Bunkyō City Attractions [Parque de diversiones]

Era algo lógico el hecho de que pasaría la tarde leyendo en casa al estar mi padre en el restaurante, había mencionado que estaba diseñando con su mano derecha el menú de verano, las bebidas de temporada y que traerían nuevos arreglos florales de centro para las mesas, por lo que al llegar de la escuela me di una ducha, me puse cómodo y bajé por una limonada fría a la cocina. Retomaría la lectura de uno de los libros que había pausado hace unos meses atrás; no tenía pendiente ningún deber de la escuela más que la entrevista del proyecto así que además podría dormirme temprano para descansar.

Me senté en el comedor de cedro dejando sobre la superficie el vaso de cristal, estiré la mano para sujetar el control y encender el aire acondicionado, moviendo luego la cabeza al sentir las gotas del agua aún resbalar por mi espalda desnuda. Había dejado la toalla arriba, tenía pereza de subir por lo que preferí lidiar con el exceso de humedad dejándolo secar al natural.

—Señor Paimon, ¿desea que le traiga algo para acompañar su bebida?

Noté por el rabillo del ojo la señora del servicio.

—Estoy bien, Tsubone.

La anciana asintió, retirándose en camino al jardín. Supuse que hablaría con el jardinero sobre el cuidado de las plantas por el inicio del verano. Mi padre adoraba las Lycoris que crecían cerca a la puerta trasera, decía que le recordaban a mi madre; para el nombre común que tenía dicha flor roja cobraba sentido asociarlas con esa mujer. Tomé de la limonada a grandes sorbos, la acidez me relajó las facciones, sujetando el libro por fin, estaba por abrirlo en donde coloqué el separador y el celular vibró sobre la mesa.

Suiren.

No contesté a la primera, dejándolo sonar en lo que emprendía la lectura hasta que volvió a llamar. No era común que el albino marcara una segunda vez, por lo que dejé el texto y sujeté el aparato visualizando los mensajes en el interno.

¿Ya vas en camino?​

No.

Te envié las entradas al whatsapp.
​

¿Para?

Ila escribió que acabó de llegar y como dijiste, me ha estado doliendo la cabeza por acumular luz solar. Ya sabes que no quiero quedar ciego ni nada, pero mucho menos plantar a una señorita.​

Ese es tu problema, no el mío.

Colgué, retomando el punto del abandono a las letras aunque noté que la pantalla del celular alumbró de nuevo, me abstuve de desbloquearlo nuevamente, siguiendo el hilo pese a que el aparato vibró otra vez, y otra vez. Lo arrastré hacia mí alcanzando a leer que me había escrito que aún él no salía de casa, eché un vistazo hacia los ventanales que daban frente el comedor siendo obvio que pese la hora el sol continuaba sin ocultarse. Estaba por apagar el aparato pero el intenso volvió a escribirme de que sería una pena que no llegara nadie con Rockefeller, lo ignoré pero al cabo de unos minutos solté el aire por la nariz al no lograr engancharme de nuevo con el libro. Tsubone volvió a ingresar a la casa, recogiendo el vaso de cristal ya vacío.

—Bajaré su toalla, su cabello está goteando aún.

—No pasa nada —me levanté de la silla—. Saldré un rato.

La anciana alzó las cejas ligeramente, como si fuese algo que nunca hiciera. Bueno, a esta hora no era habitual que me apeteciera salir de casa, mucho menos en semana, y cuando lo hacía era para ir donde el albino con la costumbre de avisarle a mi padre con anticipación, por rebote ella se enteraba también.

—¿Necesita que aplanche alguna camisa?

—No, no es algo formal. Solo iré a resolver un asunto sin importancia.

.
.
.

Pedí un uber hasta la dirección, abrí la conversación con Suiren notando las entradas digitales que me había enviado, le respondí con un bien de emoticón solo para que supiese que había leído sus mensajes y me salí de la conversación. El idiota me tenía mucha confianza para creer que terminaría viniendo luego de rechazar dicha salida, no era que me importara que Rockefeller se llevara la desilución de su vida aquí sola sin que nadie llegara, era solo lástima. Pagué el desplazamiento, salí del auto y eché un vistazo superficial por el ingreso. Con mis pintas de camuflado y tras de eso el cabello negro suelto al tenerlo aún húmedo me di cuenta que no pegaba nada el que estuviese ahí.

Podía verme hasta.. desprolijo.

Suiren comenzaba a deberme una grande.​

Suspiré hastiado, había gente disfrazada de conejos gigantes en la entrada, vendiendo globos y algodones de azúcar, las risas que provenían desde dentro del lugar con la multitud pese a estar en semana podía ser hastiante; me incomodé de solo notarlo por lo que me digné a ubicar la mata de cabello rubia, que justo en mi cabeza me hice la idea de que traería el cabello suelto, por lo que en parte al ubicarla dudé si era ella hasta que me permitió verla de perfil. Me acerqué sin saber si ya me había notado o seguía invisible a sus ojos.

>>¿Muy larga la espera, Rockefeller?

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Oufit

 

Cuando se giró no supe si estaba pensando algo en particular, pero al parecer decidió sonreír con la amabilidad de costumbre, mencionó que podía mirar el grupo. En realidad lo había leído en el auto, pero por hacer la gracia solté la pregunta al verla. Cuando mencionó mi cabello llevé la izquierda a las hebras negras, sujeté las puntas que ya daban por mis hombros al cortarlo la noche anterior, lo solté luego enterrando la mano en mi bolsillo.

—Algo, solo que no lo ataría húmedo —la resignación se me coló en la voz. Quería dejar un tiempo el calor superficial del secador—. Como pez en el agua, ya me conoces un poco, ¿no?

Solté el aire por la nariz con algo de ironía, repasando ahora si sus prendas de pies a cabeza en un vistazo fugaz. Parecía niña de ciudad con lo que traía puesto, algo decente suponía.

—Creo que Craig en caso de llegar lo hará más tarde, así que vamos entrando —me giré mirándola sobre el hombro solo para asegurarme que me seguiría—. Hay mucho ruido para ser día de semana, ¿o soy yo?

El comentario había sido suelto. La última vez que había pisado un parque de diversiones había sido hace como diez años, recordaba las palomitas de maíz, esas de colores que me compraba mi padre, pero también que lo niños se vomitaban y esa clase de cosas desagradables.

 

Me respondió con algo que había dicho en una de nuestras conversaciones pasadas, me sonreí apenas. Al menos recordaba lo obvio, había que reconocerlo; me siguió el paso mientras que me soltaba muy pancha que era yo, me abstuve de torcer los ojos al dar con una de las chicas que estaba en la entrada, preguntó por la boleta por lo que saqué el celular, se lo extendí con los códigos QR que no tardó en escanear con el aparato.

Nos dió la bienvenida y se apartó para que pudiéramos pasar. Había escuchado lo que preguntó Rockefeller de Craig, aunque no respondí inmediatamente, digamos que me puse a escanear los juegos mecánicos que nos recibían, tratando de ignorar al porcentaje de la población que disfrutaba de este tipo de cosas.

—Supongo, no está muerto ni nada —murmuré en respuesta, simplemente porque a ella no le concernía nada del albino, y él con ese tema en particular -con su vida privada en general- era más receloso y evitativo de lo que se pudiese creer.

Me preguntaba en realidad, si aparte de su ex-novia y mi persona existía alguien más con dicha información. Que en caso de dar una respuesta creería que no, con el muro eterno de hielo que había fabricado desde hace años escondido bajo la eterna cortesía y amabilidad rozaba lo críptico.

—Me llama la atención la atracción de allá —señalé con un movimiento de cabeza la casa del terror—. ¿Eres miedosa o te da igual ese tipo de entretenimiento?

Me había mencionado con anterioridad las tres reglas, y las tenía presentes un poco mas de lo que quisiera, por muy escéptico que fuese se me habían grabado en algún espacio de mi cabeza.

>>No estamos en un bosque igual, así que no creo que baje un espectro de un árbol.

 

Noté que una sonrisa suave le surcó los labios, no me fijé muy bien a que se debió al yo estar pasando de los dulces que teníamos expuestos en los sitios de comida, al menos por ahora. Moví la cabeza como diciendo más o menos a su pregunta; no era como si me la pasara consumiendo películas de ese tipo, ni de ningún tipo en realidad, pero cuando solía salir al cine -contadas las veces-, o nos reuniamos con mi hermana y mi padre en Rusia a ver una película en la sala solíamos escoger de ese género, un poco porque con nada me tragaba los dramas que le gustaban a Alika.

—Suena bastante de gente del bosque —agregué porque sí.

La sonrisa se me torció hacia la izquierda con un deje de incredulidad. ¿Seguía pensando en eso? No, pero lo tenía presente, ¿por qué? ni idea. No respondí al escuchar que se le filtró una risa, aunque prefería abstenerme a hacerlo. Se enganchó a mi brazo, luego me acarició dejándola hacer en lo que caminamos hacia la atracción; la miré por el rabillo del ojo y ya luego me di el tiempo de observar dichos puestos de dulce.

—Una manzana con caramelo o algodón de azúcar, supongo que cumplen con lo que dices —al llegar nos recibió un muchacho con una capa larga, estaba vestido de negro, sus ojos eran cubiertos por una máscara de tela y traía entre las manos un dispositivo, nos observó con detalle, las muñecas como tal.

Se organizó el antifaz con un movimiento simple de mano, luego sonrió dejando ver los colmillos que traía y apartó los mechones de cabello negro que cubrían su frente.

—A de ser su primera atracción, ¿correcto? —sacó de su bolsillo unas manillas, extendí la mano libre, me la colocó, ubicando su atención en Ilana luego, hizo lo mismo con ella para terminar inclinándose al finalizar como si fuese un sirviente de la realeza o algo—. Bienvenidos sean, eternos sacrificios~

Se movió sin perder el teatro, dándonos el espacio para subirnos a lo que asemejaba un carrito mecánico, al parecer era un recorrido por lo que no tendríamos que caminar dentro. El metal que cumplía la función del seguro se abrió, esperé a que ella entrara primero para luego hacerlo yo, reposando la izquierda sobre su pierna y la derecha sobre la baranda.

El carrito comenzó a andar como aparato atrofiado, por lo que murmuré por la gracia:

—¿Qué diría Alicia en este momento?

Una risa tenebrosa se abrió paso seguido de la apertura de las puertas, la oscuridad nos recibió de lleno y el humo abarcó el suelo, cerrándose de un portazo el material tras nosotros, la visibilidad era medianamente difícil de conservar, relajé la espalda de igual forma en lo que sentía sobre mi cabeza que algo me tocaba.

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¡Bienvenidos a la mansión del terror!​

El recorrido consta de sensaciones, sonidos, personal disfrazado y figuras robotizadas para mejorar la experiencia; por lo que tenemos diferentes espectros en el recorrido, para hacerlo un poquito más dinámico Ilana lanzará 1 dado en cada post de diez caras, determinando el tipo de espíritu u asesino que nos encontraremos de camino.

1. ¿?
2. ¿?
3. ¿?
4. ¿?
5. ¿?
6. ¿?
7. ¿?
8. ¿?
9. ¿?
10. ¿?

 

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Mencionó que la rubia de cuentos no tenía un control de impulsos ejemplar, la miré por el rabillo del ojo en lo que el carro arrancó, asociándola de nuevo con el personaje, a fin de cuentas era ella quien se me colgaba del hombro y me acariciaba, aunque no me molestaba en realidad, al menos no de ella. Cuando el carro siguió avanzando en medio de la penumbra la muy valiente silbó, solté el aire por la nariz con una sonrisa cínica por ahí derecho, apreté su pierna como desaprobación a lo que había hecho.

Hablando de impulsos...

Sentí algo en mi cabeza, la luz verde neón se abrió paso sobre nosotros, estiré la mano hacia arriba al sentirme ya fastidiado por lo que me rozaba el cabello, dándome cuenta que era algo verde que mantenía cruces invertidas sujetas al techo, me había untado por ahí derecho de lo pegajoso y asqueroso. Como un slime barato. Sacudí la mano fuera del carro para quitarme la sustancia en lo que la risa se intensificaba más a medida que continuábamos avanzando, regresando a la oscuridad.

El aparato mecánico se detuvo, la luz verde regresó titilando y un piano se hizo camino. Pestañeé trarando de acostumbrar el cambio de colores viendo ahora una silueta que fue cogiendo forma de a una persona boca abajo frente a nosotros, como si estuviera colgada en la pared, el parpadeo verde de la luz me dejó notar el rostro lleno de cortadas, los ojos negros profundos y el cabello mal trecho. Abrió la boca, nos gritó en toda la cara a lo que fruncí el ceño y el carrito arrancaba bruscamente de nuevo.

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1. El exorcista.

 

En realidad la cosa del slime era la que me había distraído, por lo que en vez de darme miedo la tipa que hacía del demonio del exorcista me dió asco. Aún sentía la humedad en el dorso de mi mano y no pude evitar pensar en el vómito del espectro al ser escenas conmemorativas de la cinta. Además, con la oscuridad no me era posible notar si aún tenía rastro de dicha sustancia barata por lo que me terminé resignando, escuchando a Rockefeller.

—Estaba entre esa y la monja por las cruces de antes —murmuré en respuesta—. Así que por ahora no hay nada acá.

De miedo, me refería. Estaba por decir algo más, pero el carrito disminuyó la velocidad, abriéndose unas cortinas pesadas que nos rozaron los hombros al pasar, el sonido de un teléfono vino de fondo y pestañeé tratando de darle forma a las figuras que caminaban de un lado a otro en el espacio reducido. El pedido de auxilio de una mujer murió en un desgarrador grito a lo que la linea del teléfono pareció morir, llegando un chispazo blanco de luz que me aturdió la vista permitiendo ver las máscaras, denoté también que cada uno de ellos traía un arma blanca en las manos, parecieron notarnos en un momento y tomar impulso hacia nosotros sin embargo el carro retomó su andar.

—Por ahora lo normal, supongo —busqué su mano con la mía para llevarla a mi pecho. El pulso estaba regulado aún, aunque si me sentía un poco tenso por los sonidos fuertes y cambios de luces—. ¿Y tú? ¿Debería prepararme para buscar agua al salir de aquí?

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1. El exorcista.

6. Los extraños

 

Lo cierto era que al menos el trío de sujetos no me trajeron a colación ninguna película vista con anterioridad, supuse por lo obvio que se trataba de asesinos o algo similar, quizá por la tendencia a racionalizar las cosas era más difícil sentir incomodidad o miedo a lo que se creía enigmático. Estaba por dejar ir su mano luego de en otras palabras mostrarle que no estaba fingiendo, sin embargo noté que su piel estaba fría, también sentí cuando se echó para atrás en algún punto.

De nuevo la miré por el rabillo del ojo aunque lo único que podía medianamente visualizar era la silueta de su coleta. Sus dedos se encajaron en los míos y reposó mi mano sobre su regazo. Hasta el momento no me había tomado las manos con nadie de esa forma, quizá por eso aflojé el agarre pero no lo aparté aún así.

Era un simple: no pero está bien, por el momento.

—Puedes cerrar los ojos igual —di la alternativa al aire al ser algo que hacia mi hermana en las escenas de las películas, escenas grotescas como los gritos, maullidos o simplemente que producían tensión.

El carrito pareció descender a un sótano en lo que el sonar de unas llaves tintineaban al fondo, la luz azul se fue formando tenuemente en el suelo y el humo se intensificó como una especie de neblina, las ruedas se detuvieron en seco. Observé la figura de la mujer que parecía estar desnuda sentada en un rincón, el cabello negro lacio recorría parte del suelo y el sonido de un crujido comenzaba a hacerse constante, como si se fuera descontrolando.

Sentí por primera vez que la tensión de mi cuerpo se volvía incómoda, aunque procuré no mover la mano que tenía con Rockefeller, sin embargo cuando la mujer se fue levantando, giró el rostro, se arqueó y caminó en arco mientras gritaba acercándose a nosotros tensé la mandíbula. El carro se fue hacia atrás y las luces se apagaron de golpe. Retrocedimos y de un momento a otro giró por uno de los caminos que se había ignorado antes.

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1. El exorcista

2. El grito
6. Los extraños

 

Sentí que se fue desprendiendo de mi mano, por lo que la regresé a mi espacio y la posé sobre la baranda, lo que no me esperé fue sentir su tacto en mi pecho, solté el aire por la nariz con algo de acidez, digamos que al menos ahora estaba bien que siguiera oscuro, de lo contrario sentiría este momento absurdo.

—No la necesito —murmuré como lo obvio. Era una película asiática, suponía que las probabilidades de que la hubiese visto era reducidas.

No dije nada más, el carrito continuó su camino, pareció acelerar en lo que descendían hilos sobre nuestras cabezas, rozándonos como telarañas, supuse que tampoco estábamos muy lejos del final, a fin de cuentas este tipo de juegos tenían caminos alternativos y de por sí no se solía ver todo en una sola pasada, por eso la gente repetía.

Porque eran masoquistas, idiotas y con mucho tiempo libre, suponía.

Cómo fuese, la sensación extraña se mantenía, dicha película la había visto hace años y aún así había dejado algo marcado. El silbido me sacó de mis pensamientos, un candado pareció abrirse y pestañeé al notar como si afilaran un gran arma, un letrero pasó de golpe y el tocadiscos sonó irritándome los tímpanos.

Pareció que las patas de un caballo galoparon contra el suelo de metal y la criatura de tonalidad roja se giró para mirarnos, se acercó, pasó por el lado de Rockefeller, lo noté por el chispazo carmín como flash de cámara, soltó el aire contra ella y su cabello se meneó, nos rodeó luego y pareció ir por el arma, cuando quiso correr hacia nosotros el carrito se fue hacia la izquierda, guiándonos a otro lugar.

Contenido oculto

1. El exorcista.
2. El grito

5. Insidius.
6. Los extraños

 

La sentí encogerse en su lugar, en algún punto también se movió hacia mí y me tensé, no por ella, sino porque sabía que el tipo estaba cerca de ella, como fuese, el carro cambió la dirección, Rockefeller habló y solté el aire por la nariz con resignación. Me esperaba ver a Chucky por ahí caminando pero notaba que los efectos y las actuaciones estaban bien logradas.

—Deberian darle propina a los actores —murmuré pasando de si me había replanteado mi decisión, a fin de cuentas era la única atracción que me causaba cierta curiosidad por visitar.

Decían que la curiosidad solía asesinar al gato.

El llanto de un bebé hizo eco en lo que una similitud al cantar de las aves acompañaban el sonido. Un par de hojas se deslizaron sobre nosotros, moví el pie a lo que sentí pisar una por el crujir, por lo que debían estar marchitas. La voz de un hombre pidiendo auxilio, y el estruendo de una sierra electrica me hizo fruncir el ceño.

La luz anaranjada bañó el espacio y el sonar de moto sierra fue cada vez más cercana con cada zancada; frente a nosotros reposaban plásticos manchados de lo que simulaba la sangre, el tipo apareció apartándolos con el arma entre las manos, nos salpicó gotas carmín en la cara y al iniciar su marcha hacia nosotros el carrito giró.

—Que asco.

Comenzaba a fastidiarme.

Un portazo me hizo parpadear y al notar la luz exterior visualicé las personas haciendo fila para subir. El seguro de la baranda se levantó por lo que salí primero para que Rockefeller pudiera hacer lo mismo. Pasé el pulgar por la mejilla en dónde había quedado untado de dicha sangre falsa, arrastré la yema ocasionando que en vez de quitarlo quedara peor.

Miré a Ilana.

—Siento la mejilla pegajosa. ¿Tienes paños o algo?

Supuse que me llevaría unos minutos relajarme, el fuerte del género del terror solía ser el sonido y lo impredecible, y está casa había tenido bastante de ello. Como fuese, el próximo juego no lo escogería yo.

Contenido oculto

1. El exorcista.
2. El grito

3. Masacre en Texas
4¿?
5. Insidius.
6. Los extraño
7. ¿?
8.¿?
9. ¿?
10. ¿?