisa suspiró, mitad resignada, mitad frustrada.

    —¿De qué querías hablar? —susurró en voz baja, intentando sonar lo más amable posible. Si acaso algo de su sentimiento negativo se asomó en su tono, Gorrión Blanco no pareció percatarse de ello, pues su rostro pareció iluminarse con júbilo en cuanto le hizo aquella pregunta.

    Gorrión Blanco se apartó rápido del muro y se paró delante de ella, parándose derecha como si estuviera a punto de presentar un examen oral.

    —¿A usted le suena de algo el nombre “Carrie”? —le preguntó con voz cauta.

    —¿Carrie? —dijo Lisa como primer reflejo, arrugando un poco su entrecejo, pensativa—. No, no realmente —respondió tras un rato. La única persona que se le venía a la mente al escuchar aquel nombre, era la actriz Carrie Fisher, pero dudaba de que le estuviera preguntando por ella—. ¿Por qué?

    Gorrión Blanco suspiró con pesadez.

    —Acabo de tener otra de esas visiones que le conté el otro día, y me pareció ver y escuchar a alguien que me llamaba así.

    Su voz se tornó seria de golpe.

    —Creo que ese podría ser mi nombre; mi verdadero nombre.

    Aquello sorprendió un poco a Lisa.

    —¿No sabes cuál es tu nombre? —preguntó curiosa.

    Gorrión Blanco negó con su cabeza.

    Era obvio que “Gorrión Blanco” no era su nombre real, y Lisa supuso desde el mero inicio en el que le presentaron el proyecto de esa forma que era sólo un nombre clave. Sin embargo, no creía que la amnesia de aquella muchacha fuera tal que ni siquiera conociera su nombre; o, más bien, que nadie en esa base se lo hubiera dicho. Resultaba extraño, pues en más de una ocasión tuvo la impresión de que más de uno sabía quién había sido esta chica antes de su coma. Y en especial se le habían quedado grabadas las palabras del Dr. Takashiro.

    “Si te sirve de consuelo, esa chica no era una santa en lo absoluto. Algunos dirían que se merecía terminar así, o peor.”

    Él sabía algo, y si él lo sabía implicaba que el Dr. Shepherd también, y muy probablemente el Dir. Sinclair. ¿Todos ellos sabían quién era esa chica y deliberadamente se lo habían ocultado?

    Indudablemente el lado inquisitivo de Lisa comenzó a sentirse intrigado por esta misteriosa situación.

    —Carrie… —repitió en voz baja, intentando encontrar algo en su memoria, sobre alguna conversación que hubiera oído ahí en el Nido que le diera alguna pista con ese nombre, pero no se le vino nada más a la mente—. ¿No oíste algún apellido de casualidad? —le preguntó con seriedad.

    —No, no todavía —negó Gorrión Blanco—. Quizás si sigo teniendo más visiones pueda tener más pistas. Pero… —alzó en ese momento una mano hacia su cabeza, presionando la palma contra su frente—. Cada vez que ocurre, mi cabeza da vueltas, me comienza a doler y me siento muy mareada.

    —¿Tu cabeza duele? —preguntó Lisa, consternada—. ¿Te duele en estos momentos?

    —Un poco, sí —asintió Gorrión Blanco.

    Lisa se tensó. Su mente fue inundada con la imagen de las radiografías del cerebro de aquella chica, con sus claras lesiones en ellas. Por supuesto no era médico, pero no lo necesitaba para saber que eso, combinado con dolores de cabeza, no debía ser una buena señal.

    Tragó saliva un poco nerviosa, pero se forzó al instante siguiente en recuperar la compostura. Lo más seguro era que nadie le hubiera informado del estado de su cerebro, y ciertamente no sería ella la responsable de hacerlo. En especial cuando ya estaba con un pie fuera de aquella base.

    —Ven, pasa —le propuso con tono amable, sacando la tarjeta de acceso de su bata para acercarla al sensor de la puerta y poder así abrirla—. Te daré una aspirina.

    —Gracias, Dra. Mathews —contestó Gorrión Blanco con entusiasmo.

    —No soy… doctora —suspiró Lisa—. Sólo dime Lisa, ¿sí?

    —De acuerdo, Lisa —asintió Gorrión Blanco, esbozando justo después de una amplia sonrisa alegre, que Lisa no pudo evitar imitar, aunque no quisiera.

    Era tan difícil reconciliar esa imagen de niña necesitada y perdida que siempre tenía, con la horripilante escena que había visto en su despertar. ¿Era en verdad la misma persona?

    Quizás se estaba confiando de más, pero al menos en ese momento no se sentía amenazada por su presencia. Tanto así que no reparó en que estaba ingresando a una sala cerrada a solas con ella, hasta que ya estuvieron dentro.

    — — — —
    La caminata de Cody y Lucy por el bosque no había dado muchos frutos. Hasta ese momento no se habían cruzado con nada más que árboles, maleza, rocas… y básicamente sólo eso. El camino que habían ido siguiendo no tardó mucho en desvanecerse, dejándolos un poco a la deriva. Por lo tanto, no estaban siquiera seguros de si iban por la dirección correcta, pues en el par ocasiones que Lucy intentó ubicarse desde que cruzaron la cerca, sencillamente le fue imposible mirar con su mente nada más allá de unos cuántos centímetros a su alrededor.

    Lucy describía esta sensación como estar atrapada dentro de un tubo de vidrio, que la dejaba ver a través de él, pero no le permitía dar un paso más allá de su diámetro. Cody no creía poder entenderlo del todo, pero no dudaba en que debía resultar en una sensación más que incómoda para ella. Y claro, ella tampoco era muy disimulada al respecto, pues conforme avanzaban, Cody la notaba más inquieta y tensa. Era como si lo que fuera esa fuerza que envolvía aquel sitio la estuviera afectando de formas que ninguno de los dos podía comprender. Eso, o quizás era el propio Resplandor de la rastreadora, susurrándole al oído que se fuera de ahí cuánto antes.

    A Cody le parecía también escuchar un poco de ese susurro, pero se forzaba, tal vez inconsciente, a ignorarlo y seguir adelante.

    —Llevamos buen rato caminando y aún no vemos nada —escuchó Cody a Lucy mascullar con voz molesta y cansada a sus espaldas—. Quizás en realidad no haya nada.

    —Nadie puso una cerca sólo para rodear un pedazo de bosque vacío, ¿no crees? —respondió Cody, sagaz.

    —Tal vez sí —exclamó Lucy alzando los brazos hacia los lados—. Tal vez esto es un área protegida o algo así, y estamos violando algunas leyes de preservación además de cometer allanamiento de propiedad privada.

    Cody no respondió, pero estaba muy seguro de que aquello no era un área protegida, reserva ecológica, ni nada similar. En parte porque, como biólogo, conocía al menos por nombre la mayoría de las reservas ecológicas que había en el país, incluyendo las de Maine. Y esa ubicación en la que se encontraban no encajaba con ninguna que él conociera.

    Pero además de eso, el motivo principal que lo llevaba a concluir que aquello no era un sitio normal, era que sin importar cuánto avanzaban, ese abrumador y antinatural silencio seguía presente, al igual que la ausencia completa de cualquier animal; a lo mucho quizás unos cuántos insectos, y aun así menos de lo que se esperaría en un lugar como ese. Sus conocimientos como biólogo no alcanzaban para explicar cómo un entorno como ese podía existir, salvo por dos posibilidades: que deliberadamente la mano del hombre sea el que se encargara de mantener a los seres vivos apartados, o estos por mero instinto lo hacían por su cuenta.

    Después de todo, era bien sabido que muchos animales resplandecían más que algunas personas.

    —Qué raro —murmuró Lucy de pronto con confusión.

    Cody se detuvo y se giró a mirarla. Lucy tenía su teléfono en una mano, y lo alzaba por encima de su cabeza mientras observaba fijamente la pantalla.

    —¿Qué pasa?

    —Mi teléfono no agarra señal —mencionó Lucy con seriedad.

    —Bueno, estamos a mitad de la nada, ¿recuerdas? —señaló Cody con tono burlón, a lo que Lucy respondió negando con la cabeza, frenética.

    —Estoy totalmente segura de que había buena señal hasta hace un momento cuando estábamos en el vehículo. Esto no me agrada. Así es como comienzan las películas de terror.

    —No me hables de películas de terror, por favor —exclamó Cody con ligera molestia.

    En ese momento, el casi sepulcral silencio que hasta entonces había reinado, fue roto de pronto por un zumbido cercano que se acercaba hacia ellos. Cody y Lucy se detuvieron, y escucharon con atención. Tras unos segundos, reconocieron aquel sonido como un motor. ¿Un vehículo, tal vez?

    Instintivamente se colocaron detrás del cobijo de un árbol cercano, asomándose sólo lo necesario para ver en la dirección de aquel sonido. Poco a poco se volvió apreciable para ambos una figura moviéndose por entre los árboles a una velocidad moderada. Era definitivamente un vehículo, y al parecer uno equipado para terrenos irregulares como ese. Y se dirigía en su dirección, o al menos muy cerca de dónde se encontraban.

    —Al fin una persona —murmuró Lucy—. Quizás podamos pedir indicaciones, ¿no?

    Cody agudizó aún más su mirada, mientras observaba aquella figura volverse cada vez más grande y visible conforme se aproximaba. Y esa vocecita en su oído que le susurraba acerca del peligro, y que hasta ese momento había intentado ignorar, se volvió de pronto bastante más insistente.

    —No lo creo —susurró Cody con desconfianza—. Ocúltate.

    Ambos bajaron prácticamente sentados por la pequeña ladera, ocultando sus cuerpos entre las hojas caídas y la maleza. Se asomaron discretamente desde su escondite, lo suficiente para ver como aquel vehículo pasaba a unos cinco metros de su ubicación. Era un jeep color verde oscuro, descapotado y de ruedas grandes. Sobre él iban tres hombres, todos ellos vestidos con uniformes azules y gorras al juego; uno conducía, mientras los otros dos iban de pie en la parte posterior. Y, lo más importante, estos dos cargaban en sus manos rifles de asalto largos color negro. Esto último alarmó bastante a Cody y Lucy, dejándolos inmóviles en sus escondites como simples rocas.

    El jeep siguió de largo sin que sus ocupantes al parecer repararan en ellos. Ninguno dijo o volvió a moverse, hasta que el vehículo se alejó lo suficiente entre los árboles para ya no ser visible.

    —Esos eran soldados —masculló Lucy, parándose y pasando sus manos por sus pantalones para limpiarlos del lodo y las hojas secas—. Eran soldados, ¿verdad?

    —Eso creo —respondió Cody, dubitativo, observando fijamente en la dirección que se habían ido—. ¿Qué harán en un sitio como éste?

    Lucy frunció el ceño, y recorrió entonces su mirada inquisitiva por todo su alrededor, como si buscara algo entre los árboles que le diera alguna respuesta a esa pregunta, aunque ella comenzaba ya a fraguar su propia teoría.

    —Lugar desolado a la mitad de la nada, sin ningún punto de interés cercano marcado en el mapa. Y ahora un jeep con soldados. Si fuera tan fanática de las conspiraciones como Mónica, diría que se trata de una base militar ultra secreta.

    —¿Base militar secreta? —inquirió Cody, claramente escéptico—. ¿Eso realmente existe?

    —Te sorprenderías —contestó Lucy, encogiéndose de hombros—. Quizás por eso mis poderes de proyección no funcionan para penetrar esta área. Y por eso mi celular dejó de funcionar en cuanto nos acercamos. Deben tener mecanismos para aislar cualquier tipo de comunicación, incluso la psíquica.

    —Suena algo… loco —masculló Cody, acompañado de un discreto dejo risueño—. ¿Qué base militar podría tener algo para incluso evitar que un rastreador pudiera verla…?

    Cody calló de golpe en cuánto percibió que algo había cambiado en la expresión de Lucy. De un momento a otro, los ojos de la mujer se habían abierto bien grandes, su cuerpo entero se tensó, y su rostro adquirió un tono pálido, casi enfermizo. Cody ciertamente se sintió desconcertado por esto, incluso un poco asustado.

    —Oh, por Dios —susurró Lucy, sonando casi como si le doliera hacerlo—. El Nido.

    —¿El qué? —cuestionó Cody, confundido.

    —Pero por supuesto, ¿por qué no se me ocurrió antes? —soltó Lucy al aire, ignorando las palabras de su compañero. Comenzó a caminar hacia un lado y hacia el otro, soltando pequeñas expresiones ansiosas, mientras se tallaba sus manos con tanta insistencia que su piel se tornó rosácea—. Maldición. Esto fue una muy, muy mala idea. Y yo soy una estúpida por seguirte —soltó de golpe como una clara recriminación hacia él—. Tenemos que largarnos de aquí; ahora.

    —Oye, espera, espera —pronunció Cody, exasperado—. ¿Qué ocurre? ¿Qué es el Nido?

    —No hay tiempo, vámonos —insistió Lucy, comenzando a caminar en la dirección que venían, o al menos la que ella creía que era la dirección de la que venían.

    —Aguarda sólo un segundo —exclamó Cody, y se apresuró rápidamente a alcanzarla, y por mero reflejo la tomó del brazo para detenerla. Éste acto no pareció sentarle muy bien a su acompañante.

    —¡No me toques! —espetó Lucy con enojo, girándose con rapidez para lanzar varios manotazos al aire y así alejarlo de ella.

    Cody reaccionó, apartando su mano rápidamente y retrocediendo un par de pasos.

    —Lo siento —se disculpó, apenado. Sin embargo, al momento recuperó la firmeza en su voz—. Pero no me iré a ningún lado, y menos si no me explicas.

    Lucy lo miró con severidad, tanto que por un segundo pareciera que su mirada atravesaría sus gruesos anteojos, y a su vez le atravesaría su cabeza como dos afiladas navajas. Parecía en verdad enojada, aunque más que nada nerviosa. En todos esos días de viaje que llevaban juntos, era la primera vez que la veía así de alterada.

    —Maldita sea, Cody Hobson —espetó al aire, al tiempo que golpeaba el suelo con fuerza con un pie—. Está bien. Has oído hablar del DIC, ¿verdad?

    —Algo —asintió Cody, sin comprender de momento a qué venía esa pregunta con exactitud—. Era una agencia de investigación del gobierno que dejó de funcionar en los 80's…

    —Y volvió a funcionar a principios de este siglo —añadió Lucy de pronto de forma tajante—. Sin que casi nadie del público general lo sepa, dicho sea de paso. Y su principal función desde entonces es la investigación, reclutamiento, encarcelamiento y aniquilación de individuos con poderes psíquicos. Ósea, resplandecientes como tú y yo —indicó señalando a ambos con un dedo.

    —¿Qué? —exclamó Cody, atónito—. ¿Hablas… en serio?

    —Muy en serio —le respondió Lucy con marcada seriedad—. Y el Nido se rumorea es su base más secreta, oculta en una locación desconocida, muy bien protegida, y que alberga sus proyectos más secretos y delicados. Una base secreta que definitivamente tendría algo para repeler a gente como yo. Debió de haber sido mi primera teoría en cuanto me enteré de todo esto, pero no consideré que pudiera tratarse de algo tan serio. Estaba convencida que sólo era un tonto desacuerdo de novios. Yo sabía que no debía salir de mi casa. Pero tenía que dejar que mi curiosidad me dominara. Nota mental para después: nunca volver a permitirme ser llevada por…

    —Lucy, concéntrate —exigió Cody con aprensión—. ¿Tú cómo sabes de todo eso?

    —Por Mónica, obviamente —le respondió con brusquedad—. Ella está obsesionada con estos temas, ya lo sabes.

    —Mónica siempre exagera. Ella cree en cada locura que se cruza en internet, como que a JFK lo mataron los aliens.

    —No, no, esto sí es en serio, Cody —se apresuró Lucy a recalcar, claramente preocupada—. Te aseguro que no es una locura, que es muy real.

    Cody guardó silencio, meditando sobre todo lo que Lucy acababa de compartirle. Sin embargo, pese a todas las cosas que había visto a lo largo de su vida, la idea de una organización secreta del gobierno que estudiaba y vigilaba a los resplandecientes, con bases secretas a mitad de la nada y tecnología capaz de repeler rastreadores… todo eso parecía algo sacado de una absurda película.

    Sin embargo, si lo pensaba con detenimiento, y por absurdo que sonara, estaban en un área a donde los poderes de Lucy no habían podido penetrar, que tenía una cerca de propiedad privada rodeándola, y acababan de ver un jeep con soldados armados pasar cerca de ellos. Si agregabas todo eso en la misma ecuación, ¿la explicación que Lucy acababa de darle no podía encajar sin mucho problema?

    Pero lo más preocupante de todo el asunto vino a la mente de Cody, al sumarle el motivo que los había llevado a aquel sitio en primer lugar: Lisa había sido llevada a aquel lugar.

    —Si es real… —murmuró despacio, volteando a ver en la dirección que se había ido el jeep—. ¿Me estás diciendo que lo que hay más adelante es esa base secreta que mencionaste?

    —Sólo digo que es muy, muy… probable —aclaró Lucy—. Pero mi curiosidad no llega a tanto como para arriesgarme a descubrirlo…

    Una vez más el silencio reinante del bosque fue opacado por el sonido de un motor. Pero éste no era el de un vehículo, y ni siquiera venía de alguna dirección a su alrededor, sino de arriba de ellos. Ambos alzaron sus miradas por mero reflejo. La fuente de aquel sonido no tardó en hacerse visible para ellos, en la forma de un gran helicóptero negro que volaba sobre ellos a varios metros de altura.

    —Cuidado —indicó Cody con apuro, y ambos se apresuraron de inmediato a esconderse una vez más.

    — — — —
    El helicóptero negro siguió largo en su trayecto, sin que sus ocupantes divisaran en lo absoluto a los dos intrusos que se hallaban abajo en el bosque. En su lugar, avanzó en línea recta en dirección a la pista de aterrizaje ubicada justo en la cima de la montaña del Nido. Ahí, el equipo de tierra ya los esperaba para recibirlos, junto con el Capt. McCarthy en persona, que miraba el helicóptero descender desde un lado de la pista.

    No tenían en el itinerario de ese día alguna llegada programada, por lo que el mensaje de aviso de su proximidad los tomó un poco por sorpresa. Sin embargo, no representaba algo de cuidado, considerando el pasajero que se confirmó que arribaría.

    Cuando el helicóptero se encontraba ya firmemente parado sobre la pista y su rotor se apagó, la puerta lateral del vehículo se abrió, y de éste descendieron al menos cinco hombres y mujeres de uniformes verdes, bufandas, boinas y lentes oscuros. Y detrás de ellos venía su oficial al mando, la Capitana Ruby Cullen, dirigente de los agentes de campo, investigación y limpieza del DIC. Era una mujer de complexión alta y fornida, digna de una agente de inteligencia de más de casi veinte años de servicio. Su cabello rubio rizado se encontraba recogido por completo en una pequeña cebolla en la parte posterior de su cabeza. Vestía unas pesadas botadas negras que resonaron al caer de un brinco al piso de la pista, además de un largo abrigo verde olivo que portaba sobre su uniforme. Traía gafas oscuras como sus acompañantes, pero se las retiró en cuanto estuvo fuera del helicóptero, dejando a la vista sus ojos verde claro, estoicos y serenos, a juego con su rostro duro como piedra.

    La capitana avanzó con paso decidido hacia el Director General del Nido, que la aguardaba paciente en su posición.

    —Cullen —pronunció McCarthy respetuoso, extendiendo una mano hacia su colega. Ésta la aceptó, estrechando sus manos en un fuerte apretón.

    —McCarthy —le saludó Cullen con tono ecuánime, aunque al instante siguiente una pequeña sonrisita burlona se dibujó en sus labios—. Te ves más gordo. Estar sentado en ese escritorio te está cayendo mal.

    McCarthy dejó escapar una discreta risilla divertida.

    —Alguien tiene que hacerlo —respondió con simpleza, encogiéndose de hombros.

    Cullen le dio un par de indicaciones a sus hombres, que servían en realidad más de su escolta personal. Pero estando ya en la base, podía prescindir de ellos, así que les indicó que se tomaran un par de horas de libres, pero que no se distrajeran demasiado. Tras ofrecerle un saludo a su superior, los cinco soldados de verde se apresuraron a los ascensores a cumplir su encargo. McCarthy y la recién llegada hicieron lo mismo, aunque con paso más moderado.

    —Me sorprendió escuchar que venías para acá —indicó McCarthy mientras caminaban uno al lado del otro—. ¿Ocurrió algún problema en Los Ángeles?

    —Todo lo contrario —aclaró Cullen, negando con la cabeza—. La limpieza está prácticamente concluida, así que dejé a mis hombres encargándose del resto.

    —¿Algún rastro de Leena Klammer o de los otros individuos que huyeron del pent—house?

    —No exactamente —susurró la mujer rubia con un extraño tono enigmático—. De hecho, en parte por eso estoy aquí. Necesito hablar de ese asunto con el director, y escuché que aún andaba por aquí.

    —¿No podía ser por una llamada? —cuestionó McCarthy, confundido.

    —Por seguridad, preferí que no.

    Cullen solía ser siempre bastante seria, incluso fría, en su manera de hablar, por lo que casi siempre resultaba complicado intentar adivinar qué era lo que pensaba. Sin embargo, McCarthy detectó en esa ocasión la presencia de genuina preocupación en sus palabras, y no pudo evitar cuestionarse qué podría haber perturbado de esa forma su temple de hierro.

    —¿Pasó algo? —susurró McCarthy en voz baja, a lo que Cullen respondió negando sutilmente con la cabeza.

    —Es mejor que lo hablemos en privado con el director.

    Ambos llegaron ante uno de los ascensores, y el oficial al mando de la base usó su tarjeta de acceso para abrirles paso y que ambos pudieron subirse.

    —Bueno, tendrá que esperar un poco —dijo McCarthy una vez que las puertas del elevador se cerraron y estuvieron a solas—. El Dir. Sinclair estará muy ocupado el día de hoy, preparándose para su interrogatorio con Thorn.

    Cullen giró rápidamente su cuello hacia él, mirándolo intrigada.

    —¿Con Thorn? ¿Lo van a despertar?

    —Ya están preparando todo para hacerlo —señaló McCarthy.

    —¿Será sensato? Escuché bastante del escándalo que armó cuando intentaron capturarlo.

    Las palabras de Cullen no eran inesperadas. No era la primera en expresar sus inquietudes ante la idea. McCarthy mismo creía que lo mejor sería mantenerlo dormido hasta que encontraran la forma adecuada y segura de mantenerlo cautivo, como habían hecho en el caso de Charlene McGee. Pero el director parecía más que convencido de hacerlo de una vez por todas. Desconocía si esa decisión tan inamovible era derivada del ataque perpetrado contra la Sra. Wheeler, pero lo veía poco probable, o al menos no lo consideraba el motivo principal pues ella ya se encontraba bien, según le habían informado.

    Quizás lo que más le preocupaba al director era el tema del supuesto infiltrado, la persona que podría haber deliberadamente ocultado la existencia de Thorn de ellos durante tanto tiempo, y de la que aún no tenían ni pista de su identidad. Quizás estuviera convencido de que Thorn tenía la respuesta de quién había sido esa persona. Ciertamente el no saber en quién se podía confiar y en quién no, podía resultar desgastante para cualquier hombre.

    Pese a eso, no estaba seguro de que el riesgo de despertar a aquel chico valiera la pena, pero su rectitud y lealtad le impedían hablar de sus dudas tan abiertamente a espaldas del Dir. Sinclair.

    —Estamos tomando las medidas pertinentes —señaló McCarthy con la mayor confianza que le fue posible transmitir—. Como sea, creo que sólo podrás hablar con el director hasta después del interrogatorio.

    —Entonces creo que llegué en el momento justo para no perdérmelo —señaló Cullen, no dejando claro si lo decía en serio o en broma.

    Una vez en el Nivel —1, ambos bajaron del elevador y caminaron en dirección a la oficina de McCarthy. Caminando por los pasillos, se cruzaron con un par de soldados que no dudaron en ofrecerle el saludo tanto a McCarthy como a la propia Capt. Cullen.

    —Te ofrecería un café, pero no sé dónde se habrá metido Kat —comentó McCarthy a pasar a lado del escritorio vacío de su secretaria—. Normalmente siempre anda por aquí.

    —Estoy bien, gracias —le respondió Cullen con indiferencia—. ¿Y cómo está Miriam, por cierto? —preguntó de pronto una vez estuvieron en el interior de la oficina—. Hace mucho que no sé de ella.

    McCarthy sonrió, y echó un vistazo rápido a la foto de sus dos hijas sobre el escritorio. Cullen había sido la superior de su hija Miriam cuando ésta ingresó a la Agencia, y básicamente había sido su instructora y protectora durante toda su etapa de entrenamiento. Por lo mismo, Miriam le había tomado un gran aprecio; como una clase de hermana de mayor.

    —Yo igual —comentó McCarthy con tono jocoso. Se dejó caer entonces sobre su silla detrás del escritorio—. Está bien, hasta dónde me informan. Sigue de misión en algún lugar de Europa, creo.

    —Siempre fue una chica muy habilidosa —asintió Cullen—. Salúdamela la siguiente vez que te comuniques con ella, ¿sí?

    —De tu parte —respondió McCarthy sin chistar—. Creo que le gustará mucho escuchar de ti.

    — — — —
    Lucy y Cody se escabulleron fuera de su escondite en cuanto dejaron de escuchar el sonido del helicóptero. Cody fue el más apurado por avanzar hacia un área más al descubierto, y así poder apreciar el cielo entre las ramas de los árboles.

    —Ese helicóptero se dirigía para allá —indicó señalando hacia lo lejos—. La misma dirección en la que se fue el jeep, ¿verdad? La base que mencionaste debe estar ahí.

    Sin pensarlo mucho, sus pies comenzaron a moverse en dicha dirección. Antes de que lograra avanzar demasiado, Lucy se apresuró a alcanzarlo. Y aunque hace un momento le había molestado bastante que él la tomara del brazo para detenerla, por mero reflejo ella hizo en ese momento justo lo mismo.

    —¿Te has vuelto loco? —le cuestionó con dureza, forzándolo a girarse hacia ella—. ¿Qué parte de lo que te dije te hizo pensar que sería buena idea ir hacia allá y no de regreso al automóvil? Aunque lo que esté más adelante no sea el Nido, si esos soldados te ven husmeando por aquí, te dispararán; y lo más importante, ¡me dispararán a mí!

    —¿No lo entiendes, Lucy? —exclamó Cody, zarandeando su brazo para liberarse de su agarre—. Lisa está ahí; tú misma viste como la traían a este sitio. ¿Por qué el DIC la llevaría a una base secreta a la mitad de la nada?

    Cody guardó silencio un instante. Fue evidente como la consternación le subía por la garganta, evitándole hablar por un momento.

    —¿Y si la trajeron para llegar a mí? —señaló, claramente angustiado—. ¿Y si la están…? Tengo que ir por ella.

    Rápidamente se giró con la intención de avanzar como se lo proponía hace un momento, pero Lucy lo volvió a detener del mismo modo.

    —No, Cody —exclamó la rastreadora con firmeza—. No es lo que te estás imaginando. Te dije que ella se fue con esos hombres por su voluntad.

    —¿Estás segura de eso? —le cuestionó Cody con dureza.

    —Sí… —contestó Lucy rápidamente, aunque la vacilación era más que palpable en su tono—. O eso creo… las visiones no siempre son tan claras.

    Esas palabras no ayudaron en lo más mínimo a tranquilizarlo.

    —Oye, oye, cálmate un poco, ¿sí? —insistió Lucy, casi suplicando—. Mónica me dijo una vez que el director del DIC es de hecho un buen amigo de la Sra. Wheeler. No conozco bien los detalles, pero si es así, de seguro no haría algo contra un miembro de la Fundación como tú.

    —¡La Sra. Wheeler no está! ¿Lo olvidas? —gritó Cole con violencia, haciendo al parecer que Lucy se estremeciera un poco, y por reflejo llevara sus manos a su oídos para cubrirlos.

    —Sí, sí —pronunció la rastreadora, casi como si le doliera—. Pero podríamos irnos de aquí, llamar a Mónica una vez que tengamos mejor recepción, y de seguro ella podría ayudarnos a…

    Antes de que pudiera terminar su idea, de nuevo escucharon como el sonido de un vehículo se hacía presente. Sólo que ahora se aproximaba a ellos mucho más rápido. Ambos se viraron hacia un lado, y notaron rápidamente el jeep verde con tres soldados armados a bordo (quizás el mismo de hace rato, quizás uno distinto) que se dirigía hacia ellos. El vehículo frenó en seco a unos cuántos metros, y dos de los hombres con rifles saltaron de éste, plantando sus pies en tierra.

    —¡Oigan ustedes! —exclamó uno de los hombres, alzando rápidamente su arma para apuntarles con ella. Su compañero lo imitó—. ¡No se muevan!

    —Ay no, ay no —masculló Lucy, totalmente espantada. Quiso alzar sus brazos, aunque no se lo hubieran pedido, pero estaba tan petrificada que le fue imposible siquiera moverse.

    Los dos soldados avanzaron hacia ellos, pero Cody rápidamente se colocó frente a Lucy. Se concentró, enfocó su mente, y en cuestión de segundos todos fueron testigos de cómo los troncos de dos árboles aledaños parecieron partirse en dos por sí solos, como si una enorme criatura los hubiera empujado, y ambos se precipitaron justo en contra de los dos soldados. Esto los tomó totalmente desprevenidos, pero reaccionaron suficientemente rápido para retroceder, incluso tirándose al suelo con tal de salir el alcance los troncos que chocaron con fuerza contra el suelo.

    —¡Corre! —gritó Cody a todo pulmón a su compañera, y aprovechando la distracción comenzó a moverse con todas sus fuerzas para alejarse de ahí.

    —¿Correr? —exclamó Lucy, atónita—. No, no, ¡correr es una muy mala idea!

    Miró un instante de nuevo hacia los soldados, y pudo presenciar cómo aquellos dos troncos caídos se desvanecían por completo en el aire. Y al segundo siguiente, ambos árboles volvieron a estar de pie justo como lo estuvieron hace unos instantes. Había sido sólo una de las ilusiones de Cody.

    Los soldados miraron desconcertados aquello, pero no tardarían mucho en salir de su estupor. Por lo tanto, Lucy no tuvo más remedio que hacer justo lo que Cody le había dicho, y correr despavorida, siguiéndolo sin rumbo fijo.

    — — — —
    Lisa sacó un frasco de aspirinas del pequeño botiquín que tenían en la sala de observación médica, y llenó igualmente un vaso de agua en el grifo. Cuando se giró de regreso hacia su invitada, por llamarla de alguna forma, la sorprendió mirando atentamente hacia una esquina de la sala, que en ese momento se encontraba vacía, pero que hasta no hace mucho era ocupada por una camilla, un montón de equipo médico de monitoreo y, por supuesto, la joven comatosa que había sido su ocupante por casi cuatro años. Misma que ahora estaba justo de pie ante ella en ese momento.

    ¿Por qué miraba esa esquina con tanta curiosidad? ¿Tendría algún recuerdo de aquel tiempo en el que estuvo inconsciente y aquel sitio era su morada de descanso? ¿O sería sólo una coincidencia?

    No le dio muchas más vueltas a aquello, y en su lugar se le aproximó y le extendió la pequeña pastilla y el vaso el agua.

    —Aquí tienes —le indicó con tono afable. Gorrión Blanco se giró hacia ella, y miró con una sonrisa lo que le ofrecía.

    —Gracias —musitó despacio, tomando tanto el vaso como la aspirina, y tomando ésta última con la ayuda de un pequeño sorbo de agua.

    Le regresó el vaso a Lisa, y ésta lo colocó sobre su mesa de trabajo, y justo después se sentó en su silla.

    —¿En qué está trabajando? —preguntó Gorrión Blanco con curiosidad, contemplando los frascos con químicos sobre la mesa de trabajo, las jeringas, la charola metálica en esos momentos totalmente limpia de cualquier rastro aparente de sangre; y, por supuesto, la pequeña jaula con al menos cinco ratones blancos de laboratorio, bastante vivos de momento.

    —Sólo unos últimos experimentos que deseo concluir antes de irme —respondió Lisa, procurando ser lo suficientemente ambigua.

    —¿Se va? —cuestionó Gorrión Blanco, sorprendida.

    —Sí. Mi trabajo aquí terminó, y debo volver a casa.

    En el rostro de Gorrión Blanco se pudo apreciar cierta decepción escucharla, incluso algo de tristeza.

    «Y yo que pensaba que sólo el Dr. Shepherd me iba a extrañar» pensó Lisa con ironía.

    —Cuéntame más sobre tus alucinaciones —preguntó Lisa de pronto, procurando cambiar el tema—. ¿Has visto algo más aparte de lo que me comentaste el otro día?

    Gorrión Blanco se permitió tomar la silla que alguna vez perteneció al Dr. Takashiro, y la aproximó rodando a la mesa de Lisa para sentarse cerca de ella. Miró pensativa hacia la luz fluorescente sobre sus cabezas, mientras con las puntas de sus pies contra el suelo hacía que su cuerpo se meciera un poco, y por lo tanto la silla girara hacia un lado y hacia el otro como un péndulo. Lisa recordó que ella solía hacer eso cuando era niña y se sentaba en la silla del despacho de su padre.

    —En parte sigue siendo lo mismo que vi la primera vez —comentó Gorrión Blanco con voz reflexiva—. Fuego, música, risas, sangre, gritos… Pero he podido ver algunas cosas más claras.

    Gorrión Blanco le contó un poco sobre sus visiones de una escuela y una casa, pero se enfocó bastante más en las dos más vividas y extrañas que había tenido ese día: la del chico que la había invitado a un baile, según había entendido, y la de la mujer sentada con ella en una banca y que también le hablaba sobre un baile al que iría. Incluyo en su relato también que había sido esta última quien a su parecer la había llamado “Carrie”.

    —Un baile —repitió Lisa en voz baja, intrigada—. ¿Un baile de escuela? Como… ¿un baile de graduación o algo así?

    —No lo sé —repitió Gorrión Blanco, encogiéndose de hombros—. Pero supongo que eso explicaría las personas con vestidos o trajes que he visto a veces, y la música que he oído… Pero no sé qué tiene que ver todo lo demás. Y no entiendo porque pareciera que todo lo que veo tiene que ver de alguna forma con ese baile, o lo que sea.

    Lisa tampoco veía claro de momento cómo todo lo que le describía podía encajar; sentía que aún faltaba una pieza central para juntar todo, como en un rompecabezas. Pero un baile escolar, fuego, sangre, y una chica en coma… nada eso sonaba bien a primera instancia.

    —Esas personas que viste, el chico que te invitó y la mujer de la banca —señaló Lisa, inquisitiva—. ¿Alguna idea de quiénes eran? ¿Quizás de sus nombres?

    —No estoy segura —respondió Gorrión Blanco, arrugando un poco su entrecejo—. Al principio no lograba siquiera distinguir sus rostros y voces, y luego mi cabeza los confundió con el Sgto. Schur y… bueno, con usted.

    —¿Conmigo? —exclamó Lisa confundida, señalándose con un dedo.

    Gorrión Blanco asintió.

    —No sé qué signifique. Quizás sea porque ambos son las personas que más confianza me inspiran, como le dije hace rato. Tanto así que luego de lo que pasó, mi primer deseo fue venir a buscarla y pedir su ayuda. Como si sintiera que usted podía ayudarme… o, ¿quizás la estoy confundiendo con esa otra mujer, quien quiera que sea?

    Gorrión Blanco se giró hacia un lado, contemplando de nuevo pensativa hacia la esquina vacía del cuarto. Aquella última pregunta tomó la forma de un pensamiento en voz alta, dirigido más a sí misma que a la mujer que la escuchaba.

    Lisa igual se sintió una vez más incómoda por el comentario, pero no dijo nada. En su lugar, observó en silencio a Gorrión Blanco, y otra vez sintió una gran desconexión entre esa chiquilla de mirada inocente y perdida, complexión pequeña y frágil… con el monstruo que ella recodaba y tanta incomodidad le había generado antes. Tanto así que la imagen de esta última parecía comenzar a desvanecerse de su memoria.

    —¿Te puedo preguntar algo? —murmuró Lisa de pronto. Gorrión Blanco alzó pronta su rostro, y la miró fijamente con absoluta atención—. ¿Recuerdas algo del momento en que despertaste?

    —¿Cuándo… desperté? —susurró la joven rubia, al parecer algo aturdida por la repentina pregunta que, a simple vista, no tenía nada que ver con lo que estaban hablando. Entrecerró en ese momento sus ojos, y se giró de nuevo a un lado, tomándose unos segundos para meditar al respecto, antes de dar una respuesta—. Sólo recuerdo que estaba en la enfermería, y el Dir. Sinclair y el Capt. McCarthy estaban conmigo, y me explicaron que había estado inconsciente cuatro años.

    —¿En la enfermería? —masculló Lisa, sorprendida. Eso de seguro pasó después de lo ocurrido en el quirófano—. ¿No recuerdas nada antes de eso?

    —¿Antes? No, la verdad no —señaló Gorrión Blanco, negando con la cabeza—. ¿Por qué? ¿Pasó algo que debería recordar?

    Lisa suspiró con pesadez, se retiró sus lentes y se talló sus ojos con sus dedos. Para ese punto ya lo presentía, pero aquello se lo terminaba de confirmar. Ella sentía un gran terror al recordar aquella horrible masacre que había presenciado, y su perpetradora ni siquiera sabía que lo había hecho. Le pareció de cierta forma injusto…

    —Nada, no te preocupes —respondió Lisa con seriedad, colocándose de nuevo sus anteojos.

    Y entonces recordó algo más, el incidente siguiente en el que se volvió a cruzar de frente con Gorrión Blanco luego del Quirófano 24. Y al recordarlo, su mano inconscientemente se posicionó contra su propio vientre, presionándolo ligeramente.

    —Pero… ¿sí recuerdas habernos visto ese día? —le cuestionó con severidad en su voz. Gorrión Blanco la miró, sin entender—. Antes de irte a esa misión con la que te fuiste con el Sgto. Schur, nos cruzamos en el pasillo, ¿recuerdas? Y me hablaste como si ya nos hubiéramos visto antes. Me dijiste que recordabas que estaba presente cuando despertaste. Incluso me preguntaste sobre… cómo estaba mi bebé…

    Los ojos de Gorrión Blanco se abrieron grandes, totalmente llenos de asombro.

    —Sí… Yo… dije eso, ¿cierto? —masculló despacio, sonando más como una vacilante pregunta a sí misma—. Lo siento, creo que la confundí con otra persona. Ya que usted no está embarazada, ¿verdad?

    —No —respondió Lisa con voz neutra—. Me hice una prueba luego de eso y salió negativa. Pero, ¿con quién me confundiste? Si me dijiste que sólo el director y el Capt. McCarthy estaban presentes cuando despertaste.

    Gorrión Blanco negó rápidamente con la cabeza.

    —Lo lamento, no lo sé. Perdóneme si lo que le dije le causó algún problema.

    Lisa resopló, algo frustrada. Al parecer intentar sacarle algo de información a esa mente tan llena de huecos no iba a resultar nada sencillo.

    —¿Tiene esposo, Dra. Mathews? —preguntó Gorrión Blanco de pronto, tomándola totalmente por sorpresa—. Oh, perdón… quiero decir, ¿tienes esposo Lisa?

    —¿Por qué lo preguntas? —musitó Lisa, algo aturdida.

    Gorrión Blanco se encogió de hombros.

    —Bueno, entendí que creyó que podría estar embaraza luego de lo que le dije. Así que supuse que debía tener un esposo y por eso le consideró posible… ¿o no?

    Lisa no pudo evitar dejar escapar una discreta risilla divertida por el comentario. No era una deducción precisamente errada, pero algo simple si se lo preguntaba.

    —No, no estoy casada —respondió con tono relajado—. Pero… sí tengo un novio.

    —¡¿De verdad?! —exclamó Gorrión Blanco, tan emocionada que sus ojos parecieron brillar de júbilo ante la noticia. Lisa por mero reflejo jaló su cuerpo un poco hacia atrás, un tanto sorprendida por la reacción tan abrupta.

    —Sí… —respondió con voz tímida.

    —¿Cómo se llama?

    —Su nombre es Cody.

    —¿Y es un científico como usted?

    —No… bueno, más o menos, pero diferente. Él de hecho es maestro de biología en una secundaria…

    Lisa calló de golpe al ser consciente de que, quizás, estaba dando más información de la que debía. ¿Sería sensato hablarle a esa chica de Cody? Fuera del Dr. Shepherd, no había hablado con nadie más en esa base sobre él, y únicamente porque fue el jefe del Área Científica quien comenzó primero con el tema, dejando claro que sabía muy bien quién era Cody; y, más importante aún, lo que podía hacer.

    Gorrión Blanco, sin embargo, la miraba carente de cualquier rastro de malicia; genuinamente interesada por escucharla a hablar más al respecto. A Lisa le pareció que se veía casi como una adolescente, y no una joven mujer muy posiblemente ya iniciando sus veintes.

    —¿Y cómo es él? —preguntó con un poco de exaltación—. Cody, me refiero.

    —¿Cómo es de qué? —respondió Lisa, vacilante.

    —No sé… ¿Es guapo? ¿Es caballeroso?

    Lisa se recargó por completo contra el respaldo de su silla. Sin que se diera cuenta, comenzó también a mecer ésta hacia un lado y hacia el otro, con su pie izquierdo apoyado contra el suelo. Era quizás algún tipo de tic nervioso, o tal vez sólo una manera de hacer que sus ideas circularan mejor.

    —Bueno… sí, yo diría que sí —asintió Lisa, un poco dubitativa—. Digo… supongo que muchas personas no lo considerarían precisamente muy “guapo”. Es algo delgaducho, y siempre trae su cabello demasiado largo para mi gusto. Y su percepción del estilo deja mucho que desear; en especial los anteojos que usa, que se parecen a los que usaba mi abuelo. Además de que recientemente me enteré que guardaba algunos secretos…

    Su expresión se había tornado algo dura mientras pronunciaba todo aquello, percibiéndose incluso molesta. Sin embargo, tras unos segundos de reflexivo silencio, su rostro volvió a suavizarse poco a poco, e incluso una pequeña sonrisillas alegre se asomó en sus labios.

    —Y aun así… es sin duda el chico más lindo y amable que he conocido —masculló despacio, como un pequeño suspiro—. Es inteligente; muy inteligente. Y gracioso, y confiable… El chico perfecto para presentárselo a tus padres, dirían algunos. Y de hecho mis padres lo adoran, aunque mi padre dice a veces que debería haberme conseguido a alguien con más músculo —rio divertida, y Gorrión Blanco la acompañó—. No lo dice en serio… creo. Lo que pasa es que mi padre es militar; de los marines, de hecho. Así que creo que a él le hubiera gustado un yerno como… el Sgto. Schur, por ejemplo. Pero no, en su lugar me viene a enamorar de un intelectual cuatrojos.

    —¿Enamorar? —susurró Gorrión con asombro. Inclinó más el cuerpo hacia ella, como si quisiera decirle algún secreto—. ¿Estás… enamorada de él?

    Lisa se sobresaltó un poco al escuchar esa pregunta. No había sido consciente hasta ese momento de lo mucho que se le había soltado la lengua tan de repente, y se sintió sumamente apenada por ello. ¿Cómo había pasado eso? Quizás simplemente eran cosas que deseaba poder expresar en voz alta desde hace un tiempo, y estar ahí atrapada en ese ambiente tan pesado no le daba muchas posibilidades de poder hacerlo.

    Pero el que terminara abriéndose de esa forma ante esa chica en especial… resultaba un tanto perturbador.

    Gorrión Blanco la observaba fijamente, expectante, de seguro aguardando en verdad a escuchar alguna respuesta a su pregunta. Lisa no sabía qué responderle, y no sólo porque sintiera que ya había compartido suficiente, sino además que… en realidad no tenía claro la forma correcta en que esa pregunta debería ser contestada, incluso a sí misma. Cody era su novio, le gustaba, y pese a los problemas que habían tenido, nada de eso había cambiado. Pero… ¿estaba enamorada de él? ¿Lo quería lo suficiente para que el saber lo que realmente era no cambiara sus sentimientos? ¿Para no temerle como le temía, o le había temido, a Gorrión Blanco?

    ¿Sería Cody capaz de hacer algo como lo que esa chica había hecho…?

    Se escuchó en ese momento el pitido del lector electrónico de la puerta, y el seguro de ésta abriéndose. Aquello jaló de inmediato la atención de ambas hacia la puerta, dejando de momento su plática de lado, para suerte de Lisa.

    —Debe ser el Dr. Shepherd —comentó Lisa, partiendo de la base de que él solía ser el único que la visitaba en ese lugar.

    Sin embargo, cuando la puerta se abrió, el rostro que se asomó del otro lado fue el de alguien más: el del Sgto. Francis Schur.

    —Gorrión Blanco —dijo el militar con su habitual voz seria, aunque su expresión no resultaba por completo ecuánime como de costumbre—. Al fin te encuentro…

    FIN DEL CAPÍTULO 144
    Notas del Autor:

    Para los que no la recuerden, Ruby Cullen ya había aparecido anteriormente como uno de los subordinados de Lucas en los Capítulos 56 y 84, e igualmente se le había referenciado en algunos otros, aunque ésta es la primera vez que nos toca verla en persona (si no me equivoco).
     
  5. Threadmarks: Capítulo 145. Lo que se esconde en su interior
     
    WingzemonX

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    Resplandor entre Tinieblas
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    Misterio/Suspenso
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
    WingzemonX


    Capítulo 145.
    Lo que se esconde en su interior

    Temprano esa mañana, Charlene McGee recibió una visita inesperada en su celda de cristal, del nivel de contención de máxima seguridad. Salvo por el silencioso y malhumorado soldado que solía pasarle su comida por una rendija, en todo el tiempo que llevaba ahí nadie más había ido a verla ni le había dirigido la palabra. Aunque claro, sabía muy bien que nunca estaba sola; era casi seguro que las veinticuatro horas había algún pervertido observándola a través de las cámaras de seguridad que rodeaban el cuarto. Como fuera, lo cierto es que la presencia repentina de Lucas Sinclair en el mismo cuarto que ella, resultó ser al menos un cambio en su rutina.

    El director del DIC avanzó hasta colocarse delante de una de las paredes transparentes de la celda, detrás de la línea de seguridad en el suelo, como lo había hecho el primer día que ella despertó en ese cubo de plástico. Su postura era firme, con sus manos en los bolsillos de sus pantalones, y mirada severa. Charlie lo contempló con expresión aburrida, recostada en la cama con sus manos entrecruzadas detrás de su cabeza.

    —Qué sorpresa —exclamó con fingido entusiasmo, su voz resonando en los altavoces—. ¿Vienes acaso a comunicarme al fin mi fecha de ejecución?

    —No, ese asunto no es algo que se haya resuelto aún —le respondió Lucas con tono indescifrable.

    —¿Entonces a qué debo el honor de que el director en persona venga a verme? ¿Acaso vienes a castigarme? Porque me parece que me he portado muy bien hasta ahora.

    —Demasiado bien, diría yo. Me reportan que te has portado bastante cooperativa; no has hecho ningún revuelo, soltado ni una queja, ni dado alguna señal de intentar escapar de tu celda.

    —¿Ahora me van a regañar por ser buena niña? —musitó Charlie con mofa, al tiempo que se sentaba en su camilla—. Al final a ustedes no se les da gusto con nada, ¿cierto?

    —Sólo no puedo evitar preguntarme el origen de este buen comportamiento —indicó Lucas, cruzándose de brazos—. ¿Un intento de hacer que bajemos la guardia para golpearnos cuando no nos demos cuenta?

    —O quizás sólo me rendí, ¿lo has pensado? —señaló Charlie, encogiéndose de hombros—. Aun suponiendo que encuentre la forma de salir de esta pequeña jaula que diseñaste para mí, aún tendría que abrirme paso por encima de todos tus soldados, y lo que sea que me tengas preparado detrás de esa puerta. Y no tengo ni idea de si acaso estoy bajo tierra, en el interior de una montaña, o en la luna, como para intentar abrirme camino simplemente quemando las paredes. No, es demasiado esfuerzo para nada. Aquí estoy cómoda.

    Hecha esa última declaración con voz perezosa, se recostó de nuevo en la cama, adoptando una postura de sobreactuado confort. Lucas entrecerró sus ojos, observándola con desconfianza.

    —No esperas que en serio me crea eso, ¿o sí? —soltó Lucas con tono de acusación.

    —Yo lo único que espero en estos momentos es mi desayuno —respondió Charlie, desafiante al final de todo—. Pero eso sí, te aseguro desde ahora que no pienso ayudarlos en lo más mínimo a reproducir el Lote Seis, a realizar cualquier experimento o prueba conmigo, y mucho menos les diré cualquier cosa con respecto a mis contactos afuera. Tienen sólo dos opciones conmigo: dejarme aquí a que me pudra en paz, o matarme de una vez por todas. Cualquiera que elijan está bien para mí.

    Bueno, al menos la parte de que se rehusaría a colaborar con ellos de cualquier forma le resultaba más que creíble a Lucas, pero tenía sus reservas con que en verdad ya no estaba dispuesta a seguir peleando. Treinta años de huir y luchar, ¿y ahora simplemente pensaba quedarse ahí sin hacer nada? ¿Acaso la amenaza de lo que esa celda podía hacer la había en verdad persuadido? O, más probablemente, ¿se trataba de algo más…?

    Lucas suspiró con pesadez. Retiró las manos de sus bolsillos, y rompiendo su propia norma de seguridad, avanzó unos pasos más allá de la línea de seguridad, aproximándose más a la pared de cristal hasta casi pegar su nariz a ella.

    —Me enteré de lo de Eight —pronunció de pronto con tono reservado. Y aunque Charlie no hizo o dijo nada en especial tras oírlo, fue bastante claro que algo había cambiado drásticamente en el aire que la rodeaba. Como un fuerte golpe en la rodilla, que uno intentaba ocultar incluso evitando cojear—. Quizás no signifique nada viniendo de mí, pero lo siento. Nunca la conocí bien, salvo por su largo expediente. Pero sé que El y tú la tenían mucho aprecio. Y si de algo sirve, estamos realizando la búsqueda de su asesina y de los demás cómplices de Thorn. No podrán esconderse por mucho tiempo.

    Charlie siguió quieta y en silencio, con su mirada fija en el techo de su celda, aunque sus ojos no reflejaban emoción alguna; ni tristeza, ni ira. Lucas entonces retrocedió lentamente, volviendo detrás de la línea de seguridad.

    —También creo que te agradará saber que Eleven se encargó de su cuerpo. Normalmente en estas circunstancias, el DIC se ocuparía de inmediato en recuperar el cadáver de uno de sus UPs más buscados, para que no se les dé mal uso, y… —Estaba por decir “estudiarlo”, pero se detuvo rápidamente pues no le pareció que la insinuación fuera a ayudar mucho para mantener la aparente calma de su prisionera—. Pero en este caso decidí hacer una excepción, por El.

    Charlie al fin pareció reaccionar en ese momento. Se apoyó en sus codos contra la camilla, alzando su torso lo suficiente para poder mirar de nuevo a Lucas. Su expresión era de absoluta confusión.

    —¿Dijiste que Eleven se encargó de su cuerpo? —inquirió desconfiada—. ¿Acaso ella…?

    —Sí, despertó —dijo Lucas, asintiendo—. Hace unos días, según parece. Y en cuanto abrió los ojos se puso a trabajar para limpiar el desastre en el que sus chicos se metieron.

    El rostro de Charlie no demostró reacción alguna ante la noticia, pero Lucas estaba seguro que en el fondo por supuesto que había movido algo en su interior el escucharlo. No por nada prácticamente había hecho todo lo que hizo esas últimas semanas por El, para poder encargarse de la persona que la había atacado. Claro, ella no se lo había dicho directamente, pero él estaba seguro de eso.

    —Para variar, una buena noticia al fin —pronunció Charlie en voz baja, y acto seguido volvió a recostarse en la camilla, esta vez sobre su costado derecho, prácticamente dándole la espalda a Lucas, que entendió sin problema que le intentaba decir con eso que no pensaba seguir hablando con él.

    Lucas no insistió, y se dispuso a retirarse sin más de la sala de observaciones y dejarla sola para que siguiera con cualquiera que fuera el juego que estuviera jugando. Por su parte, él tenía mucho que hacer ese día.

    —¿A qué viniste realmente, Lucas? —escuchó como pronunciaba la prisionera, jalando momentáneamente de nuevo su atención. Al mirarla, sin embargo, ella seguía recostada en la misma posición que antes—. ¿Sólo a darme el pésame por lo de Kali? —Lucas no dijo—. ¿Viniste como jefe del DIC? ¿O como un viejo amigo?

    Él miró discretamente hacia otra dirección, mientras con una mano se acomodaba el nudo de su corbata.

    —Aunque te resulte difícil de creer, un papel no contradice al otro —declaró con cierta rudeza, y prosiguió de inmediato su andar hacia la puerta.

    Ninguno dijo nada más, y en cuestión de segundos la pesada puerta de metal se cerró detrás de Lucas, dejando del otro lado a Charlie. Ésta se quedó inmóvil en su camilla, como si se hubiera quedado dormida. Sin embargo, sus ojos estaban bien abiertos, y miraban atenta hacia su propio reflejo cristalino sobre el muro de su celda.

    — — — —​

    Siguiendo las instrucciones de Verónica, Mabel cruzó la reja y comenzó a avanzar con paso cauteloso entre los árboles en dirección fija al norte. El punto exacto al que le había indicado que debía ir, en teoría estaría derecho en esa dirección; “no hay pierde”, había dicho ella. Sin embargo, sin sus poderes de proyección o rastreo, o un GPS que funcionara dentro de esa área, o un mapa con señalamientos claros en los cuales poder basarse, o siquiera una brújula convencional pues al parecer incluso las agujas de éstas se volvían locas en aquel sitio… lo único que le quedaba era avanzar derecho y sin desvío, más con fe que con convicción verdadera.

    A cada paso que daba, recorría todo su alrededor con la vista, en busca de cualquier perturbación. La Doncella quizás no llevara una brújula, pero sí iba fuertemente armada con su rifle, que lo cargaba firmemente en sus manos mientras avanzaba, además de dos pistolas, una a cada uno de sus costados, y sus favoritos: un par de cuchillos de caza. Quizás no era tan buena con ellos como lo era Hugo el Cirujano, pero ciertamente sabía bien hacia donde debía ir la punta de la hoja, y con eso bastaba.

    Por lo demás, aunque no pudiera extender su consciencia y ver más allá de donde se encontraba, le parecía que el resto de sus habilidades se encontraban intactas, y aún más fuertes luego de consumir el vapor de Rose. Así que estaba segura de que si se encontraba con alguna amenaza, podría someterla con facilidad y acabar con él o ella antes de que entendiera siquiera lo que ocurría. El problema sería si no era sólo uno, sino dos, tres, cuatro… diez soldados malhumorados y armados, no muy felices de verla rondando tan cerca de su supuesta base secreta.

    Verónica le había asegurado también que no tendría muchos problemas con ello, por esa “distracción” que dijo que ocurriría en cualquier momento, sin darle mayores detalles. Esperaba que fuera cierto, y no estuviera solamente jugando con ella. O peor, dirigiéndola apropósito a la boca del lobo, para que fuera ella la distracción. A esas alturas, todo era muy posible.

    Llevaba alrededor de una media hora caminando, cuando escuchó los primeros disparos en la distancia. El estruendo la puso rápidamente en alerta, y su cuerpo reaccionó por sí solo, pegando su espalda contra el tronco más cercano, mientras su dedo retiraba el seguro de su arma.

    Aguardó ahí de pie, y tras unos segundos volvió a escuchar otro disparo, pero estuvo aún más convencida de que no era cerca de su posición.

    «¿Qué será eso? ¿Un cazador?» pensó con seriedad, aunque desechó casi de inmediato la idea recordando en dónde se encontraba exactamente. «¿Será acaso esa la maldita distracción?»

    Lo que fuera aquello, no era en la dirección a la que ella se dirigía, ni tampoco parecía que fuera por su causa. Así que se decidió a reanudar su marcha. Aunque claro, ahora con mayor precaución en su paso.

    — — — —​

    Gorrión Blanco se paró de un salto de su silla al reconocer al Sgto. Schur. Su postura se tornó claramente defensiva, y su rostro no se esforzó por ocultar el desagrado que le cruzaba al verlo. Rápidamente se alejó de la silla, y también de la puerta al mismo tiempo, parándose en la esquina que tanto interés le había despertado hace rato, cruzada de brazos y dándole la espalda tanto a Francis como a Lisa.

    —No quiero hablar con usted —declaró Gorrión Blanco con ferviente resolución.

    Francis dejó escapar un pequeño suspiro, al parecer de agotamiento. La actitud de la muchacha era inconveniente, pero no inesperada.

    —Dra. Mathews, ¿podría dejarnos solos un minuto, por favor? —solicitó el militar, girándose hacia Lisa.

    —Sí, por supuesto —respondió ésta de inmediato, más que feliz de irse y no ser partícipe de lo que fuera todo eso.

    En el momento de que se paró de su silla y comenzó a avanzar hacia la puerta, Gorrión Blanco reaccionó, girándose de muevo hacia ellos con expresión de preocupación.

    —¡No! ¡Por favor no se vaya! —exclamó en alto, alzando una mano hacia ella como si quisiera tomarla del brazo para detenerla, pero aquello no sería posible por la distancia que las separaba… o al menos no hubiera sido posible para la mayoría. Como si hubiera sido un mero reflejo incontrolable de su cuerpo, su telequinesis se activó en ese momento, y haciendo realidad su deseo el cuerpo de Lisa se detuvo en seco en su sitio, sintiéndose imposibilitada enteramente de dar cualquier paso más con libertad.

    Lisa se estremeció, rápidamente horrorizada por esa repentina opresión que la rodeaba. Recordó de inmediato el momento en que esa misma sensación la había sujetado, aquella horrible noche en el Quirófano 24, en el cual esa misma chica la movió como si fuera su juguete, y podría haber hecho con ella lo que quisiera, como había hecho con los otros…

    Y el terror que la había abrumado en ese entonces volvió a florecer con fuerza en su pecho.

    —¡Gorrión Blanco! —gritó Francis con intensidad—. ¡Detente! ¡Ahora!

    El potente grito de su superior pareció bastar para que la joven reaccionara y se volviera consciente de lo que estaba haciendo. Rápidamente bajó su brazo y retrocedió con temor, hasta pegar su espalda a la pared. El cuerpo de Lisa cedió al sentirse liberado, y se precipitó al suelo. Opuso las manos por reflejo para no golpearse, aunque terminó lastimándose un poco éstas en el proceso. Respiraba agitadamente, con sus ojos desorbitados mirando perdidos al suelo.

    —Doctora, salga de aquí —exigió Francis con autoridad en su voz.

    Lisa no necesitó que se lo dijera dos veces. Se puso de pie lo más pronto que su cuerpo tembloroso se lo permitió, y se dirigió de inmediato la puerta.

    —Lo siento —pronunció Gorrión Blanco a sus espaldas—. No quise hacerlo, ¡lo siento! —insistió casi gritando.

    Lisa la oyó, pero sus emociones mezcladas no le permitieron darle la menor importancia. Lo único en lo que se enfocó en ese momento fue en sacar su tarjeta, acercarla torpemente al censor de la puerta para abrir ésta y salir prácticamente corriendo de ahí.

    Había sido una tonta al bajar la guardia de esa forma ante ella. Se había dejado llevar por su apariencia indefensa e inocente, olvidando el verdadero monstruo que se ocultaba debajo. Pero no lo volvería a hacer…

    —No iba a hacerle daño —declaró Gorrión Blanco con su voz ligeramente temblorosa, una vez que la puerta se cerró detrás de Lisa y en la habitación quedaron sólo Francis y ella—. Fue un accidente.

    —¿También fue un accidente lo del gimnasio? —cuestionó Francis son severidad—. ¿Tampoco querías hacerme daño a mí?

    —¡Claro que no! —exclamó Gorrión Blanco en alto, casi ofendida por la acusación. Su mirada de pronto se desvió ligeramente hacia un lado, al costado derecho del sargento—. ¿Qué piensa hacer con eso…?

    Francis al inicio no comprendió a qué se refería, hasta que miró al mismo punto al que ella lo hacía. No se había dado cuenta, pero su cuerpo, quizás empujado por su mero entrenamiento, había reaccionado ante un inminente peligro y su mano derecha se había posicionado contra el mango de su arma, más que lista para desenfundarla en el momento en el que lo considerara necesario.

    Supo de inmediato que aquello no ayudaba en lo más mínimo a tranquilizar las cosas, que debía ser su prioridad en esos momentos. Sin embargo, su mano se rehusó al inicio a retirarse de su sitio. Era evidente que su instinto le gritaba que no estaba precisamente seguro en ese lugar, pero tendría que arriesgarse antes de empeorarlo todo.

    —Nada —respondió con sequedad, recuperando poco a poco la compostura—. Yo tampoco quiero lastimarte. Fue un reflejo… así como el tuyo, ¿no es así?

    —Sí, así es —dijo Gorrión Blanco, asintiendo rápidamente con la cabeza.

    —Por eso no reporté que lo ocurrido en el gimnasio había sido causado por ti —indicó Francis, dando un paso con cautela hacia ella—. Dije que había sido yo, por accidente. Y tampoco reportaré lo que acaba de ocurrir.

    —¿Por qué no? —cuestionó Gorrión Blanco, cruzando sus brazos delante de ella de forma protectora.

    —¿Sabes lo que te harán si descubren que estás haciendo mal uso de tus habilidades? —Gorrión Blanco abrió la boca para hablar, quizás queriendo defenderse, pero Francis la cortó antes de que comenzara—. Romper espejos y aprisionar a tus compañeros de esa forma es mal uso de tus habilidades, Gorrión Blanco. Son justo los UP’s que hacen ese tipo de cosas a los que debemos aprehender. Esa es tu misión, ¿lo sabes?

    —Lo sé —susurró Gorrión Blanco, agachando su mirada. Aunque un instante después, su expresión pareció mucho menos convencida—. O... en realidad no lo sé —dijo con vacilación, volviendo a mirarlo—. ¿Esa es realmente mi misión? ¿Eso es lo que en verdad debería estar haciendo? Porque… no siento que sea así.

    —¿A qué te refieres? —cuestionó Francis intrigado.

    Gorrión Blanco negó con la cabeza, y llevó entonces una mano hacia su cabeza, sujetándosela. Gracias a la aspirina que Lisa le había dado, no le dolía en esos momentos, al menos no físicamente. Pero había aún cierta sensación incomoda, como una presión sobre ella que la hacía sentir agotada.

    —¿Quién es Carrie? —preguntó de golpe sin más, volteando a ver al sargento con dureza, que fue incapaz de ocultar su asombro ante tal pregunta.

    —¿Dónde escuchaste ese nombre?

    —¿Acaso importa? —exclamó Gorrión Blanco, defensiva—. ¿Es ese mi nombre? Si es así, ¿por qué no lo recuerdo? ¿Usted sabe algo que no me haya contado aún, sargento?

    Francis enmudeció, pero incluso en su usual expresión de piedra dejaba en evidencia que la deducción de la muchacha no estaba muy errada: él sabía algo. Y sí él lo sabía, muy seguramente era el mismo caso para el Capt. McCarthy, el Dir. Sinclair, el Dr. Shepherd… y sólo Dios sabía quién más en esa base.

    ¿Qué le diría? ¿Intentaría negarlo? ¿Distraerla? ¿Decirle más verdades a medias? Gorrión Blanco se sentía casi ansiosa por oírlo, o descubrir si acaso se atrevería a decirle algo.

    Sin embargo, antes de que cualquiera de los dos pudiera pronunciar alguna otra palabra, una voz adicional se hizo presente en el cuarto, viniendo directamente del radio comunicador que el sargento traía consigo sujeto a su cinturón:

    —Sgto. Schur. Sargento, aquí la patrulla 42, ¿me copia?

    Francis miró hacia su radio, y luego hacia Gorrión Blanco, casi como si de alguna forma pidiera su permiso para tomarlo. La muchacha no dijo o hizo nada que indicara una afirmación o negación a aquello, pero igual el militar se atrevió a tomar la radio, la retiró de su cinturón y la aproximó a su rostro.

    —Aquí el Sgto. Schur. ¿Qué ocurre?

    —Sargento, tenemos dos intrusos detectados en sector Oeste-14. Estamos en estos momentos en su persecución hacia el sureste. Sin embargo, uno de ellos parece ser un 20-02, señor. Necesitamos apoyo.

    Aquello pareció sorprender enormemente a Francis, e incluso ponerlo algo nervioso. Se tomó un segundo para recobrar su usual calma, antes de responder.

    —Voy en camino —indicó con firmeza, un segundo antes de cortar la comunicación y colocar la radio de nuevo en su sitio.

    —¿20-02? —preguntó Gorrión Blanco en ese momento, confusa.

    —Un UP con habilidades de ilusionista —explicó Francis, igualmente causando una reacción de asombro en la muchacha.

    —¿Un UP está suelto dentro de los terrenos de la base?

    —Eso parece —asintió Francis—. Los ilusionistas son presas complicadas. Me sería útil tu ayuda, Gorrión Blanco… Si te sientes lista para ello.

    La joven lo miró fijamente con dureza. Sin decir nada, fue claro que no le parecía bien dejar su conversación anterior hasta ahí.

    —Te prometo que hablaremos luego de esto, ¿de acuerdo? —le dijo Francis con confianza—. Al menos lo que yo pueda decirte.

    Gorrión Blanco suspiró con pesadez. Claramente no estaba conforme con ello, pero no había mucho que pudiera hacer para cambiarlo de momento.

    —Está bien. Vamos.

    Ambos se salieron rápidamente de la sala médica, y se dirigieron directo a respaldar a sus compañeros.

    — — — —​

    Cody y Lucy seguían corriendo sin rumbo fijo por el inhóspito bosque, con al menos dos soldados detrás de ellos pisándoles los talones. Ya les habían disparado al menos tres veces; dos de esos disparos dieron contra alguno de los troncos que los rodeaban, mientras que el tercero pasó a escasos milímetros de la oreja de Cody, tan cerca que por un momento sintió que le arrancaría los anteojos del rostro con el puro impulso.

    El único motivo por el que no los habían alcanzado hasta ese momento, era porque Cody se las había arreglado a ponerles obstáculos en el camino: árboles derrumbados, zanjas que se abrían en el suelo, pesadas rocas cayendo del cielo… Pero resultaba bastante complicado enfocar su mente para darle forma a alguna de esas ilusiones, y al mismo tiempo seguir corriendo, y además esquivar las balas.

    Cody no estaba acostumbrado a correr de esa forma, y menos por su vida. Aun así, quien parecía estar pasándola peor era Lucy. Para ese punto de su huida, su rostro estaba rojo, y respiraba pesada y dolorosamente. Sus pasos además eran erráticos, e irremediablemente sus piernas la traicionaron, entrecruzándose entre sí y haciendo que se precipitara de bruces al suelo, y luego rodara un par de metros por la pendiente que bajaban.

    Al notar que su compañera se caía, Cody frenó arrastrando sus pies en la tierra floja y las hojas secas, y regresó presuroso sobre sus pasos hacia ella.

    —¡Levántate, Lucy! —le apremió Cody, tomándola con fuerza de su brazo y jalándola para ayudarla a alzarse. Sin embargo, Lucy no ponía demasiado de su parte.

    —Ésta es una maldita locura —exclamó en alto, aunque parecía más un rugido al cielo que un reclamo hacia su compañero—. ¿Qué hago aquí? Debería estar en mi casa, tomando té, trabajando en mis proyectos, ¡no aquí huyendo como animal de presa para que no maten!

    —No nos van a matar —declaró Cody con firmeza.

    —¡Nos están disparando! —espetó Lucy, bastante alterada—. Nunca me habían disparado en mi vida, Cody Hobson. ¡Nunca me habían disparado! ¡¿En qué me has metido?!

    —No es tiempo para esto —insistió Cody, y la jaló con aún más fuerza para obligarla a pararse—. Cuando salgamos de ésta podrás recriminarme lo que…

    —¡No se mueva! —bramó con ferocidad una voz a su costado.

    Ambos se giraron al mismo tiempo, y contemplaron con horror a los dos soldados que se aproximaban hacia ellos, con sus armas en alto y sus cañones apuntando a las cabezas de cada uno. Detrás de ellos se acercó el jeep, que se estacionó a sus espaldas, y el tercer soldado bajó de su vehículo con un arma corta en mano para unirse a sus compañeros.

    —Disparen, antes de que haga otro de sus trucos —exclamó vehemente uno de los soldados.

    —¡No disparen! —pronunció Cody, colocándose rápidamente entre Lucy y los cañones de sus armas—. Todo esto es un error, por favor…

    —¡No lo escuchen! —gritó el hombre que se había bajado del jeep, retirando el seguro de su arma—. Nos intentará engañar. ¡Abran fuego!

    —¡No! —gritó Cody en alto, pero fue ensordecido por el retumbar de los disparos, al menos cinco de ellos.

    Los peligrosos proyectiles se dirigieron en su dirección, cortando el aire a su paso. Cody se volvió en un instante enteramente consciente de esto, tanto que en su mente casi le parecía poder ver el movimiento de las balas como en cámara lenta. Pero en realidad no era precisamente su mente consciente la que logró ser capaz de captar esto, sino algo más profundo; algo escondido en su interior que despertó alimentado por el miedo, el estrés, e incluso quizás la ira. Y ese algo enfocó toda su capacidad, todos sus pensamientos y emociones en cada uno de esos proyectiles. Y, estando a unos cuantos centímetros de tocarlos y atravesar sus cuerpos, estos simplemente se desintegraron en miles de minúsculas partículas, como granos de arena, que flotaron en el aire en todas direcciones, salvo en la suya.

    De un parpadeo a otro, Cody y Lucy fueron testigos de cómo todas esas partículas se disolvían a su alrededor como motas de polvo arrastradas por el aire, y desaparecían por completo de su espectro de visión.

    Los tres soldados bajaron sus armas, estupefactos, contemplando el mismo extraño espectáculo sin darle crédito a lo que veían. Eso no podía haber sido una simple ilusión.

    El propio Cody estaba igual o más confundido que Lucy o los soldados, pero no pudo permitirse ser consumido por esta confusión. Rápidamente volvió a enfocarse, e hizo que a su alrededor comenzaran a materializarse cientos de mariposas de diferentes colores, y que todas volaran en parvada en dirección a los soldados. Estos no lograron reaccionar lo suficientemente rápido, antes de ser rodeados por todos aquellos animales falsos, golpeándolos y cubriéndoles la visión. Los soldados agitaron sus brazos y armas frenéticos en el aire, intentando quitárselas de encima, sin mucho éxito.

    Cody aprovechó la nueva distracción, y de inmediato tomó a Lucy de la mano y la jaló para que volvieran a correr. Ésta parecía tan estupefacta por lo que acababa de ocurrir hace un rato, que no tuvo la claridad mental para oponerse y simplemente dejó que él la guiara.

    —¡¿Por qué no me dijiste que podías hacer eso con las balas?! —exclamó Lucy en alto, en cuanto logró darle forma a su pregunta,

    —¡No sabía que podía! —le respondió Cody, apremiante.

    Y eso no era mentira. Había oído de resplandecientes capaces de detener una bala, como Matilda. No obstante, él nunca había intentado hacer nada ni remotamente parecido a eso. Pero lo que más le asustaba era que aquel no había sido un pensamiento consciente; no uno al que él le hubiera dado forma directamente, sino más bien se sentía como si se hubiera formado por sí solo en su propia cabeza, con completa autonomía de él. Un pensamiento en el que él no tenía control...

    Como sus pesadillas.

    Tras unos minutos de moverse entre los árboles, parecía que habían logrado dejar atrás a los soldados. Sin embargo, ese alivio resultó más momentáneo de lo esperado, pues al instante captaron el sonido de un motor aproximándose hacia ellos, pero esta vez de nuevo sobre sus cabezas.

    Cody y Lucy se detuvieron un instante y alzaron sus miradas, en el momento justo para visualizar el helicóptero negro que entraba dentro de su rango de visión, y se posicionaba sobre ellos tan cerca que el aire de sus aspas agitó las ramas de los árboles cercanos, arrancándoles varias de las pocas hojas que quedaban en ellos.

    Los dos fugitivos tuvieron que cubrirse los ojos del viento con un brazo. Al momento siguiente que Cody pudo ver, notó como al menos cinco cuerdas caían desde el helicóptero, y de cada una comenzaba a descender una persona, al parecer la mayoría vestidos con los mismos uniformes militares que sus perseguidores.

    —Grandioso —musitó Cody con sarcasmo. Y lo mejor era que los otros tres soldados ya venían pisándoles los talones de cerca.

    Tomó al instante de nuevo a Lucy de su brazo, e hizo que reanudaran su huida, en la única dirección que le pareció que debía esta despejado. De nuevo no avanzaron mucho, pues en cuanto uno de esos soldados que descendió del helicóptero los detectó huyendo en la distancia, estaba lista para hacer justo para lo que había ido.

    Gorrión Blanco enfocó su atención por completo en la figura de aquellas dos personas. Alzó sus manos hacia el frente, e hizo que su mente se extendiera hacia ellos y los jala como si de una cuerda invisible se tratase. Cody y Lucy sintieron el repentino tirón hacia atrás, que los derrumbó al suelo, y luego los arrastró de espadas por éste, abriéndose paso entre tierra, hojas secas, y algunas piedras.

    Todo ocurrió demasiado rápido, y no fueron capaces de procesarlo. En cuestión de segundos huían corriendo, y al siguiente estaban tirados en el piso, y veían confundidos como el cielo y los árboles pasaban ante ellos mientras eran jalados hacia atrás.

    Cuando se detuvieron, terminaron de espaldas prácticamente a los pies de la chica que los había jalado, y del resto de los soldados. Cody se giró para quedar sobre su pecho y alzarse lo suficiente para echar un vistazo a su alrededor. Rápidamente los soldados comenzaron a rodearlos, soltando órdenes al aire mientras los apuntaban con sus armas. No había visto con claridad lo que había ocurrido, pero lo había sentido. Y aquella fuerza moviendo su cuerpo de esa forma le resultó conocida.

    Eso había sido telequinesis.

    Pero, ¿quién lo había hecho?

    No había forma de saberlo con seguridad, por lo que de momento hizo lo mejor que pudo para volver a concentrarse, antes de que alguno de esos sujetos se le ocurriera someterlos, o incluso dispararles. Al instante su imagen mental se hizo real, y del suelo bajo los pies de los soldados surgieron largas y espinosas enredaderas, que en cuestión de segundos apretaron con fuerza sus cuerpos y sus armas de fuego, sometiéndolos ante sus miradas confundidas y horrorizadas.

    De nuevo aquello no era una simple ilusión.

    Cody se puso de pie rápidamente e intentó ayudar a Lucy a pararse también. Estaba a la mitad de esto cuando notó como uno de los soldados, aquella chica de apariencia joven, cabellos rubios cortos, piel pálida y ojos azules, parecía estarse… liberando de su agarre. Ante los ojos atónitos de Cody, las enredaderas que rodeaban a la chica comenzaban a apartarse de ella poco a poco, como si debajo de éstas se estuviera inflando un globo que creía y creía, hasta que al final las enredaderas volaron en pedazos, dejándola totalmente libre.

    Aquello dejo estupefacto a Cody. Esa chica era sin duda la que poseía la telequinesis, pero… no sabía que alguien con esa habilidad podía hacerle eso a sus ilusiones. Aunque, en realidad, no recordaba que alguien lo hubiera intentado antes.

    Una vez libre, Gorrión Blanco centró su atención en Cody, y se apuró a aprisionarlo con sus poderes. Cody sintió como su cuerpo era inmovilizado por completo, como si lo envolviera una camisa de fuerza bien apretada. Eso resultaría inconveniente, si no fuera porque no necesitaba moverse para crear sus ilusiones.

    Repitió la misma ilusión de hace un momento, materializando a su alrededor cientos de mariposas, pero ahora acompañadas de otros insectos como polillas y langostas, y todas se lanzaron en picada directo contra la chica que lo aprisionaba. Gorrión Blanco miró aquello sorprendida, lo suficiente para que no pudiera reaccionar antes de que todos esos insectos se le lanzaran encima, comenzando a envolverla.

    Soltó de golpe varios alaridos de espanto. Podía escuchar a todas esas criaturas revoloteando a su alrededor, y sus cientos de patas caminando por su cuerpo. Todo se sentía real; demasiado real para ser una ilusión… Pero aquello no hizo más que acrecentar la ira y el miedo e la joven soldado, mismas que dejó escapar en un grito, y un estallido de energía.

    —¡¡Aaaaah!! —dejó escapar con todas las fuerzas de sus pulmones, y al instante todos los insectos que la envolvían salieron disparadas en todas direcciones, muchas de ellas desintegrándose en pedazos en el aire.

    El impacto de sus poderes no sólo empujó a los insectos, sino también a todos los presentes, incluidos sus compañeros, Lucy, y por supuesto el propio Cody. El profesor salió volando hacia atrás empujado por el impulso, cayendo de espaldas contra el suelo y golpeándose duro la cabeza. No fue lo suficiente como para desmayarlo, pero sí para desorientarlo y hacerlo perder por completo la concentración. Las enredaderas, las mariposas, y todo lo que había creado se esfumó por completo, como si nunca hubieran estado ahí.

    Gorrión Blanco cayó de rodillas al suelo, su cuerpo temblando tras aquella desagradable experiencia, pero aún más por aquel despliegue de sus poderes. Se abrazó a sí misma y comenzó a respirar agitada, intentando tranquilizarse.

    —¿Estás bien, Gorrión Blanco? —escuchó como Francis le preguntaba a su lado, y luego sintió como la tomaba con cuidado con sus manos y la ayudaba a ponerse de pie.

    —Sí, eso creo —musitó despacio, y la debilidad de sus piernas la hizo tener que apoyarse un poco contra el fuerte pecho de Francis, para así evitar caerse.

    Se sentía un poco débil, y un pequeño dolor punzante se hizo presente en la parte trasera de su cabeza, pero estaba bien. O al menos creía estarlo.

    Alzó su vista hacia el frente, y pudo ver como los demás soldados, ya también libres, sometían con bastante rudeza a los dos intrusos. A ambos los colocaron contra el piso, doblando sus brazos hacia atrás, y presionando una rodilla contra sus espaldas. La cara de los dos quedó contra la tierra húmeda, y al menos el hombre había perdido sus anteojos entre todo el forcejeo.

    Francis soltó con delicadeza a Gorrión Blanco, dejando que ésta se sostuviera con sus propios pies. Avanzó entonces con paso firme hacia los dos detenidos, sacando a medio camino su pistola. Jaló hacia atrás la corredera para liberar el seguro, y apuntó con su arma directo al rostro del Cody. Éste lo volteó a ver cómo pudo desde su incómoda posición en el suelo, estoico ante el arma que le apuntaba tan directamente.

    —¿Quiénes son y qué hacen aquí? —inquirió con tono severo—. Piensen muy bien su respuesta, pues de ésta dependerá lo que pase a continuación.

    Cody vio de reojo hacia Lucy. Ésta se encontraba visiblemente aterrada, y por supuesto no parecía tener intención alguna de dar alguna respuesta. Cody tampoco estaba seguro de si debía responder, y de hacerlo si debía hacerlo con la verdad o no. Lo que tenía seguro es que usar sus habilidades en ese momento sería lo peor que podía hacer. Al primer indicio de intentarlo, ese soldado, o cualquiera de los que los rodeaban en ese momento, le volarían la cabeza sin titubeo.

    —¡Respondan! —insistió el Sgto. Schur, y al instante se agachó pegando una rodilla al suelo, y la punta del cañón contra a rente de Cody. El reflejo inmediato de éste fue hablar.

    —¡Lisa Mathews! —pronunció en alto con los ojos cerrados, su voz resonando en el silencio del bosque como un eco. Sintió como el cañón se apartaba un poco de su frente, y eso le animó a seguir hablando—. Vinimos a buscar a Lisa Mathews. Sé que está aquí. Sólo quiero saber que está bien.

    Se hizo el silencio, y tras unos segundos Cody se atrevió a volver a abrir los ojos. Aquel soldado delante de él había apartado ya su arma hacia un lado, y lo miraba de una forma que le resultó indescifrable. ¿Estaba confundido? ¿Intrigado? ¿O totalmente indiferente ante su explicación? Era difícil decirlo. Pero por debajo de ese rostro impasible de piedra, a Cody le pareció percibir algo; un pequeño rastro de consciencia, de que aquel nombre que acababa de pronunciar no le era desconocido.

    Tras unos instantes, Francis se puso de nuevo de pie, y volvió a guardar el arma en su funda.

    —No tengo idea de quién habla —masculló con voz inflexible—. Inyéctenlos —le indicó a otro de los soldados, y esa instrucción puso aún más nerviosos a Cody y Lucy. ¿Inyectarles qué exactamente?

    Sin que ellos pudieran verlos desde su posición, dos soldados rompieron la formación, y extrajeron de un compartimiento de sus cinturones una pequeña pistola inyección, cargadas con una dosis del ASP-55. Se aproximaron hacia Lucy y Cody, mientras los otros dos seguían sujetándolos contra el suelo, con la intención de inyectarles el sedante en sus cuellos.

    —No, esperen —se escuchó de pronto que alguien pronunciaba con fuerza, y las miradas de todos los presentes se giraron en su dirección, incluida la de los dos detenidos.

    Gorrión Blanco se abrió paso, hasta pararse a un lado de Francis, y justo enfrente de Cody y Lucy. Observó a ambos con sus ojos azorados bien abiertos, pero en especial observaba a aquel hombre joven, de cabellos rubios y piel pálida que, definitivamente, tenía apariencia de “maestro intelectual cuatrojos”.

    —¿Acaso dijo que viene por la Dra. Mathews? —pronunció desconcertada.

    —Gorrión Blanco —exclamó Francis a su lado con dureza, pero la joven lo ignoró.

    —¿La conoces? —preguntó Cody, apremiante—. ¿Ella está aquí? ¿Está bien?

    Se notaba una desesperación y preocupación en su voz difícil de fingir.

    Gorrión Blanco de agachó hasta ponerse de rodillas y poder mirar a aquel hombre de más cerca. Ambos se miraron fijamente, él lo mejor que su posición le permitía. Con tan sólo tener sus ojos posados en él unos cuantos segundos, una sensación inundó el pecho de Gorrión Blanco, junto con un presentimiento que estaba casi segura que era certero, pero que igual sintió la necesidad de confirmarlo.

    —¿Acaso es usted Cody?

    Él la miró sorprendido, y parpadeó dos veces.

    —Sí, así es —respondió con voz vacilante—. Soy Cody Hobson. ¿Quién eres tú?

    Cody sintió su pregunta extraña, como si le dejara un sabor amargo en boca al hacerla. Como si no fuera necesario que la hiciera, que él ya conocía a aquella chica de algún lado, aunque de momento se le escapaba por completo el dónde o el cuándo.

    Gorrión Blanco se paró rápidamente en ese momento, y se giró imperiosa hacia los demás soldados.

    —No lo lastimen, y no le inyecten esa cosa —pronunció en alto, sonando casi como una orden—. Es el novio de la Dra. Mathews.

    —Gorrión Blanco —espetó Francis en alto, notándosele más irritado que antes—. Deja que se encarguen de esto —añadió, y justo después le indicó con un asentimiento de su cabeza a los dos soldados de las pistolas inyecciones para que continuaran.

    Ambos soldados se dispusieron a obedecer, y uno de ellos ya estaba lo suficientemente próximo para tomar el cuello de la camisa y el abrigo de Lucy, y bajarlo para dejar al descubierto su nuca.

    —¡Dije que no! —gritó Gorrión Blanco en alto, y por mero reflejo alzó sus manos, una hacia cada uno de los soldados que estaban por inyectarlos, y ambos salieron disparados hacia atrás, cayendo algunos metros lejos de los dos detenidos.

    Aquello fue la chispa que se ocupaba para poner aún más caliente la situación que ya se percibía bastante tensa para ese momento. En cuanto Gorrión Blanco tuvo la audacia de empujar a dos de sus compañeros de esa forma, de inmediato todos los demás soldados que los rodeaban alzaron sus armas y las apuntaron directo hacia ella. Incluso los dos que sujetaban a Lucy y Cody se apartaron en alerta y desenfundaron sus pistolas.

    Gorrión Blanco observó con seriedad a su alrededor, teniendo sus manos aún alzadas y su mente lista, mientras a sus pies los dos extraños se sentaban, y miraban con espanto como estaban también en el centro de aquel tiroteo en potencia.

    —¿Y ahora qué demonios está pasando? —le susurró Lucy con voz temblorosa a Cody, acercándose más hacia él.

    —Te juro que no tengo idea —le respondió el profesor en voz baja.

    Sorprendentemente, parecía que estaban ahora en una situación incluso peor que la anterior.

    —Gorrión Blanco, cálmate —intervino Francis, abriéndose paso entre dos soldados para aproximársele.

    —No, ustedes cálmense —respondió la chica, intentando quizás sonar firme, pero logrando un efecto más cercano al de niña respondiendo a un regaño con tono de berrinche—. Sólo se trata de un hombre que está buscando a su novia, la mujer que ama. Y ustedes lo tratan como un criminal.

    —Entraron a un área restringida —masculló Francis entre dientes—. Atacaron a nuestros hombres.

    —Eso no es cierto —exclamó Cody en ese instante, y parecía más que dispuesto a argumentar que unas cuentas mariposas e ilusiones inofensivas difícilmente contaban como ataques. Sin embargo, Lucy se apresuró a taparle firmemente la boca con una mano, antes de que dijera más.

    —Tú guarda silencio —susurró Lucy muy despacio.

    —De seguro no es más que un malentendido —señaló Gorrión Blanco—. Hablemos con la Dra. Mathews y ella lo aclarará.

    —No haremos tal cosa, Gorrión Blanco —indicó Francis con inamovible firmeza—. Así que hazte a un lado.

    La mirada de la chica se volvió aún más dura al momento de escuchar esa “orden”. Y en lugar de doblegarse, su actitud pareció volverse incluso más férrea.

    —¿O si no qué? —respondió con tono de desafío, apretando firmemente sus puños. Al instante, todos sintieron como sus armas vibraban en sus manos, como agitadas por un pequeño terremoto, y amenazaban con escaparse de ellas en cualquier momento.

    No necesitaron mayor explicación para saber qué, o quién, lo estaba causando, y no hizo más que poner aún más nerviosos a los hombres. Al menos dos de ellos estaban ya más que dispuestos a disparar, y aceptar las consecuencias después.

    —¡No disparen! —gritó Francis a todo pulmón, y rápidamente avanzó hacia el centro, colocándose delante de Gorrión Blanco, como si quisiera usar su propio cuerpo como escudo para ésta—. Dije que no disparen —repitió vehemente—. Bajen todos sus armas, ¡ahora!

    Los soldados se miraron entre ellos, dubitativos.

    —¡Es una orden! —vociferó Francis con mayor fuerza, y a regañadientes uno a uno comenzaron a hacerlo. El sargento suspiró con cansancio, y quizás algo de hartazgo para ese momento—. Espero que entiendas el gran problema en el que te estás metiendo —vociferó, volteando a ver a Gorrión Blanco sobre su hombro. Ésta lo miró, sin responder nada.

    El sargento aproximó una mano a su cinturón, tomando de éste su radio para acercarlo a su boca, y así poder comunicarse a la base.

    — — — —​

    Tras terminar de revisar los números de algunos de sus proyectos en marcha, Russel se reunió con el Dir. Sinclair, cuya mayor y único interés del día era el tema de Damien Thorn. El interrogatorio que tanto interés había despertado en el director del DIC, era la tarea más importante del día, y la que de seguro ocuparía la atención de la mayoría de los altos mandos de la base, al menos en lo que restaba de la tarde.

    El Dir. Sinclair tenía principal interés en que le describieran todos los preparativos y medidas de seguridad que habían diseñado para llevar a cabo el interrogatorio. No era secreto para nadie que el sólo hecho de despertar tan pronto al chico Thorn ya ponía nerviosos a muchos. Ni siquiera contaban con el tiempo de preparación como en el caso de Charlene McGee, que tuvieron prácticamente años para diseñar una celda especialmente para ella. Sin contar con siquiera una milésima de información útil de lo que Thorn era capaz de hacer o no, tendrían que irse por un modelo más convencional, pero no por eso descuidado.

    Del lado de Russel, éste sólo podía compartirle la parte más científica y médica del proceso. Para la parte de la seguridad más “ruda”, por llamarle de alguna forma, tendría que preguntárselo directo al Capt. McCarthy, pues él se había encargado personalmente de todo eso. Así que ambos se dirigieron juntos hacia la oficina de director en jefe del Nido, con la idea de discutir esto con él, y por supuesto comenzar con todo aquello lo antes posible.

    —¿Soy yo o la base se siente un poco silenciosa este día? —comentó Lucas de pronto, mientras ambos subían en el ascensor hacia el primer nivel—. ¿Ya comenzaron a irse las personas que pidieron licencia por Acción de Gracias?

    —No aún —respondió Russel, negando con la cabeza—. Los transportes me parecen que llegarán hasta esta tarde.

    Lucas asintió con aprobación.

    —¿La Srta. Mathews se irá entre ellos?

    —Me temo que sí —suspiró Russel—. Pero no se preocupe, se encargó en estos días de dejar todo en orden.

    —Eso no me preocupa. Pero dependiendo del resultado de este interrogatorio, puede que el siguiente paso de nuestro proyecto deba acelerarse.

    —Sí, señor —murmuró Russel, con tono moderado pero intentando ocultar de alguna forma sus incertidumbres.

    La creación del Lote Once en base a toda la información recabada tras el éxito de Gorrión Blanco, era la siguiente prioridad del área científica del DIC. Bien o mal, tras todos los últimos sucesos parecían estar cada vez más cerca de alcanzar su objetivo final: poder estimular de forma artificial el cerebro de los sujetos, con el fin de despertar en ellos habilidades psíquicas que pudieran usar a su favor. Y, con algo de suerte, ahora tendrían mejores resultados que la vez anterior.

    Al llegar a su nivel, ambos bajaron el ascensor y caminaron por el pasillo hacia la oficina de McCarthy. La secretaria de éste aún no volvía a su lugar, pero no le dieron mucha importancia a ello, y simplemente siguieron de largo a la oficina sin anunciarse. Adentro ya los aguardaba McCarthy, pero también la visitante que acababa apenas hace unos minutos de bajarse de su helicóptero. Ambos se pusieron de pie en cuanto ellos entraron

    —Ah, Cullen —pronunció Lucas al poner sus ojos en la jefa de sus agentes de campo—. Bienvenida a la fiesta —pronunció con ligero humor en su voz.

    —Señor —le respondió Cullen con solemnidad, ofreciéndole un rápido saludo.

    —Me dijeron que necesitas hablar conmigo, pero me temo que tendrás que esperar un poco. Estoy a punto de ocuparme con un asunto delicado.

    —Sí, Davis me comentó al respecto —señaló la agente, observando por un instante de reojo hacia McCarthy—. Si me permite, señor… ¿en verdad cree prudente despertar tan pronto al chico Thorn?

    —¿Tú también? —masculló Lucas con ligero fastidio, mientras avanzaba hacia una de las sillas frente al escritorio, sentándose en ella—. Créeme que ya todos aquí me han expresado sus reservas con esto. Y te aseguro, al igual que a ellos, que no es una decisión que esté tomando a la ligera. Sabemos bien a qué nos estamos enfrentando.

    —Con todo respeto, no estoy del todo segura de ello, señor —indicó la agente Cullen, cruzando las manos tras su espalda—. No creo que conozcamos aún el alcance completo de lo que este chico puede hacer. Leí el reporte de lo sucedido en ese pent-house. Las descripciones de los sobrevivientes son… a lo menos, perturbadoras. Nunca había oído de otro UP haciendo algo así.

    El semblante de Lucas se endureció aún más, y por unos segundos permaneció en silencio, con su mirada inclinada hacia un lado. Ahora no sólo Eleven y Charlie tenían el atrevimiento de decirle que no sabía en qué se estaba metiendo; ahora incluso sus propios hombres de mostraban reacios, casi temerosos, ante la presencia de ese muchacho, y eso lo exasperaba bastante.

    No entendía de dónde provenía todo eso. ¿Por qué todos le tenían tanto miedo? ¿Habría acaso algo que él aún no hubiera visto…?

    Agitó su cabeza con violencia, espantando esos pensamientos. No podía dejarse arrastrar de esa forma. No ahora que estaba justo por encarar de frente a ese mocoso que tantos problemas había causado.

    —Thorn no es más que otro UP peligroso, como tantos que hemos enfrentado en el pasado —declaró Lucas con inamovible firmeza—. No podemos permitirnos mitificarlo más allá de eso, y menos nosotros que somos las cabezas de esta institución. No está mal expresar estas ideas, siempre y cuando lo hagamos en privado como ahora. Lo que menos necesitamos es que ideas como esa se propaguen entre el resto de los hombres.

    —No creo que eso sea algo que se pueda evitar del todo —musitó McCarthy despacio—. Muy seguramente los rumores de lo ocurrido en ese pent-house ya se han extendido. Y muchos vieron el estado en el que llegó, y como se recuperó a una velocidad tan inusual.

    —Más razón que realizar este interrogatorio lo antes posible —señaló Lucas, alzando sus palmas a aire como indicando que señalaba una obviedad—. Mientras más pronto todos lo vean como un simple buscapleitos más al que debemos, y podemos, poner en su lugar, más rápido esos rumores perderán peso. Además, hay varios asuntos relacionados con él que necesitamos zanjar cuanto antes.

    —¿Sigue inquieto por el hecho de que haya pasado desapercibido tanto tiempo? —masculló Cullen, inquisitiva—. ¿La explicación de Douglas o la posibilidad de un error humano no le convencen?

    —En lo absoluto —respondió Lucas sin vacilación alguna—. Pero eso de momento no les concierne, yo estoy haciendo mi investigación aparte de dicho tema. Y este interrogatorio con el prisionero es una parte vital de ello. Así que —se giró en ese momento hacia McCarthy—, para tranquilidad de la agente Cullen, y de todos, ¿por qué no nos explicas las medidas de seguridad que tomaremos para esto, Davis?

    —¿Por qué no mejor vamos a verlo directamente? —propuso McCarthy, comenzando a rodear su escritorio en dirección a la puerta—. Ya debe estar todo preparado, ¿no es así, Dr. Shepherd?

    —Eso creo —comentó Russel escuetamente.

    —Pongámonos en camino, entonces —secundó Lucas, parándose de su silla—. Supongo que nos acompañarás entre el público, ¿cierto? —preguntó mirando hacia Cullen—. Terminando con esto podremos hablar de lo que necesitas.

    —No me lo perdería, señor —le respondió la agente de cabellos rubios con serenidad.

    Los cuatro salieron de la oficina y se encaminaron hacia los ascensores. Sin embargo, a medio camino el radio comunicador de Davis comenzó a sonar.

    —Capitán. Capt. McCarthy, ¿me copia?

    McCarthy se detuvo, y los otros tres hicieron lo mismo. Si no se equivocaba, esa era la voz del Sgto. Schur. Tomó su radio y lo aproximó a su boca.

    —Aquí McCarthy. ¿Qué es lo que ocurre?

    —Capitán, tenemos una situación delicada —indicó la voz Francis en la radio con su habitual estoicidad, aunque debajo de ella se percibía un dejo de temblor—. Tenemos a dos intrusos en el sector Oeste-14. Uno de ellos es un 20-02.

    —¿Un ilusionista? —pronunció Cullen, intrigada.

    —Ambos ya fueron sometidos —siguió explicando Francis por el radio—. Sin embargo… —vaciló unos segundos, antes de añadir la siguiente parte de su explicación—. Uno de ellos afirma ser el novio de la Dra. Lisa Mathews.

    El rostro de Russel se llenó de sorpresa en ese instante.

    —¿Cody Hobson? —pronunció, surgiendo de su cuerpo como un respingo. Aquello captó de inmediato la atención de todos los demás.

    —Aguarde un momento, sargento —indicó McCarthy por la radio, y justo después cortó momentáneamente la comunicación.

    El capitán, así como el Dir. Sinclair y Cullen, se giraron hacia Russel. La curiosidad en sus miradas era más que evidente, y le incitaban a explicarse mejor.

    —En efecto, la Srta. Mathews está saliendo con un chico, de nombre Cody si no mal recuerdo, que es además un UP capaz de crear ilusiones, de acuerdo al reporte que nos proporcionó inteligencia. Aunque cabe mencionar que el reporte indica que sus ilusiones no son del todo como las que solemos ver… pero eso es un tanto largo de explicar en estos momentos. Lo importante es que esta persona, según tengo entendido, pertenece además la Fundación Eleven.

    —¿Cómo dices? —exclamó Lucas, notándosele algo alarmado. Avanzó además unos pasos hacia Russel, hasta pararse justo delante de él—. ¿Me estás diciendo que esa mujer sale con un miembro de la Fundación Eleven?

    —Sí —asintió Russel con absoluta calma—. No es ninguna sorpresa, en realidad. Es un dato que surgió durante la investigación de antecedentes que se le realizó antes de su contratación.

    —¿Y no se te ocurrió informarme de eso antes?

    —Con todo respeto, no tengo la obligación de informarle a detalle de cada contratación que realizo en mi equipo, director —respondió Russel con firmeza, cruzándose de brazos—. Como jefe del área científica, tengo completa autonomía en estos asuntos, como usted debe recordar. En todo caso, sí cortejé la información con el Capt. McCarthy, y él estuvo de acuerdo que no era algo de qué preocuparse.

    Al ser aludido, Davis no vaciló en intervenir y añadir a la conversación lo que consideraba pertinente.

    —Si no recuerdo mal, el chico estaba en la clasificación B, como la mayoría de los miembros de la Fundación. E Inteligencia no detectó ningún peligro potencial en él o en su relación con la Srta. Mathews. Es… maestro de secundaria, o algo así. —Miró hacia Russel en busca de confirmación, misma que él le dio en forma de un leve asentimiento—. En el expediente, Inteligencia lo describía como una persona recta y tranquila; sin una multa, o siquiera atraso en sus impuestos. Un “ciudadano ejemplar”, me parece que decían.

    —¿Y ahora este “ciudadano ejemplar” se ha infiltrado a la fuerza en los terrenos de la base? —cuestionó Lucas, mirando tanto a Davis como Russel con acusación implícita en sus ojos. Ambos se miraron el uno al otro, notándose igual de intrigado.

    —Sí, eso… también me suena extraño —murmuró Russel, indeciso—. No sé cómo siquiera haya dado con nuestra ubicación. La Srta. Mathews nunca fue informada de ésta, y desde que llegó se le retiró todo dispositivo electrónico, y se le privó de cualquier contacto con el exterior. Así que dudo que haya sido ella.

    —Debió ser uno de los rastreadores de la Fundación —especuló Cullen con severidad.

    —Ningún rastreador puede encontrar esta base, ¿recuerdan? —contestó Russel, bastante seguro—. La diseñamos justo para que fuera así… ¿Están seguros que se trata de él? Podría ser un impostor.

    Lucas se cruzó de brazos, y miró hacia el suelo, pensativo. A todos les extrañaba sobre todo la reacción tan adversa que había tenido al enterarse de que podría tratarse de un miembro de la Fundación Eleven, con quien se supone el DIC estaba en buenos términos. El propio director tenía una relación tan estrecha con su líder, que incluso aceleró todo este operativo con tal de aprehender a la persona que la había atacado.

    ¿Qué era lo que le inquietaba tanto?

    —Quién quiera que sea, tenemos que saber con seguridad sus motivos para venir hasta acá —pronunció Lucas tras un rato con voz inflexible. Se giró entonces hacia McCarthy—. Dile al Sgto. Schur que los detenga y los interrogue. Y pídanle a la Srta. Mathews que confirme su identidad.

    —De inmediato —respondió Davis, y se apresuró a alejarse unos pasos para poder dar las órdenes por radio.

    —Quizás deba ir a encargarme de esto —comentó Russel—. Después de todo, hasta que deje estas instalaciones, la Srta. Mathews es parte de mi equipo.

    —No, este otro asunto es mucho más importante —señaló Lucas, tajante—. Y no lo pienso retrasar. Lidiaremos con el novio o quién sea después.

    Dicho eso, Lucas se dio media vuelta y comenzó a andar de nuevo hacia los elevadores. Russel vaciló un poco entre seguirlo o no, mientras que McCarthy tardó unos segundos más hablando por la radio. La agente Cullen, por su parte, caminó a lado del director sin mucho problema.

    —¿Qué le preocupa, señor? —le preguntó Cullen con cautela—. ¿Cree que pudiera no ser en realidad alguien de la Fundación?

    —No sé si el que fuera en verdad quien dice ser sería mejor o peor —respondió Lucas con tono enigmático. Cullen lo miró con expresión confusa—. Me preocupa que en efecto sí sea alguien de la Fundación, y que Eleven lo haya enviado —aclaró Lucas en voz baja, como un secreto sólo entre ellos.

    —¿La Sra. Wheeler despertó? —inquirió Cullen, sorprendida.

    —Hace unos días. Y en la última conversación que tuvimos, me hizo ver que sabe que tenemos a McGee aquí.

    —No pensará que podría intentar mandar a alguien a rescatarla, ¿o sí? —mencionó Cullen, alarmada.

    —Ella me prometió que no lo haría, y le creo. Pero, ¿ahora casualmente un miembro de su Fundación aparece a nuestra puerta? —Negó con la cabeza, indeciso—. Quiero creer que la conozco bien, y de que es lo suficientemente consciente como para saber que hacer una locura como esa no tiene sentido. Pero como dije, lidiaré con eso después de lo de Thorn.

    Cullen asintió, y ya no comentó nada al respecto. Lucas, por su parte, se forzó a dejar esa preocupación a un lado de momento, y concentrarse en lo que, como él bien había dicho, era mucho más importante.

    Unos minutos después, los cuatro bajaban juntos por el elevador hacia el sitio en el que se llevaría a cabo el tan esperado interrogatorio.

    — — — —​

    —Entendido —pronunció Francis con firmeza una vez sus instrucciones fueron dadas. Colocó entonces de regreso el radio en su cinturón, y se giró hacia los dos intrusos aún sentados en el suelo, mirándolos con severidad—. Cúbranlos y llévenlos a la base —le indicó a sus compañeros.

    —¿Cubrirnos? ¿Cubrirnos qué…? —masculló Lucy, pero antes de poder terminar el soldado que la había sometido anteriormente la jaló con brusquedad para obligarla a ponerse de rodillas, al tiempo que hacían lo mismo con Cody. Un segundo después, les cubrieron las cabezas a ambos con lo que parecía ser una bolsa de tela negra y gruesa—. ¡Ay!, ¡no! ¡Prefiero que me seden…! —exclamó Lucy alarmada, comenzando a forcejear.

    —Les recomiendo que cooperen, y podremos terminar con esto pronto —comentó Francis con voz más amable que la antes—. Llévenlos al jeep.

    Los dos soldados los jalaron con tosquedad para que se pusieran de pie, y comenzaron a jalarlos hacia el vehículo estacionado a algunos metros, sin importarles mucho que pudieran caminar bien o no con sus cabezas, y sus visiones, totalmente tapadas. El ilusionista, el tal Cody, no hizo seña alguna de querer hacer algún otro de sus trucos para escapar. Quizás en verdad le había tomado la palabra en que cooperar era lo mejor que podía hacer en esos momentos.

    Por su lado, Gorrión Blanco se preocupó un poco al ver cómo se los llevaban de esa forma tan poco delicada, pero se sintió aliviada de que al menos no los dormirían ni les harían más daño. Al menos, no de momento. Eso la hizo suspirar más relajada, e incluso sonreír un poco.

    —Muchas gracias, sargento —musitó con voz tenue, girándose hacia Francis. Éste, sin embargo, la miró de regreso con una hostilidad tajante su mirada que la dejó helada unos instantes.

    —No hay nada en todo esto que sea digno de agradecerse, Gorrión Blanco —le respondió con brusquedad, con tono acusador—. ¿Acaso crees que no habrá consecuencias luego de lo que hiciste aquí? ¿Qué ninguno de estos soldados reportará a la primera oportunidad como usaste tus poderes contra ellos y los amenazaste?

    Gorrión Blanco se estremeció por la rudeza de sus palabras. Miró entonces hacia un lado, notando como los demás soldados comenzaban a retirarse, pero más de uno miraba en su dirección con recelo.

    —Estás perdiendo el control —continuó Francis, claramente sonando como una recriminación—. Si no dejas estos arrebatos de una buena vez, no habrá nada que yo, ni nadie, pueda hacer para protegerte.

    La expresión de la chica se afiló al escuchar tal advertencia, o quizás incluso amenaza. Se giró a mirar de nuevo al sargento, y con una casi dolorosa frialdad en su tono le murmuró:

    —Puedo protegerme yo sola.

    Antes de esperar alguna respuesta de su parte, Gorrión Blanco se dio media vuelta, y comenzó a avanzar también detrás de los otros. Francis, agotado y resignado, la siguió unos pasos detrás.

    Sí, definitivamente era una chica que podía protegerse sola, salvo quizás de sí misma y de la rabia que se escondía en su interior. Y eso era lo más preocupante.

    FIN DEL CAPÍTULO 145
     
  6. Threadmarks: Capítulo 146. Sólo queda esperar
     
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    Resplandor entre Tinieblas
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    Misterio/Suspenso
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
    WingzemonX


    Capítulo 146.
    Sólo queda esperar

    Los disparos y el alboroto que se escuchaban a lo lejos cesaron abruptamente, lo que aun así no terminó por tranquilizar a Mabel. Siguió avanzando por el bosque en la misma dirección, pero con paso mucho más precavido, y su mirada fija en todo su alrededor. Cerca de diez minutos más de caminata, al fin logró divisar lo que Verónica le indicó que encontraría: una enorme montaña alzándose a lo lejos, en medio de un claro entre los árboles. Aunque más que montaña, parecía más una formación rocosa vertical y recta, como una torre hecha de roca, tierra, y algo de vegetación, que se alzaba en lo alto como una atalaya que vigilaba todo aquel paramo.

    Un pequeño Monte Olimpo.

    Mabel se colocó pecho a tierra entre los árboles de una loma, ocultándose bien de la vista de cualquiera que pudiera pasar cerca de ahí. Tomó su rifle, y con la ayuda de la mira de éste comenzó a recorrer la parte baja de la montaña, no tardando demasiado en notar algo fuera del lugar. Había un sendero que se abría paso hacia el lateral de la montaña, al ras del suelo. El sendero terminaba en lo que parecía ser el hueco de una caverna.

    Justo donde Verónica le había indicado que lo encontraría.

    «Así que esa es mi entrada» pensó mientras observaba aquel agujero por la mirilla. Pero no sería tan fácil como sólo pasar caminando por ella, y eso también se lo había advertido aquella chiquilla. Y tuvo oportunidad de comprobarlo en ese mismo instante, cuando un jeep verde con al menos cinco personas encaramadas en él se dirigió justo a aquel punto.

    Mabel se pegó más contra el suelo, y retrocedió un poco para ocultarse más entre la maleza. Por la mirilla de su rifle, vio como el vehículo se detenía frente a la entrada de la cueva, y de ésta salían dos hombres de uniformes azules, fuertemente armados con armas largas mucho más espectaculares que la suya. Uno de ellos se aproximó al vehículo, mientras el otro vigilaba los alrededores. Tras un rato, ambos se hicieron a un lado, y el vehículo siguió adelante, hasta perderse en el interior de la cueva. Los dos soldados los siguieron poco después.

    No tenía que echar un vistazo ahí dentro para saber que aquello no era en realidad una cueva. Y, más importante, que se encontraría con más que sólo un par de soldados ahí dentro. Así que si quería en verdad ingresar a lo que se ocultaba ahí debajo, necesitaría un poco de ayuda adicional.

    «Y ahora, ¿dónde está la dichosa distracción?» pensó con molestia, su dedo moviéndose inquieto contra el gatillo de su arma, pero sin intención alguna de presionarlo (aún).

    Verónica le había dicho que la reconociera en cuanto la viera, pero de momento no había señal alguna de nada que pudiera darle libre acceso como prometió.

    «Supongo que sólo queda esperar» concluyó con irritación, soltando justo después un largo suspiro.

    Y eso hizo. Se quedó en su sitio, mirando hacia la cueva por la mirilla, y aguardó…

    — — — —​

    La sala de monitoreo y seguridad del Nido se encontraba en el nivel superior de la base. Desde ahí, se llevaban a cabo tareas generales de control y seguridad, como el monitoreo de las cámaras de seguridad principales de todos los niveles, que se mostraban en pantallas colocadas por toda la pared frontal. Igualmente se activaban las alarmas de emergencia ante cualquier eventualidad, se detectaba la presencia de cualquier aeronave que volara en el espacio aéreo de la base, y se le autorizaba (o no) su aterrizaje en la plataforma. También se encontraban conectados directamente con el sistema de audio interno de la base, desde el cual por medio de sus altavoces podían hacerse anuncios generales para que todo el personal lo escuchara, incluso enviándolos a sus respetivos radios comunicadores.

    Aquel sitio podría considerarse los ojos y los oídos del Nido, desde donde se vigilaba todo lo que ocurría en él. O, casi todo.

    Usualmente había de cinco a diez personas por turno sentadas en los diferentes puestos de la sala, pero esa tarde había sólo dos. El resto o habían bajado a comer, o se preparaban para dejar la base para su permiso de Acción de Gracias. Cerca de la mitad del personal de base se ausentaría durante esos días, por lo que las cosas estarían muy tranquilas por ahí. De hecho, tras la llegada de Charlene McGee y aquel otro prisionero, las cosas ya habían estado bastante calmadas, resaltando únicamente esa intromisión de dos extraños en los terrenos, y si acaso la repentina llegada de la Capt. Cullen. Luego de eso, ya no había nada en los planes de los siguientes días. Sólo sentarse, estar de guardia, y esperar.

    —¿Crees que se podamos ver el partido de los Cowboys en alguno de esos monitores? —comentó con voz monótona uno de los dos soldados asignados a la sala, el más joven de ambos, mientras observaba hacia la imágenes de la cámara de seguridad; nada fuera de lo normal en ninguna de ellas, igual que en las últimas horas; y días. Ese sería apenas su primer año asignado al Nido, así que aún se estaba acostumbrando a la manera de trabajar en aquel sitio.

    Su compañero, más grande y experimentado, rio divertido.

    —Toda comunicación con el exterior es restringida; entrante o saliente. Sin embargo…

    Miró a su alrededor, como si temiera que alguien oculto en algún rincón pudiera oírlos. Aproximó más su silla hacia su compañero, y con voz confidente le susurró:

    —Hay formas de arreglarlo sin que los jefes lo sepan —seguido después por un discreto guiño de su ojo—. Una vez que el Dir. Sinclair se vaya al fin, y la base se vacíe, las cosas se relajarán. Tú nomás ten paciencia.

    —Hablando del director, ¿es usual que se quede tanto tiempo por aquí?

    —Sólo cuando ocurre algo importante, supongo; como la aprehensión de esa mujer que trajeron hace una semana. Pero esta estadía me parece ha sido un poco más larga que otras, así que no debe tardar mucho en irse. Su esposa lo hará dormir en el sillón si acaso se le ocurre faltar a la cena de Acción de Gracias.

    El soldado complementó su comentario con una sonora risa burlona, misma que inevitablemente su compañero más joven terminó por imitar a su propio modo.

    —¿Acaso la esposa del director tiene su carácter? —preguntó curioso.

    —No sé, es lo que algunos dicen; que la verdadera jefa es la Sra. Sinclair. A mí no me importaría hacer lo que ella me dijera, ¿sabes? Y es que no la has visto, pero tiene un trasero de…

    Antes de que pudiera concluir su comentario, ambos escucharon como la cerradura electrónica de la puerta de la sala pitaba, y ésta se abría poco después. El soldado mayor alejó por mero reflejo su silla de la de su compañero, y carraspeó disimulado, como si intentara deshacerse de cualquier rastro que podría haberle quedado en la garganta de su inoportuno comentario.

    —¿Cómo están, muchachos? —masculló de forma cantarina una voz dulce desde la puerta, seguida por el sonido de ésta volviéndose a cerrar—. ¿Se están portando bien?

    Ambos hombres se giraron al mismo tiempo hacia la recién llegada, y una sonrisa alegre se dibujó en sus labios al reconocer el rostro redondo y afable de Kat (Kathy para los más allegados), la amable mujer de cincuenta años que trabajaba como secretaria del Capt. McCarthy. Aunque casi de inmediato la atención de ambos se centró en aquello que la mujer de cabellos rojizos canosos cargaba en sus manos: una charola de plástico de la cafería, con tres tazas humeantes sobre ella.

    —Hoy amaneció más frío, ¿no les parece? —comentó Kat con cierto humor, aproximándose hacia ellos con la charola—. Mis huesos me dicen que dentro de poco comenzará a nevar; quizás esta misma noche, con un poco de suerte. Pero mientras tanto, les traje un poco de chocolate caliente.

    —Muchas gracias, Kathy —pronunció el soldado mayor, esbozando una jovial sonrisa. Extendió sus manos hacia la charola, tomando una de las tazas entre ellas—. Qué bendición tenerte por aquí.

    —Gracias, señora —secundó el soldado más joven, tomando la otra taza.

    —Kathy, por favor —rio la secretaria con tono bromista, al tiempo que se permitía sentarse en otra silla con la tercera taza que había traído consigo—. Nadie me ha dicho “señora” desde que dejé de ser instructora de vuelo. Bueno, salvo mis yernos, pero a ellos se los permito.

    —¿Fue piloto? —comentó curioso el soldado joven, al tiempo que daba un sorbo de su taza.

    —Ahí donde la ves, Kathy participó en la Tormenta del Desierto —añadió el otro solado, con tanto orgullo como si hablara de sí mismo—. Una de las primeras mujeres en su campo.

    —Eso fue hace ya bastantes presidentes —comentó Kat con tono risueño. Sujetó su taza entre las manos cerca de su rostro, soplando su contenido antes de atreverse a darle un primer sorbo—. Qué tranquilo está por aquí —señaló mirando hacia la sala casi vacía—. ¿Ya todos se fueron a sus casas?

    —Aún no —negó el soldado más joven—. Los transportes llegarán hasta después de las cuatro.

    —¿Tú pasarás la fiesta aquí con nosotros, Kathy? —preguntó el soldado mayor con curiosidad.

    —Oh, por supuesto —respondió ella con tono animado—. ¿No sabes que esta base sería un desastre si me ausentara aunque fuera un día?

    Ambos rieron con fuerza, como si aquello se tratara de alguna broma interna entre ellos. El soldado joven no lo entendió del todo, pero igualmente rio para acompañarlos.

    —Este chocolate está muy bueno —comentó el soldado mayor, alzando su taza en el aire—. Pero creo que me gustaría con algo un poco más fuerte, ¿sabes?

    —Voy un paso delante de ti, mi amigo —señaló Kathy con tono de complicidad, justo antes de introducir una mano en el interior de su chaqueta, y extraer de su bolsillo interno una pequeña licorera plateada—. De la botella que el jefe guarda en su escritorio. Sírvanse, yo invito.

    Los dos soldados no dudaron en aceptar su ofrecimiento, y cada uno vertió un poco del licor opaco en su respectiva taza. Poco a poco los tres comenzaron a relajarse, y el ambiente se fue aflojando entre charla y charla.

    — — — —​

    Tras haber prácticamente huido de aquella sala de investigación, dejando atrás a Gorrión Blanco y al Sgto. Schur, Lisa se dirigió hacia la cafetería para beber algo. Lo que quería era tranquilizarse, por lo que un café quizás no sería la mejor opción, y por eso optó por un té de manzanilla. Al principio no sintió que le hiciera mucho efecto, pero poco a poco pudo percibir que sus manos, y de paso el resto de su cuerpo, dejaban de temblar.

    Aun estando ahí sentada, seguía sintiéndose abrumada por la sensación de esa energía invisible aprisionándola, apretándola como un doloroso abrazo del que no podía librarse. Y no necesitaba imaginarse lo que aquella chica pudiera ser capaz de hacerle teniéndola así, inmovilizada y totalmente a su merced; ella misma lo había presenciado de primera mano en aquel quirófano, como azotaba a todas aquellas personas contra las paredes, el techo y el piso como si no fueran nada.

    Nada le impedía hacerle lo mismo… o incluso algo peor que superara lo que ya había visto.

    Para cuando logró salir del estupor de aquellos pensamientos, se sorprendió con la sensación de sus mejillas húmedas. Había empezado a llorar sin que se diera cuenta.

    Rápidamente alzó las manos hacia sus ojos y mejillas, y comenzó a tallar ambos con algo de desesperación para borrar las pruebas de aquel vergonzoso desliz. Ya había tenido suficiente de Gorrión Blanco, el Nido, y de toda esa locura. Era hora de volver a casa, aunque tuviera que subirse a la fuerza a algún helicóptero.

    Una vez que terminó su té, se dirigió presurosa de regreso a su habitación, para empacar todas sus cosas y estar totalmente lista cuando el transporte llegara. Aunque antes de comenzar con eso, se tomó unos minutos para darse una ducha rápida, a pesar de que se había duchado esa mañana luego de su entrenamiento. No había algún motivo claro para ello, simplemente había tenido la necesidad de hacerlo; como si con eso pudiera quitarse de encima la sensación incomoda que los poderes de Gorrión Blanco habían dejado en su piel.

    Luego de salir de la ducha, se vistió con uno de sus atuendos más casuales que había traído consigo, para estar lista para irse: pantalones rosados ajustados, una blusa blanca, y sus tenis azules para hacer ejercicio. Dejó su bata blanca de laboratorio sobre la cama, disponiéndose a no volver a ponérsela. Sacó el resto de su ropa del armario de su habitación, y comenzó a doblar prenda por prenda para meterla en su maleta de forma ordenada. Por suerte no había traído tantas cosas. Lo único que le faltaba eran su computadora, su teléfono, y demás dispositivos que le habían quitado al llegar.

    Estaba ya cerca de terminar de guardar sus cosas cuando escuchó que llamaban a su puerta; de forma bastante contundente. Algo temerosa por dentro, se aproximó a la puerta y la abrió y con cuidado. Y como si fuera una repetición de aquella otra ocasión en la que igualmente alguien había ido a tocar a su puerta, aunque había sido a mitad de la noche, dos soldados de caras recias y malhumoradas aparecieron del otro lado, observándola con severidad.

    —Dra. Mathews, venga con nosotros, por favor —indicó uno de ellos con tono áspero, quizás incluso con apuro.

    —¿Mi transporte llegó? —musitó Lisa entre sorprendida y emocionada—. ¿Pueden esperar un minuto? Casi termino de empacar.

    —No se trata de eso, señorita —respondió rápidamente el otro soldado, rompiendo rápidamente la alegría que le había llegado por un segundo—. Venga con nosotros, por favor. El Sgto. Schur la necesita para resolver un asunto.

    Lisa suspiró, resignada. Ignoraba qué era lo que el sargento pudiera querer con ella, si no era quizás disculparse por lo ocurrido con Gorrión Blanco. Y si acaso era eso, ella ciertamente no tenía interés alguno en dicha disculpa. Aun así, por las expresiones en las caras de ambos soldados, supo que al igual que aquella otra noche no tenía opción de negarse.

    —Está bien —masculló despacio, claramente de malagana.

    Antes de salir del cuarto, sin embargo, se dirigió a su cama y tomó de nuevo su bata blanca, colocándosela sobre su atuendo de salida. Bien o mal, debía ser profesional hasta el último instante.

    — — — —​

    Ese día más temprano, Damien Thorn fue sacado de la cámara hiperbárica por primera vez desde su arribo al Nido, y colocado en una camilla acondicionada con correas de contención. Para ese punto su recuperación era completa, y no quedaba en su cuerpo ni un sólo rastro de las horribles quemaduras, ni un hueco en su cabello, y ningún efecto secundario que sus exámenes pudieran arrojar, salvo la misma irregularidad en su sangre que aún no lograban explicar. Fuera de eso era, para todo diagnóstico, un jovencito bastante sano, y no uno que hasta hace unos días sufría de quemaduras de tercer y cuarto grado en cada centímetro de su cuerpo.

    Un verdadero milagro, si es que algo que tuviera que ver con ese muchacho pudiera catalogarse como tal.

    Aun profundamente dormido a causa del potente sedante, los miembros del equipo médico lo colocaron delicadeza en la camilla, y lo aseguraron fuertemente las correas de cuero, fijándose en que quedaran lo más apretadas posible. Su comodidad no era en lo más mínimo su prioridad.

    Una vez recostado y sujeto, y mientras los efectos del sedante aún siguieran presentes, lo transportaron sobre la camilla desde la sala de observaciones donde lo habían tenido todo ese tiempo, hasta el nivel superior en donde se encontraban los quirófanos.

    El lugar elegido para llevar a cabo el interrogatorio del Dir. Sinclair fue justo el quirófano 06, uno muy similar a aquel en donde Gorrión Blanco había despertado, de la misma forma circular, y el mismo nivel superior desde el cual las personas podían observar el procedimiento que en el nivel inferior se realizara. Una de las únicas diferencias era que éste no contaba con un techo de cristal separando ambos niveles; y esto era de hecho algo apropósito, y era uno de los motivos por lo que aquel sitio había sido elegido para tal ocasión.

    Para cuando el equipo médico ingresó al quirófano por las puertas principales del nivel inferior, toda la galería del pasillo superior era ocupada por una serie de soldados, colocados uno al lado del otro a una distancia especificada, cada uno con un rifle de largo alcance en sus manos, y sus ojos bien fijos en la parte inferior. Era claro que desde su posición podían dispararle a cualquiera allá abajo sin ningún problema. Y, por supuesto, esa era la idea.

    El equipo médico colocó la camilla de Thorn en el centro de aquella circunferencia. Ahí ya aguardaban dos máquinas especiales, hechas especialmente para suministrar medicamentos o diferentes químicos a los sujetos de prueba. Conectaron una de ellas al brazo derecho del muchacho, y en cuanto la encendieron comenzó a suministrar poco a poco una dosis del químico que se encargaría de mantenerlo dormido. Conectaron la segunda máquina a su brazo izquierdo, pero ésta la dejaron sin encender; al menos, de momento.

    Terminada su labor, el equipo médico se retiró, y tras de ellos la puerta del quirófano se cerró con una pesada placa de acero. Thorn se quedó ahí, recostado, dormido, y vigilado por los agudos ojos de los hombres en la parte superior, con sus armas listas para ser disparadas al primer indicio de que el muchacho moviera aunque fuera un dedo antes de tiempo; al menos, esas habían sido sus órdenes.

    Adyacente a las puertas de la galería de la parte superior, se encontraba una habitación de monitoreo, similar a la misma adyacente a la habitación que contenía la celda de Charlene McGee; ese había sido otro motivo para elegir aquel quirófano. Desde ahí, a través de los monitores, se podía apreciar totalmente el interior del quirófano, la camilla en el centro, y los soldados apostados en la parte superior. Todo bajo la protección de un vidrio espejeado, y una fuerte puerta blindada. Es justo desde esta habitación desde la cual Lucas, Russel, Davis y Ruby fueron testigos a través de los monitores como traían a Thorn y lo colocaban en su sitio. Adicional a ellos cuatro, se encontraba un miembro del equipo de Russel, sentado frente a los controles para su manejo durante el interrogatorio.

    —Como puede ver —comenzó a explicar Russel, señalando con un dedo hacia el monitor desde el cual se apreciaba de más cerca la camilla y su ocupante—, el sujeto está conectado a la Máquina 1, que le suministra el ASP-55, configurado de momento en la dosis adecuada para mantenerlo completamente dormido. Conectamos la máquina a estos controles —prosiguió apuntando con una mano hacia la consola delante de ellos, con diferentes botones y palancas de control al alcance del hombre sentado delante de ella—. Desde aquí podemos activar la Máquina 2 para que suministre el RTP-34, y así despertarlo. Igual podemos regular la dosis del ASP-55 mientras el individuo esté despierto. En este nivel —señaló con un dedo hacia una un pequeño panel con una aguja, a un nivel inferior al que la aguja apuntaba en ese momento—, podrá estar despierto, pero lo suficientemente afectado para que no pueda hacer uso de sus habilidades.

    —¿Estará lo suficientemente lúcido para responder mis preguntas? —preguntó Lucas, curioso.

    —Difícil decirlo —musitó Russel, vacilante—. El efecto del sedante en esos niveles varía entre cada individuo, pero en la mayoría de los otros casos ha funcionado bien. Pero si acaso se detecta que el sujeto intenta cualquier cosa fuera de lo esperado, podemos activar al instante desde aquí que la Máquina 1 suministre la dosis máxima del ASP-55, lo que lo dormirá de nuevo en cuestión de segundos.

    —Como medidas adicionales —intervino McCarthy en ese momento, apuntando también hacia los monitores—, como puede notar lo amarramos bien a esa camilla, de tobillos, muñecas y torso, lo que lo mantendrán inmovilizado. Y en la parte superior de la galería, hemos colocado diez hombres, listos para abrir fuego si acaso de alguna forma el muchacho se libera.

    —Espero no tengamos que llegar a eso —señaló Lucas sin ligera preocupación. Lo que menos deseaba de momento era haber pasado por todo eso, para perder al chico tan rápido.

    —Usted estará aquí en la galería, fuera del quirófano junto con los soldados —prosiguió McCarthy, señalando en la pantalla un punto vacío en el nivel superior, reservado como dijo especialmente para el director—. Así, si por algún motivo las demás medidas fallan, podremos cerrar la bóveda superior y sellar la habitación por completo, apresando Thorn, y teniendo ahora la opción de suministrar el ASP-55 en forma de gas. Como pueden ver, todo está cubierto.

    Sus últimas palabras estaban acompañadas de su respectiva dosis de orgullo, mismo que al parecer era compartido por Russel. Lucas asintió, al parecer bastante conforme con la explicación. Sin embargo, alguien en aquella sala no parecía tan convencida.

    —¿Están seguros? —inquirió Cullen, algo tajante, jalando la atención de los tres hombres—. En el reporte algunos de los hombres mencionaron haber visto cosas extrañas mientras intentaban apresarlo. Otros dicen que pudo hacer que sus compañeros se atacaran entre sí. Y el ataque a la Sra. Wheeler fue a kilómetros de distancia entre ambos. Todo eso señala a que el chico tiene la capacidad de ejercer algún tipo de control sobre la gente, incluso si no está cerca de ellos. De ser así, ni esas correas, ni esa bóveda de acero, evitaran que pueda hacer lo mismo con cualquiera de esos hombres armados.

    —Pero el ASP-55 sí —señaló Russel con dureza—. Está diseñado justo para entorpecer las funciones cerebrales del UP que se encargan del manejo de las habilidades psíquicas. Está más que probado su efecto, como alguien de su posición ya debería saber bien, capitana.

    Había desafío en su voz, la misma que se presentaba siempre que cualquiera, incluso Lucas, ponía en dudas sus métodos o conocimientos. Cullen por supuesto que percibió aquello, y todo en su postura indicó de inmediato que no le agradaba en lo más mínimo. Dio un paso hacia Russel, sólo teniendo ella claro lo que pensaba hacer. Lo que fuera, Lucas intervino de inmediato antes de que lo hiciera.

    —Tranquilos, todos —exclamó el director con brusquedad, colocándose rápidamente entre Russel y Ruby—. Entiendo tus inquietudes, Cullen —añadió girándose directo hacia su agente—. Y las de todos. Pero cómo puedes ver, se han tomado todas las medidas a nuestro alcance, dadas las circunstancias. Sería irresponsable de nuestra parte afirmar que no existe un riesgo, pero siempre hay uno cuando se trata de lidiar con este tipo de individuos.

    —Entiendo lo que dice —respondió Cullen, al parecer más tranquila—. Pero no es necesario que usted personalmente se exponga a ese riesgo. ¿Por qué no permite que yo realice el interrogatorio? Sabe bien que tengo bastante experiencia en esa área por mis años en la Agencia.

    —Sí, bueno —masculló Russel con tono sarcástico—. Por la naturaleza inusual de nuestros prisioneros y de lo que son capaces, aquí no podemos darnos el lujo de estrellar sus cabezas contra las paredes o someterlos a ahogamientos simulados. No la mayoría de las veces, al menos.

    El desafío continuaba presente en su voz. Lucas rápidamente se volteó a mirarlo sobre su hombro, y sin decir ni una palabra dejó que su sola mirada le indicara que guardara silencio. Russel alzó sus manos en señal de derrota, y dio un paso hacia atrás.

    —Agradezco tu ofrecimiento, Cullen —indicó Lucas, girándose de nuevo hacia ella—. Pero como te dije hace un rato, tengo asuntos con este chico que necesito ver por mi cuenta. Si no te sientes cómoda con esto, puedes retirarte y esperarme en el despacho de McCarthy hasta que termine.

    —No será necesario —respondió la agente rápidamente, negando con la cabeza—. Me quedaré a observar, si les parece bien.

    Lucas asintió de forma afirmativa a sus palabras.

    —Entonces comencemos, ¿les parece bien? —añadió entonces, girándose hacia el resto, que asintieron en silencio—. Cuento con ustedes para reaccionar si cualquier cosa sale mal. Y tengan ojos y oídos bien abiertos, por si detectan algo que yo no.

    —Sí, señor —respondió McCarthy en nombre de todos los demás.

    Dicho todo lo que se tenía que decir, y aclarado todo lo que se tenía que aclarar, era tiempo de dar inicio a aquello.

    — — — —​

    Lisa no recordaba haber estado en el nivel a donde los dos soldados la llevaban. Si su memoria no le fallaba, era lo más abajo que le había tocado ir dentro del Nido, pues en su mayoría solía moverse en lo que respectaba a las áreas médicas y de observación, o las zonas de acceso general como la cafetería y el gimnasio. Pero a donde la llevaban estaba más abajo, peligrosamente cerca de los niveles subterráneos que le habían dicho en una ocasión que eran las zonas más restringidas y resguardadas de la base. Sintió un vuelco en el pecho al sentir que podrían estarla llevando para allá, intuyendo que las implicaciones detrás de eso no podían ser buenas.

    Por suerte, no llegaron tan lejos.

    Cuando bajaron del ascensor, lo que los recibió fue un pasillo bastante similar a muchos otros que había visto en esa base: de paredes y luces completamente blancas, de apariencia pulcra y silenciosa, con varias puertas enumeradas y cerradas a un costado. Lo que quizás resultó un poco diferente, fue que a su costado izquierdo había largos ventanales de cristal que daban hacia un área inferior, en donde vio varios vehículos de tierra estacionados, como jeeps, camionetas negras, incluso un par de vehículos convencionales de apariencia más común. Y quizás lo más resaltante de todo, un par de aviones de combate pequeños.

    ¿Era algún tipo de hangar quizás? ¿Por qué la llevaban ahí exactamente?

    Pero los soldados no la llevaron ahí como esperaba, sino que dieron la vuelta en un pasillo adyacente, y los tres avanzaron por algunos minutos más. Ninguno de los soldados dijo nada, y Lisa tampoco se molestó en preguntar; había aprendido ya que no le dirían nada aunque insistiera. Al final llegaron justo ante una puerta a mitad de otro pasillo, que no tenía ningún número o letrero en ella. Uno de los soldados la abrió y se hizo a un lado, dejándole el camino libre. Lisa intuyó que debía entrar primero.

    El interior se veía opaco, algo oscuro, y eso la puso nerviosa. El otro soldado, a sus espaldas, la empujó un poco con una mano sobre su hombro, por lo que no tuvo más remedio que avanzar.

    Al ingresar, para su pesar, lo primero que sus ojos vieron fue el demasiado reconocible rostro de Gorrión Blanco girándose hacia ella, sonriéndole en cuanto la vio.

    Lisa se detuvo de golpe a apenas unos pasos de la puerta.

    —Oh, no —masculló en alto—. No quiero hablar con ella…

    Se giró en ese momento rápidamente con la clara intención de salir de inmediato de ahí, pero los dos soldados que la acompañaban interpusieron sus cuerpos en el camino para impedírselo. Uno de ellos incluso cerró firmemente la puerta detrás de él, para dejar más que claro que de ahí no saldría sin su autorización.

    —Dra. Mathews… ¡Lisa! —pronunció Gorrión Blanco rápidamente, como si esperara que llamarla de esa forma, y recordarle que ella misma le había pedido llamarla así, ayudara a zanjar esa situación tan incómoda—. Espera, por favor. Lamento mucho lo ocurrido hace rato, en verdad no era mi intención provocarte ningún un daño.

    —¡Menos mal! —exclamó Lisa con ironía, girándose hacia ella para encararla, pero inconscientemente casi pegando su cuerpo contra los soldados que vigilaban la puerta, como esperando que estos la defendieran si algo ocurría—. ¿Qué es lo que quieres? Me dijeron que el Sgto. Schur era quien me requería.

    Gorrión Blanco asintió rápidamente.

    —Ocupamos tu ayuda para identificar a una persona.

    —¿Identificar? —masculló Lisa confundida, y la muchacha de cabellos rubios señaló entonces con su cabeza hacia un lado de la habitación.

    Sólo hasta ese momento Lisa notó que en la pared a su derecha había un gran cristal que separaba ese cuarto del adyacente, como había visto tantas veces en las áreas médicas y científicas, que separaban el área de observación de la sala de experimentación o recuperación. Solamente que esa sala se parecía mucho más a las de interrogatorio que Lisa había visto en series de televisión, con una habitación cerrada donde el detective encaraba al sospechoso, mientras sus compañeros observaban todo tras el cristal espejeado de la sala continúa. Y de hecho, lo que lograba ver a través de dicho cristal parecía ser justo eso: una mesa cuadrada, con dos personas sentadas de un lado, y un hombre de cabellos rubios y espalda ancha (que Lisa supuso era el Sgto. Schur) sentado del otro, de espaldas al vidrio.

    Lista se aproximó más para echar un vistazo a las otras dos personas sentadas en la mesa: una mujer y un hombre. Y fue justo éste último el que captó por completo su atención en cuanto lo vio con claridad.

    —¡Oh, por Dios! —exclamó el alto totalmente exaltada, tapándose su boca con ambas manos, como si intentara evitar decir algo más—. ¿Cody?

    Sentía como si hubieran pasado años desde la última vez que lo vio, pero el tiempo que hubiera pasado no bastaba para no que no lo reconociera. No traía sus anteojos, su cabello estaba totalmente desarreglado, su rostro tenía manchas de lodo igual que sus ropas… pero era él. Estaba ahí sentado, hablándole al parecer exaltado al sargento, aunque en ese momento Lisa era incapaz de escuchar lo que decía.

    Gorrión Blanco se le aproximó rápidamente por un costado, pero ella apenas y lo notó pues seguía con sus ojos bien abiertos puestos en aquel chico al otro lado del cristal.

    —¿Es ese hombre tu novio? —preguntó Gorrión Blanco con cautela—. ¿Del que me hablaste?

    —¡Sí!, ¡es él! —exclamó Lisa en alto, claramente alterada—. ¿Qué hace aquí? ¿Qué hace ahí?

    —Los sorprendieron en los terrenos de la base, en compañía de esa mujer. Afirmó que venía a buscarte.

    —¿A mí? —exclamó Lisa atónita—. No puede ser…

    Gorrión Blanco extendió en ese momento su mano hacia un botón en la pared, a un lado del vidrio. Y en cuanto lo presionó, por un altavoz comenzaron a escuchar lo que se decía en la otra habitación. Y aún a través de la distorsión del altavoz, Lisa reconoció claramente la voz de Cody, lo que la estremeció un poco.

    —…en especial si la base en cuestión ni siquiera está bien señalizada —indicaba con voz molesta, agitando sus manos en el aire de forma exagerada, pese a estar firmemente sujetas con unas esposas—. Ni siquiera está marcada en el mapa. No debería haber nada en esta zona.

    —Saltar una barda con un cartel que indica “Propiedad Privada” es por sí solo un delito —respondió Francis con absoluta calma, que no se contagió en lo absoluto hacia Cody.

    —Una barda que dos personas como nosotros cruzaron con suma facilidad, cabe mencionar. Dudo que ésta sea la primera vez que esto ocurre. Y en todo caso, a lo mucho lo que pueden hacer es culparnos de invadir propiedad privada. Porque ni siquiera pueden aceptar que este sitio existe, ¿no es cierto?

    Lisa soltó un agudo resoplido, y llevó una mano a su frente como señal de frustración. Sí, por supuesto que era Cody. Y en su mente sólo pudo maldecir el tan férreo instinto de justica de su novio. ¿Lo mataría en serio quedarse callado un segundo y no buscar más problemas de los que obviamente ya tenía?

    Pese a las provocaciones, Francis se mantenía sereno, quizás como un reflejo de su propia disciplina militar. Con suma calma, se apoyó hacia atrás contra el respaldo de su silla, cruzó las piernas, y dio vuelta a la pequeña libreta que tenía sobre la mesa.

    —¿Por qué no empezamos de nuevo desde el principio? —propuso con voz fría, al tiempo que tomaba la pluma y acercaba la punta de ésta a la hoja en blanco—. ¿Cuáles son sus nombres? Los reales.

    Cody resopló con exasperación.

    —Ya se los dije, mi nombre es Cody Hobson. Soy maestro de secundaria en Seattle, mi madre vive en Fairhope, Alabama, y Lisa Mathews es… es mi novia. Ella podrá confirmarles quién soy si van y la traen aquí.

    Francis anotó todo lo que decía, o al menos hizo como que lo anotaba.

    —Entendido —masculló con indiferencia, y se giró entonces hacia la otra persona en la mesa—. ¿Y usted?

    Lucy respingó un poco al sentirse aludida de pronto. Hasta ese momento se había mantenido en su mayoría abstraída en sí misma, como ausente, dejando que la conversación se centrara más que nada entre Cody y Francis. Al ver que su intervención era requerida, rápidamente se sentó derecha, colocó sus manos (también esposadas) sobre la mesa, y pronunció lo más firme que le fue posible.

    —Greta Blake… Mi nombre, me refiero; es Greta Blake.

    Cody se giró rápidamente a mirarla, la incredulidad se había apoderado totalmente de su rostro. Por su parte, Lucy prosiguió sin ponerle atención al efecto que sus palabras habían tenido en su compañero de apuros.

    —Tengo veintiséis años, vivo en Bismarck, Dakota del Norte, y trabajo como diseñadora gráfica freelancer. Y no tengo a nadie que pudiera confirmar mi identidad… salvo quizás mi tía Gwen que vive en Denver, pero no he hablado con ella en mucho tiempo. Quizás debí de haberlo hecho, al menos responderle sus postales de navidad…

    —Suficiente, gracias —masculló Francis, alzando una mano en su dirección para indicarle que parara. Lucy asintió, y agachó de nuevo su mirada. Algunos mechones de su cabello le cayeron sobre el rostro.

    —¿Te llamas Greta? —preguntó Cody, claramente confundido.

    —Por supuesto —respondió Lucy (o Greta) con tono irritado—. “Lucy” es sólo es seudónimo que uso para la Fundación. Nunca quise que ninguno de ustedes conociera mi verdadero nombre, pero ahora que me has arrastrado a todo esto…

    —¿Te parece que es el mejor momento para hablar de eso?

    —No, porque no es el mejor momento para nada en realidad, Cody Hobson.

    —Silencio, por favor —ordenó Francis con tono autoritario, con su mirada fija en su libreta mientras seguía anotando. Ambos callaron de golpe ante su indicación.

    En el cuarto adyacente, Lisa observaba todo aquello en silencio.

    —¿A ella también la conoce? —preguntó Gorrión Blanco a su lado, a lo que Lisa respondió rápidamente negando con la cabeza.

    —Nunca la había visto. Pero Cody tiene amigos que yo desconozco.

    Había cierta amargura en su voz al decir aquello. Recordaba claramente aquella llamada que Cody había recibido la otra noche de una “amiga” que ella desconocía, y que necesitaba su ayuda. ¿Se trataría quizás de esa misma mujer en la sala de interrogatorios?

    —Muy bien —pronunció Francis en alto, dejando la libreta sobre la mesa, prácticamente azotándola contra ésta—. Ahora díganme, ¿qué hacían rondando por esta zona exactamente?

    —Eso también ya se los dije —contestó Cody, exaltado—. Vine a buscar a Lisa, Lisa Mathews.

    —La mujer que dice que es su novia, ¿correcto? —indicó el sargento, echándole un vistazo rápido a su libreta—. ¿Por qué piensa que esa persona está aquí?

    —¿Cómo puede negarlo? La otra chica lo confirmó, la llamó Dra. Mathews.

    —¿Su novia es doctora?

    —Sí… bueno, no. ¿Intenta confundirme?

    Francis ignoró su pregunta, y en lugar de eso tomó de nuevo la pluma y fingió escribir algo más en la libreta.

    —¿Cómo dieron con este sitio? —cuestionó tras unos segundo con voz acusadora.

    Cody y Lucy (¿Greta?) se miraron el uno al otro.

    —Eso prefiero no responderlo —murmuró Cody con firmeza.

    —¿En verdad cree que está en posición de negarse a responder? —espetó Francis, notándosele por primera un rastro de enojo en su tono.

    Cody suspiró, al parecer bastante agotado para ese punto. Alzó sus manos esposadas hacia su rostro, y con sus dedos se talló un poco los ojos. Extrañaba sus lentes; cuando no los usaba tras largo rato, comenzaba a dolerle la cabeza. Y si a eso le sumaba lo estresante y agobiante de toda esa situación, era el coctel perfecto para la jaqueca que comenzaba a tomar forma en su cabeza.

    —Escuche, por favor —murmuró ahora procurando utilizar un tono mucho más moderado. Su expresión entera igualmente se suavizó, adoptando una postura casi suplicante—. Lamentamos en serio haber causado todas estas molestias. De haber sabido que esto era una… base militar o lo que sea, no nos hubiéramos metido de esa forma. Sólo quiero saber si Lisa está bien. Estoy en verdad preocupado por ella, y la preocupación quizás me hizo actuar sin pensar. Pero le aseguro que nuestras intenciones no son malas. Por favor, sólo dígame si Lisa está aquí, y si está bien… Por favor.

    La suplica en su voz se volvió aún más intensa conforme progresó con aquellas palabras. Y aunque el rostro del militar ante él se mantuvo inmutable y frío, lo que dijo le llegó con mucha más fuerza a la persona que lo observaba a través del espejo a sus espaldas.

    Lisa sintió como el corazón se le apretujaba al escuchar a su novio suplicar de esa forma para saber de ella. Y aunque gran parte de ella estaba molesta con él por lo que por supuesto que había sido una insensatez, otra comenzó a sentirse culpable. Y aunque la culpabilidad era claramente más pequeña que el enojo, por algún motivo le afectó mucho más.

    —Quiero hablar con él —soltó de golpe, girándose hacia Gorrión Blanco. Ésta se sobresaltó, sorprendida.

    —No sé si el sargento lo permita —respondió la muchacha, dubitativa.

    —Entonces quiero hablar con el sargento —añadió Lisa, tajante—. Ahora.

    Gorrión Blanco vaciló un poco sobre qué hacer. Al final, decidió que dejar aquello en manos de Francis sería lo más sensato. Así que tocó con fuerza en el vidrio con sus nudillos, para llamar la atención del sargento en la otra habitación. Éste se giró un momento sobre su hombro para ver el espejo a sus espaldas, y entonces se puso de pie.

    —Vuelvo en un momento —les indicó a los dos prisioneros, y se encaminó hacia la puerta de la sala.

    — — — —​

    Lucas salió de la sala de monitoreo, y se dirigió por el pasillo de la galería superior hacia la posición que le habían asignado. En cuanto detectaron su presencia, los diez soldados en la galería se pararon firmes, alzando sus armas con sus cañones apuntando al techo. Lucas les respondió su gesto con un ligero asentimiento, y les indicó igualmente que podían volver a sus posiciones originales. El sitio en el que se paró quedaba justo delante del rango de visión de Thorn, por lo que en cuanto se despertara, desde su posición ahí abajo podría verlo directamente a él.

    Más que apropiado.

    Lucas respiró hondo por su nariz, se paró firme con sus manos en los bolsillos, y miró atentamente al muchacho. Parecía igual de inofensivo y pequeño como lo había visto en la cámara hiperbárica. Apenas un muchacho convirtiéndose en adulto. Pero Lucas sabía muy bien lo peligroso que podía ser dejarse llevar por esas apariencias. Niños más pequeños y a simple vista más inofensivos que él, habían sido capaces de crear estragos inimaginables para la mayoría.

    Y si una fracción de lo que todos creían de ese muchacho era cierta, podía representar incluso un peligro mayor que esos otros casos. Por lo que era importante desde el inicio mostrar confianza y firmeza ante él; demostrarle en qué posición estaban, y quién mandaba ahí.

    —Despiértenlo —indicó con firmeza, mirando hacia una de las cámaras del techo para que McCarthy y los otros lo miraran por los monitores de la sala de observación.

    Russel le indicó con un asentimiento al técnico en la consola que obedeciera la orden, y éste lo hizo sin chistar. Lo primero fue reducir la dosis de la Máquina 1, para que el ASP-55 no lo durmiera, pero lo mantuviera lo suficientemente atontado para no poder concentrarse lo suficiente y usar sus poderes. Lo segundo, fue activar la Máquina 2 para que administrara una dosis rápida y precisa del RTP-34, el químico especialmente diseñado para contrarrestar los efectos somníferos del ASP-55 y hacer que el sujeto se despertara.

    Y una vez aplicado estos dos ajustes, sólo quedaba esperar.

    Todo se quedó en absoluto silencio, tanto en el quirófano como en la sala de observaciones. Los ojos de Lucas y de los diez soldados estaban fijos en el muchacho ahí abajo en la camilla, y los de Russel, Ruby y Davis lo miraban también a través de los monitores. Los segundos corrieron con lentitud, envueltos en tensión y expectación. Los latidos de algunos se aceleraron, y sus bocas se secaron, entre ellos el propio Lucas.

    Y entonces, al fin un cambio. Una pequeña contracción muscular en el rostro del muchacho, seguido de un pequeño quejido apenas audible surgiendo de su boca aún cerrada. Un instante después, aquellos parpados se abrieron con pesadez, revelando debajo de estos los somnolientos ojos azules de pupilas dilatadas, que rápidamente parecieron sufrir en cuanto la intensa luz blanca que alumbraba el cuarto entró en contacto con ellos.

    Otro quejido más, un ladeo de la cabeza hacia un lado, y luego el primer intento de mover su cuerpo, dando como único resultado que su mente comenzara a volverse consciente de su situación. Los ojos se abrieron de nuevo, y a como su posición le permitió alzó su cabeza para poder ver las gruesas correas de cuero que lo rodeaban, y poco después los delgados tubos transparentes conectados a sus brazos, y que terminaban en esas dos máquinas, cada una a cada lado de su lecho.

    —¿Qué? —susurró despacio, con apenas un ápice de emoción en su voz.

    Pasaron unos segundos más, en donde su mente se esforzaba para salir de ese letargo que aún lo golpeaba, y ponerle un orden a cada una de esas cosas, y darle forma a algún pensamiento mínimamente coherente. Al lograr tal proeza, lo primero que pudo materializarse de sus labios fue un simple:

    —¿Y ahora qué es esto…?

    No había preocupación o angustia alguna en su tono, ni siquiera curiosidad, lo que podría fácilmente ser adjudicado a los efectos del sedante.

    —Bienvenido al Nido, Sr. Thorn —pronunció Lucas en alto, y su voz retumbó en el eco del techo alto del lugar.

    El muchacho debajo recostó de nuevo su cabeza en la camilla y posó la mirada perezosa justo en él, notándosele en ese momento al fin un tanto confundido por su presencia, y la de los otros soldados en la parte superior. Su mente, de nuevo, pareció ponerse a trabajar para poner esos nuevos pedazos de información en la pila.

    Lucas continuó.

    —Por la autoridad que me confiere el gobierno federal de los Estados Unidos de América, es mi placer informarle que ha sido detenido por sus acciones realizadas en contra de este país y su gente. Y será confinado a estas instalaciones hasta que se determine si representa o no un peligro a la seguridad nacional, o a los intereses de su pueblo. ¿Entiende lo que le acabo de decir, Sr. Thorn?

    El muchacho lo miró fijamente mientras pronunciaba todo aquello, sin dejar muy en claro si en verdad lo escuchaba o no. Parpadeó un par de veces de manera perezosa, y entonces respondió:

    —Ni una palabra, me temo. —Justo después, una sonrisa astuta y torcida se dibujó en sus labios—. Pero suena divertido.

    Lucas se forzó por mantenerse sereno, resultándole difícil disimular lo mucho que aquello lo había desconcertado. Debía ser el efecto de la droga que no le permitía comprender del todo lo que le acababa de decir. De otra forma, no tenía cómo explicar esa actitud tan desconectada y perdida.

    Y la misma pregunta que había rondado su mente tantas veces antes volvió de nuevo a acosarlo: ¿quién es realmente Damien Thorn?

    — — — —​

    Unos segundos después, Francis hizo acto de presencia en la misma habitación de Lisa, Gorrión Blanco, y los dos soldados que habían escoltado a la primera.

    —Srta. Mathews —saludó el sargento, acompañado de un ligero asentimiento.

    —Ella lo reconoció —se apresuró Gorrión Blanco a indicar—. Sí es la persona que dice ser.

    —De eso ya no me cabe duda —comentó Francis, cruzando los brazos frente a su amplio pecho.

    —Entonces debe saber que no representa ningún peligro —exclamó Lisa, dando paso hacia él—. Es sólo un… tonto, pero es inofensivo. Por favor, déjenlo ir.

    Francis negó categóricamente con la cabeza.

    —Entró ilegalmente a los terrenos de la base. Esa es una violación muy seria, que no puede simplemente dejarse pasar. Además, creo que todos aquí sabemos que no es tan “inofensivo” como usted afirma. ¿O sí?

    Lisa se estremeció al escuchar tal acusación, y se quedó lívida, incapaz de responderle algo concreto. Era claro lo que intentaba decirle con esas palabras: “ya sabemos lo que su novio es capaz de hacer”. Aquello, en realidad, no era ninguna sorpresa, pues el Dr. Shepherd ya se lo había dado a entender antes.

    Respiró hondo por su nariz, intentando recobrar la calma, antes de volver a hablar.

    —Esto es mi culpa, ¿de acuerdo? Yo me vine para acá sin decirle a dónde iba, por qué, o por cuánto tiempo. Tuvimos una discusión antes de eso, y… no sé, supongo que lo preocupé. Pero nunca pensé que haría una locura como venir a buscarme.

    —Con todo respeto, sus problemas personales no son de nuestra incumbencia, Srta. Mathews —sentenció Francis con severidad, haciendo que las mejillas de Lisa se encendieran—. Lo ocurrido ya trasciende más allá de usted, o de nosotros.

    —¿Qué le pasará entonces? —musitó Lisa con preocupación, volteando a ver lentamente hacia la otra habitación; hacia el rostro angustiado de su novio, sentado en aquella mesa.

    —Eso ya no me corresponde —respondió Francis, ecuánime—. El Dir. Sinclair quiere hablar con él, y entonces decidirá cómo proseguir.

    —¿Van a arrestarlo? ¿O acaso a…?

    No fue capaz de terminar su pregunta; la sola posibilidad la paralizaba.

    —Como dije, ya no me corresponde a mí decidirlo —repitió Francis, de nuevo mostrándose frío, aunque ya no tanto como antes.

    Lisa avanzó afligida hacia el cristal, hasta casi pegar su rostro. Colocó sus dedos cuidadosamente sobre éste, mientras sus ojos contemplaban desolados hacia aquel chico, que tantas preocupaciones pero también alegrías había traído a su vida. Aquel muchacho que la hacía enojar tanto, y le llegó incluso a asustar un poco en cuanto le mostró de lo que era capaz. Pero, y ahora veía con claridad, nada de eso tenía tanto peso o tanta importancia como todo lo bueno que había existido entre ambos, y que aún podía existir.

    Siempre y cuando ambos pudieran salir con vida de ese sitio, volver a casa, y fingir que todo eso jamás había ocurrido. Aunque, por más vueltas que le diera al asunto, Lisa tenía claro que quizás no podría ser por completo de esa forma; no para uno de ellos, al menos.

    —Bien —suspiró derrotada, girándose de nuevo hacia el Sgto. Schur—. Entonces dígale al Dr. Shepherd que acepto su propuesta. Me quedaré, formaré parte de su equipo, y participaré activamente en la creación del Lote Once… y todo lo que eso implique. Sólo a cambio de que lo dejen ir sin hacerle ningún daño.

    Aquella repentina propuesta tomó por sorpresa tanto a Francis como a Gorrión Blanco. Había resolución en su voz, y ni rastro de titubeo, como se esperaría de una decisión ya tomada. Aun así, su mirada reflejaba abatimiento, miedo… como se esperaría de una decisión que no se quiere tomar en realidad.

    —Lisa —susurró Gorrión Blanco en voz baja, inquieta. Quería decirle algo, pero no lograba darle forma en su mente a ninguna palabra.

    Quien habló al final fue Francis, aunque en realidad él no tenía mucho que decir en el asunto planteado.

    —No sé si el Dr. Shepherd tenga alguna gerencia en esto… pero se lo informaré en cuanto pueda. Quizás él pueda hablar con el Dir. Sinclair para que sea indulgentes.

    —Gracias —asintió Lisa agradecida, ofreciéndole además una pequeña sonrisa—. Por ahora, déjeme por favor hablar con él.

    —Eso no creo que sea prudente…

    —Por favor, sargento —intervino Gorrión Blanco en ese momento, parándose entre ambos—. Es una mujer enamorada deseando poder hablar con su persona especial.

    —Yo no lo… diría de esa forma —susurró Lisa, algo apenada y con sus mejillas aún más encendidas—. Pero, por favor, sólo un segundo. Necesito decirle yo misma que estoy bien, o no se calmará.

    Francis la miró, evidentemente debatiéndose entre aceptar o no tal petición tan fuera del protocolo. Aunque claro, mucho en toda esa situación se encontraba ya de por sí fuera de cualquier protocolo.

    —Por favor, sargento —repitió Gorrión Blanco con insistencia—. Permítaselo, y le prometo que de ahora en adelante me portaré bien, y le haré caso en todo lo que usted me diga.

    —Tendrías que hacerlo aunque no lo hiciera —respondió Francis, mordaz, a lo que la muchacha respondió con una risilla juguetona, y un encogimiento de hombros. El sargento suspiró, resignado—. Está bien, acompáñeme.

    Dicho eso, se giró hacia la puerta y salió por ella. Lisa asintió y se apresuró a seguirlo. Antes de irse, sin embargo, en contra de todos sus instintos se giró hacia Gorrión Blanco, y en voz baja le dijo:

    —Gracias…

    —No, no diga eso —respondió la muchacha rubia, negando con la cabeza—. Yo soy quien te debe una disculpa por lo de hace rato.

    Lisa se limitó a sólo esbozar una sonrisa incomoda, asentir, y de inmediato se apresuró a alcanzar al sargento en el pasillo.

    En verdad le confundía demasiado su sentir hacia esa chica. ¿La odiaba?, ¿le temía?, ¿le tenía cierto aprecio?, ¿o incluso sentía cierta responsabilidad hacia ella? Era tan confuso sentir tantas emociones tan diferentes por una misma persona.

    Y un poco así era como se sentía con Cody en esos momentos.

    — — — —​

    La quietud que hasta hace poco reinaba en la sala de monitoreo, fue rápidamente remplazada por las risas de los dos soldados, y de su visitante inesperada que había llegado con chocolate caliente. Ésta última además, quizás un poco inspirada por el alcohol, no tardó mucho en comenzar a hablar de varias anécdotas divertidas que tenía en su historial como piloto, instructora, secretaria (o asistente ejecutiva, como prefería ella), madre y abuela. Sorprendentemente, son de estos últimos dos puestos de los que Kat tenía más cosas que contar.

    —Y entonces, ese par de mocosos entraron corriendo a mi comedor a mitad de nuestra plegaria, persiguiendo a ese enorme San Bernardo, que hasta la fecha no tengo idea de dónde salió. Y los tres estaban cubiertos de lodo de cabo a rabo; en serio, eran más lodo que niños y perro en ese momento. Lo regaron todo por mi alfombra, mis paredes, mi mesa… y luego simplemente salieron por la misma puerta como si nada hubiera pasado. Se los juro, era una jodida escena de Beethoven ocurriendo ante mis ojos.

    Los dos soldados rieron sonoramente, con una clara combinación de diversión e incredulidad ante la anécdota.

    —No lo creo —comentó el soldado joven entre risas—. ¿Y qué les hiciste?

    —¿Qué hubieras hecho tú? —le regreso Kat con tono desafiante.

    —Si fueran mis nietos o mis hijos, los hubiera puesto a limpiar todo con sus rodillas pelonas, y sólo un cepillo de dientes, hasta que pudiera comer de ese suelo.

    —Bastante similar a lo que me cruzó por la cabeza —comento la secretaria, encogiéndose de hombros—. Pero su madre comenzó con que “sólo son niños, no saben lo que hacen. Están muy arrepentidos. Hablaré seriamente con ellos, y no volverán a hacer nada parecido…” bla, bla, bla. Ya saben cómo son estas nuevas generaciones; oyen la palabra “disciplina” y ya creen que están en la Alemania Nazi, con la Gestapo tocando a sus puertas. Por eso este país está como está, por consentirles tantas cosas a estos niños. Tarde o temprano, alguien tendrá que poner orden, aunque sea a la fuerza.

    —Amén por eso, hermana —exclamó el soldado mayor sonando como una alabanza al cielo, mientras alzaba su taza al aire.

    La conversación prosiguió con animosidad en torno al mismo tema por un par de minutos más, hasta que fue drásticamente interrumpida por el tintinear de unas campanas que resonaron con fuerza.

    —Oh, disculpen —pronunció Kat apenada—. Esa soy yo.

    La secretaria colocó rápidamente su taza de chocolate sobre la consola más cerca de ella, y aproximó su muñeca derecha hacia su rostro. En ésta, traía lo que a todas luces se veía como un reloj inteligente, en el cuál al momento de presionar su pantalla, la alarma que había sonado se detuvo de pronto.

    —Creí que no podíamos meter ese tipo de dispositivos aquí —indicó el soldado joven, observando perspicaz el reloj.

    —¿Me vas a acusar, acaso? —bromeó Kat, guiñándole un ojo de forma coqueta. El soldado simplemente rio, divertido—. Descuida, es sólo un pequeño recordatorio que puse para que no se me pasara la hora —añadió con tono más relajado, parándose en ese momento de su silla.

    —¿Tienes que tomar una pasilla o algo? —inquirió el soldado mayor con curiosidad, al tiempo que se empinaba lo último que quedaba de chocolate en su taza.

    —Algo así…

    Rápidamente, Kathy llevó su mano derecha hacia la parte posterior de su cintura, tomando lo que ahí traía oculto: una pistola 9 mm color arena, que tomó firmemente entre sus dedos delgados, y al instante siguiente jaló con rapidez hacia el frente, apuntando con ella directo al solado mayor. Sin vacilación, y sin tener que tomarse siquiera un instante para apuntar, jaló del gatillo una sola vez, y la bala salió disparada del cañón, atravesó la taza por la base, haciéndola explotar en pedazos, para luego seguir de largo directo a la cara del soldado, terminando por penetrar por la esquina interna de su ojo derecho, y saliendo por parte superior de la cabeza. Una explosión de sangre y materia cerebral bañó la consola y los monitores a sus espaldas. Su mano, con los dedos aún aferrado al asa de la ya inexistente taza, cayó colgando sin oposición hacia un costado.

    Todo fue tan rápido que el otro soldado apenas y logró procesar el estruendo del disparo. Se giró a mirar rápidamente a su compañero, y apenas logró distinguir su rostro lívido, y el gran agujero en donde debería estar su ojo, antes de que un segundo estruendo retumbara en el eco de la sala. La segunda bala entró directo por su sien derecha, atravesándolo de lado a lado hasta salir del otro lado, regando lo que arrastró a su paso en la pared y el suelo. Su cuerpo se precipitó hacia adelante, quedando con su cara presionada contra los controles de la consola.

    Kat mantuvo su arma en alto unos segundos más, señalando con ella a ambos, como si esperara que cualquiera diera señal alguna de requerir un disparo más. No sucedió; ambos se quedaron quietos en su sitio, mientras la sangre brotaba de sus heridas y escurría hasta gotear al suelo.

    Suspiró un poco más tranquila. Bajó su arma, y con sus dedos acomodó con cuidado un mechón de cabello rojizo que se había salido de su sitio. Dejó su arma sobre la consola un momento, y tomó de nuevo su taza con chocolate, dándole un trago más largo que los anteriores. Ya estaba frío, pero ciertamente no le disgustó.

    Con la taza en mano, se aproximó a la silla del soldado mayor, y con un fuerte empujón lo hizo a un lado para que el cuerpo cayera sobre su costado en el suelo, azotando con fuerza. Se sentó en la silla y se giró hacia la consola, rebuscando con su mirada el botón que necesitaba. Requirió limpiar un poco los restos en el panel antes de atreverse a presionar cualquier cosa, pero no tardó mucho en estar lista.

    Se acercó el micrófono para anuncios a su boca, carraspeó un poco para darle un poco más de firmeza a su voz, y entonces presionó el botón que activaba el protocolo de emergencia; aquel que haría que su voz se escuchara en cada altavoz y radio dentro de la base.

    —Atención, a todo el personal del Nido —pronunció por el micrófono, utilizando ese tono dulce y suave que tanto la caracterizaba entre sus compañeros—. Éste es un anuncio importante. Presten atención, por favor…

    FIN DEL CAPÍTULO 146
     
  7. Threadmarks: Capítulo 147. El Lucero de la Mañana ha Salido
     
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
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    Capítulo 147.
    El Lucero de la Mañana ha Salido

    La puerta de la sala de interrogatorios se abrió abruptamente, y tanto Cody como Lucy se pusieron en alerta, anticipando el regreso del mismo soldado que los había estado cuestionando hasta ese momento. Y en efecto, aquel soldado venía de regreso, pero no lo hacía solo. Y en cuanto Cody posó sus ojos en la mujer de cabellos negros rizados, anteojos y bata blanca, su reacción inmediata fue pararse de su silla, prácticamente de un brinco.

    —¡Lisa! —exclamó entusiasmado, esbozando una amplia sonrisa tan larga que casi hizo que le dolieran las mejillas.

    Una gran alegría, aderezada con alivio, se apoderó de su pecho, haciendo a un lado la asfixiante preocupación que se había posado sobre sus hombros. Era ella, en verdad estaba ahí, y parecía estar completamente sana. Quería acercársele y abrazarla lo mejor que sus manos esposadas se le pudieran permitir… pero desistió de la idea casi al instante.

    Un vistazo más certero a la expresión de Lisa, y en especial a como sus ojos centellantes de furia lo miraban, lo hizo darse cuenta de que ella no compartía del todo su alegría de verlo.

    —¿Lisa…? —susurró despacio, vacilante.

    La bioquímica respiró profundo por su nariz, apretó sus puños a cada costado de su cuerpo, y soltó al aire con voz áspera:

    —Eres… un… ¡tonto! ¿En qué estabas pensando? Podrían haberte matado.

    Cody se hizo hacia atrás por mero reflejo al escuchar tal recriminación, y una reacción similar, aunque más sutil, surgió también tanto en Lucy como en Francis. Éste último miró con curiosidad a ambos, parado a lado de la puerta con sus brazos cruzados frente a su pecho. No era como se había imaginado que sería esa conversación cuando la Dra. Mathews le suplicó de esa forma que la dejara hablar con su novio.

    —Sólo quería saber que estabas bien —se defendió Cody, procurando recuperar la compostura—. Te desapareciste de esa forma durante semanas, sin decirme nada…

    —Te mandé un mensaje —espetó Lisa, señalándolo de forma acusadora—. Te dije que empezaría mi nuevo proyecto, que estaría fuera un tiempo, y me reportaría contigo en cuanto pudiera.

    —¿Y se supone que debía estar tranquilo sólo con eso? —exclamó Cody, sonando en ese punto casi indignado—. No tenía ni idea de a dónde te habías ido, por cuánto tiempo, o a hacer qué.

    —¿Y decidiste que lo mejor era lanzarte sin rumbo hasta al otro lado del país para buscarme? ¿Qué clase de persona loca hace eso?

    —¡Un novio preocupado por la seguridad de su novia!

    —Por favor… —resopló Lisa con ironía, volteándose hacia la pared con tal de no mirarlo.

    Lucy miraba a cada uno con expresión incómoda, turnándose entre uno y otro conforme hablaban, como si de un partido de tenis se tratase.

    —¿No debería separarlos? —susurró despacio, mirando en dirección a Francis. Éste, al darse cuenta que le hablaba a él, simplemente se encogió de hombros, indiferente.

    —Va más allá de mis capacidades.

    Su tono era estoico como siempre, pero cualquiera podía notar que la situación le divertía, aunque fuera un poco.

    Cody respiró hondo, intentando calmar sus ánimos antes de volver a hablar. Era evidente que Lisa estaba molesta, y el que él se enojase no ayudaría en nada a mitigar la situación.

    —Escucha —murmuró con voz más templada, aproximándose un par de pasos hacia ella—, cuando te fuiste, recién acabábamos de pasar por una situación peligrosa allá en Oregón, y una persona muy cercana a mí terminó lastimada. Y tú no me respondías mis llamadas, y luego te fuiste de esa forma. Perdón si acaso me puse paranoico, pero temí que pudiera haberte pasado algo malo a ti también.

    —Ya te había dicho que me estaban considerando para otro proyecto del gobierno —alegó Lisa, girándose de nuevo hacia él aún con actitud desafiante.

    —Sí, pero no me dijiste que era algo como… esto —señaló Cody, extendiendo sus brazos (aunque no mucho, en realidad, por las esposas) hacia su alrededor—. ¿Trabajar en este sitio es tu proyecto?

    —Por el amor de Dios, Cody. ¿Qué parte de esto te parece que hubiera podido compartirte? ¿No es más que obvio que se trataba de un secreto?

    Hasta ahí llegaron los intentos de Cody de calmarse, pues al instante comenzó a calentarse de nuevo.

    —Pues quizás si no hubieras sido tan evasiva con esto, no me hubiera preocupado tanto.

    Lisa soltó de pronto una sonora carcajada sarcástica.

    —¿En verdad quiere que hablemos de secretos y de ocultarnos cosas, profesor? Yo tenía un contrato y la seguridad nacional como excusa. ¿Cuál es la tuya para no confiar en mí?

    —Lo hice —espetó Cody en alto—. Te lo dije todo, y huiste de mí, ¿recuerdas?

    —¡No hui! Sólo necesitaba… tiempo para asimilarlo todo. Fue demasiado.

    —Por eso mismo temía decírtelo. Temía también que estuvieras en peligro por mi culpa.

    Una sensación de profundo abatimiento inundó su voz en ese momento, tan intenso que incluso Lisa logró sentirlo. El profesor se apoyó contra la mesa, y agachó su mirada; parecía agotado, o quizás incluso avergonzado.

    —Estas habilidades… han lastimado a demasiada gente que amaba —declaró acongojado—. No quería que tú fueras una de ellas. No tú.

    Lisa pareció estar dispuesta a objetarle algo, pero por unos momentos las palabras se negaron a salir de su boca. Apretó aún más sus brazos contra sí, y su pie se movió inquieto contra el suelo. Miró hacia un lado con aprensión, y tras unos segundos dejó escapar una breve:

    —Maldición…

    Caminó lentamente hacia la silla vacía en la mesa en donde anteriormente se había sentado el Sgto. Schur, y se dejó caer en ella sin más. Se retiró los anteojos un momento, los colocó sobre la mesa, y se talló sus ojos y su frente con los dedos.

    —Está bien, lo admito —concedió Lisa, volteando a ver de nuevo a su novio—. Podría haber sido más clara con mis planes. Debí haber hablado contigo en persona antes de irme de esa forma; hacer más que sólo enviarte un escueto mensaje de texto. Pero… en verdad nunca pensé que intentarías algo como esto.

    No era claro si había recriminación, preocupación, o arrepentimiento en esas últimas palabras. Podría ser un poco de todo. Cody también tenía para ese punto las emociones mezcladas.

    El profesor se apartó de la mesa, y se sentó en la silla que había ocupado hasta hace poco, justo frente a su novia.

    —Lisa, ¿sabes qué lugar es éste? —le cuestionó apremiante, mirando de reojo de forma no tan disimulada hacia el soldado en la sala—. ¿Sabes lo que hacen aquí?

    —¡Por supuesto que lo sé! —exclamó Lisa en alto, como si la sola pregunta la insultara—. He estado encerrada aquí el suficiente tiempo para enterarme de exactamente qué hacen aquí. Lo he visto tan de cerca, que estuve incluso en al menos dos ocasiones de morir por culpa de ello.

    —¿Qué cosa? —exclamó Cody alterado, y su rostro se tornó pálido de golpe. Lisa negó con la cabeza, restándole importancia, y siguió hablando.

    —No sabes los deseos que tenía de largarme de este sitio de una vez por todas. ¿Y quieres oír la ironía? Hoy mismo me iba a ir. Iba a volver a casa, y en cuanto pudiera te contactaría para que habláramos. Pero ahora ya no va a ser posible.

    —¿Qué?, ¿por qué no? —pronunció Cody, confundido.

    —¿Por qué? —susurró Lisa, seguida de una pequeña risa burlona—. Porque mi novio se metió a la fuerza en los terrenos de una base militar secreta, y para que no lo ejecuten, o algo peor, tengo que jugar la única carta que tengo: quedarme y terminar el trabajo para el que me contrataron, aunque lo deteste.

    Cody se hizo completamente hacia atrás, apoyando su espalda entera contra el respaldo de su silla. Sus ojos se abrieron bien grandes, y su cuerpo se tensó entero. Le faltaba bastante contexto para entender las implicaciones enteras de lo que Lisa le acababa de decir, pero comprendía lo suficiente; en especial para entender que su osada intrusión podría haberla afectado incluso más de lo que había previsto.

    —No, no pueden obligarte a hacer eso —pronunció con voz indignada.

    —No me están obligando, tonto —le respondió Lisa, acalorada—. Lo estoy haciendo para salvarte de las consecuencias de esta absoluta imprudencia.

    —No tienes por qué hacer tal cosa por mí. ¿Por qué lo haces?

    —¡Pues porque te amo, grandísimo idiota! —soltó Lisa muy alto, como un grito que resonó fuertemente en el escaso eco de aquella habitación cerrada.

    El retumbar de sus palabras se mantuvo unos instantes, vibrando en las propias paredes, y en especial en los oídos de todos los que la habían escuchado: Lucy, Francis, Gorrión Blanco desde el otro lado del cristal… Y, por supuesto, Cody, que la observaba fijamente con el rostro azorado, y sus ojos humedecidos.

    —¿Me amas…? —susurró despacio, casi con incredulidad. Una pequeña sonrisilla terminó asomándose en sus labios de forma casi inconsciente.

    Lisa no pudo evitar soltar una pequeña risilla, sin poder concebir que en serio le estuviera haciendo esa pregunta. Aunque era justa; ella misma se la había hecho hace un par de horas, cuando Gorrión Blanco se lo había preguntado.

    Se tomó entonces un momento para aclarar sus ideas, pasó sus dedos por sus ojos para limpiar unas pequeñas lágrimas que amenazaban con escaparse, y se colocó una vez más sus anteojos.

    —Lamento mucho el cómo reaccioné cuando me confesaste lo que podías hacer —susurró Lisa con voz bastante más suave—. Lo admito, estaba asustada. Aún lo estoy, en especial después de las cosas que he visto en este sitio. Pero en cuanto te vi ahí sentado, esposado, desarreglado y sucio, hablándole de frente y desafiante a un hombre que podría partirte en dos con sus propias manos… —una pequeña sonrisita a medio camino entre ser alegre y burlona se dibujó en sus delgados labios—. Sentí un miedo mucho más grande de que pudieran hacerte cualquier daño. Y entonces, de un momento a otro, nada más importó. Y si tengo que quedarme un poco más en este purgatorio para que esa linda cabecita tuya se quede sobre tus hombros… valdrá la pena cada segundo.

    Cody sintió una punzada de dolor y culpa en el pecho al escucharla decir todo aquello. Aun así, fue imposible evitar que en sus labios se dibujara una sutil sonrisa de alegría.

    —Lisa… Lo siento —murmuró apenado, y extendió sus manos esposadas sobre la mesa en su dirección—. Metí la pata, ¿cierto?

    —Muy metida —le respondió Lisa, entre tajante y burlona. Extendió también una mano hacia él, y la posó delicadamente sobre las suyas—. Pero también fuiste muy valiente y osado. No sé si me gusta esta faceta tuya o no —añadió con ligero sarcasmo—. Yo me enamoré de un confiable y serio maestro de secundaria.

    Cody no pudo evitar soltar una risa despreocupada por su comentario.

    —Y yo de una aburrida y predecible química de laboratorio, no de una científica de proyectos ultra secretos.

    —¿Me dijiste aburrida? —inquirió Lisa con falso tono de ofendida. Ambos rieron al unísono, como una clase de chiste interno sólo entre ellos.

    Lucy, Francis, y Gorrión Blanco desde la otra habitación, los estuvieron observando en silencio todo ese rato, siendo abordados por diferentes sentimientos conforme aquella conversación progresaba. En el caso de Lucy, por ejemplo, la más predominante fue sin lugar a duda la confusión.

    —No lo entiendo —susurró despacio, negando con la cabeza—. ¿No estaban peleando hace un segundo?

    No estaba claro si la pregunta iba dirigida hacia Cody y Lisa directamente, pero igual estos dos no parecieron escucharla. Por mero reflejo se giró hacia Francis, como si esperara que éste de alguna forma le respondiera, pero por supuesto éste tampoco lo hizo. El militar se limitó a sólo observarla de reojo, y luego girarse hacia otro lado. Ciertamente la situación se había tornado un poco incomoda para él, y no estaba seguro si debía intervenir para separarlos, o sólo dejar que terminaran. Gorrión Blanco de seguro preferiría que hiciera eso último.

    —Pero, Lisa —murmuró Cody, tomando una postura más seria—. ¿Qué es lo que te están pidiendo hacer aquí? Si es algo peligroso…

    Antes de que terminara su frase, Lisa extendió un dedo de su otra mano hacia él, posándolo contra sus labios para indicarle con ese simple gesto que guardara silencio.

    —Cody, no puedo decirte nada —le respondió con firmeza, pero sin la amargura que acompañó sus palabras anteriormente—. Ya sabes demasiado. Y mientras más sepas, en más peligro te pondrás… Y a tu amiga.

    Al pronunciar aquello, volteó a ver de soslayo hacia Lucy por primera vez en todo ese rato. Ésta se sobresaltó un poco; por un momento había creído que ella no se había siquiera percatado de su presencia.

    —Hola, soy Lucy —pronunció, alzando sus manos esposadas a modo de saludo—. O así me dicen, al menos. Es un gusto conocerte al fin de frente.

    Lisa no le respondió nada a su saludo, y se limitó a simplemente asentir con su cabeza, para de inmediato girarse de nuevo hacia Cody.

    —Sólo confía en mí, ¿está bien? —susurró muy despacio, apretando con un poco más de fuerza la mano del chico entre sus dedos—. ¿Me prometes que no harás ninguna otra locura hasta que vuelva?

    Cody sonrió de una forma que parecía casi picarona.

    —Puedo prometerte que lo intentaré.

    —Grandísimo tonto —exclamó Lisa, entre risas.

    Y sin que ninguno tuviera que decirlo o sugerirlo abiertamente, en ese mismo momento ambos se separaron un poco de sus sillas, e inclinaron sus cuerpos hacia adelante en dirección al otro. Y aun estando uno de ellos esposado, ambos en el interior de una sala de interrogatorios, con un malhumorado sargento observándolos en la esquina, y quién sabe cuántos soldados a través del vidrio o las cámaras, ambos pegaron sus labios contra el otro, fundiéndose en un suave beso, delicado pero no por eso pequeño, que llevaba varios días de atraso. Y si Cody no tuviera la movilidad de sus brazos tan limitada, de seguro la hubiera rodeado con ellos para abrazarla. Aquello, sin embargo, no privó a Lisa de colocar sus manos contra el cuello de él, y atraerlo más hacia ella a mitad de su beso.

    Y de nuevo, aquello produjo una nueva oleada de emociones entre sus espectadores. Lucy se sintió confundida, e incluso un poco asqueada; no era muy fan de las muestras de afecto públicas… ni tampoco las privadas, en todo caso. Francis se sintió aún más incómodo, y se preparó para en unos segundos más separarlos y llevarse a la Srta. Mathews fuera de ahí. No podrá decir que no les dio mucho más que los segundo que le había pedido para hablar con su novio.

    Pero la que tuvo la reacción más profunda fue sin lugar a duda Gorrión Blanco. Tras escuchar toda aquella conversación a través del altavoz del otro cuarto, poner atención sobre cómo ésta se desarrollaba, y encima concluyendo en ese repentino y dulce beso de amor… Una oleada de calor inundó su pecho entero, y sintió como subió por su cuello hasta provocar que sus mejillas se encendieran.

    —Qué lindos… —susurró maravillada, soltando después un largo suspiro de admiración, mientras presionaba sus manos contra su pecho.

    Pero aquello que sentía iba más allá de las palabras que habían dicho, o del beso que se habían dado. Gorrión Blanco había percibido algo más, algo que le había llegado de forma inconsciente, de una forma que no comprendía. Las emociones cálidas y dulces que emanaban de cada uno de ellos, los pensamientos tan intensos que cruzaban por sus cabezas al mirar al otro, incluso los de enojo. Todo eso pudo sentirlo, más fuerte que cualquier otra cosa que había sentido en ese sitio desde que despertó.

    ¿Sería así como se sentía el amor? ¿El amor real…?

    Y en ese momento, justo cuando Cody y Lisa se separaron, y un segundo antes de que Francis diera un paso al frente para dar por terminada esa reunión, los altavoces del pasillo, y las radios en los cinturones de Francis y los demás soldados, comenzaron a sonar. Y al unísono, todos escucharon el mismo mensaje que al mismo tiempo se pronunciaba en toda la base.

    — — — —​

    —Entonces, ¿qué lugar es éste exactamente? —cuestionó Damien, curioso, recorriendo su vista por su alrededor lo mejor que su posición se lo permitía. No había mucho que ver en aquel espacio cerrado, en realidad, salvo las paredes blancas, las máquinas conectadas a su cuerpo, y claro los soldados que lo observaban con atención desde la parte superior—. Evidentemente no es un hospital convencional, y esos chicos no parecen guardias de prisión. ¿Estamos en Guantánamo, el Área 51 o algo por el estilo?

    Su tono era abrumadoramente relajado, incluso burlón, lo que ciertamente seguía destanteando un poco a Lucas. No era la primera vez que había encarado a sujetos que se escudaban tras una actitud despreocupada para ocultar su temor o ansiedad; Charlene McGee era un claro ejemplo de ello. Pero este chico era algo distinto. No sólo quería aparentar que aquello no le causaba el menor miedo, sino que parecía en verdad no sentirlo en lo absoluto.

    —La mayoría de las personas suelen preguntar primero por qué están aquí —comentó Lucas, ecuánime, siguiéndole un poco el juego.

    —No me gusta ser como la mayoría —respondió el muchacho, acompañado de un pequeño movimiento de sus brazos, que quizás de no haber estado amarrado hubiera terminado en un encogimiento de hombros—. Además, creo que usted ya lo explicó muy bien, ¿no? Estoy aquí porque, según ustedes, cometí algunos “crímenes contra los Estados Unidos”. Aunque no se me ocurre cuáles podrían ser esos, pues nunca me he pasado siquiera una luz roja; aunque tal vez eso pudiera ser porque la mayoría del tiempo viajo con chofer. Y además, soy un estudiante modelo, y la empresa de mi familia es un pináculo importante de esta nación. Y, hasta dónde sé, no evadimos impuestos. Bueno, de seguro no más que otras empresas de similar tamaño.

    —Esto le parece divertido, ¿Sr. Thorn? —cuestionó Lucas, tajante.

    —Por favor, llámeme Damien. Me hace sentir viejo diciéndome señor. ¿Cómo debería llamarlo a usted?

    —Eso no es relevante para esta charla.

    —¿Eso es esto?, ¿una charla? —exclamó el muchacho con voz risueña—. Pues es la primera en la que estoy tan… amarrado. ¿Le molestaría a alguno desatarme para que podamos charlar más cómodos?

    Lucas respiró hondo por su nariz, haciendo uso de todo su entrenamiento para mantener la calma. Si aquello eran intentos de desequilibrarlo y que perdiera el control de la situación, no le daría el gusto.

    —Entiendo muy bien que está acostumbrado a ir por la vida con actitud desafiante y despreocupada, siempre contando con que su apellido o su dinero lo sacarán de cualquier problema. ¿Me equivoco?

    No era claro si aquella era una pregunta real, pero igual Damien no respondió.

    —Pues permítame delecir que ninguna de esas dos cosas lo librará del embrollo en el que se ha metido, Sr. Thorn —prosiguió Luca—. Ni su apellido, ni su dinero, ni sus cientos de abogados, ni su tía CEO, su padrino ex presidente, o sus amiguitos de escuela privada. En lo que respecta a cualquier ser humano fuera de estas paredes, este sitio no existe; usted no existe. Y ni siquiera esas habilidades inusuales, que de seguro hasta ahora lo habían hecho sentirse tan superior a cualquiera, le servirán para algo. Aquí, usted me pertenece por completo. Yo decido cuando come, cuando bebe, cuando va al baño, incluso cuando duerme o cuando se despierta. Aquí, usted no es nadie.

    —Y eso de seguro lo hace sentir a usted como alguien muy poderoso, ¿no es cierto? —comentó Damien, divertido.

    La mirada de Lucas se volvió sólo un poco más afilada, pero lo suficiente para dejar entrever la molestia que tanto había intentado ocultar hasta ese momento. Se paró derecho, e inhaló aire fuerte por la nariz para intentar despejarla.

    —¿Qué tal si nos dejamos de juegos y hablamos de por qué está usted aquí en realidad?

    —Por favor —exclamó Damien, sonando incluso entusiasmado con la idea.

    Lucas tomó entonces el grueso expediente que había traído consigo, que a pesar de su tamaño era una versión reducida de toda la información que tanto él como Inteligencia habían extraído de todo lo referente a Damien Thorn. Y, especialmente, todas aquellas personas a su alrededor afectadas de manera sospechosa por su propia presencia.

    Abrió el expediente en la primera página de ésta, y pronunció con voz alta y clara:

    —Cuénteme de Holly Huck.

    Damien parpadeó un par de veces, y lo observó en silencio unos segundos, como si esperara que le dijera algo más para entender de qué hablaba. Cuando fue claro que no sería así, preguntó sin más:

    —¿Se supone que ese nombre debería sonarme de algo?

    —Era la joven que trabajaba como su niñera en Inglaterra, cuando tenía cinco años —aclaró Lucas—. Se ahorcó a sí misma durante su fiesta de cumpleaños frente a usted y todos sus invitados. ¿Ya le suena?

    —¿Usted recuerda a su niñera de cuando tenía cinco? —bromeó Damien, divertido—. Conozco el suceso, pero por supuesto que no tengo memoria de nada de eso. Era muy pequeño, y de seguro ni siquiera entendí en su momento lo que pasó. Sólo sé lo que algunos chismosos me han contado. Pero en todo caso, ¿eso qué tiene que ver conmigo? Yo era un niño, y ella se ahorcó ella misma; usted mismo lo dijo.

    —¿Eso fue lo que realmente pasó? —inquirió Lucas, con un dejo de acusación implícito en su voz. Damien guardó silencio.

    Lucas pasó entonces a la siguiente parte del reporte en sus manos.

    —¿Qué hay de la Sra. Willa Baylock? Se convirtió en su niñera poco después de aquel horrible incidente, y murió no mucho después atropellada en su propiedad en Londres.

    —Tampoco lo recuerdo —respondió Damien sin vacilar—. Y llámenme loco, pero me parece que un niño de cinco años es demasiado pequeño como para conducir y atropellar a alguien.

    —Quizás… Pero hay aún más personas ligadas a usted y a su familia que terminaron con destinos muy parecidos. ¿Sabía que el hospital en el que nació en Roma fue reducido a cenizas y murieron cientos de personas en el incidente?

    —Desafortunado —comentó Damien, aburrido—. Pero de seguro miles de otros bebés nacieron ahí antes que yo, ¿no?

    Lucas pasó por algo su comentario hiriente, y en su lugar prosiguió con otro punto.

    —Steven Haines, antiguo embajador de Estados Unidos en Italia, jefe y amigo de su padre; murió calcinado en su propio vehículo poco después de ser nombrado embajador en Gran Bretaña. Keith Jennings, un reportero que al parecer se encontraba investigándolo a usted y a su familia tras la muerte de su niñera, murió decapitado en Israel poco después de entrar en contacto con su padre. Y hablando de sus padres, ¿qué me puede decir de ellos? ¿Qué hay de Katherine y Robert Thorn?

    Aquella pregunta sí ocasionó un ligero ápice de reacción en el rostro del chico, apenas un apreciable tic de su ojo derecho, pero que desapareció casi al instante.

    —¿Qué hay de ellos? Cada uno murió en un trágico accidente.

    —Ambos sabemos que eso no fue lo que pasó, Sr. Thorn —declaró Lucas, tajante—. Dígame, ¿cómo murieron realmente?

    —No tengo idea de lo que habla —sostuvo el joven Thorn con desafío—. ¿Por qué no me dice usted cómo murieron? En vista de que al parecer lo sabe todo.

    Lucas la sostuvo la mirada, intentado detectar de nuevo alguna señal de vacilación como había ocurrido hace un momento. Sin embargo, el muchacho había recuperado rápidamente su postura de hielo.

    —Quizás volvamos a ellos más adelante —comentó algo despreocupado, y volvió sus ojos hacia su expediente.

    En realidad, no necesitaba que él le dijera nada de los Thorn, ni de ninguna de las personas en ese expediente. Él ya conocía las circunstancias exactas de sus muertes, además de las teorías de cómo el muchacho había intervenido en cada una. De momento le bastaba con dejarle ver que él lo sabía todo; que sabía el nombre de todas esas personas, y que alguien había notado sus acciones por más que haya querido aculatarlas.

    —¿Y si hablamos de muertes un poco más recientes? A ver si esas las tiene más presentes. Como Joan Hart, Bill Atherton, David Pasarian, Charles Warren… Todas personas que trabajaban para usted, su familia o su empresa; todos fallecidos de formas horribles. ¿Alguno de estos nombres le resulta más familiar?

    —Vagamente… ¿El Sr. Warren está muerto? —comentó Damien de pronto con genuina curiosidad—. La última vez que supe, sólo estaba desaparecido.

    Lucas no le ofreció una respuesta a dicha pregunta, pero su silencio dejaba de cierta forma implícita la verdad.

    —Hasta este punto parece bastante evidente para cualquiera que la muerte lo persigue a donde quiera que vaya, Sr. Thorn. ¿No le parece extraño?

    —Trágico, diría yo —respondió Damien escuetamente, y de nuevo otro movimiento que intentaba ser un encogimiento de hombros.

    —¿Qué hay de los miembros de su propia familia? ¿A ellos sí los recuerda? Además de sus padres, tenemos en la lista a su tía abuela, Marion Thorn. A su tío, Richard Thorn…

    —Por favor —exclamó el muchacho, dejando escapar además una risilla burlona.

    —¿Qué me dice de su primo? Mark Thorn.

    Y fue justo en ese momento en donde ocurrió lo que Lucas tanto esperaba percibir: una reacción, una real, tangible, imposible de ocultar. En cuánto Lucas pronunció aquel nombre, el rostro entero de Damien cambió. Su sonrisa se esfumó y su mirada se endureció, adoptando abruptamente una expresión mucho más seria, preocupada… incluso, molesta.

    Lucas tomó de nuevo el expediente, echándole un ojo por encima a la parte que hablaba justo de esa persona en especial.

    —Mark Thorn —repitió en voz alta para que el muchacho pudiera oírlo con claridad. Cerró el expediente de nuevo forma abrupta, y cruzó sus brazos sobre el pecho, presionando el expediente contra éste—. Hábleme de él.

    —¿Qué hay que decir? —pronunció Damien con sequedad—. Murió por una hemorragia, causada por una malformación en su cerebro difícil de detectar… e imposible de evitar.

    —Y usted fue el único con él cuando ocurrió tal hemorragia, ¿no es cierto? —preguntó Lucas con curiosidad, aunque él ya conocía muy bien la respuesta.

    —Sí… y fue horrible —musitó Damien, desviando su mirada hacia un lado—. Una horrible tragedia de la que prefiero no hablar.

    —¿Por qué no? ¿Es que acaso recordar aquel incidente le remueve esa pequeña parte de su ser que los individuos normales llamamos conciencia? Porque en realidad no fue causado por una malformación de su cerebro, ¿o sí?

    Damien giró rápidamente el rostro hacia él, y en sus ojos Lucas pudo notar un fuego incandescente, alimentado por una rabia interior que el muchacho aún luchaba por mantener mitigada, pero que aun así lograba colarse lo suficiente al exterior.

    —No tengo idea de lo que habla —farfulló con voz enronquecida.

    —¿Ah, no? ¿Y qué pensaría si le dijera que a lo largo de los años, he conocido a al menos tres individuos capaces de provocarles hemorragias cerebrales a alguien con tan sólo concéntrese lo suficiente? Un sólo pensamiento, y el cerebro de la otra persona se volvía papilla molida. ¿Qué opina de eso?

    —Que ha visto muchas películas de terror —sentenció Damien cortante.

    Lucas se permitió sonreír divertido. Era evidente que el asunto de su primo lo afectaba mucho más que el resto de los nombres de esa lista. Quizás a él en realidad no quería matarlo; quizás su caso sí fue un accidente, después de todo. Pero eso era especular demasiado. Lo que fuera que le causara esa reacción, era su puerta de entrada.

    —Ya deje de fingir, Sr. Thorn —exclamó en alto, como una advertencia—. Todos aquí sabemos lo que usted es y lo que puede hacer. Sabemos muy bien que ninguna de estas muertes fue accidental. Sabemos muy bien que usted mató a todas estas personas, incluido a su propio primo. ¿Por qué? ¿Ambición? ¿Ira? ¿Algún placer retorcido? Cualquier motivo es bueno, ¿no es cierto? Para alguien que es capaz de matar con tan sólo desearlo, incluso sin estar cerca de su víctima. El asesino perfecto.

    —Está loco —sentenció Damien con irritación, agitándose en la camilla, por primera vez pareciendo hacer un sincero intento de zafarse de las apretadas correas—. ¿Tiene alguna prueba de estas tonterías que escupe?

    —Ese es justo el problema, ¿no es cierto? —murmuró Lucas, astuto—. ¿Cómo probar que alguien con estas capacidades existe? ¿Cómo probar que alguien que puede matar a otra persona a kilómetros de distancia lo hizo? Las leyes de este mundo no contemplan a personas como usted, lo que permite que pueden ir por sus anchas haciendo lo que quieran. Pero para eso justo existimos. Nosotros no necesitamos pruebas, jueces, jurados, abogados, ni siquiera verdugos, dado el caso. Nosotros trabajamos con completa autonomía de actuar y neutralizar cualquier amenaza fuera de los parámetros normales, que represente un peligro para las buenas personas de esta nación. Como usted, Sr. Thorn —sentenció alzando el expediente en alto para que pudiera verlo—. Tantas vidas inocentes, cegadas por el simple hecho de haberse cruzado con usted. Ni siquiera su propia familia podía considerarse a salvo. Pero estoy aquí para decirle que eso termina hoy. Usted está ahora en mis manos. Y mientras más rápido admita su culpa y comience a cooperar, mejor será para usted.

    Damien guardó silencio escuchando atentamente todo aquel discurso que le soltaba. Su expresión se volvió aún más aguerrida, y el fuego en sus ojos se volvió aún más presente. Esa rabia que tanto había intentado esconder tras una máscara de indiferencia y tranquilidad, al fin se había asomado lo suficiente para que todos la vieran. Ese era un vistazo al verdadero monstruo que se escondía debajo de Damien Thorn…

    De pronto, otro pequeño gesto se asomó en su rostro, como si hubiera captado un sonido repentino, o algo moviéndose en la periferia de su visión, y eso distrajera su atención hacia otra cosa. Lentamente giró su rostro hacia un lado, y sus ojos se posaron justo en una de las cámaras en la esquina superior del cuarto; aquella que apuntaba justo hacia su rostro, en realidad. Y desde su respectivo monitor en la sala de observación, los espectadores de toda aquella charla pudieron captar su mirada virando hacia ellos, como si los estuviera viendo directamente a través de la cámara.

    Aquello ciertamente los inquietó, y este sentimiento fue particularmente palpable en los rostros de Russel y Davis, pero ninguno dijo nada.

    Damien se mantuvo callado y mirando a la cámara por varios segundos. Luego, de un momento a otro, un curioso destello le iluminó los ojos, como el destello de alguien que acababa de recordar algo olvidado, o se había percatado de un detalle muy obvio que había pasado por alto. Y ese vistazo al interior de su ser que habían captado hace un momento, despareció por completo. Los labios del chico se torcieron de nuevo en una aguda sonrisa astuta, y el fuego que reflejaba en su mirada hasta hace un momento, se convirtió de pronto en una arrogancia tan abundante, que casi se desbordaba de sus ojos. Y por si fuera poco, al instante siguiente de su boca se escapó un pequeño dejo de risa, que fue creciendo poco a poco, hasta al final convertirse en una sonora y casi desquiciada carcajada que rebotó de forma disonante en toda aquella habitación.

    Aquello destanteó aún más a Lucas, tanto que por reflejo retrocedió un paso, como queriendo hacer más distancia entre aquel chico y él. Pero no fue el único, pues desde la sala de observación, McCarthy y los demás se quedaron igualmente pasmados ante este cambio. Y al menos Davis si percibió una sensación fría que le subía por la espalda.

    Aquel no era el chico despreocupado del inicio, tampoco el alimentado por la ira de hace unos segundos. Aquello era algo más…

    —Muy bien —masculló Damien una vez que dejó de reír. En ese momento miraba fijamente hacia el techo sobre él, y a las luces fluorescentes que colgaban de él—. Muy, muy bien… Me atraparon; los felicito. Sí, en efecto, yo soy el monstruo que buscaban. Y les confirmo que a esa lista le faltan todavía muchos otros nombres. Sin embargo, me temo que en realidad a muchas de esas personas que mencionaron no las maté yo personalmente. Pero se pueden consolar en que sí tuve que ver, de alguna forma, con sus muertes. Y sí, justo como dice, a veces es tan sencillo como sólo desearlo, concentrarme lo suficiente, y… ¡zas! Cerebro hecho papilla. Otras no es tan simple, pero con un poco de esfuerzo todo se puede, ¿no?

    Alzó entonces su cabeza lo suficiente para volver a posar su atención fija en Lucas, que lo observaba expectante desde las alturas.

    —Pero ninguna de esas personas es el motivo verdadero por el que estamos aquí, ¿no es cierto? ¿Por qué no dejamos esta farsa y me dices en verdad lo que quieres… Lucas?

    Aquello provocó que el director, al igual que casi todos los demás espectadores, se estremecieran de sorpresa, pero también de temor.

    —Él nunca le dijo su nombre —señaló Russel en voz baja, atónito.

    —¡Está usando sus poderes! —exclamó McCarthy, exaltado.

    —Es imposible, el ASP-55…

    —¡Eso no importa! ¡Duérmalo ahora! —ordenó McCarthy con apuro.

    Russel asintió. Estaba por la darle la indicación al hombre sentado frente al panel de control, cuando alguien más intervino.

    —¡Aguarden! —pronunció Cullen en alto—. Miren.

    La agente señalaba con su dedo hacia uno de los monitores, el de la cámara que enfocaba directo al Dir. Sinclair. En éste, se veía claramente como Lucas miraba hacia la cámara, y tenía una mano alzada en su dirección, con la clara indicación de “Alto”. Muy seguramente él había pensado lo mismo que ellos, y había previsto además cuál sería la siguiente acción de sus subordinados.

    —Nos indica que esperemos —señaló Cullen.

    —Es muy arriesgado —sentenció McCarthy, negando con la cabeza—. Si logró captar su nombre, podría hacer algo más.

    —Quizás no —añadió Russel, aunque un tanto dubitativo—. Quizás siempre lo supo y sólo estaba jugando con nosotros. Es totalmente imposible que pueda usar ese grado de telepatía con esta dosis del ASP-55. El director lo sabe. Así que tendremos que confiar en que también sabe lo que hace.

    McCarthy no dijo nada más, pero era claro que no estaba en lo absoluto de acuerdo con eso. Cada vez se convencía más de que dejar a ese muchacho despierto sería el peor error que podrían cometer.

    Lucas respiró hondo, y se forzó a recuperar la compostura antes de volver a hablar.

    —¿A qué se refiere con eso?

    —Dije que dejáramos las farsas, Lucas —sentenció Damien, poniendo principal énfasis al pronunciar su nombre—. Sé que ninguna de esas personas te importa tanto en realidad; son sólo nombres y números en un papel, como tantos que has visto antes. Pero todo esto se trata de algo más personal, ¿no es cierto? Dime, ¿qué nombre de esa lista no has pronunciado? ¿A quién hice tanto daño como para llenarte de tanto odio hacia mi persona?

    —Te equivocas —respondió Lucas con firmeza marcial—. Estos nombres, estos números, por supuesto que son importantes para mí. Cualquiera que sufra en manos de individuos como tú, con poder pero sin los escrúpulos para usarlos como es debido, es importante para mí.

    Hizo una pausa, que conforme más se alargaba, más vacilante parecía.

    —Pero es verdad que hace poco heriste a alguien cercano a mí —admitió en voz baja, sin tener del todo claro por qué lo hacía—. Su nombre era Jane Wheeler.

    —¿Jane Wheeler? —pronunció Damien, curioso. Inclinó su cabeza hacia un lado, con expresión reflexiva—. Jane Wheeler… —repitió—. Wheeler…

    La claridad pareció llegarle de golpe tras unos instantes. No tenía claro si acaso había oído directamente ese nombre en alguna de sus experiencias pasadas, o simplemente algo por debajo de su propia consciencia hizo las conexiones necesarias para relacionarlo con una persona en concreto.

    —Ah, la madre de Terry —concluyó, esbozando una sonrisa juguetona. La mención tan directa a la hija menor de Eleven, claramente crispó a Lucas—. La última vez que la vi estaba un poco perdida en su propia cabeza, me parece. ¿Acaso la buena señora se murió? Es una lástima, si es que fue así. Pero ella fue la que se metió conmigo, no al revés. Si ella y sus amigos se hubieran alejado de mis asuntos, nada hubiera pasado.

    —No me interesa escuchar tus excusas —declaró Lucas, tajante.

    —No es una excusa —exclamó Damien, soltando después una aguda carcajada—. Es un hecho, en toda la extensión. Pero no importa. De todas formas, creo que ya estoy entendiendo de qué va todo esto.

    Aquel repentino comentario destanteó a Lucas. Era como si hubieran cambiando abruptamente de conversación.

    —¿Qué está diciendo?

    Damien volvió a reír, incluso más irreverente que antes.

    —Escúchame bien, Lucas, porque sólo lo diré una vez —pronunció con voz clara y serena—. Así es como será esto: me soltarán en este momento, me dejarán ir, y todos haremos como si este penoso incidente nunca hubiera ocurrido. Quizás incluso arregle que se les dé una buena contribución a su causa; por las molestias. Y es la oferta más generosa que recibirás.

    Lucas se sintió totalmente perdido. ¿De dónde salía todo esto? ¿Por qué su actitud y su postura habían cambiado tan de golpe? ¿De qué se estaba perdiendo?

    —¿Está intentando sobornarme?

    —No, claro que no —indicó Damien, negando con la cabeza—. Te estoy amenazando, en realidad. Ya que si no haces lo que le digo en este instante, tú y todos en esta base… morirán. Y me parece que será muy, muy pronto.

    Aquellas palabras se quedaron flotando en el aire, llenando la habitación de un aire denso y pesado, impregnado de todas las implicaciones que tenían. Un par de los soldados en la galería parecieron inquietos, y centraron su atención en el director, en busca de algo de aclaración, y quizás de soporte. Lucas observaba al muchacho, claramente confundido, y sin saber cómo se suponía que debía responder a aquello. ¿Era sólo una amenaza al aire que tiraba para que picara? ¿O sabía algo que él no?

    Daba igual lo que se propusiera. Estaba a una simple señal de su mano de que lo pusieran a dormir de nuevo, lo encerraran en esa quirófano, y los soldados lo llenaran de balas. Cualquier poder que creía tener en esa situación, era una mera ilusión.

    —Ignoro qué clase de juego le esté cruzando por la cabeza —sentenció Lucas con voz firme—. Pero desde ahora le digo que nada de lo que acaba de decir ocurrirá. En lo que a mí respecta, una vez que salga de aquí, se quedará amarrado a esa camilla, plácidamente dormido, hasta que a mí me dé la gana volver a despertarlo. Y espero que en ese momento comience a ser más participo.

    Lucas hizo en ese momento el ademán de darse media vuelta para dirigirse a la sala de observaciones, y dejar todo ese asunto atrás de momento.

    —Es obvio que quien ignora cosas aquí eres tú, Lucas —exclamó Damien en alto para que pudiera escucharlo—. Estás tan ciego que no te has dado cuenta que tú ya no eres el jefe aquí. De hecho, me parece que ahora lo soy… yo.

    Lucas se detuvo en seco al escuchar tan escandalosa declaración, y no pudo evitar girarse de nuevo en su dirección, y pronunciar desorientado un simple:

    —¿Qué?

    Nadie tuvo tiempo de decir nada más, o siquiera detenerse un segundo a meditar más profundo en toda esa situación, pues en ese momento… los altavoces de la sala, y las radios que portaban Lucas, McCarthy y los demás soldados, comenzaron a sonar. Y por todos ellos se escuchó la misma voz de mujer:

    —Atención, a todo el personal del Nido.

    Todos se quedaron quietos en su posición, con su atención fija en el origen de aquella voz más cercano a cada uno.

    —¿Esa es Kat? —pronunció McCarthy sorprendido al reconocer la voz de su secretaria. Tomó entonces la radio, acercándola más a su rostro.

    Desde su posición aún en la parte elevada del quirófano, Lucas hizo lo mismo.

    —Creo que el tiempo se te acabó —escuchó que Damien murmuraba desde abajo. Al girar a mirarlo, éste sonreía lleno de complacencia—. Lo siento…

    Antes de poder preguntar algo más, la misma voz en las radios siguió hablando:

    —Éste es un anuncio importante. Presten atención, por favor. —Hubo una pequeña pausa expectante, y entonces pronunció con voz solemne—: El Lucero de la Mañana ha salido al fin. Es momento de mirar al cielo para contemplarlo mejor. Buenas tardes.

    Y tan repentino y extraño como había iniciado, la conversación simplemente se cortó, dejando de nuevo en silencio todas las radios cercanas, y una confusión generalizada.

    —¿Y eso qué demonios fue? —preguntó Russel, desconcertado, mirando a McCarthy en busca de alguna explicación. Si la que había dado ese extraño anuncio fue su secretaria, lo esperado era que él tuviera alguna respuesta, pero no era el caso. McCarthy en realidad se encontraba igual de confundido que todos, sino era que incluso más.

    —Creo que se refería a esto —comentó Cullen de pronto con voz sosegada. Russel y Davis tardaron un poco en reaccionar tras escuchar sus palabras, y para cuando se giraron hacia ella... la agente ya había desenfundado de un movimiento su arma, y menos de un segundo después pegó el cañón de ésta contra la parte trasera de la cabeza del técnico sentado frente a los controles, y tiró del gatillo.

    El estruendo del disparo retumbó en las paredes de la pequeña habitación, al tiempo que un fuerte estallido de sangre brotaba desde la frente de aquel hombre, manchando por completo el panel de control, y los monitores de las cámaras.

    Todo fue tan rápido, que ninguno de los otros dos hombres presentes logró siquiera carburar lo que había ocurrido, hasta que el cuerpo del técnico se desplomó flácido contra la consola, en un sonido sordo que resultó incluso más atormentador que el propio disparo.

    Al instante siguiente, Cullen se giró rápidamente hacia ellos con su arma en alto, apuntando con ésta directo a la cara de Russel, quien se quedó quieto como piedra en cuanto vislumbró aquella arma apuntándole. Cullen presionó el gatillo con fuerza, pero un instante antes de que la bala saliera del cañón, McCarthy se adelantó, y de un manotazo desvió el cañón del arma hacia un lado y la bala pasó casi rozando la sien del Dr. Shepherd y se estampó contra el muro. El científico soltó un chillido, y cayó al suelo.

    —¡Ruby! —exclamó McCarthy con fuerza, al tiempo que sujetaba a la agente de su muñeca, intentando desarmarla, pero también procurando mantener la pistola lejos del rango de disparo de él o de Russel—. ¡¿Qué estás ha…?!

    Antes de que terminara su pregunta, Cullen le estampó con fuerza su rodilla en el estómago, haciendo que se doblara hacia el frente. Luego, aprovechando ese momento, se liberó de sus manos y le hizo una llave rápida, que tumbó al viejo capitán de espaldas al suelo. Teniéndolo ahí a sus pies, Cullen se giró lo más rápido que pudo para apuntarle a la cabeza y disparar, pero no lo suficiente antes de que McCarthy moviera con rapidez una de sus piernas, barriendo las de ella y haciendo que también se precipitara abruptamente al suelo, y su arma se escapara de sus manos.

    —¡Corra, Shepherd! —gritó McCarthy con voz colérica, al tiempo que intentaba colocarse sobre Ruby para someterla en el piso.

    Russel no necesitó más que eso para reaccionar al fin, ponerse de pie y salir corriendo con todas sus fuerzas de aquella sala.

    Por su parte, el retumbar de los dos disparos de Cullen en la sala de observación llegó hasta los oídos de Lucas, y rápidamente se giró hacia dicha dirección, tan alarmado que no le importó soltar el expediente que traía consigo y que su contenido se desparramara por el suelo.

    Hubo un tercer disparo, o más bien una sucesión de ellos. Sin embargo, estos retumbaron bastante más cerca. Lucas giró su cuello como un látigo, justo para ver como uno de los soldados de la galería caía hacía atrás sobre el suelo del nivel alto. A su vez, su compañero de pie justo a su lado, sostenía su rifle aún humeante en su dirección. Él le había disparado.

    Y sólo fue el primero, pues de inmediato uno más lo hizo en contra de otro de sus compañeros, y un tercero se los unió. El primero también comenzó a disparar antes de que alguno de los otros pudiera reaccionar. El soldado a la derecha de Lucas cayó abatido antes de poder alzar por completo su arma, cayendo a sus pies. Y de un segundo a otro, ráfagas de balas cortaron el aire de un lado a otro entre los diez soldados que se suponían estaban ahí por seguridad.

    Lucas miró todo aquello como una escena en cámara lente de una película, como si estuviera en medio de un campo de batalla y no en la supuesta seguridad de su base. Sus propios soldados, disparándose entre sí, pólvora, humo y sangre impregnaron rápidamente el aire de la habitación. Y de un momento a otro, uno de aquellos tres soldados traidores se giró directo hacia él, y lo apuntó con su arma.

    Lucas forzó a su cuerpo a reaccionar, y rápidamente se tiró al suelo, apenas logrando esquivar los disparos que iban directo a su cabeza. Se arrastró un metro hacia un lado, justo a donde había caído uno de sus hombres, y sin dudarlo mucho tomó su arma, se puso de rodillas y comenzó a disparar, intentando más que nada mantener a raya a los atacantes, y estos retrocedieron. Gritó a sus hombres, esperando que alguno lo escuchara y lo siguiera. Sin embargo, un vistazo rápido a su alrededor le bastó para darse cuenta de que no quedaba nadie más; sólo esos tres hombres, que claramente ya no eran sus hombres.

    —Se lo dije —escuchó como murmuraba la presuntuosa voz de Damien desde su camilla. Lucas se sobresaltó al instante. ¿Acaso ese muchacho…?

    No tenía tiempo para pensar en ello. Volvió a disparar con el rifle, prácticamente sólo soltando disparos al aire. Logró herir a uno de los soldados atacantes, derribándolo, y los otros volvieron a mantener su distancia, cubriéndose detrás de las columnas. Lucas aprovechó ese momento para ponerse de pue y correr hacia la sala de observaciones.

    Sin embargo, Lucas ignoraba que las cosas allá estaban incluso peor.

    Ruby logró quitarse de encima a Davis, dándole un cabezazo con fuerza que le hizo sangrar la nariz. Una vez que la soltó, lo pateó con fuerza para alejarlo de ella, y rápidamente se puso de pie de un salto, alzando sus puños en su posición de ataque. McCarthy, adolorido y mareado, se puso también de pie rápidamente, al tiempo justo para cubrir un derechazo de la agente Cullen que iba directo a su cara. Tomó su propia arma y la desenfundó, pero Ruby se la tiró de las manos con una rápida patada circular, haciendo lujo de sus extraordinarias habilidades de combate fruto de sus años de entrenamiento y misiones en el campo.

    —¡Ruby! —gritó McCarthy, agitado, y alzó rápidamente sus puños—. ¡El muchacho! ¡Él debe estarte controlando!

    Una sonrisa torcida se dibujó en los labios de la capitana.

    —Eso lo haría todo mucho más simple, ¿verdad? —musitó Cullen, risueña, y comenzó al instante a lanzar una serie de golpes en contra de McCarthy, bastante contundentes, y que el viejo capitán a duras penas lograba repeler—. Pero me temo que no es así. Esto lo hago por mi propio libre albedrio. De hecho, ¡ésta siempre fue mi verdadera misión!

    Davis se sobresaltó atónito al escuchar aquello, y ese momento de vacilación resultó su ruina. Ruby le propinó un golpe directo a su quijada por el costado derecho, que lo desequilibró. Después, dejó caer su pie con todas sus fuerzas contra su rodilla, destrozándola en el acto. McCarthy soltó un agudo grito de dolor al aire, cómo quizás nunca había gritado. Por último, Cullen remató con otra patada circular que lo golpeó directo en su cabeza y lo terminó por estampar contra el suelo. McCarthy se quedó tirado, totalmente adolorido y mareado, y al parecer imposibilitado para levantarse. Lo más que pudo fue ladearse lo suficiente para quedar casi sentado, jadeando intentando que el aire volviera a sus pulmones

    —Te dije que tanto tiempo tras un escritorio te había atrofiado —comentó la capitana, casi burlona, al tiempo que recogía del suelo el arma de McCarthy. La sujetó firme con una mano y la apuntó directo al rostro del director general del Nido. Éste miró el arma ante él, aun totalmente imposibilitado de creer que aquello era algo real.

    —Ruby… ¿Por qué…? —logró preguntar entre dolorosos jadeos, pero los golpes definitivamente no dolían tanto como la horrible traición que estaba presenciando.

    Algo en el rostro de Ruby se suavizó al momento de escuchar esa pregunta, pero sólo duró un momento. Al instante siguiente, volvió a cubrirse de la misma frialdad que tanto la distinguía.

    —Lo siento, Davis —murmuró en voz baja, carente de cualquier tipo de emoción real—. Consuélate en saber que es por un bien mayor.

    Y sin más, jaló el gatillo. Un sólo disparo certero, y el proyectil dio directo en el centro de la frente de Davis McCarthy, cuyo último pensamiento iría dedicado a sus hijas y a su esposa.

    En el momento justo en el que Cullen presionó el gatillo, la puerta de la sala que daba al área del quirófano se abrió de golpe. Y fue el momento adecuado para que Lucas presenciara como el cuerpo del capitán McCarthy se precipitaba hacia atrás luego del impacto, quedando de espaldas al suelo. La sangre no tardó en escapar por la herida de salida, encharcándose en el suelo debajo de él.

    —¡No! —exclamó colérico, alzando de golpe el rifle que traía consigo y apuntando con éste directo a Ruby. El reconocer a la asesina de su amigo sólo lo hizo vacilar un instante, pero se sobrepuso rápidamente, y jaló el gatillo en su contra sin titubeo.

    Ruby se echó al suelo y rodó, hasta colocarse tras la silla sobre la que aún se encontraba el cuerpo del técnico con la horrible herida de bala en la cabeza. El cuerpo recibió gran parte de los disparos de Lucas, sirviendo de un útil escudo para la capitana. Ésta pateó de golpe la silla desde atrás, enviándola rodando con todo y el cuerpo ensangrentado hacia Lucas, embistiéndolo.

    El golpe lo desequilibró, pero la espalda de Lucas chocó contra el muro, evitando que cayera. Intentó volver a disparar, pero Ruby se le adelantó, alzando el arma de McCarthy aún en sus manos y disparando rápidamente hacia él. Lucas tuvo que moverse rápidamente hacia un lado para esquivar los disparos, y uno de ellos le rozó peligrosamente el hombro derecho, rajándole su traje y su piel superficialmente.

    Por el rabillo del ojo vio como los tres soldados del quirófano entraban por la misma puerta que él, con sus armas en mano listas para contraatacar; incluso aquel que creía haber derribado, parecía sólo haber sido herido. Con la rabia acumulada en su garganta, en especial al echar un vistazo rápido al cuerpo de McCarthy en el suelo a unos cuantos metros de él, Lucas supo que no había mucho que podía hacer él solo contra tantos enemigos.

    No ahí dentro, al menos.

    Disparó casi a ciegas para forzar a Ruby y a los otros tres a cubrirse, y de esa forma poder dirigirse corriendo hacia la puerta de la sala. Tardó unos segundos en poder abrirla con su tarjeta electrónica, segundos que el primer soldado en poder ingresar a la sala aprovechó para disparar, pero sus balas terminaron dando contra la puerta blindada, al tiempo que Lucas se escurría hacia afuera, lejos de su alcance.

    Los tres soldados traidores se dispusieron a encaminarse rápidamente detrás de él.

    —Déjenlo —espetó Cullen con fuerza, mientras se acomodaba su abrigo. Se aproximó hacia donde yacía su propia arma, la recogió del suelo, y la regresó a su funda—. De todas formas no tiene ningún sitio al cuál ir.

    Había malicia en su voz al pronunciar aquello. El pobre Dir. Sinclair desconocía el verdadero alcance de lo que estaba ocurriendo en esos momentos, pero no tardaría mucho en descubrirlo.

    —Nosotros tenemos algo más importante que hacer —pronunció con dureza, y con un ademán de su cabeza les indicó a los hombres que la siguieran, y así lo hicieron.

    Los cuatro salieron también de la sala, pero con otro destino. Ellos en cambio bajaron por las escaleras de acero a un lado de la sala de observaciones, para dirigirse a la parte baja del quirófano. Ahí, aguardando pacientemente mientras miraba al techo, se encontraron con Damien recostado en su camilla.

    —Desátenlo —ordenó Ruby con apuro, y los tres hombres se apresuraron a obedecer sin mediar palabra.

    Rápidamente le retiraron los tubos conectados a sus brazos, y por supuesto las gruesas corras que le rodeaban el cuerpo. Damien permaneció quieto mientras lo liberaban. Una vez listo, dos hombres se ofrecieron a ayudarlo a pararse, pero el muchacho se negó y lo hizo por su propia cuenta. Entendería de inmediato el porqué de aquel ofrecimiento, pues lo que fuera aquella droga que le estaban suministrado, en efecto lo había dejado mareado. Aun así, logró pegar sus pies descalzos sobre el frío piso, y erguirse firme ante ellos.

    La atención del muchacho se centró sobre todo en aquella mujer de cabellos rubios y atuendo verde. Ésta, en cuanto sintió su mirada sobre ella, esbozó una amplia sonrisa, tan grande que parecía casi irreal. Y sus ojos brillaron con una enorme emoción que casi amenazaba en escapar de ella en la forma de un desbordante llanto.

    Supo de inmediato que ella habían surgido aquellas emociones y pensamientos que había captado hace unos momentos; aquellos que le indicaron que justo eso estaba por ocurrir.

    —Mi señor —pronunció Ruby con solemnidad, y de la nada se tiró de rodillas al suelo, agachando su cabeza con sumisión. Los tres soldados a su lado no tardaron es hacer exactamente mismo—. Es el más grande honor para mí poder estar en su presencia. Me postro humilde ante sus pies.

    Damien la observó a ella y a los otros con expresión indescifrable. Ladeó su cabeza hacia un lado, y con apenas un dejo de emoción palpable en su voz pronunció:

    —Déjame adivinar; eres discípula de Neff, ¿cierto?

    —Así es, mi señor —masculló la Capt. Cullen, agachando aún más la cabeza—. Mi nombre es Ruby, y soy su leal sierva.

    Damien bufó aburrido, y pasó una mano por su cabello, haciendo su fleco hacia atrás. Sólo hasta ese momento, cuando pasó sus dedos por su cabello, y pudo echarle más fácilmente una mirada a su mano, se dio cuenta de que no había seña alguna de quemadura en su piel. Lo último que recordaba era estar en el pent-house, con la piel tan rostizado como un pollo, y un dolor indescriptible recorriéndole el cuerpo.

    Ahora no había rastro alguno de aquello. ¿Qué había pasado exactamente?

    Permitió que aquello distrajera su atención sólo unos momentos, y luego se forzó a enfocarse de nuevo en el presente.

    —Cómo sea —masculló casi indiferente, y comenzó sin más a caminar hacia la puerta—. Sólo sáquenme de este establo.

    —Sí, señor —exclamó Ruby con ferviente emoción—. Su transporte ya viene el camino.

    Rápidamente todos se pararon de nuevo y rodearon a Damien como una guardia de honor, con la capitana al frente de ellos.

    —Andando —ordenó Ruby con firmeza, y comenzaron a caminar con paso firme hacia la salida. Damien los siguió sin decir nada.

    FIN DEL CAPÍTULO 147
    Notas del Autor:

    Pues después de algo de espera, aquí lo tienen: el movimiento de la Hermandad, atacando al DIC desde sus propias entrañas, como Neff había prometido. Y ya tenemos las primeras bajas de este cruel ataque. Pero no se descuiden, pues esto apenas está comenzando…
     
  8. Threadmarks: Capítulo 148. Ataque a Traición
     
    WingzemonX

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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
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    Capítulo 148.
    Ataque a Traición

    —…Es momento de mirar al cielo para contemplarlo mejor —pronunció aquella voz de mujer desde la radio en el cinturón del Sgto. Schur—. Buenas tardes.

    Y justo entonces, todo volvió a quedar en silencio. Lisa, Cody y Lucy miraban fijamente al soldado, esperando algún tipo de explicación, si es que acaso había alguna que pudiera (o quisiera) compartirles. Francis, por su parte, sólo miraba la radio en su mano, a todas luces tan confundido como ellos.

    —¿Y eso qué fue? —se atrevió Lisa a preguntar, parándose de su silla y dando un paso hacia él—. ¿Algún tipo de código? ¿Ocurrió algo?

    Francis negó con la cabeza, pero fue la única seña que se permitió mostrar que indicara que no tenía idea de lo que había sido ese extraño mensaje. Desde el inicio había reconocido la voz de Kat, la secretaria del Capt. McCarthy, pero fuera de eso no tenía idea de qué podían significar esas palabras que había pronunciado. No concordaba con ninguno de los códigos que solían usar.

    Si se trataba acaso de algún tipo de broma, alguien estaría en graves problemas, pues ese tipo de mensajes masivos debían ser usados únicamente en una situación de emergencia general. Sin embargo, le era difícil imaginar a la señora Kat prestándose para algo como eso.

    Lo único que podía hacer de momento era buscar a alguien que pudiera darle cualquier tipo de explicación.

    —Aquí el Sgto. Schur —pronunció con firmeza a la radio por el canal abierto—. ¿Alguien podría explicarme qué fue ese mensaje de hace rato? Cambio.

    Aguardó unos segundos, a la expectativa de escuchar la voz de cualquiera al otro lado. Sin embargo, lo único que pudo percibir fue el silencio.

    —Aquí el Sgto. Schur, ¿alguien me escucha? Cambio —volvió a intentar, obteniendo el mismo resultado. Aquello estaba tornándose aún más extraño.

    Mientras tanto, desde la otra habitación, Gorrión Blanco los observaba a través del cristal, igualmente esperando que el sargento obtuviera alguna explicación, pues ella misma se sentía perdida. El mensaje también se había transmitido por las radios de los dos soldados que la acompañaban en la habitación, y tampoco tenía la menor idea de qué podría tratarse.

    —¿Qué estará pasando? —musitó con preocupación, cruzándose de brazos—. ¿Alguno de ustedes lo sabe? —preguntó junto después, girándose sobre su hombro hacia los otros dos soldados.

    Estos, sin embargo, sólo la miraron de soslayo con expresiones duras y desdeñosas, sin proporcionarle ningún tipo de respuesta. Esto por supuesto no agradó ni un poco a Gorrión Blanco.

    —De acuerdo… —susurró la chica de malagana, y se giró de nuevo hacia el otro cuarto.

    Aquello le molestó, pero en el fondo sentía que no tenía derecho a quejarse del mal trato de sus supuestos compañeros. El Sgto. Schur mismo le había advertido tras lo ocurrido en el bosque que sus acciones tendrían consecuencias, y no era que antes de eso la trataran mucho mejor.

    Sin embargo, la verdad era que la situación iba a mucho más que eso.

    Mientras Gorrión Blanco miraba hacia el otro cuarto, los dos soldados se miraron el uno al otro de reojo. Sin pronunciar palabra alguna, se dijeron que sus solas miradas lo suficiente, y cada uno lo dejó aún más claro con un discreto asentimiento de sus cabezas.

    De pronto, de un movimiento rápido, uno de los soldados alzó su rifle, lo apuntó directo a la cabeza de Gorrión Blanco, y jaló el gatillo…

    No obstante, desde el momento justo en el que dicha acción se convirtió en un pensamiento consciente en la mente de aquel hombre, Gorrión Blanco sintió como dicha idea la golpeaba con fuerza desde atrás, mucho antes de que la bala saliera del cañón. Durante las primeras facciones de tiempo, no logró entender con claridad qué era aquello, e incluso pensó por un momento que sería atacada por otra de esas violentas visiones. Pero en lugar de eso, su cuerpo se estremeció y se tensó, y una parte inconsciente de ella tuvo la claridad suficiente para reaccionar antes de que la consciente lo hiciera.

    Gorrión Blanco se giró rápidamente en el instante mismo que la dedo del soldado presionaba el gatillo. Y antes de que el estruendo del disparo llegara a los oídos de cualquiera, sus poderes ya se habían encendido. Y la bala, que en un momento se dirigía directa hacia su cabeza, se desvió abruptamente, dibujando una curva y pasando a escasos centímetros del rostro de Gorrión Blanca. El proyectil siguió su curso, atravesando el vidrio, desquebrajándolo y dejando detrás un agujero.

    La bala siguió hacia el otro cuarto, estrellándose contra el muro justo detrás de Cody y Lucy, aunque casi un metro por encima de sus cabezas. Lucy soltó un chillido de espanto al escuchar el estruendo del disparo y el vidrio, mientras que Cody y Lisa tuvieron el reflejo de agacharse, alarmados. Francis, por su parte, reaccionó rápidamente dirigiendo una mano hacia su arma para desenfundarla de un tirón.

    Los cuatro desconocían lo que había ocurrido en el otro cuarto, y que en realidad aún estaba ocurriendo.

    Gorrión Blanco se volteó atónita hacia los soldados, notando como el primero se disponía a volver a disparar, y el segundo igualmente alzaba su rifle. Gorrión Blanco reaccionó, y por reflejo empujó con violencia al primero de los soldados hacia atrás, haciéndolo chocar contra el muro con tanta fuerza que al momento siguiente cayó al suelo, al parecer inconsciente.

    El otro soldado no perdió el tiempo y de inmediato disparó. Gorrión Blanco volvió a desviar la bala hacia el vidrio, haciendo que gran parte de éste volara en pedazos. Y antes de que pudiera dar un segundo disparo, Gorrión Blanco le arrancó con sus poderes el arma de las manos, lanzándola hacia un lado. El soldado, sin embargo, no se rindió ni perdió el tiempo, y de inmediato sacó de su cinturón un cuchillo y se lanzó hacia ella, acompañado de un grito de guerra. Gorrión Blanco se sobresaltó al ver esto, y su reacción inmediata fue similar a lo que había hecho con las balas, desviando al soldado con todo y su impulso hacia un lado lejos de ella, y haciendo que atravesara lo poco que quedaba del vidrio que separaba ese cuarto del de interrogatorios.

    El cuerpo del soldado cayó en la habitación contigua y rodó por el suelo. Cody rápidamente se paró y atrajo a Lisa hacia sí, e hizo que ambos se apartaran del soldado. Lucy, por su parte, se había escondido por reflejo debajo de la mesa luego del segundo disparo.

    —¿Qué rayos…? —exclamó Lisa atónita, mirando sobre el hombro de Cody al hombre en el suelo.

    Francis, sin embargo, no tardó en alzar su pistola y apuntarla directo a la aparente atacante, que ya sin prácticamente nada de vidrio entre ellos la tenía directamente en la mira.

    —¡No te muevas, Gorrión Blanco! —gritó el sargento con fuerza, su dedo listo para disparar a la menor provocación.

    Gorrión Blanco se sobresaltó y se giró a mirar a Francis en cuanto escuchó su grito. No tardó mucho en entender lo realmente sospechoso que podía verse todo aquello desde su perspectiva.

    —No, sargento —susurró la joven mujer con preocupación, alzando sus manos en señal de paz—. No es lo que cree…

    —¡Nos atacó sin motivo! —espetó de pronto el soldado en el suelo, aún consciente pero adolorido al parecer—. ¡Dispárele!

    —¡No!, ¡no es cierto! —exclamó Gorrión Blanco rápidamente con fuerza—. Ellos quisieron dispararme a mí de repente, y no sé por qué.

    —No la escuche —insistió el soldado en el suelo, haciendo ademán de querer levantarse un poco—. Ha perdido el control como lo hizo en aquel quirófano. Nos matará a todos si no la detiene ahora.

    —No es cierto —recalcó Gorrión Blanco, su palabras resonando casi como un sollozo—. Sargento, por favor… Tiene que creerme.

    Francis se mantenía firme y quieto en su posición, sus manos fuertemente aferradas a su arma, y su dedo tenso contra el gatillo. Apenas y giraba los ojos para intercalarlos entre el soldado y Gorrión Blanco. Algo muy raro estaba pasando ahí, eso más que claro. Pero lo importante era: ¿quién decía la verdad? Gorrión Blanco parecía sincera, y la forma en la que lo miraba con sus ojos bien abiertos y consternados así se lo hacía sentir. Pero, ¿por qué mentiría uno de sus hombres? ¿Era una venganza por lo ocurrido en el bosque?, ¿o en el quirófano? ¿Serían capaces de llegar tan lejos por eso?

    O, quizás, ¿se trataba de otra cosa…? ¿Tenía algo que ver ese extraño mensaje de hace un rato?

    Todo ocurría muy rápido, y Francis sabía que tenía que reaccionar y hacer algo. Mientras se debatía, su mirada se fijó detrás de Gorrión Blanco, donde el primero de los soldados se ponía de pie lentamente, manteniendo su cuerpo agachado como no queriendo llamar demasiado la atención. Y sin decir nada, levantó su arma y apuntó de nuevo con ella directo hacia la muchacha.

    Francis reaccionó por mero reflejo, casi como si su cuerpo hubiera tomado por su cuenta la decisión de moverse. Desvió rápidamente su arma de Gorrión Blanco hacia aquel otro soldado, y en menos de un segundo lo tuvo en la mira y jaló el gatillo. El disparo fue certero y directo, cruzando el aire directo contra la frente del soldado. Gorrión Blanco no tuvo el reflejo de desviar la bala, pues supo por algún motivo que no iba dirigida a ella, y ésta atravesó limpiamente la cabeza del hombre a sus espaldas. El soldado se desplomó hacia atrás, dejando una explosión de sangre en el muro a sus espaldas. Gorrión Blanco se giró a mirarlo, entendiendo rápidamente lo que había ocurrido.

    Al instante siguiente, el soldado en el suelo se puso rápidamente de pie, al parecer mucho menos afectado por el golpe de lo que aparentaba hace un momento, y se lanzó contra el Sgto. Schur con su cuchillo en mano. Éste se giró rápidamente hacia él para dispararle también, pero no fue necesario. Gorrión Blanco se encargó de él, empujándolo con su telequinesis contra el muro con una tremenda fuerza. El cuerpo del soldado se estampó de cabeza contra la pared, rompiéndole el cuello al instante.

    Su cuerpo se desplomó al suelo, a sólo unos cuantos metros de Lisa y Cody; éste último se apresuró a desviar el rostro de su novia hacia otro lado para que no lo viera, aunque ya fue tarde para ello.

    —¡¿Pero qué carajos está pasando aquí?! —exclamó Lucy aterrada, saliendo temblorosa de debajo de la mesa.

    La respuesta inmediata de Francis a su cuestionamiento fue volverla la siguiente en la mira de su pistola, lo que dejó a la rastreadora totalmente helada en su posición.

    —¿Alguno de ustedes es responsable de esto? —cuestionó con voz firme y aguerrida, y turnó su arma de Lucy hacia Cody—. Más vale que no me mientan.

    —Si se refiere a si alguno hizo que esos hombres los atacaran, le aseguro que ninguno de nosotros puede hacer algo así —respondió Cody con la mayor seguridad que le fue posible.

    —Ellos no fueron, de eso estoy segura —intervino Lisa con aprensión, apoyada aún contra el pecho de su novio.

    —Yo también les creo —replicó Gorrión Blanco, notándosele ligeramente agitada—. Esos soldados se pusieron raros luego de que ese mensaje se escuchara en las radios.

    Francis guardó silencio, mientras meditaba en todo lo que le decían. Ese extraño mensaje de nuevo, definitivamente tenía que ver con todo eso, sólo que no tenía claro cómo. No significaba nada para él, pero definitivamente significaba algo para esos dos, si con tan sólo escucharlo habían decidido atacarlos.

    Y entonces una preocupante revelación le cruzó por la mente en ese momento. Si mandaron ese mensaje por la línea de emergencia, no sólo habría sonado en sus radios, sino en todos los de la base. ¿Y si había más atacantes allá afuera…?

    —Algo muy raro está pasando —concluyó con seriedad, al tiempo que bajaba y guardaba de nuevo su arma—. Debemos buscar al Capt. McCarthy o al Dir. Sinclair.

    Sacó entonces de su bolsillo unas llaves y se aproximó a Lucy y Cody para retirarles las esposas que aprisionaban sus muñecas.

    —Ustedes tres, vengan conmigo y no se separen —ordenó con severidad.

    —¿Ir?, ¿ir a dónde? —inquirió Lucy con angustia—. ¿No sería mejor quedarnos aquí?

    —Si quieres quedarte aquí sola con dos cadáveres, adelante —señaló Cody, al tiempo que se dirigía a la puerta abrazado de Lisa.

    —Buen punto —susurró Lucy con resignación, y entonces no tardó en ponerse en camino también.

    —Quédate cerca de mí —le susurró Cody a Lisa, pegándola un poco más contra él. Ella sola asintió, incapaz de decir mucho más. Su cabeza daba bastantes vueltas tras ese giro tan repentino y extraño de las cosas. ¿Qué estaba pasando realmente?

    Gorrión Blanco también salió de la sala contigua, y los cinco se reunieron el pasillo, comenzando a marchar juntos en dirección a los elevadores.

    — — — —
    El mal presentimiento de Francis no sólo resultó ser acertado, sino que la realidad era incluso peor de lo que el sargento había imaginado.

    El quirófano 06 y la sala de interrogatorios no eran los únicos sitios del Nido en el que se había disparado aquella locura. El mensaje de Kat en los radios y altavoces había sido captado por toda la base entera, y en diferentes puntos de ésta el tiroteo se había desatado en un abrir y cerrar de ojos. De la nada, hombres y mujeres sacaban sus armas, y sin aviso ni ceremonia alguna le disparaban a su compañero a su lado. En la salas de entrenamiento, en los hangares, en incluso en la cafetería… Los traidores, activados por aquel aviso, comenzaron a abrir fuego contra cualquiera que no estuviera con ellos.

    Sus órdenes eran claras: no dejar a nadie con vida.

    Desde su posición aguardando en la colina, Mabel la Doncella fue también testigo de esto. Por supuesto, ella no tenía como escuchar aquel mensaje, y mucho menos saber la dimensión de todo lo que ocurría ahí dentro. Lo que observaba detenidamente por la mira de su rifle en el momento que todo comenzó, fue a los dos guardias de pie frente a la entrada lateral de aquel monte, firmes e inmóviles como estatuas hasta que algo en sus radios pareció captar su atención. Luego se miraron el uno al otro, y se encogieron de hombros.

    Mabel arqueó una ceja, intrigada. Algo estaba pasando, lo presintió aunque no tuviera claro qué de momento.

    Uno de los soldados se alejó unos pasos de su compañero y acercó su radio a su boca para hablar con él. Mientras lo hacía, Mabel notó como a sus espaldas el otro soldado desenfundaba su pistola, apuntaba con ella hacia la parte posterior de la cabeza de su compañero, y jalaba el gatillo sin miramientos. El cuerpo del soldado abatido se desplomó al frente, soltando su radio al suelo.

    —¿Qué? —exclamó en voz baja, estupefacta.

    El soldado que había disparado guardó de nuevo su arma, y sin más caminó con calma hacia el interior de la base, dejando afuera el cadáver del otro.

    —¿Y eso qué rayos fue? —susurró Mabel aún aturdida por aquel suceso tan abrupto. Su primer pensamiento fue que había sido algún tipo de control mental, pero había visto a bastantes paletos actuando por obra del control mental de alguien, ella misma incluida, como para reconocer que aquello había sido hecho como completa consciencia.

    Permaneció en su sitio un rato, indecisa entre si debía acercarse o no.

    «Si esa no fue la distracción, no sé qué será» concluyó tras unos momentos. «Pero mejor me muevo con cuidado»

    Rápidamente se paró, se colgó su rifle al hombro, y comenzó a descender con cuidado por la ladera hacia la entrada, mirando seguido a su alrededor esperando ver a cualquier otro soldado más que listo para dispararle. De momento todo parecía despajado.

    Avanzó hasta el soldado caído, se agachó a su lado y lo revisó. En efecto, estaba bastante muerto, aunque no era que le hubieran quedado muchas dudas. Tomó su arma corta y le retiró como pudo su chaqueta y su boina, para así intentar camuflarse un poco; hacerse del uniforme de alguno de los soldados había sido una de las sugerencias que Verónica le había dado. También le Esculcó además sus bolsillos y los comportamientos de su cinturón, buscando lo otro que Verónica le había sugerido conseguir en cuanto pudiera: una tarjeta de acceso, que le permitiría usar los elevadores.

    Cuando ya tuvo todo lo que ocupaba, se puso de pie, y en ese instante el eco de disparos viniendo del interior la hizo estremecerse, e intentar ocultarse un poco tras el muro de piedra a sus espaldas. Respiró hondo y tomó su rifle con firmeza en sus manos. No entendía aun lo que se encontraría ahí adentro, pero era claro que no sería nada agradable.

    Los disparos se disiparon tras unos segundos, por lo que se dispuso a introducirse de inmediato. Un instante antes de hacerlo, sin embargo, algo sobre su cabeza la distrajo. Al mirar hacia arriba, pudo notar como por encima de los árboles se materializaban las figuras de al menos tres helicópteros negros, que se abrían paso con rapidez en dirección a la montaña.

    —¿Y ahora qué? —exclamó Mabel, aturdida y quizás algo frustrada.

    Lo que fuera, no tenía tiempo para eso, así que lo ignoró y corrió con todas sus fuerzas hacia el interior de la base. Tenía una misión que cumplir.

    — — — —
    Los tres helicópteros desconocidos se aproximaron a la base sin que nadie se percatara de ellos hasta que estuvieron en el rango de visión del personal de pista. ¿Por qué nadie había dado aviso? ¿Y por qué no se habían activado las armas antiaéreas ante su proximidad?, ¿acaso alguien las había desactivado?

    ¿Acaso aquel raro mensaje que había sonado en las radios tenía algo que ver con aquello?

    Intentaron contactar con alguien que pudiera darles cualquier tipo de información, pero ni el Capt. McCarthy ni nadie más les respondía. Ante este silencio, los soldados en la pista de aterrizaje no tuvieron más remedio que dejar de preguntar y en su lugar actuar. Desde su perspectiva aquellas eran tres naves desconocidas invadiendo el espacio aéreo de la base, y sólo había una respuesta posible a ello.

    —¡Atención todos!, ¡abran fuego! —ordenó el cabo en la pista, y de inmediato todos los hombres alzaron sus rifles y comenzaron a disparar hacia los helicópteros. Las balas rebotaron en el fuselaje oscuro, causando pequeñas chispas. Y cuando los helicópteros estuvieron lo suficientemente cerca, no tardaron en responder el fuego apuntando las ametralladoras que tenían postradas en su parte inferior hacia la pista.

    Una tremenda lluvia de balas comenzó a caer a trompicones, agujerando el suelo de concreto, destruyendo cajas, y abatiendo al instante a la mayoría de los soldados y personal en la pista. Los que lograron sobrevivir esa primera oleada, entre ellos el cabo que había dado la orden, lo hicieron refugiándose bajo el cobijo de la entrada principal de la base, cerca de los elevadores. Desde su escondite, vieron como un número considerable de hombres armados en trajes y máscaras negras comenzaban a descender de los helicópteros ayudados de cuerdas, agrupándose en la desolada pista entre los cadáveres de sus compañeros caídos.

    —¡Necesitamos ayuda! —insistió con agitación el cabo en su radio—. ¡Nos están invadiendo! Repito, nos están…

    En ese momento escuchó como los elevadores a sus espadas sonaban, y dos de ellos se abrían casi al mismo tiempo. De estos salieron presurosos un grupo de al menos siete soldados, encabezados por un hombre pelirrojo de ojos verdes, a quien el cabo reconoció como el Tte. Johan Marsh, la mano derecha de la Capt. Cullen, vistiendo ese distintivo abrigo y boina verde.

    «Bien, refuerzos» pensó aliviado el cabo. No eran muchos, pero en conjunto de seguro podrían hacer algo hasta que llegaran más.

    Al virarse a ver a los invasores, estos ya estaban en tierra, y avanzaban hacia ellos con sus armas en alto.

    —¡Rápido!, ¡tenemos que evitar que entren a la base! —gritó el cabo con fuerza, alzando su arma para comenzar a disparar.

    —Descuiden —escuchó que el Tte. Marsh pronunciaba a sus espaldas, con insólita tranquilidad—. Ya estamos aquí para encargarnos de todo.

    Y antes de que el cabo, o cualquiera de sus compañeros, pudiera decir o preguntar algo más, el Tte. Marsh y los hombres que lo acompañaban abrieron fuego, pero no hacia los invasores. En cuestión de segundos, el resto de los guardias y personal de la pista fueron abatidos por disparos de los que creyeron que serían sus refuerzos, siendo el cabo uno de los primeros en caer por un disparo directo en su sien salida del arma del teniente. Los invasores de negro se encargaron del resto, hasta que los únicos que quedaron en pie fueron sus aliados; todos de alguna forma parte de la misma misión.

    El Tte. Marsh introdujo su arma de nuevo en su funda y pasó por encima de los cuerpos, dirigiéndose hacia los hombres de negro, todos parte de la milicia privada de Armitage bajo el mando de Lyons, que habían venido a reforzarlos.

    —Ya era hora de que llegaran —indicó de forma irónica cuando pasaron frente a él—. Tomen las tarjetas de seguridad de los cuerpos. Les darán acceso a los elevadores y áreas restringidas. Recuerden, no podemos dejar ningún testigo.

    Los mercenarios comenzaron sin espera a esculcar los cuerpos de los soldados caídos, sacando de estos lo que necesitaban. Uno de ellos, que claramente era el líder de ese escuadrón, se aproximó hacia Johan. Se levantó su máscara, dejando a la vista un rostro malhumorado y reacio.

    —¿Dónde está el muchacho? —preguntó con severidad.

    —Mi jefa ya debe estarlo trayendo en este momento —respondió Johan con una sonrisita despreocupada que claramente al mercenario de negro no le agradó mucho.

    —El tiempo es esencial. Necesitamos sacarlo de aquí de inmediato, antes de que alguien logre comunicarse con el exterior por ayuda y ya no podamos salir.

    —Tranquilo —indicó el teniente, negando con la cabeza—. No tardará mucho. La capitana siempre cumple con su parte.

    — — — —
    Justo como el Tte. Marsh había indicado, Ruby Cullen se dirigía en ese momento a los ascensores, escoltando junto con los otros tres soldados a Damien Thorn. En su camino por los pasillos, se habían cruzado con más de un soldado del DIC caído en el suelo, muerto por las balas de sus propios compañeros.

    El lugar era ciertamente un escenario desolador. Cuerpos regados en el piso, sangre en las paredes, olor a pólvora y humo en el aire, y el reconocible eco de disparos lejanos resonando. Evidentemente los combates continuaban hasta ese momento.

    Damien observaba todo aquello con curiosidad, y también cierta fascinación. Era claro que aquello no se trataba únicamente de rescatarlo: tenían pensado asesinar a cualquier que podría haber sido testigo de su presencia en ese sitio. Típica táctica de la Hermandad, intentando limpiar su rastro lo mejor posible, aunque tuvieran que dejar un desastre a su paso para lograrlo. Pero esa situación en específico era tan grande, que ameritaba al parecer un desastre igual de grande.

    —¿Cómo es que lograron todo esto? —cuestionó Damien, dirigiéndose a la mujer de cabellos rubios caminando delante de él—. ¿Cuántos de ustedes se infiltraron aquí para lograrlo?

    —Bastantes, mi señor —respondió Ruby con media sonrisa, volteando a mirarlo sobre su hombro—. Pero no se preocupe, recibiremos también un poco de ayuda adicional.

    Damien caviló aquellas palabras, aunque no tardó mucho en dar con una respuesta que explicaba de forma sencilla a qué se refería.

    —¿Los mercenarios de Lyons? —murmuró curioso, a lo que Ruby se limitó a responder únicamente ensanchando aún más su sonrisa—. Por supuesto. Es encantador que se tomaran tantas molestias sólo por mí.

    —No habrá pensado que lo dejaríamos aquí a su suerte —exclamó Ruby, casi como si la insinuación le ofendiera.

    Damien se giró hacia un lado, contemplando el cuerpo de un soldado a un lado del pasillo, que evidentemente había sido acribillado por la espalda.

    —Dejaron que cayera aquí en primer lugar, ¿no es cierto? —soltó de pronto, resonando como una potente acusación.

    Ruby se estremeció al escucharlo.

    —Mi señor… —susurró despacio, aunque su lengua no pareció ser capaz de pronunciar más.

    —No te asustes, que no es un reclamo hacia ti —indicó Damien con humor en su tono, mirándola de reojo—. Sólo eres una obediente y boba sierva al final de cuantas, ¿no? Poca o nula voz tienes en esto. Pero tendré que tener una charla incómoda con tus maestros en cuánto salga de aquí.

    Ruby pareció querer decir algo más, pero se abstuvo al último momento, y en su lugar se viró de nuevo al frente. Quizás concluyó, de forma acertada, que lo más inteligente sería aceptar sus palabras, y no intentar justificarse en un asunto que no le correspondía.

    Unos cuántos metros más adelante, la comitiva entera se vio obligada a frenar su avance en cuanto una serie de disparos cruzó el aire del pasillo en el que darían vuelta, astillando la pared a unos cuantos centímetros del rostro de Ruby. La capitana retrocedió, e hizo que todos los demás lo hicieran igual. Dos de los soldados que los acompañaban avanzaron con sus armas en mano, y abrieron fuego sin miramiento en la dirección en que aquellos disparos habían provenido.

    Mientras sus hombres la cubrían, Ruby se asomó sólo un poco por la esquina, lo suficiente para ver cómo desde su escondite en otro pasillo perpendicular, se asomaba fugazmente el rostro del Dir. Sinclair, regresándoles el fuego sin menor titubeo. Luego todos se refugiaron de nuevo detrás de su posición, escapando de los disparos enemigos.

    «Vaya, sigue vivo» pensó Ruby, sinceramente sorprendida. Esperaba que alguno de los otros se hubiera encargado ya de él para esos momentos, pero claramente no había sido el caso.

    —Al parecer Lucas no me quiere dejar ir tan fácil, ¿eh? —musitó Damien con tono burlón, ganándose una desaprobatoria mirada de soslayo por parte de Ruby, aunque ésta fuera más un reflejo involuntario de su parte—. Me gustaría ayudarlos con eso —añadió el muchacho—, pero me temo que lo que sea que me inyectaron aún tiene mis poderes un poco entorpecidos.

    —No se preocupe —respondió Ruby con firmeza, y al momento sacó su arma de su funda, le colocó un cartucho completo en su cámara, y liberó el seguro; todo con bastante agilidad y maestría, cabía mencionar—. Llévenlo al helicóptero, de inmediato —le ordenó con firmeza a los otros soldados—. Y protéjanlo con sus vidas. Yo los cubro.

    Los otros tres soldados asintieron, y un instante después Ruby salió de su escondite, comenzando a disparar de manera consecutiva hacia donde Lucas se encontraba. Éste tuvo que cobijarse de nuevo tras la pared del pasillo adyacente para evitar los disparos.

    Los demás hombres de la hermandad no perdieron tiempo, y de inmediato comenzaron a avanzar con paso veloz, llevándose a Damien consigo.

    —Hasta luego —se despidió el chico con un tono jovial, mirando hacia Ruby mientras se alejaba. Ésta no lo miró, pues su atención seguía fija en disparar hacia el escondite de Lucas, evitando que pudiera salir de éste, y así dejarles el camino libre.

    Cuando el cartucho de su arma se vació, Ruby se lanzó rápido hacia un lado, ocultándose ahora ella. Para ese momento los tres soldados y Damien ya habían avanzado lo suficiente por el pasillo, así que sólo quedaban el Dir. Sinclair, ella, y todos esos otros cadáveres pertenecientes a los hombres caídos del DIC.

    —Director —pronunció Cullen en alto con voz chispeante, al tiempo que dejaba caer el cartucho vacío y se apresuraba a colocar uno nuevo—. Sé que está ahí. No se esconda, que es inútil.

    La respuesta inmediata a su comentario fue una serie de disparos de rifle en su dirección, que agrietaron el muro a su diestra, haciendo que pedazos de yeso y polvo volaran por el aire, y la hicieron apretujarse más en su escondite.

    —¿Quién se esconde? —gritó Lucas con voz potente desde su posición.

    Ruby sonrió, hasta cierto punto contenta con la situación. Había pensado que el director sería tan fácil de liquidar como McCarthy, pero era evidente que representaría un reto un poco mayor de lo esperado. Sin embargo, eso no le atemorizaba.

    En el momento justo en el que los disparos de Lucas cesaron, aunque fuera por un segundo, Ruby salió presurosa de su escondite y corrió directo hacia Lucas, disparando consecutivamente en su dirección. Éste saltó fuera de su escondite, también disparando hacia atrás. Ruby sintió como una bala le rozaba la cara, abriéndole un largo tajo en la mejilla izquierda y volándole parte de su oreja. El dolor fue repentino y fuerte, pero lo resistió y siguió adelante.

    Ruby logró herir al director rozándole su muslo izquierdo, haciéndolo caer al frente a trompicones y soltar su arma. Ruby sonrió confiada, y rápidamente se le aproximó dispuesta a terminar con el trabajo con un disparo directo a la cabeza, al igual que con McCarthy. Sin embargo, cuando estuvo lo suficientemente cerca, Lucas extendió su pierna sana rápidamente hacia ella, pateándole su mano para arrebatarle su arma de las manos. Ésta voló por los aires lejos de ella.

    El verse desarmada no le preocupó, pues aún tenía consigo el arma de McCarthy. No obstante, antes de poder sacarla, Lucas logró levantarse y lanzarse hacia ella, tacleándola y haciendo que ambos cayeran al suelo. Lucas intentó someterla en el suelto, pero su pierna recién herida y un fuerte golpe que se había dado en el codo al caer, no se lo dejaron fácil, y Ruby logró zafarse con un fuerte codazo que se clavó en las costillas del director.

    Ambos rodaron por el suelo lejos del otro, voltearon a mirarse y se alzaron de cuclillas, quedándose al instante paralizados, a la espera de que el otro hiciera algún movimiento. Se quedaron en esa posición un largo rato.

    —Sólo está prolongando esto más de lo necesario —susurró Ruby con aprensión. Los dedos de su mano derecha se movían ansiosos por tomar el arma de McCarthy que ocultaba a sus espaldas debajo de su gabardina—. ¿En verdad cree que saldrá vivo de aquí? ¿Es que acaso no ha visto bien el hermoso caos que he desatado en su querido Nido?

    La mirada de Lucas se endureció aún más, exteriorizando todo el odio e ira que lo inundaba en esos momentos.

    —Así que nunca fueDouglas ni nadie de su equipo —espetó Lucas en alto, resonando en el eco del pasillo—. Siempre fuiste tú, ¿no es cierto? Quién ocultó la identidad de Thorn todos estos años.

    Ruby dejó escapar una sonora y casi estridente risa burlona.

    —Es menos inteligente de lo que pensaba, director —pronunció en alto con presunción—. Sigue sin ver siquiera la punta del iceberg. ¿Aún cree que podríamos haber logrado algo como esto con una sola persona protegiendo al muchacho? Su organización entera fue infiltrada por nosotros desde hace ya muchos años.

    —¿Por ustedes? —inquirió Lucas, confundido—. ¿Y quiénes son ustedes?

    —Su pequeña cabecita de burócrata no lo entendería —escupió Ruby con desdén, y al instante aproximó su mano hacia su espalda para sacar su arma. Sin embargo, Lucas hizo exactamente lo mismo para extraer la que guardaba en su tobillo.

    Ambos desenfundaron, se lanzaron hacia un lado y dispararon al mismo tiempo. Las balas surcaron el aire, encajándose en los gruesos muros, pero sin tocar a su verdadero objetivo de momento.

    Ruby rodó hasta donde había caído su arma luego de que Lucas se la pateara lejos de sus manos. Y ahora con una pistola en cada mano, su estilo favorito, se paró rápidamente y alzó ambas en dirección a donde esperaba ver al director. Sin embargo, éste había desparecido; o, más bien, había aprovechado ese pequeño momento para esconderse en algún sitio entre los pasillos y columnas.

    Comenzó a avanzar lentamente, con paso extremadamente cuidadoso, con los cañones de sus armas apuntando en cada centímetro del pasillo que le era posible captar con sus ojos.

    —Por supuesto que no lo entiendo, Cullen —escuchó de pronto que la voz de Lucas pronunciaba en alto justo a su derecha, por lo que rápidamente se giró en esa dirección. Lo que había ahí era un largo corredor, con al menos tres filas de altas y gruesas columnas—. Siempre fuiste un soldado leal y recto apegado a las reglas —prosiguió el director desde su escondite—. ¿Cuánto pudieron haberte pagado los Thorn como para justificar una locura como ésta?

    Ruby reanudó su avance, ahora en la dirección de la que le parecía procedían aquellas palabras, revisando meticulosamente detrás de cada columna.

    —Las personas como usted creen que siempre se trata de dinero, ¿no es cierto? —declaró con fiereza en su voz—. Lamento decepcionarlo, pero a mí me mueve algo mucho más profundo que eso.

    Esperaba alguna respuesta astuta de su parte, pero lo único que recibió fue el silencio sepulcral de aquel pasillo, sólo atenuado ligeramente por el resonar de sus propias botas sobre el suelo. Siguió avanzando entre las columnas, sin tener algún contacto visual de su objetivo. Pero estaba ahí a su alrededor, en alguna parte; podía sentirlo.

    Percibía vívidamente los latidos de su propio corazón retumbar en sus propios oídos, y como una gota de sudor le recorría su frente y bajaba por la comisura de su ojo, pero no se atrevió a bajar ninguna de sus armas para así poder limpiarla con el dorso de su mano.

    —Ríndase de una vez, director —pronunció con tono de provocación, esperando hacerlo reaccionar de alguna forma—. En menos de una hora, todo esto se convertirá en un enorme cementerio, y usted encabezará la pila de cadáveres. ¿Por qué no hace esto más simple para todos y me permite meterle una bala en la cabeza por las buenas? Le prometo ser rápida y certera… como lo hice con Davis.

    La repentina mención del fallecido Capt. McCarthy, y en especial la forma tan burlona en la que lo había hecho, pareció bastar para obligar a Lucas a reaccionar. Salió rápidamente de su escondite gritando con furia, y abriendo fuego en su dirección sin tregua alguna. Ruby se sobresaltó, y pegó rápidamente su espalda contra la columna más cerca, protegiéndose detrás de ésta.

    Una vez que se quedó sin balas, Lucas tiró su arma a un lado y corrió despavorido hacia ella. Para cuando Ruby logró salir con la intención de lanzar su contraataque, fue recibida directamente con un puñetazo por parte de Lucas directo contra su cara que la lanzó hacia atrás, trastabillando.

    A ese primer golpe le siguió uno más en su quijada, y un gancho directo a la boca del estómago que la dejó completamente sin aire. Con todos esos golpes desestabilizándola, Lucas logró ahora sí tomarla, y derribarla al suelo de un movimiento de lucha que repercutió dolorosamente en sus heridas, en especial en la de su pierna, pero logró sobreponerse hasta que la espalda de su subordinada azotara contra el piso.

    Lucas cayó de sentón al suelo tras su arriesgada maniobra, adolorido y agotado. Estuvo a punto de dejarse vencer por estas sensaciones y caer ahí mismo desfallecido, pero se forzó a recuperarse lo suficientemente para levantarse, y cojear hacia donde había caído una de las armas que Ruby traía consigo antes de derribarla; el arma de McCarthy.

    Tomó rápidamente la pistola, revisó la cámara, a la que le quedaban al menos cuatro balas, y la regresó de nuevo a su sitio. Para cuando se giró a ver a Ruby, ésta hacia el esfuerzo de intentar ponerse de pie, pero Lucas no se lo permitió. Avanzó hacia ella y puso un pie con fuerza contra su espalda, presionándola con dureza contra el suelo.

    —Ni se te ocurra moverte —balbuceó con voz ronca, agachándose al momento siguiente para pegar el cañón del arma contra la parte trasera de su cabeza.

    Para su sorpresa, Ruby dejó escapar una pequeña y burlona risotada, asomándose entre algunos dolorosos gemidos.

    —¿Qué espera? —inquirió la capitana con voz risueña, mirándolo de reojo desde su incomoda posición—. Dispare ya, director. Cumpla con su deber, como el buen soldado que es.

    —No será tan simple, traidora —escupió Lucas con desbordante rabia—. Tendrás que responder varias preguntas; a mí, y a una corte marcial al final.

    Cullen dejó escapar una vez más una risa estridente e irónica.

    —Y sigue sin comprender el alcance de esto —musitó con sorna—. ¿Corte marcial?, si lo más probable es que ninguno de los dos salga vivo de este sitio.

    Lucas estaba listo para replicar, pero no tuvo la oportunidad, pues el estridente sonido de varios pasos aproximándose por el pasillo jaló de inmediato su atención y la de Ruby por igual. Al doblar en la esquina, ambos vieron al menos a cinco hombres de atuendos negros y armas negras en alto, aproximándose hacia ellos con rapidez.

    El director del DIC se sobresaltó al ver esto. Esos trajes oscuros no eran de sus soldados. ¿Eran acaso algún tipo de refuerzos? Si lo eran, tuvo claro de inmediato que no eran para él.

    Tenía que pensar rápido. Antes de que los alcanzaran, Lucas tomó con violencia a Ruby de un brazo, y la jaló con fuerza para obligarla a ponerse de pie. Ésta fue incapaz de resistirse, y de un segundo a otro se encontraba ya de pie, colocada entre los recién llegados y Lucas. Éste último rodeó su cuello con un brazo, apretándolo con bastante fuerza, mientras con su mano libre pegaba su pistola contra la lateral de su cabeza.

    Los cinco hombres de negro se pararon delante de ellos, sosteniendo sus armas en alto, apuntando a ambos, pero sin disparar aún.

    —¡Atrás! —exclamó Lucas en alto, apretando más a Ruby contra él, y presionando el cañón más contra su cabeza—. O le vuelo la cabeza.

    Los hombres de negro parecieron dudar. Se quedaron quietos en su sitio, pero ninguno bajó tampoco su arma. Lucas intentó aprovechar esto para retroceder junto con Ruby, pero ésta se resistía a pesar de su debilidad.

    —No sea ingenuo, director —exclamó Ruby, de nuevo riendo de esa misma forma altanera—. ¿Cree en verdad que yo importo algo en todo esto?

    La capitana giró entonces su vista hacia los hombres de negro, observándolos con intensidad en sus ojos. Dejó de forcejear y extendió sus brazos hacia los lados con solemnidad.

    —Recuerden sus órdenes —les dijo con potente voz de mando—. Nadie sale de aquí con vida, en especial él. Así que cumplan con su deber.

    Lucas se quedó atónito al escuchar aquello. ¿No estaría insinuando acaso…?

    Los hombres parecieron comprender más rápido que él sus palabras, y para sorpresa y horror de Lucas, fue claro por sus posturas que se preparaban para disparar sin importar qué.

    Ruby sonrió complacida. Cerró los ojos, alzó su rostro a lo alto, y gritó entonces hacia el cielo:

    —¡Salve Satanás! ¡Qué Su Reino sea Eterno!

    Su proclamación fue seguida justo después por el estridente sonido de los disparos de las cinco armas, que se dirigieron directo contra ella y el hombre que la sujetaba. Lucas la soltó, corrió y saltó hacia un lado para cubrirse, al tiempo que varios de los letales proyectiles alcanzaban el cuerpo de la Capt. Cullen, y su cuerpo ensangrentado e inmóvil se desplomó rápidamente al suelo.

    Lucas cayó con fuerza al suelo, golpeándose fuerte en el brazo izquierdo. Miró hacia atrás, y pudo visualizar a Ruby en el piso, con la sangre brotando de sus heridas y manchando sus ropas y el piso. Y, quizás lo más aterrador, esa amplia y casi grotesca sonrisa congelada en su rostro.

    No podía creer que en serio les hubiera ordenado a sus hombres que le dispararan, y que además estos la hubieran obedecido sin chistar. Y eso que había gritado antes de los disparos… ¿qué rayos significaba?

    No podía tomarse ni un segundo para pensar en ello. Intentó ponerse de pie, pero un punzante dolor en su hombro, acompañado por otro más en su costado derecho, hicieron que su primer intento fuera fallido y se desplomara al piso. Dirigió su mano izquierda hacia ambas áreas, y no le sorprendió mirar a continuación sus dedos enrojecidos. Hubiera sido una suerte no haber sido alcanzado por ninguna de aquellas balas. Ahora sus ropas comenzaban a empaparse de rojo, y el dolor le paralizaba gran parte de su cuerpo.

    Soltó una maldición por lo bajo, pero rápidamente se arrastró como pudo hacia un pasillo adyacente. Sin necesidad de mirar, pudo sentir que los cinco hombres de negros venían detrás de él con la clara intención de acabar el trabajo. Estaba herido, su arma se había zafado de sus manos al saltar, y parecía improbable que alguien acudiera socorrerlo.

    La situación era más que desesperada. Si no hacía algo de inmediato…

    De pronto, divisó el cuerpo de un soldado caído justo delante de él en el pasillo. Le habían disparado directo en la cara, y yacía ahora sobre sus espaldas en un charco de su sangre. Parecía un chico muy, muy joven; quizás incluso podría haberse tratado de un nuevo recluta. En otras circunstancias se tomaría un momento para lamentar y maldecir tan innecesaria y cruel muerte, pero de momento requería enfocar sus energías en sobrevivir.

    Se forzó a levantase sólo un poco, y así poder lanzarse hacia él en busca de cualquier arma que el soldado podría haber traído consigo.

    —¡No se mueva! —escuchó que espetaba uno de los soldados a su espalda, y justo después escuchó una serie de disparos que marcaron su camino en el muro justo a su lado.

    Lucas cayó a un lado del soldado, manchándose aún más de rojo en el charco de sangre del muchacho. Alzó su mirada y divisó su rifle en el suelo a lo lejos, lo suficiente para no poder alcanzarlo aunque estirara su brazo. Sin embargo, su atención en su lugar se enfocó en algo más. Mientras el grupo de hombres de negro se aproximaba a paso veloz por el pasillo, él miraba atento el cinturón del muchacho muerto, y la granada de mano color negro que colgaba de éste.

    Los invasores se seguían acercando; en cuestión de segundos estarían justo a su lado, en la posición más que adecuada para acribillarlo en el suelo. No podía alcanzar el rifle, pero sí la granada.

    Sin pensarlo ni un instante más, tomó de inmediato el proyectil, se giró sobre su espalda, retiró el seguro, y la arrojó con toda la fuerza que su brazo herido le permitió en dirección a los hombres de negro. Estos pararon en seco, y contemplaron atónitos la granada girando en el aire hacia ellos.

    —¡Retrocedan! —gritó uno de ellos, y rápidamente todos se dieron la vuelta para alejarse por el pasillo, pero ya estaban demasiado cerca. Lucas aprovechó para también pararse lo más rápido que pudo, e intentar lanzarse al frente.

    La intensa explosión sacudió a todos, mandando a los hombres de negro y al propio Lucas a volar por los aires, aunque en diferentes direcciones. El cuerpo de Lucas cruzó el pasillo, se estrelló contra el suelo, abriéndose la frente, y rodó por el suelo hasta quedar boca arriba. La inconsciencia amenazó peligrosamente con apoderarse de él, por más que intentara luchar contra ella. Y lo peor era que ni siquiera podía mirar y ver si la granada había acabado con esos sujetos.

    Esperaba al menos poder haberse llevado a uno de ellos con aquella explosión. Y esperaba que desde algún sitio, Davis McCarthy estuviera conforme con cómo había luchado y defendido su base.

    Antes de desmayarse, en lo último que pensó fue en Eleven, Mike y sus demás amigos, y lamentó enormemente el hecho de que, a simple vista, ya no podría protegerlos por más tiempo como lo había hecho tantos años.

    Y entonces sucumbió al fin, sumergiéndose en la oscuridad.

    FIN DEL CAPÍTULO 148
     
  9. Threadmarks: Capítulo 149. La Destrucción del DIC
     
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    Resplandor entre Tinieblas
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    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
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    Capítulo 149.
    La Destrucción del DIC

    Francis, Gorrión Blanco, Lisa, Cody y Lucy no tardaron mucho en encontrarse con los extraños atacantes; casi en cuanto salieron de la sala de interrogatorios y avanzaron al pasillo. Algunos de ellos vestían uniformes y pasamontañas negros, pero otros más, para horror de Francis, vestían el distintivo uniforme azul de los soldados de la base; su uniforme, y el de sus supuestos compañeros, igual que aquello dos que habían tenido que matar hace sólo unos minutos atrás en la sala de interrogatorios. Y aun así, incluso estos no tuvieron reparo en abrir fuego en su contra en cuanto los vieron.

    El sargento hizo que todos se refugiaran detrás del muro más cercano para ponerse a cubierto. Luego él mismo sacó su arma y comenzó a disparar a su vez contra los atacantes para mantenerlos a raya, aunque era imposible que él sólo pudiera hacer tal cosa con tan sólo su pistola. Por suerte, no se encontraba solo del todo.

    En cuanto la ronda de disparos de Francis se acabó, y al parecer al mismo tiempo lo hizo la de los demás, Gorrión Blanco no tardó en salir presurosa de su escondite. Y antes de que Francis pudiera decirle algo, la joven utilizó su telequinesis, empujando a todos a los atacantes a la vez para estrellarlos con fuerza contra los muros como si los acabara de revolcar una ola. Un par de ellos murieron al instante, otros más quedaron malheridos, y el resto intentaron recuperarse rápidamente para proseguir con el ataque. Francis salió en ese momento, y con disparos certeros de su arma ya cargada abatió a tres de ellos, y Gorrión Blanco hizo lo propio con el resto, estrellándolos con violencia contra los muros.

    El pasillo quedó rápidamente tapizado de rojo, y adornado con los cadáveres de aquellos hombres. Una escena bastante desagradable, en especial para aquellos en el grupo menos acostumbrados a tal nivel de violencia.

    —No mires —le susurró Cody a Lisa, abrazándola contra él mientras avanzaban por el pasillo ahora despejado.

    —No te preocupes por mí —le murmuró despacio la bioquímica, aunque de todas formas no miró, y permaneció con su rostro contra el pecho de su novio, aferrada a él en busca de aunque fuera un poco de sensación de protección—. ¿Estos hombres son en verdad soldados de la base? —cuestionó alterada, mirando de reojo el cuerpo de uno de ellos al pasar a su lado, y reconociendo fácilmente su uniforme—. Tienen que ser impostores, ¿no es cierto?

    Sin tener que decirlo directamente, era claro que aquella pregunta iba dirigida a Francis. Sin embargo, éste no respondió, pese a que la verdad era que había reconocido con facilidad a varios de ellos, incluyendo los que acababa de liquidar con sus propias balas.

    Él menos que nadie entendía lo que ocurría. ¿Cómo era posible que de la noche a la mañana sus propios hombres se hubieran volteado en su contra de esa forma? Su primer pensamiento hubiera sido que se debía al control mental de algún UP, incluso del propio chico Thorn al que se suponía iban justo a despertar esa tarde. Quizás habían errado con la dosis del sedante, o habían subestimado el alcance de lo que ese chico era capaz de hacer, y el resultado había sido todo eso.

    Pero la infiltración de esos otros hombres de negro, claramente mercenarios, y ese extraño mensaje en las radios, que ahora deducía era la señal para comenzar el ataque… Todo eso implicaba una planeación previa, no un hecho que había ocurrido fortuitamente. Este ataque había sido planeado con plena consciencia, y sólo podría haber sido posible con personas infiltradas en la base. Pero, ¿quiénes? ¿Cuántos? ¿Y desde cuándo…?

    Sin importar lo que fuera que estuviera en verdad detrás de todo eso, no podía permitirse perder el enfoque. Aquel era un campo de batalla, como tantos otros en los que había estado. Y las personas que lo acompañaban, aunque fueran civiles, dependían de él para salir de ahí con vida. No podía fallarles; ni a ellos, ni tampoco al director y al capitán, en especial desconociendo en quienes podían confiar ahí dentro.

    El grupo llegó hasta una sala cuadrada y amplia, que parecía ser punto de intersección para otros cuatro pasillos. Francis, al delante de todos, pegó su espalda contra el muro, y con arma en mano se asomó con cuidado para revisar con la vista los alrededores. No había nadie; ni enemigos, ni tampoco potenciales aliados.

    —Despejado, andando —indicó con firmeza, al tiempo que comenzaba a moverse, y los demás lo hicieron igual

    —¿Andando hacia dónde, exactamente? —exclamó Lucy con tono de queja, siguiéndolos desde más atrás, pero con poca convicción en su paso—. ¿No deberíamos ir a la salida más cercana?

    —Quizás tenga razón, sargento —le susurró Gorrión Blanco, avanzando a su lado—. Estando aquí dentro estamos prácticamente a la merced de estas personas.

    —Tenemos que llegar a los ascensores —respondió Francis con voz cortante—. El Dir. Sinclair y el Capt. McCarthy estaban realizando el interrogatorio en el nivel inferior. Debemos llegar hasta ellos y brindarles apoyo. Sólo entonces saldremos todos juntos de aquí.

    —¿Te has puesto a pensar que esas personas podrían estar ya muertas? —exclamó Lucy con tono punzante.

    —Lucy —masculló Cody como reprimenda, volteándola a ver sobre su hombro.

    —Sólo digo que si él quiere correr y jugar al héroe por todo este desastre, que lo haga. Pero no tiene por qué llevarnos a nosotros a la muerte con él.

    —¡Lucy! —repitió Cody con más fuerza que antes.

    —O vienen conmigo, o los encierro en una habitación hasta que todo esto termine —los amenazó Francis, girándose hacia ellos con su arma en mano—. Y no les garantizo que quien los encuentre después vaya a ser un aliado, o alguien tan amable como yo.

    Se hizo el silencio entre ellos, pero en sus miradas se notaba la duda, en especial en Cody y Lucy.

    —Pueden confiar en él —murmuró Lisa con seriedad—. Y también en ella —añadió, volteando ahora a ver a Gorrión Blanco, tomando a ésta un poco por sorpresa—. Sólo estando a lado de ellos dos estaremos a salvo.

    Gorrión Blanco no pudo evitar sonreír un poco al escucharla decir eso. Le gustaba saber que la Dra. Mathews confiaba en ella, aunque fuera en una situación tan extrema como esa.

    Por su lado, Cody asintió como aprobación a las palabras de su novia, y luego añadió:

    —Si Lisa así lo cree, entonces yo también. Los seguimos.

    —Bien —masculló Francis con seriedad—. Los ascensores están por aquí.

    Dicho lo que se tenía que decir, el grupo siguió avanzando bajo la guía del Sgto. Schur.

    —Grandioso —masculló Lucy con tono quejumbroso al final de la formación—. Vayamos entonces a la muerte segura…

    Su comentario le ganó otro par de miradas de desaprobación, en especial de parte de Cody y Lisa. Ninguno le dijo nada a ella directamente, pero Lisa no tuvo reparó en compartir en voz baja su opinión a su novio.

    —Tú amiga sí que es simpática —masculló con tono sarcástico.

    —No es su culpa… creo —respondió Cody, un tanto dubitativo—. Es sólo que a veces no escucha lo que sale de su propia boca.

    —Los puedo escuchar —farfulló Lucy a sus espaldas, claramente descontenta.

    — — — —
    Tras su accidentado, y casi milagroso, escape de aquella sala de observaciones, Russel había logrado de alguna forma moverse entre los pasillos repletos de toda esa locura, sin recibir ningún disparo de por medio. La base se había convertido en un verdadero infierno. A donde quiere que iba, todo lo que encontraba era sangre y cuerpos tapizando el suelo y las paredes. En un momento, tras girar corriendo una esquina, un pisotón mal afortunado de su pie derecho terminó por hacerlo resbalar en un charco de sangre en el suelo. El cuerpo del científico se precipitó al piso, golpeándose con fuerza contra su cadera. Pero lo peor fue por mucho que, encima de todo, había quedado prácticamente recostado sobre el cuerpo de un soldado muerto, al que además de todo le hacía falta la mitad de su cara.

    Russel soltó un fuerte alarido al aire, se paró lo más rápido que pudo y se alejó trastabillando hasta pegar la espalda contra la pared. Al forzarse a desviar su mirada del cadáver, todo lo que vio fue rojo al notar que su impecable bata blanca estaba empapada en esos momentos de sangre. Se la quitó frenético, tirándola a un lado con desesperación. Se quedó petrificado en su sitio un buen rato, con sus piernas temblándole, pero negándose a ceder. Sólo el retumbar de disparos cercanos lo despertó y lo forzó a moverse de nuevo.

    Aunque no pareciera en un inicio tener un destino fijo, su cuerpo pareció saber por sí solo lo que debía hacer: ir a su despacho privado, en donde guardaba su teléfono satelital. Era quizás el único medio por el que podría comunicarse con el exterior; con Douglas, Albertsen, o quién sea que pudiera mandarles apoyo. Por supuesto, no se le había escapado la horrible posibilidad de que alguno de ellos pudiera estar también involucrado en todo eso; si Ruby Cullen lo estaba, nada más lo podría sorprender. Pero en una situación tan desesperada, no le quedaban muchas opciones.

    La ventaja que tenía para poder moverse con mayor libertad era su tarjeta y huella dactilar, que le daban acceso a prácticamente cualquier puerta, sala y ascensor de la base, lo que le permitía moverse por rincones que esperaba que sus atacantes no conocieran. De esa forma logró subir por las escaleras de emergencia de un ducto secundario hacia el nivel del departamento científico.

    Se horrorizó, sin embargo, en cuanto ingresó por los alguna vez limpios y puros pasillos blancos, encontrándose con un reguero de cuerpos. Pero estos eran, para su espanto, miembros de su propio equipo; hombres y mujeres de ciencia, no soldados entrenados para pelear, que habían trabajado con él hombro a hombro, alguno por años. Personas que dependían directamente de él, y que debería de haberlos protegido de alguna forma.

    ¿Así es como se sentía ser un capitán y presenciar a tus hombres caer a tus pies?

    Sintió de nuevo que su cuerpo se desplomaría al piso, o que sería atacado en cualquier momento por una arcada. Respiró hondo para intentar calmarse lo más posible, y forzarse a avanzar con paso cauteloso por el pasillo, cuidando de no tocar ninguno de los cuerpos. Unas voces cercanas lo hicieron girar en otra esquina y dirigirse a su destino por el camino largo. El pasillo de su oficina estaba, por suerte, despejado por lo que pudo prácticamente lanzarse corriendo hacia su puerta. Por un momento intentó abrirla directamente, empujándola con su hombro, olvidando por completo la cerradura electrónica. Sus manos nerviosas rebuscaron de nuevo su tarjea, la colocó sobre al sensor a un lado de la puerta, y escuchó a los segundos como el cerrojo se abría; el sonido le pareció tan estridente que por un momento temió que alguien pudiera haberlo oído.

    Colocó su mano en la manija y abrió la puerta con cuidado. Había apenas abierto una pequeña rendija de diez centímetros, cuando sintió el frío y duro cañón de una pistola justo contra la parte trasera de su cabeza.

    —No se mueva —pronunció una voz fría a sus espaldas, y le pareció casi sentir el aliento de aquella persona picoteándole la nuca—. Y no hable…

    Russel soltó un pequeño chillido de miedo. Alzó tímidamente sus manos temblorosas en señal de rendición, sujetando entre sus dedos de la derecha la tarjeta de acceso.

    —Por favor… no lo hagas… —susurró entre tartamudeos nerviosos—. No sé lo que quieres, pero por favor, no lo hagas… No soy un soldado, soy sólo un científico. Todo lo que he hecho es por el bien de la humanidad…

    Sus desvaríos no tenían sentido, y él lo sabía muy bien. Aun así, su boca parecía moverse sola, soltando aquel desesperado e inútil ruego de clemencia.

    —Cállese —pronunció con severidad aquella persona, pero sin alzar de más la voz—. Entre a la oficina, ahora —le ordenó de forma tajante, empujando su cabeza con el arma.

    Russel obedeció, avanzando hacia la puerta para abrirla por completo e internarse en las sombras de su propio despacho.

    —Encienda las luces —le ordenó aquella persona a continuación, y Russel acercó sin chistar su mano hacia el interruptor, y todo el lugar se iluminó al instante de luz blanca.

    Su despacho era relativamente pequeño, y en esos momentos bastante desordenado, aunque él afirmaba que las mentes creativas siempre se movían y trabajan en espacio caóticos como ese. Había papeles, libros, y discos regados por todas partes; incluso unas viejas cintas VHS amontonadas en una caja, y piezas de computadora en otra.

    Russel escuchó la puerta cerrarse con fuerza a sus espaldas, y su cuerpo reaccionó con un sobresalto, casi como si aquello hubiera sido un disparo. Por suerte no fue así. Pero aún no podía sentirse seguro, pues aquella persona había entrado con él, y su pistola seguía pegada contra su cabeza.

    —¿Qué es lo que quieren? ¿Por qué hacen esto? —se atrevió a preguntar, con la única pizca de arrojo que le fue posible.

    —¿Se refiere a lo que ocurre allá afuera? —preguntó su captora, sonando incluso burlona al hacerlo—. No tengo idea de qué sea. Yo estoy aquí por otro motivo, y sólo aprovecho el momento.

    Aquello lo desconcertó bastante. ¿Qué quería decir con aquello?

    Sintió como el arma se apartaba de su cabeza en ese momento, y pareció ser suficiente indicativo de que podía bajar los brazos y darse la vuelta. Lo hizo con suma precaución, sin embargo, a la espera de que su captor le indicara en cualquier momento que se detuviera; no lo hizo. Al poder observar al fin a aquella persona, Russel se sintió aún más confundido.

    Era una mujer increíblemente preciosa, tanto que estaba seguro de nunca haberla visto antes en esa base; no hubiera olvidado un rostro así jamás. Su piel era pálida y lisa como porcelana, adornada con algunos discretos lunares oscuros que casi parecían haber sido puestos sobre la superficie clara de su rostro de forma intencional. Su cabello castaño rojizo era brillante y sedoso, y sus rizos caían libres en sus hombros. Pero quizás lo más atrapante eran su par de ojos color miel, astutos e hipnotizaste. Usaba el saco azul de los soldados de la base, pero era claro que debajo de éste no traía el uniforme completo, pues se asomaban sus piernas cubiertas con unos ajustados pantalones oscuros.

    A Russel no solían atraerle mucho las mujeres blancas, o más bien las mujeres en general. Pero esa chica en especial le pareció cautivadora por algún motivo que no supo interpretar, en especial dada la poco ortodoxa situación por la que cruzaba. Era evidentemente además que estaba fuertemente armada, no sólo por esa pistola con la que lo había apuntado hace un momento y que aún sujetaba con sus manos, apuntando con el cañón hacia la altura de las rodillas del científico.

    —Es usted el Dr. Shepherd, ¿no es cierto? —preguntó aquella mujer, inclinando su cabeza hacia un lado.

    —¿Quién eres tú? —respondió Russel por reflejo. Podría haberle negado que era él, pero supuso que sería inútil.

    —No le interesa —escupió la extraña con sequedad, y volvió alzar su arma, apuntando ahora directo a la frente de Russel—. Me mandaron por usted, y vendrá conmigo. Y por lo que he visto, si acaso quiere salir con vida de aquí, no es que tenga muchas otras opciones.

    —Si no estás con esas personas, entonces podemos ayudarnos —soltó Russel por reflejo—. Tengo un teléfono satelital especial que puede traspasar los inhibidores de la base. Con él podemos comunicarnos con el exterior y pedir refuerzos para que nos saquen de aquí.

    La mujer lo miró con curiosidad, entornando un poco los ojos.

    —¿Dónde está?

    —En el cajón de mi escritorio —respondió señalando tímidamente con una mano hacia dicho sitio.

    La mujer señaló con su cabeza hacia el escritorio, indicándole que podía acercarse. Russel se aproximó rápidamente hacia éste, y abrió el cajón superior de la derecha. Ahí se encontraba el artefacto, pequeño y rectangular, con una larga y gruesa antena.

    —Aquí está —anunció entusiasmado, sacando el teléfono—. Sólo debo…

    Antes de que pudiera terminar su frase, el ensordecedor estruendo del disparo cubrió la oficina entera, haciendo que Russel se sobresaltara. La bala que salió del arma de aquella mujer no lo tocó, pero estuvo bastante cerca pues impactó directo en el teléfono satelital que sujetaba hace un instante en su mano, volviéndolo pedazos de plástico y circuitos que cayeron al suelo como copos de nieva.

    —Al parecer ahora sí soy su única opción, doctor —masculló la mujer con tono burlón—. Ahora muévase —prosiguió con mayor seriedad, apuntando con su cabeza ahora hacia la puerta—, que ese disparo pudo haber alertado a alguno de esos sujetos de afuera, y usted aún tiene que llevarme a un sitio antes de irnos.

    —¿A dónde? —cuestionó Russel, aun temblando por el disparo.

    —Al Nivel -20, a la sala 217.

    Russel se sobresaltó atónito. Ese cuarto era en dónde estaba…

    —¿Por qué ahí?

    —Tampoco lo sé —exclamó la mujer, exasperada, y sin bajar su arma se le acercó rápidamente, lo tomó con agresividad de su camisa y lo jaloneó hacia la puerta—. Sólo me dijeron que debo llevarme lo que está en esa sala junto con usted. Así que ahora camine.

    —Estás demente —farfulló Russel mientras avanzaba trastabillando hacia a puerta. Intentó resistirse un poco, pero aquella mujer era más fuerte de lo que parecía a simple vista—. Lo más seguro es que nos maten antes de poder llegar siquiera al ascensor.

    —Entonces es bueno que lo tenga como escudo, doctor —rio la mujer con sorna, justo antes de abrir la puerta y prácticamente empujarlo con bastante agresividad hacia el pasillo—. Camine —le ordenó con rudeza, usando de nuevo su arma como incentivo.

    Resignado, y quizás en ese momento ya no siendo capaz de controlar siquiera su propio cuerpo, Russel comenzó a avanzar justo en la dirección para ir a dónde esa mujer quería ir. Y mientras lo hacía, comenzaba a hacerse a la idea de que no saldría con vida de ese lugar.

    — — — —
    Grish Altur, otra agente al servicio de la Capt. Cullen, tenía una misión crucial en el ataque al Nido. Dicha misión la llevó a dirigir a su grupo hacia el nivel de las celdas de contención, uno de los niveles más peligrosos pues muy pocos conocían toda la clase de amenazas que el DIC tenía ahí cautivas. Por suerte, ellos iban en busca de sólo una de ellas en particular, aunque eso no impidió que tuvieran que abrirse entre los soldados apostados en ese nivel para proteger las diferentes celdas. Fue una tarea complicada, pero al igual que en el resto de la base, el factor sorpresa fue su carta fuerte. Además de ello, Grish era una experta tiradora, capaz de poner la bala en donde ponía el ojo, dos de cada tres veces, lo que les dio la ventaja de acabar con una cantidad grande enemigos en corto tiempo, y con la menor cantidad de bajas de su lado.

    Usando su aguda estrategia, lograron avanzar con bastante rapidez hacia la sala en particular que buscaban. Había dos soldados apostados en ella, que al parecer ni siquiera al escuchar los disparos a la distancia se atrevieron a dejar su puesto; así de importante era lo que ahí guardaban. En cuanto vieron a Grish y su equipo aproximarse, no tardaron en abrir fuego, logrando alcanzar a uno de ellos, abatiéndolo. Golpe de suerte para ellos, pero no les duró mucho pues de inmediato Grish contraatacó con sólo dos disparos certeros, cada uno a la pierna derecha de alguno de ellos. Los soldados cayeron al suelo sobre sus costados, y el resto del su equipo no tardó en acribillarlos una vez estuvieron tirados.

    Una vez todo estuvo tranquilo, Grish respiró hondo, y se tronó un poco su cuello para liberar un poco de tención. Centró su mirada entonces en la puerta que esos dos soldados custodiaban, marcada únicamente con un V y I, simulando el número 6 romano; justo como les habían dicho.

    —¿Es aquí? —cuestionó Grish, un tanto escéptica por el hecho de que resultara tan sencillo.

    —Es lo que la información de Kat dice —le informó uno de sus acompañantes, encogiéndose de hombros.

    —Bien, andando entonces.

    Tomaron rápidamente la tarjeta de seguridad de uno de los guardias caídos, y con ella abrieron la puerta del cuarto de control. Los cuatro ingresaron a la habitación, en donde el hombre de los controles ya los aguardaba con su arma en mano. Antes de que pudiera disparar aunque fuera una vez, Grish fue mucho más rápida y certera, acertándole un tiro justo en el centro de la frente, sin siquiera detenerse a apuntar. El soldado cayó hacia atrás abatido, de espaldas contra los controles.

    Grish sonrió satisfecha, e incluso sopló contra el cañón de su propia arma de forma presuntuosa.

    El grupo avanzó hacia la consola, y sin la menor ceremonia uno de ellos hizo a un lado al hombre muerto y tomó asiento frente a los controles para ingresar al sistema. Mientras tanto, Grish avanzó hacia el vidrio unidireccional que separaba ese cuarto del de al lado. Ahí, encerrada en aquel pequeño cubo transparente, se encontraba justo la persona que habían ido a buscar.

    La mujer de cabellos rubios en mono anaranjado estaba de pie en el centro de la curiosa prisión, mirando expectante hacia los lados, como esperando que algo saliera de alguna de las esquinas del cuarto. Grish pensó por un momento que había oído los disparos, pero según las especificaciones que había leído, ese cubo debía ser a prueba de sonido, por lo que se suponía no debería ser capaz de escuchar nada desde ahí dentro, que no proviniera de la bocina interna.

    ¿Quizás de alguna forma “sentía” que algo estaba ocurriendo? Había pasado cinco años en campo rastreando y vigilando a varios UPs, y aún seguía sin entender cómo era que funcionaban con exactitud sus extraños poderes.

    —¿Es ella? —comentó curioso uno de sus compañeros. Grish se limitó sólo a asentir como respuesta.

    —No parece gran cosa —comentó otro de ellos con tono burlón.

    —No se confíen —les advirtió Grish, volteando a verlos con severidad—. Después de todo, es quien hirió tan gravemente al Salvador.

    —De seguro es sólo una exageración —señaló el primero que había preguntado. Grish no respondió, pues en verdad no estaba segura.

    Aquello era lo que los rumores decían, aunque otros más le achacaban lo ocurrido a la tal Gorrión Blanco, la chica que el Dir. Sinclair y Shepherd habían despertado con su químico raro. Pero al igual que a la mayoría, a ella le resultaba difícil de creer que alguien fuera capaz de herir al Anticristo, incluso siendo un UP. Pero sin importar cómo hubiera sido, o quién lo había hecho, la realidad es que el chico había sido sometido y aprehendido, y ese era el motivo de toda esa operación.

    Pero aunque ninguna de esas dos hubiera tenido algo que ver, ambas representaban un peligro, en especial esa mujer ante ella: Charlene McGee, la ballena blanca del DIC. Por lo mismo, ninguna de las dos podía ser dejada con vida. Y en el caso de la Sra. McGee, el maestro Neff tenía un papel específico para ella, lo que hacía que esa misión fuera en efecto tan importante.

    Tras observar a la Sra. McGee un rato más, se giró y caminó hacia la consola, parándose a lado del hombre que había tomado de control de ésta, inclinándose para ver los monitores y los controles por encima de su hombro.

    —¿Y bien?, ¿lo encontraste?

    —Eso creo —respondió su compañero con seriedad—. Justo como nos dijeron, ese cubo es totalmente hermético, y el oxígeno es suministrado por el mismo conducto superior por el que pueden también llenarlo de sedante. Con este control de aquí podemos cortar el oxígeno por completo, y con este otro activar un extractor que se encargará de dejar el interior prácticamente al vacío. Con eso no tardará en asfixiarse.

    —Hagámoslo entonces —propuso otro de ellos, uno de los hombres de negro de Armitage. Era obvio que estos mercenarios carecían de la disciplina y la paciencia requeridas de un agente como ellos, pero igual el hombre sentado en la consola pareció estar de acuerdo y se dispuso a hacerlo.

    —Aguarda —le detuvo Grish, tomándolo sutilmente de su mano—. ¿Puedes abrir el canal de comunicación desde aquí? Quiero hablar con ella.

    —¿Para qué? —cuestionó su compañero, confundido.

    —Llámalo cortesía profesional —le respondió Grish de forma cortante—. ¿Puedes o no?

    El hombre asintió, un tanto vacilante, y de inmediato pasó a revisar para buscar el control que los comunicaría con la bocina interna del aquella jaula. Grish aguardó paciente a su lado.

    — — — —
    En efecto, el cubo de plástico térmico que aprisionaba a Charlie era a prueba de cualquier sonido exterior que no proviniera de aquella bocina, por lo que en general se encontraba siempre envuelta en un profundo y muy molesto silencio. Y por consiguiente, no había como tal escuchado los disparos, gritos y golpes que venían de afuera de la sala. Aun así, había sentido una extraña y repentina sacudida que la había hecho levantarse de un salto de su camilla, y ponerse en alerta, a la espera de que alguien, o algo, aparecieran ante ella.

    No era la primera vez que sentía algo así, pero sí había pasado bastante tiempo desde la última vez. Recordaba que de niña era más común para ella sentir la cercanía del enemigo a su acecho, derivado por supuesto por su Resplandor. Pero de adulta aquella habilidad había menguado bastante; de otra forma, quizás podría haber percibido a los atacantes en aquella bodega, antes de que le disparara a Kali, y quizás todo hubiera sido diferente…

    Pero no tenía tiempo para hundirse en dichos pensamientos. No sabía qué era lo que sentía acercarse, pero sabía que era algo real, no un simple y normal presentimiento.

    Su incertidumbre pareció ser recompensada en cuanto la bocina sobre su cabeza sonó, y de ella provino una voz de mujer que no le resultó conocida.

    —Sra. Charlene McGee, debo decir es un placer conocerla al fin. Todos en el DIC hemos escuchado mucho de usted.

    —¿Y tú quién eres? —preguntó Charlie con voz cautelosa—. ¿Qué está pasando allá afuera?

    —Eso no tiene por qué preocuparle —le respondió aquella persona desconocida, y a Charlie le pareció percibir incluso algo de burla en sus palabras—. Pero le complacerá saber que su más grande sueño se está haciendo realidad mientras hablamos.

    —¿Y eso es…?

    —La destrucción del DIC, por supuesto —respondió la voz en la bocina sin más, dejando a Charlie un tanto desconcertada—. O, al menos, del DIC como lo conoce actualmente. Y le complacerá también saber que usted tendrá un papel crucial en ello, recordada por siempre como la culpable detrás de lo ocurrido el día de hoy. Todo un ejemplo para los que vengan después de usted.

    —No entiendo ni una sola palabra de lo que dices —le respondió Charlie con brusquedad—. Así que si lo que esperas es que colabore con ustedes de alguna forma, tendrás que ser mucho más convincente.

    La voz en la bocina soltó de pronto una fuerte y casi estridente carcajada.

    —¿Colaborar? —exclamó aquella mujer de forma risueña—. Me temo que no ha comprendido. Al igual que todos los demás incautos de esta base, su sacrificio será necesario para poder lograr un propósito mayor. Regocíjese con ello.

    Charlie se quedó aún más confundida con aquella afirmación, pero supo en lo más hondo de su ser que no era para nada algo bueno. Pero antes de que pudiera cuestionar más al respecto, la comunicación terminó.

    — — — —
    —Ahora sí, corten el suministro de oxígeno y asfixiémosla —ordenó Grish en la sala de control, una vez que su voz dejó de escucharse en el interior de aquel cubo. Su compañero en la consola no tardó en hacer justo lo que decía.

    Primero cortó el oxígeno, y luego activó el extractor, cuyo fuerte zumbido sobre su cabeza no tardó en captar la atención de Charlie. No tardó tampoco en darse cuenta de que el al aire en el interior comenzaba a ponerse pesado, y que poco a poco le costaba más respirar, hasta incluso comenzar a sentirse mareada. Todo frente a los ojos observadores de Grish y los otros del otro lado del vidrio.

    —Sólo queda esperar a que pierda el conocimiento —señaló Grish con cierta jactancia—. Y sin suficiente oxígeno ahí dentro, no la tendrá tan fácil para hacer sus trucos de fuego.

    Parecía el plan perfecto, y todo gracias al Dir. Sinclair y la ingeniosa prisión que había diseñado para su archienemiga. Quizás le hubiera complacido saber que fue usada justo para lo que él esperaba, pero a esas alturas lo más seguro es que ya estuviera muerto, al igual que todos sus hombres.

    El cuerpo de Charlie se tambaleó hacia un lado y se golpeó con fuerza el hombro contra una de las paredes transparentes. Luego cayó al suelo de rodillas y podría haberse desplomado por completo si no hubiera interpuesto las manos primero. Se quedó en cuatro, con su cabeza agachada y su cabello rubio cayendo sobre su rostro, mientras su cuerpo temblaba violentamente y se agitaba en sus esfuerzos casi sobrehumanos para jalar aire.

    Parecía que todo terminaría más pronto de lo esperado…

    De pronto, Grish y sus hombres vieron como la reclusa alzaba rápidamente su rostro, centrando sus intensos ojos directo en su dirección, casi como si fuera capaz de verlos a ellos directamente. Todos se estremecieron ante esta sensación, pero se forzaron a mantener la calma. Aunque esto no fue tan sencillo en el momento en el que contemplaron como la pared del cubo a la que Charlie miraba comenzaba a tornarse rojiza poco a poco, como una mancha voraz que iba creciendo y extendiéndose, hasta cubrir casi por completo las demás paredes.

    —¿Qué está…? —murmuró uno de los hombres de Armitage, confundido, y al parecer algo preocupado.

    —No teman —indicó Grish con voz neutra—. La División Científica creó esa jaula especialmente para resistirla. No logrará más que calcinarse viva a sí misma.

    Todos guardaron silencio, contemplando el extraño fenómeno que ocurría ante ellos, sin comprender del todo el alcance de éste, Aunque ninguno estaba ahí físicamente, de alguna forma podía sentir como la temperatura del interior del cubo aumentaba exponencialmente, mientras esas paredes se tornaban más rojizas y brillantes, como lava hirviendo. El oxígeno en el interior pareció ser suficiente para que el calor tan intenso prendiera en llamas la cama, el lavado, e incluso las ropas de Charlie; aun así, ésta no se movió, ni siquiera pestañeó aunque estuviera cubierta de fuego. Fue una escena impactante y algo grotesca de ver.

    De un momento a otro, toda la superficie del cubo estaba totalmente impregnada de ese intenso calor, y para su sorpresa éste pareció traspasar los muros y comenzar a afectar el exterior. Vieron como el suelo y el cristal unidireccional comenzaban a desquebrajarse, y las cámaras comenzaron a explotar.

    Y entonces comprendieron que en efecto, algo no estaba bien.

    —¡¿Qué demo…?! —exclamó Grish alarmada, dando instintivamente un paso hacia atrás. Vaciló un momento antes de ordenarles a sus hombres que salieran de la sala. Y para cuando se decidió a hacerlo, ya era tarde.

    —¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAH!! —escucharon como Charlie gritaba con todas sus fuerzas, resonando como un fuerte rugido, a pesar de que no deberían poder escuchar nada del interior de esa cosa. Y un instante después, fueron testigos de cómo aquella prisión transparente estallaba por completo en una tremenda explosión que lo sacudió todo.

    El vidrio se rompió en cientos pedazos, y Grish y sus hombres fueron golpeados de frente por una fuerte onda expansiva de calor, fuego, y escombros que los lanzó por los aires, y cubrió todo de rojo.

    — — — —
    La sacudida de la explosión provocada por Charlie fue tan grande, que incluso estando dos niveles arriba, Russel y Mabel lograron sentirla en su camino a los ascensores. Fue como un pequeño temblor bajo sus pies, mismo que casi hizo que el Dr. Shepherd cayera al suelo, sino fuera porque se logró sostener rápidamente del muro.

    —¿Qué fue eso? —pronunció nervioso, mirando con aprensión a su alrededor.

    —Ni idea… —susurró Mabel con seriedad, observando de reojo hacia sus pies. Había venido de abajo, eso lo tenía seguro. Pero lo único que a ella le interesaba es que fuera en un nivel diferente al que se dirigían—. No se distraiga —exclamó con rudeza, al tiempo que empujaba a su acompañante con una mano para obligarlo a seguir caminando. Russel no tuvo más remedio que así hacerlo.

    Ciertamente a Mabel le preocupaba que quienes fueran estas personas intentaran algo más extremo, como volar toda esa base en pedazos antes de que pudiera salir. También le causaba curiosidad saber a qué se debía todo ese caos, y cómo era además que Verónica sabía que esto ocurriría. ¿Acaso eran personas que trabajaban ara Thorn? De ser así, estaba convencida de que eso sólo la pondría en más peligro.

    Pero ella tenía una carta bajo la manga, y es que no era más la misma Doncella que el mocoso de Thron habían conocido; no desde que consumió el vapor de Rose. Así que si ese paleto o sus sirvientes intentaban algo en su contra, se llevarían una amarga sorpresa.

    Tras dar la vuelta en una esquina, se encontraron de frente con dos soldados con uniforme del DIC que caminaban en su dirección contraria.

    —¡Oigan! —gritaron los dos con fuerza, alzando sus armas hacia ellos.

    Russel imploró al cielo (cosa que casi nunca hacía) para que fueras soldados reales del DIC y no alguno de estos infiltrados. Pero en cuanto le pareció más que evidente que se preparaban para abrir fuego en su contra, esa esperanza murió rápidamente.

    Sin embargo, antes de que alguno pudiera jalar el gatillo, Russel miró sorprendido como ambos bajaban sus armas de golpe, y sus miradas se volvían perdidas y distantes, como si observaran fijamente algo sumamente interesante. Y unos segundos después, sin que las expresiones de sus rostros se mutaran ni un poco, alzaron de nuevo sus rifles, pero en esa ocasión no hacia Russel y su captora, sino que se giraron y apuntaron el uno al otro, con los cañones de las armas casi pegadas a sus pechos.

    —¡Alto!, ¡no se muevan! —pronunció en alto uno de ellos como una advertencia—. ¡Dije alto!

    —¡Dispáreles!, ¡ahora! —exclamó con potencia el otro, y ambos jalaron sus gatillos al mismo tiempo.

    Y mientras en sus mentes de seguro abrían fuego contra algún enemigo que se les aproximaba, la realidad es que terminaron disparándose entre sí, perforándole el pecho a su compañero con una pequeña ráfaga de balas. Ambos cayeron hacia atrás, desplomados en el piso.

    Russel se sobresaltó, atónito al presenciar esto. ¿Eso había sido caso…?

    Miró lentamente sobre su hombro, en el momento justo para contemplar cómo Mabel observaba fijamente en dirección a los dos soldados muertos. Y, en especial, notó el singular e intenso brillo plateado que adornaba sus ojos; un brillo muy particular que él ya había visto antes.

    —No puede ser —susurró despacio—. ¿Eres una UX?

    Mabel volteó a mirarlo, y un segundo después el brillo de sus ojos se esfumó, volviendo a su color miel habitual.

    —No sé de qué está hablando —le respondió con dureza—. Pero usted no entendería jamás lo que yo soy.

    Russel decidió no decirle que en realidad conocía bastante bien lo que era ella; quizás demasiado bien, pues había dedicado una parte de su carrera ahí en el DIC a intentar comprender lo mejor posible la naturaleza casi sobrenatural de dichos seres, sin mucho éxito de momento… salvo quizás por lo que se ocultaba en la habitación 217 del nivel -20; justo a dónde ella quería que la llevara.

    Mabel volvió a empujarlo para que siguieran avanzando, y recorrieron el corto tramo que los separaba de los ascensores.

    —Use su tarjeta —le ordenó pegando el cañón del arma contra su nuca. Russel obedeció, pasó su tarjeta por el sensor del ascensor, y luego lo mandó a llamar. Éste no tardó en llegar a su nivel, y las puertas se abrieron ante ellos—. Entre, ahora.

    —No sabes lo que hay ahí abajo —intentó explicarle Russel con desesperación—. En verdad estás cometiendo un error…

    —Ya veremos —sentenció Mabel con dureza, y no tardó en empujar de forma casi violenta al científico hacia el interior del ascensor, que trastabilló y casi cayó al suelo de éste. Y tras obligarlo a volver a usar su tarjeta, ahora en el panel dentro del ascensor, e introducir el código de seguridad, hizo que comenzaran a bajar rápidamente hacia el nivel -20.

    — — — —
    Cuando Grish logró abrir de nuevo los ojos, lo único que vio fue rojo, y el brillo incandescente de las llamas que la rodeaban. Su calor además le golpeaba la cara, y sentía el aire quemándole la garganta en cuanto intentó aspirar aunque fuera un poco a sus pulmones. Estaba tirada en el suelo, mareada y confundida. Intentó gritar para llamar a alguno de sus compañeros, pero de su garganta no lograron salir más que unos cuantos gemidos, seguidos de unos borbotones de sangre que se le acumularon en la boca y escurrieron en su barbilla.

    Giró su cuello como pudo a su alrededor, pero sólo vio escombros y más fuego, hasta que logó distinguir la cara desfigurada de uno de sus hombres a unos metros de ella, con la quijada desencajada tras un fuerte golpe, sus ojos desorbitados mirando a la nada, y la mitad de su cuerpo sepultado tras grandes trozos de concreto y hierro. Más atrás, entre el humo y las ondas de calor, le pareció distinguir las piernas de alguien más… pero nada más.

    En ese momento, de alguna manera lo supo: todos estaban muertos, excepto ella… Y, en realidad, no era que su caso fuera mucho mejor, pues lo peor vino en el momento en el que hizo el vano intento de levantarse. En cuanto intentó mover el torso, un agudo y paralizante dolor la detuvo, y la hizo desplomarse de nuevo al suelo, al tiempo que soltaba al aire un ensordecedor grito.

    Miró de reojo hacia su lado derecho, el punto en donde aquel dolor se había originado, y distinguió con horror la causa: un enorme pedazo transparente, de seguro perteneciente a alguna de las paredes de la prisión en forma de cubo, insertado tan hondo en su hombro derecho que casi le había rebanado el brazo entero, y ahora sólo se mantenía unido a ella por la gracia de unos cuantos ligamentos y músculos, como las hebras descocidas de un manga. No sangraba, pues aquel pedazo de seguro había estado tan caliente cuando la atravesó que le había cauterizado la herida el instante. Pero eso, por supuesto, no hacía nada para mitigar su espanto.

    Volvió a intentar gritar en busca de ayuda, pero de nuevo su voz no le funcionó. Intentó arrastrarse hacia un costado con ayuda de su brazo bueno, pero cada movimiento, cada respiración, se volvió un suplicio.

    De pronto, entre las llamaradas y el humo, logró distinguir la silueta de alguien que se aproximaba en su dirección. No veía con claridad de quién se trataba, pero no le importaba; quien quiera que fuera, le gritó desesperada por ayuda, o al menos en su mente creía estarle gritando. Pero su voz, tanto interna como externa, se calló de golpe en cuanto aquella persona se abrió camino entre las llamas y apareció de cuerpo entero ante ella.

    Era ella, la mujer del cubo: Charlene McGee, casi totalmente desnuda, con apenas unos retazos carbonizados que en algún momento pertenecieron a su traje de prisionera, pero que no le cubrían prácticamente nada. Pero en su piel desnuda y expuesta, no había ni una sola marca de quemadura, ninguna herida, ningún golpe; estaba perfecta, con sus cabellos rubios agitándose como si se movieran al ritmo de las ondas de calor, y sus ojos brillando intensamente por el reflejo de las llamas en ellos, pero casi pareciendo como si en verdad dichas llamas provinieran de sí misma.

    ¿Cómo había sobrevivido a tal explosión sin un rasguño? ¿Cómo podía haber causado todo eso con su sola mente? No podía ser humana… Tenía que ser un monstruo…

    Una oleada de terror, pero también de ira, inundó el cuerpo de Grish en ese momento, mientras observaba a aquella mujer ante a ella.

    —Mal... dita… —masculló, su voz surgiendo de ella rasposa y dolorosa. Aproximó a tientas su mano izquierda en busca del arma en su costado, y en cuanto la sintió entre sus dedos, se sobrepuso a todo el dolor y la debilidad y la alzó hacia ella.

    Charlie, al ver la pistola, se lanzó rápidamente hacia ella como una fiera.

    Grish Altur, una de las mejores tiradoras del DIC, que daba en el blanco cada dos de tres veces, talento que le había hecho ganar muchas condecoraciones y elogios durante todos sus años de servicio… Pero en ese, que fue quizás el disparo más importante de toda su vida, las circunstancias extremas obviamente la llevaron a fallar… La bala pasó a un costado de la cabeza de Charlie y siguió de largo, logrando a lo mucho arrancarle uno de sus mechones rubios.

    Un instante después de haber dado ese último disparo, Grish sintió como el arma se calentaba de golpe, quemándole entera su palma y obligándola a soltarla. Al segundo siguiente, Charlie se lanzó sobre ella, y la tomó con fuerza de la cabeza, azotándola contra el suelo; un charco de sangre se formó justo debajo de ella, pero Grish aún siguió lo suficientemente consciente para forcejear e intentar quitarse a su atacante de encima. Charlie tomó su cabeza firme entre sus manos, se enfocó entera en ella, y al segundo siguiente Grish sintió como toda su cara comenzaba a calentarse, subiendo de temperatura exponencialmente cada segundo.

    Ahora sí fue capaz de gritar muy, muy fuerte, pero los gritos, y el dolor que los ocasionaban, no duraron mucho. La cabeza de la agente prácticamente explotó, presa de la enorme presión que se acumuló dentro de ella debido al calor, y entonces su cuerpo se quedó totalmente flácido e inmóvil debajo de Charlie. Ésta se quedó aún unos momentos quieta, sujetándola firmemente como si temiera que se fuera a mover en cualquier momento. Cuando fue evidente que eso no pasaría, dejó escapar un largo resoplido exhausto, y se dejó caer de costado a un lado del cuerpo.

    Sentía que la cabeza le dolía horriblemente, y todo el resto de su cuerpo no se quedó atrás. Tenía claro que si acaso se atrevía a cerrar los ojos, aunque fuera un instante, muy seguramente se quedaría dormida; y eso era un lujo que no podía darse en esos momentos.

    —Estoy demasiado vieja para esto… —murmuró despacio para sí misma con voz débil.

    Se forzó a alzarse de nuevo, y le echó un vistazo más cuidadoso a la mujer a la que acababa de calcinarle el cerebro. O, más específico, miró con más cuidado sus ropas. Era un uniforme del DIC, en específico de sus agentes de campo; Charlie los conocía bien, pues habían sido sus principales perseguidores en los últimos años. Y si echaba un vistazo rápido al resto de los cadáveres en esa sala en ruinas, terminaría viendo que al menos un par más de ellos usaban los uniformes azules de los soldados de la base.

    «¿Qué demonios está pasando?» se cuestionó totalmente perdida.

    Su primera conclusión hubiera sido que Lucas los había enviado para matarla al fin, pero no tardó mucho en darse cuenta de que aquello no tenía sentido. Ya la tenía cautiva y en su poder; no tenía que hacer todo eso para deshacerse de ella. Además, estaban las cosas que esa mujer había dicho, y que hacían parecer que lo que hacía, no lo hacía por órdenes de alguien del DIC. Pero, entonces, ¿de quién…?

    «¿Thorn?» pensó un tanto sorprendida, como un pensamiento que la golpeaba repentinamente, sin razón aparente. Pero era lo que parecía que tenía más sentido; todo ese desastre de alguna forma tenía que ver con él.

    Fuera lo que fuera, no podía permitirse perder más el tiempo en ese lugar.

    Rápidamente, y sin mucha delicadeza cabe decir, comenzó a despojar a Grish de cada una de sus prendas.

    FIN DEL CAPÍTULO 149
     
  10. Threadmarks: Capítulo 150. Combate en dos frentes
     
    WingzemonX

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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
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    Capítulo 150.
    Combate en dos frentes

    —¿No oyeron eso? —comentó Lucy con aprensión, deteniéndose y volteando a ver hacia atrás sobre su hombro—. Sonó como una explosión…

    —No te quedes atrás, Lucy —exclamó Cody como reprimenda; él y los otros ya se habían adelantado varios pasos, por lo que la rastreadora tuvo que apresurarse para alcanzarlos.

    El grupo se adentró a un largo pasillo de luces blancas, que al parecer terminaba en perpendicular a otro corredor. De momento todo parecía bastante más calmado en esa zona, en comparación con las demás partes que habían cruzado. Tendrían bastante suerte si todo se mantenía de esa forma hasta llegar a su objetivo final.

    Y claro, suerte era lo que menos tenían en esos momentos.

    Al girar en la esquina del siguiente corredor en dirección a los ascensores, tuvieron que frenar de golpe pues justo al otro extremo del pasillo ya los esperaba un grupo numeroso de hombres armados, que apuntaron sus armas directo en su dirección en cuanto los tuvieron en mira.

    —¡Fuego! —exclamó con potencia la voz de alguien detrás de los hombres armados, y a su orden todos presionaron los gatillos de sus armas al mismo tiempo.

    Los sonidos de detonación cubrieron el pasillo entero, y las balas volaron por los aires en su contra. Rápidamente Francis empujó a los demás para que se refugiaran de nuevo tras el muro, mientras Gorrión Blanco se esforzó por desviar la mayor cantidad de disparos con sus poderes, y luego ponerse en cobijo junto con los demás. Todos se quedaron quietos, con sus espaldas contra la pared hasta que el sonido de los disparos cesó.

    —Los ascensores están del otro lado —susurró Gorrión Blanco, jadeando entre respiro y respiro—. Tendremos que cruzarlos…

    Se giró en ese momento a mirar al sargento en busca de la siguiente indicación. Sin embargo, notó de inmediato con horror como Francis se presionaba firmemente el costado derecho con una mano, y como la sangre comenzaba a mancharle los dedos. Gorrión Blanco supo en ese momento que no había logrado desviar todas las balas, y una de éstas la había pasado de largo, alcanzándolo a él.

    —¡Sargento! —exclamó la muchacha, alarmada.

    —Estoy bien —respondió Francis. Y aunque su voz sonaba firme y segura, su mirada no lo parecía tanto.

    —Se los dije —murmuró Lucy con voz áspera.

    —Ahora no, Lucy —le prendió Cody, mirándola sobre su hombro.

    Francis comenzó a retirarse rápidamente la chaqueta azul de su uniforme, quedándose sólo con su camiseta negra sin mangas que usaba debajo. Le indicó a Gorrión Blanco que rasgara las mangas de la chaqueta, y ésta lo hizo lo más rápido que pudo con la ayuda de la fuerza adicional que le proporcionaba su telequinesis. Francis amarró ambas mangas, y comenzó a atarlas alrededor de su torso, presionando con fuerza la parte herida.

    En todo ese rato, los hombres en el pasillo se mantuvieron en silencio, posiblemente aguardando a ver qué hacían a continuación.

    —¿Y ahora qué? —cuestionó Cody, inquieto.

    Antes de que Francis o cualquiera pudiera responder, una voz desde el pasillo se hizo presente primero, hablando con fuerza ayudada del eco de los altos techos.

    —Sgto. Schur, esto no tiene que terminar mal para usted. Entréguenos a la chiquilla resucitada, y usted, y también los que lo acompañan, podrán irse en paz. Se lo prometo.

    —¿Resucitada? —susurró Cody confundido, mirando a Lisa y a Francis. Ninguno dijo nada o lo miraron siquiera. Sin embargo, un pequeño vistazo de soslayo que Lisa hizo en dirección a Gorrión Blanco, fue suficiente para dejar en evidencia lo que pasaba por sus mentes.

    —No es cierto —exclamó Lucy con fuerza—. Está mintiendo, no dejará salir a nadie con vida de esta base.

    —¿Leíste su mente? —le preguntó Francis, acompañado justo después de un pequeño jadeo de dolor.

    —No… Sólo es un presentimiento.

    —¿Se refieren a ella? —preguntó Cody directamente, mirando a la joven mujer de cabellos rubios, que en esos momentos parecía también algo confundida—. ¿A qué se refieren con “resucitada”, Lisa? ¿Qué fue lo que hicieron?

    —Ahora no —le susurró Lisa despacio, con un tono que no dejaba lugar a que le insistiera más.

    Lisa miró de reojo hacia Gorrión Blanco, y ésta igualmente parecía tener preguntas dibujadas en su rostro. Lamentablemente, ella no era quién tenía las respuestas que buscaba. Y no las obtendría de ningún lado, si no lograban salir vivos de ahí.

    — — — —
    Mientras el ascensor bajaba rápidamente hacia el nivel -20, Mabel aprovechaba para revisar cada una de sus armas, y ver que estuvieran cargadas y listas para lo que vendría, pues presentía que no podría abrirse paso hasta donde necesitaba ir utilizando únicamente sus nuevos trucos. Se había ya retirado la chaqueta que había robado de aquel soldado, para poder moverse con mayor libertad; además de que le quedaba grande, para esos momentos ya había cumplido su propósito de pasar un poco más desapercibida.

    Mientras colocaba de nuevo la munición en el interior de su rifle, miró de reojo hacia su acompañante. Russel reposaba prácticamente hecho un ovillo, sentado en una esquina del ascensor, cabizbajo y ensimismado en sí mismo, como si deseara imaginarse en un sitio muy lejano a ese.

    —¿Con qué tipo de seguridad me encontraré ahí abajo? —le cuestionó Mabel con severidad, pero Russel no respondió; ni siquiera reaccionó en lo absoluto—. ¡Responde! —insistió Mabel, obteniendo el mismo resultado—. Te recuerdo que en estos momentos no puedes confiar en que allá abajo haya alguien que aún esté de tu lado y quiera salvarte. De momento, la única persona en toda esta base que le interesa que salgas con vida de aquí, soy yo. Así que más te vale que cooperes conmigo por las buenas.

    Russel soltó un largo y pesado suspiro. Recorrió una mano nerviosa por toda su calva, apoyándola al final sobre su nuca.

    —Para entrar al área a la que quieres ir, tienes que pasar una gruesa puerta de acero blindado, custodiada por dos soldados bien armados que tienen la orden de no moverse en lo absoluto de su lugar, sin importar qué ocurra; y por supuesto, no dejar pasar a nadie sin autorización. La puerta sólo se abrirá con un identificador facial y de voz, que sólo dará acceso al personal autorizado.

    —Y supongo que tú eres parte de ese personal autorizado, ¿no? —inquirió Mabel con tono burlón.

    —Supongo que sí —respondió el científico con voz apagada—. Pero aunque puedas matar a los dos soldados de la puerta y atravesarla, en el interior habrá más, con órdenes de custodiar cada una de las salas en uso; incluyendo la 217.

    —¿De cuántos estamos hablando? —preguntó Mabel, percibiéndose ligera inquietud en sus palabras.

    —No lo sé —exclamó Russel, casi gimoteando—. Tal vez unos quince.

    Mabel guardó silencio, y meditó detenidamente en ese número. Sí, definitivamente no sería sencillo. Toda esa muerte a su alrededor dejaba pequeños rastros de vapor que la fortalecían, pero no tanto como para poder encargarse ella sola de quince hombres armados. Si tan sólo James estuviera con ella, quizás sería más fácil, pero no valía la pena lamentarse por lo que no era.

    El ascensor se acercaba ya peligrosamente a su destino, y era hora de actuar.

    — — — —
    Arriesgándose a recibir un disparo en la sien, Francis se atrevió a aproximarse hacia la esquina, asomando el rostro lo suficiente para echar un vistazo rápido. Los hombres alzaron sus armas en su dirección, pero por suerte nadie le disparó. Y tras unos segundos logró divisar mejor a la persona detrás de ellos, que al parecer los dirigía: hombre alto y delgado, de cabello rojo y ojos verdes, de abrigo y boina verde que solían usar los hombres de confianza de la Capt. Cullen. Y a ese en específico lo reconocía, pues era la mano derecha de ésta: el Tte. Johan Marsh.

    Una vez que tuvo la información que requería, Francis se ocultó de nuevo con rapidez. Si el segundo al mando de la Capt. Cullen estaba dirigiendo este ataque, ¿indicaba entonces que ella estaba también al tanto de todo esto? Se le informó que la capitana había llegado de improviso con sus hombres esa mañana, justo a tiempo para el inicio de toda esa locura. Difícilmente podía ser una coincidencia…

    Pero, ¿ella? ¿Ruby Cullen? ¿Una agente de la Agencia con tantos años de carrera y logros? ¿Una amiga tan cercana del Capt. McCarthy y su familia? ¿Cómo podía ser que ella estuviera detrás de eso?

    —Su tiempo y mi paciencia se acaban, Schur —pronunció Marsh en alto, ahora sonando un tanto exasperado.

    —¿Qué quieren con Gorrión Blanco? —inquirió Francis con severidad.

    —¿Tú qué crees? —soltó Marsh con voz burlona—. Es demasiado peligrosa para dejarla con vida. Pero eso no debe extrañarle, ¿o sí? En el fondo sabía que tarde o temprano tendría que elegir entre cumplir su deber, y seguir protegiendo a esa asesina. Siéntase afortunado que en vez de eso lo que tenga que cambiar sea su vida; eso hace todo más simple, ¿no le parece?

    —¿Asesina? —exclamó Gorrión Blanco pasmada, mirando al sargento con sus ojos grandes bien abiertos—. ¿Por qué dice eso, sargento?

    Francis no respondió, pero ella supo de inmediato que en efecto sabía algo… ¿Tenía algo que ver con eso que había prometido decirle más tarde? ¿Qué era lo que todos en esa base sabían menos ella?

    No habría forma de saberlo, si no lograban salir todos de ahí. Así que sobreponiéndose a su impresión inicial, decidió dar un paso al frente y tomar la iniciativa de la situación.

    —Quizás pueda distraerlos mientras ustedes escapan —propuso con voz apagada.

    —Nada de eso —le contestó Francis, cortante—. Yo los distraeré, ustedes regresen por donde vinimos.

    —Pero sargento, su herida…

    —No es nada —indicó Francis, negando con la cabeza—. La chica gritona tenía razón: éste es mi deber. Ustedes no tienen por qué arriesgarse por esto.

    —Bueno, gracias —masculló Lucy—. Aunque no me agrada mucho eso de “chica gritona”. Además de cómo ya dije, esos sujetos no nos dejarán irnos así nada más.

    A Francis le daban igual sus quejas. Ya había tomado una decisión, y no necesitaba que ninguno de ellos lo convenciera de lo contrario. Así que sostuvo un arma cargada en ambas manos, y se dispuso a salir.

    —Aguarde —intervino Cody en ese momento, aproximándose hacia los dos militares—. Quizás haya otra alternativa.

    Francis y Gorrión Blanco lo voltearon a ver, expectantes de ver qué era lo que ese profesor de biología podía aportar a la situación.

    — — — —
    De entre los artículos de combate que Mabel había traído consigo, tomó un objeto en forma de lata color verde, con una manija y un seguro en la parte superior. Russel se estremeció, pegándose instintivamente más a la pared.

    —¿Eso es una granada? —inquirió con voz temblorosa.

    —No exactamente —fue la respuesta simple de la Doncella.

    En cuanto el ascensor llegó a su destino y las puertas se abrieron, la verdadera retiró rápidamente el seguro y arrojó la lata a través de las puertas hacia el recibidor que los esperaba del otro lado. Antes de que los dos soldados de guardia frente a la puerta blindada pudieran reaccionar, la lata comenzó a girar en el suelo, y a soltar un grueso humo blanco que comenzó a cubrir todo rápidamente.

    —¡¿Qué es esto?! —exclamó uno de los soldados, y rápidamente su compañero y él alzaron sus armas.

    Mabel para ese momento ya había tomado a Russel con brusquedad de un brazo y lo jalaba hacia las puertas.

    —Más te vale identificarte adecuadamente, doctor —exclamó Mabel con sorna, y de inmediato lo empujó con violencia hacia la nube de humo del exterior.

    Russel trastabilló aturdido tras el empujón, y de un segundo a otro fue incapaz de ver cualquier cosa a su alrededor, salvo la blancura de todo ese humo.

    —¡¿Quién está ahí?! —gritó con agresividad uno de los soldados, y no esperó ni un segundo su respuesta antes de disparar hacia la silueta que se movía entre la neblina. Russel sintió como la bala pasaba cortando al aire a unos centímetros de su cabeza, haciéndolo saltar atemorizado. Un segundo disparo, quizás del otro soldado, cruzó ahora peligrosamente cerca de su brazo derecho.

    —¡No disparen!, ¡por favor no disparen! —gritó Russel con todas sus fuerzas, casi sollozando—. Soy yo, el Dr. Shepherd. No disparen, por todos los cielos…

    Los soldados parecieron atender a sus súplicas, y no hubo ningún otro disparo en esos momentos. La neblina se fue aplacando poco a poco, y conforme Russel fue reconociendo las siluetas y los rostros de los dos soldados frente a él, estos lo reconocieron a él de regreso.

    —¿Dr. Shepherd? —murmuró uno de ellos, bajando su arma para que apuntara al suelo—. ¿Se encuentra bien?

    Russel respiró aliviado por primera vez desde que comenzó toda esa locura; ellos no eran el enemigo. Quizás al fin estaría a salvo.

    Sin embargo, dicho alivio le duró muy poco, pues antes de que el humo se disipara por completo, y que Russel pudiera decir cualquier cosa, Mabel surgió justo desde atrás de él, disparando con asombrosa precisión dos disparos de su rifle, dando cada uno en una de las piernas de los dos soldados. Estos gimieron de dolor, totalmente confundidos, y se desplomaron al suelo en el acto. Y ante la mirada horrorizada de Russel, Mabel sacó su cuchillo de caza y se lanzó hacia los dos hombres en el suelo, rebanándole su cuello de un sólo tajo a cada uno, antes de que cualquiera pudiera reaccionar. Su sangre brotó a chorro de sus heridas, manchando las paredes, y Russel sólo pudo ver impotente como ambos hombres se desangraban y ahogaban en el suelo. Y su asesina, sin embargo, ni siquiera pestañeó.

    «En verdad no hay nada de humanidad en ella» pensó Russel, atónito. Como científico, debía procurar siempre ver todo de una forma más fría y pragmática, y el mismo pensamiento lo había aplicado en sus investigaciones, incluyendo el estudio de los UX. Pero no había nada en ese día que lo animara, ni siquiera un poco, a ser frío y pragmático en esos momentos.

    Mabel se alzó lentamente luego de haber terminado con sus últimas dos víctimas, y limpió la hoja de su cuchillo contra la manga del abrigo azul que portaba. De pronto, escuchó una puerta azotarse con fuerza, obligándola a girarse de lleno hacia un lado. Desde la cabina de control de acceso a un costado del cuarto, surgió un tercer soldado con pistola en mano.

    —¡Maldita! —exclamó el tercer hombre con fuerza, comenzando a disparar con rapidez en su contra.

    Mabel y Russel se tiraron al suelo de inmediato, y las balas cruzaron el aire muy cerca de sus cabezas. Estando en el piso, la verdadera se giró y apuntó con su propia arma desde un ángulo bajo en dirección a su atacante. La bala de Mabel entró directo por la cara del hombre, por debajo de su ojo, saliendo por la parte de atrás y manchando la pared a sus espaldas. El soldado no tardó en soltar su arma y desplomarse al suelo.

    Mabel respiró hondo, intentando calmarse. Se paró en cuanto pudo, claramente furiosa, y se dirigió hacia Russel. Éste seguía tirado en el suelo, pero ella lo levantó de un fuerte tirón.

    —¡Dijiste que sólo eran dos! —le gritó llena de coraje, zarandeándolo un poco.

    —¡Sólo dije que había dos soldados cuidando la puerta! —respondió Russel, nervioso—. Eso no fue una mentira…

    —Mucho cuidado, doctor. No intentes jugar conmigo, porque no te va a agradar lo que ganarás.

    Lo jaloneó entonces con nada de delicadeza hacia el panel de autenticación, y lo empujó contra él con fuerza, haciendo que prácticamente se estrellara de narices contra éste.

    —Ahora abre la maldita puerta —le ordenó, apuntándole además con su rifle para dejar más claras sus opciones.

    —¿Qué harás con los quince hombres que están ahí dentro? —masculló Russel nervioso, volteando a verla sobre su hombro—. Sólo conseguirás que nos maten a los dos…

    —Yo me estreso por eso. Tú sólo abre la puerta.

    Mabel alzó más su arma de manera amenazante. Russel dudaba que lo fuera a matar en serio, al menos no mientras lo necesitara. Pero era claro también que no tenía el menor pudor al momento de causarle dolor a la gente, así que eso no le impediría volarle una mano, herirle un brazo, o cualquier otra cosa que no lo matara, pero lo hiciera pasarla aún más mal de lo que ya estaba pasando. Y por encima de todo, lo que él más deseaba era poder salir con vida de ese lugar.

    Quizás estaba siendo egoísta, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? No era un soldado, ni un peleador. Lo único que siempre había tenido a su favor era su inteligencia, y ésta le gritaba con ahínco que debía sobrevivir sin importar qué.

    Se inclinó entonces sobre la pantalla y el micrófono en la pared, para que la cámara integrada enfocara por completo su rostro. Y entonces pronunció en voz baja, pero bastante claro:

    —Dr. Russel Shepherd, Jefe de Investigación, sala 217.

    El reconocimiento facial y de voz hizo su trabajo sin ningún problema, identificando de inmediato al jefe de la División Científica del Nido. Las puertas blindadas comenzaron a abrirse.

    Mabel respiró hondo, jalando aire a sus pulmones, pero también cualquier rastro de vapor que hubiera podido quedar en el aire de la muerte de esos últimos tres soldados, aunque fuera poco. Tomó dos bombas de humo más que traía consigo, y centró su atención en las puertas abriéndose. Volvió a respirar profundamente, relajando todo su cuerpo y, en especial, su mente. Y entonces sus ojos comenzaron a brillar con fuerza.

    — — — —
    Mientras los segundos pasaban, y no había movimiento o respuesta por parte del Sgto. Schur y sus acompañantes, Marsh y sus hombres se iban impacientando. El teniente sabía bien que mientras más cabida les diera para actuar, más pronto podrían hacer uso de esa pequeña bruja y sus trucos. Así que tras darles más del tiempo suficiente para meditar en su propuesta, decidió mejor cortar el asunto por lo sano; por decirlo de un modo.

    —Al demonio con esto —masculló molesto, y luego le ordenó a sus hombres con voz potente—: ¡Avancen y acaben con todos de una vez!

    Los soldados se dispusieron al instante a avanzar por el pasillo con armas en mano con la intención de acatar la orden.

    —¡Esperen! —pronunció en alto una voz femenina cuando apenas acababan de dar un par de pasos. Marsh dio rápidamente la indicación a sus hombres para que se detuvieran, y así lo hicieron.

    Aguardaron un instante, expectantes pero sin bajar ni un momento sus armas. Tras un rato, aquella joven de cabellos rubios y ojos azules a la que llamaban “Gorrión Blanco” salió de su escondite con las manos alzadas a cada costado de su cabeza, y avanzó unos pasos hasta ponerse en el centro del pasillo, delante de ellos. Lo soldados alzaron y prepararon sus armas para disparar al menor indicio de que intentara algo sospechoso. Eran al menos diez rifles de asalto, cuyos cañones se perfilaban sólo en su dirección. Posiblemente podría desviar varias de esas balas con sus telequinesis, pero por más hábil que fuera con sus trucos, nadie sería capaz de desviarlas todas. Marsh lo sabía, y estaba seguro de que ella también.

    —Aquí me tienen —murmuró Gorrión Blanco con voz seria—. ¿Qué es lo que quieren? Haré lo que me pidan, sólo dejen ir a los demás.

    Marsh sonrió complacido.

    —No importa a dónde vayan, toda la base está bajo nuestro control de todas formas —declaró el teniente con voz presuntuosa—. Si no mueren en este pasillo, lo harán en cualquier otro. Y lo mismo va para ti —indicó al tiempo que la señalaba con un dedo—. Lastimaste a nuestro señor, perra. No hay forma de que te dejemos con vida.

    —¿Su señor? —masculló Gorrión Blanco, confundida. Pero Marsh no estaba dispuesto a responderle y aliviar su confusión. Él tenía una misión clara, y la iba a cumplir en ese mismo instante.

    —¡Disparen!

    Todos los soldados comenzaron a disparar al mismo tiempo, y antes de que Gorrión Blanco pudiera reaccionar, las balas la impactaron de frente en diferentes partes de su cuerpo. Sin embargo, para sorpresa de todos los observadores, las balas la atravesaron enteramente de lado a lado, como si pasaran a través de una cortina de humo. El impacto de los proyectiles apenas distorsionó un poco su forma, pero a los segundos ésta volvió a la normalidad, como si fueran piedras chocando contra la superficie de un lago. Los soldados dispararon una decena de veces cada uno, antes de que se dieran cuenta de lo que ocurría y uno a uno detuvieran su ataque.

    —¿Qué rayos…? —masculló Marsh, confundido.

    La imagen de Gorrión Blanco les sonrió confiada, y de la nada desapareció en el aire como la imagen de un proyector al apagarse. Un instante después, y antes de que alguno de los soldados procesara lo ocurrido, la verdadera Gorrión Blanco salió de detrás de la pared, y aprovechó ese momento de desconcierto por parte de los hombres delante de ella para empujarlos a todos con sus poderes. Los cuerpos de los soldados se desplomaron hacia atrás, pero Marsh y uno cuantos más se hicieron a un lado hacia un pasillo adyacente, para así esquivar los proyectiles humanos de sus propios compañeros.

    Francis salió justo después, con un arma en cada mano con las cuales comenzó a disparar repetidas veces hacia los atacantes, que luchaban por reponerse e intentar contraatacar. Gorrión Blanco y él comenzaron a avanzar por el pasillo, la primera desviando lo mejor que podía los disparos de los enemigos, y Francis abatiéndolos de regreso.

    Desde su escondite Cody observaba atento lo que ocurría. Su ilusión había funcionado, incluso mejor de lo que él mismo se imaginó.

    —Bien hecho —escuchó que comentaba Lisa, asomándose detrás de él sólo un poco por la esquina—. Es increíble. ¿También puedes hacer cosas tan realistas como esa?

    —Y muchas más —le respondió Cody despacio, no sonando precisamente como si dijera algo bueno.

    —Me gustaría verlo todo —le susurró Lisa despacio con tono reflexivo—. Todo lo que eres capaz de hacer.

    Cody no pudo evitar sonreír al escuchar aquellas palabras. ¿En verdad Lisa había superado el miedo inicial que le había causado ver sus poderes? En serio quería creer que sí.

    —Cuando salgamos de aquí te lo enseñaré todo, ¿de acuerdo? —le propuso con voz confiada, a lo que Lisa respondió simplemente asintiendo.

    Mientras tanto, Francis y Gorrión Blanco lograron avanzar por el pasillo, aunque sus atacantes no daban su brazo a torcer tan fácil. En un momento, las armas de Francis se vaciaron, por lo que rápidamente se colocó detrás de Gorrión Blanco, espalda contra espalda, para que ella lo cubriera mientras recargaba.

    —¿Cómo está su herida, sargento? —musitó en voz baja la muchacha, mientras gran parte de su concentración estaba enfocada en desviar los disparos. Por suerte una porción importante de sus atacantes había optado por ponerse a cubierto en lugar de seguir disparando, lo que volvía todo mucho más sencillo.

    —Estoy bien —masculló Francis con voz apagada—. Sin importar qué pase, tienes que llegar a los ascensores y encontrar al director y al capitán. ¿Entendiste?

    —No lo dejaré atrás —declaró Gorrión Blanco con bastante convicción—. Saldremos todos juntos de aquí…

    —Prometiste que a partir de ahora harías todo lo que te dijera sin chistar, ¿lo olvidas? Tu misión…

    —Me importa una mierda la misión —exclamó la chica con voz malhumorada, tomando por sorpresa a Francis, e incluso a sí misma. No sabía de dónde había salido eso, pero por algún motivo le gustaba.

    De pronto, tras desviar un disparo que iba directo a su cara y hacer que la bala atravesara en su lugar una puerta del pasillo a su lado, Gorrión Blanco se quedó repentinamente paralizada, con su mirada desorbitada, turnándose al instante un poco nebulosa. Un fuerte dolor en la parte frontal de su cabeza la atacó de pronto, haciéndola tambalearse y caer contra la pared a su lado para no caerse.

    —¿Gorrión Blanco? —masculló Francis, inquieto, girándose hacia ella.

    La chica presionó una mano contra su frente con fuerza, y luego la bajó por sus ojos, llegando hasta su nariz. Se talló ésta con sus dedos, y entonces los colocó frente a su rostro para echarles un vistazo: estaban cubiertos de sangre. Había comenzado a sangrar por la nariz, similar a como le había ocurrido en Los Ángeles.

    «No, no ahora» pensó llena de angustia.

    Para Marsh, que vigilaba todo desde su punto seguro, aquel momento de titubeo no pasó desapercibido. Así que sin pensarlo mucho, se asomó rápidamente al pasillo con su arma en las manos, y disparó una sola vez directo hacia la chica. Esto tomó totalmente por sorpresa a Gorrión Blanco, que no pudo evitar que la bala la alcanzara justo a la altura del hombro derecho, atravesándola hasta salir por su espalda.

    —¡Ah! —exclamó con dolor la muchacha al aire, y al instante siguiente se desplomó al suelo con un sonido sordo. Estando ahí tirada, aferró su mano fuertemente a su herida, y comenzó a sollozar y gemir en voz baja. El dolor que le recorría era aún más intenso de lo que se hubiera imaginado.

    Francis, al verla en el suelo, se le acercó rápidamente, cubriéndose de sus enemigos con más disparos. Llegó hasta ella e intentó ponerla de pie, pero las piernas de la chica flaquearon. Por lo que un segundo antes de que otra ráfaga de disparos los acribillara, Francis pateó con fuerza la puerta más cercana a ellos, cosa que la herida de su vientre resintió, e hizo que ambos brincaran hacia el interior del cuarto a oscuras.

    —La bruja está herida —informó Marsh con orgullo, al tiempo que se colocaba un cigarrillo en los labios—. Matenla, y tráiganme su cabeza. Será un bonito regalo para nuestro señor.

    Los soldados a su mando, o al menos los que quedaban de pie, comenzaron a avanzar rápidamente con sus armas en mano en dirección al cuarto en el que se habían escondido.

    —Necesitan ayuda —indicó Cody con seriedad, que había visto todo desde su posición. Rápidamente se apresuró a salir de su escondite, pero unas manos lo tomaron rápidamente de su brazo para detenerlo.

    —Cody, ¡no! —exclamó Lisa, casi suplicante.

    —Estaré bien —masculló el profesor, volteándola a ver con una media sonrisa—. No te preocupes.

    —No digas estupideces —le recriminó Lucy, desde más atrás—. ¿Te parece que es el mejor momento para jugar a ser héroe? Nosotros tenemos que irnos, ¡ya!

    —Ustedes dos háganlo —le respondió un tanto tajante—. Las veré afuera.

    Y antes de que pudieran decirle algo más, corrió presuroso hacia el pasillo.

    —¡Cody! —espetó Lisa, un poco exasperada—. ¡Maldición!

    —Tu novio es un idiota —comentó Lucy con molestia—. Lo que puede hacer con esas ilusiones tiene sus límites, y no creo que él los tenga claros.

    Lisa no respondió nada, pero la angustia obviamente la agobiaba en esos momentos. Aun así, lo que le había dicho hace un rato a Cody era cierto: quería ver todo de lo que era capaz. Y por ese motivo permaneció en su sitio, observando expectante lo que ocurriría.

    — — — —
    En el nivel -20, los alrededor de quince soldados que custodiaban el pasillo al otro lado de la puerta blindada se percataron de los disparos provenientes del otro lado, y de inmediato se agruparon para recibir a la posible amenaza. En cuanto las puertas comenzaron a abrirse, se colocaron en fila, apuntando con sus rifles directo a la entrada. Pero antes de que pudieran vislumbrar a cualquier persona, lo primero que notaron fueron las dos bombas de humo lanzadas hacia el interior, que de inmediato comenzaron a arrojar el vapor blanco al aire y cubrirlo todo. Los soldados dispararon al mismo tiempo por reflejo, y una ráfaga de balas cruzó la nube de humo, pero sin lograr tocar a su verdadero objetivo.

    —¡No disparen! —ordenó uno de ellos, gritando con fuerza para intentar que su voz se escuchara por encima de los disparos. Todos se detuvieron poco a poco, permaneciendo quietos en su posición mientras eran envueltos por completo por el humo, siendo incapaces de ver mucho más allá de sus narices.

    De pronto, algunos notaron como algo se movía entre la neblina. Era una silueta oscura… no, eran dos, o quizás tres; eran varias, difíciles de contar en realidad, siluetas humanoides que se abrían paso contra ellos. Y aunque no lograban distinguirlas con claridad y eran más como borrones confusos, hubieran jurado ver que estaban armados, y los apuntaban directamente con sus armas. Su temor se acrecentó cuando el estruendo del primer disparo les taladró el oído, sin darse cuenta de que se trataba de hecho de uno de ellos. Y al escucharlo, presas del miedo, los demás comenzaron a disparar de nuevo.

    —¡Qué no disparen! —gritó el mismo soldado de hace un momento—. ¡¿Qué les ocurre?!

    Él no lo comprendió, pues no veía lo mismo que sus compañeros; sólo unos cuántos lo hacían, pero eso fue suficiente.

    Aquellas siluetas negras se lanzaron en contra de ellos, y algunos de los soldados se tiraron al suelo intentando esquivarlos. Para cuando alzaron sus miradas, a su alrededor entre la neblina ya no distinguieron a ninguno de sus compañeros, sino más de esas mismas siluetas, rodeándolos, mirándolos fijamente con ojos resplandeciendo como llamas.

    Los soldados comenzaron a disparar sin miramiento, acompañados de un aguerrido grito, sin darse cuenta de que abrían fuego contra sus propios compañeros, y estos respondían por reflejo sin comprender tampoco lo que ocurría. Las balas comenzaron a cruzar de un lado a otro por el pasillo, acribillando uno a uno a los soldados. Para cuando el humo se fue disipando y su visibilidad mejoró, lo que se abría paso ante ellos era un montón de sus compañeros heridos en el suelo, incluso algunos ya claramente muertos, y apenas unos cinco aún de pie.

    —¿Qué rayos…? —masculló uno de ellos, respirando con agitación y confusión.

    Ninguno tuvo tiempo de pensar o detenerse a dar ninguna teoría, pues los disparos se reanudaron en ese instante desde el umbral de la entrada. El primero fue tan certero que entró por la nuca del soldado más próximo a la puerta, saliéndole por la parte delantera de su cuello. El segundo le dio a otro más en un brazo, derribándolo, y sólo entonces el resto se giró y notó a la hermosa mujer armada en la puerta, con un rifle en una mano y una pistola corta en la otra.

    Antes de que la misteriosa atacante pudiera volver a disparar, los tres soldados en pie se giraron hacia ella y dispararon al mismo tiempo primero. Mabel se ocultó rápidamente de nuevo tras el muro a un lado de la puerta, y las balas le pasaron rozando. Respiró muy hondo, llenando de nuevo sus pulmones con los pequeños rastros de vapor que dejaba la muerte en el aire. Luego, mientras los soldados disparaban, acercó una mano a su cinturón, tomando un objeto redondo y oscuro; esa sí era una granada.

    Le retiró el seguro, y sin más la arrojó como una pelota al interior del pasillo. El objeto rebotó en el suelo hasta los pies de los soldados.

    —¡Granada! —gritó alarmado uno de ellos, y rápidamente intentaron retroceder, pero no lo suficientemente rápido antes de que la explosión hiciera retumbar el pasillo entero, y lanzara sus cuerpos hacia atrás por el fuerte impacto.

    Mabel se agachó y se cubrió sus oídos para protegerse de la explosión. Esperó unos segundos, y escuchó con atención para ver si había algún otro movimiento. Cuando estuvo segura de que todo estaba en calma, pegó su espalda a la pared y se dejó caer de sentón al piso, claramente agotada. Proyectar aquellos pensamientos en diferentes personas a la vez no había resultado nada sencillo; ni siquiera con los poderes adicionales que le había proporcionado el vapor de Rose. Pero al parecer había funcionado. Sin embargo, dudaba tener la energía suficiente para volver a hacer algo como eso en lo que restaba del día; no sin recibir una buena dosis de vapor para reponer las energías que había estado gastando.

    Y aún le quedaba por delante todo el recorrido de salida…

    Pero era mejor no angustiarse por eso aún.

    Se forzó a recuperarse y ponerse de pie. Revisó rápidamente la carga de sus armas, y se preparó para ingresar. Russel reposaba en el suelo a su lado, tembloroso y lloroso. Mabel resopló molesta, y lo levantó de un jalón, obligándolo a acompañarla hacia adentro.

    El pasillo era angosto, y era en ese momento un revoltijo de cuerpos y heridos; algunos por las balas, otros por la explosión de la granada. Pero conforme avanzaron y ella veía a alguno de esos incautos aún moviéndose en el suelo, Mabel no tuvo reparó en acabar con su sufrimiento metiéndoles una bala directo en sus cabezas. Russel respingó y gimió con cada disparo que le retumbaba sus oídos.

    —Deja de llorar —le reprendió Mabel—. Si no era yo, serían los demás traidores de arriba en cuanto bajaran a encargarse de ellos. Sólo les adelante el viaje.

    Siguieron avanzando por el pasillo, hasta encontrar la sala que buscaban: la 217. Tirado en el suelo contra la puerta, se encontraba otro soldado, que presionaba con fuerza una herida en su costado con su brazo sano, mientras el otro le colgaba a un lado con un feo agujero en su antebrazo que le sangraba abundantemente. Estaba consciente, y respiraba con agitación. En cuanto los vio acercarse, usó las pocas fuerzas que le quedaban para retirar la mano de su herida, tomar su arma y extenderla directo al rostro de la mujer.

    Mabel, que en cuanto lo vio ya había previsto sus intenciones, ya tenía su cuchillo en mano desde antes de que él levantara su arma, y lo arrojó hacia él un segundo antes de que pudiera disparar. El cuchillo se clavó de lleno en su mano, haciéndolo soltar su arma al suelo. El soldado gimoteó con dolor, cayendo hacia un lado sobre su costado. Mabel se aproximó presurosa hacia él, tomó el cuchillo del mango y lo retiró de un jalón, rasgándole la mano entera en el proceso. Y prácticamente en el mismo movimiento, extendió el arma hacia el cuello del hombre, clavándolo hasta la empuñadura. La sangre comenzó a brotar con fuerza de la herida y de la boca del soldado, mientras la Doncella lo observaba fijamente con sus ojos fríos como hielo.

    Una vez el soldado dejó de moverse, Mabel retiró rápidamente el cuchillo de su cuello y lo soltó para que cayera con su propio peso hacia el suelo. Respiró profundo por su nariz; de nuevo la muerte que impregnaba ese pasillo la alimentaba un poco.

    Librado el último obstáculo, o eso pensaba ella, se giró hacia la puerta de la sala 217. No le sorprendió mucho ver que estaba cerrada, y no había ningún picaporte, pero sí un sensor en el muro justo a un lado de la puerta.

    —Ábrala —ordenó con fiereza, girándose hacia Russel. Éste la miró de soslayo, nervioso.

    —Para abrir… la puerta desde afuera… necesitas su tarjeta —pronunció tartamudeando, señalando tímidamente hacia el soldado caído a los pies de Mabel. Ésta resopló con fastidio, y se agachó para rebuscar en el cadáver, hasta dar con la tarjeta de acceso roja.

    —¿Y qué me espera allá adentro? —cuestionó con severidad, volteándolo a ver sobre su hombro estando aún de cuclillas en el suelo—. ¿Más soldados? ¿Alguna trampa o alguna otra medida de seguridad?

    Russel no contestó, pero se le notaba claramente incómodo. Algo estaba ocultando, y no necesitaba leer mentes para saberlo.

    —Bien, lo descubriremos juntos —amenazó Mabel, y rápidamente se irguió y lo acercó hacia ella con agresividad.

    Mabel colocó a Russel delante de ella, rodeándolo con un brazo para mantenerlo firme en su sitio, como su escudo humano. Con la otra mano acercó la tarjeta de acceso al sensor, que de inmediato la aceptó. Antes de que la puerta se abriera del todo, Mabel tomó su rifle y apuntó con él hacia adelante, apoyando el cañón sobre el hombro de Russel, más que lista para abrir fuego contra lo que se fuera a encontrar.

    Lo que los recibió al otro lado de las puertas, fue una habitación cuadrada, relativamente pequeña, con algunos escritorios con computadoras, gavetas cerradas, y los rostros pálidos y asustados de tres hombres y dos mujeres en batas blancas de laboratorio, que se pusieron rápidamente de pie y se giraron hacia la puerta, retrocediendo temerosos ante la mujer extraña que los apuntaba con un rifle.

    Mabel los inspeccionó rápidamente con la mirada, y se percató de inmediato de que ninguno de esos individuos estaba armado, ni parecía tener la predisposición a pelear. Bien, eso haría su eliminación mucho más sencilla.

    —¡No! —exclamó Russel con fuerza, y rápidamente logró soltarse del brazo de Mabel y colocarse delante de ésta, interponiendo su cuerpo entre el cañón de su arma y los demás presentes en el cuarto—. Por favor, no lo hagas —murmuró exasperado, casi al borde del llanto—. Ellos no son soldados, son sólo científicos como yo. Deja que se vayan.

    Mabel lo observó con molestia, más que dispuesta a hacerlo a un lado a la fuerza, aunque tuviera que golpearlo para hacerlo. Sin embargo, antes de dar ese primer golpe, su atención se fijó en más allá de Russel, en aquello que se encontraba en el centro de la habitación, y era lo que más resaltaba de ésta, aunque por algún motivo no había reparado en él al inicio.

    Era lo que parecía ser un enorme y grueso tubo transparente de vidrio, que iba desde el suelo hasta el techo. Y en su interior se encontraba lo que parecía ser alguna clase de camilla colocada en vertical, con una persona sujeta a ella de sus muñecas, tobillos y cintura con gruesas correas de cuero. Dicha persona vestía únicamente una delgada bata blanca, como la de los hospitales, y tenía su cabeza completamente inclinada hacia el frente, y sus largos y desalineados cabellos negros caían sobre su rostro como una cortina.

    Era una imagen que le resultó extraña y desconcertante en un inicio. Sin embargo, sólo le tomó observar a dicha persona en el interior del tubo unos cuántos segundos para que todo su ser la reconociera…

    Un espasmo de confusión y asombro le recorrió el cuerpo entero como un choque de electricidad, y su rostro cambió enteramente de forma de un segundo a otro.

    —No puede ser —susurró atónita.

    Empujó entonces con algo de fuerza a Russel hacia un lado para quitarlo de su camino, y avanzó lentamente los pasos que la apartaban de aquel tubo. Todos los demás miembros del equipo científico se hicieron a un lado, separándose lo más posible de ella. Mabel se paró justo delante del tubo, y colocó delicadamente la yema de sus dedos sobre el frío cristal. Contempló entonces en silencio el cuerpo inerte al otro lado de éste, como si fuera la pieza de alguna morbosa exposición.

    —¿Annie? —susurró despacio, apenas logrando que su voz surgiera con claridad de su garganta—. Annie, ¿eres tú…?

    La persona dentro del tubo no reaccionó a sus palabras. Sólo un pequeño espasmo ocasional que le cruzaba el cuerpo de repente, fue el único indicativo que tuvo de que se encontraba con vida. Si es que acaso eso que veían sus ojos podía considerarse vida…

    — — — —
    Cody se paró con firmeza en el centro del pasillo, encarando sin temor a los soldados armados que avanzaban por éste. En cuanto estos notaron su presencia, rápidamente alzaron sus armas y lo apuntaron con ellas. Cody, sin embargo, no se doblegó por esto, y de inmediato enfocó su mente para hacer el mismo truco que había hecho en el bosque: hacer aparecer a su alrededor miles de mariposas azules y brillantes, que volaron como proyectiles directo hacia los atacantes. Estos, desconcertados, no reaccionaron a tiempo antes de que aquellas ilusiones los golpearan de frente, cubriendo su visión, y comenzando a pegarse a sus cuerpos con pequeñas patas que se convertían en cuchillas y se encajaban a sus ropas y pieles.

    Los soldados comenzaron a agitarse y a manotear intentando quitarse aquellas cosas, pero sin éxito pues era como si sus manos las atravesaran sin más. Algunos incluso empezaron a disparar al aire en desesperación, intentando darles a los pequeños insectos, pero obteniendo el mismo resultado.

    Cody avanzó agachado para evitar todos esos disparos al aire, y se dirigió al cuarto en donde Gorrión Blanco y Francis habían entrado. En cuanto se asomó por la puerta, éste último rápidamente alzó su arma y lo apuntó directo a la cara con ella.

    —Hey, soy yo —exclamó Cody rápidamente, alzando sus brazos. Gracias a su entrenamiento, Francis no le disparó por reflejo, y alcanzó a bajar su arma.

    Cody volteó hacia un lado, en donde Gorrión Blanco estaba sentada contra la pared, con los ojos fuertemente apretados, mientras sujetaba su cabeza con ambas manos. A la altura de su hombro, aquella horrible herida que le habían hecho se asomaba de forma grotesca, pero por suerte parecía no estar sangrando demasiado; no como el caso de Francis.

    —¿Qué le ocurre? —preguntó curioso y preocupado.

    —Está bien —exclamó Francis de forma cortante. Cody notó rápidamente como pasaba una mano por su propio costado. Ese vendaje improvisado que se había hecho con sus propias ropas, ya se veía para ese punto bastante impregnado de rojo.

    Notó además los rastros de sangre en la nariz de Gorrión de Blanco. Eleven le había dicho en alguna ocasión que eso le pasaba a algunos resplandecientes cuando abusaban mucho de sus poderes; ella misma lo sabía por experiencia, según le había dicho. Era verdad que aquella chica había estado desviando bala tras bala desde hace buen rato, pero antes de aquel pequeño mareo no parecía agotada en lo absoluto; de hecho, parecía estarlo haciendo con bastante facilidad.

    —Vamos, salgan mientras yo los cubro —les indicó Cody con seriedad, asomándose de nuevo al pasillo. Sus mariposas seguían haciendo lo suyo, y por si acaso hizo que aumentaran en su número, y además comenzaran a morder a los atacantes en cada parte expuesta de su piel que pudieran.

    Francis tomó a Gorrión Blanco y pasó un brazo de ella alrededor de sus hombros para ayudarla a levantarse. Ésta no opuso resistencia, y de hecho parecía haberse sobrepuesto lo suficiente a su dolor para ponerse de pie sin mucho problema.

    Por su parte, desde su posición, el Tte. Marsh observaba la escena casi cómica ante él, de sus hombres siendo atacados por pequeñas mariposas. Pero, por supuesto, no le causaba la más mínima gracias.

    —Un ilusionista —masculló con voz áspera, expulsando algo de humo de cigarro por su boca al hacerlo—. Odio a los putos ilusionistas. Tú, tráeme esa cosa —le ordenó con severidad a uno de sus hombres de pie a su lado, señalando con su cabeza a un maletín largo que reposaba en el suelo a su lado—. Veamos cómo les va contra esto.

    El soldado se apresuró a cumplir su encargo.

    Para cuando Francis salió del cuarto ayudando a Gorrión Blanco a caminar, y Cody retrocedía delante de ellos con su atención fija en su propia ilusión, Marsh ya tenía armado y listo en sus manos el lanzacohetes portátil. Y sin espera, lo colocó sobre su hombro, salió de detrás del muro que lo cubría, y apuntó la mirilla de su arma directo a Cody. Ninguno de los que escapaban se dio cuenta de aquel peligro inminente; sólo Lisa desde su posición al inicio del pasillo, logró divisar la silueta de Marsh a lo lejos.

    —¡Cuidado! —gritó la bioquímica con fuerza para alertarlos. Cody, Francis y Gorrión Blanco se sobresaltaron, y por reflejo se giraron a mirarla, un instante antes de que Marsh presionara el detonador y el letal proyectil cruzara el pasillo directo hacia su objetivo.

    Gorrión Blanco fue la única que logró reaccionar al escuchar la detonación, y alcanzar a ver aquello se dirigía en su dirección. Usando toda la agilidad mental y física que pudo, concentró de inmediato todos sus sentidos, y jaló su mano con violencia hacia arriba, usando su telequinesis para empujar lo más rápido que pudo el proyectil hacia arriba. Éste en efecto se elevó como empujado por una fuerte ráfaga de viento, y se estrelló directo contra el techo sobre sus cabezas, creando una fuerte explosión que sacudió todo el pasillo entero.

    El techo voló en pedazos por la explosión, y escombros de éste comenzaron a desplomarse, no sólo contra Cody, Francis y Gorrión Blanco, sino también contra los propios hombres de Marsh, sepultándolos a todos.

    —¡No! —exclamó Lisa horrorizada, y tuvo el impulso de correr hacia ellos. Sin embargo, Lucy alcanzó a tomarla, y jalarla hacia atrás. Ambas se lanzaron al suelo, antes de ser alcanzadas por un nubarrón de polvo y pedazos de techo.

    — — — —
    Mientras se movía escurridiza por los pasillos desolados de la base en busca de alguna salida, Charlie McGee fue sorprendida por la sacudida de aquella explosión. Se encontraba vestida con las ropas que había logrado quitar del cuerpo de Grish Altur, las cuales no habían sido nada fáciles de retirar. Eso incluía una camiseta negra holgada, unos pantalones verdes, botas anchas de combate, y su gabardina verde, cuya manga derecha tuvo que terminar de arrancarle pues aquel pedazo de plástico térmico la había prácticamente cercenado junto con el brazo de su antigua dueña.

    Charlie se puso rápidamente en alerta tras el estruendo, en busca de la presencia cercana de algún enemigo. Sin embargo, en el momento en el que el retumbar de la explosión se apaciguó, todo se sumió en una inhóspita calma.

    —¿Y ahora eso qué fue…? —susurró en voz baja para sí misma, por supuesto sin recibir ninguna respuesta.

    Y aunque el reflejo más natural hubiera sido avanzar en la dirección contraria de dónde había escuchado aquella explosión, ella hizo justo lo contrario y comenzó a caminar con cautela justo hacia allá. No sabía con qué o quién se encontraría, pero su instinto, o algo más, le decía que aquel era justo el sitio en el que debía estar en ese momento.

    FIN DEL CAPÍTULO 150
     
  11. Threadmarks: Capítulo 151. Una pesadilla hecha de realidad
     
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    Resplandor entre Tinieblas
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    Misterio/Suspenso
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
    WingzemonX


    Capítulo 151.
    Una pesadilla hecha de realidad

    El reloj del buró a un lado de la cama marcaba que era ya para ese momento cerca de la media noche. La lluvia de afuera no había mitigado ni un poco, y las gotas de lluvia golpeaban con fuerza el cristal de la ventana. La habitación se encontraba a una agradable media luz, sólo alumbrada por la lámpara de noche en el mismo buró.

    Lisa tenía su mejilla recostada contra el pecho desnudo de su novio; sus ojos abiertos contemplando su piel alumbrada por la luz anaranjada de la lámpara, mientras hacía sobre ésta pequeños círculos con un dedo. Él a su vez la tenía envuelta con un brazo que la mantenía muy cerca de él, casi como si temiera que se alejara si le daba la oportunidad; un sentimiento que ella misma había sentido a la inversa, incluso en ese instante. Sus cuerpos se encontraban cubiertos únicamente de sus cinturas para abajo por las sábanas de un impecable color blanco.

    Era la tercera vez que Cody y ella hacían el amor; cada una había sido justo en esa misma cama. No llevaban mucho tiempo como pareja, y en otras circunstancias no se hubiera atrevido a abrirse de tal medida hacia un chico, y menos tan rápido. Siempre había sido muy cuidadosa y reservada en el pasado; algunos dirían que quizás demasiado. Y eso quizás la llevó a tener problemas en sus relaciones pasadas, pero al mismo tiempo también le ayudó a sortear muchas posibles decepciones.

    Pero con Cody todo era diferente. Con él las cosas simplemente parecían suceder, fluyendo como la corriente de un río, y ella estaba más que contenta de dejarse llevar por dicha corriente. Nunca se lo había dicho directamente, pero desde su primera conversación en aquella fiesta en donde su profesor los presentó, ella había sentido una fuerte conexión que la llevó de inmediato a sentirse muy cómoda en su presencia. Y no tardó casi nada en sentir que podía ser ella misma con él; decirle y compartirle cualquier cosa…

    Hubiera deseado, sin embargo, saber que él se sentía de la misma forma.

    Sintió de pronto como la mano de Cody bajaba repentinamente por su espalda, provocándole unas agradables cosquillas.

    —¿Te desperté? —preguntó Lisa despacio, susurrando con sus labios pegados a la piel de su pecho.

    —No, no estaba dormido en realidad —respondió Cody, sin ningún rastro de sueño en su voz. Esto no le extrañó; ya para ese punto tenía claro que él deliberadamente nunca dormía en su presencia—. ¿Y tú?

    —Tampoco. Sólo pensaba.

    —¿En qué? —preguntó Cody, percibiéndose de hecho bastante interesado—. Bueno, si puedes decírmelo.

    —Nada importante —murmuró Lisa, encogiéndose de hombros—. En el futuro, creo.

    Cody dejó escapar una repentina risilla irónica.

    —Eso suena bastante importante.

    —¿Tú crees? —le respondió ella con tono burlón.

    Lisa se alzó y se giró un poco, cruzando sus brazos sobre el pecho de Cody, y apoyando su barbilla sobre estos para poder mirarlo directamente al rostro.

    —¿Qué deseas tú para el futuro? —soltó de pronto, tomando vívidamente por sorpresa al joven profesor.

    —Wow, ¿ya entramos en el terreno de las preguntas complicadas?

    —Tranquilo, no te estoy preguntando si quieres casarte conmigo ni nada —exclamó Lisa entre risas—. Aunque mi padre sí me lo preguntó el otro día.

    —¿Si acaso estaba en nuestros planes casarnos? —inquirió Cody, dubitativo, a lo que ella le respondió asintiendo—. ¿No le parece un poco pronto?

    —Es un hombre práctico que no se anda con rodeos. Pero eso no importa ahora. ¿Qué respondes? ¿Qué deseas para el futuro?

    Cody colocó una mano atrás de su cabeza y fijó su mirada en el techo. Mientras reflexionaba en su respuesta, volvió a recorrer lentamente sus dedos por la espalda de Lisa, provocándole de nuevo esas agradables cosquillas, pero intentando que su reacción no se volviera tan evidente.

    —No lo sé —respondió tras un rato—. Pero puedo decir con seguridad que estoy muy feliz con cómo son las cosas en este momento.

    Lisa sonrió, en parte divertida por la respuesta, en parte un tanto conmovida.

    —¿Hablas de tu trabajo, tu casa, tus amigos y tu novia? ¿O de este preciso momento de tiempo en el que nos encontramos?

    —Ambas opciones son bastantes buenas —contestó Cody con tono divertido, girándose de nuevo a mirarla—. Y, ¿qué hay de ti? ¿Qué deseas tú para el futuro?

    Lisa esbozó una amplia sonrisa, que no le hizo justicia a todas las emociones que remolineaban en su pecho tras escucharlo hacerle esa pregunta.

    Volvió a recostar la cabeza sobre el hombro de su novio, y se acurrucó cómodamente a su lado, pegándose a su costado y rodeando su cuerpo con un brazo. Cerró los ojos, intentando visualizar en su mente la imagen que intentaba evocar. Y entonces le compartió su larga y detallada respuesta…

    * * * *
    El estruendo provocado por el cohete lanzado por Marsh se asentó, y poco después lo hizo también el polvo levantado. Más de la mitad del pasillo quedó sepultado en los escombros del techo, debajo de los cuales se asomaban las piernas y brazos de algunos de los hombres al mando del Tte. Marsh, que habían tenido la mala suerte de estar justo debajo del punto en el que el cohete se estrelló.

    Marsh se paró firme al final del pasillo, observando aquel panorama con indolencia, mientras con una mano se limpiaba el polvo de sus ropas. La explosión le había volado además el cigarrillo de su boca, por lo que no perdió mucho tiempo en sacar otro de su cajetilla y colocarlo en sus labios. A su alrededor se fueron agrupando los miembros de su equipo que seguían de pie e intactos; en esos momentos apenas unos cinco o seis hombres.

    —Busquen a la bruja y al ilusionista, y asegúrense de que estén muertos —ordenó con abrumadora calma, mientras encendía su cigarrillo nuevo.

    —Señor, algunos de nuestros hombres están sepultados también en los escombros —le informó alarmado uno de los soldados de pie a su lado.

    —Preocúpense por eso después —ladró Marsh con severidad—. Nuestra prioridad es acabar con los objetivos. ¡No pierdan tiempo!

    Los soldados acataron la orden sin chistar, y comenzaron a avanzar entre los escombros con armas en mano, en dirección a donde se suponía que habían estado Gorrión Blanco, Cody y el Sgto. Schur.

    Desde el otro extremo del pasillo, Lisa se asomaba por la esquina, alarmada por el escenario tan catastrófico que se cernía a unos cuantos metros de ella. Su cuerpo temblaba de miedo, y su mente era un revoltijo que no le permitía resolver cuál debía ser su siguiente acción. Sin embargo, Lucy parecía tenerlo bastante claro.

    —Tenemos que irnos antes de que noten que seguimos aquí —le susurró despacio cerca su oído, jalándola además de un brazo para alejarla de la vista de los hombres en el pasillo.

    —¿Irnos? —masculló Lisa, aturdida—. Pero, ¿y dejarlos ahí solos? ¿No hay nada que tú puedas hacer para ayudarlos? También eres un UP, ¿o no?

    —Si con eso te refieres a que tengo poderes, pues sí. Pero ninguno de ellos sirve para pelear, mucho menos con hombres armados. En estas circunstancias soy tan débil e inútil como tú.

    —Pero Cody… —susurró Lisa dubitativa, volteando a ver por reflejo de nuevo hacia el pasillo, pero Lucy la volvió a jalar para que mirara hacia ella antes de que lo hiciera.

    —No hay nada que puedas hacer por él —sentenció Lucy con dureza—. Vámonos, y quizás una vez que estemos afuera podríamos hacer algo para ayudarlos.

    La mentira fue más que evidente en sus palabras; no había logrado ni un poco ocultarla. Ambas sabían muy bien que si ellas dos lograban salir vivas de ese sitio y dejaban a Cody y a los otros atrás, eso sería igual a dejarlos para que murieran.

    Lisa se debatió internamente sobre qué hacer. La propuesta de Lucy era la más lógica, y la que cualquier soldado y científico señalaría como la mejor. Sin embargo, ella no se sentía como ninguna de las dos cosas en esos momentos. Si hubiera sido en cualquier otra circunstancia, con cualquier otra persona, de seguro lo hubiera hecho sin chistar demasiado. Pero… era Cody; su Cody. La sola idea de abandonarlo de esa forma, en especial luego de que él había ido hasta ahí justo por ella…

    Nadie tendría por qué hacer una elección tan difícil, y menos con tan poco tiempo para pensarlo. Pues en cuanto los hombres en el pasillo notaran su presencia, o alguien más viniera por donde habían llegado, sus oportunidades de escapar desaparecerían.

    Sin embargo, antes de que pudiera tomar cualquier decisión, tanto Lucy como ella escucharon una pequeña conmoción en el pasillo, que irremediablemente jaló su atención.

    Los escombros en el punto al que los hombres armados se aproximaban comenzaron a moverse, colocándolos en alerta. Pero antes de que cualquiera pudiera reaccionar, los escombros se alzaron y volaron directo hacia ello, golpeando y derribando con fuerza a dos de ellos.

    De aquel sitio, Gorrión Blanco comenzó a alzarse lentamente, con una mano alzada hacia el frente, y su brazo herido colgando de un lado. Detrás de ella, Cody y Francis parecían también estar bien, o al menos lo mejor que podían estar. Antes de ser aplastados por los escombros, Gorrión Blanco había logrado usar su telequinesis para proteger a los tres, pero no sin salir ilesos. Cody tenía un fuerte golpe en la cabeza, que le había abierto una herida y dibujado una larga mancha roja por su frente y ojo. Francis, por su parte, yacía boca abajo en el suelo, al parecer ya totalmente inmovilizado por la gravedad de la herida en su costado, empeorada aún más por esa sacudida. Y Gorrión Blanco, ciertamente el disparo de su hombro no había mejorado tampoco con aquello, y ahora incluso levantar su brazo derecho le resultaba horriblemente doloroso. Lo bueno era que en realidad no necesitaba los brazos para usar sus poderes.

    Usando su telequinesis, empujó tanto a Cody como a Francis hacia el extremo contrario del pasillo, haciendo que sus cuerpos se deslizaran por el suelo en dirección a Lisa y Lucy. Al mismo tiempo, al lado contrario lanzó más de esos escombros como proyectiles contra los atacantes, incluido uno muy grande que casi aplastó uno de ellos, y eso le dio oportunidad para también huir, aunque fuera casi renqueando.

    Lisa y Lucy tomaron a Cody y Francis en cuanto estuvieron cerca de ellas, y los jalaron para ponerlos a cubierto.

    —Dios mío, tu cabeza —señaló Lisa alarmada, mirando la sangre en el rostro de Cody.

    —¿Se ve tan mal? —masculló el profesor, tomándose incluso la molestia de ponerle un tinte de humor a sus palabras.

    Al no contar con nada mejor a la mano, Lisa tomó un extremo de su bata blanca, y lo presionó contra la cabeza de Cody. Éste respingó un poco ante la sacudida de dolor que le causó el contacto, pero resistió. La tela blanca de la bata no tardó en irse impregnando de rojo, pero por suerte no demasiado.

    —Eso fue una locura —le reprendió Lisa con ligera molestia—. Eran diez hombres armados, y tú sólo un profesor de escuela que los atacó con mariposas.

    —Es lo que puedo crear más rápido sin pensarlo mucho, pero podría haber hecho algo más espectacular —declaró Cody, de nuevo con algo de diversión en su tono, que Lisa no compartió en lo absoluto—. Lo siento. Todo esto es una mierda, ¿cierto?

    —Tú lo has dicho —suspiró Lisa con pesar.

    Gorrión Blanco llegó hacia donde se ocultaban un segundo después. Se apoyó contra la pared para evitar caer, y aferró firmemente su mano izquierda contra su hombro herido.

    —¿Estás bien? —preguntó Lisa en voz baja, aun sabiendo que era una pregunta tonta; sólo mirarla era suficiente para saber la respuesta.

    Gorrión Blanco respiró, intentando serenarse, y se volvió a parar derecha lo mejor que pudo.

    —Hay que irnos —les indicó con voz dura.

    —Es lo que les he dicho desde el inicio —rezongó Lucy con irritación, ganándose un par de miradas de desaprobación de parte de Cody y Lisa.

    —Sargento, ¿puede caminar? —preguntó Gorrión Blanco, preocupada, viendo al militar sentado en el suelo a sus pies.

    —Lo dudo —respondió Francis; su voz se escuchaba apagada, pero seguía habiendo fuerza en ella. Intentó levantarse, aún a pesar de que era obvio que cada movimiento le causaba un intenso espasmo de dolor, quedando claro rápidamente que no podría hacerlo por su cuenta—. Váyanse, yo intentaré distraerlos.

    —De acuerdo —dijo Lucy, más que dispuesta a tomarle la palabra.

    —¡No! —exclamó Gorrión Blanco con ímpetu—. Ustedes dos llévenlo, por favor —murmuró casi suplicando, mirando a Lisa y Lucy, que eran las que claramente estaban más intactas de todos ellos.

    —¿Dos mujeres pequeñas cargando a un hombrezote como éste? —rezongó Lucy—. No hablarás en serio…

    —Cierra la boca, ¿quieres? —le reprendió Lisa con severidad. Sin dudarlo mucho más, se apartó un poco de Cody para agacharse a lado del Sgto. Schur, e intentar entonces ayudarlo a ponerse de pie pasando uno de los brazos de él por sus hombros—. Ven y ayúdame —exclamó con molestia, mirando a Lucy. Ésta resopló, y más resignada que otra cosa se agachó al otro lado del hombre herido.

    Francis se encontraba al parecer bastante débil como para oponer resistencia, y en su lugar intentó cooperar lo mejor posible para no ser una carga tan pesada para las dos chicas.

    —¡Muévanse! —escucharon como vociferaba la voz de Marsh desde el pasillo—. ¡No dejen que ninguno se escape! ¡¿Qué esperan?!

    Esos gritos, acompañados de los inminentes pasos que se aproximaban en su dirección, fue lo que les bastó para apurar su escape.

    —¡Avancen! Yo voy detrás de ustedes —les indicó Gorrión Blanco, caminando en efecto detrás de ellos, pero con su atención puesta en la dirección de la que venían Marsh y los otros, y con sus poderes más que listos para repeler lo que viniera.

    El grupo comenzó a avanzar, Lucy y Lisa al frente ayudando a Francis; Cody detrás de ellas, con un ojo puesto en el camino, y otro más a sus espaldas, en donde venía Gorrión Blanco, aunque algunos pasos más detrás.

    Cody se maldijo por dentro, debido a la enorme impotencia que sentía. Estaban heridos, cansados, perdidos y en absoluta desventaja para ese punto. No sabían cuántos más de esos atacantes había por la base, y ni siquiera tenían claro en qué dirección tenían que ir.

    «Si tan sólo fuera más fuerte, si tan sólo pudiera hacer más…»

    A sus espaldas, escuchó como los disparos comenzaban a suscitarse, haciendo que todos se detuvieran un instante. Ninguna bala de sus perseguidores los alcanzó, pues Gorrión Blanco aún tenía las energías suficientes para desviarlas.

    —¡No se detengan! —les gritó la joven con voz de mando, sin mirarlos pues toda su atención estaba fija en la tarea de repeler.

    El grupo reanudó su marcha, lo más rápido que les fue posible. Avanzaron más y más por el pasillo, en la dirección que habían llegado. Al final del pasillo vislumbraron la misma sala amplia y abierta por la habían pasado hace un momento. Pero no alcanzaron a llegar tan lejos.

    Estando a un par de metros del final del pasillo, su andar fue cortado de pronto cuando escucharon nuevos pasos aproximándose, pero ahora justo en esa dirección. Y un instante después, vieron con espanto como otro grupo de hombres, todos vestidos de negro y armados, aparecía justo delante de ellos, cortándoles el camino.

    Todos pararon en seco, y miraron a aquel nuevo grupo con sus ojos bien abiertos, llenos de asombro y miedo. Igual no les dieron mucha oportunidad de procesar por completo lo que ocurría, pues de inmediato los hombres alzaron sus armas en su dirección, y jalaron los gatillos de sus rifles sin la menor vacilación.

    El estruendo de los disparos a sólo unos cuántos metros de ello resonó en el pasillo entero. Francis, a pesar de su estado, intentó reaccionar antes del primer disparo, y jalar a las dos chicas con él hacia el suelo para cubrirlas. Sin embargo, en su debilidad su movimiento fue torpe, y sólo logró precipitarse al suelo con una de ella. La otra, por otro lado, quedó de pie a medio camino al suelo, justo al frente de los inminentes disparos, totalmente a la merced de estos…

    Las balas atravesaron por completo su cuerpo una detrás de otra, brotando por su espalda, creado en un segundo grotescos agujeros en su alguna vez impecable bata blanca. Cody, detrás de ella, sólo pudo observar aquello con intenso e inmovilizador horror…

    —¡¡Lisa!! —gritó el profesor con voz desgarrada, un instante antes de que una de esas balas que había brotado de la espalda de su novia le diera a él justo en el brazo, lanzándolo hacia atrás.

    Para cuando los disparos cesaron, ambos se precipitaban juntos al piso.

    — — — —
    Mabel no sabía qué era lo que la tenía más sorprendida: encontrar a su amiga perdida justo en ese sitio, su lamentable estado, o el hecho de que pudiera reconocerla aún pese a éste. Estaba horriblemente delgada, sólo sostenida en pie por las gruesas correas en sus extremidades. Su cabello oscuro estaba considerablemente más largo que la última vez que la había visto, aunque se veía débil y sucio. Pero estaba segura de que era ella; era Annie la Mandiles, su compañera y hermana del Nudo Verdadero.

    Pero, ¿entonces no había muerto junto con el Diésel y el Sucio? ¿Cómo es que había llegado hasta ese lugar? Y lo más importante… ¿por qué se encontraba en ese estado tan lamentable?

    Y entonces logró sobreponerse lo suficiente a su impresión inicial, para así darse cuenta de una verdad que estaba pasando por alto: no podía ser una coincidencia que Annie estuviera ahí, justo en el mismo sitio y en la misma sala a donde esa paleta la había enviado. Ella sabía que Annie estaba ahí, sabía que ese ataque ocurriría; lo sabía todo…

    ¿Quién era en realidad la tal Verónica? ¿A qué clase de juego estaba jugando en el cual ella claramente era sólo una pieza más? Y, lo más importante, ¿contra quién jugaba…?

    Mabel se quedó profundamente ensimismada por todos aquellos pensamientos, y esto no pasó desapercibido para Russel. Aprovechando su momento de distracción, se sobrepuso lo mejor que pudo a su miedo, para así intentar salvar a sus subordinados.

    —¡Pronto! —exclamó con fuerza, llamando la atención de los demás miembros del equipo científico—. ¡Salgan!, ¡salgan de aquí ahora! —les insistió, señalando con sus manos hacia la puerta.

    Los tres hombres y las dos mujeres vacilaron unos instantes, pero en cuanto pudieron reaccionar, corrieron despavoridos hacia la puerta. Si al menos uno de ellos lograba salvarse, Russel podría estar en paz.

    Lamentablemente, su deseo no se cumplió.

    Antes de que cualquiera de ellos pudiera poner un pie afuera de la sala, Mabel se giró con asombrosa rapidez hacia ellos, con sus armas en mano. Y sin el menor miramiento jaló el gatillo de ambas. Las balas volaron una detrás de otra, acribillándolos frente al mero marco de la puerta. Atravesaron sus batas blancas por la espalda, llenándolas de agujeros, y uno a uno fueron desplomándose al suelo, incluso unos encima de otros.

    —¡No! —exclamó Russel, horrorizado. Los cuerpos de los cinco yacieron a unos cuantos metros de él, y sus batas blancas se fueron impregnando poco a poco de rojo.

    La imagen de su equipo muerto y manchando el suelo de sangre fue demasiado para Shepherd; su cuerpo ya no pudo soportarlo más, y de inmediato se inclinó sobre sí, vomitando con fuerza en una esquina lo poco que le quedaba en el estómago. Respiró agitado, con sus manos apoyadas contra sus rodillas, y su rostro perlado por el sudor que lo cubría.

    Escuchó entonces los pasos pesados y contundentes aproximándose en su dirección. Al alzar la mirada, notó a Mabel que se aproximaba presurosa a su encuentro, y el cañón de su arma apuntando directo hacia él. Pero lo más aterrador fue por lejos la furia casi asesina que se había apoderado de su semblante entero.

    —¡¿Qué le hicieron?! —le gritó exigiendo una respuesta inmediata, y con su dedo más que listo para presionar una vez más el gatillo, importándole muy poco la instrucción que le habían dado de sacarlo de ahí con vida.

    —La… la hemos mantenido con vida —fue lo único que Russel pudo responder de momento, y por supuesto no fue suficiente para calmarla.

    —Desgraciados... malditos… ¡bastardos! —exclamó Mabel con fuerza, mientras se aproximaba beligerante hacia Russel. Éste retrocedió tembloroso, hasta que su espalda quedó contra la pared, y la verdadera no tuvo reparó en pegar el cañón de su arma contra su cuello, estando a nada de encajárselo a través de su piel.

    Russel cerró sus ojos con fuerzas, esperando tembloroso el disparo que al fin terminaría con él, y en parte deseándolo. Aunque lo cierto era que la mayoría de su ser seguía aferrado al deseo de salir con vida, convenciéndose de que aún había mucho trabajo por hacer.

    El dedo de Mabel se mantuvo firme contra el gatillo, ansioso por presionarlo y dejar salir la ráfaga de muerte que ese sujeto, y todos en esa base, se merecían. Por suerte para Russel, la verdadera logró al final sobreponerse a toda su ira, y jalar su arma rápidamente hacia un lado, haciendo que en su lugar los tres disparos que salieron del cañón agujeraran las baldosas del suelo. Russel cayó al piso de sentón en cuanto sus piernas no lograron sujetarlo más, temblando y sollozando. Mabel miró además con desagrado como había mojado sus pantalones.

    Esa apariencia patética le ayudó a mitigar su enojo lo suficiente para recordar que aquello ante ella no era más que un paleto cualquiera; nada que mereciera dejar salir su coraje más de la cuenta.

    —Sácala de ahí, ¡ahora! —le ordenó con voz beligerante.

    Russel tuvo problemas para sobreponerse a la impresión, y ella tuvo que ayudarlo a pararse, a costa de empujones y jaloneos. El científico avanzó tambaleándose hacia una de las computadoras, y con dedos temblorosos comenzó a introducir los comandos necesarios para hacer justo lo que le habían ordenado. Tras unos segundos de tortuosa espera, Mabel miró como el tubo de cristal que rodeaba a Annie se elevaba y se ocultaba en el techo, dejando ninguna obstrucción entre ellos y la mujer en la camilla.

    —Desátala —ordenó a continuación, levantando a Russel de su silla de un tirón de su brazo.

    Russel se aproximó hacia la plataforma elevada donde reposaba la camilla de Annie, y activando una palanca ésta comenzó a cambiar su posición hasta quedar por completo de forma horizontal. Le retiró entonces las correas de sus brazos y piernas, dejándola libre, aunque la mujer permaneció recostada, inmóvil y con sus ojos cerrados. Apenas y respiraba.

    Mabel se aproximó apresurada a la camilla, e hizo a Russel a un lado con algo de violencia, para poder pararse a lado del cuerpo de su amiga.

    —Annie, ¿me escuchas? —le susurró despacio, tomándola con delicadeza entre sus brazos para levantarla. Notó en ese momento lo anormalmente ligero que se sentía su cuerpo. También se percató de los tubos que tenía conectados a sus brazos, y que de inmediato retiró de un jalón. El dolor que le causó esto pareció ser suficiente para que Annie reaccionara, o al menos soltara un quejido al aire y se estremeciera—. Reacciona, cariño, por favor. Dime algo.

    Los párpados de Annie se abrieron muy lentamente, como si le pesaran una tonelada. Sus ojos se veían nebulosos, y se enfocaron cómo pudieron en la persona que la sujetaba. Su mente confusa y nublada por los medicamentos y el cansancio, no logró enfocar por completo su rostro. Pero la calidez con la que la sujetaba, y la que acompañaba además sus palabras, sí le resultó bastante familiar de alguna forma.

    —¿Rose…? —susurró la Mandiles con un hilo de voz apenas apreciable.

    —No, Annie. Soy Mabel, la Doncella. Mírame, por favor.

    La tomó de su rostro con una mano y la obligó a girar por completo en su dirección. Los pesados párpados de Annie se abrieron una vez más, se volvieron a cerrar, y luego lo hicieron una segunda vez. Su visión borrosa y confusa se fue aclarando a duras penas, hasta poder apreciar escuetamente las facciones de su compañera.

    —¿Mabel…? —susurró despacio, claramente desconcertada—. ¿Al fin estoy muerta…?

    —No, cariño —respondió la Doncella, negando frenética con la cabeza—. Estás viva; ambas lo estamos. Te sacaré de aquí, ¿de acuerdo? Sólo resiste un poco más.

    Si acaso Annie comprendió lo que le dijo, no dio seña alguna de ello, ni tampoco dijo nada como respuesta. Solamente volvió a dejar que sus ojos se cerraran, y se sumió de nuevo en ese doloroso pero reconfortante letargo.

    Mabel la recostó con cuidado de regreso en la camilla.

    —Si es por ella por quien viniste, sólo tómala y vete —dejó salir Russel, desde su posición a un costado de la habitación.

    —Nada de eso, doctor —sentenció Mabel con severidad—. Ya lo dije: tú vendrá conmigo. Y nos llevaremos todo eso con nosotros.

    Al decir eso último, apuntó con su rifle directo hacia uno de los armarios refrigerados con puertas de cristal templado, colocado contra la pared de un lado. El sitio en donde almacenaban las muestras del Lote Diez, y del VPX-01 en su estado puro que extraían de Annie. Russel se puso lívido al escuchar tal orden.

    —¿El químico…? —titubeó en voz baja—. ¿Cómo sabes de eso?

    —No le interesa —le respondió con dureza—. Meta todo lo que quepa ahí, rápido —añadió justo después, señalando ahora a una de las cajas transportadoras apiladas a un costado del refrigerador—. Y en cuanto lo haga, nos iremos de aquí; los tres.

    — — — —
    Gorrión Blanco había hecho para esos momentos retroceder a Marsh y a sus hombres de regreso al cubierto del pasillo, y por un momento se sintió vencedora. No fue consciente de lo que ocurría justo a sus espaldas, hasta que a sus oídos llegaron de golpe los estruendos de aquellos nuevos disparos, acompañados del desesperado grito de Cody. Se giró rápidamente sobre su hombro al momento justo para ver cómo el cuerpo de la Dra. Mathews se desplomaba de espaldas al suelo, al igual que el de su novio. A unos metros de ellos, el Sgto. Schur yacía también tirado, cubriendo con su cuerpo a la otra mujer. El nuevo grupo de atacantes se aproximaba a ellos, listos para terminar el trabajo de forma limpia.

    —No —susurró despacio con un pequeño hilo de voz. Sin embargo, lo que comenzó como una pequeña chispa, fue creciendo de un segundo a otro como una enorme flama—. ¡¡No!! —gritó con más fuerza, y al instante todos aquellos hombres armados salieron disparados en la dirección contraria a gran velocidad, empujados por un choque de energía provocado por su telequinesis.

    Con el camino un poco más despejado, Gorrión Blanco corrió presurosa hacia ellos, pero se detuvo en seco a unos pasos de Lisa, horrorizada ante lo que vio.

    Los ojos desorbitados y perdidos de la bioquímica contemplaban atónita el techo blanco sobre ella. Pequeñas lágrimas comenzaron a recorrerle las mejillas, mientras su pecho subía y bajaba con desesperación, intentando jalar aire a su cuerpo. Cada respiración, cada pequeño movimiento, voluntario o no, se traducía en un agudo y punzante dolor en alguna parte de su cuerpo. Una sensación fría no tardó en acompañar al dolor, pero era extraña; venía de dentro de ella y se abría paso hacia afuera, y no al revés.

    Cinco balas le habían atravesado en el torso, a la altura de su vientre y pecho; una más le había dado en el brazo derecho, otra en el muslo izquierdo y una más en la pantorrilla derecha. La sangre comenzó a formar un charco en el suelo debajo de ella, haciéndose más y más grande con los segundos. Ella, por supuesto, no lograba ser consciente de esto, o al menos no a tal detalle. Pero no lo necesitaba para comprender la gravedad de lo que había ocurrido, y el irremediable fin al que se aceraba con cada dolorosa inhalación.

    Y era por eso, y no por el dolor, por lo que lloraba.

    —Lisa... —masculló Cody despacio, su voz un tanto opacada por el dolor de su brazo herido, y por ello siendo incapaz de exteriorizar la gran angustia que lo invadía en ese momento.

    Ni siquiera hizo el intento de pararse; sólo se arrastró por el suelo ayudado de su brazo sano, aproximándose hacia ella con ferviente desesperación. Se sentó a su lado, y la tomó con cuidado en entre sus brazos, alzándola un poco. El cuello de Lisa colgó hacia atrás sin mucha oposición, y su mirada siguió fija en el techo, como si no le fuera posible ordenarle a su cuerpo hacer cualquier otra cosa.

    —Lisa, Lisa, ¿me escuchas? —masculló Cody, su voz impregnada de pánico. La sostuvo fuerte contra sí, y recorrió sus dedos por sus mejillas, limpiándole las lágrimas. Sus ropas se impregnaron rápidamente de su sangre, pero ni siquiera lo notó—. Vas a estar bien, ¿sí? Var a estar bien. Te sacaré de aquí en un momento. Yo te salvaré… yo…

    Lisa no reaccionó en lo absoluto a sus palabras; no se movió, y mucho menos dijo algo. Sólo siguió mirando al techo, y respirando agitadamente, aunque cada segundo un poco menos.

    Gorrión Blanco contempló atónita aquella escena. Percibió por completo la desesperación en las palabras de Cody, y el miedo impregnado en los ojos de Lisa. Y la sangre… toda esa sangre pintando el piso bajo sus pies. Sangre roja… roja… Todo era rojo. Todo a su alrededor se impregnó de rojo.

    Desde ambos flancos, los atacantes se recuperaban y se preparaban para volver al ataque. Pero ella seguía con su atención fija en Lisa, en la Dra. Mathews… en su amiga.

    Algo en el semblante de Gorrión Blanco, o en toda su postura entera, cambió por completo en ese momento. Algo brotó desde lo más hondo de su ser, y se abrió paso entre las capas de confusión y miedo. Y ese algo nubló por completo cualquier pensamiento, cualquier dolor, y cualquier duda. Todo lo que existía en su mente en esos momentos se transformó en ira, enojo, y odio… Sentimientos que le resultaron no sólo conocidos sino, de cierta forma, reconfortantes.

    Los soldados se pararon a cada lado del pasillo, y apuntaron sus armas directo hacia ella.

    —¡Gorrión Blanco! —gritó Francis desde donde yacía para advertirle. Ella sólo lo captó como una voz lejana e inentendible, pero eso no importaba. Ella ya se había dado cuenta de la amenaza; de hecho, era de lo único que se daba cuenta por completo.

    —¡Disparen! —ordenó con ímpetu la voz de Marsh, y todos abrieron fuego al instante. Las balas volaron directo hacia Gorrión Blanco, pero éstas no la tocaron. De hecho, todas y cada una se detuvieron en el aire antes de hacerlo, algunas incluso a escasos centímetros de su cuerpo, como si una barrera invisible la rodeara. Los proyectiles de plomo se quedaron suspendidos en torno a ella como pequeños insectos.

    Los soldados observaron aquello con asombro, pero no por mucho tiempo, pues al instante siguiente que dejaron de disparar, Gorrión Blanco giró su rostro iracundo hacia ellos, y las balas salieron disparadas en su contra con increíble fuerza. Los proyectiles lograron golpear a algunos de ellos, y aunque no iban con la misma fuerza de haber sido disparadas por un arma de fuego, ciertamente logró herirlos un poco.

    Pero no se detuvo ahí. La joven avanzó con paso firme hacia ellos, alimentada por la ira que la consumía. Esto la hizo sobreponerse a cualquier debilidad y dolor, incluida la herida de su brazo. Su cuerpo físico en realidad no era más que un vehículo insignificante de lo que se guardaba en el interior de su ser y que ahora tomaba por completo el control; y ella no lo detendría en lo absoluto.

    —Gorrión Blanco, ¡no! —pronunció Francis alarmado, pero ella no lo escuchó.

    La muchacha se lanzó con todo en contra de los atacantes, y estos abrieron fuego de nuevo sin dudarlo. Las balas se desviaban hacia todos lados, algunas incluso de regreso hacia la persona que la había lanzado. En un momento, uno de los soldados sintió como su cuerpo entero era apresado por aquella extraña energía que emanaba de la joven mujer, como si hubiera sido fuertemente atado con cadenas. Imponente, sintió como sus pies se separaban del suelo, y su cuerpo era elevado en el aire, para luego ser sacudido de un lado a otro, golpeándose contra sus demás compañeros con fuerza, derribando a varios de ellos, mientras que otros lo lograron esquivar a duras penas.

    El soldado apresado, mareado y golpeado, fue jalado al frente, elevado en el aire con rapidez hasta estrellarse contra el techo, y luego de nuevo hacia abajo hasta precipitarse contra el suelo, golpeándose fuertemente el cuerpo entero, pero en especial su cara que se cubrió de sangre tras ese primer impacto. Pero no fue el único, pues comenzó en ese momento a subir y bajar, repetidas veces, chocando una y otra vez contra el piso, y en cada uno de esos choques dejando una mancha roja más grande. Todo ante la mirada fría de Gorrión Blanco, y la de espanto de los demás soldados, incluido el Tte. Marsh.

    Para cuando terminó con él, el cuerpo del soldado era más una plasta de huesos rotos y carne magullada, misma que Gorrión Blanco lanzó como un proyectil en contra del resto, derribando a uno de ellos al suelo. No tardó mucho en aprisionar ahora a otro más, y estrellarlo de espaldas contra un muro, y luego contra el otro como si fuera una pelota.

    Esto bastó para que al menos uno saliera lo suficiente de su estupor.

    —¡¿Qué están haciendo?! —gritó Marsh—. ¡Mátenla maldita sea!

    Los soldados se sobrepusieron, y comenzaron a disparar de nuevo. Gorrión Blanco colocó al hombre que tenía sujeto con sus poderes justo delante de ella para usarlo como escudo, y las balas terminaron acribillándolo a él. Luego lo volvió a lanzar hacia sus compañeros, y siguió avanzado hacia ellos, desviando balas, azotándolos contra el piso, las paredes y el techo. Incluso algunos decidieron optar por atacarla de frente y ya no disparar, pero terminaron siendo empujados hacia un lado ante el mero pensamiento de la joven, y como mínimo rompiéndose un hueso.

    En algún momento, una de las balas que desvió dirigida a su pecho, subió en ángulo ascendente rozando un costado superior de su cabeza, e hiriéndola. Gorrión Blanco gimió, retrocedió, y llevó una mano a esa área. Por un segundo los soldados pensaron que había sido una herida más grave, pero ese alivio se esfumó cuando retiró su mano y los miró de nuevo. La sangre bajó por su rostro, manchándolo de rojo. Pero seguía de pie, y eso era lo más preocupante.

    Gorrión Blanco soltó en ese momento un intenso grito, similar al rugido de una bestia, y al menos tres de ellos fueron ahora las marionetas sin hilo que les tocó bailar a su merced.

    Francis y Lucy observaban atónitos desde el suelo todo aquel grotesco espectáculo. Para la rastreadora, tal despliegue de violencia utilizando la telequinesis era algo totalmente nuevo, y la tenía profundamente aterrada. Para Francis, sin embargo, aquello era casi un Déjà vu de lo que había presenciado en aquel quirófano, el día en que Gorrión Blanco despertó. La indiferencia en su mirada mientras acababa con la vida de todas esas personas, la brutalidad con la que los rompía con tan sólo desearlo… Esa era justo el arma asesina que el Dir. Sinclair tanto ambicionaba controlar, sin entender que había fuerzas en ese mundo que simplemente no se podían controlar.

    Pero Francis había aprendido en su tiempo conviviendo, que esa muchacha era más que eso. Más que una UP, más que una asesina, más que Gorrión Blanco, e incluso más que la infame Carrie White. En el fondo, era sólo una joven de corazón puro y noble que deseaba ser buena... pero el mundo entero se lo impidió desde el mero día de su nacimiento. Y esa sangrienta demostración que hacía en esos momentos, no era más que el inevitable resultado de todo el daño que le habían hecho en su vida; y eso los incluía a ellos mismos.

    Uno a uno, los soldados fueron cayendo ante la aplastadora ira de Gorrión Blanco. El último de ellos, más empujado por el miedo que otra cosa, intentó lanzarse hacia ella con cuchillo en mano, al tiempo que gritaba con todas sus fuerzas. No logró acercarse demasiado a ella, antes de que Gorrión Blanco lo empujara con fuerza hacia un lado, estrellándolo contra el muro. Teniendo una mano alzada hacia él, empujó aún más cuerpo, aprisionándolo contra éste. El cuchillo que sostenía en su mano fue arrancado de sus dedos, y comenzó a flotar en el aire delante de él. El hombre miró aterrorizado como el arma se posicionaba justo frente a su rostro. Y antes de que pudiera volver a gritar, el cuchillo se precipitó hacia el frente como un proyectil, encajándose entre sus ojos hasta la empuñadura.

    El cuerpo sin vida del soldado se precipitó al piso una vez que Gorrión Blanco lo liberó, uniéndose al resto de cadáveres que cubrían el suelo del pasillo.

    —Dios mío —susurró Lucy, incrédula, cubriéndose la boca con ambas manos. Francis no tuvo nada más que agregar a su exclamación.

    Y, sin embargo, no había terminado aún.

    Gorrión Blanco se giró rápidamente hacia el extremo contrario del pasillo, en donde aún quedaba alguien de pie. Marsh se encontraba con su espalda totalmente pegada contra la pared, sus ojos desorbitados mirándola con horror, su rostro pálido como nieve, y su mano temblorosa sujetaba su pistola delante de él. Hacía ya un rato que había vaciado su cartucho, y por más que presionaba el gatillo una y otra vez, nada salía del cañón.

    Gorrión Blanco comenzó entonces a caminar con paso firme hacia él.

    —¡No te me acerques! —exclamó Marsh con alarma, y presionó el gatillo de su arma con aún más rapidez. Parecía tan perdido que no parecía poder darse cuenta de lo inútil que era.

    Con un simplemente movimiento de la cabeza de Gorrión Blanco, el arma salió disparada de los dedos de Marsh, y voló como bólido hacia un lado. Luego, la muchacha alzó su mano izquierda hacia él, y Marsh sintió igual como había ocurrido con sus hombres, como esa energía invisible lo aprisionaba, lo separaba del muro y lo jalaba hacia Gorrión Blanco, sus pies arrastrándose por el suelo, hasta quedar justo delante de ella.

    Ella lo miró fijamente, su semblante convertido en una máscara de odio absoluto.

    —Tú… nos traicionaste —masculló Gorrión Blanco con voz rasposa—. Tú… provocaste todo esto…

    —No sabes nada, niña idiota —exclamó Marsh, desafiante, siendo su boca la única parte de su cuerpo que era capaz de mover—. Tu lealtad está con las personas equivocadas. Yo le sirvo a un poder mucho mayor que esta insu…

    No pudo decir nada más, pues en ese momento sintió como su garganta era apretada, como comprimida por dos grandes y fuertes tenazas. De su boca sólo surgieron inentendibles quejidos de dolor, y sus ojos se abrieron muy grandes, llenos de confusión y miedo. Seguía sin poder mover ni un sólo dedo, mientras sentía cómo se iba ahogando poco a poco. Todo ante la letal mirada de esa chiquilla.

    —¡Cállate! —espetó Gorrión Blanco, iracunda—. ¡No quiero oírte! Vas a morir, todos ustedes van a morir… Esto es lo que… lo que…

    Y de pronto, ella tampoco fue capaz de completar su frase, aunque por un motivo muy distinto. En su cabeza, de pronto comenzó a resultar complicado darle forma a las palabras que deseaba usar, y sus ideas se fueron nublando, al mismo tiempo que lo hacía su vista. Comenzó a ver borroso, y todo su cuerpo le hormigueaba

    —No… —susurró despacio, aunque no tenía seguro si acaso lo había dicho realmente.

    Su nariz había comenzado a sangrar de nuevo, pero también lo hizo su ojo izquierdo, derramándose por su mejilla como una lágrima roja. El brazo que tenía alzado hacia Marsh cayó precipitadamente al ya no poder sostenerlo debido a la debilidad que la invadió, y el dolor de su hombro volvió de golpe, incapaz ahora de seguirlo ignorando.

    Marsh fue liberado de su poder, y al no ser sostenido por éste se precipitó al suelo. Comenzó a toser con fuerza, al tiempo que intentaba jalar desesperadamente aire de regreso a sus pulmones. Gorrión Blanco no tardó en seguirle en el piso, cayendo primero de rodillas contra éste. Se quedó unos segundos en esa posición, mirando perdida la nada misma. Luego sus ojos se fueron hacia atrás, y su cuerpo se derrumbó entero hacia un costado, totalmente inconsciente.

    La sangre siguió brotando de su nariz y ojo.

    Francis observó atónito como Gorrión Blanco caía al suelo, inmóvil. Por reflejo hizo un primer intento de ponerse en pie, pero el dolor agudo de su herida lo hizo caer de sentón al suelo casi al instante.

    —¿Qué le pasó? —masculló Lucy a su lado, exaltada.

    Francis lo sabía: era lo mismo que le había ocurrido hace unos momentos en el otro pasillo, e igual en aquel pent-house de Los Ángeles. El uso excesivo de sus poderes, resultaba irremediablemente en eso. Y ese día, y en especial en esa última oleada de ira, había abusado de estos más que nunca desde que despertó.

    —Corre… —susurró Francis de pronto, despacio. Lucy se giró a verlo, sin comprender—. ¡Corre! —le gritó con más fuerza, incluso empujándola con un brazo lejos de ella—. ¡Vete ahora!

    Lucy se hizo hacia atrás por reflejo ante su grito, ayudada además por el empujón. Cayó sentada al suelo, y lo observó un instante, desconcertada. Pero en cuanto le fue posible, se forzó a pararse con la intención de irse, justo como le había indicado.

    Francis fijó su atención de nuevo a donde Gorrión Blanco yacía inconsciente. Marsh comenzaba a incorporarse de nuevo, al parecer ya recuperado tras estar a unos cuantos segundos de que le destrozaran la garganta. Parecía aún aturdido, pero no lo suficiente para no tomar la iniciativa.

    —Maldita peste —escupió Marsh con molestia, ya parado. Sin miramiento alguno, jaló su pie hacia atrás, y lo estampó con fuerza contra el costado de Gorrión Blanco. El cuerpo de la joven rodó por el suelo sin oposición tras esa fuerte patada, quedando boca abajo contra el piso. Siguió además sin dar seña alguna de consciencia—. Definitivamente no podemos dejar a ninguno de ustedes con vida…

    Marsh se agachó a lado del cuerpo de uno de sus soldados caídos, tomando el rifle de éste. Jaló el seguro, dejó escapar el casquillo en la recamara, y apuntó el cañón hacia el cuerpo inerte de la UP, listo para llenarlo de agujeros de los pies a la cabeza.

    Para ese punto, sin embargo, Francis se las había arreglado para ponerse de pie, haciendo un esfuerzo casi sobrehumano para que el dolor de su herida no lo contuviera. Y antes de que Marsh pudiera disparar, se lanzó en su contra, tacleándolo con el cuerpo entero, provocando que ambos cayeran al piso. El rifle se escapó de las manos del teniente, deslizándose por el suelo lejos de él. Francis se le colocó encima, intentando someterlo, pero se encontraba demasiado débil. Marsh le dio un codazo con fuerza a un costado de su cabeza para quitárselo de encima, y aún en el suelo extendió una pierna hacia el sargento, plantándole una fuerte patada justo en su costado herido.

    Francis ni siquiera fue capaz de gritar por el dolor. Sólo se retorció en el suelo, agarrándose fuertemente el vientre, que comenzó a sangrar abundantemente una vez más. Marsh se paró de nuevo, y comenzó a patearlo repetidas veces con cizaña.

    —¡Debiste haber aceptado mi propuesta desde el maldito inicio!, ¡alemán estúpido! —gritó Marsh entre pisotón y pisotón—. ¡Ahora muere como el insecto patético que eres…!

    Luego de recibir varios golpes sin defenderse, Francis logró sujetar su pie justo antes de que lo volviera a tocar, y de un fuerte jalón lo derribó de espaldas. Luego se arrastró con rapidez hacia él antes de que pudiera incorporarse, dándole un fuerte puñetazo en la cara. Lamentablemente éste no fue tan fuerte como para dejarlo inconsciente, y Marsh no tardó en regresárselo.

    Lucy apenas se había alejado unos pasos, cuando por mero reflejo se detuvo y centró su atención en Francis y en el otro hombre. Ambos comenzaron a forcejar en el suelo, pero era claro para ella quién tenía la desventaja.

    Algo más captó su atención de pronto: un quejido ahogado, seguido un chillido:

    —No, Lisa… por favor...

    Lucy se giró a mirar a Cody, que seguía sentado en el suelo, con la ensangrentada Lisa entre sus brazos. Pareció totalmente ajeno a todo lo que había ocurrido a su alrededor los últimos minutos; desde la matanza que Gorrión Blanco había provocado, pasando por el desvanecimiento de ésta, hasta el combate que continuaba a unos cuantos metros de él. Todo lo que ocupaba su mente era el rostro moribundo de Lisa, pálido, con sus ojos nublados, y un hilo rojo de sangre que resbalaba de la comisura de su boca.

    —Mírame, mírame, mi amor —insistía Cody con desesperación, mientras intentaba acomodar el cuello de Lisa para que lograra voltear su rostro hacia él, pero sin mucho éxito—. ¡Yo también te amo, Lisa! —gritó con voz desagarrada, en cuanto cayó en cuenta de que él no le había dicho lo mismo cuando ella se lo dijo en la sala de interrogatorios—. Te amo, te amo con todo mis ser… Por favor, resiste…

    Lisa siguió sin reaccionar, y desde su posición Lucy tenía claro que no lo haría. Se apresuró entonces hacia su compañero.

    —Cody, tenemos que irnos —insistió Lucy, tomando al muchacho de un brazo para jalarlo y obligarlo a pararse, pero éste no se movió—. Maldita sea, Cody… ¡hazme caso!

    Él no la escuchó; seguía igual o más ensimismado y desconectado de todo lo que lo rodeaba.

    De pronto, notó como los ojos llorosos de Lisa se movían. Fue apenas un poco, pero lo suficiente para que estos se fijaran en su rostro, y supo que lo estaba mirando.

    —Lisa —pronunció Cody, esbozando una amplia y esperanzada sonrisa.

    Ella abrió apenas un poco los labios para intentar decir algo, pero de ellos sólo brotó otro de esos dolorosos quejidos, que no lograron tomar la forma de ninguna palabra clara. Su mano derecha se alzó un poco, agitándose ligeramente en el aire, quizás en un vago intento de alcanzar el rostro de Cody. Una lágrima más se escapó de su ojo derecho, resbalando por su mejilla hasta precipitarse al suelo.

    La mano que había alzado se dejó caer de golpe un instante después, y su cabeza quedó colgada hacia un lado, con su rostro inerte mirando hacia la nada. Los sonidos de dolor de su boca, los movimientos de su pecho mientras intentaba jalar aire con desesperación… todo se detuvo de un segundo a otro.

    —¿Lisa? —masculló Cody, despacio. Volvió a intentar girar su rostro hacia él, pero aunque lo hiciera sus ojos ya no lo miraban; ya no miraban nada en lo absoluto—. No, no, no… —repitió varias veces, exasperado.

    Lucy se quedó lívida a su lado, observando también el semblante apagado de la joven bioquímica. En ella no existió duda alguna.

    —Cody —masculló despacio, su voz al límite del llanto—. Tenemos que irnos. Por favor, párate y…

    —¡No! —gritó Cody de pronto con gran fuerza, incluso espantando tanto a Lucy y que se hizo rápidamente hacia atrás—. ¡¡No!! ¡¡No!! ¡¡No!! —soltó con aún más desgarradora potencia al aire, mientras aferraba con todas sus fuerzas el cuerpo de Lisa contra él.

    Y entonces, algo en su interior simplemente se rompió. Su mente, su ser, todo lo que era Cody Hobson simplemente se apagó, como se apaga la luz con un interruptor, dejando que la habitación sea gobernada únicamente por la oscuridad. Y eso mismo que se ocultaba en su interior, eso mismo que había sentido en el bosque que tomaba el control, surgió de nuevo de lo más profundo de su inconsciencia, y se apoderó enteramente de todo.

    La diferencia es que en ese momento, similar a como le había ocurrido a Gorrión Blanco en aquel ataque de ira, Cody tampoco hizo absolutamente nada para detener que aquello, fuera lo que fuera, hiciera lo que le diera en gana…

    —¡¡NOOOO!! —dejó escapar al aire, y su voz resonó con tanta potencia en el pasillo entero, que todos sintieron como incluso el suelo debajo de ellos se estremecía.

    Marsh para ese momento tenía a Francis sometido en el suelo, con su puño alzado listo para propinarle otro más de una serie de golpes en la cara. Sin embargo, se detuvo en cuanto escuchó aquel grito, que asemejaba más a un extraño rugido chillantes, y el temblor de las paredes y el suelo a su alrededor. Se giró entonces en la dirección en donde yacían Cody y Lisa, sólo para ser testigo de algo que simplemente no fue capaz de comprender.

    Las paredes, el techo y el piso comenzaron a tornarse opacos, como si los comenzara a cubrir una extraña capa de polvo o moho surgida de la nada. Largas grietas se abrieron de la nada en el concreto, y de estas aberturas comenzaron a surgir virutas oscuras como nieve negra, que comenzaron a cubrir poco a poco el aire. Sonidos extraños comenzaron a brotar también de las grietas; siseos chillantes, miles de ellos. Eran como cascabeles combinados con aullidos de animales, muy difíciles de describir.

    —¿Qué es esto? —susurró Marsh azorado.

    La respuesta inmediata que recibiría, sería aún más extraña y grotesca. Algo comenzó a abrirse paso por las grietas; algo grande, y eran decenas de ellas.

    Marsh se puso de pie rápidamente, y retrocedió con aprensión. Francis, se intentó sentar, y contempló también tan bizarro escenario. Lucy se había alejado varios pasos de Cody, hasta quedar prácticamente en el umbral del pasillo.

    Los tres miraron entonces con asombro como esas cosas salían de los agujeros de las paredes, y ocupaban rápidamente el espacio del pasillo. Eran alrededor de cinco, pero había más en las grietas esperando su turno para salir. Eran criaturas opacas, deformes, con muchas patas, cuerpos alargados, alas transparentes, y ojos grandes y negros… Parecían insectos gigantes, pero de formas que simplemente no parecían tener sentido; similares, quizás, a como un niño dibujaría torpemente a una polilla…

    —Santo Cielo… —fue lo único que Lucy pudo pronunciar, atónita y aterrada ante lo que veían sus ojos.

    Una de esas criaturas se paró con todas sus patas en el suelo, y se giró directo hacia Marsh. Fijó sus grandes y brillantes ojos redondos y negros en él, y entonces abrió lo que al parecer era algún tipo de boca, muy, muy grande, adornada con cientos de afilados colmillos como ganchos. Y dejó escapar un desgarrador chillido que perforó los oídos de los tres espectadores mudos.

    Y un instante después, se lanzó volando con notable velocidad, directo como una flecha hacia donde Marsh se encontraba parado.

    —¡¿Qué es esa co…?! —fue lo único que el teniente alcanzó a exclamar, antes de que aquella criatura atrapara su cabeza entera en el interior de su fauces, y la arrancara de tajo de su cuerpo. La sangre brotó con un chorro de su cuello cercenado, y su cuerpo no tardó en precipitarse al piso, inerte.

    Lucy soltó un chillido agudo al ver tan horripilante escena. Su chillido fue seguido de otros cientos más que fueron brotando de las bocas de más de esas criaturas insectiles, similares al que había soltado el primero. Todas comenzaron a batir sus alas, a elevarse en el aire, y comenzar a abrirse paso, incluso atravesando puertas y paredes en el proceso.

    Lucy se tiró al suelo, cubriéndose su cabeza con ambas manos. Las criaturas pasaron sobre ella, al parecer sin prestarle mayor atención, y siguieron de largo en su recorrido. Alzó su cabeza sólo un poco hacia atrás. Alcanzó a ver a Cody, fuertemente aferrado a Lisa, con su rostro pegado al pecho de ésta, totalmente inmóvil, e indiferente ante el despliegue de horror que revoloteaba a su alrededor.

    Más criaturas iguales a las anteriores se abrían paso por las grietas, listas para invadir toda esa base. Lucy supo de inmediato lo que estaba presenciado: era una pesadilla, una pesadilla de Cody, materializándose en su mundo. La peor de todas…

    No necesitó de más para ponerse de pie, y obligar a sus piernas a moverse y salir corriendo despavorida, sin ningún rumbo en específico. Los sonidos de las criaturas a sus espaldas, no tardaron en ser acompañados con el estruendo de algunos disparos a lo lejos.

    FIN DEL CAPÍTULO 151
     
  12. Threadmarks: Capítulo 152. Destrucción Fascinante
     
    WingzemonX

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    Misterio/Suspenso
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
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    Capítulo 152.
    Destrucción Fascinante

    El grupo que escoltaba a Damien tuvo sus dificultades para abrirse paso entre los soldados aún leales al DIC, pero nada que no pudieran sortear con sólo unas aceptables bajas. Al final, habían logrado llevar al muchacho hasta el nivel superior, a la pista de aterrizaje en lo más elevado de la montaña.

    Al salir del elevador y estar por primera vez en quién sabe cuánto tiempo en el exterior, a Damien le molestó un poco la luz del sol en los ojos. Utilizó su mano como visera para protegerse un poco, y poder mirar mejor hacia el hermoso cielo azul sobre su cabeza. Hacía un bonito día, en realidad; el clima estaba perfecto, y el aire olía fresco. No podía decir lo mismo de aquella pista, que estaba adornada en esos momentos con los cuerpos de varios soldados caídos. Damien apenas y los miró, más con curiosidad que otra cosa, mientras lo guiaban hacia uno de los helicópteros negros que aguardaba con el motor encendido para partir de inmediato.

    —Mi señor —pronunció con júbilo uno de los soldados que aguardaban a lado del helicóptero al verlo acercarse, agachando su mirada con sumisión. A Damien le resultó vagamente conocido; debía ser alguno de los compañeros de Kurt—. ¿Se encuentra bien? —exclamó con fuerza para que su voz se oyera por encima del motor.

    —De maravilla —ironizó Damien con voz rasposa—. Supongo que ese es mi transporte —indicó volteando a ver al helicóptero.

    —Sí, mi señor. Estamos listos para partir —indicó el mismo hombre con convicción. Sin embargo, pareció vacilar un momento, y miró pensativo alrededor, en busca de algo, o alguien—. ¿Y la Capt. Cullen?

    —Se quedó atrás —le informó una de las escoltas de Damien—. Se está encargando personalmente del Dir. Sinclair.

    El hombre asintió, dubitativo.

    —Teníamos instrucciones de sacarla de aquí también junto con él…

    —Pues tus instrucciones han cambiado —declaró Damien con firmeza, y avanzó sin más de forma despreocupada hacia el helicóptero—. Vámonos ya.

    El hombre titubeó un momento, pero luego respondió con mayor entereza:

    —Sí, mi señor.

    — — — —
    Mabel colocó uno de los delgados brazos de Annie alrededor de sus hombros, y comenzó prácticamente a arrástrala fuera de la sala de observaciones, pues ésta era incapaz de sostenerse con sus propios pies por mucho tiempo. Debido a su estado, su cuerpo casi no pesaba, pero cargarla ella sola aún resultaba una tarea complicada para la Doncella. La ayuda de su rehén hubiera sido buena, pero Russel cargaba la caja transportadora llena de todos los recipientes de químico que logró meter en ella. Ese paquete, y el hombre que lo cargaba, eran justo lo que le habían solicitado sacar de ese sitio, pero de ninguna forma dejaría a su hermana ahí, y menos con esos locos mercenarios disparándole a todo lo que se moviera.

    A pesar de lo mucho que le horrorizaba el estado de la Mandiles, le llenaba de una gran emoción el encontrarla, como pensó que no sería capaz de sentir otra vez. Había llegado a pensar que en verdad era la última sobreviviente del Nudo Verdadero, pero ahora veía con dicha que no era así. Si lograba hacer que Annie se recuperara, y con los poderes de Rose que había conseguido, juntas podrían volver a empezar.

    Aún podía darse el lujo de tener esperanzas.

    —Vamos, Annie —masculló, percibiéndose el esfuerzo en sus palabras, mientras avanzaban por el angosto pasillo lleno de soldados muertos—. Un poco más, no te detengas. Ya casi estamos en el elevador.

    La Mandiles no le respondió en lo absoluto, y en realidad no estaba claro si acaso seguía consciente. Sus ojos estaban abiertos apenas lo suficiente, y sus piernas no alcanzaban a apoyarse en el suelo con la suficiente firmeza. Era lo más parecido que Mabel hubiera visto a un cadáver ambulante.

    Los tres ingresaron juntos al ascensor. Mientras subían, Mabel colocó con cuidado a Annie sentada en el suelo para descansar un momento, y ésta se quedó ahí bien quieta, con su barbilla cayendo contra su pecho, y sus cabellos negros cubriéndole el rostro.

    —¿Ahora cómo planeas que salgamos de aquí? —le cuestionó Russel con angustia.

    —No molestes —masculló Mabel con aspereza—. Te he mantenido vivo hasta ahora, ¿o no? Más de lo que te mereces, luego de lo que le hiciste a mi hermana.

    Russel tragó saliva, nerviosa. Podría haber intentado defenderse de esa acusación, pero su seguridad prefirió mejor dejarlo pasar.

    —¿Quién te envió? —susurró el científico en voz baja, no dejando del todo claro si le hablaba a ella en realidad—. Muy pocas personas, incluso dentro del DIC, saben de esto —indicó alzando un poco la caja.

    Mabel lo miró de soslayo, pero de inmediato se giró de nuevo hacia Annie. No podía permitir que la incertidumbre se volviera tan evidente en su rostro.

    —Creo que el día de hoy demuestra claramente que no puedes confiar en tu querida organización, ¿o sí? La persona que me envió incluso sabía que este ataque a traición ocurriría, y planeó que lo usara como tapadera para infiltrarme. Así que sería más seguro suponer que cada uno de tus preciados secretitos, ya no lo son más. ¿Cómo te hace sentir eso? Muy solo, de seguro. ¿No es cierto?

    Russel no respondió, pero agachó la cabeza, claramente abatido. La realidad era que Mabel tampoco conocía con exactitud de qué iba todo ese asunto, y qué papel jugaba esa paleta en todo eso. Pero lo averiguaría de una u otra forma.

    El ascensor se acercó a su destino, por lo que Mabel levantó una vez más a Annie, preparándose para salir. Russel se colocó instintivamente detrás de ella, en busca quizás de algún tipo de protección.

    —Si tenemos algo de suerte, el combate ya habrá terminado —indicó Mabel, atreviéndose incluso a darle un toque de humor a sus palabras.

    Sin embargo, en cuanto las puertas del ascensor de abrieron, lo que vio del otro lado estaba bastante alejado de lo que hubiera imaginado. Lo primero que vio fueron cables chispeando colgando del techo, manchas de sangre y quemaduras en las paredes, y lo que parecía ser un hombre totalmente destrozado en el suelo a unos cuantos metros de las puertas, como si alguien le hubiera arrancado el torso entero, dejando sólo las extremidades.

    Russel soltó un alarido de espanto. Mabel observó aquello, atónita. Annie siguió sin reaccionar en lo absoluto.

    Mabel avanzó con cuidado por el pasillo con paso cuidadoso, llevándose a Annie con ella, y con Russel pisándole los talones. Mientras más avanzaban, más extraño se tornaba todo. Por supuesto, se encontraron con más cadáveres, todos con heridas que no parecían haber sido causadas ni con una bala, ni una explosión; era algo mucho más… bestial. Había agujeros en las paredes y el suelo, como si algo se hubiera abierto paso por estos. Y, quizás lo más aterrador de todo, era el abrumador silencio que se percibía, contrastando con el ajetreo sin control en el que todo se encontraba cernido cuando bajaron por el ascensor minutos antes.

    —¿Qué pasó aquí? —susurró Mabel, confundida.

    —Algo… debió haberse liberado de las celdas de contención —masculló Russel, como un pensamiento en voz alta que se le escapaba.

    Mabel se giró a mirarlo, inquisitiva.

    —¿Qué dijiste?

    Russel desvió su mirada hacia un lado.

    —No creerás que tu amiga era lo único que teníamos retenido aquí, ¿os í? —respondió de pronto, y Mabel le pareció sentir incluso jactancia en sus palabras; algo que claramente no le gustó—. Y ahora sin el DIC para controlarlos, estas cosas estarán sueltas por el mundo…

    Mabel estaba por decirle que se callara, más que dispuesta a aderezar su advertencia con un revés de su mano. Pero no pudo hacer ninguna de las dos cosas, antes de que unos gemidos provenientes de más adelante hicieran que su atención se dirigiera en dicha dirección.

    —Auxilio —escucharon que alguien pronunciaba con voz débil. Un segundo después, ante sus ojos surgió un hombre con el uniforme azul de la base, renqueando hacia ellos con su rostro ensangrentado… y su brazo izquierdo completamente cercenado—. Ayúdenme, por favor… —soltó aquel hombre, alzando su única mano suplicante hacia ellos.

    La primera reacción de Mabel fue acercar la mano con la que no sujetaba a Annie hacia su cinturón, para sacar su pistola.

    —No, aguarda —suplicó Russel—. Es sólo un hombre herido.

    —¿Y a mí qué me importa? —soltó Mabel, alzando en ese momento su arma, apuntando directamente al hombre con ella. Éste, sin embargo, no se detuvo; siguió avanzando hacia ellos, ignorando por completo el arma o, más bien, restándole completa importancia en comparación con lo que venía detrás de él.

    La enorme criatura insectil de colores grisáceos surgió de pronto justo a espaldas del hombre, y en cuestión de segundos lo tiró al suelo de un empujón entero de su cuerpo, azotándolo contra el suelo. Se colocó entonces sobre él, y sin menor miramiento dirigió sus fauces hacia él, comenzando a desgarrarle pedazos de carne con sus afilados colmillos, pintando de rojo las paredes a su alrededor. El hombre soltó desgarradores gritos de dolor, hasta que la criatura le arrancó la cabeza entera.

    Todo pasó demasiado rápido, en apenas una fracción de segundos. Y en todo ese pequeño lapso de tiempo, Mabel y Russel se quedaron totalmente atónitos en su sitio, viendo tan grotesco espectáculo sin entender siquiera si lo que veían era cierto. Mabel incluso mantuvo su brazo extendido al frente con el arma en su mano, pero sin disparar ni una sola bala.

    —¿Qué… qué es eso…? —masculló Mabel, retrocediendo lentamente con todo y Annie—. ¡¿Qué es eso?! —repitió con fuerza, girándose hacia Russel en busca de una respuesta.

    —Yo… no lo sé —respondió Russel, vacilante—. No es alguno de los especímenes que nosotros hayamos atrapado… O no uno que yo conozca… ¿Qué mierdas es…?

    Ambos contemplaron en silencio como aquella criatura, insecto, polilla o lo que fuera, escupía la cabeza del hombre con desdén hacia un lado, y luego proseguía a desgarrar el resto del cuerpo, esparciendo sus pedazos por todas partes. Lo más mórbido de todo, es que no se comía ni una sola. No hacía eso por hambre, ni siquiera como defensa, sino empujada por un simple y antinatural deseo de matar.

    De pronto, tras al parecer saciarse de su última víctima, la polilla alzó repentinamente su cabeza, fijando sus ojos en ellos. El cuerpo entero de Mabel y Russel se puso tenso, sintiendo la amenaza latente reflejada en aquellos dos orbes oscuros.

    Mabel se quedó paralizada sólo unos instantes debido a la impresión, pero no permitió que esto la contuviera demasiado. Volvió a alzar su pistola al frente, más que lista para jalar el gatillo en contra de aquella cosa, fuera lo que fuera…

    —No —escuchó de pronto como susurraba muy despacio la voz de Annie a su lado, y justo después colocó sus delgados y pálidos dedos sobre el cañón de su arma. Mabel se giró a mirarla, sorprendida—. No lo hagas…

    —¿Qué dices? —susurró Mabel, debatiéndose entre su emoción de que hubiera reaccionado, y su aprensión ante el hecho de que le impedía dispararle a esa cosa que claramente no era amistosa.

    —No es real —masculló Annie despacio, alzando con debilidad su rostro para mirar a la polilla—. Siéntelo, Doncella. Esta cosa… no es real…

    Los ojos de Annie brillaron con ese resplandor plateado tan propio de su especie, señal de que aún había vida en ella. Mabel observó de nuevo a la criatura, con mucho detenimiento; quizás con el mismo con el que ésta los miraba a ellos. Los ojos de Mabel también brillaron, y sus sentidos mucho más sensibles se encendieron como velas. Y de un momento a otro, esa enorme criatura ante ella en efecto… no existía. Era más como un nubarrón confuso, una mancha en la pared…

    ¿Una ilusión?

    Pero, ¿cómo una ilusión podría haberle hecho eso que acababan de ver a una persona? Tenía que ser algo más…

    La criatura avanzó rápidamente caminando con sus varias patas. Mabel de nuevo tuvo el instinto de dispararle, pero de nuevo Annie la detuvo, obligándola a bajar su brazo por completo.

    —No es a nosotros a quién busca —le susurró la Mandiles por lo bajo.

    —¿Cómo sabes? —susurró Mabel del mismo modo, justo antes de que la criatura se parara delante de ellas, dejando su rostro a unos cuantos centímetros del suyo. Russel chilló, y cayó de sentón al suelo con todo y la caja que cargaba.

    Mabel se quedó totalmente quieta, contemplando su propio reflejo en el ojo de la criatura. Un parpado vertical cubrió los ojos un segundo, y luego una vez más. Todos se mantuvieron en silencio y estáticos en cada segundo. Y mientras la miraba, mientras más intentaba profundizar en eso que se ocultaba detrás de esa ilusión, o lo que fuera… más percibió lo mismo que Annie había dicho: ellas no eran sus presas.

    La polilla chilló una vez, retrocedió, y entonces extendió sus alas y se elevó en el aire, volviendo por donde había venido. No tardó mucho en desaparecer por completo de sus vistas.

    Sólo hasta entonces Mabel se permitió volver a respirar.

    —¿Qué… pasó? —susurró Russel desde el suelo, bastante confundido.

    —Ni idea —comentó Mabel, aún con un pequeño nudo en la garganta, pero comenzando a recuperarse poco a poco—. Pero al parecer estamos de suerte.

    Guardó una vez más su pistola en su cinturón, y comenzó a caminar junto con Annie, cuyo pequeño momento de lucidez parecía haberse apagado tan repentinamente como había surgido. Russel la miró dubitativo un segundo, pero no tardó en decidirse por ponerse de pie y alcanzarlas.

    Como bien Mabel había dicho, había logrado mantenerlo con vida hasta ese momento.

    — — — —
    Lucy corría sin rumbo alguno; sin aire, con sus piernas adoloridas, y rodeada de todo ese horripilante escenario de destrucción y muerte. Los insectos creados por Cody habían comenzado a esparcirse por toda la base, abriéndose paso por los pasillo, e incluso atravesando los muros. A donde volteaba, alguna de estas criaturas se encontraba devorando, aplastando, o partiendo en dos a algún desvalido soldado, que tras haber vaciado por completo su arma entera, terminó sólo dándole al aire.

    La buena noticia es que, por algún motivo, esas criaturas parecían no reparar en ella; sólo atacaban a los hombres y mujeres uniformados, lo más seguro es que indiscriminadamente sin importar si eran de los invasores o no.

    Era como una escena sacada del Infierno de Dante; insectos gigantes devorando a los pecadores, y esparciendo su sangre como rocío por el aire. Y ella era Dante, abriéndose paso por ese horrible círculo del infierno, sin encontrar ni una maldita salida, y sin la gentileza de al menos contar con guía.

    El estruendo de disparos a unos pasos de ella la hizo detenerse, e incluso caer al suelo por el derrape. De un pasillo adyacente a donde ella venía corriendo, un grupo de tres soldados salieron despavoridos, mientras disparaban como locos a aquello que los seguía.

    —¡Necesitamos ayuda! —gritó uno de esos hombres en su radio—. ¡Quién sea!, ¡responda!

    Desde su posición, Lucy pudo percatarse de que nadie les respondía. ¿Había aún alguien en ese sitio que pudiera darse el lujo de brindar cualquier tipo de ayuda?

    La enorme polilla se abrió paso por el pasillo, dirigiendo su hocico abierto hacia el más próximo de ellos, devorándole toda la parte superior de su cuerpo de una mordida. Los otros dos volvieron a intentar dispararle, pero se percataron rápido de que aquello era inútil, y prefirieron huir. La polilla no tardó en alcanzarlos y tirarlos al suelo, sometiéndolos con sus patas. Y aunque Lucy no podía ver la escena directamente desde su posición, los movimientos de la cabeza de la criatura, y los grotescos sonidos que comenzaron a inundar sus oídos, le dejaron claro que los estaba devorando con bastante saña.

    Lucy tuvo fuertes ganas de vomitar; las había logrado aguantar bastante bien durante todo ese tortuoso día, pero su resistencia se estaba acabando.

    Se giró entonces rápidamente en la dirección contraria, y comenzó a avanzar presurosa para alejarse de ahí. Sin embargo, otro de esos insectos cayó repentinamente del techo, justo delante de ella, cortándole el paso. Lucy chilló, dio un brinco y cayó de sentón al suelo. Se arrastró presurosa lejos de la criatura, hasta quedar con su espalda contra la pared. La polilla giró sobre sus patadas, fijando sus ojos en todo su alrededor, hasta que se posaron en ella.

    Tragó saliva, nerviosa.

    «Está bien, no me atacará a mí» pensó titubeante. «Estaré bien, estaré bien…»

    La polilla, sin embargo, seguía mirándola fijamente. Escuchó un siseo casi gutural surgir de ella, y sus alas se agitaron un poco, como si se dispusiera a volar.

    «Estaré bien… ¿cierto?» pensó aún más asustada. Y cada momento que pasaba, se convencía menos de ello.

    En un momento se convenció por completo que de que estaba por saltarle encima, y la sola idea la incapacitó por completo de poder siquiera moverse. La bestia chilló, dobló sus patas, y se elevó hacia ella. Lucy gritó horrorizada, y se cubrió por reflejo con sus brazos, esperando el inminente final. Éste no llegaría aún, pues antes de que la tocara, la figura de la polilla fue expulsada hacia un lado con fuerza, desviándola de su trayectoria. Dio tumbos en el aire, cubriéndose de una intensa llama que la cubrió por completo. Se estrelló de lleno contra un muro, y al contacto su cuerpo se desmoronó en pedazos carbonizados, que cayeron al suelo y se desintegraron.

    Lucy bajó sus brazos, y miró atónita en la dirección a donde había sido lanzada la criatura. Los pedazos de su cuerpo se fueron desmoronando, hasta desaparecer por completo. Incluso las llamas no tardaron en extinguirse también.

    —¿Pero qué…? —susurró despacio, totalmente confundida.

    Escuchó de pronto las pisadas de unas botas contra el linóleo, aproximándose hacia ella. Reacción al instante, parándose de un brinco. Se giró en dirección al otro pasillo, y observó con recelo la figura de una persona saliendo de entre las sombras de éste; el verdadero objetivo que había puesto a la polilla en ese estado de ataque.

    Era una mujer alta, de cabello rubio rizado e intensos ojos azules, vistiendo una chaqueta larga color verde; la misma chaqueta verde que usaba aquella persona que dirigía a los hombres que los emboscaron en el pasillo…

    —Oh, no —masculló despacio, pegando más su espalda contra el muro. ¿Sería acaso aliada de ese mismo sujeto? De seguro no le agradaría saber que su amigo acababa, literalmente, de perder la cabeza por uno de esos monstruos.

    —No te muevas —masculló aquella mujer, sonando casi como una amenaza.

    —Escucha, por favor —susurró Lucy despacio, alzando una mano hacia ella—. No soy nadie importante, ¿de acuerdo? Yo ni siquiera debería estar aquí en realidad, ni tampoco sé lo que está pasando. Solamente...

    Mientras hablaba separó su espalda del muro, y dio un paso hacia ella. Al hacerlo, a su costado percibió el estridente chillido de otra polilla; la misma que hasta hace unos momentos había estado devorando a los otros tres soldados.

    —¡Te dije que no te movieras! —exclamó la mujer rubia con fuerza, y rápidamente se lanzó hacia ella, la tomó de un brazo, y la empujó con brusquedad hacia un lado, alejándola del alcance la polilla que se dirigía hacia ellas.

    Lucy cayó de costado al suelo, golpeándose con fuerza. Aun así, pudo girarse en el momento justo para ver cómo la criatura se lanzaba sobre la extraña, pero ésta se mantenía de pie firme en su sitio, mirando fijamente al enorme insecto que abría grande su boca para devorarla entera. Pero antes de que la tocara, le ocurrió lo mismo que a la otra: su cuerpo fue lanzado hacia atrás, cubierto de densas llamas que cubrieron su cuerpo, y se desmoronó en pedazos en cuanto chocó contra el suelo.

    Lucy observó sorprendida aquello, perdiéndose unos momentos en la llamas danzantes que aún permanecieron un poco más, antes de esfumarse por completo junto con los restos del insecto.

    —Fuego —susurró despacio, como si aquella palabra fuera toda la revelación que ocupaba.

    Miró entonces una vez más a aquella mujer, esta vez con mayor detenimiento. Notó entonces que la manga derecha de su chaqueta estaba rasgada, y su brazo estaba expuesto. Pero pasando eso de largo, logró mirar mejor su rostro, y se dio cuenta entonces de que la conocía. De una fotografía, claro; pero la conocía. Y esos poderes que había demostrado lo terminaban de confirmar por completo.

    —Usted es la Sra. Charlene McGee —susurró Lucy, atónita.

    La mujer rio divertida, y se giró de lleno hacia ella. A Lucy le pareció percibir por un momento un brillo amenazando en aquellos ojos.

    —Sí, la famosa Charlene McGeee —murmuró Charlie con presunción, mientras se aproximaba con paso amenazante hacia ella. Lucy retrocedió, claramente asustada—. Ahora dime qué son esas cosas, o te calcino a ti también.

    —Espere, espere —farfulló Lucy, alzando sus manos delante de ella en forma de súplica—. No es lo que está pensando…

    —No sabes lo que estoy pensando, muñeca —le advirtió con dureza, y en su sola mirada fue evidente que estaba más que lista para hacer salir sus poderes en contra ella, justo como lo acababa de hacer con aquellas dos criaturas. Así que Lucy supo bien que las siguientes palabras que salieran de su boca, tenían que ser por completo aclaratorias.

    —¡Soy Lucy! —gritó con fuerza para poder ser escuchada—. Lucy, de la Fundación Eleven. ¿Me recuerda? Fui quien le llamó para avisarle de lo ocurrido a la Sra. Wheeler.

    Charlie se detuvo al escuchar aquella repentina declaración. Entornó los ojos, y la observó fijamente con atención.

    —¿Lucy? —susurró en voz baja. Aquel nombre le sonaba, y ciertamente también su voz—. ¿La del teléfono? ¿La que no dejaba de repetir “no tengo los detalles” una y otra vez?

    —Sí… porque era la verdad —susurró la rastreadora entre dientes—. Es obvio que sólo podía decirle la información que sí tenía, ¿no?

    Charlie la observó, notándosele bastante desconfiada, aunque ciertamente esa respuesta le trajo bastantes remembranzas de aquel momento. ¿Era realmente la misma persona de aquella llamada? El sólo hecho que supiera de esa llamada era un punto a su favor, aunque no tenía ninguna garantía de que el DIC no le hubiera estado escuchando de alguna forma. Pero también le resultaba un tanto extraño que de todas las cosas que alguien de esa base pudiera intentar decirle para engañarla, eligiera justo algo tan aleatorio como eso.

    —Suponiendo que sea cierto —masculló Charlie con recelo—, ¿qué haces aquí? ¿Eleven te mandó?

    —¿La Sra. Wheeler? —exclamó Lucy, sonando casi como si aquella hubiera sido la pregunta más estúpida que hubiera oído alguna vez—. No, ella sigue en coma hasta dónde sé. Yo no tenía idea de que usted estaba aquí.

    Eso que decía no concordaba con lo que Lucas le acababa de comunicar esa mañana, y eso no hizo más que provocarle a Charlie mayor desconfianza. Alguno de los dos le estaba mintiendo, y por extraño que pareciera no creía que fuera Lucas; ¿qué ganaba con mentirle diciendo que Eleven ya había despertado? En especial cuando ya la tenía cautiva y a su merced.

    —¿Entonces…? —comenzó a cuestionarle con mayor severidad, pero sus palabras fueron cortadas en el instante en el que el aire fue cubierto por otro siseo chillante, y de la nada un gran agujero se abrió sobre sus cabezas, derrumbando un gran pedazo de techo.

    Charlie reaccionó, lanzándose contra Lucy, y haciendo que ambas cayeran y rodaron por el suelo, alejándose de aquel punto antes de ser aplastadas. El fuerte estruendo del concreto al caer y romperse, no evitó que escucharan con más intensidad aquel chillido. Unos segundos después, la figura opaca de otra de esas criaturas en forma de insecto no tardó en abrirse paso por el agujero. Se estrelló contra el piso y los escombros, se revolcó sobre estos, y se giró rápidamente hasta posar son grandes ojos negros en ellas.

    Charlie se puso de rodillas en el suelo frente a Lucy de forma protectora, y ésta no tardó en aceptar dicha protección, escondiéndose a sus espaldas. La enorme polilla las observó desde su posición, inmóvil, como si las analizara o esperara la señal adecuada. Y Charlie presintió que a quién más observaba, era justamente a ella.

    —Ella cree que usted es un soldado —le susurró Lucy a sus espalas, tomándola un poco por sorpresa.

    —¿Qué dices? —masculló Charlie, mirándola sobre su hombro.

    —¡Su chaqueta! —pronunció con más fuerza—. Es de un soldado del DIC, ¿no es cierto? Esas cosas están explícitamente cazándolos.

    —¿Y tú cómo sabes…?

    No logró completar su pregunta, pues en ese momento una larga boca cubierta de afilados colmillos se abrió en la cara alargada del insecto gigante, justo debajo de aquellos ojos. De ella surgió otro de esos chillidos, mucho más intenso, y claramente en lo absoluto amistoso. La criatura desplegó sus enormes alas transparentes en ese instante, y se lanzó en su contra.

    Lucy chilló, y se ocultó aún más detrás de Charlie, cubriéndose el rostro con ambas manos como si genuinamente esperara que eso la protegiera de alguna forma. Charlie, por su lado, una vez más se mantuvo firme en su posición, y dejó salir como un proyectil su energía al frente, haciendo que ésta se concentrara por completo justo en la amenazante criatura. Ésta fue empujada hacia atrás ante el impacto de aquella energía calorífica, y su cuerpo no tardó en comenzar a cubrirse en fuego. Cayó al suelo del pasillo a unos metros de ellas, chillando y revolcándose en frenesí, mientras las llamas la consumían y dejaban en su lugar únicamente más de esas cenizas negras que flotaron en el aire como papel quemado.

    Charlie contempló su última hazaña unos segundos, antes de poder reaccionar de nuevo. Y lo primero que hizo fue justamente quitarse la chaqueta verde con prisa y tirarla al suelo. No sabía si lo que aquella muchacha había dicho era cierto, pero igual no era que le gustara mucho tenerla puesta. Había creído que le ayudaría a camuflarse un poco, pero a esas alturas era obvio que con todo lo que ocurría, eso poco importaba.

    Lucy se asomó tímidamente sobre el hombro de Charlie, en el momento justo para ver a la criatura consumiéndose de esa forma, hasta entonces desaparecer por completo. A pesar de que había presenciado algo muy parecido hace un momento cuando Charlie la salvó, sólo hasta ese momento logró procesar enteramente lo que aquello significaba.

    —Logra dañar las ilusiones de Cody con sus poderes —exclamó Lucy con singular efusividad, al menos viniendo de ella—. ¡Claro! Tienen sentido.

    —¿Qué dices? —inquirió Charlie, volteándola ver, confundida.

    —La energía es energía —añadió Lucy mientras se ponía de pie, pero pareciendo casi como si fuera un comentario nada que ver con la pregunta que le acababan de hacer—. Estas criaturas se materializan con la energía psíquica que Cody crea con su propia mente, y el calor que usted expulsa debe seguir un principio parecido. Igual que la telequinesis de esa chica, por eso también pudo repeler sus ilusiones en el bosque. Todas son diferentes formas de materializar en el mundo físico energía creada por sus propias mentes, que aunque se ven tan distintas entre sí, en realidad su naturaleza es la misma. Es fascinante…

    —¿De qué estás hablando ahora? —cuestionó Charlie con rudeza, y la tomó en ese momento de su brazo para obligarla a que le mirara a los ojos—. Dímelo de una buena vez: ¿sabes qué son estas cosas sí o no?

    Lucy parpadeó una vez, y después desvió su mirada apenada hacia un lado. Y entonces le respondió con un pequeño, apenas audible susurró:

    —Sí… lo sé.

    — — — —
    Damien había puesto apenas el primer pie en la escalinata para subir al helicóptero, cuando se detuvo de pronto al percibir una extraña sensación que le recorrió el cuerpo. Se giró lentamente hacia abajo, observando con atención el suelo de la pista debajo de él.

    —¿Sucede algo? —le preguntó el solado a sus espaldas. Damien ciertamente no sabía cómo responder a esa pregunta. ¿Sucedía algo?; pues la verdad era que sucedían muchas cosas en esos momentos, pero… aquello que había captado su atención era algo distinto. Pero, ¿qué…?

    A mitad de su cavilación, el punto exacto en el piso al que miraba comenzó a cambiar. El concreto se agrietó, al principio sólo en la forma de una pequeña fisura, pero de un segundo a otro se alargó en una larga grieta que casi cruzó la pista de extremo a extremo. Damien no fue el único en notarlo, y todos los demás soldados a su alrededor se pusieron en alerta. Observaron atentos la rajadura en el suelo, como si esperaran que algo saliera de ella… y así ocurrió.

    De la nada, una figura alargada y oscura salió volando de la grieta, elevándose sobre sus cabezas, revoloteando sus alas con fuerza. Era enorme, casi del mismo tamaño que el helicóptero; un enorme insecto alargado de muchas patas.

    Mientras aquella repentina aparición asustó y confundió a todos los otros, Damien lo contempló desde su posición, fascinado de cierta forma. ¿Qué era exactamente esa cosa?

    La criatura descendió rápidamente, chocando su cuerpo contra el suelo, provocando una ráfaga de viento por el choque. Giró su extraña cabeza hacia los lados, fijando sus ojos en cada una de las personas de pie a su alrededor. Incluso en algún momento Damien estuvo seguro que lo miró a él, pero pareció no prestarle mucha atención; estaba más interesada en los soldados…

    Un chillido agudo y penetrante se escapó de su boca, un segundo antes de lanzarse justo hacia uno de los hombres. Éste gritó aterrado, alzó su arma hacia ella, pero no alcanzó a disparar ni una sola vez antes de que lo aprisionara en sus grandes fauces, prácticamente cortando su torso en dos con sus afilados colmillos, escupiendo la mitad superior hacia un lado con desprecio.

    Los demás soldados reaccionaron, y sin esperar orden comenzaron a disparar contra el monstruo. Las balas, sin embargo, parecían atravesarlo como al humo, perturbándolo apenas un poco; eso le pareció a Damien aún más interesante.

    La criatura se giró con violencia, golpeando, apropósito o no, a dos de los soldados que lo atacaban con la parte posterior de su cuerpo, derribándolos, y luego incluso aplastándolos con sus decenas de patas. Se lanzó entonces hacia otro soldado, apresándolo igualmente con sus colmillos, y sacudiéndolo en el aire con ferocidad.

    El caos se apoderó rápidamente de la pista, y lo fue aún más cuando una segunda criatura comenzó a abrirse paso por la misma grieta por la que había llegado la primera.

    —¡Sáquenlo de aquí! —escuchó Damien que ordenaba con voz beligerante el hombre que lo había recibido—. ¡Ahora!

    Antes de que pudiera reaccionar, Damien sintió como alguien lo tomaba con brusquedad de los brazos, y lo jalaba hacia el interior del helicóptero. Cayó de bruces en el piso del vehículo, y para cuando alzó la vista de nuevo, el helicóptero comenzaba a elevarse.

    Damien igual se aproximó a la puerta aún abierta, y se asomó hacia el exterior. Mientras se elevaban, pudo ver que la primera criatura seguía masacrando a los hombres en tierra, pero la segunda tenía su atención puesta en otro punto: en ellos.

    El enorme insecto chilló, agitó sus alas y se elevó con fuerza en el aire en dirección al helicóptero. Los hombres abordo comenzaron a dispararle desde sus posiciones, pero el resultado fue el mismo que con la otra criatura: las balas la atravesaban sin más.

    «¿Es algún tipo de ilusión?» pensó Damien, desconcertado. No podía ser como las de Lily, o no exactamente igual, pues todos las estaban viendo. Y, por la manera tan pavorosa en la que lograban liquidar a los hombres, era claro que debían ser reales; o algo muy cercano a real.

    Y eso volvía aún más preocupante el hecho de que una de ellas se precipitara de esa forma en su contra, con su hocico bien abierto como si quisiera devorarse el helicóptero entero, y a ellos con él…

    Pero justo en ese momento, cuando estaba por interceptarlos en el aire, ante los ojos de Damien y todos los demás a bordo del helicóptero, la polilla comenzó a desvanecerse, en forma de un humo oscuro arrastrado por el viento, hasta desaparecer por completo.

    Un aullido de desconcierto y alivio se escuchó por toda la aeronave, aunque Damien permanecía sereno.

    —Fascinante… —susurró en voz baja, contemplando los rastros de la criatura desvaneciéndose.

    Era evidente que esa cosa, fuera lo que fuera, no podía alejarse demasiado de lo qué lo había creado; o, más bien, de quién lo había creado.

    Aunque el resto de los soldados en el helicóptero seguían tensos y en alerta ante cualquier nuevo peligro inminente, Damien se limitó a sentarse cómodamente en su asiento, incluso cruzando un poco sus piernas. El vehículo siguió avanzando, alejándose poco a poco del Nido, y de la horrible pesadilla que se había cernido sobre éste.

    — — — —
    Lucy y Charlie comenzaron a moverse juntas por los pasillos, hacia el punto en donde Lucy había dejado a sus demás acompañantes antes de huir. Aquello no resultó tan sencillo como les hubiera gustado, pues la rastreadora, irónicamente, tuvo problemas para ubicarse entre los laberinticos pasillos. Fue inevitable cruzarse con más de las criaturas insectiles en su andar, y en cada ocasión Charlie tuvo el reflejo de calcinarlas, pero Lucy se apresuró a detenerla.

    —No nos atacarán, si usted no las ataca —le repitió Lucy en voz baja.

    —¿Y cómo estás tan segura de eso? —le cuestionó Charlie, claramente escéptica—. La que te quité de encima hace un momento parecía bastante dispuesta a hacerlo.

    —No estoy segura de nada —masculló Lucy con ligera irritación—. Pero es lo mejor que puedo concluir en base a la observación. No tengo…

    —Te advierto que si dices, “no tengo todos los detalles”, te arrojaré a las fauces de una de esas cosas yo misma.

    Lucy permaneció con la boca abierta, al parecer con intención de decir algo más. Al final al parecer optó por no hacerlo, y mejor cerró la boca y guardó silencio.

    Tras unos minutos, Lucy ya estaba más segura de haber encontrado el camino correcto, y su emoción la empujó a andar con mucha más prisa; y, por lo mismo, con menos cuidado.

    —Más despacio —le reprendió Charlie, andando detrás de ella—. No sabemos quién pueda seguir por aquí.

    —Cody está por aquí más adelante —señaló Lucy con apuro, apuntando al frente—. En cuanto lo despertemos, todo esto acabará. Sólo debemos…

    En cuanto giraron en la esquina del pasillo correcto, Lucy se detuvo en seco, la suela de sus pies casi rechinando contra el suelo. Charlie no tardó en alcanzarla, e igualmente terminó quedándose totalmente quieta a su lado, contemplando atónita el pasillo repleto de decenas de esas polillas gigantes; pegadas a las paredes, el techo, al suelo, tapizándolo casi todo hasta donde alcanzaba la vista. Los cascabeleos de sus estridores inundaba el aire, como una sinfonía disonante.

    —¿Qué decías? —le susurró Charlie entre dientes.

    Los insectos estaban totalmente quietos en sus sitios, apenas agitando ocasionalmente sus cabezas y alas. No parecían reparar en ellas demasiado, pero a Charlie le pareció percibir que más de una de ellas posaba ocasionalmente sus grandes ojos en ellas, esperando que hicieran algún movimiento en falso.

    Ambas mujeres se debatían internamente entre retroceder por donde vinieron, o quizás abrirse paso a la fuerza. Después de todo, si Lucy estaba en lo correcto, Cody estaba justo más delante de ese enjambre. Sólo tenían que llegar hasta él de alguna forma…

    —Por aquí —escucharon de pronto que una voz pronunciaba con fuerza, aunque fatigada, llamando su atención.

    La voz parecía provenir del interior de una habitación a un lado del pasillo, cuya puerta se encontraba abierta. Charlie se prestó recelosa de inmediato, pero Lucy avanzó hacia ese sitio sin mucha vacilación, antes de que la ex reportera pudiera detenerla. Pero, en realidad, no era que Lucy estuviera siendo del todo imprudente, pues en realidad le había parecido reconocer la voz.

    Al asomarse al interior del cuarto, la sospecha de Lucy resultó cierta: quien la había llamado era aquel soldado, el tal Francis. Yacía sentado en el suelo, con su espalda apoyada contra el muro; una mano aferrada a su costado herido, y la otra apretaba fuerte el mango de una pistola, que apoyaba contra su muslo, sin aparentes fuerzas para mantenerla arriba demasiado tiempo. Tenía el rostro cubierto de sudor, y respiraba agitado. Aun así, se veía sorpresivamente lucido.

    Gorrión Blanco yacía a su lado, aún inconsciente. Al parecer Francis le había practicado un torniquete improvisado en su hombro, y limpiado la herida de su cabeza lo mejor posible.

    —Están vivos —pronunció Lucy, no dejando muy claro si aquello la aliviaba, o sólo le sorprendía—. ¿Qué pasó?

    —Tú dime —le respondió Francis con debilidad—. ¿Qué son…?

    Las palabras del militar se cortaron de pronto en cuanto logró fijar su mirada en la persona que acompañaba a Lucy, y que entró a la habitación justo después de ella. Francis no tuvo problema en reconocerla al instante.

    —¿Usted? ¿Cómo? —cuestionó, alarmado. Pareció dispuesto a levantar su arma hacia ella, pero titubeó; quizás era consciente de lo poco que eso le ayudaría contra ella.

    Charlie suspiró con pesadez, y se aproximó a él con paso firme.

    —No es la pregunta importante en este momento, muchacho —señaló con severidad. Al estar lo suficientemente cerca, se puso de cuclillas a su lado. Francis, por mero reflejo, quiso hacerse hacia atrás, y de nuevo alzar su arma. Debido a su estado, por supuesto, le fue imposible hacerlo con la suficientemente velocidad, y Charlie logró tomarlo con firmeza de su muñeca antes de que lograra levantarla demasiado—. Te sugiero que no lo intentes. Mejor déjame ver qué ocultas ahí.

    Francis no comprendió a qué se refería, hasta que la mujer tomó con cuidado la mano con la que se cubría su costado, exponiendo su horrible herida. Charlie tomó su camiseta con ambas manos, y la rasgó para poder ver directamente su piel, y en especial el pequeño agujero de bala entre una gran mancha rojiza. Su mirada se ensombreció al instante. Se giró a mirarlo a los ojos, y aunque ninguno dijo nada, hubo un entendimiento silencioso de lo que ambos sabían: no llegaría muy lejos con esa herida.

    Aunque sabía que para esos momentos no ayudaría de mucho, igual Charlie centró su atención en la pequeña herida, enfocó su energía en ese punto específico, y un fuerte calor cubrió por completo la piel de Francis. Éste se estremeció, pero no gritó, ni dejó a la vista ninguna señal que dejara en evidencia que aquello le dolía de alguna forma.

    «Un verdadero y fuerte soldado, o sólo un macho de masculinidad frágil», concluyó Charlie.

    El calor intensó terminó por cauterizar la herida, y la sangre dejó de brotar por ella; al menos no hacia el exterior.

    —¿Por qué me ayuda? —cuestionó Francis con dureza, mirándola con esa intensa mirada que lo caracterizaba—. Soy un soldado del DIC que usted tanto odia. Fui incluso parte del equipo asignado para su captura en Los Ángeles.

    —Creo que ambos sabemos que eso no te ayudará demasiado, en realidad —respondió Charlie con voz apagada, señalando al círculo rojo de piel quemada en su vientre—. Pero el caso es que he conocido a lo largo de estos años a muchos tipos de soldados. Y me jacto de haber aprendido a diferenciar a los hijos de puta que tienen merecida su muerte dolorosa, y los buenos chicos que sólo cumplen con el que están convencidos que es su deber. Y me parece que tú eres más del segundo grupo; llámalo un presentimiento.

    Francis guardó silencio, y mantuvo además su expresión de piedra, pese a lo mal que debía estarse sintiendo. Así que tampoco dejó en ésta señal alguna que pudiera indicarle a Charlie si acaso le creía, o siquiera entendía lo que le había dicho. Pero daba igual; bastaba con que ella tuviera claro por qué hacía las cosas, y nada más.

    Se olvidó por un segundo del sargento malhumorado, y se giró hacia un lado, para fijar su atención en la chica inconsciente a su lado.

    —¿Y ella? —preguntó, curiosa.

    —Es una telequinética que trabaja para el DIC —le respondió Lucy de forma escueta, y Charlie supuso que ese era el único pedazo información que podía compartirle.

    Contempló unos momentos más a aquella muchacha de rostro apacible, aunque estuviera manchado de sangre en esos momentos. No sabía que Lucas tuviera entre su personal a una telequinética. ¿Hacía cuánto que la tenía? No debía ser mucho, pues de haber contado con un recurso así en el pasado, de seguro la hubiera enviado mucho antes a su caza. Además, se veía tan joven… y extrañamente familiar. Aunque no le dio mucha importancia a eso último, pues podría no significar nada en realidad.

    —Recibió un disparo en el hombro —le informó Francis a la brevedad, jalando de nuevo su atención—. La bala entró y salió. ¿Puede cerrar su herida también?

    —Supongo que sí —suspiró Charlie, con agotamiento—. Pero, si su vida no corre peligro inmediato, creo que primero tenemos que encargarnos de lo que ocurre allá afuera.

    Mientras pronunciaba aquello, se talló sus ojos con sus dedos. Aunque sus fuerzas parecieran infinitas, todo tenía un límite. Y sentía que se estaba acercando peligrosamente al suyo.

    «Sólo resiste un poco más» se dijo a sí misma para darse ánimos. Dios sabía que lo necesitaba.

    FIN DEL CAPÍTULO 152
     
  13. Threadmarks: Capítulo 153. Las Ruinas del Nido
     
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    Resplandor entre Tinieblas

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    Capítulo 153.
    Las Ruinas del Nido

    Charlie se puso de pie, resintiendo un leve dolor en las rodillas al momento de hacerlo, pero lo supo esconder bastante bien. De giró entonces hacia Lucy con actitud firme.

    —Terminemos con esto de una buena vez. ¿Dónde está tu amigo que está causando estas ilusiones?

    —¿Su amigo? —murmuró Francis, un tanto confundido, antes de que Lucy pudiera responder—. ¿Hablan del profesor? ¿Esas criaturas son ilusiones creadas por él?

    —Es un poco más complicado que eso —murmuró Lucy en forma de un escueto susurro—. Pero lo importante es que la única forma de hacer que desaparezcan, es despertándolo. Eso interrumpirá la pesadilla.

    —Sencillo —señaló Charlie con ligera ironía—. ¿Y en dónde está?

    —Sigue ahí —indicó Francis, señalando con debilidad hacia el pasillo—. Al fondo, cerca del final, en el mismo sitio en el que le dispararon a la Dra. Mathews. Antes de que pudiera jalar a Gorrión Blanco hasta esta habitación, vi claramente como ambos eran rodeados por estos insectos, y envueltos en… no sé ni qué era. Algún tipo de capullo de telarañas.

    —¿Telarañas? —exclamaron Charlie y Lucy al mismo tiempo con confusión.

    —Asómense y mírenlo ustedes mismas.

    Lucy y Charlie se miraron entre ellas, claramente dubitativas entre hacer o no lo que ese hombre les proponía. Al final ambas asomaron apenas un poco su cabeza por el marco de la puerta, echando un vistazo rápido al pasillo. De nuevo lo que más lograron ver fueron los cientos de monstruos cubriendo las paredes. Pero más allá de ellas, más al fondo del pasillo, distinguieron una estructura blanca que, en efecto, parecía creada por telarañas enormes que se extendían del suelo al techo. Y en medio de ellas, una ovalo grande y brillante del mismo material, que en efecto parecía estar envolviendo algo; o a alguien.

    —Como el capullo de una mariposa —susurró Lucy con cierta ironía—. O polilla…

    Ambas se refugiaron de nuevo en el interior de la habitación, antes de llamar la atención indeseada de alguna de esas criaturas.

    —¿Seguro que está ahí dentro? —cuestionó Charlie, un poco escéptica.

    —Vi con mis propios ojos cómo era encerrado en esa cosa —explicó Francis con aspereza.

    —Grandioso —masculló Lucy, no dejando muy claro si lo decía con sarcasmo o no—. En esencia debe ser otra de sus ilusiones materializadas, así que sólo hay que abrirse paso hasta él. Con sus poderes de calor debería bastar, Sra. McGee.

    —¿Debería? —inquirió Charlie, un tanto insegura por tan ambigua declaración.

    —Nada más eso puedo decir —le respondió Lucy con voz áspera—. Todo en este punto es mera teoría, ¿de acuerdo?

    —Está bien, no pierdas los estribos ahora. Vamos y terminemos con esto rápido.

    —Ah, con “vamos” supongo que se refiere a usted y… —susurró Lucy nerviosa, señalándose a sí misma. Charlie la observó con mirada seria, dejando bastante implícita su respuesta—. No, no… Yo no creo que poderle ser de mucha ayuda allá afuera. De seguro sólo le estorbaré. Así que quizás lo mejor sea que yo me quede aquí, y…

    —¿Qué no es tu amigo el que está allá afuera? —le reprendió Charlie con dureza.

    —Amigo es una palabra muy fuerte. Incluso no sé si podríamos llamarnos compañeros…

    Lucy de seguro tenía más argumentos en su lista que deseaba usar como justificación, pero de nuevo la expresión adusta en el rostro de Charlie, y el peculiar brillo de sus ojos, la persuadió de mejor no seguir.

    —Está bien —suspiró con desanimo—. Ya estuve al borde de la muerte bastantes veces el día de hoy; ¿qué es una más?

    Ambas se dispusieron a salir de una buena vez, aunque por supuesto con Charlie adelante, y Lucy refugiada a sus espaldas.

    —Pero escuchen —pronunció Francis en alto antes de que se fueran. Las dos se detuvieron y se giraron a mirarlo una vez más—. No me pareció que estuviera dormido en lo absoluto. Más bien, sólo en shock.

    Ambas mujeres analizaron unos momentos aquellas palabras, y entonces Charlie se viró hacia Lucy en busca de alguna explicación, si es que estaba dentro de sus capacidades poder compartirle una. Ella le había dicho que su amigo sólo perdía el control de sus poderes cuando estaba inconsciente; ¿qué ocurría entonces si ese no era el caso?

    La rastreadora previó que decir que “no tenía todos los detalles” sería lo peor que pudiera hacer en esos momentos (aunque fuera cierto). Así que en su lugar intentó esforzarse un poco para plantearse algún tipo de teoría, en base a lo que conocía de los poderes de Cody, y cómo funcionaban. Era lo mejor que podía hacer de momento.

    —Supongo… que la muerte de su novia debió disparar algún mecanismo de defensa en su interior, y lo sumió en algún tipo de estado catatónico, que para el caso es como si estuviera dormido. Quizás si lo hacemos reaccionar, igual debe poder dejar de hacer esto.

    —Si eso no funciona, usen esto —indicó Francis, al tiempo que aproximaba una mano a su cinturón.

    Charlie temió por un momento que fuera a tomar otra arma, pero lo que sacó y extendió hacia ellas fue un tubo alargado color azul, que Charlie reconoció de inmediato: era una inyección en forma de pluma, similar a las que utilizaban los diabéticos para su insulina, pero en ese caso lo que esa cosa contenía era muy seguramente el mismo químico de efecto rápido para dormir a su objetivo; mismo que le habían aplicado en veces anteriores, incluyendo cuando la capturaron en Los Ángeles hace unos días.

    —Es un poderoso sedante fabricado por el DIC —explicó Francis—. Hace efecto en segundos.

    —Eso no funcionará —indicó Lucy, negando con la cabeza—. Cody es capaz de incluso proyectar sus sueños y pesadillas mientras duerme.

    —No con esto —añadió Francis con seriedad—. Además de dormir al objetivo, hace efecto directamente en el cerebro de los UPs, y suprime sus habilidades psíquicas; incluso las que se activan cuando el individuo duerme. Debería también funcionar con su amigo.

    —¿Debería? —cuestionó Charlie, insegura. De nuevo, aquella expresión no le transmitía mucha confianza.

    —Es eso, o…

    En ese momento Francis ahora sí tomó su arma, y la deslizó por el suelo hasta que quedara a los pies de Charlie y Lucy. No tuvo que decir nada más para dejar claro su punto: si no podían hacerlo reaccionar ni funcionaba el dormirlo, tendrían que eliminarlo de una forma mucho más contundente.

    La idea claramente aterró a Lucy, y no era que a Charlie le produjera mucha emoción tampoco. No le apetecía tener que matar a un resplandeciente, en especial a un miembro de la fundación de El, y que además no tenía control directo de lo que estaba ocurriendo. Pero si no había otra alternativa…

    —Nos arriesgaremos con la jeringa primero —declaró Charlie con firmeza, y se inclinó hacia Francis para tomar la inyección que le extendía—. Andando —pronunció justo después girándose hacia Lucy.

    Ambas se dirigieron de nuevo hacia el pasillo, pero ahora con un poco menos de convicción que antes…

    — — — —
    Charlie y Lucy se pararon en el pasillo, contemplando en silencio el enjambre de insectos que se cernía ante ellas. El siseo que provocaban se había vuelto más intenso, y se movían un tanto más agitadas. Aun así, parecían de cierta forma tranquilas.

    Casi no parecía que hubieran visto no hace mucho como destripaban y cercenaban personas con sus propias fauces.

    —¿Sigues tan segura de que no nos atacarán? —murmuró Charlie entre dientes, observando a su acompañante de reojo.

    —Nunca he estado segura de eso —le respondió Lucy, un poco a la defensiva—. Sólo sé que quienes mataron a Lisa, la novia de Cody, fueron hombres vestidos de soldados. Así que estas cosas deben ser la representación de la ira de Cody hacia sus asesinos.

    —Y de nuevo es mera teoría, ¿no? —le cuestionó Charlie con dureza, pero en esa ocasión Lucy no tuvo una respuesta inteligente que ofrecer.

    Charlie resopló, y sin más comenzó a avanzar con paso cuidadoso, siendo seguida muy de cerca por una casi temblorosa Lucy. Mientras avanzaban, les pareció notar como varias de esas criaturas giraban sus cabezas y fijaban sus grandes ojos negros en ellas, siguiéndolas con estos en su avance. Algunas incluso se aproximaban un poco hacia ellas, casi con curiosidad, creando en cada ocasión un pequeño respingo de temor por parte de Lucy, que instintivamente se pegó más hacia la espalda de Charlie en busca de su protección.

    —No eres precisamente de los mejores soldados de El, ¿cierto? —masculló Charlie con ligera sorna, mirándola sobre su hombro.

    —No soy ningún soldado en lo absoluto —se excusó Lucy, defensiva—. Yo siempre había estado apoyando a la Fundación desde la seguridad y comodidad de mi casa. No soy de las que salen a campo a hacer este tipo de cosas.

    —¿Y cómo fue que terminaste aquí, entonces?

    —Yo también me lo pregunto…

    El mayor contratiempo durante su recorrido fue una de esas polillas que cayó desde el techo justo delante de ellas, alzándose en una pose que a ambas le pareció agresiva. Charlie su puso en alerta, y Lucy se escondió detrás de ella. Aguardaron a ver si acaso se animaba a atacarlas, pero no lo hizo; se quedó quieta en su sitio, así que ambas la rodearon lentamente por un lado. La criatura las siguió con la mirada mientras se alejaban.

    Al final lograron llegar con relativa facilidad hasta el norme capullo, blanco y grande hasta casi tocar el techo, de un material similar a las finas telarañas que lo envolvía, pero de apariencia mucho más sólida; como si fuera más bien algún tipo de cascarón.

    —¿Segura que mi fuego será capaz de atravesar esto? —le cuestionó Charlie con mordacidad. Y antes de que Lucy pudiera siquiera abrir la boca, Charlie supo que le respondería que no estaba segura de nada, o que era sólo una teoría; así que alzó una mano en su dirección, indicándole al instante que mejor guardara silencio—. Toma —masculló a continuación, extendiéndole a Lucy la jeringa que Francis le había dado. Ésta la miró, un tanto desconcertada—. Si no logramos hacerlo reaccionar por las buenas, será tu obligación usar esto.

    —¿Yo? —susurró Lucy con sorpresa, mirando casi pálida la jeringa que le extendía—. A mí no me gustan las jeringas, ni nada que se les parezcan…

    —¿Y yo tengo cara de que me encanta algo de todo esto? —le respondió Charlie con algo de agresividad.

    Tomó entonces la mano de la rastreadora y le colocó la jeringa en la palma antes de que pudiera seguirse oponiendo. Se giró justo después hacia el capullo y respiró hondo.

    —Espero que funcione —susurró despacio para sí mima, y entonces comenzó a concentrarse. Lucy dio instintivamente un paso hacia atrás.

    Charlie comenzó a enfocar su energía en un punto exacto del cascarón, intentando usar todo su autocontrol para usar una cantidad apropiada, pero no excederse. Pues si se le pasaba la mano, terminaría por calcinar a quien se encontrara ahí dentro.

    Un pequeño punto brillante y humeante comenzó a formarse en la superficie del capullo, y poco a poco fue haciéndose más grande, comenzando en efecto a consumir el material de éste como Lucy había supuesto. Pero apenas estaba comenzando con su tarea, cuando Charlie tuvo que detenerse de golpe al percibir una agitación a su alrededor.

    Los insectos chillaron de pronto con más fuerza, y algunos agitaron además sus alas. Se sacudieron, como un perro que se agitaba para quitarse las pulgas de encima, y algunas se posicionaron en el suelo justo detrás de ellas. En cuanto Charlie se detuvo, los insectos lo hicieron igual, aunque sus ojos las miraban fijamente.

    —Ah, Lucy… —masculló Charlie, vacilante. Su acompañante, por supuesto, no se encontraba mucho mejor.

    —No pasa nada —indicó Lucy con una sonrisita nerviosa—. Continúe.

    Charlie no estaba muy convencida de esa afirmación, pero igual lo hizo. Volvió a enfocarse, a dejar su fuego surgir de ella, en esa ocasión con la precisión de un bisturí. Poco a poco, se fue formando un agujero en la superficie del cascaron, de orillas calcinadas que se extendían como en un papel quemado. Pero cuando dicho agujero apenas era del tañado de un puño, todas y cada una de las polillas soltaron un ensordecedor chillido al aire, que casi hizo retumbar las paredes. Y una a una se fueron separando de donde se encontraban y se alzaron en el aire, comenzando a revolotear por el angosto pasillo, golpeándose entre sí de lo caóticas que se habían puesto.

    Charlie y Lucy se giraron alarmadas al ver esto.

    —¡Ahora sí pasa algo! —exclamó Lucy, aterrada, y sin lugar al cual huir.

    Las polillas comenzaron a lanzarse hacia ellas, con sus fauces abiertas enseñando sus hileras de colmillos. Charlie rápidamente se puso al frente de Lucy, y dejó escapar de golpe su fuego, pero ahora sin la delicadeza ni cuidado de antes, sino expulsando todo en la forma de una inmensa llamarada que cubrió casi todo el pasillo, empujando a gran parte de esas cosas hacia atrás, calcinándolas.

    Pero, no a todas. Algunas de esas polillas lograron abrirse camino, y algunas de las alcanzadas por sus poderes, incluso con medio cuerpo quemado, siguieron intentando aproximarse hacia ellas.

    Charlie tomó a Lucy con firmeza e hizo que ambas saltaran hacia un lado, saliendo del alcance de algunas polillas, que terminaron estrellándose contra el capullo, como si de un sólido muro se tratara. Ambas mujeres rodaron por el suelo hasta chocar con la pared. Charlie en cuanto pudo se incorporó, centró su atención en el insecto más cercano, y disparó su poder hacia éste, luego hacia otro más, y otro más, casi como si le disparara con una escopeta a una parvada de patos.

    Había eliminado a varios de ellos, pero aún había más de los que ella había supuesto en un inicio. Supo de inmediato que podría estar todo el día haciendo eso, sin llegar a ningún resultado favorable. Sólo había una forma de acabar con eso.

    Cuando tuvo el camino más libre, tomó a Lucy del brazo con brusquedad para obligarla a pararse, y ambas corrieron en dirección al capullo. Charlie enfocó de nuevo su energía en aquella estructura, pero en esta ocasión con un poco menos de cuidado, para que el calor golpeara más directamente la superficie del cascarón, abriendo en cuestión de segundos un agujero grande; o al menos lo suficiente para que una persona pudiera entrar.

    Charlie prácticamente lanzó a Lucy hacia el interior de aquella cosa. Luego se giró hacia las polillas, volvió a apartarlas dejando salir una gran oleada de su poder, y justo después ella misma se lanzó hacia el interior del capullo.

    Un segundo después de que su cuerpo entero pasara por el agujero, al menos tres polillas se estrellaron contra éste, chillando y golpeándose con fuerza, intentando abrirse paso, pero sin mucho éxito; a lo mucho logrando introducir un par de sus patas en un vago intento de alcanzarla. Charlie las observó en silencio desde el suelo. Eso las mantendría afuera por ahora, pero no por mucho.

    Fuera de lo que podrían haber creído, ambas cayeron sobre una superficie dura como el concreto. El interior del capullo se encontraba casi a oscuras, salvo por la luz que ahora entraba por el agujero que habían creado, tapada en ocasiones por los cuerpos de las polillas que intentaban abrirse paso. Y resultó además ser bastante más grande lo que parecía desde el exterior.

    —La perdí —exclamó Lucy de pronto alarmada, mientras se veía sus manos y se tocaba los bolsillos de su suéter—. ¡Perdí la jeringa! Se me debió de haber caído cuando nos tiramos al suelo.

    —Si quieres salir por ella, adelante —exclamó Charlie, sarcástica, señalando con una mano hacia el agujero, y en especial a las polillas que intentaban entrar por él. Lucy sólo guardó silencio, y tragó saliva.

    Charlie se talló sus ojos con ambos dedos, y se pellizco el puente de la nariz, intentando aliviar un fuerte dolor punzante que la había invadido. Ese límite que tanto la había estado preocupando, lo sentía cada vez más cerca. Hacer explotar esa jaula en forma de cubo ya había necesitado demasiadas de sus fuerzas; todo lo que le siguió después de eso, no la hizo sentir mucho mejor.

    Ambas se giraron entonces a observar el interior de aquella cúpula, o al menos lo que la escasa luz les permitía, e intentando además ignorar los golpes y chillidos a sus espaldas. No tardaron mucho en divisar una silueta entre las sombras, enmarcada de vez en cuando por la luz que lograba filtrarse.

    Lo que miraron las dejó casi sin aliento. Cody se encontraba prácticamente en la misma posición en la que Lucy lo había dejado, sentado en el suelo, abrazado firmemente al cuerpo de Lisa. Pero ahora delgadas hebras como telarañas se habían formado a su alrededor, comenzando a cubrirlos poco a poco. El torso de Lisa estaba empapado de sangre por el frente y detrás, y su cuello y brazos caían hacia un lado. Sus anteojos rotos aún colgaban frente a su rostro, desde los cuales se asomaban un par de ojos azules totalmente apagados, que parecían de repente mirarlos a ellas.

    Como Francis había dicho, Cody no parecía como tal dormido. Tenía sus ojos bien abiertos, pero no parecían estar enfocados en nada en lo absoluto. Apenas parecía estar respirando, y no pareció reparar en lo absoluto en su presencia. Era como si en efecto estuviera en algún tipo de sueño, estando aún despierto; algún trance, quizás.

    —¿Es él? —preguntó Charlie con seriedad, a lo que Lucy simplemente asintió.

    Charlie se aproximó rápidamente hacia él, y dejando las delicadezas de lado lo tomó de los hombros y comenzó a zarandearlo con fuerza. Sus brazos dejaron de sujetar a Lisa, y ésta cayó sin oposición al suelo a los pies de Charlie, pero de momento ésta procuró ignorarla.

    —Hey, chico —exclamó la reportera con agresividad—. ¡Reacciona!

    Sin menor miramiento, alzó una mano y le dio una fuerte bofetada en su mejilla, dejándola enrojecida al instante. El rostro de Cody se giró entero hacia un lado, pero siguió sin dar seña alguna de reacción. Era como intentar hacer reaccionar a un maniquí.

    —En verdad está fuera de sí —masculló con preocupación.

    En ese momento escucharon un crujido, y ambas se giraron al mismo tiempo hacia el agujero. Las polillas insistían en querer abrirse paso, y al parecer su presión había comenzado a hacer que el agujero cediera; en cualquier momento entrarían, y no titubearían al momento de hacerlas pedazos.

    Si no podían hacerlo reaccionar, ni tampoco tenían la jeringa con el sedante… sólo quedaba la otra opción; la misma que Francis les había sugerido, sólo que Charlie no necesitaba una pistola.

    Miró a Lucy con severidad en su mirada, y ésta se estremeció un poco al sentir de nuevo esos agresivos ojos en ella.

    —Sabemos lo que tenemos que hacer —le susurró despacio.

    —No, espere —exclamó Lucy alarmada—. No lo haga, debe haber otra…

    —No la hay —le cortó Charlie con agresividad—. Si no lo hacemos, esas cosas nos mataran, y a cualquiera que siga de pie por aquí. Debo hacerlo.

    Lucy palideció, y fue incapaz de dar ningún otro argumento para persuadirla. Y el insistente chillido y golpeteos de los insectos de afuera tampoco lo hacían sencillo. Tragó saliva con pesadez, asintió, y entonces se apartó lo más que pudo, hacia una de las paredes del capullo. Se giró hacia otro lado para evitar ver, y se tapó además sus oídos con ambas manos.

    Charlie se viró de nuevo hacia Cody, y lo tomó firmemente de su cara con ambas manos, sujetándolo con firmeza para que ambos quedaran frente a frente. A pesar de sus ojos bien abiertos, el muchacho no pareció darse cuenta en lo absoluto de ella o de lo que ocurría. Estaba totalmente hundido en su propia pesadilla…

    —Lo siento —susurró Charlie despacio, aunque estaba segura que él no podría escucharle. Y entonces comenzó a intentar concentrarse en hacer justo lo que le había hecho a Grish Altur antes: fundirle el cerebro entero. Pero intentaría hacerlo lo más rápido posible para que no sufriera… Sólo tenía que sobreponerse a ese dolor, ese cansancio que le había invadido. Sólo tenía que enfocarse una vez más y…

    Un fuerte estruendo las sacudió con intensidad, en el momento en el que uno de aquellos enormes insectos acometió contra el agujero, abriéndose paso con violencia por éste, lo suficiente para extender su largo cuerpo hacia el interior. Y antes de que Lucy o Charlie pudieran girarse por completo, la criatura clavó profundo los colmillos de sus fauces justo en el hombro derecho de Charlie. La sangre brotó a chorro de la herida, y la mujer dejó escapar un agudo grito de dolor al aire.

    Un instante después, la polilla jaló su cuerpo de regreso al exterior por el mismo agujero ampliado, jalando consigo a Charlie.

    —¡No! —exclamó Lucy horrorizada, y por mero reflejo extendió una mano hacia ella, en un vago intento de tomarla y detenerla. Sus dedos rozaron por un centímetro el brazo de Charlie, pero luego sólo le quedó ver con impotencia como era jalada hacia afuera y desaparecía por completo de su vista—. ¡Oh Dios! ¡No!

    Su primer reflejo fue correr hacia el agujero, pero se detuvo en seco antes de avanzar demasiado. ¿Qué podía hacer allá afuera?, ¿cómo podría alguien como ella ayudarla? Lo único que podría hacer para salvarla era…

    Se giró lentamente hacia Cody. Éste había quedado de rodillas en el suelo, con su cabeza agachada. Lisa yacía inmóvil delante de él.

    —No, no puedo —susurró despacio para sí misma, y cayó de sentón al suelo, sin energía—. No puedo hacerlo… Dios mío…

    Se agarró su cabeza con ambas manos, presa de la desesperación, a un segundo de comenzar a arrancarse los cabellos.

    «Señora Wheeler, Matilda, Mónica… ¡Alguien qué me ayuda, por favor!»

    — — — —
    Todo pasó muy rápido; Charlie apenas fue consciente de cómo su cuerpo era jalado de esa forma fuera del capullo, era lanzado por los aires en cuanto aquellos afilados colmillos la soltaron, y luego cayó precipitada al suelo, rodando por éste sin control. Cuando estuvo de nuevo quieta y logró mirar, se encontraba tirada en el pasillo, y con al menos siete de esas polillas, incluyendo la que tenía aún su sangre chorreando de su boca, precipitándose hacia ella.

    Charlie dejó escapar rápidamente su energía como antes: un disparo contra una polilla, un segundo disparo contra otra. Se puso de pie rápidamente, pero el dolor de su hombro rajado la hizo caer un segundo de rodillas y volver a gritar. Alzó su mano izquierda y la presionó fuerte contra su herida, empapándose al instante sus dedos. Le dolía horrible; era posible que esa cosa le hubiera incluso arrancado un pedazo de carne.

    No tuvo tiempo para lamentarse. Sintió la presencia de los insectos justo a sus espaldas, por lo que rápidamente se giró y volvió a disparar su poder contra ellas, pero en esta ocasión fue consciente de lo sustancialmente más débil de esos últimos disparos.

    —¡Maldición! —exclamó con fuerza, llena de frustración.

    Se forzó a sobreponerse al dolor y así lograr ponerse de pie y avanzar. Sintió que su pie hizo rodar algo, y aquello jaló rápidamente su atención hacia el suelo. Y ahí estaba: la jeringa de tubo azul que Francis le había dado.

    «Qué suerte» pensó sarcástica. Pero quizás, si podía pasársela a Lucy en el interior del capullo, aún pudieran hacer algo. No logró, sin embargo, darle suficiente forma a ese plan, pues una de esas polillas se le lanzó en ese momento desde el techo.

    Tomó rápidamente la jeringa firmemente entre sus dedos, y rodó hacia un lado para esquivar el pesado cuerpo que casi la aplastó. Se arrastró lo más pronto que pudo, hasta esconder su cuerpo en el agosto espacio entre una columna y la pared, lo suficiente para que la siguiente polilla que iba tras ella chocara contra ésta, y la segunda batallara para alcanzarla.

    Charlie respiraba con fuerza, el ardor de su herida carcomiéndola aún más, mientras aferraba la jeringa con el sedante contra su pecho.

    «No puedo más…» pensó, agotada. Ya no creía que le quedaran suficientes fuerzas para seguir usando sus poderes por mucho tiempo. Pero si quizás podía hacer un último disparo, uno que valiera la pena, antes de que eso terminara.

    Antes de que la batalla llegara a su fin, y pudiera al fin descansar. E ir a donde su padre, su madre, todos sus amigos, y Kali la aguardaban. Esa idea resultaba incluso un poco tranquilizadora. Quizás que todo terminara al fin no sería tan malo…

    Pero no sería ese día.

    De pronto, Charlie notó como la polilla que intentaba alcanzarla extendía sus fauces hacia ella, y sus colmillos se posicionaron a centímetros de su cara. Pero un instante antes de que la tocara, el cuerpo entero del insecto fue jalado hacia atrás bruscamente, como si algo aún más grande la hubiera atrapado, y la lanzó con violencia por los aires hacia el otro lado del pasillo.

    —¿Qué? —pronunció sorprendida. Se asomó entonces escuetamente desde atrás de la columna, justo para ver cómo otra más de esas polillas era lanzada por los aires, y luego otra más. Y justo detrás de esa tercera, se asomó la culpable de todo.

    Aquella muchacha rubia y delgada con uniforme negro, la misma que había visto inconsciente a lado del otro soldado hace unos momentos. Sólo que ahora, se encontraba de hecho bastante despierta, parada a mitad del pasillo, con su mirada férrea en las criaturas. Algunas se intentaron lanzar hacia ella para atacarla, pero ella las repelía con fuerza con un movimiento de sus ojos y manos, manteniéndolas a raya.

    —Es la muchacha —susurró Charlie, sorprendida. Lucy había mencionado algo sobre que la telequinesis debía también tener efecto en esas cosas y, por suerte, parecía tener razón.

    Para ese momento había logrado lanzar a todas las polillas cercanas muy lejos de ellas, pero éstas se reincorporaban y se dirigían en embestida hacia ella de nuevo. Gorrión Blanco se paró firme, respingando un poco por el dolor de la herida en su hombro, pero sobreponiéndose de inmediato para alzar sus manos al frente con firmeza, y expulsar al máximo su telequinesis para empujar con furia a las amenazas. Éstas casi parecieron chocar contra un muro invisible, estampándose. Sin embargo, siguieron empujando para intentar avanzar, y Gorrión Blanco intentó aplicar más fuerza para hacerlas para atrás.

    Aquello se convirtió rápidamente en una competencia de fuerzas, y por supuesto de voluntades. Y aunque Gorrión Blanco tenía de ambas, su cuerpo tampoco se encontraba en su mejor estado.

    Charlie tuvo que pensar rápido. Esa sería su única oportunidad.

    —¡Oye tú! —le gritó con fuerza, saliendo de su escondite. Gorrión Blanco se giró rápidamente hacia ella, pasmada—. ¡Dáselo a la chillona del capullo! —le gritó con fuerza, y al instante le lanzó lo mejor que pudo la jeringa azul con su brazo bueno.

    Gorrión Blanco extendió una mano en su dirección, deteniendo la jeringa en el aire con su telequinesis, mientras seguía con su mano extendida hacia los insectos. Contempló aquel objeto unos momentos, y aunque lo reconoció rápidamente, no pareció tener del todo clara la instrucción de qué debía hacer con ella.

    —¡Rápido! —gritó Charlie desesperada, y señaló con una mano hacia el capullo, al agujero de éste, y por supuesto a la mujer que se asomaba pasmada por él.

    Lucy había escuchado el cambio en la conmoción que había causado la llegada de Gorrión Blanco, y yendo en contra de su instinto, se asomó hacia afuera para ver lo que ocurría. Su asombro también fue mayúsculo al verla de pie a menos de un metro de ella.

    Gorrión Blanco se giró a mirarla, y pareció comprender; igualmente el Sgto. Schur le había explicado rápidamente la situación en cuanto despertó. Así que sin más vacilación, jaló una mano en dirección al capullo, y la jeringa se dirigió en el aire rápidamente hacia el agujero. Al hacerlo, sin embargo, las fuerzas que aplicaba para detener a los insectos menguó, por lo que Charlie salió rápidamente de su escondite y corrió hacia adelante, dejando escapar todas las energías que le quedaban en un último disparo.

    La onda de energía golpeó con fuerza a los insectos, calcinando a la mitad, y al menos dañando a los otros. Pero lo más importante, manteniéndolos a raya el tiempo suficiente para que la jeringa llegara a manos de Lucy.

    La rastreadora tomó torpemente la jeringa entre sus dedos, y la contempló un tanto perdida, como si fuera la primera vez que la veía.

    —¡No te quedes ahí parada! —le gritó Charlie con enojo, volteándose a mirarla—. ¡Úsala!

    —¿Yo? —susurró Lucy, asustada—. Está bien, está bien…

    Sin más, se giró de nuevo hacia el interior del capullo, mientras afuera Gorrión Blanco y Charlie hacían lo posible para entretener a los monstruos.

    Lucy se dirigió hacia Cody y se arrodilló justo delante de él. Destapó el tubo azul, revelando la pequeña aguja de la punta. Tragó saliva, nerviosa.

    —Odio las agujas —murmuró despacio. Miró entonces al rostro ensimismado del chico delante de ella—. Lo siento, Cody…

    Alzó en ese momento la jeringa, y la extendió con rapidez al cuello del profesor. La aguja se encajó en su piel, y el sedante comenzó a penetrar con rapidez a su cuerpo. Cody lanzó de pronto un agudo chillido, y alzó su mirada rápidamente. Por un momento sus ojos parecieron tener vida de nuevo, y a Lucy le pareció que la miraban, e incluso reconocían. Aquello no duró mucho, pues en cuestión de segundos, justo como el soldado había dicho, su visión volvió a nublarse, su cuerpo a relajarse, hasta el punto que comenzó a desplomarse hacia un lado.

    Lucy se apartó, retirando en el mismo movimiento la aguja de su cuello. Cody cayó con fuerza sobre su costado izquierdo contra el suelo, quedando totalmente inmóvil, pero en esta ocasión con sus ojos cerrados, y su rostro bastante más placido.

    La rastreadora lo contempló en silencio, sujetando la jeringa ahora vacía contra sí. Unos segundos después que Cody quedara totalmente dormido, Lucy notó con asombro como toda esa estructura y las telarañas que la rodeaban comenzaban poco a poco a desintegrarse, convirtiéndose en humo negro que era jalado por el viento, hasta no dejar rastro alguno de él.

    Pero el capullo no fue lo único, pues para alegría de todas, las polillas con las que Gorrión Blanco y Charlie luchaban, así como todas las demás que rondaban por la base, comenzaron también a desaparecer del mismo modo. Igual las grietas que se habían abierto en el concreto y por las que habían salido, las motas de cenizas que flotaban en el aire… Todo lo que había sido causado por la mente traumatizada de Cody Hobson comenzó a desvanecerse, hasta no dejar rastro alguno detrás.

    A excepción, claro, de toda la muerte que aquellas criaturas habían provocado a su paso…

    Charlie, Gorrión Blanco y Lucy permanecieron quietas y en silencio mientras todo esto ocurría, hasta que sólo quedaron ellas de pie en aquel largo y silencioso pasillo.

    —Funcionó… —susurró Lucy en voz baja. Luego sonrió y dejó salir con mayor efusividad—: ¡Funcionó!

    Se atrevió incluso a dejar salir una pequeña risilla nerviosa. Soltó entonces la jeringa dejándola caer al suelo, y ella la siguió poco después.

    —Oh, Dios —murmuró casi temblando—. No siento mis piernas.

    Charlie y Gorrión Blanco se sentían casi del mismo modo. Pero en lugar de dejarse caer al suelo como ella, se limitaron a sólo soltar un pesado suspiro, y dejar que el peso que les oprimía los hombros hasta ese momento se hiciera menos.

    Y, hablando de hombros, conforme la adrenalina de la batalla se fuera apagando, sus respectivas heridas no tardarían en pasarles factura. Pero tendrían que encargarse de eso después.

    —Eso fue impresionante, chiquilla —mencionó Charlie con entusiasmo, volteándola a ver con una sonrisa de complicidad—. Se ve que tienes agallas en ese cuerpo tan pequeño.

    —Gracias… —masculló Gorrión Blanco, regresándole la sonrisa. Aunque al instante en el que miró a aquella mujer con más detenimiento, la reconoció; de la foto de su expediente, para ser exactos—. Usted es…

    —Sí, sí, soy yo —susurró Charlie, agitando una mano en el aire para restarle importancia—. Luego te doy un autógrafo, ¿sí?

    Gorrión Blanco la miró un tanto pasmada, al parecer no logrando entrever si acaso hablaba en serio o no.

    Charlie se dirigió entonces hacia donde Lucy yacía sentada. Se veía tan agotada como si hubiera corrido un maratón, y siendo justos era difícil decir si un maratón hubiera sido más complicado que ese día. Charlie tampoco se encontraba mucho mejor, en especial por esa horrible mordida que le habían dado en el hombro.

    Al aproximarse lo suficiente, su atención logró fijarse en las otras dos personas tiradas en el piso delante de Lucy: el hombre joven de cabellos rubios, y la mujer de cabellos negros y torso ensangrentado… Uno recostado a lado del otro, casi como si compartieran el lecho.

    Ambos se veían tan jóvenes; sólo unos niños para Charlie, si los comparaba con el peso de los años que ella misma cargaba consigo. Y aunque no los conocía, supo que ninguno merecía estar en ese lugar y momento.

    —¿Cómo está? —susurró Charlie con seriedad.

    —Vivo, creo —masculló Lucy dubitativa—. Pero…

    La atención de Lucy se fijó en Lisa; en su rostro pálido y desencajado, y sus ojos nublados admirando al vacío.

    —Dra. Mathews —escuchó como Gorrión Blanco susurraba abatida al pararse a su lado. Su mirada decaída contemplaba igualmente el cuerpo de la mujer—. Lo siento… Si tan sólo hubiera hecho…

    —No te dejes dominar por ese pensamiento, muchacha —le reprendió Charlie, tomándola un poco por sorpresa—. Hazme caso; no te llevará a ningún lugar bueno.

    Gorrión Blanco no respondió nada; se limitó a sólo agachar la cabeza.

    —No se pongan muy cómodas —pronunció Charlie con tono severo—. Nos habremos encargado de los monstruos, pero los que queden con vida de esos mercenarios seguirán sueltos por aquí. Tenemos que irnos, ahora.

    Gorrión Blanco asintió. Lucy no dijo ni hizo nada, pero por supuesto estaba lista para irse de ese infierno de una buena vez.

    —Espero que te queden fuerzas —comentó Charlie mirando a Lucy—, porque tendrás que ayudarme a cargarlo.

    Señaló entonces con un pulgar hacia el inconsciente Cody en el suelo. La idea ciertamente no encantó a Lucy, en especial por lo agotada que se sentía en esos momentos. Por suerte estaba tan agotada, que tampoco tenía fuerzas para debatir.

    Mientras Lucy y Charlie levantaban a Cody, Gorrión Blanco siguió de pie, observando en silencio el cuerpo de Lisa. Dejó escapar un profundo suspiro, y se arrodilló a su lado. Aproximó con cuidado una mano al rostro de Lisa para retirarle sus anteojos de cristal roto, y con la otra cerró con delicadeza sus párpados para así dejarla descansar en paz, aunque fuera simbólicamente. Aunque no tuviera memoria clara de dónde o de quién, sentía que no era la primera vez que estaba de esa forma, a lado del cadáver ensangrentado de un ser querido.

    Se tomó sólo un segundo para recobrar el aliento, y entonces se puso rápidamente de pie.

    —Yo llevaré al Sgto. Schur —indicó con firmeza, y antes de esperar confirmación se dirigió presurosa a la habitación en donde el sargento se había refugiado.

    Sintió un agudo nudo en la garganta en cuanto se paró en la puerta del cuarto, y su mirada se fijó en el militar, sentado en el suelo con su espalda apoyada contra la pared; sus ojos cerrados, un brazo caído a su lado en el suelo, y su mano izquierda aferrada con fuerza a su costado.

    —Sargento —susurró muy despacio, mientras se le aproximaba con cautela. Para su alivio, él abrió los ojos y la volteó a ver a medio camino. Se veía débil, pero seguía ahí.

    —¿Ya todo se calmó? —le preguntó Francis con tono hosco. Gorrión Blanco asintió como respuesta.

    —Los monstruos ya no están, pero el enemigo puede seguir suelto. Debemos irnos.

    —Sí, así es —masculló Francis con voz apagada—. Ustedes deben irse.

    Gorrión Blanco se detuvo a su lado, un tanto perpleja. La forma en lo que había dicho eso, ciertamente la desconcertó. ¿Por qué había dicho “ustedes” deben irse?

    Tras unos segundos de silencio, ambos vislumbraron a Charlie y Lucy de pie en el umbral de la puerta, cada una cargando de un lado al inconsciente Cody. Francis desvió su mirada de Gorrión Blanco hacia la mujer McGee. Supo de inmediato que ella comprendería mejor todo que la mujer más joven.

    Alzó su brazo derecho con debilidad, y tomó de su cinturón su tarjeta roja de acceso, y se la extendió a Charlie. Ésta alargó una mano hacia ella para tomarla sin mucha vacilación. Con la misma mano, Francis apuntó entonces hacia el pasillo a la derecha, y habló dirigiéndose directamente hacia Charlie, intentando que su voz sonara lo más clara posible.

    —Sigan por este pasillo, luego den vuelta a la derecha en la primera intersección, en el pasillo en el que nos enfrentamos con los hombres de Marsh. Pasen los escombros causados por el cohete que lanzaron, y avancen hasta el final; ahí encontraran los ascensores. Usen la tarjeta para acceder a ellos, y bajen hasta el nivel inferior. Saliendo de los ascensores, sigan derecho y llegarán al andén de carga. Ahí hay una salida que da directo al bosque. Con algo de suerte, los insectos habrán despejado el camino, pero no por mucho tiempo. Sólo salgan, corran hasta saltar la barda, y no miren atrás. ¿Está claro?

    —Totalmente —pronunció Charlie asintiendo, confirmando que había comprendido la instrucción.

    —Sargento, yo lo llevaré —indicó Gorrión Blanco, y de inmediato se dispuso a alzarlo con su telequinesis—. Lo cargaré con mis poderes…

    —¡No! —exclamó Francis con dureza, y esa sola palabra la hizo vacilar y detenerse—. Sólo te alentaría, y necesitarás tus poderes para defenderte a ti, y a ellos —indicó señalando con su cabeza hacia los demás—. Además, ya no hay nada que hacer por mí…

    Francis retiró con cuidado la mano que cubría su costado herido. Aunque Charlie había cauterizado su herida, el punto en el que ésta le había rasgado su camiseta dejaba a la vista su piel, en la cual se apreciaba una gran mancha amoratada y roja, que se extendía por casi todo su vientre.

    Gorrión Blanco enmudeció al ver esto, y una reacción muy parecida fue compartida por Lucy y Charlie, aunque ésta última no pareció del todo sorprendida.

    —Pero, sargento —susurró Gorrión Blanco, angustiada, agachándose hasta ponerse de rodillas a su lado—. No puedo dejarlo aquí…

    Los ojos de la muchacha se humedecieron, estando a nada de soltar esas lágrimas que había estado reprimiendo prácticamente todo el día.

    —Dejémoslos solos un segundo —musitó Charlie con voz seria.

    —¿No dijo que teníamos que irnos ya? —exclamó Lucy, algo alarmada.

    —Sólo un segundo —recalcó Charlie con dureza, y sin más comenzó a moverse hacia la salida, haciendo que Lucy, y por consiguiente también Cody, la siguieran.

    Bien o mal, si alguien tenía experiencia en despedidas como esa, era Charlie McGee.

    Francis observó atento mientras las mujeres se retiraban. Y una vez que estuvieron de nuevo a solas, fijó su atención en Gorrión Blanco; su expresión férrea y severa como siempre.

    —Debes hacerlo: tienes que irte, ahora mismo —espetó Francis, sonando bastante parecido a una orden, pese a su estado tan endeble. Sin embargo, su mirada y su voz se suavizaron al instante siguiente—. Éste nunca fue tu hogar, Gorrión Blanco. Yo toda mi vida sólo obedecí órdenes, sin cuestionarlas ni una sola vez. Y me sentía tan orgulloso de eso, que incluso me llevó a dejar que experimentaran conmigo, aún a riesgo de mi propia humanidad. Pero tú no eres como yo, y jamás debiste serlo. Las personas de este sitio desde el inicio sólo quisieron usarte como un arma que pudieran usar y desechar cuando ya no les sirvieras; quizás, de cierta forma, yo también lo hice. Pero pese a sus intenciones mezquinas, te han dado una segunda oportunidad para vivir, y no es justo que la desperdicies aquí. Vete, y sé la maravillosa persona que sé que puedes ser. No dejes que las cosas del pasado o lo que te hayan hecho en este sitio determine lo que puedes llegar a ser.

    —¿El pasado? —murmuró la muchacha, bastante desconcertada por esas palabras—. No le entiendo, sargento…

    En ese momento, se escucharon pasos y voces por el pasillo. Se oían lejos, pero no tardarían en acercarse siguiendo los destrozos de aquellas criaturas, y dar con ellos.

    —Alguien viene —advirtió Charlie, asomándose al interior del cuarto—. Tenemos que irnos, ¡ahora!

    Charlie y Lucy comenzaron a avanzar en la dirección que Francis les había indicado, cargando a Cody entre ambas. Gorrión Blanco debía ir con ellas, justo como le habían dicho. Pero antes de que se fuera, Francis le indicó con una mano que se le aproximara. La chica lo hizo, y se inclinó sobre él, acercando su rostro al suyo. Ya teniéndola así de cerca, Francis le susurró despacio, sólo para sus oídos:

    —Escúchame bien, por favor. Si quieres saber la verdad sobre quién eres, tienes que ir a una ciudad, al sureste de aquí, cerca de la costa. Una ciudad llamada… Chamberlain.

    —Chamberlain —repitió Gorrión Blanco muy despacio. Aquel nombre, por algún motivo, le había dejado un sabor familiar en la lengua; un sabor amargo…

    Los pasos y las voces se oían más próximos.

    —Vete, ¡ya! —le ordenó Francis con dureza, agitando una mano en el aire.

    Gorrión Blanco asintió y se puso rápidamente de pie. Antes de avanzar demasiado, miró por última vez al Sgto. Schur, y le ofreció un rápido y torpe saludo militar. Francis sonrió; en realidad nunca había aprendido a hacerlo bien.

    Gorrión Blanco salió corriendo del cuarto para alcanzar a las otras, dejando al soldado de nuevo totalmente solo.

    Francis respiró profundamente, intentando recuperar su compostura. Tomó con firmeza su pistola con una mano, jaló hacia atrás el seguro, y miró atento a la puerta, aguardando la inminente llegada. Los pasos se hicieron más presentes, hasta resonar justo en el pasillo afuera de aquella puerta.

    Un grupo de al menos cinco hombres vestidos de negros, y armado con rifles largos, no tardó mucho en hacerse presente en el umbral. Los cinco ingresaron al cuarto con armas en mano, y Francis sólo los observó callado y apacible desde su posición, mientras recorrían el interior en busca de alguien más. Al verificar que estaba solo, los cinco se colocaron delante de él, y lo apuntaron con sus cañones. Francis escuchó el sonido de seguros liberándose, y la tensión de los gatillos al ser rozados por el material de sus guantes. Apretó fuertemente su mano derecha al mango de su pistola, dispuesto a al menos herir a uno de ellos antes de que el resto abriera fuego.

    —Esperen un momento —se escuchó que alguien pronunciaba con ímpetu un instante antes de que cualquier hiciera algún movimiento.

    Francis desvió su mirada hacia un lado, y notó a alguien más ingresando por la puerta, con paso bastante calmado cabía mencionar, pese a la horrible escena que la rodeaba en esos momentos.

    Los cinco hombres de negro retrocedieron y le abrieron paso. Aquella persona recién llegada se paró justo delante de Francis, y se agachó hasta ponerse de cuclillas, quedando así casi a su misma altura. Francis la reconoció de inmediato, en especial cuando dibujó esa sonrisa de falsa cordialidad que le había visto tantas veces al pasar frente a su escritorio delante de la oficina del Capt. McCarthy.

    —Hola, Frankie —murmuró Kat con tono que intentaba sonar afable—. Te ves fatal, chico —añadió mirando de reojo a su herida.

    —Tú hiciste todo esto —soltó Francis con aspereza. No era una pregunta, sino una tajante afirmación. Desde que escuchó su voz pronunciando aquellas palabras en la radio, lo tuvo bastante claro—. Ahora entiendo por qué nunca me agradaste, maldita perra…

    Kat sonrió divertida al escuchar aquello.

    —Qué grosero —masculló con tono de falsa molestia—. Y eso que a mí siempre me pareciste un muchacho tan educado.

    Francis no le respondió nada, sólo permaneció mirándola con fiereza. Kat se inclinó más cerca de él, aproximando su rostro al suyo prácticamente a la misma distancia y forma que Gorrión Blanco lo había hecho hace unos momentos.

    —Esto no tiene que terminar tan mal —le susurró con voz casi cariñosa—. Sólo dime dónde está la muchacha, el pequeño gorrión del Dir. Sinclair. Es demasiado peligrosa para dejarla suelta por ahí, y tú lo sabes. Hazlo, y quizás pueda hacer que esto acabé de una forma más placentera para ti.

    Francis permaneció en silencio unos instantes, observándola como si sopesara su propuesta, e intentara decidir si aceptarla o no. Pero lo cierto era que no tenía nada que pensar; él ya tenía clara su decisión. Sólo quería tenerla lo suficientemente cerca y pendiente para poder alzar su arma, pegarla contra el costado de su cabeza y jalar el maldito gatillo para así volarle los sesos enteros.

    Su movimiento fue osado, pero no dio los frutos esperados. Apenas logró levantar su mano con su arma la mitad del camino, antes de que una bala, salida de uno de los rifles de los hombres de negro, le diera justo en la mano, volándole al menos dos dedos de ésta y haciendo que la pistola fuera lanzada hacia un lado.

    Francis gruñó de dolor, y se dejó caer hacia un lado sobre su costado. Apretó su otra mano firmemente contra su mano herida.

    Kat suspiró, sonando decepcionada, y hasta incluso triste. Se irguió de nuevo, y observó a Francis hacia abajo como mirando a cualquier animal rastrero y lastimero que se hubiera cruzado por la calle.

    —Bueno, nadie podrá decir que no fuiste valiente hasta el final —pronunció con voz seria, encogiéndose de hombros—. Eso lo respeto.

    Francis de nuevo no respondió. La miró desde su posición, respirando agitadamente, con su frente perlada de sudor, pero su mirada firme y segura.

    Kat sonrió, llevó su mano derecha hacia su espalda, y de un sólo movimiento jaló su pistola hacia el frente, apuntando con su cañón directo al rostro del soldado caído.

    — — — —​

    Gorrión Blanco y los otros se encontraban ya a las puertas del ascensor, justo como el Sgto. Schur les había indicado. Las puertas se habían abierto gracias a la tarjeta de acceso, y Charlie y Lucy introducían con cuidado a Cody. Gorrión Blanco iba detrás de ellas, cuando entonces escuchó el mortal disparo. Aunque, decir que lo “escuchó” quizás no fuera lo correcto. Más bien lo había “sentido”, como un terremoto retumbando en lo más profundo de su cabeza, y luego bajando y estremeciéndole el cuerpo entero.

    No pudo evitar que dicha sensación la hiciera detenerse de golpe. Le faltó el aliento, y una fuerte opresión le apretó el pecho. Se giró lentamente, mirando en la dirección que venían, y más allá. Supo lo que aquello había sido sin siquiera cuestionárselo, y sin siquiera tener que verlo con sus ojos. Lo supo en lo más hondo de sus sentidos y su ser…

    —¿Qué haces? —le gritó la voz de Charlie desde el interior del ascensor—. ¡Muévete!

    Gorrión Blanco tuvo problemas para hacer que sus piernas le respondieran. Tuvo ganas de tirarse de rodillas al suelo y llorar, pero una parte más profunda de su ser le gritó que no lo hiciera.

    No podía dejar que los sacrificios de la Dra. Mathews y el Sgto. Schur fueran por nada.

    Así que se sobrepuso a la fuerte impresión, se giró sobre sus pies hacia el ascensor, y corrió con todas sus fuerzas hacia adentro de éste. Las puertas se cerraron detrás de ella, y los cuatro bajaron hacia el nivel que Francis les había indicado.

    Unos minutos después, todos juntos dejarían atrás las moribundas ruinas del Nido.

    FIN DEL CAPÍTULO 153
    Notas del Autor:

    Debo confesar que estuve meses atorado con estos capítulos, no porque no supiera lo que pasaría (que eso lo tenía bastante claro desde hace tiempo), sino porque me resultaba bastante complicado de escribir debido a todos los personajes, todos los momentos, todos los disparos y todas las explosiones… Lo que hizo que muchas veces el sentarme a escribir todo eso no diera muchos frutos, y terminará más frustrado que otra cosa. No puedo decir que esté del todo conforme con el resultado final, pero bueno al menos ya pudimos terminar de alguna forma con este complicado arco del Ataque al Nido.

    ¿Qué les pareció? Hubo muchos momentos difíciles, y que como podrán prever van a repercutir gravemente en el futuro, y por supuesto en los personajes. Pero son cosas que tenían que pasar, incluyendo la muerte de varios personajes que nos habían estado acompañando hasta este momento. Por lo pronto, nos falta un capítulo más (un como “epílogo” se pudiera decir) para terminar con esta parte, y entonces pasaremos ya con otros personajes, y a algo más tranquilo luego de esta montaña rusa de emociones; yo lo necesito, y quiero pensar que ustedes igual.
     
  14. Threadmarks: Capítulo 154. Noche Intranquila
     
    WingzemonX

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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
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    Capítulo 154.
    Noche Intranquila

    Charlie y sus nuevas amigas recorrieron una distancia bastante extensa del bosque, antes de que la noche las alcanzara y les imposibilitara seguir avanzando. Esto las orilló a optar por mejor detenerse a descansar hasta que amaneciera. Por supuesto, el cansancio, el hambre, el tener que ir cargando al aún inconsciente Cody, y las heridas sólo a medio curar de forma improvisada, igualmente fueron un factor importante para tomar dicha decisión.

    La ruta de escape que Francis les había marcado les resultó útil. En su camino a la puerta del andén no se encontraron con ningún obstáculo, pues en efecto los insectos de Cody se habían encargado de asesinar o ahuyentar a cualquier que podría habérseles opuesto en el camino. Lo más complicado, sin embargo, fue avanzar por el bosque cargando a Cody, y en especial cruzar la barda que rodeaba los terrenos de la base con él. Por suerte en esto último Gorrión Blanco pudo darles una mano, por decirlo de un modo, para facilitar las cosas.

    El resto del día había sido básicamente seguir moviéndose, sólo tomando pequeños descansos por unos minutos, y luego continuar. Para ese punto no podían estar seguras de que se hubieran alejado lo suficiente de la base, o de que no hubiera grupos de rastreo peinando la zona en su búsqueda. Pero lo que sí podían asegurar era que si no se detenían a recuperar energías, y armar un plan que no consistiera únicamente en huir despavoridas sin rumbo, entonces no sería necesario que los mercenarios las encontraran para terminar mal.

    Se acomodaron en un pequeño terreno despejado flanqueado por altos árboles, en cuyo centro Charlie juntó unas ramas y encendió con sus poderes una pequeña fogata. Lucy le cuestionó si acaso era buena idea encender un fuego que pudiera atraer a sus perseguidores, a lo que Charlie le respondió que para ese punto, estar a oscuras sin poder ver lo que se acercaba entre las sombras no resultaría mucho mejor. Además, conforme se fue haciendo de noche, el clima se fue tornando cada vez más frío, y no era que ninguno tuviera ropa apropiada para pasar la noche a la intemperie; en especial Charlie, que había tenido que dejar atrás la chaqueta que le había quitado a aquella agente del DIC, y ahora iba sin mangas. Un poco de calor les caería bien a todos.

    Recostaron a Cody en el suelo a un lado del fuego, sin poder preocuparse mucho por su comodidad de momento. Igual el efecto del sedante parecía aún tan potente que el muchacho no le importó el terreno duro e irregular, y siguió dormido.

    Una vez acomodadas y con el fuego encendido, las tres se sentaron a discutir cuál sería su siguiente movimiento. Fue evidente para Charlie desde el inicio que tanto Lucy como la otra muchacha se encontraban bastante perdidas, como animalitos asustados que sólo seguían la corriente. Así que le tocaba a ella de cierta forma tomar el liderazgo de la situación, aunque no le gustara.

    Decidir un plan o hacia donde tenían que ir se volvió mucho más complicado. Ninguna tenía un teléfono, GPS o dinero. Charlie ni siquiera estaba del todo segura de en qué parte del país se encontraba, mientras que a Lucy y a Cody les habían quitado todas sus cosas cuando los aprehendieron. Gorrión Blanco tampoco traía nada consigo, salvo la ropa que traía puesta, al igual que todos ellos. La única que podría quizás hacer algo para ubicarlos y marcar un camino a seguir, o al menos contactar a alguien que pudiera ayudarlos, era la rastreadora del grupo. Y aunque Lucy sabía que era cierto, pareció un tanto renuente a la idea, alegando que en su estado físico actual le sería virtualmente imposible hacer mucho. Charlie le tuvo que insistir, algo agresiva para el final, hasta que cedió.

    Un poco de malagana, Lucy se sentó en un punto un poco alejada del improvisado campamento, con sus piernas cruzadas y sus ojos cerrados, y les pidió que guardaran silencio. Y… así estuvo por casi una hora, sin siquiera moverse. Y cada vez que Charlie o Gorrión Blanco decían algo, o incluso se movían un poco, ella les lanzaba un escueto sonido de queja, lo que hacía que el ambiente, encima de todo, se volviera un poco incómodo.

    Charlie optó por recorrer los alrededores en busca de más ramas, y así no estar sin hacer nada. Con la comida no había mucho que hacer estando a oscuras. Tendrían que aguantarse el hambre hasta la mañana, y quizás entonces Charlie pudiera cazar algo. No era la primera vez en su vida que le tocaba huir y esconderse en el bosque, así que bien o mal había aprendido algunas cosas.

    Cuando volvió, cargando varios leños en sus brazos, Lucy seguía en el mismo sitio, y en la misma posición.

    —¿Aún nada? —preguntó con tono tranquilo, contrastante con el grito de desesperación que Lucy soltó al instante, agitando además sus manos en el aire con frustración.

    —¡Ya dejen de preguntar eso! —espetó la rastreadora, alzando su mirada con fiereza hacia ella.

    —Lo siento —masculló Charlie con tono sarcástico, resistiéndose el impulso de responderle que era en realidad la primera vez que lo preguntaba.

    Lucy resopló, farfulló algo por lo bajo, y volvió entonces a sentarse derecha y cerrar los ojos. Charlie comenzaba a dudar que en verdad pudiera lograr algo, pero debían al menos intentarlo.

    Se aproximó entonces al fuego, frente al cual Gorrión Blanco se encontraba sentada, contemplando éste con expresión pensativa. Se puso de cuclillas y colocó los leños en el piso a su lado. Comenzó a cortar algunos en pedazos más pequeños, y a lanzarlos al fuego.

    Su atención se fijó en algún momento en Cody, recostado a un metro de ellas.

    —¿Y éste no ha despertado tampoco? —preguntó con ligera sorna en su voz, a lo que Gorrión Blanco respondió negando con la cabeza.

    —El sedante es muy potente —le explicó—. Puede que despierte en cualquier momento, o quizás en un par de horas más.

    —Sí, yo misma ya he tenido mis experiencias con esa pequeña droga —señaló Charlie, observando pensativo el rostro dormido del muchacho—. Pero al parecer es mucho más efectivo de lo que creía. Si lo que Lucy dice es cierto, incluso dormido deberíamos de poder ver sus pesadillas a nuestro alrededor. Aterrador, ¿no?

    Alzó su mirada para mirarla en busca de alguna respuesta o reacción, pero la chica siguió con la mirada perdida en el fuego. La única luz en sus ojos, era la del reflejo de las llamas en ellos.

    Charlie suspiró, y pasó su mano por sus cabellos; se sentían sucios y grasientos para ese momento. Luego de terminar de colocar más ramas en la fogata, se aventuró a aproximársele y sentarse a su lado. Ella no se lo impidió, pero tampoco dio muestra alguna de siquiera darse cuenta de que lo hacía. Charlie contempló también el fuego danzante delante de ellas. Hacer eso siempre la había relajado, desde niña.

    —¿Y tú cómo estás? —le preguntó con gentileza—. Has estado muy callada, pero… yo no soy quién para criticar eso. ¿Podrías al menos decirme tu nombre? En vista de que estaremos forzadas a ser compañeras de aventura; al menos por un rato.

    La chica siguió contemplando el fuego en silencio, y parecía que no estuviera dispuesta a dar una respuesta. Sin embargo, al final contestó con voz apagada:

    —Me dicen Gorrión Blanco.

    Charlie no pudo evitar soltar una leve risilla divertida. Sí había escuchado que Lucy la llamaba así más temprano, y aquel soldado moribundo también cuando hablaba con ella. Aun así, no pensó que le fuera a dar ella misma esa respuesta.

    —Pero ese no es tu nombre real, ¿o sí?

    —Me parece que no —respondió la muchacha, sonando de hecho bastante dudosa de ello.

    —Bueno, a mí puedes llamarme Roberta. Aunque ya sabes quién soy en realidad, ¿no?

    Gorrión Blanco apartó al fin su mirada del fuego y la centró en la mujer a su lado. Sí, sabía muy bien quién era ella; la había reconocido desde que la vio en aquel pasillo. Pero entre toda la conmoción, lo que menos le importaba era cuestionarse qué hacía libre. Y en ese momento el mismo sentimiento ciertamente se mantenía.

    —Me enviaron a Los Ángeles para apresarla, junto con el otro chico —indicó Gorrión Blanco con seriedad.

    —Así que tú ibas entre ellos —mencionó Charlie, asintiendo—. Supongo que te han dicho muchas cosas sobre mí, ¿no? Que soy un peligro, una terrorista, una asesina… un demonio que quema niños y destruye ciudades.

    —Algo así —susurró Gorrión Blanco, mirando de soslayo hacia un costado. El Dir. Sinclair le había dicho algo parecido en su reunión antes de la misión, y había leído un poco más en el expediente. Pero incluso entonces había tenido sus dudas al respecto.

    —No tienes que creerme si no quieres, pero la verdad es que no soy el monstruo que te han contado que soy. Y no te voy a cuestionar tampoco sobre cómo fue que Lucas consiguió que alguien como tú se uniera a sus fuerzas, o cuál es tu historia. Pero mientras estemos huyendo juntas, necesitaremos confiar entre nosotras y ayudarnos. ¿Puedo confiar en ti y en que no intentarás nada raro mientras no te veo?

    No había hostilidad en sus palabras, o al menos Gorrión Blanco no la percibió como tal. Lo que sí estaba presente, tanto en lo que decía como en la agudeza de su mirada, era una latente advertencia, y una indicación clara de que no estaba bromeando. Aquello no le ofendió. Desde su perspectiva, ella era un soldado más del DIC, que la había aprehendido a ella, y también a los otros dos. Que desconfiaran de ella era más que esperado. Sin embargo, dicho sentimiento no era en una sola vía.

    —¿Puedo confiar yo en ustedes y en que tampoco harán lo mismo? —cuestionó Gorrión Blanco con severidad.

    —Es una pregunta válida —indicó Charlie asintiendo, y se giró en ese momento de nuevo al fuego—. Supongo que ambas lo descubriremos pronto. No sé qué tanto podamos quedarnos aquí, después de todo.

    —¿Cree que más personas hayan podido salir? —inquirió Gorrión Blanco, sonando dolorosamente esperanzada con esa posibilidad.

    —No contaría con ello, lo siento —respondió Charlie con pesar, negando con la cabeza. Gorrión Blanco agachó la mirada, abatida—. ¿Tenías algún otro amigo ahí?

    La muchacha negó lentamente.

    —Sólo el Sgto. Schur y la Dra. Mathews, pero ambos están… —calló de golpe, sin poder terminar su frase. Sentía una rajada en el pecho con tal sólo pensar en ello—. El Dir. Sinclair, el Capt. McCarthy y el Dr. Shepherd fueron también muy amables conmigo. Espero que alguno haya podido salir con vida.

    Charlie guardó silencio, reflexiva. No se había detenido mucho a pensar en Lucas, y en cuál podría haber sido su destino tras todo ese desastre. Era un hombre terco, y ella lo sabía bien, por lo que era posible que se las hubiera arreglado para escapar… pero no lo creía muy probable. Aquello ciertamente sería un golpe duro para Eleven y Mike, por no mencionar a la familia del propio Lucas. Aun así, no podía darse el lujo de sentirse mal por ese hombre que la había cazado por tantos años, aunque muchos dirían que fue más una cacería mutua. De una u otra forma estaba predestinado que sólo uno de ellos quedara con vida.

    Gorrión Blanco soltó en ese momento un quejido doloroso, quizás demasiado cerca de un sollozo. Cruzó sus brazos sobre sus rodillas, y ocultó su rostro contra estos.

    —No entiendo qué fue lo que pasó —masculló como un lamento—. ¿Por qué esos soldados nos traicionaron? ¿Quiénes eran todas esas personas?

    —El culpable tiene nombre, niña: Damien Thorn —contestó Charlie de forma tajante. Gorrión Blanco alzó de nuevo su rostro, mirándola con asombro—. Sabes de quién hablo, ¿no? El muchacho que fuiste a Los Ángeles a aprehender. Sin saberlo, tú y tus compañeros trajeron la muerte a su propia casa al llevarlo ahí.

    —¿Qué quiere decir? —inquirió Gorrión Blanco, aprensiva—. ¿Él fue responsable de todo esto? ¿Esas personas iban por él?

    —Lo apostaría con los ojos cerrados. Tiene a gente muy poderosa y loca sirviéndole, y él por sí solo es demasiado peligroso. Aprendí todo eso por la mala, y de seguro tú también lo viviste en carne propia esa noche en Los Ángeles, ¿no? Le arrojé todo mi poder encima, debería de haberse convertido en carbón, y aun así se levantó y los encaró a ustedes como si nada. Aún no sé cómo es que se las arreglaron para detenerlo.

    No había sido fácil, y Gorrión Blanco lo tenía muy presente. A pesar de su lamentable estado, había acabado con varios de sus compañeros de misión, y lo hubiera hecho también con ella si no fuera por el Sgto. Schur. Recordar aquel momento aún le provocaba escalofríos, y una opresión en el pecho que la asfixiaba.

    Charlie tomó un par de las ramas más que había traído consigo y las lanzó al fuego. Luego uso una más para picar la madera y acomodarla.

    —Lucas debió haberlo eliminado cuando tuvo la oportunidad —soltó de pronto al aire como una queja—. Si su gente no iba a rescatarlo haciendo algo como esto, él mismo con el tiempo hubiera encontrado la forma de convertir esa pequeña base en un infierno…

    —¡¿No podrían hacer menos ruido por cinco minutos?! —gritó Lucy de pronto con voz exasperada, girándose hacia ellas con su mirada cubierta de enojo.

    Gorrión Blanco respingó un poco asustada por el exabrupto, pero Charlie se mantuvo bastante más firme.

    —Cálmate, ¿quieres? Ni siquiera estábamos hablando fuerte, y hemos estado “haciendo menos ruido” por más de una hora.

    —¡Agh! —chilló Lucy como respuesta, y se dejó caer de espaldas a la tierra. Se cubrió el rostro con ambas manos, y a Charlie le pareció por un momento que se lo arañaba, pero debió ser sólo imaginaciones suyas—. ¡Esto es inútil! No he comido nada en horas, estoy agotada, me duele cada músculo de mi cuerpo, y no tengo mis tés para relajarme. ¡Es imposible que pueda proyectarme a cualquier sitio o comunicarme con cualquiera en estas condiciones!

    —Oh, disculpe usted, majestad —exclamó Charlie con ironía—. ¿No le gustaría además un masaje relajante de nuestro lujoso spa? —añadió extendiendo sus manos hacia el bosque que las rodeaba.

    Lucy volvió a chillar, y se giró para recostarse sobre su costado derecho, y abrazarse a sí misma en un ovillo. Charlie consideró por un momento que quizás se había excedido un poco, así que optó por mejor bajarle un poco a su actitud por un momento. Se acercó con cuidado y se sentó a su lado, aunque manteniendo una prudente distancia.

    —Oye, relájate y respira, ¿de acuerdo? No tienes que presionarte tanto. No necesito que te proyectes al otro lado del país, sólo que nos des una dirección hacia dónde ir. Dónde haya una ciudad, un poblado, una gasolinera; donde sea que podamos conseguir un teléfono y contactarnos con alguien de la Fundación, o con alguno de mis amigos que pueda echarnos una mano.

    —Es fácil decirlo —farfulló Lucy, sonando casi a un puchero—. ¿Cómo quiere que haga eso estando aquí a la mitad de la nada? No es como darle vueltas a un globo terráqueo y picar con el dedo el primer sitio que salga. Si no sé hacia dónde buscar, no tengo una guía o un punto de apoyo, podría estar dando vueltas en todas direcciones sin resultado alguno. Si tan sólo supiera hacia dónde buscar…

    —Al sureste —escucharon que Gorrión Blanco pronunciaba de pronto, jalando la atención de ambas. La muchacha había alzado su mirada del fuego, y miraba ahora hacia el cielo—. El sargento dijo que al sureste de la base debía haber una ciudad llamada Chamberlain.

    —¿Estás segura? —cuestionó Charlie, dudosa.

    —No… pero yo sé que él no me mentiría.

    Charlie torció la boca en una mueca de desconfianza. No era una gran pista, pero era mejor que nada, y no era como que ella pudiera dar una mejor.

    Se giró entonces hacia Lucy, y con su sola mirada le cuestionó si acaso eso le sería suficiente también a ella. La rastreadora suspiró, resignada.

    —Al sureste. Bueno, es algo.

    De nuevo a regañadientes, volvió a sentarse, cerrar sus ojos y a concentrarse como hasta hace un momento, con la esperanza de ahora sí obtener un mejor resultado.

    Charlie se paró y volvió a lado de Gorrión Blanco, que se había vuelto a centrar en el fuego de la hoguera como si fuera el más interesante programa de televisión.

    —Tú y ese soldado eran apegados, ¿verdad? —le preguntó con voz discreta, refiriéndose obviamente a ese chico al que sólo se refería como “sargento”—. Parecía buena persona… Bueno, para ser un soldado del DIC.

    —Lo era —respondió Gorrión Blanco con pesar en su voz—. Siempre me apoyó, y yo lo traté muy mal hace poco. Ahora nunca…

    Las palabras murieron en su boca.

    Arrepentimientos; Charlie también sabía mucho de eso. Aún sin conocer la historia completa de esa chica, podía sentir que había pasado por bastantes cosas para su corta edad. Pero también sabía que toda esa horrible experiencia que acababa de vivir, no sería la última, ni la peor.

    En ese sentido, en la teoría ella sería la más apropiada para compartirle algunas palabras de apoyo. Pero salvo por lo que ya le había dicho con anterioridad, Charlie no creía tener nada más para decir que pudiera ayudarla. Y además, para variar, no le caería mal que alguien la animara a ella. Estaba tan cansada, tan harta de todo…

    Unos quejidos a su lado pusieron tanto a Charlie como a Gorrión Blanco en alerta. Al girarse en dicha dirección, se dieron cuenta que Cody había comenzado a moverse, a agitarse a un lado y al otro, para de repente abrir sus ojos de golpe, perplejo.

    Al parecer Gorrión Blanco tenía razón: podía despertar en cualquier momento.

    —Miren quién vuelve de entre los muertos —comentó Charlie con tono jocoso (quizás demasiado). Cody pareció alarmarse, e hizo en ese momento el intento abrupto de sentarse, pero apenas llegó a la mitad de ello antes de precipitarse de nuevo de espaldas al suelo—. Oye, no te apresures, amigo. No creo que estés en condiciones de sentarte siquiera.

    Cody se sujetó la cabeza con una mano y apretó sus ojos con fuerza. Debía de estarle doliendo bastante para esos momentos. La herida de su brazo, que igualmente habían vendado lo mejor que pudieron con un pedazo de tela, no tardó en también llamar su atención. Pero todas esas sensaciones incomodas palidecían ante la confusión absoluta que lo invadía.

    —¿Dónde…? —susurró con desconfianza—. ¿Quién…?

    —Hey, hey, tomate sólo un segundo y respira, ¿sí? —indicó Charlie, alzando una mano en señal de paz hacia él—. Todos estamos del mismo lado, ¿de acuerdo? Escapamos del Nido, y estamos a salvo… más o menos. Tu amiga, Lucy —añadió señalando con un dedo hacia donde la rastreadora estaba sentada—, está por allá intentando encontrarnos un sitio a dónde ir.

    Cody volteó a mirar en la dirección que señalaba. Su vista estaba algo nublosa, y la ausencia de sus lentes tampoco ayudaba mucho. Aun así, logró divisar la silueta de Lucy, su espalda iluminada por la luz anaranjada de la fogata. Cerró los ojos de nuevo, y dejó que sus pensamientos y recuerdos tomaran forma en la oscuridad. Uno en especial lo golpeó con fuerza en cuanto tuvo la claridad suficiente, obligándolo a abrir de nuevo sus ojos y a intentar sentarse una vez más.

    —¿Lisa…? —susurró despacio con un hilo de voz, pero una ferviente esperanza en los ojos.

    Charlie y Gorrión Blanco guardaron silencio, pero fue ésta última la que se animó a decirle algo.

    —Lo siento. La Dra. Mathews… ella…

    No completó la frase, pero no fue necesario. Esas solas palabras bastaron para que Cody tuviera claro que aquello que flotaba en el mar de su memoria, no había sido una pesadilla ni un error. Lisa estaba muerta… había fallecido en sus brazos, acribillada por esos malditos sin razón alguna. Todo luego de eso estaba oscuro en su mente, pero ese momento lo recordaba bastante claro, aunque hubiera rogado por olvidarlo igual.

    Cody volvió a recostarse en la tierra, y llevó sus manos a su rostro, apretándolas con fuerza contra éste, en especial sobre sus ojos. Parecía estar luchando por contener un fuerte ataque de llanto, o quizás incluso un grito.

    —No puede ser cierto —susurró con voz desgarradora—. Es mi culpa, de no haber…

    —Oye, por supuesto que no es tu culpa —se apresuró a decir Charlie—. Eso habría ocurrido con o sin ti. Esos malditos no iban por ustedes, sino por Thorn. E iban con la intención de matar a cualquiera que se les atravesara en el camino.

    Cody retiró rápidamente las manos de su rostro y se giró a mirarla. Sus ojos se veían enrojecidos, presa de los pequeños rastros de lágrimas que amenazaban con escaparse.

    —¿Thorn? —inquirió un tanto perplejo.

    —Damien Thorn —completó Charlie con dureza—. Ese es el nombre del chico que atacó a Eleven. Y él estaba justo ahí, encerrado en ese mismo lugar.

    ¿Eleven? ¿Esa mujer conocía a la Sra. Wheeler? ¿Y conocía además de su ataque? Eso no hizo más que acrecentar la confusión en Cody.

    —¿Quién es usted? —inquirió con desconfianza—. ¿Cómo sabe todo eso?

    Charlie vaciló unos momentos, indecisa sobre cómo responder a esa pregunta. Ignoraba qué tanto les había contado Eleven a los miembros de su Fundación sobre ella. Era claro que la tal Lucy la conocía bien, pero no sabía si sería el mismo caso con ese muchacho. Además de que era obvio que no ese encontraba en el mejor estado mental en esos momentos, así que lo mejor sería llevar las cosas con más calma.

    —Ya habrá tiempo para presentarnos cómo se debe… —comenzó a explicarse, pero no logró terminar antes de que se escuchara en alto la voz de Lucy, rompiendo la quietud de la noche.

    —¡La encontré! —exclamó el alto con efusividad—. Sí, es una ciudad pequeña, poco poblada, pero ésta por allá —complementó, apuntando con su dedo en la dirección marcada que, según le parecía a Charlie, debía ser el suroeste como Gorrión Blanco había dicho.

    —Grandioso —pronunció Charlie con ligero entusiasmo—. ¿Qué tan lejos?

    Lucy no dio una respuesta inmediata, y fue rápidamente evidente que en realidad no tenía una.

    —No sé… más o menos.

    —¿Más o menos qué? —cuestionó Charlie, tajante.

    —¡No soy un jodido GPS! Está lejos, quizás un día entero caminando… o algo así.

    —¿Un día entero? —exclamó Charlie, incrédula, a lo que Lucy simplemente se encogió de hombros, insegura.

    La rastreadora notó en ese momento a Cody, que reposaba en su sitio, pero ya con sus ojos abiertos que la miraban desde su lecho improvisado.

    —Ah, hola Cody —le saludó con tono neutro, alzando una mano—. ¿Cómo estás?

    —¿Cómo crees? —le respondió el profesor con tono cortante.

    —¿No hay nada más cerca? —insistió Charlie, regresando al tema anterior—. ¿Otro poblado?, ¿una granja?, ¿o al menos una gasolinera?

    —¿Yo qué sé? —masculló Lucy, irritada—. Les dije que no estoy en mi mejor condición en estos momentos. Es lo mejor que puedo hacer, así que tómenlo o déjenlo.

    Charlie soltó una pequeña maldición por lo bajo, que aun así Gorrión Blanco logró escuchar, y su rostro pareció horrorizado por ello. Pasó una mano por su rostro y por su cabello, mientras contemplaba pensativa al fuego. Su mano no tardó en posicionarse en su hombro herido, también pobremente limpiado y vendado, pero que había comenzado a dolerle incluso más durante la última hora. No estaba segura de poder aguantar un día más de caminata, sin algunos analgésicos y antibióticos de por medio.

    Pero no podía darse el lujo de mostrarse débil. Esos chicos contaban con que los sacara de esa.

    —Bien, descansemos y esperemos a que salga el sol —indicó con resignación—. Y entonces comenzaremos a caminar. Yo haré guardia, ustedes intenten dormir.

    —Yo puedo hacerlo —dijo Cody con convicción, haciendo de nuevo el intento de sentarse, y en esta ocasión teniendo mejor suerte—. Ya dormí bastante, y dudo poder hacerlo de nuevo pronto.

    —Tus reflejos y tus poderes seguirán un poco atontados por el sedante —le advirtió Charlie—. Mejor tómatelo con calma.

    Cody negó tajante con la cabeza.

    —Es imposible que vuelva a dormir sin tener pesadillas, así que lo mejor para todos es que me quede despierto.

    Todas guardaron silencio, y ninguna parecía tener disposición de contradecirlo. Aunque Charlie y Gorrión Blanco no tuvieran pleno conocimiento de lo que Cody era capaz de hacer, esa demostración que había hecho en el Nido con aquellos insectos había sido suficiente.

    —Necesitamos… contactar a alguien… —soltó Cody de pronto, como un vago pensamiento al aire—. Cuando veníamos para acá pasamos cerca de Boston. Quizás Matilda ya volvió a su casa, y pueda auxiliarnos.

    Sin que los demás lo notaran, Gorrión Blanco alzó abruptamente su rostro, y sus ojos se abrieron grandes como los de un venado deslumbrado. Lo que aquel hombre había dicho, hizo temblar algo en lo profundo de su ser; algo que no supo identificar la causa, pero la estremeció fuertemente como cualquiera de las visiones que la habían estado invadiendo esos días.

    —¿Matilda? —susurró en voz muy baja para sí misma. Ese nombre le resultaba inusualmente conocido, ligado además a “Boston”. Fue una sensación quizás al mismo nivel de la que le provocaba el nombre de “Carrie”; la sensación de que debería reconocerlos con mayor facilidad.

    —De eso nos encargaremos una vez que lleguemos a la ciudad —indicó Charlie, ignorante de momento de la reacción de la muchacha a su lado—. Llamaremos a Eleven, y ella nos mandará a alguien.

    Lucy y Cody la miraron claramente confundidos.

    —¿Eleven? —murmuró Cody, escéptico—. Pero la Sra. Wheeler está en el hospital.

    —Ya no más —declaró Charlie, esbozando una media sonrisa—. Si lo que me dijeron es cierto, ya está de pie y causando problemas.

    —¿De verdad? —cuestionó Lucy, exaltada.

    Charlie achicó los ojos, y miró a ambos con cierta desconfianza. Aún no tendía cómo los miembro de la propia Fundación no sabían que Eleven había despertado pero Lucas sí.

    —¿Ustedes no saben nada al respecto? —les preguntó con tono suspicaz.

    —Llevamos los últimos días viajando y un poco incomunicados —aclaró Cody—. Pero, ¿en verdad despertó?

    —Gracias, gracias —exclamó Lucy con fervor, antes de darle oportunidad a Charlie de responder—. Ahora ella arreglará todo esto… ¿verdad?

    —Yo no pondría todos mis huevos sólo en esa canasta —contestó Charlie con cierta negatividad—. Eleven de seguro tiene muchas otras cosas de qué ocuparse. Pero al menos podrá enviarles algo de dinero, o quizás alguien que los recoja y los ponga a salvo.

    —¿Y usted? —preguntó Lucy, desconcertada al notar que parecía no haberse tomado en cuenta a sí misma en ese plan.

    Charlie no respondió. Agachó su mirada al fuego, y lo contempló en absoluto silencio. Más allá de ponerse a salvo en un lugar concurrido, no había pensado a más adelante. ¿Qué debía de hacer ahora? Se había casi resignado a pasar el resto de sus días encerrada en ese pequeño cubo de plástico, así que ese repentino giro de acontecimiento la ponía en una posición difícil. Había pasado tanto tiempo buscando el Nido, y ahora había presenciado en primera fila su destrucción, y un golpe tan fuerte al DIC del que quizás no volvería a levantarse. Y tras lo ocurrido en ese pent-house, ir de nuevo tras Thorn sonaba a una mala idea. Aunque claro, el dejarlo libre así nomás sin que reciba ningún castigo por sus actos, tampoco le satisfacía.

    ¿Qué hacer ahora? ¿Hacia donde apuntar su fuego? ¿Cuál debía ser el nuevo mal a vencer? ¿No iba a ser Thorn su “Última Misión”, después de todo? ¿Le tocaba acaso ahora ser sólo Roberta Maders, periodista investigadora, sin más?

    «¿Y qué tendría eso de malo?» se dijo a sí misma, intentando convencerse de ello. Quizás eso pudiera ser lo mejor…

    —Disculpen —murmuró de pronto Gorrión Blanco rompiendo el silencio, y llamando la atención de los demás, incluida Charlie—. Hace rato mencionaron a alguien llamada… ¿Matilda?

    —Matilda Honey —contestó Cody, asintiendo—. Es parte de nuestra organización, y una buena amiga.

    —Y una telequinética muy poderosa —añadió Lucy con un peculiar orgullo en su voz—. Como tú, aunque de seguro ella es mejor.

    —Lucy —masculló Cody con tono de reprimenda.

    —¿Qué? ¿Crees que a estas alturas sirve de algo ocultar cosas?

    En otro momento Cody quizás le hubiera debatido más al respecto, pero era claro que el cansancio físico y mental que lo agobiaba en esos momentos lo superaba todo.

    Lisa estaba muerta. Con esa realidad haciéndose cada vez más tangible en su mente, todo lo demás comenzaba a carecer de sentido.

    —Matilda Honey… —susurró Gorrión Blanco en voz baja, y aquel nombre completo pronunciado en sus labios no hizo más que aumentar aún más la extraña sensación de hace rato.

    —¿La conoces? —preguntó Charlie con curiosidad.

    Gorrión Blanco vaciló unos segundos, pero luego negó rápidamente con la cabeza.

    —No… No creo —respondió sin más, y se volvió a quedar en silencio, contemplando la fogata.

    Sabía bien que su respuesta no parecía muy convincente, pero igual los demás al parecer prefirieron dejarlo hasta ahí. Gorrión Blanco lo agradeció, pues no sabía bien qué diría si seguían insistiéndole. Pero aunque no tuviera claro quién era esa persona, sí estaba convencida de que no era la primera vez que escuchaba su nombre.

    — — — —
    A varios kilómetros de ahí, en una dirección totalmente diferente a la que Charlie y los demás habían tomado, otro tipo diferente de campamento tenía lugar. Una mujer de rostro pálido y cabellos oscuros desalineados, se encontraba sentada en una silla plegable, afuera del camper estacionado en un claro del bosque. Delante de ella se encontraba un calentador eléctrico, conectado a la fuente del vehículo, y sobre su cabeza se había extendido un toldo del que colgaba también una bombilla que la alumbraba en la noche. Estaba envuelta en una cálida frazada azul que le cubría todo su delgado cuerpo, a excepción de la cabeza.

    Su compañera salió en ese momento del camper con una taza humeante de café en las manos, pero se detuvo unos momentos en su sitio, observándola con ligera consternación desde su posición. Annie la Mandiles miraba ensimismada hacia el calentador, pero Mabel sabía que en realidad no miraba nada en especial. Para esos momentos, Annie se encontraba mucho más lucida, pero era claro para la Doncella que seguía bastante sumergida en ese letargo. Al menos ya era capaz de hablar, y eso la aliviaba.

    Mabel se aproximó con paso más seguro hacia ella, y se sentó en la silla a su lado. Annie se giró lentamente hacia un lado, posó sus ojos en su hermana del Nudo, y parpadeó dos veces, con la misma lentitud con la que había girado su cuello. Mabel pensó por un momento que diría algo, pero sólo se quedó ahí mirándola. Así que en su lugar, Mabel le sonrió con gentileza, y le extendió la taza que traía consigo.

    —Te preparé un poco de café —le dijo—. Te calentará más rápido.

    Mabel había percibido que el cuerpo de su hermana se enfriaba conforme pasaba el tiempo; un efecto secundario de lo que fuera que le estuvieran haciendo en ese sitio, seguramente. Por ello en cuanto estuvieron a una distancia segura y pudieron estacionarse, no tardó en arroparla y ponerle el calentador mientras descansaban.

    Annie bajó su mirada hacia la taza, y la contempló un rato como si no fuera incapaz de reconocer qué era aquel objeto con exactitud, o qué se suponía que debía hacer con él. Al final, sus delgadas manos se asomaron de debajo de la frazada, y tomó con cuidado la taza entre sus dedos. Sin siquiera molestarse en soplarle, acercó la orilla de la taza a sus labios, y le dio un largo sorbo. Si acaso ese acto le provocó algún tipo de quemadura en la lengua, su rostro no lo demostró en lo absoluto.

    —¿Qué tal? —preguntó Mabel con entusiasmo—. ¿Te sientes mejor?

    —El café no me sabe a nada —respondió Annie con voz apagada—. Ya nada tiene sabor para mí. Ni siquiera puedo sentir el calor en mis dedos —añadió, mientras recorrió los dedos de una mano sobre la parte exterior de la taza—. Es como si estuviera totalmente vacía por dentro…

    Mabel tuvo que ahogar un pequeño quejido doloroso tras escuchar aquello. Le lastimaba profundamente verla en ese estado.

    —Tranquila, te pondrás bien —masculló despacio, al tiempo que la rodeaba con delicadeza con sus brazos, y apoyaba la cabeza de ella contra su hombro—. Volverás a ser tú misma en cuanto te consiga un poco de vapor.

    Annie no respondió nada, o siquiera dio seña de haberla escuchado. Permaneció quieta, con su cabeza contra el hombro de su amiga, y la taza de café entre sus manos.

    Tras un par de minutos de silencio, Annie volvió a hablar:

    —¿Dónde está James? ¿Y Hugo y Marty?

    Mabel se sobresaltó al escuchar esa pregunta. Entre tantas cosas ocurriendo, no se había detenido a pensar en que ella no tendría cómo saber de lo ocurrido a sus demás compañeros, en especial lo de James.

    Suspiró con pesadez, y apoyó su cabeza contra la de su hermana.

    —Los tres murieron —le respondió sin muchos rodeos—. James murió protegiéndome hace poco. Marty fue consumido por la enfermedad, y Hugo fue asesinado por un maldito paleto que… —Calló de golpe, optando de momento por no entrar en tantos detalles—. Hay mucho que debo contarte. Pero por mucho tiempo pensé que tú igual habías muerto juntos con Doug y Phil.

    —Lo hubiera preferido —soltó Annie de forma cortante—. O incluso mejor haber muerto mucho antes con Rose y mis demás hermanos.

    —Sé cómo te sientes —susurró Mabel con aspereza. Aquel era un sentimiento con el que ella ciertamente se podía sentir identificada.

    Tras un rato más en la misma posición, Annie pareció tener la suficiente entereza para sentarse derecha, y volver beber de su café, poco a poco. Los verdaderos como ellas no necesitaban consumir ninguna de esas comidas o bebidas de paletos, pero igual solían hacerlo por mero gusto. Mabel recordaba que Annie le gustaba tomar un café bien cargado cada mañana, así que esperaba que eso le trajera un poco de familiaridad.

    —Annie, ¿qué fue lo que te pasó? —preguntó la Doncella con cautela—. Ese día, cuando volvimos al campamento, parecía haber sucedido una horrible lucha. Encontramos las ropas de Doug y Phil, los vehículos dañados, y los cilindros perforados.

    Annie permaneció en silencio, sólo concentrada en su taza. Conforme pasaron los segundos, Mabel creyó que no la había escuchado, y estaba por rendirse y dejarla sola. Pero antes de levantarse de su silla, Annie habló de nuevo, con asombrosa más claridad y firmeza que antes:

    —Nos emboscaron, esos soldados en sus vehículos negros. No sé cómo nos encontraron, pero no atacaron, mataron a Doug y a Phil, y creí que me matarían a mí también. Pero en lugar de eso, me apresaron, me llevaron a ese horrible sitio, y estuvieron experimentando conmigo por… Ni siquiera sé cuánto tiempo pasó.

    —Meses —respondió Mabel con seriedad—. Casi un año… ¿Dices que experimentaron contigo? ¿Qué clase de experimentos?

    Annie negó con la cabeza, frenética.

    —No lo sé… Me tenían apresada y aislada en ese tubo. Me sacaban sangre regularmente, y sólo lograban mantenerme con vida, inyectándome… esa cosa.

    Alzó en ese momento con debilidad una de sus manos, y apuntó con un dedo hacia un lado. Mabel se giró en la dirección que señalaba, y no tardó en visualizar la caja transportadora que habían traído consigo; la caja que transportaba los químicos que habían sacado de aquella sala.

    Mabel se paró y se acercó presurosa a la caja. La tomó, y volvió con ella a su silla. La colocó sobre sus piernas y la abrió. En aquel refrigerador había varios tipos de recipientes, cada uno etiquetado con un color y nombre distinto. A Mabel le habían indicado que tomara todo lo que pudiera, así que trajo un poco de cada cosa. Fue sacando uno de cada uno para enseñárselo a Annie, hasta que ésta asintió, indicándole que ese era al que se refería.

    Mabel tomó el frasco y leyó la etiqueta: “Lote 9-X”.

    —¿Qué es esto exactamente? —preguntó Mabel, curiosa.

    —No lo sé —masculló Annie con voz apagada—. Es algún químico que ellos fabricaban, pero de alguna forma nuestro cuerpo lo procesa muy parecido al vapor. Me mantenía viva, y mantuvo también la enfermedad a raya todo este tiempo.

    —¿Lo dices en serio? —exclamó Mabel atónita, y volvió a fijar su atención en el recipiente. El contenido era un líquido transparente, sólo un poco más espeso que el agua, pero por lo demás no parecía ser nada extraordinario—. ¿Estás diciendo que esto es como algún tipo de vapor sintético? Eso es increíble… Algo como esto podría ser la solución a nuestros problemas. Si pudiéramos fabricarlo, ya no tendríamos que seguir cazando para sobrevivir…

    —No —espetó Annie con fuerza de pronto, tomando un poco por sorpresa a Mabel, pues la intensidad de su voz al hacerlo había sido mayor a cualquier otra cosa que hubiera dicho ese día—. No es cómo crees, Doncella. Esa cosa no es más que un horrible veneno. Cada dosis me mantenía viva, pero me mataba un poco por dentro. Y mientras más me daban, menos efecto surtía, más la necesitaba, y más me desgastaba. Hasta convertirme en este remedo de ser vivo que soy ahora…

    Mabel guardó silencio unos instantes. Sólo bastaba con ver el estado casi cadavérico al que había caído, para así no poner en duda que lo que decía era cierto. Volvió entonces a poner de nuevo el frasco en su sitio en la caja, con tanto cuidado como si temiera que pudiera explotar si no lo manejaba de esa forma.

    —¿Por qué te hacían todo eso? —cuestionó Mabel, irritada—. ¿Sólo para mantenerte con vida? ¿O qué era lo que buscaban?

    —No lo sé… —repitió Annie—. O no del todo, al menos. Por lo que entendí, dicen que cuando nuestros cuerpos sintetizan el vapor, lo convierten en una sustancia, que es lo que nos da la fuerza y nos mantiene vivos. Y ellos querían justo esa sustancia para crear… esa otra cosa.

    Annie extendió una mano hacia la caja aún abierta, y colocó un dedo sobre la parte superior de uno de los frascos. Mabel lo tomó y lo alzó para ver la etiqueta a la luz de la bombilla sobre ellas.

    —VPX-01 —leyó en voz baja—. ¿Y esto qué es?

    —Tampoco lo sé. Pero me tenían encerrada, manteniéndome sólo consciente y con vida apenas lo suficiente para poder ordeñarme como una vulgar vaca, y así fabricar esa cosa. Y ni siquiera sé para qué…

    Conforme fue hablando, un dejo de desesperación y furia se fue asomando entre sus palabras, culminando en un agudo sollozo. Y aunque en el pasado Annie nunca había tenido problemas para llorar, incluso cuando no lo sintiera, en esa ocasión sus ojos fueron incapaces de producir ni una sola lágrima.

    —Ya, tranquila —susurró Mabel, volviéndola a abrazar, aunque con un poco más de firmeza que antes—. Ya estamos juntas; estás a salvo. Ahora todo estará bien.

    —No, Doncella, no… —exclamó Annie contra su pecho, sonando verdaderamente desesperada—. Nada estará bien… Nunca más…

    Mabel no dijo nada. Sólo recorrió lentamente su mano por la espala de su hermana, intentando reconfortarla lo mejor posible. Aunque intentó mantener la calma para no alterarla de más, por dentro una furia casi incontrolable comenzaba a hacer ebullición.

    En cuanto Annie se calmó, pareció quedarse dormida en su asiento. Mabel le retiró la taza de las manos, y se dirigió rápidamente hacia el interior del camper. Si quería respuestas, sólo había una persona al alcance de su mano que podría dárselas.

    Russel se encontraba en una posición bastante menos cómoda. Las consideraciones se habían acabado en el momento en el que cruzaron la barda y llegaron al camper. Mabel lo ató firmemente de muñecas y tobillos, y le tapó la boca con cinta. Lo tiró en el piso del vehículo, y ahí había tenido que ir durante toda la huida. No sabía qué haría con él en el momento que tuvieran que tomar las carreteras, pero ya pensaría en algo.

    Al ingresar al interior del vehículo, lo encontró justo en donde lo había dejado: tirado el piso y amarrado, aunque en ese momento se encontraba a parecer plácidamente dormido. O quizás “plácidamente” no era la mejor descripción. De seguro simplemente el cansancio del día se sobreponía a la incómoda posición, y había caído rendido. Mabel no podía culparlo por eso… pero tampoco le importaba una mierda.

    —¡Despierta! —pronunció con fuerza, lanzándole sin miramiento una fuerte patada en el abdomen.

    El golpe despertó a Russel al instante, y de no haber tenido la boca tapada, de seguro habría gritado o gemido de dolor. En su lugar sólo se retorció en el suelo, intentando respirar lo mejor que su nariz le permitía. Mabel lo tomó de un brazo, y lo jaló con brusquedad para sentarlo. Tomó la cinta de su boca y la arrancó de un jalón; eso sí que provocó que Russel gritara.

    —Cállate —le amenazó Mabel. El hombre la miró, desconcertado por el dolor, y también por el abrupto despertar.

    —¿Ahora qué quieres? —susurró entre pequeños sollozos—. He hecho todo lo que has querido, maldita sea…

    —¡Qué te calles! —insistió Mabel con mayor agresividad. Lo tomó entonces de su cara con una mano obligándolo a mirarla directamente—. Lo único que quiero oír salir de tu boca son respuestas, ¿entendido? ¿Qué son esos malditos químicos? ¿Qué era lo que estaban haciendo en ese sitio? Y ni intentes mentirme, que ya sé que mantuvieron a Annie viva todo este tiempo para fabricarlos. Y la persona que me mandó a ese sitio estaba muy interesada en sacarlos antes de que todo quedara en ruinas. Así que dime qué demonios son, y por qué son tan importante.

    Lo soltó abruptamente, empujando su cabeza hacia un lado. Russel cayó al suelo de nuevo sobre su costado, y gimió por el dolor del golpe. Tardó un poco en recuperarse, y lograr decir algo coherente. Mabel esperó, aunque su paciencia claramente escaseaba en esos momentos.

    —Es muy largo y complicado de explicar —masculló Russel.

    —Hazlo corto y simple, entonces —le respondió Mabel con agresividad.

    Russel se giró como pudo en el suelo, hasta quedar sobre su espalda. Respiró hondo, e intentó entonces explicar lo mejor posible. Para esos momentos, guardar secretos parecía ya inútil; el Nido estaba destruido, el Dir. Sinclair y McCarthy de seguro estaban muertos, y si Cullen era una traidora, sólo Dios sabía quién más. Así que provocar que esa lunática lo torturara para sacarle información, no estaba precisamente primero en su lista de prioridades.

    —En los 70’s y 80’s, el DIC realizó una serie de experimentos para despertar y controlar las habilidades psíquicas de las personas, con el fin de crear un ejército de soldados y agentes con habilidades únicas que estuvieran al servicio de los Estados Unidos. Tras varios intentos y fracasos, desarrollaron una fórmula conocida como Lote Seis, que tuvo éxito sólo en un diez por ciento de los casos. Pero esos pocos casos de éxito, fueron extraordinarios… Desde entonces, se ha intentado replicar el mismo resultado, procurando además aumentar la tasa de efectividad. Por años no hubo progresos significativos, hasta hace muy poco…

    Mabel lo observó fijamente mientras hablaba, notándosele un tanto aprensiva con respecto a aceptar la explicación que le daba.

    —¿Me estás diciendo que en ese sitio estaban fabricando una fórmula para crear vaporeros?

    —¿Vapo…? —masculló Russel, confundido por el término que había usado.

    —Paletos con poderes psíquicos —explicó Mabel, sin prestarle en realidad mucha importancia—. ¿Y qué tiene que ver Annie en esto? ¿Qué es lo que estaban haciendo con ella?

    Russel guardó silencio. En su mirada, Mabel pudo apreciar vívidamente que sabía la respuesta, pero no quería darla. Exasperada, sacó la pistola que guardaba en su espalda, metida en su pantalón, y la jaló hacia el frente, pegando el cañón directo a la yugular de Russel.

    —No te atrevas a mentirme —le susurró con voz amenazante—. Ya sé que le inyectaban una de esas cosas, y luego le extraían sangre. ¿Para qué?

    —Esa mujer… la UX… —susurró Russel, nervioso al sentir el roce del cañón con cada palabra que pronunciaba—. Ella fue la clave para desarrollar esta nueva versión, el Lote Diez. Descubrimos que cuando ustedes se alimentan, sus cuerpos generan un químico en su sangre, que es lo que les da su fuerza, cura sus heridas, y lentifica su envejecimiento. Y vimos que podíamos replicar la misma reacción metabólica usando una mezcla especial del Lote Nueve. Extraíamos una muestra de su sangre en ese momento, y así sintetizábamos el químico que necesitábamos. Al mezclarlo todo, daba como resultado una nueva fórmula que no sólo podía estimular los cerebros de los sujetos de prueba, sino incluso acelerar su proceso de curación, lo que en teoría evitaría que sus cuerpos se degradaran por los efectos secundarios. Era algo casi… milagroso. Pero seguía siendo muy agresivo con la mayoría de los sujetos, así que tuvimos que seguir probando. Apenas hace sólo unos días logramos encontrar una combinación que podría ser clave para lograrlo… O al menos así era, antes de que ocurriese todo esto.

    Mabel enmudeció ante lo que escuchaba. Era en cierta forma la misma explicación que Annie le había dado, pero mucho más extendida. Y la sola idea de lo que ese hombre le describía, le asqueó por completo.

    Retiró rápidamente la pistola de su cuello, y se puso de pie. Se alejó unos pasos, mirando hacia el suelo, mientras intentaba en su cabeza darle forma a todo eso. Habían estado experimentando con su hermana, una verdadera como ella, para crear un químico que pudiera darle poderes psíquicos a paletos. La habían tenido encerrada, torturándola, y envenenándola con sus químicos, hasta dejarla como ese cadáver viviente en el que se había convertido…

    ¿Cómo pudieron…?

    —Usaron a mi hermana —masculló despacio con ira contenida—. Experimentaron con ella, le inyectaron cosas y le sacaron su sangre hasta dejarla seca. Ustedes, todos ustedes… no son más que unos…

    —¡¿Qué tan diferente es lo que hicimos con lo que ustedes hacen?! —exclamó Russel con fuerza, tomando a Mabel desprevenida—. ¿Crees que no sé lo que son? ¿Qué durante años han estado secuestrando niños inocentes y torturándolos hasta la muerte sólo para alimentarse de ellos? Lo que tu “hemana” sufrió, no tiene comparación.

    —¡Cállate! —gritó Mabel furiosa, girándose hacia él y apuntándolo con su arma—. ¿Cómo sabes todo eso? ¿Cómo es que dieron con nosotros?

    Russel soltó una escueta risilla burlona. Al parecer para ese punto ya había pasado el límite del miedo.

    —Desde hace mucho, debido a todos los caso sin resolver de niños UP clasificados que desaparecían sin dejar rastro, el DIC había comenzado a sospechar de un grupo desconocido que se dedicaba específicamente a cazar y secuestrar individuos como estos, con algún propósito desconocido. Inteligencia pensaban que podría ser alguna organización extranjera, o incluso un culto. Pero quienes fueran, siempre habían sido en extremo escurridizos. No fue hasta hace dos años que alguien le proporcionó al DIC la información necesaria sobre quienes eran en realidad, y como rastrearlos.

    —¿Hace dos años? —exclamó Mabel, atónita—. ¿Quién? ¿Quién les dio esa información?

    —Eso no lo sé, en serio —respondió Russel, negando frenético con la cabeza—. Sólo sé que me ordenaron en aquel entonces realizar un estudio en base a toda la información que nos dieron, y el Dir. Sinclair presionó a sus agentes de campo para que encontraran a este grupo lo antes posible. Tardaron bastante en dar con ese pequeño grupo, en aquel campamento en donde apresaron a Annie. Pero al final lo hicieron, y la llevaron al Nido para que la usáramos para nuestra investigación.

    —¿Y lo dices tan tranquilo? ¡¿Así como así?! —exclamó Mabel en alto, acercándose de nuevo con su arma en mano.

    —Ódiame si quieres, ¡mátame de una vez si así lo deseas! —dejó escapar Russel con desesperación—. Pero lo que hice, lo hice por el bien de mi país, y para proteger a mi gente de monstruos como tú, y como ese maldito… muchacho.

    Mabel se detuvo en seco al escuchar aquel comentario, en especial esa última parte.

    —¿Muchacho? —pronunció dubitativa, bajando su arma por mero reflejo—. ¿Qué muchacho?

    —Quién ocasionó todo eso —explicó Russel con indolencia—, e hizo que nuestros propios hombres nos dieran la espalda. Sabía que era un error despertarlo, pero ya no sé siquiera si eso hubiera cambiado algo. Ya no entiendo nada...

    —¿De quién carajos estás hablando? —exigió saber Mabel, impaciente.

    —Del muchacho Thorn… El maldito chiquillo que el Dir. Sinclair se obsesionó por atrapar en Los Ángeles.

    Una sensación fría recorrió la espalda de Mabel, y por mero reflejo retrocedió, como alejándose de una amenaza inminente, hasta que su espalda quedó contra los asientos delanteros de la camioneta.

    —¿Thorn? —susurró despacio—. ¿Damien Thorn? ¿Me estás diciendo que él… estaba ahí? ¿En esa base?

    Russel volteó a mirarla como su posición le permitió, desconcertado por esa reacción.

    —¿Lo conoces? —susurró confundido—. ¿Estabas ahí por él también…?

    Mabel negó rápidamente con la cabeza por mero reflejo.

    —¿Lo tenían ahí encerrado? Entonces… Los mercenarios, los soldados… ¿Hicieron todo eso para liberarlo?

    —En retrospectiva, es lo más posible —susurró Russel, mirando reflexivo hacia un lado—. Todo comenzó justo cuando lo despertamos, y cuando él dijo que ocurriría. Pero, ¿qué relación tienes tú con él…?

    Mabel no tenía interés alguno en responder a esa pregunta, ni de seguir hablando con él. De inmediato se dirigió a la puerta del camper, y salió por ésta prácticamente disparada.

    Una vez afuera, se alejó unos cuantos pasos del camper, antes de detenerse a mirar a todos lados, como si buscara quizás algún tipo de explicación entre las sombras que la rodeaban. Pero era obvio que lo que buscaba no lo encontraría ahí, por lo que su siguiente movimiento fue sacar de inmediato el teléfono móvil y encenderlo. El tiempo que tardó en arrancar se volvió casi un suplicio, pero en cuanto pudo lo siguiente que hizo fue marcar el teléfono listado como V.S.

    Esperó impaciente a que Verónica le respondiera, pero tras unos segundos saltó el buzón. Lo intentó una vez más, y luego otra tercera, obteniendo el mismo resultado.

    —¡Maldita sea! —gritó con fuerza, y alzó en ese momento el teléfono con bastante intención de arrojarlo al suelo, pero conteniéndose a último momento—. Ahora que necesito hablar contigo, no me respondes, ¡maldita perra!

    Pateó con fuerza el suelo con un pie, imaginando un poco que se trataba de la cabeza de la tal Verónica.

    ¿En qué enredo la había metido exactamente?

    —Mabel —escuchó de pronto que pronunciaban a su lado. Se volteó rápidamente, y fijó su atención en Annie, ya despierta, que la observaba confundida desde su silla—. ¿Qué pasa?

    —No lo sé —respondió Mabel, negando rápidamente con la cabeza—. Cada vez entiendo menos todo esto.

    Respiró hondo, intentando calmarse y poner sus pensamientos en orden, y acomodar todos los pedazos de información. Si lo que aquel hombre había dicho era cierto, Thorn estaba ahí en la base, y todo ese caos había sido precisamente para rescatarlo.

    Recordó las noticias que había leído, con respecto a una explosión en el pent-hpuse, y un par de personas que habían irrumpido en el edificio de Thorn poco antes. De seguro ahí fue donde esos soldados lo aprehendieron, de alguna forma. Y eso explicaba cómo era que Verónica, que claramente trabajaba para las personas que le servían a ese muchacho, sabía con anticipación que dicho ataque a la base se llevaría a cabo y cuándo.

    Pero si ese era el caso, entonces… ¿para qué su participación en eso? ¿Para qué involucrarla a ella? Si esos hombres también trabajaban para Thorn e iban por él, ¿por qué no pedirles a ellos que recogieran esos químicos? ¿No hubiera sido mucho más sencillo? ¿Por qué pedirle a ella que lo hiciera, y además a escondidas de sus compañeros?

    Sólo había una explicación razonable que se le venía a la mente.

    «Esa paleta no está trabajando para Thorn. Ella está haciendo todo esto a sus espaldas. Pero, ¿por qué? ¿Acaso lo piensa traicionar? ¿O se trata de algo más…?»

    Lo que tenía claro era que lo que fuera que estuviera ocurriendo, podía turnarse más peligroso en cualquier momento. Lo que la dejaba sin muchas herramientas para decidir cuál debería ser su siguiente paso.

    Según las instrucciones que Verónica le había dado antes de infiltrarse, debía mantenerse fuera del radar por unos días, y mantener a salvo tanto los químicos como al científico. Ella se contactaría en cuanto pudiera para darle su siguiente indicación. Y sin más información a la mano, ¿le quedaba acaso alguna otra alternativa más que seguir obedeciendo?

    «Tengo que terminar con esto cuánto antes…»

    — — — —
    Tras caer la noche, en las ruinas de lo que alguna vez fue el Nido, reinaba la confusión y el caos. Helicópteros sobrevolaban el perímetro, con grandes reflectores alumbrando los bosques circundantes. Soldados armados recorrían uno a uno los niveles de la base, en busca de sobrevivientes, o de cualquier pista que diera aunque fuera un poco de luz sobre lo que había ocurrido.

    Las fuerzas de asalto del DIC, al mando del Capt. Jules Albertsen, habían intentado contactar al Nido durante toda la tarde, sin recibir ninguna respuesta. Al fallar también en contactar directamente al Dir. Sinclair, al Capt. McCarthy, o incluso al Dr. Shepherd, Albertsen había ordenado a un grupo de exploración a que se dirigiera de inmediato para allá. Para cuando llegaron, las fuerzas invasoras ya se habían ido, y lo único que encontraron fue un escenario de muerte y destrucción desmedida.

    Al ser notificado de la situación, Albertsen ordenó a más fuerzas de las bases cercanas para que apoyaran en la zona, y él mismo se subió a un avión e iba en camino desde Fort Liberty. Mientras tanto, los hombres ya en el sitio comenzaron a realizar como les fue posible una inspección de la base, y todos los terrenos de ésta.

    No tardaron en dar con el vehículo de Lucy frente a la valla al oeste, ni en confiscarlo y registrarlo a profundidad. Dentro de la base, lo que más se encontraron fueron cuerpos acribillados, cortados, y algunos realmente mutilados de formas que a simple vista no podían imaginarse cómo había ocurrido. La mayoría serían muy difíciles de identificar, pero al menos de momento un soldado había dado con el cuerpo del Capt. Davis McCarthy, muerto de un tiro en la cabeza. Poco después, encontrarían también el del Sgto. Schur y el Tte. Johan Marsh; ambos muertos en horribles circunstancias, difíciles de determinar.

    No tardarían también dar con la Capt. Ruby Cullen que, sorpresivamente, se encontraba con vida, pese a las múltiples heridas de bala que había recibido. Pero se encontraba inconsciente, y su estado era grave, por lo que se apresuraron a trasladarla para que recibiera ayuda médica. Ella fue una de los pocos sobrevivientes con los que habían dado, incluida entre ellos la Sra. Kathy, asistente personal del Capt. McCarthy, que sólo mostraba una herida en la cabeza, y parecía estar en un estado de shock que le imposibilitaba dar mayor detalle sobre lo ocurrido; al menos por ahora.

    Aún no encontraban rastro del Dir. Sinclair o el Dr. Shepherd, por lo que la búsqueda tenía que continuar hasta encontrarlos, al igual que a cualquier otro sobreviviente que siguiera por ahí. Pero conforme encontraban más y más cuerpos, entre ellos el de la aún por identificar Lisa Mathews, las esperanzas iban cayendo.

    Dos soldados inspeccionaban uno de los niveles intermedios, alumbrando su camino con las lámparas adheridas a sus rifles, mientras se abrían paso por los pasillos llenos de cuerpos. Pero lo que más les confundía, al menos a uno de ellos, eran los grandes agujeros abiertos en el suelo y las paredes, como si algo grande y fuerte los hubiera golpeado desde el otro lado.

    De hecho, al pasar justo delante de uno en particular, tuvo que detenerse a observarlo con mayor detenimiento. El agujero estaba justo en un muro exterior, de tal forma que a través de él se podían apreciar las estrellas del firmamento de afuera, y un aire frío se filtraba por él debido a la altura a la que se encontraban. El agujero le pareció lo suficientemente grande como para que una aeronave pequeña entrara por ahí. Pero lo más preocupante era que al ser un muro exterior, debía ser aún más resistente que el resto, e incluso luego del concreto le seguía una capa gruesa de roca natural perteneciente a la montaña.

    ¿Cómo pudo algo atravesarlo de esa forma?

    —¿Qué rayos habrá causado esto? —inquirió el soldado, preocupado, alumbrado con su linterna el contorno del agujero. No había escombros en el pasillo, por lo que fuera que lo había hecho, lo hizo desde adentro—. Ni siquiera parece haber rastro de una explosión.

    —No lo sé —respondió su compañero con pesadez, adelantándose algunos pasos—. Y tampoco estoy seguro si quiero saberlo.

    El soldado contempló el agujero sólo unos segundos más, y luego se apresuró a alcanzar al otro.

    —¡Dir. Sinclair!, ¡¿puede oírnos?! —gritó su compañero con fuerza, recibiendo como respuesta sólo el retumbar de su propio eco—. ¿Hay alguien vivo por aquí? Grite o golpe para que podamos oírlo.

    Dieron unos segundos para quien quiera que los oyera respondiera, pero no percibieron nada más que el silencio.

    —¿En verdad crees que siga alguien con vida? —murmuró uno de ellos, escuchándose bastante cansado para ese momento—. Mira este sitio, es una verdadera masacre —añadió alumbrando a sus pies el cuerpo de un soldado, que parecía tener su garganta totalmente desgarrada—. ¿Qué crees que pasó? ¿Quién hizo esto?

    —Ya te dije… —empezó a decir su compañero, pero calló de golpe en cuanto ambos percibieron lo que parecían ser quejidos cercanos—. ¿Oíste eso? —preguntó en voz baja, a lo que el otro soldado asintió despacio.

    Ambos se giraron en la dirección que les parecía había venido, alumbrando con sus linternas. Había una pila de escombros a un lado, que al parecer habían caído del techo, y cubrían parte de su visibilidad.

    —¿Hay alguien ahí? —preguntó uno de ellos con fuerza. Aguardaron unos segundos, y entonces escucharon como una voz débil y rasposa pronunciaba:

    —Por aquí… por favor… Ayúdenme…

    A ambos les pareció que aquella voz sonaba extraña, pero de momento no pudieron identificar con claridad por qué. No pensaron mucho en eso, y en su lugar se aproximaron con cautela a aquel punto, armas en alto. Al rodear los escombros, se encontraron al otro lado con la silueta de alguien tirado bocabajo en el suelo. Vestía una bata blanca, manchada bastante de rojo, y unos mechones blancos y delgados caían sobre sus hombros.

    —¿Se encuentra bien? —preguntó uno de los soldados, e hizo el ademán de querer aproximarse. Sin embargo, su compañero lo detuvo con un brazo, antes de que pudiera avanzar demasiado.

    —Identifíquese, ahora —ordenó el otro soldado con ligera hostilidad.

    El hombre de la bata se agitó un poco en el suelo, y soltó un par de quejidos de dolor, antes de poder volver a hablar.

    —Soy… el Dr. Barlow, de la división científica. Por favor, ayúdenme… No puedo moverme…

    De nuevo su voz les resultó ajena, con un acento extranjero que ninguno pudo identificar. Ambos soldados se miraron el uno al otro, preguntándose qué debían hacer. El mayor de ellos le indicó al otro que se quedara en su sitio y vigilara, mientras él se acercaba. Su compañero obedeció, sujetando su rifle en alto para cubrirlo.

    —No se mueva —le indicó el soldado que se aproximó al hombre en el suelo, agachándose a su lado—. ¿Está herido?

    El hombre en el suelo volvió a quejarse y gemir. El soldado aproximó una mano hacia él para voltearlo, pero antes de poder tocarlo, el hombre se movió primero con increíble agilidad sacada de la nada. Rápidamente tomó al hombre con una mano de su cuello, y la otra de su brazo, aprisionando ambos firmemente entre sus dedos largos y delgados. Al empujar la cabeza del soldado hacia un lado, dejó expuesto su cuello, mismo al cual el hombre aproximó con rapidez su rostro. El soldado gritó con fuerza, al tiempo que aquel individuo clavaba sin miramiento dos largos colmillos en su cuello, abriéndole dos heridas de las que comenzó a brotar sangre con fuerza hacia la boca del extraño.

    Todo pasó tan rápido, que el otro soldado de pie no entendió lo que ocurrió. De un segundo a otro, el hombre había pasado de estar en el suelo, a ahora aprisionar a su compañero y morderle el cuello. Tardó unos segundos en reaccionar, pero en cuanto pudo alzó su arma y disparó sin siquiera detenerse a advertir.

    El hombre giró hacia él sus ojos dorados, brillando como carbones encendidos, y antes de que la primera bala saliera del cañón, se puso de pie e interpuso el cuerpo del soldado al frente, usándolo como un escudo que recibió directamente todos los disparos; todo eso sin apartar en ningún momento la boca de su cuello.

    Cuando el otro soldado dejó de disparar, y el que estaba en sus manos estaba ya agonizando, el hombre lanzó a éste contra el primero como un proyectil, con tanta fuerza que ambos cayeron al suelo, azotándose. El hombre de bata blanca dio entonces un largo salto desde donde estaba hacia ellos, cayendo en cuatro patas justo encima. De un manotazo hizo a un lado al hombre herido y casi muerto, quedando frente a frente al otro.

    Y fue sólo ahí cuando el soldado logró verlo con claridad: rostro blanco como nieve, ojos dorados penetrantes, pómulos salientes y rostro afilado. Su cabello era largo y totalmente blanco, al igual que el poblado bigote que adornaba su cara por encima de su boca. Y su boca… su boca bien abierta, manchada enteramente de rojo por la sangre de su compañero, y de la cual se asomaban dos colmillos largos y afilados como agujas.

    El soldado gritó horrorizado, un segundo antes de que el extraño abalanzara igualmente su rostro contra su cuello, desgarrando su piel y carne al instante.

    Todo ocurrió en cuestión de segundos, y luego el pasillo volvió a sumirse en el silencio. Una vez con su sed saciada, la criatura se alzó rebosante de energía nuevo. Su rostro, hace un rato demacrada, se veía relativamente más joven, y algunos de sus mechones y su bigote, habían tomado color. Aunque, en general, su apariencia era la de un hombre anciano, aunque alto y fuerte.

    Exhaló con fuerza, y pasó una manga por su boca para limpiarla un poco de los rastros de sangre que habían quedado en ella.

    —Ya me encuentro mucho mejor —musitó con tono jovial, al tiempo que se retiraba la bata blanca y la dejaba a un lado, revelando debajo de éste un mono anaranjado de prisionero—. Gracias por su ayuda, caballeros.

    El soldado al que acababa de morder lo observaba desde el suelo, con su mirada confusa y asustada. El hombre de cabellos blancos lo volteó a ver, le sonrió, y entonces jaló de golpe ambas manos hacía él, rasgando su garganta en el acto con sus largas garras, hasta arrancarle la cabeza por completo de su cuerpo. No tardó en hacer justo lo mismo con el otro.

    Bien se lo había dicho Russel a Mabel más temprano ese día: Annie la Mandiles no era el único espécimen que el DIC guardaba en ese sitio. Y ahora, entre todo el caos y la destrucción provocado, era de esperarse que más de uno se abriera paso hacia la libertad.

    Una vez terminado, la criatura se aproximó con paso tranquilo al agujero en el muro, el mismo que los soldados habían contemplado hace un rato, mientras se relamía los rastros de sangre que habían quedado en sus dedos. Se paró en la orilla del gran agujero, contempló fijamente el cielo nocturno, y aspiró profundamente el aire frío del exterior. Una amplia sonrisa de regocijo ensanchó sus labios.

    —He estado demasiado tiempo aquí encerrado —proclamó al aire, sin ningún receptor en específico—. Creo que ya es hora de irme, y encargarme de mis asuntos.

    Un helicóptero pasó cerca alumbrando al suelo con su reflector, por lo que aguardó hasta que se alejara. Luego dio un paso tranquilo al frente, y dejó que su cuerpo entero se precipitara hacia abajo en caída libre. Sus pies tocaron el piso sin más, como si hubiera simplemente saltado un escalón, o no a varios metros de altura.

    Se acomodó con sus manos su atuendo de prisionero, y comenzó a caminar con completa calma hacia el bosque, internándose y desapareciendo entre las sombras de la noche.

    FIN DEL CAPÍTULO 154
    Notas del Autor:

    Pues bien, con este capítulo damos por terminado el largo y complicado arco del Ataque al Nido. Todas las consecuencias que esto traerá al futuro, se explorarán más adelante, incluyendo esa repentina aparición en el último momento. Con respecto a la identidad de este ser, más adelante lo veremos con más detalle, pero será de cierta forma una combinación de dos personajes diferentes.

    Y por cierto, dejo a su imaginación qué otras “cosas” podría haber tenido el DIC atrapadas ahí en su base, y ahora pudieran estar sueltas en el mundo (un buen tema para escribir algún spin-off de esto).

    Espero hayan disfrutado esos capítulos, o al menos los hayan entretenido, o al menos no los haya aburrido o cansado. Como comenté, ahora pasaremos a otros personajes y otros temas más tranquilos, pero no por eso menos interesantes.
     
  15. Threadmarks: Capítulo 155. Acción de Gracias (I)
     
    WingzemonX

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    Resplandor entre Tinieblas

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    Capítulo 155.
    Acción de Gracias (I)

    Cuando Samara abrió los ojos, los rayos del sol entraban a raudales por la ventana de la habitación, bañando con su luz el suelo y las sábanas que la cubrían. Afuera se encontró con un cielo despejado, azul como nunca había visto. Se sentó en la cama y estiró sus brazos, soltando un pequeño quejido de satisfacción al hacerlo. Agachó la mirada, y miró con extrañeza su atuendo: un vestido casual color rojo vino, de manga larga, con tela blanca con holanes en sus puños y cuello. Se retiró los tendidos de encima, y vislumbró además que sus piernas estaban enfundadas en unas mallas blancas, e incluso usaba unos botines negros en los pies.

    Samara arrugó el entrecejo, pensativa. ¿Se había acostado la noche anterior vestida de esa forma? ¿Incluso con los zapatos? No lo recordaba; y, en realidad, tampoco le dio mucha importancia.

    En lugar de darle más vueltas al asunto, se paró de la cama, se colocó frente al espejo del tocador, y tomó un cebillo con la intención de peinarse. Sin embargo, al observar sus largos cabellos negros que caían libres a cada costado de su cabeza, y bajaban como cascada por su espalda, se dio cuenta de que todos estaban justo en su sitio; lacios y brillante, casi como si lo acabara de lavar recientemente.

    De nuevo, aquello le pareció sólo un poco curioso; lo usual era que su cabello despertara siendo todo un desastre. Pero de nuevo, no le dio importancia; en especial cuando a su nariz llegó un delicioso aroma proveniente de la planta baja. Delicioso aroma a comida, para ser exactos.

    De seguro la Srta. Honey ya había comenzado los preparativos para la cena.

    Sin pensarlo mucho, salió de la habitación y se dirigió presurosa hacia las escaleras, bajando cada escalón con rapidez hasta llegar al piso de abajo. Giró rápidamente en dirección a la cocina, y entró en aquel pequeño espacio por la puerta que conectaba con el comedor. Los aromas de la comida se hicieron aún más presentes, bailando alegres en su nariz. Frente a la encimera de la cocina, vislumbró la figura alta y delgada de la mujer, que canturreaba alegre mientras, al parecer, pelaba unas papas.

    —¿Quiere que le ayude? —preguntó Samara desde el marco de la puerta, con un inusual entusiasmo.

    La mujer dejó lo que hacía y se giró en ese momento en su dirección. La miró con un llamativo brillo de alegría en sus ojos cafés, y una sonrisa grande y risueña.

    —Todo está bien por aquí, cariño —le respondió con tono suave y calmado—. Mejor ve y juega con tus amigas.

    El júbilo y la emoción que habían inundado a Samara se desvanecieron por un instante, dejando en su lugar sólo absoluto pasmo, que la dejó congelada en su sitio en cuanto su cabeza alcanzó a comprender y reconocer por completo lo que veían sus ojos. Y resultaba extraño que no se hubiera dado cuenta con anticipación que aquella mujer alta de largos cabellos oscuros y rostro de facciones fuertes, no era la Srta. Honey. Pero tampoco era, en lo absoluto, una desconocida…

    —¿Mamá…? —pronunció Samara, desconcertada.

    —¿Si? —murmuró Anna Morgan, inclinando su cabeza hacia un lado—. ¿Estás bien, cariño? Te ves un poco pálida.

    Samara permaneció en silencio un largo rato, con sus ojos bien abiertos fijos en la imagen de su madre de pie ante ella. Su boca se abrió, deseosa de soltar una larga lista de preguntas. Pero, en lugar de eso, lo único que pronunció fue:

    —No, nada. —Sonrió después con alegría, haciendo a un lado la sensación agobiante de hace un momento. Sus pies comenzaron a moverse con rapidez, aproximándose hasta la mujer delante de ella, y sin el menor miramiento la rodeó con sus brazos, aferrándose fuertemente a ella—. Todo está bien. Todo está muy bien…

    Anna Morgan rio, y recorrió una mano por los cabellos de su hija.

    —Pues me alegra escuchar eso —indicó con tono divertido—. Pero si quieres una rica cena de Acción de Gracias, será mejor que vuelva a mi labor.

    Samara asintió rápidamente, y se apartó de ella un paso. Alzó su mirada, y le sonrió ampliamente; sus ojos estaban al borde de soltar una lágrima.

    —Eso huele delicioso —escuchó Samara que pronunciaba en alto la voz de su padre. Al girarse sobre su hombro, vio al corpulento hombre de cabello cano entrando a la cocina, frotándose sus manos entre sí.

    —Mami está cocinando —comentó Samara con entusiasmo.

    —No creerías que los caballos era lo único en lo que era buena, ¿o sí? —comentó Richard Morgan con tono bromista. Colocó una mano sobre la cabeza de su hija, acariciándola con cuidado, y luego se inclinó hacia su esposa para darle un pequeño beso en los labios—. ¿Y cómo amaneció mi pequeña princesa? —preguntó a continuación girándose hacia Samara con una sonrisa afable.

    —No sé, creo que está un poco rara —indicó Anna, inclinándose hacia su hija para inspeccionar atentamente su rostro—. ¿Segura que estás bien, cariño?

    —Sí —pronunció Samara rápidamente—. Estoy bien, de verdad…

    Su madre la observó fijamente en silencio, escrutándola de una forma que a Samara la hizo sentir que no le creía. Sin embargo, tras unos segundo volvió a sonreír de la misma forma que antes; despreocupada y feliz.

    —Entonces —pronunció Anna con entusiasmo. Se irguió de nuevo y se giró hacia la encimera, tomando de ésta un plato—. Llévale estos pastelillos a tus amigas, para que calmen su hambre en lo que está listo todo. ¿Sí?

    —Mis amigas —repitió Samara en voz baja, disimulando su confusión. Tomó el plato con sus manos, y contempló lo que había en él: pastelillos de forma rectangular, con sabores como chocolate, calabaza, zanahoria, fresa y crema, acomodados de tal forma como si fueran los ladrillos de una pirámide—. Sí, yo lo hago —respondió por reflejo, y sin espera se giró hacia la puerta que llevaba hacia afuera de la cocina.

    Al poner un pie en el comedor, y echar un vistazo a su alrededor, se dio cuenta de que la mesa estaba ya servida, con un plato, cubiertos, copa y servilleta frente a cada uno de sus ocho puesto. Y tanto la mesa, como las paredes y el resto de los muebles, estaban decorados con colores otoñales, hojas de colores amarillos, naranjas y rojos, calabazas y girasoles. Se preguntó por un momento si acaso ya estaba así cuando pasó por ahí hace un momento. E igualmente, no pudo evitar notar que aquello no se parecía del todo al comedor de la casa de la madre de Matilda, aunque tampoco al de su casa en Moesko.

    —Mío —pronunció una voz juguetona a su diestra, un instante antes de alargar el brazo hacia el frente de ella, y hurtar rápidamente un panecillo de fresa del plato que Samara cargaba.

    La niña respingó un poco, y se giró rápidamente, encontrándose de frente con el rostro sonriente de una niña de cabellos negros, sujetos en dos colas, en el momento justo en el que daba una mordida al pastelillo que había tomado, y sonreía complacida.

    —Nada mal. ¿Los hizo tu mamá?

    Samara parpadeó, perpleja.

    —¿Esther? —susurró despacio, dubitativa.

    —¿Samara? —masculló la niña (¿o mujer?) delante de ella, imitando su mismo tono confuso. Soltó entonces una risotada divertida, y se metió lo que le faltaba a su pastelillo—. ¿Estás bien? Parece como si hubieras visto un fantasma.

    —Aún peor —masculló la voz burlona de otra niña, de cabellos castaños y ojos azules, que se aproximó por un costado, parándose a lado de Esther y apoyando en un brazo contra un hombro de ésta—. Vio tu cara —añadió con una voz sarcástica—. Suficiente para tener unas cuantas pesadillas.

    —Lily —susurró Samara, sorprendida, al reconocerla igualmente de inmediato.

    —Qué graciosa —le respondió Esther a la otra chica, sonriendo de forma forzada—. Dame ahora uno de calabaza —dijo justo después, extendiendo su mano para tomar otro pastelillo.

    —A mí sólo dame de chocolate —comentó Lily, tomando también del plato con rapidez, como si temieran que alguien se los pudiera ganar.

    —Tomen los que quieran —indicó Samara en voz baja, y pasó a colocar el plato sobre la mesa para que pudieran tomar con mayor facilidad. Se giró entonces hacia ellas, inspeccionándolas con la mirada—. ¿Ambas están… bien?

    —Define bien —comentó Lily con tono burlón, señalando de forma disimulada con su pulgar hacia Esther—. Ésta de aquí sigue igual de loca que siempre, si a eso te refieres.

    —Oh, qué gran boca tienes —rio Esther divertida, dándole un pequeño empujoncito en su brazo de forma juguetona—. Si sigues diciendo esas cosas, te voy a romper esa cabecita tuya en muchos pedacitos —añadió justo después, aunque por su tono parecía ser más una broma interna entre ellas que una amenaza real. Y Lily así pareció tomarlo.

    —Primero tendrás que alcanzarme —canturreó Lily, y comenzó entonces a correr por el comedor, riendo divertida. Esther no tardó en unirse a dicha persecución, riendo también.

    Mientras las otras dos se correteaban por la casa, Samara se tomó un momento para sentarse en unas de las sillas, pues se sintió de pronto un poco mareada. ¿Todo eso no era un poco… extraño? ¿O quizás estaba exagerando?

    —¿Todo bien, Samara? —escuchó una voz nueva ingresando al comedor, y el sólo oírla la hizo sobresaltarse. Se giró hacia un lado, y vio como dos personas ingresaban desde la puerta que daba a la sala: una mujer y un hombre, ambos vestidos de manera formal para la ocasión, caminando lado a lado tomados de la mano.

    —¡Matilda! —pronunció Samara en alto, emocionada. Se paró de la silla y se dirigió directo hacia ella, abrazándola tan fuerte como había abrazado a su madre hace un momento.

    —Oh, a mí también me alegra verte —bromeó Matilda, rodeándola de forma cariñosa con su brazo libre—. Pero pareciera que no me hubieras visto en años.

    —Sólo… temí que no estuvieras aquí —pronunció Samara, vacilante. Se separó entonces un poco de ella, y la volteó a ver con una sonrisita, misma que Matilda le regresó e inmediato.

    —¿Olvidas que te lo prometí? —comentó Matilda con seriedad. Se agachó entonces hasta colocar su rostro a su misma altura, como acostumbraba hacer—. Siempre estaré aquí para ti. Ambos lo estaremos —añadió, girándose a ver a Cole que la acompañaba, y aun sujetaba su mano.

    —En especial si hay deliciosa comida esperándonos en ese “aquí” —bromeó Cole, a lo que Matilda respondió con una pequeña risilla, y luego Samara le secundó—. ¿Nos sentamos? —propuso, extendiendo una mano hacia la mesa.

    —Sí, adelante —indicó Samara, y de inmediato los guio hacia las sillas.

    Escucharon en ese momento el timbre de la puerta sonar; con bastante fuerza, de hecho.

    —Yo abro —se ofreció Cole, y de inmediato soltó la mano de Matilda y se dirigió hacia la puerta.

    Samara se dispuso mientras tanto a sentarse en una de las sillas laterales, pero Matilda la detuvo antes de que lo hiciera.

    —No, no, no —pronunció la psiquiatra—. A ti obviamente te corresponde el lugar de honor.

    Samara no comprendió al inicio, pero Matilda entonces la guio hacia la silla a la cabecera de la mesa, y la jaló hacia atrás para ella.

    —¿En la cabecera? —inquirió la niña, confundida.

    —Claro que sí —indicó Matilda, sonando como si fuera lo más lógico del mundo—. Todo esto es gracias a ti, ¿no?

    Samara arrugó el entrecejo y meditó un poco sobre aquella afirmación. Por algún motivo, que de momento no le resultaba claro, aquello pareció tener bastante sentido. Así que no lo cuestionó más, y aceptó el puesto que le ofrecía.

    —Gracias —musitó en voz baja, esbozando una media sonrisa.

    —Miren quién llegó —anunció Cole en alto con voz alegre en cuanto ingresó de nuevo al comedor.

    Samara se giró a mirarlo sobre el respaldo de su silla, y notó al instante que alguien venía detrás de él. Se quedó sin aliento en cuanto contempló al muchacho de cabellos oscuros cortos y ojos azules, ataviado en un elegante traje negro, abrigo y bufanda azul.

    —Damien —murmuró Samara atónita.

    El muchacho sonrió ampliamente, y recorrió con cuidado su mirada por la habitación.

    —Disculpen la tardanza —pronunció con elocuencia mientras se retiraba su bufanda y abrigo—. No comieron sin mí, ¿o sí?

    —Nada de eso —comentó Matilda con tono jovial—. Llegas justo a tiempo.

    Y en ese momento la psiquiatra se aproximó hacia el recién llegado, y le ofreció sin vacilación un abrazo de bienvenida, mismo que Damien aceptó sin más. Samara contempló aquella escena con una mezcla imprecisa de emociones. ¿Damien y Matilda siempre se habían llevado tan bien? Algo en su interior le decía que eso no era correcto.

    —¿Y quién es este apuesto jovencito? —preguntó con voz cantarina la Sra. Morgan, ingresando en ese momento al comedor en compañía de su esposo, y mirando con atención a Damien. Antes de que Samara pudiera responderle algo a su madre, alguien se le adelantó dando su propia respuesta.

    —Es el novio de Samara —indicó Esther con voz juguetona, tomando asiendo justo a su izquierda en la mesa.

    Aquella repentina declaración hizo que Samara se sobresaltara del asombro, y se sonrojara al instante de los pies a la cabeza.

    —¿Qué? —exclamó en alto, claramente alterada—. No, cállate. No es cierto.

    —Mira su carita —señaló Lily, burlona, tomando el puesto justo al lado de Esther—. Se puso roja como un tomatito.

    Samara llevó sus manos a su rostro por mero reflejo, ocultando éste entre ellas. Escuchó las risas de algunos de los presentes, pero ninguno parecía en realidad hiriente.

    Para cuando tuvo valor de apartar las manos y echar un vistazo de nuevo, vio como Damien se aproximaba con paso seguro en dirección a sus padres.

    —Damien Thorn —se presentó estrechado con firmeza la mano la Anna, y luego la de Richard—. Un placer, señores Morgan.

    —El placer es nuestro, muchacho —le respondió su padre con una sonrisa jovial, tomando su mano con si ya fueran viejos amigos.

    —Ven, Damien —mencionó Matilda, llamando la atención del muchacho. Estaba de pie detrás de la silla justo a la derecha de Samara, y la jaló hacia atrás para ofrecérsela—. Siéntate aquí, a lado de Samara.

    —Gracias, doctora —respondió el muchacho con elocuencia, y sin vacilación tomó asiento en la silla que le ofrecía. Matilda se sentó a lado de él, y Cole después de ella.

    Una vez acomodado en su asiento, Damien fijó su mirada en Samara, a la que le sonrió de forma casi galante. Eso, sumado un centellante brillo astuto que adornaba sus ojos azules, hicieron que Samara sintiera un calorcito en su todo su rostro, hasta las orejas, y que su corazón se acelerara un poco más de lo usual.

    —Hola, Samy —dijo Damien, con ligera picaría—. Estás preciosa hoy.

    —Gracias —masculló Samara despacio, dándose cuenta de lo realmente nerviosa que se encontraba simplemente por cómo había salido su voz—. ¿Qué haces aquí, Damien?

    —¿Qué dices? —exclamó él, risueño—. Tú me invitaste, ¿no?

    Samara arrugó el entrecejo, pensativa (otra vez). ¿Ella lo había invitado? Eso no le parecía posible, pero… ¿de qué otra forma podría él estar ahí si no?

    —¿No me quieres aquí? —preguntó Damien, sonando dolido.

    —Sí, claro que sí —se apresuró Samara a responder—. Pero… ¿no estás molesto conmigo?

    —¿Molesto? —musitó Damien, inclinando su cabeza hacia un lado, intrigado—. ¿Por qué lo estaría?

    —Por haberme ido ese día con Matilda —masculló Samara, dubitativa—. Por no haberme quedado contigo como querías…

    —Ya, no pienses en cosas que no tienen importancia —se apresuró Damien a señalar con tono risueño, agitando una mano en el aire con indiferencia—. Todos estamos ahora aquí, y es lo que cuenta, ¿verdad?

    A Samara esa explicación no le resultaba del todo satisfactoria. Abrió la boca para debatirlo de alguna forma, pero nada surgió de ella. ¿Qué podía decir exactamente? Y, en realidad, ¿quería cuestionar más todo eso? Era cierto, estaban todos ahí reunidos al fin; ¿no era eso lo que importaba?

    —Y aquí está el pavo —proclamó la Sra. Morgan en alto, en cuanto ingresó de regreso al comedor, cargando en sus manos la bandeja con el pavo recién salido del horno. Todos aplaudieron con entusiasmo en cuanto la vieron, y Samara se les sumó un poco después, aunque más moderada.

    Ya todos se encontraban para ese punto acomodados en su asiento. Su madre se paró justo en la otra cabecera, en lado contrario al de Samara, y colocó el pavo con delicadeza en la mesa. El aroma que surgía de él era exquisito, e impregnó rápidamente toda la habitación. Su color rostizado también era hermoso, y estaba además cuidadosamente decorado. Samara se sorprendió; su madre en verdad se había esmerado con el platillo.

    Como si hubiera escuchado sus pensamientos, su madre alzó la vista en ese momento desde el otro lado de la mesa en su dirección, y le sonrió con dulzura. Samara le sonrió de regreso.

    —Si me permiten, yo haré el primero corte —indicó Anna Morgan con entusiasmo, tomando un largo cuchillo de hoja brillante que estaba colocado en la mesa a su lado. Miró entonces de regreso a Samara—. ¿Qué te gustaría, cariño? ¿Muslo? ¿Pierna? ¿Pechuga? ¿Ala? —Mientras listaba las partes del ave, Anna señalaba con la punta del cuchillo a cada una. Samara meditó un poco su respuesta, pero antes de darla, le extrañó un poco notar que su madre apartaba el cuchillo del pavo y lo alzaba… hacia sí misma—. ¿O cuello…? —añadió con el mismo tono alegre de antes, aunque en esos momentos la punta del cuchillo estuviera apuntando directo al costado de su propio cuello.

    La sonrisa en los labios de Samara se esfumó al instante.

    —¿Qué? —musitó en voz baja, totalmente confundida.

    —¡Cuello!, por supuesto —exclamó Matilda en alto con tono festivo—. Es su favorito.

    Samara se giró a mirarla, atónita ante lo que había dicho. Y fue aún peor cuando los demás en la mesa parecieron secundar su propuesta, e incluso algunos comenzaron a vitorear en coro:

    —¡Cuello! ¡Cuello! ¡Cuello! ¡Cuello!

    Samara los miró espantada, incapaz de decir cualquier cosa para hacerlos callar.

    Su madre sonrió ampliamente, complacida al parecer por los ánimos que todos le lanzaban.

    —Cuello será —pronunció con tono entusiasmado. Y sin más, presionó la punta del cuchillo contra el costado derecho de su cuello, y como en una morbosa repetición de lo ocurrido aquella noche en Eola, la hoja del cuchillo penetró por completo la piel, abriéndose paso más profundo, hasta que casi la mitad de la hoja quedó escondida en su interior.

    Samara se quedó atónita, con sus ojos bien abiertos contemplando tan horrible escena. Sangre roja y brillante comenzó a escurrir de la herida en el cuello de Anna, bajando por éste hasta empapar la blusa y el delantal. Ella, sin embargo, se veía inquietantemente calmada. Seguía mirando fijamente a Samara, y sonreía; incluso cuando la sangre comenzó a también surgir por sus labios y a resbalarse por su mentón.

    Tras sólo unos segundos, y con el cuchillo aún bien insertado en su cuello, el cuerpo de Anna se precipitó hacia el frente, quedando su torso recostado sobre la mesa, y su rostro en contra del pavo. La sangre siguió brotando de la herida, bañando al pavo en ésta, y luego escurriéndose por el mantel.

    Samara se pegó a su asiento, horrorizada. Todos los demás, sin embargo, aplaudieron con entusiasmo. Lily incluso se estiró un poco desde su asiento hacia el pavo, pasando un dedo por la piel de éste, manchando la punta del dedo con una combinación de la salsa y jugos del pavo, y la sangre de Anna. Llevó el dedo a sus labios y lo chupó.

    —Está delicioso —indicó con efusividad. Samara sintió que el estómago se le revolvía.

    —Ahora, que cada quien corte su pedazo —propuso el Sr. Morgan con efusividad, y todos lo respaldaron. Y ante la mirada azorada e impotente de Samara, Matilda, Cole, Esther, Lily y su padre tomaron algunos un cuchillo, otros un tenedor, y sin menor vacilación los dirigieron a sus respectivos cuellos, apuñalándose en estos repetidas veces, al tiempo que reían divertidos y alegres.

    —No… no lo hagan… —musitó Samara con apenas un pequeño hilo de voz.

    Nadie la escuchó, y todos siguieron apuñalándose sus propios cuellos repetidas veces, justo como su madre lo había hecho en aquel pasillo. Y uno a uno comenzaron a caer a la mesa: primero Lily, luego Cole, seguido por Esther, Matilda, y por último su padre. Todos cayeron abatidos a la mesa, con sus rostros recostados contra sus platos. La sangre brotó a borbotones de sus heridas, bañando la porcelana y el mantel entero, y comenzando a escurrirse por éste hasta el suelo. Los ojos de todos estaban bien abiertos, y sus labios torcidos en una sonrisa perpetua.

    Samara balbuceó, su voz y todo su cuerpo temblándole por la impresión.

    —¿Qué está pasando…?

    —¿De qué hablas, Samy? —escuchó pronunciar a su lado, y rápidamente se giró hacia Damien, sentado aún a su diestra. Éste la mirada con candidez, y una sonrisa divertida—. Si todo esto es gracias a ti… —pronunció a continuación, repitiendo las mismas palabras que Matilda había pronunciado antes.

    Y antes de que Samara pudiera decirle o preguntarle algo más, Damien tomó con una mano su cuchillo para carne. Y, sin dejar de mirarla, acercó el filo del cuchillo a su propio cuello, y lo rebanó por completo de oreja a oreja, como si se dibujara una segunda sonrisa. La sangre brotó como cascada de la herida, bañándole sus ropas por completo; todo sin quitarle los ojos de encima, hasta el momento en el que, igual que los otros, se desplomó a la mesa, y comenzó a cubrir ésta también con su sangre.

    Samara soltó un gritito ahogado, y sólo hasta entonces logró reaccionar, parándose de inmediato de su silla para apartarse de la mesa. Sin embargo, en cuantos sus pies se movieron, pudo sentir el movimiento del agua al hacerlo. Bajó rápidamente su mirada, y entonces lo notó: cinco centímetros de agua que cubrían el suelo debajo de ella, que se mezclaba poco a poco con la sangre que caía a gotas desde la mesa.

    Ese inusual y repentino detalle, resultaba ser en verdad revelador.

    —No —susurró despacio en el momento en el que la comprensión llegó a su cabeza.

    “Agua. En mis pesadillas siempre hay agua.”

    Recorrió rápidamente su mirada por el resto de la habitación, notando como el escenario se degradaba rápidamente ante ella. Las paredes se descarapelaban y carcomían, y manchas de humedad y moho surgían por todos lados. Ese escenario terminó por dejar más en evidencia al responsable de todo ello. Y en cuanto dirigió su mirada al frente, justo al otro extremo de la mesa, detrás del cuerpo de su madre, ahí la vio: la Otra Samara, con sus cabellos largos oscuros cayéndole sobre el rostro, y su vestido blanco gastado y manchado.

    —Tú —exclamó Samara, alarmada, retrocediendo un paso, arrastrando el agua con sus pies.

    La Otra Samara alzó su rostro, y uno de sus ojos nublados la miró de regreso a través de la maraña de cabellos oscuros. Y al instante se subió como un animal a la mesa, y se dirigió hacia ella, pasando en sus cuatro patas por encima de su madre, y derribando todo a su paso.

    Samara reaccionó al instante, y se giró rápidamente en dirección a la salida. El agua no la detuvo hasta llegar a la puerta, que abrió rápidamente de par en par, para luego prácticamente saltar al exterior. Sin embargo, en cuanto puso un pie afuera, se detuvo de golpe al notar lo que se alzaba justo delante de ella, a unos cuantos pasos de la puerta por la que, en teoría, había salido: un pozo, de forma circular, viejo y hecho de piedra. Un pozo que ella reconocía bien.

    Antes de poder hacer cualquier otra cosa, sintió como la tomaban con fuerza por detrás, una mano tomándola firmemente de sus cabello, y otra de su hombro, y la empujaba con fuerza hacia al frente. Samara, sin embargo, logró apoyar sus manos firmemente en la orilla del pozo, oponiendo resistencia. La mitad de su cuerpo quedó suspendido sobre la abertura del pozo, y sobre la completa negrura que yacía en su interior.

    —Así es como tiene que ser —le susurró la carrasposa voz de la Otra Samara a lado de su oído, mientras seguía intentando empujarla hacia adentro del pozo—. Si sigues sin hacerme caso, todos a los que amas terminarán muertos por tu culpa; igual que tu madre. Y si no es así, entonces lo serás tú en cuanto todos ellos te den la espalda.

    —Tú lo harás —espetó Samara en alto con energía—. Tú eres quién les quiere hacer daño, ¡no yo!

    —Sigues sin entender nada —sentenció la Otra Samara, exasperada—. Soy la única que se preocupa genuinamente por ti. Así que deja de resistirte de una maldita vez…

    —No —pronunció Samara con firmeza—. Cole me dijo que tú ya no tienes poder sobre mí… ¡Y no dejaré que lo tengas de nuevo!

    Subió en ese momento un pie hasta la orilla del pozo, y se empujó con fuerza con éste hacia atrás, provocando que tanto ella como la Otra Samara se precipitaran de espaldas al suelo…

    O al menos eso es lo que ella esperaba, pues lo único que sintió su espalda al instante siguiente fue la suavidad del colchón de la cama, que se volvió aún más vivido cuando abrió los ojos y se encontró con el techo de la habitación de Matilda justo sobre ella.

    Se sentó rápidamente, y recorrió el cuarto con la mirada para cerciorarse de que en esa ocasión sí se encontraba en efecto en dónde creía estar, y todo parecía indicar que así era. La cama, el tocador, los estantes… todo parecía concordar. El cobertor era también el mismo al igual que sus ropas.

    Podía sentir su corazón palpitar en su pecho, e incluso sus pulmones ensanchándose y contrayéndose mientras respiraba agitada.

    El sol entraba fragante por la ventana, marcando el inicio de una hermosa mañana.

    Estaba despierta, o eso parecía.

    Hacía un tiempo que no tenía una de sus pesadillas, en especial una en la que apareciera la Otra Samara. Y, quizás lo más alarmante de todo, no recordaba haber tenido una tan vivida y horrible. Había creído que ya se había librado enteramente de todo eso, pero era obvio que no era el caso. Pero Cole se lo había advertido; debía estar alerta y no bajar la guardia.

    Alguien llamó a la puerta en ese instante, y eso la hizo sobresaltarse un poco, pero se forzó a mantener la calma.

    —Adelante —pronunció en alto, y la puerta se abrió un instante después. Del otro lado surgió el rostro sonriente de Matilda, que se asomó hacia el interior del cuarto.

    —Hey, ¿ya te despertaste? —preguntó con tono risueño. Samara fue incapaz de reaccionar lo suficientemente rápido y darle una respuesta, y eso al parecer preocupó un poco a Matilda—. ¿Todo bien, pequeña?

    —Sí, muy bien —se apresuró Samara a responder en ese momento.

    Matilda ingresó un par de pasos más al interior del cuarto y la observó fijamente. Samara supo de inmediato que no le creía; ella tampoco lo haría en su lugar. Pero la conocía bien, y sabía que no le insistiría en que le dijera algo si ella no quería. Y en ese momento, definitivamente no quería hablar de su pesadilla; lo que deseaba más que nada era olvidarla por completo.

    —De acuerdo —masculló Matilda tras un rato, asintiendo—. Alístate que tenemos una cita. No lo olvidaste, ¿verdad?

    —No, claro que no —exclamó Samara negando con la cabeza. Y, de hecho, ese horrible sueño no había más que afianzado su convicción con respecto a esa “cita” de la que Matilda hablaba—. Estaré lista en un momento.

    Matilda asintió de nuevo, y se retiró del cuarto para permitirle vestirse en privado.

    Samara se levantó de la cama y, similar a cómo había hecho en su sueño, se dirigió al tocador y tomó un cepillo. Volteó a ver su reflejo en el espejo, y se quedó un rato inmóvil, viendo la maraña desigual que formaban sus largos cabellos negros; muy diferente a como se había visto en su sueño al despertar. Pero, aun así, demasiado parecido al de aquel otro ser…

    Respiró hondo por la nariz y agitó su cabeza, intentando disipar todos esos amargos recuerdos del sueño. Y comenzó entonces a cepillarse aquellos largos cabellos. Y con suerte, y si todo salía bien, sería la última vez que lo haría.

    — — — —
    Este año el Día de Acción de Gracias estaría bastante concurrido en la residencia Honey. Jennifer y Máxima no sólo contarían con la presencia de Matilda, sino además de algunos invitados adicionales como la pequeña Samara, el Det. Sear, la Sra. Wheeler y su hija Sarah, e Igualmente Abra había prometido ir al menos a saludarlos un rato. Así que todo parecía indicar que sería una cena grande, como quizás no se había tenido en aquella casa en mucho tiempo; desde los tiempos en los que los padres de la Srta. Honey seguían con vida.

    Pero antes de poder sentarse a comer con su madre y amigos, esa mañana Matilda tenía algunos asuntos que atender primero. Y uno de ellos involucraba también a Samara; una petición repentina que la niña le había hecho el día anterior, y que Matilda estuvo más que dispuesta a cumplirle. Lo cierto es que la psiquiatra tenía ya un plan para temprano ese día, pero decidió aplazarlo para después de esa pequeña diligencia.

    Así que a media mañana, y antes de que Eleven y Sarah arribaran, Matilda y Samara se montaron al vehículo de la Srta. Honey, y se dirigieron juntas hacia una pequeña plaza comercial al este de Arcadia. Al llegar, se estacionaron justo delante del local al que iban: Salón de Belleza Divinity. El local tenía en su vidrio frontal un vinil microperforado que, además del nombre del salón, tenía la imagen del rostro de una hermosa mujer, de largos y ondulados cabellos castaños que se extendían hacia atrás de ella como movidos por el aire. Sobre la puerta había un coqueto toldo rosado y blanco, y un par de sillas y una mesita en la parte exterior.

    —Aquí es —indicó Matilda con entusiasmo una vez que apagó el motor del vehículo. Se giró hacia la niña sentada en el asiento a su lado, que contemplaba fijamente el local con cierta suspicacia—. ¿Estás segura de esto? —le preguntó Matilda una última vez, con tono calmado.

    Samara se viró hacia ella, y asintió lentamente sin titubeo.

    —Bien, vamos entonces —propuso Matilda de nuevo con actitud positiva.

    Ambas se bajaron del vehículo, y se dirigieron juntas de la mano hacia el interior del local. Éste se encontraba totalmente vacío, salvo por una persona: una mujer robusta de piel morena y cabello oscuro rizado, que en el momento en el que entraron se encontraba barriendo. Al escuchar la campanita de la puerta, alzó su mirada del suelo hacia las recién llegadas.

    —Buenos días, Carmen —la saludó Matilda con sonrisa afable.

    —Hey, Matilda —exclamó la mujer llamada Carmen con marcada emoción—. Dichosos los ojos que te ven.

    La mujer dejó de momento la escoba, y se aproximó hacia ella para darle un gentil abrazo, mismo que Matilda le devolvió.

    —Perdón por hacerte trabajar en Acción de Gracias —se disculpó Matilda, algo apenada.

    —No digas tonterías. Yo nunca le saco la vuelta al trabajo, ni siquiera en días festivos. En especial para una de mis niñas favoritas.

    Matilda y Carmen se separaron tras un rato, y ésta última le echó un rápido, y un tanto sospechoso, vistazo de arriba a abajo a la psiquiatra. Aunque el motivo de aquello no tardó en ser revelado.

    —Escuché que te dispararon. ¿Es verdad?

    Matilda dejó escapar un pesado suspiro de resignación. Que le hicieran ese comentario se estaba volviendo ya bastante común.

    —En verdad los rumores vuelan por aquí, ¿eh? —murmuró con cierto humor en su tono—. Ya estoy bien. Sólo un poco de ardor ocasional.

    Carmen asintió como respuesta a sus palabras. Era claro que deseaba preguntar más al respecto, pero tampoco quería ser grosera o impertinente. En su lugar, centró su atención en la niña que estaba de pie a un lado de Matilda, aún bien sujeta a su mano.

    —Y ésta debe ser la jovencita de la que me hablaste —comentó Carmen con entusiasmo, inclinándose ligeramente hacia ella.

    La mano de Samara se aferró un poco más a la de Matilda, e inconscientemente buscó ocultarse un poco de la vista de aquella mujer.

    —Adelante, no seas tímida —le instó Matilda con amabilidad.

    Samara la miró, suspiró un poquito, y entonces miró al frente con mayor seguridad; o al menos con la mayor cantidad de seguridad que le era posible fingir.

    —Mucho gusto —murmuró despacio—. Soy Samara Morgan.

    —Encantada, Samara —le respondió la mujer con una sonrisa afable—. Yo soy Carmen. Me dijeron que quieres hacerte un corte, ¿correcto? —Samara asintió lentamente como respuesta—. Pues estás en el lugar correcto. Pasa y siéntate.

    Carmen las guio hacia una de las sillas, e invitó a Samara a tomar asiento en ella. La niña tomó su sitio, mientras que Matilda se sentó en una silla de espera más atrás, para observar todo, pero desde una distancia prudente.

    —Qué cabello tan hermoso —señaló Carmen, al tiempo que pasaba sus dedos por los largos cabellos oscuros y lacios de la niña—. Apuesto a que lo cepillas cada noche para mantenerlo así de liso, ¿verdad?

    —Cien cepilladas cada noche —respondió Samara, con cierto dejo de orgullo al hacerlo—. Mi mamá me enseñó a hacerlo.

    —Entiendo —respondió Carmen, asintiendo—. ¿Hace cuánto que lo tienes así de largo?

    —Desde que recuerdo. Mi mamá siempre me quitaba sólo las puntas.

    —¿Y eso es lo que te gustaría? ¿Sólo un despunte?

    Samara vaciló un instante, antes de poder darle forma clara a una respuesta.

    —No. Lo quiero corto —indicó con firmeza. Alzó entonces su mano derecha, y la colocó de forma horizontal un poco por encima de la altura de sus hombros—. Hasta aquí, más o menos.

    Carmen no pudo evitar soltar un pequeño silbido de asombro.

    —Es una decisión un poco radical, pequeña.

    —Quizás un poco —intervino Matilda desde su asiento—. Pero Samara está segura de que es lo que quiere, ¿verdad?

    La niña asintió lentamente como respuesta al cuestionamiento. Su mirada se fijó entonces en el espejo colocado en la pared, justo delante de su silla.

    —Quiero un cambio —comentó con cierta seriedad en su voz—. Ya no quiero parecerme a la Samara del reflejo…

    Aquello desconcertó un poco a Carmen. Se giró a mirar a Matilda, preguntándole con su sola expresión qué significaba aquello. Matilda se limitó a sólo sonreír y negar con la cabeza, sin más. Por supuesto, Matilda sí que tenía una idea de a qué se refería Samara con ello, pero no consideraba pertinente compartirlo. Aunque hubiera querido, igualmente la confidencialidad médico-paciente se lo hubiera impedido.

    —Muy bien, así lo haremos —exclamó Carmen tras un rato—. Pero es una lástima cortar un cabello tan bonito. ¿No te interesaría donarlo?

    Samara arrugó un poco el entrecejo, al parecer intrigada y confundida por la repentina sugerencia.

    —¿Donarlo?

    —Conozco una organización que acepta donaciones de cabello —explicó Carmen—. Y con él hacen pelucas para niños en tratamiento de cáncer. Creo que una niña estaría muy contenta de tener una peluca hecha con un cabello tan bonito como el tuyo.

    Samara tomó entre sus dedos uno de sus mechones de cabello, y lo observó de reojo, pensativa. Luego se giró sobre su hombro a mirar a Matilda, muy seguramente para preguntar su opinión al respecto.

    —Sería un acto muy noble de tu parte —le comentó Matilda—. Pero al final es tu decisión, pequeña.

    Samara meditó el asunto un rato más, antes de compartir al fin su resolución final:

    —Supongo que estaría bien.

    —Perfecto —dijo Carmen con entusiasmo—. Déjame entonces hacerte una trenza para poder cortarla.

    La estilista comenzó entonces a amarrar una trenza con los largos cabellos negros de Samara, demostrando además una notable maestría en sus dedos al hacerlo.

    —¿Cómo has estado, Matilda? —le preguntó a su otra invitada, mientras continuaba con la trenza.

    —¿Además del disparo? —bromeó Matilda, y tanto ella como Carmen rieron divertidas—. He estado bien. Ocupada con muchas cosas, pero ahora todo está más tranquilo.

    —Escuché que tu hermano está en la ciudad —comentó Carmen súbitamente, y aquello tomó a Matilda bastante desprevenida. Y, principalmente, la puso un tanto incomoda.

    —Sí, así es —respondió en voz baja.

    —Recuerdo a ese muchacho, siempre holgazaneando y perdiendo el tiempo por ahí con sus amigos, igual de holgazanes que él. Lo siento, sé que es tu hermano, pero…

    —Descuida —musitó Matilda con seriedad.

    —¿Y le ha ido bien?

    Matilda suspiró con pesadez.

    —No tan bien como podría.

    Si acaso Carmen deseaba preguntar o comentar algo más sobre ese tema, de momento no lo hizo pues la trenza de Samara ya estaba al fin terminada.

    —Listo —comentó orgullosa. Y como el cabello de Samara era bastante largo, la trenza resultante lo fue también. Carmen tomó entonces la trenza de su extremo con una mano, y con las otras unas largas y filosas tijeras—. Ahí vamos entonces. ¿Lista? —Samara asintió rápidamente. Carmen acercó las tijeras al final de la trenza, y de un corte rápido y certero la separó del resto del cabello.

    Samara respingó un poco, y contempló fijamente como el resto de sus cabellos oscuros, ahora bastante más cortos, caían libres sobre sus hombros. La apariencia entera de su reflejo se había transformado ante sus ojos.

    —No dolió, ¿o sí? —comentó Carmen con humor en su tono. Samara negó lentamente. No había dolido como tal, pero sí había sido más impactante de lo que se esperaba—. Ahora vamos a darle forma.

    Durante los siguientes minutos, Carmen le lavó el cabello, y pasó las tijeras por él para dejarlo más parejo, y acomodarle además su fleco. Al final de toda esa rápida jornada, Samara terminó justo con lo que había solicitado: un peinado corto por encima de sus hombros.

    —Terminamos —declaró Carmen con entusiasmo—. ¿Qué te parece?

    Samara se inspeccionó profundamente en el espejo, moviendo su cabeza hacia un lado y hacia el otro para intentar apreciar cada sección de su nuevo peinado.

    —¿Cómo me veo? —preguntó con ligera aprensión, girándose a mirar a Matilda.

    —Te ves bellísima —indicó la psiquiatra con optimismo.

    —Resalta más la forma de tu cara —indicó Carmen con orgullo—. Si no me crees, intenta sonreír un poco y verás toda la diferencia.

    Samara se giró de nuevo hacia el espejo, contemplando su reflejo unos momentos más. Luego, hizo justo lo que Carmen el sugirió, dibujando en sus labios una pequeña pero alegre sonrisa. Y en efecto, pudo ver ante ella justo la diferencia que ella tanto deseaba ver.

    Terminado su asunto, y tras despedirse de Carmen, Matilda y Samara salieron de la estética de nuevo tomadas de la mano. El ánimo de la niña se percibía un tanto distinto, aunque en su caso siempre era difícil decir si para bien o para mal.

    —¿Cómo estás? —le preguntó Matilda con cautela—. ¿Era cómo te lo imaginabas?

    —Creo que sí —murmuró la niña, despacio. Y de nuevo, fue complicado vislumbrar el sentimiento real que la acompañaba.

    —Muy bien. Te dejaré en la casa y volveré más tarde, ¿de acuerdo? Puedes ayudar a la Srta. Honey con la cena.

    —¿Vas a salir? —preguntó Samara, notándose un tanto confundida.

    —Sí, hay un asunto del que tengo que encargarme antes de esta noche. Pero no tardaré mucho.

    Samara la contempló fijamente unos segundos al tiempo que avanzaban hacia el vehículo. Ya estando justo frente a la puerta del copiloto, la niña soltó abruptamente:

    —Vas a ver a tu padre.

    Matilda se detuvo en seco al escucharla. Aquello no era una pregunta, sino una certera afirmación. Siendo Samara, no debería sorprenderle mucho que la niña a veces supiera cosas que no debería saber; ya sea por escuchar por accidente, o por detectar pensamientos flotando en la superficie de la mente de las personas. No sabía en ese caso cuál de las dos había sido, pero al final de cuentas no era tampoco que se tratara de un secreto; sólo un tema del que no le apetecía hablar demasiado, al menos que fuera necesario.

    —Sí, así es —respondió Matilda, asintiendo.

    —¿Por qué? —preguntó Samara con curiosidad—. Pensé que no te agradaba.

    Matilda no pudo evitar soltar una pequeña risilla como respuesta a ese comentario, quizás algo fuera del lugar dado el tema en cuestión. Se preguntó si eso también lo había captado en su mente… o quizás simplemente fue que la discusión acalorada que había tenido con Michael la otra noche, no había sido en lo absoluto discreta.

    —Es algo que tengo que hacer —explicó—. Algo que me sugirió Cole. Pero no te preocupes por eso, ¿sí? Iré hasta allá, hablaré con él unos minutos, y estaré en la casa a tiempo para cenar.

    —¿Puedo acompañarte? —preguntó Samara de pronto, tomando a Matilda un tanto desprevenida.

    —No cariño, no creo que sea buena idea. El sitio al que voy no es ideal para una niña. Además, de seguro no dejarán pasar a más de una persona.

    —Tu padre está en prisión, ¿verdad? —masculló Samara, pensativa—. No creo que sea muy diferente al hospital en Eola…

    Había cierto pesar en su voz, del cual Matilda se sintió un tanto contagiada. El psiquiátrico no era como tal una prisión, pero… concordaba en que ciertas circunstancias que la niña había vivido ahí podían hacer que se sintiera como tal.

    —Te esperaré en la sala de espera —propuso Samara—. Vas a necesitar de alguien que te apoye cuando salgas de ahí. Yo… quisiera poder hacerlo por ti. Al menos una vez.

    Matilda sonrió, aflorando en su pecho una mezcla de emociones. Deseaba decirle que no era su responsabilidad velar por los problemas de los adultos, en especial los suyos. Y que no le debía nada, que todo lo que había hecho por ella lo hizo porque era su trabajo, y porque así lo quiso por el cariño que le tenía. Y pensaba explicarle todo eso y más una vez que estuvieran en el vehículo.

    Sin embargo, quizás Matilda no fuera telépata, pero no lo necesitaba para darse cuenta de que algo angustiaba a Samara desde que se despertó esa mañana, o quizás incluso desde antes. Y que aquel gesto, junto con ese repentino corte de cabello, eran acciones que significaban mucho en la mente de la pequeña. Quizás reflejos de su deseo de dejar atrás las cosas malas que había hecho, y enmendarse aunque sea un poco; en especial con ella. Era una situación complicada, que quizás siendo sólo su psiquiatra hubiera podido manejar de mejor forma. Pero era claro que hace tiempo ya no era sólo eso.

    —Está bien —masculló Matilda con optimismo—. Entonces vamos, antes de que se haga más tarde.

    Samara asintió, efusiva. Ambas ingresaron al vehículo, y emprendieron juntas el recorrido hacia la Prisión Estatal de California, en Lancaster.

    — — — —
    Jane y su hija Sarah fueron los primeros invitados en llegar a la residencia Honey ese día. Sarah se ofreció de inmediato a ayudar a la Srta. Honey en la cocina en preparación de la cena. Cocinar no era precisamente su fuerte, pero estaba segura que de algo podían ser de utilidad un par de manos extras.

    Eleven, por su parte, tuvo que optar por tomar asiento en la sala de estar, en compañía de Máxima. Aunque quizás “compañía” era mucho decir, pues la pareja de la Srta. Honey estaba más que nada enfocada en la televisión, y en los preparativos para el juego de americano que estaba próximo a comenzar. El no era muy fan de dicho deporte (o de alguno en particular), pero tampoco le molestaba demasiado. Así que en lugar de ver la televisión, aprovechó ese tiempo de relativa tranquilidad para hacer una videollamada con su familia en Indiana.

    Le marcó a su hijo Jim, y tanto el rostro de éste como el de su hija Terry no tardaron en aparecer en la pequeña pantalla de su teléfono. Mirarlos llenó el pecho de Eleven de una sensación cálida, y no pudo evitar sonreír. Los dos chicos la bombardearon con preguntas sobre lo ocurrido, la conferencia de prensa y todo lo que ocurría allá en Los Ángeles. Eleven les respondió lo que pudo, guardándose los detallas más escabrosos para no causar confusión o miedo en ellos.

    Terminados los cuestionamientos, los dos chicos pasaron hacia la cocina para enseñarle como estaba quedando la cena.

    —Y éste es el pavo, recién traído del restaurante donde lo mandamos a hacer —le informó Jim, enfocando con su teléfono el hermoso pavo rostizado sobre la encimera de la cocina.

    —Dios nos libre de cocinarlo nosotros mismos —murmuró Terry con tono burlón.

    —Oye, no escuché que te ofrecieras.

    Los dos muchachos rieron, y su madre los acompañó. Siguieron enseñándole el resto de los complementos que acompañarían la cena, todos comprados a excepción del dulce de calabaza, que su tío Will había preparado él mismo.

    —Todo se ve delicioso, chicos —indicó Eleven con entusiasmo—. Me encantaría estar ahí con ustedes.

    —Podemos tener otra cena cuando Sarah y tú vuelvan —propuso Terry—. ¿Cuándo lo harán, por cierto?

    —Si todo sale bien, a más tardar el domingo estaremos ahí.

    Y no lo decía por decir. Lo único que faltaba por hacer era planear el viaje de Matilda y Samara de regreso al estado de Washington, para dar por concluido ese tema. Terminado eso, El podría volver a casa y descansar como había prometido.

    Aunque claro, había una conversación importante más que deseaba tener antes de eso. Pero, si todo salía bien, podría también zanjar ese asunto ese mismo día.

    Detrás de Jim y Terry, Eleven pudo ver cómo alguien más entraba a la cocina y miraba en su dirección por un instante. Ella lo reconoció rápidamente; difícil no reconocer a tu esposo de tantos años. Los chicos debieron notarlo en el pequeño recuadro que mostraba su propia pantalla, pues se giraron a mirarlo.

    —¿Quieres hablar con papá? —comentó Terry, y antes de que Eleven pudiera responderle, se giró de nuevo hacia Mike—. Papá, es mamá —le informó con entusiasmo, pero Mike en ese momento siguió de largo, saliendo del alcance de la cámara—. ¿Papá?

    —Ahora no —respondió con cierta brusquedad, y se pudo escuchar al momento siguiente como azotaba un poco la puerta de la cocina al salir al patio.

    Ambos chicos se quedaron en silencio por un rato, y fue Jim el que al final tomó la iniciativa de recobrar el humor, aunque fuera un tanto a la fuerza.

    —Está ocupado —le informó esbozando una pequeña sonrisa.

    —Sí, claro —susurró Jane despacio, igualmente forzándose a sonreír.

    La reacción de Mike le dolía, pero no le sorprendía. Su esposo fue el que estuvo en mayor desacuerdo en que hiciera ese viaje justo después de despertar de su coma. Y, por lo que podía ver, el enojo derivado de ello no se le había pasado ni un poco.

    —Permíteme, Jim —se escuchó que la voz de alguien más pronunciaba fuera de cámara, y Jim no tardó en pasarle el teléfono a dicha persona. Un instante después, el rostro que ocupaba la pantalla era el de su viejo amigo, Will Byers—. Hey, El. ¿Cómo lo llevas?

    —Hola —le saludó Jane, sonriendo con mayor autenticidad que antes—. Sigo en una pieza, y es lo que cuenta, supongo…

    A pesar de la recuperación milagrosa que Eleven había tenido, Will no había vuelto aún a New York. Había decidido quedarse en Hawkins unos días más, por lo menos hasta que Eleven volviera. De seguro sabía que Mike iba a necesitar de alguien con quien hablar, y como el buen amigo que siempre había sido, estuvo más que dispuesto a ser ese alguien. La presencia de Will en su casa resultaba reconfortante para Eleven. Si alguien podía cuidar a Mike en su lugar, era él.

    Will se tomó la libertad de caminar junto con el teléfono de Jim hacia algún sitio más apartado, en donde ninguno de los dos jóvenes pudiera oír por completo sus palabras.

    —No te preocupes —le murmuró Will en voz baja, pero con tono reconfortante—. Sabes que Mike no puede durar mucho tiempo molesto contigo.

    —Sí, lo sé —suspiró Eleven con pesar. Amaba a Mike, pero los años le habían demostrado lo terco y cabeza dura que podía ser en ocasiones; quizás eso era algo que tenían en común—. Gracias por estar ahí para él; y también para Jim y Terry.

    —No te preocupes por nada —declaró Will con firmeza—. Aquí estamos todos cuidando el fuerte por ti. Sólo encárgate de lo que debas, y vuelve pronto. ¿De acuerdo?

    —Gracias, Will —masculló El, esbozando otra sincera sonrisa—. Les vuelvo a hablar más tarde, ¿de acuerdo?

    Luego de un par de despedidas adicionales, ambos colgaron, y Jane se permitió dejar salir todo ese cúmulo de emociones en la forma de un profundo y pesado suspiro. Recargó además su espalda entera contra el respaldo del sillón, dejando en evidencia todo lo agotada que se sentía; física y mentalmente.

    —¿Todo bien, Jane? —le preguntó Máxima desde el sillón de enfrente, mirándola con ligera preocupación en su mirada.

    —Sí, todo bien —se apresuró Eleven a responder, forzándose además a sentarse derecha—. Sólo unos cuántos problemas sin resolver en casa. Pero todo se solucionará pronto; yo lo sé.

    —Qué así sea —indicó Max, alzando su botella vacía. Se paró en ese momento con clara intención de dirigirse a la cocina—. ¿Gustas una cerveza?

    —No, te lo agradezco. Estoy tomando algunos medicamentos.

    Max asintió con comprensión, y se retiró de la sala, dejando a Eleven sola; y sí que ella lo necesitaba.

    Sin embargo, ese tiempo a solas no sería mucho, pues justo mientras Máxima pasaba por el vestíbulo de camino a la cocina, alguien llamó en ese momento a la puerta. Eso la hizo detenerse y girar sus talones hacia la puerta. Al abrirla, del otro lado se asomaron dos caras conocidas; un hombre alto y una jovencita delgada más pequeña a su lado.

    —Hey, qué agradable sorpresa —exclamó Max con entusiasmo.

    —Hola —saludó Abra Stone con un curioso dejo nervioso, inusual en ella.

    —Esperamos no importunar —añadió su tío, Dan Torrance, justo después—. Abra en verdad quería venir a saludar.

    —Y como buen tío, vino para acompañarla, ¿no es cierto? —masculló Max con tono burlón—. Pero pasen, están en su casa.

    Max se hizo a un lado para dejarles el camino libre. Abra y Dan aceptaron la invitación sin chistar.

    —Sólo será un rato —indicó Abra ya estando adentro—. Mi padre llega esta tarde, y mi madre quiere que cenemos todos juntos en el restaurante del hotel.

    —Suena a un buen plan —comentó Max, cerrando la puerta—. Matilda y Samara no están, pero volverán en un rato. Y el Det. Sear aún no llega. Pero Jane está en la sala, así que pasen y pónganse cómodos; con confianza. ¿Una cerveza?

    —Sí —respondió Abra casi por instinto, pero justo después logró sentir vívidamente sobre su nunca la mirada de desaprobación de su tío—. Digo, no —se corrigió rápidamente, apenada.

    —Estamos bien, gracias —secundó Dan con tono afable.

    Max se retiró en dirección a la cocina, por lo que los dos recién llegados siguieron su consejo y se dirigieron hacia la sala. Como les había dicho, Jane estaba ahí. Había escuchado sus voces en el vestíbulo, así que los aguardaba.

    —Sra. Wheeler —pronunció Abra con notable emoción al verla, y al instante se dirigió hacia ella, aunque de seguro no tan rápido como le hubiera gustado debido a su herida.

    —Abra —murmuró Eleven con alegría, abrazando a la jovencita con delicadeza una vez que estuvo lo suficientemente cerca—. Qué gusto volver a verte. Igual a usted, Sr. Torrance.

    —Lo mismo digo —comentó Dan desde su posición, asintiendo.

    La mirada del enfermero se fijó fugazmente en el televisor encendido, en el cual continuaban los preparativos para el juego.

    —¿Es fan del americano, Sr. Torrance? —preguntó El con curiosidad.

    —No particularmente de este juego —respondió Dan, negando con la cabeza.

    —En ese caso, no les molestaría acompañarme afuera un rato los dos, ¿verdad? Hay un par de cosas que me gustaría que conversemos, y me parece que sería mejor hacerlo con un poco más de privacidad.

    —Con gusto —respondió Dan, asintiendo.

    Eleven hizo en ese momento el intento de levantarse del sillón apoyada en su bastón, pero fue claro desde el inicio que aquella tarea le resultaría más complicada de lo que pensó.

    —¿La ayudo? —propuso Abra, disponiéndose de inmediato a tomarla de un brazo. Dan, sin embargo, se apresuró a detenerla antes de que lo hiciera.

    —Mejor yo me encargo. Aún no puedes hacer esfuerzos bruscos por tu herida.

    —Ni me lo recuerdes —masculló Abra con molestia.

    Dan tomó entonces a Eleven y la ayudó a levantarse con sumo cuidado. Se permitió además ofrecerle su brazo para que se apoyara mientras los tres caminaban de nuevo hacia afuera. Era notable la experiencia que Danny tenía en ese tipo de tareas, gracias a su trabajo en la casa de asistencia.

    Una vez en el pórtico de la casa, los tres tomaron asiento en la pequeña salita de jardín; la misma en la que días atrás Danny, Abra y Lucy discutían sobre lo que había ocurrido.

    —Muchas gracias, Sr. Torrance —murmuró Eleven agradecida, una vez que le ayudara a sentarse en uno de los sillones—. ¿Cómo se ha sentido usted?

    —Bien, pero estoy llevando la fiesta tranquila aun así.

    —Quizás yo deba hacer lo mismo —bromeó Eleven, y fijó entonces su atención en Abra, que se acababa de sentar en el sillón de enfrente, al lado de su tío—. ¿Y tú, Abra?

    —Mi herida sigue doliendo, pero dicen que ya casi estoy lista para viajar —respondió la jovencita de malagana, colocando sutilmente una mano sobre su costado herido.

    —No pareces muy contenta con la idea de volver a casa —señaló Eleven.

    Abra suspiró, casi pareciendo abatida al hacerlo.

    —No sé si podré simplemente volver, enfocarme en la escuela y en los exámenes para la universidad… luego de todo lo que ha pasado, y siento que aún no ha terminado.

    Su voz sonaba apagada y distante, casi como si pronunciarlas le resultara doloroso.

    —Vimos la conferencia de prensa —comentó tras unos segundos—, y cómo le echaron toda la culpa a esa mujer.

    —Y te molesta que Thorn salga librado sin culpa de esto, ¿verdad? —se aventuró a concluir Eleven.

    —Por supuesto que sí —exclamó Abra, un poco exasperada, pero logró calmarse al instante siguiente—. Pero entiendo por qué ni siquiera podían mencionarlo. No existe nada que pueda demostrar legalmente que tuviera algo que ver con todo el asunto, ¿cierto? Además de que su familia es muy poderosa; terminarían sepultando cualquier acusación, e incluso perjudicando gravemente a los que se atrevieran a hacerla.

    —Fueron algunos de los motivos, en efecto —asintió Eleven.

    —Aun así, hay algo que no entiendo —añadió Abra, sonando casi como una acusación—. El otro día usted me dijo que Damien estaba en un sitio en donde no deberíamos preocuparnos por él, pero en las noticias siguen diciendo que está descansando tranquilamente en su casa.

    —Claramente su “familia poderosa” intenta ocultar lo ocurrido lo mejor que puede. Pero con respecto al verdadero paradero del muchacho, me temo que no estoy en posición de darles más información de la que ya he compartido con ustedes. En parte porque, en realidad, no tengo forma de constatarla por completo. Y en parte, también, porque hacerlo podría ser más peligroso que no hacerlo.

    —Una respuesta bastante evasiva —indicó Dan con recelo.

    —Lo sé, y créanme que para mí esto no es tan fácil como puede parecer. Pero me considero una persona que prefiere decir una verdad a medias, que una mentira. “Los amigos no mienten”, es mi lema. Así que pueden estar seguros cuando les digo que no deben preocuparse de momento por Damien Thorn.

    Para Eleven fue claro que sus palabras no bastaban para traerles calma, y si acaso quizás había logrado provocarles mayores dudas. Pero, al menos de momento, tendría que dejarlos así.

    Eleven volvió a suspirar, apoyó ambas manos en su bastón, y agachó su mirada, como si se sintiera avergonzada. Y cuando volvió a hablar, lo hizo con un tono mucho más cauto y serio. Eso que quería hablar con ellos dos, era ese otro asunto que necesitaba repasar antes de volver a casa, y que esperaba poder zanjar justo ese día. Y las dos personas adecuadas para lograrlo, eran justo las que estaban sentadas delante de ella en ese momento.

    —Y, pese a que no puedo ser tan comunicativa con ustedes, me veo en la penosa necesidad de pedirles que ustedes sí lo sean conmigo, pues hay algo importante que necesito preguntarles.

    Alzó en ese momento su mirada, y observó a cada uno firmemente.

    —Es sobre la mujer que trabajaba para Thorn; la que asesinó a Kali. Me han informado que es probable que ustedes la conozcan.

    La pregunta tomó un poco desprevenidos a Dan y Abra, aunque no demasiado. Abra le había compartido a Dan, posterior a la charla con Lucy, los detalles de aquel incidente en la bodega y lo que había visto, así que sabía de lo que estaba hablando. Y aunque en efecto no eran ignorantes del tema, quizás no tenían a la mano la información que la Sra. Wheeler estaba esperando.

    —No la conocemos a ella, precisamente —aclaró Abra—. Pero hace unos años, tuvimos un encuentro desafortunado con unas criaturas similares. Y mi impresión es que ella pertenecía igualmente a ese grupo.

    —¿Podrían contarme sobre ese encuentro desafortunado? —solicitó El, notablemente interesada.

    Abra y Dan se miraron entre ellos, cuestionándose con la sola mirada si aquello sería buena idea.

    —Es una larga historia —comentó Dan, dubitativo.

    —Me gustan las historias, en especial las largas —indicó Eleven con humor—. Tengo un par en mi repertorio que podría intercambiarles; al menos las que sí pueda contarles.

    De nuevo tío y sobrina se observaron, y al final Abra simplemente se encogió de hombros, indicándole con ese simple gesto que dejaba a decisión de su tío si quería o no hablar de aquello. Después de todo, gran parte del contexto inicial necesario para entender esa “larga historia”, lo involucraba más a él que a ella.

    —Bueno, ¿por dónde empezamos? —exclamó Dan con tono casi teatral—. ¿Ha oído hablar alguna vez sobre un hotel llamado Overlook?

    FIN DEL CAPÍTULO 155
     
  16. Threadmarks: Capítulo 156. Acción de Gracias (II)
     
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    Resplandor entre Tinieblas

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    Capítulo 156.
    Acción de Gracias (II)

    Las rejas automáticas de la Mansión Thorn en Chicago se abrieron esa mañana para cederle el paso a la larga limosina negra, y que ésta saliera de los terrenos para cumplir su encargo. Al volante iba Murray, el leal conductor de la familia Thorn desde los tiempos en los que el Sr. Richard y la Sra. Marion aún vivían. Y, de hecho, fue precisamente tras la muerte de ellos dos, junto con la del joven Mark, que las cosas en la mansión, y en la familia en general, comenzaron a tornarse… extrañas, por decirlo menos. Visitas de personas desconocidas, viajes inesperados, pláticas a puerta cerrada, y conductas de lo más preocupantes por parte de los habitantes de la mansión y sus allegados.

    Era bien sabido que toda familia rica tenía sus excentricidades, pero lo que ocurría en ese sitio no daba la impresión de ser sólo eso. Pero si Murray seguía ahí y había sobrevivido, literal y figurativamente, donde otros no lo habían logrado, era porque había aprendido desde temprano las nuevas reglas de oro: ser siempre leal, hacer lo que te digan, mantener la boca cerrada, y no preguntar. Haz esas cuatro cosas, y serás enormemente recompensado. Rompe alguno de esos puntos, y las consecuencias serán desastrosas. Le había tocado ver aquellas consecuencias en primera fila en más de una ocasión, como para atreverse a ponerlas en duda.

    Y esa mañana del Día de Acción de Gracias había sido el ejemplo adecuado de eso. El Sr. Paul Buher, gerente general de Thorn Industries, se había presentado temprano y comenzado a dar órdenes a todo el personal, como si fuera el señor de la casa. La de Murray había sido sólo una, y bastante simple, al menos en la teoría: “ve al aeropuerto, a la pista privada Número 6, y recoge a la persona que ahí aterrizará.”

    Nada más.

    Y siguiendo las reglas de oro, Murray no preguntó, y se limitó a sólo obedecer sin más. Y una media hora antes de que el avión privado aterrizara en la pista, Murray ya estaba ahí, listo. Y cuando el avión se detuvo, condujo hasta estacionar la limosina a lado de éste. Salió el vehículo y se paró a un lado, listo para abrirle la puerta a quien fuera su nuevo pasajero. Pensó que podría tratarse de la Sra. Ann Thorn, o algún invitado de ésta. Sin embargo, el asombro de Murray fue inmenso al ver quien se asomó de la puerta del avión privado, y paró en la cima de las escaleras de desembarco.

    —Joven Damien —masculló despacio, su voz casi temblando.

    Damien Thorn miró por un segundo a su alrededor desde las escaleras, como si intentara vislumbrar si en efecto estaba en Chicago. Cualquiera que fuera su conclusión, justo después comenzó a bajar con paso calmado los escalones hacia la pista. Se encontraba ataviado con un traje nuevo de color negro, una impecable camisa blanca, una bufanda azul alrededor de su cuello, un abrigo café encima del traje, e incluso una boina en la cabeza a juego con su abrigo; una mejora considerable al atuendo de hospital con el que lo habían sacado de aquella base a mitad de la nada.

    Murray reaccionó hasta que el muchacho ya tuvo sus pies en tierra, y se apresuró a agachar la cabeza y abrirle la puerta de la parte posterior del vehículo.

    —Bienvenido a casa, joven Damien —masculló despacio, intentando parecer mucho más firme.

    —Gracias, Murray —le respondió el muchacho con algo de indiferencia, y sin más se subió al vehículo.

    Murray cerró la puerta, y se dirigió sin espera de regreso al volante.

    —Y… Feliz Acción de Gracias, señor —indicó el conductor una vez que estuvo de vuelta en su asiento.

    Damien lo volteó a ver de soslayo, sólo apenas un poco interesado en lo que acababa de decir.

    —¿Hoy es Acción de Gracias? —susurró en voz baja. Pero antes de que Murray le respondiera, añadió—. No importa. Vamos a casa, y rápido.

    —A la orden.

    La limosina se encaminó de inmediato hacia su lugar de procedencia.

    La enorme e imponente casa se erguía orgullosa y poderosa a las afueras de la ciudad, elevada como el castillo de un rey por encima de todo su reino. Un castillo silencioso y callado, aguardando el regreso de su señor.

    La limosina se estacionó justo delante de las largas escaleras que llevaban a las puertas principales. Al pie de éstas, como si fuera alguna vieja película de época, se encontraban los diferentes sirvientes de la mansión, de pie en fila uno al lado del otro, aguardando. Y cuando Murray abrió la puerta del vehículo, y su único pasajero bajó de éste, todos los sirvientes, incluido Murray, agacharon su cabeza con sumisión.

    —Bienvenido a casa, joven Damien —pronunciaron todos al unísono, como un cantico.

    El chico observó todo aquel acto con ligero hastío en su expresión, pero no les dijo nada. En su lugar se encaminó derecho hacia las escaleras. Los sirvientes se hicieron hacia los lados para que él pasara, y lo siguieron hacia el interior unos escalones detrás.

    Cuando Damien ingresó al largo recibidor de la residencia, se encontró casi de frente con Paul Buher, en un elegante e impecable traje gris oscuro.

    —Damien —pronunció el hombre de cabellos rubios, esbozando una de sus carismáticas sonrisas, y extendiendo sus brazos hacia los lados en señal de bienvenida—. Qué gusto verte en una pieza, muchacho. Pero pasa que estás en tu casa.

    Damien lo observó con expresión estoica un instante, y luego siguió andando hacia el interior. Miró de reojo como los sirvientes que lo seguían se desperdigaron en todas direcciones, como si temieran tardarse un segundo de más en reanudar sus actividades habituales.

    —Te ves bien —indicó Paul, atreviéndose incluso a colocar una mano amistosa sobre su hombro. Damien no le dijo nada para que la apartara. En su lugar, alzó su rostro al aire y preguntó:

    —¿Qué es ese aroma?

    —Me tomé la libertad de pedirle a las cocineras que te prepararan una cena especial para esta noche —le explicó Paul—. Es Acción de Gracias, por cierto.

    —Murray lo mencionó —indicó Damien con algo de apatía.

    Avanzó con paso cauteloso en dirección al comedor, y Paul lo siguió de cerca. El olor de la comida era aún más notoria en ese sitio. Al asomarse al interior del comedor, pudo ver que lo estaban decorando y preparando; pero sólo el puesto de la cabeza tenía su plato, cubiertos y copas. Era claramente una mesa para uno.

    —¿Y Ann? —preguntó inquisitivo, volteando a ver a Paul sobre su hombro. No sólo el que no hubiera un puesto para ella preparado resultaba extraño, sino que ni siquiera estuviera ahí para recibirlo.

    —De viaje —le informó Paul sin muchas vueltas—. Me parece que se dirigía a Los Ángeles para ver cómo está su pasante… Esta chica… ¿Cómo es que se llama?

    —¿Verónica? —inquirió Damien, curioso, y además algo sorprendido.

    —Ella misma —indicó Paul, chasqueando los dedos.

    —¿Sobrevivió?

    —Quedó muy malherida, según escuché, pero recuperándose. Creo que Ann va a ir por ella para traerla para acá. Cuánta dedicación por una discípula, ¿no crees?

    —No me sorprende, en realidad —respondió Damien, sin exteriorizar en realidad mucho interés en sus palabras. Aunque la verdad era que la noticia sí que lo tomaba por sorpresa.

    No había precisamente pensado en Verónica durante todo ese ajetreo de los últimos días, pero inconscientemente había dado por hecho que había muerto aquella noche en el pent-house. La última vez que la vio tenía esa fea herida de bala en el vientre, y justo después se suscitó aquella llamarada de fuego y calor que voló todo en pedazos.

    Lo más lógico hubiera sido suponer que había muerto calcinada por el fuego, aplastada por los escombros provocados por la explosión, o desangrada por su herida. Pero bien decían que algunos insectos rastreros resultaban bastante difíciles de matar.

    Al menos aquella sería una buena noticia para Ann; así no tendría que remplazar a su mascota.

    —Supongo que eso significa que me tocará cenar solo —soltó Damien, como un simple pensamiento al aire.

    —Es probable —mencionó Paul, asintiendo—. Me quedaría contigo con mucho gusto, pero tengo un compromiso importante que atender esta noche. Tú me entiendes.

    —No me interesa —respondió Damien de forma tajante—. Es sólo otro día tonto cualquiera.

    Se giró en ese momento, y ambos se encaminaron en dirección a la sala de estar al otro lado del vestíbulo. Se acercó hacia uno de los sillones y se sentó en él, cruzándose de piernas y apoyándose por completo contra el respaldo. Se veía y sentía cansado, algo que no era habitual en él, pero que podía atribuirse fácilmente a algún remanente de los efectos de las drogas que le habían suministrado, o quizás debido al gran esfuerzo que tuvo que aplicar su cuerpo para curarle todas aquellas horribles quemadura. Lo que fuera, estaba seguro que en un par de días más estaría como nuevo.

    —¿Qué pasó con mis cosas? —cuestionó con severidad—. Mi cámara, mi tableta, mi computadora, mi ropa…

    —Todo debe estar en tu cuarto —le informó Paul con tono calmado—. Por suerte habían empacado y bajado todo antes de… bueno, de lo ocurrido.

    —¿Y cuál es la historia? —preguntó Damien a continuación, sonando incluso divertido al hacerlo—. De lo sucedido en Los Ángeles, me refiero. ¿Qué es lo que la gente cree que pasó?

    Paul sonrió, también quizás un poco divertido al pensar en ello. Se abrió un botón de su saco, y se sentó en el sillón justo delante de Damien, para así explicarle con más calma.

    —La versión oficial de los medios es que fue un intento de secuestro, orquestado por un grupo terrorista o algo parecido. Combinado con una desafortunada fuga de gas.

    —Divertido —indicó Damien con ironía—. ¿Y en serio se lo creyeron?

    —Lo suficiente, al menos. Los hechos aún no están del todo claros, pero en general se culpa a ese hombre que ingresó a la fuerza y disparó a la discípula de Ann.

    Damien no había olvidado a ese sujeto, y en especial todas las cosas extrañas que había dicho. Claramente no era parte de los soldados que lo habían apresado, ni tampoco parecían venir con la otra mujer.

    —¿Qué pasó con él?

    —Murió por sus heridas —indicó Paul—. Su identidad aún es desconocida, pero seguimos investigando.

    —¿Y la mujer? ¿La que me calcinó vivo?

    —De eso no tengo detalles, ni hay información sobre ella en ningún medio. O bien, logró escapar, o fue aprehendida también por el DIC.

    Eso no le agradó a Damien ni un poco, y lo dejó ver en la forma en que su mirada se agudizó al instante. Aquello incluso puso un poco nervioso a Paul, pero intentó disimularlo.

    La idea de que una persona, fuera quien fuera, que lo hubiera lastimado tanto siguiera por ahí libre y sin consecuencia alguna por lo que había hecho, hacía que la sangre de Damien hirviera de la rabia. Le enojaba incluso más que el hecho de haber sido aprehendido por esos individuos armados. De haber estado por completo en condición, podría haber hecho que todos ellos se mataran entre ellos con tan sólo pensarlo, incluida esa que lo había azotado contra las paredes. Pero fue culpa de lo que esa mujer le hizo, y por supuesto de Abra, que no hubiera podido defenderse por completo.

    Pero ya vería ese tema después. Tenía otras preguntas que necesitaban respuestas primero.

    —¿Y dónde se supone que estuve todo este tiempo? —preguntó curioso.

    Paul se serenó una vez que Damien también pareció hacerlo, y siguió explicando con la misma elocuencia que antes.

    —Oficialmente dejaste Los Ángeles antes de que todo ese desastre ocurriera. Ya tenemos preparados los manifiestos que prueban que te subiste a tu avión, y te bajaste aquí en Chicago esa misma noche. Desde entonces has estado aquí en casa, descansando de un resfriado, y recuperándote de la fuerte impresión que te provocó enterarte de lo sucedido. Has dado declaraciones a través de los abogados de Thorn, y te mantienes fuera del ojo público hasta que nos aseguremos que no hay peligro. Pero claro, el que no te muestres en tantos días ya ha dado lugar a un par de teorías conspirativas que no nos favorecen. Así que en cuanto Neff nos diga que el tema con el DIC ha sido finiquitado, sería bueno que hicieras alguna aparición pública. Y claro, que vuelvas a la escuela. El lunes mismo, de ser posible…

    —¿Dónde está Neff? —preguntó Damien de golpe, cortándole de forma inesperada.

    —En Washington —contestó Paul—, o eso me parece. Se está encargando de dar los últimos toques a tu operación de rescate. Tomar el control absoluto de una poderosa agencia del gobierno, resulta más complicado que disparar un par de balas.

    Damien arqueó una ceja en ese momento, al parecer intrigado por esa última explicación.

    —¿Tomar el control, dices? ¿Esa fue la intención de todo esto? ¿Matar a todos los dirigentes de esa agencia y sumar sus recursos a la Hermandad?

    —En parte, sí. Pero claro, la intención principal era ponerte a salvo.

    Damien lo observó fijamente no dejando del todo claro en su expresión si aquello le convencía o no.

    —Quiero hablar con Neff, en persona —ordenó con severidad—. Comunícate con él y dile que venga aquí cuanto antes.

    —Por supuesto —asintió Paul.

    —Y luego de eso, quiero hablar con los Apóstoles. Con los diez.

    Aquello sí que tomó por sorpresa a Paul, aunque quizás no demasiado.

    —Entenderás que no es posible que todos estén en persona en el mismo sitio.

    —No importa, con qué puedan oírme fuerte y claro. Algunas cosas habrán de cambiar de aquí en adelante, y será mejor que todos lo sepan de una vez.

    —Claro —susurró Paul despacio—. Yo me encargo de eso, no te preocupes.

    El gerente de Thorn revisó rápidamente la hora en su reloj de muñeca, y al instante se puso de pie.

    —¿Hay algo más que pueda hacer por ti? —le preguntó con tono quizás demasiado amistoso.

    —Sí —respondió Damien—. ¿Qué pasó con Esther, Lily, y Samara? ¿Y James y Mabel?

    Paul pareció un poco perdido, incapaz de conectar en un inicio aquellos nombres con algún rostro o asunto concreto. Al final tuvo más que nada intuir de qué estaba hablando.

    —Te refieres a las niñas que estaban contigo en Beverly Hills, ¿verdad? Si es así, te recomiendo leas las noticias. Te lo explicarán mejor que yo.

    Damien no comprendió qué quería decir con eso, pero Paul parecía demasiado apurado por retirarse; si es que en efecto era en serio que tenía otro compromiso.

    —Ahora, si me disculpas, debo retirarme. Si necesitas cualquier cosa…

    El muchacho agitó una mano con indiferencia en el aire, indicándole que se largara de una vez. Paul le tomó la palabra, asintió una vez a modo de despedida, y se dirigió sin más a la salida.

    Damien permaneció sentado en su sitio unos minutos más; en parte descansando de todo el ajetreado viaje de regreso, pero también reflexionando en todo lo que Paul le había compartido. Miró además a su alrededor, contemplando aquella sala, sus muebles viejos, su tapiz opaco, el cuadro de su tío, Ann, Mark y él colgado sobre la chimenea… Todo le resultaba bastante ajeno, incluso desde días posteriores a la muerte de Mark. Ahora ese sentimiento se había acrecentado tras esas semanas que estuvo fuera.

    Muchas cosas habían pasado y cambiado en él en ese lapso de tiempo. Y no sería en vano.

    —Joven Damien —pronunció la voz de una de las mucamas desde la entrada de la sala—. La cena se servirá en un par de horas —le informó.

    —Estaré en mi recamara —respondió sin más, y se paró en ese momento del sillón y se encaminó a la salida—. Que nadie me moleste hasta que sea hora de comer.

    —Sí, señor —respondió la sirvienta, agachando la mirada cuando el joven pasó a su lado.

    Damien subió las escaleras hacia la planta superior, y se fue directo y sin escala hacia su cuarto. Aquel sitio le resultaba incluso más ajeno y desconocido que la sala. La cama de cobertor rojo, demasiado amplia para una sola persona; el televisor de cincuenta pulgadas potrado en la pared, con todas sus consolas de videojuegos y reproductor de blu-ray colocados en el mueble justo debajo de ella; la pequeña sala para invitados con muebles minimalistas y prácticos; el lujoso baño con jacuzzi; incluso su cuarto para impresión y revelado de fotos que se había mandado a construir hace un par de años.

    Todo eso y más era suyo, y en esos momentos eran insignificantes e inútiles para él. Cosas que bien podría bien pertenecer a cualquier otro imbécil.

    Era una sensación extraña, que ciertamente le incomodaba. Esperaba que se le pasara pronto, conforme pasara más tiempo ahí.

    Como Paul le había dicho, al pie de la cama encontró su equipaje, incluido su maletín, y la mochila especial para su cámara. Todo había sobrevivido al incendio, gracias en parte a que Verónica había bajado todo en preparación para su partida al aeropuerto. Quizás eso debería agradecérselo, pero dudaba que lo hiciera.

    Se dirigió directo a su maletín, y extrajo de éste su tableta. Se tumbó en la cama y encendió el dispositivo. En lugar de perder el tiempo recorriendo sus redes sociales, se fue directo al buscador para navegar entre las noticias recientes.

    Lo que Paul le había dicho sobre que leyera las noticias para saber qué había ocurrido con Samara y los demás, aún lo tenía intrigado. Así que buscó notas referentes al incidente de Beverly Hills, y todas decían más o menos las versiones de los hechos que Paul le había compartido, y muy pocas lo mencionaban a él directamente; y ninguna hablaba de tres niñas, o de alguien con la descripción de Mabel o James.

    «Por supuesto que no, ninguno estaba en el edificio cuando aquello pasó» se dijo a sí mismo, casi como si se regañara. Pero si no eran noticias sobre el incidente del pent-house, ¿a qué noticias se refería Paul?

    Se arriesgó entonces a buscar directamente noticias recientes por los nombres: Samara Morgan, Leena Klammer, y Lilith Sullivan. Y ahí sí que encontró bastantes resultados; bastantes más de los que hubiera querido.

    —¿Qué demonios? —exclamó estupefacto tras leer apenas la mitad de la primera noticia, tanto que tuvo que sentarse de nuevo—. No puede ser…

    Básicamente reportaban haber “encontrado” a Samara sana y salva, y culpaban de todo el incidente a Esther. Y encima de todo, James y Mabel habían pasado a ser sus cómplices en todo el secuestro. Una elaborada e ingeniosa pantomima, orquestada, si tenía que apostarlo, por ese detective y esa mujer que habían ido por Samara.

    No supo si aquello le enojaba o divertía.

    Al menos, de nuevo, su nombre no venía mencionado en ninguna nota, lo cual era bueno.

    Y ahora sabía que Samara seguía en Los Ángeles, posiblemente bajo custodia de servicios infantiles, y próximamente se reuniría con su padre. Sin embargo, no sabía qué deseaba hacer con esa información. ¿Debía dejarla en paz y olvidar lo ocurrido? ¿O buscarla para saldar ese asunto que tenían sin resolver?

    De lo que sí no tenía idea era del paradero de Esther, Lily, James o Mabel. De seguro los cuatro estaban huyendo para esos momentos. Y aunque no sería imposible encontrarlos (aunque sin Mabel resultaría un tanto más complicado), tampoco estaba seguro si valdría la pena el esfuerzo. Pero ya tendría tiempo para decidirlo.

    Pero de todos, había una persona en específico que sabía bien no dejaría salir por completo librada de todo eso. Y encabezaba el puesto número uno de sus asuntos por resolver en cuanto estuviera de nuevo en acción. Esa persona, fue justo la de la fotografía que abrió en grande en su tableta, una vez minimizó el navegador y entró a su galería. La hermosa imagen de aquella chica de ojos azules y cabello rubios rizados abarcó toda la pantalla del dispositivo, y Damien no pudo evitar quedarse contemplándola un buen rato, pese a que la había visto ya cientos de veces antes.

    —Abra, Abra, Abra —masculló despacio, mientras tocaba sutilmente la pantalla en el área del rostro de la chica—. Espero no te hayas olvidado de mí, porque no he terminado contigo. No aún…

    — — — —
    Eleven escuchó atentamente el relato entero de Dan y Abra, sobre su encuentro con el mortífero grupo que ellos conocían como el Nudo Verdadero. Y lo que ambos le fueron describiendo y contando, fue tan impactante que apenas fue capaz de expresar opinión alguna al respecto, hasta que el relato terminó.

    El se apoyó contra el respaldo del sillón, y aferró firmemente las manos a su bastón, casi como si temiera caerse si no lo hacía, pese a que se encontraba sentada.

    —Aún no puedo digerir por completo lo que me acaban de decir —susurró en voz baja, un tanto distante—. En todos estos años he visto muchas cosas; y en serio, muchas. Pero lo que me cuentan… Un grupo de seres que asesinan niños, de maneras brutales, sólo para alimentarse de su Resplandor… Es simplemente horrible.

    —Fue horrible —recalcó Abra con firmeza.

    Eleven dejó escapar entonces un largo y pesado suspiro.

    —Sin embargo, me temo que tampoco me toma del todo por sorpresa —declaró de pronto, tomando un poco desprevenidos a sus dos acompañantes.

    —¿Cómo es eso? —preguntó Dan, curioso.

    —Hace algunos años, supe de un par de casos de niños resplandecientes que habían desaparecido sin dejar rastro, y fue un patrón que se fue repitiendo en más ocasiones. Hay otras personas que igualmente se habían dado cuenta de esto, y lo estaban investigando también. Pero, hasta donde sé, nunca dieron con alguna pista de quién estaba detrás de todos esos incidentes. Pero ahora creo que este Nudo del que hablaban, podrían ser en efecto los verdaderos responsables.

    —Eso no podríamos asegurarlo —comentó Dan, encogiéndose de hombros—. Pero es posible.

    —Y esa mujer, la que mató a Kali… ¿es entonces uno de ellos?

    De eso Danny no tenía certeza alguna, pues quién había tenido el encuentro con dicha persona, y le había contado al respecto, fue justo su sobrina. Así que dejó que ella respondiera. Y dicha respuesta fue bastante más directa y segura que la de su tío.

    —Estoy segura que sí. Lo vi en sus ojos, los mismos ojos de Rose. Además, por las cosas que me dijo, estaba claro que sabía quién era yo, y quería vengarse de lo ocurrido.

    —Entonces, ¿algunos miembros de ese grupo pudieron haber sobrevivido? —masculló Eleven, pensativa.

    —Era una posibilidad que habíamos considerado, pero nunca comprobado hasta ahora —señaló Danny.

    —Pero con lo que hicieron en esa conferencia de prensa, le han pegado donde más le duele —dijo Abra de pronto, y en sus labios se esbozó una singular sonrisa de satisfacción al decirlo—. Ellos siempre se movieron mezclados entre la gente, usando al máximo su anonimato. Pero ahora que todo el mundo ha visto su cara, no podrá seguir escondiéndose. Aunque no la atrapen, tendrá que vivir el resto de su existencia huyendo, hasta que la falta de vapor la consuma y se muera como todos los demás.

    Eleven la observó en silencio, con una ligera dosis de suspicacia en su mirada, mientras la jovencita ante ella pronunciaba todo aquello. Y aunque compartía su deseo, en especial por lo ocurrido a Kali, no pasó desapercibido para ella el fuerte sentimiento beligerante, casi agresivo, que había acompañado a sus palabras. Aquello inevitablemente le recordó un poco a la manera de hablar de Charlie, o incluso de la propia Kali. No le extrañaba que las tres se hubieran llevado tan bien.

    Sin embargo, mientras que en el caso de Charlie y Kali todo ese fuego se había originado tras años de huir y luchar, de momento Eleven no podía imaginarse qué había provocado tal agresividad en la joven Abra. Y no era por su edad, pues ella misma tuvo que forjarse una actitud parecida desde muy temprano en su vida. Pero no parecía ser del todo su caso; tenía a sus padres, a su tío, amigos, una buena vida… Pero quizás la estaba prejuzgando demasiado pronto.

    —Aun así, no podemos estar seguros que no vuelva a intentar atacarnos —intervino Danny tras un rato—. Ni tampoco de todo lo que es capaz, o de cuántos puede haber aún ahí afuera. La sola existencia de uno ya es por sí solo preocupante.

    —No se preocupen —señaló Eleven, esbozando una sonrisa confiada—. Estoy segura de que tarde o temprano la atraparán. En especial luego de que proporcione a mi amigo toda esta nueva información que me han dado.

    —¿A quién? —preguntó Abra, intrigada.

    —Alguien cuyo trabajo es lidiar con este tipo de cosas —señaló Eleven, sonando casi enigmática al hacerlo.

    Tanto Dan como Abra presintieron que eso tenía que ver con todo aquel asunto del que no les podía decir mucho, así que no insistieron. Con ese tema no, al menos. Pero había otro que resultaba de aún más interés para Abra.

    —Sra. Wheeler —pronunció la jovencita, jalando su atención—. ¿Ha sabido algo de Roberta? ¿Se encuentra bien?

    Eleven volvió a suspirar, similar a como hace un rato.

    —Sé que está con vida —contestó—. Pero es difícil decir si se encuentra bien. Sólo puedo decirte que está recorriendo el camino que ella misma decidió hace muchos años recorrer.

    Abra asintió lentamente, aunque claramente no estaba por completo convencida; ni con esa respuesta, ni con básicamente nada de lo que habían hablado en ese sitio.

    —Entonces eso es todo, ¿no? —exclamó con tono cortante—. Ya no hay más que hacer. Sólo irnos y fingir que nada pasó.

    —Volver a nuestras vidas, y con nuestras familias —le corrigió El—. Volver a lo que siempre debió ser.

    —No siento que sea así —masculló Abra con voz áspera, y se giró hacia un lado, pensativa. Y de nuevo, Eleven se sintió un poco inquieta con su sentir.

    Toda esa horrible experiencia había marcado a más de uno de ellos, y en más de una forma. Pero para Abra, parecía que los efectos aún seguían haciendo efervescencia en su interior. Quizás unas cuantas sesiones de terapia con Matilda servirían para calmarla. Sólo tendría que encontrar el momento adecuado para proponerlo.

    Antes de que cualquiera dijera algo más, Sarah Wheeler, la hija mayor de El, se asomó hacia ellos desde la puerta principal, jalando su atención. Y aunque al principio creyeron que buscaba a su madre, su mirada se fijó de hecho en la joven Stone.

    —Abra, ¿tienes un momento? —comentó Sarah, alzando una mano en la sostenía su teléfono para que ella lo viera—. A Terry le gustaría hablar contigo.

    —¿Terry? —exclamó Abra en alto, notablemente exaltada, y se puso de pie rápidamente—. ¿Cómo está?

    —Pregúntaselo tú —le respondió Sarah con un tono risueño, extendiéndole el teléfono.

    Abra no necesitó que le insistiera dos veces.

    —Vuelvo enseguida, tío Dan —dijo con apuro, mientras se dirigía presurosa hacia Sarah.

    —Tómate tu tiempo, enana —murmuró Dan con humor, y observó atento como Abra tomaba el teléfono que Sarah le ofrecía, y entraba justo después junto con ella al interior de la casa—. Mi sobrina y su hija se hicieron amigas allá en Hawkins —comentó girándose de nuevo hacia Eleven.

    —Algo así escuché —susurró El, asintiendo—. Y sentí también un poco como jugueteaban en mi cabeza.

    —Sí, lo siento —masculló Dan, apenado—. Creo que yo también fui partícipe de ello, ahora que lo menciona.

    —Todo salió bien al final, y es lo que importa.

    Dan adoptó una postura más seria en ese momento. Inclinó su cuerpo hacia adelante, apoyando los codos en sus muslos, y miró a Jane fijamente. Fue claro para ésta que deseaba decir algo.

    —Ahora que Abra no está, necesito preguntarle una cosa —susurró despacio, como un secreto sólo para los dos—. Aunque sé que muy seguramente no pueda responderme.

    —Lo haré si así puedo —respondió El con calma.

    —¿En verdad el tal Damien Thorn no es más una amenaza? ¿Para nosotros… y en especial para Abra? —preguntó Dan con consternación, mirando de reojo hacia la puerta por la que Abra se había ido.

    —No puedo garantizar que vaya a ser así para siempre —respondió Jane, negando con la cabeza—. Sólo que, de momento, tenemos que dejar que alguien más se encargue.

    —¿Ese amigo suyo que mencionó? —soltó Dan inquisitivo, pero Eleven se mantuvo callada—. Está bien. Le tengo entonces otra pregunta: ¿quién era realmente ese chico? O, más bien, ¿qué era? Lo pude tocar de cerca en aquel momento cuando volqué todas mis energías en él. Y quizás no pude ver lo mismo que Abra percibió, pero sí lo suficiente para saber que no era un simple resplandeciente. Pero tampoco era como los miembros del Nudo Verdadero. Había algo más ahí; algo que me ha tenido inquieto desde entonces.

    —Sé de lo que habla —masculló Eleven, agachando la cabeza—. Yo también lo sentí cuando me atacó y me dejó en ese estado. Y me gustaría darle alguna respuesta clara, pero la verdad es que yo tampoco la tengo. Aunque, hace poco, alguien me compartió su idea sobre qué era realmente a lo que nos enfrentamos. Pero…

    Dejó la frase a medio empezar, y Dan esperó unos momentos que la complementara, sin obtener lo que esperaba.

    —¿Pero qué? —preguntó un poco insistente.

    Eleven vaciló. ¿Debía compartirle las cosas que el padre Babatos le había compartido? Por una parte, no sabía si aquello pudiera causar más confusión y miedo del que claramente el Sr. Torrance y su sobrina sentían. Y además, ni siquiera estaba segura de poder darse a explicar de forma clara con todo ese asunto del Anticristo y el Fin del Mundo, pues tampoco era que ella lo entendiera muy bien.

    Quien era de hecho más experto en esas cuestiones era Cole, además de que había hablado en más ocasiones con el padre Babatos y sus allegados sobre ese tema. Quizás él pudiera explicarse mejor.

    Y como si aquel pensamiento lo hubiera invocado de alguna forma, justo en ese momento los dos notaron como un vehículo entraba en la propiedad por el camino de acceso y giraba en la glorieta de la entrada para quedar estacionado justo frente a la casa. Era un taxi amarillo, del cual unos segundo después se bajó precisamente el Det. Sear. En un brazo cargaba una botella de vino de vidrio opaco, con un moño rojo en él. Vestía un traje formal gris oscuro y camisa azul, sin corbata como era habitual en él.

    Antes de dirigirse a la casa, Cole se inclinó sobre la ventanilla para pagarle al conductor, y éste se dirigió rápidamente de nuevo a la calle.

    —Hey, buenas tardes —saludó Cole, al tiempo que subía las escaleras del pórtico.

    —Buenas tardes, Cole —le respondió Eleven con una sonrisa cordial en los labios—. ¿Recuerdas al Sr. Torrance? —Señaló entonces con una mano al hombre sentado delante de ella.

    —Claro, el tío de Abra —indicó Cole, y le extendió entonces la mano—. Un placer.

    —Igualmente —contestó Dan, estrechándole la mano con la misma firmeza que Cole—. Abra habla muy bien de usted y de la Dra. Honey.

    —Hablando de ella, ¿Matilda ya volvió? —inquirió Cole curioso, girándose hacia Eleven.

    —No aún, me temo. ¿Sabes tú acaso a dónde iba?

    —Tal vez —respondió el detective con voz enigmática—. Pero te sugiero que mejor le preguntes a ella cuando vuelva. Traje este vino —comentó de pronto, alzando la botella que traía consigo, y por supuesto cambiando el tema—. Espero que quede bien con la comida.

    —De seguro Jennifer lo apreciara —indicó Eleven con elocuencia. Le extendió entonces un brazo a su joven protegido—. ¿Te molestaría ayudarme a entrar de nuevo?

    —Seguro —respondió Cole, y se acercó de inmediato a ella.

    Mientras sostenía la botella con una mano, le extendió su brazo libre para que Eleven pudiera tomarlo y apoyarse en él para alzarse. Ella así lo hizo, pero fue evidente que el esfuerzo no le resultó sencillo.

    —Sr. Torrance —musitó El despacio, girándose hacia él una vez más—. Como le dije, lo mejor será que Abra y usted vuelvan a casa y reanuden sus vidas lo más pronto que puedan. No dejen que Damien Thorn se vuelva una obsesión, en especial para su sobrina.

    —Lo intentaremos —respondió Dan, aunque no sonando de hecho muy convencido.

    Eleven asintió una vez, y comenzó entonces a caminar hacia el interior de la casa, apoyada a cada paso del brazo de Cole.

    —¿De qué estaban hablando? —le susurró en voz baja el detective una vez que estuvieron a una distancia prudente.

    —De todo un poco —indicó Eleven con tono bromista—. Me temo que será complicado para nuestros nuevos amigos dejar todo este asunto de lado.

    —No serán los únicos —musitó Cole con voz casi abatida. La marca negra que seguía adornando el dorso de su mano, terminó irremediablemente jalando su atención.

    — — — —
    El hospital parecía ligeramente más ajetreado ese día, pero al menos no por malas razones. Era Acción de Gracias, y aunque la gente seguía enfermándose y accidentándose incluso en dicha fiesta, era evidente que eso no impedía que el personal en guardia se tomara un poco más tranquila su jornada.

    Por su parte, fuera de su terapia física, que era principalmente salir a caminar un rato en el pasillo lo mejor que su pierna y costado heridos le permitían, Verónica pasaba gran parte del día sola en su habitación. Y su entretenimiento en esos casos se limitaba a leer, ver la televisión, revisar las redes sociales en el teléfono nuevo que los abogados de Thorn le habían conseguido… y espiar a Mabel a la distancia.

    Para ese punto aún no se había contactado con la Doncella para darle las siguientes instrucciones de lo que debía de hacer. En parte porque deseaba hacerla sufrir un poco, y en parte también porque había algunas cuestiones que necesitaba afinar antes de marcarle el próximo paso. Y, lamentablemente, desde su posición tan limitada en ese cuarto de hospital no le resultaba sencillo. Pero si todo salía bien, la darían de alta muy pronto, y ya afuera podría moverse con mayor libertad. Aunque bueno, eso de “moverse” con completa libertad era evidente que tomaría algún tiempo. Sus poderes podían ayudar a que esas heridas sanaran, pero sólo hasta cierto punto. Para lo demás, requeriría simple reposo.

    «Pero si todo sale como lo deseo, ese dejará también de ser un problema» pensó divertida, mientras presionaba un poco su mano sobre el vendaje de su costado. Pero para eso, aún debía esperar un poco más.

    Alguien llamó a la puerta, y casi al instante ingresó al cuarto. Las únicas que hacían eso eran las enfermeras, así que a Verónica no le extrañó ver del otro lado el rostro conocido de la misma que la había atendido en ocho de cada diez ocasiones desde que estaba ahí.

    —Buenas tardes —saludó la mujer con tono alegre.

    —Buenas tardes —le respondió Verónica, sonriéndose escuetamente de regreso.

    La enfermera avanzó hacia la camilla. En una mano cargaba un plato de comida, y en la otra un vaso con alguna bebida.

    —¿Cómo te encuentras, querida? —le preguntó al tiempo que colocaba la comida sobre la mesita de la camilla, y la giraba para colocarla delante de la paciente.

    —Lista para correr un maratón en cuanto me den de alta —indicó Verónica con tono burlón.

    La enfermera presionó entonces un botón lateral de la camilla, que hizo que la parte superior se elevara y así Verónica pudiera sentarse con mayor comodidad.

    —Sé que debe ser horrible pasar Acción de Gracias sola, y además hospitalizada. Pero para animarte un poco, te traje algo de pavo y puré de papa que están sirviendo en la cafetería, además de sidra de manzana. No están tan ricos en realidad, pero…

    —Huele delicioso —indicó Verónica con amabilidad, inclinándose un poco sobre el plato para olfatearlo—. Muchas gracias. Usted ha sido muy amable conmigo desde que estoy aquí.

    —Es mi trabajo. Además…

    La enfermera vaciló un momento, y al final pareció optar por no decir lo que tenía en la mente. Aun así, había dejado bastante en evidencia su intención.

    —¿Qué? —preguntó Verónica, risueña y divertida.

    —No, nada —masculló la enfermera, negando con la cabeza—. Es sólo que me recuerdas tanto a mi pequeña hija. Aunque ya no es tan pequeña. Hace tanto que no la veo, porque se fue a Houston por trabajo. Pero quizás venga para…

    Pareció darse cuenta de golpe que quizás estaba hablando de más, lo que la hizo cortar su frase, y soltar en su lugar una pequeña risilla nerviosa.

    —Lo siento. No sé por qué empecé a hablar de eso. No es profesional…

    —Descuide —indicó Verónica con tono calmado—. Estoy segura que su hija es feliz, y trabaja muy duro… chupándole la verga a su jefe desde debajo de su escritorio, mientras éste gime como cerdo en celo…

    La expresión de Verónica se mantuvo inmutable y estoica mientras pronunciaba aquellas palabras, pero algo en su voz se había vuelto más profundo, burlón, incluso algo hiriente. La enfermera la miró confundida, pero bastante más de lo que lo sería en circunstancias normales. Había oído lo que dijo, pero al mismo tiempo no. Casi como si alguien más lo hubiera dicho; alguien incluso en el pasillo, y no en esa habitación.

    —¿Qué? —murmuró la mujer, despacio—. ¿Qué dijiste, perdón?

    —Que espero que su hija venga para Navidad —indicó Verónica, esbozando una sonrisita dulce.

    —Ah, sí —exclamó la enfermera, y de pronto toda la preocupación de hace un momento se esfumó—. Yo también lo espero. Bueno, disfruta tu cena.

    —Muchas gracias.

    La enfermera se dirigió a la puerta, pero incluso en su manera de caminar se notaba la confusión que le reinaba.

    Verónica sonrió complacida una vez que estuvo sola. Su magia tardaría un poco en recuperarse por completo, pero era lo usual cada vez que estrenaba un nuevo nombre. Además de que la debilidad de ese cuerpo en particular tampoco ayudaba. Pero era bueno ver que ya era capaz de hacer algunos trucos para jugar con las mentes más débiles. Sólo debía ser cuidadosa con el cómo y el dónde usarlos.

    Tomó los cubiertos de plástico, y se dispuso a probar el pavo. No tenía ninguna expectativa con respecto al sabor, y aun así terminó siendo peor de lo que se esperaba.

    «Necesito salir rápido de este sitio y comer algo decente» pensó con fastidio. Pero igual no le quedaban más opciones, así que siguió comiendo de malagana.

    Ya iba a la mitad del plato, cuando escuchó que alguien llamaba de nuevo a la puerta, y segundos después entraba. En esa ocasión, sin embargo, la persona que se asomó del otro lado no era otra enfermera, sino un rostro mucho, mucho más familiar; ni más ni menos que Ann Thorn en persona, luciendo un elegante atuendo ejecutivo color negro, un abrigo del mismo color encima y, por supuesto, sus llamativos e hipnotizantes labios pintados de rojo. La mujer se quedó un instante en silencio, mirándola desde la puerta con consternación.

    «Vaya sorpresa» pensó Verónica, genuinamente destanteada. Pero se forzó de inmediato a no dejarse llevar por el imprevisto y adoptar el papel. Dejó escapar entonces de su boca un escueto y débil:

    —¿Mamá…?

    Aquello pareció hacer reaccionar a Ann. Rápidamente cerró la puerta detrás de ella, y se aproximó presurosa hacia la camilla.

    —No sabes cuánto deseaba verte, mi pequeña —murmuró con congoja en su voz. Se acercó hacia ella, hasta que pudo rodearla firmemente con sus brazos—. Creí por un momento que te había perdido de nuevo.

    —Estoy bien —masculló Verónica despacio—. Sólo un poco adolorida.

    —Lo siento —exclamó Ann, apartándose rápidamente temerosa de haberla lastimado. Se acercó entonces la silla para visitantes, y se sentó a un lado de la camilla—. Lamento haber tardado en venir. Estaba…

    —Encargándote de asuntos importantes —completó Verónica con tono calmado—. Lo sé, no te preocupes.

    Ann extendió una mano, estrechando firmemente una de las de Verónica entre sus dedos.

    —Esto es mi culpa —indicó Ann con tono abatido—. Nunca debí haberte pedido que fueras a Los Ángeles. De no haberlo hecho…

    —No, mamá, no digas eso —le interrumpió Verónica con firmeza—. De hecho, creo que justo gracias a eso pude estar en el sitio correcto, en el momento correcto. Como si hubiera sido mi destino estar esa noche en ese lugar.

    Ann la observó visiblemente confundida por tal afirmación.

    —¿Eso crees en verdad?

    —Tal vez —respondió Verónica con un dejo enigmático—. Pero de ser así, estas heridas valdrán la pena al final. Sólo espera.

    —Quisiera poder ser tan optimista como tú —suspiró Ann, escéptica.

    —Lo que tengo es fe, mamá.

    Ann asintió. Al parecer no entendía del todo de dónde venían esos pensamientos por parte de su hija, pero al menos parecía de momento estar dispuesta a respetarlos.

    —¿Y Damien? —preguntó Verónica, al tiempo que tomaba de nuevo sus cubiertos para seguir comiendo.

    —Está a salvo y de vuelta en casa, descansando.

    —Me tranquiliza escuchar eso.

    —Pero, ¿tú cómo estás? —insistió Ann—. ¿Qué han dicho los doctores?

    —Son optimistas. Dicen que tuve bastante suerte, y me pondré bien pronto.

    —Eso espero —declaró Ann, ferviente—. En cuánto te den de alta, te llevaré conmigo a casa para que puedas descansar y recuperarte.

    Aquello jaló de nuevo la atención absoluta de Verónica, obligándola a olvidarse del pavo por un momento; incluso del pedazo que aún no había terminado de masticar del todo.

    —¿A casa? —inquirió confundida—. ¿A cuál casa?

    —A la mansión Thorn, por supuesto —indicó Ann con inesperada seguridad—. Te quiero cerca de mí para poder cuidarte, como una madre debe hacer.

    Verónica permaneció inmóvil y asombrada por fuera, mientras que por dentro… ciertamente también se sentía sorprendida por tan repentina proposición que no estaba en sus planes. Pero también sonreía satisfecha, pues quizás ni siquiera habiéndolo planeado con anticipación podría haber dado tan perfectamente en el clavo

    «Eso podría funcionar» pensó complacida. Pero siguió aun así manteniendo la máscara que cualquiera esperaría que Verónica tuviera en esos momentos.

    —Oh, yo… no creo que a Damien le agrade esa idea —masculló despacio con voz nerviosa.

    —Pues tendrá que hacerse a ella —declaró Ann con férrea convicción—. Es hora de que deje de una vez sus berrinches.

    —¿Y en verdad crees que te hará caso?

    —De eso no te preocupes —indicó Ann con mayor dulzura, estrechando de nuevo su mano—. Sólo come y descansa. Yo estaré aquí a tu lado.

    Verónica sonrió, y volvió a tomar los cubiertos ante la indicación de su madre.

    —¿No lamentas tener que pasar Acción de Gracias en una habitación de hospital sólo conmigo?

    —No hay ningún otro sitio en el que quiera estar en estos momentos —indicó Ann, y sonaba sincera; demasiado, para el gusto de la nueva Verónica.

    «Ay, Martina, Martina. Tanto potencial, tantas aspiraciones… Pero el amor por tu hija y por Damien siempre ha sido tu punto ciego. Uno esperaría que hubieras aprendido a cerrar mejor tu corazón tras el fiasco con Adrián, pero aquí estás; tropezando de nuevo con la misma piedra. Tendrás que aprender de nuevo por la mala»

    Pero, por supuesto, no expresaría en voz alta ninguno de esos pensamientos. En su lugar, expresó un simple:

    —Gracias, mamá…

    — — — —​

    Como acordaron, Samara aguardaría en la sala de espera, mientras Matilda era guiada hacia la sala de visitas. La idea de dejar a Samara sola en un sitio así la tenía aún algo intranquila, aunque fuera prácticamente a unos pasos de la entrada. Pero la niña pareció no importarle, y ella misma le indicó que estaría cuidada por todos los guardias que ahí había. Matilda lo aceptó, un poco regañadientes. Le dejó su teléfono para que se entretuviera un poco, pero no esperaba que le tomara demasiado.

    No era la primera vez que Matilda visitaba una prisión. Hace un par de años le tocó ir a ver a la madre de una de sus pacientes en una correccional de Ohio, y en otra ocasión un colega le pidió su evaluación de un joven encarcelado, para así determinar si podía ser juzgado como adulto por el homicidio de sus padres. Ambas ocasiones no fueron precisamente muy agradables, pero ninguna se comparaba al hueco que sentía en el estómago mientras caminaba por el pasillo hacia la sala de visitas. Eso sin contar que en esas dos ocasiones su visita había sido meramente profesional; ésta, era personal, y eso lo hacía todo aún peor.

    La sala era cuadrada, de paredes y techos blancos, con diferentes ventanillas de cristal grueso a lo largo, a través de las cuales se podía ver hacia el otro lado, en donde los reclusos se sentaban para recibir a sus visitantes. Había otras tres personas sentadas de este lado; un hombre de traje con total apariencia de ser abogado, y dos mujeres que visitaban a su pareja, esposo, o quizás hermano. El guardia que la había guiado le indicó a Matilda dónde sentarse, y así lo hizo. Le dijo además que aguardara un poco, que el recluso que había ido a visitar llegaría en cualquier momento.

    Matilda se sentó derecha en su silla y esperó, con su atención fija en el cristal delante de ella. Sabía cómo funcionaba eso; lo había hecho cuando fue a ver a la madre de su paciente, y además lo que mostraban en las películas. El vidrio era insonoro y sólo podrían comunicarse a través del auricular de teléfono colgado a su lado. La persona que había ido a ver se sentaría del otro lado, tendrían de quince a veinte minutos para hablar, y luego cada uno colgaría y volvería por donde había venido.

    Lo que no tenía ni idea era qué rumbo tomaría la conversación.

    No había estado frente a frente con Harry Wormwood en… sólo Dios sabe cuántos años. No tenía idea de qué opinión tenía él de ella, o siquiera si pensaba en alguna ocasión en esa pequeña niña que dejó atrás hace tantos años. Y, siendo justos, no era como que ella hubiera pensado mucho en él en todo ese tiempo. Y no tenía que ocultar que si no fuera por la visita repentina de Michael, no estaría ahí sentada en ese momento.

    Así que se podría decir que ambos se dieron la espalda mutuamente y siguieron con sus vidas. O al menos eso le gustaba creer a Matilda.

    La puerta al otro lado del cristal se abrió, y la psiquiatra se puso tensa al instante. Un guardia salió por ella, y detrás de sí venía alguien más. Matilda se quedó lívida en cuanto sus ojos se posaron en él.

    En su mente seguía muy vivida la imagen de su padre como aquel hombre grande, robusto, de mirada intimidatoria, indiferente a todo y a todos los que lo rodeaban. La imagen que obviamente quedaría marcada en fuego en la mente de una simple niña de seis años y medio.

    Pero el hombre que se asomaba al otro lado del cristal, le resultó casi un desconocido a primera vista. Era pequeño, algo encorvado, de complexión robusta, pero bastante más delgado que como ella lo recordaba. Tenía aún menos cabello, salvo por unos retajos canosos que se asomaban por los costados de su cabeza sin ningún orden claro. Su rostro estaba marcado por las arrugas, y adornado por una barba blanquizca y dispar, producto de algunos días sin afeitarse.

    Matilda sintió un extraño nudo en la garganta, que casi la asfixiaba. De aquel hombre que ella recordaba, no parecía quedar más que un simple anciano, de apariencia débil y cansada… salvo por una coa: sus ojos. Esa mirada intensa, condescendiente y altanera, que en ese momento estaba bien clavada en ella, mientras intentaba distinguir quién era en realidad, y si acaso le importaba. Esos ojos sí que no habían cambiado con los años.

    Tras unos segundos de quedarse de pie en su sitio, el guardia le insistió que avanzara. Harry se giró hacia él, le dijo algo al tiempo que agitaba una mano despectiva al aire, y prosiguió hacia la silla de su lado. Se dejó caer de sentón en ella, cruzó los brazos sobre la mesita, y volvió a mirarla, torciendo el gesto con marcada desaprobación. Matilda permaneció quieta y en silencio, preguntándose qué tanto estaba pensando. ¿Le sorprendía verla? ¿Le molestaba? ¿Le alegraba aunque fuera un poco?

    Harry extendió entonces su mano hacia el auricular de su lado, y lo colocó contra su oído. Matilda al instante hizo exactamente lo mismo.

    —Feliz Día de Acción de Gracias, Harry —pronunció con apenas una correcta dosis de gentileza. El hombre al otro lado del cristal, sin embargo, no estaba dispuesto a darle la misma cortesía.

    —Ah, ¿es Acción de Gracias? —contestó Harry, sarcástico. Matilda sintió un pequeño estremecimiento al oír su voz. Los años habían caído sobre ella, por supuesto; pero debajo de ello, era también la misma que ella recordaba—. Con razón están sirviendo pavo en la cafetería. Que es donde debería de estar ahora mismo, comiendo y viendo el juego en nuestra lujosa televisión de veinticuatro pulgadas.

    Se cruzó entonces de brazos, sin soltar el auricular, y se apoyó por completo contra el respaldo de la silla.

    —Cuando me dijeron que mi hija venía a visitarme, dije que eso no podía ser posible, ya que yo no tengo ninguna hija. Mucho menos una que se apellide Honey.

    Matilda suspiró con pesadez.

    —Aun así aceptaste verme.

    —Es época de ser caritativo, ¿no? —respondió Harry, encogiéndose de hombros—. ¿Es por eso que estás aquí? ¿Vienes a hacer un acto de caridad por este pobre anciano?

    —Nada de eso —replicó Matilda rápidamente. Se tomó unos segundos para serenarse y poner sus ideas en orden, antes de volver a hablar—. Vi a Michael el otro día, y me contó de tu próxima audiencia de libertad condicional.

    La mirada de Harry se volvió un poco más aguda al oír eso; intrigado y curioso, seguramente.

    —¿Y para qué hizo tal cosa?

    —Quería que asistiera para mostrar mi apoyo ante el juez.

    Harry no se contuvo, y dejó escapar al instante una estridente risotada, que por supuesto captó la atención de los demás reos y visitantes. Matilda inevitablemente se sintió incomoda, pero se forzó a mantener la entereza.

    —¿Es un chiste? —soltó Harry entre risas—. ¿Y qué le dijiste al pobre tonto?

    —Qué tendría que viajar en los próximos días por trabajo, y no estaría en la ciudad para eso.

    —Oh, me rompes el corazón —masculló Harry con marcada ironía en su voz, colocando incluso una mano en su pecho como si le doliera—. Por favor, no te he visto en… ¿cuánto? ¿Treinta años? ¿En serio crees que esperaba que te pararas en la corte ahora? ¿A qué viniste en realidad? ¿A burlarte de mí? ¿A regodearte?

    —No, nada de eso —aseguró Matilda, ferviente—. Vine porque… Estoy considerando convertirme en madre pronto.

    La ceja derecha de Harry se arqueó, curioso.

    —¿Estás embarazada? —masculló, y luego echó un no muy discreto vistazo a su torso, lo mejor que aquel cristal le permitía—. Ni se te nota.

    —No —negó Matilda—. Quiero adoptar a una pequeña.

    —Claro —exclamó Harry, seguido de una risilla burlona—. Dios te libre de dar vida a otro Wormwood, ¿cierto? ¿Y qué? ¿Quieres dinero? Cómo puedes imaginar, geniecito de Harvard, no es como que tenga mucho en estos momentos.

    —No quiero tu dinero, Harry.

    —¿Entonces qué quieres? —espetó el Sr. Wormwood, irritado—. ¿Por qué me quitas mi valioso tiempo? Aposté un par de cigarrillos en el juego, y me lo estoy perdiendo.

    Matilda no supo decir si le preocupaba o alegraba el hecho de que, debajo de toda esa apariencia agotada y decaída, seguía de hecho siendo el mismo sujeto irritable, impaciente, e intolerante de siempre. O al menos eso era lo que podía sacar de esos pocos minutos que habían intercambiado palabras.

    Se sintió muy tentada a pararse e irse de una vez. Había una niña esperándola en la sala de espera, y verdadera familia y amigos en su casa para cenar, como para que perdiera el tiempo hablando con ese hombre.

    Pero ya había llegado hasta ahí; la parte difícil ya había pasado. Así que sólo quedaba dar el último paso adelante, y no arrepentirse después. Así que respiró hondo, se mantuvo firme, y pronunció sin más dilatación:

    —Quería hablar contigo porque, hace poco, un buen amigo me hizo ver que mis sentimientos negativos hacia ti, hacia mi madre, y hacia el propio Michael, podrían ser más dañino de lo que yo misma soy consciente. Y si quiero ser madre, no puedo seguir arrastrando eso conmigo.

    Harry la miró con los ojos entrecerrados, claramente perdido.

    —¿Y de qué demonios estás hablando ahora? —cuestionó, impaciente.

    —He intentado por muchos años huir de esa parte de mi vida que, en el fondo, me hace ser como tú. Fue muy fácil para mí todos estos años culparte, verte como una mala persona, como una representación de todo lo que estaba mal en este mundo. Pero en los últimos años he pasado por varias experiencias que me han hecho ver que las cosas no son tan simples. Qué incluso alguien como tú, no es el terrible monstruo que me he convencido tanto tiempo que eres. Incluso alguien como tú puede sentir amor por su esposa, por su hijo, por su nieto… Y, a tu retorcida manera, tal vez incluso en algún momento sentiste amor por mí.

    »Quizás cometiste muchos errores en tu vida, Harry; errores por lo que debes pagar. Pero eso no significa que merezcas quedarte aquí por lo que te resta de vida, olvidado y hecho a un lado. Aún no es muy tarde para cambiar las cosas. Aún tienes una oportunidad de hacer las cosas bien, si en verdad quieres hacerlo. Pero eso no depende de mí, ni de Michael; sólo de ti. De mi lado, sólo me queda… intentar al fin perdonarte.

    —¿Disculpa? —espetó Harry en alto, como si le acabara de lanzar el más grande insulto a la cara. Matilda no se amedrentó con ello, y continuó con lo que deseaba decir.

    —No me malinterpretes; perdonarte no quiere decir que olvide o ignore todas las cosas que hiciste. Pero sí significa que haré todo lo que esté en mis manos para dejar todo eso atrás, y poder ser para esta niña el padre y madre que siempre quise tener. La madre que la Srta. Honey fue para mí.

    El rostro de Harry se tornó duro, casi agresivo, y Matilda pudo ver por un momento justo al mismo hombre que ella recordaba de su infancia, asomándose a través del rostro de aquel anciano.

    —¿Terminaste? —espetó en alto, claramente irritado—. Qué bonito. ¿Cuánto le debo por esta reveladora sesión, doctora?

    Se cruzó de brazos, y se apoyó por completo hacia atrás, impaciente sin lugar a duda por irse.

    —¿Algo más?

    —Sí —respondió Matilda con firmeza—. A pesar de todo, Michael aún te quiere; de verdad. Si logras salir de aquí y entrar en su vida, por favor… intenta ser una mejor persona. Si no es por mí o por él, al menos hazlo por Mike. Aún no es tarde para hacer las cosas bien con ese niño, y que tenga un abuelo de verdad en su vida. Pero si no estás dispuesto a hacerlo, aléjate de ellos. Es el acto más noble que hiciste por mí cuando era una niña, y será lo mejor que puedas hacer por Michael y su familia.

    —¡¿Tú qué sabes de lo que es mejor para mí o mi hijo?! —exclamó Harry en alto como un grito de furia, incluso parándose de golpe de su silla. El guardia en la puerta se puso en alerta, su mano cerca de su macana en caso de requerirla—. No necesito consejos familiares de una loquera como tú, que le ha dado por tantos años la espalda a su propia familia. Así que no vengas aquí a presumirme tu grandiosa inteligencia y misericordia. Que yo podré haber hecho muchas cosas malas, ¿me oyes? Pero nunca, nunca le he pedido limosna a nadie; ni de dinero, ni de lástima… Y mucho menos le he pedido ayuda o lecciones de moral a sabelotodos santurrones como tú.

    Matilda se mantuvo ecuánime en su silla, contemplando en silencio como aquel hombre tan pequeño le gritaba y la señalaba de forma acusadora. Intentaba que todo aquello se le resbalara como las palabras sin importancia que eran, pero no resultaba ser algo sencillo.

    El guardia al parecer se impacientó por su arranque, y de inmediato se acercó para tomarlo del brazo. Harry se sacudió con violencia, y antes de que se lo llevará pronunció unas última palabras en el auricular.

    —Se acabó esta conversación, Srta. Honey. Y no te atrevas a volver por aquí.

    Dicho eso, colgó con fuerza el teléfono de su lado, haciendo que el golpe retumbara en el oído de Matilda. Mientras ella misma colocaba el auricular en su sitio, con mucho más cuidado que en su contraparte en esa conversación, observó en silencio como se lo llevaban por la puerta, desapareciendo del otro lado.

    Se quedó sentada unos instantes en su silla, digiriendo y procesando todo lo acontecido, hasta que un guardia le indicó que debía levantarse. Matilda obedeció, y lo siguió hacia la salida, y de regreso a la sala de espera.

    En el camino, siguió pensando en lo mismo. Todo había resultado, de hecho, bastante parecido a como se lo había imaginado, o incluso un poco mejor. A pesar de las cosas que Harry le había dicho, al menos la había recibido, y la había escuchado. Y, si tuvo un poco de suerte, quizás algo de lo que hablaron se le quedaría, e incluso lo haría reflexionar esa noche.

    Aunque, quizás, estaba siendo muy positiva al respecto. Después de todo, era obvio que seguía siendo el mismo; más viejo y cansado, pero el mismo al final de cuentas.

    Aunque entre todo, algo que le sorprendió un poco fue escuchar que Harry supiera que se había convertido en psiquiatra; no lo dijo directamente, pero en un par de sus comentarios hirientes se lo hizo ver. ¿Quién le habría hablado al respecto? ¿Michael? Aunque así fuera, le sorprendía que le interesara tanto como para recordarlo.

    Cuando la puerta de la sala de espera se abrió ante ella, no tardó en divisar a Samara sentada en una de las sillas, con su teléfono entre las manos, que observaba atentamente. Aunque al parecer no tan atentamente, como para no percatarse de su presencia, y levantar la mirada en cuanto puso en pie en la sala.

    Matilda la miró, le sonrió, y la niña lo hizo de regreso, aunque menos notorio como era habitual en ella. Y en ese instante Matilda tuvo claro que había hecho lo que podía por ese día con respecto a Harry y Michael; ahora debía enfocarse en esa pequeña delante de ella, y en garantizar que tuviera un feliz y tranquilo Día de Acción de Gracias.

    Caminó hacia ella con paso más seguro. Samara se paró rápidamente, y se le aproximó también.

    —¿Estás bien? —le preguntó la niña con voz consternada.

    Matilda le sonrió, y colocó su mano de forma afectuosa sobre su cabeza, pasándola delicadamente por sus cabellos, ahora cortos.

    —Esa es una pregunta complicada de responder, pequeña —indicó la psiquiatra con ligero dejo bromista acompañando a sus palabras—. Pero estaré bien, no te preocupes. Ahora vayamos a casa, ¿sí? Todos deben estar esperándonos para comer.

    Samara asintió con su cabeza como respuesta. Y sin más espera, ambas salieron de aquel sitio de inmediato.

    FIN DEL CAPÍTULO 156
     
  17. Threadmarks: Capítulo 157. Acción de Gracias (III)
     
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    Misterio/Suspenso
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    Resplandor entre Tinieblas

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    Capítulo 157.
    Acción de Gracias (III)

    Adrián llegó a New York un poco después del mediodía. El aeropuerto era un caos debido a toda la gente que arribaba al mismo tiempo por las fiestas, pero se las arregló para pasar desapercibido y subirse a un taxi que lo llevara directo a su departamento.

    En cuanto Neff y Lyons les confirmaron que Damien estaba a salvo y de camino a Chicago, Adrián y Ann acordaron moverse; él de regreso a su casa con su madre y su hijo, y ella se encaminaría a Los Ángeles para ver a Verónica. Todo tenía que volver a la aparente normalidad lo antes posible, en especial cuando aún los acontecimientos de lo ocurrido en aquella base militar no se hubieran hecho públicos.

    Pero independientemente de ello, Adrián ansiaba poder dejar todo ese asunto atrás, aunque fuera un par de días. Ya había cumplido con su deber con la Hermandad y con Damien; ahora le tocaba enfocarse en su madre. Luego de esperar tantos años para reunirse de nuevo con ella, se lo había ganado.

    Al ingresar por la puerta principal del departamento, lo primero que lo recibió fue el delicioso aroma de la comida. Lo más seguro es que Gilda les hubiera preparado para cenar, pese a que usualmente se tomaba ese día libre. Dejó entonces su maleta un momento en vestíbulo y, sin anunciarse, se encaminó hacia la cocina. Esperaba poder dar la sorpresa de su llegada, pero el sorprendido terminó siendo él en cuanto echó un vistazo a la cocina y, además de Gilda frente a la estufa, vislumbró a alguien más.

    Rosemary Riley, envuelta en una gruesa bata blanca de lana, y con su cabello canoso atado en una cola, estaba de pie a un lado, canturreando en voz baja, mientras cortaba con un cuchillo pedazos del pavo rostizado que tenían sobre la encimera de la cocina. Adrián se quedó atónito, tanto que fue incapaz de decir nada para hacer notar su presencia. Igual no fue necesario, pues en algún momento su silueta fue visible para Rosemary por el rabillo del ojo. La mujer se giró hacia él, y le sonrió ampliamente con alegría.

    —Hey, miren quién está aquí —pronunció Rosemary con júbilo, dejando el cuchillo de lado por un momento, y acercando una servilleta para limpiarse las manos.

    —Mamá —masculló Adrián, despacio—. ¿Estás…?

    —¿De pie? —le complementó Rosemary, riendo divertida. Se acercó entonces una andadera de aluminio que tenía a un lado, y la usó como apoyo para así aproximarse hacia su hijo con paso lento, arrastrando un poco los pies—. Parece que la terapia física está dando resultado. ¿No es genial?

    Adrián no supo qué decir. Ann le había mencionado algo sobre que en efecto su madre estaba respondiendo bien a la terapia, pero no se había imaginado poder verla levantada de la cama tan pronto. Si no conociera las circunstancias reales tras el malestar de su madre, incluso se atrevería a decir que se trataba de un milagro.

    Rosemary se acercó lo suficiente a él para colocar una mano sobe su mejilla y luego inclinarse para darle un beso en la otra. Adrián se agachó un poco para facilitárselo. La sensación de sus labios contra su piel resultó más cálida de lo que se había imaginado.

    —Pero no te acostumbres —indicó Rosemary justo después, con voz cansada—. Creo que ya he gastado mi cuota de hoy. Te dejó el resto, Gilda —indicó con tono vivaracho, al tiempo que se encaminaba hacia la mesa del comedor para sentarse.

    —Tranquila, señora —respondió el ama de llaves desde la cocina—. Esto ya casi está terminado.

    Adrián se apresuró para ayudar a su madre a sentarse, jalando una silla hacia atrás y tomándola del brazo para que se apoyara en él mientras bajaba lentamente hacia el asiento.

    —Deberías estar descansando —señaló Adrián, rozando peligrosamente el regaño.

    —¿Cuarenta años te parecen poco descanso? —bromeó Rosemary, y Adrián no pudo evitar reír un poco también. Al menos parecía que estaba de bastante mejor humor, y eso era bueno.

    —Rosemary me estaba ayudando con los últimos toques para la cena —indicó Gilda, saliendo de la cocina con un tazón de puré de papa en una mano y una salsera en la otra, para colocarlas en el centro de la mesa—. Así que se puede decir que esto tendrá un poco de amor de mamá.

    —Gracias por quedarte a preparar esto, Gilda —mencionó Adrián, genuinamente agradecido.

    —No digas nada —respondió el ama de llaves con una sonrisa relajada—. Es un placer cooperar para que su primer Día de Acción de Gracias luego de tanto tiempo sea memorable.

    Salió de la cocina poco después con más platos que contenían los diferentes acompañantes, siendo lo único que faltaba el pavo, que ya estaba listo en la cocina para que se sirvieran lo que quisieran. Una vez todo lo demás estuvo en la mesa, se retiró rápidamente el delantal y lo dejó sobre el respaldo de una de las sillas.

    —Pero ahora sí debo retirarme, porque mi familia me está esperando —indicó Gilda con apuro en su voz.

    —Muchas gracias por todo —masculló Rosemary—. Espero que la pases bien con tu familia.

    —Igualmente. Nos vemos el lunes, y coman rico.

    Gilda se dirigió presurosa hacia la puerta, ante la mirada atenta de Adrián y Rosemary. Cuando escucharon la puerta cerrarse detrás de ella, Adrián volvió su atención una vez más hacia su madre.

    —¿Y Sebastián?

    —En su cuarto, estudiando. Es un niño muy aplicado; en eso también me recuerda a ti. Apropósito, ¿cómo te fue con lo que tenías que atender?

    —Todo salió bien —declaró Adrián, asintiendo.

    —Gracias a Dios —exclamó Rosemary en alto, y la mención ciertamente destanteó un poco a Adrián; difícilmente algo de lo ocurrido involucraba a Dios—. Ann se fue esta mañana —mencionó Rosemary justo después.

    —Sí, lo sé. Ella también tenía asuntos que atender.

    —Es una mujer adorable —profirió Rosemary, esbozando una sonrisita socarrona—. Pudimos hablar un poco mientras estuvo aquí. Me habló de su negocio, de la muerte de su esposo y de su hijastro... Pero con lo que se portó un poco evasiva, fue cuando le pregunté cómo es que ustedes dos se conocieron.

    Adrián carraspeó un poco antes de responder.

    —Por negocios, principalmente.

    —Sólo negocios, ¿eh? —susurró Rosemary, asintiendo lentamente.

    Adrián dejó escapar un largo suspiro.

    —Mamá, escucha —pronunció con seriedad—. Ann y yo…

    Antes de que terminara su frase, Rosemary alzó una mano hacia él, indicándole que parara.

    —No tienes que decirme nada si no te sientes listo. Pero no me mientas.

    Había severidad en sus palabras, pero también un notorio cariño imposible de ocultar; dos ingredientes siempre presentes en cualquier madre, concluyó Adrián. Y no puedo evitar reír un poco ante tal idea.

    —Te extrañé mucho —musitó el hombre de barba anaranjada, observándola atentamente con una cándida sonrisa, que Rosemary no tardó en corresponderle.

    —Ven acá —indicó la mujer extendiéndole los brazos. Adrián se aproximó a ella sin dudarlo, y la estrechó en un fuerte abrazo. De nuevo, el calor que le provocaba su cercanía lo tomó por sorpresa.

    ¿Por qué no sentía lo mismo con quién, supuestamente, era su hija biológica?

    En el momento en el que se separaron, ambos notaron por el rabillo del ojo como la pequeña figura de Sebastián ingresaba en el área del comedor. Estaba vestido bastante formal para un niño de su edad, saco negro y pantalones grises, e incluso corbata. Debajo su brazo traía un folder color beige. Al posar su mirada en Adrián, no pareció particularmente sorprendido con verlo ahí.

    —Hey, amigo —le saludó Adrián con cordialidad—. ¿Listo para cenar?

    —Sí —respondió el niño sin más. Se aproximó a la silla más próxima y se sentó en ella, dejando la carpeta que traía en la mesa a su lado.

    —¿Por qué no le muestras a tu papá en lo que estuviste trabajando mientras no estaba? —comentó Rosemary, con tono de complicidad.

    Aquello atrajo la curiosidad de Adrián.

    —¿Qué es?

    —Una composición para el violín —señaló Sebastián, y sacó entonces del interior de la carpeta unas cuantas hojas de partituras—. Pero no está terminada.

    —¿Una composición? —exclamó Adrián, sorprendido—. ¿Hecha por ti?

    —Te lo dije, es un niño muy aplicado —expresó Rosemary con orgullo—. Pero mejor dejemos eso para después de comer. Déjenme les sirvo…

    Rosemary hizo en ese momento el inicio de un intento para levantarse, pero Adrián se apresuró a detenerla antes de que lo concretara.

    —No, no te levantes. Yo me encargo.

    Adrián se dirigió a la cocina, y él mismo se dispuso a sacar tres platos, y a servirle en cada uno una buena porción de carne de pavo y relleno. Igualmente tomó tres vasos, y sirvió en cada uno un poco de sidra de manzana sin alcohol. Mientras se encargaba de todo eso, a sus oídos llegaban rastros de las palabras y risas provenientes del comedor; tanto de Rosemary como, para su sorpresa, del propio Sebastián, que solía la mayor parte del tiempo ser bastante serio y callado.

    Cuando Adrián volvió al comedor, tras haber traído los platos y los vasos con sidra en tres viajes, su sonrisa alegre debió ser bastante evidente en su rostro, pues en cuanto se sentó en la cabecera de la mesa, notó como su madre lo observaba con atención.

    —¿Qué pasa? —preguntó Rosemary, curiosa.

    —Nada —respondió Adrián, negando con la cabeza—. Sólo pensaba en que fue un año complicado, pero justo ahora tengo mucho por lo cual estar agradecido.

    —Yo igual —indicó Rosemary con alegría, atreviéndose en ese momento a estrechar con delicadeza la mano de su hijo entre sus dedos—. ¿Y tú, Sebastián? —preguntó a continuación, girándose hacia el joven muchacho sentado delante de ella.

    —Supongo que sí —respondió Sebastián con emoción moderada, encogiéndose de hombros.

    —Comamos entonces —exclamó Rosemary con entusiasmo—. ¿Quieres dar la bendición, Andy? —propuso con emoción, mirando a su hijo.

    La repentina pregunta tomó por sorpresa tanto a Adrián como a Sebastián, que se miraron el uno al otro, sin decir nada. Rosemary los miró a ambos, y sin lugar a duda detectó ese titubeo entre ambos. Pero en lugar de cuestionarles al respecto, dio un paso en otra dirección.

    —Yo lo haré, descuiden —indicó rápidamente con convicción. Juntó sus manos delante de ella en posición de rezo, y cerró los ojos. Adrián y Sebastián la imitaron, aunque el niño claramente vaciló al hacerlo, pero por suerte para ese momento Rosemary tenía ya los ojos cerrados para notarlo—. Bendice Señor estos alimentos que vamos a consumir gracias a tu bondad. Oh Dios Todopoderoso, da pan a los que tienen hambre, y hambre de Dios a los que tienen pan…

    — — — —
    Una vez que la mesa estuvo servida con todo lo que habían preparado para él, Damien le indicó a toda la servidumbre que seguía en la casa que podían retirarse. O, más bien, les exigió que se fueran en ese mismo instante y lo dejaran solo. Y aunque un par de las sirvientas insistieron en quedarse por si se le ofrecía cualquier otra cosa, Damien fue aún más contundente con su orden, y a ninguno le quedó más que acatarla sin chistar más.

    Aquello, por supuesto, no se debía a un acto de bondad por parte de Damien para que fueran a cenar con sus familias, y disfrutar lo que quedara de la noche, ni mucho menos. En realidad, lo único que deseaba era tener la casa sólo para él; en especial sin ojos indiscretos mirando sobre su hombro, esperando ver qué podían hacer para complacerlo. Ya tendría oportunidad de lidiar con eso, e incluso de volver a disfrutarlo. Pero de momento no era lo que apetecía.

    Una vez que todos se fueron, se dirigió al comedor, y caminó con paso cauteloso a lado de la larga mesa, como si recorriera la galería de algún museo. Sólo que aquello por lo que recorría su mirada no eran obras de arte o reliquias antiguas, sino los diferentes platillos dispuestos en la mesa sólo para él.

    Las cocineras se habían esmerado, a pesar de que todo era para sólo una persona. Había pavo, por supuesto, aunque uno tan pequeño como un pollo rostizado; no se le ocurría dónde podrían haber encontrado algo así, y se cuestionó si acaso no sería algún otro tipo distinto de ave. Había relleno, puré de papa, salsa de arándano, pan, algo de ensalada, sidra de manzana, y hasta un pastel de calabaza como postre. Habían colocado también a lo larga de la mesa unos candeleros con velas rojas encendidas como decoración, y un adorno en el centro de la mesa con flores otoñales y calabazas.

    Todo muy bonito y muy detallado. Se cuestionó si acaso había surgido por iniciativa propia de los sirvientes, o quizás Paul los había incitado a hacerlo. Como fuera, era claro que alguien quería congraciarse con él, algo que no tenía muy claro cómo debía digerir.

    Se dirigió al puesto justo a la cabecera de la mesa, y comenzó a servirse sin mucho apuro un poco de cada cosa en su plato, así como sidra en una copa de cristal. Tomó asiento en la silla, miró un instante el plato delante de él, y luego alzó su mirada pensativa hacia la larga mesa, totalmente vacía salvo por él. Y la mesa no era lo único; toda la casa entera estaba tan sola y silenciosa, que a Damien incluso le parecía escuchar las paredes viejas crujir, el tic tac del viejo reloj del salón principal, y quizás incluso los pasos de algún escurridizo ratón moviéndose entre las paredes. Pero fuera de eso, nada más.

    Damien cerró un momento sus ojos cansados, y al abrirlos de nuevo un recuerdo de un tiempo atrás se materializó frente a él. Recuerdo de un momento en el que esa misma mesa estuvo mucho más concurrida. Y en lugar de ese profundo y melancólico silencio, las voces de la charla y las risas eran las que reinaban.

    Del lado derecho de la mesa, pudo ver sentados a unos jovencitos Mark y Damien; del lado izquierdo, se encontraban Ann, su tío Richard, e incluso la tía Marion también había venido de visita ese año. El banquete servido en la mesa era aún más espectacular y variado.

    —Esperen, esperen —decía Ann con tono de regaño, extendiendo sus manos en señal de alto hacia Damien y Mark. Como los dos jovencitos en crecimiento que eran, estaban más que dispuestos a clavar el diente en cuanto la comida estuvo servida en su plato—. Bajen esos tenedores, ahora. ¿Acaso se les olvida que tenemos que decir primero por qué estamos agradecidos?

    —Oh, vamos —exclamó Mark con tono quejumbroso—. Muero de hambre, con un demonio.

    —Oye, cuida tu boca —le reprendió su padre con severidad.

    —Lo siento —masculló el pequeño Mark, agachando la mirada, apenado.

    —No pasa nada —se apresuró Ann a indicar con una radiante sonrisa—. Sólo será un segundo, y luego podrán comer lo que quieran. ¿A alguien le gustaría empezar?

    —¿Por qué no lo haces tú?, si tanto insistes —soltó la tía Marion con ligero desdén, volteando hacia otro lado como si en realidad el comentario no fuera dirigido a nadie en especial.

    Ann no se lo tomó a mal, y en lugar de eso le tomó la palabra.

    —Bueno, yo definitivamente estoy muy agradecida por este año lleno de bendiciones que hemos tenido, y por el hecho de que todos estemos aquí, juntos y sanos. Y por lo guapos y grandes que están creciendo mis dos muchachotes. Y… creo que eso es todo, en resumen.

    —Original —ironizó tía Marion con una sonrisa burlona, que se ganó una mirada de reprobación por parte de Richard. Éste carraspeó un poco, y tomó de inmediato el relevo.

    —Yo estoy muy agradecido por el buen año que tuvo la empresa; tercer año consecutivo con el mejor crecimiento y metas superadas, y vamos por más. Pero también estoy orgulloso de lo bien que se han aplicado mis dos chicos —añadió mirando fijamente a Mark y Damien delante de él—, y que el año que viene ambos asistirán a Davidson. ¿Emocionados por ello? —preguntó con marcada emoción. Damian y Mark se miraron entre sí, y se limitaron luego a sólo sonreír y asentir—. Les encantará. Nuestra familia tiene un largo legado en esa institución. Recuerdo claramente mi primer día…

    —Cielo —masculló Ann, colocando una mano sobre la suya. En su mirada le decía claramente que ese no era el momento.

    —Claro, lo siento —masculló Richard, un poco sonrojado—. Bueno, será una buena experiencia, ya verán. ¿Tía Marion? —susurró girándose a ver a la mujer sentada a su lado—. ¿Tú por qué estás agradecida?

    La mujer alzó su mirada fría y dura hacia él, y luego la recorrió por toda la mesa. Intentó suavizarla, sin embargo, en cuanto miró a Mark, y entonces esbozó una sonrisa más cándida.

    —Yo también estoy orgullosa de todos tus logros, Mark —indicó con júbilo en la voz—. Y aunque no comparto del todo el gusto de los hombres Thorn por las academias militares, sé qué harás un excelente papel. Y que te convertirás en un extraordinario muchacho, como tu padre o tu abuelo. O, como yo espero, mucho mejor. Así que estoy agradecido por ti, muchacho.

    —Gracias, tía Marion —masculló Mark, sonriendo apenado.

    —¿Y Damien? —cuestionó Ann con ligera severidad—. También estás orgullosa de él, ¿verdad?

    Marion giró su atención hacia el muchacho sentado a un lado de Mark, y su expresión entera se agrió al instante; ni siquiera pareció intentar disimular su descontento.

    —Claro —susurró despacio, aunque las palabras parecieron casi atragantarse en su garganta—. Tú también lo has hecho muy bien.

    Y eso fue todo lo que dijo, y Damien en realidad no esperó nada más. Tampoco es que él le hubiera contestado nada. Sólo le sonrió, de la forma más falsa que pudo; tanto como sus elogios.

    —Yo sigo —se apresuró Mark a pronunciar para sorpresa de todos. Damien lo miró, un poco confundido por su entusiasmo tan repentino—. Yo estoy agradecido por tener a toda mi familia junta aquí conmigo. A mi papá, a Ann que es como mi mamá, a mi tía Marion, y en especial a mi primo Damien. —Se giró hacia él, sonriéndose de forma amable—. Que es como mi hermano.

    Aquello tomó por sorpresa al joven Damien, tanto así que le tomó un rato poder reaccionar. Pero cuando lo hizo, su impulso fue reír de forma indiferente al comentario, como si no le importara, y luego darle un pequeño empujoncito en el brazo.

    —No te pongas sensible conmigo —masculló jugando al tiempo que lo empujaba. Mark y rio y lo empujó de regreso.

    —Niños, no jueguen así —les regañó Ann—. Fue unas palabras muy bonitas, Mark —le indicó Ann, felicitándolo—. Ahora tú, Damien —señaló a continuación, mirando al último miembro de la familia en la mesa.

    Damien se apoyó contra el respaldo de su silla, y miró reflexivo hacia el techo sobre él. ¿Por qué estaba agradecido? Esa era una pregunta complicada para un niño como él. Podría decir lo mismo que todos los demás dijeron, y de seguro eso era lo que esperaban que dijera; familia, salud, prosperidad, logros académicos y laborales… Pero debía haber algo más; algo por lo que él realmente se sintiera agradecido.

    Tras un rato de meditarlo, bajó de nuevo su mirada hacia la mesa, y se apoyó en ésta, inclinando su cuerpo hacia adelante.

    —Estoy agradecido de ser un Thorn —dijo de pronto con asombrosa convicción al hacerlo—. De estar en esta cómoda casa, y ante esta deliciosa comida que ruega porque la comamos de una maldita vez. Agradecido por todas las cosas que tengo; mi cama de sábanas cómodas, mi computadora, mi teléfono, mi televisión… Y, más que nada, que todos ustedes me hayan abierto las puertas de sus vidas para hacerme parte de ellas… No, eso sonó demasiado cursi —exclamó con expresión de asco, agitando una mano en el aire—. Olviden que dije eso. Lo cambio a que estoy agradecido porque mañana no hay clases.

    —Damien —pronunció Ann con mirada de regaño, pero en su voz era incapaz de ocultar la diversión que acompañaba a sus palabras—. Te aseguro que nosotros estamos muy agradecidos de que te hayas vuelto parte de nuestra familia.

    Richard sonrió y asintió, y Mark le colocó una mano reconfortante en su hombro. Los hombres Thorn claramente eran más reservados con sus sentimientos, pero no inmunes a estos. Damien sonrió complacido.

    Al parpadeo siguiente, aquella ilusión de su recuerdo se esfumó sin más, dejando ante él de nuevo la mesa vacía.

    Ni siquiera estaba seguro si aquello había ocurrido realmente, o si había ocurrido de esa forma. Pero se dio cuenta rápido que, en realidad, no importaba. Mark, su tío Richard, la tía Marion; todos ellos estaban muertos. Y él, en realidad, nunca había sido un Thorn. Todo eso no había sido más que una sarta de mentiras para complacer a los otros. Y, quizás en el fondo, para todas las familias era lo mismo.

    Tomó su copa de sidra, la alzó en alto hacia la habitación vacía, y pronunció en alto:

    —Feliz Acción Gracias…

    Bebió entonces un sorbo de sidra, y pasó de inmediato a comer, dejando de lado el mar de los recuerdo de momento.

    — — — —
    Abra se sentó a mitad de las escaleras que llevaban a la planta alta de la residencia Honey, con el teléfono de Sarah en sus manos, y el rostro de Terry ocupando toda la pantalla del dispositivo por la videollamada. Ambas chicas no ocultaron ni un poco su alegría de ver a la otra, y en especial verla sana y salva. Tras unos saludos iniciales, buenos deseos por la fechas, y un intercambio de teléfonos y contactos que dadas las circunstancias no pudieron hacer cuando estuvieron juntas en Indiana, pasaron a hablar rápidamente de los diferente temas que las atañía a ambas.

    Terry quiso saber a detalle todo lo que había ocurrido allá en Los Ángeles. Abra le pasó a contar de manera resumida lo ocurrido, al menos de lo que ella tenía pleno conocimiento; esperaba que no hubiera ningún agente del FBI espiando su llamada, porque algunas de esas cosas eran bastante incriminatorias. Le contó de Charlie y Kali, del tiempo que viajaron juntas, como vigilaron a Thorn varios días, hasta incluso seguirlo a una fiesta. Los detalles sobre el día final, decidió guardárselos lo más posible; en especial no quería hablar de la muerte de Kali, o volver a explicar sobre el Nudo Verdadero y la presencia de esos dos individuos que los habían atacado.

    Lo que sí le contó fue sobre su herida, la cual Terry, por algún motivo, le insistió que le enseñara. Abra lo consideró un poco raro, pero igual lo hizo; se levantó un poco su suéter y blusa, dejó que la cámara del teléfono enfocara en vendaje que cubría su costado. No podía enseñarle lo que se ocultaba debajo, pero esa simple vista fue suficiente para que Terry sintiera ella misma el dolor que de seguro debía sentir.

    La hija de Eleven pasó a contarle un poco cómo fueron las cosas de su lado cuando su madre y el tío de Abra despertaron, incluyendo por encima además el descontento de su padre. Y, sobre toda las cosas, lo que Terry más buscaba con esa llamada era justamente agradecerle a Abra todo lo que había hecho. Cosa que tomó bastante por sorpresa a la joven de New Hampshire.

    —¿Agradecerme? —masculló Abra, confundida—. Yo no creo haber hecho nada que sea digno de agradecimiento. De hecho, siento que sólo arruiné todo.

    —Claro que no —declaró con Terry con ferviente convicción—. Mi madre me lo dijo, que tú lograste herir a ese idiota con tus poderes. Y gracias a eso tu tío y ella lograron despertar.

    —Sí, ella mencionó algo parecido —musitó Abra, insegura—. Pero, no sé… No estoy muy segura de haber logrado algo en realidad.

    —Yo sé que sí. Tus poderes son extraordinarios, lo pude ver yo misma. Ni en un millón de años llegaré a estar a un nivel como el tuyo.

    —Tampoco es que yo haya elegido ser así, o haya hecho algo para tener estos poderes —pronunció Abra, encogiéndose de hombros—. Sólo pasó. Así que tampoco lo consideró un logro del cual sentirse orgullosa.

    —Esa negatividad no me agrada —exclamó Terry con falso tono de regaño—. Las cosas no “sólo pasan” y ya; lo creo firmemente.

    Abra resistió el impulso de indicarle que a veces las cosas pasaban sólo porque sí, sin ningún motivo mágico. Aunque debía admitir que la forma en la que se habían dado todas esas cosas esas semanas, era sospechosa. La manera en la que todos ellos se habían interconectado y encontrado; similar a la forma en la que su tío Dan y ella lo habían hecho años atrás. Quizás en efecto el Resplandor tenía formas curiosas de hacer las cosas.

    —Como sea —pronunció Terry tras un rato—, lo bueno es que ese mequetrefe ya no es una amenaza.

    —Terry… la verdad es que yo no estoy tan segura de eso —susurró Abra despacio con voz enigmática.

    —¿De qué hablas? —masculló Terry, confundida—. Mi madre dijo…

    —Sé lo que dijo —le cortó Abra, un poco tajante—. No sé cómo explicarlo, pero lo siento. Damien aún está ahí, y está bastante vivo y consciente. Y no se ha olvidado de mí, ni de ningún de nosotros. No sé cómo lo sé, pero es así. Creo que cuando chocamos nuestras mentes la última vez, pude haber abierto una puerta entre ambos. He tenido algunos sueños donde lo veo a él, o más bien escenas de su pasado. Como recuerdos de hace años.

    El rostro de Terry reflejó absoluta perplejidad ante lo que escuchaba, y fue evidente también que de entrada no supo qué debía responderle. Abra se sintió un poco culpable. No era que esperase que ella le resolviera sus dudas de alguna forma; sólo quería poder desahogarse y expresar en voz alta lo que sentía. Estaba justo por decirle eso, cuando ella se le adelantó y dijo:

    —¿Has hablado de esto con mi mamá?

    —Sí, pero no le dio importancia —indicó Abra con cierta amargura—. Está convencida de que Damien está encerrado en algún sitio seguro, y por lo pronto no es una amenaza.

    —Si ella lo dice, puedes creerle. Mi madre sabe bien cómo hace las cosas.

    —Supongo —masculló Abra, no sonando muy convencida. Pero igual intentó de alguna forma darle algún tipo de cierre a la discusión—. Quizás todos tengan razón, y esto en verdad ha acabado.

    —Yo estoy segura que sí —declaró Terry, optimista—. Ya verás, todo saldrá bien. Y espero poder volver a verte pronto. Quizás puedas volver algún día para acá, y yo ir a visitarte a New Hampshire.

    —Eso me encantaría —respondió Abra, esbozando una sonrisa sincera—. Aunque no hay mucho que ver en dónde vivo. Pero quizás podamos hacer una escapada a Boston, o incluso New York.

    —Eso suena divertido —indicó Terry, pero casi de inmediato puso cara de arrepentimiento—. Mi hermana vive en New York. Quizás ella pudiera hospedarnos unos días, en lo que…

    Su frase quedó sin terminar en el momento en el que una voz de fondo la llamó, aunque Abra no fue capaz de escuchar bien lo que decía.

    —Sí, ya voy —pronunció Terry en alto, girándose a mirar sobre su hombro. Se volvió justo después de nuevo hacia la cámara—. Debo colgar. Seguimos en contacto, ¿de acuerdo?

    —Es una promesa —pronunció Abra, siendo ahora ella la optimista—. Hasta luego.

    Abra dejó escapar un pequeño suspiro una vez la videollamada terminó. Le gustó volver a hablar con Terry, aunque de cierta forma fuera otra persona más que le decía que debía dejar todo ese asunto de lado y volver a casa. Ojala fuera tan sencillo como todos decían…

    Tras unos segundos logró recuperarse. Se puso de pie y bajó rápidamente las escaleras. Ya en el vestíbulo, se cruzó convenientemente con Sarah, justo la persona la que iba a buscar.

    —Aquí tienes, muchas gracias —indicó cordial, extendiéndole de regreso su teléfono, el cual ella recibió sin chistar.

    —No hay de qué. ¿Pudieron hablar de lo que querían?

    —Sí, se podría decir que sí. Terry propuso irnos de viaje a New York, y que tú nos hospedarías sin costo, y con comidas incluidas —bromeó Abra.

    —Ajá —masculló Sarah, entornando los ojos—. Si acaso “sin costo” significa que me limpiarán mi departamento y lavarán mi ropa todos los días, y “comidas incluidas” que ustedes se cocinarán solas, entonces podemos discutirlo.

    Abra rio divertida, pero Sarah no parecía compartir del todo su humor.

    Danny entró en ese momento al vestíbulo y se le aproximó, por lo que Sarah optó por disculparse y seguir su camino hacia la sala, que era a dónde se dirigía originalmente.

    —¿Estás bien, enana? —le preguntó su tío.

    —Ya no soy tan enana, ¿sabes? —le respondió Abra tajante, cruzándose de brazos—. Y sí, estoy bien. Me gustó volver a hablar con Terry. Espero que la siguiente vez que nos veamos no haya ningún familiar en coma.

    —Hablando de familia, tu madre me habló —informó Danny—. Tu padre ya aterrizó, y quiere que nos veamos con ellos en el hotel. Así que es hora de irnos.

    —¿Tan pronto? —exclamó Abra, inconforme—. Si apenas acabamos de llegar.

    —¿Qué dices? —dijo Danny, divertido—. Llevamos ya un par de horas aquí, y es lo que le prometiste a tu madre que tardaríamos.

    —Ah, ¿sí? —susurró Abra, sorprendida. Sacó en ese momento su teléfono para ver la hora, y en efecto la afirmación de su tío no estaba muy apartada de la realidad. Al parecer el tiempo se había ido volando sin que se diera cuenta.

    —¿Ya se van? —escucharon preguntar a Cole, que venía desde la sala en su dirección—. ¿Por qué no se quedan un poco más? Al menos hasta que Matilda y Samara lleguen para que las saluden.

    —Sí, tío —musitó Abra, suplicante—. Sólo un poco más.

    Dan suspiró y pasó una mano por sus cabellos. Se sentía sin lugar a duda acorralado entre complacer a su sobrina, o complacer a su hermana. Y ninguna de las dos resultaba sencilla en ese ámbito.

    Pero el destino parecía estar su lado, pues en ese mismo instante la puerta principal cerca de ellos se abrió, jalando la atención de los tres. Del otro lado aparecieron justo Matilda y Samara, que se detuvieron un instante al ver a los tres al pie de las escaleras, y mirando en su dirección.

    —Buenas tardes —saludó Matilda con discreta cordialidad, al tiempo que cerraba la puerta detrás de ella.

    —Justo de quienes estábamos hablando —indicó Cole con entusiasmo, confundiendo un poco a las recién llegadas.

    —Ah, ¿sí? —masculló Matilda dubitativa, pero decidió no darle mayor importancia—. Sr. Torrance, Abra. Un gusto verlos —indicó al tiempo que se aproximaba hacia ellos. Estrechó la mano de Dan, y luego pasó a darle un discreto abrazo a Abra.

    —Igualmente, Dra. Honey —masculló la joven con alegría.

    —¿Cómo sigues de tu herida?

    —Bastante mejor. ¿Y la suya?

    —Ya está bien —indicó la psiquiatra, tocándose el hombro con una mano.

    Samara se aproximó en ese momento, parándose a un lado de Matilda. Su presencia repentina tomó un poco desprevenida a Abra, que se sobresaltó por mero reflejo en cuanto la vio, sin ningún motivo consciente. Intentó, sin embargo, mantener la calma lo mejor posible y no dejar tan en evidencia su reacción.

    —Hola, Samara —musitó despacio, agitando una mano.

    —Hola —le respondió ésta con su habitual estoicidad.

    —Te… cortaste el cabello, ¿eh? Se ve bien.

    —Gracias.

    —¿Un cambio de look? ¿Por algún motivo en especial?

    —Tal vez…

    Abra asintió lentamente, y se quedó al instante sin idea de qué más decir. La incomodidad que esa niña le provocaba le era aún muy confusa.

    —Te queda bien —comentó Cole con mayor entusiasmo—. Te da personalidad.

    Samara volteó a verlo, y le sonrió levemente como respuesta.

    —Lamentamos no poder quedarnos más —intervino Danny—. Pero tenemos que reunirnos con los padres de Abra para cenar.

    —Sí, lo entiendo —masculló Matilda, apenada—. Lamento haberme tardado tanto; tenía un asunto que atender, y no podía esperar. Pero me alegra que estén bien. Y Abra, fue un placer verte. Y espero podamos reunirnos en mejores circunstancias muy pronto.

    —Lo mismo digo —respondió la joven, sonriendo—. Y lo más probable es que tarde o temprano tenga que ir a terapia por todo esto, y por otras cosas; así que guardaré su tarjeta.

    —Abra —musitó Danny con ligera desaprobación por su comentario, pero igual rio junto con ella—. Que pasen buena noche. Despídanos de la Sra. Wheeler, por favor.

    —Vayan con cuidado.

    Ambos se encaminaron hacia la puerta principal. Matilda, Cole y Samara los despidieron desde el marco de la puerta, viendo como avanzaban hacia la acera.

    —¿Tú cómo estás? —le preguntó Cole a la recién llegada, una vez que la puerta se cerró una vez más—. ¿Cómo te fue con… ese asunto?

    —Sí, Matilda —intervino alguien más antes de que pudiera responder. Los tres se giraron, y miraron a Eleven entrando ahora al vestíbulo desde la sala, caminando hacia ellos apoyada en Sarah—. ¿Cuál fue el asunto que te tuvo entretenida casi todo el día?

    —Hola, Eleven —le saludó Matilda, ligeramente nerviosa—. ¿Cómo estás?

    —De una pieza —respondió El rápidamente—. ¿Entonces?

    —¿Es que acaso por una vez no lo sabes todo? —indicó Matilda con tono burlón, cruzándose de bazos.

    —No seas condescendiente conmigo —le respondió Eleven con voz sólo un poco afilada.

    Matilda dejó escapar un suspiro, y respondió sin más.

    —Fui a ver a mi padre a prisión.

    El comentario causó una reacción de marcado pasmo tanto en Eleven como en Sarah. Era evidente que entre las posibilidades que habían barajeado, esa no era una de ellas. Privilegio de no haber estado presentes la otra noche durante la visita sorpresa de Michael.

    —Oh, entiendo —susurró Eleven, asintiendo.

    —Estuvo bien —se apresuró Matilda a aclarar—. O no tan mal como podría haber sido, más bien.

    —Yo sé un poco sobre relaciones familiares complicadas —indicó Eleven esbozando una sonrisa un tanto apagada—. Estoy segura de que lo que haya sido, habrá sido para mejor.

    —Lo sé —suspiró Matilda—. Pero no se preocupen por eso ahora. Comparado con todo lo demás que nos ha ocurrido estos días, esto es algo insignificante.

    —Nada de eso —se apresuró Cole a espetar, sonando casi molesto.

    —El detective tiene razón —secundó Eleven—. No haga menos los asuntos y problemas que le angustien en estos momentos, doctora; ni siquiera los pequeños. Como psiquiatra, creo que eso lo sabes bien.

    —Bueno —masculló la psiquiatra, encogiéndose de hombros—, a veces ocupamos que alguien nos recuerde lo que en teoría ya sabemos. Por algo los terapeutas también van a terapia.

    —¿Y tú lo haces? —preguntó Sarah con curiosidad, arqueando una ceja.

    Matilda rio, y sus mejillas se ruborizaron un poco.

    —No en este momento —admitió—. Pero quizás también lo vaya a necesitar, pronto.

    Todos rieron al instante siguiente, y el aire se aligeró un poco; todos menos Samara, aunque hizo el intento de sonreír, pese a que en el fondo no entendía bien si aquello había sido un chiste o no.

    —Bueno, dicho eso —pronunció Eleven, y centró entonces para sus sorpresa la mirada justo en la niña, que respingó un poco al notar esto—. Samara, ¿te molestaría venir conmigo a la mesa del comedor para sentarnos de una vez? —le preguntó, extendiéndole la mano que no sujetaba su bastón—. Necesito hablar contigo de lo que ocurrirá a continuación con tu regreso a casa. Sé que Matilda ya te habrá hablado al respecto, pero hay algunos puntos que deseo tocar contigo directamente.

    Samara contempló su mano con ligera desconfianza asomándose por sus ojos. Se giró por reflejo hacia Matilda, en busca de su guía.

    —No te preocupes —pronunció Eleven rápidamente al notar su vacilación—. Matilda se reunirá con nosotros en la mesa en un rato más. Pero ahora el Det. Sear y ella tienen que hablar primero de unas cosas.

    Aquello tomó a la propia Matilda por sorpresa, y por reflejo se giró a mirar a Cole, cuestionándole con la sola mirada a qué se refería. Éste se limitó a sólo sonreírle y encogerse de hombros. Lo que fuera, de seguro quería en efecto que lo hablaran a solas, e inevitablemente eso le causó una pequeña punzada de preocupación.

    —Está bien, pequeña —le indicó con suavidad a Samara, agachándose un poco hacia ella—. Voy en un momento, ¿sí?

    Samara asintió, sintiéndose más segura con que Matilda se lo indicara. Tomó entonces la mano que Eleven le ofrecía, y tanto ella como Sarah comenzaron a guiarla en dirección al comedor.

    —Qué bonito peinado, por cierto —comentó Eleven mientras se alejaban—. ¿Sabías que en gran parte de mi niñez y adolescencia me tocó llevar la cabeza completamente rapada? Por favor no te lo imagines.

    Matilda y Cole permanecieron en silencio, hasta que las voces se alejaron lo suficiente del vestíbulo.

    —¿Tenemos que hablar de unas cosas? —preguntó Matilda curiosa, girándose hacia el detective.

    —Sí, algo así —masculló Cole, sonando un poco abatido al hacerlo. Recorrió con una mano su nuca de forma nerviosa, y se giró sobre sus pies para comenzar a caminar en dirección a la sala. Matilda lo siguió de cerca—. No es nada grave, en realidad —se apresuró a aclarar—. Solamente que hablé con mi capitán esta mañana, y me pidió… No, más bien me ordenó que haga acto de presencia en la estación el lunes a primera hora, para que hablemos con mayor detalle de… bueno, de todo esto.

    Cole se dejó caer de sentón en uno de los sillones, y se giró a mirarla con una de esas sonrisas despreocupadas en los labios, que Matilda había aprendido rápidamente a identificar como no del todo sinceras.

    —En pocas palabras, deberé volver a Filadelfia pronto; el domingo, a lo mucho —concluyó Cole con diversión, aunque su mirada no reflejaba el mismo sentimiento.

    —Oh —murmuró Matilda, pensativa—. Entiendo. Bueno, sabíamos que pasaría tarde o temprano, ¿no? Ya hiciste más que suficiente por Samara y… por mí. Arriesgaste incluso tu propia seguridad. Es momento de que tú también vuelvas a tu vida normal.

    —Con gusto arriesgaría el doble o el triple otra vez por ustedes dos —declaró Cole con asombrosa convicción—. No me importaría perder mis dos piernas, si a cambio pudiera asegurar que ustedes estén bien.

    —En verdad procuremos que eso no vuelva a ser necesario —bromeó Matilda. Se aproximó entonces al sillón, y se sentó justo a su lado; quizás bastante más cerca de lo que Cole se esperaba, y eso lo puso un tanto tenso, pero procuró disimularlo—. Igual dentro de poco yo tendré que llevar a Samara de regreso a su casa, y ver qué pasa —indicó Matilda justo después, cruzándose de piernas.

    —Sí, Eleven me lo mencionó —asintió Cole—. ¿Y luego de eso? ¿Qué harás?

    Matilda se encogió de hombros.

    —Si el padre adoptivo de Samara la acepta de regreso, que lo dudo… tendré que aplicar esfuerzo monumentales para asegurar el bienestar de Samara a su lado. Y si no puedo estar segura de ello, moveré cielo y mar para retirarle la custodia. Y todo eso puede tomar bastante tiempo. Pero, si por el contrario la rechaza y desea ya no hacerse cargo de ella, que me temo será lo más probable… entonces intentaré llevar a cabo el proceso de adopción, con el apoyo de la Fundación; otro proceso que también puede tomar su tiempo. Pero lo más grave es que no sé cuál de esos escenarios lastimará más a Samara.

    —No podrás protegerla por siempre —indicó Cole con seriedad—. Tendrá que afrontar la verdad sobre sus padres tarde o temprano. Pero al menos, pase lo que pase, te tendrá a ti a su lado para ayudarla a hacerlo. Y tras ese momento rasposo, si todo sale bien, le esperará un brillante futuro contigo.

    —Espero que ella lo vea así —suspiró Matilda, claramente ansiosa—. Pero bueno, respondiendo a tu pregunta, lo más probable que tenga que estar en Washington una temporada hasta que todo esto se resuelva, de una u otra forma; quizás hasta fin de año, o más. Luego de eso, volveré a Boston; sola o, como espero que suceda al final, acompañada de Samara.

    Cole asintió, indicando que comprendía con claridad el plan, incluso las ramificaciones más complicadas de éste. Carraspeó entonces un poco, se sentó derecho en el sillón, e incluso se atrevió, aunque un poco dubitativo, a apoyar su brazo en el respaldo del sillón, detrás de la espalda de Matilda. Ésta miró de reojo aquel acto, pero no dio indicio alguno de querer detenerlo.

    —¿Y… qué significa eso? —preguntó Cole en voz baja, mirándola fijamente—. Para nosotros, quiero decir.

    —Nosotros —repitió Matilda despacio, casi como si la palabra le resultara ajena. Carraspeó también, miró un tanto distraída al frente, y con una mano alisó la tela de sus pantalones—. ¿Qué te gustaría a ti que ocurriera con nosotros?

    —Lo que tú quieras que ocurra —respondió Cole rápidamente sin pensarlo mucho—. No aspiró a nada más que eso.

    —Muy considerado —masculló Matilda, pero no dejaba muy claro si acaso lo decía en serio, o estaba siendo sarcástica—. Bueno… Filadelfia no está muy lejos de Boston, en realidad.

    —Cinco horas en carro, un poco menos de una hora en avión —indicó Cole rápidamente—. No es que lo haya revisado.

    Matilda rio un poco por la ocurrencia, pero se serenó rápidamente para seguir hablando.

    —Supongo que una vez que Samara y yo estemos instaladas, y todo se calme… Quizás podríamos planear algo. Unas pequeñas vacaciones de verdad, esta vez. Y ver qué pasa a partir de eso.

    —Suena agradable —susurró Cole, esbozando ahora sí una radiante y sincera sonrisa, de la cuál de inmediato Matilda se sintió contagiada.

    Ambos guardaron silencio en ese momento, y se limitaron a sólo mirarse, perdiéndose un rato en los ojos del otro. Qué rápido se habían acostumbrado a esos momentos de silencio en los que ninguno tenía que decir nada, y aun así entender lo suficiente.

    En esa ocasión no estuvo claro quien dio el primer paso; quizás fue Cole, quizás fue Matilda. Pero para cuando ambos fueron conscientes, sus rostros ya estaban a medio camino aproximándose al otro. Y en lugar de retroceder, se limitaron a simplemente cerrar los ojos y cortar la distancia que les faltaba. Sus labios llegaron a rozarse sólo un poco, y eso fue suficiente para causar una pequeña chispa de electricidad en ambos. Sin embargo, no pudieron llegar más lejos de eso, antes de que los pasos de alguien entrando a la sala los distrajera.

    Ambos se separaron rápidamente por mero reflejo, sentándose derechos y girándose al mismo tiempo hacia la puerta de la sala. Jennifer los miraba desde ahí, paralizada en su lugar en cuanto vislumbró lo que estaba ocurriendo un instante antes de que entrara.

    —Yo… lo siento —susurró Jennifer apenada—. No quería interrumpirles. Sólo venía a decirles que ya está todo servido para comer… pero yo me voy, hagan de cuenta que no estuve aquí.

    —No, mamá, alto —exclamó Matilda rápidamente, poniéndose de pie al instante, antes de que ella “huyera” de esa forma—. Ya vamos para allá, ¿cierto? —indicó, girándose hacia Cole para confirmación.

    —Sí, por supuesto —se apresuró Cole a responder, parándose también—. Estoy más que dispuesto a comer enseguida.

    Jennifer asintió, aunque claramente se sentía culpable por haber roto el momento de esa forma. Pero igual los tres se dirigieron juntos hacia el comedor, como estaba planeado.

    —¿Cómo te fue? —le preguntó la Srta. Honey a su hija mientras avanzaban.

    —Te lo platicaré todo en la mesa —le respondió Matilda, y ambas entrelazaron sus brazos mientras se encaminaron juntas a la mesa.

    — — — —
    La cena en casa de los Wheeler se llevó a cabo sin muchas complicaciones. Mike, Will, Jim y Terry se sentaron a la mesa grande del comedor, comieron el pavo preparado y los demás complementos, incluyendo el dulce de calabaza de Will. Platicaron, rieron y agradecieron las cosas buenas que habían ocurrido ese año, por encima de las malas. Y de alguna forma fueron dejando atrás, aunque fuera por un par de horas, los sucesos desagradables de las últimas semanas.

    Sin embargo, los puestos vacíos que deberían haber sido ocupados por Jane y Sarah, eran como dos parpadeantes luces rojas, presentes a toda hora, y jalando irremediablemente la atención de los cuatro en algún momento. En especial la de Mike, que en gran parte de la cena fue incapaz de ocultar su enojo aún latente, provocado indiscutiblemente por la ausencia de su esposa.

    Pese a todo, la cena terminó bien. Y una vez terminada, sólo quedaba la parte no tan agradable de limpiar y lavar los platos. Sorprendentemente, Mike terminó ofreciéndose a hacerlo todo él, quizás simplemente buscando algo que hacer para distraerse. Sus hijos le tomaron la palabra con facilidad, pero Will se negó a dejarle todo el trabajo. Así que tras recoger los platos de la mesa, ambos se dirigieron juntos al fregadero de la cocina.

    Una vez estuvieron lejos de los oídos de Jim y Terry, mientras Mike lavaba y Will a su lado secaba, éste último soltó sin más espera lo que había querido decir toda la noche:

    —No puedes seguir enojado con El por más tiempo —exclamó con seriedad.

    Mike soltó un pesado suspiro exasperado.

    —¿Qué no puedo? —espetó, casi ofendido—. Estuvo en coma por semanas, y al despertar lo primero que hace largarse. Aún ni siquiera puede caminar ella sola, y prefiere cruzar medio país en lugar de quedarse quieta medio minuto y estar con su familia.

    —Tenía que hacerlo. Alguien debía resolver todo esto.

    —¿Y por qué tenía que ser ella? —pronunció en alto, girándose a mirar a su amigo—. ¿Por qué siempre tiene que ser ella?

    Mike se volvió abatido hacia los platos, comenzando a tallar uno de ellos con, quizás, bastante más fuerza de la que requería.

    —No vayas a romperlo —musitó Will con ligera sorna. Luego añadió—: Te recuerdo que eso fue lo que te gustó de ella en un inicio; ¿ya lo olvidaste? Su valor, su poder, su deseo de ayudar y proteger a otros. El que fuera una verdadera heroína.

    —Ya no somos más unos niños, Will —soltó Mike con amargura—. Y he estado ya demasiadas veces tan cerca de perderla, y en verdad pensé que en esta ocasión la perdería por completo…

    Se detuvo un momento, agachó la cabeza y apoyó ambas manos contra la orilla de la encimera, como si temiera caerse si no se sostenía de esa forma.

    —No sé si resistiré pasar por algo como esto una vez más —susurró despacio; no con enojo o como una recriminación, sino como un sincero y doloroso lamento.

    Will se quedó sin palabras unos momentos. No podría reprocharle sus palabras, pues vivir constantemente con la sensación de que, en cualquier momento, la persona que más amas en el mundo podía simplemente ser arrancada de tus brazos con tanta facilidad, debía ser agotador para cualquiera.

    Pero Mike sabía desde hace mucho quién era Jane, y las cosas de las que era capaz. Sabía bien que no se quedaría sentada todo el tiempo en casa, siendo una esposa y madre común, y fingiendo que allá afuera no ocurría nada. No iba con su personalidad. Y, de cierta forma, Will sabía que Mike era muy parecido a ella. El Mike que él conoció hace años, saltaría al fuego sin dudarlo por cualquiera de sus amigos. Solamente quizás los años habían sepultado a ese Mike en una pequeña capa de amargura y preocupación; pero Will sabía que él seguía ahí, en algún lado.

    —Hey, papá —escucharon la voz de Jim pronunciar desde la entrada de la cocina. Mike se forzó a recuperar la compostura para mirarlo—. Voy a casa de Joan a saludarla a ella y a su familia. Me voy a llevar a Terry para que se despeje un poco.

    —Está bien —respondió Mike, asintiendo—. Sólo no regresen tarde, por favor.

    —Descuida, será sólo un par de horas. Nos vemos después, tío Will.

    —Cuídense —indicó Will con solemnidad.

    Jim se retiró entonces, y Mike volvió de nuevo a la distracción de los platos.

    —Sé que es duro, Mike —dijo Will con algo de severidad—, pero tienes que sobreponerte. Tus hijos te necesitan, en especial Terry. No les hace ningún bien verte estar molesto de esa forma con su madre.

    —Ya lo sé —espetó Mike, defensivo.

    —Si sirve de algo, le dijo a los chicos que muy probablemente volvería el domingo.

    —Pues ojalá sea cierto.

    Unos segundos después, alguien más hizo acto de presencia en la cocina, tomando a ambos un poco por sorpresa.

    —Toc, toc —pronunció la voz animada de la Dra. Mayfield, de pie en la puerta en la cocina. Llevaba puesta aún su bata blanca, y su cabello rojizo atado con una cola. En sus manos, cargaba un recipiente redondo de pay.

    —Hey, Maxine —pronunció Will, alzando una mano a modo de saludo. Mike se limitó a mirarla sobre su hombro y asentir con la cabeza.

    —¿Cómo están, chicos? —preguntó Max, dándose permiso para ingresar con pauso cauteloso a la cocina—. Perdón por a intromisión. Jim y Terry me dejaron entrar mientras iban de salida.

    —¿Vas saliendo de su tu guardia? —preguntó Will.

    —Sí, apenas —suspiró Max con voz agotada—. Pero traje un poco de pay de manzana —indicó con entusiasmo, alzando el pastel en sus manos para que ambos lo vieran.

    —¿Hecho por ti? —preguntó Will con tono divertido.

    —Comprado, por supuesto —masculló un poco apenada—. Pero con mis propias manos.

    Will y Max rieron divertidos, pero Mike no pareció muy interesado en acompañarlos en la broma.

    —En fin, ¿llego tarde para comer algo?

    —Siéntate, te caliento un poco de pavo —indicó Mike un poco ausente. Cerró las llaves del fregadero, se secó las manos, y comenzó a servir de todo un poco en un plato, de forma casi mecánica.

    Will y Max se miraron entre ellos, suspiraron al unísono, y pasaron a sentarse juntos en la mesita de la cocina.

    —¿Cómo está? —preguntó Max en voz baja, mirando de reojo a Mike.

    —Aún le aplica la ley de hielo a El —le informó Will con pesar en su voz.

    —Qué maduro de su parte —pronunció Max, aunque lo suficientemente alto apropósito para que Mike pudiera escucharla. Éste la miró de reojo, pero no dijo nada, y se limitó a colocar el plato de comida en el microondas.

    —Está preocupado por ella —le defendió Will con voz mediadora.

    —¿Y crees que yo no? —masculló Max con severidad—. ¿Hablaron con ella hoy?

    —Sí. Está bien, y dice que volverá pronto.

    —Eso espero, porque además de arreglar ese otro asunto, necesita arreglar su relación familiar; y no se diga su salud.

    Will asintió, estando completamente de acuerdo con ella, así que en verdad no tenía nada más que añadir.

    —¿Y tú cuánto te quedarás? —le preguntó Max, curiosa.

    —Quizás vuelva a New York el lunes, si ya no me necesitan por aquí.

    —Este tonto siempre te va a necesitar por aquí —indicó Max con tono bromista, apuntando con su mentón hacia Mike que se acercaba a ellos con el plato humeante de comida.

    —Bueno, gracias —farfulló Mike con seriedad. A pesar de todo, colocó el plato delante de Max, con todo y cubiertos, y ésta lo aceptó gustosa—. Puedes quedarte todo el tiempo que desees, Will —indicó Mike, mirando a su amigo—. Me hace bien tu compañía.

    Will no pudo evitar sonreír contento de escucharlo decir eso.

    —Te lo agradezco, amigo.

    —¿Qué dices? Yo te lo agradezco a ti —declaró Mike con convicción—. Quizás estaríamos perdidos si no hubieras estado aquí para apoyarnos.

    —No, nada de eso —masculló Will, riendo nervioso—. Sólo vine a ayudar en lo que podía, eso es todo.

    —Oh, ya basta, ustedes dos —masculló Max con tono de falsa molestia, teniendo medio bocado de pavo en la boca—. No se pongan más cariñosos o tendré que llamar a El.

    —Oye, oye —exclamó Will, alarmado—. Eso fue bastante inapropiado, Max.

    —Lo siento —rio Max, divertida. Terminó de tragar lo que tenía en la boca, y pareció querer en ese momento decir algo más. Sin embargo, un fuerte ruido los sacudió a los tres, haciéndolos ponerse en alerta.

    —¿Qué fue eso? —susurró Will, parándose despacio de su silla.

    Mike giró su atención hacia la puerta de la cocina, que daba hacia el patio posterior.

    —Fue atrás —indicó el dueño de la casa con severidad.

    —Quizás sean los chicos —comentó Max con calma, pero Mike no parecía estar muy de acuerdo con esa teoría. Sin decir nada, se dirigió con paso resuelto hacia la puerta.

    —Mike, ¿a dónde vas? —le cuestionó Will alarmado, y sin titubear mucho fue detrás de él. Max lo pensó un poco más, pero al final también se paró y los siguió.

    Mike abrió la puerta de par en par rápidamente, y se asomó hacia el exterior. El patio estaba envuelto en sombras, hasta que presionó el interruptor que encendió las luces traseras. La luz adicional no hizo mucho cambio, pero ayudó a poder identificar lo que posiblemente había provocado aquel sonido: uno de los botes de basura estaba volteado, y su contenido desperdigado por la tierra.

    Suspiró con molestia, pero se dirigió de inmediato al bote para levantarlo, y regresar la basura a su interior. Will y Max salieron también por la puerta, y el primero se apresuró de inmediato a ayudarlo a recoger.

    —Quizás sólo fue un perro —señaló Max, cruzada de brazos para protegerse un poco del frío que estaba comenzando a sentirse.

    —Quizás —carraspeó Mike.

    Una vez el bote estuvo de pie y todo en su sitio, decidió llevarlo a la parte frontal de la casa, en caso de que la basura decidiera pasar el día de mañana. Caminó entonces hacia un lado con la intención de rodear la casa por un costado. Sin embargo, justo cuando iba a pasar la esquina de la casa, escuchó un click resonando en la noche, y un segundo después ante su rostro apareció el largo y oscuro cañón de un arma, apuntando directo al centro de su frente.

    Mike se sobresaltó, soltó el bote dejándolo caer, y dio por un instinto un apenas apreciable paso hacia atrás. El sonido de la basura cayendo alarmó a Will y Max, y de inmediato se aproximaron hacia él. Cuando estuvieron a su lado, pudieron ver lo mismo que Mike veía, y se quedaron paralizados en su sitio al instante.

    El arma que apuntaba a Mike era sostenida por la mano grande y firme de un hombre, de piel oscura, con su rostro perlado por el sudor y mirada cansada, que parecía apenas poder enfocarse en uno de ellos. A pesar del clima, usaba solamente una camiseta blanca delgada y unos pantalones negros. Se le veía agotado; respiraba con agitación, y estaba claramente malherido. A la altura de su abdomen tenían enredados un improvisado vendaje que le rodeaba por completo, y que estaba además en esos momentos impregnado de sangre. Otras parte como su pierna, brazo o frente tenían igualmente vendajes rudimentarios.

    Su estado era tan impactante, que por unos segundos ninguno lo reconoció. Pero conforme las luces del patio lo enfocaron mejor y pudieron tener una vista más clara de su rostro, los tres se quedaron atónitos al darse cuenta de quién era.

    —¿Lucas? —pronunció Maxine, azorada.

    Él los miró de regreso, pero no parecía mirarlos del todo. Bajó lentamente el brazo que sostenía el arma, y entonces se apoyó con su hombro contra la casa para evitar caer.

    —Lucas, ¿qué te pasó…? —murmuró Will con preocupación, y se atrevió a dar un paso hacia él, a lo que Lucas respondió rápidamente, alzando de nuevo su arma, ahora apunando con ella hacia el rostro de Will.

    —Aléjense… No se me acerquen —les advirtió con voz débil, pero aun así beligerante.

    Los tres retrocedieron, alarmados.

    —Lucas, espera —susurró Mike, alzando ambas manos delante de él para mostrarle que no había amenaza en ellos—. Somos nosotros, Mike, Will, y Max. Nos reconoces, ¿cierto? Somos tus amigos…

    Él miró a cada uno con aprehensión, apretando su mano más firmemente contra el mango de su arma. Era evidente que estaba alterado; quizás lo suficiente para cometer una locura con esa cosa. Pero al final pareció tener la suficiente lucidez para reconocerlos, y entender dónde estaba. Volvió a bajar su arma, y en esta ocasión apoyó su espalda entera contra el muro exterior de la casa.

    —No sabía a dónde más ir —soltó con dolor e impotencia—. Ya no sé en quién puedo confiar…

    Y esas fueron las últimas palabras que pudo pronunciar, antes de que sus ojos se cerraran, y sus dedos fueran incapaces de sostener la pistola y ésta se resbalara hacia el piso. Lucas no tardó en seguirla, deslizándose por la pared hasta quedar sentado en el suelo.

    —¡Lucas! —pronunció Max alarmada, y se aproximó rápidamente hacia él, colocándose de cuclillas a su lado. Mike y Will igualmente se aproximaron para verlo de cerca.

    La cabeza de Lucas colgó hacia adelante, pegando su mentón contra su pecho; al parecer había quedado totalmente inconsciente, como si sólo le hubieran alcanzado las energías para llegar hasta ese sitio, y nada más.

    Max rápidamente llevó sus dedos a su cuello.

    —Su pulso es débil —declaró con inquietud. Agachó su atención hacia el vendaje de su abdomen, tocándolo con sus dedos; estos se mancharon de rojo al hacerlo—. Creo que ha perdido mucha sangre. Ayúdenme a meterlo, rápido.

    Will y Mike obedecieron, y al instante lo tomaron entre los dos, uno de las piernas y lo otro de las axilas. Lo alzaron lo mejor que pudieron, y comenzaron a avanzar presurosos de regreso a la puerta de la cocina. Lucas no reaccionó en ningún momento del trayecto, y no lo haría por completo hasta mucho tiempo después.

    FIN DEL CAPÍTULO 157
    Notas del Autor:

    Como prometí, estos capítulos fueron un poco más tranquilos, en donde vimos a nuestros personajes celebrar Acción de Gracias, y poder ver además un poco de interacción entre ellos. Y claro, de paso repasar en qué situación se encuentran varios de ellos, incluso el propio Damien, así como dar un pequeño vistazo a lo que vendrá más adelante.

    Dentro de poco a muchos les tocará viajar y volver a sus vidas “normales”, pero todos sabemos que eso no durará mucho. ¿Qué pasará ahora? Muchas cosas, por supuesto. Pero primero hay otros personajes que tocará ver también, aunque ya no en situaciones tan tranquilas. Estén atentos a los siguientes capítulos.
     
  18. Threadmarks: Capítulo 158. Puede ser de utilidad
     
    WingzemonX

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    Misterio/Suspenso
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
    WingzemonX


    Capítulo 158.
    Puede ser de utilidad

    La cómoda estadía de Esther y Lily en el Motel Blackberg se había tenido que alargar un poco más de lo que a cualquiera de las dos le hubiera gustado. Aunque, considerando todo el panorama completo de las cosas, resultaba ser un refugio ideal, al menos temporalmente.

    De manera oficial el motel había permanecido cerrado por remodelación desde aquella bonita noche en la que Oskar, Owen, o como sea que se llamase, huyó rompiendo la puerta principal de recepción; aunque esto ayudaba a darle credibilidad a su coartada de la remodelación. La realidad, sin embargo, era que ambas niñas prófugas se habían apoderado del sitio, y hacían uso de él como querían. Aunque claro, técnicamente no eran las únicas dos ahí.

    La nueva habilidad que Lily había despertado, y que le permitía adoptar la forma de una mujer adulta a voluntad, tenía el potencial suficiente para serles muy útil a futuro. Una niña y una chica veinteañera, que bien pudiera ser su hermana mayor, su niñera, o incluso su tutora legal, llamarían muchísimo menos la atención que dos niñas viajando solas. Aunque claro, no sólo era la apariencia lo importante, sino también su actitud. Y es por esto último que Esther había pasado esos últimos días instruyendo a Lily sobre cómo comportarse; qué decir y qué hacer, y qué no.

    Era un poco gracioso, si se detenían a pensarlo. Esther era una mujer adulta que había pasado gran parte de su vida intentando aprender cómo actuar como una niña, y ahora tenía que enseñarle a una niña cómo actuar como una mujer adulta.

    Por suerte Lily contaba con una dosis bastante decente del cinismo y fastidio inherente en cualquier adulto, que hacía que su actitud fuera bastante convincente. Ya habían hecho algunas pruebas enviándola a hacer algunos recados, como obtener un poco de gasolina, comida, recibir paquetes y encargos, y nadie se detenía a cuestionarse si aquella chica era lo que parecía ser o no. Aunque claro, todo eso sólo confirmaba aún más la idea de Esther de que la gente en general era estúpida, y fácil de engañar si maquillabas las cosas sólo un poco.

    Sin embargo, aunque las clases de comportamiento resultaron todo un éxito, había aún una lección que resultaba más retadora que las otras, y el motivo principal por el que seguían ahí tras ese tiempo: conducir.

    Ya con la gasolina y las llaves de la camioneta del motel, huir de aquel sitio en su nuevo vehículo sería la decisión más obvia. Sin embargo, Esther deseaba aprovechar la oportunidad para obtener una nueva ventaja a su favor. Y es que si lograba que Lily, usando su nueva apariencia adulta, condujera la camioneta en su lugar, eso les ayudaría a llamar mucho menos la atención; en especial la de la policía.

    Quizás había pecado un poco de inocente al pensar que sólo le tomaría un día enseñarle a una niña con apariencia de adulta a conducir una camioneta de gran tamaño. Pero ese era ya su tercer día, y no parecían tener de momento un gran avance.

    Lily ya había aprendido bien a encender el motor con la llave, a presionar el freno y el acelerador, y que al mover el volante se movía el vehículo; lo básico y, quizás, suficiente. El problema de momento era que parecía ser incapaz de permitir que la camioneta avanzara más de medio metro, antes de instintivamente presionar el freno con toda la planta del pie y hacer que se detuviera de golpe.

    Esa tarde del tercer día, cerca del atardecer, cualquiera que pasara por la carretera vería la camioneta roja moverse a paso cortado, frenando y avanzando a ritmo inconstante, por el estacionamiento frontal del motel. Lily se encontraba por supuesto al volante del vehículo, y Esther en el asiento del copiloto; ambas con el cinturón de seguridad bien puesto, necesario debido a los seguidos y repetitivos frenados de la conductora.

    —¿Quieres dejar de frenar cada cinco segundos? —le reclamó Esther con coraje, girándose a verla, ya para ese entonces más que harta.

    Lily, con su apariencia de una joven mujer veinteañera, tenía sus manos firmemente aferradas al volante, tan fuerte que sus dedos se tornaban blancos; como si temiera que al soltarlo se fuera a caer al vacío.

    —Sólo me pareció que estaba perdiendo un poco el control, eso es todo —masculló Lily despacio, mirando de reojo a su acompañante.

    —¿Y las veinte ocasiones anteriores también? —le recriminó Esther con agresividad. Esto, por supuesto, no le simpatizaba ni un poco a la conductora.

    —Para ti es muy sencillo, anciana. Apuesto a que conduces desde que se inventaron los automóviles.

    —No es ciencia de cohetes, y menos esta camioneta que es automática. Pisas el acelerador para avanzar, pisas el freno para detenerte. Pero tienes que avanzar al menos un metro y subir de diez kilómetros por hora antes de detenerte. Hasta un mono sabe hacerlo.

    —Entonces quizás debas traer a un mono para que lo haga —exclamó Lily molesta, cruzándose de brazos y apoyándose por completo contra el respaldo.

    —No es mala idea; apuesto a que me haría más caso.

    —Pues haz eso, y me avisar cómo te va.

    Y lanzada esa casi amenaza al aire, Lily abrió la puerta de su lado con la intención de salirse de automóvil. Esther resopló, y al instante se estiró hacia ella.

    —No me hagas berrinche, ¿quieres? —masculló con voz más calmada, al tiempo que extendía su mano y la tomaba del brazo. Se quedó un instante sorprendida por la realidad de que en efecto sus dedos pudieran rodear por completo aquel brazo de mujer adulta; aún no entendía cómo tal ilusión funcionaba. Pero no se detuvo demasiado en ello y siguió hablando en cuanto le fue posible—. Calmémonos un momento, ¿sí? Hagamos otra prueba, y te prometo intentar ser un poco más paciente.

    Lily se giró a mirarla de reojo, con el claro descontento plasmado en su expresión. Aun así, no siguió insistiendo en querer salir del vehículo e incluso, tras un corto tiempo de reflexión, se sentó de nuevo derecha en el asiento y cerró la puerta.

    Esther suspiró, y se acomodó también de nuevo en su asiento.

    —Necesito en verdad que le pierdas el miedo a esto —explicó con voz más cauta—. Sólo avanza sin frenar; despacio si quieres, pero avanza.

    Lily no respondió nada, y en su lugar simplemente volvió a encender el vehículo y se puso en marcha. Retiró lentamente el pie del freno, y dejó que el vehículo avanzara por su cuenta a vuelta a rueda. Sin que Esther se lo indicara, acercó con cuidado el pie al acelerador, presionándolo apenas para que la velocidad del vehículo aumentara lo suficiente para ser apreciable.

    Una sonrisa amplia y brillante se dibujó en su rostro.

    —Lo estoy haciendo, lo estoy haciendo —exclamó Lily con genuino entusiasmo.

    —Por supuesto que sí —musitó Esther con apenas una pequeña dosis de ironía ante la idea de que se sintiera tan realizada con tan poco progreso.

    La camioneta siguió avanzando a paso de tortuga por el reducido estacionamiento frontal. Debía igualmente ser una imagen graciosa para cualquiera que lo viera, pero al menos ya no estaba avanzando y frenando repetidas veces.

    Sin embargo, tras sólo unos cuantos segundos, la actitud positiva de Lily se esfumó totalmente, y su rostro volvió a tornarse consternado.

    —Ya va más rápido —indicó con voz temblorosa.

    —No vas ni a treinta —le respondió Esther con voz risueña. Su explicación, sin embargo, no calmó ni un poco los nervios de su acompañante. Y mucho menos al notar que el vehículo se dirigía (muy lentamente) hacia el muro de la fachada del hotel.

    —¿Cómo me detengo? —preguntó nerviosa, desconcertando bastante a Esther.

    —¿Cómo que cómo? Usa el freno —le indicó con voz tajante. Aun así, Lily no pareció escucharla o hacerle caso, pues el vehículo siguió avanzando—. El freno —repitió Esther, algo desesperada. Pero pese a que Lily había presionado el freno unas cincuenta veces ese día, al parecer se había quedado paralizada, o quizás lo había olvidado—. ¡El freno!

    Por mero reflejo Esther extendió su mano hacia el volante, girándolo con brusquedad para un lado. El auto se agitó, ambas se zarandearon, y terminaron con la punta de la camioneta contra las jardineras exteriores. Por suerte iban tan lento, que no hubo ningún golpe grave.

    Antes de cualquier cosa, Esther se apresuró a poner el freno de mano. No fuera a ser que a su estudiante estrella se le ocurriera volver a presionar el acelerador en ese momento.

    —Con una mierda —dejó escapar la mujer de Estonia con marcado enojo.

    A mitad de su desahogo, azotó una mano contra la guantera con fuerza, y ésta se abrió abruptamente. Como una respuesta del cielo ante su bola de estrés, la guantera le mostró media cajetilla de cigarros y un encendedor, que tenía ahí guardados. Eshter no lo dudo y tomó ambos al instante.

    Abrió poco después la ventanilla a su lado, tomó un cigarrillo, se lo colocó en los labios, y comenzó a pelearse con el encendedor para que le diera una llama lo suficientemente decente.

    —Llevamos tres días con esto; ¡tres! —espetó con molestia, al tiempo que seguía sujetando el cigarrillo entre sus labios.

    —¿Y qué esperabas? —le respondió Lily con actitud defensiva—. Aunque me vea así, sigo teniendo la experiencia y conocimientos de una niña de diez años. Lo contrario de ti, de hecho, anciana.

    —Pues tendrás que esforzarte el doble para corregir eso —le reprendió Esther con voz agresiva.

    En ese momento el encendedor logró darle una llama, y pudo al fin darle fuego a su cigarrillo. Eran de una marca que sabía horrible, pero tenía que conformarse de momento con lo que tenía a la mano. Tras una larga calada, lo sostuvo un momento, y luego lo dejó escapar lentamente en dirección a la ventanilla abierta. Y mientras miraba pensativa hacia el paisaje nevado del exterior, añadió con mayor suavidad:

    —Si le sacamos provecho a esta nueva habilidad tuya, las cosas de aquí en adelante serán más sencillas. Pero para eso, debes de empezar a actuar y pensar como adulta, no sólo verte como una.

    —¿Entonces qué? —exclamó Lily, cruzándose de brazos—. ¿Quieres que comience a beber, maldecir y fumar como tú?

    Esther sonrió divertida al escuchar tal comentario.

    —¿Acaso eso quieres tú? —preguntó con curiosidad, girándose hacia ella—. Anda, inténtalo —sugirió justo después, mientras extendía en su dirección la mano con el cigarrillo encendido.

    Lily miró el cigarro con los ojos bien abiertos, como si observara el más escabroso y extraño de los objetos. Vaciló unos segundos, pero luego respondió con la voz más firme que le fue posible:

    —No, gracias.

    —Sensato —asintió Esther, y al instante colocó de nuevo el cigarrillo entre sus labios.

    —Igual no sé cuál es el punto —espetó Lily, quizás un poco de más desesperada por cambiar el tema—. Aunque logre aprender a conducir esta cosa, no tengo licencia, ni papeles para sacar una. En cuanto un policía me detenga, estaremos perdidas.

    —Si un policía nos detiene, el que no tengas licencia será el menor de nuestros problemas —señaló Esther con ironía—. Y definitivamente alguien conduciendo que se vea así como tú, llamará mucho menos la atención que alguien como yo.

    Esther dio una larga calada a su cigarrillo, justo para después exhalar un denso nubarrón de humo por la ventilla. Su atención se centró unos momentos en el horizonte; o, más bien, en el sol que comenzaba a ocultarse detrás de éste.

    Dio entonces una última calada, y luego acercó el cigarrillo al cenicero del automóvil para apagarlo.

    —Pero es cierto que tener papeles nos haría la vida más fácil en varias situaciones —indicó—. Por eso estoy buscando cómo solucionar ese tema.

    —¿Iremos a ver a tu amigo el falsificador que te hizo esa bonita identificación falsa? —inquirió Lily con curiosidad.

    —Sería muy arriesgado volver a Phoenix. Además, ahora ocupamos un trabajo más sofisticado que ese.

    —¿Y dónde vas a obtener eso?

    Esther echó un vistazo más al inminente ocaso, y justo después abrió la puerta de su lado para bajarse de un salto del vehículo.

    —Estamos por averiguarlo. Ya es hora de alimentar a nuestra nueva mascota.

    Lily no pudo más que poner cara de hastío al escucharla decir aquello. Por supuesto que sabía a lo que se refería, y por supuesto que no le gustaba en lo absoluto. Aun así, se bajó igual del vehículo y la siguió.

    Ambas rodearon el edificio principal, ingresando al patio central del hotel, y se encaminaron por el pasillo interior hacia la habitación 302, el sitio a dónde habían trasladado a su nueva “compañera”, en vista de que la 304 había quedado un tanto imposible de habitar tras su casi mortal pelea, y ninguna estaba dispuesta a tomarse el esfuerzo de limpiarla.

    —¿Por qué insistes en mantener con vida a esa perra? —cuestionó Lily con marcada irritación en su tono.

    —Ya te dije, porque… —comenzó a decir Esther, pero calló de golpe al momento en el que se giró a mirarla, y por mero reflejo se sobresaltó sorprendida.

    Lily en ese instante había recuperado de golpe su apariencia normal: la de una niña delgaducha y frentona, más o menos de su misma estatura. Nada que ver a simple vista con la muchacha adulta con la que había estado toda la tarde metida en esa camioneta.

    Pero claro, aquello no tenía nada de raro en realidad; ya la había visto ir y venir de una apariencia a otra, conforme “apagaba” o “prendía” su ilusión. Pero eso no evitaba que la destanteara igual.

    —Con un demonio, avisa cuando hagas eso —le reprochó molesta.

    Lily sonrió ampliamente, claramente complacida con causarle tal reacción.

    —Mejor no.

    Esther negó con la cabeza. Procuró dejar el asunto de lado, y en su lugar continuó con su conversación previa.

    —Lo hago porque aún nos puede ser de utilidad —explicó.

    —Yo no entiendo cómo —sentenció Lily, encogiéndose de hombros—. Y te recuerdo que me prometiste que llegado el momento, podría freírle el cerebro como huevo cocido. Un placer que me has ido retrasando cada vez más.

    —¿Aún sigues molesta por la mordida? —inquirió Esther con voz burlona.

    —¿Tú qué crees? —resopló Lily con desdén.

    —No te culpo, pero… En parte deberías agradecerle, ¿no crees? Es gracias a eso que obtuviste tus nuevas habilidades, si entendí bien.

    —Oh, claro, deja le agradezco por casi matarme —prorrumpió Lily con casi exagerado sarcasmo—. Que esté con vida luego de eso es un mero milagro.

    —Bueno, yo te disparé y míranos ahora; somos mejores amigas.

    —Eso no quiere decir que no siga queriéndote ver muerta de vez en cuando.

    —El sentimiento es mutuo.

    Una vez ambas ingresaron a la habitación 302, Esther se dirigió directo hacia el armario, en dónde había escondido algo: un saco bien cerrado de lona. En cuanto lo tomó, lo que se ocultaba en su interior se agitó, y soltó un agudo maullido.

    —Silencio —sentenció Esther agitando un poco el saco como regaño.

    Sacó algo más del armario: una carpeta azul que había tomado de la oficina, con algunos papeles en su interior.

    Ya con ambas cosas en sus manos, se giró de regreso a Lily.

    —Como sea, sólo déjame hablar a mí, ¿sí? Lo que nos diga podría ayudarnos a salir de este sitio de una buena vez.

    —Soy una tumba —masculló Lily, sarcástica. Esther dudó que fuera a cumplir, pero tendría que arriesgarse.

    Ambas ingresaron entonces al baño, en el que las recibió una casi completa oscuridad, pues la única ventana de la habitación estaba completamente sellada para comodidad de su huésped. Igual eso no duró mucho, pues de inmediato Esther encendió el interruptor de la luz, alumbrando todo, y en especial la tina. En ésta, envuelta y oculta en un capullo de sábanas y cobertores, se encontraba justo la persona que habían ido a buscar.

    Esther se paró a lado de la tina, colocó el saco en el suelo a su lado, y la carpeta sobre la taza del inodoro. Luego tomó uno de los cobertores del capullo, jalándolo con brusquedad, prácticamente escarbando hasta que dejó a la vista el rostro pálido y delgado de Eli. Si no supiera lo que era en realidad, hubiera jurado que se trataba de un cadáver.

    —Despierta, despierta, pequeño rayo de sol —masculló Esther como un canturreo.

    Los ojos de Eli se abrieron lentamente, y se fijaron fríos en la mujer de pie a lado de la tina. No necesitó siquiera de un minuto para quitarse el sueño de encima; al instante de abrir los ojos, ya estaba completamente despierta. Se sentó como pudo, y se zarandeó para quitarse el resto de los tendidos de encima. Una vez expuesta, dejó también a la vista el resto de su cuerpo delgado; y, claro, las gruesas esposas que aprisionaban sus muñecas, y las otras al juego que hacían lo mismo en sus tobillos.

    Esther ya sabía que era capaz de romper sogas si se lo proponía, pero al menos de momento parecía que las esposas funcionaban.

    —Ya es hora de tu comida —indicó Esther con tono juguetón, al tiempo que colocaba en la tina el saco que había traído, justo delante de ella.

    Abrió el saco sólo un poco, dejando que la silueta de lo que adentro de éste se ocultaba fuera apreciable por Eli. La vampiresa, sin embargo, torció su boca en una expresión de malestar, y se giró hacia otro lado, rehuyendo aquellos ojos dorados que la miraban desde la oscuridad del saco.

    —¿Un gato otra vez? —exclamó con marcado fastidio.

    —¿Qué esperaba su majestad? —dijo Esther con ironía—. ¿Algo más sofisticado? Es lo mejor que puedo conseguir. Tómalo o déjalo.

    Eli permaneció en silencio, observándola con expresión desafiante. Esther sintió que estaba intentando de alguna forma dejarle claro que se mantendría firme en su idea, pero ese tipo de chantajes definitivamente no funcionaban con ella.

    —Lo dejas entonces —concluyó Esther, encogiéndose de hombros.

    Estiró en ese momento la mano para tomar el saco. Antes de que pudiera tomarlo, el gato de pelaje anaranjado salió despavorido del interior, y salto hacia la orilla de la tina con la intención clara de correr hacia la puerta. Sin embargo, al instante Eli se movió considerablemente más rápido. Se lanzó hacia el frente, atrapando al gato en el aire con sus dos manos esposadas. Se aferró firmemente a él, y sin vacilación alguna abrió grande sus fauces, y precipitó sus afilados colmillos directo al pequeño cuerpo del gato, que chilló y siseó.

    Esther dio un paso hacia atrás, pero se quedó ahí cerca, al lado de Lily. Ambas se quedaron ahí de pie en silencio, contemplando como aquella niña (aquella criatura) devoraba desesperada a aquel pobre animal, manchando su cara y manos con su sangre; como si de un perro hambriento y rabioso se tratase.

    —Qué asco —susurró Lily en voz baja, aunque en lo absoluto desvió su mirada de la curiosa escena.

    Por su parte, no era que Esther se sintiera mucho mejor que ella con respecto a lo que veía, pero igual se forzó a mantener su mirada al frente; quizás en un inconsciente esfuerzo de mostrar fortaleza.

    Eli no tardó mucho en acabar con su cena. Cuando terminó, poco había quedado del animal; sólo rastros de entrañas, pelo y huesos, que dejó en el piso de la tina. Pistas de sus comidas de días anteriores podían aún apreciarse si se observaba lo suficiente.

    —Esto sólo me mantendrá con vida pero no me ayudará a recuperar mis fuerzas —explicó Eli con voz ronca, mientras se limpiaba la cara con la manga de su sudadera.

    —Con eso me basta de momento —respondió Esther con normalidad. Tomó entonces la carpeta de encima del inodoro, y se permitió dar un paso de nuevo para aproximarse a la tina—. Ahora que estás un poco más lúcida, necesito que hablemos de un par de cosas.

    —Ya te dije todo lo que sabía del dinero y del auto —sentenció Eli con brusquedad.

    —Y te estoy muy agradecida, pero esto es otra cosa.

    Esther sacó entonces de la carpeta una serie de papeles que posicionó delicadamente sobre la orilla de la tina, uno al lado del otro, para que Eli pudiera verlos sin mucho problema. Lily se asomó discretamente para echarles un vistazo. No tenía claro a simple vista que eran, pero parecían en efecto algún tipo de documentos de identificación; como de los que estaban hablando hace un momento en la camioneta.

    —Revisando los papeles de la oficina, me encontré con este interesante conjunto de documentos —explicó Esther—. Actas de nacimiento, credencial de elector, licencia de conducir, incluso cartilla de vacunación. Todo a nombre de Abby y Owen; los nombres falsos que tú y tu falso papi utilizaban, ¿no es cierto?

    Eli observaba de reojo los papeles, con bastante indiferencia en su expresión.

    —¿Y? —preguntó al fin, volteándose hacia otro lado.

    —Qué es un trabajo increíble —indicó Esther con sobreactuado asombro—. Parecen bastante reales. Pero todos aquí sabemos que no eres una niña llamada Abby, nacida en el 2005, ¿o sí?

    Eli no respondió, ni le dio siquiera el placer de voltear a mirarla de nuevo. A lo mucho se limitó a sólo encogerse de hombros, sin más.

    —¿De dónde sacaron estos documentos? —cuestionó Esther directamente, sin más rodeos.

    —¿Para qué quieres saber eso?

    —¿No te lo imaginas? —rio Esther, divertida—. Un par de identidades nuevas, completamente legales, al menos en apariencia, nos serían muy útiles a mi amiga y a mí. En especial a ella, ahora que puede cambiar su edad a voluntad. Así que anda, sé buena y dinos dónde obtuvieron esto.

    —Si te lo digo, ¿yo qué gano? —sentenció Eli con severidad.

    Esther ya se esperaba tal pregunta. Y estaba más que lista para responderle, pero lamentablemente Lily se le adelantó.

    —De entrada que no te haga papilla el cerebro en este instante —amenazó la niña de Portland, avanzando con paso decidido hacia la tina—. ¿Quieres ver lo mismo que vio tu papi aquella noche? Apuesto a que lo disfrutarías.

    —No te recomiendo que intentes meterte en mi cabeza —le advirtió Eli, volteando a mirarla de reojo—. Yo ya he visto la tuya. Pero los horrores que llevo aquí dentro, son mucho peores.

    —No me digas —rio Lily, incrédula—. Veamos entonces quién gana…

    Lily intentó dar un paso más hacia ella, pero Esther la detuvo de golpe, colocando una mano firme sobre su pecho.

    —¿Puedo hablar contigo un segundo? —le preguntó entre dientes, y completa desaprobación en el rostro.

    Lily chasqueó la lengua con molestia, pero no se opuso a la petición. Ambas salieron juntas del baño, cerrando la puerta con fuerza detrás de sí una vez que estuvieron de vuelta en la habitación.

    —Dijiste que no hablarías —le recordó Esther, irritada—. Y no soy particularmente fan de la táctica de policía bueno, policía malo.

    —¿Y qué quieres entonces? —le cuestionó Lily con hosquedad, cruzándose de brazos—. ¿Negociar con esa cosa? No es una niña, sino un maldito monstruo.

    —¿Cuántas veces han dicho lo mismo de nosotras dos? ¿Por qué no piensas un poco en eso?

    —Pero ella literalmente es un monstruo —sentenció Lily en alto, extendiendo una mano en dirección a la puerta del baño—. Es un jodido vampiro; uno que me mordió, además de todo. Deberíamos haberla arrojado al sol desde el primer día.

    —Ya, suficiente —exclamó Esther en alto, con un tono autoritario y firme, que incluso a Lily la hizo dar un pequeño respingo al oírla—. Vete y déjanos solas.

    —¿Es en serio? —musitó Lily, incrédula—. ¿Y quién te va a respaldar si se le ocurre atacarte?

    —Me arriesgaré.

    Lily bufó, claramente inconforme con esa respuesta.

    —Bien. Pero si te muerde, yo sí te prenderé fuego.

    Esther no respondió nada, y Lily tampoco lo esperó. Ésta última se dirigió con pasó apresurado hacia la puerta del cuarto, saliendo de éste, no sin antes azotar la puerta con mucha más fuerza de la necesaria.

    Esther suspiró, algo cansada. Lidiar con esa mocosa seguía siendo un dolor de cabeza, pero al menos ahora parecía hacerle más caso que antes. Al parecer su experiencia cercana a la muerte la había cambiado en más de un sentido. Aun así, el tema de su pequeña vampiro seguía siendo una espina en su camino, que cada cierto tiempo causaba alguna discusión entre ambas. Y Esther aún no tenía claro cuál sería la forma más adecuada de sobrellevarlo.

    Pero ya se preocuparía por Lily después. Debía terminar con aquel otro asunto primero.

    Se tomó sólo un momento para recobrar por completo la compostura, y poder volver al interior del baño esbozando una de sus sonrisas más despreocupadas y radiantes. Eli seguía sentada en la tina, casi en la misma posición exacta en la que se encontraba un momento antes de que saliera.

    —Disculpa a mi amiguita —musitó Esther con tono jocoso, cerrando delicadamente la puerta detrás de ella—. Se pone irritable cuando alguien intenta matarla. Lo sé por experiencia.

    —¿Y tú no? —murmuró Eli, sonando casi aburrida al hacerlo—. También intenté matarte, si acaso no lo recuerdas.

    —Lo recuerdo bien —indicó Esther, indiferente—. También que me salvaste después, algo que aun no entiendo del todo. En todo caso, yo estoy más acostumbrada a que la gente me quiera muerta.

    —Lo imagino —susurró Eli despacio, no dejando muy clara si se lo decía a ella o a sí misma—. Cómo te dije antes, somos mucho más parecidas de lo que se ve a simple vista.

    —Yo aún no lo creo —masculló Esther despacio, torciendo un poco el gesto—. Pero eso no importa ahora. Volviendo a los papeles, ¿de dónde los sacaron?

    Eli guardó silencio, y se limitó a solamente mirarla de reojo.

    —Anda, creo que ya pasamos la etapa de tener que hacernos amenazas, ¿o no? —bromeó Esther con tono ligero, aunque quizás igual sí había un poco de “amenaza” adherida a sus palabras.

    Eli siguió en silencio. Y justo cuando Esther pensó que iba a tener que insistir, la pequeña vampiro habló al fin:

    —Conozco a alguien.

    —¿Cuál alguien?

    —Alguien con mucho poder en el bajo mundo. Él nos dio las identidades falsas cuando recién llegamos al país.

    Esther arqueó una ceja, intrigada. Esperaba que le diera el contacto o nombre de un buen falsificador, pero no que le saliera con algo así. ¿Alguien con mucho poder en el bajo mundo? Esperaba en verdad que no estuviera bromeando con ella.

    —¿Y lo hizo por la bondad de su corazón? —inquirió, sonando en efecto algo escéptica.

    —Por un muy buen pago —aclaró Eli—. Y también porque yo lo conocía de antes; hace mucho tiempo.

    —Mucho tiempo —repitió Esther en voz baja, y pronunciar esas simples palabras por sí solas parecieron revelarle lo suficiente—. ¿Es alguien… como tú? —preguntó indecisa. Eli no lo dijo, pero la sola forma en la que la miró de regreso se lo confirmó—. Grandioso —exclamó sarcástica.

    A Lily, de seguro le fascinaría la idea cuando se lo dijera.

    —Por eso —pronunció Eli para llamar de nuevo su atención—, si quieres convencerlo de que te ayude, tienes que llevarme contigo. Es tú única opción.

    —Sí, claro —musitó Esther con tono jocoso—. Te llevo conmigo, para que así tu amigo chupasangre y tú nos almuercen juntos, ¿no?

    —No es mi amigo.

    —Da igual. Mejor dime quién es y en dónde encontrarlo, y a cambio te dejaré ir con vida para que hagas lo que te dé la gana, lejos de nosotras dos.

    —¿Y tu amiguita va a aceptar eso? —preguntó Eli, curiosa, mirando de reojo hacia la puerta cerrada del baño.

    —Yo me encargo de Lily, de eso no te preocupes. Entonces, ¿aceptas?

    Una sonrisita burlona, y bastante molesta, se dibujó en los delgados labios de Eli en ese instante.

    —No seas tan ingenua —le respondió—. De querer irme, lo hubiera hecho en cualquier momento.

    —¿Y por qué no lo has hecho? —le cuestionó Esther, un tanto beligerante—. ¿No será que quizás no tienes en realidad a dónde ir? Y nadie a quién recurrir. ¿Me equivoco?

    Eli de nuevo no respondió, pero ese sonrisita irritante se desvaneció de sus labios, y eso bastó para que Esther se sintiera satisfecha.

    —Siempre tienes a tu lado a un estúpido dispuesto a mancharse las manos por ti y protegerte, ¿no es cierto? —añadió la mujer de Estonia, claramente mofándose—. No estarás pensando en serio que nosotras haremos por ti lo mismo que ese imbécil de Oskarito, ¿o sí?

    —Puedo serles de utilidad…

    —No veo cómo —indicó Esther tajante, girándose hacia un lado—. En lo que a mí respecta, eres más una carga que otra cosa. En este asunto sólo tienes dos opciones: me dices lo que quiero, o dejo que Lily te use como su muñeca para…

    Antes de que pudiera terminar del todo su frase, Eli se puso abruptamente de pie en la tina, tan rápido que Esther no fue capaz de percibir por completo el movimiento. Pero al menos sí logró hacerlo lo suficiente para reaccionar y retroceder rápidamente para alejarse de la tina, y dirigir su mano al mango de la pistola que traía oculta en su espalda.

    Ambas se quedaron quietas y en silencio por un rato; Esther en un extremo del reducido baño, con su mano lista para sacar su arma y disparar, y Eli de pie en la tina, observándola.

    De nuevo una sonrisita altanera se asomó en los labios de la vampiro. Esher supo que estaba disfrutando el haberla hecho reaccionar de esa forma sin haber hecho gran cosa… y eso la irritó de sobremanera.

    —Tranquila —musitó Eli con tono calmado—. No tengo la fuerza suficiente en estos momentos para liberarme de esto —añadió del mismo modo, alzando sus manos para que Esther pudiera ver las esposas que aún le oprimían las muñecas.

    A pesar de sus palabras, Esther no se tranquilizó ni un poco, ni apartó la mano de su arma. De hecho, pudo sentir como una pequeña gota de sudor le recorrió un costado de su cabeza, dejando en evidencia sin lugar a duda los nervios que la invadían.

    Sin embargo, Eli no hizo intento alguno de lanzarse contra ella ni nada similar. Simplemente se sentó en la orilla de la tina, y giró su cuerpo para poder colocar sus pies descalzos, apresados también con sus respectivas esposas, en el suelo frío.

    —Actúas como una persona ruda y sin emociones, pero ambas sabemos que eso no es más que una fachada —indicó Eli, sonando de pronto como una mujer bastante más madura de lo que su apariencia indicaba.

    —Tú no sabes nada de mí —le contestó Esther, sonando fuertemente como una advertencia.

    La sonrisa se Eli se ensanchó un poco más.

    —Sé que si fueras tan despiadada como finges ser, no hubieras tenido reparo en simplemente matar a la otra niña e irte, cuando pensaste que estaba infectada. O me hubieras arrojado al sol en cuanto tuviste la oportunidad, y así te hubieras librado de un inconveniente. O le hubieras dado el gusto a tu amiga, y la hubieras dejado que hiciera conmigo lo que tanto quiere desde el primer día. Pero luego de todo este tiempo, aquí seguimos las tres.

    Eli inclinó un poco su cuerpo hacia adelante, apoyando los codos sobre sus muslos. La contempló fijamente, con sus ojos brillantes que eran más dignos de un animal que de un ser humano; o de “algo” que en teoría fue humano alguna vez.

    —Creo que en el fondo tú tampoco quieres estar sola. De hecho, todo lo que estás haciendo, es justo para eso, ¿no es cierto? Y por eso llevas a esa niña contigo de un lado a otro, como tu pequeño perrito faldero. Pero hasta el perrito más manso puede morderte de vez en cuando.

    —No te creas tan lista, vampirito —le advirtió Esther con aspereza—. No sabes la cantidad de cadáveres que tengo detrás de mí.

    —Tú no sabes la cantidad de los míos —le regresó Eli—. Y quizás también por eso logro entenderte tan bien. Sé lo que es sentirse un monstruo, y no estar orgullosa de ello. No como tu amiga, que parece que lo disfruta.

    —Tampoco actúes como si la conocieras a ella —le advirtió Esther, para su sorpresa sonando más protectora de lo que se esperaba.

    —¿Acaso me equivoco? —cuestionó Eli con curiosidad. Ester no respondió—. No lo sé —masculló a continuación con voz ausente. Su expresión entera se ensombreció, mientras miraba perdida hacia una esquina del baño—. Mi… quien me convirtió en esto, me dijo una vez que no había lazo más fuerte e íntimo que aquel que se forja entre tú, y la pobre alma de la que te alimentas. Si eso es cierto, quizás conozco mejor a tu amiga que tú. Y sé que no es como tú o como yo. Es algo mucho más maligno, antiguo, y peligroso. Si te quedas a su lado, podrías arrepentirte a la larga.

    —Por favor, ¿por qué clase de imbécil me tomas? —exclamó Esther con suficiencia—. ¿Qué es esto? ¿Un burdo intento de ponerme contra Lily y que te convierta ti en mi nueva compañera de viaje? No insultes mi inteligencia, garrapata con patas.

    —Tienes razón —respondió Eli, encogiéndose de hombros—. Debes de ser… mucho más lista que yo…

    Justo después de pronunciadas esas palabras, se paró abruptamente de la orilla, haciendo que Esther se pusiera aún más tensa de lo que ya estaba. Jaló rápidamente su arma al frente, y la sostuvo con ambas manos, apuntándola directo al rostro con el cañón.

    Eli, en lugar de sentirse intimidada, se limitó a sólo sonreír, y alzar sus manos para que ella pudiera ver directamente sus palmas cubiertas de sangre de gato.

    —Sólo quiero lavarme las manos. ¿Puedo?

    Esther apretó el mango del arma más fuerte entre sus dedos. Con un ademán de su cabeza señaló hacia el lavabo, y Eli lo tomó como una invitación para que lo hiciera. Comenzó a avanzar con paso lento y cortado hacia el lavabo, pues sus tobillos aprisionados no le permitían mucho movimiento. Mientras ella caminaba hacia un lado, Esther retrocedía con paso cauteloso hacia la puerta, sin apartar su mirada de la vampiro ni un instante, ni bajar su arma.

    Una vez frente al lavabo, Eli abrió el agua, y comenzó a tallarse las manos, intentando retirar cualquier rastro de sangre, carne, pelos… y demás.

    —Volviendo a lo que hablábamos antes —murmuró sin quitar la atención de sus manos—. Llévame contigo, ayúdame a alimentarme, y te llevaré con la persona que buscas. Negociaré además con él por ti para que te dé los papeles que quieres. Luego de eso, decide qué es lo que quieres hacer conmigo.

    Cerró la llave de agua, y comenzó a secarse las manos con una toalla blanca del cuarto.

    —O mátame aquí de una buena vez y terminemos con esto. Piénsalo y me das tu respuesta en cuanto puedas. Pero no tardes mucho.

    Esther se sintió bastante irritada por la forma en la que le estaba hablando; como si le estuviera dando órdenes, o incluso le estuviera haciendo un maldito favor. Se sintió muy tentada a decirle algo, pero la manera nerviosa en la que fue consciente que apretaba su arma, le hizo concluir que no era buena idea.

    A pesar de que la tuviera ahí amarrada y, en teoría, a su merced, esa cosa seguía siendo una criatura peligrosa; un animal salvaje sólo esperando el momento justo para atacar.

    Sin que tuviera que dar la orden directamente, sus pies comenzaron a arrastrarse lentamente por el suelo hacia la puerta del baño. Abrió ésta con una mano, mientras con la otra seguía sujetando su arma al frente. Salió presurosa de aquel cuarto en cuanto tuvo la oportunidad, no sin notar de reojo como la criatura en el baño la miraba de regreso, satisfecha de seguro por el efecto que causaba en ella.

    — — — —​

    Eso no había salido como a Esther le hubiera gustado. La inofensiva niña vampiro, evidentemente no era tan inofensiva como aparentaba ser, pero eso Esther ya lo sabía… o al menos creía saberlo. Odiaba la idea de estar cayendo en su propia trampa, y bajar la guardia de más en presencia de esa criatura sólo porque pensaba tenerla dominada. ¿Cuántas veces ella había hecho pensar a los demás lo mismo?, sólo para esperar el momento justo para atacar.

    Quizás Lily tenía razón, y había sido un descuido hablar a solas con ella. Aunque era evidente que no tenía intención de atacarla; sólo demostrarle que de querer hacerlo, lo haría sin mucho impedimento.

    Y hablando de Lily, una vez que salió del cuarto 302, decidió que lo mejor sería ir a hablar con ella e intentar calmar las aguas. No le convenía estar en malos tratos con ella, en especial si dependía de su nueva habilidad para moverse con más libertad de ahí en adelante.

    Esther se dirigió entonces a la habitación de al lado, la 303, en donde habían estado durmiendo esos últimos días. Hubiera sido más práctico estar las tres en el mismo cuarto, pero Lily se rehusaba a dormir en el mismo espacio que Eli, teniendo sólo la delgada puerta del baño entre ambas, y Eshter no podía culparla por ello.

    Al ingresar al cuarto, lo primero que Esther percibió fue el sonido de la televisión encendida. Al parecer se trataba de algún concurso de repostería, o algo similar. No tardó mucho tampoco en vislumbrar a Lily. Ésta había adoptado de nuevo su apariencia adulta, y en esos momentos estaba de pie frente al espejo de cuerpo completo pegado a la pared a lado de la puerta del baño. Estaba usando una falda de mezclilla larga, y un suéter rojo, y se movía frente al espejo, muy seguramente intentando vislumbrar cómo se veía desde cualquier ángulo.

    —¿Cómo te fue? —masculló con voz distraída sin voltear a verla—. ¿Te dijo lo que querías?

    —Trabajo en eso —respondió Esther sin más, y cerró la puerta de la habitación con delicadeza—. ¿Qué estás haciendo?

    —Probando algunas de las ropas que ordenamos por Internet.

    Esther posó un momento la atención sobre una de las dos camas, sobre la que reposaban varias prendas de ropa extendidas, entre blusas, suéteres, pantalones, faldas, chamarras… Todo adecuado para la talla de la Lily adulta. La habían ordenado toda por internet, usando la tarjeta de Owen, y los paquetes habían ido llegando durante esos días.

    —Este conjunto me queda bien, ¿no crees? —comentó Lily con cierto orgullo.

    —Te hace ver gorda —musitó Esther con aspereza, pero Lily no pareció darle importancia. Se aproximó entonces a otra de las camas, y se sentó en la orilla de ésta, contemplado desde su posición como Lily tomaba ahora una chaqueta a juego con la falda, y se la ponía encima frente al espejo—. ¿Para qué necesitas todo eso? Por lo que vi eres bastante capaz de también cambiar tu ropa al momento de cambiar de apariencia.

    —Hacer eso no es tan simple cómo piensas —indicó Lily con seriedad, mirándola sobre su hombro—. Tener ropa real que se ajuste al nuevo cuerpo facilitará mucho el proceso, y así me puedo enfocar en otros aspectos.

    Esther torció la boca en una mueca de inconformidad. No porque no estuviera de acuerdo con lo que decía, sino porque le molestaba no entenderlo del todo. No era que ante entendiera muy bien cómo funcionaban sus ilusiones convencionales, pero esas nuevas la desconcertaban aún más.

    Y eso le trajo a la mente lo ocurrido en el automóvil, sobre cómo había tomado su brazo como si en verdad estuviera ahí. Y… ¿lo estaba?

    Lily se giró de nuevo al espejo, se miró un poco más, y luego se retiró la chaqueta rápidamente y la arrojó a la cama. Buscó entre las prendas alguna otra cosa, y decidió cambiar el suéter rojo por otro del mismo modelo, pero morado. Mientras se colocaba el segundo suéter, Esther se paró de su sitio, avanzó hacia ella, y sin decir nada estampó su puño con relativa fuerza contra su costado izquierdo expuesto.

    —¡Auh! —exclamó Lily en alto, doblándose un poco y llevando su mano hacia el área golpeada—. ¡¿Por qué hiciste eso?! —espetó molesta, girándose hacia ella.

    Esther se encogió de hombros.

    —Quería ver si en verdad sentías algo —señaló con voz indiferente—. ¿Cómo es que funciona este cambio en realidad? Aún no lo entiendo.

    —Yo tampoco —respondió Lily sin vacilación alguna, desconcertando a Esther bastante más de lo que ya estaba.

    —¿Cómo que tú tampoco? ¿Esto es una ilusión como las otras que haces? ¿O no?

    —Lo es, pero también no lo es —respondió Lily con voz enigmática. Una vez el dolor del golpe se le pasó, terminó de colocarse su suéter y volvió a contemplarse en el espejo. En el reflejo, podía apreciar a Esther unos pasos detrás, observándola—. Es falso —añadió—, pero también es real. La verdad no lo sé, ¿de acuerdo?

    —¿Cómo es que lo haces si ni siquiera lo entiendes?

    —¿Cómo es que respiras o parpadeas? ¿Te has cuestionado alguna vez las mecánicas detrás de eso?

    —No te pongas listilla conmigo —masculló Esther con voz tosca, que hizo por algún motivo que Lily pareciera de mucho mejor humor.

    —¿Recuerdas que te conté que en Eola conocí a un sujeto que hacía ilusiones que se materializaban de forma física? O al menos eso me pareció que hacía. Supongo que esto debe ser algo similar, pero con más poderes demoníacos de por medio.

    —¿Ya aceptaste que tus poderes son demoníacos? —cuestionó Esther con curiosidad.

    —Si hubieras visto lo que yo vi, pensarías igual.

    —No lo vi, y siempre lo he pensado aún.

    Lily no dijo más, y siguió probándose ropas, variando principalmente la parte superior, y tanteando algunos tipos diferentes de chaquetas. En un momento pareció querer también probar un poco de maquillaje, que también habían ordenado por internet. Nunca se había maquillado en su vida, y eso siempre resultaba muy evidente cuando lo intentaba.

    Esther la observó en silencio, de pie en su posición, con los brazos cruzados. No estaba segura si aquella extraña explicación le aclaraba o le ensombrecía aún más las cosas. Pero había una idea con respecto a todo ese asunto que seguía dándole vueltas desde prácticamente la primera vez que la vio hacerlo. Y tras escuchar aquella enredada explicación, aquel pensamiento se había vuelto aún más vivido.

    Vaciló unos momentos, mirando pensativa a sus pies, con sus brazos aún cruzados, y sus dedos inquietos se movían por su brazo. Lily no notó lo ansiosa que se había puesto de pronto, o al menos Esther esperaba que no lo hiciera. Debía estar muy concentrada en probarse ropa y maquillaje, como para molestarse siquiera en leer los pensamientos que flotaban en la superficie de su mente.

    Pero igual no lo ocuparía, pues tras alargarlo un buen rato, simplemente decidió dejarlo salir.

    —Entonces, con esta ilusión real o lo que sea, ¿puedes hacer más cosas con ella aparte de cambiar tu apariencia? —preguntó con voz que se esforzaba casi demasiado en parecer indiferente.

    —Supongo que sí —respondió Lily, encogiéndose de hombros—. Pero no lo he intentado aún.

    —¿Por qué no?

    —No lo he necesitado de momento.

    Para ese punto, Lily ya se había pintado los labios de rojo, se había puesto sombras en los ojos, y rubor en las mejillas. El resultado, más inclinado a ser el maquillaje de un payaso, claramente parecía más el intento de una niña de imitar lo que ella pensaba era un maquillaje de adulta. Esa era otra cosa que Esther tendría que enseñarle, pero eso sería después. Ahora había algo más importante que deseaba hablar con ella.

    —¿Crees poder hacer lo mismo con otras cosas que no sean tu cuerpo? —inquirió con voz neutra.

    —¿Qué? —masculló Lily, girándose a mirarla sobre su hombro. Esther contempló con una mezcla de humor y espanto que su maquillaje se veía peor al ver su rostro directamente, y no por el reflejo del espejo—. ¿Cambiar su apariencia? Supongo que sí. Con las ilusiones que hacía antes eso nunca fue un problema. Pero sería igualmente temporal, como esto.

    Esther asintió lentamente. Lily se quedó mirándola un rato, como si esperara que dijera algo más, pero en su lugar Esther guardó silencio. La niña en cuerpo de adulta se volteó de nuevo al espejo al suponer que eso era todo, pero lo cierto era que su acompañante sí que deseaba decir algo más. Sin embargo, le tomó más de la cuenta obtener el valor suficiente para hacerlo.

    Respiró hondo por la nariz, miró casi apenada hacia el suelo, y entonces lo dijo sin más dilatación:

    —¿Crees poder hacerlo… en otra persona?

    Lily, que había comenzado a pasarse un cepillo por el cabello, se detuvo abruptamente al escuchar tal pregunta, y se quedó quieta como estatua. Su mirada, una mezcla de confusión y asombro, contemplaba fijamente el reflejo de Esther en el espejo. Pero esa expresión duró apenas unos cuantos segundos, antes de que una sonrisita casi maliciosa se dibujara en sus labios, y Esther comenzara a arrepentirse de lo que había hecho.

    —Sí, lo más probable es que sí —respondió Lily con tono juguetón—. Y sé exactamente lo que estás pensando, y no necesito leer mentes para ello.

    Lily dejó rápidamente el cepillo a un lado, se giró hacia Esther y se apresuró hacia ella. Esther no tuvo tiempo de reaccionar, antes de que la tomara con fuerza de la muñeca y la jalara con ella hacia el espejo.

    —¿Qué haces? —exclamó Esther, forcejando un poco—. Suéltame.

    —Ya, no te hagas la difícil —canturreó Lily entre risas—. Párate aquí —le indicó, tomándola de los hombros para hacerla pararse justo frente al espejo de cuerpo completo. Esther, por mero, reflejo, rehuyó la mirada de aquel rostro que la miraba al otro lado—. Anda, no me digas que le temes a tu propio reflejo.

    —No le temo a tal cosa —espetó Esther con severidad. Respiró hondo por la nariz, y se giró de lleno al espejo, mirando fijamente a su propio rostro—. Te lo advierto, no intentes nada raro, que no estoy de humor.

    —Prometido —masculló Lily, pero el tono con el que lo había hecho, y la sonrisita picarona que la había acompañado, no daban muy buena espina en realidad—. Sólo cierra los ojos, que esto te va a gustar.

    Esther resopló con molestia, pero hizo lo que le indicó y cerró los ojos. Respiró hondo, e intentó mantener la calma, aunque lo cierto era que los latidos insistentes de su propio corazón le taladraban sus oídos. Percibía el aroma a limpiador de la habitación en su nariz, el calor de la calefacción en su piel, el sonido de la televisión aún encendida en sus oídos, y las manos de Lily firmemente sujetas a sus hombros.

    Por algún motivo, todo aquello la hacía sentir inusualmente indefensa, como se había sentido hace poco en aquel baño con Eli. Había pasado de estar a merced de una criatura, para ponerse por propia voluntad a la merced de otra.

    —Ahora —susurró Lily despacio a sus espaldas—, quiero que visualices en esa cabecita tuya justo cómo te gustaría verte. Imagina el rostro, los ojos, el cuerpo de la Esther adulta ideal. Sé que no es ni de lejos la primera vez que lo has imaginado, así que debe resultarte sencillo.

    Esther tuvo el impulso de lanzarle algún comentario despectivo como respuesta, pero se contuvo. Respiró hondo de nuevo, y comenzó a imaginarlo. En efecto, no era la primera vez que lo hacía. Eran incontables las noches que había estado despierta, imaginando cómo se vería. Muchos de sus dibujos tenían como protagonistas a mujeres adultas, voluptuosas y hermosas, que compartían algún rasgo parecido a ella. Era, sin lugar a duda, una fantasía que la acompañaba desde hace años, aunque no le gustara admitirlo de forma consciente.

    —Sí, de hecho ya puedo verla —susurró Lily con satisfacción—. Nítida como la luna en el cielo, flotando en la superficie de tu mente. Puedo verla con total claridad. Enfócate en esa imagen, no la pierdas. Y… Bibidi Babidi Bu…

    Sintió entonces como le daba unas pequeñas palmaditas en la corona de la cabeza, como las que se le daría a un perrito en la calle.

    —Listo —pronunció Lily sin más.

    —¿Qué?, ¿ya? —exclamó Esther, incrédula. Fuera de esas últimas palmaditas, no había sentido absolutamente nada fuera de lo normal.

    —Abre los ojos y míralo tú misma.

    Esther volvió a resoplar. Estaba segura de que su compañera le estaba por jugar una muy pesada broma, y se reprendió a sí misma por haberle abierto la puerta para hacerlo. Así que abrió los ojos, esperando encontrarse con lo peor, o incluso con ningún cambio en lo absoluto.

    Sin embargo, el rostro que le devolvió la mirada desde el otro lado del espejo la dejó anonadada.

    Lo que veía ante ella era una mujer, joven, de no más de veinticinco años; una mujer adulta, muy, muy hermosa. Era de estatura mediana, delgada, de cabello negro ondulado que le llegaba suelto hasta los hombros, ojos grandes de un verde opaco, pero con un singular brillo. Rostro anguloso de piel blanca y pecas. Por debajo de las prendas de sus ropas, podía ver las curvas de sus caderas, y la forma redonda de sus pechos crecidos aprisionados bajo el suéter. Un par de piernas largas, cubiertas con mallas gruesas, se asomaban desde debajo de su falda.

    Esther contempló aquella imagen en absoluto silencio, con su rostro congelado en una expresión de asombro que le parecía ser imposible de cambiar. Su mirada la recorrió de arriba abajo, de abajo hacia arriba, explorando cada centímetro de ésta.

    Aquella mujer era una completa desconocida para ella, pero… sentía de hecho que la conocía de toda la vida.

    —Nada mal, ¿eh? —musitó Lily, asomándose sobre su hombro hacia el espejo; sus cabezas estaban casi a la misma altura—. Aunque me sentí tentada en ponerte cabello de colores y una nariz roja. Aún lo podemos hacer.

    Lily rio divertida, esperando algún comentario como reprimenda. Esther, sin embargo, siguió en silencio, como si no la hubiera oído siquiera.

    —Sólo bromeo —aclaró Lily, pero siguió sin obtener ninguna reacción de su parte—. ¿Estás bien?

    Esther alzó en ese momento su mano derecha, y extendió sus dedos hacia el espejo, como si genuinamente esperara poder tocar el rostro que ahí se proyectaba. Cuando sus dedos tocaron el frío vidrio, pareció estremecerse un poco. En su lugar, su mano se dirigió ahora a su propio rostro, pasando los dedos por su mejilla, su mentón, sus labios y nariz. Contempló maravillada como el reflejo ante ella imitaba cada uno de sus movimientos, y lograba sentir con total naturalidad el roce de sus yemas contra la piel.

    Bajó su mano de nuevo por su mejilla hacia su cuello, y siguió bajando hasta que se posó sobre su seno derecho. Volvió a estremecerse; sus dedos en verdad estaban sintiendo algo ahí. Al fin retiró su mirada del espejo, y agachó el rostro. Le sorprendió un poco la imagen de su mano colocada contra aquel pecho que casi abarcaba toda su palma, y con otro más al juego a su lado. Sus pies y el suelo debajo de ellos se veían tan lejanos, que por un instante creyó sentir vértigo.

    Volvió rápidamente su atención al espejo, y al rostro que éste le mostraba. Y al fin comprendió por completo que ese rostro, esa mirada, esa mujer ante ella… Era ella. Como siempre se había imaginado, como siempre debió de haber sido. Esa mujer era ella, su verdadero ser. Era la verdadera Leena Klammer….

    Y en cuanto esa idea tomó forma por completo en su cabeza, se sintió enormemente horrorizada.

    —No, no, no —exclamó con desgarradora desesperación en la voz, y comenzó a retroceder presurosa lejos del espejo. Lily tuvo que hacerse rápidamente hacia un lado para apartarse de ella.

    —¿Qué te pasa? —le cuestionó confundida.

    Esther siguió retrocediendo hasta que su espalda chocó con la pared, y aún en ese instante su cuerpo parecía intentar seguir avanzando. Su mirada, sin embargo, seguía clavada en el reflejo del espejo, como si fuera incapaz de rehuir de la mirada de aquel reflejo.

    Comenzó a hiperventilar y chillar con desesperación. Jalaba sus manos hacia atrás, arañando la pared como si quiera abrirse paso a través de ésta.

    —Quítalo, ¡quítalo! —exclamó con fuerza, con ira y espanto en su voz—. ¡¡Quítalo!! ¡Maldita sea!, ¡quítalo!

    El desconcierto de Lily no le permitió reaccionar de inmediato, pero en cuanto pudo se le aproximó y se colocó delante de ella, tapando de esa forma la vista del espejo, y Esther se sintió agradecida por ello en silencio.

    —Ya, ya, tranquila —pronunció Lily como una reprimenda, y la tomó en ese momento del rostro con ambas manos, obligándola a mirarla a los ojos—. ¿Me oyes? Escúchame bien: es sólo una ilusión, no es real.

    Esther gimoteó alterada. Escuchaba y entendía sus palabras, pero no era capaz de reaccionar a ellas. Lily chasqueó la lengua, y entonces dirigió una mano hacia su rostro, tapándole los ojos por completo. Esther se sintió más tranquila y aliviada en la oscuridad, y poco a poco fue calmándose, y su cuerpo dejó de luchar.

    —Listo, ya —susurró Lily despacio—. Abre los ojos, ¿ves?

    Lily retiró su mano y se quitó de enfrente de Esther desde su posición, miraba de nuevo hacia el espejo al otro lado de la habitación, y su reflejo en él. La mujer de hace un momento se había ido, y ahí sólo quedaba ella: la mujer con cuerpo de niña, que en ese momento respiraban con agitación, y con el miedo aun invadiendo su rostro.

    Como si todo aquello hubiera sido alguna extraña pesadilla de la que acababa de despertarse agitada.

    —Ya eres de nuevo la fea y molesta enana de siempre —mencionó Lily a su lado—. ¿Ya estás feliz?

    El cuerpo de Esther reaccionó mucho antes de que lo hiciera su cabeza. En cuando Lily dijo aquello, soltó un fuerte chillido, y la empujó lejos de ella con ambas manos. Lily trastabilló hacia atrás, confundida por el repentino empujón, hasta quedar contra el mueble del televisor. Esther no quedó mejor parada, literalmente. Pues al ejercer aquella fuerza, su pequeño cuerpo fue también empujado hacia atrás, ella sí cayendo a la alfombra sobre su costado

    —¡¿Cuál es tu problema?! —espetó Lily furiosa, incorporándose de nuevo—. Sólo hice justo lo que querías que hiciera.

    —Lo sé —susurró Esther con agitación desde el piso—. Lo siento.

    —Pues tú… —comenzó a pronunciar Lily en tono defensivo, pero calló en cuanto terminó de procesar lo que había escuchado—. ¿Qué dijiste? —pronunció azorada. ¿Se acababa de… disculpar?

    —No es tu culpa —añadió Esther, desconcertando aún más a Lily. Antes de que ésta pudiera reaccionar, la mujer de Estonia se puso de pie, y se dirigió tambaleándose hacia la puerta—. Necesito un momento a solas.

    Lily abrió la boca con la intención de decir algo, pero nada surgió de ella antes de que Esther saliera del cuarto, desapareciendo de su vista.

    FIN DEL CAPÍTULO 158
     
  19. Threadmarks: Capítulo 159. Nos vamos las tres
     
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    Resplandor entre Tinieblas
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    Misterio/Suspenso
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
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    Capítulo 159.
    Nos vamos las tres

    Al salir de la habitación, Esther caminó sin ningún rumbo fijo. Sólo avanzó presurosa por el pasillo interior, rodeó el edificio principal, y cuando menos se dio cuenta, ya se encontraba de regreso en el estacionamiento frontal. La camioneta seguía contra la jardinera, justo donde la habían dejado, y las luces mercuriales alumbraban el espacio con una opaca luz anaranjada,

    Se detuvo un instante para respirar hondo, e intentar serenarse lo mejor posible. Palpó el bolsillo interno de su chaqueta, y para su deleite encontró ahí justo lo que buscaba: la cajetilla de cigarrillos y el encendedor que había tomado de la camioneta. Definitivamente necesitaba uno; y un trago, pero se conformaría de momento sólo con el cigarrillo.

    Sacó uno de la cajetilla, lo colocó entre sus labios, y lo encendió con algo de desesperación al hacerlo. En cuanto la punta del cigarrillo comenzó a brillar, dio una larga calada de éste. Seguía siendo tan malo como la primera vez, pero era mejor que nada.

    Tras dar un par de bocanadas pequeñas, se sintió un poco más en calma. Se dirigió entonces hacia los escalones delante de la puerta principal, y se sentó en ellos. Contempló distraída hacia la carretera oscura, mientras seguía dando un par de caladas más, y expulsaba el humo como neblina sobre su cabeza. En todo ese rato que estuvo a solas, sólo le tocó ver pasar a un camión, a quizás más velocidad de la que debía, para luego perderse a la distancia.

    Unos segundos después que el sonido del camión se disipó en el aire, a sus oídos llegó uno distinto: pasos en la nieve dirigiéndose a su dirección. Ni siquiera tuvo que voltear para saber que se trataba de Lily adulta, envuelta en una de las gruesas chaquetas que había comprado, y enfundada en unas botas para nieve que también había comprado por internet. Se paró a unos metros de ella con los brazos cruzados, observándola desde su altura con expresión de desaprobación.

    —Dije que necesitaba un momento —espetó Esther con irritación.

    —¿Y desde cuándo hago lo que tú me dices? —le respondió Lily, encogiéndose de hombros. Avanzó entonces cortando la distancia que las separaba, y se sentó en el escalón a su lado—. ¿Ya se te pasó el berrinche? —le cuestionó con tono irónico. Esther no le respondió, y simplemente siguió fumando con su atención puesta al frente.

    Lily resopló, pero por un rato permaneció también en silencio. Ambas se quedaron calladas, observando hacia la oscuridad de la carretera. Las luces de otro vehículo se hicieron presentes tras un rato, pero no tardaron en disiparse también a la distancia.

    —¿Me das para probar? —preguntó Lily de pronto, tomando a Esther un poco desprevenida. Al girarse a verla, notó que la muchacha tenía su atención puesta en el cigarrillo de sus dedos.

    —¿En serio? —masculló Esther, divertida—. ¿Ahora sí te atreves?

    Lily endureció su expresión, y extendió su mano con seguridad hacia ella. Esther soltó una pequeña risilla, y sin más le pasó el cigarrillo, curiosa por saber lo que pasaría a continuación. Lily tomó el pitillo entre dos de sus dedos, y lo observó atenta, como si se tratara de un objeto de lo más extraño, y de cierta forma para ella lo era.

    Tras vacilar un rato, aproximó el otro extremo del cigarrillo a sus labios, e inhaló con fuerza como si sorbiera de un popote. Un instante después, sus ojos se abrieron grandes, alejó el cigarrillo de su boca, e inclinó el cuerpo hacia adelante, comenzando a toser con tanta fuerza y desesperación como si estuviera por escupir sus entrañas enteras en el proceso.

    Esther no se contuvo ni un poco, y comenzó a reír tan fuerte que incluso se tomó la pansa con ambas manos.

    —¡Pero qué asco! —espetó Lily al aire con voz rasposa—. Fue como respirar humo sobre una fogata. ¿Por qué les gusta esta cosa?

    —No es sólo humo —aclaró Esther entre risas, y se apresuró a quitarle el cigarrillo de los dedos, antes de que se le ocurriera tirarlo. Ella misma dio una calada más de éste, por supuesto no reaccionando en lo absoluto parecido a su joven amiga—. Tiene otras cosas que te relajan, pero también te envenena poco a poco. Y a los adultos nos encanta envenenarnos a nosotros mismos. Así que olvida lo que te dije hace rato; no te apresures por ser una adulta. Aún te queda mucho por crecer y aprender. Disfrútalo mientras puedas.

    —¿Disfrutar qué? —espetó Lily, tallándose la boca con una mano, como intentando limpiarse alguna mancha del rostro que sólo ella veía—. ¿Qué es lo que te pasa ahora? Estás tan rara como cuando te emborrachaste aquella noche en Malibú.

    —¿Ah sí? —masculló Esther con tono ausente. Siguió fumando un poco más con su mirada perdida en el horizonte, y su mente quizás divagando en algún sitio mucho más alejado—. Quizás puedas hacer que te veas así —comentó de pronto, señalándola con la mano con la que sujetaba el cigarrillo—. Pero en el fondo eres la misma mocosa odiosa. Y eso está muy bien. Porque algún día, esa ilusión será real. Tendrás un cuerpo de adulta. Podrás hacer todo lo que a mí se privó desde que nací. Incluso quizás puedas casarte y tener hijos algún día. Por otro lado, por más que me hagas lucir a mí así con tu magia, sería falso. Una simple mentira, como siempre lo he sido.

    Lily arqueó una ceja, confusa por toda esa palabrería salida de quién sabía dónde.

    —Dios, ¿en verdad te emborrachaste cuando no te veía?

    —Ya quisiera —bromeó Esther con voz risueña.

    —¿Y quién te dijo que yo quiero casarme y tener hijos? ¿Qué? ¿Acaso tú quieres?

    Lily esperaba algún comentario ingenioso como réplica, pero para su sorpresa todo lo que recibió al inicio fue silencio. De hecho, notó incluso como la expresión entera de Esther se ensombrecía; el poco buen humor que había tenido, o fingido, hasta ese momento, se esfumó en un parpadeo.

    —No es lo mismo no querer algo, que no ser capaz de hacerlo —susurró la mujer de Estonia con voz apagada.

    —¿No puedes tener hijos?

    —Eso me dijeron —respondió Esther con simpleza, encogiéndose de hombros—. Un efecto de mi desbalance hormonal, según los doctores. O, quizás, parte de esta cosa que tengo en mi interior y aun no comprendo. Da igual, el resultado es el mismo. Una prueba más de lo rota que estoy por dentro.

    —Lo que digas —susurró Lily con sarcasmo, y algo de cansancio en su voz—. Dime, ¿acaso es una obligación el que tengas una crisis existencial cada semana?

    —Viene también con el paquete de ser adulto.

    —Pues qué asco.

    —Y con el tiempo es aún peor.

    —Pues doblemente asco.

    Esther no pudo evitar soltar una pequeña risotada, que Lily no tardó en acompañarle. Definitivamente eran más compatibles, y congeniaban mejor, cuando encontraban algo común a lo cual odiar.

    —Como sea, si algún día te sientes capaz de no perder la cabeza como allá adentro, verás que el replicar esta ilusión contigo nos puede ser de utilidad. Podremos ir por ahí con mayor tranquilidad, comprar, comer, pasear… Y además así no tendría que conducir yo.

    —Igual tienes que aprenderlo —le indicó Esther con severidad—. De eso no te vas a salvar. Pero gracias.

    Lily se limitó a sólo asentir como respuesta, y ambas volvieron a quedarse en silencio, mirando hacia la oscuridad. Todo estaba muy pacífico y callado por ese rumbo; con el invierno tan cerca, ni siquiera se percibía el chillar de los insectos. Aquello podría ser aterrador, pero también relajante hasta cierto punto.

    Un vehículo más hizo acto de presencia por la carretera, pero éste no se alejó por la ruta como los demás. En lugar de eso, giró sobre el camino de acceso e ingresó al estacionamiento. Lily y Esther por igual dedujeron que era algún otro viajero tonto que no se daba cuenta que tenían apagado el letrero de habitaciones disponibles; eran bastante más comunes de lo que les gustaría.

    Pero mientras estaban ya ideando como despacharlo, las luces del estacionamiento enfocaron mejor el vehículo y, con horror, notaron que no se trataba de un vehículo cualquiera: era una patrulla de policía.

    —Oh, oh —masculló Lily, sobresaltada.

    —Mierda —soltó Esther por lo bajo, y se apresuró a tirar el cigarrillo al suelo y a pisarlo con frenesí bajo su bota.

    —¿Alguien nos habrá reportado? —preguntó Lily, sonando más curiosa que preocupada.

    Esther no tenía idea, pero no lo veía tan descabellado. Y para mejorar o empeorar las cosas, cuando del lado del conductor se bajó el ocupante de la patrulla y fue iluminado por las luces mercuriales, Esther lo reconoció. No era un oficial cualquiera, sino el hombre de cabeza un poco calva, cabello y bigote rojizo, que había visto anteriormente justo en ese mismo sitio.

    —Es el mismo policía del otro día —le susurró en voz baja a Lily. Al menos él ya la conocía, y su presencia ahí no le resultaría tan sospechosa—. Déjame hablar a mí.

    —Al contrario —le respondió Lily con tono jocoso—. Como yo soy la adulta ahora, yo soy quien debe hablar. ¿No te parece?

    Antes de que Esther fuera capaz siquiera de contradecir su argumento, Lily se puso de pie y comenzó a caminar presurosa hacia el recién llegado.

    —No, espera… —musitó Esther entre dientes, siguiéndola por detrás con un pequeño nudo formado en su garganta.

    El policía cerró la puerta de su patrulla, y reparó de inmediato en las dos chicas que se aproximaban a él.

    —Buenas noches, oficial —le saludó Lily con voz animada—. Bienvenido al Hotel Blackberg. Si busca un cuarto, me temo que estamos cerrados temporalmente por remodelaciones.

    —Sí, algo de eso escuché —comentó el policía, mirando con discreción hacia la puerta principal del hotel, y las cintas amarillas que indicaban que nadie pasara—. Soy el Sheriff Estefan, jovencita —se presentó, centrando de nuevo su atención en Lily—. ¿Y tú eres…?

    —Es Lala, mi hermana mayor —intervino Esther rápidamente, colocándose a lado de su compañera—. Hola, oficial. ¿Me recuerda? —le comentó con un tono de voz dulce e inocente, mientras le orecía al policía la mejor de sus sonrisas de niña buena.

    —La pequeña sobrina de Owen, ¿cierto? —comentó el oficial, señalando a la pequeña con un dedo. Ésta asintió—. Supongo entonces que tú eres su sobrina no tan pequeña —añadió a continuación, señalando ahora a Lily.

    —Eso dicen —masculló la chica más alta, encogiéndose de hombros—. Pero yo no he visto el acta de nacimiento que lo pruebe.

    Soltó entonces una singular risa burlona, queriendo quizás dejar claro que era una broma. Esther de inmediato le secundó riendo también, esperando no pareciera forzada. El oficial no rio.

    Esther se dio cuenta en ese momento que su actitud era muy diferente a la del otro día. Su expresión ahora era seria y reservada, y no tan jovial y amistosa como en aquel entonces. Además, miraba a cada una con una nada disimulada desconfianza.

    «Mierda, sabe algo» pensó Esther alarmada, pero se esforzó para que esto no se materializara en su rostro.

    Aún tenía oculta el arma a sus espaldas. Si las cosas se ponían feas, siempre tenía la opción de meterle a ese sujeto una bala entre los ojos. Pero claro, matar a un policía en ese sitio y momento, añadiría un grado de complicación a sus vidas que no necesitaban. Así que antes irse a los extremos, lo mejor era ver un poco más de qué se trataba.

    Después de todo, si supiera totalmente que algo malo ocurría, o que una asesina buscada se ocultaba en ese sitio, no habría ido solo ni se presentaría con su arma enfundada.

    Ajeno a todas las cavilaciones que pasaban por la mente de Esther, el oficial Estefan miraba a ambas chicas, turnando su mirada inquisitiva entre una y otra.

    —Es curioso que Owen nunca me mencionara que vendrían sus dos sobrinas de visita. ¿De dónde son exactamente?

    —De Los Ángeles —respondió Lily rápidamente sin vacilación alguna, ganándose una discreta mirada de desaprobación de Esther. Teniendo tantas ciudades que elegir, tuvo justo que ser de la que venían huyendo.

    —Así que dejaron la calurosa California para meterse al frío Nuevo México —comentó Estefan con apenas una pequeña dosis de sorna.

    —Dentro de lo que cabe, es agradable tener una blanca Navidad —comentó Lily.

    —¿Se van a quedar hasta Navidad?

    —No —se apresuró Esther a responder primero—. Sólo vinimos por Acción de Gracias a pasarla con el tío Owen y Abby. Pero ya casi toca volver a casa.

    —Entiendo —masculló el oficial despacio, asintiendo con la cabeza—. Bueno, venía justo buscando a Owen. ¿Está por aquí?

    La pregunta puso tensas a las dos chicas por igual, aunque Esther de nuevo logró disimularlo mejor que Lily.

    —No —respondió Lily, dubitativa—. Fue a… a… Ay, ¿a dónde dijo que iba, Jessica?

    —Tú eres la mayor, Lala —le contestó Esther con fingida inocencia—. ¿Por qué me preguntas a mí?

    Lily rio divertida, al tiempo que le daba una palmada evidentemente juguetona en su brazo, pero que en realidad fue mucho más fuerte de lo que parecía. Luego la miró de reojo, diciéndole sin palabras que no jugara. Esther sonrió divertida; merecía la pena arriesgarse un poco con tal de poner a esa estúpida mocosa en su lugar.

    —Creo recordar que dijo algo de ir a Albuquerque para ver algo de la remodelación —explicó Esther—. Materiales o algo así. No sé.

    —¿Saben?, ese tema de la remodelación me confunde un poco —comentó el oficial, rascándose su cabeza calva con una mano. Dirigió entonces su mirada hacia el edificio, repasando con los ojos la fachada de extremo a extremo—. A mí y a otros de la ciudad, de hecho. Porque en estos días parece que nadie ha visto a ningún trabajador por aquí. Y es extraño que Wally, el contratista que usualmente le trabaja a Owen con el mantenimiento del hotel, no haya sido contactado para este trabajo.

    De nuevo, ambas chicas se pusieron tensas, y en esta ocasión Esther no pudo disimularlo del todo.

    Pero al menos con eso ya sabía el motivo que lo había traído ahí tan de repente. Esther sabía que la excusa de la remodelación no podía sostenerse por mucho antes de que alguien se acercara a hacer preguntas, pero esperaba poder contar con un al menos un par de días más.

    —No sé qué decirle, oficial —masculló Esther con tono risueño—. No es como que el tío Owen nos comparta el porqué de sus decisiones. Sólo nos pidió que cuidemos aquí mientras no está. ¿Verdad?

    Se giró entonces a mirar a su supuesta hermana mayor en busca de su confirmación, que vino de inmediato en la forma de un rápido asentimiento de su cabeza.

    —Sí, claro —susurró Estefan con voz distraída. Caminó hacia un lado, sacándoles la vuelta a las dos chicas, y dio unos pasos más hacia la inexistente puerta de recepción—. Ustedes no tienen motivo para saber esas cosas, ¿verdad? Creo que lo mejor será que hable con Owen, para asegurarme de que todo esté bien. ¿Tendrán su número o un lugar donde localizarlo?

    —¿Número? —exclamó Lily, más alto de lo que se proponía en un inicio—. Pues… Jessica, ¿tienes el número de del tío Owen?

    —A mí aún no me dejan tener teléfono —comentó Esther, bromista—. Pero no será necesario que le marque, oficial.

    —¿Ah no? —inquirió Estefan, girándose de nuevo a mirarlas.

    —El tío Owen estará aquí mañana mismo. O quizás llegue más tarde hoy, pero es más seguro que lo encuentre mañana. Y así podrá hablar de frente con él.

    Los ojos de Lily se abrieron grandes como platos, y la miró totalmente confundida por aquella repentina y loca afirmación. Esther, por su parte, siguió atenta al oficial.

    —Con qué mañana, ¿eh? —musitó Estefan en voz baja, aunque parecía más para sí mismo.

    Esther lo percibió en su tono, en su mirada, incluso en su postura. No estaba convencido de que le estuvieran diciendo la verdad, y no lo culpaba. Toda esa situación era bastante sospechosa, y las únicas que le deban parte de algo eran una niña y una joven que no había visto nunca en su vida. Y ni rastro aparente de las dos personas que sí conocía.

    Quizás si no fuera porque el propio Owen se la había presentado como su sobrina el día que vino, hace rato que hubiera dejado de lado la plática, y directamente simplemente las hubiera esposado a ambas y subido a la patrulla.

    La opción de dirigir su mano a su arma y sacarla se volvía cada vez más tentadora, y Esther podía sentir como su mano derecha temblaba un poco, expectante por hacer el movimiento.

    El sheriff abrió la boca para hablar, quizás para expresar en voz alta su escepticismo. Pero antes de que pudiera decir cualquier cosa, el sonido de una voz sonando en el radio que colgaba de su camisa rompió el silencio primero.

    —Atención unidades —pronunció en alto la voz de una mujer por la radio—. Nos reportan un asalto en la licorería de la calle principal. Sospechoso armado huye en dirección al oeste por la avenida.

    La noticia pareció captar casi por completo la atención del oficial, olvidándose por un instante de las dos jovencitas sospechosas. Tomó entonces la radio, y la aproximó a su boca para poder hablar directamente por éste.

    —Aquí Estefan —pronunció con voz firme, al tiempo que se encaminaba de regreso a su patrulla—. Voy en camino, estoy cerca por la carretera oeste.

    Tras una confirmación al otro lado de la línea la comunicación se cortó, y el oficial se dirigió con más apuro hacia su vehículo. Pero antes de retirarse del todo, se giró una última vez hacia las niñas para hacerles una última petición; o, quizás, una última advertencia.

    —En cuanto hablen con Owen, díganle que vendré a verlo mañana en la mañana. Que procure estar aquí.

    —Nosotros le decimos —exclamó Lily en alto, agitando una mano a modo de despedida—. ¡Tenga cuidado!

    Estefan se sentó frente al volante y la patrulla retrocedió hacia la carretera. Antes de alejarse, sin embargo, se tomó un segundo para echarle un vistazo por el retrovisor a las dos chicas, que lo seguían observando frente a la puerta principal del hotel.

    Encendió entonces las sirenas que resonaron en la noche, y se enfiló para alejarse por el camino de vuelta a la ciudad. Mientras iba a la escena que le habían indicado, tomó de nuevo su radio y lo acercó a su rostro con una mano, mientras con la otra sujetaba firme el volante.

    —Rosy, aquí Estefan.

    —¿Qué pasa, cariño? —le respondió en la radio la misma voz femenina de hace rato, de la despachadora de la jefatura.

    —Voy en camino a ver lo del asalto a la licorería. Pero oye, pídele a Hains que me haga un favor. Que busque en la base de datos de niños desaparecidos o reporte de personas extraviadas a una niña, de entre 9 y 12, cabello negro quebrado, ojos verdes y pecas.

    —Es una descripción un tanto general, ¿no crees? De seguro le saldrán muchos resultados.

    Estefan meditó un segundo sobre qué otros detalles podrían ayudar. Se jactaba de tener buen oído y ojos para los detalles, pero en esa ocasión no contaba con muchos. Salvo quizás dos.

    —Quizás sea extranjera, o tenga acento extranjero. Ruso o algo parecido. Y que limite la búsqueda a sólo las ciudades circundantes, y… a Los Ángeles.

    —¿Los Ángeles? —exclamó Rosy, confusa—. ¿Qué está sucediendo, Estefan?

    —Quizás nada. Sólo un mal presentimiento. Que me hablé en cuanto tenga algo, ¿sí?

    Cortó en ese momento la comunicación, colocó la radio de nuevo en su sitio, y aceleró para llegar más rápido a su destino.

    — — — —​

    Una vez que el vehículo desapareció de sus vistas, y estuvieron seguras de que ellas habían desaparecido de la suya, la actitud de ambas chicas cambió. Esther de inmediato se giró sobre sus talones y comenzó a caminar con apuro hacia el interior del hotel. Lily, por supuesto, la siguió sin espera con una mezcla de confusión y enojo.

    —¿Qué estabas pensando? —le recriminó Lily, exasperada—. ¿Por qué le dijiste que ese sujeto iba a estar aquí mañana?

    —¿Para qué crees? —le contestó Esther con tono desafiante, sin detener su paso—. Obviamente para que se largara y darnos tiempo.

    —¿Tiempo para qué?

    —Para irnos de aquí —recalcó Esther con firmeza—. Ahora mismo; las tres.

    —¿Las tres? —exclamó Lily en alto, y se detuvo en seco de la impresión—. Dime que tanto humo te atrofió el cerebro y olvidaste cómo contar.

    Esther se detuvo uno pasos delante. Se quedó quieta unos instantes dándole la espalda. Luego respiró hondo por la nariz, y se giró de lleno hacia ella, encarándola.

    —Nos llevaremos a Eli con nosotras —pronunció sin titubeo alguno.

    —¡¿Qué?! —espetó Lily, incrédula de haber oído bien—. ¡¿Pero de qué…?!

    —No hay tiempo —le cortó Esther, y reanudó su marcha al instante—. Tenemos que movernos, ¡ya!

    Lily la siguió a regañadientes, pero no por ello estaba ni un poco conforme, y mucho menos feliz.

    No tardaron mucho en arribar a la habitación 302, entrando a trompicones, azotando la puerta y haciendo algo parecido al ingresar al baño del cuarto. Sentada en la tina, Eli las volteó a ver con expresión de aparente apatía, aún pese a su explosiva entrada.

    —Felicidades —exclamó Esther con ironía, parándose a lado de la tina—, te ganaste un viaje directo a cualquier culo del mundo que esté muy lejos de aquí. Pero tendrás que aprender a comportarte.

    Dicho eso, dirigió una mano a su bolsillo, del cual sacó un pequeño manojo de llaves, y con ellas se dirigió hacia las esposas que aprisionaban los tobillos de la niña vampiro.

    —¿Qué haces? —exclamó Lily a sus espaldas, estupefacta.

    Esther no le hizo caso, y terminó por completo de liberarle los tobillos. Eli se quedó quieta y en silencio mientras lo hacía.

    —Las de las manos te las dejaré un tiempo más —explicó Esther—. Pero por ahora necesito que puedas moverte rápido.

    —No hay problema —susurró Eli con normalidad, comenzando a pararse ahora con bastante más libertad que antes.

    —¿Qué estás haciendo? —cuestionó Lily de nuevo, ahora con marcado enojo, tomando a Esther de su codo y jalándola unos pasos lejos de la tina—. ¿Has perdido la poca cordura que te quedaba? No podemos confiar en esta cosa, mucho menos llevarla con nosotros. Lo que debemos hacer es decapitarla, sacarle el corazón, o lo que sea que la mate de una buena vez, e irnos.

    —Quiero ver que lo intentes —respondió Eli con fría amenaza desde su posición.

    —Hey, tú cállate —le advirtió Esther, señalándola con un dedo. Eli se limitó a simplemente encogerse de hombros, y quedarse en silencio como le había pedido.

    Eshter se zafó del agarré de Lily, y se giró por completo hacia ella para encararla con firmeza, aunque tuviera que verla hacia arriba dada la nueva diferencia de estatura entre ambas.

    —Intenta mantener la cabeza fría por un momento y escúchame, ¿quieres? —le susurró Esther con la voz más aplacadora que pudo pronunciar—. La necesitamos para que nos lleve y nos presente a la persona que les hizo sus identidades falsas. No es un peligro inmediato para ninguna; está vulnerable, débil, y necesitada de que alguien la cuide y le ayude a alimentarse. Así que se portará bien, mientras la tratemos bien. ¿Verdad?

    Se giró en ese momento hacia Eli, esperando por supuesto su confirmación, o al menos algo que le ayudara a que su argumento fuera más convincente. La vampira, sin embargo, se limitó a sólo esbozar una pequeña sonrisita de (falsa) inocencia y decir en voz baja como un susurro:

    —Como un ángel…

    Lily bufó, exasperada.

    —No puedes estar hablando en serio —exclamó con ironía—. ¿Nos quieres poner en riesgo sólo para obtener unas estúpidas credenciales falsas? Cualquier imbécil con una computadora te las puede dar.

    —No estás escuchando —declaró Esther con irritación, girándose hacia ella de nuevo. Lily fue capaz de percibir un fuego inusual que se asomaba desde sus ojos—. No estoy hablando de unas simples “credenciales falsas”, sino nuevas identidades en toda la extensión. Números de seguro social, actas de nacimiento, tarjeta de nacionalidad, licencia de conducir… hasta la jodida cartilla de vacunación. Nombres y rostros nuevos. Una oportunidad para empezar una nueva vida desde cero, como una verdadera familia. Tú, yo, Max, Daniel…

    —¿Y esa también? —le interrumpió Lily, señalando con desdén hacia Eli.

    —Sólo nos llevará hasta la persona que nos dará todo esto. Luego de eso, que haga lo que le dé la gana.

    —Dios —espetó Lily, en sus labios aquella palabra resonaba casi como la peor de las groserías—, estás tan loca y obsesionada con esa fantasía que te has hecho en la cabeza, que ni siquiera escuchas lo que dices. ¿Qué no entiendes que después de lo que esa perra me hizo, el sólo hecho de estar en el mismo cuarto que ella me enferma?

    —¿Quieres olvidarte ya de la maldita mordida? —exclamó Esther en alto, casi gritando—. Si tuviéramos que decapitar a todo aquel que te ha agredido en tus cortos diez años de existencia, llenaríamos la cajuela de cabezas; la mía entre ellas. Con tus constantes berrinches y lloriqueos sólo confirmas lo que ya había dicho: te puedes ver como una adulta, pero sin duda sigues siendo una niña estúpida que no puede ver más allá de su nariz.

    Aquellas palabras no le agradaron ni un poco a Lily, cuyos ojos comenzaron a centellar con furia.

    —Puedo ver bastante más allá de mi nariz para darme cuenta de lo desquiciada que estás —le replicó Lily, exasperada—. Ese par de mocosos no van a llenar tu vacía necesidad de una familia; yo tampoco, y mucho menos esta sanguijuela. ¿Tener una vida normal y empezar desde cero? ¿Cómo puedes pensar siquiera que algo como eso es posible para alguien como tú?

    —Lo es —declaró Esther con ferviente convicción—. Y lo voy a obtener, cueste lo que cueste. Así tenga que vender mi alma, o lo que quede de ella, al Diablo, a los Vampiros, o a quién sea. Y si no quieres ser parte de mi sueño, ¡entonces no me estorbes!

    Se hizo el silencio. Fue claro y visible como las emociones de ambas habían ido creciendo rápidamente, hasta que sus caras rojizas parecían volcanes a punto de explotar. Y por supuesto, quien más disfrutaba del espectáculo, y no lo disimulaba ni un poco con esa sonrisita socarrona que aún tenía en los labios, era Eli.

    Pero para decepción de la vampira, y sorpresa de la mujer de Estonia, Lily no hizo ningún otro ataque o amenaza. En lugar de eso, sólo respiró hondo por su nariz, se cruzó de brazos, y pronunció sin más:

    —Si te vas con ella, yo no voy.

    Esther se sobresaltó, y parpadeó un par de veces con confusión. Aguardó, como si esperara que Lily dijera algo más, pero no lo hizo. Sólo se quedó ahí de pie, sosteniéndole la mirada con firme convicción.

    —¿En serio? —susurró Esther, dubitativa. Lily se mantuvo derecha e inalterable.

    Esther soltó un largo suspiro, y sus hombros se relajaron. Miró un instante a Eli que observaba expectante desde su posición. Y tras unos segundos de reflexión, habló al fin.

    —Lo entiendo… Entonces, te deseo u feliz regreso a casa.

    Aquello fue como un balde de agua helada para Lily, perdiendo en un instante toda esa seguridad y firmeza que había transmitido hasta ese momento.

    —¿Qué? —masculló despacio, apenas con un pequeño hilito de voz.

    —Vámonos —le indicó Esther a Eli, y al instante le sacó la vuelta a Lily y comenzó a andar hacia la puerta del baño.

    —¡¿Qué estás haciendo?! —profirió Lily exaltada, tomándola rápidamente del brazo antes de que avanzara mucho más—. ¿La eliges a ella por encima de mí? ¿Luego de todo lo que…?

    —Yo no estoy eligiendo nada, Lilith —le respondió Esther con voz beligerante, jalando con fuerza su brazo para librarse de su agarre—. Tú lo estás haciendo. Creo que dejamos claro hace mucho que no se te puede obligar a hacer nada que no quieras, ¿recuerdas?

    Lily se quedó atónita al escuchar aquello, quieta como una estatua. Esther la miró de nuevo con intensidad en sus ojos, pero Lily detectó de nuevo algo diferente y, en parte, nuevo en ellos: decepción.

    Ninguna dijo nada por unos segundos, y Esther tuvo claro que se quedarían así toda la noche de ser necesario. Lamentablemente, ella no tenía tiempo para eso.

    —Vamos —pronunció tras un rato, dirigiéndose de nuevo hacia Eli. Ésta avanzó sin más hacia la puerta, pasando frente a Lily sin siquiera mirarla.

    Ambas salieron por la puerta, dejando a Lily detrás; aún inmóvil de pie en el centro del baño… sola.

    — — — —​

    Esther empacó rápidamente sus cosas en una maleta, junto con el dinero que tenían a la mano, las tarjetas, las armas, la comida sobrante de la máquina expendedora, y todo lo que pudiera serles de utilidad para su viaje. Igualmente llevó consigo los papeles de identificación a nombre Abby; definitivamente podrían servirles para algo.

    En tan sólo unos minutos ya estaba lista, y se dirigió presurosa de regreso al estacionamiento. Con una mano, jalaba a Eli de sus esposas, como si se tratara de la correa de un perro. Ésta la seguía manteniendo su paso, sin chistar.

    —Necesito mi baúl —masculló Eli de pronto, una vez estuvieron frente a la camioneta.

    —¿Tu qué? —cuestionó Esther confundida, mirándola sobre su hombro.

    —Mi transporte para protegerme del sol durante el día.

    Esther la observó unos instantes, mientras en su cabeza intentaba procesar y entender lo que estaba diciendo.

    —No me vas a decir que en serio duermes en un sarcófago, ¿o sí? —inquirió con una mezcla de confusión y humor.

    —No es un sarcófago… pero parecido.

    Esther no pudo evitar soltar una pequeña risilla burlona, que bien le hacía falta en esos momentos.

    —No tenemos tiempo. Tendremos que improvisar algo en el camino.

    Le abrió entonces la puerta lateral de la camioneta para que se subiera a la parte trasera. Eli no pareció muy convencida con esa idea de “improvisar” en el camino, pero tampoco le quedaban muchas opciones. Así que se subió al vehículo y se sentó en los asientos.

    Esther cerró rápidamente la puerta y se dirigió a la parte delantera para tomar asiento frente al volante. Rebuscó entonces las llaves para introducir la correcta en el encendedor, al tiempo que la mitad de su concentración estaba enfocada en cómo se las arreglaría para conducir ese vehículo tan grande por una larga distancia, dada su estatura. No sería imposible, pero definitivamente muy incómodo y cansado. Pero, al igual que Eli, no era que tuviera muchas opciones…

    Aunque, para su suerte, otra opción se presentó justo antes de que arrancara el vehículo.

    El sonido de nudillos llamando con fuerza en la ventanilla a su lado la hicieron sobresaltarse, y por mero reflejo sacar su arma y apuntarla hacia la ventana. Poco le faltó para accionar el gatillo, sino fuera porque al último segundo reconoció la cara de pocos amigos de la Lily adulta al otro lado del cristal.

    —Quítate —le gritó con fuerza para pudiera oírla—. Ese es mi asiento.

    Aún un poco confundida, Esther retiró el seguro de la puerta, y Lily se apresuró a abrirla primero.

    —Que te quites —insistió, empujándola hacia un lado con una mano. Esther se arrastró por el asiento hasta quedar de lado del copiloto.

    Ya con el camino libre, Lily se subió al vehículo y tomó asiento. Colgando de su hombro traía otra maleta mediana, que no tuvo reparo en lazar hacia los asientos de atrás, evidentemente sin importarle si golpeaba a Eli en el proceso; o, tal vez, esperando hacerlo. Igual la vampiro logró esquivarla, y la maleta cayó en el asiento a su lado.

    Lily cerró la puerta, se colocó en el asiento. Acomodó igualmente el espejo retrovisor, y se colocó el cinturón de seguridad. Todo esto mientras, desde el asiento a su lado, Esther la observaba con una sonrisita divertida en los labios.

    —Sabía que vendrías —comentó con dejo burlón.

    —Oh, cállate —respondió Lily con hastío—. Simplemente aún no he terminado contigo, y tampoco con ella —añadió mirando de reojo hacia los asientos de atrás—. Las dos me deben el placer de verlas sumidas en el dolor y la miseria.

    —Lo que tú digas —susurró Esther, jovial. Parecía querer decir más, pero no lo hizo.

    Lily bufó y dio vuelta a la llave en el encendido, haciendo que el motor rugiera y el vehículo temblara un poco.

    —Te recuerdo que no he conducido esta cosa fuera del estacionamiento hasta ahora. Así que no seré responsable de lo que nos pasé allá afuera.

    —¿Qué es lo peor que puede pasar? —musitó Esther encogiéndose de hombros—. Sólo morirnos, y ya sabemos que para nosotras eso nunca es permanente.

    Lily sólo la miró de reojo, e hizo un gesto sarcástico con el rostro, como si riera, pero sin soltar ni un solo sonido.

    —¿Y exactamente a dónde vamos? —preguntó al tiempo que giraba el volante y comenzaba a enfilarse poco a poco hacia la salida del estacionamiento.

    A Esther le hubiera encantado responderle eso, pero en realidad no tenía idea. Se giró hacia atrás para ver a su otra compañera de viaje, esperando que ella les diera mayor detalle.

    —Sólo conduzcan hacia el este —dijo con voz tranquila—. Les diré hacia dónde en cuanto nos acerquemos.

    —Para allá vamos, entonces —concluyó Esther, sonando más como un suspiro resignado.

    Lily encaminó la camioneta hacia afuera del estacionamiento y comenzó a avanzar por la carretera oscura, al principio muy despacio, pero luego tomando más velocidad por insistencia de Esther. No le tomaría mucho tiempo el tomarle gusto a la velocidad.

    En un parpadeo, dejaron atrás el Motel Blackberg.

    — — — —​

    El peligroso asaltante de la licorería movilizó a gran parte de la policía de Los Alamos, Nuevo México; que en realidad no eran tantos, para bien o para mal. Por suerte, si se podía nombrar de esa forma, el peligro no fue tan grande como se lo imaginaron, pues el sospechoso se trataba de una vieja cara conocida: un chico de veinte años local, experto en meterse en problemas, pero que en esa ocasión había llevado las cosas al siguiente nivel.

    El asaltante estaba claramente drogado de sólo él sabía qué, pero le dio la energía suficiente parar correr un buen tramo entre los callejones para evitar ser atrapado; cosa que al final ocurrió, gracias a la intervención del Sheriff Estefan. Y usando toda la fuerza necesaria, y un poco más, entre dos oficiales lo sometieron, lo tiraron al suelo, y lo esposaron.

    La pistola que el muchacho traía consigo, y con la que había amenazado al encargado de la licorería, ni siquiera tenía balas. Por suerte para todos, había tenido la suficiente lucidez para no atreverse a amenazar a la policía con ella.

    —No es mi culpa, Sheriff —gimoteaba el muchacho mientras un oficial lo ponía de pie de un jalón, y lo empujaba con tosquedad hacia su patrulla—. Estoy enfermo…

    —Sí, lo que tú digas, Pete —murmuraba Estefan, un tanto condescendiente, a su lado—. Llamaremos a tu madre en la jefatura, ¿está bien?

    El chico sólo asintió, pero no dejó muy claro si había entendido lo que le decían o no. El oficial lo metió de un empujón a su patrulla, y azotó la puerta detrás de él. El sospechoso cayó recostado sobre el asiento trasero, y no pareció querer levantarse de ahí.

    —Llévenselo, y denle agua —indicó el Sheriff Estefan—. Mucha agua.

    El oficial y su compañero asintieron, y se dirigieron sin espera al interior de la patrulla. No tardaron en alejarse, dejando al Sheriff Estefan atrás. Sólo hasta entonces, el viejo policía se tomó la libertad de que el peso de aquella persecución a pie le cayera encima, y sus viejas rodillas la terminaran de resentir.

    Definitivamente ya no era un jovencito, y ese tipo de cosas lo sobrepasaban. Cada vez que ocurría algo como eso, hacía más tentadora la propuesta de su esposa de retirarse prematuramente, pero se seguía resistiendo. Prefería hacerlo en grande y con su pensión completa. Además, no era como que ese tipo de noches agitadas fueran tan comunes por ahí. La mayoría del tiempo se la pasaba más que nada sentado en su patrulla, o por defecto en su escritorio.

    Sólo un par de años más y podría dejar todo eso de una vez.

    Cuando ya se dirigía a su patrulla, escuchó como una voz sonaba desde el auricular de su radio.

    —Sheriff, aquí Hains. ¿Me copia?

    —Aquí Estefan —respondió acercando la radio a su rostro—. Dile a Rosy que ya tenemos al asaltante de la licorera. Es el pringado de Pete Harrison, drogado hasta las cejas otra vez.

    —Yo le digo.

    Estefan se subió a su patrulla, acompañado por supuesto de un quejido de dolor, pero también de alivio, que reverberó desde sus rodillas hasta escaparse por su boca.

    —Sheriff, tengo un adelanto de lo que me pidió investigar —informó Hains por la radio.

    —¿De la niña? ¿Tan rápido? —exclamó Estefan, sorprendido.

    El oficial al otro lado vaciló un momento.

    —Bueno, no sé si tenga relación con lo que investiga o no. Pero en cuanto busqué la descripción que nos pasó y la cotejé con Los Ángeles, de inmediato brincó… algo.

    —¿Una niña desaparecida?

    —No, no una niña —negó Hains, categórico—. No sé cómo explicarlo. Será mejor que le mande la información a la impresora de su patrulla y lo vea usted mismo.

    —De acuerdo —suspiró Estefan, en realidad no del todo entusiasmado por la idea.

    Ya para ese momento prácticamente se había olvidado de ese asunto, y concluido que sólo estaba exagerando en sus sospechas. Al día siguiente iría a hablar directamente con Owen, y él resolvería todas sus dudas.

    Fue sacado de todos esos pensamientos en el momento en el que la impresora integrada a su vehículo comenzó a sonar, y la hoja con la información enviada por Hains se hacía visible. Una vez terminó, Estefan tomó la hoja, se recargó contra su respaldo, y le echó un ojo rápido.

    No se quedó cómodo por mucho tiempo, pues no necesitó leer demasiado de aquel reporte para ponerse en alerta. No era el reporte de una niña o persona desaparecida; era el reporte de una prófuga, buscada por la policía de Los Ángeles y los federales. Una asesina de Estonia de nombre Leena Klammer. Y claro, lo más impactante de todo: la foto de la sospechosa que acompañaba al reporte.

    Acababa de ver ese rostro justamente esa noche.

    —¡Mierda! —exclamó con fuerza. Dejó entonces el reporte a un lado, se colocó el cinturón, y tomó de nuevo la radio para pedir refuerzos… pero se detuvo al último momento.

    Se tomó un momento para meditar la cuestión, y volvió a revisar el reporte. Todo era muy extraño. ¿Estaban diciendo que aquella niña era una mujer de más de treinta, buscada por múltiples homicidios? ¿Cómo podría una persona así hacerse pasar de esa forma por una niña inocente?

    ¿Estaba realmente seguro que eran la misma persona? La fotografía, a blanco y negro salida de una vieja impresora portátil, ciertamente se parecía, e igual la descripción. Y dijeron que venían de Los Ángeles.

    Muchas coincidencias para dejarlas pasar. Pero, ¿qué hay de esa otra chica que dijo ser su hermana? ¿Y no había sido el propio Owen quien se la presentó como su sobrina?

    Había algo muy extraño en todo eso. Decidió entonces mejor adelantarse por su cuenta, antes de llenar el hotel de Owen de policías por un mero malentendido.

    Encendió su vehículo, y se dirigió presuroso de regreso a la carretera, y de regreso al Motel Blackberg. Consideró prender la sirena, pero concluyó que lo mejor, de momento, era pasar más desapercibido.

    — — — —​

    Cuando llegó al estacionamiento vacío del hotel, lo primero en lo que reparó era que la camioneta roja que estaba hace un rato ahí, había desaparecido.

    Mala señal.

    Se estacionó delante del edificio principal y se bajó. Se encaminó hacia la puerta e hizo a un lado la cinta amarilla de precaución para abrirse paso. Avanzó con su mano aferrada a su pistola aún enfundada, pero lista para sacarla a la primera provocación.

    El vestíbulo era un desastre. Había pedazos de vidrio y madera por el suelo, así como papeles, plumas, y tarjetas. Desde el mostrador, podía echarle un escueto vistazo a la puerta entreabierta de la oficina, que se veía en un estado igual o peor al del vestíbulo.

    Alguien había estado revolviéndolo todo por ahí, sólo Dios sabe con qué intenciones. Pero en ese momento no parecía haber nadie…

    O eso creyó.

    Un sonido a su diestra lo hizo reaccionar, y sacar su pistola al instante y apuntarla en dicha dirección. El sonido había venido justo del baño para empleados, en ese momento con la puerta cerrada. Era el ruido de agua corriendo, y pasos desde el interior. Se quedó en su posición, sujetando su arma con ambas manos, y el cañón apuntando directo a la puerta, en espera.

    Cuando ésta al fin se abrió, del otro lado se asomó la figura de un hombre.

    —¡Quieto ahí! —gritó Estefan en alto en cuanto vislumbró el primero de sus cabellos rubios.

    El extraño se sobresaltó asustado ante el repentino grito, fijó sus ojos en él, y de inmediato alzó sus manos.

    —Oh, oh —murmuró aquel individuo, nervioso—. Tranquilo, Sheriff. No se le vaya a salir un disparo de esa cosa.

    Estefan contempló con detenimiento a aquel individuo. Era un hombre alto y de hombros anchos, envuelto en una chaqueta café de piel. Tenía cabellos rubios cortos, y un rostro de piel muy clara. Aunque al inicio a Estefan le pareció que era un completo desconocido, mientras más lo miraba… más familiar le parecía.

    —¿Owen? —masculló con duda.

    —Sí, soy yo —respondió aquel individuo, y se atrevió en ese momento a bajar una de sus manos y acercarla a su rostro para colocarse lo que sujetaba en ella: un par de anteojos redondos.

    Con los anteojos puestos, Estefan fue más capaz de reconocerlo. Su cabello era rubio y no negro, y su rostro no tenía aquella barba de candado oscura que siempre lo había caracterizado. Pero fuera de eso, sus facciones y su manera de hablar eran inconfundibles.

    —Con un demonio —pronunció Estefan con molestia, pero igual bajó el arma—. ¿En dónde has estado? ¿Y qué le pasó a tu cabello?

    —Es mi color natural, y me rasuré la barba —se explicó Owen con voz tranquila. Y una vez que el oficial bajó su arma, él igualmente hizo lo mismo con manos—. Y sobre dónde he estado, pues un poco ocupado por ahí por allá. ¿Por qué lo pregunta?

    —¿Qué pasó aquí? —cuestionó Estefan, apuntando con su arma a los escombros y papeles en el piso, así como la puerta destruida.

    —Estamos remodelando —indicó Owen—. ¿No lo sabía?

    El rostro de Estefan era una máscara inmutable de confusión e incredulidad. No apuntaba a Owen con su arma, pero sus dos ojos clavados en él casi hacían el mismo trabajo.

    —¿Está bien, Sheriff? —cuestionó Owen con confusión.

    —La niña que me presentaste el otro día como tu sobrina —soltó Estefan sin más—. ¿Es en verdad tu sobrina? Y antes de que decidas mentirme, será mejor que veas esto.

    Tomó entonces el reporte de la prófuga Leena Klammer, y lo colocó con fuerza contra el mostrador, azotándolo.

    Owen contempló el pedazo de papel, visiblemente perdido. Lo tomó y comenzó a releerlo con cuidado, ajustándose sus anteojos un par de veces. No tardó mucho en llegar al meollo de lo que Estefan trataba de decirle.

    —Oh, Dios… ¿No es una niña? —exclamó estupefacto.

    Aquello fue suficiente respuesta para Estefan.

    —¿De dónde la conoces?

    —No la conozco —reconoció Owen, apenado—. Ella y su hermana llegaron aquí con identificaciones falsas…

    —¿La otra chica? La más grande, de cabello castaño, largo.

    Owen asintió como respuesta.

    —Tenían frío y hambre. Pensé que sólo necesitaban un sitio caliente donde dormir. Me contaron una historia sobre que sus padres abusaban de ellas, y yo… Sé que debí llamar a la policía, pero no quería meterlas en problemas. Pensé que eran buenas chicas.

    Aquello no hacía más que afianzar aún más las preocupaciones de Estefan. Aún no podía asegurar con completa seguridad que aquella chiquilla fuera la asesina prófuga, pero cada vez se convencía más de que sí. Tendría que llevársela e interrogarla; a ella y a su supuesta hermana.

    —¿Dónde están ahora?

    —Habitación 304 —indicó Owen, vacilante.

    —La llave —exigió Estefan, extendiendo una mano hacia él.

    Owen rebuscó rápido entre las llaves de repuesto, y le pasó justo la de la habitación mencionada. Estefan la tomó y se dirigió a la puerta del patio, pistola en mano.

    —Por favor, Sheriff, no las lastime —decía Owen como suplica a sus espaldas, mientras lo seguía unos pasos detrás hacia afuera—. Estoy seguro de que todo esto debe ser un malentendido. Quizás no es la misma persona.

    —Quédate aquí, Owen —le indicó Estefan con severidad, girándose un instante hacia él. Owen asintió, y se quedó quieto en su sitio.

    Estefan avanzó por el patio, sujetando su arma con ambas manos al frente, hasta que divisó la habitación 304. Se dirigió a ésta, pegó su espalda contra el muro a un lado de la puerta, y tocó con fuerza con una mano.

    —Soy el Sheriff Estefan —profirió en alto—. Abran la puerta.

    No hubo respuesta del otro lado.

    —Abran, dije —repitió, obteniendo el mismo resultado.

    Sin más remedio, utilizó la llave y escuchó la cerradura de la puerta abriéndose. La empujó con fuerza con una mano, aguardó un segundo, y entonces salto al interior con su pistola al frente. Al principio no vio nada, pero lo golpeó un fuerte olor asqueroso a fierro. Extendió una mano hacia la pared para encender las luces, y de inmediato comprendió la causa.

    La habitación era una horrible catástrofe, con manchas oscuras por la alfombra, paredes y la cama, que claramente supo que eran manchas de sangre seca. Había una ventana rota, una silla volcada, y desde su posición pudo ver que el lavabo del baño estaba roto, y más manchas de sangre acompañaban a los pedazos.

    —Oh, Santo Dios —exclamó horrorizado, y avanzó entones con paso cauteloso al interior de la habitación.

    Fue claro de inmediato que había ocurrido algún tipo de pelea ahí. Y, por la cantidad de sangre que veía en el suelo, al menos uno de los involucrados tuvo que haber muerto, y otros más estarían malheridos. Pero no había rastro de ningún cuerpo, ni tampoco de las dos chicas que había visto hace rato.

    Ahora sí era tiempo de llamar a los refuerzos.

    Ya tenía la radio en su mano, cuando vio por el rabillo del ojo a alguien en la puerta. Se giró para encararlo con su arma, pero se relajó al reconocer a Owen, de pie en el pasillo.

    —No entres aquí, Owen —le ordenó Estefan, extendiendo una mano hacia él—. Esto es la escena de un crimen.

    —Lo sé —respondió el encargado del hotel del pronto.

    Y no fue exactamente lo que dijo, sino el tono con el que lo había dicho, lo que desconcertó aún más al veterano oficial. No sonaba como si hiciera una afirmación, sino como si con cada letra pronunciada se riera de él.

    Estefan alzó su mirada y la fijó mejor en Owen. Notó entonces algo… extraño en él. De nuevo no llevaba sus anteojos, pero eso no era lo importante. Lo verdaderamente desconcertantes fueron esos ojos que ahora lo miraban: azules y claros como el hielo, acompañados además de una mueca que formaba una extraña y deforme sonrisa, más propia de una máscara que un verdadero rostro humano.

    —Es la escena de mi asesinato, después de todo —añadió con tono burlón, acompañado de una risilla sarcástica.

    Estefan no comprendió, y siguió sin comprender hasta un segundo después de que Owen se le lanzara encima con tal velocidad que, para cuando logró reaccionar y alzar su arma de nuevo, él ya estaba justo delante de él.

    Owen agitó su mano derecha en el aire, y Estefan sintió como sus largas y afiladas garras le rasgaban la piel de mano, haciéndole tres profundas heridas. El oficial gritó de dolor, y el arma se escapó de sus manos. Retrocedió torpemente, pero no lo suficiente para evitar que Owen lo tomará de los brazos, tan fuerte que esas garras suyas atravesar su chaqueta, hasta clavarse en su piel.

    El oficial volvió a gritar. Se agitó intentando zafarse de ese agarre, pero era tan fuerte como si lo aprisionaran dos pinzas mecánicas.

    Owen lo miraba con esos ojos de frío hielo, y Estefan tuvo el pensamiento intrusivo de que así debían verse los ojos de la mismísima muerta.

    No hubo ninguna palabra o explicación previa, ni siquiera tiempo para hacer preguntas. Estefan sólo alcanzó a ver por un instante como Owen abrió grande su boca, como de ésta se asomaban dos largos y afilados colmillos. Luego su rostro enteró se abalanzó hacia su cuello, y Estefan sintió como éste era perforado, y un chorro de sangre brotaba de la herida.

    Volvió a gritar, pero en esa ocasión no estuvo seguro si sonido alguno surgió de su boca. Owen lo jaló con violencia hacia el suelo, y se colocó sobre él, todo sin retirar la boca de su cuello ni un instante. Y ahí se quedaron los dos por un buen rato, hasta que sólo uno salió con vida de esa habitación.

    O, quizás, “con vida” no era a forma correcta de decirlo…

    — — — —​

    Owen canturreaba esa vieja canción, mientras avanzaba por el pasillo del hotel, roseando cada puerta con un poco del bidón de gasolina que traía consigo. Había echado uno entero en la habitación 304, en especial sobre el cuerpo, ahora desnudo, del Sheriff Estefan que reposaba en la tina del baño. Pero tenía un segundo para empapar los pasillos y el jardín, para asegurarse que el fuego se esparciera un poco más.

    Eat some now, save some for later. Eat some now, save some for later. Now and later the really tasty treat. Now and later the flavor can’t be beat…

    Roció los últimos chorros de gasolina en la oficina de principal y el mostrador del vestíbulo, y entonces tiró el bidón hacia un lado. Se paró cerca de la puerta, y rebuscó en el bolsillo interior de la chaqueta de policía de Estefan que ahora llevaba puesta, encontrando el pequeño encendedor plateado que ahí se ocultaba.

    —Fumar siempre fue malo para la salud, Sheriff —soltó al aire, mientras contemplaba la llama del encendedor bailando frente a su rostro—. Qué bueno que yo ya lo dejé…

    Tiró entonces el encendedor sobre el mostrador, y éste se prendió en fuego rápido, y las llamas no tardaron en comenzar a esparcirse por todo aquel sitio.

    Owen se giró hacia la puerta, y salió tranquilamente del edificio. Se dirigió entonces al coche patrulla, terminando de acomodarse la chaqueta y la corbata del uniforme de Estefan, así como su sombrero. Le quedaba un poco holgado de algunas partes, apretado de otras, pero no podía ponerse quisquilloso.

    Se subió a la patrulla, y sin mucha espera encendió el motor y emprendió el camino. Por el retrovisor, alcanzó a ver cómo el brillo de las llamas poco a poco comenzaba a ser apreciable. Antes de que alguien se diera cuenta y llamara a los bomberos, el fuego de seguro consumiría gran parte de los objetos importantes, y con suerte lo suficiente del cuerpo de Estefan para que hiciera más complicado su reconocimiento.

    Ese hotel era el patrimonio de tantos años de trabajo honesto, salvo claro por una que otra muerte ocasional en busca de sangre. Ahora todo sería destruido, y de aquello sólo quedarían las cenizas y los recuerdos.

    Pero no importaba, pues el hotel nunca fue importante en realidad. Lo único que siempre había sido importante, se había ido hace no mucho en compañía de esas dos niñas. Aunque claro, ahora sabía que una de ellas no era lo que parecía.

    —Eli, Eli, Eli. ¿Dónde estás que no te veo…?

    El coche patrulla se perdió en las sombras de la noche, dirigiéndose también hacia el este, pisándole los talones a la camioneta roja de Esther, Lily y Eli.

    FIN DEL CAPÍTULO 159
     
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